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Aymaútov Zhusipbek "Akbilek"

29.11.2013 3288

Aymaútov Zhusipbek "Akbilek"

Язык оригинала: "Akbilek"

Автор оригинала: Aymaútov Zhusipbek

Автор перевода: not specified

Дата: 29.11.2013

Primera parte    

El extremo de Ust-Kamen.

En la orilla derecha de Bujtarma Altai se dio a la luz entera.          Allí, donde Irtish se desprende, chorreando en vuelo planeado de las cimas del Altai de sur, se ocultó el distrito Kurshim, la quietud primaria que cautivó el otoño.

El Kurshim de Altai es el hogar de naimanos[1], originado desde los tiempos inmemoriales. Y ellos están establecidos aquí de población densa y con alta alcurnia.   

El invierno en Kurshim es tenaz. No hay nieve, sino una bola vaporosa  cae del cielo. Y el verano pasa velozmente como un vientecillo rápido de las montañas.

Apenas se hace un poquito más calor, la nieve se desliza y corre de arroyo. Y aquí mismo cada animal chifla y hace caricias al retatarabuelo de pinos Altai, pateando con caricia su pecho que cuida y vuelve a la vida, como a un bai.       

El viejo Altai ha levantado su palma a su cabeza y está guardando en ella el lago Markakol embriagado - ¡no toques! – con el sabor de miel, los misterios de cielo y el semblante celestial.  

El collar de Markakol son las yurtas blancas como la nieve de la gente de Altai con el brillo de perlas. 

La gente de montañas,  mimada de Altai, como los marales, tiene su capricho – está observando a los otros de arriba a abajo, no está entorpecida por nadie ni por nada – su voluntad, y esta voluntad está en encanto del suspiro de Markakol.   

El agua de Markakol es fresca y dulce. Con su agua y hierba se alimentarán los animales apocados con cumbres, haciendo blancas las caderas de mujeres mientras dan leche de las tetas abarcadas y llenan los cubos de piel – no es leche, sino la gracia de Dios; y el kumís[2] está fermentando en los pellejos oscuros por los tiempos pasados – curativo, espeso, con las barras de grasa. Si uno toma una taza, se pone rojo, su boca suena como un kobiz[3]. Y él cae borracho en el mundo abierto de las turias del paraíso, su alma se hace más ligera que una mosca. Ha apoderado todos los setenta vientos de Altai. En cuanto organiza los juegos de combatientes y carreras de caballos, los caballos suenan con herraduras jugando, las montañas retumban como sonajeros.      

Si tratas de describir las mujeres bellas de Altai – hasta todos los Dioses de Altai no tendrán bastantes palabras. Sus rostros pueden estar reflejados sólo en los espejos que elogian: su piel es tan blanca como la nieve, su risa es como un alba precipitada, sus ojos son como las de cabritas, su cintura es tan juncal como una rama del sauce blanco. Al volverse ellas atrás, balanceando un poco, al sonreír ellas con una llamada, Ud. se queda sin razón. Pero si caes en su lengua, en seguida te prenderán con tus fantasías voluptuosas a lo más alto, quizás directamente al tejado cósmico.   

¡Pero no se trata de eso! ¿ Estáis listos para escuchar? ¿Estáis listos para todo? Os relataré lo todo detalladamente: cómo y por qué ha pasado. Acercaos, tomad vuestros asientos y escuchad atentamente. No será un cuento, decimos, vivían en aquel entonces... Empezaré relatando con las palabras simples, no tan breve, pero no tan prolongado. Pues, dejamos esta conversación inútil y yo empezaré, tal vez. No soy capaz de exponer con poesías; dispensadme si no os parezco un pico de oro. 

Pues, en aquellos lugares por los senderos nocturnos se encamina un jinete solitario a caballo abigarrado, un chaval sospechoso. Ha dejado Kurshim atrás, adelante está Karaekem, el desfiladero rocoso sin salida, cubierto de jugo. No es desfiladero sino un foso, si entras no podrás salir. Oculta su rostro de Altai noble, se ha deslizado a trote en las tinieblas a la apertura de piedra. ¿Quién es aquel que entra en la puerta estrecha del subterráneo si no es una bestia empujada por la muerte ni un alma mortal que ha llevado el ganado?     

El jinete, antes de desaparición final en el desfiladero, ha parado su caballo y ha mirado a su alrededor. Al borde del muro rocoso alguien vestido en gris está yaciendo en la cama de piedra. Al ver a un jinete a caballo abigarrado, el gris ha levantado el vástago blanco, y aquel le ha respondido moviendo el gorro blanquecino. Después el jinete y el delgado propietario gris del rifle se han acercado y avanzado juntos a lo profundo del desfiladero.   

Y es lo que pasaba en Kurshim: al adquirir grasas en el pasto alpino de Markakol, la gente y el ganado bajaron al pie de las montañas y volvían a habituarse en sus invernaderos.  ­ Los peones de Mamirbai cerraron los cobertizos, arreglaron las casas y encendieron el horno.

La esposa de Mamirbai - baibishe[4], contoneándose majestuosamente ordenó a los sirvientes que golpearan el polvo fuera del fieltro de yurta y, al plegarlo, apartaran. La hija amada de Mamirbai Akbilek en vestido blanco ondeando en el viento, haciendo soñar los pendientes de oro y los colgantes de plata , sacudió las mantas rojo-amarillas y ­ las llevaba a su casa. Ella pasó corriendo al lado de su la madre cuando ella, parpadeando con el ceño fruncido,  dijo con rezongo y muy de prisa:

- ¿Qué hay en tu ojo? - y empezó a dar vueltas en un sitio ...

- Nada terrible ... es para una alegría ... ¿En qué ojo? ..

- Me alegraré, ¡cómo no! El ojo izquierdo - y se quedó en silencio: ¿Quién le ha enviado este ataque?

Después de pagar por el heno entregado y observando como arreglan el pajar, Mamirbai estaba pensando en la política al aire libre. ¡Cómo puede estar aparte cuando todos se preocupan del el partido!  Y por la noche volvió a casa.

El ganado bajaba desde las laderas de las montañas y se iba a sus camas. El ruido de los niños, los trabajadores gritando, el rugido del ganado, los perros ladrando e inquietando el alma... Aúl[5] hinchado. El fragor del río. Atardecer rojo. Después de cuidar el ganado y hervir té, la gente empezó a arreglar su propio descanso.

El sol no había desaparecido todavía, cuando del profundo desfiladero, mencionado ya, surgieron cuatro jinetes, como los lobos, siguiendo uno las huellas del otro. Uno de ellos – a caballo abigarrado - ya es conocido a nosotros. Los otros tres - en uniformes, con rifles y sables. Todos los cuatro, acalorados, se precipitaron sin parar a la depresión. Las bridas comenzaron a rechinar en las bocas de los caballos. Agachados, saltando por los caminos sinuosos, ellos irrumpieron en el aúl instalado cómodamente como en un cubil. Irrumpieron ruidosamente. Asustaron y aplastaron a la gente levantada:

- ¡Las bestias! ¡Danos los caballos! ..

El rifle está dirigido a ti, ¿¡látigo está sobre ti! No puedes encontrar los caballos, ¿estás perdido?

Y se les llevaron los caballos, un trípode de la caldera, las cosas ... alfombras, mantas, bolsos, pantalones ... - En un momento, ¡no es tuyo!

-         Vuestra excelencia, señor.

-  Oh, Señor, ¡sálvanos!

    - Perdónanos no tenemos ninguna culpa ...sólo      pudieron pronunciar.    

En la casa de Mamirbai apenas llevaron el té recién hecho y acabaron de pronunciar la alabanza a Alá, uno de los empleados de Mamirbai entró en la habitación:

- ¡Han atropellado!

- ¿Quién, quién?

-  Los grises-grises ...

-  ¿Quiénes son?

-  ¡Completamente rusos!

Todo lo que pudo decir Mamirbai:

-  ¡Quita, oculta, huid, esconde!

El mantel quedó no recogido, la vajilla se resbaló, las cosas estuvieron dejadas en desorden. El mismo Mamirbai se lanzó con estrépito hacia la puerta, y luego en lo profundo de la casa...  un momento - y no se veía su esposa ni su hija, ni el mal mensajero. Por fin, se decidió a huir, abrió de par en par la puerta principal, pero tres armas de fuego dieron contra su pecho. Bai se tambaleó y se asentó inmediatamente.

Golpeados con culatas, mandados con cuchillos, los hombres de aúl resollando de ahogo, le empujaron a su bienhechor, el aksakal Mamirbai, en el frío cobertizo de la carne y colgaron el candado de hierro fundido. Recordando a Dios y arrastrando los pies ­ desde la esquina de aquel edificio, baibishe saltó e inmediatamente se chocó con los rusos.

- ¿De dónde eres?

-  He aquí ... aquí – empezó ...

- ¡Qué anda! - "¡he aquí!" – y le dieron con el látigo, hasta brilló en sus ojos. El turbante blanco se deslizó a la cara, y la boca – de la cara.

-  ¡Lleva tu hija! Dicho esto: lleva!

-   ¿Cuya hija, benefactor?

-   ¡Tu hija, la tuya!

-    Oh, ¡no tengo ninguna hija!

-     ¡Tienes una hija! ¡La llevarás!

El ruso fustigó de nuevo. La mujer se quejó, lloriqueó:

-    No, no tengo ninguna hija – mentía como podía.

-    Yo mismo la encontraré – el ruso lanzó y corrió a buscarla.

Tres rusos tomaron las luces y comenzaron a cachear toda la casa, echaron una ojeada a las balas con las cosas que se encontraban detrás de la estufa, aplastaron los secos pegotones de vaca destinados para el fuego, - no había rincón ni convulsión olvidada, y si no se veía el interior, un pinchazo agudo con el eje. Todo en vano, sin la muchacha.

En cuanto baibishe oyó tomando té sobre los rusos, inmediatamente la agarró a su hija - y se fue por la baja puerta trasera, arrastrando a Akbilek, corrió en silencio, agazapando, a lo más lejos de la casa, de ida y vuelta, finalmente la apretó en un agujero en la tierra: "¡No te atrevas a mover!" - y ella misma se volvió. Y chocó con los tres vestidos de uniformes grises que no habían encontrado todavía a la muchacha. Los rusos enojados, pero con la misma tenacidad apretaron a la madre dándole veinticinco golpes con un látigo. Ella  tenía miedo: ¿si su grito llega hasta Akbilek, y su alma de muchacha joven surgirá de pánico fuera del cuerpo delicado? Se apretó los dientes, permitiéndose sólo su regañadientes. ¿Y cómo podía ser de otra manera, cómo podía darles a los malos su traviesa para que se la burlaran de ella, que ha sido guardada del vientecillo frígido y del calor del sol?

La noche espantosa del aúl sin preocupaciones se llenó del ladrado rabioso de perros. El gritar humano discordado, no oído antes, se espació. Toda la gente estaba en el pueblo, y, ¡vaya! sólo tres hombres - lobos con rifles arrancaron  repentinamente de él todo el espíritu.

En las afueras de la aldea llena de miedo, un jinete con el rostro malo, pero los pensamientos oscuros correteaba aguzando el oído y llevando a dos otros caballos tras de sí. Cuando un ­ aullido se levantó encima del aúl, él poco a poco se dirigió más a la oscuridad. El animal resopló ruidosamente debajo de él, se inquietó. El jinete tiró las bridas, sacó lentamente un pie del estribo y saltó suavemente a la hierba. Al unir fuertemente las riendas de tres caballos, se agachó, se formó como un lobo, y se adelantó. Cinco o seis pasos cautelosos, y sus oídos captaron un sonido confuso, muy parecido al susurro de una planta, el sonido que había penetrado a través del ladrado  un descanso a través del ladrido horrible sin cesar. Un paso más – y su pie se mantuvo flotando sobre el agujero donde algo se movió un poco.

-   Tío... - murmuró la voz.

-   ¿Eres tú, Akbilek? - Como si supiera a ciencia cierta.

-    Soy yo, sálvame, señor - y comenzó a arrastrarse fuera de la cueva.

-  Te salvaré. Fuera. Mientras tanto, que estés acostada aquí, - dijo el kazajo y desapareció nervioso.

Pues, Akbilek se quedó con los brazos extendidos. Y aquel hombre se paró en un lugar cercano, probablemente saltó en la silla, probablemente se apresuraba. Fue verosímil que hubiera decidido regresar a ella montado a su caballo, y ella estuvo salvada de muerte entonces. ¡Dios mío! Suplicó, pero el ruido de los cascos no se acercaba, sino empezó a alejarse. Los brazos estaban extendidos todavía, como si esperaran que un ángel de la ratificación del Salvador les ayudara, pero el ruido se hacía más y más lejano ... se alejó.

Las manos se quebrantaron, las rodillas se deslizaron hacia abajo, parecía que caía en el calabozo subterráneo sin fondo.

El ladrido desesperado de la aldea se calmó, el latido de los perros reemplazó el gruñir enojado de los perros, pero de vez en cuando una perrita aullaba un poco. Y de repente, se oyó como si alguien silbó. El ladrar alejado de perros volvió a acercarse, ¡ya arrancan, rr-rr! .. La muerte con un gruñido está a punto de saltar sobre la pobre. Y de nuevo, el trote de caballos se oyó en el pueblo. En un lugar cercano iniciaron a hablar a media voz. El corazón de Akbilek empezó a latir frenéticamente - ¿Qué podía ocurrir más cuando­ un casco apareció encima de él? - ¡Taca! Para ocultar el ruido en el pecho, ella cubrió su corazón con las manos. Ni las piedras, ni el hierro - la muerte ralló, golpeó en las sienes. Y como sus precursores, tres rostros fríos se pendieron sobre ella. La madriguera se había profundizado como una tumba. Ella vencía contra las paredes de la tierra fría, como un pájaro en una jaula. Se volvió completamente loca:

- Mamita, ¡eh!

Su voz corrió hacia las montañas y se partió con un golpe contra las rocas. No importaba cómo le apretaba la boca los dedos forjados despiadados, su desesperada llamada se salvó con ella para un momento, y de nuevo se disparó. El pío del pajarillo llegó a los oídos de su madre y se los clavó. Perdida en la oscuridad y el dolor, la madre se precipitó como una lechuza a un chillido de su pajarillo. Llegó corriendo. Sólo Dios sabe cómo pudo arrancar a su querida de las manos de dos soldados y  cubrirla consigo. Y así, de una o otra manera los rusos la arrastraban de su hija. Finalmente la golpeaban con las colillas, y ella los aferró al dejar a su hija. Le tumbó al uno, al otro y empezó a  golpearlos. Y el tercer retiró. La liberada Akbilek corrió hacia su madre, pero al ver de que aquella estaba ocupada, volvió a precipitar a su agujero. Su madre se echó tras ella. Entonces el militar que se quedaba aparte, le disparó justo debajo del omóplato de la mujer.  

-  ¡Alláh! - gritó y cayó.

El trío ruso la lanzó a Akbilek a través del caballo y desapareció.

La cría la llamó a gritos apasionados a su madre, la tierra
y el cielo tumbaron, los cascos y detrás de ellos las montañas retumbaron, los perros volvieron a ladrar.

-  ¿Dónde, cómo? - y la persecución sin parar.

La tierra y el cielo ya estaban dando alaridos, las piedras rechinando. Al darse cuenta de los perseguidores, los dos de Rusia interrumpieron su corrida y comenzaron a disparar de puntería. Uno de los perseguidores se rompió, agarró la crin del caballo, deslizando desgraciadamente del asiento. Los que galopaban detrás de él, engallaron en confusión a sus caballos y empezaron a bajar de ellos.

¿Quién era aquel tipo a un caballo abigarrado? ¿Quiénes eran aquellos rusos que habían secuestrado a la muchacha? ¿Y cuál era el nombre de la persona que recibió un disparo de ellos en su intento de liberar a la chica? ¿Decimos todos los nombres? ¿O les haremos responsables?

Vamos a votar. ¿Quién vota por lo que informemos lo todo nosotros mismos? Levanten las manos. Uno, dos ... No, levanten las manos los que quieren oír las voces de los héroes... Cuatro, cinco...  Conmigo está la mayoría. Por lo tanto, que respondan personalmente.

El primero en hablar será el joven que ha cogido la bala.

Soy moreno, de media estatura, nariz abombada, como la de un carnero, pero el bigote es como el de un zorro. Tengo unos veintisiete años. Me llamo Bekbolat. En mi cabeza  llevo el gorro invernal de caracul, adornado con terciopelo. Sobre mis hombros está la chaqueta del corte ruso, el caftán gris ajustado por el cinturón de  tafilete y plata, en los pies llevo las botas de haber andado. Estoy vestido de la chaqueta de cuero,  en mi cinturón llevo un cuchillo afilado con el mango de hueso difícil de manejar y la correa de la tapa del tambor - no se puede decir que soy ajeno del arte.

Soy un chico de una familia rica. Sin embargo, según los criterios actuales soy de una familia acomodada. Tenían quinientas ovejas, doscientos caballos, hasta sesenta cabezas de las vacas, el número de camellos alcanzaba hacia veinte. Ahora no se ha quedado de los rebaños y manadas anteriores casi nada.

Durante muchos años nuestro padre era la cabeza del pueblo, encabezaba el aúl, y juzgaba en los alrededores. Por lo tanto, se puede presentarle así: el poder. Mi hermano mayor, después de casar se separó, al recibir su parte de la herencia. Mi hermano está estudiando en Semipalátinsk. Después de la muerte de mi madre por tuberculosis en el año del Caballo, mi padre se casó con una blanquecina (su nariz parece a un baursak), la chica pobre que estaba quedándose para vestir santos, al haber pagado otros quince ganado además del rescate fijo. Desde entonces ella está dependiendo de él.

Ademas de pagar el impuesto fijado a una mezquita y cumplir estrictamente todas las normas en el mes sagrado Ramadán, el padre también mantuvo un jodzha bien nutrido con el bigote hacia arriba. Jodzha parecía que nos enseñaba, de ­ niños. Siete años le entregamos los almas nuestros: en verano en una yurta instalada separadamente, en invierno en la sala de estar en casa. Por mucho que luchaba, blasfemaba probando el palo de maestro, a pesar de todo me enseñaron a leer y escribir. Sólo después de que el padre le había despachado a jodzha por sus diversiones con la vecina, suspiramos de alivio. Y allá vamos – desde quince años de edad, después de haber oído las anécdotas hilarantes de los chicos con experiencia, yo mismo no daba paso a ninguna joven: me colaba detrás de ellas por la noche, forzaba las puertas, me abría paso, subía, arrancaba... Fundé la compañía con excelentes dziguites vivos, nunca fue satisfecho con los juegos ni sorteos, aprendí a cantar y tocar la domra, disparar del fusil, cazar con los galgos y ágiles reales. Alimenté, curé, domé y perdí tantas aves que yo mismo aprendí a hablar el lenguaje de las aves. ¡Milagros, que más da! Debajo de mi silla tengo un caballo de carreras infatigable, en la mano - un azor rapaz. Me visto de moda, doy vueltas a todos los lugares, arrancando patos y gansos, y por las noches oscuras las guardo a las mujeres hermosas, pero ¿cuál de ellas resistirá delante de mí!

Pero el padre está ocupado con sus preocupaciones, les juzga y reconcilia a todos los jueces, castigando a los ladrones, desentrañando las disputas, justificando a los inocentes, reuniendo a los leguleyos cara a cara. Constantemente está en movimiento, pero si se encuentra en casa, está sentado secreteando con los solicitantes y castigando a los enjuiciables. Por supuesto, no se puede de otra manera, la gente malcriará por completo. Pero, a diferencia de mi hermano mayor, yo no me metía en aquellos asuntos. No soy aficionado a charlar, tengo mis propios intereses. Pero ya hace mucho ellos también me despreocuparon a mí: y aquí dice, nació así, a veces me miran de reojo, a veces me alaban cuando vuelvo de la caza con un muerto animal de piel fina, ¡que más da! Porque me dan lo mismo todas estas disputas patrimoniales y el honor de parto. Claro, si una lucha con los extraños se espera es necesario volverle a una mujer escapada de su marido, yo estaré con todos.  

Mi padre quería casarme con una chica negra poniéndose flaca, pero me recuperé y empecé a hablar de la hija de Mamirbai Akbilek, de la cual ya fue completamente informado. Por supuesto, nadie me estaba esperando con los brazos abiertos como al novio. Y, sobre todo en calidad de invitado no me querían saludar, tal vez creyendo que  ansiaba más el dote. Pero después, pienso que el padre de la única hija – a quién gusté también – decidió no estropear su destino a su propia manera y le envió a una persona con las palabras: que decida ella. Y yo enseguida me apresuré a ella.

Varias veces tuvimos que desviar y correr a llegar primero con las liebres rojas que aparecían de los cantos rodados, para que no dejarles cruzar nuestro camino. De otro modo, llegaríamos a tiempo.

Al acercarnos al aúl oímos a los perros verdaderamente rabiosos. Nos paramos. De repente se oyó un grito lastimero de Akbilek: "¡Mamita!" – Después – un disparo, alguien quitó, se llevaron, entonces yo no pude soportarlo. Pensé: ¡Ah, dejaré la cabeza pero no les dejaré que se vayan así! Les perseguí. Empecé a perseguirles a dos jinetes, cuando una bala desgarró el hombro derecho. Los ojos se oscurecieron, todo comenzó a girar a mi alrededor.  ¿Qué pasó conmigo después? - No lo sé. Sí, mi amigo, ¡quién podía esperarlo! Milagros, ¡qué más da! Me rodearon. Se veía que se asustaron. De otro modo, me alcanzarían. Es una lástima que si estés enmarcado, resultarías enviado a la tumba-aa-aa! Mis parientes y amigos, ¿cuál es mi culpa? ¿He perdido Akbilek? Si se remueven vuestras almas de piedad del tamaño de una mosca, ¿por qué estáis plantados?

Tal vez los kazajos tienen derecho a acusarnos en robo y secuestro de la chica, y en la muerte de un hombre. Hay que reconocer que tienen todas las razones para pensar que somos bandidos. ¿Cómo pueden ellos, aislados por las montañas y sin idea alguna de lo que pasa en este mundo, que viven como las bestias salvajes, entender nuestras metas y comprendernos?

Perdón, señores, pero ¿si se encontrará una persona que prefiere su exilio desde las tierras nativas, separación de los parientes y las personas cercanas? ¿Quién no amaría una vida con sentido tranquilo y tolerante, llena de alto sentido? ¿A quién no se le ocurriría un encuentro imprevisto con una mujer guapa en un jardín oscuro, los abrazos tiernos y un susurro apasionado en el oído? Cada uno es libre de vivir como le gusta, ¿por qué la vida se va de otro modo? ¿Cuál es la justicia de la suerte que da una felicidad a uno y un desastre a otro? Todo está predeterminado. Y a una persona sólo le queda confiarse a la suerte. El Universo nos impone su elección inevitable: la libertad es ajena para él.

Si no fuera por destino universal, ¿acaso nos habríamos estado entre los kazajos en las garras de la montaña entre China y el Altai? Yo soy el hijo menor del patrón de la provincia de Tambov. Mi abuelo sirviendo a Su Majestad Imperial Alejandro II durante la campaña de los turcos encabezaba el ejército, y su camino inverso estaba cubierto de gloria. Mi padre luchaba también. Llegando a un alto ­rango en su vejez volvió a la hacienda nativa, sembraba pan, manejar ricamente. Extensión de campos cuidados, jardín a la sombra, una hacienda de piedra, establos con los caballos de carrera, perreras con perros ... ¡Fue lo todo!

Uno de mis hermanos graduó de la Facultad de Derecho de la ­ Universidad, y luego ingresó conmigo en la Academia Militar. De los cuatro hermanos, - yo tengo la apariencia menos desagradable, pero en el frente alemán, fui anotado y promovido el primero.  Sin duda alguna, nosotros fuimos a la guerra para defenderle al zar, nuestra patria y a nuestro pueblo. Y si no estuviéramos para la protección de las fronteras nativas, si no tuviéramos el poder militar de los rusos, ¿podrían vivir en buena salud y el bienestar los kazajos oscuros? Sí, deben estar agradecidos a nosotros tan sólo sea por el hecho de que se han escondido debajo de la poderosa mano en las fronteras rusas. ¿Y qué provecho tenía de ellos el estado? ¿Sólo pagaban cuatro rublos de impuestos de una explotación y suministraban los productos a los depósitos?  Toman kumís, apaciguando sus vientres, pero mirando a las mujeres y frotando sus muslos. En cuanto han empezado a llamarles para las obras e retaguardia, se resistieron inmediatamente, se aterrorizaron. Los kazajos tienen miedo al servicio militar hasta la muerte. Dicen que durante la toma de la nacionalidad rusa, la imperadora Ekaterina les prometió, jurando de una plumada en el contrato, que no les enrolaran al ejército. En efecto, la renuencia cobarde de los kazajos a servir en el ejército no planteaba objeciones específicas. ¿Quién pudiera apostar que las armas en sus manos no se volvería contra nosotros si de repente les pareciéramos enemigos? En tal caso, la integridad del Imperio Ruso podría ponerse en peligro.  Es completamente posible que con el arma en la mano, con todas sus tierras y ganado puedan rebelarse y estar bajo la autoridad de otro Estado.  No se puede pensar en serio que son capaces de vivir independientemente. Entonces, tienen que someterse a nosotros, los rusos. No existe ninguna otra nación en el mundo que sea capaz de ocuparse de ellos mejor que nosotros.

Tal vez estén ofendidos con nosotros por las tierras.  La tierra pertenece al tesoro público. Naturalmente, si había la escasez de las tierras de cultivo, tuvimos que darles a los agricultores aquella tierra que consideraban la suya. La tienen en abundancia. Todos los kazajos piensan que, como antes, tienen derecho para hacer una vida nómada por toda la estepa, a su gusto. Pero además de ellos, en el mundo hay otras naciones; es que también necesitan alimentarse de alguna manera. Por lo tanto, no te enojes si los ­excedentes de las tierras han sido transferidos a los otros. También debes sembrar y cosechar, construir ciudades y vivir en ellos. Entonces nadie vivirá apretado en esta tierra. Pero los kazajos ­ no desean comprenderlo.

Los kazajos se consideran humillados y nos culpan a nosotros. Y ¿cómo nos saldrían sus quejas, si de pronto estuvieran armados  y las unidades militares de los kazajos se encontraran entre las ciudades y aldeas rusas? ¿Acaso no robaran y violaran ellos mismos? Sin embargo, algo semejante ha sucedido ya. Ayer mismo, en Semiréchiye, cuando los colonos se han quedado con las parcelas cortada, los kazajos se movilizaron en un ejército entero. ¿Acaso no les despedazaban a los hombres inocentes con las láminas? ¿Les quitaban lo adquirido, pisoteaban a las mujeres? Recordemos el yugo zumbón tártaro de trescientos años. Los kazajos también participaban en él. ¿Acaso no es hechura suya también la brutalidad que reinaba en aquellos años? A los embajadores rusos, llegados a  Horda, les apretaron con un tablero de madera y festejaron en él.  Así que, queridos míos, vuestros pasatiempos están conocidos también.  No sea que tengáis suerte, es dudoso que nos mostréis vuestra compasión.

Sin embargo, no preocupábamos mucho de los kazajos. Nadie suponía que estaríamos aquí.  Es que el imperio, después de derribar, se partió en dos partes, el rey fue destronado, el poder fue usurpado por los burros de cargo proletario, soldadesca y bolcheviques malditos. Y nosotros, los mejores hijos de Rusia, sublevados contra la dictadura y retirándonos en las batallas mortales, estuvimos en el borde de la tierra. Los que habían huido a toda prisa, se escondieron en China. Y nosotros, unos setenta oficiales del ejército y la marina, los residuos de todas las partes del retroceso, nos enganchamos en las piedras de Altai y segimos resistir a los rojos como podemos. Ellos intentaron matarnos con hambre, acabar con heladas, cuando no hay medicinas ni cartuchos. De lo contrario, no podrán acabar con nosotros cuando hay todavía una entrada, pero no existe salida. ¿De veras esperan que nos gusta seguir sin hacer nada, y morir humildemente en las montañas? Ellos mismos nos obligan a atacar a los kazajos y tomar el ganado bajo el cuchillo, robar para el cuerpo las esteras, mantas, y hasta los utensilios no están de sobra para los que están vivos todavía . 

No hace falta decir que en una apertura de las montañas, desierta y melancólica, un hombre normal crecerá estúpido hasta sin las cosas conocidas? Concupiscencia ... No es una pasión exaltada, pero, lo confieso, que somos jóvenes, la sangre en las venas no ha enfriado todavía. ¡Que la lleve el diablo!, Simplemente estás cansado de permanecer en una larga malicia y la voluntad de cortarle uno a otro la garganta con las dientes. Y sabemos amar, pero no imaginamos nuestra vida sin mujeres. ¡No somos los últimos chavales en la aldea! Y ¿quién tiene las mujeres? Los kazajos. Ellas también son personas. Los ojos negros de las kazajas con su magia no conceden  a los ojos europeos. Si, por supuesto, no les esperan coqueteando con el encanto parisiense.

La hostilidad de los kazajos se explica sólo por la ignorancia  que es típica a ellos, ¡oh, qué desastre – no les gustamos a sus mujeres! Pero no queremos que nos amen, necesitamos a las chicas. Y nuestros corazones pertenecen a las majas rusas, ¿no? El rezago genera alienación, las personas ilustradas no se esconden de las otras gentes. ¿Se casarían los kazajos con la educación europea sin enamorarse?  

Si matábamos a los kazajos, lo pasaba en el fragor de la batalla, en la oposición loca ... Sin embargo, todo es igual: matar a una persona o a un pollo – una o dos contracciones, y ya está.  Quién sabe por qué es así: se acomodaron viviendo en la oscuridad de las muertes, o se murieron dentro de sí mismos...  En principio, ¿qué es una vida y qué es la muerte? El hombre nace para morir. ¿Cuál es  la diferencia: ahora o mañana? No tienes tiempo para parpadear como pasa volando toda la vida. Por eso toma lo todo de la vida, toda su dulzura y alegría de sus momento. Después no pasará nada. Y a continuación – el invierno de la oreja del lobo rojo da miedo con la lámina..

Los rojos están alrededor. Mañana será el hambre, el frío, la muerte en la batalla. Y la muerte es inevitable, en cualquier forma que pueda surgir. En cualquier momento estamos pasando por encima de la línea de la vida terrena, por fin perdemos nuestra última esperanza a  ver a nuestros familiares y queridos, la casa paternal. Y luego, ¿quién se atreva a condenarnos por lo que, agonizando, matábamos y raptábamos a las mujeres?  Mientras tanto, todavía estamos vivos. La vida  es la supervivencia de cada día. Y sobrevivimos. Los kazajos nos acusan sin conocernos a nosotros, sin saber nuestras metas e ideales. Que sea así. Es peor a todos.

 

Soy de altura baja, con la nariz apenas sobresaliente, un joven desorejado, de ojos reventones, con el pelo resaltado encima de la frente baja. Tengo unos treinta y cinco años. Mi padre se llama Toybazar, y me llamo Mukash, y yo no tenía suerte en la silla, y en la jira. Pastaba cabras para un codicioso, sucio y desagradable propietario. La gente de allí, en los pastos de verano, se disfrutan de kumís, están jactándose de su lado, con vagancia y borrachos, pero yo, vestido de los pantalones rasgados,  sigo persiguiendo las cabras tercas desde la cabaña por los senderos de montaña. Los chicos sólo empiezan a divertirse en un columpio, comenzar juegos bajo de la luz de luna con canciones y rimas chulo, sí, pero yo ya estoy  empujado por la espalda hacia un lecho desgarrado cerca de la yurta de bai: ¨Acuéstate, tienes que levantarte temprano¨. Al pegarme las sábanas, un empujón nuevo: "Ya es la hora! Lleva las cabras!"- y conseguirán despertarme con una patada. ¡Que voy a hacer! Frotándome los ojos y frunciendo el ceño llevo las criaturas con cuernos, tuve tiempo sólo para tragar una taza de la leche ácida. Hasta el solazo persigues las cabras, lanzas piedras en su persecución y gritas hasta enriquecer.

Hasta edad de quince años, pastaba las ovejas de Shamanbai, ¡Que tonto! Digo que me canso de caminar hasta la muerte, no, no me ha permitido pastar a un caballo, por temor a que envenene la hierba para las ovejas. Dicen, que les conviene su propia hierba especial, y la otra no sirve para nada. Y con el toro pasa una confusión total: lo desenganchas por la noche- cornea como una vaca loca, retuerce el hocico, y por la mañana no puedes poner el asiento a este ganado maloliente y revoltoso. No es equitación, sino una desgracia. 

Una noche no pude resistir, bueno, no tuve ni gota de sueño, porque los chicos se entretenían allí, y también corrí a jugar. “Sea lo que sea”- pensé. Entonces Dios me lo da. Comenzamos un escondite, y yo era el Perro con la oreja negra, y un chico era el Lobo. Él arrastró, como se esperaba, y escondió lejos la chica Aisha. Corrí soltando en busca de ella, miré y vi a su alrededor a un gran hombre como si "con la oreja negra". Maldita sea, estuve enojado: es que yo tenía que estar en su lugar. Al día siguiente todavía estuve pensando en ello, cuando al llevar las ovejas hacia el manantial y enredar las piernas del toro, empecé a arrellanarme en el cauce seco a mediodía. Apoyé la espalda contra la cuesta empinada, los ojos se me cerraban. De repente, algo quemó mi cara. Podía volverme loco. Me asusté.  Me levanté de un salto y corrí a no se sabía dónde, como un loco. Miré a mi alrededor, y le ví a Shamanbai detrás de mí galopando, a caballo gris, blandiendo un látigo,. Dondequiera me metía, como una mosca, no había salvación, no se podía ocultar, me volví hacia él: ¡golpee! Toda mi culpa fue que me adormecí; todas las ovejas fueron intactas.

Pensé en la venganza, pero sigo andando sin hablar. Hubo allí un pastor ofendido por su bai. Allí estuvimos de acuerdo y acuchillamos a dos capones de Shamanbai y un par de ovejuelas del amo de aquel chico. Hundimos la carne  en un manantial frío y lo comíamos durante un mes entero. Nos ahogábamos – el agua lava con el tiempo el justo sabor de la carne, pero devoramos toda la carne. Por supuesto, nuestro robo salió a la luz. Delató de nosotros un pastor semejante. Calvo como una cebolla, intentando servirse como un perro, para ganar el favor de su amo. Por supuesto, Shamanbai descontó de mi salario dos veces más que perdió.

Después yo era un pastor para otro hombre rico, y fue aquel tiempo cuando empecé a avisparme. Actuaba solo ya: yo solo estaba alcanzando a los rezagados de la manada de caballos, desbravaba caballos sin la ayuda de otros pastores. Por la noche andaba conmigo mismo. Tempestades no eran obstáculos para mí y mi manada. Cualquier peligro lo hace hombre a un hombre. Simplemente esté de pie firmemente contra el frío húmedo , cascos de garañones salvajes, bandas de ladrones y lobos durante noches negras sin final. El roto por el viento, dominará el viento. Cualquiera distancia, cualquier peligro es sólo un pasatiempo para mí. Entre los caballos me hice como había deseado. Reviva la pasión: si pastaba los caballos, ha salvado la disposición alegre.

En aquel tiempo y las mujeres me empezaron a notar. Mi nombre empezó a significar algo, bien que juzga por la ropa: arreglada, como debe ser. Empecé a darle comer a las mujeres, de las personas más pobres – me harté de jugar con ellas. A veces, le llevaba a una un caballo entero para carne, decía que fue la pérdida por los lobos.  La manada de bai me permitió acoplar un rescate, y me casé. Me acomodé a  requemar también la marca en los caballos de otras personas y logré demasiado. Al convertirme en un hombre de familia, empecé  a mantener el ayuno durante el correspondiente mes de Ramadán.

Sobrealimentados con los caballos, empecé a aburrirme algo, una rienda corta no es para mí, y pensé: pase lo que pase. Y me contraté para un barco. Vi todas las ciudades a lo largo del río Irtish Uskemen, Zaysán, Semey. Aprendí a hablar un poquito ruso. Chateaba ahora con tanta facilidad entre los rusos y me hice parecer alguien importante, con el pecho hacia adelante. Todo lo que hacía, parecía adecuado.  Encontraba lengua para hablar con los rusos y kazajos necesarios. Aprendí todo lo que podían ellos – mentir bien, mantener el rumor, esconder  para sí lo que no estaba en su lugar, y hacerlo en un vuelo. Llegué a ser tan bueno como cualquiera de ellos, porque había visto y comprendido muchas cosas. Lo que se tocaba a palabrotas, me hice maestro y podría frenar en ruso: "¡Kakoy short! ¡Kak zhe! ¡!Nezholi, ne imeyesh prava!" ("¡Qué diablo! ¡Sin duda! ¡!Cómo, no tienes derecho!") Ahora no estaré perdido en ninguna parte... Si alguna riña o pelea empezara, no sería yo quién saldría golpeado.   Cuando iba en el barco, subía diez pudes[6] en una apuesta. Ahora no tengo iguales entre mi paisanos. ¿Para qué son ellos para mí? No he progresado sólo en una cosa: no he apoderado el arte de leer y escribir. Pero no soy el único. ¡Oh! Si supiera escribir y leer, haría pasar atrás el agua del río Kurshim, o arreglaría algo más...

Y cuando volví en la silla de plata a mis familiares, empezé a interesarme de la política. Decidí solicitar un puesto, pero la guerra comenzó, y luego el golpe de estado. Los blancos huían, los rojos atacaron y entraron en todas las ciudades. Como yo había oído, los bolcheviques eran por los pobres, y a los que se enrolaran en las filas de bolcheviques, les designarían los jefes de las aldeas, incluso el vólost[7], les darían rifles, "entiendes", te dan un rifle, el ganado de bai y las mejores esposas de los baies – y a los ricos les quitan la tierra, la dan a los pobres. Pues, perdí el sueño y cualquiera alegría. Estaba andando y pensando: ¿Si me enrolara en bolcheviques y pusiera un rifle en la mano?.. No sería yo mismo, si no cumpliría mi plan. Un kazajo bautizaba así: "Short ti briy, vot ya i kirishonniy". Entonces decidí: pues, lo que debe pasar, pasará. Después captaré la onda. Me fui y inscribí en la célula. Me colgué el rifle de cinco cargas en el hombro. 

Llegué al aúl con el aire de amenaza: en sequida apresuraron de acuchillar un carnero para mí. De aquel modo empecé mi servicio, de vez en cuando disparando del rifle en el aire para asustar. Como debía ser, confisqué los armas quedados por los blancos, efectué los registros en las casas de las personas sospechosas, quité los alimentos según la directiva (así llamada sistema de contingentación). Y hice lo otro, todo lo que podría beneficiar al gobierno. La gente, sin embargo, empezó a alejarse de mí estremeciéndose, me apodaron "bautizado". Mis parientes fueron los primeros quién me miraba de reojo y enseñaba los dientes. Claro que me miraban con envidia. ¡Inventaron tantas tonterías, dijeron tales sandeces! No hay remedio. Como suele decir, cierra la boca a multitud,  comenzarán a chillar los que han estado aparte.  Particularmente celoso era un maestro local, el hijito del  burgués Mamirbai. Incansablemente quejaba a los instruidos de la ciudad que yo le había extorsionado un soborno, le había desplumado, amenazaba-encarcelaba. Justo antes de mi designación al puesto del jefe, aquel maestro recogió los papeles con las quejas a mí de los denunciantes, y los metió al Consejo. Decidieron que yo no era digno, y no me eligieron a los jefes de vólost. ¡Criatura de bai! ¡Si me sigo vivo, os devolveré lo todo por completo! Quitaron el rifle. 

Desde el principio, todo lo confiscado por aúles: alguna ropa, suministros, mantas, esteras, tazas-cucharas – transporté intuitivamente a los restos de los blancos, y me hice el suyo entre ellos. Ellos me pidieron que encontrara una chica guapa para ellos. Inmediatamente pensé en Akbilek, la hija de Mamirbai. Pensé en aquel regalo para su científico hermano mayor. Durante toda mi vida yo sufría de los baies, se burlaban de mí. Hasta ahora sigo soportando sus burlas de ellos. Entonces, ¿por qué debería compadecer a aquella familia de bai? Lograré lo mío, me calmaré, pero si no lo consigo -  sequiré andando como un mocoso inútil.

 

De la larga sacudida, lanzada a través de la silla Akbilek se quedó totalmente petrificada, y cuando le bajaban de su caballo cayó al suelo medio muerta.

Akbilek volvió en sí en un alojamiento maloliente y torcido, hecho de seis varas cubiertas con la estera – kosh[8] (fieltro), entre la ropa extraña rusa, ajena a ella. 

A su lado, presionándola con su mano extendida, que estaba acostado un hombre erizado con la nariz hinchada y pelo rojo enmarañado. Le apoderó a ella un frío de la cálida respiración que salió de su boca caída, como de los vapores de azufre infierno. No se dio cuenta que pasaba con ella y donde estaba. Su mirada se deslizaba sobre el fieltro pendido encima de ella. Y cuando la memoria le volvió los eventos de la noche, sus ojos se convirtieron en dos manantiales de lágrimas hirviendo.

El rayo inocente del amanecer se asomó con curiosidad a través del fieltro desgarrado, deslizando alegremente por el rostro de Akbilek, pero no se apresuró a secarle los chorros de lágrimas; la oscuridad que había aplastado el alma le hizo aburrido el lucito parpadeado, y la certeza de que el incidente se hizo particularmente evidente. No se podía salvar, pero la aspiración a salir de aquella mano roja no se desvaneció. Akbilek levantó cautelosamente la pata pesada, se la desvió y, dando pasos como un cachorro de camello en el terreno resbaladizo, con precaución, mirando a su alrededor, levantó el velo en hueco y se deslizó fuera.

La chabola de que salió se encontraba en el extremo del campamento compuesto de siete koshes, con fusiles apoyados en él y diversos cachivaches colgados. Sus ojos no fueron atraídos por cuatro majestuosos cumbres de las montañas que se hundían en la blancura lechosa, no fueron fascinados por el encaje de los bosques que subían a las montañas, no fueron atraídos por el águila real, volando a la altura de montaña, no fueron interesados  por las ramas del matorral intrincadamente dobladas, pero ella se quedó mirando a la arrugada jarra de cobre que estaba cerca del hogar, un trípode hollinado y un cucharón manchado. ¡Pobre cucharón! Yo, como tú, estoy profanada y ensalivada. Y las lágrimas volvieron a fluir de sus ojos.

Akbilek se deslizaba rápidamente al matorral cercano. De pronto  un guardia, vigilando el borde del campo militar, levantó su rifle y lo dirigió a ella, gritando: "¡Para!".

El grito fue tan inesperado y terrible para ella que se cayó, al sacudirse en convulsión. Ya que no podía escaparse. El ruso, acercándose detrás, la agarró y la arrastró volviendo al kosh. Akbilek capturaba el aire, como un pescado y gritaba a grito herido.. pero no había sonido. Cuando él la arrastró dentro del cubil de fieltro, dos hombres más que dormían allí levantaron sus cabezas, se estiraron, limpiando sus párpados, y luego comenzaron a hablar, riendo y mirando a Akbilek; enrollaron el tabaco formando pitillos. El ruso que la agarró resultó ser aquel pelirrojo quién la había apretado con su pata. Estrechando su cintura, se alargó con su boca a la de ella. Akbilek dio la vuelta, sin dejársela tocar a la boca maloliente. Los otros inmediatamente empezaron a burlar de su amigo pelirrojo. El ruso delgado y pálido, de bigote negro, que estaba durmiendo más lejos, se despertó por carcajadas y, sin levantarse, le echó una mirada a Akbilek. No puse a bromear y reír con los demás, sino pasó hacia el lavabo de lata,  y se lavó sacando el agua de su pezón y siguiéndose ensimismado.

 

 

Una persona, estando con el aire impenetrable en la compañía de reír, siempre parece misteriosa. El reír ajeno impone sobre él una sombra de tristeza.

El hombre de bigote negro le pareció a Akbilek justamente así - misterioso, aún marcado por la muerte. Las cosas incomprensibles siempre atraen a sí mismos. Quien sabe que llamó la atención de Akbilek, perdida en cautivo. Tal vez porque ella misma ansiaba la compasión; tal vez, por una suposición inocente que él era también un extraño allí. No se excluía el inicio femenino que se revelaba con gran agudeza en soledad. Pero fuera lo que fuera, algo sucedió.

Ya sea por la inevitabilidad de ver el suplico desesperado en los ojos de Akbilek, ya sea por otros motivos, el de Bigote Negro le retiró al pelirrojo, quien una vez mas intentaba adherirse al rostro de Akbilek.   Y la arrebató de sus manos. El pelirrojo no se opuso, pero, insatisfecho, sacudió la cabeza y dijo algo. Sin embargo, ya no continuó con besos a la chica. Los demás terminaron fumando sus pitillos en silencio total y salieron. El de Bigote Negro la miró calurosamente a Akbilek, tosió y luego empezó a hablar con el pelirrojo, pero con una sonrisa ya. Primero el pelirrojo, mirando de reojo, fruncía el ceño, insistió en lo suyo con una insistencia sombría, no le concedía, brillando con las pupilas malignas. Y luego comenzó a encogerse de hombros, se alargó, mirando directamente a los ojos del hombre del bigote negro, lanzando con malicia las palabras breves. Se situaron frente a frente, como dos perros, con el rugido: "Ars-ars!" Durante algún tiempo el de Bigote Negro  se echaba sobre el pelirrojo que decía groserías, luego frunció el ceño y se retiró del kosh. El pelirrojo permanecía de pie, y al decir palabrotas claras y apretar los puños, salió detrás de aquél. 

La gente se despertó también en otras chozas: el sonido del cristal roto sonaba en las voces incomprensibles. Algunos de ellos entraban para echar una mirada a Akbilek, le clavaban la vista: "¡Oh, kizimka ...!" - y desaparecían sonriendo. Akbilek ocultaba sus ojos de las miradas de la gente entrante, esperando con el dolor cuando le vuelvan a dejar en paz. No, no la dejaban, sino se agolparon de nuevo en el kosh. Muy pronto colgaron un cubo de agua sobre el fuego, prepararon té y comenzaron a tomarlo, sumergiendo el pan seco en los jarros de hierro. Al terminar con el té, comenzaron la conversación sin final.  Akbilek recordó las palabras de su padre: "Si les ofreces té a estos perros rusos, ellos podrán charlar sin cesar". El pelirrojo, como un típico aficionado a tomar té durante una dulce ceremonia de té, se hizo más amable, cubriéndose del sudor que fluía por las mejillas de los sienes. Un hombre que estaba a su lado pasó una taza de té a Akbilek - no la tomó. Y el de Bigote Negro se desapareció sin volver. 

Después de tomar té y fumar, los vecinos se fueron. El pelirrojo cogió un rifle en sus manos, retorció una cosa de metal y empezó a girarlo, frotar, colocar aquella cosa a su lugar.  Akbilek temía que iba a matarle. El alma volaba hacia su sincipucio como despidiéndose, un poquito más - y volará al cielo. Luego vinieron dos rusos vestidos de la ropa endurecida hasta el susurro de lata, traqueteo con los sables en vainas  colgados en los cinturones. Ellos se pusieron muy rigurosamente y le dijeron algo muy bruscamente al pelirrojo. El pelirrojo les contestó un par de palabras, y empezó a vestirse en silencio. Al arreglarse, él tiró la mano de Akbilek y la llevó del kosh. El corazón de Akbilek latía en la espera de lo peor. Los rusos se situaban en grupos, y discutían algo. Al verla a la niña llevada, se estiraron en una cadena hasta el matorral. 

"Esta es mi muerte - se horrorizó Akbilek. – Quien sabe si sería mejor si me dispararan todos a la vez. ¿O tienen otra costumbre? ¿Y si piensan hacer algo extraordinario? ¡Ay-ay! Si lo hacen de repente, qué se quedará de mí ... "

En la campa detrás de los matorrales los rusos hicieron ala. Los tres se alejaron. El pelirrojo se acerco arrastrando a Akbilek, la estrechó y la besó tres veces en los labios apretados. Luego acompañado por dos personas se fue a aquellos tres hombres. Los seis se pusieron de pie allí. Uno de ellos gritó a los que no habían ido tras ellos. Le respondieron brevemente. El pelirrojo y el de Bigote Negro se pusieron cerca cara a cara, después se dieron la vuelta y se apartaron, como si contando sus pasos, se dieron otra vuelta, y tratando de no hacer un contacto visual, quedaron inmóviles uno contra el otro. Los cuatro restantes se apartaron, y una voz sonó: "¡Uno, dos, tres!"El que hablaba bajó el brazo levantado, y resonaron dos disparos. Los rusos adelantaron. El de Bigote Negro corrió a toda prisa y la abrazó apresuradamente a Akbilek que estaba esperado el resultado. 

Unos cuantos soldados levantaron y llevaron al pelirrojo muerto. El de Bigote Negro apresuró a retirar a Akbilek al kosh, besándola y sin dejarla salir de su abrazo. Para ella, era claro que el duelo mortal tuvo lugar, sólo, ¿para qué se desavinieron antes? El de Bigote Negro la dejó para un momento y volvió con un hombre de ojos saltones, rizado y picado de viruelas. El de ojos saltones le habló en kazajo:

-  Hola, mi hermana pequeña, - y le tendió la mano. El idioma nativo causó una simpatía de Akbilek hacia él, tendió su mano en respuesta, pero luego la retiró, restaurando toda la intransigencia que podía en su vista. El de ojos saltones fue un intérprete y había sido invitado para hablar con ella.

- Este señor te ha enamorado. Es muy noble. No tiene miedo de nadie. Cuando te vio, no pudo aguantar aquí - y se llevó la mano al corazón para mayor claridad. - Al verte, le pido que te le dara. Pero fue rechazado. Él otro es también un noble, pero un nomble muy pequeño. Había una riña, se la emprendieron. Así que hubo un duelo – se dispararon. Antes no amabas a los rusos, es que eres la hija de los kazajos de la estepa. No tengas miedo. Nadie va a tocarte. Este señor no va a dejar que te hagan daño. Quiere hacerte su esposa. Otros nobles querían hacerte la esposa de todos, pero él estaba en contra y dijo que no lo harían. Si lo hicimos, nos convirtiéramos en animales. Sabe mucho, es un hombre razonable. Igual que tú, es un ser humano. Dios es único, el alma es igual. No le temáis, ámale. Este hombre te ama. Te cuidará. Te dará ropa y comida, no te hará trabajar. ¿Cómo pasa con las mujeres de Kazajstán? Sirvientas. El bai les golpea, les hace trabajar. Una mujer está sucia, mala. Y nuestra legislación rusa es buena: no las golpeamos - y apretó el puño delante de ella. – Las tenemos aquí, las llevamos al teatro. Les permitimos pasear – el de ojos saltones trataba de persuadirla a Akbilek, diciendo tontería cualquiera.

A veces el de Bigote Negro le dictaba algo. Akbilek se apretó toda bajo su habitual chapan[9] superior de seda, a rayas verdes,  escondió los pies y las manos debajo de las faldas, sólo de vez en cuando levantaba los ojos llenos de lágrimas grandes al hombre de bigote negro y escuchaba obedientemente .

Un intérprete de ruso charlaba y charlaba. Todo lo que había dicho, no cabía nada en la mente de la chica. Dice: un gran señor. ¿Y qué  quiere decir que es un noble señor? ¿Si soñaba ella con un noble ruso? La alimentará y  vestirá. ¡Qué cosa nunca vista! ¿Si entraría como una sirvienta en la casa de Bekbolat que le pedía la mano?   El de Bigote Negro arriesgó su vida por ella. Sin embargo, ¿y qué? Akbilek sabía que era hermosa.

Se acordó de su madre, y las lágrimas volvieron a correr de sus ojos...  Su madre pereció para que...  Hasta no podía pensar en aquello... ¿En qué marido podía pensar ella, descubierta, deshonrada, que acabó de perder a su madre para siempre? .. ¿Podría ser la novia de quien mató a su madre, la robó a ella, saqueó su pueblo natal? .. ¿Dónde está su padre? .. ¿Dónde está ella misma? .. ¿Qué piensan de ella ahora? .. Así que ¿por qué no has muerto todavía?.. ¿Qué más debes sufrir?..  Sería mejor si el tiro para la madre fuera el suyo...  El día de ayer no existe, y mañana... lo que será... no se sabe... Y con todo esto, estoy viva y todavía hermosa... No fue yo quién ... No es mi culpa en esto ... ¿Quién puede reprocharla? Todo el mundo pierde y se encuentra perdido. Sin culpa.

Los pensamientos giraban una tras otra en la cabeza zumbando de Akbilek. La inclinó, mirando a la mancha de aceite en la punta de su bata. Y de repente el de Bigote Negro, sentándose sin ruido a su lado, tocó inesperadamente las manos de Akbilek con su palma caliente. Akbilek apretó los labios con enfado como si quería pronunciar: "¿Cómo te atreves!" -pero sólo se hundía en el abismo de angustia. El de Bigote Negro con un movimiento de barbilla le ordenó al intérprete que les dejara, y levantó suavemente  la mano de Akbilek  a su boca.  Akbilek no se apartó...  No había fuerza, sólo temor.

 

Después de un ataque ruidoso nocturno al aúl en las manos de Mukash habían dos caballos, y en su cabeza tuvo un pensamiento: cómo ocultar, cómo evitar los disgustos excesivos. Al dejar lo extraído en el campo de los blancos y después de oír de ellos: ¨Mukashka, bien hecho!" – él, volviendo a casa, no podía liberarse de cualquier basura que  se metía en su cabeza.

Sí, bien y hábilmente le vengó al hijo de Mamirbai, rindiendo su hermana a los rusos para diversión. Pero cuando la buscaba, aquellos perros mataron a su madre. Es demasiado, pero ¿quién sabía que iba a suceder aquello? Murió, al parecer, uno de la persecución. Estos héroes no volverán a casitas si no inunden lo todo aquí con la sangre. Quién sabe, ¨si aquel quién se topó con una bala en la noche, es uno de sus hermanos? ¿O no conocerán? Tal vez, ¿no les importo a todos ellos? Espera, sí, he perdido la chaveta, ¡Qué demonio! Me marea la cabeza... Pero¿cómo puedo ahora, a continuación, organizarlo todo bien? No va a funcionar; si lo abren, me arrancarán la cabeza. Pero yo no soy enemigo para los míos, no soy un criado de una serpiente. No he hecho nada increíble...

Bueno. Lo hecho, hecho está, no puedes remediar la situación...
Y no vale discutirlo ...
Y si pensamos que los ricos no lo merecen... Acaso, ¿no roban a la gente? ¿Por qué
se hace rico un bai? Todo se obtiene por medio del trabajo de los azacanes. Quisiera verlos si los pastores no pastaran su ganado, los cortadores no les llevaran heno, los sirvientes no alimentaran sus hornos, y los trabajadores no excavaran los
pozos. El poder soviético no cayó tan fácilmente a sus cabezas. ¡Merecido! Quién sabe, tal vez yo estaba llevado contra ellos según algún plan de Dios ...

Y entonces, por el hambre los blancos están listos para devorar a los demás. Y atacarían el aún sin mí. Si no estuviera yo, habría el otro kazajo quién les diera a una chica ganando un beneficio suyo. Habría uno quien se echara a vengar por sus parientes. No hay palabras, uno habría, y su final sería el mismo. Claro, mi caso es una ocasión especial, no se puede repetirlo en detalles. Pero estoy seguro de que en un caso similar habría una persona justo parecida a mí.   ¿Cuántas tropas están aquí?
¿Cuántas personas militares que han intentado a gobernar la gente andan robando y aplastando? ¿Y qué hace la gente? Nada. Lo sufre todo. Sin decir ni pío. 

Y estoy por mí mismo. Tengo un rifle. Los diez no pueden vencerme. Aprendí a disparar de los rusos, envío una bala en la bala. Durante el día soy prudente, no resalto. Y por la noche tomo lo mío... ¿Qué debo temer? Aunque tengo miedo, desde el principio no tuve que entrar en aquella política. No valía la pena inscribirme en una célula, echarme en la búsqueda de diferentes enemigos con fusiles terciados. No, no tengo miedo de la muerte, es inevitable. Pero las muertes se diferencian. Pero yo la tengo ahora así ... sólo la muerte hará que la gente me perdone. Sí, una vez considerado un gallardo, mañoso, tenía su valor en la sociedad. Ojalá no caiga de la silla...

Con tales pensamientos Mukash llegó a su aúl. El aúl está en la soleada ladera de una montaña muy alta, En la depresión se encuentran cinco o seis edificios bajos construidos de piedra. Todos ellos pertenecían a sus parientes, el jefe de todo lo que había era Mukash, el aksakal[10] era el mullah Tezekbai.

Tezekbai fue incapaz de escribir hasta su nombre. Tenía sólo una gloria, la que era mullah. De cuarenta memorizados jadisos de Profeta sólo recordaba "halannabi gaylayssal-ait i payghambar galayssalam". Mencióna a Dios y acuerda la fragilidad de existencia en un funeral, durante la santificación de las tortillas conmemorativas. Lo mismo en caso de la muerte del ganado. Y es todo su servicio. Con la ruptura del ayuno durante la Cuaresma, sucede, murmura algo, dice un par de las palabras árabes, y es todo. Repita lo siguiente: ayatil-kursi. Lo mismo para los sacrificios y bendiciones.  Si ocurre anemia con una mujer - ayatil-kursi, otra vez. Nadie, excepto los suyos, no le reconoce como Mullah.  Y en funerales no gana nada al lado, a menos que, por supuesto, el entierro de sus familiares y consuegros.. Como se suele decir, no salen ni piedad, ni conocimiento del Libro Sagrado. Y por tanto, no le invitamos a él. No se le permite dar la vuelta por los alrededores y cobrar los impuestos de los musulmanes y los impuestos típicos para su religión. Pues, él mismo no soporta a tales personas voraces a las comidas y bebidas al lado de los hogares ajenos: ¿Y para que es eso? Mejor me estaría acostado en mi casa...

Sin embargo, no había ningún daño específico del mullah autoproclamado, a excepción de sus comentarios gruñones que daba a su esposa por su negligencia y la sopa aguada sin sabor, cuando volvía a casa después de andar un poco en el desierto con un palo cepillado suavemente que llevaba en la cintura, y observar de lejos los terneros. Y el disgusto de la negligencia de anciana fue más por los años de vejez. No se puede decir que él mismo Tezekbai, desde su nacer, ha sido especialmente limpio y aseado ...

Fuera lo que fuera, pero en su aúl natal le respetaban a Tezekbai. En cualquier caso, si se trataba de un acontecimiento – el regreso al invernadero o el nacimiento de un niño, le sentaban en el lugar de honor, y en frente de él servían el plato con la cabeza de carnero, chamuscada limpiamente y cocida, y  de oveja y muy carnoso hueso coxal. Era el primero para servirle el calostro y kumís. Si pasa que no está él a la mesa durante una fiesta, envían a las nueras: "!Llamen a mullah!"

Demostrando que se originó de las masas oprimidas, Mukash, por contrario, le metió a Dios en la profundidad de su conciencia avanzada. Pero, a pesar de aquel paso concienzudo, él también sentía respeto hacia mullah, tratando de dar de su lado que era simple: no tenía cosas para hablar con él sobre cualquier cosa, lo sabía todo. Cuando el encuentro era inevitable, le saludaba como debía ser, pero no sin que ... Mullah comprendía su comportamiento, y también trataba de pasar rápidamente y no intentaba conversar. No vale a una persona de edad estimada, que se respeta, estar charlando con cada quisque.

Al acercarse al aúl, Mukash experimentó la preocupación fútil: "Ojalá me encuentre con Mullah". Se encogió de hombros y se inclinó para el arzón de la silla.

La invernada le expulsó a Mukash del aúl al este. Las piedras salvajes de las paredes reflejaba con el brillo purpúreo en los rayos de la puesta del sol. La vivienda de mullah se expondría desorganizada al lado de la puerta abierta de par en par. Un perro rojo tendido en el umbral, al oír el crujido de las piedras debajo de los cascos, empezó a ladrar. Aunque Mukash apresurara a su caballo a la puerta de su establo, un ojo, no entornado todavía, de mullah le prendió. Mullah salió con una jarra para la limpieza, en las botas de agua y un chapan de invierno echado sobre los hombros. Es que sacará a pulso los pensamientos más íntimos, Mukash apresuró a escaparse de mullah. Debajo de un techo donde se apresuraba a desenganchar su caballo, un pequeño perro blanco empezó a ladrarle. La puerta, medio cerrada por él, se abrió, y allí se asomó su mujer Altinay, morena y redonda, andando a paso de gallina y envuelta en un abrigo de piel. Insatisfecha, torciendo la mejilla, dijo bruscamente: ¿Eres tú? - y desapareció.

Mukash dijo en voz baja en el vacío: "Soy yo" – arregló a su caballo  sábalo, y él mismo se fue a casa. El habituado hedor de humo de la vivienda baja con una ventana medio ciega calentó excesivamente la nariz. Fue agradable ver a su nene Medéu a los tres años en la alfombra tejida a mano. Medéu tenía la frente plana, sus mocos azulados se veían sobre la boca abierta. Él daba vueltas mientras dormía y tiró sus bracitos queridos de la manta roja de percal. Quería oler su hijo dulce, pero al otro lado del deseo le surgió una cosa en su mente. Y no se atrevió a tocar el niño parecido a un ángel. Parecía a una vergüenza: se avergonzaba a mullah antes, y después al nene durmiendo. Se estremeció como si un perro le acercó a su pierna y vociferó. Pero, sin pensarlo mucho, como si le diera un puntapié directamente en las fosas nasales del perro invisible: "¡Cállate!" - se quitó el cinturón, sacó la almohada roja de la cama, la echó debajo de la ventana, y se quedó allí, con las rodillas dobladas hasta los codos.

Altynai, sentada en el banco sucio cubierto con la paja, se quitó el pañuelo y, al quedarse sólo en el traje talar de noche, comenzó con diligencia la ablución, como si se preparara a la oración, mientras soplaba la nariz ruidosamente. Volvió a la cama, limpiando con el trapo blanco, desgarrado quien sabe cuando, sus palmas rojos, como si los hubiera lamido un cabrón.

- ¿Qué haces ahí, tan retorcido? ¿Qué vamos a hacer con el caballo? – le gruñía a Mukash.

Y él no levantó la cabeza, sino  habló entre dientes:

-  ¡Suéltalo al mediodía!

Altynai le clavó la mirada a su marido y dijo con irritación:

-  ¿Cómo? ¿No te levantarás para darle bebida? La he calentado ya.

-  No, - dijo Mukash y cubrió su cabeza.

Altynai no se preocupaba mucho por las frecuentes desapariciones nocturnas de su marido. Pues, fueron por su servicio. A principios le daba miedo pasar la noche sola, con su hijo, pero luego poco a poco se acostumbró. Pero, ¿a quién podía quejarse allí? ¿En quién podía confiar?

Altynai sabe sacar leche de las vacas, cuidar de los toros, empujar el hurgón en el horno, encender, llevar cenizas a la calle, volver con el agua, cocinar, coser, arreglar las habitaciones, barrer, sacar estiércol del establo. Todo lo que es ciencia infusa. Parece que frunce el ceño, es que está cansada del trabajo duro, está agotada. Pero por la mañana abre los ojos - hasta el momento de la noche no hay descanso para sus brazos ni sus piernas brazos, sin piernas... No, no hay, nunca. Si le cae algún tiempo libre, ella, al entrar en la casa de una vecina suya, o hablar con sus vecinas en la calle, no deja  un huso. Sabe lo suyo – la comida hasta hartarse y la ropa arreglada, ¿qué más? El orden en la casa es para esposa, el ganado en los pastos es para marido. Es ciencia infusa también.

Antes no, pero ahora Altynai está feliz. ¿Por qué? Por eso. Su esposo está a caballo, se ha hecho un hombre respetado. Y esta persona tiene una casa en toda la acepción de la casa. El suelo está cubierto con las alfombras tejidas y el fieltro blanco. Ahora hay que sacudir, al abrir la tapa del cofre forjado y revisando los bienes adquiridos. Si quiere ataviarse: tiene el vestido de batista aquí, aquí están las chaquetas de terciopelo. Así que puede alabarse con su marido. Tiene el derecho, es que es la esposa del grado importante. 

Anteriormente Altynai era maleja y deslustrosa, pero ahora se permite hablar de la cuestión. Las mujeres preguntan: "¿A dónde va tu marido?"

Ella dice: "Por el servicio al jefe de vólost" o "El mismo jefe de vólost le llamó" - y pinta la mona, dando salir el labio inferior. Si alguien tiene un impuesto pagado menos de lo debido, o una nuera comete tonterías, o existe otra dificultad, Altynai condescendiente dice con aire protector: "Bueno, ¿por qué no has entregado a nuestra revisión? "A revisar" - a menudo sonaba de su boca, y nadie podía imaginar que si ella revisara, saldría igual.

En representación de su esposo así, Altynai ha chocado con algo desagradable los últimos días. No se puede entender en seguida - ¿con qué? Oh, ¡ahí duele! No, el sabor a la vida se le ha quedado completo.

La flexión de jugar altivamente estaba en su sangre, y esta costumbre se ha quedado con ella. Por supuesto, por su naturaleza secreta, el tono despectivo de vez en cuando se rompió, al hablar ella con su marido. Habían casos de su disgusto fingido. Pero, sin duda, su marido le convenía  por completo. Pero luego empezó a gritarle, hasta sintiendo con su piel que era correcto. Tal vez porque desde algún momento malo su “para revisión” dejó llamar impecablemente la antigua obsecuencia apasionada de la gente.  

Altinay realizaba el lavado de los pies y manos antes de la oración. No hay palabras. Pero todavía no comenzó la misma oración de los suras del Alcorán.  ¿Pesáis que seguía el ejemplo de su marido? No, y cualquier hombre aprobaría su negligencia, si le viera pronunciando la oración, con sus quiebros absurdos y la boca burbujeando, susurrando algunas palabras inarticuladas. Cada caminante de Dios sólo exclamaría: ¿Podría, mi querida lavar las tazas en vez de burlarte de los suras del Alcorán.

Altynai se sentó en el borde de la cama y empezó a tirar sus pies en las medias de cuero, y luego su mano agitada  volvió a dar contra el agujero en la suela, gastada por la llevada de cada día. ¿Y cuándo podrá deshacerse de estos desgarrones? No se permite a la esposa del jefe brillar con los dedos asomados del calzado... Pero un montón de los quehaceres próximos le llegó a la cabeza “para revisar”, y se apresuró a levantarse. Era la hora de ir al ordeño.

Encontró a una vaca de rabón con el ternero pegado a su ubre; de un salto arrancó su rostro y vio que un maldito la sacó a lo seco. Ella le tiró al ternero por el cabo roto de la cuerda colgada en el puesto del establo, pero eso era algo corta, no era posible atarla.  Tiraba a aquella bestia de uno u otro modo y finalmente logró atar como podía los trozos del ronzal. Comenzó a ordeñar la vaca que tenía la calva en la frente. Tiraba tanto de las mamilas que la vaca se acuclillaba temblando. De los dedos tenaces de su ama, al fin y al cabo las mamilas se hicieron hinchadas y la leche se fluyó al cubo cantando sonoramente. Altynai comenzó a reflexionar: ¿Dónde podía sacar una cuerda más fuerte en lugar de la rota? No es tan fácil decidir. Como se suele decir, no hay oveja – pagarás por una cuerda de oveja con un camello entero. Una cuerda heterogénea no conviene. Tal vez sólo sería posible sacarla de Zhamal-apá en un aúl pequeñito. No se puede encontrarla en su mismo aúl.  Fue ella que le produjo una nueva madeja, pero desapareció. Pienso que los chicos locales la robaron. Si no, ¡¿a dónde podía rodar?! ¡Pínchales!¿Quién es ladrón?

Gritando amenazadoramente y agitando la mano, Altynai llevó a las vacas del cobertizo hacia el pasto, volvió a casa con un cubo de leche, rellenó la escudilla negra, y un resto considerable – a la antigua bandeja de color amarillo. ¿Acaso no sabe que el leche vertido en un plato poco profundo sube a la superficie con el crema más grueso? Diga lo que quiera, pero Altynai es una mujer económica. Exprimía apretando la leche de tres vacas – pero ¡qué más da!.. - conseguía la leche para tres o cuatro pellejos de mantequilla. Que hinquen el pico, pero le darán lo suyo. Ella es tan económica que sacando el crema de leche, podía permitirse sólo poner una gota, extendida como una concha, en la palma de su hijito. Hervirá toda la leche extraída  hasta el estado del irímshik[11] dulce y hará el requesón salado - kurt. Recuerda bien que es muy importante remojar y triturar los trocitos de kurt y ponerlos en el caldo caliente; sal, después de haber comido hasta hartarte la sopa espesa. Hasta puedes entrar en un vestido en el cobertizo congelado. De tí, enrojecida, sólo levantan las nubes de vapor. Ella vende la mantequilla, compra ropa, harina, té con el dinero ganado. Si las matronas mayores de aúl empiezan a castigar con la palabra a sus nueras, les dicen obligatoriamente: “Maldita criatura! ¡Mira a Altynai: corta los guantes de la piel de pulga! Esto es lo que debería ser la esposa de un kazajo”.

Altynai y escondió debajo de su ancha espalda los frutos de los viajes nocturnos de Mukash, su pasión a jactarse de las cosas, vivir a lo grande. A la mujer suya le bastaba su mente para no demostrarlo todo, escondía lo más caro caído en los rincones. Pero, ¿si es capaz de apreciar su hombre todas sus virtudes? Tal vez, imagina que Altynai es, como una mujer, el último sueño de la miseria.

¡Acaso empezaría tu mujer a quejarse y permitirse estar negligente, si no tuviera otras ventajas, como esconder hábilmente de las miradas envidiosas todo lo logrado por su marido,  y ser capaz de hacer un bodrio graso del agua? ¡Ateo! ¿Y para qué son los caprichos?

Al dominar la leche, Altynai aclaró la vajilla, llevó la ceniza al umbral, sacó la ennegrecida copa de madera, cubierta con los cachivaches, del horno; la rellenó con harina y, sentada frente a ella, empezó a amasar la masa para baursakos[12]. Las articulaciones de sus manos se movían como una máquina, de repente amasó, después se fue a la cocina de verano para hacer fuego. Arregló el cubo grande, traído de la casa de mullah, adaptado para freír baursakos. Lo colgó al atizador. Estaba sentada en una nube del aceite quemado. Y allí su hijo pequeño, sin pantalones, todavía soñoliento, frotándose los ojos y diciendo “mamá” llegó a sus rodillas.

- ¿Te has levantado, raíto mío? - Altynai, abrazándole con su mano derecha, le dio un besó en la frente.

Medéu clavó los ojos a los agujereados pedacitos planos de la masa y, chasqueando, abría la pequeña boca curvada:

-  Mamá, dame un pedacito...

- Sí, cariño mío, aquí está tu pedacito - prisa  se apresuró a estar de acuerdo su madre y le puso en las manos un baursak enhilándolo con una cañita. 

Al tomar dos extremos de la cañita, Medéu, un poquito indolescente y gordito, acercó el baursak caliente a la boca y comenzó a soplarlo fuertemente y morderlo, arrugando la cara. El fuego ardiente, el aceite hirviendo, los baursakos chisporroteaban. Su Medéu estaba al lado de ella. Ahora toda la imaginación Altynai estaba ocupada con cómo hervir tetera, despertarle a su marido, colocar a su nene junto a él, y sólo los tres tendrían el beneficio de comer lo enviado a ellos por Dios.

Hecho té, y al sacarle de la cama a su “a revisión”, quien había dormido a gusto, Altynai alcanzado y aquella de sus sueños.

Después de haber arreglado a la izquierda su samovar, resoplando, con la nariz torcida, así, exactamente como querido Medéu, Altynai, levantando con cuatro dedos extendidos la taza de una orla roja, bebía té algo amargo y sudaba mucho. Su marido, arrellanándose, también se mantuvo en silencio, absorbiendo un baursak tras del otro. Y su querido Medéu trataba de mantener el ritmo, apoyándose en los pies de su padre, y abriendo y cerrando los ojos.

Y así ellos han practicado tanto con té, que vale la pena darles descanso. No vamos a parecer a las personas mayores que tienen hambre siempre, ni a los chicos astutos y hambrientos vigilando con los ojos abiertos a toda la gente que se alimenta. Nosotros mismos tenemos té en casa. Oh, ¡maldito sea este hábito de un kazajo esperar una invitación, clavando los ojos a una mesa ajena! Lo mejor, ¿vamos a conocer, como la gente se siente después de aquel caso nocturno? Sobrevivió en sus cenizas el proprietario Mamirbai? ¡Volveremos  a ellos, lo veremos, mis alumnos!

 

 

 

 

Incluso después de guardar la cama, los hombres no podían recuperarse durante largo tiempo, sacudiendo las cabezas, se volvían, moviéndose como en las piernas heridas, saliendo de sus escondites, llamando a sus parientes; las mujeres temblaban zumbando, sin aburrirse de buscar y llamar a sus padres, maridos, y se apretaban el uno al otro, como si esperaban encontrar la reina salvadora en las personas similares. Voceaban, gritaban, corrían a toda prisa con las exclamaciones "Hacha, hacha", y al fin se asustaron a sí mismos. Se lanzaron al cobertizo de alimentos de Mamirbai, lo forzaron y empezaron a arrastrarle afuera:

-  ¿Qué? ¿Qué? Oh, santos, ¡ay! ¿Está Usted salvo y sano?

Los ojos de Mamirbai cayeron fuera de sus órbitas. Respirando con una interrupciones no cesaba de preguntar:

- ¿Dónde está baibishe? ¿Dónde está Akbilek?

-  ¡Oybai, eh! ¿dónde están? No les hemos visto ... – sorprendido, se tiraron a la izquierda, luego a la derecha.

Pronto las voces de las viejas fusionaron en un rugido de vacas, rompiendo con su desesperación animal la oscuridad de la noche. De aquellos rugidos terribles, no se dejó corazón del corazón. Resultó que se chocaron con el cuerpo del ama de Mamirbai, que se extendía de la aguja en el terreno. Pero Akbilek se disipó tal vez, se la habían arrastrado. Mamirbai aulló duramente y se aplastó. El aúl zumbaba lamentablemente, y a sus oídos llegó el trote de caballo con un jinete que se acercaba a ellos.

- ¡La mataron con disparo, la mataron! – el grito llegado se echó como una cuchilla a la multitud endurecida. La multitud volvió a romper, surgieron alborotos y confusión.

- ¿Qué?

-  ¡Fuera!

-  ¡La mataron al ama! ¡Oybai!

 

-   ¡Le mataron a Bekbolat!¡Eh!

-    Pero, ¿quién es éste, cómo se encontró aquí?

 

- Es que estaba cazando aquí con Bekbolat. Oyeron gritar a una mujer y en seguida emprendieron la persecución...

-  ¿Muerto o vivo todavía?

-  Todavía vivo, pero quién sabe ...

El que llegó fue uno de los que le había traído a Beckbolat al aúl, donde le vendaron la herida y se fueron a diferentes partes.

"Sí, la muerte, es que... nos guste o no, pero tomará lo suyo, de todos modos, si miras a los ojos de muerte, ella llegará a escondidas detrás de ti como un ventorrero, y sólo sabrás cuando te siega... Bueno, ¿quién podrá resistirla?"- hablaron, y al día siguiente se reunieron y la enterraron a la vieja, condolesciéndole a Mamirbai: “Que podemos hacer... hay que soportar... Es que ha llegado el momento...” Y nadie se atrevió a decir sobre Akbilek más que “Más horrible que una muerte... ojalá!” Es una herida de tales dimensiones que la lengua no pueda llamarlo todo con un nombre conviniente. Pues, esta herida le rompió no sólo a Mamirbai, sino pasó por la dignidad de todos, les humilló dolorosamente. 

Y cuando las personas se reunieron para la comida de exequias y les quitó el sentimiento doloroso que eran también culpables de lo sucedido que había surgido antes por su naturaleza de esclavos, una renuencia a defenderse o defender a sus parientes, se pusieron a amontonarse, adivinar y fantasear cada uno a su manera. Algunos de ellos:

- Los familiares, alguien venga en el aksakal. Alguien suyo. De otro modo, cómo pudieran deslizar al aúl por una guinda, sin desviar...

Les hicieron eco:

- Dicen la verdad: que busquen las mujeres, las hay muchas en los lugares famosos. Y no podría suceder sin los kazajos. ¿De dónde saben los rusos quién y dónde vive? – concluyeron así. 

Otros:

-  ¿Quién pensó hacerlo?

-  ¿Quién lo ha hecho? - comenzaron a figurar en mente.

-  ¿Quién odiaba tanto al aksakal?

-  En un lugar vacío no crece ni maleza. Por supuesto, si los de Zhamarbai no están implicados en este asunto.

- Déjalo. ¿Quién se atreverá a eso? Y entonces, nunca sentían enemistad. Tal vez una persona ajena.

-  Parece que esta cosa se refiere a la conciencia de los partidarios de Kurbán-kazhi. Si se convirtieron en el partido, ¿sentirían la lástima a los ajenos? – pronunciaron al lado.

- ¡Qué tonterías dices! ¿Han aparecido los partidos sólo hoy? Nunca hemos tenido tales casos. Canta con la voz de los extraños, quieres traer a alguien un huevo entero, un melón maduro... Kurban Kazhi es incapaz de dar a los infieles para destrozar la hija del musulmán.  También tiene hijos, ¿cómo podrá a mirar a la faz de Dios? – el hombre de barba blanca, con los ojos de un lobo, le hizo apretarse al acusador.

- En mi opinión, este es el caso de Abén, - dijo el hombre  con un pico azulado en la cara jaspeada, al poner la tabaquera en la palma de tabaco y posado como era conveniente. - El año pasado, el ruso pudo meter su caballo  con calvas. Desde aquel entonces la sangre le subió: "Oh, ¿cómo podría realizar algo así!"

- Oye, ¿qué puede hacer? Él no es nada en el mundo sin las instrucciones de tales personas como Mukash. Pero si no hay nadie detrás de él, no puede incluso limpiar el culo – dijo indiscutiblemente el hombre de los ojos de lobo una vez más .

Nombraron a todos los que tuvieron algún motivo  de vengar a aksakal. Resultaron diez-quince personas, tocaron todo tipo de opciones, pero no lograron ganchear en el casco sólo con las suposiciones. La cosa se vio agravada por el hecho que sospechaban a unas personas y justificaban a las otras por las razones lejanas de la realidad y relacionadas con los conflictos del partido, riñas entre los familiares: uno no recogió como necesitaba, y el otro no tomó correctamente; uno no compartió la carne del ganado robado, el otro por causa de la fuga de su esposa, o al revés, se pegaba a la esposas e hijas ajenas. Alguno respondía por haber charlar de exceso. Cada uno empezaba con sus postillas, retorciendo sus entrañas. Uno degollaba, el otro pelaba la piel. Además de las personas que estaban realmente preocupadas por aquel tribunal, habían los que llegaron en secreto su maldecir sobre aksakal Mamirbai. Habían provocadores francos. ¿Cómo podían dejar una ocasión para ajustar cuentas, si lo  querían tanto! Había poca gente de los que vinieron a expresar sus más sinceras condolencias  a la pena de aksakal.

Aquella compasión obligatoria, algo evidente no sólo en relación con sus amigos, sino también a los enemigos, fue expresada sólo por el único consuegro, algunos de la gente benévola y algunos vecinos a quienes les convidaba abundantemente el ama. Pues... Aunque la gente compartía, no pudo dejar aparte los pensamientos inoportunos relacionados con aquel incidente.    

La compañía, al irse después de funeral y las ceremonias de luto vagaba en busca de la salud mental, aguzando el oído, repitiendo la pregunta y tratando de averiguar quien preparó aquella infamia. Porque no sólo con Mamirbai sucedió recientemente algo parecido. De aquella misma manera sufrieron también algunos aules. El ganado llevado, las  gente robada, humillada, quemada. La gente que siempre tiene los oidos en la parte superior, por lo mucho que escondes algo, siempre hay una persona que oía, sabía algo, ¿no es así? Chismes, rumores revisiones, - lo mucho que se necesitaba. Y resultó que Mukash, pero nadie más, estaba envuelto en aquello. ¿Preguntáis como se revelo? Pasó así. Le encontraron a un  pastor que  le vio a Mukash, apresurándose a trote a Kara-Shtat aquel día maligno, más cerca a la tarde. Es el primer pretexto.  Una nuera de la mujer de Mukash, cuando aquella estaba en contra y no le dio un tamiz, dijo: "¡Como si yo no supiera dónde escondiste todo lo de la gente! ¡Me vuelvo loca, fuera de él! ¡Lo sé todo! Sé de quien es alfombra escarlata, y sé de dónde es el fieltro blanco y aquel vestido de batista... La oyeron escuchó e inmediatamente enviaron a Mukash a un hombre anodino de la casa de Suleymén. Aquel  regresó e informó que se reconoció la alfombra. La segunda prueba. Fue encontrada y la señora de vestido verde de batista y el chaleco verde. La tercera pieza de evidencia.

Y además, un chico llamado Suirbai cuenta de que caballo abigarrado de  Mukash, evidentemente, pasó toda la noche bajo la silla.. Nunca la confianza especial pertenecía a Suirbai. ­ Pero... es una evidencia más a aquel mismo  conjunto. La cuarta. Y Tezekbai-mullah notó entre otras cosas, que Mukash es un aficionado a pasar la noche en cualquier lugar, que no sea casa. Es una persona sencilla. Con esto son cinco. Además, todos recordaban como el hijo de Mamirbai, al coleccionar  un material necesario sobre Mukash, no permitió que se hiciera el jefe de vólost, lo que llevó al afligir del pretendente. Por lo tanto, si esto no es Mukash, ¿entonces quién? "Mukash, nadie más, sino Mukash", –  lo decidieron todos.

Ahora Mukash está en el campo de visión de la gente. ¿Qué hay que hacer con él? ¿Cómo vengar? ¿Le matarán de un hachazo? ¿O será el tribunal? ¿O le matarán los mismos? ¿Le quemarán la casa y le van a poner en marcha? La gente estaban lista para realizar uno o el otro, y luego lo todo a la vez. Pero no tuvo la oportunidad. Pero sucedió un hecho que puso fin a muchos planes. Y el hecho consistía en lo siguiente.

Privado de su esposa, y su hija, Mamirbai desde muy temprano estaba sentado por la mañana sentado en la colina de la estepa abierta miraba a algún lugar, de repente le vio al piloto que se apresuraba a él de un aúl vecino, con las orejas del gorro de invierno aleteando en el viento. Se levantó, le saludó de la silla. Después de saludar, le informó:

- Bai, ¿han oído que pasó esta noche?

 - No.

-  Oybai, ¡qué está pasando!

-  ¿Qué, mi corazón?

- Gracias al Señor ahora suspiraremos con un pecho completo... ­

-   ¿ Ha pasado algo con Mukash?

-    No, oibai...

-    ¡ Así que me lo digas!

-  Los rojos atraparon a todos los blancos en las montañas.

-  ¿Cómo?¿Y dónde está Akbilek?

-  No se sabe nada de Akbilek... Es decir, atraparon a todos sin excepción.

-  Así ¿cómo...  se han enterado? ¿De quién?

-  Llegaron del aúl de Turkulak. Una fila la de los rojos hizo escala allí, Mukash atrajo a los blancos allá, y los rojos les ataron a todos. Antes de aquel momento los blancos habían permanecido en confusión que ni siquiera se arrancaran. Estos perros son fuertes sólo contra las mujeres. Pero si les aplastan, los mismos son nadie.

-   ¿ Y de qué modo le sale a Mukash engañarles a todos?

-  Ha encontrado una salida, es un pícaro, un famoso aventurero...  

-   Por lo tanto, se ha liado de nuevo con los rojos ...

-   ¡Y cómo! Ahora, de nuevo le espera un gran puesto.

-   Es lo que pensaba el lodo. Santos, ay, ¿qué pasó con Akbilek, eh?¿ No has conocido nada de ella? 

Mamirbai se levantó torpemente y, moviendo sus pies con dificultades los pies, se fue a casa. Y, apresurando a la gente, envió cinco caballos en busca de Akbilek.

Que estos jinetes vayan alrededor de los pueblos, preguntando a  los vienen a su encuentro en la estepa. Mientras tanto relataremos las noticias de  Akbilek.

 

 

Pequeña y asustada como una gacela, Akbilek con los ojos llenos de lágrimas no cesaba pensar en su madre, en aúl del pueblo, quedándose inmóvil siquiera de una migaja de pan, helándose y retorciéndose de hambre, sólo con ganas de morir, pero el alma sigue siendo una mariposa revoloteando en su pecho sin querer volar. ¡Qué clase de una gota de néctar el
alma alada ha entrado en esta vida mala, es una sorpresa!              

Un ser humano es viable - sobrevivirá la muerte.¡Qué significan para él las mazmorras y esclavitud! Se acostumbra a todo, y él vive en la guerra. Incluso condenado a muerte un hombre bebe, come, ve sueños dulces, y su vida no es aburrida. No creo que en el mundo haya una criatura más viable que un hombre.

Por lo mucho que fuera necrosificada Akbilek, pero poco a poco se acostumbró a su destino.

La belleza de estar allí, ya sea miedo, instinto de autoconservación ­ o la pasión de un hombre ... sea ​​como sea, el de Bigote Negro dice: "Bésame" - Akbilek toca la cara con sus labios, "Ríe" - dice y ve su boca estirada en una sonrisa, le pide: "Habla" - y murmura las palabras rusas memorizadas e incomprensibles para ella: "Te quiero."

Casi un mes el de Bigote Negro no se aparta ni a un solo paso de Akbilek. Y paseaba con ella por las praderas de las montañas verdes, por los bosques, la llevaba por el brazo, y le abrazaba la cintura, luego, paseaba ocultando en su pelo las flores arrancadas y recogiendo los frutos dulces. La llevó a las manantiales en las praderas cubiertos de arbustos. Se le quitó las botas y se le lavó los pies y los besaba, haciéndole cosquillas con su bigote negro en los talones. Y si Akbilek estaba cansada, él la llevaba, arreglando su cabeza en el hueco de un brazo, y arreglando la otra detrás de las rodillas, él mismo le daba a toma té muy regado, la alimentado de su mano, giraba y hacía la cama en el lugar más remoto de la vivienda y poniéndola debajo de sí y cubriéndola con un abrigo gris, la apretaba con tanto entusiasmo y la pegaba a su boca, acariciando su cuerpo, tan largo tiempo, que el corazón Akbilek subió a la garganta, el pulso se aceleró caliente, y, quemándose, cerró los ojos, y se olvidó de sí misma, se debilitaba y se la abría...

No recordaba que sucedió después... Como si encontrara en otro mundo.

La disposición de él de bigote negro a matar a cualquiera que tocara a su kizimka, la adoración hacia ella, que ascendía a la alegría de un cachorro de perro de lamer sus pies, la renuencia cansada de alejarse de ella ni a un paso, la mirada, llena de ternura ahogante, las palabras de así llamadas poesías, no eran comprendidas para Akbilek. ¿Acaso se burlan o humillan de tal manera? ¿O está realmente enamorado de ella? Si no es así, entonces tal vez su comportamiento podría puede explicarse sólo con el hecho que no hubiera visto a las mujeres hace mucho ya? Ella no era capaz de reflexionar hasta el fin, sobre todo si tenemos en cuenta que, aunque el de Bigote Negro estará tan cerca, lo todo suyo – del olor al gesto - seguía siendo un extraño para ella. Eran tan diferentes, lo diferente que la tierra y el cielo, pero cuando sus cuerpos se fundían, todas las diferencias  parecían desaparecen. De vez en cuando Akbilek, creyendo que un hombre no tenía que arrastrarse tanto, trataba de encontrar una excusa a las rodillas dobladas en frente de ella, y la encontraba, hay que decir. Él , su marido es un hombre, pero no es mahometano! No se siente, no habla como se debe, toma vodka, comer la carne de cerdo, huele a humo de cigarrillo. ¡Y cómo permite que sus pechos pecaminosos se presionen contra sus pechos blancos?

Un día, a la hora del crepúsculo, los rusos estando en el desfiladero, hablando con entusiasmo, comenzaron a prepararse tímidamente: limpiaban y cargaban rifles, examinaban arneses y arreglaban sillas en los caballos. Justo en aquel momento Akbilek y el de Bigote Negro regresaban de un paseo por la espesura del bosque. Inmediatamente ella corrió a esconderse en una choza, se acurrucó allí en la basura del soldado, suspiró, recordando el aúl y presionando su rostro a la reja de kosh. A través de la apertura en kosh se veía como el de Bigote Negro se dirigió a la multitud de los rusos que se preparaban para una ida,  de manera eficiente y con gran aplicación, y empezó a hablar con ellos. Volvió frunciendo el ceño, apretando los labios, inspeccionó el cerrojo de su fusil, lo cargó con un cartucho, comenzó a recoger su ropa, cogió la silla... Y cuando Akbilek levantó la cabeza y le miró a la cara con una pregunta muda: "¿A dónde vas?" – la miró con inquietud. Aunque duró sólo un momento, aquella que era tan pesada que el de Bigote Negro inmediatamente miró hacia abajo, se confundió. Dentro de algún tiempo, salió otra vez y regresó con un intérprete. Aquel tradujo sus palabras:

- Nos vamos a luchar. ¿Y qué empezaras a hacer tú? Akbilek lo miró fijamente, sin saber qué  responder. Y cuando sonó una pregunta:

-   ¿Dónde te gustaría estar? – Akbilek, con la cabeza gacha, se encogió de hombros y dijo con una voz llorosa:

-     Y no me vuelva Ud. a la aldea? .. El de Bigote Negro sacudió negativamente la cabeza y dijo:

-    ¿Quieres ir con nosotros?

-    ¿A la guerra?

-  A la guerra - dijo el de Bigote Negro y le puso su
brazo en el hombro.              

Akbilek negó con la cabeza:

-  Pues me dejes aquí.

-  ¿Y no te asustarás por la noche?

- Aunque me asuste,.. me quedo... pero, ¿volverá Ud.? - soltó.

- No es posible - dijo con la voz temblorosa el de Bigote Negro.

Tan pronto que se interrumpió la conversación, llegaron los tres de Rusia más. Según sus expresiones faciales y agudeza de sus voces, Akbilek se dio cuenta de que la más terrible tormenta le amenazaba. El de Bigote Negro  se enfadaba con ellos con ojos entrecerrados y hablaba entre los dientes. Les obligó a ponerse mortalmente pálidos, los rusos se contraían con cuellos - comenzaron a extraer sus collares con los dedos, como si por asfixia.

Akbilek supuso que él les dijo: "No os daré a destrozar" – y le miró agradecida al de bigote negro.  Después de la retirada de aquellos tres rusos, el de Bigote Negro se sentó y con un giro de la cabeza le dijo al intérprete que se vaya fuera. Algún tiempo estaba sentado con la cara hacia abajo y se frotaba con la palma de la mano el sudor de su frente, y luego, moviendo la mano, se levantó bruscamente y alargó la mano a Akbilek, como pidiendo: "Vamos". Inmediatamente ella se puso de pie.

El de Bigote Negro tomando la mano de Akbilek la condujo fuera de kosh y llevó a la derecha, en dirección al matorral que se crecía alrededor de la fuente.

El zumbido de viento racheado. Sin luna. Una obscuridad densa. Las nubes oscuras, heladas, desmelenadas ocultaron como una manada el cima de las montañas, y la gallina negra hambrienta picoteaba apresuradamente los granos de estrellas. Junto con las estrellas se apagaron también los rayos de la esperanza encendida ya. El corazón de Akbilek lleno de nostalgia se apagaba con ellos. Ella se clavaba con sus ojos brillantes en el rostro de el de Bigote Negro. El rostro de él se ensombreció, sus ojos se rellenaron con la sangre, sus fosas nasales temblaron. Su paso fue difícil que no le gustaba especialmente. El corazón todo comprimido y alma entró en el talón. Fueron a lo profundo de la espesura, y cuando se encontraron en un claro rodeado densamente de los árboles, el de Bigote Negro se detuvo y se quedó inmóvil, mirando a los ojos de Akbilek, la abrazó, y besó tres veces en los labios. Luego se alejó de ella a cinco o seis pasos, pero antes sus manos que puso él en sus hombros, como si le mandaran: "Qué estés de pie así". Agarró el rifle del hombro y lo apuntó a Akbilek. Con un grito que se extendió en un gemido, ella se precipitó directamente al cañón. La mano de el de Bigote Negro que apuntaba se estremeció, y el rifle cayó a la tierra.

 ¿Por qué? ¿Qué he hecho mal? ¡Tiíto-oh! ¿Qué he hecho?.. - Akbilek sollozó, con un temblor en todo el cuerpo, colgando de su cuello. - Bésame, por favor... Con cariño.

El de Bigote Negro levantó los brazos y la abrazó indolentemente, le dio unas palmaditas por la espalda - tuvo compasión. Y volvió a mirar fijamente a su rostro, levantó su rifle y volvió con Akbilek al campamento. Allí llamó al intérprete y explicó:

- Te quiero, por ti destruí mi alma. No quiero que seas amada por alguien después de mí.

Akbilek se puso congelada hasta los huesos pequeños. "¡Oh,  Creador! ¡No se puede, no se puede creer a un ruso! Durante todo este tiempo se ha portado como un esposo amante, pero despidiéndose, decidió matarla, ama... sólo ama a sí mismo! ¡Insensibilidad... insensibilidad”! ¿Qué le vale derramar sangre? Él mismo quiere vivir... pero, pues, yo no quiero morir! Compadece... "- tales pensamientos se extendían en su mente, y en el último momento se apoderó:

- ¡No me mates! ¡Déjame vivir! ¿Tal vez, algún día te pueda volver a necesitar, es que, no sabes? Vi el sueño que estaba caminando detrás de ti y te llamaba a la ciudad. Regresarás vivo y volverás a los tuyos... confía en mí.

"Buenos deseos son una mitad de la batalla" – es un dicho simple, pero calienta cualquier corazón, sobre todo el corazón de una persona que va a morir. El de Bigote Negro tomó las palabras de Akbilek como una buena señal, y como si aceptando sus predicciones, la besó en los labios.

Al atardecer, agradables y acogedores en los hogares cálidos con lámparas cómodas, los rusos, obedeciendo a las órdenes  guturales, saltaron en las sillas y se retiraron de la estrecha boca del desfiladero. Junto a ellos, se puso a separar de Akbilek su sombra, asustada para siempre, humillada y depravada por las caricias del hombre. Y mientras podía escuchar hasta el golpeo de los cascos de los caballos, estaba respirando sin saberlo: “Ah-áh...” y soplaba en voz baja: “Alláh ...”

Akbilek vagaba a solas por el campamento abandonado de los rusos como un cachorro advenedizo, pero la soledad no la pesaba. Morir, vagando en las montañas desoladas, le parecía más  preferible que morir de una bala. Todavía no creía, hasta el último sonido de los jinetes retirados: “Creador, ¿acaso me  salvaste?” Se tranquilizó. Y al arrojar un puñado de arena después de ellos - como enterrado, suspiró con alivio y finalmente miró a su alrededor.

Un apestoso y espeso cúmulo de las nubes ha cubierto ya los blancos picos montañosos como un macho de dos jorobas,  extendiendo las tinieblas impenetrables en todos los pendientes. Aquí ha estado una estrella que los vigilaba, pero ha apresurado retirarse de cielo como un tímido pastor, al ver a los ladrones gallardos acercándose a escondidas a su rebaño. 

Neblina frígida, ¡eh! ¿Cómo se puede ver la niebla negra, girando en el alma de Akbilek?

¡Follaje de otoño! ¿Por qué úlulas, a quién tratas de acunar tú,  marchita, eh? 

¡Codornices, basta! ¡Estáis en las ramas fuertes, sois descuidados, despreocupados, eh! Está bién para vosotros llamar y esperar la compasión de la noche cerrada. ¿Sois los que calmen su tristeza en el corazón de Akbilek? ¿O estáis seguros de que os han dado llevar a Dios el llanto lastimoso del pato pequeño, clavándose con su ala rota en la tierra, deshecho por un buitre de ratón blanco? El patio clavándose entre los koshes vacíos torcidos y sin dejar de mirar al cielo?

Nubes, ¡eh! ¿Por qué no se dispersan?

Las hojas, ¡eh! En vez de volar, susurrando por el suelo, mejor cubran la bella triste!

Vientos helados, no vayan haciendo vueltas libertinamente, pero llevad al padre las noticias sobre su hijita arrojada en el foso de perdición.

¡Oh, las formas desalmadas de la naturaleza, ¡ah! ¡Su idioma es desconocida a la bella mujer herida de Altai! ¡La bella rehén se perdió sin querer contar con vuestras máscaras sombrías y complacer a su voluntad! ¡Confió en Dios de Altai y se perdió!..

La negrura de la noche se espesaba. Akbilek se horrorizaba. Por encima de su cabeza algo numeroso pasó rápidamente. Los temblores se apoderan de Akbilek. Algo echa a volar con el chirrido, trepida en la hierba, susurra en el manantial, ulula - Akbilek queda inmóvil cerrándose con sus manos como si algunos monstruos desconocidos estén a punto de capturarla.  Si acuesta, no puede dormir. Y le da más miedo permanecer sentada. Y tiene miedo de salir a alguna parte, además es muy fácil perderse y herirse en la oscuridad ... Pero aún así no podía dejar de pensar que había una idea fuerte: salir de aquí pronto. ¿Pero adónde al medianoche? No podía atreverse. Su mente enjendraba los aposentos de la familia, con las cosas de Kazajstán, y con la vajilla de Kazajstán... A su lado estaba un tipo de vivienda - kosh, al parecer, ya acostumbrado, pero ella no está capaz de hacer un paso para entrar allá, importa que miedo le daba un cielo sombrío.

Sin saber que hacer entonces, Akbilek permanecía sentada, encorvada, acurrucada, mirando con miedo a su alrededor. Parecía que una noche más se puso sobre la noche. Incluso la artesa, que estaba allí al lado del kosh cercano, no se veía.  Creador, ¡ah! ¡¿Si amanecerá tan pronto?!

En algún momento, parecía que un aullar llegaba del  bosque. Tan horrible. En el kosh cercano, abierto y agachado como una bruja, algunas sombras empezaron a alborotar. Habían casos cuando Akbilek oía el aullido de un lobo detrás del aúl cerca de las manadas: el mismo sonido. No puede ser, ¡ah! ¿Acaso son  lobos?.. ¿Qué debo hacer? Vamos, los lobos no se atreverán, ¿cómo saben si hay gente en koshas, y los rusos con armas de fuego dan tal miedo – tendrán miedo... ¿O se dieron cuenta de que aquellos habían dejado el campamento? Cuando aquella gente estaba aquí, los lobos no se atrevían hasta dar un chillido...

La jamba de la puerta de Kosh crujió silenciosamente. Como alguien se asomó. Pero sin un sonido. El miedo tiene los ojos grandes, pero todavía no se veía gota. Quisiera levantarse – no pudo. Los aullidos volvieron a escucharse, más clara y distintamente. El aullido se hizo más fuerte. Sacudiendo las montañas, borraba todos los demás sonidos. Las mismas manos de Akbilek han alargado y apretado una de las varas del fieltro de kosh. Captando con dos manos de el palo de abedul, a un sazhén[13] de largo – para una ruptura de cualquier lomo, se puso detrás de la choza. ¿Quién, si no fuera ella, recibiría totalmente armado a los lobos?  En realidad, no había nadie. Pareció que los aullidos empezaron a cesar. Al bajar su garrote sobre el suelo, Akbilek, respiró un poco libre, pero, resultó que fue todavía temprano para que se calmara. Llegó un golpe de agua desde el manantial.

¿Quién es?.. ¿Un hombre? ¿Una bestia?.. No importaba quien era. Akbilek sentándose de volvió a agarrar la vara. Retuvo la respiración, se quedó inmóvil.

Y luego estalló par de ojos redondos en la capa negra. Muy rojos, brillaban como un fuego. Akbilek se levantó de un salto y se encontró en el kosh, se empujó hacia atrás en el borde más lejano. Y ¿qué podía hacer si el palo cayó de sus manos aún a la entrada del kosh. Fue arrastrando cuidadosamente, alargó su mano afuera y comenzó a hurgar en el suelo...

 

 

Vio que: dos luces se incrementaron en cuatro. ¡Si fuera así! Detrás de ellos se estalló un par de las manchas de color purpúreo. Seis ojos brillantes de los lobos le parecieron a Akbilek como los sesenta. La noche más negra estaba llena sólo de los ojos brillantes. Brillaron, y luego disminuyeron, volvieron a arder, centelleaban, se acercaban...

¿Acaso es real todo? .. Ya está crujiendo la hierba bajo sus pies.

Hay allí-aquí, aquí están ...

Oybai, ¡ah! Una manada de lobos!

¿Adónde voy?

Ten cuidado, aquí están agitando las cortinas de kosh, olfateando la tierra ...

Oh, Creador, ¡ah! ¿Acaso encontrarán? ..

Oh, santos, ¡ah! Uno de los grises encontró un hueso cerca del hogar apagado y la adentelló.

¡Imagínate lo que sucedió a Akbilek! ..

No se atrevía a respirar, y se congeló.

Pronto en la puerta abierta del kosh, donde se ocultaba Akbilek apareció, gruñendo, el hocico de lobo ...

 

El grito desesperado de Akbilek que atravesó la noche le hizo al lobo soltar aparte, prestando unos segundos de la esperanza de salvación, pero los ojos rapaces se volvieron a enrojecer, las bocazas se desnudaron, enseñando los dientes, el gruñido se intensificó. Los lobos soltaron hacia adelante, luego giraron en un sitio, retumbaron con el zumbido uterino. Akbilek, comprendiendo que los animales se lanzarían a ella, sin duda alguna, decidió adelantarles, rodó rápidamente a su encuentro, agarró un palo y comenzó a agitarla a su alrededor, gritando: le daba igual, no veía nada.

De vez en cuando ella oía un gruñido particularmente cruel. A veces, de un golpe con la vara contra el carnicero que se encontró o contra el kosh le rendía dulcemente en la mano. El circundado se hacía más rápido y furioso. Al ponerse loca, Akbilek, sigue agitando su palo. Los lobos se cerraron alrededor de ella. Akbilek golpeaba, los lobos esquivaban, Akbilek les zurraba la badana, los lobos se echaban saltando sobre ella. Akbilek le pedía a Dios, los lobos rabiaban. Akbilek chillaba.. los lobos aullaban... De aquel manera ella luchaba con ellos, durante mucho tiempo ...

Akbilek estaba a punto de ahogarse en el ataque de nervios, en la fiebre y lanzamientos,  estaba pereciendo, no había escapatoria... “Por poco me caigo, ahora, ahora me agarran, devoran, comen... – pasaba de prisa en su cabeza, cuando de repente algo bajo sus pies se encendió brillantemente.

Los lobos saltaron aparte. Resultó que habían carbones - tomaron té, y el carbón no estaba completamente extinguido ... Akbilek inmediatamente comenzó a dispersarlos alrededor de sus pies. ¡Milagro! Fuego, cenizas y las ramitas un poco latentes secretamente estallaron con un vigor renovado. Los lobos juntos se retiraron inmediatamente del fuego feroz. 

Akbilek apresuró a tirar al fuego las ramas secas y cortezas que habían allí mismo. Y el viento la respetó, avivó el fuego alto, como disculpándose: "Yo, en general, estaba a tu lado, ¿lo ves?" Y lo mucho que encendieran llamas, el fuego se hacía más deslucido en los ojos del lobo. Antes de la muerte del fuego no morirás. Llama se apaga, y la vida Akbilek será destinada a desaparecer. ¿Y cómo no te harás chamán aquí?

“¡Vuela, mi fuego, vuela! ¡Estalla, enciéndate, dame fuego! ¡Bestias cobardes, enemigos silenciosos! ¡Aquí está el fuego, aquí está un arma! ¡Lejos, no os acerquéis a mí! ¡Os quemarías en el fuego! ¡Chamuscaré, quemaré!"- saltaba y gritaba hasta el amanecer Akbilek, semiloca: "masda-masda" y se salvó.

Altai sacudió de sus caderas arrugadas una noche oscura con los ojos ensangrentados y colmillos monstruosos, trayectó las líneas de una belleza fabulosa y solar Kunekey en el cielo plomizo en la luz disipada de la luna. La cúpula del cielo al amanecer estaba  saturándose de la blancura, las cimas de las montañas empezaron a brillar de oro. Sólo se abrieron las puertas del amanecer, las del paraíso y rojos, Akbilek se fue, mirando atrás con temor.

Al poner el cinturón hecho de una cuerda de un forro de fieltro, que había cubierto la chimenea del kosh, se fue con las botas del soldado encontrados en el kosh. Sus cañas le estaban hacia la cintura, en su mano tomaba la vara de noche. ¿A quién iba a golpear más? No sabía, pero la llevó consigo por si acaso.

Estalló el amanecer, llegó a sus sentidos y el viento, las nubes se separaron. Las alondras se elevaron de sus nidos y se lanzaron a las rocas pidiendo el pago de las comunidades de piedra por el derecho a ver primeros a Kunekey, la del semblante de sol.  Alondras, ah, que la pidan por Akbilek. Sin embargo, no lo hagan, allí va bien, radiante. Su rostro está iluminado. ¡Y frente a ella está un día rayoso! Inmediatamente se olvidó de aquella noche terrible y larga, 
una danza mortal con los lobos. ¡Está golpeándose con las herraduras de los talones de ejército de piedra a piedra, no se puede alcanzarla!

 

Akbilek estaba corriendo como el sonido de la letra "E". Se apresuraba a los suyos, ya había visto lo suficiente de los rusos, extranjeros, feos, querían matarla - ¡cómo están! Y no tuvo otro camino, sino que deslizar por el ojo de una aguja. Detrás de ella habían los montes despobladas, los montes llenos de monstruos: osos, lobos, albastí[14], jabalíes con un solo ojo en la frente. Frente a ella estaba un sendero estrecho, y allí no carecía de la bestia: nadie pudiera dar garantías que los dientes nocturnos no la encontraran en la próxima carretera.

¿Quién va a llevarla si ella misma no lo haga? Y la regalón de su madre está moviendo las botas pesadas, olvidándose de comer, dormir, cansancio, deseando ver sólo el borde de su pueblo natal.

Alejándose a toda prisa por la colina de la montaña, Akbilek lanzó la última mirada hacia atrás. Los koshas del campamento que se quedaron abajo tenían el aspecto de desvencijados, falsos. Pero el bosque de la montaña se quedó aquel mismo, aquel mismo campo, aquel lugar sombrío, aquellas piedras rodando – allí estaban todos los testigos de su humillación, allí se burlaron de su honor de señorita. Al caer su mirada a lo aquello, le apodera una vergüenza ardiente, donde esta todo en conjunto: el sentimiento de culpa y repugnancia. Pues, si un cachorro se ensucia en una alfombra limpiada barriendo por la dueña, su nariz la meten en su propia suciedad, por lo que se vuelve la boca, gañe, tratando de retroceder. Así mismo se porta Akbilek, como aquel cachorro. Ella no quería ver nada, volvió de espaldas. No importaba como se apresuraba Akbilek, en cualquier caso las rocas, cantos rodados, rupturas de piedra escondían de ella la cara nativa plana de una estepa. Pero llegó un momento cuando el sol se elevó sobre toda la cordillera a la altura del escudo, y Akbilek, perdiendo el aliento, subió hasta el mismo borde de la trampa de piedra, vio un espacio neblinoso de la estepa. Se alegró como si estuviera en la puerta de su casa natal. Y si había una delicia para - dar alas a volar!

Sus rodillas se doblaban, crujía en los tobillos. No tenía importancia, continuó arrastrándose. Tratando de no agitar los brazos, bajó por la pendiente a las tierras bajas. Parecía que el crujido en las piernas se apagó un poco. Todavía esperaba que  le quedaba la fuerza; de hecho, parecía más fácil andar por la tierra plana, pero ascendió al otro cerro, y sus piernas se llenaron de plomo, empezaron a doler, los huesos como si se rompieran.

¿Dónde estaban sus piernas incansables, veloces en los juegos de alcanzar, como las de la liebre? La embrujaron, o algo aún peor le aproximaba a ella? Le daba miedo imaginar, ¡de pronto fueran calambres, ay! Aunque se viera algún aúl, si no aul, un kazajo solitario, y si no fuera un kazajo, por lo menos algún animal. Sin embargo, las colinas se quebraban y parecían sólo algunos obstáculos, y nada más, y no se veía a nadie.

Después de pasar otro páramo, Akbilek tropezó con el despeñadero extendido en el camino... ¡La misericordia de Dios!.. ¡El río, el río! En la orilla opuesta se extendía la carretera. ¡Fue que la gente estaba cerca! Akbilek, esforzándose el resto de sus posibilidades, caminó más rápido. El río era estrecho, con un baño rodaba las piedras redondas en el barranco de piedra. Salió a la plana orilla del río, se quitó las botas, se quitó el chapan, la camisola[15] , cogió el dobladillo de su vestido, recogió las mangas, se lavó, bebió un poco de agua. Su garganta estaba completamente seca, estaba muy cansada. Al aplacar su sed, respiró aliviada.

Al borde de agua Akbilek estaba sentada bastante largo tiempo. Ella pensaba: "Aquí el agua fluye y se congela, fluye y se congela, y no hay fin a la misma, no hay nada que se vea una amenaza para el agua, y no conoce la muerte. Nada siente. Voy a beberla o no – le da igual, le dará a beber a una buena y a una mala persona. También es la gracia de Dios. ¡Su misericordia! ¡Pero no la he recibido! "

Toda su vida ante sus ojos el agua corría, pero nunca le llegaban tales pensamientos. Fue asombrada como llegaron a ella. Se inclinó a la superficie lisa del agua cerca de sus pies y vio su reflejo. El pelo resultó despeinado, apresuró a arreglar los mechones, mojándolos con el agua. Quería peinarlos. Pero no lo hizo, pensando: "¿Para quién hay que embellecer?" Se puso de pie, mirando a los lados en busca de un escondite cerca, para  descansar un poco allí. Resultó que se había entumecido los pies, se pellizcó unos tres veces las pantorrillas, muslos, como pasó.

A la izquierda vio un barranco poco profundo en la orilla  abrupta. Sin pensarlo demasiado, Akbilek se puso la camisola, tiró el chapan sobre sus hombros y arrastrando su garrote, se dirigió allá.

Allí, cerca de la ensenada, se podía ocultar. Detrás estaba el muro de la arcilla de piedra, en frente – el agua, a la derecha – la ensenada, a la izquierda – la muralla deslizada del despiñadero. Se sentó, abrazándose las rodillas con las manos, e inclinándose, miraba al agua. Comenzó a calentar, la frente se ponía más caliente.

"Aquí está un río. ¿Y dónde se encuentran las personas que viven aquí? ¿Acaso no suele poblarse cerca de los ríos con el llegar del otoño? Y el camino a lo largo de la orilla... ¡Oh, probablemente, los de aquí huyeron a lo lejos de los rusos! ¡Todo está frenéticamente estropeado alrededor! ¡Ahora son nadie! ¡Cuántas chicas, pobrecitas, igual que yo, perecieron! Sin embargo, lo que pasó conmigo apenas pasó con ellas. No he visto a las otras en la estancia del atamán[16]... ¿O las mataron en seguida?.. ¡Oh, los rusos, son crueles para la gente! ¡No voy a recordar a los malditos, de repente vuelvan! ¿Por qué no han vuelto? ¿Tal vez chocaron con alguien? ¿Con quién están peleando así? ¿Tal vez con los kazajos de las afueras? No, ¿para qué deben los kazajos luchar contra ellos? ¿Qué es lo que quieren? ¿O quieren aniquilar a todos los kazajos, y llevar consigo a sus hijas, esposas, el ganado? Entonces ¿por qué desaparecieron todos a la vez? Sería suficiente a los tres o cuarto con rifles irse para que robaran un aúl ... Y se iban, ocultando, mirando a su alrededor, como asustados. ¿O les metieron freno al fin? ¿Quién es su enemigo? Oh, santos, ¡ah! Algo el padre decía sobre "los blancos, los rojos". ¿En esto es caso? “Son rusos los rojos también? ¿Toman las niñas - y a correr? Si los rusos... son, probablemente, tales como el de Bigote Negro. Quería matarme. ¡Uh-oh, mi cabeza! Creador, ¡ah! ¿Qué debo hacer?"- adivinaba, adivinaba y lo dejó.

El agua está fluyendo, chapoteando limpiamente... Akbilek está mirando al agua clara, y sus pensamientos oscuros la acunan. La han acunado, los párpados cerrados. Ante el temor de dormir, temiendo lo inesperado, Akbilek abre y abre los ojos cerrándose. Nada sale: el sol calienta - una, el chapoteo del agua, una pregunta sin respuesta - dos, y además, es que no dormía toda la noche porque, marchaba toda la mañana y una mitad del día, se cansó ...

Despertándose, Akbilek se estremeció y levantó la cabeza inmediatamente. ¡Asustada, por supuesto! Resultó Dios sabía donde, casi en un agujero cerca de un río. Inmediatamente recordó como corría fuera de la garganta de la montaña oscura. Saltó. El sol se inclinó hacia el horizonte, se hizo más sombrío. Mirando más fijamente, inspeccionó aquella orilla, con atención – ésta orilla, buscó un vado, con las piernas colgando una vez más  en las botas. Se iba y venía. No había vado.  Medía las aguas profundas con su vara, y estaba profunda en todas las partes.

Pero  muy pronto a las aguas poco profundas, de borde a borde salpicado de canto rodado. La corriente flotaba en cabrillas. Se quitó las botas y subió su ropa interior como pudo arriba de las rodillas, las medias de cuero bajo el brazo, y, pisando cuidadosamente con las regordetas patas blancas por las piedras inclinadas, cruzó la corriente.

A la mitad  de verstá se veía un cerro. Decidió ir y buscar con los ojos la gente.

Subió, y resultó que detrás de ella habían las alturas aún más elevadas. Akbilek comenzó a mirar alrededor, en busca de la carretera. En frente estaba la estepa colinosa, detrás - la cadena de las montañas. El aúl de Akbilek estaba a la pie de la cordillera. No al este, pero al suroeste, las montañas no se parecían a las montañas natales, se extendían a través de aquellas cimas. Por lo tanto, no moviéndose lejos de las montañas, sino dando una vuelta alrededor de ellos, tenía que caminar en la dirección de La Meca. Una vez decidido esto, Akbilek se puso a caminar por los puertos de montaña, tratando de pasar por los lugares en pendiente suave, abiertos.

Un valle encabritado, desolado. El entrelazo de las hierbas pálidas, arbustos de flores silvestres, colinas, terraplenes, gredas arenosas rojas, aperturas cubiertas. Los ratones grises, cotorras abigarradas, liebres, alondras – además de ellos no se podía ver a nadie. Las personas que pueden aparecer, ¡eh! Una estepa desolada parece a una quemadura. ¿Y cómo los pastores pastan sus rebaños allí, y no mueren de aburrimiento? ¡Eh, páramo inmenso desnudo! Es triste el aspecto de viajero solitario en la estepa desnuda.

Por la estepa, aún prometiendo la salvación, anda tristemente Akbilek, sus rodillas colgando en las cañas. Un azor está acometiendo un ratón, al igual que un águila. Allí, a lo lejos, sube y baja sonoramente una alondra, impregna alturas, y temblando con las alas, es incapaz congelarse aunque para un momento. La voz de esta ave se preocupa particularmente, otros cantaban de otros modos. ¿Qué ha pasado con la pobrecita? Cuatro o cinco pajaritos ha volado a su alrededor, acercándose y alejándose se han preocupado las protectoras: vuelan más cerca, trisan indignadas y vuelan a un lado.

En un momento la alondra cayó imprudentemente como una piedra, como en el ataque. Y Akbilek se apresuró al pajarito como una bala. El lugar a donde ha dirigido, ha estado densamente cubierto de hierba. Akbilek se apresuraba, fijando su mirada. Un bebé con alas, hundido en los matorrales empezó a alborotar, susurrar allí, alejándose en los matorrales de los troncos densos, agitando la hierba y haciendo ruido. ¿Qué pasa con ella, pobrecita? Ha corrido hacia ella, y allí, extendiendo la verdura, está la serpiente gris elástica.

La serpiente ha levantado su afilada cabeza, en ella está la muerte, los ojos de diamantes se clavaron en la alondra, su lengua doblada ha desfilado. La serpiente, silbando, se arrastra de costado, hechizando se derrumba, se estira, liberando los vapores tóxicos, ya está lista para saltar. La alondra es incapaz de apartar sus ojos de los ojos brillantes, está moviendo sus alas agitadas, se levanta un poco, se agrupa en una bolita - y hacia abajo, justo debajo de los dientes de la serpiente, y allí se agita. Una vez más: "hap!" - y ya está Una serpiente terrible, clavando su mirada penetrante al pajarito, se rearme los labios con el tenedor de la lengua y permanece esperando hasta que aquel le salte en la boca.

Akbilek le compadece a la alondra. Ha tomado su vara y ha golpeado una vez justo en la en la cabeza afilada de la malvada. La ha martillado en el suelo, el cuerpo estrecho se ha estremecido  desesperadamente. El pajarillo pobre acaba de despertar: se ha movido, rodado por el suelo, se ha sacudido, como quitando de algo tenaz, ha agitado sus alas y ha volado ruidosamente de pelusa en el cielo. Akbilek dos veces más ha golpeado la serpiente movida y se ha ido adelante.

Ha hecho un paso y ha recordado las palabras oídas antes, en su infancia: "Una serpiente come, al hipnotizar, una alondra." ¿Cómo? “Lo verás con tus propios ojos "- así decían. Me interesa, ¿qué tipo de magia está en los ojos 
de esta reptil? – me sorprendía. El caso de la alondra
como había eliminado su fatiga, brevemente su corazón empezó a latir con fuerza, produciendo un pulso constante. Le ha alegrado todo lo que salvó la alondra de una muerte segura. Y su valor para matar a la serpiente. Esta es una buena señal. El pajarito es tan indefenso. ¿Por qué debe morir?             

 

Pajarito, pajarito – es mi nombre, yo soy una bol extraordinaria de los plumas,

Un muchacho me ha afligido.

Que seas tú mismo un huérfano!

 

Es una maldición de un pajarito en los juegos de los niños. No es culpable de nada.  Ha reflexionado demasiado. Y entonces ha surgido la pregunta que la ha obligado que piense de nuevo: "¿Y antes de quién soy culpable?"  Se ha presentado una alondra y a sus ofensores - bichos rastreros. Maté a la destructora del pájaro, seguramente alguien matará a mis abusadores, y ha considerado correcta su decisión.

Iba pensando así, y de repente frente a un cerro surgió una mancha blanquecina puntiaguda. Akbilek se asustó y encogiéndose de hombros, se sentó inmediatamente. Se escondido, no se podía verla. Tenía miedo de mirar levantándose, y si los rusos, pero no tenía más la paciencia para ocultarse – quería echar un vistazo: ¿quién estaba ahí? "Si son los rusos, me encontrarán en cualquier caso, pueden observar por todas partes, sea lo que sea, miré "- decidió y, después de esperar sentándose un poco más, se levantó y empezó  a mirar fijamente. Iba al pie de la colina, como si en una carrera, una persona  revoltosa, y murmuraba unas cosa extrañas a sí mismo. Una lechuza estaba derribada a su cabeza. Llegó la conjetura que los rusos no tenían tales gorros puntiagudos, se le hizo más aliviado para el corazón, y el cono en la cabeza le hizo claro: sí, era un duana[17] habitual – brujo, curandero y la persona de Dios. Pues, tiene el báculo en su mano.

- ¡Eh, duana! - y ella misma no entendía como exclamó, como  se atrevió a exclamar.

El derviche se paró, como un caballo a toda velocidad, se levantó bruscamente, se quedó pasmado un poco, y luego se volvió y se dirigió directamente a ella.

Akbilek comenzó a reconocerlo, sus pies estaban ensuciados con barro, la punta afilada del gorro blanco estaba coronada con las plumas de búho, el báculo hecho de saquillo y cubierto de la panza seca, con los anillo y campanillas, resonaba, con omoplato de cordero para adivinación, con el rosario del profeta Jizra colgando del cuello, en el lado tenía un cuchillo, las fosas nasales se inflaban, el pecho abierto, la nuez salía, antebrazos desnudos, los dedos extendidos, fruncido cautelosamente, Los manojos de la barba sobresalían, relajado, pero vigilaba mejor... Si le ves una vez, le conocerás siempre -  es aquel mismo Iskander.

¿Quién es, el derviche Iskander? ¿Es peligroso para Akbilek? Y mientras se movía suavemente hacia ella, trataremos de relatar qué tipo de persona es este Iskander.

No existen los caminos mágicos ni los puertos montañosos en el mundo donde no andaba Iskander. Si tomamos al menos Ust-Kamenogorsk, Borovoye, Semipalátinsk, Kar-karali – en todas partes dejaron un rastro sus pies descalzos. Él vio una locomotora y el barco de vapor. Incluso compuso una canción para la ocasión: "Po-o-rajot-eh, po-o- rrajot ..! (locomotora)".

Iskander no tiene casa. A donde llega por la noche – allí está su refugio. Alguna grieta, barranco cubierto, un semidestruido y viejo muro de la tumba son su vivienda. Hasta no tiene parientes. Sus familiares son todos los kazajos. Él no tiene  ganado. Todos sus bienes están ante vosotros. Es indiferente a la ropa. Si le das una moneda, él obtiene el premio  con que organiza la lucha, el correr para los niños en el primer aúl. Está andando sin un bolso, no toma dulces, ningunos alimentos. Si le das de comer, él está contento. Al llegar a la gente, pasa a un lugar de honor y exclama: "¡Alláh es la verdad!" – pronuncia  algo ininteligible con la expiración, golpeando alrededor, pasando acá y allá, y se va. Dará a alguien sus perlas de nácar y plumas de un búho. Sin embargo, le ruegan las joyas  todas las muchachas y nueras.

Iskander es incapaz de engaño, no sabe mentir, nunca piensa mal en una persona. Les llama a los mayores de edad padres y tíos. Y a las mujeres se trata de “madre”, aunque es sólo la joven nuera en una casa ajena. Llama a toda la raza humana "mis hijítos", nunca levanta la voz a nadie. Nada contesta a un hombre que le ha afligido, sólo sacude la cabeza. A veces, le piden:

- Duana, dále miedo a este travieso.
Contesta, acariciando al niño culpable:           

-         ¡ Deja a mi hijito, mi bueno, no asustes, no asustes!

Iskander más adoraba a los niños. Si llega Iskander, los niños van detrás de él en una cadena, no se quedan atrás hasta que se va. Y los perros le notan especialmente: sin embargo, le siguen, ladrando y gruñendo. Va trasladando el báculo lentamente, y si algún perro agarra el palo, no afectará al animal. Y si los niños están ocupados aprendiendo, Iskander da prisa para saludarle con la mano a mulláh  quien enseña. Los niños saltan inmediatamente y alargan sus manos para saludar a derviche. Iskander le pide a mulláh y les da rienda suelta a los alumnos. A veces se queda para pasar la noche en el aúl, se sienta en sus patas traseras cerca de una casa por la noche y alarga el brazo derecho doblado a un niño que está, como regla, junto a él, y empieza a girarle, derribar. Es su tipo de lucha. Los chicos se interesan, están haciendo fila para luchar con él. Si un niño cae, suelta su mano y dice: "Eh, atleta, has caído" - y si aquel es capaz de mantenerse en pie, dice entonces: "Uh, un hombre poderoso, has ganado."

Iskander cree en todo lo que le dicen. "Dicen que esta persona te quiere ver, quiere que le traigas el carbón de la ciudad, "- le dicen al derviche, y él:" contesta: “Ah, así es como"- y va al llamado fulano. En las feroces días de invierno Iskander caminó cincuenta verstás a un ishán Isakáev, llevando en su espalda un saco de carbón. Hubo aquel caso. Y continúa, arena suelta o nieve, descalzo, tal alma tiene que su pie no conocía ningún calzado.

Alabanza era lo que amaba Iskander. Si le dices: "Respetado duana, dicen que has competido con un buque de vapor"- respuesta, alegre: "¡Oh, mi padre, ha sido una cosa así". Con un caballo amblador, y con un caballo levando un carro él participaba en carreras. Ha afirmado que nunca se quedaba atrás.  La capacidad de correr es todo con que podía alabarse, pero los que le vieron correr aseguraban que a menos que en una carrera de caballos a larga distancia se encontraba detrás de los caballos. Habían casos cuando le saltaba en la mente y él empezaba a correr dos o tres kilómetros con los garañones cerca del aúl. Y si le preguntas, "Duana, ¿por qué no te cansas?"- dice: "Oh, Dios me da fuerzas. "

Iskander sigue corriendo así, no busca el descanso. De vez en cuando por el camino entra en un umbral, exclama: "¡Verídico!" - le da con las manos por la cara en oración, y ya no está.

No adivina, no predice el destino. Asegura: "Es un pecado" - y sacude la cabeza de lado a lado. Pues, no digo que fue diligente en la oración. A veces, durante la oración pasa sin lavar sus talones negros a los musulmanes fieles y se establece al lado de ellos. Sobre todo, no dice nada de los versículos del Corán, pero mueve los labios, un poco como lee por sí. De vez en cuando exclama: "¡Verídico!" - y emite un sonido lúgubre, y es todo.

Iskander no es capaz de charlar, sus respuestas son cortas. Si habla, puede responder con rimas. Si el dueño de la casa dice repentinamente: "Duana, no disponemos de cordero para obsequio"- entonces oiremos de él un trabalenguas, por ocasión o no:

 

Eh, si usted no tiene el carnero, significa que la sabiduría le está dada.

Su sabiduría es visible a todos, significa que una fiesta es ciencia infusa ...

Nadie le vio a Iskander descontento, con un labio saliente. Cuando le miras, está saludable, sonriente. Nadie ni siquiera pensó, por qué estaba así, que corazón late en su pecho, que  sangre fluye en sus venas, que energía mueve su cuerpo. Sólo la gente le tutea: "Duana, duana" – y nota: "Este puede todo". La vida de Iskander es un misterio. Por supuesto, Iskander es una persona. Pero, ¿qué clase de hombre es? ..

Tal vez, eso es todo lo que se puede relatar de la persona con quien se encontró Akbilek. El derviche, acercándose a ella, dijo:

-   Ah, una niña, un rayo, querida mía ... ¿De dónde eres?

 Akbilek, sin saber qué decir, avergonzada decayó de ánimo.

-  Tiíto duana ... yo ... yo ... soy del aksakal Mamirbai...- y se quedó en silencio.

Le daba vergüenza confesar que ella estaba debajo de un ruso, aunque contra su voluntad... tampoco podía permanecer en silencio, tenía que decir algo. Frotó la frente, parpadeó los ojos y bajó la vista al suelo ... Murmuró:

-  Soy la hija del aksakal Mamirbai... me he perdido ... ahora no puedo encontrar mi aúl ...

Duana no empezó a preguntar como o ​​cuando ella se había perdido.

- Eh-eh, mi hija... ¿te has perdido? Mamirbai, Mamirbai,  Tauirbai, Suirbai... lo sé, lo sé... Te llevaré conmigo, te cuidaré, y te llevaré a casa - y le tendió la mano.

Encantada de que el derviche no empezó a hacer ningunas preguntas, Akbilek le siguió con gran alegría. Iskander la arrastraba detrás de sí con la mano izquierda, y transponía el báculo con la mano derecha: sólo aparecían y desaparecían sus pies secos. Anda, anda y lamenta al tacto de los pasos: "Eh, hija mía, eh, hija mía, tus ojos estaban hinchados, tus piernas estropeadas, has padecido de hambre, estás apagada..." Y Akbilek no tiene palabras, solo a veces mira a los mechones sobresalientes de su barba o su pecho oscurecido bajo el sol. Dedos verrugosos toman fuertemente la muñeca de Akbilek. En un apuro, como si alguien, allí lejos, le está esperando con desesperación. Cansada rápidamente, Akbilek no aprovecha en poner pies, toda torcida, como un bebé que estaba arrastrado por una madre severa. Finalmente no resistió y suplicó:

-   Tiíto duana, ¿podría ir más lentamente?..

-  Uh, ¿estás cansada, hija mía? – y, al soltar su mano, empezó a andar no tan rápido. 

Sin embargo, medía los pasos con sus piernas musculosas, seguido por el rugido de su pecho, como él de los los toros,  siguiendo vivo, de tal manera que pronto no se podía gritar hasta hacerle oír. Atrasándose bastante, Akbilek trató de detenerle con conversación:

-  Tío duana, ¿está lejos el aúl ahora?

-   Ah, - se paró. - Vamos a llegar, llegaremoos.

Y una vez más se apresuró adelante. Akbilek, se cansó mucho, pero temía reconocerse. Y habló de nuevo, con la esperanza de mantener al viajero:

-    ¡Duana! - casi gritó.

En aquel momento, le preguntó si no había visto a los militares en aquellos lugares.  

- Eh, ¿el ejército? Un montón de enemigos, sí, hay, - murmuró el derviche.

Akbilek, insatisfecha por la respuesta, preguntó en que parte estaba su aúl.

- Debajo de aquella nariz sobresaliente - y señaló la montaña azulada a lo lejos. 

A Akbilek le quedó claro que aquel día no podía alcanzar el umbral nativo. Por lo menos llegara cojeando a alguna vivienda... Lo que a duana, con su marcha rápida, le parecía cerca, a Akbilek, demacrada y con las rodillas quebradas, no era posible alcanzar. Él andaba, ella se arrastraba... Habían pasado tanto... pero ella no lo alcanzaría, de cualquier modo. Allí, cerca del mismo horizonte, se vió algo en la colina - ya el ganado del pelaje oscuro en un pasto o los tocones ennegrecidos.

El sol se inclinó, preparándose para la oración de la tarde.

Akbilek tuvo hambre, agotada. Se quitó las botas llenas con dolor. No le quedaban fuerzas para moverse y, sin sentir nada, sólo se sentó. Duana, huido de ella a media verstá, oyó su voz adelgazada patética, y se volvió a saltos a ella. El se dio cuenta de que ahora Akbilek era incapaz de mover un dedo.

- Eh, hijita mía, los ojos hinchados, las piernas hecho bultos... ¿cansada, supongo? Ah, mi hijita, te llevaré a mi espalda. ¡Sube! - y le puso su espalda.

Akbilek tardaba,  sin atreverse a subirle y negar. Parecía incómodo para ella, una doncella, subir al lomo de un hombre robusto.  Inmediatamente se acordó como la había llevado en sus manos el de Bigote Negro cuando ella había sido su esposa, la había apretado y besado... Y de todos modos, ¿no había  pecado para su cuerpo, acariciado por el ruso, no mahometano, apretarse a la espalda de una persona de Dios? Pero el derviche esperaba pacientemente, repitiendo: "Sube, sube, mi hija".

Los parientes estaban lejos, no habían fuerzas para andar. Tuvo que levantarse por desolación, suspiró, probando y extendiendo las manos a los hombros de duana. Akbilek hasta se hizo abrazarle alrededor de su cuello, pero duana nada - saltó como un rocín, y con el grito: "¡Conmigo está mi santo festín!" siguió corriendo. Pasó su bordón a Akbilek, y con los ángulos de sus codos agarró sus piernas colgadas por los lados, las presionó, la sacudió para la contracción más fuerte y siguió marchando adelante por los montículos y piedras.

Akbilek se imaginó que jineta era en aquel momento, y estaba a punto de reír y llorar. Sin embargo, se mostraba satisfecha. En primer lugar, con lo que ella se vio saltar del ruso. Allí con él no tenía ni siquiera la esperanza de seguir siendo un ser humano, allí se reconcilió con la angustia y la humillación, la desvergüenza y hasta la muerte. Y el hecho de que iba a duana, no tuvo ninguna intención desagradable, y la prenda de aquello era la santidad del derviche. Ella quería una sola cosa - llegar  al aúl, a su padre. Lo vería, abrazaría después de una separación, podría orar encima de la tumba de su madre, y ella misma, como madre, cuidaría a su padre. Aunque se consolaba mucho, su corazón seguía siendo desgarrado, apretado por un lazo; ¿quién? Recordáis vosotros mismos.  ¿Y qué significa esta alegría? ¿Y qué es la salvación? No se puede, no se puede mirar a lo todo de una manera diferente, es la estupidez que la vida vuelve a arreglarse con seguridad, hagas lo que hagas - de todos los lados arrastraban las mismas nubes oscuras cubriendo la luz, se dejaba sólo recuperarse del dolor y sobrevivir ...

Si dejar aparte un sentimiento de inquietud que surgió en  principio de su equitación inesperada, durante la marcha Akbilek olvidó quién estaba debajo de ella, le empezó a parecer que la llevaba, de niña, en la espalda su madre, y en su memoria surgieron los días de infancia. Su vestido blanquecido de percal, debajo de una falda tiene los pantalones cortos rojos bordeados con la seda de color negro brillante, en su coronilla hay una cola de pelo; una chiquita dulce, descalza, prefiriendo correr al paso regular. Decora a un cabrito de rizos blancos y negros con la franja y plumas del búho, lo presenta como su pequeño caballo  y a correr a quien llega primero con los niños como ella. Se echa a plomo sobre su padre dormitado con su poca monta, y él se alarma y bajo los niños ruidosos colgados de sus hombros y cuello se rienda: "¡Empujado hacia abajo, derribado!" Jugaron al escondite, escondiéndose detrás de los camellos dormidos,  tocones, cantos rodados, en el barranco ... Detrás de la casa arreglaban una casita para la muñeca, hacían la tela debajo de ella, y en su cabeza colgaban una gasa. De hecho, sin duda le cortejaban, se convertían en una novia, y ellas, como las tías con experiencia, chismeaban, requerían un rescate de los parientes del novio de muñeco... Cortaba las piezas en rodajas de vestidos para la muñeca novia, por aquello su madre le daba un jabón.  Pero de todos modos, ¡ya que su madre no la quería! Apretaba a su hija a su vientre, con gusto sonoro besaba en la mejilla: "No me canso de mirar a mi pequeña blanca-blanca hijita..." ¿Dónde está su madre ahora? Oh, Creador, ¿quién o qué llenarán su ciego vacío ahora? ¿Quién tocará con sus labios suspirando la frente de Akbilek, cuando aparecerá cerca se su  casa natal? ¿Con quién va a llorar, quién va a consolarla? Una vez más  Akbilek se puso triste, las lágrimas volvieron a aparecer. Pues, lloraría, pero una alondra voló, temblando, por delante de ellos del arbusto con hierba, y la distrajo del llanto. Para aquellos momentos el sol se inclinaba ya hacia el horizonte, se anochecía.

Tal vez no oportuno, pero pienso que era difícil ir a derviche con una carga. Después de dos o tres pasos por las colinas y barrancos, él mimo la quitó a Akbilek de su espalda, un poco descansó, estiró su lomo inmóvil, y se levantó bruscamente como un caballo de silla. Akbilek estaba a punto de ir por sí misma, pero el derviche no cedió y la obligó volver a subir. Dios sabe de donde se hizo llegar el ladrido de los perros. Akbilek se alegró:

-   Hemos llegado al aúl!

-  Hemos llegado, mi hija, hemos llegado - respondió el derviche, y la tiró de nuevo más arriba por su espalda.

A Akbilek le pareció que olía a leche hervida, finamente combinada con el humo del estiércol quemado debajo de la olla.

-  ¡Hemos llegado, tío duana! Ahora lograré yo misma.

-  Ah, mi hija, tenemos que caminar y caminar - dijo el derviche sin  pensar dejarla.

Y cuando se hizo casi oír el gorgoteo de leche herviente, el derviche se detuvo.

-   Allí está el aúl, más abajo, - aclaró.

Akbilek deslizó de su espalda. Cómo podía estiró las manos endurecidas del derviche, intentó estirar las piernas, pero él se apartó, menos mal sacudió el borde de su chapan y volvió a andar a su lado.

Pronto en la pendiente de la colina se pareció el aúl pegado. No quería decir que fue construido como una población finalizada ponderada, ni siquiera se veía una fila amistosa, pero se veían cinco o seis invernaderos separados por un y otro lado. Como si declaraban a una persona atenta: dicen, y nuestros dueños, están muy separados, sin ningún beneficio a un asunto, sin ningún deseo de vivir en una población. Cerca de algunos cobertizos permanecía el ganado con aire sombrío. Parecía que estaban a punto de empezar a llevarlo a los establos. Desde la gran estructura cerca de un montículo de tierra vertía el humo espeso. Allá  se movía una sombra de una vivienda pequeña que estaba a la derecha. A la izquierda de la pendiente se adjuntaba un cobertizo, frente al cual se podía ver algunas cosas que no se reconocían, pero las había demasiado. Akbilek, sin saber que casa elegir, andaba por inercia, y el derviche sugirió:

-  Vamos a aquella casa.

-   ¿De quién es?

-    Del rico Musá.

-    ¿Y si vamos a la que está más cerca?- Akbilek no quería ir a casa de los ricos, los ricos – significaba que todo estaba próspero allí. Y allí vivía obligatoriamente la gente decente. En sus circunstancias actuales no sería muy cauteloso entrar en una casa decente. Entrar con tal apariencia a las personas decentes.  

-  ¿Podríamos entrar en una casa más cercana? – repitió Akbilek.

-   Los que están más cerca también tienen hambre, y para ti,  hija mía, es necesario comer, supongo que tienes hambre... – pronunció en voz alta el derviche.

- Que más da... Necesitaríamos un sorbete de leche, podría ser, y un lugar para descansar - no cesaba Akbilek.

Sí, incluso un hombre de Dios, no es capaz de sacar lo que se le metió en la cabecita de una mujer. Iskander-duana tampoco puso a persistir. Acaso podrían decir en aquel momento si era un débil mental, como pensaron?

- ¡Ah, mi hija! Bien, bien - y se volvió a la primera vivienda pobre.

Pero tan pronto como se dio la vuelta y estaba a punto de dar un paso, Akbilek por poco cogió su pierna:

- No diga allí, tío duana, quien soy. Dígales que recogía estiércol, me perdí, y Ud. me encontraste.

El derviche frunció el ceño y dijo:

- ¡Eh, hija mía! ¿Se puede mentir? Un engañador es un enemigo de Alláh - y ha ido poco a poco ya.

Un perro perezoso oyó un golpe del bordón del derviche, sólo conducía el oído, y cuando apareció el gorro de un extraño, él tuvo que levantarse, se dio cuenta de que no fue la hora para acostarse, y comenzó a ladrar con fuerza. Allí de debajo de una vaca apareció una mujer en los pantalones gastados de cuero debajo del vestido, en un abrazo con un cubo, arregló la sucia capucha blanca de las mujeres casadas – kimeshek, de la que asomaba la nariz – que deslizaba a un lado, y levantó la pie contra el perro:

- ¡Vete, vete!

El derviche puso su bordón a la espalda y se acercó a ella:

-  Hey, madre, Dios nos envió para una visita.

La mujer no respondió, estiró el cuello, tratando de desceñir a Akbilek que estaba detrás de derviche.

-  ¿Quién es esa chica?

-  ¿Así que podemos alojarnos? ¿Nos permite?

-  ¡Oybai, ay! Cuando los ricos viven allí ... Nosotros hasta no podemos recibir como se debe a los huéspedes... - casi logró decir, ya que le saltó Akbilek:

- Tía, sí que estaremos encantados con la leche agria. Íbamos a Usted y sabíamos que no nos ofendería...

-  Oybai, querida, ¡eh! Bueno, si habéis venido... nada se puede hacer... compartid con nosotros lo que tenemos – la mujer se hizo más amable al oír una voz suave, estaba dispuesta no sólo a recibir, sino también a calentarla como puede.

- ¡Si es así, entrad! - y llevó a los huéspedes no invitados a su vivienda bajita. - No tropecéis con el travesaño. ¡Bajad las cabezas, allá, allá!

El ama de casa seguía a los huéspedes, señalando como era necesario colarse por la puerta desvencijada. Entraron. Akbilek tiró de la cuerda clavada a la puerta para cerrarla, pero la puerta se inclinó aún más y, como una bestia terca, no quería moverse. Dejó aquella empresa.

En la habitación estaba tan oscuro como en una cueva de piedra. La mujer llevaba a derviche, quien se la agarró como un ciego, a alguna parte, y Akbilek se arrastró allá también.                

-   ¿Quién es, mamá? – se oyó la voz de un bebé. Bajo de los pies de Akbilek susurraba el heno. El hedor se extendía

desde todos los rincones. Un agujero, que representaba una especie de ventana, brillaba. Akbilek se acomodó torpemente junto al derviche en un lecho que estaba tirada en el suelo. Allí  el derviche exclamó con una voz retumbante:

-   ¡Verídico!

Akbilek se estremeció, y, por lo inesperado, la mujer expirando mencionó un culo.

El niño empezó a gritar, llorar, y apelando a su madre se lanzó hacia a ella. Y la madre le dijo:

- ¡Cállate! ¡Tómalo, duana! ¡Te cortará la oreja! - El chico se calló inmediatamente.

-  ¡Eh, hijo mío, no llores! No cortaré, no cortaré – le aseguró el derviche.

-  ¿Y dónde está el maldito candil? – pronunció el ama de casa, pasando sus brazos en su alrededor, y, refunfuñando, salió fuera. Pronto regresó con la tapa hollinada de la jarra , la puso al seso en el borde de la estufa, goteó aceite en la mecha ardiendo débilmente,  ablandó la llama pequeña con la mano pasmada. Después su manos de nuevo desaparecieron en la oscuridad. En aquel momento miraba fijamente a Akbilek. Temiendo que ella volvió a interesarse de ella, Akbilek la pidió con lástima:

-   Tía, ¿puedo tomar un poco de agua?

-   Del agua pasa la hidropesía del corazón, toma  la leche cuajada, - respondió aquella.

-  Entonces voy a tomar la leche cuajada diluida con agua. Mi garganta está seca.

-  Te daré a tomarla, querida, te daré.

La mujer comenzó a pulular cerca del horno, golpeando con platos.

En aquel momento, del horno, como en un cuento de hadas se apareció una cabeza peluda de la niña pequeña muy sucia. Al apoyar su bordón contra la pared detrás de su espalda, el derviche se inclinó de repente y comenzó a cantar lloriqueando algo suyo. La chiquita sucia puso a él ojos de plata.

La mujer le trajo a Akbilek un cucharón plano negro, mirando atentamente a su cara, y los párpados de aquella se cerraban, era necesario mantener un vaso cerca de sus labios. Mientras Akbilek bebía, estaba de pie, y mirando a la parte del duana,  rascaba con un crujido su pierna a través de un agujero debajo de un fichero. Antes de que pudiera alejarse la mujer, Akbilek, palpó detrás de sí un abrigo de invierno o pantalones de algodón, en general, alguna chatarra de casa, cayó sobre ella y se cubrió con el chapan. Cuando Akbilek empezó a caer a un lado, el derviche se movió, y luego se levantó por completo y salió de casa casi a tientas. Al ver que su huésped se acostó, el ama de casa salió también. Akbilek no conocía que pasó después, se quedó dormida.

En el patio la mujer insistió preguntando al derviche lo todo sobre su compañera. Y al oír: "La hija de Mamirbai" pronunció al entenderlo todo: "¡Ah!" Lo que le puso a la hija del mismo Mamirbai en su casa y le dio a comer fue la noticia tan grande que no cabía sólo en una mujer, fue necesario correr rápidamente a la Lechera Camello por un puñado de harina.

¡Qué tontería! ¿Acaso una persona normal solicitaría harina de camello? Ciertamente, la mujer corrió a su vecina, conocida como Bos-izen. Sí, a los kazajos les basta la mente para dar a una mujer respetable tal nombrecito. Gracias, que no le dieron un apodo como But-zhimas con la insinuación con que aquella nunca apretaría sus muslos. Sin embargo, si lo deseáis, os relataremos quien es esta Boz-izen. Lo haremos fácilmente. Chismorrear, picotear es un placer para nosotros. Pues, si hemos iniciado que se continúe.

Y estamos hablando de la esposa del famoso Musabai. Cada
perro del aúl sabía que la habían nombrado la Lechera Camello por la megalomanía propia de ella. Si
aún la estepa empezaría a hablar de repente de su importancia, no podría dominar con la voz a Boz-izen; el torrente de fanfarronería hasta aquel momento estaba derramando de su boca, a pesar de que la fanfarronera se había envejecido considerablemente. Por mucho que trataban los enemigos, no pudieron disuadir a Boz-izen en la equivocación
de la selección de su pasión. Su marido delgado de cuello, la barba gastada, hasta no se atrevió a gruñir, escuchando a su esposa. Sí, exactamente, lo haría Boz-izen no sólo la primera y
inimitable en el aúl, y tal vez hasta en la mitad del mundo,
si no estuviera en su camino una roja perrita nariguda - mujercita Birmagana, ¡no permite abrir la boca! Las mujeres, encantos míos, comienzan a reñir, y amontonan tanto ... ¡Vamos, dejadles! 

Entonces, ¿sobre qué relatamos? Oh, sobre aquella mujer pobre, que se dirigió a Boz-izen. Es interesante, ¿por que no corrió a la Pelirroja que era su pariente, entre tanto? Pues, había en aquello un tipo de truco. Tal vez, decidió sacar leche de la Lechera Camello una vez más, usando una ocasión increíble (hay que decir que ya tenía éxito).

Cuando llegó la vecina, Boz-izen acunaba a su niño rubio Anuarbek, a quien la Pelirroja llamaba sólo como un hijo de puta. ¡Qué más da! ¡Nombró a su hijo en honor de uno de los turcos famosos de quien sabía sólo de oídos! ¿Cómo si no, sin duda le llamarían a un perro sucio el Perro Lobo.

- ¡ Cálmate, Anuar-Jean! ¡Duerma, querido! – y golpeaba el hombro de su hijito con la palma, le arreglaba la manta, la remetía debajo de su lado, miraba – hasta no podía satisfacer su admiración. 

Al verle a la mujer vecina empantanándose en el marco de su puerta,  Boz-izen frunció el ceño con importancia:

-   Kumsinai, ¿estás de negocio o simplemente?

-  De negocio... Hay una cosa... - Kumsinai se acercó a Boz-izen, deslizándose de costado.

Boz-izen se arregló los bordes de kimeshek en los hombros, se sentó más cómoda y esperando algo más o menos nuevo y fresco, le puso a su vecina el oído, que se podía adivinar debajo de la fina capa de tela blanca. Aquella empezó a susurrar.

- Oh, ¡déjame! - lanzó la cabeza Boz-izen, pero luego apoyó su mejilla contra la interlocutora, con emoción como un cazador a la culata de una escopeta. – Pero, ¿está sola?

Pero no pudieron charlar a gusto. Le informaron que había vuelto su marido, y el ama de casa tuvo que levantarse e ir a la habitación delantera. Regresó con una tacita de harina, la dio a una vecina y le dijo:

-  Vendré yo misma.

- Venga, pero no hay que ver. Ella está durmiendo.

Para Boz-izen las objeciones de Kumsinai son como el pataleo del piojo para la oreja. Sin retrasar este asunto importante,  corrió a la cocina de verano donde hervía la leche su suegra, y  guiñando le relato lo todo que acabó de conocer. La anciana probó la leche y comenzó a encender el fuego en el horno. Con el aire que decía: pues, no me importa, Boz-izen enderezó la melena bajo el kimeshek y se fue a buscar a su marido. Al hacer sus necesidades en el patio trasero, su esposo se ocupaba de los pantalones:  con una mano en cinturón y la otra debajo de él.  Chocándose con él, Boz-izen tiró su mano de las profundidades de su ropa interior y le atarantó:

-  Oh, ¡¿has oído?!

Después de notificarle a todos en su propia casa, Boz-izen salió bruscamente con aquella noticia, y al estrechar las manos en lo alto de la parte delantera, se fue de casa en casa. Pues, pasó con una explosión por todo el aúl, y con la cola compuesta de una niña y dos mujeres, añadida rápidamente, llegó a la casa de Kumsinai.

Aunque Boz-izen no es la esposa de un jefe grande, pero ella estaba al tanto de todos los acontecimientos que tuvieron lugar en su vólost, e intervenía en las disputas de los partidos, y manejaba a los señores ricos, mantenía el oído abierto, metía las narices a lo todo, era la pública, significaba que era una personalidad. Con los hombres podía pelear y jugar a las  damas y naipes. En una compañia podía poner el tabaco detrás del labio, su invitado cantaría sin duda, y si se desenfrenaba, podía cantar una canción con él. Y con los joven era la suya. Su persona sólo tenía un defecto pequeñito: su vestido siempre estaba en un estado ideal, pero el resto de las preocupaciones de las mujeres no le importaba. Las mantas nuevas estaban esparcidas sin orden, la cama nunca hecha, sucia, la ropa en desorden. La Pelirroja infame chachareaba sobre ella: "!No ribetea hasta su culo!"

Junto a Boz-izen giraba una chica guapa romántica, muy parecida a ella. ¿Parecía que era Aitzhán? Sí, era ella. Alababa a su Aitzhán, la pedía tocar domra, cantar, la unía con los chicos y estaba también entre ellos, y cuando llegaban entre las bromas a las expresiones decentes, ¡ni lo pensaba Aitzhán en comparación con ella misma!  Pues recientemente ella había casado a aquella Atzhán, en aquel tiempo estaba aburrida sin fantasías, y había algo así como Dios mismo envió a Boz-izen  un buen caso para divertirse:

-  Dios mío, no viene a nosotros, está arrastrándose a esta miserable Kumsinai, ¿por qué es así? - andaba y se indignaba.

Boz-izen estaba curiosa: ¿cómo era la muchacha a quien pusieron el ojo los rusos? ¿Con qué su Aitzhán era peor? ¿Cómo estaba vestida? Por supuesto, no le interesaban aquellas preguntas, para Boz-izen era importante ver lo que le pasó después de los rusos. Era lo único que quería conocer.  Los rusos irrumpieron en su aúl también, las mujeres y las chicas se escondieron entre las rocas, y ella misma se ocurrió en las manos de tres soldados, sufrió de ellos. Una chica de la casa baja en el aúl tampoco tuvo tiempo para escapar, y de aquellos casos se volvió loca, todavía seguía estar acostada muy quieta cerca la estufa. Sin y  embargo, ¿era capaz hasta aquella violencia exterminar la naturaleza de una mujer en el extremo de su sentido sensual natural?

Boz-izen entró con su séquito bajo el techo de Kumsinai, alguien estaba acostado, acurrucándose en un rincón. Era poco probable que era duana, al parecer, aquel vagaba detrás de la casa de donde llegaba el ladrillo de los perros. Boz-izen le dio la lámpara a su compañera de viaje y se acercó a aquella que estaba acostada y le levantó el borde del chapan de su cara. Akbilek estaba durmiendo y roncando, un hilo de saliva se extendió desde el borde de su boca entreabierta.

-   ¡Eh, pobrecita! Kumsinai le irrumpió por detrás:

-     ¿Qué queréis? Que duerma.

Boz-izen levantó el chapan de la durmiente más arriba, observó los botones de hueso, le miró casi bajo el dobladillo, palpó los bolsillos y tocó las medias de cuero. Después de terminar sus manipulaciones, arregló su pelo despeinado y concluyó:

- ¡Una muchacha, una muchacha por todos los lados!

Comenzaron a discutir el chapan de tela de seda, y el chaleco bordado con piedras semipreciosas y el vestido de batista. Una dijo: "El vestido es como el de  Aitzhan", la otra no estuvo de acuerdo: "El de Aitzhán es mejor". Boz-izen tuvo que hablar, en su opinión, resultaba que las mujeres no entendían nada en la ropa, lo todo de Aitzhán tuvo cinco veces más alta calidad y era más rico. Aitzhán era también más inteligente. Los mismos rusos no pudieron alcanzarla corriendo, se salvó de desgracia. Y ella misma tuvo suerte (lo que se quedó embarazada de alguno de ellos, no se consideraba).

Las mujeres charlaron y picotearon bastante, y se separaron – cada una a su caldero. 

Esperando a su esposa, Musabai cualquiera cosa que pensara, pero no llegó a nada en sus pensamientos vanos intentos, agarrándose en la cama, al igual que la letra árabe ^. Fue que él fue de los que se habían hecho ricos  muy rápidamente y se sentía todavía en las condiciones nuevas bastante inestable  (un día antes había sido uno de los pobres de las ciudades, como su esposa, entre tanto). Y él se había levantado gracias a su esposa, se podía decir que hube adquirido todo con la talle de su mujer. El año pasado, hube perdido dos yeguas y ellas se presentaron en los pastos de Mamirbai, pero no pude alcanzar a ellos, no pudo. Mamirbai seguramente tenía que encubrir a los suyos, incluso si sus asuntos eran un obvio robo de caballos, ¿cómo se vería frente a su gente, cómo se mantendría debajo de sí? Y en aquel entonces la hija de Mamirbai vino a sus manos – desquitarle, como no - fue la idea oscura que vagaba en su mente. Si le ocultara a la chica - pero todo el aúl ya sabía de ella. Incluso si los suyos no denunciaran, lo denunciaría Birmagán. Durante todo el verano peleaba con todos los hombres, y se pegaba a las mujeres como la resina. Y además, su mujer pelirroja ... ¿Y si la llevaría a alguien, más lejos? También no podría esconderla. Todos sabían que la buscaban a Akbilek. Tal vez, ¿la metería bajo algún chaval para aumentar la desgracia? ¿Pero cuál sería el beneficio? No, tenía que inventar un movimiento doloroso para Mamirbai, que supiera... Pero ¿qué podría inventar? Allí tenía un problema - un problema bastante grave. Y, además, apareció su esposa y empezó a describir la belleza de aquella Akbilek, hasta que obtuvo su deseo lujurioso. Pero, ¿que podía pasando a Boz-izen?

-  ¡Qué me da su belleza! - sólo pudo exclamar en un arranque de cólera.

-    ¿Quién te ha dicho que debes tener un asunto con ella? – en seguida lo puso en su lugar.

Musabai se quedó con permanecer acostado sobre un lado suyo, jadeando y sobresaliendo los ojos.  "¡Muévete!" – su mujer le metió, cayó a espaldas hacia él y se puso triste, recordando la pregunta de antes que no podía resolver: "¿Y como yo pude casarme con este tonto?"

 

 

 

 

A media noche, intentaron a despertar Akbilek para tomar té, pero no despertó. Por la mañana, abrió los ojos - una casa estaba llena de gente. Miró a la derecha y le vio a su tío segundo Amir sentado allí.

- ¡Mi querida! - Amir exclamó, con la mandíbula estremeciendo, los brazos extendidos.

-  ¡Tiíto! - y así gritó Akbilek, se apretó con su mejilla contra su hombro y sollozó.

Los dos chicos que llegaron del aúl natal junto con Amir, se miraron uno al otro y no importaba como trataban de retener los cascabeles en la garganta, no podían resistir, y su rugido sacudió la cúpula de la vivienda de Kumsinai. Aquellos sonidos  impulsaron  a inquietarse a las mujeres, y ellas empezaron a lamentarse en coro, incluso Boz-izen se apoyó en la estufa y suspiró:

-   ¡Cómo de otro modo!

Sin embargo, la multitud de mujeres no estaba satisfecha con  la escena desplegada. Ellas  consideraron que el llorar amargo de Akbilek no era suficiente, no estaba en su llanto ninguna entonación brillante. No podía gemir desesperada la primera, como se acostumbraba en despedida ordinaria o funerales, deliciosamente, para llevar con captura su corazón como una palabra roja para derramar su angustia rellenaste como la agonía más o menos digna, y allí, sencillamente lloró, y todo. 

Bueno, Akbilek no aprendió gemir, como debía, le parecía que hasta la primera angustia – la despedida de la casa de padres - ¡oh, todavía estaba lejos! – era todo lo infantil a los quince años... Vociferó sólo una vez frente al cuerpo de su madre que se puso flojo rápidamente, y luego tuvo que penar de su cabecita en silencio... No se sabía si las causas de aquella simple conducta suya eran generalmente entendidas, pero ellos estaban muy decepcionados al ver frente a sí sólo a un bebé que lloraba. 

Estaban de pie y sentados, llorando sin palabras en una compañía y mirándose uno al otro hasta el momento cuando  Amir explicó su aparición rápida:

-  Tan pronto como el mensajero de este pueblo ha aparecido por la noche, el sueño se ha desvanecido, yo he saltado al primer caballo encontrado - y me he apresurado acá.

Pues, mientras que Musabai repasara sus pensamientos de venganza, Birmagán envió a su hombre, sentado al más rápido caballo de carreras, a Amán, a pesar de la oscuridad caida. La esposa pelirroja de Birmagán tampoco estaba al lado, tal vez más que los otros impregnada de la compasión a Akbilek, resultó la más cercana a ella y en aquel momento, tomándola de la mano y tratando de no mirarla de hito en hito, dijo:

-  Hemos oído y hemos lamentado tanto, más que de nuestra propia hija. ¿Qué más hemos podido hacer?

Y uno de los amigos de Amir dijo:               

- Así es como el parentesco con los familiares se manifiesta, - dijo, mirando con insolencia a Boz-izen, como le daba a entender: "Como parece, mandabas hace poco, así, ¿qué eres ahora?"

Sabía, por supuesto, de un enfrentamiento de Musabai con Mamirbai. Sin embargo, como se veía, conocía personalmente a los barimtaches[18] que hubieron robado los caballos de Musabai. Al oír sobre las preferencias de parentesco, la Pelirroja se enganchó inmediatamente en lo dicho y, encogiéndose de hombros, añadió:

-   Eh, sí, ¡de qué podemos hablar aquí!.. Nosotros, no nos enganchamos en la mierda de otra persona, como algunos kazajos...

Pero Birmagán no le dio a acelerar la marcha, cortando inmediatamente el mejor ataque de mujer:

-    ¿Por qué hay que hablar de eso!

Pero incluso una riña entre cónyuges no alegró a Boz-izen. Parecía que no tendría oportunidad de insertar allí su palabra decisiva, frunció el ceño y  apretó los labios planos. ¿Acaso habría tenido que aguantar tanto allí, si aquél jabalí gruñendo no enviara al mensajero a caballo por la noche? Y su mujer de pelo rojo... ¡Perrita maloliente! ¡Es imposible contar todos sus trucos sucios!

Kumsinai comenzó a preparar té. Los se aúl salieron para desentorpecer las piernas. La Pelirroja se puso a invitar Akbilek a su casa. Pero Amir, dando gracias a Dios, empezó a hablar del regreso a casa. Allí Birmagán se puso a imponer también su hospitalidad, pero los huéspedes se apresuraron.

-  Si es así, le ensillaré mi caballo amblador bayo para Akbilek, y yo mismo la entregaré a su padre como debe ser! - Birmagán aclaró y se fue.

Aquel giro de acontecimientos, finalmente golpeó a Boz-izen. Ella volvió a casa y dijo:

-   ¡No verás la vida, glotón! ¡Se sienta como apretado hacia abajo por los demonios! – empezó a hostigar a su marido.

Musabai guardó silencio.

Cerca de su poste,  Birmagán, al lanzar una manta hermosa sobre la silla del bayo, la hizo sentar a Akbilek en la silla, y, como un héroe subió a la yegua, y al lado de ella y Amir se partió emprendiendo el viaje esperado por los todos. 

Y el derviche se puso en su camino.

Por el camino Amir comenzó a hablar de lo que era bueno que el derviche se hubo encontrado a tiempo, pues, había también algún beneficio sobre duana vagando por un lado y otro, y por todas partes, pero no aprobó su inclinación a la miseria, consideró avergonzada su hábito de andar inútilmente descalzo en invierno y en verano.  Mas tarde relató sobre los blancos capturados, sobre Mukash.

Akbilek, que iba bajando el rostro, aguzó el oído. Sólo allí oyó sobre la captura de los blancos... Entendió también quién había sido aquel hombre que se hubo acercado a ella, escondida acurrucándose aquella noche en el foso, y quién le hubo mandado antes de ir a alguna parte: "Mientras tanto, que estés acostada aquí". ¡Mukash! Fue él quien se la hubo indicado a los rusos. Ella recordó todos los últimos días, y tocó con el bordo de su memoria al hombre de bigote negro... Un momento – y él se volvió a estar en frente de ella: con sus caricias... con un rifle ... Y era sorprendida que se quedó viva, que iba a casa con sus tíos. Después de aquel extraño sentimiento de sorpresa se le  apoderó vergüenza. En aquel momento ella ya no era la Akbilek de antes, sino se quedó ensalivada, pisoteada y ensuciada... El cuerpo, antes virginal puro como el calostro, se quedó emporcado e impregnado por el pecado. Entre sus senos intactos y blancos como la nieve el cuervo hizo un nido.  No era muchacha, sino puta. El corazón inocente de antes se quedó gastado por una carcoma sucia, no habían excusas.

¡Huy-ay! ¿Y qué tal mi novio? ¡Se negará... por supuesto, se negará! ¡Para qué necesita él las dejadas por los rusos! Y si se niega, entonces, ¿quién me va a recoger? ¡Para la gente soy como una úlcera, la úlcera supuratoria! Pues, ¡sabías todo aquello, lo sabías! Probablemente, me pasa algo con la cabeza... ¿Por qué aquella noche no me despedazaron los lobos para que no se dejara ni uña de mí, una persona sin vergüenza!

¡Todo el mundo empezará a volverme las espaldas! De la romera, gastada y vieja. Y aquí está la piel - toda en arrugas, los senos pendientes, la espalda curva, las caderas aplastadas tanto... Los labios están pálidos, toda soy fría. Miré en el espejo allí, en el lugar de los rusos - el rostro estaba tan envuelto, apareció la catarata  ... ¡He vivido un poco, pero ya soy una anciana!

¡Dios mío, Dios mío! .. ¿Por qué no puedo estar perdida en algún lugar en este momento, no me muero de alguna manera! ¡Que el caballo dé el traspié debajo de mí, y yo esté bajo los cascos sin ningún sonido! ¡O se hundiera la tierra debajo de mí y me tragara! Se podía de otros modos: ¡si viniera una nube negra y me golpeara con un relámpago! Si esto tampoco es posible, ¡que venga una bruja y me estrangule! Bueno, y si no suceda así, tan pronto como me lleven a mi padre, si hasta me caigo, dejaré parpadear las pestañas y ya está. ¡Es mejor morir que vivir  y guardarlo en memoria!

 

Akbilek examinó con la mirada el cielo - no, no apareció en el cielo la nube terrible llamada por ella; miró hacia abajo - la tierra era como la tierra, ni siquiera se estremeció; golpeó el lado del caballo con los tacones esperando que él la arrancaría, tropezaría – el caballo no pensaba caer abajo, como iba tranquilamente  en una fila con otros caballos, seguía su camino. Akbilek miró a los tíos que estaban cerca. Pero los tíos no pensaban en mirara ella, seguían mirando adelante, aguijando ligeramente los caballos con kamchas[19], los estribos sólo estaban crujiendo bajo las suelas de sus botas: "Cuando, por fin, se apearán de nosotros? "

Akbilek decidió mirar lo que estaba adelante.  Echó una ojeada – allí estaba el aúl. Vio las construcciones paternas – le saltaron las lágrimas. Allí las mujeres, al notarles desde lejos, se apresuraron a su casa paterna. de lejos para las mujeres corriendo a su casa natal. Y allí empezaron a ladrar los perros del patio de la casa de su padre. Allí incluso las terneras vecinas, mugiendo, dirigieron sus hocicos al lado de ella.  Y los gemidos de las mujeres llegaron a su oído.

El alma herida como si sintió algún alivio entre los sonidos del coro gimiendo.  Quiso llorar con ellas. El sol brillante desapareció detrás de un velo de lágrimas. Al igual que en las nieblas, los hombres canosos se dirigieron hacia ella, las ancianas la apoyaban por los codos, la besaban en la frente y la llevaron a alguna parte, y allí la pusieron frente a un hombre muy grande. Su Padre. Akbilek lloraba y lloraba ...

¡Pobrecita Akbilek! ¿Quién, si no estuvieras tú, derramaría las lágrimas? ¡Perdiste a tu madre que te había llevado en su seno y te había alimentado pacientemente como una araña a su hijo! Perdió la llave para la suerte de mañana, aparentemente inevitable.  Cayó y rodó lejos de tí la olla de oro, el aceite de oro se derramó de aceite derramado oro. El corazón adolescente de la muchacha dejó de latir – se carbonizó. Tu yema de primavera, sin tener tiempo para abrirse, se marchitó y se convirtió en el polvo. Tu alma clara está cubierta de cenizas. ¡Llora, cúrate con una lágrima! ¡Lávate la angustia con las lágrimas! ¡Que llores un mar! ¡Que tempestuoso sea el mar! ¡Que alcen las olas saladas! ¡Que tus ofensores se hundan en ellas, y que sea venenosa cada gota del mar llorado por ti!                                                                                                             Los a quienes aman y que los aman, ¡que estén en perpetuo luto, gimiendo como usted!

 

Segunda parte            LA HERIDA

 

Una bala del rifle arranca un entero pedazo de carne – un puño podrá colocarse. Si no curas, dejas la herida sin sanar, dice adiós rápidamente. Si has obtenido una bala así, hombre, no tienes salvación.

El plomo rompió el hombro de Bekbolat, hasta el punto de que la herida se hizo una cueva. "Es necesario sacar la bala... El chicle de hierba cura de miles de los traumas y heridas..."- todos daban los consejos, hasta que el telegrafista que vino de la ciudad dijo: "Si no le mostráis al médico, va a morir". Decidimos llevarle para curar. En la ciudad encontraron al hijo de Mamirbai, pues no había nadie más. Toleguén, que era casi un pariente, se puso a correr a diferentes oficinas de la ciudad y obtuvo la carta credencial al hospital.

Bekbolat estuvo en el hospital unos veinte días. Parecía que los médicos le habían tratado perfectamente, al cabo de un par de las semanas su herida se cicatrizó. Con el tiempo, él más o menos se habituó en el hospital, y aunque sólo un aburrimiento reinaba en su alrededor, se acostumbró a sus sábanas de color gris, insoportable hedor de excrementos, alimentos de origen vegetal, a pesar de que su vientre padecía meteriorismo de aquellos alimentos.

Llegó el día en que los médicos finalmente le permitieron hacer su necesidad independientemente. Bekbolat salió fuera.

En el patio se movían adelante y atrás, hablando, las madres de pelo rubio, vestidas todas de blanco, con los brazaletes, también blancos, a las manos; llevaban unas botellas, toallas, teteras, peroles. Con las madres, haciendo una visitación al hospital y dando algunas instrucciones, comunicaba en ruso el doctor, con el bigote finamente rizado y el cabello peinado liso, como por una vaca. Él era vestido de blanco crujiente. Las paredes, el techo y el suelo de hospital eran lisos, como tratados por un cepillo; lo todo estaba limpiado barriendo alrededor - hasta un mosquito no podía agarrarse. Observando todo aquel orden y, además, sintiéndose mejor de día en día, Bekbolat pensó: "¿Cómo un paciente no pude sentirse mejor aquí? No puede ser de otra manera".

En los pies de Bekbolat no había nada decente - los zapatos rotos. Él estaba vestido de la bata amarilla con el cuello de lona impermeabilizada, un pañuelo blanco estaba atado alrededor de su cabeza; arrastraba estremeciéndose, como un ratón arterido de frío, al lado del doctor.

El doctor le preguntó: "A dónde vas?" - sus ojos le clavaron y, al parecer, recordando que él mismo le permitió levantarse al paciente, dijo: "Bueno, anda adelante," - y le guiñó.

El cojear por el pasillo y el patio del hospital reforzó un poco las articulaciones de las rodillas de Bekbolat, como se veía, y parecía que su cuerpo se fortaleció en general. 

Al entreabrir la puerta, Bekbolat salió a la calle. Si no viera durante los siglos los rincones del hospital y la cama vieja empapada del olor insoportable de las medicinas, ante los ojos estaba el día brillante de todos los colores, el aire resonaba, pero sólo al mirar al cielo azul, como si naciera de nuevo, su rostro se iluminó, sus pensamientos se clarificaron, se hizo más alegre y marchó a su casa. Así que tuvo el deseo de verlos a los suyos lo más pronto posible. Y si se refería a las cosas cordiales, recordó a Akbilek. "Pues, he logrado ver la luz del día, me he recuperado. ¿Y qué dolores sufre ella? ¿Llora a lágrima viva en cautiverio? ¿O la mataron los rusos? ¿O le abraza a un ruso? ¿O están todos ellos juntos... " – se apresuró y se quedó como en el borde de un precipicio sin fondo, todo su se cubrió de picazón, y en la parte superior del corazón como un rayo suave se rotó. Mientras que la herida se le cicatrizaba ligeramente, aquellos pensamientos no le abandonaban durante los días ni las noches, y sentía un abismo debajo de sus pies, y su corazón se le partía cientos o miles de veces, pero aquella vez el latido del corazón se le sintió de alguna manera diferente. Una vez más, vio mentalmente a Akbilek, pero en el desierto sin límites, al lado de la realidad vio aquel mundo como un tallo florecido.

Toleguén, un chico amable y gallardo, visitó a Bekbolat dos o tres veces en el hospital.  visitaron, cortés novio y bien torneadas. Llegaba y le preguntaba con compasión: "¿Qué tal la herida? ¿Cómo te sientes? ¿Qué tal el apetito?"- conversaba sólo de aquellos temas. Como quiera que sea, pero Toleguén era el hermano carnal de Akbilek, que confundía a Bekbolat le molestaba preguntar de ella. Pero aquel no empezaba a hablar de su hermana.  Tratando de sacarle algo de Toleguén, usando unas preguntas indirectas, Bekbolat le preguntaba sobre lo que en aquel entonces hablaba la gente, pero Toleguén le respondía simplemente: "Sí, en general, todo es como antes... No se oye nada tan especial..." - y no decía ni una palabra sobre Akbilek. "¡Pero, qué tipo es! ¿Acaso no se había ido a ver a su padre? Pues, mataron a su propia madre, su hermana menor fue robada, su alma tiene que doler. ¿O es lo que realmente es? ¿Endurecido, tal vez, aquí, en la ciudad? ¿Qué bueno puede esperar de este hijo su pobre padre?"- Bekbolat pensaba, mirando a él, pero no importaba cómo aquellos pensamientos le turbaron, no le reprochaba de nada. Pero Toleguén hablaba más con los médicos de cabecera, le entraba para visitar y se iba de nuevo. Hubo, dicen, la hermana menor, pero se acabó toda. "¿Qué quiere de mí? Entonces, ¿por qué viene a visitarme?"- se quebraba la cabeza Bekbolat, sin entender que persona era aquel Toleguén. Aquella disimulación suya le ponía a Bekbolat a un punto muerto y causaba unos temores vagos.

Y llegó el momento cuando Bekbolat, que se puso a pie, se hizo especialmente impaciente y quiso conocer lo más pronto  posible todo lo que hubo pasado con Akbilek... ¿De quién y cómo? ¿Se encontraría con algún kazajo? Ayer, desde la cama le pareció que un kazajo pasó por el pasillo y desapareció. "Me interesa, ¿quién es? ¿Cómo vino a caer aquí? Sin embargo, ¿no existen en la naturaleza los kazajos que vienen a los médicos?"- y apoyándose en la pared, se fue detrás de él, más allá de la esquina... Llegó a la puerta trasera del hospital... y allí, en la escalera estaban dos hombres en los gorros con orejeras de zorra   y conversaban de algo. Tropezando con ellos, Bekbolat se alegró:

- ¡Assalaumaléykum!

Kazajos volvieron las cabezas y le lanzaron sus miradas penetrantes. Uno de ellos, como debía ser a un kazajo, resaludó. Pero el otro, moreno, calzado en botas rusas y vestido de un chapan perfectamente - ¡vaya un regalito! – brilló con los ojos pendencieros y avanzó un labio. Sobre su rostro, liso como una cebolla, se descendía el malajái[20] negro. Bekbolat repitió su saludo. De mala gana, aquel hombre le resaludó, como si dijera: "¿Y quién te llamó?" Con la llegada de Bekbolat los kazajos se callaron. Pero pronto, creo, ellos mismos se sintieron en una situación embarazosa: el propietario de las botas preguntó el nombre de Bekbolat. Al oír su nombre, el chico empezó a hablar más afablemente:

-   Oh, ¿es Ud. el mismo Bekbolat? Siéntese - y se movió, invitándole a sentarse. – Pues, ¿es el que hubo sido herido a tiros recientemente?

Bekbolat preguntó:

-   ¿Y le conozco a Ud.?

-    Yo soy el Brillante de los Takírov – el joven dijo en un tono como si todo el mundo debía estar familiarizado con su cara brillante, sonrió y pasó la mano por su cabeza afeitada limpiamente, haciendo resaltar la importancia especial de su brillo. - Y le llaman Musatai, nuestro pariente. Bekbolat le dijo a el Brillante:

-  Eh, he oído algo de ti, me parece.

El Brillante se contrajo luego se le clavó los ojos:

-    ¿Y qué ha oído de mí? C yon una pausa apenas perceptible Bekbolat respondió:

-   He oído que eres un hombre inteligente y ágil. Al oír aquellas palabras de Bekbolat, el Brillante contestó:

-   Tal vez, has oído, como nos metemos con Abén Matayin por las lágrimas de la gente? ¿Qué va a pasar – sabe sólo Alláh - y de repente alargó el cuello como un azor, viendo a un pato.

Bekbolat fingió entenderlo: -Eh.

"¡Eh!" - y no había ningún sonido más.

¡Se encontró un cuervo contra un águila! ¿Quién era Abén, y quién era él? Aquel era un león, pero él era el ratón. Siete vólostes miraron con humildad a la boca del bai Abén.  ¿Acaso no fue Abén quien  se marchó a San Petersburgo y dio una visita al zar? Pero ¿cómo pudo siquiera pensar en luchar con él, con qué brillantez suya, con qué fuerza? No era serio, como parecía... aquello fue todo lo que le ocurrió a Bekbolat. Pero Bekbolat no puso a explicar su evaluación de la lucha declarada, echaba de menos a otras noticias y comenzó a preguntar cuidadosamente sobre otras cosas.

El Brillante estaba dedicado a todas las noticias, oía todos los rumores, sólo aguza los oídos – ¡hablaba tanto con elocuencia y pasión! Su lengua no paraba. De su charlatanería Bekbolat puso a abobarse, el alma fuera. Pero aquel hombre juntaba lo todo y hablaba: que partido ganó las elecciones, quien tomaba y quien daba los sobornos, quien puso a su hija como un atractivo en las elecciones, cuyo ganado fue robado o cuya casa fue saqueada, cuya hija o esposa se ​​escapó, quien y con quien tuvo riña o pelea, como los blancos luchaban con los rojos, quien fue juzgado, sobre quien escribieron una queja, sobre quien publicaron el artículo en un periódico, quien fue encarcelado o liberado, por quien pagaron fianza. Para él no existían akimes[21] desconocidos, no existía ningún hombre con quien no hablaba, y él sabía todas las leyes. Y él vio lo todo con sus propios ojos, tocó, probó con diente y denunció lo todo sin derramar gotas, convenció, juró , de vez en cuando hablando con autoridad en ruso. Bekbolat se entorpecía, se desanimaba, que nunca le había pasado antes, no creía, sino estaba sorprendido con las palabras del Brillante. Finalmente llegó un momento cuando el Brillante, al mostrar su conocimiento de las leyes y su elocuencia, alcanzó el pico de autosatisfacción. El flujo de palabras que cayó sobre Bekbolat le pareció un arbusto denso con las ramas apoyadas una a la otra y sin una sola luz, y él se agitaba entre las frases como un perro de caza corriendo detrás de la liebre fingida, e, incapaz de atrapar al menos una palabrota, escuchaba un rumor de voz. A pesar de que el rumor estaba a tope en su cabeza, él sacó una noticia interesante para sí. Aquella noticia se refería al cautiverio de los blancos del desfiladero de Karashat. Tan pronto como se lo enteró, comenzó a hablar inmediatamente:

-  ¡Eh, está bien! Santos, ¡ah! ¿Tomaron a todos?

-   A todos ellos. Todos agarrotados, no perdieron a nadie. Quería preguntarle: "¿Dónde está Akbilek?" - pero su  lengua no se movió a preguntar por ella en público. Los kazajos podrían pensar: "¿Por qué pregunta por la chica, con que se habían divertido los rusos? "- y se burlarían. Al ver que las preguntas se multiplicaban y no había fin a la conversación, el kazajo natural que hubo llegado al Brillante no pudo soportar, se levantó y con las palabras: "Me voy a una parte – tengo un asunto" se fue. Con su salida Bekbolat, demostrando su inquietud, fijó los ojos más abiertos en el Brillante. Y en algún momento le guiñó como un hombre que iba a confiarle sus palabras más secretas:

-   Quisiera preguntarle algo.

- Pregunte, pregunte, - dijo el Brillante como una ametralladora.

-   ¿Qué ha pasado con la hija de Mamirbai: no ha oido nada de ella?

-    No. No he oído hablar de ella. Sólo ayer, más cerca a la noche, les llevaron a los mismos blancos en la ciudad. Se puede conocer. Le entiendo, es que, como decían, ella es su novia - dijo el Brillante y añadió en ruso: - ¡Lo siento, lo siento!

-    Santos, ¡ah! Si se puede conocer, hazlo para mí ...

- Lo haré. Hoy o mañana lo sabré. Cada día la gente llega de aquellos lugares... ¿Pero qué necesidad en esto existe ahora?

"¿Qué necesidad?" – aquellas palabras tocaron dolorosamente a Bekbolat: tal vez, la gente consideraba que nadie necesitaba ya a Akbilek. Bekbolat apretó un nudo amargo en la garganta y dijo:

- Pero con todo y con eso.

El Brillante se acordó con él para aparentar. La madre vestida de blanco

                                                                                                                                                                                 llegó al soportal y se dirigió a Bekbolat, llamándole con el dedo:                      

-   ¡Eh, kirguís!.. El doctor ...

Bekbolat se levantó de su asiento, y el Brillante cabeceó con un reproche, y empezó a hablar en ruso, mirando de vez en cuando a Bekbolat:

-   No, no pueden sin humillar: "kirguís, kirguís", ¡hija de desharrapado! - Miré a la enfermera-madre: - ¿Por qué no le tratas al compañero de “compañero, señor”?

Bekbolat sonrió de alguien, no era claro de quien: "¡Cómo! ¡Les faltaba tal garañón!"- y desapareció detrás de la puerta del hospital.

 

 

 

- ¡Eh, habían rumores sobre este Brillante! - Bekbolat pronnció, pasando por el pasillo del hospital.

Resultó que le llamaban para comer. Bekbolat se sentó sin querer para tragar el caldo aguado de la escudilla de lata. El sabor era lo mismo para él: la sopa o el agua: los pensamientos estaban se confundían, desgarrados, como en un delirio.

¿La han matado los rusos a Akbilek? ¿O se ha quedado viva? Si está muerta, entonces no hay nada que hablar. Pero si está viva, encontrándose en su casa, ¿qué pasará entonces?

¡Cómo era ella la primera vez que la vio, cuando con una compañía de cazadores con águilas llegó a verla! Cara blanca, frente abierta, cuello de cisne, ojos brillantes, cejas finas, labios suaves y regordetes como los de un bebé! La talle perfilada, impecable como un germen de primavera. Y cuando sonó con los collares trenzados, saltando de su asiento, cuando redondeó con rodillas el dobladillo de su vestido blanco, sentándose de nuevo, cuando pasó en sus zapatos elegantes fuera de la habitación, se echó a reír con el sonido de plata, susurrando con su madre, cuando vertía té, con poca vergüenza y su presentación de una mosca muerta, cuando se acercaba su tazón apoyándolo con tres dedos, y disparando con los ojos debajo de las pesadas pestañas caídas, uno de sus amigos soltó el azúcar al lado del tazón. Trató de burlar:

-  ¡Que patos revoloteando se encuentran en estas partes! Sienten a los azores desde muy lejos.

Y oyó de su madre la respuesta:

-     Claro, si los azores tienen la vista aguda. - Y luego: - Akbilek, mi alma, acompaña a nuestros huéspedes hacia sus caballos! - y se fue con ella a desatar las riendas del poste, y Akbilek levantó la mano, dejando descubierta la mano, más suave que la seda: "¡Buen viaje!" y brillando con los ojos, inclinó con el falso la cabeza...  Recordaba lo todo, todo, pero sería mejor que lo olvidara. Todas las mujeres del mundo no son dignas de su uña, su huella.

Y de tal modo el día y la noche, y el día siguiente Bekbolat estaba pensando en Akbilek. No importaba cómo había intentado tratársela con desprecio, incluso el odio, se ponía otra vez ante sus ojos tal como la hubo visto por primera vez – un ángel en carne y hueso. Trataba de arrancar su imagen de su propia cabeza, recordando a su caballo amblador, su rifle, las historias de cazadores – todo en vano. Garañón, caza menor, animal, diversión, las fantasías más sofisticadas - todo al final condujo a pensar en ella. Akbilek hechizó consigo lo todo. El no entendía por que.

Bekbolat entonces se levantaba de la cama, o se acostaba, era insoportable para él. Varias veces visitaba al Brillante haciéndole la misma pregunta - no había noticia. Así que hacer preguntas se hizo muy incómodo. De hecho, pronto se convertiría en un hazmerreír para todo el mundo. El universo entero se acomodó para él sobre la punta de la lengua del Brillante, estaba atraído por él, y ya estaba. Pero el Brillante, siempre estaba ocupado, conducía sus interminables conversaciones con todos los kazajos que venían al encuentro. Cada kazajo que había hablado con el Brillante planteaba una esperanza de Bekbolat: "Eh, probablemente es el que ha relatado algo de Akbilek". Pero sus expectativas no se hicieron realidad.

Bekbolat estaba de pie, apoyado en la barandilla del soportal del hospital. En los troncos cerca del granero estaba sentado el Brillante y conversaba con un kazajo siguiente. Y, por fin, llegó el momento cuando, después de acompañarle a un interlocutor suyo, cabeceando, él cerró la bata de hospital y se apresuró a Bekbolat, indignándose en ruso:       

 - ¡Que pícaro, que estafador!

-    ¿Qué? ¿Qué ha dicho?

- ¡El diablo lo sabe! - Y siguió en su propio idioma: - Asegura que han decidido que el cartero de la correspondencia saqueada no ha sido culpable de nada, ahora, estoy seguro, no es posible librarse de disgustos. ¡Pues, me han arrestado por esta correspondencia!

Y el Brillante explicó la esencia de la cuestión. El bai Abén tuvo la enemistad con el jefe de vólost... El jefe de vólost le dictó la sentencia y, al adherir el sello del auxiliar de aúl, la envió por correo a la ciudad. Abén se enteró de la intriga y envió a tres jinetes en pos de ella. Alcanzaron el carro, y al sacar el correo  le tiraron al cochero en la carretera. Luego ellos mismos llevaron la mercancía a la ciudad. La sentencia fue aniquilada, y el resto de los papeles llevados al Consejo. Y declararon allí: "El cochero mismo casi nos atacó, exigiendo nuestro único caballo, no la obtuvo y arrojó el correo a su alrededor. Bueno, recogimos los papeles en la carretera y los trajimos". El jefe de vólost era un jefe del Brillante. Sin duda, el mismo Brillante lo llevó a componer una frase con la política.  No funcionó, pues, estaba claro por que se enfadaba tanto: “¡El diablo lo sabe!”

-  Sin embargo, todo está escamoteado. Los materiales fueron enviados al gobernador  ya hace mucho. Hoy o mañana voy a encarcelar a Abén. ¡Dios ve lo todo! ¡No sería el Brillante, si no le encarcelara! – se excitaba el Brillante, finalizando su discurso con su corto "¡El diablo lo sabe!".

Cuando por fin el Brillante se calló, Bekbolat intentó a cambiar de tema:

-   El hombre vestido como un ruso, ¿sirve en algún lugar? El Brillante le miró con perplejidad, reflexionando por que se lo preguntó:

-   Eh? Él es un agente de la Comisión de los Asuntos Extraordinarios.

No habían los kazajos, que no sabían lo que era la Comisión de los Asuntos Extraordinarios y quiénes eran sus agentes. Era mejor mantenerse alejados de ellos. Pero a Bekbolat le daba igual, él sacaba lo suyo;

-     ¿Y quién es para Ud.?

-      ¿Crees que hay lugares donde no está nuestra gente? ¡En la Comisión de los Asuntos Extraordinarios todos son nuestros!

-     Entonces, ¿por qué fue arrestado Ud.?

-    Oh, querido mío! Depende como miramos a este asunto,- y le guiñó a Bekbolat. - No puedo ser arrestado. Saldré el día siguiente. ¿Qué te parece mi cárcel? Siempre es posible encontrar una solución. Detenido, sin duda, pero estoy en un hospital - y nadie sabe a quien le manoteó.

Bekbolat dijo un par de frases insignificantes más y, a continuación, le preguntó de la chica. El Brillante dijo:

-   No, no se ha oído nada todavía... - Y añadió: - Qué hay que pensar en la chica, piensa mejor sobre las picardías de las chicas.

-    Eh, ¿por qué lo dices ahora?

-    El diablo lo sabe! El agente ha relatado una historia graciosa.

-    ¿Qué historia?

-   Vivía aquí una profesora Madisha. Bueno, probablemente no la conoces. Una media sangre. Había un arrogante anciano pelirrojo, un nogayo[22] arrogante... Fue el propietario de un puesto. Su esposa era la kazaja. Tenían tres hijas: Kadisha, Madisha, Zaguipa. Las chicas versátiles. Madisha era muy joven. Así que aquella Madisha se encontraba con el comandante de un destacamento. Le encantaba dar una vuelta con el viento al caballo del comandante en las afueras de la ciudad. Bueno, una noche alguien estaba forcejeando echado en el sandial. El guardia viejo fue a ver lo que era, pero ellos, los dos, se echaron corriendo a los lados diferentes. El guardia vio algo blanco que se quedó sobre el terreno. Miró – eran las bragas cortas. Bueno, el viejo cogió aquellas bragas y las llevó a la Comisión de los Asuntos Extraordinarios. Como debía, le llamaron a Madisha a la Comisión de los Asuntos Extraordinarios y le dijeron: "¿Reconoces?" - y ella trataba de coger las bragas, y después lloraba. Oh, la vergüenza, ¡ah!.. Se echaron a reír de aquel caso... Difamó a los kazajos, y a los nogayos, ¿eh?

Aquella historia no le pareció divertida a Bekbolat, y él murmuró, como si le preocupaba personalmente:

-  Por lo tanto, fue su propia voluntad.

- Eh, las chicas de la ciudad necesitan sólo agitar sus encantos, - dijo el Brillante y siguió hablando de algunos problemas extraños.

Bekbolat le escuchaba y siquiera en sus pensamientos no quería admitir la participación de Akbilek en aquella suciedad, pronunció:

-  La ciudad, por supuesto, es un lugar depravado.

Allí seguían conversando hasta que en la puerta del hospital apareció un kazajo más. El Brillante saltó inmediatamente hacia él y gritó:

-  Eh, Zhambirbai, ¿qué tal la vida?

Al saludarle, el Brillante le llevó a Zhambirbai a un lado, a los troncos, le sentó sobre ellos, y empezaron a hablar entre sí. Hablaban, hablaban. Bekbolat les miraba a ellos sin desviar la mirada. Finalmente el Brillante le miró, luego le agarró de nuevo a Zhambirbai y le empezó a preguntar algo. Zhambirbai le contestó, el Brillante le interrumpió y otra vez le interrogó algo. Y luego le sonrió a Bekbolat y le hizo una señal con la mano.

- ¡Suyinshi[23]! - exigió una recompensa por las buenas noticias.

-     Tómalo, tómalo, - se apresuró a responder Bekbolat.

-     La chica volvió a su casa sana y salva.

-  ¡Oh, santos!¿es verdad? Santos, ay, ¿acaso es verdad? - sólo repetía.

-   Pues, ¿vamos a mentir?

-  ¡Santos, ah, santos, ah!

A partir de aquel momento Bekbolat sólo pensaba en lo que tenía que salir lo más pronto posible del hospital. El día siguiente, al ver a Bekbolat, el Brillante volvió a hablar con él de bai Abén:

-  Me gustaría presentar una queja más. Si escribes de tu nombre, ¿cómo te parece?

Bekbolat se horrorizó. Si litigaba con alguien, lo hacía sólo con los lobos y zorros, y el juez era el águila real, y no tenía que escribir las quejas a los animales, gracias a Dios. Era claro que respondió como respondió:

-    Querido, no puedo. En tales casos, no soy nada.

-  ¿Por qué eres tan tímido? No hay que temer aquí.  Todos los hechos están aquí, en mi pecho - y sacó de su bolsillo un fajo de papeles, y sacó un papel del fajo, y empezó a decir: - Aquí, aquí, este documento lo expone por completo. Y fue enviado al lugar correcto para su exposición. Y aquí tenemos un borrador.

El Brillante susurró con los papeles y comenzó a leer. Bekbolat se vio obligado a escuchar. Y vamos a escuchar nosotros, quién sabe, tal vez algún día nos será útil.

 

"Al gubprobkom de Semipalátinsk. La copia enviada a la administración del  "El idioma kazajo". Notificación de Zhamandai Taikot-ytá, un residente del distrito de Nchzhog, el vólost de Sartausk.

Los niños del enriquecido Abén Matayin bebían la sangre de toda la gente de Sartau. Por ejemplo, en 1887, él fue el jefe de vólost en el Sartau. En aquel entonces actuó como un jefe independiente: como una autonomía, el poder de kan... Y más- impuestos, el cobro de los impuestos de la gente sencilla, el ingreso, correo / títulos, rangos, posición estaba en manos de sólo los cómplices del bai Abén Matayin. Y todos los documentos de los jefes del aúl y los jueces del pueblo a quienes él mismo hubo elegido estaban en los manos de su hijo Abén. Cuando necesitaba podía sacar un papel y firmarlo cuando quería.  

-   ¿Es verdad?

-  ¿ Y de dónde lo sabemos?

-   Escuche a continuación.

2.               Además, Abén Matai-ulí crió a los ladrones de caballos por todas las partes y llevó fuera a sus mejores caballos. Desde aquel momento tenía a sus manos: al bayo – el ladrón Ahmet Saginai-ulí; al caballo moro – el ladrón Bosaga Salik-bai-ulí, y, además, recogió al caballo gris.

 

-  Yo no  .

 

3.               También sedujo a la esposa de un hombre, y luego, ya que no la necesitaba más, la vendió a alguien por el ganado. Esta costumbre suya ha sido conocida hasta el momento presente. Sedujo a Abish-ulí, la mujer de Beysén, la vendió a Kulik Brzhikbai-ulí.

También enviaba a sus trabajadores asociados a visitarles a sus jefes de los aules, amantes de la libertad. Y si la carne sobre la mesa de alguien no era grasa, le pronunciaba sentencia: le tenía que llevar degollados por su culpa unos cuantos caballos, unos cuantos camellos.

-  ¿Y es la verdad?

-   A veces, era él que daba visitas.  

 

4.               A continuación damos la lista de los trabajadores de Abén Matai-ulí: seis pastores, los cuatro pastan por la noche, los dos - durante el día, los tres son criadores de ovejas, los dos trabajan por la noche, uno - durante el día, uno pasta a los camellos y uno más - a las vacas. Para sus dos casas hay cuatro trabajadores de ordeño para las yeguas, los dos quitan el estiércol, y además hay seis ordeñadoras para estas dos casas. No le paga a ninguno de ellos.  Los motivos son siguientes: las viudas tienen que pagar las deudas por sus esposos, alguien tiene que pagar con el ganado, al otro le ha prometido casar,  al tercero – amansar a su mujer desenfrenada, a alguien le ha acusado en ladronería o simplemente lo considera su esclavo a alguien. Cree que se lo permite su fe y servicio. Pero en la vida existe el orden que después de la época del zar-libertador no hay el derecho oficial a tener esclavos. Han pasado ya 52 años desde aquel entonces. Su esclavo es Musapir Zaitugán-ulí, está criando sus caballos, Y sus niños también, como los esclavos, pastan a los corderos del dueño.   

 

- Bueno, ¿qué dices a eso?              

- Pues, ¿tiene lo todo por algo? Si eres rico, entonces ¿cómo puedes vivir sin trabajadores?

5.               También le informo que en 1914 Abén Matai-ulí tuvo un contrato en la planta de Kopkolsk. Traía allá el carbón a 11 kopeks un pud[24], pero pagaba a todos los cocheros 9 kopeks. Trasladó un millón pudes de carbón. Resulta que obtuvo 20 mil rublos a cuenta de los cocheros. En aquellos tiempos el precio justo por un caballo fue 20 rublos, si calculamos. Resulta que obtuvo un mil caballos a cuenta de todos los cocheros. Y el jefe de aquella planta era su amigo. Le regaló dos maravillosos caballos, dos perfectas escopetas extranjeras, de dos cañones. Pero cuando su contrato terminó, mandó a robar los caballos regalados a su amigo - dueño de aquellos caballos. Y le traicionó a su amigo íntimo.

 

 

-   ¿Tampoco ha oído de esto Ud.?

-    Hemos oído, pues, han hablado de eso por algo. ¿Pero de dónde sabemos cuanto ganó con contrato? Y se devolvió sus caballos.  Es cierto.

6.           También en 1916 en la feria de Saradirsk él concluyó el contrato con el comerciante Peter Pávlov para llevar 30 pudes de la lana sucia a Irtish. Ganó 1 rublo por un pud, pero a cada uno de los cocheros le pagó 90 kopeks. Pues comió tres mil rublos del dinero de la gente.  En aquellos tiempos, la oveja valía 6 rublos. Resulta que él se enriqueció por 500 carneros.

Cuando el 25 de julio de 1916 en la planta de Karabás salió la orden de contratar a los trabajadores de otras ciudades, Abén Matai-ulí obtuvo el contrato para la contratación. El obtuvo 96 caballos de los que querían liberarse de trabajo. Además, obtuvo el pago de la planta por los trabajadores contratados, según el contrato. Adicionalmente escribía en las listas a los niñós y enfermos fingidos en lugar de los hombres en la edad de 19 hasta 31 años, de cada uno de los otros exigía un caballo, pero si no se lo daban, les amenazaba con encarcelamiento. De aquel manera adquirió 140 caballos. Con aquello ganaron cuatro hombres con quienes compartió los ingresos: Akip Zhamishbai-ulí, Seyit Tolemís-ulí, -

 

con aquellas palabras el Brillante se cortó,  así como  Seyit era  el padre de Bekbolat, nadie otro... Desconcertado Bekbolat sólo pudo decir:

-   No, nuestro padre era el participante de aquello, como me parece...

-  Si no era el participante, entonces no lo era,  - dijo  el Brillante y continuó a leer.              

 

 Además, al hacerse el amigo de Alekséyev, el comandante de la ciudad, en 1919, les ahogó a los hombres odiosos para él, les encarceló. Por su liberación obtuvo un dineral. El comandante le organizó a  Matai-ulí la victoria en las elecciones para el puesto del presidente de la Reunión Pública. Después del nombramiento, Abén Matai-ulí se fue a Shili y Shengueli, confundió allí la población y trajo 30 caballos.

También el agosto pasado el jefe de vólost Abbas Matai-ulí, en referencia a la supuesta orden de Kolchak y del zemstvo[25] , mandó recaudar impuestos en suma de 130 mil rublos, les apresuraba a los carteros de aúl con la amenaza de mandar un destacamento para recaudar impuestos, les quitó el denero a todas las personas famosas. Creemos que la tercera parte de aquel dinero fue apropiada por el jefe de vólost Abbas Matai-ulí,  Abén Matai-ulí y... (también se cortó leyendo un nombre) y el jefe de aúl Zhusip-ulí.

 

 

-  ¿Quiere argumentar Ud. sobre lo que sucedió o no?

-  Desde luego, ¿para qué vamos a argumentar? Él recogía el dinero. Pero, ¿quién sabe quien y como se enriqueció allí?..

-   Si no sabe Ud., escuche adelante.

 

 

10.               Además, en  1919, mientras que estaba en Semipalátinsk, encontró la salida al tesoro de Kolchak y prometió suministrar 300 caballos. Al volver a casa, envió 70 caballos. Trajo, para atraer, las facturas por 70 mil, el té por 30 mil y el cuero de la elaboración de la fabrica. Ademas, trajo dinero: ciento diez mil rublos. En cambio de 230 caballos no suministrados transfirió 500 rublos al tesoro de Kolchak. Pero después de aquello, bajo el pretexto de recoger los caballos enviaba a los mejores caballos de otras personas a sus caballadas. A pesar de los telegramas oficiales que le enviaban, él no suministraba a los caballos. De aquella manera, Matai-ulí y (murmuró un nombre incomprensible) -ulí se apropiaron aquellos 230 caballos...

 

 

-  Justo en aquel entonces nuestro padre no estaba de acuerdo con aquellos ejemplos , por eso se apartó de él, - comenzó a asegurarle al denunciador Bekbolat.

-  Y con eso no argumento, sino ellos comunicaron.

-   ¿Y puede escribirlo Ud. de alguna manera diferente?

-    No, lo discutiremos después...

 

11.       Después de aquellos acontecimientos las elecciones populares tuvieron lugar. El representante Shamén Aydarbek-ulí vino a Sartau, y después de las conversaciones con Matai-ulí propuso para el puesto del jefe de Comité Revolucionario de vólost a Zusip-ulí, que hubo sido el tercero sargento de aúl 20 años atrás. No tenían nada que hacer, fue que una persona - Matai-ulí - replazó la elección de toda la población de su Comité revolucionario. Después declaró que hubo llegado una orden para matar  40 toros, y con la ayuda de milicia[26] les privaron de los disponibles toros a 40 personas. 

-  Cierto. Y a nosotros nos privaron de un toro.

Conocemos que el tesoro pagó por aquella matanza de ganado. Pero no se ha hecho más fácil para nosotros. De hecho, sabemos quien de nuestros malhechores comió aquella carne.  

Además, Matai-ulí construyó dos invernadas para sí mismo en dos lugares. Una construcción está cerca del manantial Shakat en las tierras de Alkebai y Korabai, Boksar-ulí... Segunda casa fue construida en la orilla oriental del lago, quitando la tierra a los niños de Kurmanbai, y ocupó la orilla del norte, quitando la tierra a los niños de Toppazar. Les hizo desdichados a los todos,  les hizo sufrir a los desgraciados.

 

- Y eso, ¿te parece una mentira?

-  No, construyó las invernadas y ocupó las tierras.

 

De todos los lados reunió a los mejores constructores de casas de madera, les hizo trabajar en la construcción de una invernada, a continuación, en la otra, y luego no les pagó por su trabajo. No cocina en su propia casa, y da las órdenes a sus vecinos, os vendremos a visitar, preparad el kumís u la carne grasa cocida. Si, en compañia de sus cómplices, come a un cordero en la casa de alguien, la gente considera que este día no es desventajoso para ellos.

Con cuidado decimos que la población de Sartana son ovejas, Abén Matai-ulí es un lobo. ¿Aunque hubiera una gran cantidad de carneros, ¿qué pueden todos ellos contra el lobo?

Todas aquellas atrocidades están conocidas a los todos. Es necesario sólo reunirles a todos. Si una persona imparcial fuera visitando a las casas de la gente que hubiera sufrido, le relatarían lo todo sobre la delincuencia aún desconocida.  

El objetivo de mi denuncia es: si el poder imparcial revela su justicia, los ideales de la gente estarán satisfechos. 

También en mi declaración, le pido: por favor, deje mi nombre en secreto de Abén Matai-ulí. El odio de Matai-ulí es feroz, no me dejará en paz.  

Denunciador. el 20 de mayo, 1920*.

 

El Brillante terminó de leer la denuncia, sacó su dedo que acusaba, y trazó en el papel con la uña del dedo anular:

-  Aquí están escritos 15 hechos, 15 cargos criminales insumergibles, incluso hasta si atas una piedra al culo, ¡en la cola y la melena!

-  ¿De dónde vamos a saber? Somos la gente sencilla, – Bekbolat pronunció y apartó las manos, al asustarse de aquel papel.

En aquellos años difíciles, su padre hubo en desacuerdo con Abén. La causa fue lo que no se llevaban bien con la división del suma recibido por 300 caballos no suministrados  a Kolchak; pues, sintió ofendido por Abén. Desde entonces, no respondió a ninguno de su invitación. Abén decidió que el cobarde no levantaría la cabeza, y durante la recolección de 40 toros le privó a Seyit de un toro. Seyit no adquirió prudencia. Entonces Abén comenzó a apoyar a un paisano suyo Durbeuil, para contrapesar a Seyit. Le hizo una figura importante. Seyit no podía permitirle a Durbeuil mandar, y organizó su partido en el aúl. Abén le pinchaba a Durbeuil. Y aquel, refiriéndose a las deudas de Seyit ante alguien, le había enviado la milicia y le quitó una vaca. Seyit trataba de volver lo perdido, con las manos de su hijo, pero sin resultados. Desde entonces los puntapiés con rodilla solo multiplicaban. Incluso atentaba contra las mujeres de su casa, contra su tierra, le enviaba a los ladrones de caballos, ¡qué decir! – hizo un montón de lo injusto. Seyit no tuvo ningún apoyo en su lucha contra Abén, no podía actuar de manera abierta, pero, entre tanto, de algún modo se esforzó y empujó al protegido de Abén del puesto de jefe de vólost. Y para aquel puesto propuso a un zapatero-comunista de la ciudad. Aunque el zapatero era comunista, seguía siendo un zapatero.  Era un poco débil  contra Abén y se volvió un poco loco. Resultó que era un débil jefe de vólost¡le adelantaron tan ligeramente con el correo en vísperas! Bekbolat ya sabía de memoria aquella historia. Fue desagradable para él, sino era imposible renunciarla  simplemente.

- realmente, nuestro padre era descontento con Abén. ¿Es posible retirar su nombre de esta denuncia?

El Brillante contestó, contando con la inocencia de su amigo:

-  Eh, absolutamente es posible, - le ha asegurado, sin recordar que una copia de su denuncia fue enviada a las autoridades. – Porque el Brillante se preocupa de la gente. 

 

 

 

 

 

Pero Bekbolat sintió una evasión en su respuesta, y decidió retirar todos los desacuerdos a causa de un mal entendido:

-  ¿Y si ha sido enviada ya esta denuncia?

-  Eh, es fácil de corregir. Encontraremos la salida.

-   Sería correcto si la encontráramos - es todo que ha dicho él, aunque no lo ha creído por entero.

La desconfianza en el Brillante tuvo su justificación. ¿Y cómo se podía creer allí?

El Brillante es un aventurero que ha quedado sonado. No hay intriga, en la que él no participaría. Comenzó como intérprete para el bai Abén. Hizo las primeras armas excelentes de Abén, agarrando todo lo que se encontraba a su mano. Y fue participante del robo de dinero público. Contraía “deudas” de mucha gente Muchos tomaron al "deber" – sufrían, pues él organizó lo todo de aquel modo. Después del golpe, tan pronto como le quitaron al rey, empezó a organizar las elecciones, extendió el pago de sobornos. Habían casos cuando le invitaron a la toy[27] en su propio honor, pero él estaba disgustado; como decía, comed vosotros mismos su carne: demostraba su gran importancia. ¿Por qué no hacer dengues cuando siete doncellas te lavan los pies? Presentándose por "comisario" o "recaudador" y afirmando que tenía una orden, un mandato, él recogía el tributo de todos los vólostes. ¡Qué hay que decir! Él tuvo que matar gente y robar, y preparar los documentos falsificados con los sellos falsos. Todo lo que él tocaba, se derrumbaba, malparaba. Cien veces caía en la cárcel, cien veces salía en la libertad. Mentía en ruso y en kazajo con la habilidad similar. ¡Cuántas chicas sedujo, dañó, abandonó! Para él casarse y divorciarse es tan fácil como volver del revés el gorro y ponerlo. Incluso una piedra lanzada contra su cabeza, se le pegaba. Si le golpeaban, estaba sólo engordándose como un tejón. Golpea con los cascos como un garañón, la frente brilla, los ojos juegan, las fosas de la nariz chata tiemblan. Descarnado, vivo, acude en volandas como un diablo. No te das cuenta como aparecen y desaparecen sus brazos, no seguirás sus movimientos, tiene un centenar de máscaras en la cara.

Bekbolat pensaba con admiración: "¡Qué más da! ¡Existen personas de este tipo también! Sí, seguro, ¡es inmortal! Este hombre podrá sobrevivir hasta en un país helado. En cualquier caso, tengo que salir del hospital, a la gente, a la estepa, a los kazajos, y éste... ¡Que le trague la tierra!¡Sólo me trastorna la cabeza!"- con tales pensamientos Bekbolat se dirigió a la habitación del hospital. En el pasillo se encontró con el médico sin la bata blanca; probablemente ya estaba a punto de ir a casa. Y una vez más le dio la pregunta vieja:

-  ¿Cuándo me permitirá ir?

-  Mañana, mañana, - contestó el doctor.

Bekbolat se animó un poco, se tumbó en la cama, y ​​le volvieron los pensamientos sobre Akbilek.

El día siguiente, a la hora debida, el doctor examinó su herida, la salpicó con polvo blanco, la vendó otra vez y le dio permiso para dar de alta. Bekbolat se quito la bata del hospital, se puso toda su ropa y como se hizo un ser humano otra vez. Salió a la calle, sacudió el bordo del chapan, se encogió de hombros, se desplomó como un pájaro al saltar de su jaula y, sin mirar hacia atrás, se marchó resueltamente.

Habían nubes. Llovió por la noche, en los rodados de los carros había el barro.

Una ciudad conocida, una calle conocida. La gente estaba andando por la calle, la estaban atravesando las madres, los soldados; la zona en frente del Consejo estaba llena de los caballos kazajos...

Bekbolat pasó dos o tres cuartos y llegó al apartamento de Toleguén. El mismo Toleguén no estaba en casa, estaba en su servicio. Una cocinera rusa preparaba la comida cerca de la estufa.

-   Amán, Amán – le saludó, reconociéndole...

-  Eh, ¿no le parece que cocina Ud. un montón de carne?

-  Llegarán los huéspedes, - le respondió en kazajo como pudo.

-  ¿Qué personas?

-  Los comisarios van a reunirse.

- Yo también voy a ser un invitado - Bekbolat dijo, sonriendo.

-  Está bien. Tenemos una gran cantidad de vodka, hay la carne de cerdo, - bromeó.

-  ¡Vamos, come tú misma tu carne de cerdo!

La cocinera se rió. Bekbolat quería hablar de muchas cosas, pero, pues, si no fuera ella... Salió de la cocina a las habitaciones. La cocinera que acabó de fregar el suelo, exclamó:

- ¡Eh, limpia los pies! – y le agarró la manga.

- ¡Eh, déjame en paz! ¡Mis pies son limpios! – dijo Bekbolat, y deslizándose con las suelas de sus botas por un trapo húmedo que estaba en el umbral de la habitación, entró.

Habían dos habitaciones limpias. Una mesa grande ocupaba el centro de la primera habitación. A lo largo de la mesa se encontraban las sillas. En un rincón, en perchas, estaba colgada la ropa de Toleguén: dos pantalones, uno del paño negro, el otro de la diagonal azul, un abrigo de piel, un abrigo de lona impermeabilizada, ​​una camisola (chaleco) corto, los pantalones acolchados. No le iban a la cara de Toleguén la camisola ni los pantalones de aúl. "¿Para qué los guarda?" - pensó Bekbolat.

Permanecía sentado en aquella habitación, miró, tocó la ropa, sacudiendo la cabeza con asombro: "¿Acaso se pone todo esto sólo él?", pasó a la habitación trasera.

Entre dos ventanas se encontraba el escritorio: sobre él estaba una carpeta con papeles, bordada de cuero,  un vaso cuadrangular de piedra con una tapa de cobre, a los bordes del escritorio habían dos candelabros de bronce y algunas otras cosas para los cigarrillos y plumas. Una plataforma con los libros puestos compactamente está integrada en el escritorio.  Frente a la pared se encuentra una cama de malla brillante, las almohadas blancas y la colcha. En frente de la cama está una pequeña alfombra de felpa, sobre ella – las fotos grandes, cerca de la parte inferior de la cabecera – un armario con espejo y seis sillas entapizadas de terciopelo.

Toleguén por naturaleza es un señor. Un señor soviético. Y su título es soviético también. Los amigos no le dan ningún otro nombre, sino que Prodcom. Podemos encontrarlo todo si dirigimos a Prodcom: el traje de "Moskvashveyá" y caviar negro. Para él mismo y para sus amigos la existencia de Prodcom les parece natural. Pero cada medalla tiene su reverso. Así que debe escuchar a veces de sus amigos las palabras acerca de su creciente prosperidad:

-  ¿Y de dónde lo sacas todo? Toleguén sonríe y dice:

-  Así es la rotación en naturaleza.

La recepción en la casa de Toleguén está asociada a la  misma rotación. ¡Qué hacer! Los miembros del partido han comenzado a hablar sobre el hecho de que el asesino de su madre, el cómplice de los violadores, debe estar colocado a un puesto. Es que, Mukash tiene méritos ante el partido. Pero el Comité Revolucionario está encargado de determinar el puesto: el miembro del Comité Revolucionario Baltash – un pobre, una persona invasiva, quién sabe que él va a tomar: y si enviará a Mukash como el jefe de vólost a Sartau. Además, hay que tener en cuenta el hecho el bai Abén se ha reñido con todos los ricos jefes de vólostes, ha cometido errores: no estará al lado.

Finalmente apareció Toleguén, torciendo sutilmente sus labios descoloridos, con una cartera hinchada bajo el brazo, con la visera gris, debajo de la cual se podía ver los rizos negros y ojos de ratón. Al entrar en casa, habló con la cocinera, miró fijamente a su alrededor y estimó:

-  Perfecto, perfecto, - dijo en ruso.

 

Al oír su voz, Bekbolat salió a su encuentro. Al encontrarle entre dos habitaciones, le alargó las manos saludando. Toleguén se apresuró a cruzar el umbral, y sólo después llevó su mano todavía extendida con las palmas del huésped. No estaba claro por qué, tal vez, oyó de la seña rusa y se cuidaba de saludarse en el umbral.

- ¿Qué tal la salud, la herida? ¿Recuperado?.. Bueno... El servicio me lleva todo el tiempo, no podía salir para visitarte, - y comenzó a culparse ruidosa y tediosamente por no visitar recientemente a Bekbolat en el hospital.

Puso su cartera sobre la mesa, fue a la cocina, dio algunas órdenes a la cocinera y, volviendo,  continuó:

-  Además, hay noticias de las estepas. Y en su aúl todo está bien... Y nuestro padre... - vaciló. - Su estado de ánimo es no tal malo, me parece. 

No dijo nada de lo que su hermana se hubo encontrada. Esperaba como Bekbolat se portaría, y aquél dijo con una alegría poco notable:

-  Sí, he oído que se arregló.

Toleguén, sintiendo que Akbilek aún era deseable para Bekbolat, le miró más afablemente. Sin saber cómo expresarle a él precisamente su simpatía, sacó la pitillera de plata de su bolsillo. La pitillera estaba llena de los elegantes cigarrillos caros:

-  ¿Vas a fumar?..

Bekbolat, que no tenía la costumbre de fumar tabaco, consideró inconveniente negar, extendió torpemente su mano a la pitillera alargada a él, escarbó con dos dedos y, dispersando los cigarrillos, no obstante, enganchó uno. Dos o tres cigarrillos rodaron sobre la mesa.

-  Nada, nada, - Toleguén le apresuró a calmar a su paisano un poco salvaje, y los recogió en la pitillera.

La afabilidad casi tímida del instruido hermano mayor de Akbilek le alargó a Bekbolat, y en sus pensamientos él se quedó admirado con su pariente futuro: "Este hombre ha logrado lo todo, cualquiera persona  se alabaría de tal cuñado".

Toleguén sacó de su profundo bolsillo un pañuelo blanco regado abundantemente con colonia olorosa, lo movió agitando y completamente, empujando con el dedo un ángulo de pañuelo a la fosa nasal, secó su nariz. Era imposible, indecente guardar silencio con el invitado, más aún con el novio. No era un salvaje, pero no era claro de que podían hablar. Toleguén caminaba por la habitación, limpiándose la nariz con el pañuelo y pensando en una cosa conveniente para la conversación. La fiesta inminente le pareció un tema correspondiente:

- Hoy día estoy obligado a recibir huéspedes. Es notable que Ud. ha llegado a esa hora tan adecuada.

Quería pronunciar un dicho de que a un huésped inesperado le maneja la suerte del dueño de la mesa,  pero se contuvo, le pareció demasiado kazaja, demasiado ambigua, no podría estar al gusto de novio. Y Bekbolat quería responder a sus palabras amables, se movió, pero no sabía qué decir, más que la expresión de su rostro se suavizó, lo que le pareció más elocuente que cualquier flujo de palabras:

-  Oh,- y nada más.

-  Un camarada llegó desde el centro de la provincia llegó. Le han invitado. - explicó Toleguén.

Tuvo que entender: mira, esto es mi mundo, mi círculo de amigos; y en segundo lugar, además, tengo relaciones con el centro de la provincia. Para ti, querido novio, yo soy una figura importante. Beckbolat tenía que mantener la conversación, se movió otra vez:

-    ¿Y quién es este tipo?

Toleguén respondió que se llamaba Akbalá y era el miembro del Comité Revolucionario provincial.

Después de hablar en este sentido, Toleguén, refiriéndose a la necesidad de seguir la preparación de comida, salió. Considerando incómodo quedarse solo, sin dueño de casa, en las habitaciones, Bekbolat también salió  fuera para desperezarse.

 

 

 

Los primeros huéspedes fueron Ikán y Tishán. Toleguén les recibió:

- Ah, Ikán, pase, - le estrechó la mano, y le hizo sentar.

Bekbolat puso su mano al pecho y también le extendió la mano. Ikán le miró por encima de sus gafas y le dio a mantener su mano de huesos finos, como la de un niño:

-  ¿Cómo estás?

Toleguén ofreció una silla y a un hombre jetudo:

-   Ah, Tila, por favor.

Bekbolat, pensando que sacuda con las manos en vano, apretó sólo una palma amplia con su cálida palma suave. Tipán intentó mirarle a él de arriba abajo:

- ¿Qué tal la vida, cariño? - Y, como si moviendo los hombros, se sentó junto a Ikán,

Toleguén les dijo en tono de broma a los dos invitados:

- No importa cómo usted lo pide, pero, ¡todos los ciudadanos con los vestigios kazajos de pasado no quieren nada llegar a tiempo! ¡Me alegro de verte! - Y consultó su reloj con una pulsera fina.

Sonó bastante triste, Ikán se espantó afectadamente y como si atrapado en un crimen terrible, desencajó los ojos y pronunció abriendo la boca de una forma cómica:

- ¿Y qué, hemos venido temprano? - y con tristeza sacudió la cabeza.

Tipán no cedió a Ikán:

-  No tenemos que avergonzarnos de las tradiciones de nuestros padres. ¿Qué vergüenza puede existir, si aún tienes hambre? - y, mirando a ikán, hizo gluglú sonriendo.

-  No, no habéis venido temprano. En primer lugar, he dicho que estoy contento de verles. – Toleguén se echó a sonreír. – Aquí, ¡tengan cigarrillos! - sacó del bolsillo aquella misma pitillera de plata, abrió la tapa.

- Eh, es otra cosa - dijo satisfecho Ikán. Él sacó una prolongada tabaquera del bolsillo de su gastado corto beshmét[28], la abrió con cuidado y la puso delante de sí. - ¡Gracias! Sólo me distraigo con mi tabaco, - y añadió algunas palabras en ruso.

Luego sacó de la tabaquera un cuadrado pequeño del papel cortado, lamió la hoja puesta en el dedo, echó un poco del tabaco en granos y empezó a liar un cigarrillo. Al liar un cigarrillo más compacto,  lamió con su lengua el borde como se debía, hizo un cigarrillo con el espesor de dedo anular, con la punta similar a la punta no cortada de un chico, y la insertó cautelosamente en una boquilla roída como por un caballo. Puso volviendo el resto de las hojas a la tabaquera, sobre el tabaco, cerró bien la tapa, y metió la tabaquera en su bolsillo. Desde allí sacó un eslabón y un pedernal, apretó firmemente el eslabón con su mano izquierda y el pedernal con la mano derecha, y comenzó a producir una chispa, el fuego se encendió y ardió.

Bekbolat observaba atentamente todas las manipulaciones de Ikán. Le encantó el cuidado y la estricta consecuencia de las acciones del fumador, que no cedía ante las preparaciones de las personas rigurosas, fieles a la oración de los suras del Alcorán, con el enjuague de la boca, el lavado de los pies y el cubrir el suelo con la alfombra de oración. Fumador, Ikán llenaba su boca con humo, y luego lo dejó pasar a bocanadas. Él recordó a Bekbolat un toro inquieto, que levantaba los torbellinos de polvo con sus enormes fosas nasales por la tarde.  Fue un poco exagerado. Ikán era más culto en sus acciones,  soplando una nube de humo ya cernido sobre él, su mano con la boquilla atrapada entre el dedo índice y el dedo anular volaba a una parte. Se sintió completamente feliz.

Probablemente, alguien puede ser sorprendido con una descripción tan detallada de la adicción del tabaco de Ikán, tal vez, no hay nada a escribir. Puedo asegurar que hay. Además, Usted mismo puede fumar.

Cuando estás en mal humor, aburrido, que no vean a nadie ni nada los ojos, cuando estás sentado lamentando que has vivido una hora más, completamente vacía, te arrepientes, estás triste, ¿con qué puedes distraerte si no sea  un fumar tabaco, opio y vodka? Los médicos dan a tabaco, opio y vodka el nombre de veneno, aseguran que con ellos envenenamos nuestros cuerpos, quemamos nuestras venas y estropeamos nuestra sangre, causamos enfermedades y el envejecimiento rápido, y en general, nos suicidamos. Pero, ¿acaso la misma angustia antes no es el mismo veneno? ¿Acaso no devora el alma? Pero la ira, girándose en el pecho, ¿acaso no es un veneno y no nos corta la vida? El veneno se extermina con el veneno. No vamos a  condenar el placer ahumado de Ikán, ¡que se pone el nasvai[29] debajo del labio!

Nuestra condescendencia a Ikán es explicable. Antes vivía en una ciudad grande, era conocido como un criador de caballos, conocía el precio de caballos y vino, estaba casado con una dama rusa. Participaba en los congresos de los partidarios de Kérenskiy, como pensaba él mismo: había visto el mundo. Pero cuando los rojos tomaron el poder, su modo de vivir muy bien organizado se ruinó, tuvo que regresar a su aposento natal con el pelo gris y la debilidad de un anciano; vagar de puerta en puerta, por los rincones, comprar un abrigo para su hija, no ser capaz de comprar calzado para su hijo, sólo le quedaba refunfuñar libremente a la oreja de su anciana. El servicio no era bueno, consiguió el puesto del segundo jefe de la sección. Así que, ¿por qué Ikán debe ser prudente? ¿Qué le queda más si no fume el tabaco acre, con sus maneras refinadas? Déjalo, ¿por qué te importa Ikán?

¿Y qué representa Tipán?

Tipán - aquí está, sentado en nuevo calzado con las piernas cruzadas. Está vestido de pantalones negros de una buena tela, aunque son sólo los restos de su antiguo vestuario, una chaqueta oscura no ha pasado de moda, el almidonado cuello vuelto de su camisa está atado con la corbata de lunares negros. Igual que Ikán, no se licenciaba de las universidades, menospreciaba el servicio, pero gozaba de autoridad en la sociedad de los suyos.

Está claro que a Ikán no le gusta mucho el régimen existente. El honor y los fundamentos hasta no valen cinco kopeks en el medio de los bolcheviques. ¡Qué significan tus conocimientos, tu experiencia, tu pelo cano para ellos! Una vez más, la pensión es un dolor de cabeza. La darán o no – está en la oscuridad. Además, los jóvenes se dan mucha importancia,  y suele dar las instrucciones: "Actúa de esa manera, hazlo así" Tales personas como Baltash ni siquiera decir hola si se encuentran, bizcornean. Pues, solo Toleguén puede ser una excepción. No olvida a Dios.

Y Tipán sólo ve "los desordenes" por todas las partes y, sacando el labio descontento, reprende lo todo en el mundo de esta y aquella manera... pero no tiene ningunas demandas específicas al poder soviético, vigila y realiza su servicio celosamente, vuela seguramente con sus propias alas.  Así está Tipán, por todas las partes puede encontrar un hueco para meterse en un lugar correcto. Ikán está privado de este talento, se comporta como en su lecho de muerte: "¡Qué diablo se los lleve a todos vosotros!"

Eh, ¡no hemos dicho nada de la edad de Tipán e Ikán! No cometerá Ud. un error grave si una vez asuma que Ikán tiene cincuenta años, otra vez sesenta, su viva mímica facial no permite examinarlo más detalladamente. En general, la edad de Tipán no cae a la definición, varía según el círculo de comunicación: en los cuestionarios apunta 45 años, pero para las mujeres tiene 30 - 35 años.

No está claro por qué Toleguén ha invitado a estos dos hombres de edad avanzada a la compañía de su amigos jóvenes, tal vez seguía algunas tradiciones kazájas o planeaba usarles de alguna manera en futuro. Ellos, por supuesto, están satisfechos: "Cuenta con nosotros". Han llegado voluntariamente están sentados y se consideran quién sabe que.

Typan está privado de seriedad, dice rápidamente: - ¡Bueno, Toleguén! ¿Qué, has vuelto cereales a aquellos impuestos?.. Es un verdadero desorden... – empezó a hablar como un verdadero defensor de los kazajos en respuesta a sus denuncias de violencia, la opresión...

Escuchando el discurso apasionado de Tipán, Ikán,  sorprendido,  desencaja los ojos y pronuncia:

- ¿Eh, acaso? ¿Eh, acaso?

En una oficina Ikán está abarrotado de cientos de órdenes, reportes, formularios, demandas. Él mismo es como una demanda desesperada, nada sabe que pasa fuera de su escritorio, por eso se sorprende. Aunque, a decir verdad, nunca se le ha ocurrido preguntar personalmente que problemas existen en estepa.

Hablaban más sobre el salario, lo menos sobre los apartamentos, la calefacción, el tabaco, la forma y el modo de vivir y adquirir una fortuna. Durante aquella conversación les encontraron los jóvenes, todavía verdes comisarios con las carteras hinchadas bajo el brazo.

Uno de los llegados era amable como un cordero, Akbalá, el segundo - de la cara y ropa oscura – Baltash; el tercero – picado de viruelas Doga, tenía los labios sobresalientes, la nariz chata, un ojo mirando al cielo, el otro pidiendo pan. El cuarto - Zhorgabek – se doblaba como una silla ante Doga y se curvaba como un hacha ante Baltash. Zhorgabek se puso de agrimensor, Doga era su jefe, y Baltash era el jefe del distrito. Una vez que aparecieron los cuarto, encontrándose con Toleguén a la puerta, Toleguén exclamó:

-  ¡Ah, vamos, adelante! - Y corrió a su encuentro. Y nuestro Bekbolat se levantó, se enderezó al umbral.

- Eh... – Tipán dijo alargando y se levanto de una manera hospitalaria  estirada y acogedor estaban. Ikán, sin atreverse parar ni sentar, como antes,

Empezó a agitarse en la silla y se inclinó en ella, contad vosotros mismos: se levantó un poco o se azaró.

Tipán dio la mano para saludar a dos compañeros, y a lo demás les dijo:

- ¿Nos hemos visto ya, eh? – y sonrió intencionadamente. Ikán, saludando a Akbalá, le meneó la cabeza. Desde un lado Bekbolat metió la pala de su mano a las palmas de los huéspedes venidos.

Los comisarios arrojaron sus carteras a su alrededor en desorden, no obstante llegaron para descansar. Baltash pasó a la cama y se dejó caer en ella. Aprovechando de su cortesía,  Zhorgabek hizo uso de la amabilidad de Tipán y se sentó en su silla... Akbalá se puso al lado de la mesa y empezó a hojear los libros de la estantería. Doga se acomodó en un lado, se sentó frente al espejo, comenzó a fumar, entornando un ojo.   

Pues porque los señoritos irrumpidos hicieron a bailar toda la casa delante de ellos, Bekbolat, al echar el ojo a cada uno, prefirió sentarse lejos de ellos.

Toleguén entraba, luego se iba de nuevo a la cocina, afilaba cuchillos, cocinaba la carne para la mesa.

Akbalá, revisando uno de los libros, dijo:

- He, aquí hay Kautskiy también. Toleguén dijo desde la sala de estar:

-  Además tengo los de Enguels, todavía nos adherimos al marxismo.

- Oh, ¡qué andas! Hasta que no te llegas a un marxista, - dijo arrogantemente baltash acostado en la cama.

Zhorgabek y Tipán encontraron el otro tema aceptable para ambos y la discutían en voz baja, intercambiando sonrisas y muecas. La conversación se resumía con vodka.

- ¿Qué nos impide tomar una copa? – concluyó Zhorgabek.

Al no sentirse encontrado a sí mismo en aquella "conversación de los pájaros", Ikán permanecía callado a un lado en una silla aislada junto a Beckbolat. Con la cabeza gacha, él se sumergió en el difícil proceso de la fabricación de uno más de sus cigarrillos. Después de fumar, Ikán volvió la mirada a Akbalá que andaba lentamente por la habitación, tocó el hombro de Tipán y preguntó:

-   ¿Quién es aquel chico?

-  El miembro del Comité Revolucionario del distrito, compañero Akbalá,  - dijo Tipán y frunció los labios.

En aquel momento un miembro del Comité Revolucionario pasaba con una mirada enajenada por una alfombra peluda, al lado de la cama exuberante, paraba su vista en las sillas tapizadas de terciopelo, en las fotos del camarada Lenin, el camarada Trotskiy y en el foto del mismo Toleguén que estaba colgado entre ellos, examinó el armario, la mesa, tocó el vestuario del compañero Toleguén y al mismo tiempo emitió un sonido casi gimiendo: - im-im...

¿Quién sirve en el distrito? ¿Quién y cómo vive? ¿A quién se puede confiar, con quién se puede trabajar? ¿Con qué están preocupados todos ellos? ¿Qué libros leen? ¿Cómo se relacionan con los rusos? ¿Quién es pobre, quién es rico, quién es honrado, quién es un hijo de puta?.. Akbalá está desconcertado. ¿Cómo, entonces, después de pasar por el apartamento y haber notado todos los objetos en ella, no dijeras: "im,... sí ..." y no hicieras conclusiones. De repente Akbalá se detuvo al lado de Baltash y pronunció: 

-  Todas las fortunas grandes han sido adquiridas mediante los robos. ¿No, camaradas?

Toleguén inmediatamente respondió a aquella pregunta también:

- Fue obtenido a una orden en el Consejo. Tengo derecho como un presidente del Comité de Alimentos.

Baltash examinaba el techo  y, al oír la pregunta volvió la cabeza y mirando a Akbalá, dijo, agitando y suavizando su pelo:

- Eh, es que ¡se los quitaron a los ricos! – En sus ojos se podía leer la cita simple: "Como un comunista al otro comunista".

La simplicidad es peor que el robo. Supusieron que el camarada del distrito empezó una conversación habitual sobre la lucha de clases, pero no. Al ver que no le comprendían, Akbalá se expresó más claramente:

- ¿Fue quitado aquel mueble sólo a los rusos? ¿O fue quitado también de la burguesía kazaja?

Todos se inquietaron. Baltash miró a los compañeros que estaban sentados en las sillas de terciopelo y respondió tratando de irse lejos de la esencia de la cuestión:

-  ¡Eh, ocurre que nuestros chicos van a coger algo nacionalizado por el estado, así, lo mantienen como un recordativo de burgueses!

Toleguén que estaba en aquel momento en otra habitación, se apresuró, corrió de habitación en habitación y preguntó, mirando a Baltash:

-¿Qué?

Baltash frunció el ceño, como si aquél intervino en una conversación que no le tocaba personalmente, y cortó:

-  Pues, nada.

Toleguén permaneció desconcertado para un momento, sintó que era el momento de tomar la iniciativa en sus propias manos, y exclamó:

-  ¡Vamos, amigos! ¡Os invito a la mesa!

Los huéspedes con una vagancia aparente se trasladaron a la sala de comer. Después de ellos, Bekbolat se acomodó al borde de la mesa. Los caballeros jóvenes, confundiéndolo con un trabajador, ni siquiera se interesaron de su nombre. Qué humillante fue aquella situación para Bekbolat– era difícil de expresar, pero el hecho de que él mismo no tenía ninguna simpatía a los comisarios, fue exacto.

La mesa estaba llena de platos. 

Al principio sirvieron los trozos enteros de cordero cocinado con la salsa a base de caldo salado con cebolla y pimienta. La carne fue seguida de fideos caseros. Después el asado estaba a punto de preparar. Para el postre era una sandía.

Una vez que comenzaron a cortar la carne, Toleguén llevó de la habitación lejana una vasija de vidrio, escondiéndola con demostración detrás de su espalda. Tipán hizo la cara perpleja y se interesó fingiendo:

- ¿Qué tienes en tu mano? – y le tiró de la manga.

- Nada... Un poco de esta... - se confundió Toleguén y se apresuró a colocar la botella traída por él debajo de la mesa. 

- ¿Qué es? ¿El  alcohol puro? - no se paraba Tipán.

- Un poco "para la carrera". - Toleguén miró a los huéspedes debajo de los párpados y sonrió inocentemente.

- Oh, no se debe así - dijo Baltash, al haciéndose más severo, y el borde de su ojo captó a Akbalá.

- Yo no sé que sentisteis vosotros, pero esto no nos asusta, - dijo Tipán y acarició su estómago.

- Sí, aquí no hay mucho daño. Sólo para apetito, - aseguró Toleguén y puso su botella brillante sobre la mesa.

Todo el mundo se quedó mirando a aquella vasija.

-               ¡Maldita sea! ¿Dónde la encuentras? – se impresionó Zhorgabek y chasqueó la lengua.

-  A veces, hay casos... - respondió Toleguén.

- Sabe donde está carne sin hueso, - dijo Doga y guiñó.

-            ¿Tendrá lugar una reunión de la noche hoy? – le preguntó Baltash a Tipán.

-   Hoy no se planea... - respondió Tipán y acarició con cariño la botella. - No vamos a enfadarla, conozco lo enfadada que puede estar...

Ya durante mucho tiempo Ikán no había probado vodka. Y pues, ¡qué lujo! ¡Malditos sean todos! ¡¿La logrará a tomar o no?! La compañía comenzó a especificar los grados de vodka, haciendo muecas, discutía aquella cosa interesante de tal o cual modo... Ikán no pudo soportarlo, levantó una copa que estaba delante de él y declaró:

-  ¡Basta mantener a fuego lento la blanquecida, viértela, querido! La gente a la mesa se puso a reír.  Akbalá que estaba sentado aún modesto ordenó: 

-  El mismo aksakal ordenó : ¡vierte!

 

 

 

Toleguén, sonriendo, diluyó el alcohol con agua y lo vertió en los vasos:

-  ¡Eso es!

Baltash miró a su alrededor y le pido a Toleguén:

- Pon abajo las cortinas de la ventana. Los huéspedes levantaron sus vasos:

-  Bueno, ¿por quién tomamos?

Considerándose la cabecera de la mesa, Tipán le miró a Akbalá y se apresuró a ofrecer:

- Creo que tenemos que tomar una copa en honor de un huésped que ha venido a nosotros.

Akbalá se estremeció:

- No, no vale. Por cualquiera otra cosa... Podría ser por alguna idea socialista... – pronunció, negando, con lo que subrayó que él mismo la representaba.

De repente Baltash se levantó de un salto de la mesa y exclamó, levantando un vaso:

- ¡Viva el poder soviético! - y comenzó a brindar  con cada uno personalmente.

- ¡Viva! – repitieron por todas partes.

Aunque Ikán trataba de exclamar más expresivamente "¡Viva!", su exclamación no tenía aquella admiración que limitaba con locura, lo que había en los gritos de los demás. El brindis de Tipán fue el más excelente.

El segundo brindis fue por los bolcheviques, el tercero – por la autonomía kazaja, después de él – por los huéspedes, al final – por la salud del dueño de casa, derramaban y tomaban vodka. Sólo Beckbolat no era capaz de levantar su vaso, apenas mantenía su tenedor. 

Un medio litro de alcohol fueron suficientes para una y media botella de agua. Vodka revitalizó notablemente la compañía. Se reían, la conversación se hizo más divertida. Akbalá se alababa mucho de sus actividades en la provincia, los demás escuchaban. Los menos acalorados Doga y Baltash preferían no charlar más, sino reír de los chistes de Tipán y zhorgabek, a veces bromeando con ellos. El más poderoso en las bebidas fue Ikán. Doga y Tipán eran especialmente insaciables de comer carne. Sin embargo, a nadie le importaban las maneras decentes, los huéspedes se sonrojaron y agarraban uno al otro por los codos, ponían las manos a los hombros de sus vecinos, con los ojos entrecerrados, alguien derramó vodka, los cigarrillos ardiendo débilmente estaban esparcidos sobre la mesa, el mantel estaba a punto de encender. Ahumaban, hablaban en ruso, reían... se puede volver loco. Después de comer y tomar bebidas, los huéspedes se trasladaron a la habitación lejana. Su conducta para Bekbolat se hizo más confuso. Se demostraron como gente de otro mundo. Él se quedó atascado entre ellos, como entre el cielo y la tierra, tal vez, pensó que aquello fue a causa de su analfabetismo.

Bekbolat no les siguió a todos, sino se quedó en la sala de estar. "Son los chicos, igual que yo, ¡eh! ¡Si estudiáramos en la ciudad, seríamos así también!"- pensó y volvió en sí por algún tiempo. Y a la vez sintió vergüenza: ¿por qué piensa tan despectivamente en sí?.. Ellos, también, no están privados de imperfecciones. Pero, ¿con qué su vida está más llena e interesante que la mía, si dejamos al lado las nubes de humo de tabaco, borrachera, escritura de poco fuste, charla en ruso? Pues, ¡¿cómo no se puede morir de aburrimiento en estas habitaciones con techos bajos, echar de menos en las calles estrechas a las estepas antojadizas, los picos de Alatau, la verdura de bosque, la caza con perros y águilas de oro?! Pero, ¿cómo se puede vivir, agazapado bajo el techo, apretándose a la pared? ¡Santos! Sí que están irrevocablemente atrapados en esta existencia infernal, ¡eh! ¿Acaso no tienen ganas de ver a sus padres, parientes, a sus familiares? Ellos no son nada mejores. Y seguramente nos desprecian: a mí, a Akbilek ...

Entró la cocinera, comenzó a mover las sillas, retirar los platos de la mesa. Sin querer molestarle, Bekbolat salió al patio, se enjuagó las manos, la cara y cobró aliento. El humo del tabaco le envenenó hasta el dolor de la cabeza. 

Al recobrar el aliento, Bekbolat como pudo, se situó intencionalmente en los escalones del soportal. En su cabeza sonó la historia del Brillante, como si volvió a estar en el hospital, le surgió el deseo de irse lo más pronto posible. ¡Lejos de aquellos ahumados, borrachos comisarios kazajos, hombres de negocio, a la gente! El deseo se hizo más fuerte. Ya hace mucho hubieron tenido que llegar a verle los hombres del aúl. "¿Por qué no hay nadie? Mi padre también es muy bueno... ¡También le gusta presentarse de un hombre de Estado! ¿O no soy necesario para él?"- así pensó ofendido con su padre.

Al volver a casa, Bekbolat oyó el discutir furiosamente de los jóvenes caballeros en la habitación lejana. : Hasta sus oídos de repente llegó:  "Matayín Abén... Mukash". Mukash, aquel mismo Mukash. Abén, el enemigo de padre.  ¡Eran los hombres con quienes quisiera encontrarse, con un látigo en las manos, de cara a cara en la estepa! Bekbolat pasó con cuidado adelante y, sentándose en una silla a la puerta de la habitación lejana, comenzó a oír más atentamente las voces que llegaban desde allá. 

Baltash estaba hablando. Estando a pie al lado de la mesa, dio un palmado por una pila de papeles y empezó a hablar en ruso:

- Todas estas denuncias son justas... ¿Por qué un rico se enriquece? La gente para él es ganado, se enriquece mediante su trabajo, chupa la sangre de los más débiles.  en mi opinión, bai Abén es un verdadero hijo de puta, el elemento más peligroso, ¡cuántas personas mató! Creo que es necesario ponerle fin. ¡Precisamente este hijo de puta ha colectado los materiales sobre Mukash!.. Sin embargo, yo también no creo que Mukash sea una persona no comprometida absolutamente. Probablemente, él también ofendía a la gente, pero, además, castigaba a los baies. Él es un verdadero comunista, un comunista con ideas. El fin justifica los medios.

-  Camaradas, permítanme expresar algunas palabras - dijo Doga, levantando la mano y entrecerrando los ojos.

Akbalá, levantando la barbilla le miró y le permitió:

-   Habla.

- Quiero decir... – inició Doga con mucha importancia, poniéndose las manos en las caderas. - En efecto, Abén Matayin es un bai, y lo que fue el jefe de vólost es cierto también. ¿Y qué significa eso? Significa que gozaba de gran autoridad entre la gente, que es una autoridad. Pero ¿si fuera justo si aniquiláramos a todos baies en un día, basándonos sólo en el hecho de que son ricos? No, no sería la solución correcta. Significa que muchas cosas en las denuncias de Abén Matayin no corresponden a la realidad que existe, no coinciden. Todo eso fue emborronado por el ciudadano Takírov, conocido a todos como un pleitista. Hay que decir, un pleitista brillante. Ahora han abierto su proceso criminal, él está detenido ahora, sí, lo han abierto. Por lo tanto, no podemos confiar plenamente en estas denuncias, no podemos... En cuanto a Mukash, él utiliza el partido, como un abrigo de piel, sólo para encubrir sus embrollos, utiliza,  un pícaro, muy astuto... Así que su objetivo es hacerse el jefe de vólost. Hasta ahora, en el partido han logrado penetrar los ladrones, estafadores. Por ejemplo, se sabe que siete ladrones de caballos se han enrolado en la célula del partido del aúl Zhamán, es conocido absolutamente. Entonces, no se puede nombrar verdaderos comunistas a tales personas como Mukash. ¡Qué hacía él! Era cómplice para los blancos, les azuzaba a los aules, favorecía a la captura de las chicas, mujeres, él mismo los traía para encontrar las mujeres... - a continuación miró a Toleguén.

Toleguén miró hacia abajo. Y Bekbolat en su lugar clavó los ojos en el suelo.

- Sí, pues, tenemos a mano sus materiales, - continuaba Doga, gesticulando. - Entonces, no podemos dejar que se muevan hasta que los verifiquemos, no podemos...

Una vez Doga hizo una pausa, empezaron a pedir palabra Baltash y Tipán, alargando las manos: "A mí... Yo..."

-  Que diga, - Akbalá señaló a Tipán. A Bekbolat le gustó como Doga le tiró una puntada a Mukash, pero no pudo aceptar la evaluación de Abén, pensaba escuchando atentamente: "¿Y qué va a decir este tipo?"

-  ¡Eh, muchachos, compañeros! Echemos un vistazo a esta pregunta, sin excitación, a la manera kazaja... Chicos, compañeros, vosotros, por supuesto, sois comunistas, pero los kazajos también. Todos estamos trabajando por el bien del pueblo kazajo... Trabajamos más que una década... en este camino hemos gastado más que un par de zapatos, un poco más de lo que vosotros... No será la fanfarronería si digo que estamos familiarizados mejor con los asuntos kazajos – pronunció el  orador y miró a su alrededor, con ganas de ver el efecto que produjo su discurso.

Baltash se arrugó y volvió las espaldas, dejando a comprender: "Conocemos como has trabajado para el beneficio de los kazajos. " Zhorgabek frunció el ceño: "¡Va a estropear todo!" - y miraba una vez a Akbalá, otra vez a Tipán. Doga asintió con la cabeza: "¡Que continua!" Ikán, dando cabezadas como un pájaro que picoteaba la mesa, hacía un cigarrillo. Toleguén seguía sentado con mirada enajenada y cabeza gacha, como si no le tocara aquella conversación.

Una mariposa condenada daba vueltas y vueltas alrededor de un fuego. Tipán notó el descontento de Baltash, se puso tímido y habló de una manera diferente:

- Lo digo así... como un mayor... Pues, esto no se refiere a nosotros, salvo que creáis conveniente conocer la opinión de los tíos...

Pero Akbalá le animó a Tipán:

-  No, no, dilo. Y su opinión será útil. De veras, usted ha trabajado por el bien de la gente.

Tipán entendía toda la apariencia capciosa de sus palabras, continuaba mantenerse en sus trece, pero ya evitaba la afirmación "es que somos kazajos":

 

 - Vamos a hablar con franqueza. - Se aclaró la voz y continuó - Es un asunto escandaloso. En Sartau la gente está loca por los partidos... Dos partes se pelean, escriben reclamaciones, y confunden lo todo con la política. Dios no lo quiera, qué mientan, en  qué acucien... No prestéis atención a la palabra, es sólo un dicho ... – Una vez más se aclaró la garganta. - Dejando a un lado los papeles ajenos, hablaré de las últimas cartas, para un ejemplo... - y empezó a hablar del robo de la correspondencia, el tema conocido a Bekbolat de las palabras del Brillante.

- ¿Pero, a quién se debe creer aquí? Los ojos no pueden cubrir todo lo que mintieron los kazajos aquí, todas sus quejas...

Tipán se puso emocionado – un tipo valiente; bueno, le dio una reprimenda real a todos los excesos kazajos en la escala planetaria, y luego se trasladó gradualmente a la persona del mismo Abén Matayin, pero ya empezó a hablar de otra manera. Abén apareció como un hombre educado que se suscribía  a periódicos y revistas, construía escuelas, enseñaba a los niños, para los pobres encontraba fondos de sustento, pero ¡qué más da! - se preocupaba por su forma de vida, les empujaba a la cultura, a las fronteras más avanzadas de la civilización; pagaba becas a los estudiantes, aniquilaba los restos de las tropas de los blancos, enseñaba la ciencia militar a los jóvenes, albergaba a los refugiados, calentaba a la gente afectada por la guerra, y todo lo hacía de una manera noble. Antes pensaba en la suerte de la gente, tuvo la autoridad indiscutible para todo el distrito. Si no fuera él, vendría el caos, la anarquía, la rebelión! – expresó todo muy bien, para que no había nada para añadir ni reducir.

La elocuencia de Tipán hizo una impresión tan fuerte a la compañía, que aplastó cardinalmente todos los intentos de Baltash a protestar. El último sólo se estremeció la cabeza como un bagual, y se ofendió. Doga se puso más alegre para divertirse, cubría  con satisfacción su ojo oblicuo, y toda su apariencia  decía: "Oh, bravo, has llegado a un punto!" Aunque Baltash todavía se esforzaba por protestar, Akbalá como una persona autorizada por el centro, sin querer romper el reglamento, dió la palabra al siguiente - Zhorgabek.

En seguida Zhorgabek se puso a llevar paso de ambladura. No empezó a discutir la opinión de Baltash, no hizo ningún comentario a Doga, y en el discurso de Tipán clarificó sólo unos momentos. No se puso a desarrollar el tema afectado, no consideró necesario volver a la lucha perpetua entre los kazajos.  Pero ¡qué sentido pueda tener el hablar de algo que no tiene ningún sentido! Empezó a hablar de futuro; que las personas que deseen convertirse en una nación, deben principalmente elevar la educación, aprobar el juicio justo... etcétera y etcétera... y todo aquello tendría que lograr la juventud kazaja, y precisamente entre los jóvenes tendría que prevalecer la unidad, todo debería hacerse de acuerdo común, ponía todas las esperanzas en la juventud... - y cantaba los himnos de la juventud del país y volvía a llamar a la unión, actuaba de acuerdo con la línea del partido, sin enganche a ninguna de las palabras.

Bekbolat estaba sentado como un imbécil – no comprendía nada: quién tenía razón en aquel debate y quién estaba equivocado. Claro que le gustaban sólo las acusaciones a Mukash. No valía la pena mencionar todo lo demás.

Le estaba claro por qué una parte maldecía a Abén, pero no pudo entender a los que elogiaban a Mukash, afirmando que no se debía sin no soportarle, sin no preocuparse de un puesto para él. ¡Qué absurdo! ¿Cuál fue la causa? Así que había una razón. Si me preguntéis qué razón, aquí sigo.

Baltash es el jefe de la provincia. Sin embargo, él no es de la misma provincia. No tiene parientes de ninguna generación entre la gente local. Pero Baltash es un hijo de un hombre pobre, y está orgulloso de que no tiene nada. No le gusta Doga ni Toleguén. Cree que las personas como ellos estropean lo todo, al alcanzar algún trabajo soviético. Aprovechando su ausencia, Doga y Tipán empujaron a una persona de Abén al puesto del jefe de vólost.  Al regresar, Baltash tuvo la ocurrencia de estar enojado, quitó al cómplice de bai y puso a su jefe de vólost- al zapatero Kurenbai. Considerándose obligado al comisario, aquel zapatero recogió las pieles de hurones para el forro del abrigo de invierno para Baltash. Aunque Baltash pagó por ellos, por cada cola, seguía siendo muy feliz con su jefe de vólost. ¡Y contra aquel personal cubiletean los baies! Eso es todo el secreto de su aversión a Abén.

¿Pero, qué es Doga? En general, Doga es el diablo sabe de dónde, es un ciudadano. Sin embargo, los parientes de su madre pertenecían a la familia de Abén. Durante las elecciones de Sartau Abén le llamaba un sobrino, le acariciaba, alimentaba opíparamente, sin escatimar, le metía en sus bolsillos los papeles crujientes. ¿Es todo? Tal vez, no. Doga encontró a una bella chica para sí mismo. Y no sin razón, creía que Abén era de aquella gente que le ayudaría a ganar la mano de ella.

¿Sobre Tipán? Oh, no somos capaces de contar todo lo que pasó en su vida anterior, no somos capaces de hacerlo. Sólo recordaremos que en aquellos tiempos ilustres del zar, Tipán trabajaba de intérprete para Abén. Más tarde trabajó de intérprete para un justicia de paz que se reflejó mucho en su título. Tipán es de aquel mismo linaje que Abén, y su esposa es también de aquel vólost. Para Tipán el poder es Abén, y todo lo demás es sólo un caso. Bueno, no vamos a investigar más, esto será suficiente.

Ahora vamos a discutir a Zhorgabek. Acaba de colocarse al servicio estatal. Su padre fue de los famosos jefes de vólost. En la escuela secundaria era conocido como un agudo, vivaracho estudiante de lengua afilada, pero no finalizó sus estudios. Podría ir lejos, pero su biografía ocultaba una manchita negra – el servicio en la administración de Kolchak, después del cual se escondía en los aules de sus parientes, con la llegada de los rojos. En algunos aspectos, su carácter es similar a la naturaleza de Toleguén. Entre tanto, él es más astuto, hábil, instruido, emprendedor, lo que les hizo a la gente tratársele con la más consideración que a Toleguén. Desde la primera frase podía causar simpatía de toda la gente con que se enconraba. Lo más importante de él es que no está buscando enemigos. En general, decían de él: "¡Zhorgabek es un dzhiguit![30]"

Ikán, al esperar apenas la finalización del discurso de Zhorgabek, obtuvo permiso de su propietario para irse y se fue a casa. Aquellas discusiones no le servían para nada. Había vivido bastante largo tiempo entre los rusos y se alejó tanto de las raíces carnales, que ya no tenía ningún interés a todos los matices de las intrigas kazajas. Para él la charla sin sentido con una copa de vodka fue más preferible que una logomaquia emocionante con las insinuaciones de la familia, manadas de ovejas y de quién y qué llevaba del mercado. Quizás le influyó también la vodka que tomó. La vodka despertó los recuerdos de las juergas realmente. Tal vez, tenía miedo a los reproches lastimeros de la anciana por una prolongada tertulia. Pero, fuera lo que fuera, Ikán consideró necesario retirarse.

Toleguén guardaba silencio. ¿Para qué actuar? Doga y Tipán expresaron todo lo que podía y debía ser dicho. Contaba precisamente con ellos.

Akbalá, al conceder la oportunidad de hablar a todos sus compañeros y escuchar atentamente a todos los oradores, decidió a emitir su opinión. Fue uno de los maduros antes del tiempo que aún habían sido

marcados en las manifestaciones durante los primeros años del golpe revolucionario, tuvo la reputación de un organizador, quedó en la memoria de otros, hablaban de él: ​​"¡Bueno, cómo es!" Publicaba sus artículos en los periódicos, escribía los informes serios. Fue conocido como una persona de autoridad del último reclutamiento juvenil. no hace mucho tiempo ingresó en el Partido Comunista, pero ya llamó personalmente a los jóvenes a ingresar en el partido, sinceramente quería ser un verdadero comunista, era una persona competente. Hipnotizadas por sus discursos, las masas le causaban un placer genuino. Estudiaba cada decisión del Congreso del Partido, cada nuevo libro publicado. Particularmente le gustaba leer muy atentamente las discusiones de Lenin, Trotskiy y otros miembros prominentes de los congresos, aprendía de memoria algunas frases fuertes, las palabras exactas, y si no les citaba palabra por palabra, en cualquier caso citaba como debía. A veces citaba los aforismos de los líderes de tal manera que daba la impresión de que él mismo era el autor del aquellas sentencias. Todos lo leído salía de él. Si se esforzara más, podría tener la fama de un educador, a pesar de que si él volviera de la tribuna, apenas fuera en condiciones convenientes para  repetir todo lo que hablaba en ella.

Sin embargo, no os apresuréis a darle el nombre de un charlatán frívola, por el contrario, daba la impresión de una persona reservada, que sabía cómo portarse con dignidad en cualquiera situación y hablaba en cuanto al fondo. Y él mismo creía que era muy educado, culto, elocuente. Y si había algun error, si tropezaba al hacer paso fuera de lugar, no se confundía nada, no se flagelaba, empezaba a trazar un plano nuevo y encontraba una salida al futuro brillante de la formada ronda de los problemas.

Akbalá modestamente se imaginó que era el Mesías, con ideas y objetivos que no podrían ser rechazados. Y la razón por la que no se apresuraba a hablar, sino prefería escuchar a los otros, merecía una explicación mas detallada. No consistía nada en su deseo de comprender realmente aquella situación que se desarrolló en Sartau. Pero no consistía en lo que él deseaba revelar un elemento adversario en la provincia, esperando que alguien se fuera de la lengua y revelara su verdadera cara. Consistía en su deseo de encontrar, entre los que discutían, a la gente conveniente para realizar sus ideas fundamentales.

El lado fuerte de Akbalá consistía en lo que tenía un buen dominio igual de ruso y kazajo. Al empezar a hablar el kazajo, de inmediato sobornó al mismo Bekbolat:

- ¿Sí, camaradas! Ahora os explicaré mi opinión - toqué con sus labios un pañuelo y, sin levantar los ojos, continuó: - Un caso que ahora estamos examinando hay que considerar no sólo para un vólost o una provincia, este caso es típico para Kazajstán entero – se desencogió de hombros, entrelazó y frotó los dedos, levantando ligeramente la cabeza, la sacudió, mirando fijamente al vientre de Tipán que permanecía sentado frente a él. 

- No estábamos preparados para la revolución. La revolución nos cayó a nosotros como del cielo. Estamos cosechando los frutos cultivados por el proletariado ruso, los bolcheviques rusos - Akbalá declaró y se quedó en silencio con importancia.

Aquella frase había sido pronunciada ya cientos de veces, brillaba en los periódicos, y la gritaban en los mítines, y aún más aquella especie de declaración banal fue pronunciada por Akbalá como una revelación nueva.

- Sí, ahora el gobierno pertenece a los braceros, los pobres. Hace mucho la clase de los obreros asalariados prevaleció la clase de los ricos, tomó el control de la tierra, las fábricas y plantas, la propiedad de los ricos... Pero vamos a comparar. La lucha de clases rusos ya se ha desarrollado, ha durado más que un año. Pero nuestra división de clases ni siquiera ha empezado. ¿Por qué? ¿O no tenemos los baies, los pobres, los explotadores y sus víctimas? ¿La paz y la tranquilidad, la gracia de Dios? ¡No, camaradas! Y el saqueo del pueblo trabajador, la injusticia, la violencia y la opresión que tenemos nosotros saltan a los ojos. Pero el poder está en las manos de los ricos, y ellos ocultan de nosotros las lágrimas de las masas oprimidas. Las masas sufren interiormente, están humilladas, empobrecidas... Sí, sí... los ricos no se hacen ricos gracias a una herencia. Ellos se hacen ricos, chupando la sangre de los trabajadores, privándoles de lo último, engordan, explotando el trabajo asalariado. Y es una verdad desnuda. Un ejemplo es la riqueza de aquel mismo Abén. Y es indiscutible. Sí... sí... ¿Por qué nuestras masas de pobres, convirtiéndose en la clase, no son capaces de resistir a los ricos? ¿O no tienen ningunos derechos? ¿No entienden sus beneficios, no se dan cuenta que están en el borde de muerte? Pero nosotros conocemos las causas. Nuestros braceros, pobres no tenían aquellos centros de unión, movilización y organización como fábricas y plantas. Aplastados y saqueados pobres sufren por separado en los bajos fondos. Para ser más preciso, hay que decir que no teníamos el proletariado, e incluso si lo tuviéramos, fue poco numeroso. Ahora está dispuesto a aparecer, ya que nuestra industria está construyéndose. Los mineros estaban con nosotros en el pasado también... Si... sí... los braceros y pobres son incapaces de distinguir lo blanco de lo negro, estaban ciegos... Sí, los niños de pobres han empezado a estudiar sólo los últimos años. Antes estudiaron sólo los niños de baies, aristócratas, jefes de vólostes... Sí, y además tenemos un vicio, como la enemistad de intergenérico. Los aksakales, jinetes que encabezan las familias azuzan una familia contra la otra, obligan a los pobres a luchar, unos contra los otros... Sí, ahora ha llegado el momento de poder de los pobres. Y este poder enseñarles, organizarles un trabajo. ¿Y si debemos amar a las personas pobres? Sí, debemos. ¿Y si debemos despertar en ellos la solidaridad de clase, el odio de clases? Sí, debemos.  Pero, ¿cómo? ¿Cuáles son nuestras opciones? Se trata de eso – concluyó Akbalá, sacó cigarrillos de su bolsillo, dio una fumada, y continuó: - La provincia cuenta con dos soluciones de este problema... Si se piensa de escala más grande, se puede decir que existen tres enfoques. Pero yo no nombraría el tercer enfoque una solución. Porque los partidarios de este enfoque afirman que no hay clases, y vinculan la lucha de clases sólo con rusos  - y lanzó una mirada penetrante a Zhorgabek.

Zhorgabek con el aire de comprender y aprobar cerró los párpados.

- Nosotros, los comunistas de Kazajstán no podemos apoyar este enfoque... Nosotros mismos tenemos que tomar la carretera revolucionaria... Sí, por eso hay soluciones del problema puesto. La primera solución es una confiscación revolucionaria de todos los fundos de baies, casas, ganado, hasta esposas si hay más de una, y la división en partes iguales entre los pobres, como, se pude decir exactamente, podemos decir con un cuchillo afilado. Hay que nivelar la situación financiera de los ricos y los pobres. De lo contrario, si los ricos siguen la gestión de los pastos y de las fuentes de agua, la gente pobre no podrá ver la justicia, así como es posible. Esta política ha sido implementada por algunos compañeros rusos, entre ellos se puede nombrar a tales compañeros, como el zapatero Kurenbay, mandado al vólost de la ciudad, y también unos cuantos compañeros de las filas de los compañeros incompetentes... En cuanto al segundo enfoque, ninguna revolución es posible, los pobres no conseguirán librarse del yugo... - y empezó a decir argumentos.

Ellos fueron los siguientes: si un día a los baies les quitaran el ganado, lo capturarían los ladrones uniformes, aniquilarían lo todo como un trofeo, lo comerían inmediatamente, pero el estado no recibiría ningún ingreso. Aquello traería consigo la peste, el hambre y la guerra civil.

-  Es peligroso, compañeros, tratar de hacerlo a cuenta de los ricos ricachones de los pobres. Con lo gratuito un hombre pobre puede llegar a tal punto de la envidia que el socialismo-comunismo pueda ser para él una letra muerta. No se acostumbrará a un trabajo duro, y su mente no va a aumentarse. Sin entender las cosas simples como "gastos-ingresos", convertirá lo todo en humo... Es necesario enseñar a un hombre pobre, hay que abrirle ojos, ayudar a encontrarle su lugar. El tribunal y el poder deben servir a la gente pobre. ¡Es necesario abrir cooperativas y arteles, llevar a la gente nómada a la vida sedentaria, es necesario enseñarles artes! – exclamó él.

Al observar satisfecho la audiencia atarantada, Akbalá añadió un poco más tarde:

- Tenemos que mirar a los ricos y los pobres desde este punto de vista. Abén no es solo, hay muchos Abenes. Tenemos que luchar contra ellos, tal vez pueda ser una larga lucha. Ellos también tienen las capacidades y muchas fuerzas. Saben cómo encontrar salidas. Tienen sus agentes en el distrito y en toda la provincia, ¿cómo podemos saber quién está relacionado con quién con un cordón umbilical? En primer lugar, tenemos que limpiar nuestras filas de aquellos ciudadanos que están dirigidos por los vínculos patrimoniales. Aquí existe una influencia hostil. Si no estemos limpios nosotros mismos, no podremos  cumplir nada – y se calló, ahora definitivamente – y apagó la lámpara.

Di lo que quieras, pero Akbalá dio un discurso poderoso. Lo poderoso significa poderoso, pero no a todos los compañeros les gustó. Especialmente, a Zhorgabek y Tipán no les gustó el lema "agudización de la lucha de clases." Después de todo, fueron partidarios de aquella tercera vía desechada. Cubrían asuntos kazajos. Pero a Baltash, un verdadero hijo del hombre pobre, le daban desgracia las palabras "no les quitar a los ricos los pastos y ganado".  Y aunque internamente estaba dispuesto a protestar, se contuvo. Le tocó que Akbalá ya dos o tres veces le negaba la oportunidad de discutir. Además, le alertó desagradablemente una definición "los jóvenes sin talento".  "¿Y si me atribuirá a ellos? Es mejor permanecer en silencio", se precaucionó Baltash.

Sólo Zhorgabek no se calmó, se puso a hacer preguntas sobre Marx y capitalismo, y sobre la construcción del socialismo en un solo país. ¿Y para qué  sirve esto a los kazajos?

Akbalá lanzó la mirada a Zhorgabek, y al escucharle, alzó las cejas y, ocultando cuidadosamente la hostilidad, le respondió:  

- Sus preguntas requieren una explicación profunda. Yo puedo responder ahora mismo. Pero esta vez me contengo porque, primero, hemos bebido, nos hemos emborrachado borracho hasta cierto nivel, y en segundo lugar, no creo que sea posible citar exactamente a Marx y Lenin ahora. Nos fijaremos con mayor profundidad en estos temas más tarde. Sin embargo, podemos responder así. Si nos fijamos en la raíz de la cuestión, no encontraremos ningún otro camino diferente del camino ya encontrado por el proletariado ruso, no lo encontraremos. Tenemos que ir tras él, unidos a él, y no hacer una política nuestra, una política kazaja. ¡No existe tal política! Como no tenemos nuestra historia separada. Tenemos que realizar un trabajo práctico. La atención debe desplazarse a la lucha de clases, y no debemos dividir a los enemigos y amigos según el índice de parentesco. Vosotros estáis familiarizados con Marx, ¿por qué no tenéis el espíritu revolucionario? - y fingió la risa.

- ¿Cómo sabe que no tenemos el espíritu revolucionario? - respondió a una pregunta con la otra Zhorgabek y se rió también.

Las preguntas de Zhorgabek y las respuestas de Akbalá sonaban tan incomprensibles como las frases árabes del  Corán para Bekbolat. Bekbolat no tenía nada que ver con el capitalismo y el socialismo, le daba lástima que habían olvidado de Abén y Mukash. El dziguit no entendía – los comisarios jóvenes hacían sólo una cosa: decidían el destino de Abén y Mukash. ¡Qué podía hacer! Él no era pensador - pensaba de una manera diferente. Bekbolat se permanecía sentado, y después de aquellas conversaciones no podía entender lo que era y en que mundo estaba. De las palabras interminables su cabeza se hizo definitivamente una piedra, y se fue muy lejos.

            

*** 

La nieve que había caído por la noche anterior era vaporoso, hasta la improbabilidad. No hacía viento, un poco frío. Air como el cristal. Desde la ciudad, haciendo eco de las herraduras, se alejaban dos jinetes. Las huellas de los cascos eran como cráteres de las explosiones - ¡así se disipaba la nieve! ¡Admiración! ¡Taca, taca! Un bayo metido con una tonalidad púrpura tenía una pequeña cabeza elegante y las piernas nudosas como las de un pollino. La correa bajo la cola fue acortada, la silla bien arreglada, los estribos un poco sueltos. Un jinete joven, de cara pálida y con una capa de fieltro presionaba los lados del caballo con sus rodillas, acariciando la grupa con su látigo.

El caballo rojo de segundo jinete no tuvo silla. Desbravado, ajustándose a un caballo bayo, seguía su galope. El aire de jinete fue simple, su ropa gastada.

¿Quién de vosotros volaba en una silla como el viento? El que galopaba en un caballo sabe que el alma se precipitaba a través de las nubes a todos los santos, ¡aunque sea el agarro de los pájaros con los dientes!

El chico en el bayo dobló el látigo, empezó a lanzar la mirada en las sierras que se veían ya.

- ¡Ah, es una locura! La nieve recién caída, como al pedido! ¡Vaya! – golpeó con el mango de látigo por la caña.

- ¡Qué puedo añadir! - acordó su compañero.

- ¡Le ha dado maña al águila real?

-  Recientemente, una semana o dos ...

- ¡Si saldríamos hoy!

- ¿Qué pasará con las primeras nieves?

- No pienses en el pájaro...

Bekbolat se cuidaba de la pasión del águila real. Akberguén, su amigo, llegado tarde con los caballos a la ciudad, se disculpaba: acaba de enterar de su lecho hospital. Tomaron  té,  y en seguida marcharon a la estepa, a los aules. ¡Y qué más da! ¡Antes de su marcha estaba nevando fuertemente!

 

Bekbolat poseía un águila real y el halcón. ¡No ha visto sus aves de caza ya desde hace un siglo! Si, al encontrarle, le preguntas de los carneros, como debe ser, - sin duda echará un capote a los rapaces alados.

El otro día Akberguén se fue a cazar liebres - era necesario alimentar a las aves, pero un águila real que se quedó desatentado, al quitar la tapa de su ojo, se lanzó al zorro doméstico y se rompió dos remeras. "¡Qué pasa! ¡Ah!" Sin embargo, si alisar el ala, parece no ser visto... Pero Beckbolat, como siempre, revisaba todas las plumas - y la remera, y la que cubría el pecho y la rectriz de la cola. Tuvo que confesar. Bekbolat se enojó.

Akberguén es un amigo sincero de Bekbolat. Crecieron juntos. Desde los primeros pasitos andaban uno trás otro de paso en paso.  

Akberguén tenía sobre sus hombros el cuidado de  su anciana madre, esposa, y ni un alma más, a excepción de un par de vacas y un caballo. Su ayuno durante el mes sagrado del Ramadán comenzaba en casa y terminaba cerca del fuego de la estepa. Por eso él fue un domador de águilas reales, y un cazador, y un cantante, y en general un buen chico. Bekbolat confiaba en él más que en nadie, más que en su padre biológico. Y como podía ser de otra manera, fue que Akberguén estaba al tanto de todos sus secretos. Pasaron todo juntos: de las camorras con los chicos hasta el primer amor hacia una persona, pasaron allí la caza y las diversiones, eran muertos de hambre y reían a carcajadas, se mataban  y sobrevivían.

Akberguén siguió a un cría de zorro y lo atrapó en un desfiladero desnudoa la distancia de una verstá. Sub el acantilado. Si no pusieras un pie correctamente - volarías directamente a las boca de la muerte; pero logró a un cría de águila real. Pasó tres días vigilando cerca del nido del águila real, con un cría de zorro atado. Tres noches dormía allí en una grieta, palmando en frío crudo. Teniendo miedo a resfriar al pajarillo sacado, lo envolvió en su abrigo de piel agujereado. Ante el temor de llegar el pequeño zorro pícaro al pajarillo, corrió a la invernada. Su pierna se deslizó en una piedra, y rodó hacia abajo, se rompió la clavícula. Domaba a un ave rapaz – se quedó con el brazo cortado con garras. El zorro y el pajarillo fueron para Bekbolat. Todo fue para él: era el encargado de aquel imprudente en su juventud, pisoteaba el camino en los lugares intransitables, mostraba los dientes como un lobo, andaba con zapatos de fieltro como un gato, se metía debajo de la yurta, mantenía su caballo como una estaca de hierro. ¿Quién sería capaz de hacer tales sacrificios, si no sea él? ¿Quién lo soportaría?

Toda la ropa de Akberguén fue del hombro de Bekbolat, y comía de su mesa, y su caballo fue donado también por Bekbolat. Bekbolat lo casó. Todo fue según los sueños de Akberguén: el mismo Bekbolat se casaría pronto, empezaría a vivir en un aúl separado, él a su lado en una yurta modesta, le batiría kumis, y haría los trabajos domésticos del aúl para su amigo. ¿Qué más necesitaría un hombre?

Si había una amistad verdadera entre los hombres en el mundo sublunar, fue la que unía a Bekbolat y Akbergn. Y fueron firmemente unidos por su única pasión - la caza. Sin ella, como sin aire, la vida es impensable, la caza les quitaba todo: por falta del tiempo libre no metían las manos en los quehaceres domésticos, hasta tenían lástima para gastar un minuto para los placeres amorosos; y el padre de Bekbolat les llamaba "un par de locos". Mientras tanto, tenían los caracteres completamente diferentes. 

Habían circunstancias en las que Bekbolat de repente comenzaba a revelar su terquedad excesiva, os se perdía, o recaía en la irritabilidad extrema, Akbergn nunca perdía su mente, siempre encontraba las palabras adecuadas para descargar la situación encandecida. En general, podía encontrar una salida. Y en las situaciones difíciles Bekbolat buscaba el consejo de Akberguén muy a menudo. Podía vivir tranquilamente y bien, pero debido a su amigo siempre se metía en diferentes líos, y Bekbolat sentía culpable. Pero a Akberguén no le ocurría desviarse de los disgustos que le caían por Bekbolat. El creía: si pudiera resistir, levantar, obrar con astucia para su amigo, lo debería ser. Sin Akberguén, aquella misma pasión podría destruir a Bekbolat ya un centenar de veces. Pero si no tuviera a Bekbolat, ¿quién o qué podría ser el mismo Akberguén?  Nadie ni nada. Ellos completaban uno al otro, componían lo único, si fuera posible decirlo sobre el casco y la herradura.

"Dónde está una cuenta, no hay amistad", - podéis oír hablar más de una vez, mientras estáis en una fiesta de amigos. No crean, todo tiene su propia cuenta. No hemos encontrado a los amigos que no mantengan su propia cuenta. Sólo una
lista de ganancias y pérdidas personales se llenas debajo de la piel, y no se suele decir sobre ella. Si los amigos aseguran que no saben y no quieren saber quién, a quién y por qué realmente debe, ambos son, tal vez, muy astutos o idiotas sin remedio. No hay ninguna eterna amistad masculina que no comprometa a nada. Porque no hay tal persona que esté dispuesta a olvidar completamente sus intereses, si no hablamos de los idiotas anteriormente mencionados.              

En la ciudad Bekbolat y Akberguén sólo hubieron tenido tiempo para decir uno al otro unas cuantas palabras de la salud y de la vida cotidiana de los parientes, por la tarde no hubieron podido hablar al alma en la casa de Tolegn. Allí estaban en la sillas en el desierto, y comenzaron una conversación sincera. ¿De que hablaba Bekbolat? Por supuesto, de Akbilek. Pero en primer lugar, empezó a hablar de las mismas aves. Y nada pudo comprender cómo no vigilaron al águila real... Finalmente Akberguén cortó:

- ¿ Y qué? ¿Acaso nos preocupábamos de las aves aquellos días? Bekbolat consintió de inmediato:

- Sí, los días fueron una locura. Como las estrellas se alejaron de nosotros... Como la nieve se encontraba plana, y de repente vimos algunos rastros borrosas de liebres... ¿Quién hubiera pensado que tal desgracia me cayera?

- Eh, la voluntad de Dios es para todo... Ella está desdichada también, - contestó Akberguén, adivinando los pensamientos.

- ¿Qué quieres decir? ¿Qué significa "desdichada"? Es porque ¿cayó en las garras de los rusos, o qué?.. – preguntó Bekbolat, mirando fijamente a la cara de su amigo.

- Pero, ¿cómo puedo llamarla de otra manera? Pues, todo está claro, la gente dice... Deshonrada.

Bekbolat se enojó y dijo con irritación:

- Pero, ¿quién llegó a conservar su honor en aquel entonces? Aquello sucedió.

- Eh, destino. ¿Quién iba a pensar que no vería un pañuelo de la novia?..

Bekbolat sonrió, dándose cuenta de lo que daba a entender su amigo.

- ¿Qué quieres decir?

- Pues, nada, - Akberguén sonrió. Estaba claro: no se atrev a decir que ya no se trataba del casamiento con Akbilek.

- ¿Qué tienes en tu mente? ¡No tengo nada para avergonzarme! – exclamó Bekbolat con aire descontento.

La cara de Akberguén estaba congelada; sin embargo, hacía mucho frío... Con gran dificultad, pero con firmeza, casi sin mover los labios dijo:

- Pero no pensé en avergonzarte. Sabes, yo no lo necesito. Es sólo que no sé qué decir... Pero, ¿que piensas tú? Antes de que te enojes, ¿podrías explicarme a mí, un  torpe ...? ¿Qué hacemos ahora? Mi cabeza de chorrito aún no podía imaginar que aquello era posible en el mundo...

Después de aquel pasaje el corazón de Bekbolat se suavizó. Le abrazó a su amigo, incluso quería besarle, que no hubo hecho nunca en su vida, pero cambió de opinión.

- En primer lugar está Dios, después estas tú, mi amigo, al lado de mí. Nunca tuve en secreto nada de ti. Y ahora no voy a hacerlo. Además de ti, no tengo a nadie para que me aconseje. Estoy pensando en ella... Debería preguntarte de padre, de madre, pero yo estoy hablando de Akbilek... No puedo si no hablo de ella, y no estoy dispuesto a hablar. Pero puedes verlo con tus propios ojos... Bueno, así son las cosas...

Y empezó a hablar, empezando casi desde sus sueños juveniles de una hermosa muchacha; como, al verla a Akbilek, fue desmayado... compuso de paso un  poema entero. Y lo finalizó con las palabras:

- Lo que pasó, ya pasó. ¿Acaso está escrito en mi frente que soy un infortunado? Aunque... no sé. En cualquier caso, necesito casarme. Pero buscar una novia nueva, enviar a mi padre para pedir en matrimonio... es un tráfago. Voluntad de Dios es para todo, sea lo que sea. Que la gente diga lo que quiera, pero yo estoy una persona aparte... Quiero casarme con ella - y, con un suspiro, se quedó en silencio.

Mientras Bekbolat hablaba con Akberguén con el aire de comprensión cabeceaba y daba coba: "Eh, eh", decía, tenías toda la razón. Y cuando calló, comenzó a arrepentirse y asegurar que a partir de aquel momento estaba a su lado. Pero a diferencia de Bekbolat hablaba no tan mucho y emocionalmente, sino con pausas. Puso énfasis:

- Si tienes esta idea, ¿qué puedo decir en contra? Como se dice, hay un amigo, pero hay muchos enemigos... Son los de quienes tenemos que cuidarnos. Tenemos que pensar, sopesar lo todo: dónde permanecer en silencio, qué y a quién decir,  resumir lo todo para que esté correcto... Tu amor es la ley tuya.

Por supuesto, la ley es una palabra fuerte, pero Bekbolat todavía sintió que tenía que justificarse incluso ante su más íntimo amigo:

- Como Dios disponga... pero yo tengo que esperar. Lo que pasó no es mi culpa. La desgracia como si cayera del cielo. ¿Quién podría encubrirse de ella? Hablemos francamente: ¿hay muchas mujeres en aquella provincia que no se queden estrechadas por los soldados rusos? Pasaron los ejércitos enteros: blanco, rojo, negro... Pero no he oído hablar a alguna mujer que dijera era una deshonrada. Y en un nido intacto puedes encontrar un huevo cascado. Hasta la tierra se agrieta... Pero hoy día todo lo que apreciamos, está estropeado con lámina – le pareció que definitivamente con sus argumentos le hizo a su amigo medir el suelo.  

"El honor de mutilado" - pensó Akberguén, pero puso a discutir más.

- Y sin embargo, ¿qué dirá la gente? ¿Y cómo lo verán nuestras casas?

- La gente ha dicho ya, no tienen nada más que añadir. Pero yo no tengo una oreja de sobra para escuchar lo todo que habla la gente... Los que no pudieron preservar a sus hijas y hermanas, probablemente están feliz cuando oyen algo sobre Akbilek. Gozan un poco del mal de la otra, ¡que así sea! Sin embargo, los parientes que tienen un poco de simpatía a nosotros, no me condenarán de momento. Por parte de Akbilek, la gente también guardará silencio. En general, es mejor casarme con Akbilek que con una Barril.

Los amigos rieron. Vivía en su aúl una solterona - estúpida, voceadora, patituerta, con vientre hinchada. Sin embargo, uno se casó con ella. Bueno, que estés alegre, silenciosamente, des luz a los niños, pero no: no había ninguna conversación sin hablar ella de lo que se casó de una muchacha casta.  Bekbolat y Akberguén impacientaban a aquella mujer, terrible como la muerte, con alguna rabia sin sentido, sin piedad hasta más no poder.

El resto de la distancia que quedaba para llegar al aúl los jinetes hablaban sólo de las mujeres. El tema que no tiene fin para los jóvenes. No es capaz de desgastar a nuestros dos héroes, sobre todo cuando están hablando de las personas de vida ligera.  Para nosotros ya es aburrido, es verdad. Así que no vamos a desarrollarla a continuación.

Los jinetes charlaban, se reían a carcajadas, estaban contentos.  

A Bekbolat se le ha quitado de encima un poco de peso.

 

 

Baltash entró en la oficina.

Una mesa cubierta con una tela roja. Tintero de piedra gris jaspeada, vaso para plumas, candelero, sujetadores. Una silla tapizada de terciopelo. Los muebles pulidos. La tabla - incluso se podía poner una tienda de campaña. A la derecha estaba el retrato de Lenin, a la izquierda – el de Stalin. Sobre la mesa estaba el teléfono. A un alargar de la mano había un timbre eléctrico. Presionado con el dedo, y el secretario corría con la cabeza inclinada a la llamada.

Así fue la oficina en que entró Baltash. 

Un sillón y una mesa estaban puestos muy bien, no peor que un coche completado: "¡Siéntate y quema!".

Baltash puso la cartera sobre la mesa, dando un chasquido, alisó sus mejillas con la palma de la mano y se sentó en un sillón flexible,  respaldándose. Desplazó la manga con botones de su chaqueta y miró el reloj. Eran las nueve pasadas. Se acercó a sí una pila de papeles que estaba en el borde izquierdo y comenzó a cortarlas sucesivamente con la pluma, como cortan a los carneros. En una hoja de papel adopta una resolución en plano inclinado:  "Considerar", en la otra: "Verificar", en la tercera: "Poner para la reunión", en la siguiente: "No hay fondos", sin olvidar tales soluciones como "Escuchar", "Volver al tema". Golpearon en la puerta.

- ¿Se puede?

El que pido entrar fue el Jefe del Departamento de Finanzas, un financiero provincial Shtein. Se sentó y comenzó a agitar las manos como un mago, y los papeles seguían apareciendo y desapareciendo. Como sucedía - no estaba claro, pero Baltash que no estaba de acuerdo con él en todos los asuntos, finalmente firmaba: “No estoy en contra”, y habían casos cuando ponía su firma, apenas teniendo tiempo para pronunciar: "¿Eh?..". Baltash no es un experto en la parte financiera. Bueno, no se le hacen comprensibles las palabras extrañas: "presupuesto", "débito-crédito", "el plan trimestral". Como un trabajador responsable, tuvo miedo de admitir algún tipo de la falta de servicio, pero siempre salía un papelito a que podía colarse. Pero él no podía imaginar de qué forma. Sin embargo, no se atrevía a disputar los argumentos de tales expertos con el apellido terminado en "...shtein". Diestros. Pues, parecía que allí no había ningún pretexto. Unos días atrás él mismo hubo tratado de analizar una cuenta, lo hubo descompuesto de una manera y la otra. De la primera acción sus ojos captaron las cifras falsas, pero Shtein comenzó a cotorrear y recalcular que salió todo lo contrario, todas las columnas de cifras coincidieron.  El "débito-crédito" siempre coincidiría a tal contador.

Una vez Shtein dejó la oficina, Baltash se rascó la cabeza y dijo:

- El diablo sabe: siempre encontrarán una razón, cabrones, para obtener el dinero.

La hora de recepción empezó. Se permitía dar la mano de mala gana a un peticionario, se levantaba muy firmemente en los tacones frente al otro, después volvía a sentarse con dignidad; a uno le firmaba un papelito, al otro le negaba severamente.

En algún momento, Tipán irrumpió en la oficina y, al inclinar la frente como una gacela, apretó con su palma blanda y bien cuidada la mano del comisario,  expresando su amor fiel.

- ¿Qué tal la vida? - y sonrió cautelosamente.

Sin embargo, alguna ambigüedad se prolongaba desde la última noche y por la mañana comenzó a molestarle: tal vez bajo la influencia de los vapores de alcohol hubiera hablado algo de más, hubiera portado de una manera indecente... Por eso bailaba ante los ojos como un diablo obsequioso. No dejó de atarear por si acaso:

- Hoy día usted hace un informe, - y le ofrec unas cuantas hojas de papel.

En Baltash todo se derrumbó hasta el recto. ¿Creéis que asustó? ¿O porque él mismo sabía una estimación regular a su trabajo? No. Más que una vez hacía informes sin causar ningún daño para su sillón, además le apoyaban unas personas importantes. Es que cualquier informe de trabajo provocaba en nuestro eminente empleado un temor de servicio. No sabría resto su culo hasta que él no hiciera su reporte, no terminara, no se defendiera. Puedo decir que hacer un informe en la reunión no es más fácil que caminar sobre el cabello fino del puente del infierno al paraíso.

Baltash ordena:

-  Prepare todos los materiales en el orden correcto.

-  Lo haré,- asintió con la cabeza y salió. Parecía que el caso fue puesto en carriles, pero el caos ante el informe perturbaba las entrañas de Baltash, le subía a la garganta, pedía la tribuna. La car de Baltash se ponía severa. Así fue cuando le vio, al entrar en la oficina, un joven con los ojos desorbitados y la nariz chata. De paso, preguntó:

- ¿Cómo está, camarada? – y le extendió el brazo encima de la mesa.

La jeta y la arrogancia, que acompañaban el brazo de aquel kazajo de la estepa, no le gustaron al comisario apoderado de la inquietud de servicio.  Mirando más allá de él, Baltash dijo:

- Mm-m ...

Resultó que el recién llegado era Mukash.

Baltash sabía la causa de la aparición de Mukash. Por maravilloso que fuera un peticionario, no causaría mucha simpatía hacia él, porque ya era un peticionario. También un día antes Akbalá hubo dado a entender claro que deberían que llegar a comprender los asuntos relacionados con la gente como Mukash. Por lo tanto Baltash no le invitó a sentarse, pero no le expulsó inmediatamente. Mukash tuvo el descaro de acercarse a la mesa y sentarse en una silla. Baltash le echó un vistazo. El pecho de Mukash era como el pecho de toro, sus ojos como si comieran a los jefes: aquí estoy todo, listo para luchar por el poder de los Soviets. Aquel aire fue seguido por su exigencia lógica:

- Vamos, compañero! ¿Qué decisión ha sido hecha acerca de mi persona? Se veía por los ojos que ya sabía que los miembros de buró no estaban en contra de concederle un nuevo cargo.

- ¿Qué quieres? ¿Dónde quieres servir?

- ¿ Cómo - dónde servir? Se puede servir sólo en beneficio del pueblo.

- ¿Quieres trabajar entre las masas de aúl o en la ciudad?

- Para la ciudad, tengo poca educación. Sería correcto si sirviera en el medio de la gente del aúl.

-  Y en el medio de la gente, ¿de qué?

- Actualmente todo el mundo quiere ser un jefe de vólost. También queremos estar en ese puesto.

- Eh-eh, así que, ¿quieres ser un jefe de vólost?

- ¿Y por qué no lo sería, si soy capaz de hacerlo? Antes todos baies eran los jefes de vólostes... Hoy tenemos nuestro poder, y nosotros mismos tenemos que ser los jeves de vólostes, - y sonrió.

A Baltash no le gustaban sus palabras ni su presunción. Le preguntó:

- ¿Para qué has ingresado en el partido?

Aquella pregunta le pareció a Mukash un intento claro para deshacerse de él. Su rostro expresó: "De qué montaña has caído para comprobarme?", pero su lengua se movía más suave:

- ¿Y cuál podría ser el objetivo? Hemos ingresado para proteger a los pobres y proponerlos al servicio, para privar a los ricos del ganado y distribuirlo entre los pobres. Nosotros somos los oprimidos. Fuimos los braceros también. Llevamos el yugo en el cuello, nos jorobamos para los ricos. ¿Acaso no ha llegado nuestro día ahora? - y clavó los ojos.

Baltash pensó: "Doga tuvo razón: a este canalla le gustaría sólo aunar, no importa dónde y de quién". Así era su naturaleza. Baltash permanecía sentado en su sillón y evaluaba la situación: primero añadía poco peso de los principios del partido, y luego los disminuía. Pero no estaban equilibrados. Tuvo obligado a reflexionar en voz alta, tal vez, se fuera de la lengua, hijo de puta, y él mismo encontrara solución a su destino:

- Si el partido supiera tus objetivos de antemano, no te dejaría acercar nada a las masas... Has afligido a mucha gente... – ¿Se pondría nervioso o no?

Sin embargo, Mukash no era de los asustados, era claro. Poniéndose de pie, preguntó de una manera impertinente:

- ¿Resulta que no hay un puesto para mí? Baltash sugirió:

- ¿Serás un miliciano? Mukash negó con la cabeza:

- No lo seré. ¡Qué insolente!

 

-  Si no lo quieres ser, vete de aquí, - y le hizo un gesto con la mano.

- ¡Ya veremos! dio portazo Mukash.

Salió, blasfemó contra Baltash, saltó en la silla y dirigió su caballo al edificio de la oficina del buró de partido. En aquel edificio familiar se fue al camarada Ivanov, un viejo y delgado miembro de partido. Varias personas se agotaban delante de la puerta de la oficina del camarada Ivanov. En seguida Mukash tocó la manivela de la puerta, pero de repente un ruso con cara de niño le apretó el hombro y tiró atrás: "Por turno". No pudo hacer nada, cruzó el látigo, puso las manos detrás de la espalda y mirando a la pared, se puso a esperar pacientemente. Frente a él había un maestro, vestido como un tártaro. ¡De dónde pudiera saber el maestro que frente a él estaba un futuro jefe de vólost! Se metió con su pregunta:

- Camarada, ¿de dónde eres?

- ¿Qué quieres? - Mukash alzó la barbilla.

- Sólo he pensado: si estás de Torbagatai, podríamos volver juntos. Soy un maestro allí...

Mukash consideró de sobra si respondiera. simplemente chasqueó la lengua en el paladar y se negó sacudiendo la cabeza.

Aún el maestro pasó antes de él. Pero por fin llegó su turno. Vivamente entró en la oficina.

-¡Mukashka! - exclamó Ivanov y le estrechó la mano. Mukash, agitando el látigo, como pudo comenzó a relatar la historia sobre lo que no le dieron el cargo:

-¿Acaso no decían que el poder soviético no es por los pobres? Si es por la pobreza, soy precisamente el más pobre de los pobres. ¿Quién luchaba por el poder soviético más que yo? ¿Pero qué se hace él mismo? ¿Por qué lanza la nariz este Baltash? Qué importa que ha estudiado, no tiene derecho a enviarme de esa manera. ¡Si no me ha designado él, se encontrará una persona que me designe!

- ¿Y qué ha hecho él? 

- Hasta no quiere oír. Es un tipo de burgueses, como se ve.

- ¿ Cómo es burgués? - Ivanov dijo, cogiendo el teléfono y pidió a conmutador que le conectara con el camarada Baltash. 

Mukash estaba de pie y escuchaba.

"¿Qué materiales?.. Vamos, vamos... Lo sé... palabras vacías... Déjalo, por favor, así no se hace..."

Escuchaba, pero no entendía, dónde era necesario dejar y para qué no se hacía. Y sin embargo, la expresión descontenta del rostro de Ivanov y sus gestos le mostraron que el secretario estaba por él.

Ivanov colgó el teléfono con un golpe y pronunció:

-Espera. Mañana lo vamos a considerar en la reunión. Eres tú quien será el jefe de vólost en Sartau.

Inoportunamente Mukash dijo "por favor", le apretó firmemente la mano y temiendo que le apretó demasiado los huesos de la mano de Ivanov, salió fuera.

En la calle se encontró con su viejo amigo, que ya hubo trabajado de agente, miliciano e instructor. Hablaba en ruso mejor que Mukash, era un vivaracho. Empezaron a hablar:

- ¡Enhorabuena! ¡Te has hecho un jefe de vólost!

- ¿Quién te lo ha dicho?

-  Los chicos de Sartau dicen.

- Todavía no.

- ¡Oybai! Si es así – que sepas que hay gente que te defendería a capa y espada, está preguntando de tí.

- ¿Quién?

El amigo le llevó a Mukash, ablandado muy de prisa, al patio del hospital, al Brillante. El encarcelado enfermo que había esperado a Mukash bastante largo tiempo, le abrazó y empezó a lisonjearle de trabalenguas y reprender a sus enemigos, principalmente a Abén Matayin:

-¡No estéis de acuerdo con algún otro cargo, inferior al puesto del jefe de vólost! Sea lo que sea, te designaremos al puesto de jefe de vólost en Sartau. ¡Sólo le da un golpe a este Aben, el jefe de baies! Si necesitas un consejo razonable, no pienses mucho - ¡pregúntame! ¡Estamos contigo,  y estamos todos para ti!

El Brillante, que no tenía derecho a salir del hospital debido a su "enfermedad", pidió al ex instructor: "Recibe al compañero Mukash como tu invitado, haz todo lo que pediría". Aquel hombre le llevó a Mukash a la casa de su amigo que estaba en las afueras de la ciudad, le ordenó cocer la para el huésped, le dio a tomar aguardiente casero, y no olvidó a dar de comer al caballo. Además, metieron en el bolsillo de Mukash una “suavecita”, y se encontró para él una moza complaciente. Mukash le alargaba sus labios. Mukash estaba contento, ¡ya era el jefe de vólost! Y se puso a fanfarronear y construir planes! El camarada Ivanov estaría a su entera disposición, todo el ganado del bai Abén sería trasladado a los mercados de la carne de la ciudad. ¡Almacenaría las bolsas de dinero pues sería el poder!

El día siguiente de nuevo llegó a Ivanov.

Ivanov no fue aquel mismo, no le puso a nombrar afablemente como un día antes: “¡Mukashka!”, y no le apretó la mano, sino le saludó frío preguntó:

- ¿De qué quieres trabajar?

Mukash, confuso, repitió su petición. Ivanov negó con la cabeza:

- ¿Te harás un agente?

Mukash no quería ser un agente. Por supuesto, Desde hace un día nadie le llamaba lo otro, excepto el señor-camarada jefe de vólost.  

Ivanov tosió secamente o dijo:

- Si es así, vuelve a casa. Si te necesitamos, te llamaremos. 

Mukash no se acordaba de lo cómo se había encontrado en la calle.

Lo que pasó fue lo siguiente: Baltash inmediatamente habló con Toleguén, aquel se reunió con Doga y Tipán. Ellos encontraron a su hombre en la Comisión de los Asuntos Extraordinarios y enviaron a uno de sus agentes secretos para vigilar a  Mukash. Él escrupulosamente reflejó lo todo en un reporte: a dónde iba Mukash, con quién se encontraba, de qué hablaba, a quién visitaba, con quién bebía, con quién dormía. Y por la mañana el reporte de la Comisión de los Asuntos Extraordinarios llegó a la mesa de Ivanov, y habían hechos para que quedara estupefacto. No podía ser ni palabra sobre poner ante el Buró del Partido cualquiera pregunta referida a Mukash, sino tuvo que estar de acuerdo con la sugerencia de revisar el ex servicio de Mukash. El camarada Ivanov tosió y pensó: "A la mierda! No valía la pena meterme en aquellas cosas suyas, las de kazajos".

Aturdido, Mukash se apresuró al Brillante y le explicó todas sus angustias. Al conocer la opinión de Ivanov, aquel no puso a agitarse alrededor del jefe de vólost no designado. Sólo le consoló:

-  Aquí actúa una banda patrimonial. Que vayas a tu negocio, donde has dejado huellas, te protegeremos.

Mukash callejeó por la ciudad un par de días más, trató de meterse en una oficina y la otra – no salió nada. Fue obligado a volver de vacío a casa.  

 

 

 

  

Tercera parte ANGUSTIA

Bueno, pasaron cinco días desde el momento del regreso de Akbilek a su casa. Estaba ocupada con lo siguiente: vestida de un pañuelo negro, recibía a las mujeres que llegaban a verla con su compasión, sus llantos, suspiros dolorosos y gemidos, lágrimas que vertían como el agua de una jarra, que ella misma inclinaba encima de las manos de aquellas vecinos. Ponía el mantel, les ofrecía la comida, mientras ella misma se agachaba, excepto comer un pedazo de tortilla; daba vueltas por la estepa sin causa ni motivo, y otra vez durante horas permanecía sentada con la cabeza gacha a un lado de todos.

Todo fue diferente de lo que era antes.

 

El lejano rastro de mi caballo entrepelado,

el amuleto de seda de mi querida mamá.

Nos despedimos para siempre,

la alegría desapareció para cien años.

 

Una zanja se abrió frente a la puerta.

Sólo los gansos encontrarían su refugio allí.

He perdido a mi querida mamá, Llena de angustia,

estoy sentada sin palabras.

 

Así le hubieron enseñado llorar las tías buenas. Si llegaban las buenas personas, era necesario reunir el coraje y llorar con la mayor angustia, con la mayor afectación. Akbilek hacía lo que hubieron dicho las tías. De hecho, las líneas " El lejano rastro de mi caballo entrepelado...", " Una zanja se abrió frente a la puerta..." le parecían absurdas, incluso vacías, sin sentido. Pero ella lloraba y lloraba, y notó que entre la angustia que se acomodó en su corazón, y aquellas palabras sin sentido comenzó a estirarse lentamente un puente.

A principios se asombraba: "¡Santos, eh! ¿Y cómo las mujeres están llorando lamentos, si el corazón se le atraganta?"

Desde el momento cuando vio al tío Amir, y luego a su padre, a las mujeres del pueblo, se hizo como entorpecida, no podía conectar dos palabras, se escondía en las rincones. Después de un par de días aprendió de sus tías cantos funerarios, se rascaba la cara y no huía de todos. El comportamiento anterior le presentaba infantil, una estupidez absurda. Sin embargo, calmaba mentalmente a sí: "¿Acaso no está claro a la gente que aquel primer día yo me moría de vergüenza, porque no era una tonta cuando me escapaba de cada rayo de luz, era silenciosa como una muda? "

Tan pronto como llegó al aúl, las mujeres la cogieron debajo de los sobacos y la arrastraron a su padre mientras ella se caía. Se agarraban, arrancaban, la tiraban cada una para sí, como si estuvieran desgarrando a un cabrón. Y ella, agitándose como un pajarito, en las garras de la gente de que no se había dado cuenta antes, desfalleció, casi se volvió loca. Y gritaban por todas partes: "¡Cariño, ah!", "¡Lucero, ah!", "¡Lágrima mía!", "¡Alba nuestra!", "¡Querida-alma mía!", la estrangulaban en sus brazos, acariciaban, gritaban en la cara lo mismo, le lavaban la cara, agarrando firmemente su cuello fino, los brazos casi deshaciendo, la pusieron a alimentar: "¡Come, come, querida!" - y pendían sobre ella, estando a punto de desmayarse, le compadecían, la cuidaban. ¿Acaso no había entre ellos aquella gente que de mala gana le dejó pisar la tierra limpia de sus estribos natales, a ella que se hubo obtenido con vergüenza la vida? En vano ella sobrevivió, en vano. Pues, qué era ella en aquel tiempo, si no era una vasija relamida por un perro, estaba claro para ella misma: decaída de cuerpo y alma...

¿Cómo podía ella entonces tocar la cara santa de su padre con sus labios besados con pecado? ¿Cómo podía entrar en el hogar de su padre, bendito como una mezquita, sin tener miedo de la ira de Dios? ¿Cómo podía pisar el suelo, que cubrían con la alfombra para oraciones, con sus piernas, estrechadas por un infiel? ¿Cómo podía estirar a la mesa sus manos que habían abrazado a un hombre de otra religión y ensalivadas con los besos, a un plato de familia?

¡Por qué no lo habías pensado antes! ¡Lo había valido pensar! ¡Traicioné a mi alma, santos, eh! ¿Qué la está pensando la gente de mí ahora? Es tarde, ¿acaso se encuentre al menos una persona que ha creído que volveré toda tan limpia como antes? Y nadie va a pensar qué es mi alma, sino después de haber visto pensará: "¡Sí, esta es... la chica que ha estado debajo de una multitud de los rusos!" ¡O tal vez, lo afrontarán a mi padre!..

Pero fuera lo que fuera, Akbilek confió en todo lo bueno que estaba pasando a su alrededor, les sentía a todos muy familiares: “me compadecen, me siguen amando”. Pero en el aúl que la aceptó cordialmente, se apagaron las últimas palabras: "¡Cariño!", "¡Lucero!", le pareció que un mar de angustia, que se hubo derramado frente a ella, fue retrocedido, los pensamientos dolorosos que la hubieron torturado y golpeado en la cabeza a la hora de su aproximación al aúl: infame, sucia, perra muy mala... como si cubrieron de cenizas, empezaron a olvidársele. "En vano he agolpado tanta niebla negra en mi cabeza, en vano he pensado que la gente me va a despreciar, reprender... Me quedé la misma hijita..."- y se calmó.

Día tras día pasaba.

Todo - el susurro de las hojas, el chapoteo del agua, el ronquido de una hembra de camello – la acunaban a Akbilek, la hacían dormir, como si cubriéndola con una manta, y apagaban la angustia... en un lugar cercano sonaba una oración en memoria de un vecino muerto mucho tiempo atrás, un hombre digno, "... ollahu yagdu... en el nombre de Alláh... somos los criados de Alláh... ", llevándole la calma a ella también. La naturaleza femenina era robusta. Pero algo pesado seguía siendo una capa del alma, seguía estratificándose...

La vida seguía corriendo, la cantidad de la gente que hubo bendicho a la hija salvada se redujo. Empezaron a cocinar menos. Y si era de tal manera, las mujeres vecinas empezaron a llegar no tan frecuente. Sólo su tía Urkiya no se alejaba de Akbilek. Fue ella la que administraba la economía del hogar después de la muerte de la madre de Akbilek. Vigilaba y tenía tiempo para todo. Y atendía a los niños.

¿Me preguntáis, qué niños? ¡Vaya! ¡No hemos dicho ni palabra sobre ellos, eh!  Akbilek tuvo un hermano de doce años Kazheken y una hermana de siete años  Sarah. Era necesario confesar que Akbilek penaba más por lo que ellos se quedaron huérfanos, no le dolía tanto su pena. A Kazheken le gustaba mucho jugar, siempre corría con los chicos en algún lugar. Y querida Sarah, un bello milagro, como pegada a Akbilek, si se sentaba a su lado con el pelo despeinado, se permanecía sentada y no se movía. ¡Oh, la pobrecita, ah! Si sonaban los llantos ordinarios de las mujeres, Kazheken no entraría en la puerta. Pero Sarah, en cuanto empezaba a sollozar Akbilek, inmediatamente lloraba con ella. Kazheken se quedaba el mismo inquieto-ignorante, pero Sarah se hizo más silenciosa, perdió el peso. Si le aliviaba un poco el alma, Akbilek trataba de lavar todos los vestidos de su hermana, remendar, repasas los botones cortados; le lavaba la cabeza, la sentaba a sus rodillas y la peinaba con un peine frecuente, mirando por los piojos.

Su padre y antes no estaba dispuesto a hablar durante mucho tiempo, pero en aquel tiempo se calló completamente. Fueron casos cuando preguntaba a un trabajador: "¿Han vuelto los camellos?" o ordenaba brevemente: "Aquel bulto - a la casa." A veces llamaba a Kazheken, lo sentaba en un caballo y le decía que llevara a los terneros. Nunca habló con Akbilek después de su vuelta. Inicialmente incluso evitaba mirar a su lado. Pero antes, si su hija hubo acabado de alejarse, se hubo hecho preocupado: "¿Y dónde está Akbilek?" La llamaba y preguntaba algo, y si no tenía que decir, pedía ayudar a su madre. A veces Akbilek se permitía no oír lo que le decían, y se sentaba al lado de su padre. Y él la besaba en la frente, "Cariño, envuelve la cintura, sujetar el botón, las corrientes de aire hay alrededor" - y él no necesitaba nada más, permanecía sentado contente.

No se quedó su palabra cariñosa, ni vista, no quedó nada. Akbilek lo justificaba para sí: "Siente angustia por la madre... La gente ajena está en casa, por eso no dice nada..."- ¡pero para qué servía ello! En cualquier caso el silencio de su padre la ofendía y le molestaba. Le empezó a parecer que la evitaba especialmente, y su presencia con él en la misma habitación le molestaba, como si entre ellos se extendía una serpiente. No existía ningún vado hacia él, ella no podía meterse en el agujero que lo ocultaba. Sólo tenía que esperar que el corazón de su padre se deshelaría, cuando él sonreiría de nuevo cuando el pronunciaría por lo menos una palabra... Estaba sentada y sin esperanza buscaba con sus ojos negros la mirada de su padre. Y le parece a ella, en cuanto el le lanzara una mirada, su angustia desaparecería y ella se haría más feliz. Pero ni siquiera él volvía su cara hacia ella. 

Una angustia.

Y no existe ningún escape de la angustia en un montecillo de estepa. Salía con Sarah, la estrechaba contra su pecho, y las lágrimas corrían como las cuentas de vidrio. Su hermana menor no entendía por qué Akbilek se ahogaba en lágrimas, la miraba con espanto "Párate... déjalo". Akbilek cobraba ánimo, secaba las lágrimas, pasaba la mano por la cabeza de su hermana. De aquella manera se ponía de pie, y otra vez la lluvia de lágrimas.

La angustia de Akbilek crecía. Se aumentó tanto que ya no cabía en ella. ¿Con quién podía contactar? Con quien podía compartir? Pero, ¿quién está? Pues, sólo la tía Urkiya que la había conocido desde la infancia. 

Urkiya es la esposa de Amir, el sobrino de Mamirbai. Amir fue considerado como un hombre profundamente religioso, era conocido como un manso. Urkiya había estado casada con él ya diez años, y ella misma tenía veintisiete años. Era una mujer maravillosa, pero Dios no le dio a sus propios hijos. La madre de Akbilek hubo confiado a sus hijos sólo a ella cuando se hubo ido fuera, por ejemplo, para dar una visita a un aúl lejano.

¿Quién más si no fuera la tía Urkiya, la más querida después de mamá, recordaría de Akbilek? Iba en busca de ella. Un día, al encontrarla a pie de un montículo pelado, se sentó a su lado: "¿Y qué pasa?" Y Akbilek le habló de su ofensa. Ella la escuchó y le dijo:

- Cariño, yo no he visto nada así, ¿cómo no puedo amarte?.. Y él te ama. A su manera.

Dijo, pero sospechaba que el aksakal empezó a tratar más fríamente con su hija.  Entendía que no podía nada consolar a Akbilek, y, bajando la cabeza, comenzó a rodar la hierba que crecía al lado. Perdida en sus pensamientos, no sabía si tenía que decir a Akbilek sobre su  sospecha. Akbilek la adelantó:

- Pero lo noto. Al verme me evita. Como si a un extraño. ¿Por qué no lo notas tú? Claro que lo ves. Ayer Sarah y yo estábamos sentadas muy silenciosas. Él entró, nos vio y salió inmediatamente. Y en seguida viniste tú. Tú sabes, pero no me lo dices. Tienes miedo de afligirme... ¿Crees que no entiendo nada?.. Tú eres la única con quien todavía puedo hablar. ¿Acaso dejarás de estar franca conmigo tú también? - Akbilek dijo y empezó a llorar.

Y Urkiya comenzó a llorar con ella. Dijo entre las lágrimas:

- ¡Mi corazón, eh! ¿Con qué cara ocultaría  algo de tí?.. Sin embargo, si veo algo, tengo miedo de afligirte... ¡Oh, eh! ¿Qué debo hacer?.. ¡¿Qué es, cariño?!.. ¿Quién podría saber qué tienen tales grandes hombres como él?.. Cariño, ¡eh! Entiéndele tú también. ¿Piensas, que no entiende por qué las personas están tan atraidos por su casa? Si alguien llega, te clava su mirada a tí, "¿Cómo está ahora, después de los rusos? ¿Cambiada? ¿O no? Interesante, interesante... ¿Cómo se hace allí, en el medio de los rusos?" – tragó las lágrimas. Cuando te están fijando sus miradas, me quema algo en mi pecho... ¿Y qué está sucediendo en su pecho, te imaginas?         

Habla, reprueba, pero en la cabeza de Urkiya las mismas preguntas están girando: "¿Qué te hicieron?" Pues, tenía la tentación de preguntar, pero temía que su boca de repente se encorvara. Pero antes que temía, le compadecía a la pobrecita; no se podía, no se podía afligirla a la pobrecita, querida...

Akbilek se sorprendió, las lágrimas de inmediato se secaron en sus ojos dilatados, como si sonó algo absolutamente fantástico. Una vez más, como un alud por el desfiladero de Karashat, todos los últimos días pasados allí corrieron ante ella.  

- Nadie creía que volverías viva... Hasta nosotros perdimos toda la esperanza... Pensamos que los rusos  - ¿qué más se puede esperar de ellos? – te mataron y te arrojaron muerta. Es que yo con mis propios ojos vi cómo mataban a mi tía. Pero no hay tal lugar, incluso el más terrible, el más oscuro, donde Dios no salve si decide salvar. Vive, tu alma está ardiendo débilmente en el cuerpo, qué más necesitas...

Según la expresión facial de Urkiya, Akbilek adivinó aquella quería saber su historia desde el principio hasta el final, por qué, por qué méritos los rusos le salvaron la vida. Y aunque principalmente Urkiya no la había preguntado algo de aquello, Akbilek estaba dispuesta a confiarle todos sus secretos, hubo pasado lo que hubo pasado. "Pero, ¿qué puedo contar? Si sucediera algo bueno... "- y escondía sus recuerdos en sus entrañas. Pero llegó el momento cuando decidió que era la hora de relatar lo todo que hubo sucedido, y comenzó su historia. Urkiya la escuchaba atentamente. Sólo a veces exclamaba con timidez: "¡Oh, santos, ah!" – por supuesto, imagínate el cañón dirigido a ti, a los lobos castañeteando las muelas... Cuando Akbilek terminó su historia, sacudió la cabeza y dijo con piedad:

- Cariño, ¡ah! ¡Querida! ¡Qué sufriste!.. Akbilek la obligó a jurar que no repitiera a nadie lo que acababa de oír. Urkiya la aseguró jurando: ¡a ninguna alma! A partir de aquel momento, las relaciones entre ellas se hicieron particularmente cordiales. Un secreto es una cosa sincera – siempre da placer y ganas de susurrar. En cuanto se quedaban solas, Urkiya comenzaba preguntar a  Akbilek su vida cotidiana en el desfiladero de Karashat.  Akbilek se sentía mayor que la tía madura. Parecía ser que sabía todo de aquel animal - un hombre, juzgaba con valentía una cosa y la otra, evaluaba fácilmente todas las acciones y el carácter de el de Bigote Negro. Recientemente el tiempo vivido en el desfiladero fue lleno sólo de las escenas desagradables, pero con cada relato cambiaban como si aclaraban. Y algunos casos incluso se dieron la vuelta, como en un cuento de hadas. Akbilek empezó a respirar mejor, empezó a sonreír a veces.

Una cosa continuaba a tortutarla - su padre todavía se mantenía aparte de ella. Parecía claro por qué, pero todavía no estába claro. Akbilek se metía a las rincones, se encontraba detrás de la puerta y poco a poco se acostumbró a la forma de la vida actual. Akbilek empezó y dedicarse a los quehaceres, a administrar en casa, como su madre hubo hecho antes. ¿Qué debía hacer más, morir por el dolor, o qué?..

Entonces, ¿por qué el aksakal Mamirbai se enfrió con su hija? ¿Qué tenía en su mente? Vamos a hablar de eso también.

Pensad lo que queréis, pero el aksakal Mamirbai, introvertido, de aspecto severo, se diferenciaba con su amor a los niños. Como se hubo dicho muchos siglos atrás por un juez legendario Yedite – Yedite Intrépido - a su hijo recién nacido:

A quién no le gustan los niños? Tú naciste, mi Nurali, arreglé un toy rico. Come, la gente, bebe y canta...

 

Te he puesto en la cuna patrimonial,

Para que mi blanquecido viva, como si el día en la noche de descanso.

¡Así cómo criaré a un héroe!                                                                           

Dulcemente dormía y comía,

Mojaba el chorro en oro y plata

 

¿Cuál de los padres - antiguos y los que viven ahora no quería vestirles a sus hijos en los tejidos más caros? ¿Quién no quisiera que su niño crecería amenazante, como un león, enérgico como un tigre, sabio como Platón y elocuente como Zhirén-she, pero también viviría hasta el pelo cano, su casa sería como una colmena, y en la estepa estarían sus rebaños y manadas?

Mamirbai, como debía ser para un hombre respetable, les deseaba a sus hijos sólo lo bueno. En sentido general, como para los seres humanos. Y sus deseos eran simples: que no estuvieran vestidos peor que sus coetáneos, que no hubiera razón para alguna envidia, para que aprendieran una profesión, así como se debía en las familias decentes... Llevó a Toleguén, que tuvo doce años, a la ciudad. Aquel estudió seis o siete años, se hizo un jefe preparado. No insistió en su regreso al aúl, la dueña tuvo razón: ¿para qué necesitaban agarrarse a él? Él se hizo ya un hombre del otro medio. ¡Para qué debía encontrarse entre las personas del aúl, que subiera más alto en la ciudad! ¡Fue que tenía una gracia de Dios! ¡Y si la tenía, que tuviera más días felices! Aquellos fueron los suelos de la vieja madre. Pero el viejo ya estaba preocupado por la suerte de su hija, besaba la frente limpia de Akbilek y ponía en ella diferentes colgantes de oro y plata, collares. Comenzó a buscar un novio para ella. Como su madre aseguraba, ya no era una niña, ya era la hora para casarla. Por supuesto, Bekbolat no cumplía totalmente con la figura necesaria, no era tan rico, pero le gustaba a su hija mimada, qué hacer, tuvo que ceder – aceptó a los casamenteros. Todavía no pensaba en los menores – fue temprano.

Aunque el hijo mayor justificaba todas sus esperanzas, el aksakal no consideraba necesario arrobarse especialmente con él. Si os interesa, aquí tenéis su evaluación: ¿de qué sirve lo que Toleguén es un ciudadano y etcétera... Bueno, aprendió a leer y escribir, ocupa un cargo, pero se ha hecho rusificado, vanidoso, tal vez, y el verano no ha vivido entre los suyos. No ha aparecido durante diez meses. Eso no está correcto. El bien y el ganado acumulados y multiplicados no le impresionan nada. ¿Acaso no es una desgracia mayor para su padre? Puede ser que decidirá y se casará con una chica ciudadana de nada, sin obtener la bendición de su padre. Le llegaron los rumores que su hijo se liaba con una nogaya de Rusia... Para el aksakal Mamirbai, los nogayos son como una navaja en el corazón; no podía olvidar cómo una vez un vendedor de paquetería, un nogayo Nasir Nogay le hubo engañado con un caballo alazán.

Sintiendo que había cierto alejamiento de Toleguén del hogar de aúl, todo el amor paternal de Mamirbai extendió a su hijita dulce Akbilek, que era su consuelo, su única preocupación. Lo conmovía todo en ella: su cara y su carácter. No era una veleta, crecía una persona de tacto, razonable y mostraba su alta dignidad. Si no fuera por las leyes de Dios, no la casaría nunca. Así que daba largas como pudo, sin tomar el rescate del novio, esperando retener a su hija a su lado durante cuatro o tal vez cinco años más, que era totalmente irreal. Llegó con dar largas... era así como el destino encorvó a su Akbilek...

Antes el aksakal no hubo ofendido mucho por su hijo. ¡Pero aquella vez le ofendió! Pensadlo: ni la muerte de su madre, ni secuestro y la vuelta de apenas sobrevivida Akbilek no le obligaron a su hijito a dejar todos sus asuntos en la ciudad y llegar apresurándose a su padre para compartir su soledad y disipar la oscuridad que pendía encima de él. ¡Qué asombrosa criatura criada por él! ¿Y quién pudiera imaginar que no vendría él? Todo el mundo estaba esperando, pero no - no apareció. Aunque no tenía las fuerzas para prestar cualquier ayuda, debería estar cerca de su padre inconsolable, y luego, ¡que fueras con viento fresco, oh, hijo de Judas!

Todos aquellos días el aksakal prefería considerar muerta a su hija. Entendía con su mente que no tenía posibilidades para vivir, pero su corazón no estaba de acuerdo con su muerte. ¡Incluso un día antes ella hubo deleitado sus ojos, le hubo dado gracia con su risa sonante, bromas divertidas, su ruiseñora! Sí, el lugar de su esposa, que se hubo ido, se hizo desierto, pero el espacio ocupado antes por Akbilek, estaba abierto como un agujero. La casa se ​​derrumbó, se derrumbó en un montículo de la tumba. Y, al parecer, sin Akbilek los niños más pequeños, como cachorros abandonados, no fueron lavados, perdieron peso, fueron infestados de piojos; su ropa tampoco fue lavada. Si ella estuviera a su lado, no les permitiría que estarían perdidos. Pero, ¿cuándo se casaría él otra vez y restauraría una familia completa y podría sentirse un dueño de nuevo, en su plena altura, como antes? ¿Acaso podría confiar toda la hacienda a sus parientes? Cada uno de ellos se ocupaba de sí mismo, traía algo bajo su techo, no se podía notar...

Pero Akbilek desapareció para siempre. La irrevocabilidad, sin embargo, cubría toda la ambigüedad de su posición. Quisieras que no, pero su hija no simplemente desaparició, sino.... Al menos, no había ninguna lengua que se atreviera a decir que los rusos la pusieron por las manos. Y cuando oyó que agarraron a los blancos, se olvidó de lo todo en mundo, un inevitable interrogatorio humillante, cualquier honor, y no recordaba como exclamó: "¿Y dónde está Akbilek?" Cómo en la fiebre, envió a la gente a caballos por todos lados para que la buscaran.

Se encontró. Ella apareció con la cabeza poblada, agotada, muy gastada, golpeada. En la cabeza del anciano empezaron a girar los pensamientos: ¡No es ella, no es ella! ¡La corrompieron! ¡La depravaron! ¡Se divirtió mucho! Se hizo mala... Ya no había aquella niña inocente, su pañuelo limpio fue arrugado, manchado de mocos, quemado, ya no era una niña, sino una semimujer.  

El anciano roñoso fue un gran propietario, consideraba que incluso la virginidad de su hija  era su propiedad. Según sus ideas, su hija tenían que permanecer vírgen en el matrimonio. En aquel momento Akbilek ya no fue su hija... La hija de quién - no estuvo claro. ¿Acaso fue ella? No, en frente de él no estuvo Akbilek. Además, no fue una kazaja... Robaron, saquearon, le metieron a una chica. Y respondería a los que de inmediato comenzaran a coquetear, diciendo si hubieron visto a la hija de Mamirbai, deteriorada por los rusos. - ¡Esta no es mi hija!

Por lo tanto, Akbilek le empezó a incomodar a su padre. No fue una mujer que había dado a la luz, pero le daba la impresión que pudiera extraer un mono nunca visto y comenzara a girar con él en sus brazos, acunando, ante todo el mundo honesto. ¡Y estaba en los pies, no se movía... uf!.. Se mantenía tan segura... aquella seguridad era como una bofetada para el anciano.

Aquella fue la correlación que le hacía al anciano apartar los ojos de Akbilek, y por lo general evitarla. El amor de padre y los celos, la compasión y la ira, el asco para sí mismo y para su hija - todo mezclado lo enfadaba. Claro, se quedó viva, pero se sentó allí como una úlcera en la pupila. Sin embargo, ¿cómo se podía cortar su propia mano? ¿Tal vez, de la vergüenza insoportable sólo le quedaba cortar sus venas e ir al cielo? Y allí paseaba el anciano - a un lado y al otro - golpeando con su bastón como con los huesos, escuchando el dolor en el estómago como un lobo alimentado con veneno.

A veces, el anciano se sentaba a un lado y se quedaba pensando durante mucho tiempo, de vez en cuando compadeciendo a su hija: "¿De qué es culpable ella, infeliz?" Y le parecía entender que no tenía derecho de nombrarla culpable, pero si recordaba lo todo que hubo sucedido, alguna fuerza lo empujaba, alejándolo de Akbilek, no permitía ni siquiera acercarse a ella. De repente le apoderaba el pensamiento, "¿Si pudiera deshacerme de ella tan pronto como fuera posible de alguna manera?" ¿Pero cómo? Y aquel novio no tiene ninguna prisa a llegar para verla. Si llegara, la pondría en sus garras, y todo estaría hecho. Sin embargo, aquí no vale la pena actuar de prisa, de nuevo los niños pequeños estarán desatendido. Primero debo casarme con una mujer adecuada, y luego por fin preocuparme del destino de Akbilek, sería más correcto. Ese fue el último fruto de los profundos y largos pensamientos del aksakal.

Se podía inventar, pero no era fácil encontrarle una esposa. Su edad, debo decir, era madura, mira: casi cincuenta y cinco años. A aquella edad no sería razonable repartir el ganado para pagar el rescate por una muy joven hija de alguien, y luego terminar su educación. ¿Y si podría aquella criar a sus hijitos menores? ¿puede aumentar su hermano pequeño? ¿Si podría cuidar a su viejo esposo? Pero, si se encontraría con una chica frívola que empezaría a reír a carcajadas de vez en cuando e intercambiar sonrisas con los chicos solteros, entonces la vergüenza no tendría fin, pero sería mejor encontrarse en seguida en la tumba. Ojalá no sucediera a continuación lo siguiente: de la cuna fuera y por la puerta - en la oscuridad. Su alma tampoco estaba dispuesta a las mujeres divorciadas. Por su naturaleza, ellas eran obviamente deshonestas y depravadas. ¿Y si tomara una viuda? Las viudas no pudieran estar sin sus hijos, y, de nuevo, tendrían obligaciones ante los parientes del fallecido. Tal mujer empezaría llevarles sus pertenencias. Pero, ¿cómo podría encontrar a una atractiva, pero vergonzosa mujer que fuera fuerte en trabajo? ¡Oh, Dios mío, ah! ¡A nadie le desearía perder a su esposa en su vejez! ¿Podrías imaginarte una mayor desgracia? ¿Cómo podría encontrar un apuro? ¡Desgracia, y nada más! ¡Y aquella pregunta estaba tan pegada en la cabeza del aksakal! A pesar de que pensaba mucho en aquello, reflexionaba, aquella pregunta le ataba de pies y manos.

Mamirbai no era de aquellos baies que se bañaban en el lujo, pero él no necesitaba nada. Siempre vivía cómodamente, con mucho gusto proponía a sus invitados el kumís y el cordero en verano, y los platos enteros de la carne de grasa en invierno, pero sin duda todo fue acompañado con una conversación divertida. Fue una persona respetada y tenía el peso entre las autoridades de la provincia, y su palabra significaba algo para el jefe de vólost. Hubieron tiempos cuando hubo sido elegido al puesto del juez local, después dejó aquellos asuntos de litigar y ya estaba contento de que era una figura importante entre sus familiares. Entre los suyos, su palabra significaba más que las opiniones de otros aksakales. Entre tanto, nunca maldecía, estrictamente miraba por la gente, por los trabajadores, cada cabeza estaba en su cuenta, y él mismo se preocupaba de las acciones y de los precios.

Llegó el invierno, la nieve cayó sobre las pendientes de Karashash. Los benefactores con su compasión aburrida empezaron a llegar menos frecuente. Parecía que Akbilek cumplía el trabajo como una dueña, y Mamirbai poco a poco empezó a introducirse en las preocupaciones de la hacienda. Había de todo tipo de los quehaceres domésticos: aceptar en un lugar, dar en el otro, abastecer las provisiones de carne para el invierno. Los quehaceres de los seres humanos, los quehaceres de la estepa... 

 

 

En uno de aquellos días-ciclos llegó a visitarle así llamado Aldekei que antes hubo pasado noches en su casa.

Aldekei era un cero a la izquierda, pero un vivaras, que no se cansaba de levar agua en una canasta y coger un mosquito de muy lejos, y al mismo tiempo dar la vuelta a todo el mundo. Aquella ve a dos hombres respetados les perdieron dos yeguas, una fue con una acortada fosa que permitía que se sentaran sobre ella desde el lado izquierdo donde había una estampilla "torso", la otra – una roja yegua de silla, con la melena blanca y una mancha blanca en el lomo, De ellas se preocupaba Aldekei. Visitaba los aules, preguntaba la gente, miraba, y por el camino llegó a visitar a su viejo amigo con quien podía hablar de los tiempos pasados, y al mismo tiempo expresar su compasión y bendecir a su hija encontrada. O tal vez era demasiado tarde para buscar otro techo para pasar la noche. En todo caso, lo hizo como hizo.

Al enterarse de que Aldekei entró en el patio, Mamirbai lanzó: "¡Para qué diablo necesito venir a este vagabundo" Sin embargo, no podía descuidar la conversación con Aldekei. Si no le sucediera a él los acontecimientos conocidos, en cualquier caso tendría muchas cosas para hablar con su huésped, y además, echaba de menos de las conversaciones. Obligatoriamente debería existir una persona con quien pudiera compartir sus pensamientos y alarmas, de lo contrario, ¿por qué debía guardar silencio con los suyos? En cuanto hablaras con un vecino o con un pariente de algo muy importante ti mismo, te estragarían la cortesía, no te dejarían en paz, no darían pasar libremente a tu ganado, te aferrarían como los perros en un can. Parecía que eran hombres, pero, como regla, de cabezas de las mujeres - no había proporción, y estaban dispuestos a moverte de tu propio sitio.

Primero Aldekei leyó tres veces "Alip-lam" y "kulkual", que representaban las oraciones de Corán, le saludó, y contó la historia de cómo un juez elocuente hubo disipado la melancolía a un khan caído de frente a causa de las angustias, y ya después hubo expresado sus condolencias a aksakal, llamando a juntarse. Además, citó las palabras de Abay: "¡Recibe la angustia, afrontándosela!" En general, aquel Aldekei era una ballena en sobre la sabiduría poética, recordaba de memoria todo tipo de viejas historias: "Un mil y una noches", "cuarenta visires", "Ochenta conceptos erróneos del loro", "Seis dedos", "Cantantes-bailarines vengativos". En su juventud se conocía como un muchacho audaz, un bien cuidado galanteador, luchador, cantante, músico, humorista. Pero, al caer del precipicio Bayshuak, se rompió mucho. Toda la literatura y el arte volaron de su cabeza, a excepción de su capacidad de poner con habilidad el tabaco balo el labio, burlarse, contar historias y dar consejos: "Haz así, actúa así...". Era un glotón, un anciano que sentaba con dificultades, no tenía los dientes delanteros, y si se sentaba no podía levantarse.

Aldekei se sentó cómodamente y empezó a citar los trozos que todavía podía recordar de la obra "Arón Rashid." Luego pasó a "Az Zhanibek", "Orador Zhirenshé" y "Regente Lukman". Extrajo con esfuerzos de la herencia de aquellos sabios la orientación útil, como la memoria le permitía, y era necesario mencionar, sus esfuerzos no fueron en vano. Deprimido por su destino poco envidiable, el aksakal Mamirbai se animó, por fin se alejó de su ser odioso y se animó tanto, que ordenó resueltamente a los criados,

- Uh-ah, ¡llamadme a aquel pastor! Que elija y corte un cordero más suave para este invitado. La gente madura tiene una salud específica, y la carne debe ser para nuestros dientes.

Aldekei sacó de su caña gastada una tabaquera, hecha de cuerno, para un nasvay, sacudió en su palma lo que se dejaba en ella y comenzó a amasar el veneno con la uña del pulgar. Puso el tabaco detrás del labio – aquello fue sólo para un diente. Y sin embargo, después, aunque sacudía la tabaquera o desempolvaba el tabaco del cuerno, no pasaba nada. Si quisieras golpear con aquella cosita, ¡que lo hagas!

- Deberías haber preparado nasvay, ¿por qué debes arrojar los residuos a la calle? - ordenó Aldekei a su viejo amigo.

Por supuesto, no sólo las cenizas de la chimenea son una mezcla embriagadora para poner detrás del labio. Se debía usar un tabaco perfecto, las cenizas después de quemar saxaul[31], y además, dos o tres substancias. ¡Acaso traería lo todo a Aldekei! ¿Pero cómo podía negar a una persona para que, aún más, estaba dispuesto a matar a un cordero?

En aquel tiempo no existían tan muchos huéspedes, para los que los propietarios ponían los animales bajo el cuchillo, excepto las milicias, los agentes de la Comisión se los Asuntos Extraordinarios o jefes de vólostes. Pero nosotros no quisieramos relatar sobre el arte de matar el ganado, sino el olor de Aldekei no sólo para la carne y nasvay, pero para algo más importante. Así que Aldekei tenía todas las razones para darse aires. Un día antes, sin embargo, le hubieron dado a comer la carne embutida, le hizo prensa en todo el estómago. Afortunadamente, no perdió el don de maldecir sucio, apenas por el camino maldecía a la muerte pegada a sus entrañas.  

Aldekei, echando en sus hombros el abrigo de piel gris del aksakal Mamirbai, bordado con un paño grueso oscuro en las mangas, y tirando en la cabeza también su gorro de piel y con las cintas fijadas bajo la barbilla, comenzó a tomar té con todo su gusto. Akbilek, viendo que el huésped estaba tratado con respeto, hizo de la más elaborada variedad y puso los dulces caros. Aquello fue bastante para los pensamientos repugnantes del viejo Aldekei: "Pues, la hija de aksakal es una mujer dulce, como se ve.  ¡Es una lástima que los rusos la usaron ya! "

Después de tomar té y calentar el dolor en los huesos a causa de vejez, Aldekei se echó a causar risa con diferentes cuentos de un viudo, fue necesario de alguna manera pagar con el trabajo por un cordero enviado al sacrificio. Y mientras que la carne estaba cociéndose, su boca no cerraba. Habló principalmente de lo siguiente:

- Ojalá sus hijitos no se debiliten sin la atención materna. Sería necesario que usted encontrara su medio.

Aksakal miró hacia Akbilek y dijo:

- ¡Oh, Aldekei! ¡Para qué me serviría si aceptara una mujer para los años de vejez? En su respuesta se adivinaba un epílogo: si me caso, no ocurrirá por mi propia voluntad, sino obedeciendo a los buenos consejos de las personas compasivas. Bueno, arrégleme matrimonio, me sujetaré a casarse.  ¡Me sentiré avergonzado por delante de todos los niños si yo mismo busco a una esposa!

- Eh, ¿de qué está hablando usted? Todavía está firmemente sobre sus pies. Aunque soy un desdentado, pero duermo con mi Salima sólo abrazándola. Le puedo decir que si vives sin una mujer, vives con negligencia. Y empezó a pronunciar semejantes chistes estimulantes. - ¿Quién le gusta más, eh? Puede parecer que no le vale casar con una muchacha. La niña, como un pájaro, está revoloteando a su destreza. Para usted la más adecuada sería una viuda trabajadora - y comenzó a listar los nombres de las mujeres viudas.

Como adivinó los pensamientos ocultos del aksakal.

Después de tomar té de la mañana, el aksakal y Aldekei se retiraron en un rincón del granero, y estaban allí hablando de algo durante largo tiempo. ¿De qué hablaban? Bueno, ¿quién sabía? El caballo de Aldekei ya estaba ensillada frente a la puerta. Finalmente el aksakal ordenó a los trabajadores:

- Hey, ayudad a Aldekei sentarse en la silla.

Aldekei vino y se fue, pero ocurrió un milagro: el aksakal comenzó a tratar a su hija como si nada hubiera sucedido con ella. En su voz aparecían las notas cálidas cuando hablaba con ella sobre los asuntos de la hacienda y otros: "¡Cariño, hazlo, pero también que hagas aquella cosa de tal manera!" Akbilek volvió a la vida, y para ella su padre como si resucitara de los muertos. Y la comida para ella iba en provecho, y el rostro se iluminó.

 

 

Las ramas quebradizas de la escarcha se derritiraban en el cristal de la ventana y fluían con gotas llorosas. En un charco de antepecho flotaban las moscas heladas. El sol del invierno alargó sus rayos blancos a la alfombra de oración que estaba cubriendo el fondo de la habitación. Cerca de la ventana estaban sentadas y cosían, secreteando y bajando las cabezas, dos muchachas.  Una de ellos fue Urkiya, mordió un trocito de tela azul y sacaba de él los hilos. Akbilek, al poner una camisola pequeña sobre sus rodillas, repasaba los botones de plata. bien hacia fuera una chaqueta en su regazo, le cose botones de plata. Detrás de sus espaldas, en un rincón, la pequeña y peluda Sarah recortaba a tirones, con las tijeras, un vestido para su muñeca. Akbilek se volvió hacia ella y gritó: "¡Ven a mí, querida! Su hermana pequeña se acercó y se puso rectamente delante de ella. Akbilek puso en ella el camisola cosida, lo alisó, tirando el dobladillo, y alisó la pechera. La niña estaba muy contenta con la camisola nueva. Y la hermana mayor estaba muy contenta con su coser. Sonreían una a la otra. La alegría rellenaba a la niña, y ella lanzó al cuello de su hermana hermosa y la abrazó estrechamente. Akbilek la besó en la mejilla y ordenó: "¡Cariño, llévalo con cuidado, no lo ensucies!" ¡Cómo le va la camisola bordada!

Sólo la cara de Urkiya fue impasible, tosió. Miraba a la cara de Sarah, suave como una flor, y en su pecho, subiendo lentamente, se agitaba el dolor. "Oh, vida! Es que necesito un poco, quisiera tener tal peluda criatura, ¡y qué bendición! ¿Qué otra cosa en el mundo puede ser más cara y más dulce que un niño? Maldita vida - estás como un árbol sin hojas. Una pieza de madera. No tengo flor ni fruta. ¿Por qué el destino no le ha dado la oportunidad de coser tales camisolas pequeñas? Los decoraría con los botones brillantes y elementos de fijación. ¡Abrazaría, sostendría contra su pecho y amaría tanto que pudiera comer a este pajarillo! ¿Cuándo renacerá su maldito vientre, cuándo se cumplirá su deseo? ¡Oh, el encanto de la maternidad, ah! ¿Y por qué tengo esa fiebre, no estoy resfriada? "

Si la gente hablaba de los niños en presencia de Urkiya, de inmediato se ponía enferma, no tenía fuerzas para escuchar, lo tenía atravesado en la garganta. Si veía a una embarazada, sus entrañas vacías se hinchaban hasta la ruptura. "¿Con qué más se puede soñar?" – pensaba ella. La riqueza, la pobreza, el hambre, las enfermedades y la tranquilidad no significan nada a una persona, si no tiene hijos. ¿Qué es más caro que un hijo en la tierra? Nada. Si cualquiera madre daba un golpe a su hijo en su presencia, Urkiya se enfriaba: "¡Qué bestia! ¿Cómo podía gritar, alzar la mano, regañar a su hijo, hacerle llorar?"- no entendía. Urkiya miraba a una lechuguina pequeña y se ahogaba en su dolor más profundo. Probablemente, nadie deseaba tanto vivir por el bien de la vida de un niño. Por el apasionado deseo de dar luz a un bebé, todos los trescientos y seis venas suyas secaron, toda la sangre suya se dejó hervir demasiado. Tuvo tanta sed materna, que su corazón se agrietó como un jarro recalentado. Y los viajeros perdidos en desierto no tenían tanta sed.  Todo el mundo para ella era un desierto. Los días y las noche le rogaba a Dios que le diera a un hijo. Qué sólo emprendiera ella, tratando de quedarse embarazada: iba a los baksí-chamanes, oraba junto con los peregrinos y los mulláhs, pasaba noches a las tumbas de los santos, y llevaba un amuleto en su cuello, ¡cuántas veces hacía sacrificios!.. pero todo fue en vano. Urkiya no tenía miedo de que su marido, empujándola lejos de él, decidiera tomar una segunda esposa. Ella estaba fiel a él, y le sugería más que una vez, en los minutos de la mayor angustia, llevar a una tokal[32] a casa sin hijos. Por lo menos, les cuidaría a sus hijos...

-           Niña traviesa, mi amor, por favor, acércate, - Urkiya llamó a la chica. –  ¿Serás mi hijita?- Y firmemente la  apretó contra su pecho.

Los ojos de Sarah expresaron la pregunta dirigida a  Akbilek: "¿Habla en serio?"

- ¡ Oh, Creador! ¿Llegaría el día cuando nosotros podríamos abrazar a nuestro bebé? - Suspiro de nuevo Urkiya.

- Todavía eres muy joven, Dios es bueno, sin duda,  podrías abrazarle.

- Cómo saber! ¡Si se cumpliría tu deseo, eh! ¡Cómo quisiera creerte! Hoy he visto un sueño. He soñado que nuestro aúl se levantó para migrar. Y he visto  que ambas nosotras nos atrasamos del kosh, perdimos. Pasamos por el pase, y frente a nosotros en el vacío entre dos montaña estaba una roca, a la vista de Dios. Y encima de aquella roca estaba un águila real negro, de repente cayó y dirigió precisamente a nosotras, se acercó y te llevó. "¡Ah-ah-ah! ¡Te despedazará!"- estaba de pie y gritaba, no sabía qué hacer. Tu vestido ondeaba debajo de pecho del águila real, y él te llevaba directamente hacia el este. Volaba lejos, llevándote consigo, y ya se veía como un pequeño pájaro. Allí, a lo lejos, comenzó a caer más y más abajo. "¡Ahora obligatoriamente te despedazará, comerá, eh! "- y corrí, saltando de roca en roca... Te acerqué, miré, y tú te convertiste en un pajarito blanco. El águila real no estaba ya. Tú estabas sentada en un peñasco con los ojos abiertos. No sé de dónde vino, pero lo vi: apareció aquel duana Iskander, de quien me hubiste relatado. Tomó el pajarito en sus manos y pasó adelante. Yo le dije, "¡Duana, ay! ¡Dame un pajarito!" Él me lo dio. Apreté el pajarito con mi mano y me iba...

-¡Oh, santos, ah! ¡El sueño es muy especial! ¿Cómo se puede solucionarlo? ¡Dios mío, ah! ¿Hay alguien que me lleve de nuevo? - y los ojos de Akbilek se hicieron muy abiertos por el miedo.

Y así interpretaba el sueño de una manera, y explicaban de la otra. Ambas se asustaron sin interpretar el sueño. Al final, empezaron a calmar una a la otra: "Pues, el sueño no significa más que los excrementos de un zorro".

Sarah corrió para mostrar su camisola a los vecinos y recoger dulces en honor a su nueva ropa. Urkiya y Akbilek, llevando consigo un jarro de agua quebrantada, se fueron a sentarse por un momento a lo lejos del aúl.

Hacía viento. Las montañas en las vestimentas blancas como la nieve estaban colgadas sobre el aúl. En blanco, al igual que las moscas negras, estaban pululando las ovejas. Más arriba, como las aves de rapiña, estaban los ovejeros. Una fina capa de nieve de la pendiente del sur se pegaba a las suelas. El frío quemaba hasta los huesos. Desde el lado de un profundo desfiladero, abierto a una mirada, en el que se adivinaban las siluetas de los caballos, iba, alargándose, un viajero, también poniendo tan ampliamente su bordón.

Urkiya y Akbilek, envueltas en los chápanes, se apresuraban en la soleada plataforma de la montaña.

- ¿Estamos aquí... en aquel sueño, retrasadas, a solas?

- Parece,- – dijo Urkiya mirando a su alrededor.

-  Oh, Dios mío, ¿se había lanzado encima de mí?

- Recordemos: ¡los santos, proteged!

Pocos días después de hablar sobre aquel misterioso sueño horrible. A partir de aquella hora cuando el padre dejó de fruncir cejos, Akbilek comenzó a pensar en su novio. Lo que Bekbolat estaba herido y se encontraba en aquel momento en el hospital de la ciudad, le hubo relatado Urkiya no hace mucho tiempo. Entonces Akbilek no estaba dispuesta a preguntar detalles. Sólo observaba el estado de ánimo de su padre. Pero en aquel momento tuvo el otro estado de ánimo. Además, todos los que querían consolarla, ya tuvieron una buena risa y la dejaron en paz. La con Urkiya se alargó. Aunque ya no quedaron ningunos secretos... ¿Cómo no hablar de Bekbolat a aquella hora? A Urkiya le estaba claro su interés por él. Qué hablara de él, no la importaba: "¿Me quiere todavía, tía, o no? ¿Ha cambiado él, qué te parece?" Y tampoco pudieron desentrañar aquel enigma, tuvieron sólo unas suposiciones y esperanzas. Pidieron a un joven, que solía venir a la ciudad, conocer qué y cómo pasaba allí con Bekbolat. Comenzaron a esperar y buscarle con los ojos en la estepa a aquel aficionado a pasar el rato en la ciudad. En efecto, una persona se veía de lejos.

Todos los últimos días Akbilek pensaba y pensaba en su prometido, pensó hasta el calor en el pecho. Antes ella nunca había notado aquel anómalo estado apasionado. Todos los hombres mayores de edad eran para ella sólo sus tíos o hermanos mayores, y los coetáneos – nadie, en general. Pero, en aquel tiempo, al ver a otro hombre hermoso, sentía una atracción inexplicable hacia él. Podría detenerse, hablar con ella, tocarla tiernamente. Se imaginaba cómo ella misma podría abrazarle, acariciar. En su imaginación aparecían unas desnudas figuras masculinas vagas, francamente en carne y hueso. Aquellos cuadros la llevaron a la desesperación, ella trataba de llamar su disgusto hacia ellos, pero no hubo suerte. "¡Oh, santos! ¿Qué pasa conmigo? ¡Qué vergüenza, eh! ¿Tal vez, estoy realmente corrompida? ¡¿Es por lo que ahora soy una mujer?! - ella se sorprendía a sí misma. - ¿Acaso todas las mujeres tienen tales pensamientos? Tal vez, soy la única..." Quería hablar de aquello con Urkiya, pero el temor de que alguien más conocería tales fantasías vergonzosas suyas, la detuvo. Mejor dejarle el pensamiento de mí como una chica que creció delante de sus ojos.

Con cada día que pasaba, con cada noche el deseo de estar en los brazos de su novio se hacía más insostenible. Al recordarle, saltaba de su sitio y se agitaba por los rincones, susurraba su nombre, y el nombre de aquel nombre era la lujuria. Una vez sola en la casa, Akbilek se encontraba en una manta, y luego se hacía un ovillo, después se sacaba, se extendía, se extendía, de manera que sus tetas fueran alzadas... cerraba los ojos y le veía en sus sueños... Le abrazaba y besaba... Y parecía como el ardor se enfriaba un poco. Al ver a Urkiya, la preguntaba inmediatamente:

- ¿No hay noticias de la ciudad? Dios mío, ¿por qué está tan mucho tiempo? - como si le juró a Bekbolat con la promesa de esperarle con tan desesperación.

- No se oye nada... Quién sabe lo que están haciendo allí, - aquella le responde con sospecha.

Pero Akbilek no entiende alusiones.

- Bueno, ¿por qué no nos informa nada de sí?.. Y ¿por qué nos hace preocuparse tanto a todos nosotros?.. Después de todo, ¡a nosotras, las chicas, no todo nos da igual!

La noche estaba cayendo. Aún era temprano para encender la lámpara, pero la casa ya quedó sumida en la oscuridad. Akbilek, sola, estaba en una gran alfombra en el fondo de la habitación, con el rostro hundido en el codo doblado.

- ¡Mi belleza, eh! – la llamó Urkiya al entrar en casa. - ¿Por qué no te has acostado a tiempo? ¿Por qué no enciendes la lámpara?

Akbilek le respondió a voz lánguida caprichosa:

- Estará encendida-a-a...

- ¿Dónde está la lámpara? Yo la enciendo ...

- Tía, ¿por qué tienes tanta prisa? Ya no es tarde, - dijo Akbilek y, desdoblando el muslo, se levantó un poco.

- Bueno, ¡vamos a ver cómo te encuentras ahora sin luz! - Dijo Urkiya y se sentó a su lado, alargando la palma apretada. - Bueno, ¿qué está en mi mano? Adivina.

- ¿En tu mano? Kurt[33].

-  No.

-  Azúcar.

-  No.

- Una moneda.

- No.

- Entonces, ¿qué? ¿Y qué aspecto tiene?

- Blanco.

- Blanco, blanco... ¿Blando? ¿Duro?

- No lo digo. En general, es una cosa dulce.

- Blanco, dulce – pues, es azúcar.

 - No es azúcar, sino una cosa muy deseada.

-  ¿Qué es, tía?

-  Es una cosa más cara, lo más interesante en ella.

- ¡Oh, santos, ah! ¿Y qué es eso? ¡No demores, tía! ¡Dígame!

-  En ella está lo que has esperado.

-  ¡Oh, bueno, ah! ¡Es una carta!

- Has adivinado, has adivinado... Pero yo no pensaba entregártelala impacientaba un poco más y le alargó a Akbilek una pequeña hoja de papel, doblada como un paquete.

Indiferente a la luz hasta aquel momento, Akbilek se saltó, y encendió la lámpara de un movimiento de la mano, como parecía, la puso a su lado en el suelo y casi tragó un pedazo de papel llenado. Lo cubrió de besos, sin duda. Cómo podría ser algo contrario, si en aquella carta habían tales frasas deseadas con las palabras tártaras de moda:

 

"A respetada Akbilek-zhán le enviamos nuestros  numerosos saludos con todo nuestro respeto. Si usted está interesada en nuestros asuntos, debe saber que estamos vivos y sanos que la herida ha sido curada con la ayuda de su hermano mayor Tolegn. Y ahora estamos en silla cazando a halcones.

Hemos oído hablar de su feliz liberación de las manos de los infieles y estamos muy felices... : 

La hora de la muerte de cada uno se conoce en el cielo. Yo estoy seguro de que su madre difunta le envía misericordia. Estemos agradecidos a la muerte, seamos pacientes, cualquiera que sea desgracia pueda ocurrir.

Con impaciencia, le hemos enviado a nuestro amigo Akberguén para que se entere de su salud y para la expresión de cada tipo de compasión, que sea claro: en nuestros sentimientos no hay nada que pueda estar llamado un alejamiento. Y esperamos que tampoco hay alejamiento en vuestros sentimientos. Le deseamos tener paciencia para sobrevivir pocos días de dolor. Pase lo que pase, que sea fuerte. Que todos nosotros tengamos salud, usted allí y nosotros aquí.  

 

Su conocido Bekbolat ha escrito con una pluma".

 

La dicha carta la haría cualquiera mujer bailar de alegría. Akbilek se echó a reír.

- ¡Tía! ¡Qué bien! – exclamó ella, jugueteando y alisando la carta que tuvo en sus manos, ni siquiera pensar en ocultarla
en su bolsillo. 

- Bueno, ¿qué estaba diciendo yo?

¿Y dónde está Akberguén? – Está en nuestra casa.

- ¿Acaso no vendrá a verme? - preguntó e inmediatamente se dio cuenta: - No, no se debe así.

Akbilek fue impregnada de una profunda simpatía a Akberguén, ¡por supuesto! Claro, él le había traído una carta de su novio. Tenía muchas ganas de verle, pero en su posición sería frívolo, por lo menos.  

-  ¿Qué tenía que hacer ahora?

-  ¿Qué hacer? Y tú, escribe una carta.

- Pero, ¿qué debo escribir?

- misma conoces, escribe lo que sientes. ¿Te sientes avergonzada, o qué?

- ¡Oh, santos, ah! ¿Qué debo escribir?

- Sale temprano por la mañana. Escribe ahora. Vendré más tarde, - dijo Urkiya y se fue.

Akbilek se sentó al lado del cofre manual, con un simple lápiz rojo “Atón” y unas cuantas hojas de papel, poniendo debajo el libro “Kiz-Zhibek, luego se echó boca arriba y empezó a morder el lápiz. Se escribió también por sí mismo:

"Querido..." y "...si quiere saber cómo vivimos... " y, por supuesto ...

Pero después no habían palabras. Mejor decir, el hormiguero de las palabras se giraba en su lengua, pero no pudo seleccionar las necesarias. Quería escribir sobre un montón, sobre lo todo. Pero no podría relatarle todo lo que pasó con ella, lo que pensó, lo que sintió. Lamió la mina del lápiz, lo empujó en el papel y se hizo nerviosa inmediatamente. Y sin embargo, escribió:

"Y nosotros tampoco tenemos un sentimiento de alejamiento. Después de haber recibido su carta muy esperada, sólo deseamos su pronta llegada. Escrito rápidamente, me disculpo. Akbilek".

Urkiya llegó pronto y llevó su carta consigo.

Todo el mundo se puso a dormir, pero sólo Akbilek estaba en sus pensamientos soñandosoñaba con el perfecto fenómeno de ser novia. Su cara estaba cubierta con un velo de seda blanca, y llevaba un ligero vestido de boda. Urkiya y Sarah estaban a su lado, y allí salió del jardín de flores en el silencio profundo, y la recibían las niñas y novias, vestidas de rojo y verde, como una brisa, cerca del aúl. Sus risas, pulseras y pendientes sonaban suavemente. Las mujeres la cubrían de las monedas pequeñas, y los niños ruidosos de aúl se metían directamente bajo los pies...

Una brisa agitaba el velo sobre su rostro, pero no se atrevía a quitarlo. ¡Oh! Allí se encontraba la misma Akbilek, con los ojos brillantes, dando pasos entre las niñas y nueras. El mundo estaba esperando con impaciencia... rumor, voces ...

La llevaron a la yurta de los recién casados, llena de su dote: alfombras, cajas, platos, pilas de mantas. Aún ocultada por un velo, Akbilek se sentó rodeada por sus amigas. Entraron las mujeres de edad avanzada: "Queremos mirar a la novia". Se oyó una voz de mando: "¡Abre la cara!" - y una de las chicas levantó el velo de Akbilek puesta de pie. Akbilek era como la cara de luna, como la luz del sol. Las mujeres se quedaron encantadas: "¡Buena suerte, cariño! ¡Siéntate, lucero! "- y Akbilek, susurrando con su dobladillo de seda, volvió a sentarse.

La boda había terminado. Las personas se marchaban a casas. Akbilek estaba en la  yurta de los recién casados... Ella era la nuera. El tocado de mujer joven estaba en su cabeza, ella estaba vestida de una túnica ligera. Estaba sentada en la cama de madera y con sus dedos blancos cortaba una camisa para su marido. Cerca de ella estaba echado Bekbolat y puntuaba las cuerdas de domra[34]. Sonaba una melodía del kui[35] perfecto. Aquella melodía excitaba y Akbilek, sonriendo, con los ojos calientes miraba fijamente en la cara de su marido, exclamando mentalmente: "¡Tú eres mi alma, eh!" Bekbolat le respondió con su sonrisa y le alargó la mano. Perdida y confundida, Akbilek se le acercó. El marido abrazó sus hombros, besó muy suavemente sus labios entreabiertos, su cuello de cisne. Sus miradas se encontraron. Se miraban sin cesar...

Tal vez el samovar ya estaba hirviendo en casa de sus padres, pero el sol no había asomado todavía a la yurta de los recién casados. En cuanto Akbilek intentaba dejar que los rayos de sol saltaran a la pantalla de seda, su marido ya se apresuraba a abrazarla de nuevo, acariciarla, dar risa - no la dejaba. "¡Bastante, mi sol!"- dijo Akbilek, se puso a pie, y cogiendo la jarra de cobre para limpiar, se fue a las colinas.

Los cachorros de camello que no cedían corriendo uno al otro, los niños que detenían a los garañones, mientras que les ordeñaban a sus madres con melenas, las chicas-muchachas que recogían el estiércol en las afueras del aúl... Akbilek miró aquel cuadro completo, y sin apresurarse regresó a su yurta. Al cumplir su baño, ella vertió el agua en las manos de su marido, cogió la toalla bordada de una pantalla y la extendió a su marido...

Por la noche, el marido regresaba al caballo amblador, con los patos y gansos fijados a la silla, y con el  halcón en su brazo, y ella estaba de pie a la yurta blanca y le miraba a él, esperando...

Y llegó la hora de la migración temporal. Akbilek recogió las mangas, se puso el cinturón, desmontaba la yurta. La transhumación se movía en su orden, Las chicas y nueras retrasadas la llevaron a Akbilek, que estaba viajando en el caballo gris, a su círculo reidor y empezaron a bromear y determinar quién cantaba mejor. Y seguían adelante, de una bandada con cantos y risas, sus esposos les acercaban y cada de ellos llevaba un halcón en su brazo...

Akbilek se hizo la madre. Dio la luz a un hijo excelente para su querido. El marido y su amigo Akberguén, estaban, por supuesto, en la halconería, y ella se permanecía a la cuna besando los dedos extendidos del bebé, ponía su frágil espalda sobre la palma, lo levantaba a sus sienes y le daba a comer. Papá antes de ir a la caza, hubo puesto las plumas de búho para protección a la cabecera de su hijo. Y en aquel momento caminaba con su hijo a su encuentro.

Exclamó: "¡Mira, papá, a su pajarillo!"- y el bebé ya dormía, resoplando dulcemente. No obstante, papá alzó a su hijo arriba y aspiró el olor viril de su heredero bebé...

Por la mañana, tan pronto como llegó Urkiya, Akbilek se apresuró a preguntarla:

- ¿Se fue?

-  Se fue, - respondió ella.

Su prisa se explicaba con su sentido de vergüenza por lo que en su carta se le llamaba al novio: a ver, si tuviera tiempo para recobrarla.

 

Parecía que hubieron pasado otros cuatro o cinco días. El anciano no estaba en casa, Akbilek, teniendo a Sarah de la mano, estaba delante de una ventana. Los pastores estaban llevando el ganado a los establos, las ordeñadoras empezaron a ordeñar, encima de la esquina del techo de granero se veía una mancha blanca. Fue el pañuelo de Urkiya.

Akbilek le mandó a Sarah que invitara a su hermano.

-  Escucha, - y comenzó a susurrarle algo a Kazheken.

-  ¿En serio?

-  ¿Y qué más?

-  ¿Y qué vamos a hacer?

-  Se alojará en nuestra casa...

-   ¿No estarías avergonzada ante nuestro padre?

-   ¡No, oh-ah! No estaremos juntos. ¿Qué malo está aquí?

-    Hay que matar a un cordero.

-    Cariño, ¡ay! ¿Qué quieres decir? Por supuesto, hay que hacerlo, siempre le recibimos absolutamente perfecto. 

El corazón de Akbilek se volaba a un lado y planeaba. Pasó a las habitaciones. Encendió la lámpara. Comenzó a hacer té. Estiró los bordes arrugadas de alfombras. Colgó cuidadosamente la alfombra para oraciones. Todavía no podía encontrar un lugar para sí misma, pasaba a un lado, miraba al otro: si todo estaba arreglado, ordenado, si estaba limpio en las rincones. Como si del polvo sobre los cofres pudiera depender toda su felicidad. Y le parecía que el samovar estaba gastado, las mangas de Kazheken estaban manchadas, la cara y los pañuelos de las lecheras estaban sucios.

- Querido, ¡eh! ¡Cómo te has ensuciado las mangas! ¡Si puedes, no limpies la nariz con la manga, no seas parecido a algunos aquellos!

Probó los baursakos fritos por la cocinera y le dijo:

- ¡Te lavarías la cara un poco, eh! - le parec que el pañuelo de la ensuciada era desaliñado, de inmediato le dio un poco usado kimeshek que hubo cubierto la cabeza de su madre.

Y asedió a los pastores:

- ¿Está aburrido pastar ovejas en la estepa? Los pastores se quedaron estupefactos: "¿Por qué lo dice?"

-  ¿Cómo es aburrido? sólo respondieron.

Akbilek quería ayudar, proteger, calentar a todos, como a los pajarillos  tontos bajo su alas. Para que todos fueran como ella, felices, llenos de alegría. No pensaba nada malo en nadie, a nadie quería ofender. Ella estaba lista para explicar la respuesta de los pastores "¿Cómo es aburrido?" por su ignorancia inherente, y pensaba: "¿Qué les queda hacer a ellos, pobres? Sólo pastar y pastar a estos carneros aburridos, sin alguna luz, sin esperar una reunión con el amor? Se aburren – y ya está".

El té de la tarde sigue y sigue, al parecer, es más largo que todo el día. Y la pequeñita Sarah no se cae de sueño. Está mirando en la oscuridad de afuera, apresura el reloj en la pared. Quitó los platos, hizo la cama a los niños y salió fuera. Pasó  a la cocina y le dijo a la cocinera: "¿Cómo está la carne? ¿Hirviendo? Nos vamos a la cama temprano, estamos con sueño". Cuando regresó, se bañó con un jabón perfumado, lavó bien la cara y las axilas, y el estómago. Un completo ritual de purificación. Ocultando de los ojos negros de Sarah, que la observaban, sacó el vestido de la novia, lo envolvió en el pañuelo de su madre y lo metió bajo su manta.

Mientras que la carne estaba preparándose, Sarah se quedó dormida. Kazheken se arregló junto a los pastores y les obligó a contar el cuento de una bruja con las uñas de cobre. Sirvieron la carne. Akbilek no quería comer, pero no se cansaba de pedir a los pastores que comieran más. Al final de la comida llegó Urkiya.

-  Tía, come carne! Urkiya:

- Sólo probaré, - y probó la carne del tamaño de un  pétalo. Después de la cena, al ponerle a Kazheken a dormir, Akbilek salió con Urkiya al patio, se quedaron a la ventana y empezaron a aconsejarse – cómo y dónde se debía recibir al invitado. Urkiya creía que primero debería llevarla a Akbilek a su casa, recibir al invitado allí, y ofrecerles comida a los jóvenes allí. Akbilek, sintiendo vergüenza de enfrentarse a su tío Amir, se refirió al hecho de que no podía dejar a los niños solos en casa, y se negó. Aunque Urkiya tenía razón en lo maravilloso que sería, ¡si se sentaran los dos, ella y su novio, a la luz de la lámpara, a un dastarján[36], y pudiera mirar a su cara! Se aconsejaban, convenían, y finalmente Akbilek, asegurándose que sus hermanos dormían profundamente, se comprometió a ir a la casa de su tío. No obstante, ¡no podría pasar una sesión de la noche en su casa!

Los niños tenían unos sueños, y Akbilek se puso el vestido y la camisola de novia, se perfumó y echó el chapan de seda sobre sus hombros, y pisando silenciosamente y abriendo suavemente la puerta,  franqueó el umbral con el temblor en sus rodillas.

La luna clara. La nieve brillaba como la plata. Las estrellas ardían. Entre las dos casas se podía ver claramente un sendero pisado. Aquel sendero fue como un camino que conducía al paraíso. Y parece, si caminaras por él te encontrarías frente a una puerta, detrás de la cual sería la más hermosa, la más dulce, la más feliz vida. Y con cada paso las puertas de la felicidad estaban más cerca. El corazón latía de un modo de ensordecedor. Urkiya salió a su encuentro.

-  ¿ Y dónde está el tío Amir?

-  En la antesala. Y a vosotros os voy a acomodar en la habitación lejana. ¡Oh, Alláh, ah! ¿Acaso tendrá suerte Akbilek de sentarse a su lado hoy?

Urkiya abrió la puerta. Si se metiera con la lámpara a una persona que durmiera en la oscuridad, aquel, por supuesto, al despertar se cerraría de una mecha apenas centelleante. ¡Pero allí la luz como si saliera a chorros de las puertas del paraíso! Akbilek se quedó como arrojada atrás, se hizo tímida, vaciló bajando los ojos.

-  ¡Entra, cariño, entra!

No se podía verle. Pero toda la habitación estaba llena de su presencia. Akbilek, agarrándose de la mano de su tía, entró haciendo los pasitos pequeños, acompañada por el susurro de su vestido.

¡Vio que lo todo alrededor de Bekbolat brillaba como en los rayos de la madrugada! Akbilek se sentó aparte. Hasta no podía lanzarle una sola mirada, miraba al suelo. 

- ¿Cómo estás, hermanita? – Akbergn la saludó primero.

-  Acción de gracias... - Casi no podía mover sus labios Akbilek.

Permaneció el silencio.

- ¡Te deseamos conocer en la vida todas las cosas buenas que hubieron dado de lado a vuestra madre! Todo está en manos de Dios, sólo podemos someternos a su voluntad. ¡Que lo todo vuestro se arregle rápidamente como deba! - Akbergn expresó sus condolencias y deseo, y miró a Bekbolat.

Bekbolat se quedó silencioso.

Akbilek se secó los ojos con un pañuelo de seda arrugado. Bekbolat permanecía callado mirando a un lado.

En aquel momento, apareció Urkiya con un plato de carne y lo puso sobre el mantel extendido delante de los queridos invitados. Lavaron las manos con el agua de su cántaro. En el plato estaba una mitad de cordero - una decena de las partes más significativas, entre ellas – carne de costillar - un obsequio que se servía sólo para un novio.

Akbilek no podía sentarse más alto y más cerca al novio. Le parecía que alguien ya estaba deshecho entre ellos. Y llegó a un punto muerto casi en la puerta. Akbergúen sacó su
cuchillo y miró de interrogación a Bekbolat “¿Puedo cortar?” Aquel asintió con la cabeza.  

- ¡Para casamentero, por favor! - Akbergn dijo deseando entregar primero la cabeza de cordero, chamuscada y completamente cocida hasta la gelatina, al tío que estaba en otra habitación.

- ¡Oybai, comed vosotros mismos, queridos! El novio debe comer el primero, y luego - ¡vamos a ver! - Urkiya protestó.

Sin embargo, al ver que Bekbolat se negaba como un tartamudeo, llevó la cabeza a su marido, pellizcó un pedazo para él y la regresó a su lugar. Los cuatro se sentaron alrededor del mantel y empezaron a comer. Urkiya, mirando a Akbilek, repetía:

- ¡Querida! ¡Acércate! ¿Por qué estás tan avergonzada delante de Bekbolat. No está otra persona aquí que sea más cerca que él. El alma canta, mi querida, ¿no es así? Así canta, tan feliz, ¿verdad?

Akbilek tímida y humildemente se balanceó, como si moviéndose, pero ni siquiera se acercó a la carne apetitosa de cordero, mi a Bekbolat deseado.  

- ¡Así es como vosotros debéis sentar, lado al lado! No hay ninguno de los mayores, a los que debéis avergonzar de sus sentimientos – les estimuló también Akberguén.

Al darse cuenta de que aquellos dos no les dejarían en paz, Akbilek se movió más, y con tanta fuerza que el borde del dobladillo de su chapan bordado tocó la rodilla de Bekbolat.

"Tomad, comed" - ¿qué más decir a dastarján? El silencio era entendido: al empezar a comer la carne, se hacían callados incluso tales habladores como Aldeke, qué se podía exigir de Bekbolat llegado en secreto y estaba ocultando. Todos era muy decente, educado, atento, infiltrado con el respeto profundo a un compañero de mesa, ¡qué más! ¿Probablemente has pensado que comían carne? Te equivocas, todos ellos comían algo conocido como "satisfacción". Este plato es extraño: no tienes hambre, no estás golpeado y ocultas la vergüenza, pero estás satisfecho. 

Bekbolat con un borde de su ojo estaba mirando a su novia. Vio que Akbilek se hubo hecho aún más hermosa, la torpeza de niña hubo desaparecido, los hombros se hubieron redondeado, estaba iluminada toda. Su corazón se latía jactanciosamente, la sonrisa se escondía bajo el bigote, ¡qué prometida tenía! Akbilek estaba un poco tímida, con las mejillas enrojecidas. Además, estaba confundida por el hecho de que sus dedos le recordaban las manos del Bigote Negro, y qué más – sólo vergüenza. Los recuerdos desgarradores de los días pasados en el desfiladero la inquietaban como las moscas importunas en otoño. Claramente, Bekbolat no podía nada sospecharlos. "¿Si lo podría sentir? "- inquietada, Akbilek inclinó hacia atrás y miró a Bekbolat, alisando un mechón; sus ojos se encontraron. Los ojos de Bekbolat decían: "Te quiero sólo a ti". Incluso en la oscuridad en los ojos curiosos se podía adivinar la ternura inapagable que desmayaba. Y los ojos de Akbilek respondían: "Y yo estoy dispuesta a darse toda a ti".  Y cómo en sus pupilas negras no se estallaría un fuego de amor, como una chispa de un golpe de eslabón con sílex. Y la luz de amor inapagable les  rellenó a ambos...

Después de la cena Urkiya llevó a los novios a la puerta y les mandó a paseo con sus rimas. Les quedaba sólo llegar a la casa de Akbilek que estaba en lo profundo de la oscuridad. Pero antes de que los amantes fueran a los cobertizos, sus piernas empezaron a entrelazarse. No podían hacer un paso, se pusieron a pie de pie. La palma del amante se puso a la cintura de la amante. Con la llamada Akbilek echó la cabeza hacia atrás, la luma completa brillaba al máximo. "¡Si quieres besar, besa!" - decían, sonriendo, las estrellas del cielo. Y cuando los bigotes similares a láminas, tocaron sus labios melosos... No, no somos capaces de describir el panorama mejor que el poeta Abai:

 

 

Aire caliente, los hombros tocando, amortecimiento de los dedos,

un deseo no claro, un centelleo de las caras,

los besos silenciosos, un éxtasis...

 

 

¿De qué hablaban los dos amantes, ardiendo de pasión, en la cama estrecha, en qué convencían uno a la otra? No escribimos nosotros - hasta el amanecer ellos estaban susurrando: "shu-shu", aquel susurro era la pluma, escribiendo una novela; un mar de sentimientos era la tinta; el cielo de acaricias era el papel ...

Pero no vamos a aguzar el oído, como las viejas comensales, para entender aquel susurro en la habitación oscura. Luego preguntadles vosotros mismos lo que cuchicheaban, si lo digan. Fuera lo que fuera allí, pero al amanecer Bekbolat ya estaba en la silla. Akbilek estaba cerca de estribo, envuelta en su chapan y deseándole buen viaje.               y - h

Después del breve encuentro con Bekbolat, la angustia empezó a perder la agudeza dañina. Era claro: lo que importaba en aquel momento era más importante que lo importante. Sólo pensaba en lo que había en su vida, y que sería. Soñaba con una vuelta pronta de Bekbolat, sin él la vida perdía sus colores, todo se hacía blanco y negro... Despediéndose, ella, avergonzada, no pudo decirselo.

En uno de los días ella sintió el mareo... En el corazón se anidó la ansiedad, y no había más. Tenía la tentación de probar los huevos de aves. Fue sorprendida con sí misma. ¿De veras le pasaba lo todo de las embarazadas? Urkiya lo hubo oído de las mujeres emparazadas y le había relatado de sus sabores extraños. Todo – el estar acostado en la cama, y su conducta cambiada - indicaba que Akbilek estaba llevando a término. Después de una noche con Bekbolat habían pasado sólo cinco días. Akbilek se quejó de su malestar a Urkiya, aquella confirmó su conjetura:

- Me temo, querida, que te has quedado embarazada.

- Déjalo, tía. ¿Cómo he podido quedarme embarazada?

- Quién sabe.

- Pero, sólo acaba de ocurrir...

- Cómo pueda saber yo...

- ¿Acaso se revela de inmediato?

-  Debe pasar más que un mes.

-  Entonces, aquello ocurrió antes...     

- Si es así, no te librarás de la deshonra...

Con cada día Akbilek se hacía más convencida de
su embarazo. Y la
s cañas de sus botas se le hicieron estrechas, y el vientre se redondeó... Nuevas experiencias, nuevos sufrimientos. Es que no estaba casada. Y no podía decir a nadie que había estado con su novio. Además, cómo pudiera mirar, si sería de él ... y qué debería hacer ella... Los secretos con su tía se multiplicaron. Comenzaron a buscar una manera de deshacerse del feto. Urkiya empezó a preguntar a diferentes ancianas medio muertas sobre cómo provocar un aborto. Aquello fue
posible debido a un fuerte espanto,
una caída, un movimiento brusco. Urkiya trató de asustar a Akbilek, saltando frente a ella desde un rincón oscuro: "Al!", la obligaba saltar, brincar, le empujaba el vientre. Sin beneficio alguno. Akbilek sólo perdió completamente el apetito. Debilidad en las piernas y vómitos se aumentaron. Todo había seguido siendo de aquella manera hasta el momento cuando Urkiya fijo:        

- ¡Sabes, lucero mío, eh! Me parece que yo también estoy embarazada. Ahora odio el sabor de la cebolla cocida, me marea, me vuelva del revés ... Y los olores ...

- ¡De qué te preocupas! Quieres tener un bebé... Quieres reírte de mí, es poco para mí... – contestó Akbilek.

-  ¡Qué dices, querida, eh! ¡Acaso lo haría!

Realmente Urkiya no inventó nada. Estaba sentada entre las mujeres que cosían. Ella misma cosía, pero de repente saltó y corrió a la antesala, donde vomitó. Las mujeres corrieron detrás de ella y allí se quedaron contentas: vemos que estás embarazada por fin. Dios es misericordioso.

-   ¿Se ve? - sólo preguntó.

-  Dios mostrará su misericordia. Entonces, ¿acaso será tan difícil? – las compañeras aseguraron dulcemente a la mujer agotada.

Le desearon dar a luz de una forma agradable, y no tardaron en extender por todo el aúl y, además, por toda la provincia, la noticia de que Urkiya estaba embarazada. Las mujeres que eran un poco más benévolas decían: "Que le cumpla, a la pobrecita", pero los envidiosos de la casa de Mamirbai pronunciaban: "Sí, antes nuestro perro dará a luz a cachorros que Urkiya partirá". Aunque extendían diferentes rumores, no retiraban ojos de ella. Miraban o no, pero su vientre se hizo sobresaliente al cabo de un mes o dos meses.  

 

 

 

 

Empezando de algún momento, el aksakal dejó de bajar de la silla. Preocupaciones, asuntos, viajes a los aules, reuniones. Además, era indecente para el aksakal ocultarse de la gente, con el aire de un viudo inconsolable, sobre todo cuando entre los familiares los litigios y disputas no sólo no habían cesado, sino... como si el diablo echó su mano, ¡ya que estaban sucediendo tales cosas a su alrededor! Además, sería imposible mantener su autoridad, si no estuviera constantemente preocupado por su valor, si no expresara su opinión, no declarara allí: la verdad no es vuestra, sino de Dios. De lo contrario, ¿quién te seguiría llamar "aksakal?" Por aquello Mamekén fue obligado a salir.

Qué misión llevaba a cabo – quién sabía, aquella vez acompañado por un hombre pequeño que tenía el apodo Plantilla, se fue al aúl de bai Abén. La gente no iba a aquel aúl si no tenía una buena razón. Y aquel viaje de aksakal, obviamente, no fue ocasional. Antes de salir, llamó al barbero de aúl para que le arreglara la barba hasta un estado conveniente, y luego pidió a Akbilek que le diera una camisa limpia. En el bolsillo de su chaqueta en el pecho puso un pañuelo perfumado doblado ocho veces. Y le obligó a  un criado, que le limpiara las botas sin escatimar la saliva. Akbilek no había visto tales preparaciones ya muy largo tiempo, y supuso que su padre iba a visitar un lugar muy importante. 

El aúl del bai Abén Matai estaba a treinta verstás. La gente de estepa solía pasar aquella distancia poco a poco, haciendo escalas en camino y alojándose en las casas de sus parientes y conocidos, llegaban en seis días. Pero el aksakal Mamirbai no era así, no se arrastraría como un carnero castrado. Recorrió a caballo todo el camino hasta el aúl invernal de Abén, donde no había estado, por lo menos, unos dos años, en un día.

Las casas del invernadero de Abén, pared a pared, estaban construidas en la quebrada con un manantial bullendo. Alrededor de la fuente estaban los arbustos. Alrededor de los arbustos se encontraba el bosque, el acceso a la quebrada era colinoso, y después de la quebrada y el bosque estaban las más altas montañas blancas. Entre las montículos se encontraba el lago de junco. La larga casa de Abén estaba situada justo después del manantial. Y allí se pegó la vivienda de su pariente jodzha Satái – una casa de techo plano que estaba aparte.

Mamirbai pasó el manantial y se acercó al poste de bai, que estaba vallada a la ronza. En las construcciones reinaba la tranquilidad, justo al lado de la amplia entrada estaba el redil, capaz de acomodar en su interior no menos que quinientos caballos. En las construcciones que se extendían como un muro continuo, en el lado sombreado habían unas cuantas puertas. Todas ellas llevaban a los establos separados para las ovejas y terneras. Bajo el techo habían los caballos. Un ala solar era la vivienda de los propietarios. Allí estaban las habitaciones del mismo bai, habitaciones aparte para sus dos esposas. Los hijos casados también estaban separados. Habían también las habitaciones para huéspedes, los rincones para trabajadores y sirvientes, cocina y cocina de verano, un cuarto frío para el almacenamiento de la carne...

Los accesos a los graneros estaban bien barridos. Dos caballos con los pies, enredados con la cuerda, paseaban en el redil. 

Aksakal, al atar su caballo a un poste, dio una golpeada con el látigo en la caña de su bota, y expectorando, se dirigió a la puerta baja que llevaba a la mansión de bai. Sumergido en sus emociones penosas y, además, cargado de la mucosidad que estaba en su laringe, el aksakal de una figura grande entró en el pasillo increíblemente espacioso, que tenía las paredes lisas, y se quedó inmóvil, sorprendido como un muchacho. Y los ojos de Plantilla, que le seguía sin retrasar y no había entrado nunca en tal edificio, sobresalieron como las bolas, y él se quedó boquiabierto. Podrían quedarse allí con bocas abiertas, sorprendidos, sin saber a cuál de las numerosas puertas tendrían que meterse, pero un jóven de los trabajadores salió de una puerta, les saludó y les invitó a seguirlo. El aksakal entró en la sala de estar, chirriando con la puerta abierta frente a ellos por el umbral. Tan pronto como él se sentó en el banco, el sirviente corrió hacia él, se inclinó y le quitó vivamente sus botas. Plantilla se quedó inmóvil, como una marmota de la estepa, a la distancia allí. ¡Es posible que para las botas fue encontrado un armario de zapatos del tamaño casi de una habitación! Los pisos de la casa eran intencionalmente de un nivel más que en el pasillo, eran de madera. El techo estaba estucado y blanqueado. Cerca de la puerta el tablaje era desnudo, perfectamente cepillado y ajustado, en la profundidad de la habitación las tablas ya estaban cubiertas con fieltros, alfombras y mantas. Entre dos ventanas en la pared lejana estaba colgado un  ventilador. Plantilla pensó: ¿es un molino, o qué? En el nicho cerca del horno holandés se permanecía un hurgón forjado, y debajo de la puerta del horno brillaba un perol de cobre. Sobre el lugar de honor - el toré – pendían una alfombra roja de oraciones y dos toallas para ablución.  

A Mamirbai le alojaron en la central de las tres habitaciones para invitados. La habitación izquierda ya estaba demasiado poblada. Se oían las voces indistintos. 

Caía la noche. El joven sirviente encendió siete lámparas, llevó tres sillas de patas largas de abedul pulido tallado y las colocó en el centro de la habitación. Al desaparecer, vino un poco más tarde con las palabras:

- El bai va.

El anciano se enderezó, se aclaró la garganta, arregló su chaleco, adoptó una postura digna a un cortesano, y se congeló. El bai entró. El aksakal saltó vivo y corrió a saludarle alargando sus manos. El bai pronunció algunas palabras benévolas a voz apenas oída .

Su Excelencia el bai Abén era un hombre de chipé. ¡Un águila! Enderezado, su barba roja estaba peinada por sus mejillas, los bigotes eran como sables, narigudo, un labio sobresaliente, cejos fruncidos, su mirada en la cara blanca era implacable. Su postura  parecía a la postura de batir[37] de los remotos tiempos gloriosos. Junto a él, el aksakal Mamirbai ya no parecía un aksakal, sino un emborronador.

El bai de pie estiró sus piernas, una tras otra, a su criado. Aquel le quitó las botas muy cautelosamente y deslizó con sus palmas los pantalones arrugados de pana. Metiendo su palma entre las manos extendidas de Mamirbai, el bai pasó a su lado y se sentó en la piel elaborada suavemente de cabra negra. 

-  ¿Cómo estás? - sólo preguntó.

El aksakal, a su vez, comenzó a preguntar al bai por su salud, su familia, sus seres queridos, sus numerosas y difíciles preocupaciones por los laicos. A todas las preguntas aquel contestó brevemente:

- Alabado sea Alláh.

Permanecieron callados. Sin embargo, el bai descendió y agregó:

-  ¡Que usted alcance su gracia!

- ¡Que así sea! se alegró el aksakal. Bai ordenó a su criado:

-  Llame a las personas de aquella habitación.

Le ordenó, y algunas personas no tardaron en llegar. Según la frase dirigida al aksakal: "Siéntese más cerca", aquel comprendió lo que era el invitado más honorable, y se dió importancia.

Entre los invitados estaban el juez Imambai, Aldekei, Musirali. Los otros dos eran sus amigos. Según aquel mismo orden ellos se sentaron, más abajo que el aksakal.  

Mientras los invitados se saludaban, ante ellos  extendieron el mantel, vertieron los montones de baursakos, en dos lugares pusieron los platos  blancos con mantequilla en pastillas de oro, y llevaron un enorme samovar amarillo. A ambos lados del samovar se sentaron dos sirvientes y comenzaron a verter el té en las tazas rojas de porcelana, alineada en la bandeja negra. Existe su propio orden en el verter el té: algún aspaviento se excluía completamente, la bebida en cada tazón correspondía al nivel y la calidad determinados de . Cada de los tazones tenía su dirección y no se enfrentaba al otro en una bandeja bajo el pitorro del samovar, o navegando en el aire, encima del dastarn. Las manos de los que vertían té, estaban a la vista, a ver: limpios, trabajadores y abiertos, como lo debía sera los que estaban sentados a la cabeza de la mesa, les sirvieron el té espeso, de color del oro oscuro, el crema para ellos fue de una fuente especial, y los que estaban sentados debajo de Musirali, tuvieron el azulado que recordaba el tomar en Semipalátinsk. Allí no estaban los mercachifles pequeños, nadie trataba de inflar. Ante los de Musirali, los baursakos estuvieron puestos de vez en cuando, y fue difícil de alcanzar la mantequilla. Al notar como nuestro Plantilla perseguía los baursakos como un lobo hambriento, ordenó:

-  Enviad a aquel borde. 

Mamirbai lanzó una mirada pesada, llena de reproche,  a su hombre: "¿Eres tú quien ha emprendido la caza de baursakos, el vientre insaciable?" Aquello tuvo un efecto: los baursakos como ovejas al pastor, han tomado un respiro.

Mientras tomaban té, hablaban de diferentes temas. En aquel momento cuando el aksakal limpiaba el primer sudor de su frente con un pañuelo doblado,  el bai dió la vuelta a la taza, dejando claro que ya había terminado con el tomar té. Los demás no tenían nada que hacer sino seguir su ejemplo.

Retiraron los platos, el mantel se quedó vacío. Lanzando las miradas al bai que estaba sentado estrechamente a la manera kazaja, ninguno de los invitados se atrevió a estirar con alivio las piernas. No podían tomar libertades. Sólo Aldekei no tenía la fuerza para renunciar a su debilidad - sacó un cuerno negro con nasvai del bolsillo. El bai hizo un gesto, y el criado puso la salivera, con la arena seca en la parte inferior, frente a Aldekei. Una vasija semejante fue puesta frente al bai. Pero tal gente como Plantilla tuviera que escupir la saliva, que acumulaba, a la dirección del viento, si tuviera la idea de poner nasvai detrás de su labio.  

Aldekei empezó a verter nasvai, golpeando un poco con el borde de cuerno a la palma. Musirali empezó a balancear impaciente como un búho cuando veía a un ratón, y tendió la mano al cuerno. Aldekei lo miró con indiferencia, sacudió la cabeza y cerró la tabaquera con todo el ancho de la palma. Musirali se puso avergonzado, pero no cesó:

-  Un poco, un poco ...

-  Ponte el suyo, - cortó Aldekei.

-  ¡Dame, te digo! - Musirali empezó a insistir y le tiró la rodilla al poseedor del veneno anheloso.  

Allí intervino, sonriendo, el bai:

- ¿Por qno te deja en paz Musirali? – le preguntó a Aldekei.

-  No tengo ni idea por qué a este perro se le ha caído la baba, - Aldekei dijo lo más severo posible, pero no pudo contener la sonrisa.

Aunque Musirali vivió hasta el cabello cano, era estúpido, y normalmente Aldekei, compadeciendo, no le hacía nervioso a su coetáneo. El bai lo sabía, pero no le bastaba ver sólo una escena cómica, por lo tanto, comenzó a pinchar a Musirali. Y él no entendía nada. Aldekei personalmente tuvo que cumplir el capricho del bai, estiró el cuello y dijo: 

- Una vez nuestro Musirali vendía diferentes cositas entre los nogayos...

La sociedad respetable sonrió, dispuesta a reír a carcajadas.

- Y en aquel entonces él ya era el consuegro de   Boquete. Boquete era un hombre taciturno: una vez dicho, como cortado. Y entonces Musirali encontró al otro compañero para hablar – a Isabai que trabajaba de intérprete para los kalmikos. Bueno, lo notó y le dijo en broma a Boquete: “¡Parece que su consuegro no le nota!” Boquete, al poner una buena porción de nasvai detrás del labio, les respondió: "Se puede ver a dos batires en un campo de batalla, a dos oradores - en los debates, a dos Mulláhs – en las oraciones, a dos perros – cerca de las sobras. ¿Qué le queda hacer a pobrecito Musirali, si no tener amistad con el intérprete, a pesar de que aquel ladra en el idioma de los kalmikos, pero entiende también el ladrido del otro, lo que no hacemos nosotros. Es toda la clave".

La sociedad respetable rió.

- ¡Bueno, uh, vaya, eh! ¡Qué dice...! Pero, ¿quién eres tú? - comenzó a excusarse el enrojecido Musirali, pero Aldekei, interrumpiéndole, ha empezado un cuento nuevo:

- En la antigüedad, un kan bueno llegó a visitar a un kan malo.  Sin pensar mucho, el kan malo, le preguntó a su invitado: "Eh, kan, ¿si se hacen embarazadas sus mujeres? ¿Si abunda el ganado suyo la tierra con estiércol? Sentada en una sala contigua, la esposa de kan empezó a tirar de la cuerda atada a su pierna. Al kan malo no le dejaba otra cosa, sino que ir a su esposa. El kan malo tuvo un visir sabio. Sorprendido con el comportamiento del kan malo, el kan bueno preguntó a su visir: "¿Por qué el kan se ha ido? ¿Y qué significan sus palabras?" El Visir le contestó: " Cuando el kan le ha preguntado del embarazo de las mujeres, él quería conocer el número de población de su gente, y cuando se interesó de la abundancia de los heces de su ganado, quería saber sobre la prosperidad de su pueblo. Y él nos ha dejado, porque decidió que usted está incapaz de comprender su lenguaje". Y cuando el kan bueno se marchó, el kan malo preguntó a su visir: "¿Qué ha dicho de mí el kan bueno?" Su visir le respondió: "Él le ha hecho elogios". Entonces el kan malo dijo: "Uh-eh, ¡qué lástima! ¡Han tirado de la cuerda muy temprano, podría decir algo más sabio!" Entiendan y compadezcan a nuestro Musirali, no es su culpa que dice tonterías. Su mujer tiene culpa, porque está perezosa.  

- ¿Qué tiene que ver mi mujer aquí? No es más inteligente que yo...

- Es más inteligente o no, yo no lo sé. Pero ella ha tenido pereza y no ha llegado contigo, por eso no hay nadie para tirar de la cuerda a tiempo.

La sociedad respetable otra vez empezó a reír a carcajadas. Era así o no, pero Musirali, ya purpúreo, gritó:

- ¡Qué buena cabeza ha encontrado!

Sin embargo, Aldekei allí tampoco permitió a su amigo desarrollar un ataque tan audaz:

- Tuve que oír como el conocido a ustedes Slambek decidió a meterse con clérigo - jodzha Zhanabil, también conocido a todos ustedes. Slambek dijo lo siguiente: "El imam... Dicen que se discutía una pregunta en una reunión del alto parlamento, y durante su discurso uno de los mulláhs sabios Jodzha Bajauddín pronunció la palabra de las Tablas Celestiales de la manera siguiente: Zulzhalal!" Lo decidió corregir el otro sabio, Taptazani: "No es correcto decir "zulzhalal", más correctamente es "zalzhalal". Bajauddín comenzó a discutir con él: ¡"zulzhalal" está correcto!, aquello lo ofendió y él propuso: “Miremos cómo la palabra se escribe en la misma al-Lauj al-Maj-fuz” Miramos y vimos que: "zulzhalal". Entonces Taptazani: murmuró: "¡Oh Dios! ¡Después de todo, "zalzhalal"! Bueno, ¿corregirlo ahora, o  qué hacer?" Y Dios le contestó: "Tienes razón, por supuesto: "zalzhalal".  Pero este Bajauddín es uno de mis esclavos más fieles, y yo no quería ponerlo en una posición incómoda, por eso corregí en las Tablas zalzhalal por zulzhalal". Pues, respóndame, jodzha: ¿si es posible que Dios sea capaz de engañar? Jodzha Zhanabil respondió a Slambek lo siguiente: "Cuando murió el grandilocuente Kazibek Kaz Dausti, se le acercó el santo Bek Misik y tres veces le tocó el cuerpo con su bordón. Iba a hacerlo la cuarta vez, pero entonces alguien lo agarró por el brazo: "¿Estás loco?" Entonces el santo Bek Misik dijo: "¡No deberías parar mi mano, eh! Ahora la sabiduría de Kazibek pasará sólo a sus tres generaciones. Por desgracia, nuestro Slambek, aunque es un descendiente de Kazibek Kaz dausti, pero nació mucho más tarde que aquellas generaciones, marcadas con el bordón. No es una buena cabeza, como yo, por supuesto, pero tampoco es un tonto. Y a nuestro abuelo el bordón le tocó también, le tocó sólo la cabeza y con todas sus fuerzas, hasta el punto de que su hijo y su nieto han nacido sin cerebro en absoluto...

La sociedad respetable reventó de risa.

Jetudo, sucio, pésimo en los asuntos del partido, principalmente a causa de su continua venalidad, Musirali es una figura ideal para las burlas. Él vino a casa del bai para pedirle que le haga a su consuegro devolver la nuera escapada a su hijo, un tonto además.

Después de burlarse de Musirali, el bai se hizo más alegre y con un gesto le ordenó a un joven moreno coger la domra. Aquel músico tonto representó como un kazajo y un uzbeko volvían a la misma canción, y con aquello le hizo reír el público aún más. Después, otra vez según la señal del bai, el idiota cogió los rincones de su chapan, y agitando los faldones, soplando mejillas y con los labios sobresalientes comenzó a representar al pájaro. Voló más cerca a los que estaban sentados más abajo que los todos, daba vueltas y se arrojaba sobre ellos. De repente mostró encima de Musirali lo que colgaba entre las piernas de los machos. Bueno, todos se ahogaron de risa. El idiota desapareció y volvió vestido de mujer rusa. Aquella "mujer" empezó a coquetear con cada uno, diciendo tonterías en ruso, mostraba el culo, presionó la bolsa ocultada bajo el dobladillo y se puso a echar a chorros el agua a los invitados. Y otra vez, más fue a los que estaban sentados cerca de la puerta, y Musirali, por supuesto, fue el que fue rociado más abundante con “el jugo de la mujer”. Los aksakales que estaban sentados a la cabecera de la fiesta sólo eludieron “el bautismo de la mujer” a la distancia, incapaces de reír y decir una palabra.

Mientras se divertían con las bromas y dichos, las partes más deliciosas del potro de grasa, que estaban en el caldero de la capacidad de cinco cubos, casi estaban preparadas. La criada le susurró algo al oído del bai, y él se fue a su cuarto. Los invitados salieron para airearse: "Sí, ah, muy divertido, ¡ah!" – hicieron aguas, permanecieron de pie, discutieron el tiempo y volvieron a casa. Lavaron ligeramente las manos y se enjuagaron las bocas.

Sirvieron la carne – hasta los topes; estaba claro que la mitad se quedaría sin bocas. Sin embargo, no iban a enviarla a los vecinos - enteramente trabajadores del bai – aquel orden fue establecido en la casa del bai. Extendiendo la mano al plato con la carne con los vapores elevados, Aldekei dijo casi ronroneando: “Cómo Ishán Toktar decía: ¡Hay de todo – para comer, para tener el honor y, además, para sentarse con una chica!” Seguía charlando con su lengua, pero empujaba a su bocaza los más jugosos pedazos, no menos que los otros que sumergían los dedos en la grasa, cogiendo la carne. Tal vez no tenía que chupar tanto los dedos manchados con grasa, pero nada se podía hacer allí - que fue permitido a un glotón, no fue permitido a un hablador del banquete. Lo más importante fue lo que Aldekei supo expresar el entusiasmo general incluso con la boca llena, usando la frase complicada:  Aldekey artificial, incluso con la boca para expresar el entusiasmo general: "Qué puedo decir: si es un bai, significa que es un bai". Sus amigos de mesa, masticando, resoplando, lo apoyaron: "¡No se puede comparar! ¡Sí, Dios le dió" ¡Sí... Dios le dio!

 

 

 

El caballo castrado tiene el pelo raro de la cola, si lo partes en dos – resultarán dos varillas. Tiene aspecto de un chamuscado. Por eso o no, siempre está con la cabeza abatida. Y la naturaleza no le había dotado un lomo terso a la bestia. Si estás un poco con la boca abierta, aflojando el tirar de las riendas, el castrado inmediatamente se sienta y saca sus labios a cualquiera pajita, hasta que salga del muladar. El castrado está huesudo, pero mientras tanto el vientre se comba considerablemente entre sus delgadas, como los palos, piernas. Si le dan de comer, o no, - todo está en vano: tiene sólo la piel y los huesos. Parece que en sus venas corre la sangre fría, meta su hocico en algo y dormita. Al ver su aspecto abatido, la gente pensaba que el pobrecito siempre estaba con la carga sobre su espalda. Al mismo castrado no le importa qué abatido parece. Lo más importante es mover los cascos, pero, ¿qué debe hacer, si su dueño está en él, y el dueño tiene el rebaño que obligatoriamente quiere desbandarse? Un paso sin prisa tras un paso lento – y no te deslizarás. Sea el hielo, o sea el barro. Y el pastor en la espalda de su caballo castrado está como pegado. El caballo ni siquiera recuerda cuántos años no han bajado de él. Como ha olvidado que antes, ya hace mucho, también fue un potrillo y pastaba libremente en una manada.

Si le golpeas con látigo al castrado, es como un lamer para él, le ha dejado huellas el hábito de recibir obligatoriamente una porción de golpes en el culo del seguido jinete. Pero un puñetazo en el hocico - es de las mujeres y los niños. ¡Y no pasea dondequiera que sea! Y le gustaba pasear detrás de los cobertizos y setos, encontrar un tallo en la maleza y masticarlo. Y sucedía que iba Dios sabe dónde. Si le dejas tambalear desasosegado, no sale a los ojos de nadie con su postura ni trote, y se puede no pagar impuesto por él. A veces, le haces que se mueva más rápido – su vientre está haciendo gluglú, y estás a punto de romperte tú mismo por la mitad. Parece que va a un paso regular, pero a la persona que se sienta en él, no se le parece agradable. En vez de hacer gluglú con todas las entrañas suyas, sería mejor  traquear en un carro jorobado. Si ensillas una vaca una vez – vas a pasar toda tu vida detrás de las colas de las vacas.

Se conoce el peor deseo: que tengas una mujer perezosa, un caballo castrado bajo la silla y un cuchillo embotado. Sin embargo, el castrado vivía la vida suya. Tal vez fue su asombrosa vitalidad que atrajo a los pastores a él, no iríamos a adivinar, pero hasta ahora ha seguido ir bajo la silla, como lo hacía antes.  

Y no vale la pena dar de calabazas por qué hemos pintado tanto a un caballo castrado. Hay una razón para esto, y muy importante. Como se sabe, los huéspedes del bai Abén se sientan a dastarján, tomando té. Precisamente en este momento el ignorante Koyteke, subiendo al caballo castrado, se fue a la estepa cubierta de nieve en busca de los camellos.

Seguimos hablando y hablando sobre el caballo castrado, pero sin embargo hay algo de los caballos castrados en los seres humanos. Juzgad vosotros mismos. De repente, el aúl de la ganadería hereditaria ha dado a los ovejeros la confianza de pastar un rebaño de camellos, y aquellos al decidir que los camellos no se perderán si están solos, se han arrastrado detrás de los carneros desgranados, y ahora: ¿dónde están los camellos, dónde están los ovejeros? Por la noche, han reunido para aconsejarse, cómo pueden encontrar a los camellos.  de mantener, ya que rastrean los camellos. Han decidido enviar a alguien hábil en un caballo de carreras para recorrer el barrio. Entonces, han sentado a Koyteke en el caballo castrado.

¿Me preguntáis, quién es Koyteke? Es un huérfano. Su padre, desde su adolescencia hasta la muerte había pastado aquellos rebaños, su madre ordelaba las vacas del bai. Desde la edad de nueve hasta doce años Koyteke había criado cabras; y cuando le cumplieron los trece años empezó a pastar las vacas. Los pastores mantenían a aquel joven ingenuo para que fuera un chico de los recados: correr a más no poder. Sin duda, Koyteke sufría bastante, pero él era un hombrecillo aplicado, y además sabía que si no obedeciera, le cascarían los nueces de los pastores mayores, por lo que se apresuraba a un lado y al otro como debía.

Bajo el culo flaco de Koyteke estaba un trozo de fieltro y debajo del fieltro – el lomo huesado del caballo castrado. En su mano tenía un látigo de cuerda con un anillo en el mango de látigo. Estaba vestido de la zamarra que iba cuesta abajo, calzado de cuero agujereado. Le gustaría encontrar los camellos lo más pronto posible, paloteaba y golpeaba la grupa del castrado con el látigo. Pero el caballo castrado era brava caña de pescar, los golpes de látigo le eran como un paseo de piojos. ¡Tal era nuestro caballo castrado, eh!

"¡Oh, bestia! ¡Así que!.. ¡En la oreja!.. ¡Bestia perruna!"- gritaba Koyteke y golpeaba al animal en la cabeza y el cuello, tratando de acelerar su movimiento, por lo menos un poco. Pero el caballo castrado, hocico abajo, seguía moviendo igual por sí mismo: dos pasos – un gluglú con el bazo, dos pasos - un gluglú con el hígado. Qué le importaba el chico que estaba revoloteando en él: a ver, cómo golpeaba, se enfadaba y maldecía, y sin poder más le daba pellizcos... El castrado seguía sin pestañear. Al contraerse, Koyteke se sudó completamente, los brazos y las piernas colgando en un agotamiento total. Y hasta en aquel tiempo su insistencia no le abandonaba. Y por fin, después de haber llegado a un montículo, a la distancia vio unas cinco peludas motas negras. Allá dirigió al castrado, volviendo a golpearlo en la nuca y en los ojos. Pero el caballo no se aceleró. Koyteke se quedó con el resto del mango de látigo en su mano, pues rompió el látigo con golpear el lomo huesudo. Bajó del caballo castrado y comenzó a buscar la desprendida cuerda del látigo.  Buscaba en una parte y observaba la otra, pero, ¿acaso se podría encontrar una cuerda deshilachada entre las hierbas secas?

Con la pérdida del látigo llegó una nueva era para Koyteke y para el caballo castrado. El triunfo de la bestia con rabón se estableció finalmente en ella. Los intentados importunos a sus costados nudosos quedaron en pasado. Durante mucho tiempo su piel no estaría en contacto con un sujeto revoloteando como mosca. Pero para Koyteke estallaron los tiempos difíciles. No se podría golpear el cuerpo del caballo con el resto del látigo, un golpe sería de nada. Mientras tanto, el caballo castrado empezaba a mover más lento por la estepa desigual. A aquella velocidad no se podría llegar a aquellos cinco siluetas oscuras que se veían. Y el ignorante pateaba en el lomo del caballo, y le golpeaba con las piernas, y le gritaba, y lo blasfemaba, se enojaba, todo fue en vano: el castrado se hizo el sordo. Tuvo que ir a pie. Se apresuraba tanto que no se dio cuenta de la noche negra comenzó a absorber inevitablemente todo el espacio alrededor.

Koyteke subía por el montículo a las montañas oscuras y luego rodaba por la colina. Caminaba difícil, pero trataba de alargar el paso como podía. El calzado cosido aproximadamente no estaban firme en sus pies, las plantas se deslizaron como en las piedras heladas. Y aún así, sin parar, caminaba, trepaba y seguía caminando más lejos. Pareció sudar. Se quitó el gorro gastado y lo llevó en su mano, desató el cinturón de abrigo fino. Aquel paseo fue lo que necesitaba, le calentó adecuadamente, todo el cuerpo le picaba, en la aparecían las gotas punzantes de sudor. Al sentir que toda la cabeza se hizo mojada, volvió a poner su malajái viejo. Se arrastraba de aquel manera, moviendo las piernas, mientras que el alma sobrevivía, nada se podía hacer. Empezó a ventiscar. Bueno, su cabeza no captó nada que las piernas tenían que ir Dios sabía cuanto; no se perdió, no se desvió. No tan pronto, oh, no tan pronto en absoluto, pero chocó con el hocico que le extend con su largo cuello. Chilló por la sorpresa: "¡Fuera, jeta, un choke!"

"¿De dónde ha venido este?" - los camellos se preocuparon, pero al ver que se enfrentaban simplemente a un hombrecillo que iba a pie, salpicaron con asombro y burlas: "¡izh-izh! " - y volviendo atrás los cuellos, empezaron a alejarse, alarmados por el crujido de la zamarra vieja de Koyteke. Tuvo que agruparlos en un montón, no fue bien que no había el líder entre los camellos. ¡Perros con cuellos largo! Al alcanzar y empezar a volver a un jorobado – el otro ya se alejó; torturaron tanto al hombrecillo que apenas mantenía el espíritu. Derribó el rebaño y lo condujo: "¡Malditos sean,  bestias perrunas!" Se debía confesar que él tuvo los motivos para el tratamiento tan cruel con los camellos.

Volviendo, Koyteke sólo en aquel momento se dió cuenta de aquel camino que había recorrido, los pies fueron derribados, sangrado, cada paso era un dolor. Oscuridad, ventisco. Pero no había otra opción más que seguir cojeando, tratando de no perder el calzado mientras subía. No le esperaba la escala, pero los pies estaban congelados y golpeaban como la madera. Hielo subía desde los pies por todo el cuerpo...

Estremeciéndose y dentellando, Koyteke arreaba a los camellos al aúl.

En aquel momento, la sociedad respetable comía en exceso la carne grasa en la casa cálida del bai, burlaba de Musirali, y el idiota corría vestido de una mujer pipona, interpretando sus escenas vulgares, y los invitados, descargándose debajo de los aleros, alabando al bai: "Sí, Dios le dio!"

Koyteke llevó a los camellos, entró, helado hasta la médula, en un cuarto trasero maloliente. El pastor en lugar de compadecerle:”¡Te has helado, pobrecito, eh!” le empezó a gritar:

- ¿Dónde está el caballo castrado?

Koyteke, restregando su rostro blanqueado, más blanco que el blanco, con los dedos indoblegables, a penas pudo contestar a través de la tos: 

- Se ha quedado... allí.

- ¡Maldito gualdrapero! ¿Por qué lo has dejado? Y si los lobos lo comen, ¿qué vas a hacer? - comenzó a rugir el pastor, azotándole con las palabras. 

Koyteke sólo jadeaba en respuesta, desesperadamente intentando calentarse por lo menos un poco, se caía a pedazos.

Afila lo duro con una afiladera, enrolla lo blando con la palma – es una verdad simple, al parecer. Sin embargo, fue seguida sólo por su pobre madre que llegó a su hijo:

- ¿Koyteke? ¿Has comido? ¿Por qué estás acostado? Al oír sólo el lloriqueo silencioso y el rollo de los dientes, su madre se apresuró a acostarse junto a su hijo y lo abrazó tan suavemente como pudo. 

Su hijo metió la cara en su pecho y lloró con convulsas. "¡Pobre, pobre de ti, pobre, pobrecito mío! "- se lamentó, estremeciéndose la madre.

Koyteke no se levantó más.

Una semana más tarde, cuatro trabajadores cavaron una tumba en uno de los cuatro rincones de la vieja sepultura y enterraron el cuerpo del pobrecito pequeño al amanecer.  

 

 

 

 

Al salir al patio por la mañana, el aksakal Mamirbai encontró al bai Abén cuando aquel estaba de pie, vestido del abrigo de piel de caracul con los botones de plata, y se apresuró a acercarse para apretarle la mano.  El bai observaba como los tres de sus hombres se dedicaban al caballo moro. Una herradura se desprendió, por eso lo estaban herrando de nuevo. Al saludarle, Mamirbai se situó al lado del bai se interesó:

- ¿Se ha desprendido la herradura?

El bai, sin apartar los ojos de los cascos del garañón, emitió sólo un sonido:

- ¡E! .. significaba: ¿acaso no ves?

Uno de los dzhiguites mantenía una oreja y la brida del caballo, el otro tomaba su pierna doblada, y el tercero - el maestro - retiraba los restos de los clavos del casco. Quería retirar uno de los clavos con un martillo, pero el bai no se lo permitió:

- No vale así. Tíralo con alicates.

El clavo estaba en profundidad, pero fue retirado fácilmente con alicates.

- En la habitación grande, en el último cajón del armario, en la caja blanca hay los clavos para herraduras. ¡Va a pedir seis clavos a la dueña! - ordenó el bai a uno de los chicos.

No tuvieron tiempo para abrir y cerrar los ojos, tan pronto regresó el dzhiguit. Cuando empezaron a poner los clavos nuevos, el garañón empezó a contraerse, girando en su lugar. El bai, cansado de los desmanotados, finalmente se vio obligado a  tomar el asunto en sus propias manos, se inclinó al casco y señalaba:

- ¡No roces la articulación! ¡No martilles recto, pon el clavo en diagonal!

Sin pensar en contradecir al bai, el herrero con las manos finas lo hizo así. Los otros dos retenían al garañón, acariciando su cuello y grupa: "Párate, mi mascota, párate!" - trataban de calmarlo. El caballo herrado empezó a cocear con los cascos, se levantó. “¡Cuidado! ¡Mira con tus ojos! "- se calentaba el bai. Mientras la gente estaba agitándose a su alrededor, el caballo se libró de las ataduras.

-  ¡Por qué lo has desatado,  tonto! – el bai le gritó al joven que mantenía las piernas del garañón.  

El dzhgit sacudió la lengua con fastidio y se lanzó bajo las patas del caballo:

- La cuerda se ha roto.

- ¿Qué cuerda es? ¡Vamos, enséñame!

El bai miró el trozo que le ofreció y le gritó:

¿Qué cuerda es? ¡Qué asco! ¡No es nuestro ronzal!

El trabajador que mantenía la cabeza del garañón excitado explicó que la cuerda correcta había sido usada para el estaco con lazo, y aquella era la cuerda de los pastores:

- ¿Y dónde está el lazo del estaco? ¿Por qué no han quitado el lazo del estaco? ¿Por qué no está todo en su lugar?   

Le dijeron que los manaderos habían llevado consigo el estaco para capturar a los caballos. El bai no se calmó y siguió preguntando:

-  ¿Quién ha atado el ronzal al estaco?               -

Le dijeron el nombre. - ¡Hijo de puta!

Al darse cuenta de que a aquel hijo de puta ya no había vida, los jóvenes se hicieron silenciosos. Todo el mundo era consciente de que aquella era la forma de expresarse el bai en un momento de la ira superior, lo que suponía las más graves consecuencias.

Una vez el bai tuvo el placer de estar enojado, Mamirbai se apresuró a retirarse a casa, del mal cuanto más lejos mejor. Desapareció y pensó que aquello era demasiado mezquino para el bai a cuya boca miraba un montón de gente: enojarse de repente a causa de una cuerda. "¡Qué tipo exigente!" - pensó, sorprendido con lo que estaba mirando cada clavo.

Sin embargo, no tenemos que buscar defectos en el carácter del bai Abén Matayin. Él siempre sabía y sabe qué hacer, y todos los caprichos suyos es una parte de sus méritos, y no son de poca profundidad.

El bai Abén es conocido a todos, se podría decir - es famoso, mientras que si necesita entender o aprender algo, sabe ser un estudiante de alguien que sabe más que él, es igual a los de su igual, y a los de abajo – es un jefe indiscutible. Sabe cómo dar hábilmente, y en secreto tomar, y castigar rigurosamente. No existe tal intriga, que no esté confiada a él, porque él es un hombre astuto. No existen tales personas importantes entre los rusos, ni entre los kazajos, que podrían engañarle, chasquear. Si se pone a cortejar a una persona importante, lo hace con tal entusiasmo, generosidad y rigidez, que sin duda traerá a una locura. Y aquella persona va a firmar y estar de acuerdo con lo todo. En este caso, nunca solicita nada de forma abierta, pero construye la conversación de tal manera que el rondado le ofrecerá todo lo necesario. En cuanto a las pequeñas peticiones, el bai ordena a expresarlos a sus favoritos. Para eso ellos han sido criados y enseñados para usar sus propias frases:  “Por el bienestar de la gente... Por los kazajos ... Por los huérfanos, los ancianos enfermos...” han sido domados hasta la cortesía irresistible, capacidad para poner el aceite fino. Es que no conviene al bai preocuparse de las cosas mezquinas. Él da una orden breve: "Se debe hacerlo de esta manera, se debe decirselo de esa manera", – y es todo. Todo el mundo, ya sea un juez con sus asuntos judiciales o un empleado de vólost, con sus papeles de leguleyo, trató de entregarle, lo más pronto posible,  su información perfeccionada, medida y calentada, poner ante él “un plato preparado”. Y entonces  el bai decide, si se puede usarlo o es necesario freír más.  

Después del desayuno, la gente especialmente cercana salió a pasear y hablar individualmente con Mamirbai o con el juez Imanbai. Al cabo de dos o tres horas llegaron a una decisión común, que consistía en lo siguiente:

1.            Mamirbai rescinde el contrato de matrimonio; el rescate pagado por Akbilek, será devuelto al consuegro, porque ahora es nuestro enemigo. Akbilek ya no se considera la novia de Bekbolat, debe encontrar otro lugar.

2.            Imanbai tiene que separar a la viuda Oric, con sus dos hijos, retirarla de su aúl y venderla a Mamirbai por seis vacas o caballos. Un anival debe ser trasladado al bai Abén para que lo maten en invierno, como agradecimiento.

3.            El ganado del rescate por la viuda debe estar repartido. Una mitad del ganado y dos niños – a los parientes que se encuentren. La segunda mitad del ganado – que esté repartida entre sus benefactores.

4.            El abusador del aksakal Mamirbai - Mukash - será castigado por el mismo bai (cuál es el castigo, será decidido más tarde).

Por lo tanto, el tiempo pasado desde la noche anterior, no había sido gastado en vano, todo encontró su solución. ¡Al bai, le había dado por Dios mismo! Suele decir: "Si Dios da – coge que puedes".

En vano los kazajos, comiendo un cordero sacrificial, desean que los juramentos de los consuegros sean eternos. ¿De qué eternidad se trata, si simplemente se puede negarse de un consuegro? Pero todavía seguirán jurando y deseando, porque los juramentos y deseos suenan con belleza y con sinceridad.

Y adelante. La separación de la madre y los niños. Los que tienen ánimos, aún van a indignarse: "Las lágrimas de los huérfanos, las lágrimas de las viudas... Se necesita justicia... Es un pecado, de hecho... Dios existe..." Decidme, por la causa de Alláh, de qué es culpable la viuda Oric? ¿Por qué deben sufrir sus dos hijos lejos de la madre? ¿Por qué murió Koyteke, de forma absurda, hasta la ofensa? ¿Por qué deben separarse Akbilek y Bekbolat, apenas haber tocado el crema del amor verdadero?

¿Dónde está la verdad? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está la humanidad? ¿Dónde está Dios? ¿Dónde está el castigo de Dios?

Elejid, almas inocentes. El lobo no piensa.

El padre de Plantilla, quien acompañaba al aksakal Mamirbai en su viaje a la casa del bai, fue famoso con lo que pastaba las ovejas, y tuvo el nombre adecuado, el del perro - Itayak. Y su padre se llamaba Bakirash. Pero nadie sabía el nombre del padre de Bakirash. Por eso se consideraba que Plantilla es un hombre de nada.

Plantilla es un hombrecito moreno, con unos cuantos pelos en la barbilla, los brazos y las piernas son como palos, según su naturaleza es un trapo. Pastaba los caballos, forrajeaba, traía un samovar y no se metía en una conversación de la gente decente mientras esperaban cuando les trajeran la carne. Tiene unos cuarenta años, pero es un soltera todavía. La razón es simple. Holgazaneaba entre las mujeres en la cocina, por eso en el aúl se extendió la gloria de él como de una mujer.

Al volver ellos del aúl de Abén, Urkiya y otras  mujeres comenzaron a preguntar a Plantilla:

- ¿Qué hacía allí el dueño? ¿De qué hablaron? Plantilla comenzó a contar en detalle sobre lo que servían las carnes grasas, por Kazi – a cuatro dedos, pero tan mucho, que no podían comerlo. Luego, con todas las detalles relató de la ridícula "mujer panzuda". Las mujeres no pudieron soportar más y de inmediato comenzaron a regañarlo:

- ¡Aquí está un trapo! ¡Águila! ¿Te preguntamos de la mujer panzuda, o qué?

- ¿Qué queréis de mí? Yo digo lo que vi... - Plantilla se confusó, cubriendo su cabeza, por si acaso.

No salió nada con Plantilla. Comenzaron a mirar al dueño. Juzgando por su voz satisfecha y animosa, les daba la impresión de que seguramente realizó un gran asunto. Y ya al día siguiente se descubr que el aksakal se iba a casarse de nuevo, de que anunció a los respetables hombres invitados del aúl. Los parientes expresaron alegría y desearon todo lo mejor. Le dieron a entender que ellos mismos ya habían querido decírselo, pero no había ninguna oportunidad.

¿Sería posible ocultar de las mujeres lo que habían oído los hombres? Aquella conversación llegó también a los oídos de Akbilek, que no estaba nada entre la gente. De inmediato le preocupó que el padre ni siquiera esperaba el aniversario de la muerte de la madre. Pero, ¿cómo se podría oponer a su padre! Comenzó a consolarse con la idea de que todo se explicaba con la atención a los huérfanos, que la casa estaba sin una dueña... ojalá una persona decente fuera una nueva esposa. Aunque... de todos modos: la madre no volvería, ¿Por qué debía preocuparse tanto? Además, cuando su propio dolor estaba en el corazón, ¿qué le importaba cuándo y con quién iba a casarse su padre?

Menos de una semana había pasado desde la fecha de aquella noticia, cuando llegaron cinco parientes lejanos de la viuda Oric para recibir el rescate.  Los encabezaba el mismo juez Imanbai. Mataron una oveja, comieron el plato de los colores negro y blanco, típico para aquella ceremonia, "kuiruk-baur," que simbolizaba mucho, hay que decir. El día siguiente, se fueron a sus casas, llevando consigo tres vacas, un garañón a un año de edad y un camello. Y Mamirbai envió a Amir con sus tres amigos y a su hijo Kazheken para llevar la mujer. Dos días más tarde, por la noche del tercer día, a Akbilek le llevaron a su nueva madre.

Las mujeres del aúl limpiaron la casa, barrieron todos los rincones, limpiaron las alfombras, prepararon la sasha  - las pequeñas cosas sabrosas,  salieron a su encuentro, la llevaron a la casa, acompañaron a la habitación superior y con los deseos: "Que una gran felicidad le acompañe" la cubrieron con las monedas y los dulces secos.

A la madrastra le propusieron sentarse junto a Akbilek. Se sentó con firmeza, como si nunca se había levantado desde aquel punto. Sarah se acomodó en las rodillas de Akbilek, el padre estaba sentado con los hombres en el lugar de honor. Las mujeres, cogiendo a sus niños consigo, llenaron la casa.

Akbilek echó un vistazo a su nueva madre. Resultó que aquella era una mujer morena con una mirada directa de los párpados finos y las cejas curvadas, la nariz corta; estaba sentada, engolletándose, con el aspecto provocador, como si pensaba constantemente en algo fuera del alcance de los demás. El corazón de Akbilek se hizo frío. Sarah se escondió detrás de Akbilek y se pasmó en una posición incómoda, como una cabrita con ojos saltones. Kazheken volvió con una mirada perdida, sin abrir la boca, en silencio se quitó la zamarra, pasó a su padre y se colocó delante de él. El aksakal echó una mirada a los hijos. Era desconocido qué corrió en su mente, pero él les ordenó:

-  ¡No pataleen aquí, fuera!

Bueno, ¿cómo podrían guardar silencio las mujeres? No les convenía contradecir al dueño, se dirigieron a la pequeña Sarah:

-                                                   Esta tía... querida, ha venido para ser tu madre!
¡Ven a ella!  

 

Después de oír lo dicho, la madre adoptiva personalmente entregó la mano a la niña y le dijo:

- Ven acá.

Sarah se encogió, saltó a un lado y se escondió detrás de la espalda de Akbilek. Las mujeres hablaron con comprensión todas a la vez:

- ¿Cómo no se podría entender a la pequeña? ¡Se ha quedado huérfana! – y lanzaron miradas a Mamirbai.

Mamirbai guardó silencio. Entonces las mujeres empezaron a sondear a su vecina recién aparecida, hablando con ella:

- Es tímida... porque es una niña... Pero le importunará tanto con las caricias, que no la desprendería de sí misma.

Una de las ancianas ya sea por piedad a Sara, ya sea por el olvido que no había venido para llorar a la muerta, derramó algunas lágrimas, apretando el pañuelo a los ojos:

-  E-eh, la voluntad de Dios es para todo, ¡ah!

Se necesita tiempo para habituarse en la casa organizada a una persona ajena, a quién no conocían antes, hasta no oían nada. Si se habitúe o no – no se puede prever. Pero puede también poner bajo su mando a todos los antiguos miembros del hogar. Las mujeres del aúl no tenían en cuenta aquella filosofía: inmediatamente decidieron que amansarían con mucha facilidad a la recién llegada. Sarah claro que no quería aproximarse a la nueva madre, y parecía que aquella tampoco se apresuraba para mostrar sus sentimientos de ternura. Si aunque ella misma se aproximara a Sarah, la cara ofendida de Sarah demostraba que sin duda afianzaría el pie, no cesaría, no soltaría los labios.

La ofensa llenaba los ojos de viuda Oric, cuando ella lanzaba su mirada al aksakal, que parecía decir: "¿Por qué, un cabrón viejo, me has privado de mis hijos, de todo lo adquirido, el suelo natal donde todo era muy bueno y agradable para mí? ¿Y qué ha llegado en cambio - esta barba torcida?" Y las mujeres locales no le cayeron bien: "¡Vaya, qué ojos  codiciosos, crueles tienen todas ellos! Han clavado en mí, como si estén listos para llevarme de la vida". Y pensó: "Tengo que estar más amable con ellas. Con qué empezarán, qué agarrarán: qué trozo, qué mano?"

Después de lanzar sus emociones debidas el primer día, las mujeres del aúl comenzaron a irse poco a poco. Se quedaron unos hombres y un par de las vecinas más cercanas. Y las que habían marchado a sus casas, estaban discutiendo el fenómeno de la nuera usada.

Una dijo:

- Sus ojos son malos, como los de una pagana. No, no habrá un buen fin.

La otra contestó:

- No ha abierto sus labios. Tal vez, es una escandalosa.  La siguiente añadió:

- ¡Mira, cómo es! Ha fruncido las cejas. En seguida se ve qué pajarito es.  Pero no es un gran pajarito, sino un malo, al parecer.

Empezaron a comparar con la muerta:

- Ni siquiera se puede comparar... Una memoria preclara de ella... Cuando pensaron en lo que sería con los hijos, dijeron:

-  Ah, esta no es buena para la madre, una hembra sin corazón. Las mujeres también notaron que ninguno de su familia encontró tiempo para acompañar a Oric con el debido respeto a su nuevo hogar.

- ¿Y qué se finge?

Urkiya servía té y llevando un tazón para Oric, observaba atentamente cada su movimiento. Aquella, con el aire imperturbable, arrimando las rodillas, empezó a tomar té, volviendo de espaldas a todos los presentes. Aquello no le gustó a Urkiya. Y quisiera tanto decir: "Acabas de cruzar el umbral.  Podrías, querida, no fingirse algo y volver la cara a la gente presente, no permanecer sentada de costado". Y no le acudía el pensamiento de que delante de ella estaba la mujer que recientemente había sufrido la muerte de su marido, separada de sus dos hijos. ¡Cómo podría permanecer sentada una mujer que llevaba luto - sólo de costado, que le permitan acostumbrarse! Pero Urkiya se imaginaba que una cuñada flamante debería tratar de complacer a todos, avergonzada, debería ofrecerse para servir té. Al menos, debería vigilar y observar cuyo tazón estuviera vacío, debería poner más cerca un plato con mantequilla, y además, limpiar con un trapo... ¡Pero nunca se sabía cuántas preocupaciones podría tener una dueña recién llevada!

Al llegar el momento cuando todos los invitados se habían ido, las vecinas empezaron a hacer la cama para los recién casados. Una matrona de edad madura se puso a ahuecar el colchón de pluma de la madre de Akbilek, alisarla y acariciar. Akbilek ya no era capaz de soportar: al instante su sangre se hirvió de rabia. "¿Acaso es verdad qué una tía desagradable se acostaría en las almohadas de su querida madre? ¡Pero mamá despreciaría limpiar sus pies con aquella mujer! Pero, ¿qué pasa con vosotros? ¡Una vez más enterráis a mi madre!" De todo lo visto se le hizo triste y doloroso en el corazón. Después de la profanación del lecho de su madre, Akbilek comenzó a sentir que aquella advenediza obligatoriamente atentaría contra su ropa, la  saquearía - no podría ser de otra manera. Y comprendió que un enemigo penetró debajo de su techo, el enemigo de su madre, el enemigo suyo. Antes de aquella noche ofensiva Akbilek se había acostado con dos hijos en la lejana habitación espaciosa, pero allí ya estaba una persona ajena, y Akbilek con sus hermanos se irían a dormir en la habitación de paso. El pensamiento de lo que aquella mujer ajena había empujado a toda la gente de sus camas conocidas y habituales, le escondió a su padre de los hijos, se hizo insoportable para Akbilek. Y la llevó a una línea clara: su padre ya estaba perdido para ella para siempre.

Durante largo tiempo Akbilek no era capaz de cerrar los ojos. Los pasos suaves de su padre en aquella habitación se le oían como el trote de un caballo en el hielo. Allí se acostaba, tosía... Se oía todo – los sonidos de los collares de aquella mujer, el fluir del agua de la jarra... Se cubrió  de cabeza con una manta - pero todos los sonidos seguían llegar a sus oídos. Antes, cuando su madre hubo estado durmiendo en aquella habitación, nada hubo perturbado su oído. Pero aquella vez, cada susurro, cada murmullo que se oía desde allí atraía involuntariamente su atención. ¿Qué estaba haciendo aquella mujer con su padre? ¿Para qué quería saber? ¿Para qué le interesaba? Porque ya no era una niña, y, probablemente, sabía lo que estaba pasando allí. ¿Acaso los viejos fueran capaces de hacerlo?

Siempre su padre era su padre, y nadie más. No podía imaginar que él, como todos los demás hombres... En su cabeza aparecieron los recuerdos de algunas posiciones extrañas dignas sólo a los animales sucios, algunos movimientos de los cuerpos... ¡Su padre, qué horror, ah! Le presentó a ella como un macho lujurioso, sin cualquiera avergüenza de nada y de nadie... Comenzó a echar aquellos cuadros fuera, pero los cuadros se reemplazaron por otros. Los que... le presentaron a ella en los brazos de el de Bigote Negro... después en los brazos de Bekbolat, y ella misma quiso estar acariciada por un hombre. Apasionadamente y an aquel mismo momento. Y, por extraño que pareciera, pero le apoderaron los celos verdaderos de una mujer hacia su padre que estaba en la cama con aquella mujer. Los deseos pegajosos y repugnantes no cesaron de estar como la mantequilla en sus  labios y senos... Ella sabía todo lo antinatural de ellos, sentía un profundo disgusto de sí misma, dando vueltas en la cama, sin saber cómo seguiría vivir así. Sin darse cuenta completa de las causas de la emoción de su feminidad, ella se quedó sin aliento, su corazón latía... se agotó hasta la pérdida de la conciencia, hasta que finalmente cayó en sueño se desmayó.

Por la mañana la madre recién aparecida se levantó intencionalmente antes que los otros, y comenzó a pasar de ida y vuelta: con los estallido sonoros hizo la cama, se fue para coger una palangana para las necesidades conocidas suyas y las de su marido, buscaba una toalla, llevó la palangana fuera, y hacía todo aquello con fuerza, estrépito, escaparatismo. Durante el tomar té ella ya no se sentó al lado de Akbilek, sino se colocó en el lugar de la madre, al lado de su padre. Se sentó en una manta doblada cuatro veces. Akbilek con sus hermanos estaban al otro lado de la mesa. Su padre estaba a la cabecera de la mesa, como antes. Sin embargo, la expresión de su rostro no demostraba si aprobara aquellos desplazamientos. A Akbilek no le gustaba nada: su manera de sentarse y levantarse, y lo que de inmediato empezó a dárselas de la dueña de casa, colocándose seguramente a la mano de su padre. Sin querer tratarse de "mamá" con ella, Akbilek no decidió cómo tenía que llamar a aquella su tía. Por otro lado, cómo no debía llamarla se madre si ella se había hecho la esposa del padre de su familia. Al parecer, tendría que para hacer el favor a... no, a aquella no... claro, a su padre. Le gustara o no, pero el mundo creía que aquel matrimonio era una cosa muy normal, por lo tanto, ella debía creerlo también. No podría estar de algún otro modo, en aquel momento Akbilek no podría oponer algo ni a alguien. Pues, aquella fue la situación. Y aquello fue también un consuelo para Akbilek.

Resultó que Oric era una mujer trabajadora: en caliente, atado el cinturón y las mangas enrolladas, se metió en la producción de los embutidos de caballo, no permitiendo a las mujeres apropriar la grasa interna, que un día antes recibían las trabajadores pobre. Lo mismo ocurrió con los recortes inservibles, los tendones y venas, ordenó a poner lo todo, incluso el bazo y la laringe, en la artesa de los dueños:

- ¡Llevad todo acá! – ordenaba ella, hinchando la nariz.

Las mujeres se miraron una a otra, y acompañando a Oric con las miradas desdeñosas, avanzaban los labios - ¡Qué glotona loca! Pero, ¿qué es ella?

Por mucho que harían las trabajadoras – Oric estaba allí observando fíjamente cómo abrían en canales, qué pieza iba y adónde, cómo lavaban los intestinos y con qué la carne los rellenaban. Sin embargo, la más fija fuera la mirada de Oric, mientras observaba el trabajo de las mujeres, el más frecuente fuera el caso cuando las mujeres comenzaron robar, incluso lo que no hubieron intentado robar antes por su conciencia. 

Todo se cambió, y los pastores, y los criados – les presionó y hiumilló a todos, con medidas, revisiones, otras revisiones, inspeccionando cada bolsa, agitando cada dobladillo. Lo consideraba necesario. Empezó a hacer la cuenta de cada brazo, cada miga. Oric introdujo innovaciones en la recepción de huéspedes. Antes en los días de la matanza de invierno la dueña ya muerta invitaba a toda la gente del aúl, le daba de comer lo sabroso generosamente hasta tope, aquel año no sucedió nada parecido. Aquella fue la causa de las direcciones diferentes de Oric y el aúl. Y pronto las nuevas enemigas de Oric comenzaron a comunicarse con Akbilek. Akbilek trató de solicitar por dos o tres vecinas privadas de algunas cosas:

- Madre, ¿qué está haciendo? Ellas solían llevarnos estas cosas.

- ¡Mantiénete fuera del negocio de la patrona! ¡Preocúpate de lo suyo! – cortó ella y se alejó.

Y el aúl dictaminó su opinión sarcástica sobre Oric: "¡Sin ella, una mendiga, la casa no fuera rica, eh! ¡Que se haga rico Mamirbai! "

Todo aquello provocó la mayor aversión de Akbilek a su madrastra, en su alma se acumulaban los agravios complicados. Una vez Sarah le pidió a su madrastra un caramelo, pero ella le negó. Qué la impulsó a un acto tan impensable – no era entendido. La chica seguía pidiendo, y Oric se puso a gritar:

- ¿Hasta cuándo seguirás gimiendo aquí? ¡Mira qué eres! – y le dio a la chica un golpe en la nuca.

Sarah se echó a llorar y corrió a su hermana mayor. Akbilek no dijo nada. Pronto la madrastra empujó muy fuertemente a Sarah, sin ninguna razón, pero diciendo que la niña había manchado la alfombra pequeña con sus pies. Sarah comenzó a llorar de nuevo. Y una vez más Akbilek guardó silencio. Un día después Kazheken tocó ocasionalmente un lámpara. La lámpara cayó, desmoronándose de vidrio. Oric le golpeó en el hombro y no se limitó con decir:

- ¡Un torpe! ¡Que el diablo te lleve! ¿Han caído tus ojos, bobo de Coria? ¡Peste! - Y siguió, maldiciendo y diciendo las más  terribles palabras al joven.

Entonces Akbilek, que no había oído aquellas maldiciones terribles antes, se encolerizó y no pudo soportar:

- ¿Qué ha pasado?¿Qué ha hecho? Cómo puede maldecir tanto a un niño... ¿No le da vergüenza delante de los vecinos?

Oric la interrumpió inmediatamente con su grito:

- "Cállate, bruja! ¿Qué te importa? ¡Por qué has intervenido! Piensas, si no es mi hijo propio... ¡Tengo derecho no sólo maldecir, sino tirarlo en el fuego, y no hay persona que me pueda parar! ¡No te atrevas a interceder aquí! ¡Pah!  ¡Anda, es su hermano! - y siguió maldiciendo.

- ¡Oh, ah, eh! ¡Es una pena, ya sabe! Dirán, la esposa de ese hombre... - Akbilek trató de decir algo más.

Oric empezó a chillar más que antes:

- Entonces, ¿y qué es que soy su mujer? ¿Qué pasa – le deshonro, busco diversiones en alguna otra parte? ¿O le estoy engañando? ¡Gracias a Dios, mi brazo derecho está limpio, la boca es como un dedal! Y si estoy aquí, es no por mi voluntad, sino por la voluntad de Dios. Pero, ¿qué te imaginas de ti misma, arrastrada y llevada. ¡Dios me salvó, no me permitió ser como tú, la puta para los rusos, Dios no lo quiera! – y la endolaba tanto, que si entrara un perro blanco en su boca – saldría negro.

Akbilek enmudeció, empezó a llorar y corrió lejos de ella. Rugidos en tres corrientes, se fue a casa de Urkiya, cogiendo la mano de Sarah. La tía Urkiya abrazó a las hermanas, se puso a acariciar su cabello y compadecerles.

- ¡Déjalo, querida! Bueno, vamos, déjalo por fin. Bueno, ¿para qué has metido con esta peste? ¿Qué ha visto ella, excepto barro e inmundicia? - trataba de calmar a sus sobrinas.

Pero Akbilek no oía nada, recordaba bien a su mamá muerta, maldecía su destino de huérfana, su deshonra, su desamparo, se dijo que su suerte era la siguiente: estar ofendida por todos, estar rechazada por la gente y el novio...

- ¡Infeliz, infeliz! ¿Hay alguien que sea más infeliz que yo? Sí, ¡estaría mejor que hubiera muerto que eso! – sufría un ataque en las manos de su tía.

Hechizada por las lágrimas sin cesar, Urkiya se echó a llorabar también. Y se pusieron a llorar juntas, agotándose, lloraron a lágrima viva.

Y por la noche, diciendo: "Si vuestro padre lo conoce, será violento", Urkiya llevó a Sarah y Akbilek, con sus clisos hinchados, a la casa de su padre.

¿Acaso no veía el padre cómo sufrían los niños y estaban ofendidos tanto por la suerte? Y si lo veía, probablemente se le hicieron indiferentes. Pudierais pensar vosotros, y tendríais cierto razón.  

¿Con qué frecuencia se puede encontrar a un hombre en su casa? En la mayoría de los casos, él está en los pastos, es que hay que vigilar mucho  a los pastores y el ganado. Especialmente tales dueños como Mamirbai, están más acostumbrados a pisar el pajar, los rincones de los cobertizos, los montones de estiércol que el suelo en casa. Y lo qué pasa con su esposa, qué tal los niños - no es tan importante, siguen viviendo de algún modo. En su casa hay una dueña, sí, está bien. Pero el dueño debe estar en medio de sus trabajadores. Porque todo debe ser realizado correctamente y a tiempo. Y para diferentes tipos de chismorrerías y riñas no hay tiempo, incluso bajo su propio techo. Y si por casualidad se dan cuenta de algo, fingen que no entienden o no adivinan. ¿Por qué? Porque creen que las palabras de sus mujeres y niños son las palabras vacías, sus quejas son algo insignificante. Ellos están seguros que "una mujer, después de ladrar, cerrará la boca, y los niños ya son los niños para llorar", ¡los pilares del hogar! Los hijos, que han crecido ya, les miran a ellos y les imitan. Está claro que Kazheken prefirió no meterse con su madrastra. Y Akbilek se dejó sola.

¡Oh, hermanas, ah! No crean a las promesas de los hombres en todo el mundo sublunar. ¡Os haréis entrar vosotros mismos en la esclavitud! ¡Oh, niños, ah! ¡Que vuestras madres no mueran hasta que crezcáis y os pongáis en pies! La tristeza fluirá junto con sangre inmadura en el corazón de un niño. ¡Oh, vástagos, jóvenes, ah! ¿Quién os dio los corazones calientes orgullosos? ¿Quién os amamantó, cuidó, acunó, besó tanto, cuidó y defendió? Mamá... Mamá... La mamá buena. Si somos capaces de amar, si tenemos una conciencia y vergüenza, entonces nosotros, los hijos, al recordar a nuestro padre una vez, tenemos que recordar a nuestra madre diez veces. ¡Hacemos una profunda inclinación a las madres que nos criaron! ¡Muchos años de la vida feliz para las madres! Que os cuidéis, niños...

Un día, al oír como Oric gritaba a los niños, el aksakal notó:

- ¡Mujer, ya es suficiente! ¿Cuál es la necesidad de seguir regañando a los niños?

Pero Oric como si no oyera la pregunta severa del dueño y no se callaba en la habitación contigua. "Pero, ¿qué dirá ahora?" - pensó Akbilek con la esperanza tímida y dirigió a su hermana menor, afligida por la madrastra y ahogada en sus lágrimas, al padre. Pero él sólo dijo:

- ¡Eh, mujer, ah! ¡Para qué lo haces!.. - Y se volvió de espaldas, continuando contar y volver a contar algo allí.

Francamente, a aksakal no le convenía enseñar a su esposa como debía. Ya era un hombre de edad, ella era unos dieciocho años menor que él - más que un mushel[38]. Encontraría la muerte, si, de repente, ella le diera un pego o simplemente golpeara. ¿Cómo podría ser agradable si en su vejez él sería golpeado por su propia mujer. Pero lo más importante fue lo que ella manejaba hábilmente toda la hacienda, era muy economizada que le daba el placer de ver. Entonces ¿para qué tenía que escandalizar con ella de naderías? Si no tuviera aquella mujer, ¿si se quedaría siendo su casa un hogar? Casarse significaba vivir y aumentar los bienes. Y, además, reñirse cada hora con su mujer también resultaría sentirse avergonzado delante de la gente.  Y el aksakal no tuvo nada que hacer, sino trasladar sus disgustos a Akbilek: "¿Acaso no entiende mi situación? ¿Acaso no me compadece? Podría quedarse sin enviar los hijos a mí, ¿qué pasaría? ¿Para qué me empuja a las agujas de una mujer? "

Después de aquella riña Oric decidió deshacerse de Akbilek y comenzó a llevar a cabo su aventura, sin posponerla. En cuanto se apagaban las luces, Oric comenzaba a susurrarle algo al aksakal, y parecía que él estaba de acuerdo con ella: "Eh... eh... eh..." La mayoría de aquella soplonería se refería a Akbilek. "Tu hija no considera que soy un ser humano. Si pasa algo, no traerá el agua. Indispone a los niños contra mí, como si yo fuera un enemigo para ellos", - levantaba calumnias a Akbilek, tratando de recordar todo y, por supuesto, diciendo embustes. A principios el aksakal se mantenía firme: "Deja! ¿Acaso es ella una niña tonta? Ella no puede portarse así", - pero, poco a poco, escuchando las historias sobre las intrigas de Akbilek, empezó a dudar y pensar: "¿Por qué una mujer sigue diciendo lo mismo? Así que hay aquí una especie de verdad".

 

 

 

 

La estepa desnuda se congeló bajo el manto blanco. No se puede pasear, ni levantarse, ni cantar. O pasa una tormenta con silbidos por encima de ella, o el frío penetrante hasta el hueso está crujiendo de vez en cuando, o la niebla blanquecina está vagando y balanceando flecos. Envuélvete más rápido, apresúrate al calor del hogar. Incluso los animales se escondieron en sus madrigueras. De mala gana, con un agudo gemido se han abierto las puertas. Una vez abierto el batiente de la puerta, dos carros de frío se rodarán en casa. Las terneras salen con lástima del establo, a los hocicos negros no les gustan agujetas de hielo. Al cruzar el umbral y respirar una vez, un hombre de cabello negro se transforma en un anciano con la barba canosa. Las mujeres y los niños no asoman las narices a la calle, se ven con menos frecuencia, excepto que salen para llevar agua. Los hombres están ocupados con el ganado. Tampoco abren las bocas. El invierno nevado es una bruja sombría, ha apretado cada vida y ha vociferado en el aullido de lobo. La vivienda de la gente sólo está ladrando en respuesta. Parece que el invierno se venga de un hombre, pero ¿por qué? ¡Dios lo sabe! Tiembla, como frente a un peor enemigo. La nieve... la nieve... la nieve está alrededor.

En un espacio cerrado y muy apretado de los días de invierno las mujeres no tienen nada que hacer, sólo espían y atraen una a otra con las señas misteriosas, y empiezan a chismear o blasfemar de todo corazón. En aquella ocupación Oric progresó rápidamente, y ¡¿cómo pudo en un mes o dos meses reunir a las chismosas más repugnantes en su alrededor?! Con Urkiya ella no pudo desde el principio, se metieron con el tema de noviazgo. ¿Y cómo percibió, cómo se dió  cuenta de que Urkiya era la que hubo empujado a Akbilek a una cita con su halcón? Sólo la aparición de Urkiya obligaba la boca de Oric burbujear intensamente con la saliva, silbando como una hembra de erizo. ¿Acaso es difícil para las mujeres encontrar una razón para una buena riña?

Un día Oric, mostrando los dientes como un perro se lanzó a Urkiya: "¡Astuta, perra, váyate fuera y no atrevas a acercarte a mi casa!" - y puso a empujarla fuera. La empujo. Urkiya le devolvió la pelota: paseando por el aúl, expuso públicamente lo que ella pensó en la cuñada viuda. Hubo la gente que compadeció de las quejas de Urkiya, también hubieron los que de inmediato corrieron a Oric. Por lo tanto el aul de Mamirbai se divid en dos fuertes partidos de las mujeres. La primera fue encabezada por Oric y formada en su mayoría de las mujeres vivas casi mendigando; la segunda consistió en una gran mayoría de las amas de casa que se habían levantado bajo las banderas de Urkiya y Akbilek. ¿Qué más harían las pobres, si no fueran las lameplatos frente al ama de casa del aksakal? Se arrastraron y, como les salía, fueron atraídas con la comida de la mesa de Mamirbai.

Si se llegó a los partidos, allí funcionaba el principio de la crueldad, y pusieron en la marcha las más impensables y terribles suposiciones y calumnias. Quitaron el pellejo a todos – desnudaron e iluminaron cada viruela, cada mancha. Incluso sacaron a la luz los secretos mezquinos que podrían estar ocultados aun bajo el abdomen de un piojo. Tan aplicadas de excavar las mujeres, por supuesto, no podían sin lograr saber del embarazo de Akbilek. Al oír aquella noticia, Oric se alegró tanto como si su ex marido hubiera vuelto a la vida y hubiera devuelto a sus propios hijos. Francamente, ante todo en este mundo no se quisiera ver personalmente cómo se pelearan dos mujeres. Si entre dos mujeres surgiera una pelea en pleno crecimiento, deberías tener cuidado: en medio de las plumas volando ya no hay lugar para vergüenza, ni conciencia, ni persona humana normal, las bocas son úlceras las almas son el hedor. Te tirarían tanto barro que te espantarías. Si una mujer va a picar, por ahí a escorpión se queda sólo apretar su cola. Mientras una mujer está viva, no perdona nada.

Una vez Oric supo que Akbilek llevaba a su bebé debajo del corazón, exclamó:

- ¡Ah! La veo gimiendo, jadeando, intenta acostarse de lado, pensé que estaba parecida a su madre... No hubo abotonado la camisola ... He aquí por qué siempre esta vestida de chapan...

Y luego a Oric le quedaba sólo acercarse a lo mejor posible a su hijastra. Oric se comportaba como si no recordara el mal, empezaba a hablar calurosamente con Akbilek, trataba de complacerla en todo lo que podía. Akbilek no entendía nada y sólo estaba sorprendida con los cambios que habían surgido en su madrastra.

Una vez Oric se dirigió con simpatía a Akbilek que estaba a punto de salir a la calle:

-  ¡Puedes resfriar el vientre, abotónate!

Akbilek se preguntó lo que era – una asechanza o una verdadera preocupación. Se metió más profundamente en su concha, estrelló las pestañas más triste y aisladamente y salió sin decir una sola palabra.

Otro incidente. Hurgando las cosas en el cofre, Oric chocó con el corte de santope doblado cuatro veces y se cortó la camisola con pliegues, no fallando a consultarse con Akbilek, como podía parecer. Lo cosió, pero no llevaba, sin cesar lanzar la mirada a la camisola de Akbilek:

-  Querida, tu camisola como si está cosida para mí. Vamos a ver cómo te sienta en la cintura, abotónala.

Akbilek finalmente se dio cuenta de que su madrastra obraba con astucia, y, quitándose la chaqueta, se la tiró con las palabras:

- ¿Por qué necesitas observar la camisola puesta en mí? Si quieres probar, pruébala tú misma.

Sin estar completamente segura de su sospecha, Oric se levantó al amanecer y se dirigió a la cama de Akbilek y levantó la manta. Al sentir que su vientre tocaron los dedos fríos de alguien, Akbilek se despertó asustada y gritó:

- Ah... ah... Qué... ¿Quién es? - Y saltó. Oric apresuró a tranquilizarla:

-  Te has descubierto, así que he arreglado la manta.

¡Todo está claro! ¡Aquí es una chica! ¡No hay duda ninguna,  las mujeres estaban hablando la verdad!

¿Por qué una mujer humillada y acorralada persigue con una furia increíble a la otra mujer no menos infeli que ella? ¿Qué robó Akbilek de Oric, qué la privó? Todo parece estar con ella, el rescate está pagado. ¿Qué? Lo que aquella había sido vendida, y la había comprado el padre de Akbilek, nadie más, separándola de sus dos hijos. Todo dentro de ella le dolía cuando veía a dos hijos menores del aksakal, mientras pensaba en sus hijos: "¿Qué pasa con ellos ahora?"

Un perro de presa descarga su cólera, rascando todo lo que sólo puede alcanzar, y a su pesar, Akbilek se encontró a mano de Oric.  

Pero no vamos a presentar a Oric como una infame enfurecida irremediablemente. Poco a poco las cosas caras del bai de las que se había hecho la poseedora,  cerraron de Oric las figuras pequeñas de sus hijos lejanos. Cuidar de tesoro, multiplicarlo se convirtió en un nuevo sentido apasionante de su vida. Día tras día la razón original para la venganza perdía su significado, y pronto la venganza de Oric se desprendió del mismo aksakal, y como un sentimiento autosuficiente se convirtió en un arte una ocupación para el alma, cuando había una hora libre. ¡Qué delicia es empujar a veces a una persona cayente! ¡Nada se puede comparar con este sentimiento, qué encanto!

Entre los animales, el hombre es una bestia. ¡Qué delicia experimenta una bestia de dos patas, al encontrar una víctima enredada! No la romperá inmediatamente, primero va a fanfarronear. Le gusta torturar participando en una bandada, para que lo vean, gocen del mal de otro, lo elogien: ¡cómo la has conquistado! Y luego va a pisotearla sin dejar ningún rastro en el suelo, con el tacón en su sincipucio. Es especialmente agradable castigar a una persona que con su vida pura y noble ha llamado la admiración exclusiva de toda la gente. Es tan difícil de soportar orgánicamente a esa gente, ¿no es así? Aceptadlo, ¿por qué estáis tan avergonzados? ¿Qué caramba? ¿Por qué una persona se presenta como un ser humano muy perfecto? Quiere mancharla hasta su propio estado, para que su víctima no tenga nada con que destacarse de su propia especie.

A finales del invierno, Oric, teniendo en cuenta que el aksakal se movió completamente a su lado y confiaba en ella más que nunca, decidió finalmente poner fin a Akbilek y le informó del embarazo de su hija. El aksakal se asustó tanto, como si hubiera visto a un oso que estaba sobre sus patas traseras y enseñaba los dientes frente a él:

-  ¡Ah! ¡Oh!.. Vamos... ¡Vamos! ¡Oh!.. ¡Oh!.. – pronunciaba solamente.

Bueno, ¡cómo podía eludirlo! La mujer le hizo a creer todas sus palabras, y al final, como si aquello no fuera suficiente, lo remató diciendo que ya había llegado el momento para dar a luz a un bebé. El aksakal se hizo confuso, trasudó por un resfriado y se contrajo. No bastaba que aún no había conseguido  deshacerse de la sensación de asco a su propia hija, que él había sentido desde el primer día de su regreso, y luego cayó una noticia así!

El otro día visitó la casa del bai Abén y una vez más confirmó que no casaría Akbilek con Bekbolat, y ya hubo visitado el aúl necesario y allí se puso de buen acuerdo con el consuegro nuevo. Sin embargo, no le siguió ningún otro paso de respuesta de aquel lugar. "No, no hay ninguna manera de quitársela, y no puedo dejarla aquí, es una carga" - pensó, y ya prefirió ni siquiera llamar el nombre de su hija. "Si consiguió quedarse embarazada, podría quitársela de aquel degenerado a tiempo. Él es de un ruso. Me da igual: de un ruso o de un kazajo, de todos modos es una vergüenza – ¡parir sin estar casada! - ¡Oídos que tal oyen! ¿Qué puede ser más vergonzoso?"- decía y escupía. ¡Santos, ah! ¿Cómo podía deshacerse de esta en aquel tiempo? ¿A dónde podría empujarla, para que no la vieran sus ojos? ¿Ahogan a tales personas, o qué? Golpear con piedras hasta la muerte - ¡sabrá que él siente! Atarle los brazos y piernas  - y al agua, ¡qué dirá entonces!

El alma del aksakal estaba desgarrada por la desesperación colérica, una comida no era la comida para él, permanecía sentado en el granero, la voluntad se desparramó como la arena, y a continuación, volvió su mujer y le dijo:

- ¡Tu hija tiene dolores de parto!

Los ojos de Mamirbai se inyectaron de sangre, y él gruñó: ¡Echa, échala... una peste! ¡Que se pierda, tronera!

¡No quiero verla, no quiero verla! - sólo pudo pronunciar.

Realmente, su grito no duró mucho, ¡pero qué grito fue! Durante el día un búho sería arrancada de una rama. Como aquel búho, Urkiya se precipito a Akbilek:

- ¡Te echa! ¡Te echa de casa! ¡Tu padre! ¡Levántate rápido! ¡Fuera! ¡Qué te vayas al tuyo! Hay testigos, le vieron llegando, le vieron marchando. ¿Qué podemos hacer contigo? ¡No nos mataremos!.. Nadie lavará tu placenta aquí.  

Es imposible expresar, cómo aquellas palabras resonaron en el corazón de Akbilek ya torturada y consumida. Sin embargo, ella se recompuso, y moviendo las piernas con dificultad y manteniendo el vientre con las manos, cojeó de su hogar.

La primavera mulló los montones de nieve con la pala de oro, la tierra debajo de ellos flotó por los charcos con el baturrillo de nieve. ¿A dónde vas? ¡Párate! Una noche habitual, los cabritos y corderos que se lanzaron a las tetas de su madre, estaban balando frenéticamente. Sus madres tampoco eran silenciosas, había que decir. ¡Un caos!   

Akbilek iba despacio en medio de aquella  gritería y desnevaba como la nieve en primavera, alcanzó a la valla, detrás de la cual Urkiya se agitaba en medio de sus ovejas.

-  ¡Oybai, ah! Pero, ¿a dónde vas? ¡Qué haces! ¡Tenemos la gente ajena en casa!

-  Si es así, tía, ¡llévame lejos, y allí ahógame, mátame! ¡De todos modos, estoy muerta! - Akbilek sollozó.

- Déjalo, no digas cosas tan malas, - la comenzó a calmar Urkiya, pero, ¿qué tenía que hacer?

Ella la tomó por el brazo y la llevó a la chabola torcida y aplastada de Escudilla, que estaba al lado. Las mujeres jóvenes llamaban Escudilla a la    anciana que vivía allí. Durante su vida había dado a luz a muchos niños, pero sólo uno de ellos sobrevivió, vivió hasta los años maduros. Y en aquel tiempo pastaba la manada de Mamirbai. Ella tenía la reputación de ser una anciana respetable y sincera, estaba sentada tranquilamente en su pequeña habitación, oscura como una tumba, cosía y bordaba las cintas en el fieltro, y tejía los hilos para todo el aúl. En su vivienda no habían buenas mantas, en el suelo de tierra estaba la estera de estipa y diferentes cachivaches. Urkiya la llevó a Akbilek a  aquella chabola y comenzó a explicar los eventos pasados a la oreja de la anciana.

- ¿Oybai-ih! Ahora, ¿qué se supone que debo hacer? - exclamó Escudilla y, encorvada, comenzó a construir, cerca de la estufa, una cama de una vieja estera, alfombras usadas y mantas rotas. Luego salió y volvió con los retazos de diferentes telas, empezó a coserlos y hacer  un trozo grande. Mientras tanto los dolores de parto de Akbilek o se calmaban, o se aumentaban, entonces no tuvo fuerzas para sentarse, no pudo acostarse, gemía y gritaba de una cara torcida.

- ¡Eh-eh, querida, ah! ¡Ten paciencia, que seas paciente! El fondo de la paciencia es oro puro, confía a Fatima, Santa Fatima, - mujer susurraba sus palábras mágicas, cubría de cenizas a la parturienta, la rocía con agua y seguía acariciándole el vientre. Cuando los dolores de parto se hicieron insoportables, Akbilek casi inaudible, con los dientes apretados, suplicó:

- ¡ Fatima, Santa Fatima! ¡No tortures mi alma!

Cuando Akbilek trató de deslizarse sobre el suelo descubierto, Urkiya la abrazaba detrás y la llevaba atrás. Pero la anciana la echaba:

- ¡Oybai, que estés a un lado! Si estas aquí girando, estarás acusada también. ¿Y si alguien te está buscando ya y entrará aquí? - y la acompaño fuera.

Los partos eran dolorosos y largos a Akbilek que era débil y nunca se molestaba con un trabajo duro.  Como si alguien estaba rompiendo con una sierra embotada la cintura y la parte inferior del vientre, o tiraba para romper, o retorcía y apretaba. Su cuerpo ardía insoportable y se hacía pedazos en llamas. En los momentos de los dolores de parto, cada su hueso dolía y desmenuzaba, todos los músculos y venas se rasgaban. Parecía que todas las torturas del mundo eran sólo un estornudo frente a su dolor.

No, nosotros, los hombres no sabemos lo que sufre una parturienta. Sólo podemos adivinar que no es en vano cuando las mujeres que están a punto de parir dicen que han hacho un paso a la tumba. Entre la vida y la muerte, viendo su alma casi volando lejos de ella, sólo piensa: "Antes muerta que sufrir tanto". Akbilek también, hundiendo en la tumba, agarrando con la mirada sólo una luz parpadeando de la lámpara descubierta en la penumbra jaspeada, pide y suplica la protección de Santa Fatima. En un momento la soga de asfixio en su cuello la levanta de nuevo, y ella repite gritando el nombre de la hija del Profeta, ¡eh, Fatima!.. Sólo la anciana estaba a su lado. A medianoche, cuando Akbilek sudorosa, y la vieja partera se quedaron completamente sin fuerzas, cuando el tiempo pasó a la eternidad, sonó el llorar victorioso de un bebé. Akbilek perdió el conocimiento...

...y cuando abrió los ojos, la anciana ya hubo logrado cortar el cordón umbilical y envolver al bebé en los trapos limpios, y rociarle la cara pequeña, y estaba vigilando su vida muy corta. Con los párpados abiertos forzadamente, Akbilek preguntó en voz ronca:

-  ¿Dónde está el bebé?

- ¡Aquí, querida! ¡Resulta que es un chico fuerte! - dijo la anciana y levantó la dojá[39] rota, donde había puesto al chico.

-  ¡Quítate de él, madre!

- ¡Me quitaré, querida, me quitaré! ¡Aquí hay algo de beber! - dijo la anciana y, manteniendo a un bebé en la parte interior de un brazo suyo, le extendió con el otro brazo la desportillada y vieja taza amarilla.  

Akbilek bebió la leche agria y pronunció vagamente pocas palabras.

La anciana salió, apretando contra su pecho un paquete roto con un bebé. De vuelta a casita, la anciana aseguró a Akbilek que su hijo había desaparecido para siempre. Luego se la hizo a la  puérpera beber una taza de mantequilla derretida para fortalecer las fuerzas. Después de beber, Akbilek se calmó y cerró los ojos.

Aquella misma noche, también partió Urkiya que había esperado a un niño durante mucho tiempo, dio a luz a un chico querido.

Envuelta hasta la cintura, Akbilek, sin ver la luz de Dios, estaba acostada en la casucha de la mujer de Korkembai más de una semana; Urkiya la alimentaba, de vez en cuando venía corriendo Sarah, la abrazaba y lloraba. Las tetas de Akbilek, nunca tocadas por el bebé, se hincharon, estaban a punto  de estallar de un exceso de leche materna, y luego se fosilizaron, los pezones aumentaron, agrietados, y le causaban los nuevos dolores insoportables, sin cesar ni para un momento. Ella cayó en una fiebre, y durante algunos días estaba con fiebre. Después de haber visto un montón de las cosas en su vida, la anciana como podía aliviaba su sufrimiento, había lavado sus pechos con agua con hielo, ponía los trapos impregnados con el aceite, apretaba lo fuerte posible. Todos aquellos esfuerzos no fueron en vano, la leche desapareció.

Mientras que la leche materna rompía a Akbilek, Urkiya se quedaba con pechos vacíos y casi le mató de hambre a su bebé, hasta que no se encontró una vecina que acabó de partir y se acordó de darle a comer a su hijo también. Dicen que puede suceder con las mujeres que no habían partido durante largo tiempo: no les aparece la leche...

Una tarde Urkiya llegó a visitar a Akbilek. Antes de eso, ella no había aparecido durante una semana. No recuperada plenamente de la inflamación de sus sienes, Akbilek aún encontró fuerzas para desear amablemente la felicidad a su tía.

-  Ahora, también estoy recuperada algo, estoy andando – le contestó Urkiya y tirando de la manga una hoja doblada del papel, la entregó a Akbilek.

Akbilek desdobló el papel, resultó que era una carta de Bekbolat. Leyó el mensaje y comenzó a sollozar. Urkiya se asustó:

-  ¡Oybai, eh! ¿Qué pasa? No lo sabía nada...

-  Nada, vacío - Akbilek respondió, sin dejar de derramar lágrimas.

Y lo esencial de la cuestión es lo siguiente. Después de que Mamirbai declaró que no casará a su hija con Bekbolat, sus padres también rechazaron el acuerdo. Sin embargo, Bekbolat no estaba de acuerdo con la decisión de su padre y escribió a Akbilek un par de cartas con la intención de casarse con ella. Akbilek también le dio a conocer que todavía pensaba en él como en su novio, pero vacilaba, consumida por la angustia mental. ¿Quién podría saber, como dispusiera el destino? Hasta aquel momento los rumores del embarazo de Akbilek llegaron a Bekbolat.

La conversación detrás de los fieltros en un aúl se oye por todos los kazajos de Altai a Karkarala. Sin atreverse a creer ni a dejar de creer, Bekbolat le escribió a Akbilek aquella última carta, donde preguntó: "¿Si es cierto? Si es así, renuncio de inmediato, o de lo contrario... "

¿Cómo podría Akbilek estar ahora sin llorar? A pesar de que después de los partos secretos ella era algo así como no había dado a luz a un bebé, pero aún no podía decirle una mentira, asegurarle: "No, nunca fue embarazada". De todos modos, todo sería revelado. Después de todo, no pensáis en serio que no había nadie quien conocía de su yacer prolongado en la casita de la anciana del Korkembai . Allí otra lengua no era necesaria, la misma madrastra Oric les había informado a todos. A su pesar, no pudo demostrarlo, no había ningún bebé.  

Una angustia se abalanzó sobre la otra, la niebla negra volvió a cubrir a Akbilek, casi consolada ya. Una vez más comenzó a pensar en lo que sería mejor morir. Nadie la necesitaba en todo el mundo. Era la inútil, la echada, perseguida por los perros. Y el resto de la vida sólo le quedaba andar vagando por el camino rocoso, hinchando los pies hasta la sangre. Su corazón se metió sofocante en la garganta, y los ojos como los lago sobrellenados, seguían derramando las lágrimas...

 

 

 

 

  

Cuarta parte   AMOR

 

Pasaron cinco años.

Irtish es un gran río. La fuente se mantuvo volando, como la luz, encima de la China montañosa.  

Las dos orillas del Irtish están en las ciudades y en los pueblos libres. Hay gente de todo. Justo en la mitad del mundo de Irtish se encuentran Siete palacios - Semey, Semipalátinsk, la ciudad de conocimientos y artes, ¡eh-eh!

La ciudad alzó como el shanirak[40] a la edad de un siglo, y a ella abordan, tosiendo con humo, los barcos de vapor con las mercancías, y las locomotoras están rodando, llevando las máquinas. ¡Ingresos!

Semey es el cerebro de la provincia. En Semey vosotros podéis encontrar la solución a todos vuestros problemas. Todo refugio y pan se encontrarán para todos.

Semey es el corazón de la provincia. Si Semey se mueve,  empezará a moverse toda la gente de la provincia. Si Semey sonríe, va a reír toda la estepa.

Semey está en la orilla derecha, y en la orilla izquierda está la ciudad de Alash. En el este está Oeste, el oeste está Este. El río Irtish entre ellas está revoloteando como la hembra de camello en su costado, y su isla solitaria se sobresale de las ondas como la primera joroba. El borde izquierdo de la isla está cubierto del bosque denso.

En verano el bosque con la alfombra de un prado delante de él, y con la tienda celestial azul encima, está tan atractivo que, al dejar lo todo, la gente vieja y joven está apresurándose a llegar allá en sus barcos. La gente – hombres y mujeres ‘ está vestido de fiesta, ¡qué caras! En la multitud de los colores, la mayoría de los tonos son rojos y verdes. Un camino corre alrededor de la isla, en sus bordes crecen árboles y diferentes hierbas. Las redes de telarañas es  la encabezada para los arbustos. Y a lo largo del camino están andando las figuras de los vagabundos encantados por la escritura árabe de los colores.  Allá, allá, de los matorrales sordos y rincones tranquilos. Allí, bajo de los árboles, a la sombra se ​​colocaron las compañías. ¡Un babel verdadero! Entre ellas hay las tártaras con las cestas llenas de empanadillas de carne – paramishi, con los samovares orgullosos. Para ellos se ofrecen turrón, kishmish. Cerca de los calderos que se hierven en fuego, los kazajos despedazan los corderos, quitando la sed con kumís. Los jóvenes rusos están paseando con las chicas a brazo, las flores en los galones de sus chaquetas, con la gorra lateada, el mechón de ondas, mira – cual es! Los tártaros rusuficados toman vodka, y, emborrachados, cantan y soplan los sarnayos.[41] Yaj-yaj! Allí hay de todo: las canciones´melodías, los premios divertidos, las bellas mujeres, los luchadores, amor, cerveza, vodka, naipes, peleas  y el canto de ebriedad y dudyat en Sarnano. S-s! Todo está ahí: el perro ni canciones, premios y diversión, y hermosas, y los luchadores, amor, cerveza, vodka, tarjetas, peleas – la sangre de la nariz, fuegos y risa, ruido y bullicio,

Viernes. ¿Hay dinero? ‘Ven a la isla! ¡Rema! ‘Vamos! ¡Toma la domra en tus manos! ¿Dónde está Amir? Llámalo! ¡Que cante su “Ardak”! ¡Vamos a hacer sonar la isla entera! Oh, ¡que seas así! ¡Deje que la canción llegue hasta la cumbre de Semey! ¡Ah-jai, mi isla verde! Sí, habían los días emocionantes, es interesante, ¿si es todo lo mismo? Estuvimos allí ya hace mucho, pasaron muchos años Eh, echamos de menos por la isla.  Echamos de menos por Semey, por Almaty...  

En el borde de las aguas insulares, al lado de un roble alto, cubierto de musgo, de cara a la ciudad de Alash, se permanece sentada una joven de la cara blanca, con la capa tirada en los hombros, y mira a la corriente de agua burbujeante. Santos, ah, el público de la isla está devanado, tomando vodka y kumís, buscando diversiones. ¿Por qué esta sola, y quién es ella, y qué le hizo aislarse? Claro que no es sin razón.

Se queda sentada y habla consigo como una loca:

- ..¡Y qué hierbas se encuentran en los pastos de verano en nuestro aúl! ¡No se ven los terneros!Y qué olor dulce, sobre todo cuando acabamos de poner yurtas, ¡la cabeza está dando vueltas! ¡Y cómo es el lago a las montañas!  Liso. Parece que miras el espejo. Se reúnen los pequeñitos de todo el aul, y corremos al lago, nos bañamos, recogemos las piedras – “las cabezas de serpientes” y “botones”. ¡Mis queridos, eh! ¡Mi tierra natal, eh! Estoy echando de menos tanto... No puedo hacer nada...

En aquel momento, una mujer en el vestido de moda  salió al agua y, al detenerse cerca, se puso a escuchar más atentamente el monólogo que sonaba. Al oír la voz familiar, ella pasó al roble, y mirando a la cara de la mujer joven que estaba triste, se detuvo:

- ¡Santos, ay! Si no me equivoco... Te conozco. ¿Eres Camilia? - con simpatía dio un paso hacia ella.

-  Sí, - contestó Camilia y vivamente recogió sus pies, mirando con sorpresa a la ciudadana. 

Y aquella, sin desviar la mirada de la mujer joven, la abrazó ardientemente y exclamó cordialmente:

-  ¡Hermana... mi querida! ¡No he creído que te veré!

las lágrimas llenaron los ojos de Camilia y se deslizaron por sus mejillas. Las mujeres jóvenes se apretaron una a la otra y, fijándose las miradas tiernas, se sentaron con las piernas cruzadas:

-   ¿Cómo estás aquí?

-   ¿De dónde has llegado acá? – exclamaron a la vez,

-   ¡No, dímelo primera!

 

-  ¡No, tú eres primera! – la joven de la ciudad tiró de la mano a Kamilia, y la abrazó.

-  Bueno, si es así, - empezó su historia la persona triste. - ¡Dios mío! ¡Nada se puede hacer! – Se escuchó más atentamente a sí misma y continuó: 

 - No podía imaginar que te encontraría... cuántos años han pasado desde el momento cuando nos visitaste con tu madre en nuestros pastos de verano... Estuvimos, tu y yo, niños en aquel entonces... ¡Santos, eh! Desde aquel tiempo no nos vemos, ¿verdad?

-   Nadie podría saber con quién se despediría, con quién se encontraría - en el nido de su casa o en una encrucijada...

- Sí, ¡no te lo digas! ¡Salió mal! Nada ha quedado de aquellos días. Así viviríamos en paz, en silencio, pero apareció aquel Rakimzhán...

-   No me acuerdo de él.

-   Pero él recordaba a los todos.  Alteró a todos. Acumuló a los soldados de los kazajos y les llevó a la lucha contra los rojos... Todo el mundo se volvió loco, ¿o qué? ¿Qué horrible pasaría si no luchara nadie? Y luego apareció y afirmó: "¡Los bolcheviques han ganado! Os quitarán el ganado, harán comunes a vuestras mujeres. Mientras no es demasiado tarde, emigran a China". Los mayores iban a la ciudad y volvieron:Mudamos!" ¿Qué tuvimos que hacer, si no se reunimos y no emigramos al extranjero? Todas las yurtas se levantaron. Tuvieron tiempo para coger lo más ligero consigo, y la ropa. ¡Cuántos cofres con los pañuelos y los baúles con seda dejaron allí! Sí, fue un lástima dejar el percal. Movimos todo el día y toda la noche, llevando el ganado, apenas separamos de la persecución. No recuerdo cuántos días íbamos, pero nos mudamos a China, a los kazajos chinos.

-  Sí, hemos oído que os pudisteis salvar.

-  Nos salvamos, pero nos encontramos entre la gentecilla pícara y desenfrenada. Ellos tenían sus propias leyes, no entendidas a nosotros y cada uno interpretaba la ley para su beneficio. Especialmente un jefe fue muy cruel: quitó a nuestro padre todo el ganado, nos quedamos sin nada. Sin ganado, sin casa, sin familia, sin amigos, vivíamos en una cabaña. No desearía tener aquella vida al último perro. Me querían robar, pero Dios me salvó. Pero nada se podía hacer, pasamos el invierno de alguna manera, casi nos morimos de hambre, y en verano a pie volvimos cojeando a, a nuestro pueblo. Volvimos a nuestro aúl y vimos que uno de los vecinos morosos se apropió todos nuestros edificios, toda nuestra tierra. No nos dejó entrar en nuestra propia casa. Nuestro padre habló con los mayores, sed dirigió al jefe de vólost - todo fue en vano. No podría ser de otra manera! El mismo jefe de vólost dio nuestra casa a los otros. Mi padre trató de encontrar una salida, escribió una queja al jefe de vólost. Pensó que todo estaba como antes, pero los tiempos se habían cambiado algo, pero ¿cómo podía saberlo? Un día, los dos milicianos con armas de fuego llegaron al aúl, cogieron a nuestro padre y le llevaron consigo. Él les preguntó: "¿Qué he hecho?" - Y aquellos le contestaron: "Eres un fugitivo, un burgués." ¿Cómo podíamos saber quiénes eran los burgueses? Padre fue llevado a la ciudad y encerrado en la cárcel. Allí estaba, no le liberaban. Tuvimos un tío Akán, tú lo viste. ¡Él lanzaba sus peticiones a diferentes lugares! No pudo liberar a nuestro padre. Lo sucedió no sólo con mi padre. Me quedé sola, mi madre hubo muerto ya muchos años atrás, qué aquí...

-  ¡Qué está pasando en el mundo! Mi tío te amaba mucho.

-   Eh, ¿cómo no amaría a su única hija? No me casó con un kazajo chino, me trajo volviendo. Pero yo era todavía una niña, me cumplieron quince años. Me penaba mucho por estar él en la cárcel. Pasó casi un mes. Tío Akán finalmente fue capaz de sacar a mi padre de allí. Nos hicimos felices. Con la excarcelación de mi padre, nos volvieron todos nuestros edificios  y todos nuestros pastos.

-   ¡Lo maravilloso que había terminado! 

-  ¡Maldito sea aquel fin! Nada maravilloso. Al haber pasado una semana o menos, por la noche llegaron a nuestra casa tres personas muy importantes de la ciudad...  Les acompañaron a la habitación, les invitaron sentarse en la mantas de raso, mataron un cordero, mi padre se cayó a pedazos corriendo. Yo estaba sentada y me preguntaba: ¿quiénes son? Las mujeres comenzaron a reunirse desde todas partes. Se preguntaban: "¿Has visto al novio?" Mi corazón se hizo frío. Les pregunté: "¿Qué novio?" "¡Oybai, eh! ¿No sabes que ha venido tu novio?" No sabía qué decir. Sólo las lágrimas caían de mis ojos. Mi madrastra vio que estaba llorando y me dijo: "¿Por qué lloras? No eres una niña. ¿O es que no piensas en casarte en absoluto? No debes ni pensar. Es tu igual - un joven señor que había estudiado. ¡Basta, no llores!" Pero no pude calmarme. Me volví de espaldas, me acurruqué y me eché a llorar. Todavía era muy joven, no tenía en mi mente ningún deseo de casarme... Porque yo no me hubieron dicho una sola palabra, absolutamente nada, y cuando dijeron tan de repente: "Vino tu novio ..."

- ¿Oh, recuerda a Dios, ah!

- No llegué a comer, acostada casi inconsciente. Mi tío Akán llegó. Me levantó, acariciando mi cabeza y comenzó a enseñarme algo: "No quisimos que te casarías. Nos pusimos en acuerdo con una persona para salvar a tu padre. Y aquel acuerdo nos queda atascado en la garganta. Los tiempos son males. Si no te cases con una persona que esté en poder, nos quedaremos culpables para siempre. La gente cree que vosotros sois figitivos, sois como raspa en ojo". Algunas de las palabras de mi tío tocaron mi conciencia. Pero aún no pude estar de acuerdo sin rechistar, no lo quería. ¡Qué horror, de aquella manera, sin ninguna razón en absoluto debería casarme con un hombre! Andaba y me alegraba que mi padre fue puesto en libertad, mi cabeza vivaracha, pero resultó que me hubieron vendido por su libertad.

- Bueno, ¿y después?

- ¿Después? Después de la cena, mi tías, sin prestar atención a mi resistencia, me arrastraron para unir mis manos con aquel novio. Me llevaron en aquella habitación, y en ella la luz estapa apenas parpadeando. Pero debajo de la ventana estaba amontonado algo enorme, negro como un oso. Muy enorme. Y lanzaba las bocanadas de humo de su bocaza.

-  ¡Oh, santos, ah!

- Y entonces me asusté realmente. Pensé que aquella enorme bestia jorobada me tragaría.

Las tías me pusieron frente a él y dijeron: "¿De qué tienes miedo? ¿No has visto a un hombre, o qué? No seas un bebé. Te acostumbrarás poco a poco "- y, después de sentarme a su lado, salieron, llevando consigo la lámpara. Me encogí toda, temblando, no me atreví a alzar los ojos. Aquel oso terminó de echar humo y, al moverse a mi lado, cogió mi mano. Se me cayó el alma a los pies. Su mano fue como el hierro. Me tiró la mano y me dijo: "¿Por qué estás sentada allí? ¡Siéntete más cerca!" Mi corzón latía. Me apretó a un costado y se pegó con sus labios carnosos a mi cara, me rasguñó con sus bigotes, después empezó a oler mal de él. Me agarró a la cintura y me arrastró debajo de sí. Yo lloré y supliqué que me dejara en paz, y me lamenté como pude. Como si no me oyera. Rompió todo mi cuerpo con los dedos de hierro. Qué sucedió... sufrí las penas del infierno, mi hermana, sufrí mucho, me atormentó por completo, maldije lo todo en el mundo.

-  No es tu culpa aquí... ¿Y qué pasó luego?

-  Se fue por la mañana. Unos diez días después mi tío Akán y mi madrastra me llevaron en un carro, con un dote, a la ciudad. Nos recibieron unos cuantos hombres y una mujer, muy amables, nos acompañaron a casa. La antesala fue pequeña, dos otras habitaciones fueron más grandes. Suelo de madera, descubierto, sin alguna alfombra. En un rincón había una cama de hierro. Mi madrastra y yo nos sentamos en aquella cama. Los hombres se sentaron en las sillas que estaban alrededor de la mesa rusa que estaba en medio de la habitación. Hablaban de algo incomprensible, fumaban cigarrillos. No sabías a dónde meterte, qué hacer.  

- Sí, de verdad. Ellos, los de la ciudad, actúan de esa manera a la primera reunión. ¿Luego?

- Luego, invitaron a los huéspedes para la tarde. Para mí separaron la cama con cortinas. A la madrastra le dolió la cabeza, y ella se acostó en la antesala. Los invitados comenzaron a reunirse, se saludaron cortésmente. Se sentaron para comer un plato con carne, se pusieron a brindar con los vasos, tomar vodka y gritar: "¡A salud de la novia!" Mi tío Akán no bebía, pero ellos insistían y no le dejaban en paz hasta que no tomiera. Y yo estaba tumbada sóla, detrás de la cortina. Mientras estaba allí, sentía lástima a mi tío... Se emborracharon demasiado. Parecía que un hombre bebía menos, por eso ellos se amontaron sobre él. Especialmente mi esposo zumbaba e insistía: "Toma, ¿por qué no estás tomando?" Les tranquilizaban, pero no oían, pero mi marido les maldecía con su lengua trabando, gritaba: "¡Te pegaré un tiro!" - y se metió al fusil.

- ¡Dios, ah! ¡Salva!

-Yo estaba a punto de orinar de miedo. Todo el mundo se levantó bruscamente, rompió todos los platos, el suelo, de mesa – todo retumbaba; ellos volvieron todo de patas arriba en casa. Horrorizada, me levanté de un salto, miré desde detrás de la cortina y ví que dos jóvenes estaban dominando a mi marido. Sus ojos estaban desorbitados,  desviados. Sólo entonces me dí cuenta de que él era bisojo, era bueno que no era jorobado. En su mano tuvo un arma y trataba de levantar un poco la boca del arma. Me quedé amargada, el temor ante él me clavó directamente en los huesos. Mi hermana, resultó que su carácter era muy desagradable. Los huéspedes de alguna manera les calmaron, comenzaron a irse a casas. Todo estaba derrotado alrededor: botellas y vasos rotos, los charcos de vodka, las muebles de patas arriba. Asustada con la pelea, me levanté de un salto, me mareaba mucho, y yo corrí, gritando, al pasillo. Pero, ¿quién iba a ayudar? Su marido acompañó a los invitados, se acercó, tambaleando, a mí y, abrazándome, se puso a besarme de nuevo. Percibí un olor insoportable de vodka. Maldijo al joven con que se había reñido, alcanzó a su cama, cayó vestido sobre ella y empezó a roncar.

- ¡Oh, santo, ah! ¿Qué marido tienes! Un malo...

-  ¿Malo? Sólo estoy a punto de empezar a hablar del marido malo... 

- ¿Y qué hiciste?

-  Lloré, grité e hice el ​​último esfuerzo para poner una manta sobre el suelo a la cama, me acosté, pero pude cerrar los ojos sólo al amanecer. Desde entonces, no había ningún día de calma. Al venir del servicio, tomaba vodka y, borracho, maltecía a todos. No había nada que añadir, ni quitar. No hablaba ni palabra conmigo, como si fuera una cosa sin corazón. Sólo sabía arrastrar encima de mí, hace su cosa, y no más. Sólo me quedaba hacerse una rosca y pasmar. Una semana más tarde, a mi marido le despidieron del trabajo. El partido o algo así, lo hubo decidido. Le hubieron cogido con un soborno, él había tenido riñas con todos sus amigos, y, en general, se había mostrado plenamente. Entonces decidió a volver a sus lugares natales conmigo. De vez en cuando nos visitaba una kazaja. Era una habladora, no tenía la boca llena de agua. Una vez llegó y dijo: “No te mantengas junto a su marido tonto, estará encarcelado. Además, no tiene nada, no podrá pagar. Y no te vayas con él. ¡Quédate aquí! Te encontraremos a un marido bueno...” Me seducía con diferentes cosas, pero no entendí bien todo aquello. Al volver mi marido, le relaté lo todo, por supuesto. ¿Cómo podría divorciarme de él si acababa de casarme con él? Y mi marido me dijo: "Estos son mis enemigos. Todo el mundo miente. No te preocupes". Y me trajo aquí.

- Entonces, ¿es de Semey? 

- Sí, aquí tuvo una casita maleja. Pero no me llevó allá, sino me acomodó en casa de su amigo que alquilaba una vivienda. Su mujer era tártara, tenían dos hijos, despeluzadas, blancas. Sirvieron té. Tomamos té con la familia del dueño. De repente apareció una mujer rusa, picada de viruelas, se ahogaba, los labios temblaban, se puso en la puerta, completamente pálida. Todos se callaron y bajaron los ojos. Pero el silencio no duraba mucho, la picada de viruela se quedó mirándome con odio y dijo:

- ¿Eres tu su nueva esposa? Yo soy su esposa también. Me hubo dejado con nuestro hijo pequeño. Pero no hay dinero para darle de comer. ¡Tómalo! - y lloraba, desviando los ojos de mí. Estaba guardando silencio, sorprendida. Entonces el dueño de la casa me explicó todo. Resultó que mi marido estaba casado con una rusa. Pero lo había ocultado de mí.

- ¡Oybai, qué pena!

- Sin embargo, ¡qué pena! Me quedaba sentada sin entender nada. O aquello ocurría en realidad, o yo estaba soñando - no lo entendía. Estaba llorando, luego vino mi marido. Aquella mujer se había ido ya. El marido estába sentado tomando té y dijo:

- No le aceptaré al niño. Sus amigos le dijeron:

- Como sabes, – le dijeron, y aunque realmente no dijeron nada, pero se percibía un cierto disgusto de ellos hacia él.

Allí me estallé y dije:

- ¿Por qué no lo aceptarás? Es que se hará un ruso con su madre rusa. ¡Tómalo!

¿Qué me quedaba hacer?... Así dije. Me conmovieron mucho sus mentiras y crueldades. Como pudo negarse de un niño, en cualquier caso aquel era su hijo. Y el hijo de mi marido es mi hijo. Y también entiendo a aquella mujer: cómo se podía dejar a su hijo. Pero mi marido no me obedeció. Aquella primera esposa suya se fue de su casa a algún lugar, y nos trasladamos allá. La casa era maleja, como para una mujer inferior. Y el niño abandonado por mi marido de vez en cuando llegaba para visitarnos. Un chico bueno, a la edad de cinco o seis años. Nunca mencionaba que mi esposo era su padre. Conocía la lengua kazaja. Yo sentía pena por él, pobrecito. Le pregunté:

-  ¿Serás mi hijo?

-  Lo seré - contestaba.

Al aparecer, el hombre le decía de inmediato:

¡Vete a tu casa, no vengas! - y lo echaba. Pero, ¿adónde ir? Pues, mendigaba en las calles.

Un día se encontró con mi marido - su propio padre. Aquel le tendió su mano pequeña, pero no le dio nada. ¡Qué hombre insensible! No lo sé... – la joven pronunció y se calló.  

- ¿Y dónde está su marido ahora?

- Se fue de negocios a otra ciudad, dijo que tenía servicio. Han pasado dos meses, pero no hay noticias de él.

-  ¿Has dado a luz?

- Hubo un aborto involuntario. Nosotros mismos perdimos a otro bebé.  

-  ¿Y cómo se llama tu marido?

- He calumniado tanto de él...

- Nada de calumnias, hermana. Solamente hemos hablado. ¿De qué tienes miedo, sólo dime su nombre, y ya está.

- ¿Qué tiene el caballo en su cuello?

-  Yugo.

 

-  No, aún más alto. - ¿Arco?

-  Ese es su nombre.

 

-  ¡Qué extraño es! ¿No estás enferma? ¿Por qué estás tan flaca?

- ¿Cómo no estaría flaca? Incluso la gallina en su soledad se hace débil... Estoy enferma... es verdad. Tengo tos.

- ¡Eh, querida Camilia, ah! Pobrecita, ¡qué has sufrido, qué has sufrido!..

-  Bueno, yo... ¡Es mejor que me relates sobre ti!

Al oír la petición de compartir sus recuerdos, la ciudadana reflexionó, y una sucesión de los años y días pasados se abrió frente a ella.

Tal vez, los lectores de la novela han adivinado ya que se trata de Akbilek. Y la joven Camilia es su sobrina, la hija del hermano de su madre, en su tiempo una persona rica que fue el jefe de vólost. Bueno, mejor que volvamos a la historia de Akbilek. 

En verano de aquel año trágico para ella, su hermano mayor Toleguén llegó al aúl con el sistema de contingentación. Encontró a Akbilek que se escondía en la casa de Urkiya. Después de haber vivido en el aúl a eso de un mes y medio, Toleguén concilió a su padre con todo lo que había sucedido con su hija, y volvió a Akbilek a su casa. Eh, es mejor no recordar cómo ella caminaba lentamente, con su cara ardiente, por el aúl.

Toleguén dijo que estaba dispuesto a llevarla a su hermana consigo a la ciudad. Su padre no dijo nada. Claro que le alegraría si se librara de ella.

Fue la casualidad de que Toleguén pretendía casarse con una chica, Marisha, que hubo venido con su hermano mayor, un maestro, de Ural. Allí vivía el pueblo esek. Se diferenciaban de los kazajos solamente con el idioma, eran las personas abiertas, con  el carácter generoso. Y la nuera era también una persona destacada, alta, de ojos negros, muy negros. Al parecer, ellos hubieron tenido sus razones para ir a Kazajstán, posiblemente relacionadas con el hecho de que allí, en su patria, ellos hubieron pertenecido a la nobleza.

La boda de su hermano y Marisha impresionó a Akbilek, no hubo ningún arreglo de matrimonio o cualquier otra cosa de las tradiciones antiguas de los siglos.  Nadie armó un conjunto de manos, y no hubieron tías, quienes tenían que llevar a la novia a la cama y hacer cama. Nadie le peinaba el cabello, ni colgaba el dote, ni dio chapanes a los consuegros. Marisha simplemente entró en la casa sin un vestido de novia, con su carta abierta. Entró sin reverencias ante alguien, sin expresar su respecto a alguien. Y nadie le recibió con la canción "Zhar-zhar". Todos al por mayor - y celebraron una fiesta (toy).  Sin embargo, hubieron invitados. La cuñada misma servía la mesa, estaba a la mesa al lado de hermano de Abilek y hablaba libremente con los invitados.

La cuñada le gustó a Akbilek inmediatamente. Y Marisha se hizo aún más significante para ella que su hermano mayor. Era de voz sonora, con un temperamento suave. Creía todo lo que decían. No sabía nada de los asuntos de Toleguén, y no intentaba de meterse en ellos. Era capaz de hablar con claridad y gracia con cada persona. Akbilek decidió que era de aquel manera debido a la educación de Marisha. Ella abrió los ojos de Akilek a muchas cosas, de lo contrario ...              

Pronto Toleguén fue trasladado a Semipalátinsk, por causa de su servicio. Recibieron un apartamento espacioso, vivieron en abundancia. Su hermano inscribió a Akbilek en los cursos.

Además de Akbilek, en la escuela estudiaban cinco muchachas. La mayoría eran los adultos. Si habían podido escribir y leer en kazajo antes, sólo para que  a continuación conocerían que no significaba realmente nada. Aquello significaba que no hubieron aprendido nada. Inicialmente Akbilek no entendía nada. Un mulláh viejo le explicaba el leer y escibir en la casa de su padre.  la carta explicándole en la casa de su padre. Pero después, allí, se le enfrentaban los hombres vestidos en los trajes urbanos y en el tablero negro escribían con tiza tales palabras que no le cabían en cabeza, pero después explicaban lo qie habían escrito. Por primera vez se enteró de aritméticas y geografía. Akbilek escribía con aplicación todo lo que explicaban en su cuaderno. Al llegar a casa, pedía a su cuñada o a su hermano explicarle unas cosas que no había entendido. Y le explicaban. Akbilek estudiaba en los cursos durante seis meses.  En casa ayudaba a su cuñada con los quehaceres. Se ponía un delantal y pelaba patatas, cortaba los tallarines. Conoció los secretos de la preparación de las empanadillas, samsá[42], pelmeni, croquetas. Y empezó a vestirse de otra manera. Después de su mudanza a Semipalátinsk, su hermano y cuñada le ordenaron los vestidos urbanos en la última moda.

A veces Akbilek con su hermano y Marisha se dirigía al teatro y a los dibujos movidos. Se adivinó: “¿Cómo se mueven esas figuras planas? ¿Acaso tienen almas?” – no cesaba preguntar a su cuñada. Resultó que sólo parecían estar vivos, hubo su modo técnico.  

Luego Toleguén recibió en el Departamento de Educación un nombramiento a la escuela de los trabajadores en Orenburgo. Fue con una chica de la ciudad. Hay que decir, que Azhar fue una chica frívola. Se portaba como una niña caprichosa. Pintaba su cara y corría en vano o estaba acostada durante días en cama.

Fue entonces cuando Akbilek por primera vez tomó el tren. Oía sonre ferrocarril y las locomotoras que escupían fuego. Pero tomar el tren fue una cosa diferente. Por la noche su hermano y Marisha la llevaron  en un carro a la estación. Allí hubo la muchedumbre, todos se alborotaban, se apresuraban a un lado.  La locomotora estaba rugiendo. Su hermano se hubo preocupado por un billete de antemano, y compraron el billete sin estar en una cola.

Sentada en el coche, Akbilek pasó más allá de las cuatro ciudades. Una vez, cambiando el tren, tuvo que pasar la noche con su compañera de viaje en una estación. Allí Azhar se estableció la amistad con un joven, y aquello resultó un tipo de beneficio para ellas. Lo usaron para estar con firmeza en una cola y por fin comprarles los billetes. Vieron muy diferentes y maravillosos lugares. Pasaron al lado de los lagos enormes y por los puentes altos. Detrás de las ventanas se extendían o las montañas, o los bosques. Por el camino Akbilek tuvo miedo de no chocarse el tren contra una roca, de no ser atrapado en un matorral. No, corre, metiéndose habilmente  entre las rocas y los troncos de árboles. ¡Y cómo va! ¡Vuela como el viento!

Al llegar a Orenburgo, las viajeras tomaron una carretela y llegaron a los conocidos de Azhar. En la ciudad de Orenburgo todo fue mucho más decente que en Semipalátinsk. Las calles fueron pavimentadas, y les gustó la carretela. Fue como un carro pequeño, que se agitaba un poco.

Por la mañana, se fueron a la escuela con los papeles. Les señalaron una casa grande. Estaba llena de gente joven. Encontraron la oficina de papeles,  mostraron sus nombramientos. Les aceptaron sin unas palabras de sobra.

La comuna de las muchachas se encontraba en un edificio separado. Akbilek y Azhar obtuvieron dos camas separadas. Trajeron la ropa para la cama y se acomodaron. Todas las chicas a su alrededor eran rusas. Entre ellas, sólo cinco o seis eran kazajas.

Resultó que era difícil de estudiar, en comparación con Semipalátinsk. Los profesores en Semey fueron  kazajos, y los libros también hubieron en kazajo. No hubieron nada de los clases del ruso. Pero allí todo el estudio fue en ruso. Y profesores eran sólo los rusos, excepto un kazajo o dos. Akbilek ya había aprendido algunas palabras y frases en ruso de su hermano y cuñada, pero, ¿acaso es una ciencia?

Lo que era bueno – había un montón de chicas rusas alrededor. Las conversaciones con ellas eran más beneficiosas que todas las lecciones de la lengua rusa. Si no tuviera las amigas rusas, a las que no quería ceder de ninguna manera, el estudio de Akbilek nunca sería tan exitoso.

Habían, por supuesto, y las chicas que corrían ​​y saltaban como las cabritas evadidas fuera del cercado. Al observarlas demasiado, algunas kazajas estaban saltando también como locas. Especialmente nuestra Azhar y una otra chica. Desaparecían por las noches. En la comuna, alcanzando los más oscuros rincones, se abrazaban con los hombres. Azhar había saltado hasta el fin - en medio de invierno ella se fue de la escuela de los trabajadores. Decían que ella se había quedado embarazada. Aquello podría ser, ¿quién supiera?

Los hombres cortejaban a Akbilek también, si se podía nombrarlo cortejo. Pero ella trataba de evitar los encuentros con ellos. Le interesaba más la comunicación con las modestas amigas rusas. Pero los jóvenes no la dejaban en paz: “Vamos a pasear, bailar, hablar”. Pero ella no se sometía a tal persuasión. Ya había vivido. ¿Qué más le daban las diversiones de los jóvenes? ¿Acaso sufrió poco de los hombres? Muy pronto ganó la fama de una chica arrogante, la hija del bai, una copetuda. Confirmaban que ella mantenía correspondencia con un montón de chicos. Y decían que todas aquellas eran las cartas de amor, y aquellas cartas no eran el límite. Le echaban las notas con las sugerencias viles, amenazas. Una noche oscura simplemente la golpearon, la derribaron de pies. Le robaron sus cuadernos, libros, pañuelos. Pero no fue ella a la que podrían atacar, ¡malditos fueran todos! Pero aquellos chicos no fue el problema más grave. Después de cada dos o tres días tenían lugar las reuniones obligatorias. Muy abyectas. No pudiera ni creer cómo toda la gente  trataba de calumniar uno al otro, trataba de pasar, pisotear, humillar, atemorizar al cercano suyo. Los más aplicados en aquello eran los kazajos nuestros. Akbilek no entendía, qué necesitaban, qué les faltaba.  

En la comuna residencial vivían unas quinientas personas. Vivían muy de cerca y en el frío. Se lavaban o no, fue, para saber, un tema personal – no podría entender. Pero el hedor hubo muy terrible. En alguna medida, aquel ambiente era inevitable. Si abrieras la ventana – haría frío, si la cerraras – no habría con que respirar, pero sería fácil de coger un resfriado. Además, la situación fue complicada con la comida. Aquellos fueron los años de hambre. Para un día tuvieron una media libra de pan negro y la sopa líquida con papas. Por la tarde – una taza de agua hirviendo.

Morir de hambre fue más fácil que entender la lección. ¡Cuántas criaturas jóvenes desaparecieron después de caer enfermos! Entre ellas hubieron también los realmente muertos. Al final del invierno Akbilek también alcanzó al agotamiento completo. En primavera con dos o tres amigas del curso volvió a Semipalátinsk. Akbilek se asombraba, cómo había podido sobrevivir en Orenburgo, pero sabía una cosa muy firme: nunca te harías más débil a causa de los estudios.  

El hermano de Akbilek ya estaba trabajando en un cargo importante del comité provincial. Inmediatamente contrató a una maestra sin hijos para enseñarle ruso durante cuatro meses, para que no perdiera tiempo. Ella enseñó a Akbilek escribir y hablar ruso sin faltas. Llegó el momento cuando era necesario. No debería vivir como seguían viviendo los kazajos: en hollín, hedor y con piojos. Riqueza consistía en el conocimiento.

- Aunque en el humo, aunque con piojos, pero con los míos, en el medio de los míos. ¡Echo de menos el aúl, los rostros de los familiares! ¡Parece que podría dar lo todo en el mundo para que estuviera entre ellos!

En Orenburgo Akbilek había estudiado tres años. La ciudad ya no le parecía extraña. Los estudiantes decidieron dar el espectáculo “Baibishe – tokal”, y Akbilek interpretó un papel en él. Daban el espectáculo en la escena del club de Sverdlov.  Las entradas se distribuían y se vendían entre los estudiantes. El espectáculo fue un éxito, y Akbilek se mostró satisfecha con su papel interpretado. Regalaban las flores. Uno de los profesores la invitó a tomar té después del espectáculo. A la mesa, la presentaron a dos amigos: Akbalá y Baltash. Le ofrecieron tomar cerveza. Se negó. Los hombres no insistieron.

Previamente tenía ocasiones de ver a Akbalá en las calles.  Sobre él hablaban como de una persona elocuente y muy instruida. Él era de media altura, pero de frente alta, de cara blanca. En efecto, cuando hablaba, a los otros le gustaba escucharle. Y aquella noche, Akbalá hablaba más que otros. Cada palabra suya era reglada, un pico de oro, y nada más. Los demás le escuchaban y reían de sus chistes. Se dirigió a Akbilek y la preguntó de los estudios, de la vida y el ser. No apartaba su mirada de ella. Al lado de Akbilek estaba sentado Baltash, la cortejaba, le ofrecía probar uno u otro. Despediéndose, dijo cortésmente:

- Si surgen problemas, contacte con nosotros. Necesitamos tal personal, nos vemos obligados a  prestarle cualquier apoyo.

Akbilek no se puso a buscar encuentros con nuevos compañeros, estudiaba.

Una vez leyó en un periódico que el camarada Akbalá preparaba un informe. No fue claro por qué, pero tenía un deseo de escuchar lo que diría. Las manos por sí mismos se alargaron al peine, las piernas la llevaron al espejo. Ella no recordaba como se puso el abrigo y salió corriendo a la calle.

  

Una reunión grande. Akbilek se sentó en la última fila de sillas. Después del discurso de un camarada ruso, el presidente aclaró: "Ahora la palabra se presta al camarada Akbalá". El corazón de Akbilek balanceó.

Akbalá salió a la escena de un paso firme. Puso su cartera sobre la mesa, echó una mirada fija a la sala. Akbilek esperaba que la vería. Pero no, le pareció que no la había visto.  ¿O la vió?

Akbala comenzó su discurso. Hablaba despacio, en voz alta, la voz bien modulada. Akbilek la miró fíjamente. Hablaba de un gran asunto estatal. De qué- Akbilek no entendió realmente. Ella sólo veía su cara, ella sólo oyó su voz de barítono. Él hablaba con pasión, cerrando el puño de la mano derecha y puño cerrado y arrojándolo al podio como un herrero su martillo a un yunque. Con cada palabra se hacía más y más seguro, su voz se hacía más fuerte. La pasión de su discurso se transmutó a Akbilek. Cada sonido que salía de su lengua, sonaba como el trote de caballo. Y terminó su discurso, levantando la cabeza, como un garañón, que se hubo alejado a galope rápido de los bandidos. El público estalló en aplausos. Akbilek también le aplaudió sin escatimar sus palmas.

Después del discurso de Akbalá, dieron la palabra a sus oponentes. Sonaban algunos comentarios y declaraciones críticas contra él. Akbilek quemaba con una mirada aniquiladora a cada uno de aquellos críticos. No le gustaba que las personas que acabaron a aplaudirle al orador, empezaron a criticarle. Akbalá tocaba pasando tranquilamente sus papeles, y luego salió y respondió detalladamente a todos los comentarios críticos. Le agradeció a uno por su evaluación, no estaba de acuerdo con el otro, y aniquiló estríctamente con sus argumentos al tercero, ¡eh!

Oscureció. Después de la reunión Akbilek salió del edificio. Mientras ella miraba a su alrededor en busca de una acompañanta con que podría volver a su residencia, alguien le acerco de la espalda y le tocó el hombro. Miró – era Akbalá. Sonreía:

- Hola.

Se quedó confundida. Tal vez incluso se enrojeció. Se espantó de que él se daría cuenta del color revelador en su rostro.

-   Voy a volver a la residencia. .. - Oh, vamos, yo le llevaré.

- Se avergonzó. Antes ella no tuvo ninguna ocasión de viajar en la carretela de un comisario. Pero la vergüenza de la muchacha ya no podía cambiar nada. Sin embargo, sería halagador dar un paseo con el comisario en su arbá[43].

Akbala le ayudó a subir a la carretela, se sentó junto a ella y la llevó justamente al edificio de la escuela. En el camino, le preguntó:

-         ¿ Ha oído Usted mi informe?

-  Sí, lo he oido.

-   ¿Y cómo le parece?

-    Un informe bueno.

Su pregunta sobre el informe, su deseo de conocer la opinión suya, su mano en la muñeca de Akbilek, su deseo de sentarse más cerca de ella, el resplandor cálido de sus ojos a la luz de los faroles poco frecuentes – todo aquello era más que suficiente para Akbilek. Despidiéndose, Akbalá propuso:

-  ¿Y si mañana iremos al teatro?

-  Estoy de acuerdo.

Aquella noche sin ninguna razón Akbilek soñaba con Akbalá. ¿Si es un sentimiento de simpatía por él? Akbilek no preocupaba mucho por aquello. El día siguiente, a la hora fijada llegó al teatro, donde ya la buscaba Akbalá. Entraron en la sala de teatro. Se sentaron uno al lado de la otra. Hablaron de muchas cosas. El habló de las mujeres instruidas, sobre el amor. Decía algo y preguntaba si ella estaba de acuerdo con él. Akbilek se perdía, quisiera decirle algo precisamente agradable, aunque lejano de la verdad, pero no le salía – decía lo que pensaba. Él decía: "Me gusta su opinión." Preguntaba por sus padres, parientes. La llevó otra vez en la carretela. Le agitaba suavemente la mano, una y otra vez la acarició. A veces, en lugar de la lengua muda de un amante hablan sus manos.

Aquella noche en el teatro estaba también Baltash. Él estaba en otra fila de asientos, pero durante el entreacto se acercó y ya no se apartía de ellos. Akbalá y Baltash hablaban de algo, mientras, al caminaban junto con Akbilek en el foyer del teatro. Para Akbilek era agradable caminar entre dos hombres inteligentes, ella volaba verdaderamente, como si tuviera alas en sus costados. Baltash le pareció a Akbilek una persona educada e inteligente, que no se imaginaba que buscaba de su lado la atención a su persona.  Y si le hacía una pregunta a ella, era algo como:

-    Usted ha empezado a venir a los espectáculos. ¿Y cómo... le ha gustado el espectáculo?

El vigor con que los comisarios estaban hablando, levantó también el estado de ánimo de Akbilek. Y no sólo un poco, pero hasta las nubes. Le parecía que hacían alarde para ella, y ella mísma quería brillar. 

Un día se encontró en la calle a Baltash. Él se paró, empezó a andar a su lado, hablando de algo. Pero no era tan elocuente como Akbalá, se repetía, vacilaba, murburaba. Él hablaba más sobre los estudios, la vida cotidiana, la primavera. Era evidente que no era un experto en hablar con las muchachas. Despediéndose, retuvo la mano de Akbilek y dijo:

-    Me gustaría hablar con usted. ¿Encontrará tiempo?

-  , lo encontraré - dijo Akbilek. Le gustaba que le daba vergüenza. Esperaba qué diría más. ¿Y qué mujer podría negarse de aquél placer?

Tres días después Baltash le envió la carta mediante un estudiante:

"Camarada Akbilek! Por favor, si usted tiene tiempo libre, llegue al parque que lleva el nombre de camarada Karl Marx. Dé su repuesta mediante este estudiante. Baltash ".

A Akbilek le gustaba Akbalá, y Baltash se puso a cortejar, divertido. Si no viniera al encuentro, no sería bien, ¿y si se afligiría? Había tal extrañeza  en el comportamiento de las mujeres. Además, estaban al  comienzo del verano. Las lecciones estaban casi terminadas, el estado de ánimo era optimista. Y ella fue a la hora señalada. Llegó, pero él no estaba. Esperó - no estaba, esperó más, - no. Ofendida, estaba a punto de irse. Corría, jadeando, como si se apresuraba de la orilla de Ural.

-   ¿Le hice esperar mucho? – Preguntó el perdón. Resultó que se había retrasado por un caso. Se calló para un largo tiempo, sin atreverse a continuar la conversación. Y de repente dijo:

-  Es normal cuando un hombre está casado. Yo mismo estoy buscando a una compañera de vida.

-  Deseo encontrar lo que busque – le deseó con una sonrisa Akbilek.

Él trató de hablar sobre los temas abstractos, y luego volvió a las preocupaciones cordiales:

 


-           Me gusta Usted.

Akbilek no podía dejar de admitir que Baltash no sabía más que Lepe. ¡Es que se la elogiaba uno de los profesores! Akbilek eludió una respuesta directa, refiriéndose a la necesidad de consultar con sus familiares. Él consideró correcta aquella actitud al matrimonio.  Caminaron un poco, la acompañó hasta la residencia. Estúpido, incluso tomar suavemente la mano, como Akbalá, no podía.

Al día siguiente llegó una carta de Akbalá. Escribió todo tipo de las palabras hermosas. Subrayó que experimentaba apasionadamente un sentimiento evidente hacia ella: "Me dirijo a usted, ya que no estoy en la condición para no escribirle. Usted es un ideal para mí, le quiero. Sin Usted, la vida para mí pierde todo interés. Por favor, contésteme".

Akbilek leyó la carta, y le apoderaron los sentimientos de alegría. ¿Acaso podría pensar que él le propusiera su mano y su corazón? Pensé que él decidió simplemente divertirse con ella, no podía imaginar lo contrario. Aún se quedó desconcertada. Todos los pensamientos sinceros suyos eran en Akbalá. Baltash al lado de él le parecía poco atrayente, informal. Contestó a Akbalá: "Me gustan sus palabras. Usted me atrae también. Me gustó, también. Pero tengo que hablar con mis familiares. Pronto le contestaré con determinación. Sea paciente, no se ofenda".

Le quedaba sólo enfriar los sentimientos de Baltash, para que no se esforzara. Con él, se encontró otra vez en el jardín cerca del edificio de caravanera.

- Hay una persona a la que le había prometido casarme con él – y esperaba su reacción.

Baltash frunció el ceño y preguntó:

-  ¿Quién es él?

No contestó. Él no cesó. Al ver que no se calmaba, Akbilek le nombró. Baltash dijo:

- Yo mismo he pensado en él. Él siempre había provocado la admiración de las mujeres.  . Y nunca se había aficionado a las estudiantes. Aparentemente inspirado de alguna manera ... si no puede de otra forma. -

Akbilek estaba llena de sentimientos románticos, pero le contestaban con la prosa de la vida. Baltash retiró afligido. Y no se encontraba con ella durante largo tiempo.

Akbilek pensaba que no había nada peor que se enfrentaran dos jóvenes enamorados de una chica.  ,  Inicialmente, todo se presentaría divertido, pero después se haría una tragedia con afligio para uno. No veía ningún satisfecho especial que le obligara a decir: "Eres peor que él, yo no te quiero." Cada uno podría decírselo .

Después de dos o tres días Akbilek se encontró con Akbalá. Resultó que sus palabras en el sentido de que habían personas con las que debía consultar, no le gustaron. "¿Acaso no es dueña de su corazón una mujer educada?"- dijo con cierto grado de ambición. Y después de sus aseveraciones que su hermano mayor y su cuñada darían voluntariamente su consentimiento para el matrimonio y le aceptarían, se calmó, y las palabras que ella de ningún modo se lo negaría, restauraron completamente la relación de confianza entre ellos. Empezó a besarla con las palabras: "Cariño... querida... mi luz". Él era un novio, ella era una novia que tenían que avergonzarse. ¿Con qué aún se podría soñar, des pues de haber adquirido tal novio como Akbalá? Akbilek estaba llena de alegría. Era incapaz de estar en un sólo lugar. Quería hablar con alguien que se enfrentaba, riendo cualquiera tontería. Aquellos días pasó como en una locura ligera.

De aquella manera, pasó un mes. Llegó la hora de volver a casa. Recibió una carta de su hermano: "Si te prometía casar contigo, cásate con él" .

Ella se quedó feliz. Tal como estaba, corrió a la oficina de Akbalá. El camino era conocido para ella, ya le había visitado. Le mostró la carta de su hermano. Él dejó la carta a un lado, y cerró la puerta. Abrazando, comenzó a besarla. Ambos se bañaron en la felicidad. Por la noche fueron al cinematógrafo, se sentaron en una caja larga, y tan pronto como las luces se apagaron, volvieron a abrazarse y besar. No miraban a la pantalla. Akbalá decidió organizar una boda en una semana y llevar a Akbilek a su casa.

Al día siguiente Akbilek recibió una carta de Baltash:

"Tengo que verle a Usted para hablar de una cosa muy importante. Se refiere a su futuro cercano. Le pido que se encuentre conmigo en cualquier caso".

Akbilek estaba sorprendida, pero se obligó a encontrársele - aún era inconveniente rechazar a tal camarada. Se fue con cierto enojo. Se encontraron y se saludaron.  Imagínate que declara:  

-    Akbalá no es su pareja.

-    Eh... 

-  Antes de que apareciera Usted, él había estado enamorado de la chicas parecidas. Pero luego les había dejado. ¡Se podría ver que ellas cesaban de gustarle!

-  No me lo interesa, - dijo Akbilek, comprendiendo qué él quería reñir a ella y Akbalá. 

- Si no me cree, aquí tiene su diario, - insistía Baltash, sacando un exfoliador del bolsillo interior de su chaqueta, y lo alargó a Akbilek.

 

-   ¿Dónde lo ha recogido?

-    Nosotros somos buenos amigos, y lo he recogido.

 

-    ¿Cómo no le da vergüenza robar el diario de su amigo?se enojó Akbilek, sintiendo como la sangre corrió a su cara.

-   Yo sé. Siento vergüenza. En él hay las notas de sus encuentros con una muchacha, quiero que precisamente Usted lo lea. ¿No quiere conocer lo que es en realidad su prometido?

-     No, no quiero.

Baltash comenzó a asegurar, que aquellas aventuras amorosas de Akbalá eran muy interesantes, y se pegó como una lapa:

-  Permítame que yo lea.

-  Si quiere,  léalo.

El diario perteneció a aquel tiempo cuando Akbalá se fue transferido de un puesto bastante alto a la provincia, por una razón, probablemente debido a un error cometido en su trabajo. Pues, existía tal practica -  rotación de personal.

 

 

5 de febrero. Lunes.

...Kulyán me acercó cerca de la escuela. Yo trataba de no encontrarme con ella. Ella empezó a hablar de la esposa de Abikén. Dí a su entender, que no soportaba los chismes. Ella se echó a reír, y en sus ojos vi que aquel no fue el tema de que quería hablar.  

6 de febrero.

En el camino a casa vi marchar a Kulyán y
Janyl hacia mí, charlaban de algo y se reían. Ayer vi que un joven recibió a Kulyán y
fue para acompañarla a su casa. Hoy día aquel joven la ha esperado también.  

 

9 de febrero.

El secretario de comité fue sorprendido en un soborno grande. Seksembáyev le liberó bajo caución.

/de febrero.

Lo que yo necesito en esta vida es la pasión de la vida, algo así. Si tuviera mi querida, le dedicaría mi vida sólo a ella, a escupir en mi carrera, en esta hazaña de trabajo. Y ahora estoy andando, como si algo se ha perdido, como si me he quedado sin algo, como disminuido en la mitad...

Ayer estuve en una fiesta. Kulyán estuvo allí también. Todos los hombres trataban de hacerla hablar. Yo no metía en la conversación, estaba al lado. Ella estaba vestida del suéter rojo magnífico, su pelo era risado,  arrollado, como parecía. Empezó a hablar conmigo la primera. Yo le respondía con pocas palabras, un poco con hielo. Le pedí que me devolviera mis cartas. Tal vez, ella sintió mi indiferencia y se echó a reír sin dejar ver nada. Preguntó si mi deseo de volver las cartas no estaba relacionado con lo que hubo sucedido en la ciudad X. Yo respondí que no quería recordar a nadie de aquella ciudad. Me preguntó: “¿A las mujeres también?” Le respondí: “A las mujeres también” , Ella no espera oír tal respuesta, se sorprendió. Encontré a una de ellas en la calle recientemente. Pasé sin saludarla.

12 de febrero.

Kulyán tomó la costumbre de pasear por el parque con dos o tres chicos. Iba con ellos  a la mano, reía, hablaba de algo con ellos.  Hoy no se ha asomado. No ha salido de su aula. Tal vez, está ocupada con las lecciones. Y no ha estado en humor conveniente. Aunque ella no es de aquellas mujeres que tengan sus sufrimientos reflejados en la cara.

14 de febrero.

Los chicos del segundo grado organizaron un círculo, empezaron a trabajar. No tuvieron suerte en su trabajo, reeligieron a su líder. Y los que se quedaron con el primero, compraron el aguardiente casero de los jóvenes rusos, se emborracharon a causa del nacimiento de su jefe. Emprendieron una pelea. Aquel, el jefe de antes parece ser el hijo de un bai. ¿Cómo podrían resultar unas buenas personas de tal gente?

16 de febrero.

Vinieron de la ciudad X, comenzaron a alabarme, afirmaron que yo les faltaba mucho, me llamaron volver. Mi amigo Kapay comenzó a hablar, que yo podía usarles ya como quería. ¡Qué harían aún los kazajos! No puedes darte cuenta de quién tiene razón, quién no. ¿De quién te harías un partidario? Te permaneces escuchando, compadeciendo, sería incómodo si les echaras fuera. Y entonces sería interesante saber que pensaban hacer allí. ¡Hasta no quisiera escucharles! Si me meto en todas las disputas de los kazajos, no lograré mis objetivos planeados. Y cómo no me harían daño aquellas idas y vueltas. Verán quién viene a verme, y empezarán a charlar diferentes cosas de mí. De otro lado, por los cuales que sean – buenos o malos – son los suyos.  Falta poco para convertirnos en los rusos, si vamos a rechazar a nuestro pueblo.       

 / 7 de febrero.

Los habitantes de la ciudad de X. Tienen una peculiaridad - todo lo suyo es no tal como debe ser. Nadie quiere penetrar en la esencia de los problemas, creer sólo a los quienes ocupan los puestos, y esto no sirve para el beneficio del servicio estatal. Esta causa es suficiente ya para estar a la distancia de ellos. Me escribieron una carta con la solicitud en ­ promover la excarcelación de unos chicos, que habían estudiado baste bien en su tiempo. Bueno, ¡así son las cosas!

27 de febrero.

Recibí de mi cuñada Kulyán la invitación para venir a visitarla. Fuimos juntos con  Kapay. Quedamos mucho tiempo con presupuesto, liberamos sólo a las once. Llegamos, y allí estaba sólo Kulyán, hubo preparado samsá, servía té. Enrojecida, estaba sentada arreglando su pelo. Sobre la mesa entre nosotros estaba una lámpara. Ella la puso a un lado. Pues, su cara estaba en la sombra de samovar, y la mía se quedó en la luz de la lámpara. En lugar de la lámpara ella puso un plato lleno de dulce harina de avena con mantequilla. Más cerca a nosotros. De aquello hice tres conclusiones: 1) se escapó especialmente en la sombra de samovar; 2) quería que un plato con dulces estaría más cerca a mí, si no fuera así..; 3) decidió retirar la lámpara que era como una barrera entre nosotros, Pues, la harina de arena no servía para nada allí. Tal vez, piensa en restablecer las relaciones conmigo. Si fuera así, sería la mejor opción.

10 de marzo

Por la mañana en la cama me llegó un pensamiento. Sería necesario conocer si Kulyán me simpatizaba. Necesito alguna claridad. Hay que encontrar un modo de sonsacar un paso adecuado. De otro modo, me moriré de expectativas. Consulté con Kapay. Me propuso hablar con la cuñada de Kulyán. Nos juramos guardar lo todo en secreto.

12 de marzo

Ayer por la noche Kapay se fue a visitar a aquella cuñada de Kulyán. Como yo había pensado, tofo fue  en vano. No tuvo la oportunidad de hablar con ella a solas.  

A las once de la mañana salimos con una compañia a las montañas para dar un paseo. Kapay estaba al lado de Kulyán, y yo – al lado de un enfermero ruso. Logré hablar con Kulyán. Una vez más, sus bromas y risas... Habló de una u otra cosa, no dijo nada específico. Pensé que sus sentimientos hacia mí no eran fuertes, no ardían de pasión, en general. La más instruida, inteligente, educada que fuera una mujer, lo más importante en ella sería su sensualidad. Una mujer sin sentimientos es como una flor sin olor. ¡Qué ideas son: “Voy a estudiar”, “El casamiento va a molestarme en mis estudios”! Estudios es la voz de la razón. Amor es la voz de los sentimientos. Pero ella no ama y no siente...

¡Es demasiado racional! No se permite pronunciar: "Yo amo". No está dispuesta a cambiar su planes. Todos está dedicado a los estudios, no depende qué difícil sea para ella. ¿Acaso no debe vencer el amor lo todo en el mundo? No entiendo. Hay que escribirle una carta y tenemos que explicarnos por fin.

Y por la tarde llegó arrastrándose una kazaja madura, la madre de un miliciano. Declaró que me echaba de menos y quería casarse conmigo la hija de un bai, desconocida para mí. Su hermano mayor trabaja de maestro aquí. Y empezó a describir su hermosura... era de ojos grandes, rápida como una cabra... Probablemente, el maestro envió a aquella casamentera para que me visitara.  Me permanecía sin saber si debía creer las palabras de la anciana o no. Si no hubiera un truco de los conocidos tipos de ciudad X. Pedí que me llevara la carta de la misma chica.

13 de marzo.

Hoy escribí una carta a Kulyán. Si no me rechazara, sería la mía entonces... Ante mis ojos había aquel viaje a las afueras de la ciudad, a las montañas. ¿Qué dibujos tan bonitos y agradables para el corazón! Pasé toda la mañana en la cama, recordando en mi imaginación aquel paseo...

Montañas... Entre los árboles recoda el rastro de trineo, y a lo lejos parece que él abraza las cinturas de abedules. O hacia arriba, o hacia abajo. Las rocas... el bosque alrededor... la nieve blanca crujiente. El enfermero está congelado en la silla, su abrigo urbano no le calienta, está erizado. No se decide azotar a su caballo con látigo, todavía está probando. Y Kulyán está vestida en un bueno abrigo de piel kazajo, echo de liebre, el malajái de zorro está en su cabeza. Está en la silla como un verdadero dzhiguit, se ríe a carcajadas, sale adelante, excita con su aspecto floreciente. 

Por la noche fuimos con Kapay al teatro. Ponían el drama de esclavitud, de un acto. Kulyán con su cuñada aparecieron también en teatro. De vez en cuando la encontraba con mis ojos. Y creo que ella no permanecía indiferente. Parpadeando con sus pestañas pesadas, lanzaba sus miradas dirigidas a mí.   Era claro que ella esperaba que les acompañaríamos a casa después de la actuación, Y, claro, nos esperaban a la puerta. Kapay se puso terco, me llevó a casa. Y Kulyán con su cuñada se fueron con el enfermero. ¡No entiendo las diversiones de su cuñada con el enfermero ruso! Su esposo está en otra ciudad, y ella está paseando con éste aquí. No, no se puede confiar en las mujeres.

15 de marzo.

Durante la hora de comer salí para respirar el aire fresco. Y de la puerta contigua apareció Kulyán, sonrió me llamó señalando con el dedo. Ne acerqué. Ella me dijo que tal ves me había escrito una carta, pero no la llevaba consigo. Y aún más, no le gustaba escribir, y me propuso que habláramos mejor. Acordamos el lugar. Me prometió aclarar la hora del encuentro

 

16  de marzo

En mi sueño vi a Kulyán. Hablábamos de algo, la abrazaba y besaba. La ciencia afirma que un ser humano ve en los sueños lo que había pensado mucho y largo tiempo. Consecuentemente, mi sueño refleja mis verdaderos deseos. Cómo puedo, me castigo por esta debilidad. ¡Me he dicho tantas cosas malas tanto por esta pasión!, Trato de pararme. Me enamoré en vano. Todo eso es un engaño, y esta pasión no me traerá nada bueno. He decidido encontrar sus defectos para provocar mis sentimientos hostiles hacia ella. Y hay que considerar mi vida, según el orden, he empezado a recordar mis pecados. He entendido  que no me esperaría la felicidad familiar si me casara con una joven instruida. No, no sale nada. He continuado a pensar en ella. Me alboroto, como un cuervo en una rama. Ella ha atado mis manos y pies, me tira de la rienda. Yo estoy en una trampa, y esta trampa se llama Kulyán.

¿Cuándo la he visto en un sueño: hoy? ¿O la había visto durante un año? Recuerdo que por primera vez la vi en verano, después de la llegada a la ciudad. Recuerdo su vestido con encaje. Pasó como  cortó con la navaja. Soñaba con ella en Orenburgo, y en aquel sueño, ella hablaba conmigo, apartándose a un lado. He intentado a consolarme con la idea que el hombre sólo caza de una mujer, y no más. No, resulta que es un consuelo vacío, ahora lo entiendo.

He tenido fantasías que podré encontrarme con ella, explicarle. He inventado una especie de la vida irreable con ella, los días felices que nos esperan ... todo será en vano. Siento como mi sangre está hirviendo. ¡Pecador, pecador! No estarás bueno, mientras alimentas.

17 de marzo.

Yo estaba cerca de la escuela. Allí estaba ella con un profesor. La saludé con la cabezada y mentalmente le dije: "Soy el tuyo". Ella me miró con despecho o con conmoción. ¡Qué ojos tiene: cariños, queridos! Una de las chispes de sus ojos brillantes me ha quemado el corazón. ¡Los rayos mágicos de su mirada hacen temblar mi corazón, llenan mi alma con la felicidad suprema! ¡No, retiro mis palabras! No llenan nada el alma, no calientan el corazón, sino golpean y desaparecen misteriosamente. Un sonido es como un toque de la proa a las cuerdas de kobíz: maravilloso, mágico, lleno de angustia. Y sólo promete una melodía del amor. Aprieta mi corazón contra su pecho. El resplandor de sus ojos me ahoga,  sumerge a la eternidad.  Ellos se agitan como ondas, murmuran algo...

Prometió encontrarse conmigo a las seis. Consultaba el reloj a cada paso. Envié a un joven para que le buscara. Con cada minuto mi corazón late con más fuerza. Queda sólo una media hora. ¡Cómo se extiende el tiempo! Sin saber que hacer he cogido el diario. Me parece que será el pico de la felicidad si ella llegará en veinte minutos, me sonreirá, estirará su mano y pronunciará con su voz tierna: "Hola".  No puedo ni pensar en lo otro... Mis pensamientos saltan. Me quedo sentado y no sé cómo puedo calmarme. ¡Vendrá! ¡Vendrá si no sucede nada! ¿O podrá no venir? Es posible también. ¿De qué está ocupada? ¿Se viste? ¿Se pone el vestido, mira en el espejo? O... o... ¡hay que mirar la hora! Quedan 18 minutos. Espera, hay que salir de repente, puedo tardar si su reloj adelanta...

12 de la noche.

La esperaba en la esquina de la calle. Le ví a mi observador, esperaba con impaciencia. No pude soportar más, fuí a su encuentro, me dijo: “Ella ha salido de casa”. Me apresuré. Ella llegó al comisariado de un lado y yo - del otro. Nos encontramos en el foyer. Un ruso se acercó a nosotros y nos preguntó por la entrada. Mañana allí mismo van a poner un espectáculo. Casi esperé que me dejara en paz. Estuvimos juntos. En calle habían varios estudiantes que entraron en el comisariado... Ella se confundió y fue detrás de la escena. Ellas estudiaban juntas, tuvo miedo de cotilleo. Salimos a la calle por otra puerta.  

Hablamos de nada. Los chismes de la ciudad X, los chismes locales: quién y qué dijo, qué oyó. Yo expresé mi opinión de las chicas que estudiaban. Una de las causas fe mi encuentro con ella fue la misma: aclarar nuestras relaciones. Nos acordamos que ya era la hora de subir el telón. Para tener una conversación larga tuvimos que encontrar un lugar para aislarnos. Decidimos que una vez ella vendría a visitarme. Pero ella advirtió que los chicos que vivían conmigo no charlaran algo de sobra luego. Parecía que hablamos mucho, pero no decimos nada importante para nosotros dos, no resultó. Las palabras más importantes fueron expresadas sólo por nuestros ojos. Ella siempre me decía que ya era la hora de volver. No note como ya estaba cerca de su casa. 

18 de marzo.

Llegamos a ver un espectáculo. Vino ella. Se colocó en un asiento detrás de nuestra fila. Yo no cesaba de dar la vuelta a ella, hasta que me hicieron una observación. Cambié de asiento. El anhelo hacia ella era tan poderoso que no pudo mirar a la escena, sino a ella.  Ella también miraba a mí. Con ansiedad yo esperaba el intermedio, pero cuatro estudiantes estropearon todo. Se pusieron a pie alrededor de ella, ¡y hablaron tanto con ella! Yo conocía a uno de ellos – el pelirrojo. Le ví cuando él acompañaba a ella a su casa. No sabía de que hablaban, pero noté que ella hablaba sin ganas.  

No puedo soportar a la gente de la ciudad X. Kulyán aseguraba que tampoco le gustaban. No hay ciudadanos que sean peores que ellos. 

Al volverse a su asiento, ella pidió algo a su cuñada que estaba a su lado. Pero a aquella claramente no le gustó su solicitud. Pero de cualquier modo cambié de sitios con su pariente, y ya estaba al lado de ella pronto...

Kapay y yo acompañamos a nuestras compañeras a casa.

Aquel estudiante pelirrojo estaba alborotando frente a nosotros a lo largo del camino. O adelantaba, o iba lentamente detrás de nosotros. Al saltar de un lado, pasó delante de nosotros e hizo tal puf-puf con su cigarrillo que los chispes se dispersaron. Yo dije: "Así podrá quemarte". Ella me contestó: "¿Por qué lo dices con tanta malicia? ¿Acaso no se puede estar más convincente a la gente?" Me parecía que Kulyán  había perdido el estado de ánimo. Resultó que aquellos estudiantes estaban conversando que ella ya hubo visitado mi apartamento, que no era la verdad.  Pero ellos mismos iban a celebrar Nauryz[44], invitaron a Kulyán a celebrar con ellos la fiesta de primavera.

Kulyán no quiere romper sus relaciones con ellos, haciendo referencia al hecho que estudian juntos. Y si dicen tonterías, lo sucede en una companía de amigos. ¡Se podría creer que no dicen tontería sin amistad cualquiera! Ella ya no imaginaba cómo podía venir a verme. Pero, ¿qué pasa? ¿Por qué no les tira?

19 de marzo

Los ciudadanos locales nunca tienen los relojes puntuales.  En la calle alguien obligatoriamente pregunta: “¿Qué hora es?” y corrige la hora en su reloj, moviendo las flechas. 

Los estudiantes locales son totalmente inmorales. Si hay dos jóvenes, se puede escuchar: "Van a poner el espectáculo hoy? ¿Iremos con cabras? (o viejas?) " – lo dicen simplemente sobre las chicas (se refiere a sus chicas conocidas, entre ellas está Kulyán).

21 de marzo.

Visité la fiesta. Bebimos kumís. No era muy interesante. Kulyán con su amiga Zhakim se fueron para celebrar Nauryz con sus compañeros de estudio. Ellos no le gustan a Kulyán, ella decía mal sobre ellos. Pero, ¿cuál es la realidad, para qué se fue con ellos? 

Otra cosa sería, si ella les respetara, si no les diera las características poco lisonjeras, por lo menos... ¿Si vale la pena creerle a esa muchacha? ¿O lo hace para enfadarme? ¿O para algo más? ¿Tiene miedo de ser condenada por ellos? Una persona debe distinguir firmemente lo malo de lo bueno, sin andarse con rodeos en el camino vital.  Angustia... Parece que no pude existir la mayor angustia. Es interesante, ¿cómo tratará justificarse ella? A ver.

22 de marzo

Ayer estuvimos en casa de la cuñada de Kulyán. Hablamos de Nauryz. La cuñada me soportó y dijo las cosas desaprobadoras de aquel viaje suyo a las afueras de la ciudad. Kulyán confesó que no hubo actuado bien. La cuñada intencionalmente empezó a hablar con Kopai. Y nos movimos a la estufa y allí, de pie, hablamos. Otra vez le pedí que viniera a visitarme. Y ella volvió a decir que twnía miedo de los chismes. Dijo: "Cuando nos vamos de esta ciudad. "

24 de marzo.

A las seis llegué a la escuela para participar en la reunión. Nadie vino. Esperé a la puerta. Apareció Zhakim, tomando la mano de un niño pequeño. Ella tiene unos 19-20 años. Sobre ella decían las cosas verdaderamente terribles. Oí que ella hubo liado con un profesor, y no sólo con él. Faltaba a las clases.  Cuando me vio, en voz alta dijo al niño: "Di que estarán Kulyán y Malina" – y lo dirigió a una parte. Explícitamente todo fue supuesto por mí.

Mientras paseaban con los chicos, las chicas rusas hablaban en voz alta, no tenían vergüenza, se abrazaban con ellos, se reían a toda la calle. Zhakim es igual.  Las chicas frívolas tienen las caras parecidas, las mismas maneras. Las mercaderas para vender sus mercancías a los hombres, coquetean con ellos, les dan a entender que pueden contar con algo más.  Las chicas que ríen fingiendo, las que ríen a carcajadas son de la misma tribu. ¿Acaso son así todas las mujeres instruidas?

26 de marzo.

Ayer a las seis por la tarde Kulyán llegó a visitarme. Nos cerramos la puerta y hablamos con mil almas. Discutimos todo: nuestras relaciones, nuestros caracteres y lo que hablaban sobre nosotros los chismosos, y sobre los planes para el futuro, y sobre el amor, por supuesto. Después nos pusimos a besar. Ella dijo que estudiaba por la insistencia de su padre, y no quería que sus esfuerzos servían para nada.  Y añadió que dejaría los estudios. Le contesté que aquello no fue la cuestión. Lo más principal para mí es su amor hacia mí. Y ella se hizo más flexible. En mis abrazos, aunque avergonzada, se emocionó. Me quedó una impresión agradable y dulce.  

Yo recibí el "Kazajo trabajador". Allí publicaron un mensaje fúnebre de lo que el famoso Berniyaz se pegó un tiro y también mató con un tiro a su chica.   Un acontecimiento triste. Lo sentimos, ¡fue un poeta talentoso!..  ¡Cómo sucedió! Un suicidio era una cosa rara entre los kazajos. ¡Una cosa increíble! ¿Borrachera, amor o engaño? ¿Le ha consumido la vida cotidiana o los enemigos? Fuera lo que fuera, pero, al parecer, le pesaba mucho. Sí, la vida... ¡un momento - y rota!

28 de marzo.

Parece que Belinskiy escribía: “El amor que imaginamos es más duro y más peligroso que el verdadero amor. Los sueños amorosos caen al corazón como una piedra dura, son tímidos, penosos, venenosos”. Yo pienso que es verdad. El corazón me dolía como lo quemaron por entero.  

29 de marzo.

Pasé la tarde con Kulyán, caminando, hablando. La luna brillaba en plena marcha, hacía calor. Ella todavía no podía decidirse. Repetía: "¿Qué dirá la princesa María Alekséyevna?" ¡Qué dirán los tíos y tías! ¡Qué persona es: ni va ni viene! Y entonces, ¿Cuál es la diferencia entre la chica instruida y la otra sin educación? Había ayunado todo el invierno con las oraciones asiduas, y todo sin ningún resultado, como se veía.

4 de abril. 

Kapay dijo que Kulyán le informó que habían algunas cartas escritas por mí a su chica, con la que iba a casarse. Yo le aseguré, que no había escrito ni iba a escribirle. Que mostrara si habían tales cartas. Kapay es mi amigo, no disimulaba nada de él. ¿Para qué lo hizo ella? ¿Para reñirnos? Yo no esperaba que Kulyán podía mentir, como todos los demás,.

6 de abril.

Ahora de nuevo sobre las letras. Kapay es  presidente del comité ejecutivo de la ciudad. Y para él no era difícil encontrar a una persona que escuchaba a Kulyán leyendo mis cartas escritas a ella. Aquel fue el estudiante pelirrojo que mostraba, burlando, mis cartas a sus amigos. Decían que hace un mes atrás ella pasó una noche con aquel estudiante en casa de su amiga frívola Zhakima - en la casa cerca del mercado. 

¡Pobrecita es mi cabeza! ¡Qué engaño para mí! ¡Cómo me han engañado! Quería beber el agua limpia de un tazón sin rupturas, pero el agua fue bebida por el perro malo. Un amante es como un ciego, correctamente dicho. ¿Cómo pude estar tan equivocado? Ahora no creo ni una sola palabra de cualquiera mujer instruida! Todo tumbado: mi corazón sacrificado e inspiración para el bien de ella, y la voluntad de darle todo mi tiempo!

 

Abril de...

Yo escribí una carta a Kulyán con una petición cortés pero insistente que me devolviera todas mis cartas. Le escribí un adiós para siempre, muy seco: sólo tres frases. Ella respondió: "He roto todas sus cartas y las tiré. Créame".

 

 

El diario no hizo el efecto esperado por Baltash.  Akbilek consideró que la culpa de aquella historia fea fue la de la jóven Kulyán. El camarada Baltash insistía en la culpa de Akbalá. Y cuanto más hablaba acerca de los rasgos desagradables de su amigo,  Akbilek burbujeaba con más irritación. No quería oír más, se le quedaba sólo un deseo: ¡que se vaya, se vaya lejos de mí!

-  ¿Y cuál es el problema? Eso puede pasar con cada persona.

No! Él no la deja en paz, no cesa decir que Akbalá es absolutamente otra persona, no la que le parecía... Completamente perdida, ella dijo lo que no esperaba de sí misma:

- ¿Y qué pasa? Yo tampoco estoy tan... chica. Soy la peor, di a luz sin marido!

Qué podía decir más – sorprendió al compañero Baltash, pero no fue capaz de deshacerse de él. Y no la dejó en paz, sino por el contrario, comenzó a preguntarla sobre lo que ella dejó escapar. Escuchó con paciencia y con las palabras: "Usted ha hecho bien que me ha relatado todo," se fue por fin.

Un día después, Akbalá envió a Akbilek una nota pidiéndola llegar al parque que llevaba el nombre de Marx. Ella llegó. Akbalá que vino a verla era sombrío y decía con los dientes apretados:

- ¿No quisiera relatarme usted sobre su pasado?

-  No - respondió Akbilek sorprendida.

- No está bien. Lo compartiste con Baltash. Quiero oír la verdad. Lo que relataste sobre ti misma- ¿es verdad?

 

-Sí, es verdad, - contestó Akbilek.

- Si es así, nuestros caminos se han separado. Después de todo, pensé que usted es una chica - y seguí alejándose por el camino del parque, arreglado al nivel cultural.

Akbilek se quedó sola en un banco de madera. Se quedaba sentada y no podía comprender qué había sucedido..

 

 

 

 

El “Amanecer de Zaysán” rugió dos veces. Del barco de vapor bajaron rápidamente las mujeres vestidas a la moda.

En la cubierta, apoyada en la barandilla, estaba una mujer delgada, de cara pálida, de ojos negros, en un vestido muy bien cosido, con la panamá de seda blanca, y miraba al bullicio de la gente en el muelle.

Sonó el último silbato de vapor, la mujer llegó a la portilla abierta del camarote de la primera clase, y pronunció algo. Aquellos a quienes se dirigió, sin demora, salieron a la cubierta. Uno de ellos era Baltash. Sus dos amigos de viaje antes habían trabajado con él, estudiaban juntos en algún lugar. Los amigos de Semipalátinsk ya durante tres días recibían a Baltash y su esposa, les llevaban a la isla, daban paseo por la ciudad, pero en aquel momento, tirando de despedida, conversaban amistosamente en el barco. Baltash como un viajero verdadero, les obsequiaba a sus amigos con cerveza y continuando  a hablar con entusiasmo, pasó con ellos a la nariz de la nave.

Los de Semipalátinsk tenían buenas razones para mostrar todo el respeto a su huésped. Después de todo, Baltash ocupaba uno de los puestos del comisariado de la capital. Era comprensible y perdonable para el pueblo provincial acompañarle a un visitante de la capital, como los niños a su padre, que llegaron del mercado con las bolsas llenas de golosinas.

Baltash es un comunista prominente, capaz de responder a cualquiera pregunta política, un empleado con experiencia que prepara las resoluciones. Baltash es joven, pero no exageramos si le llamamos el patriarca del servicio soviético. Y sus amigos todavía van a seguir aquellos pasos que él ya había pasado subiendo a la cima. Servía en Akmolá y Semipalátinsk, en Uralsk y en la provincia de Bukéyev. Está familiarizado con todas las complejidades de la oficina, el personal, se comunica fácilmente con celebridades, y por lo tanto todo el mundo está a sus pies, si se puede decir así. Y aunque no estaba referido a los primeros líderes del partido, su puesto superior está apoyado de todos los lados - no balanceará. Podría criticar competentemente a cada  si lo debía, y referirse a la autoridad necesaria, para defender sus opiniones en cualquiera reunión. En general, es una persona estatal. El camarada Baltash se diferenciaba con el respeto a las opiniones independientes, le gustaba destacar: Compañeros, aunque el camarada K. está fuera de sintonía con las masas, y va a su manera, y yo le saludo. Era principial y siempre señalaba los errores a sus compañeros. Y si los compañeros no reaccionaban, podía emprender la ruptura más radical de las relaciones. Pero también podía ser un buen amigo.

Sus amigos se interesaban:

-  Y ¿qué tal Akbalá?

- ¿Y qué va a pasar con él? Akbalá está vivo y bien. Vive con sus sueños. Se toma, como siempre, para realizar algo imaginable, y va hacia adelante a una velocidad vertiginosa. Como antes, es un orador imprudente - y sonrió.

- Y ¿qué pasa con este?..

- ¡Eh, olvídalo! Se considera un gran astucia, capaz de engañar a cada uno en el mundo. ¿Pero dónde se puede encontrar tontos en nuestros tiempos? Tiene el colmillo retorcido. Este compañero no tiene visión de futuro.

Es decir, de cada hombre Baltash tenía su propia opinión. El “Amanecer de Zaysán” rugió la tercera vez. Baltash con la companía llegó a la mujer con la panamá blanca que se permanecía todavía a la barandilla. ¿La habéis reconocido? Es Akbilek.

Adiós, camaradas!.. ¡Y al hacerlo! – Baltash estrechó fuerte las manos a sus compañeros, despediéndose.  

-¡Adiós! ¡Adiós! – los amigos de Baltash también se despidieron de Akbilek y se apresuraron a bajar la escalera al muelle.

"¡Do-oh!.. ¡Do-oh!.. ¡Do-oh! "- el barco de vapor trataba de reproducir la voz de la gente.

Los acompañantes, con lágrimas y sonrisas, miraban ansiosamente en los rostros de los pasajeros que se alejaban y gritaban algo incomprensible a lal popa retirada. Los corazones se pusieron a latir más fuerte. El barco de vapor golpeó con las palas de ruedas en el agua, como una lengua de perro viejo en sopa aguada. En el aire por encima del puerto se agitaron los sombreros como los ciervos, y los pañuelos como las mariposas, las cabezas se inclinaron y las lágrimas rodaron por las mejillas. Los pasajeros se amontonaron en la parte posterior de la nave en las posiciones respectivas: "Nosotros tampoco queremos despedirnos de vosotros".

En la cubierta de la nave tronó la banda: tubería de cobre, tambor y timbales tocaban la marcha vivaz, el pulso de Akbilek se aceleró, el ​​alma se balanceó con la onda libre. Ella, también, agitaba un pañuelo blanco. Su corazón se apretaba, como si decía adiós para siempre a un ser muy querido, lamentándole interminablemente. Aquel ser querido era, por supuesto, Camilia.

"La pobrecita Camilia no pudo llegar al muelle. ¡Si nada terrible le había sucedido, ella aún tenía que vivir como un pájaro paralizado en una jaula!"- Akbilek pensó, recordando el día pasado en la isla de Irtish. Recordaba y el otro día. El día de su boda con Baltash.

El registro civil – aparecieron tales oficinas. Entraron para casarse. El registrador era un hombre de bigote negro. En cuanto sonó el nombre de Akbilek, él alzó su mirada y clavó sus ojos en la cara de ella. Akbilek inmediatamente lo reconoció. ¡El de Bigote Negro!

¡Eh¡ !Santos, ah!

Ante el temor de que Baltash pudiera sospechar algo, Akbilek le miró fijamente. No, era feliz.

Al salir de la oficina de registro civil, Akbilek volvió la mirada a el de Bigote Negro. Él la miraba alejarse, y, como le pareció, con cariño. Ella, diciendo adiós, débilmente le asintió con la cabeza. Se pasó los dedos por el pelo y apretó el puño. O lamentaba, o se sentía arrepentido... quién sabía.

La cubierta se tambaleó. Las lágrimas cayeron de los ojos de Akbilek. Baltash corrió a abrazar sus hombros:

-¿Qué?

-  Simplemente... así que... Siento lástima por la pobresita Camilia... ¿Cómo puedo ayudarle? Oscura, sin poder responder... ¿Qué la espera? Un pesimismo de la tumba... - con la tristeza profunda pronunció Akbilek.

- ¿Por qué te amargas por nada? No se puede cambiar todo en un día. El socialismo viene, y ya ha traído la igualdad, ¿no es así? Recuérdate, - entusiasmó Baltash a su esposa.

- Todavía pesado... - Akbilek dijo, respirando aún con la angustia y la soledad de su hermana, que se quedó allí... en la orilla.

Un día de julio, con el sol blanquecino en el río Irtish. Las orillas verdes. El barco del vapor se desliza por el río, dibujando líneas en la superficie del agua. En la cubierta está paseando el compañero Baltash, con su esposa a la mano, inhalando profundamente una brisa refrescante y embriagador, como el kumís batido. ¿Cómo no podría dar crédito a sus palabras acerca de la venida igualdad – las garantías pronunciadas por un funcionario responsable? ¿Quién más, si no fuera él podría saber lo todo? Y Akbilek se calmó.

Al haber respirado el aire fresco, ellos entraron en el salón que brillaba de paredes de espejo. En la escena, entre dos columnas, la  chica rubia, con una espalda recta increíblemente, tocaba una obra en el piano. En el rincón derecho, a una mesa pequeña, se colocaron cuatro ciudadanos de largas narices,  por sus cuellos blancos y las maneras se podía adivinar en ellos a los tipos de comercio, ellos estaban jugando a préference: "Pase... Pase..."

Baltash y Akbilek, escuchando el tocar de la pianista delgada, se sentaron a una mesa grande cubierta con el mantel blanco como nieve. Consultando el menú, comenzaron a hacer la orden a la camarera que se les acercó en su delantal blanco de encajes.  Baltash puso a leer la lista de platos, preguntando: "¿Quieres?"

- Y tú, ¿qué vas a comer?

- No sé nada de estos antrecotes, quiero comer la carne de carnero.

La elección de su marido le pareció a Akbilek muy ridícula, y ella se echó a reír. Al oír la risa desenfrenada, uno de los comerciantes levantó la vista de sus cartas y lanzó una mirada curiosa a la mujer que reía. A partir de aquel momento, de vez en cuando él lanzaba una mirada grasienta a Akbilek.

Después de dejar a reír, Akbilek dijo:

- Tal vez yo coma una perdiz.

Después de comer, los maridos tomaron un par de cervezas "Zigulí" y en buen estado de ánimo pasaron a su limpia camarote de dos plazas, se recostaron en la cama, y mirando la revista "Reidor" reían a carcajadas de vez en cuando.

- La risa es muy buena para el sistema digestivo, - Baltash declaró  autorizadamente.

¡La vida es agradable, la vida es divertida! Todo parece ridículo para los recién casados. Akbilek se convirtió en la aficionada a burlarse de su marido. Y no pasaba nada, él lo aguntaba, no había ni una sombra de ofensa.

-  ¿Te has fijado cómo aquel comerciante te comía con sus ojos? 

-  ¿Verdad? ¡Pero yo esperaba que no te habías dado cuenta! 

 

- Tú, lucito mío, ten cuidado. Tales pícaros son peligrosos, - advierte Baltash.

-  Y tú, querido, ten cuidado. Hoy día, un comandante ha recogido mi pañuelo caído sobre la cubierta.

Baltash está tranquilo, y, de hecho, ¿qué le queda hacer? Él mismo la eligió, él mismo se pegó a Akbilek. Guarda calma, sobre todo porque sabía que Akbilek había ocultado nada de él, le relataba todo lo que le estaba pasando con ella. Después de regresar del trabajo, mientras tomaban té le contaba todas sus conversaciones con sus colegas y  visitantes. Le confiaba todos sus pensamientos, dudas, e incluso sus sueños. Y Baltash a menudo compartía con ella sus problemas. Es un secreto, pero os diremos: fue ella quien le ayudaba a escribir informes y presentaciones. Así es el talento que se descubrió en ella. Escribe una maravilla, precisamente, con los párrafos. Sólo era necesario, cuando se quedaba a trabajar después de la medianoche, prepararle un té caliente.

Al tercer día, el matrimonio joven llegó a Zaysán. En el muelle fueron recibidos por Toleguén, su esposa y su hija pequeña en los brazos,  que recibieron de ellos un telegrama gobernal: "Esperad". Hubo el encuentro con gemidos, suspiros, abrazos y besos.

Baltash antes hubo familiarizado con el hermano mayor de Akbilek, servían juntos. Antes él se le trataba de: "Camarada Toleguén"- y hoy día, a la manera familiar, cordialmente: "Cariño, ¿cómo estás?" - y lo besó en los labios. A la esposa de Toleguén la besó en la mejilla.

Toleguén siempre consideraba que Baltash era una persona limitada. Ahora no lo ha recordado. Ahora Baltash es su cuñado, además, el que trabajaba en el centro. ¿Qué limitación puede existir en su nueva posición? Que no se ufane, y bastante.

Esperaban dos carretelas. Toleguén, sosteniendo los codos de las mujeres, les situó a los invitados en los asientos suaves. Y las carretelas pasaron rápido, levantando las nubes de polvo, por las calles de la ciudad directamente a su apartamento.

 

Para el matrimonio joven le prepararon una  habitación con la alfombra en el suelo y la cama con la ropa fresca. En el salón estaba servida la mesa festiva, repleta de manjares.  ¡Qué estaba allí! Baursakos, pastelillos paramish, samsá, dulces y caramelos, semillas de girasol tostadas, pistachos, galletas con nueces, y todo fue servido a montones en los platos... En el borde de aparador se agruparon las botellas con las cabezas rojas, cabeza azules y de oro, tirando sus cuellos, como cisnes en un estanque, suplicando: "¡Cuándo, cuándo os pegaríais a nosotros!.."

Toleguén, considerando que vodka no correspondía al estado mandatorio de su cuñado, compró aún para él una botella de champaña por 25 rublos. 

Al enterarse de que había llegado el comisario de capital, los comisarios no realizados de la provincia se apresuraron a la casa de Toleguén, como los fieles a la Meca, vestidos de los pantalones inflados en las rodillas y las chaquetas arrugadas. Allá llegaron a correr, al olor de caldero, los cantantes de poco valor y el personal de aduladores y los cumplimenteros, acostumbrados a la fiesta – toy, como pollos a mijo.

"¡Felicitaciones!", "¡Pase!", movimiento hacia atrás y adelante, las sillas crujiendo, el traqueteo de los platos, el tintineo de cuchillos y tenedores, el sonido de copas de vino - todo en conjunto, no es una casa, sino la revuelta de feria. Con las copas – tin, tin, el champaña burbujeante da golpe en la nariz con el sabor dulce de vino, vodka se vierte sobre el borde, ya han empezado a cantar. ¡La compañía puso en marcha, por supuesto! Akbilek y Baltash son de la misma capital, ¿por qué no celebrarían a lo grande? Bueno, ¿si existe alguna otra razón más significante para la alegría? "!Vierte el vodka! ¡Levanta una copa! ¡Comienza a cantar! ¡Eh, el aúl se alegra! ¡Canta! ¡Vamos! "

En la pasión de la fiesta la compañia se emborrachó pronto y en buena harmonía. Las cabezas colgando y los pies eran como de goma; las paredes de la habitación estaban flotando al cielo, y sólo cuando la mesa comenzó a balancear, los huéspedes, aferrándose el uno al otro, comenzaron a irse a casas. Akbilek pudo arrastrar a su marido-devanadera a la cama, y con la cuñada empezó a limpiar la mesa. En algún lugar recostó el dueño de la fiesta, dando gracias a Dios por todo lo que fue tan bien.

Después de dos o tres días, Akbilek y Baltash, agotados por las invitaciones para dar visitas y las ceremonias urbanas, se marcharon adelante, al mundo natal del aúl.  

No se sube a las montañas en una carretela, sino en la silla. Pero no importa, ¿acaso no son kazajos, o qué? De una forma rápida y sabia, para el viaje del cuñado respetable eligieron los caballos domados seguramente.

 En la yegua torda subió la esposa de Toleguén, poniendo también una manta doblada debajo de sí. El mismo Toleguén se sentó en el garañón alazán, Akbilek consiguió el caballo tranquilo de color de ceniza, Baltash salió en el caballo moro. Un compañero local que acompañaba a los huéspedes tampoco se quedó peón.  

Salieron a la madrugada. Akbilek sonreía, viendo cómo se arrastraba en el caballo su cuñada, no acostumbrada a equitación. Con una mano sostenía el el arco de la silla, con la otra o apretaba demasiado, o perdía las riendas. Toleguén tuvo que colocar a su pequeña hija delante de sí.

Un cálido día de verano. Al mediodía, los viajeros hicieron una escala para descansar en el aúl acomodado en la cuesta de la montaña, comieron un cordero, bebieron kumís y volvieron en las sillas.  Ya no se movían tan rápido como a las horas de la madrugada. La cuñada sufría, apenas aferrándose en su yegua. Pero Akbilek apresuraba animosamente a su caballo con los toques ligeros del látigo. Y la chica dormitaba despreocupada, cabeceando. La llevaban en turno.  

Con llegar de la noche, las mujeres comenzaron a quejarse de sed, y los jinetes se volvieron hacia el aúl que estaba en la orilla del lago. En el centro de  establecimiento se encontraba una casa grande cerca de la cual daban vueltas diez potros. A la derecha de la casa se ​​planteó una yurta blanca. Los viajeros se detuvieron al lado de aquella yurta. Llamaron a un chico adolescente y le preguntaron por el dueño. El adolescente contestó que la hacienda pertenecía a Bekbolat. Al oír aquel nombre, el corazón de Akbilek empezó a latir fuerte y se derrumbó. Su primer impulso fue huir de allí, a pesar de todo. Pero su deseo de volver a ver a su novio fallido le apoderó, y ella esperaba su llegada en silencio.

El ignorante desapareció y fue reemplazado por Bekbolat que apareció en el gorro de orejeras de zorro, desplazado hacia un lado, chupan echado sobre un hombro. Mirando de reojo, se movió a recibir a los invitados inesperados y tomó la brida del caballo de Baltash como una señal de saludo. Se miraron con Akbilek y él se hizo pálido, pero le saludó a ella y su hermano como a los amigos viejos. Y se apresuró a llevar a los huéspedes en la yurta.

Una joven morena y de nariz chata estaba cosiendo, sentada frente a una pila de mantas.  Akbilek inmediatamente notó su figura. La joven ama de casa también observó con su mirada desagrada a las mujeres. Era evidente que no le gustó que las mujeres, sin tener ninguna vergüenza, pasaron y se sentaron al lado de los hombres, ¡casi la rodilla a la rodilla! Su mirada expresó el único pensamiento: "Oh, qué son! ¡Cómo se han adornado! ¿Qué se imaginan? Oh, así que usted!.. "

Bekbolat envíó inmediatamente al joven a la casa grande para que trajera kumís. Él mismo extendió un mantel delante de los invitados, y luego comenzó a espumar una bebida refrescante que apareció en una taza grande.. Su esposa, por el contrario, alzando su nariz corto, salió de la tienda, haciéndoles saber que no iba a arrastrarse ante cualquier ciudadano. ¡Y tú, si quieres, da vueltas ante ellos, como un  como un bufón desgarrado, eh! Bekbolat la siguió con la mirada odiosa.

Un invitado mira durante un momento, sino ve toda la vida. Akbilek pensó que Bekbolat no quería a su esposa, y sintió pena por él. Sus pocos encuentros con él revivieron delante de ella, pero no tanto que pudieran excitarla como antes. Y luego desaparecieron sin dejar huella, sin una gota de arrepentimiento. ¿Qué significan los viejos sueños de la joven? La arena está bajo los pies de mujer, ella camina, sin hundirse nada en la arena, respirando con nuevos deseos. Y Beckbolat ya es otro – se ha hecho más pesado, además de bigote creció la barba, las arrugas aparecieron a la boca, y se hizo menos de altura.  Pero, ¿una conversación?

- Eh, pues, vais a los nativos... ¿Qué dicen en la ciudad?.. ¡Mataremos un cordero! - Eso es todo lo que estaba hablando.

Akbilek, temiendo que Baltash podría adivinar su relación antigua, pero íntima, con Bekbolat, y lo que en Bekbolat podrían despertarse los sentimientos, ahora inútiles, dijo en ruso: "¡Vamos!" Sin prestar ninguna atención a las peticiones pertinentes para visitar, todos se levantaron y se fueron a los caballos con sillas.

Cabalgaron en silencio durante un rato. Akbilek miraba a su hermano, pero según su rostro no se entendía lo que estaba pensado. Pero él estaba ocupado con la elección del tema para la conversación, que de ningún modo pudiera llamar algunos recuerdos de sus interlocutores.  Al hablar, por último, con su hermana, él se aseguró con alivio de que ella entendió el plan prudente.

En una ladera cinco jinetes y amazonas son no más que hormigas, y en las hierbas poderosas de Altai no se ven en absoluto. Pasaron un desfiladero cortado con las cuevas; pasaron entre las rocas, que colgaban sobre ellos como una joroba de camello; pasaron al lado de las rondas de piedras planchadas por los vientos como las tetas de las gigantas... Allí, en lo más alto del Altai, Akbilek, como nunca antes, se dio cuenta de que el asesinato de su madre, y la violencia contra ella, el acosamiento de su madrastra y las horas de oscuridad en el borde de la tumba en la choza de la vieja Escudilla, se quedaron allí - muy por debajo - y nunca la preocuparían. Ella había llevado su corazón por los siete cielos y lo había lavado en un cuenco de oro en Universo, había nacido de nuevo - pura, diferente.

 

 

 

 

Akbilek, alargada como una cuerda ve a todo el mundo – Altai en los rayos de anochecer: corren, echando las melenas, con relincho y rugido, los caballos, a lo largo de las olas de las aguas de cristal de Markakol. Las yeguas llevan a los garañones, atrayéndoles a los prados de montaña. Están brillando los rojos gorros de zorro de los pastores, en la ladera brillaron las cabecitas de almendra con los pañuelos estampados. Los vestidos verdes alinean los contornos de los cuerpos, y todo se ve como a través de gafas con lentes de color amarillo. Brilla de oro y se mueve.

Se oye el ladrar de los perros y el balido de las ovejas en los corrales del aul cercano. Los cabritos con sus voces lastimeras llaman a sus madres con cuernos. En el cielo suena la alondra. Y los vencejos vuelan cerca de la tierra, trampeando a la gente. Las tres chicas que van por el agua han empezado a cantar con matices:

 

El juncar ocultó a la pendiente, un ajeno desconocido llegó para llevar a su hermana. Los anillos dobles cortan los dedos, a veces le siento lástima hasta el dolor debajo de la costilla...

 

Dios sabe de donde apareció un chico en un garañón con  la cola volante, vio a Akbilek con sus amigos de viaje, dio media vuelta y corrió al aúl.

El sueño del aksakal Mamirbai era ver a su nuera. Antes de su llegada rara él establecía una yurta blanca para los recién casados, con la esperanza de que Toleguén trajera obligatoriamente  a su esposa consigo. Y aquella vez ella estaba cerca de la casa del aksakal - el viejo estaba esperando.

El chico gritó directamente desde el caballo:

-  ¡Los tíos están cerca! ¡Y Akbilek viene con ellos! Al oír la noticia de la esperada, el aksakal se estremeció y rápidamente comenzó a deambular de habitación en habitación, exclamando:

- Eh! ¿De qué está gritando?

Él no ha visto a Akbilek desde el día cuando ella se fue con su hermano. Ha oído decir que ella estudiaba, pero sólo con el aire infeliz, sin palabras fruncía el ceño: "¿Qué puede aprender una chica?" Ella parece haber desaparecido de la faz de la tierra para él, pero sólo recordó que tenía una hija. No ha pensado en ella y no tenía ni idea de que un día la viera otra vez. Ahora, ¿qué debe hacer? ¿Quedarse en casa? ¿O ir a su encuentro?. ¿Cómo debe saludar? Es imposible sentarse como si nada está sucediendo. ¿Pedir perdón? Aquí ha caído sobre él la mala suerte tan dolorosa.

No le entra nada en la cabeza, y la mujer en la ventana ha puesto encloquear:

Aquí! Cuatro personas! No... Cinco... Dos mujeres... Supongo que una es nuera ...

El aksakak, al oír sobre la nuera, era incapaz de mantenerse quieto, ya estaba cuando fue empujado a un lado. Recordando un dicho famoso de que el anciano debe salir a su encuentro y ser el primero en saludarle a su huésped que viene de muy lejos,  si es aún un niño de seis años, el aksakal Mamirbai decidió salir de la casa y recibir a los invitados como debía.  

Ha salido, y en aquel mismo momento han llegado todos juntos. Del caballo amarillo le mira una mujer con un vestido blanco. Sarah se ha colocado frente a ella. Mientras que se ha preguntado: "¿Quién puede ser?" - Urkiya ya la abraza, da besos en la frente. Ha resultado que es Akbilek. Para su sorpresa, ella ha sido la primera para saludar por los hombres y ancianos del aúl. Al ver que todos se le tratan con una atención respetuosa, el aksakal ha decidido aplanar ligeramente su aversión por su hija.

Toleguén le ha venido y saludado, y, llevando a Baltash, que le ha seguido, le ha presentado:

-    Aquí está su yerno. Se llama Baltash.

- Eh, ¿cómo estás, querido? – ha pronunciado el aksakal  estupefacto.          

Y no ha podido averiguar qué más decir, en la lengua se gira ridículo "Felicitaciones". Después de su hermano, que llevaba a Sarah, se ha acercado a su padre Akbilek, y le ha tendido la mano.  

- ¿Eres tú, Akbilek, querida? - La voz de anciano se ha temblado, sus ojos están húmedos. Apenas una respiración profunda, ha sido incapaz de contener las lágrimas.

Akbilek se ha permanecido triste, sin levantar la vista.

-¿Cómo estás? Estás bien, querida? – la ha preguntado aksakal. En aquel momento, las mujeres la han tomado y llevado a la yurta para los recién casados, han dado una vuelta alrededor y los han llevado a ella.

Han comenzado a acercarse los de aúl, saludarle. Al apretarles manos, el aksakal  ha ordenado:

- ¡Vamos, den paso! ¡Que entren en la casa! Los huéspedes han entrado. Y con ellos, el mismo aksakal. Las mujeres han apresurado a buscar la cortina para la nuera, el aksakal les ha interrumpido agitado:

- ¡Dejad, no os alborotéis aquí! – Y ha dicho a su nuera: - ¡No tengas vergüenza, luz mío! ¡A ti se puede! Diferentes ceremonias no convienen ahora. 

Aquella chica, mientras tanto, no pensó en estar avergonzada. Y las mujeres no cesaban de hacer ruido:

- Eh, aksakal, ¡qué viejo es! ¡Los niños han llegado! ¡Copa completa! ¿Bueno, feliz? Y este joven es tu yerno, entonces! ¡Deseamos vivir muchos años y amor a los jóvenes! Los beneficios a todos sus hijos!

Aksakal realmente está más que alegre.

Han llevado las cosas, se han alojado. El aksakal ha salido a patio, a la luz de la luna sacrificó al cordero con los trabajadores y le ha preguntado a su hermano:

- ¿De qué familia es mi yerno? ¿Habéis conocido?

Amir, quien ya supo conocer lo todo sobre Baltash de Toleguén, ya no ha podido esperar más para decir chismes sobre el cuñado.

- Es de Semey, de la familia de Tobykta. ¡Ocupa un puesto grande, señor! ¡Está en el servicio público de Orenburgo! – dice alabanzas.

Los sentimientos antiguos de aksakal han desaparecido sin dejar huella. Su estado de ánimo mejora – está indeciblemente feliz.

Por la mañana, mirando a Akbilek y Marisha, que se han vuelto felices del paseo por el aúl, pensó con un placer: "Mi hijo tiene una esposa digna – fornida, blanca y anda suavemente”. Le decían que no era una kazaja, era de la población estek, pero él consideraba que los estek debían ser algún linaje de los kazajos. Al ver que Sarah, levantando con sus manos la hija de Toleguén, estaba a punto de ir con ella al aire libre, el aksakal ha dicho:

Dámelo, cariño! - y ha olido suavemente el cuello de la niña, la ha besado en la cara.

El estado de ánimo ya ha sido el canto del alma.

- Eh, gracias a Dios, ¡perdónanos!

Han preparado también para salir de casa, vestidos de los abrigos de entretiempo y los gorros a un lado, Toleguén y Baltash. El aksakal, acompañándoles con la mirada, ha pensado: "El tiempo, como se ve, pertenece a estos". Y con esos señores de familia él ha querido vivir mucho tiempo.

Mientras que los jóvenes paseaban, tomaban té en casa, el aksakal se metió al establo y ordenó a batir la leche de todas siete yeguas. Regresó y verificó que habían barrido y limpiado sus habitaciones. Le ordenó a su mujer extender una manta gruesa especialmente para Akbilek.

Pacientemente esperó una hora y envió a su hermano para que llamara a los jóvenes. Les invitó a  Toleguén y Baltash, que habían aparecido ya, sentarse a la cabecera de dastarkhán y les invitó a Akbilek y Marisha sentarse a su mano derecha. 

La misma madrastra se puso a verter kumís en los tazones rojos, muy generosamente, sin privar incluso a los vecinos y los niños. Además, se pegó a su nuera Marisha:

-¡Bebe, querida, bebe! ¡Permíteme que te doy más!

Pero no se atrevía a mirar a cara de Akbilek. Sólo se inclinaba, alcanzando para coger un tazón para ella. El aksakal no cesaba de obsequiar a su yerno:

-  ¿Por qué no bebes? ¡Es un kumís maravilloso!

- ¡Estoy lleno! – respondió Baltash..

A aquellas palabras el aksakal contestó profundamente y arrepentido:

-  La vida en la ciudad no deja nada del estómago humano.  

El aksakal se permanece en caballo: ¡qué hijo! ¡Qué yerno! ¡Qué nuera! ¡Qué hija! Bueno, ¿quién más en estos tiempos tiene tan buena suerte? Si escupo por encima del umbral ahora, estoy seguro que daré en la nariz del perro.  

Bueno, hace falta decir, que Mamirbai organizó toy – fiesta. Quería matar un caballo de tres años, pero Toleguén insistió en el otro, de un año de edad.  Además, de cada una de diez casas de la familia sacrificaron un carnero  ¡Cinco aules de Markakol celebraron la fiesta del aksakal Mamirbai! La carne no cabía en las calderas, kumís se derramaba por todas partes, excepto el lago, los luchadores juegan con los hombros, los jinetes agarraban las cabras, los cantantes no dejaban la domra ...

Con dificultades terminaron la celebración. Akbilek con su cuñada, colgando la tela roja a la yurta,  empezaron a enseñar a las mujeres a leer y escribir. Los hombres - Toleguén y Baltash – emprendieron lo más alto: se pusieron a llevar a los hombres a las cumbres de la formación política.  

Akbilek estaba suave, hablador, tranquila con su padre. Sin saber de qué hablar más con su hija, excepto perdón, Mamirbai notó:

- Akbilek, querida, ¡eh! ¿Por qué te molestas tanto? Relájate. ¿Es necesario enseñar a las mujeres a leer?

-  Padre, ahora tenemos la ocasión.

- ¡De todos modos, no serán parecidas a vosotras!

Akbilek no discutió. Estaba ocupada con Sarah en sus pensamientos. Su hermana ya tiene doce años, ya lleva vestidos largos. Es tiempo para ir a la escuela, sin duda la llevará consigo a la ciudad. Y con el hermano será más complicado. Kazheken la trastornó: que durante los años que ella no estaba en casa, se hizo engañoso y vengativo. Sombrío y desosegado, la afligía y disgustaba. Bueno, que Toleguén se le preocupe.

Akbilek va a menudo a la orilla del lago con Urkiya que le trataba con cariño todavía. En uno de los días una conversación pausada de alguna manera se hizo a Akbilek preguntar acerca de una persona que la hubo metido a los rusos:

- Tía, ¿qué pasó con aquel... Mukash?

- ¿No has oído? Salió de invernadero aquel invierno, y desapareció.

-  ¿Cómo pudo desaparecer?

-  ¿Quién sabe? Puede ser que alguien le había matado. 

-  Él trajo un montón de mal a la gente.

-  Pues, el mal regresa.

Bueno, ¿cómo podían saber que la sentencia fue impuesta aquel mismo día de invierno tan bien conocido para nosotros. Fue impuesta por el bai Abén Mafhinniy y ejecutada por sus personas.

Las mujeres pensaron y observaron silenciosamente como Sarah jugaba en la arena de la orilla con la hija de Toleguén. Parece que como vamos a hablar de chicas, pero Urkiya puedehablar sólo de su pequeño hijo - Iskander. Iskander es un chico hermoso, con carácter.

 

 Ella lo ama con locura. Según su madre, él es muy inteligente, compone canciones, y tiene tiempo para juegos, sabe, y cuida los corderos, y detiene a un ternero. Es un poco inflamable: si no le guste algo, estaría firme y no cedería. Si empieza a luchar, va a agitar sus puños, hasta que sus manos no sean interceptados. Si le golpean con las piernas – va a defenderse con la cabeza.

Y ahora se puso a pelear un niño, le hizo gritar a su hermana de la ciudad. Aquel chico era mayor y más grande, pero se sorprendió, volvió corriendo. Urkiya se espantó, agitando las manos. Y Akbilek dijo con entusiasmo:

-Iskander, ¡ven a mí, querido! Mi hermano, aynalayyn! - Y lo abrazó con fuerza y ​​lo besó.

Iskander se zafó y corrió hacia el agua. Akbilek, sin apartar los ojos de él, le preguntó:

-Tía, ¿por qué - Iskander? En ruso resulta Alexander.

Urkiya respondió con calma:

- ¿Recuerdas a tu duana Iskander? Te salvó. Así que nombré al hijo en su honor.

Los ojos de Akbilek se abrieron, ella pensó y dijo:

Tía, eh! Iskander parece a mí, ¿verdad? Urkiya se rió y le dijo:

- ¡Si te parece , le diste a luz!

-  Es verdad, tía? - Exclamó Akbilek y otra vez: - ¡Iskander! ¡Iskander, ven a mí!

El niño corrió, y ella lo estrechó en sus abrazos, hasta no pudo respirar ella misma.

- ¡Mi potro! ¡Qué bien has hecho a todos los pájaros, ¡ay! - Y corrió a besar a Urkiya. - Pensé, que lo había matado... ¡Qué feliz soy! ¿Vas a dármelo?.. Bueno, ¿cuando sea mayor, a la escuela?

- Voy a darte - dijo Urkiya.

El agua de Markakol es dulce como la miel. Se alimentarán con el agua la hierba, y el ganado de ubre, que Dios hubo creado, y no sale leche de los pezones, sino la gracia... Y aquí está ella - Akbilek Mamirbaidina – la hija de Markakol, la madre de un hijo, una mujer.

 

 

 

 



[1] Naimanos – el pueblo nómada de Asia Central

[2] Kumís - la leche de yegua

[3] Kobiz –un instrumento musical de arco  kazajo

[4] Baibishe – la esposa mayor

[5] Aúl - aldea en Cáucaso y en Asia Central

[6] pud - medida antigua rusa de peso = 16,3 kg

[7]vólost - distrito rural en la Rusia zarista

[8] kosh - tienda de nómadas en el Asia Central

[9] Chapan - la bata superior

[10] Aksakal – el más viejo de una generación, de una familia

[11] Irímshik – el queso semiduro de Kazajstán

[12] Baursakos – los buñuelos fritos

[13] Sazhén - medida rusa antigua = 2,134 m

[14] Albastí – los personajes demonios femeninos en los mitos de Asia

[15] Camisola – especie de chaleco

[16] Atamán - jefe

[17] Duana – ermitaño peregrino

[18] Barimtach – el participante de barimta (el hurto del ganado,) con motivo de alguna venganza sangrienta o bandolerismo

[19] Kamcha – el latigo

[20] Malajái - gorro de piel con orejeras

[21] Akim – el alcalde en Kazajstán, Kirguísia, Uzbekistán

[22] Nogayo - una etnia del Cáucaso de Norte

[23] ¡Suyinshi! - una exclamación exigiendo una recompensa o agradecimiento por las buenas noticias

[24] Pud - un medida antigua rusa de peso = 16,3 kg

[25] Zemstvo - administraciones locales y provinciales dirigidas por la nobleza y la burguesía en la Rusia zarista

[26] Milicia - cuerpo de orden público y de seguridad en la Unión Soviética y en Rusia

[27] Toy - fiesta

[28] Beshmét – especie de  camisa para los hombres

[29] Nasvai – la especie del  tabaco, tipica para el Asia Central, no para fumar, sino para  poner debajo de la lenfua o labios. Es un tipo de drogas.

[30] Dzhigit - hábil jinete del Cáucaso

[31] Saxaul - arbusto del desierto de Asia Central

[32] Tokal – esposa menor

[33] Kurt – el queso salado de la leche de yegua

[34] Domra – instrumento musical popular

[35] Kui – una obra kazaja popular instrumental para interpretar tocando domra u otro instrumento popular 

[36] Dastarján –  un rito tradicional de comida en Asia Central

[37] Batir – una persona valiente

[38] Mushel – cada doce años de la vida de una persona, a partir de un año de edad, según el horóscopo oriental

[39] Doja – pelliza larga de pieles

[40] Shanirak – el tope circular de la yurta

[41] Sarnayo – un instumentpo musical, una especie de gaitas

[42] Samsá  - una especie de spanadilla con carne, cebolla y patata.

[43] Arbá - carro alto de dos ruedas en Crimea, el Cáucaso y el sur de Ucrania

[44] Naurryz – la fiesta de la renovación de primavera, se celebra el 21 de marzo