“¿A qué altura estoy?.. ¿Alcanzo la cumbre? Y ¿cuándo terminará esta noche dura?.. Las rocas negras, inconquistables, llanas, soledad desesperada… ¿Cómo me he encontrado en este mundo sin salida?..”
El rocín que está montando tiembla, apenas moviendo sus pies. El miedo parece dominar el caballo. Y los montes, orgullosos y ásperos, se apartan más y más lejos. Le atraen y dan miedo... Atuenda su caballo... ¿Cuánto más debo arrastrarme?.. Los bloques de roca se hacen más acantilados e inconquistables... Pero, ¿qué es eso? La tierra bajo sus pies se abre formando un abismo oscuro, y él cierra los ojos horrorizado. Los sonidos se apagan, el mundo se extingue y el aliento de la muerte le envuelve... ¿Será el fin?..
- ¿Muerte?.. ¡Estoy muriendo!.. ¡A-a-ah! – Lanzó un grito, empezó a tartalear, y, de repente, como de lejos, oyó un sonido de portazo conocido. Luego, descartando la pesadilla atormentadora, le alcanzó un grito de Zhamiliá. La voz enfadada y penetrante de su mujer le venía como una salvación. Sonó otro portazo. Él exhaló suspiro pesado y se abrió los ojos.
- ¡Malditos, eh! ¡Nos queréis a llevar a la tumba! – La voz de ella se iba arreciando.
La soledad ha desaparecido, la muerte negra que nadie llamó se ha ido, los montes se iban apartando, disipando en lo lejos... Estaba en la tierra plana, en su casa, en su cama.
- ¿Eres tú, Zhamiliá? ¡Uf!..
- ¿Qué te pasa? – La mujer alarmada se acercó a la cama. - ¿Por qué estás suspirando así? ¿Estarás enfermo?..
Jasén no contestó. Estaba tumbado, pasando con la mirada frenética de aquí allá distraídamente, volvía en sí. Todo a su alrededor era como siempre: el desorden habitual de la mañana en la habitación, el humor malo de Zhamiliá como la consecuencia de sus riñas continuas y extenuantes con los familiares, y los portazos. “Si yo muriera y resucitara a escondidas, ella me recibiría igual” – pensó con fatiga, mirando la cara de su mujer. Aquí está su vida, toda ante sus ojos.
Puede tender la mano y tocarla, acariciarla con cariño o pellizcar, decirla una palabra buena o alzar el grito, - nada cambiará. De pronto, volvió a sentir una irritación opaca que no le pasaba últimamente.
- Dime, por fin, ¿qué te pasa? – La voz de Zhamiliá se suaviza, se pone más insinuante, - él sabía que así sería. – Tal vez, por la borrachera de ayer. ¿No tienes fiebre? ¿Te traigo el termómetro? ¿Bebisteis mucho ayer?..
- No estoy enfermo.
- Cariño, pero ¿qué te pasa?
- Pues, he tenido un sueño... – empezó Jasén. Se estiró para acariciar a su mujer, pero su mano topó contra la cadera descarnada de Zhamiliá y cayó sin fuerza en la manta.
El rostro de la mujer tembló y se hizo griz en un instante.
- ¡Ah, Dios mío! Te afliges tanto por un sueño... – Su voz tembló y volvió a alzar hasta el grito: ¿Sabes qué tu nuera ha echado un plato grande de la cofina abajo? Lo ha roto en pedazos. ¿Me escuchas? ¡Ha roto el plato en añicos!
- ¿Qué plato? – preguntó Jasén, pensando en otra cosa.
- Aquello que compré en el bazar bajo. Cuanto tiempo soñé con un plato así, y ¡aquí tienes!.. ¡Que el diablo los lleve!...
- ¡Basta, estoy harto ya! – dijo Jasén en voz bajita. - ¿Qué hora es?
- Las siete, - respondió Zhamiliá enojada.
- Resulta que es temprano aún. Pero ahora uno no podrá dormirse... Zhamiliá se puso algo blanda, se sentó en el borde de la cama. Jasén la miró de reojo sin levantarse la cabeza. Ella parecía estar cansada, demacrada, las arrugas tempranas en el rostro moreno de pómulos salientes se dejaban ver más expresas. La cabeza estaba envuelta en la chal gris permanente que ella llevaba siempre en casa. Sus miradas se cruzaron, y Zhamiliá, como si se empujara adelante, se inclinó hacia él un poco y le sonrió tímida y pobre con sus labios solos. Abrumado, Jasén se volvió de cara a la pared: En todo el mundo no hay mujer más fea que ella. Zhamiliá se saltó de golpe de la cama y saliço corriendo de la habitación. El portazo sonó como un disparo.
De la antesala se oyó la tos desgarradora senil. Luego, sonó el golpeteo de los pasos bruscos y frecuentes como los martillazos, y las voces asustadas se resalieron: un hombre barbotaba a voz baja apagada, una mujer le respondía susurrando. “Claro que son ellos” – pensó Jasén alargando el oído a las voces de su hermano mayor y la cuñada, que hacía poco que habían mudado a su casa del aúl. Escuchaba y sus pensamientos se volaban lejos, a su pasado... Jasén se recordó del año dieciocho que hacía mucho que había pasado, a los blancos. En aquellos tiempos, él estaba del presidente del comité provincial, pero no pasó mucho tiempo que se cayó enfermo y volvió a su terruño, a la estepa, a la casa de los viejos estos. Y cuando se recuperó, Zhamiliá con la cual se había casado hacía apenas un año, arregló una fiesta grande de la boda y una baiga. Al cabo de dos años, otra fiesta, esta vez, con motivo de su salida de la cárcel soviética. Zhamiliá cumplió su promesa – dar un regalo a todos si su marido volvía sano y salvo: dispuso matar ovejas, convocó a las mujeres y repartió la carne entre ellas... Por mucha gana que Jasén hubiera tenido, no habría podido recordar ni un caso en que Zhamiliá escatimase algo por él. Todos los veranos él llegaba a casa y su mujer no regateaba convite: degollaban bien treinta, bien cuarenta corderos. Nunca se olvidaba de hacer un regalo rico a su marido. La primera vez le regaló un caballo amblador albazano con calvicie, luego, uno bayo, después, un bridón de cabellera roja... Eso sí... Resultaba que le amaba... Valía la pena de rendir el rescate de treinta corneros y diez reses de ganado mayor por ella, moza de familia rica. Todo resultó rentable.
La verdad es que los jerarcas de su familia usaban y abusaban de su posición del instructor y, a más tardar, del juez. En particular, en las temporadas de elecciones a los comités ejecutivos de volost y la dirección de la cooperativa. Los lazos de parentesco en la estepa son muy fuertes, y Zhamiliá sabía influir en Jasén. ¡Cuantos procesos fueron pergeñados a instigación de su parentela! ¡Ha de recordar sólo las denuncias e indicaciones que él escribió a las autoridades del aúl! ¡Cómo fue eso que ellos junto con su mujer acosaban y atacaban a los pobres que protestaban contra sus paisanos ricos! ¡A cuanta gente la han condenado, a cuantos les han expulsado del partido! Eso sí... Los soviets en la estepa estaban más blandos que la cera en aquellos tiempos. Sabían oprimir a los pobres... Y todos los hilos se reunían en las manos de Zhamiliá, todo iba según su voluntad y deseo...
- ¿Te levantas? El té ya está preparado, sólo tenemos poco pan, - rezongó Zhamiliá, apareciendo en la puerta.
Jasén, callado, se levantó, se vistió y entró en la antesala donde vivían sus dos hermanos y la cuñada. La habitación de enfrente estaba ocupada por una familia rusa. Jasén no podía habituarse a tener vecinos y siempre se ponía enfadado al verlos en la antesala. En aquel momento, estaban, por lo visto, en casa: las voces bajas venían de su habitación, se reían a veces.
Sin detenerse ni mirar atrás, Jasén salió rápido al patio.
Aquel año la primavera no regalaba muchos días buenos a la gente, pero por la mañana hacía día claro y radiante. A lo lejos se alzaban los montes. Jasén miró el Pico Alma-atino Grande... En la tierra donde Jasén nació no había montes con los picos que se perdían en los nubes permanentes. En la estepa inmensa, uno podía encontrar unos cerros bajos sólo a veces, y su tierra era discreta, abierta y comprensible para el ser humano. Sin poder apartar la vista, Jasén miraba los montes. Eran bellos, pero su belleza no le tocaba. Por encima de los montes corrían los nubes negros bajos. Al descender hasta el estrato verde de abetos y pinos, se iban disipándose, se rompían y se separaban en enormes copos de lana conglomerada. En lo claro entre los fragmentos de niebla en movimiento perpetuo que ahora cambiaron su color en gris, aparecían los picos de nieve radiantes, las rocas oscuras, los calveros y bosques verdiños. Acorralado entre los moles rocosos se alzaba un pico que parecía solo por su altura. Su pecho estaba abarcado por los nubes, en la misma cumbre relucía la nieve como una tubeteika uzbeca bordada con plata. De la forma regular, con tres líneas rectas de los bordes, parecía a una pirámide hecha por una civilización antigua. Parecía que era un monumento a las pirámides, que no se sabe cuando la gente había compuesto miles de pirámides juntas en una sola y la habían dejado a sus descendientes... El pico hacía recordar a Jasén de su sueño atormentador, y por mirarlo un rato le pareció que el pico se movió por sí mismo y entró en el mar blanco de nubes y niebla... Jasén se sintió infinitamente minúsculo ante este mole silencioso, y de repente se le entró el susto ridículo que la montaña pudiera aplastarle con todo su peso desmesurado. Para un momento, le pareció incluso que el pico se le acerca gravitando sobre él...
Él sabía de dónde lo tenía todo venido: y los pensamientos pesados que no le daban paz, y la sensación de soledad, y la sorda irritación.
¿Qué es él en esta vida nueva que, quiera él o no quiera, se ha establecido y va entrando en todas las casas? La victoria del socialismo se hace un hecho inmutable. Uno no puede descartarlo, huir dado que es omnipresente, en todo lo que le rodea a Jasén. El socialismo es tan alto e inquebrantable como este pico. Y es igual de inaccesible, porque Jasén no está entre sus fundadores y constructores. Y ¿podría encontrarse entre ellos? ¿Quién le podría darle un consejo si era necesario que estuviera entre ellos?.. ¿Y lo pasado?..
Era Zhamiliá a la que Jasén encontró en la antesala. Ella traía los trozos del plato en sus manos. La cara de su mujer se abrasaba de ira.
- ¿Lo ves? – Ella le tendió los trozos.
“Tuvo tiempo de habérselas”, - pensó Jasén con enojo.
- ¿Por qué sigues sin decir nada? – gritó ella. - ¡Ésto es lo que te resta del plato! Lo dejó caer de la cofina...
Jasén torció los labios con desdén. “Cofina”, - la remedó entre sí. - ¡Vaya una educada!. Está mutilando su lengua natal que no tiene ni “j” ni “f”. Es que en su juventud aprendía “Muhammadi” y “Sibatilgazin”. En aquella época, si no me falla la memoria, puso incluso la suscripción en árabe “Bente Fasil” (hija de Fasil) en una de sus cartas amorosas. ¡Bonita instrucción! Como la ambladura para una vaca...»
- Lo dejó caer de la cofina, - repitió Zhamiliá.
- ¡Déjame en paz con tu “cofina”! – Se volvió de espalda a su mujer y, entonces, vio a su hermano y su cuñada que estaban sentados silenciosos junto a la pared. Al topar con su su mirada enfadada, se pusieron a parpadear como los niños después de cometer travesuras, y retiraron sus ojos con vergüenza.
Jasén se sonrojó y pasó por su lado corriendo al salón.
- ¡No me podéis dejar en paz! – disparó entre los dientes corriendo, dio puntapié a los chanclos de cuero de la cuñada con los que dieron sus pies y, al empujar la puerta con el hombro, se escondió en su cuarto.
Los chanclos rebotaron y chocaron contra la cama de hierro baja sobre la cual estaba yaciendo el hermano menor de Jasén, Salím. Éste, descontento, se levantó un poco.
- ¡Qué escándalo es éste! – exclamó él, sus cejas negraas anchas fruncieron, la cara joven sonrosada se hizo sombrío. Con sus ojos claros y relucientes después de sueño profundo miró a la cuñada menor con reproche: - Zhamiliá, pero ¿qué te pasa, por fin? ¡Avergüénzate!..
La intervención de Salím había de animar a su hermano mayor, un viejo flaco enfermizo de barba blanca rala.
- Es por ti, - reñía a su mujer con despecho. - ¿Eres ciega o qué? O ¿Te seguía un enemigo? ¡Echar abajo un plato igual que el tundik de tamaño. ¿Cómo no se aflige uno por eso?
- Vale, calmaos, - Salím dio su voz. Se saltó de la cama y se puso a vestirse rápido. – Se ha roto nada más que un plato. ¡Que más da!..
- Pero ¿puedes entender qué tipo de plato ha sido éste? – se reventó Zhamiliá.
- Por mí, que sea de oro...
- Tardé todo el invierno para cazarlo en el bazar bajo.
- ¿Y qué? – se sonrió Salím. – Ya es hora de tranquilizarse.
De la habitación vecina salió una mujer rusa de cerca de treinta años con la cara abierta amable. Sus ojos azules grandes irradiaban la bondad. Por entre el pelo cortado, a pesar de su juventud, asomaban las canas.
- ¡Qué lástima! – lamentó ella al ver los trozos que Zhamiliá seguía manteniendo en sus manos sin poder tirarlos aún. – El plato era bello de verdad. Pero a toso puede pasar, Zhamiliá, - se puso a consolar a su vecina. - Yo misma he destrozado mucha vasija.-Pues la vasija es para romperse. Y ésto ha sucedido sin querer.
- ¡Jamás encontraré otro plato así!
- Que no, Zhamiliá. He visto un plato igual en una tienda hace poco.
- Déjela, Anna Ivánovna. No pasa un día sin que ella riñe con alguien, - advirtió Salim.
Zhamiliá no aguantó, tiró los trozos contra el suelo.
- ¡Míralo, éste me hace amonestaciones! ¿Lo ven Ustedes?
- Salím, ¿Cómo no te da vergüenza? Ella es mayor que tú. – Anna Ivánovna cabeceó con reproche. Al ver a todos sosegarse poco a poco, se apresuró a cambiar de tema. – Mejor que me digas si has leído mi libro.
- Sí, lo he leído. Es interesante, Anna Ivánovna.
- Eso sí, Górkiy ha descrito la infancia de la manera maravillosa. Tú, como estudiante, debes leer cuanto más mejor.
- ¿Me va a dar algo más?
- Sin falta, Salím. Pues, tengo que ir al trabajo. Jasén pasando oyó la conversación de su hermano con la vecina y aminoró el paso. “¡Qué charlatanes! – pensó con irritación. – Existe la gente así... Se aficionan, se entusiasman por la novelería de alguien, bellezas de papel. Y saben encontrar tiempo para tonterías... Y yo estoy para pocos libros. El libro de la vida es el único que necesito. Será más difícil. Tendría, por ejemplo, que encontrar carne hoy. Sería mucho más útil que la lectura…”
A la oficina donde Jasén trabajaba, había que subir por una calle ancha y recta con los abedules jóvenes plantados a lo largo. Tardaba aquel día, pero andaba, por no sé qué, despacio, arrastrando los pies con indolencia como un caballo viejo fatigado.
Le adelantaban los hombres y las mujeres que iban de prisa al trabajo, la muchedumbre se difundía por diferentes instituciones. Delante de él, como si le vigilara, se alteaba el pico negro. Jasén intentaba obviarlo con su mirada.
Al superar dos manzanas, le vio a Kasimkán cruzar la calle por delante.
- ¡Hombre, espera! – Jasén lo llamó.
Kasimkán se volvió a la voz. Era un hombre alto, estrecho de hombros, de edad media, de cara alargada y enjuta.
- ¡Anda, alarga el paso! – apresuró a su compañero. - ¿Por qué te arrastras?
- Los pies no andan, - contestó Jasén. Se acercó y estrecho la mano de Kasimkán. – No tenemos carne.
- ¡Quién podría pensar que llegara el día en que Zhamiliá se quedase sin carne! – Kasimkan se rio con chillidos.
- Deja de reír, me está ladrando el estómago. Más vale que me digas: ¿podrás sacar carne por alguna parte? Si la sacas, cogeré una litrona de vuelta.
Kasimkán volvió a reírse:
- Hombre... Yo mismo ando una semana sin ver carne. ¿Qué dicen de la ración? – Se puso serio.
- ¿Qué hay que decir de la ración? – Jasén hizo un ademán con la mano. - ¿Puede uno vivir con la ración? !Ah! ¡Con qué gusto me daría un hartazgo de la carne de carnero y chorizo de carne de caballo...
- Arreglaremos algo. Te recuerdas de cómo fue aquella vez?
- ¿Crees que sale? – Jasén miró a su compañero con esperanza. – Maldita primavera: en primavera siempre pasamos apuros con carne, y es para ponerse el dogal al cuello...
- Eso es. Como se dice, es tiempo para comerse los puños. A propósito, Jasén, ¿No arreglas unos zapatos para mi mujer? Además, sería conveniente un corte para un abrigo de verano.
- Eso es lo que estoy buscando para mí mismo, Kasimkán. Muchas veces les daba a entender, pues, a quienes había ayudado a colocarse, pero nada por el momento.
Kasimkán quien conocía bien el carácter de Jasén, le miró con desconfianza.
- Esoty hablando en serio, Jasén.
- Tampoco yo estoy bromeando.
- Como quien dice, amor con amor se paga, Jasén, - y, al dar unas palmadas en la espalda de su compañero, Kasimkán, siguió casi en serio, casi de broma: - Me pagarías, por lo menos, por los zapatos amarillos que te arreglé en invierno. Armé toda una batalla contra el comité local por tí, conseguí la resolución a Neymán mismo. ¿Y tú?
- Te lo pagaré, tranquilo. La deuda me aprieta el cuello como un lazo de crin, y no te veras obligado a decir que se pudrirá así en mi cuello, - Jasén empezó a andar con rodeos por las sendas de zorro.
- ¿Es todo lo que me puedes decir?
- Pues bien, Kasimkán, - prosiguió Jasén de prisa. – No me importunes sin mucha necesidad. Mejor, vamos a pensar como ladeamos a Salménov.
- ¿Y eso?
- Dicen que han traído artículos de punto al Kazkraysoyuz.
- De eso no sale nada. Él se preocupa sólo de sí mismo, - respondió Kasimkán con indiferencia aparente, aunque era evidente que la noticia provocó su interés.
- Mi mujer ha dicho que él se toma la ropa sólo en pares, que con la masculina, coge la femenina, sin falta, y siempre del mismo color.
- ¡Demonio! Y he oído hablar que tiene tres trajes nuevos aún con las etiquetas en su armario.
- Ya ves – Jasén se disgustó definitivamente. Sus sueños con los zapatos y la carne, mientras otros tienen tales riquezas, le perecieron miseros, minuciosos. – Vale. ¡que Dios le ampare! ¿Algunas noticias de nuestros asuntos?
Kasimkán quedó pensativo un rato y contestó bajando la voz:
- Tenemos una esperanza para mejoramiento, pero quien sabe... Hay dificultades ahora, lo sabes bien...
Ninguno de ellos se atrevió a hablar sin rodeos de lo secreto suyo.
- Puede que nuestros asuntos se mejoren también, - suspiró Jasén. – Ya que el pueblo se ha recobrado incluso después de “Actabán shubirindi”.
- Dicen que no escatimarán esfuerzos – he comprendido así. Pero, la lucha será dura, - a media voz comunicó Kasimkán, y de repente se echó a reír a carcajadas: - Y nosotros estamos hablando de la carne... ¡Ja-ja-ja!..
Cada vez que Jasén se encontraba con Kasimkán, a Jasén le parecía que se reconocía en él a sí mismo, como si mirara su imagen en el espejo. Y ahora, mirando la figura ridícula de Kasimkán, sintió como la amargura se le sube en el alma, porque aquél no se reía sólo de sí mismo sino de él, Jasén, de la situación de ellos y sus esperanzas que, bien probable, no se cumplirían... Antes, entre ellos había un abismo, estaban en los polos diferentes de la vida y estaban infinitamente distantes en todo. Pero ahora, en los tiempos difíciles para los dos, no podían prescindir uno del otro.
- Estamos riendo... – Jasén expresó una sonrisa torcida. - ¿Qué nos está pasando? Y tenemos que juntarnos. – Jasén dijo por casualidad de lo que ya les había sucedido sin que ellos los quisieran.
Se miraron y se pusieron a reír a carcajadas nerviosamente. La risa se cortó tan brusco como había empezado. Kasimkán estrechó la mano de Jasén fuertemente, y encorvado, se marchó a paso ancho. Jasén se arrastró a su oficina.
La mayoría de los funcionarios ya habían estado en sus puestos. Jasén andaba por el pasillo infinitamente largo sin darse prisa, luego, atravesó la sala espaciosa común saludando a los colegas.
- ¡Ah, Iván Semiónovich, buenos días! ¡Buenas, Nikolay Petróvich! ¡Hola, Mark Arónovich! ¿Qué tal? – Hacía reverencias bien a su derecha bien a su izquierda, agarrando el sombrero con los dedos ligeramente con sonrisa ancha. - ¡Buenos días, Zinaída Nikoláyevna!..
Al observar que el gerente de la oficina ya había venido, Jasén se cambió en un instante: la dignidad vagarosa con la que alcanzaba su puesto se disipó en un momento. Frunció el ceño, abrió la cartera preocupadamente, sacó un montón de papel lleno de escrituras y, al colocarlo sobre la mesa, se dirigió al despacho de Zharasbáyev.
Aquel día, el jefe le pareció más apuesto y diligente que siempre. Con los lentes puestos que le atribuían la seriedad extraordinaria y acentuaban su rostro enjuto, estaba sentado recto, con los labios bien apretados, escuchando al oficinista con atención. Jasén pensó con hostilidad que el gerente tira a un caballo apretado con la cincha cuyos nervios están todos reunidos en un nudo en el presentimiento de la carrera. Éste irá lejos...
“Quiere mostrar que, aunque sin tener la enseñanza adecuada, no obstante, es especialista practicante ya y ha adquirido “practicismo norteamericano”, - pensó Jasén, acercándose a la mesa a paso menudo. La sonrisa apenas divisoria apareció en sus labios.
El oficinista rendía cuentas con viveza:
- Aquí está el proyecto de Sovnarcom para una nueva obra de construcción... Este es el telegrama urgente de la Región Kazakhstán-Este... sería conveniente responder lo más pronto posible. La disposición de la reunión del colegio de ayer, mírela y firme. La vamos a enviar a las regiones...
Un contable calvo que estaba allí mismo, al esperar un rato, comenzó la suya en voz aburrida:
- ¡Camarada Zharasbáyev! Debo ir a una reunión en el banco urgentemente.
- ¿Cuál es el tema de la reunión? – Zharasbáyev levantó la cabeza apartándose de los papeles y los cristales de los lentes brillaron de forma imponente.
Jasén captó su mirada y le saludó.
- El examen reiterativo del presupuesto de obra de construcción, - respondió el contable. – Debo presentarles la justificación.
- Entonces, ¡Ándese de prisa! Defienda su propuesta, y mire que no reduzcan el presupuesto...
Jasén se sentó al ángulo de la mesa. Ya se acostumbró a su nuevo jefe. Como el jefe del departamento de recursos humanos, intentaba a llevar más conversas posibles con él sin perder la menor oportunidad de consultarle, hablar del trabajo, mostrar su diligencia. El gerente del trust era una persona comunicable y cortés, y Jasén, sin desatinarse, se mezcló en la conversación, se puso a intercalar sus observaciones.
- Sí, sí, eso es... justo, es aquél asunto, lo recuerdo... – E incluso corrigió al oficinista un par de veces, poniéndole en una situación apurada con alegría recóndita.
Zharasbáyev no parecía darle caso, aunque todos lo tenían por claro que Jasén, a tuertas o a derechas, se esforzaba a imponerse como un especialista insustituible que conocía no sólo con qué vivía el trust sino qué constituía la vida y aspiraciones de las regiones y los municipios. Y Zharasbáyev, antes de venir al trust ganadero, había ocupado los puestos altos pero no tenía conocimientos especializados requeridos en su trabajo nuevo. No es nada de extraño que Jasén le parecía un ayudante insustituible los primeros días. Conversaban mucho tiempo y Jasén describía el trabajo del trust como de extrema dificultad, mencionando, como si por casualidad, los nombres de “especialistas mañosos” con los cuales había de tener cuidado. Por que ellos se engancharon aquí y se preocupaban sólo de su piso y salario y, luego, cuando se establecieran mejor y consiguieran suficiente dinero, mudarían para otras colocaciones cómodas y más tranquilas. Él, Jasén, les conocía bien... En resumen, resultaba que Jasén era el único quien meerecía la confianza. No obstante, conversaban con menos frecuencia últimamente lo que preocupaba mucho al jefe del departamento de recursos humanos.
Zharasbáyev dio instrucciones breves al oficinista y le dejó ir.
- Bueno, ¿qué me dirá Usted? – se dirigió, por fin, a Jasén.
- Aquí tiene las aplicaciones de tres kazajos. Todo el tiempo estamos hablando de la koremización del aparato, sin embargo, no tenemos ningún especialista kazajo en nuestro sistema en Karagandá y las Regiones Aktiúbinskaya y Kazajstán-Este. Mi opinión es que tenemos que mandar a estos camaradas que encabecen los departamentos de recursos humanos y así actuamos a través de ellos. Bien sabe Usted que los burócratas se colocaron en las regiones y no hacen nada. Si nosotros mismos no iniciamos la korenización decididamente...
- ¿Conoce Usted bien a esta gente? – le interrumpió Zharasbáyev.
- Muy bien. Por eso se la estoy recomendando.
- ¿Son especialistas?
- Trabajaban en la cooperación antes, en los puestos administrativos.
- ¿Qué tal están de conocimientos?
- ¿Cuáles?
- ¿Qué tipo de formación tienen? ¿Tienen experiencia de trabajar con las masas?
- ¡Oh, Usted puede estar seguro! Son gente de edad madura, de forma que no hay motivo para dudas.
Zharasbáyev miró los ojos de Jasén fijamente.
- ¿Por qué me recomienda Usted a las personas de edad avanzada siempre?
- La gente joven no suele detenerse aquí para mucho tiempo, - Jasén se apresuró en contestar. – Hoy les admites, y mañana ya se van para estudiar encuentran otro trabajo más fácil.
El gerente se rio con afectación:
- Y a mí me parece que Usted no está buscando nada a los especialistas kazajos jóvenes y activos.
- ¡Que no, camarada Zharasbáyev!
- ¿Cómo que no? Es que entre los que Usted admite al trabajo casi no hay personas así.
- ¿Dice Usted que no hay? – Jasén se confundió. – Por otra parte, Usted tendrá razón...
- Si Utsed quiere, le contaré los nombres de los ingenieros que puedan ser útiles para nosotros.
- Pero no vendrán a trabajar para nosotros.
- ¿Y se interesa su departamento de los que están cursando los estudios en los institutos especializados?
- ¿Por dónde los busco, camarada Zarasbáyev? – levantó las cejas Jasén. El sudor se le salió en gota pequeña en la frente.
- Y los institutos y universidades de Moscú, Leningrad, Kazán. ¿Sabe Usted cuántos kazajos se matriculan este año? Y ¿el año siguiente, dentro de dos años?
- Los tenía en cuenta, pero...
- Entonces, dígame: ¿a cuántos estudiantes estamos pagando las becas? – Zharasbáyev le interrumpió.
- No sé a ciencia cierta...
- Me parece que no pensó bastante bien en la cuestión de formación y selección de especialistas. Eso quiere decir que ni hablar de la korenización intensiva.
Jasén se encogió de los razonamientos justos y persuasivos del gerente. Le era difícil objetar, tanto más que Zharasbáyev no dejaba tiempo para concentrarse.
- De ahí, camarada jefe del departamento de recusros humanos, estamos contribuyendo becas a diez estudiantes kazajos. Ayer, firmé la orden de asignar la beca a cuatro estudiantes más.
- Muy bien... Pero tienen que estudiar largo rato, - Jasén no se perdió, - y yo estoy hablando de la korenización de hoy...
- Éste es el tema que hemos discutido muchas veces. ¿Conoce Usted bien la indicaciones del comité regional del partido y del gobierno?
- Eso sí... Éste es precisamente el problema que estamos apretados con los plazos.
- ¡Vamos a hablar en concreto! ¿Cuál es el porcentaje de los especialistas kazajos en la totalidad de los empleados este año?
Jasén, perdido, se rascó la frente.
- La cuota... no puedo decírselo exactamente.
- Pues bien, ¿a cuántos kazajos ha admitido Usted al trabajo?
- Serán diez ya.
- Pues, ¡diez por ciento cincuenta de los empleados! ¿Y qué son? ¿serán, por cierto, un repartidor, una moza de limpieza y copiantes que han sido admitidos a mi instancia?
- Sí. Son ellos... Ellos está entre otros.
- ¡Eso no, camarada! – En la voz de Zharasbáyev aparecieron las entonaciones metálicas. – Así no se trabaja. Usted está gritando del burocratismo más de todos y Uted mismo no está luchando contra él. Está ronceando... Le doy diez días para llevar la cuota de kazajos en nuestra institución hasta treinta por ciento.
- Pero, ¡es que sólo necesitamos a los especialistas cualificados!
- ¿Acaso somos Usted y yo ingenieros?
- Pero, ¿qué hacer si uno no tiene conocimientos? – no quería ceder Jasén. – Menudo trabajo tenemos. Bien lo sabe Usted.
- Usted sólo toma en consideración su generación y, además, temenos los jóvenes, que son fuertes, énergicos, conscientes. De no disponer de semejante patrimonio cultural, los quinquenios serian palabras hueras. Si Usted es capaz de algo, seleccione, prepare a los empleados de los jóvenes, - respondió Zharasbáyev y se puso al teléfono: - ¡Comuníquenme con la subestación!
- Y ¿qué hacemos con estos camaradas? – preguntó Jasén después de hacer una pausa.
- ¡Diga que vengan a verme!
Jasén se levantó y se dirigió lento a la salida. A la puerta, no aguantó, y ofendido lanzó:
- Lo tengo por claro que soy único a quien Usted está acusando de todo.
- Aquí, no estamos buscando a los culpables, - objetó Zharasbáyev. – Se trata del asunto importante, y es el resultado que importa. ¡Subestación! ¡Comuníquenme con el secretaría del Sovnarcóm!
- Toda la dirección no ha podido con esto...
- ¡Ahora pues! – Zharasbáyev, descontento, se echó hacia atrás en la silla. – Pero, ¿No me ha informado Usted nunca de sus dificultades? Ni a mí, ni al colegio.
- Tenía miedo de que me entendieran mal: podrían decir que yo no hago nada o no soy capaz de hacer algo.
- ¡Nada de eso! Resultaría que Usted era el único quien trabajaba. Y ¿qué tenemos ahora? Sólo diez personas...
Jasén no podía reconocerle a Zharasbáyev. Quedó parado algún rato, dispuesto a decir algo más, pero no se decidió. Un escalofrío se le pasó por la espalda cuando cerraba la puerta. Era torturadora la sensación de la conciencia de que le han tratado como una persona inepta e impotente. Se parecía un caballo solitario vagabundo expulsado por un potro bien cuidado de la caballada...
“Por lo demás, es porque tiene el carnet del partido y un puesto, - se solazaba mentalmente en un intento de tranquilizarse y encauzarse. Al volver a su mesa, sacó otro montón de papeles de su cartera. – Si yo fuera él, todos vosotros me saltarían aquí... Os enseñaría lo que es bueno...»
De repente, como si sintiera la mirada fija clavada en él, Jasén se volvió a la ventana. El pico Alma-Ata Grande le contemplaba con calma, y en su pecho estaban acumulándose las nubes negras de tormenta... Jasén suspiró y miró a su alrededor. El contador, el secretario y la mecanógrafa que estaban en su despacho seguían trabajando muy dedicados, y no les importaba nada sus pesadumbres. Jasén se levantó despacito y salió al pasillo.
Un hombre robusto, tranquilo al parecer, de gafas de concha que estaba al final del pasillo le saludó a Jasén con la mano y empezó a acercarse contoneándose despacio hacia él. Llevaba un pitillo en la boca.
- ¡Tiene fuego, Jasén Nurbaich? – Jasén le dio una cajita.
- Alexey Nikoláyevich, ¿me puede recomendar, - se dirigió él al viejo especialista “insustituible” del trust, - a alguien para que trabaje aquí? Zharasbáyev demandó urgente y definitivamente korenizar nuestro aparato.
- Tiene que aprender a forjar a la gente. Tome un martillo, un yunque pequeño y forje a los cuadros. ¡Ja-ja!
- Es difícil, - suspiró Jasén.
- ¡No se aflige, querido, - Alexey Nikoláyevich arrulló en voz baja benevolente y tranquilizante. Le entiendo bien... Pero ¿qué hacer? – Encendió su pitillo, echó una mirada examinadora a Jasén. – Mejor vayamos mañana, en vispera del fin de semana, a reunirnos para jugar a la puesta.
- De acuerdo. Y vamos a invitar al vicegerente también.
- ¡Vale! – se acordó Alexey Nikoláyevich y se rio, dio palmadas en el hombro de su interlocutor. - ¿Le gustan los jefes, eh, Jasén Nurbaich? Perro viejo...
- No me gusta mucho acoger a los dirigentes kazajos. Los rusos son otra cosa. Saben como no hacer recordar de su posición en la compañía... Resumiendo, vamos a reunirnos, Alexey Nikoláyevich. Además, tenemos que hablar a fondo.
- Vale, - aquél hizo un puf con su pitillo marchándose a paso firme.
Jasén regresó a su despacho, se sentó a su mesa y se dedicó a despachar los papeles pero al cabo de un minuto, como si recordara algo al instante, se levantó bruscamente y se marchó de prisa al comité local.
- ¡Camarada Sergéyev!
Un joven diligente de gafas apartó la cabeza de los papeles levantándola y mirando a Jasén.
- ¿Repartieron Ustedes las cartillas de racionamiento ayer? El camarada Zharasbáyev le encomendó resolver mi asunto.
- Sí, repartimos.
- ¿Cuál es mi categoría?
- Le dimos según la segunda.
- ¡Menuda broma! Tengo muchos familiares a mi cargo, no debo de recibir según la segunda categoría de ninguna manera. ¡Le he explicado muchas veces ya! Y Usted... No podré continuar trabajando aquí!
- ¡Espere! ¿Por qué plantear la cuestión tan decididamente?
- ¡A Usted le es fácil hablar!
- Pero... yo mismo recibo la ración según la tercera categoría.
- ¡Eso no me atañe! – Jasén gritó casi su argumento. – ¡Ustedes no crean las condiciones para los cuadros nacionales! Están procurando que nos vayamos de aquí!..
- ¿Y cuál de las categorías le doy?
- ¿Y la primera? ¿Quién recibe según la primera?
- Las mismas diez personas. Hasta a los especialistas claves y los miembros del presidio les hace falta. Usted lo sabe bien.
- ¡Basta! ¡Ni una palabra más!.. – cortó Jasén al salir del cuarto.
Y se puso a dar vueltas por toda la institución. Subía las escaleras, entraba en los despachos donde los kazajos estaban sentados a los escritorios, les preguntaba en qué listas estaban incluídos aquellos.
- ¡Anda la korenización! – lamentaba él. -¿Cómo debe uno atraer a los cuadros nacionales? Ninguno de los kazajos no ha formado parte en el listado de la primera categoría. El comité local está dirigido por un chovinista feroz. Uno no puede callar eso.
- Mi querido Karím, - él inculcaba a un kazajo joven que era un miembro del comité local. – No trabajamos para ganar dinero sino por honor... Y no se trata de cinco-diez libras de harina sino del principio. Ningún kazajo no recibe productos según la primera categoría. ¿Cómo vamos a atraer a los kazajos para trabajar? Bien sabes que si invitas a alguien lo primero que pregunta será las condiciones.
- La primera es para los especialistas y los miembros del presidio, - objetó el joven.
- De toda forma, resultó insuficiente para todos los especialistas, Karím. Vale, vamos a proveerles de alimentaciones en la medida de lo posible. ¡Que zampen, pero que trabajen: crean la industria, concluyan las obras de construcción del quinquenio. Y estaremos llenos con esa alegría sola...
El joven se rio bondadosamente:
- No les ponga al mismo nivel con los expertos norteamericanos. Ellos son especialistas soviéticos, y no debe dividirnos en kazajos y rusos.
- Digo lo que pienso, cariño. La argumentación política te corresponde a ti. Dicho más simple: el aúl es nuestro, ellos son nuestros huéspedes, aguantaremos... Entre nosotros, kazajos, no tenemos nada que discutir.
- Entonces, ¿de qué se trata?
- De lo que, cariño, un especialista kazajo puede venir a nuestro trust mañana. ¿Qué ración va a recibir? ¿Acaso era imposible, al asignar noventa y cinco por ciento a los rusos, dejar un par de plazos para los kazajos?
El joven le contestó con una risa que no quería decir nada, y Jasén decidió acabar la conversación.
- Vale, que sea como está predestinado... Voy a ahorrarme los nervios. ¡Qué se pudra todo eso: y los chovinistas del comité local, y todo lo demás! – resumió él volviendo el rostro.
Jasén regresó a su despacho. Una pena le roía el alma, sentía no poder dejar esta cuestión por pendiente, olvidarla. Al sentarse en la silla gravemente, volvió a ver tras la ventana el pico alto, el testigo silencioso de su impotencia. Las nubes se habían ido, y la cumbre nivea brillaba deslumbrante bajo el sol meridional. No se podía mirar la sin dolor...
Pasó un largo rato hasta que Ja´sen se calmó y se dedicó a los papeles. Poco a poco se concentró y no se dio cuenta de alguien acercársele y, sólo al oír el saludo, levantó la cabeza. Ante él se presentó un solicitante, un hombre de cara apedreada y bigotes rojos largos. vestido de la guerrera oscura con cuello cerrado, el gorro de orejas y las botas de caña alta, ante los ojos de Jasén apareció Amanbay, como si fuera un mensajero del zemstvo lejano. De repente Jasén sintió sus ojos enternecerse. Se levantó, estrechó la mano de Amanbay.
- He entregado tu aplicación a Zharasbáyev directamente, - dijo él cuando los dos se sentaron. – He hablado con él. Te he recomendado a ti.
- Y ¿quién es Zharasbáyev?
- ¿No sabes? Es mucha gente en la ciudad. Es nuestro gerente.
- ¡Hombre! ¿Cómo puedo saberlo?
- Sí, es verdad. Quiere hablar contigo personalmente. Le dices que has trabajado como administrador, tienes mucha experiencia. ¿Entendido? Él preconiza por la korenización, pues, que arregle que te admitan al trabajo... Creo que admitirán, - le aseguró Jasén.
- Sería bueno que fuera así, - se animó Amanbay. – La experiencia la tengo, he trabajado tanto en el zemstvo como en la cooperativa...
- Perfecto.
- Y he estado de oficinista en un sovjoz los últimos dos años.
- ¿Cuál sovjoz? ¿Está lejos de aquí?
- No, no está lejos. En el sovjoz “Zhilgá”.
Jasén se inclinó, casi se acostó en el escritorio. Tocó el hombro de su interlocutor.
- ¡Muy bien! Amanbay, ¿podrás, tal vez, encontrar carne? Estamos pasando hambre aquí.
Amanbay se rio:
- Ayer, no pude preguntarte en público. ¿Está la cosa tan mala?
- ¡Ni preguntar! – frunció el ceño Jasén. – Hambrientos hasta no poder. Te vamos a llevar en palmas si encuentras carne. De comer por lo menos un poco de sopa caldosa, charlar, recordar lo pasado...
Amanbay miró a su alrededor y, al cerciorarse que en el cuarto no había kazajos, empezó a hablar con más libertad.
- Creo que se puede buscar algo. Hemos traído un caballito a la cuidad. – Quedó callado un rato y añadió: - La verdad es que hay una dificultad. Pero de eso hablamos después. ¿Habrá un sitio retirado donde se pueda matarlo?
- ¡Claro que habrá! – Jasén, alegrado, se excitó y se puso a agitarse en la silla. – Se puede hacerlo en la casa de Kasimkán. O incluso en nuestra casa. ¿Podremos hacerlo hoy?
- Te lo diré más tarde. Tengo que arreglar una cosa.
- Sería bueno hoy.
- Si resuelvo mi asunto, que sea hoy mismo, - contestó Amanbay. Calló y luego se puso a hablar bajando la voz: - ¿Qué ha de esperar, Jaseque? ¿Habrá cambios? ¿Qué dicen?
- ¡Ah! ¿Qué cambios podrá haber? Conoces el dicho: “La suerte vive en un aúl lejano”, - echó Jasén primero con desesperanza, pero, al recordar que ellos no se habían visto mucho tiempo, cambió de entonación: - Lo he dicho así, sin más... Algo cambiará seguro.
- Y ¿en qué puedo confiar?
- Pues, en lo que te digo. El hambre, como la gente dice, agudiza el olfato. – Y los dos juntos se rieron. – Sí, es verdad... No hemos entendido a su tiempo, les dejamos vigorizarse, y ahora...
- ¿Y ahora qué?
- Una racha de dificultades transitorias. Pero todo se arreglará, mi amigo, - le calmó Jasén y concluyó: - Ahora escucha: que no rompas las relaciones con el sovjoz, pide que Zharasbáyev te deje aquí. Ni una sola palabra de Karagandá, ¿entendido? Nos veremos por la tarde, hablaremos sobre el resto de las cosas.
Amanbay se despidió y salió.
En cuanto Amanbay se hubo ido, Zhamiliá vino. A los ojos de Jasén se saltaron de golpe las botas salpicadas de barro y el abrigo descolorido y arrugado. Zhamiliá se acercó apenas arrastrando sus pies y, cansada, se dejo caer en la silla.
- ¿Qué te pasa? – la recibió con descontento. – Ha de pensar que acabas de venir del incendio. ¿No podrías estar más aseada?
Los cuartos espaciosos y claras del trust regional representaban una diferencia sorprendente en comparación con los cuarticos ahogados y ahumados de su piso, y las mesas y las sillas laqueadas nuevas que llenaban las oficinas eran un viejo sueño del matrimonio. Además, los empleados en el cuarto estaban apuestos, vestidos bien y con cuidado, y junto a Zhamiliá que se envejecía temprano por los quehaceres y el trajín por los bazares, parecían a la gente del otro mundo. “¿Es posible que haya venido ahora mismo?!” - pensó Jasén, mirando de reojo el rostro curtido y grietado, las manos negros del sol de su mujer. Y Zhamiliá estaba sentada apática, no le importaba qué pensara y sintiera Jasén.
Antes él hacía de jefes, no sentía escasez de nada y no experimentaba ningunas incomodidades en la vida. Aquellos días felices, la mujer estaba en casa, se cuidaba, y él, de recordarlo bien, miraba a otras mujeres que se veían obligadas a trabajar, servir, con los ojos completamente diferentes... Pero, pasó aquel tiempo cuando se mantenía como un dueño en la ciudad y la gente en los aúles les recibían a él y Zhamiliá como las notabilidades. El cambio llegó tan brusco como si ellos se perdieran sin darse cuenta, se descaminaran. Y ahora se quedaron adelantados por la vida irremediablemente. Y detrás de la ventana, el pico Alma-Ata se alteaba frío, y el cuarto alto y espacioso se esclarecía sin remisión. Él estaba sentado en este despacho – uno entre muchos empleados poco destacados del trust... Le empezó a doler por si mismo, por Zhamiliá consumida y dejada. Él mismo y su mujer le parecían huérfanos, hijastros de la vida nueva.
- Tienes aspecto fatigado, - reparó Jasén. Su voz ya era compasiva y suave. - ¿Qué te pasa? ¿Necesitas algo?
Zhamiliá que primero fue abatida por el recibimiento frío de su marido, se desheló un poco ya.
- En el Kaztorg vendían las medias y artículos de punto de seda. Me puse en la cola aunque no llevaba nada de dinero, estuve allí todo el día. Y en cuanto me tocó a mi, las mercancías se acabaron. ¡Qué se pudra este Kaztorg!
- ¿Acaso podría ser de otra manera? – se sonrió Jasén. – No es nada fácil comprar algo allí. Has de saberlo...
- ¿Qué hacer? Que no tengo nada.
- Espera, que voy a escribir un recado para Salménov. – Jasén cogió una hoja de papel, sopó la pluma. – Dicen que los géneros de punto también han llegado a Kazkraysoyuz...
Zhamiliá se tranquilizó por completo.
Jasén explicó su pedido en cuatro palabras, mencionando con aire significativo dónde trabajaba, le dio dinero a Zhamiliá y se levantó del escritorio para despedirla. Zhamiliá escondió el recado y, recogiendo la bolsa con patatas, preguntó así como por casualidad:
- ¿Qué piensas de lo cómo Salím se ha comportado hoy?
- Ah, sí, de ¿de qué ha deslenguado? ¿Qué le falta aún? – frunció el ceño Jasén. Por la mañana, con las prisas que corrió no tuvo tiempo para llegar al fondo de la riña, sólo le llegó a los oídos que Salím la cauterizó a Zhamiliá por no sé que.
- Defiende a tu hermanito con su mujer. Les estará azuzando contra mí. ¡No está contento de como les tratamos!
- ¿Cómo ha adoptado este comportamiento? – Jasén empezaba a irritarse. - ¿Con qué derecho está metiendo sus narices en asuntos que no le tocan?
- Habría sentido por un importante, -Zhamiliá torció los labios. – Me lo dice directamente: “Como no le da vergüenza a Usted...”
En los últimos tiempos Jasén observaba la independencia que su opinión adquirió y que no había tenido en absoluto antes. Salím crecía rápido, pero su carácter y las relaciones con otra gente cambiaban aún con más rapidez. Como si se hiciera ajeno, dejaba de hacer caso de las opiniones de los mayores. Las palabras de Jasén de lo que los hijos del mismo padre, la gente nacida ante el mismo hogar, proveniente de la misma estirpe, deben ir a la misma meta, haciendo esfuerzos de no perder uno a otro en el camino, ya no le prendían a Salím. Jasén sabía que era por la infuencia de la vida nueva que él mismo nunca aceptaría. Y daba miedo que el mundo odioso intentara obstinadamente a penetrar en su familia, en su casa y llegará la hora cuando él no pueda impedirlo.
- Dile que no se encerrice, - dijo Jasén con dificultad. – Si no lo deja, le echaré fuera. Me come el lado y me rabonea. Si se atreve a volver a chistar, ¡suéltale un sopapo! ¡Que es demasiado ya!
- Díselo tú también. – pidió Zhamiliá. – Otros cursan estudios y cuidan de la familia a la vez: ¡cuántos utensilios traen a casa! Y a éste no sirve para nada. De pedirle traer algo, se encabrita.
- Se hizo komsomolets-activista...
- Yo, dice, no soy nimio. Resulta que nosotros quienes compartimos el último pedazo de pan con él somos nimios. Dice que mientras estudia tiene derecho de obtener nada sino la beca.
- ¡Qué listo! ¡Quiere pasar por un desinteresado tan fácil! ¡mas, espera, ya lo veremos!..
Contenta de las palabras de su marido, Zhamiliá pensó que habría que prepararle su beshbarmak favorito. Se recordó de la carne.
- ¿Consigues sacar carne, Jasén? ¿Has arreglado algo?
- Parece que hoy tengamos suerte, -respondió Jasén. – Te lo cuento después. Vete, Zhamiliá, vete e trata de obtener los artículos de punto.
Zhamiliá salió.
Jasén volvió a sus papeles. No obstante, apenas tuvo tiempo para hojear uno que otro, Semiónov, el secretario de la célula del partido, se le acercó. Jasén no toleraba sus indicaciones y por eso fingió estar muy ocupado.
- Camarada Zharasbáyev, junto con toda nuestra célula, consideran que la actividad de korenización se lleva a ritmo bajo, - se puso a hablar Semiónov al sentarse al escritorio. - ¿Cómo andan las cosas? ¿Qué medidas emprende Usted?
- Ando pensando en nado sino ésto, - exhaló un suspiro grave Jasén. – La disposición del comité regional es bien clara, y con eso la cuota de korenización en nuestro aparato no llega a diez por ciento. Tengo la sensación de que nosotros comemos nuestro pan de balde, - seguía Jasén. Parecía estar acongojado profundamente con la situación. – No puedo de ninguna manera mirar la cuestión de korenización con indiferencia. Los trabajadores kazajos no trabajamos sólo por pagar pan, ¿verdad?
- Sí, por supuesto, tiene razón, - se acordó Semiónov. – Cuenteme, por favor, en detalle sobre la selección de los cuadros.
Jasén se aclaró la voz tosiendo y echó, sin querer, una mirada al pico enfurruñado detrás de la ventana. Apartó la vista de prisa. Parecía como si el pico no le diera sosiego siempre estado al lado...
- Bien lo sabes, camarada Semiónov... El partido y el gobierno saben lo difícil que es ahora buscar a los trabajadores kazajos cualificados, en particular, a los especialistas...
- Promueva a la gente de abajo, dele formación. Es posible formar a unos jóvenes bastante buenos en un plazo reducido. Hay que mandar a los jóvenes a estudiar, aunque sean los cursillos de contabilidad. Y proponer a los camaradas rusos que aprendan el kazajo. Aunque es su obligación directa, pero lo tiene que controlar.
Jasén que primero se desconcertó al inicio de la conversación, ya se rehizo. De verdad, antes no había querido saber nada de la promoción de trabajadores jóvenes, de no sé que cursillos. Y ahora, todo el mundo parecía haberse combinado y venían repitiéndolo.
- Es precisamente lo que hemos planeado ya, - él continuó las palabras de Semiónov y se sonrió. – Es bueno que la célula del partido se preocupa también. Lo sabe bien que nadie me he ayudado hasta hoy día. He estado solo. Y ahora, con la ayuda de la célula, la cosa avanzará.
- ¿Debe de haber empezado el trabajo hace mucho?
- Me he propuesto justamente ahora a ponerle al tanto de cómo están nuestros planes. A partir de ahora vamos a acordarlo todo...
- ¿Y qué ha sido puesto en práctica ya?
- Por el momento estamos dispuestos a preparar a los especialistas kazajos sistemáticamente. – Jasén volvió a aclararse la voz. – Prestábamos las becas a diez estudiantes. Ahora, vamos a darlas a cuatro más...
- Ya lo sé, - le interrumpió Semiónov. – Eso ha sido hecho por la iniciativa del camarada Zharasbáyev.
- Eso es, eso es, - afirmó Jasén con la cabeza. – el camarada Zharasbáyev está al corriente de todo lo que se hace. Pues, hemos propuesto a unos trabajadores kazajos para los aparatos de las organizaciones regionales. Hemos admitido un par de personas al trabajo en el trust. La verdad es que su número es insignificante, pero... En resumen, tenemos la política del partido clara. Nosotros, camarada Semiónov, tenemos que actuar conjuntamente sin escatimar esfuerzos para cumplir con las indicaciones del partido.
- Había palabras solas hasta ahora, - concluyó Semiónov dando palmadas en el escritorio. – Prepare el plan detallado y completo de las actividades y ande cumpliéndolo estrictamente. Segundo: cada diez días debe presentarnos un informe del progreso en el trabajo. Ya está.
Jasén se levantó siguiendo a Semiónov.
- Todo está claro, camarada secretario. ¡Qué bien que ha venido a verme! Por fin hemos tenido la oportunidad de hablar al alma, - le agradecía a Semiónov despidiéndole hasta la puerta.
* * *
Después de reñirse con Zhamiliá, Salím se fue a estudiar. Tenía prisa, que tenía mucho que hacer aquel día. Por lo demás, todos sus días estaban llenos de el trabajo en el comsomol y el sindicato y las conferencias. Atrapaba a la gente necesaria en los pasillos durante las pausas entre las conferencias, en la cantina, en la residencia estudiantil. Aquel día, en el instituto había una discusión política, como la llamaban los estudiantes, una batalla política. Al recordárselo, Salím avivó el paso.
Era un joven enérgico y sensible, y sus compañeros le querían. Gozaba de la salud fuerte, y dos o tres horas de dormir por la noche le eran suficiente para que, por la mañana, al echar el cabello abundante atrás con un gesto negligente, en su chaqueta desabrochada, volver a echarse en el epicentro de diferentes asuntos y negocios. Su llegada al instituto parecía una invasión del ejército militar: de carrera, daba los encargos a unos, consultaba a otros, discutía con los terceros furioso. La vida social hasta ahora era lo más importante para Salím y se la entregaba por completo. Pero hoy, después de una riña con la cuñada, tomó conciencia con disgusto que no había dedicado bastante atención a la vida en casa, a la situación del hermano mayor y su mujer. Llegaba a casa tarde. Luego, leía bajo la luz de una lámpara puesta en el taburete cerca de su cama en la antesala. Otras veces, se quedaba para pasar la noche con sus amigos en la residencia estudiantil. La riña de la mañana le hizo pensar...
Pasaron ya quince días desde que el hermano mayor con su mujer llegaron a la ciudad. Jasén no había tenido muchas ganas, pero Salím, sabiendo lo frecuente que estaban enfermos los familiares, les había enviado la invitación en una carta.
El joven recordaba que el hermano mayor y la cuñada siempre se embarazaban en la presencia de Jasén antes también, aunque cada vez se desesperaban esperando su llegada. De sólo saber que Jasén vendría, desparramaban esta noticia por todos los aúles vecinos con alegría contando sobre la inteligencia extraordinaria y educación del hermano. Debido a su participación influyente en los aíles la alababan a la mujer de Jasén, Zhamilá también. Y tenía hasta los vestidos del corte especial urbano y de la tela más costosa, como también ella misma era toda así: bien educada, amable, respetaba a los mayores... El hermano mayor y su mujer, que no se diferenciaban en nada de los esteparios simples, sus vecinos, se hacían de repente la gente notable, respetada por todo el mundo durante la visita de su parentela renombrada.
Crecido en los brazos de su hermano mayor, Salím, por supuesto, admiraba a Jasén. Ninguno de sus coetáneos no tenía un hermano tan famoso, respetado aún por los ricos y atkamineres del aúl. Todo el mundo no hacía nada sino decir que Jasén todopoderoso le daría enseñanza a Salím, le haría un hombre importante, haría por él todo con lo que uno ni siquiera pudiera soñar. Salím seguía los pasos de su hermano, le acompañaba cuando iban a ver a alguien, acariciándose, se sentaba en el regazo de Zhamiliá. La admiración infantil ante su hermano se le quedó a Salím para muchos años; le creía ciegamente, le obedecía sin rechistar y estaba convencido de que debía ser así siempre. Los últimos dos años, cursando los estudios en un instituto, Salím vivía en la residencia estudiantil preferentemente. En invierno, estaba ocupado con las conferencias, exámenes, en verano, con la práctica en los koljoces y sovjoces. Venía a la casa de su hermano los días festivos, para uno o dos días, no más. Era sólo a finales de este invierno cuando en la residencia se acabó la leña y se hizo imposible seguir estudiando, y él mudó a donde su hermano. Además, por los recuerdos infantiles le entraba la gana de estar con Jasén y Zhamiliá. Añoraba la estepa, su aúl natal, y no podía dominarse. Dos meses pasaron desde entonces...
Un par de veces ya, él era testigo de las riñas tan disparatadas. Salím se extrañaba; ¿qué es esto? ¿Qué pasa en casa? ¿De dónde vienen esas contiendas? Pero sus preocupaciones no les importaban ni a Jasén, ni a Zhamiliá. Eso le sorprendió. Zhamiliá consideró, simplemente, sus intentos de arreglar las relaciones entre los familiares por su deseo de entablar zacapelas domésticas, y Jasén intestaba de no hacerle caso de toda forma. Y los pensamientos atormentadoras no dejaban a Salím en paz. Con cada nuevo día se iban agraviando con nuevas suposiciones y hallazgos, y poco a poco llegaba a la conclusión de que no se trataba de simple incomprensión familiar sino el conflicto de diferentes convicciones y visiones. Más exacto decir, el conflicto de dos mundos: el nuevo contra el viejo. El mundo viejo al que Jasén y Zhamiliá se aferraron, se iba destruyendo como aquel plato que se rompió en pedazos, y daba mucha pena de que el hermano no lo notara. O, ¿tal vez, no es capaz de entender la vida nueva?.. Antes, Salím le consideraba como un hombre letrado, sino ¡su hermano resultó carecer de algún tanto de conocimientos serios en alguna de las ciencias!.. Nunca uno puede encontrarlo con un libro en las manos. ¿Qué sabe de las doctrinas de Marx y Lenin, del materialismo dialéctico? Antes, cuando Jasén era estudiante, todo esto era prohibido. Resulta que no tiene ni idea de la teoría de marxismo-leninismo... ¿Cómo es posible?
- Celebridad, - barbotaba Salím al recordar como los ricachos del aúl echaban babas alabando a Jasén. – Dime quién te quería y te digo para quién te esforzabas. Pero, de todo modo, te aspirabas a algo antes. ¿Y ahora? TE has escondido como una marmota en su madriguera, te preocupas sólo por sí mismo. Lo estás mirando todo según punto de vista de su vientre: si el desayuno ha sido servido a tiempo, si el almuerzo era rico, si has conseguido sacar cualesquiera platos o medias... Y si algo no te sale bien, siempre tienes el poder soviético, el socialismo, por culpable... ¡E-eh!..
Salím sentía tener razón instintivamente. El comportamiento de Jasén le agobiaba. ¿Pero era él una excepción? Había muchos iguales. Entre ellos, Salím... él mismo seguía llevando los vestigios del pasado, los rasgos que se habían formado bajo la influencia de Jasén y sus semejantes. ¿Por qué no ha llegado a tal conclusión antes? ¿No podía? O ¿no tenía ganas? ¿No se atrevía, quizá, le impedía su fé en la infalibilidad de su hermano famoso en antaño?.. Salím se apretaba las manos en puños por despecho, apresuraba su paso. Las cejas se contraían sombrías hacia el entrecejo. “O, tal vez, tendrá todo esto su utilidad? – y en cuanto le hubo entrado esa idea, él sintió un alivio. – Porque siempre habrá gente que recuerden elogiando “los buenos viejos tiempos”. Entonces uno les podrá indicar sobre ese “bueno”, sobre los representantes vivos de aquella vida – los jasenes... Por lo demás, - se despreocupó, - ¡Qué tontería!.. ¡Qué pensamientos ridículos son estos!..”
Salím se acercaba al instituto. Volvió a recordar la futura discusión con los estudiantes de la facultad físico-matemática.
Los dos grupos estaban reunidos todos en el aula tres. El tema de la discusión - “Lo nuevo en los principios organizativos de nuestro partido” - fue presentada en mayúscula escrita con pintura negra en una hoja de papel con aplicación extrema. Allí mismo había un listado de tópicos: sobre los caminos para fomentar a la conciencia de la sociedad, sobre las actualizaciones de la sociedad, sobre la lucha contra los vestigios del pasado.
Al grupo físico-matemático le tocaba primero informar respecto a estos tópicos. Intervino un joven flaco de pelo negro largo con raya en el medio. El comsomolets, de la misma edad que Salím, hablaba con confianza, tomando por la base de su intervención el modelo organizativo de secciones políticas en la república. Les escuchaban con atención, haciendo apuntes en sus bloques de nota. No había nada de competitividad de oradores o antagonismo entre varios grupos, sino se percibía que los comsomolets se habían reunido para pensar todos juntos y entender a profundidad la política del partido. Tomó la voz el segundo físico-matemático, le siguió el tercero, y todos ellos se completaban uno a otro de alguna manera.
En general, todos dijeron bien, aunque sólo desflorando el asunto. Unas intervenciones carecían de claridad, las otras, de lógica. Salím no hacía ningunas preguntas, pero, al ver a uno de su facultar empezar a tomar el pelo a los físico-matemáticos y bravear, le hizo un comentario:
- ¿Pareces haberte olvidado de que no vienes para pelearte a puñetazos aquí?
Pero alguien de su grupo hubo hecho ya una pregunta:
- ¿Qué puede más, según vuestra opinión: la sección política o el comité regional? Todo el mundo se rio, el interviniente volvió a tomar la palabra para contestar, pero se cortó, y todo lo que exponía se le redujo a la contraposición de la actividad de la sección política y el comité regional. Ya no hablaba con la misma confianza y afán que la primera vez sino con risas y distracción para comentar las réplicas. Las preguntas vinieron en avalancha, todos se pusieron a hablar a la vez, interrumpiéndose unos a otros, las disputas se instalaron en varios rincones del aula. Alguien intentó a corregir al interviniente y acabó con complicar la cuestión definitivamente. Se armó un ruido. El aula se dividió en dos sectas.
Fue entonces cuando Salím pidió la palabra. Tenía muchas ganas de relatar a sus compañeros de lo que había pensado por el camino, pero así resultó que empezó a hablar de otra cosa.
- ¡Camaradas, la cuestión no ha sido planteada correctamente! – dijo él. El ruido en la sala cesó. – No se puede contraponer el comité regional a las secciones políticas. Hierran también los camaradas quienes están buscando quien puede a quien. Tenemos que partir de la unicidad...
Salím evaluó las intervenciones de sus compañeros, explicó por qué el partido había creado las secciones políticas y su utilidad vital. Los argumentos de Salím eran persuasivos y muy pronto él captó la atención del auditorio por completo. Hablaba sobre el objetivo de liquidar las diferencias entre la urbe y el campo, de lo que si los vestigios del pasado aparecen todavía en las ciudades, en los aúles los habrá aún más. Uno de los sectores de trabajo más difíciles del partido es fomentar al crecimiento de la conciencia y la cultura en un aúl. Y no puede caber ninguna duda en la necesidad de formación de las secciones políticas, pero hay que recordar siempre la interactuación efectiva de la actividad de los comités regionales y las secciones políticas. Todo lo que Salím exponía era correcto y claro. Le aplaudieron incluso, pero nadie pidió la palabra después de que terminó. Los comsomolets, conversando animadamente, se dirigieron a la salida. Y Salím se recordó, de repente, de sus emociones y dudas, todo lo que se había propuesto a decir durante su intervención. “Alguna otra vez, - pensó, - Habrá tiempo...»
* * *
Serían las doce cuando Zhamiliá con el recado de Jasén llegó a Kraisoyuz. Le dijeron que Salménov estaba en la reunión, y ella se quedo para esperar. Pasó una hora, una hora y media... Le abrazó el cansancio. Por la mañana corrió al bazar, lo andó y desandó, se empujó en las colas, y ¡aquí tienes! Una esperanza aburrida. Y luego, no se sabe si sale algo. ¿Le dan los artículos de punta o no? ¿O sería mejor irme? Pero irse cuando a dos pasos, tras la puerta, estña Salménov, era aún más difícil. ¡Que las medias y los artículos de punto son tan raros ahora! Ella no trabaja, lo único que la familia gana es el salario de su marido, y la falta de dinero siempre se siente en casa. Si se compra algo, se compra sólo después de una discusión larga y sólo en el caso cuanto no se puede prescindir de tal o cual cosa de ninguna manera. Todo se calcula hasta el último kópek. ¿Cómo pudo ella no sentir pena por el plato roto por la mañana?.. La necesidad obliga que Zhamiliá corra por las colas, oficinas, casas de los conocidos. Le hace buscar encuentros con la gente necesaria, agarrarse de ellos. No, no puede irse sin primero verle a Salménov.
La vida la enseñó muchas cosas: sacar la ropa y al día siguiente venderla a precio triple en el bazar. Ella, igual que Jasén, aprendió no avergonzarse por ello. Había veces cuando se le presentaban las oportunidades de obtener algo en dos sitios, y Zhamiliá intentaba a infiltrarse sin tener que hacer la cola. Había veces cuando conseguía hacer así, pero las había cuando la descubrían, atrapaban y, entonces, ella se las ingeniaba de cualesquiera modos, e incluso, unas veces, se fingió boba. Sabía mantener la sangre fría en las colas y en las apreturas impensables. Sabía muy bien que las arremetidas y la insolencia pueden ser buenos amigos a veces. Y, al engañar a la gente descaradamente, empujarla, avanzaba con empeño a su meta – el escaparate. Pero al poco tiempo la empezaron a reconocer, y a Zhamiliá le dieron jabonaduras dos o tres veces. Ella se recordó como una uygurka la injurió y la empujó en el pecho con toda fuerza ante los ojos de todos en la cola. Zhamiliá nunca lo olvidará. Pero había que aguantar, que se veían obligados a sufrir los azares aún peores. Se convenció que el bienestar no venía por sí mismo. Era tal verdad como que uno no puede ser más fuerte que los tiempos en que vive. Y uno tiene que buscar los portillos, dónde engañar, y dónde, quizá, incluso robar. Se comprendían con Jasén sin tener que decir nada. ¿Y qué, de veras, decir? Ambos hacían la obra común. A la obra común, una mano común... La reunión se tardaba.
- ¡Dos mío!.. – suspiró Zhamiliá. – Tampoco el almuerzo está preparado. ¿Qué hacer? ¿Espero más o no vale la pena? Si me voy, me quedo sin las medias y el vestido... ¡Que el diablo lo lleve? ¿Se ha atrancado allí o qué?
Por fin, salió Salménov. La saludó, preguntó cortésmente que tal la vida, soltó una broma bondadosa. Pero, al oír la petición de Zhamiliá, se hizo severo como si se apartara.
- No tenemos una lista de precios todavía. En cuanto la hay, yo mismo se lo doy a saber.
- Pero he esperado tanto... – se afligió Zhamiliá. - ¿Quizá, lo podría Usted arreglar?
Pero Salménov estuvo implacable.
- Se lo digo y repito que las mercancías no será vendido a nadie todavía, - respondió él y se dirigió al despacho.
- Pues, ¡no me deje con las manos vacías! – Zhamilía hizo un par de pasos siguiéndole.
- ¡Bien!... ¡Vale! – replicó él sin volverse atrás.
- En caso extremo, aunque sea la mitad de lo que Usted compre para su Rajil... – al quedarse atrás, gritó Zhamiliá.
Salménov no contestó. Ella esperó a que la puerta se cerrara tras él, y juró en voz baja.
Hacía calor sofocante. Era difícil andar. Zhamiliá maldecía las calles de Alma-Ata, y a Salménov, y a su casa que estaba tan lejos. Se le doblaban las rodillas, los hombros se hicieron pesados. Ella subía de prisa por una calle empinada, sus pies bien buceaban en el polvo suave que subía volando, bien tropezaban contra los ángulos agudos de un guijarro roto. Por poco cayendo, arrastraba sus pies penosamente, como un caballo decaído que chocó con un tocón. Le parecía que adentro se le quebraba todo.
- ¡Maldita sea! ¡Ojalá se mueran todos! – echaba injurias Zhamilía entre lo dientes. Maldecía también el sol que la mataba con su calor como si la enclavara con sus rayos.
Apenas viva, vino arrastrándose a casa, pero atravesó el umbral frunciendo el ceño sombría, con la misma aire fría con la que se había ido al bazar por la mañana. Jasén, en espesa de la comida, estaba en la cama con la cara mirando a la pared. El cuñado y la nuera arreglaban el cuarto ajetreándose. Zhamiliá pasó por al lado de los viejos como que no se diera cuenta de su presencia. Y los viejos, se estremecieron, la miraron a la vez y en seguida bajaron los ojos tímidamente. Con la misma expresión sombría de la cara, Zhamiliá encendió el hornillo y se puso a preparar el almuerzo.
El cuñado era el primero quien no aguantó. Se le acercó a Zhamiliá con los cacharros en las manos.
- Creo que se podrá pegar el plato... Se ha roto sólo en tres trozos...
Era obvio que el viejo se había decidido a volver la paz en la casa a toda costa. Por muy grave que él había sido ofendido por la cuñada por la mañana, actuaba según la costumbre sabia de la gente vieja que no toleraba discordias en la familia. Y en este caso, e adición, los viejos mismos resultados ser la causa de la riña. EL viejo estaba a espaldas de Zhamiliá y no vio como la cara de Zhamiliá se iba ruborizando paulatinamente.
- SI me das un poco de dinero, yo mismo voy al bazar mañana, - seguía el viejo sin coraje. – Será suficiente fijar con dos o tres remaches de cobre...
- ¿Ahora queréis socaliñar dinero? – echó Zhamilía a la cara del viejo con indignación. – El tipo de gente como vosotros no hace nada sino lucran de cada cinco kópeks nuestros. ¡Ahora inventáis eso!.. ¿Cuándo habéis vivido como la gente docente sin probar a arrancar algo? – al dar un portazo fuerte, ella salió corriendo al patio y por poco se encontró cara a cara con Salím.
Salím quedó pasmado de tal sorpresa.
Regresaba a casa muy alegre. Fuera en la calle, la incomparable primavera alma-atina reinaba, el cielo estaba rasado, el sol alto de mediodía parecía acariciar el cuerpo fuerte del muchacho. Aquel fue el primer día cuando se hizo calor de verdad. Las hojitas verdes brillantes, todavía sin polvo, susurraban alegremente en los árboles que alzados formaban muros altos por ambos lados de las calles. El agua cristalina de las cumbres nevadas tintineaba modulando en las regaderas; entre las hojas verdes aparecían ya los pétalos blancos, rojos y rosados de albaricoques, manzanos y lilos que florecieron temprano; los ruiseñores cantaban. De lo alto de los montes bajaba en ondas el aire impregnado de aromas de árboles, flores y hierbas. Este aire admirable embriagaba, llenaba los pulmones de alegría. Y de improviso Zhamiliá... La misma que por la mañana, como si no pasaran unas horas a partir de la riña... Como si ella no tuviera ojos y no veía la primavera... Le dejo a pasar a Zhamiliá y entró en la casa. En la antesala, se acercó a la cuñada y, al hacer un gesto con la cabeza hacia la puerta, preguntó:
- ¿Qué, no se aquieta?
- Cariño, ¿acaso era tiempo cuando ella respetaba a los mayores? Por lo menos tú dile que nos deje en paz... ¡¿Lo está haciendo adrede?!
- Se puede reparar este plato, - la interrumpió el viejo, mostrándole las trozos. Ël se acercó, se sentó junto a Salím en la alfombra de fieltro.
- Le dije a ella que necesitaba un poco de dinero para repararlo. Y ella pensó que quería obtener esas pelas por engaño. – El viejo suspiró, y meneó la cabeza con tristeza. – En mi vida he oído tales palabras de la gente ajena, y aquí tienes, lo he oído de mi cuñada. De niña, la traía sobre mis brazos... ¿Qué hacemos ahora?..
- Mi cuñada... Que somos familiares... Además de Jasén y ti, ella es nuestro niño más caro. Pues os hemos cuidado todos desde niños... – los labios de la vieja se estremecieron, comenzó a llorar enjugando las lágrimas con la manga, - Que lo trague todo la tierra, dice... A mi no me pasa nada. Pero a él, con su barba cana, llamarle un pícaro...
Salím escuchaba a los viejos con dolor de corazón. Después de que sus padres murieron, el hermano mayor y su mujer alimentaban a Jasén y Salím desde la más tierna infancia. Salím les quería y respetaba como a sus padres y no podía aceptar que los viejos, enfermizos y débiles ahora, vivieran solos en el aúl lejano. Pero, para Jasén, que había abandonado la casa natal temprano, su llegada resultó inoportuna. ¿Qué hay que hacer para que todos ellos vivan en buena arminía? Que el hermano mayor ha hablado tanto de esto? A Salím le pareció sorprendente de repente lo que en esta casa podrían preservarse aún las nociones antiguas, buenas de kazajos respecto a las relaciones familiares.
- Seguís sin entender que mucho ha cambiado ya. Los campamentos viejos han sido abandonados. Ellos, - Salím lanzó una mirada hacia el salón, - han migrado también... sólo con otro destino. Han cambiado, y queréis que todo siga igual que antes...
Los viejos no le entendieron. El hermano se sentó mñas cerca de Salím, se inclinó y empezó a hablar a media voz:
- Salím, ¡habla claro! No te explicas bien. ¿Le falta dinero o qué? ¿Carece de comestibles? ¿Quizá les da vergüenza por nosotros? ¿Por qué no nos lo dicen a cara descubierta? ¿Acaso somos una carga para ellos, como las bocas de más?..
- No, no es eso. Reciben buena ración, y las reservas las tienen... Vuestra vecindad les molesta. ¿Con qué se explica lo que vivís en la antesala y coméis en separado?
- ¡Verdad, verdad! – El viejo, meditabundo, empezó a menear la cabeza cana en afirmativa. Zhamiliá entró y el viejo se calló al darse cuenta de que la cuñada seguía intranquila.
- Que pueden trabajar... Pero no, ¡miran sólo como engañar! ¡Gorrones! Os nos habéis venido como durante una hambruna...
- ¿Pues qué, Zhamiliá, te molestan ya los familiares? – Salím se rio sarcásticamente.
- ¡Sí que molestan! – se estalló Zhamiliá.
- ¿Ves obligada a darles comer? Os habéis arruinado por definitivo ¿no?
- ¿Tal vez, eres tú quien paga por todo en esta casa? – reparó Zhamiliá poniendo los brazos en jarras. - ¡Sigue!.. Que te voy a escuchar.
- ¿Por cierto, estás segura de que encontrarás un pretexto para deshacerte de las bocas excesivas?
Zhamiliá se prorrumpió en gritos:
- ¡Basta de hablar! ¡¿Eres mi consejero, ni más ni menos?!
- ¡Dónde has llegado, Zhamiliá! – dejo escapar Salím. – En que nulidades os habéis convertido.
- ¡No tienes derecho de juzgar a los mayores! ¡Mocoso! ¡Gorrón! No eres capaz para nada, vives a nuestro cargo...
- ¡Mentira! – dijo Salím, excitándose. – ¡No soy nada de familiar a cargo!
- ¿No estás a cargo? ¿Por qué, entonces, vives aquí?
- ¡Ya lo comprendo! ¡Para que sepas de fijo que de aquí en adelante considero como deshonra para mí comer aunque un pedazo de pan en tu casa!
- ¡Míralo, qué arrogante de él! – Zhamiliá lo midió con la mirada despectiva.
Del salón, apareció al ruido Jasén, se aventó a Salím.
- ¿Qué cosas dices? ¡Tú!.. ¿Te crees un hombre ya?
- Digo la verdad.
Salím ya dejo de calentarse, hablaba tranquilo, firme, seguro de su verdad. Esto cabreó a Jasén. Algún rato él no pudo decir ni una sola palabra teniendo un tic y girando los ojos desorbitados. Por fin, con los puños crispados y tartamudeando de rabia impotente, gritó:
- Si es así... ¡lárgate de aquí! – La cólera que manejaba con gran esfuerzo en el servicio se le prorrumpió - ¡Fuera! ¡No quiero verte aquí!..
Salím permaneció impasible.
- Es que iba a hecerlo por mí mismo.
- ¡Me come un lado!
- ¡Mentira! – Salím no aguantó, se levantó en un salto. – Cuando Zhamiliá lo dice, vale... ¡Pero tú!.. No obstante, ahora da igual.
Salím empezó a recoger su cama. Jasén volvió en sí, en su cara apareció una expresión de confusión. Por lo visto, no esperaba al cariz tan drástico del asunto.
- Cariños míos, dejad de reñiros, - el hermano mayor dio su voz. – Tenemos el mismo padre...
Pero Salím tuvo la decisión irrevocable ya.
- No vale la pena de disuadirme... – Al enrollar la cama, se puso la gorra de visera.
La independencia del hermano menor aguijoneó a Jasén.
- Por lo que veo, has aprendido mucho en su instituto nulo! Y ¿es todo lo que te han enseñado?
- Tú no lo comprenderás, eso no te cabrá en la cabeza. Mejor que no toques esta questión, - se sonrió Salím.
- ¡Mira cómo te han embutido!
Jasén sintió que el odio hacia Salím le dominaba más y más. Sí, era el odio hacia todo nuevo que había nacido mucho antes y se reservaba en lo más profundo. Creciendo paulatinamente, iba abarcando toda su esencia y resultó volverse contra el hermano, separándoles definitivamente. Ahora no le parecía entrañable. Jasén más bien se separaría de su hermano que dejaría lo nuevo entrar en su casa. Le embargó el deseo de encontrar en seguida las palabras aplastantes, asestar tal golpe que no dejara a Salím recuperarse pronto. Y echó sin pensar:
- En tal caso, - Jasén señaló con el dedo hacia el hermano mayor, - ¡llevátelos! ¡Que sea yo un hermano malo para todos!.. ¿Es eso que querías probar?
Los viejos se pusieron a llorar.
- Salím cariño, pequeño, - empezaron a rogar, - cede tú, por lo menos... ¡O, Dios, qué desgracia!..
- No hay que llorar. ¿Para qué? – se enfadó Salím. – Tenéis miedo de no tener nada que comer?
- ¿Nada de comer? – Jasén tomó figura. - ¿Empezáis a pensar?
- No lloréis. Él quería castigaros, pero se equivocó, - Salím tranquilizó a los viejos. Se marchó hacia la salida. – Primero llevo mis cosas, luego, vuelvo a por vosotros. Siempre trabajabais bien, no nos perderemos.
Jasén les dio la espalda bruscamente y se fue a su cuarto.
Salím cumplió su palabra. La misma tarde llevó a los viejos a la residencia estudiantil. Jasén estaba acostado en el salón y les oía hacer sus maletas. No salió para despedirse de ellos. Zhamiliá dijo que estaba durmiendo. Al cabo de algún tiempo ella, alegre, entró en el cuarto.
- ¿Qué quieres? – gruñó Jasén frunciendo las cejas descontento.
- ¡Se han ido!
- Se han ido... – repitió Jasén en voz baja. – Me he enojado mucho con Salím. Se lo merece... Pero aquellos... Da pena por aquellos...
- Por mí, ¡qué mueran aún! A ver como maneja esto. Sin piso, sin alimentos. ¡No tiene siquiera vasija! Pobre como una rata. – Zhamiliá victoriosa se rio. - ¡Ya lo veremos!
- ¡Basta ya! – Jasén, decidido a acabar con esto, la echó la mirada alienada. - ¡No hay a quién vengarse! Dios mío, ¡cómo ha cambiado el tiempo! ¿A dónde vamos? ¿Acaso no éramos una familia? – dijo él con tristeza. - ¿Quién es culpable?
- Siempre andas reconcomiéndote. – Zhamiliá miró a su marido con preocupación. – Siempre hemos cuidado de la gente, y ¿quién lo recuerda ahora? Sí, te llamaban “ak-zhurek” – “compasivo”, y ¿qué? Mira cómo Salím mismo te ha tratado. Y le traíamos sobre nuestros brazos, le hemos hecho un hombre.
Zhamiliá oyó por primera vez a los atkaminers del aúl decir la palabra “compasivo” y desde allí la utilizó con gusto especial. Antes, en el aúl, los cónyuges consideraban esta palabra como exclusivamente la suya. Los últimos años nadie llamaba a Jasén “compasivo”, pero la palabra favorita seguía viviendo en su casa. Más exacto decir, vivía sus últimos días.
Jasén se levantó y empezó a ponerse la cazadora.
- Compasivo... eso es, compasivo... – murmuró melancólicamente. – ¡Haz bien a la gente y no esperes ningún reconocimiento! Gozarán de tu bondad y, luego, a ti te ensuciarán. Nos resulta eso, ¿no? Zhamiliá.
- Ya está, - advirtió Zhamiliá, contenta de que hubiera conseguido tranquilizar a su marido. – Hemos vivido mucho en este mundo. ¡Lo hecho no tiene vuelta!
Al vestirse, Jasén quedó pensativo.
- En general, tienes razón, - dijo. Su voz sonaba ya más seguro aunque bajo todavía. – Pues, nada, si nos ha pasado eso, ¡que ninguno de ellos vuelva aquí, - culminó él dirigiéndose a la salida.
Cerró la puerta con el hombro, hizo un paso al patio.
- Yo mismo les ha expulsado... He metido la pata y me torturo... – murmuró muy bajito.
La montaña se alzó ante él de repente. Tan de repente que le pareció que a su cara arrojaron el fuego. Estupefacto, paró.
- Es verdad. Ahora yo mismo me atormento... – volvió a murmurar como si alguien desenmascarándole estaba en el medio de su camino.
Levantó la cabeza, miró al pico. Desde el granito cubierto de sombra gris se sentía el soplo del frío glacial. Jasén pareció súbitamente ver las cejas bajas amenazantes el rostro agrietado con fisuras negras... Echado hacia atrás, el pico fijó una mirada penetrante en él... Con los ojos entornados... A dos pasos de él. Jasén se encogió de hombros con espanto.
- ¡Dios mío! ¿Qué alucinación es esta! – dio de codo y se marchó de prisa a la compuerta.
- ¿Vas a dónde te proponías? – el vocejón alto de Zhamiliá le vino igual que por la mañana cuando él se había despertado de la pesadilla. - ¿Y qué voy a hacer yo?
Jasén se detuvo, miró a su alrededor. Tanto en el patio como en la calle no había nadie visto, a pesar de ello, consideró por necesario estar alerto.
- ¡Ven aquí! – llamó a su mujer al hacer un paso hacia ella. – En cuanto anochezca, lleva el saco y los platos y corre a la casa de Kasimkán. Estate allí y no te vayas a ninguna parte.
- No hay otra manera. Pues conozco a la mujer de Kasimkán. Te lía con sus charlas, te confunde y se apodera de la parte leonina, -Zhamiliá mantuvo la línea. – Y si no consigue arrancar, pierde el apetito.
Jasén no la escuchó hasta el final, empujó la compuerta y salió a la calle.
Amanbay ya estaba en la casa de Kasimkán. Entre ellos estaba una botella de un litro de vodka de la que han tomado un par de copas ya. Los entremeses eran regulares... AL ver a Jasén, los dos se levantaron en un salto y le saludaron ruidosamente.
Kasimkán llenó las copas y, riendo, tendió una a Jasén.
- ¡Mójate la garganta!
Jasén se acercó a la mesa pero no tomó la copa.
- ¡Eh! Con esta aguita convendría otro entremés, - se rio junto con sus compañeros y miró a Amanbay. – Esperaba ver algo calentito – un guisado, por ejemplo. ¿Y qué es lo que veo? – Jasén metió un dedo en el pedazo de pan. – Así, no voy a beber.
- Te esperábamos, - dijo Kasimkán. – Hay que dar vueltas a un asunto.
- ¿Y dónde está nuestro caballo?
- No está lejos... Muy cerca, - se turbó Kasimkán. – Primero, sabes, tenemos que ver un asunto.
- ¿Pues? – Jasén, impaciente, echaba miradas ora a uno, ora al otro.
- ¡Qué bien que por fin nos hayamos reunido juntos! – Amanbay se rio benevolente. – Estaremos sentados a la mesa, como antes, conversaremos, recordaremos los viejos tiempos. Y de allí, veremos la cosa esta.
- ¡Oye! ¿Podéis decirme claro? ¿Dónde está el caballo?
- No te preocupes, está aquí. Está... ¡Qué tardo en comprender eres! – Kasimkán trató de tranquilizar a su compañero. – Ahora vamos a ver el asunto.
Amanbay chocó su copa con la de Jasén, bebió.
- Por la tarde, te dije que había un obstáculo, - empezó él dirigiéndose a Jasén. – El tema es el siguiente. Traje el caballo del sovjoz donde trabajaba antes. Era caballo como todos, bueno. Pero hace dos meses que empezó a cojear. Se le hinchó una pierna. El veterinario lo examinó de una manera y de otra y no pudo identificar el problema. Lo invité al veterinario, convencí que el caballo no tenía cura, que la gente llamaban tal enfermedad como la “cojera permanente”. Resumiendo, Conseguí arrancarle la conclusión. Luego, le persuadí a entregarlo a un curandero de caballos. Lo llevó a un aúl, y allí en estos dos meses le han sainado tanto...
- ¿Está gordo? – De sólo mencionar el caballo engordecido la boca se le hizo agua a Jasén.
- Tiene sebo para un dedo. – contestó Kasimkán. – Puede que más aún.
Jasén, emocionado, mismo llenó las copas de vodka se chocó con sus compañeros y bebió.
- ¡Sigue, pues, sigue! – asintió con la cabeza a Amanbay en ecitación.
- En general, por este lado, todo está bien. El único obstáculo es un koljosiano que conocía al canelo antes. Es uno de los vanguardistas. Fue, a propósito, él quien me trajo a la ciudad. Al ver el caballo, por todo el camino, maldecía al veterinario que, según él, no entendía nada y no podía diferenciar el caballo sano del enfermo Traté de hablar de que sería conveniente degollar el caballo, que tenía sebo para dos dedos y la carne debía de ser rica, pero ¡qué va! Él se obstinó: “¡¿Degollar un caballo así cuando tantos caballos hacen falta en la hacienda?!”
- ¡No conseguiste persuadirlo! – reprochó Kasimkán. – Hubieras podido decir que la perna no se curaría, el veterinario tenía razón. ¡Que hay documentos!
- Se lo dije. Pero no le dije todo. Tengo algo en reserva para el futuro.
Jasén echó a reír, contento de lo amaño que resultó ser Amanbay.
- Has hecho bien. ¿Cómo uno puede confiarse en un kazajo tonto?
- No le dije nada de los documentos, la conclusión del veterinario.
La ingeniosidad de Amanbay le gustó a Kasimkán también.
- ¡Buen trabajo! – no pudo contenerse él. – Pareces tener cabeza.
- ¡Pues entonces! – Jasén se levantó, Hizo un giño a los amigos, se pasó el dedo índice por la garganta. – Hay que tumbar el caballo... ¡Maján kushait! – añadió tergiversando las palabras adrede.
Kasimkán seguía indeciso.
- ¿No lo considerarán por defraudación? Las leyes, sabes, son duros ahora.
- ¡Déjalo! – le cortó Jasén. Su voz endureció en un momento. - El poder soviético no se empobrece por un caballo. ¿De poco ganado nos ha privado? ¡Anda, a matarlo, qué el diablo lo lleve todo! ¡Basta de andar con rodeos!
Amanbay y Kasimkán guardaron silencio.
- Bien, vale, ¿dónde está aquel koljosiano? – preguntó Jasén viendo a sus compañeros permanecer indecisos. – Hay que invitarle aquí, darle de comer hasta que se arte y acallarle. Además de él, ¿Nos hace obstáculos alguién más?
- Kasimkán se preocupa por lo que aquél vino aquí de día y vio el caballo, - comentó Amanbay.
- Eso es, - confirmó Kasimkán. – De toda forma, es peeligroso.
Pero era difícil ya pararle a Jasén. Al cabo de media hora le mantuvo Amanbay bien borracho ya. Por fin, al agotar todos sus argumentos, Kasimkán, cauto, se vio obligado a acordarse con sus compañeros. El destino del vanelo estaba ya predefinido. Mientras tanto, llegó la noche, y el caballo fue matado en el patio sin recelos. Las mujeres de Jasén y Kasimkán, sin quitar los ojos una de la otra, se ajetreaban cerca de los hombres que descuartizaban la res.
En casa, los tres amigotes, comiendo a dos manos el guisado grasiento caliente de carne fresca de caballo, pusieron manos a la segunda litrona. Las lenguas se desataron, los pensamientos secretos se revelaron. Recordaron todas las historias y negocios de los años entrañables dieciocho y diecinueve cuando el poder soviético no había llegado todavía a la estepa. Jasén, sacando el pecho con jactancia, proclamó:
- ¡Somos la gente que ha manejado los asuntos hístoricos! ¡Todos tres nos quedamos en la historia!..
Pero no tuvo tiempo para terminar cuando se oyó el ruido de pasos a la puerta. Sonaron las voces desconocidas. Al agarrar la botella, Kasimkán buceó por debajo de la mesa de sobresalto. Entraron cuatro personas vestidas de militares. El quinto fue reconocido por Amanbay como el koljosiano que le había acompañado a la ciudad.
Era inútil hablar, probar su inocencia. Sin embargo, Jasén intentó a resistir.
- Somos los cuadros de... Altos funcionarios de la institución regional... – El alcohol desapareció de su cabeza en un instante. No le escucharon...
Los compañeros fueron llevados al patio.
En el recodo de la calle, la mirada de Jasén deslizó hacia lo lejos. El pico Alma-Ata Grande le observaba fríamente... – lejano e inaccesible... Liso como el granito, el majestuoso pico Alma-Ata que no conoce derrotas...
1935