La carretera pilar corría a lo largo del monte Arkalyk. Un camino de estepa, triste, desnudo, y Arkalyk visible desde lejos, daba esperanza a las caravanas de almas cansadas. La cresta escoltaba la ruta por siete millas. Pero aquí, en vano se buscaba la calma. El solitario Arkalyk no ocultaba ni los helados vientos del norte y ni del sur. En invierno, la nieve envolvía la montaña redonda como un huevo. En éste siempre estaban en apogeo las tormentas de nieve y el yute – la tormenta blanca para el ganado y el desastre negro para la gente.
En los aul cerca de Arkalyk, los pobres y desnudos habitantes se quejaban a dios. Vivían allí pues lo heredaron de sus antepasados y porque no había otro lugar para establecerse. La única buena noticia que se podía mencionar - la tierra de la montaña era fértil y la gente la araba y sembraba y así se alimentaba. En la prolongada tormenta desastrosa de nieve de la estepa, aquí estas personas encontraron refugio y también los viajeros por la carretera pilar, durante la noche.
El único paso en el Arkalyk se llamaba Kushikpay. Kushikpay - el antepasado de la población local. Según la leyenda, era un Batyr- guerrero. No muy lejos de la carretera, estaba claramente visible la antigua tumba, bajo un montículo, construido de piedra sin labrar. Esta era la tumba de Kushikpay. Y toda la gente que pasaba por la carretera conocía la historia de ese hombre extraordinario y qué clase de vida él vivió.
El recuerdo de Kushikpay lo guardaban celosamente los enfermos, los hombres hambrientos y los ancianos - la crónica en vivo de la estepa.
No trataron de endulzar con palabras el corazón de Kushikpay, sólo vigilaban que éste continúe a latir. Los otros lo iluminaron- con sus palabras ... Si las ovejas del patrón, por la noche fueron conducidas con seguridad a casa en la desierta y ventosa estepa y usted se pudo enderezar la espalda pegado al fuego del hogar, si usted era un huésped simpático del dueño, no lo molestaba y no le hacía daño cuando tomaba de él el alimento para los caballos y los bueyes, y si en la casa había té en la caldera sobre el fuego, gracias a Dios, y usted ya podía oler la carne – entonces, siéntese, buen hombre, y ¡escuche!
Por lo general, el huésped dormitaba, calentándose y muy agotado, pero escuchaba. Escuchaba con el oído y con el corazón.
Kushikpay murió joven, veintiún años de edad. Desde su juventud, había dominado hábilmente el Soly y el Shokpar – armas de madera antiguas: lanza y garrote redondeado en la punta, él quería ser capitán, para comandar soldados, e ir a las campañas militares. Era ingenioso, ágil, incansable, muy fuerte y no tenía igual en las luchas y en los enfrentamientos. No tenía miedo, ni a hombre ni a bestia, ni a un hombre lobo o una tormenta de nieve por la noche, ni a los malos augurios. Por lo tanto, la reputación de Batyr.
La viruela, que llegó desde el sur, superó a Kushikpay y él cayó al suelo, en tal forma que ninguno de sus rivales pudo abatirlo. Durante días y noches estaba acostado delirante. Sobre todo esto escuchó su viejo rival del clan uak y se dijo a sí mismo, ¡llegó mi tiempo! Apareció en el aul de Kushikpay, burlándose de él acostado en la cama y a plena luz del día, le robó su caballo favorito -Kyzyl-Best, que estaba de pie con una correa fuera de la yurta.
Llegó la triste noticia a Kushikpay. El guerrero enojado se puso de pies, no sentía el dolor, se tiró sobre su cuerpo desnudo el chekmen - abrigo de piel de camello, y partió en su persecución.
Con una lanza en ristre, asustadizo, amenazante, cabalgó hasta el aul del delincuente que alegremente se estaba jactando del robado noble caballo y de su impunidad. Todos conocían el carácter de Kushikpay y sabían que él estaba dispuesto a luchar hasta la muerte, incluso con un ladrón, y con toda la pandilla, todos los parientes y sirvientes.
Se asustaron los jóvenes. Los ancianos intervinieron y convencieron a Kushikpay a no derramar la sangre del clan uak, a la que él mismo pertenecía. Le devolvieron su caballo, y para olvidar el insulto sangriento, le regalaron un manto muy rico, y lo acompañaron del aul con honor.
Kushikpay cabalgaba por Arkalyk. En frente del paso la viruela dijo su última palabra: arrancó al batyr de la silla y éste estaba ya inconsciente por la fiebre. El chekmen que vestía, que estaba en contacto directo con los abscesos machacados de la viruela, se mojó con el pus. Pero se decía que Kushikpay tuvo tiempo de reclinar la cabeza hacia la Kaaba – como la costumbre musulmana, y aferrado a su tierra natal, se despidió de la vida. Aquí se quemó.
Pero la tierra no se olvidó de cómo él la abrazó, y debido a eso la estepa cerca del Arkalyk era tan dura, es por eso que se hiela y no alimenta al ganado y ahuyenta la gente con sus vientos ardientes, y tormentas cegadoras de nieve. No perdona el hecho de que Kushikpay murió joven, murió en la ira, no saturó su alma audaz.
Eso es lo que decían en el camino, al lado del Arkalyk, los miserables y los pobres, pero orgullosos de ser los descendientes del batyr. Difícil era el peso de sus vidas, pero se cubrieron con la gloria de Kushikpay, que murió como vivió, cabalgando sobre su caballo, con manchas negras de viruela, como el leopardo.
En los finales de enero. Ociosamente se desvanecía el día frío. El cielo estaba despejado. Sólo al atardecer, como fragua de un herrero, se fusionaban las pesadas nubes. A través de ellas un ojo, el sol, sangriento, monstruoso, sin pestañas, clavado como una espina en el blanco. Un poco más arriba, como fragmentos de humo flotaban debajo las nubes púrpura. El cielo sobre ellos de un descolorido verde. De un lado y solitaria, la defectuosa luna menguante. Ella se sobresaltó, como si de bajo de una cortina de muselina.
Todo el día no hubo viento, pero en el paso Kushikpay, si barría. La nieve fresca se revoloteaba hacia arriba como una silueta con barba roja-violeta y hoces. Las sombras yacían como venas hinchadas. Y parecía como si las sombras se arrastraban por las rocas, gateándose y chupando los bancos rojos de nieve.
En el camino hacia el Arkalyk trotaban dos caballos arrastrando un trineo. En el amarillo y claro trineo había dos hombres perfectamente vestidos.
En uno de ellos, se veía directamente que es un Señor. Sobre su ropa vestía un chekmen gris con cuello de terciopelo negro y sobre su cabeza un malakhai nuevo- gorra tradicional- de piel de zorro. Calzaba botas excelentes de piel de cabra, por las cuales sobresalían medias de fieltro, también tapizadas con terciopelo negro. Él tenía casi treinta años. Era robusto, de cara redonda y nariz respingada. La barba triangular, elegante y muy bien cuidada. Los ojos oblicuos, un poco y picaros, en un constante fruncido de cejas – demostrando un desprecio señorial y una crueldad suprimida. Los labios flojos en disgusto, no era difícil de adivinar – un hombre de damas.
Era Mirza Ahán, el director de la parroquia - volostnoy. Regresaba de la ciudad, habiendo puesto fin a sus negocios allí. Los negocios eran los habituales – el depósito en la tesorería de los impuestos recogidos en la parroquia.
Con el director iba, como de costumbre, el siervo favorito y hombre de confianza - Kaltai. Mirza lo sostuvo en severidad, pero Kaltai era un perro fiel y un alegre bufón, por supuesto, también un ladrón, pero muy ágil e ingenioso. Especialmente útil en las aventuras nocturnas. Mirza estaba acostumbrado a esperar de él solo un servicio inesperadamente agradable.
Este día en cuestión, Ahán no dijo una palabra, y uno podía pensar que estaba ansioso y agobiado por nada menos que el destino de las personas, ya que era la cabeza de la parroquia. Pero Kaltai sabía en lo que el Señor de la parroquia pensaba y que en sus pensamientos él imaginaba sobre... una mujer, ésta u otra, y así todo el día. Cuidado al molestarlo. Con un golpe de látigo te expulsará del trineo.
Por la noche, en el Arkalyk, Mirza se enfrío por el viento, y animadamente se daba vueltas.
Kaltai movió las riendas de los caballos, diciendo:
- Es probable que hasta hoy en día el Kushikpay tiene la viruela, si él sopla y sopla...
Ahán gruñó en silencio, como un zorro. ¡No era su taza de té!
En una colina inclinada, a lo lejos, aparecieron dos tumbas, y los viajeros, levantando las manos, empezaron con las oraciones a toda prisa, entre dientes.
Las tumbas eran frescas, la arena alrededor de estas todavía no se oscureció, pero estaban cubiertas con manchas de nieve, como marcas de viruela. El viento del Arkalyk silbaba en forma fea y mala, como si estuviera enojado por lo que vio en este sitio. Puede ser que pase, tal vez una noche, y el viento cubrirá los blancos montículos de arena - el último recuerdo de las personas que están enterradas debajo de ellos - y no quedará rastro.
Después de media milla apareció un solitario cuartel de invierno. Parecía abandonado, deshabitado, enterraba sus raíces en el suelo, atrapado en la nieve y no muy diferente de las tumbas. El techo tenía ángulos cariados, caídos, y la nieve había cubierto los agujeros. Sólo un estrecho sendero a lo largo de las paredes negras del cuartel de invierno, señalaba que hay vida...
Kaltai misteriosamente gruñendo, dirigió el trineo hacia el cuartel de invierno.
De cerca parecía aún más aterrador. En el establo había un agujero, y por encima de éste un remolino de nieve, como una nube de humo. Al lado de la cerca talada había pilas de heno y al lado de éstas había un ternero flaco y un cordero abatido con manchas de nieve en la espalda. Se venía un estremecimiento solo al pensar ¡que desgracia había abrazado esta casa!
Saltando del trineo y agitando la nieve del chekmen, Ahán dijo entre dientes:
- ¿Dónde me has traído? Aquí, tal vez, ni sentarse, ni acostarse... Realmente ¿no pudiste encontrar una vivienda decente?
Kaltai, sacando las riendas y correas de los caballos, respondió con una sonrisa:
- Ten paciencia... Ya verás donde te acostarás ...
Mirza se irguió, cuanto pudo, debido a su baja estatura y su nariz respingada. Kaltai ceremoniosamente lo tomó del brazo. Se agacharon, caminaron bajo el techo, con goteras, del patio, caminando a tientas en la oscuridad llegaron a la puerta helada, tropezaron y cayeron en la casa.
La casa tenía dos habitaciones. En frente de un hogar de ladrillos con brasas ardientes, parpadeaba débilmente una pequeña ventana acristalada del tamaño de una palma. Pero aparentemente allí no vivía nadie. La sala servía de entrada y despensa. Las paredes de adobe no estaban encaladas pero muy sucias, los postes de techo negros y ahumados, en las esquinas dibujos plateados por las heladas. Y muy juntos, el uno al otro, y bastante patéticos, cerca del Tagan-horno, había un cordero recién nacido y un pobre ternerito con una manta de fieltro en su espalda huesuda.
La segunda habitación, parecía un poco más divertida. Había un conspicuo horno, pero nada ostentoso, lacado con un carbono negro, y en malas condiciones. Al lado de la estufa había una cama de madera, la pintura sobre la misma, estaba rasgada, pero las viejas mantas y almohadas rotas estaban tan cuidadosa y suavemente apiladas que el corazón dolía. Contra la pared opuesta a la puerta sobre un soporte había dos cofres grises cubiertos de un fieltro. Esa era toda la propiedad.
El vidrio de la ventana, estaba astillado transversalmente y pegado con tiras de papel, como si respiraban. Con cada ráfaga de viento el cristal contestaba con corrientes de vapor. Y aquí también estaba oscuro, sólo una tenue luz provenía de los carbones ardientes en el horno.
¿Quiénes vivían en esta casa oscura y miserable? Tres mujeres... Estaban sentadas junto a la estufa, acurrucadas como pájaros. Una de ellas - una anciana decrépita, que tenía más de ochenta años de edad, la segunda de unos cuarenta y la tercera, una niña de trece años. La abuela, su nuera y su nieta.
La mayor débil, demacrada, pero con un rostro muy valiente. Él rostro no era típico de una mujer-su frente era alta, la nariz prominente. Bajo las escarzas y blancas cejas miraban cansados ojos descoloridos. Pero en las arrugas profundas en las flácidas mejillas no había sólo angustia y resentimiento por el sufrimiento de toda la vida, pero también mucha persistencia que podía mover una montaña de trabajo y arrastrar una carga insoportable a los otros, incluso los héroes.
El rostro de la nuera, por el contrario, era temeroso y aprensivo. Sus brillantes ojos negros extrañamente inmóviles miraban hacia un punto fijo, como si enloquecida. Su mirada inspiraba involuntariamente escalofríos. Pero ella no estaba loca, era ciega.
Y sólo la más joven, Gaziza, fina y delicada, con una cara redonda y ligeramente pecosa, muy dulce – era difícil apartar de ella la mirada. Era ligera, rápida y elegante, como una cabra. La tristeza de sus ojos adultos, cuando los bajaba tímidamente, le daba un atractivo especial. Mejor dicho no tristes, sino más bien suplicantes, ingenua y limpia, al igual que su cama pobre y conmovedora.
El problema de las tres débiles era común - se quedaron huérfanas. La tormenta barrió sobre sus cabezas, dejando al lado de la casa dos tumbas recientes. Allí, en una colina de arena, estaban enterrados el padre y el hermano de Gaziza. Tuvieron el tifo. En vano la abuela llamó a los espíritus ancestrales, que no salvaron al sostén de la familia. Y después del funeral "un grano golpeó" los ojos de la madre. Las lágrimas extinguieron en ellos la luz.
- Dios – preguntaba la mujer mayor con una violenta fe, sin ira - ¿en qué pecamos?
Como antes, viviendo en la miseria, solas, sin ayuda en la inmensa estepa. Pero Kushikpay también, en su tiempo, era solitario... Y en las noches, acurrucadas como los pájaros, las mujeres se recordaban y lloraban por la vida de paraíso que tenían en los cuales la familia era de cinco personas...
E inesperadamente aparecieron en la casa huéspedes, ricos, suaves y en gorras de zorro, verdaderos Bai.
La madre, empujando suavemente a Gaziza con el codo, le preguntó qué tipo de personas son. La niña respondió en voz baja:
- No lo sé... Extraños...
Los huéspedes se sacudieron las túnicas en la puerta, subieron encima de los cofres, y se sentaron en el lugar de honor. Mirza Ahan leía un sura del Corán. A continuación, los invitados saludaron a los dueños, y el mayor de los invitados preguntó al mayor de la casa:
- ¡La voluntad de Dios! Que te dé riquezas y saciedad... –Y con el pulgar hacia arriba implicó que es hora de prepara la mesa.
Las mujeres estaban entumecidas ante la visión de tan raros huéspedes y volviendo en sí, rápidamente se alegraron. Encendieron una lámpara de queroseno, también con un vidrio en astillas y pegado con papel. Gaziza preparó con destreza el té. Todo lo que había en la casa - un trozo de mantequilla, lapiosh-pan tradicional, integral, lo pusieron sobre el único mantel que tenían, como si fuera un tesoro, delante de los invitados de honor, los hombres.
La anciana, como un aksakal- sabio anciano, empezó a conversar tranquilamente con ellos.
Ahan la escuchaba, se relamía los labios gruesos y asentía al azar, pero, en secreto miraba fijamente con sus ojos hinchados a Gaziza.
Kaltai, muy amable con la anciana le contó sobre la ciudad y le dio noticias del aul y también asentía.
Sin embargo, después del té empezó a hablar más la vieja, y los visitantes quedaron callados. Parece que Dios mismo le había traído a su casa este poderoso hombre –volostnoy, jefe de la parroquia. Y ella lo guardaba cuidadosamente y con seguridad, ya que no cualquier hombre podía hablar con tal pájaro importante.
La voz de la anciana, que no era de acuerdo a sus años, sonora y trémula, era también enojada, tierna, amarga, placiente, dolorosa y llena de esperanza. Ella lamentaba su suerte, como si estuviera contando una legenda, un canto de una vieja tradición. Y bruscamente su expresión cambió, como el cambiar de las rocas cubiertas de musgo formadas en un día de viento, bajo la sombra de las nubes que sobrevuelan.
- Cariño, - dijo - cariño... Usted mismo, puede ver, lo que respiramos. Estoy al borde de la muerte, no tengo más fuerza para vivir, y ni para morir. ¿Qué puedo hacer yo? Sólo moler la lengua. Mi nuera es ciega, necesita una guía en la vida. ¿Quién nos dará de comer? ¿Quién trabajará? Mi nieta. Ella tomó sobre sus hombros la carga de los hombres. Y los hombros son de una niña. Mira, ¿no lo ves?, ¡querido!
¿Por qué le digo esto? Para que, mí querido... para hacer palpitar su corazón, cuando pasando por aquí, se acuerde de nosotros. Y que su misericordia no se acabe cuando se encuentre con gente como nosotros. Y no piense a los otros, no me preocupo por ellos, que son de otro aul. Y que los otros, que lo miran, que tengan vergüenza, pues estos, son sin escrúpulos... que no reprochen nuestro clan uak... y la memoria de Kushikpay...
Después de todo, ¿qué tipo de personas son esas?, cariño. Estrechas de mente, de alma mezquina. En verdad, como mujeres... ¿Cuándo responden? Cuando las llaman como perros. ¿A quién sirven? A los que temen. Si alguno aparece en nuestra casa, levanta su nariz con ambición, imaginándose a sí mismo como el dueño. Y lo que todos quieren es rastrar nuestra casa como un ladrón. Todavía no tuvieron tiempo para cubrirse de tierra las tumbas de mi hijo y su hijo, que los familiares decidieron dividir la propiedad de mi hijo y a nosotras, las mujeres, esparcir en casa extrañas. Está claro que no vamos a durar mucho tiempo. Mujeres no pueden vivir solas. Es eso lo que planean los astutos. Rasgar los vivos.
Por ejemplo, Smagul, mi cuñado. Mi hijo compartía todo con él, era su estimado amigo, el más cercano. Mi hijo lo elogiaba por el bien que hacía y escondía lo mal. Él miraba a mi hijo, como un perro moviendo la cola, esperando limosnas. Y cuando mi hijo murió, Smagul tomó y se llevó desde el patio nuestra única oveja-de tipo yalova. Porqué sacrificó a su vez una oveja suya, en el día del funeral -y bueno, se la llevó para no sufrir la pérdida... Mi nuera con lágrimas envió a él un hombre con una queja. ¿Cuál fue la respuesta? Dijo: No se haga la dueña y que no llore tanto por el marido. ¡Mire cómo los piojos se arrastran del casco, hacia la cabeza!
Si mi hijo estuviera vivo, Dios... ¿Ellos se hubieran atrevido a? Cuando él estaba en casa la chimenea siempre estaba ardiendo, y la pobre olla hervía con alegría. ¡Qué bueno fue él y de conciencia! Que descanses en paz, como una pluma en la tierra, mi hijo... Por culpa de los astutos, que no le valen la uña, murió el pobre hombre. Escúcheme, cariño.
Mi cuñado tiene un hijo, su nombre es Dusen, pero lo llaman el "charlatán". Él tiene una pasión - chismes de viejas.
En su vida no dijo una palabra inteligente, ni una buena acción hizo. Además, es tan avaro, que el mundo nunca vio tal. Se sofocará, pero no compartirá. Cuando a la casa llegan huéspedes, el charlatán está de luto. Molesta a su esposa si en ese día, Dios lo quiera, ella cocina carne. Él se queja y grita que ella está arruinando todo. Los invitados lo escuchan - y se escapan corriendo, escupiendo detrás de la espalda...
Un día, a finales de otoño, no sé qué viento deslizó a la casa del charlatán un ladrón de caballos extraño de Shubaradyr, del clan tobykty.
El charlatán, muy distinguido: se le impuso en la puerta. Y echó al hombre en una noche de tormenta. ¡No tengo nada para alimentar a usted, y no hay lugar para ponerlo! Sabemos que raza son los tobykty y dios trata esta raza con amabilidad, ellos piensan que nosotros, los uak, no somos personas, no nos tienen en cuenta. ¿Podrían los tobykty mantener tal insulto? Aparecieron de pronto en la misma noche, rompieron todo lo que encontraron en el patio y se llevaron cinco ovejas grasas y dos caballos de tiro.
¿Cree que el propietario se apresuró a ir a la persecución? Por supuesto que no. Estaba temeroso de que pierda el último caballo. Al día siguiente, se arrastró hacia mi hijo. Le dijo:"Usted se dice, conoce los tobykty y ellos también lo conocen, eres muy respetado por ellos, escuchan tus palabras. ¿Puedes evitar el robo? "
Por supuesto, mi hijo le regañó. "No me puedo acordar de algo bueno que has hecho en tu vida. En la cocina, eres un héroe delante de tu esposa. ¿Te lamentó dar al pobre hombre un poco de carne? ... está es más importante para ti que el volostnoy... (Ahan se río fríamente.). ¿Y qué, si le habrías dado alimentos?, no te habría castigado. Ni tienes ni poder ni mente, discutes con cada transeúnte. ¿Crees que esto te exaltará? ¿Y es que puedes vivir cerca del Arkalyk, donde vivió Kushikpay? ¿Y por qué me pides a mí? Le pides a una persona lo que no puede – es decir avergüenzas al hombre ", así le regañó, ¡cariño!
Dusen el charlatán bajó la cabeza. "A excepción de usted no tengo a nadie."
Aceptó mi hijo y se fue a recuperar la propiedad. Por veinte días molestó a los ancianos de tobykty. El ladrón pertenecía a un aul rico y arrogante. Al fin los ancianos decidieron que Dusen comprometa su hija de nueve años a un novio del clan tobykty. Mi hijo dio su consentimiento, garantizó por el charlatán y regresó con todo el ganado robado. Ahora el charlatán y el ladrón serán familiares consanguíneos después de la boda. Y mi hijo se enfermó en el camino. Regresó, se acostó en su cama. Y no se levantó más, mi benefactor. Se fue sin volver y se llevó con él a su más joven, nuestra última esperanza. ¿Y cómo le agradecieron?: se llevaron nuestra yalova y nos dijeron que no tenemos que llorar. Pero no terminó aquí...
El día antes de su muerte, mi hijo tomó un papel, un lápiz y escribió, mirando a los ojos de Dios, lo que le debían y lo que él debía.
Leer y escribir, sabía, como un mullah, desde la infancia. Y yo le digo, no le gustaba cruzarse de brazos. Sabía cómo ayudar a un herrero, a un comerciante en el comercio, y si es necesario, a un quiropráctico y a un sanador. La mitad de su fortuna la gasté en el entierro y en el pago de las deudas, para que no pese en su alma. Hasta el último centavo devolví. Pero que hacer: había una deuda de mi hijo que no estaba escrita en el papel... ¡Y qué tipo de deuda! Aproximadamente, tres cabezas de ganado. Es como dar tu última posesión y después desaparecer del mundo. Un cuchillo en la espalda. Y la deuda no escrita, no pasa por delante, impacientemente nos quieren quitar la piel desnuda. Usted pregunta, ¿quién es ese hombre? Un rico, cariño. Marden del clan de tobykty, lo llaman el de nariz respingada.
(Él mismo Mirza Ahán, que tenía la nariz respingada hizo una mueca, se contrajo de la ira pero sonrió. Kaltai casi se echó a reír. Pero la anciana creía que el volostnoy estaba enojado con los tobykty).
No niego la deuda. Una vez que mi hijo se lo prometió, yo creo a mi hijo. Si solo me hubiera dado un poco de tiempo, para rogar a los que deben a mi hijo. Nosotros - con todos nuestros deseos... tal vez si hubiéramos hablado con él, pero no, fue Dusen-el charlatán. No tuvimos tiempo ni de estornudar, y él pensó y arregló todo, al lugar de nosotros.
Se dio cuenta que el avaro Marden no va a desechar lo suyo. Por eso echó todo a nosotros, los pobres, los huérfanos, sus ¨ricos¨ parientes cercanos. ¡Que ellos intenten no devolver! Golpéales en el estómago... Y ¿Qué hizo el charlatán, cariño? A abrir su boca o girar su lengua, no se atrevió. Y él arrastró a todos de su lado. Rasgar al ratón – el divertimiento del gato. ¿Qué es lo que quieren hacer? Rellenar con lágrimas a Gaziza, la pupila de mi ojo. Este año, se murió la esposa de Marden. Se volvió viudo el desairado. ¿Y es que Gaziza no puede ser su esposa? ¿Qué tiene ella de malo? ¡Ella es muy buena! Usted la ve, querido, y ya lo sabe...
Ahán y Kaltai se miraron brevemente el uno al otro. Apoyándose en los codos, y ocasionalmente aclarándose la garganta, sus caras muy ansiosas, parecían estar molestos. Ahan desestimó sus labios gruesos y grasosos, como si le faltara aliento.
- No pude soportarlo. Peleé y maldije estos miserables maliciosos. Mi corazón dolido, no sé, como no se rompió. Gritamos, lloramos, sufrimos y pedimos a Dios ayuda...
¿Qué más podemos hacer? Pero ya es el tercer día y el huésped respingado todavía no se ha ido. Se aloja en lo de sus queridos casamenteros. Y ahora la esposa del proprio charlatán molesta y solicita a la niña. “¡No tienes corazón! No les tienes lástima, a tus madres, a la que ve y a la ciega... ¿Cómo podrás enfrentar los trabajos caseros de la misma forma que lo haría un hombre? Y un marido será tu pilar y el de tus madres. Cásate con un hombre rico – te olvidarás muy rápido lo que es llorar y tener hambre”. Así dijo la perra astuta. Y con el engaño está lista a enviar a Gaziza al viudo en la grupa de su caballo.
¡Dar a mi hija a cualquier respingado! Es una infamia... Cariño, usted tiene que entender: nosotros somos descendientes directos del aul más viejo y distinguido de nuestros antepasados. Nuestra casa - una casa de los ancianos del pueblo. ¡Tal vez en mi hijo, y su hijo corría la sangre de Kushikpay! Y Kushikpay - créame, querido, y mi hijo lo dijo - todavía va a resucitar, manchado de viruela... (La voz de la anciana se silenció por la primera vez, su rostro era majestuoso.) ¡Pero estos crueles! No temen que el espíritu de mi hijo esté enojado, y les pueda castigar. Ellos suponen: no sólo no renunciar – sino enriquecerse más de nuestro problema. Insaciables gargantas.
Piensan sacudirnos de Gaziza, la huérfana y tomar posesión de nuestra casa y nuestro ganado. Por las buenas o por las malas. Nosotras bajo sus manos. Y, ciertamente, nos llevarán aun con vida a la tumba...
La verdad sea dicha: el hombre más delgado codicia su vecino. Y ahora el charlatán está tranquilo, inofensivo y su esposa - con Gaziza es un ángel. Y Gaziza llora, llorará, escucha a la casamentera... No entiende, la niña, la malicia humana. ¡Dios mío! Morir... Ha llegado el momento para mí. Pero no puedo. No merezco el último descanso. No bebí todavía mi destino. Tengo que vivir... Lo siento, cariño, por las palabras de una estúpida.
La anciana... parecía que hubiese terminado su relato triste y doloroso de pobre. Se sonó la nariz, se limpió los ojos con la manga. Pero no había lágrimas. Hace mucho tiempo que ya surgieron.
Lloraba detrás su nuera, sin descanso movía sus ojos miedosos y parecía estar buscando algo como los locos.
Mirza Ahán, frunciendo el ceño, temblando como si se estuviera rascando la espalda, murmuró unas palabras.
Pero él no era un fanático conocedor de palabras, era torpe, incómodo, incluso un poco considerado. La vieja también no escuchó lo que le dijo. Sólo se dio cuenta de que el Señor estaba molesto y alarmada se preguntó a sí misma: ¿estará cansado de ella?
El volostnoy sin embargo escuchó, sin interrumpir, sin tener prisa. Y a Gaziza observaba con atención, y simpatía. Bueno, no hay que apresurarlo. Debe de haber escuchado lo suficiente en la parroquia, de peticiones y quejas, no es inusual. Debido a eso que él no tiene ninguna prisa para prometer algo inspirador. Afortunadamente, escuchaba con respeto y pacientemente.
La anciana estaba feliz...
Estaba pensando en el futuro pero no lo vio brillar. Con su espalda doblada y la renuncia consuetudinaria. Su corazón se enfrió de los sentimientos desagradables e inconscientes. Pero a través de su apariencia ella era la restricción, la calma, ni una sombra de timidez y vanidad. Infatigable, hermosa, como un robusto y viejo caballo de tiro, que la misma muerte se aleja de él.
Gaziza preparó una deliciosa carne fragante, y la presentó en el único plato en la casa. Así le dijo la abuela. También el último trozo de carne. Los huéspedes comenzaron a comer de buena gana, y la abuela, feliz los miraba y discretamente se tragaba la saliva, limpiándose la boca con su palma sin cuerpo.
La dulce y sabia abuela, no vio lo que Gaziza veía. Ella no sentía la sensibilidad de la niña, y con ella, al parecer, también su madre ciega. Varias veces la madre hizo señas a Gaziza, le tomó su mano y la sostuvo, sin decir una palabra, temblando silenciosamente. ¿Escuchan los invitados? O algo por el estilo... Parece que no entendieron lo que hizo Smagul y lo que va a hacer Dusen.
El huésped principal, a tientas, con una mirada asertiva comía a Gaziza con sus ojos hambrientos, hasta el punto en el cual la abuela no se hubiera dado cuenta. Y todo el tiempo a Gaziza le parecía que él quería decir algo a sus ojos, un secreto malo, y lo dijo... y ella estaba avergonzada y disgustada de ver y entender. El invitado inferior la miró subrepticiamente y luego le señaló con los ojos y las cejas al huésped mayor, como si dijera: ¡mira como te está mirando! Y se movió y se dio vuelta en el codo mientras ella miró a un lado y bajó los ojos.
La niña, avergonzada, asustada se inclinó y se fue a la otra habitación, allí de pie en la oscuridad empezó a temblar.
Los huéspedes comieron la carne, se limpiaron los labios, chasquearon en una señal que estaban llenos. Comenzaron a prepararse para la cama. Gaziza desmontó la cama. Los huéspedes salieron al patio.
La anciana parecía preocupad y por respeto a ellos, dijo a su nieta:
- Mi luz... Los caballos necesitan heno. Toma la lámpara, y muéstreles de dónde llevarla.
La niña tenía miedo de salir de la casa, y no respondió, fingió no oír. El heno estaba en el patio y era fácil encontrarlo... Pero la anciana repitió,
- ¡Sal, sal hija mía. Pensarán que somos ignorantes. No seas perezosa, tienes que demonstrar respeto.
Gaziza fue a su madre, que le tomó la mano, la sostuvo, y luego la dejó ir. La niña tomó la lámpara y salió.
Mientras tanto Ahan y Kaltai estaban susurrando en el patio, al lado de sus caballos.
- La niña todavía no entiende nada... Te echaré, perro ...
- Le hice un gran favor, Señor ... La niña – es de primera calidad... Al ver a Gaziza con la lámpara, se callaron y se alejaron.
Gaziza llevó Kaltai al pajar.
La entrada al pajar era como la entrada a una madriguera. Debajo del bajo techo estaba el heno, arrugado, sólo a cuclillas podrían estar las personas. Gaziza con la mano dirigió a Kaltai al heno y levantó la lámpara para que pudiera ver.
Kaltai con una sonrisa, guiño, puso sus manos en las caderas. Luego se inclinó hacia el oído de la niña y susurrando le dijo que la cuestión no es el heno, es otra cosa. Nuestro caballo no está hambriento por este heno.
Gaziza se alejó de él, casi se le cayó la lámpara. Estaba asustada y a la vez secretamente halagada. Ninguno de los mayores nunca había hablado con ella para congraciarla. Entonces se dio cuenta de que este sirviente y el Señor, por supuesto, se burlan de ella, y gritó:
- ¿Crees que no entiendo? Todas sus artimañas... ¡Aquí tienes! No voy a permitir que se rían de mí... - Colocó la lámpara en el suelo cubierto de nieve, y corrió hacia la casa.
- Hey, hey, espera un minuto, ¿pero qué dices? ...tontita - Kaltai llamó a tras ella con un susurro. Ella no miró hacia atrás.
Pero en la puerta de la casa se enfrentó con Ahán.
Él, abrazando la niña, la cogió fácilmente y la llevó a la entrada del pajero. Ella ni tuvo tiempo de abrir la boca cuando él le pegó sus gruesos labios a su boca.
Kaltai rápidamente se inclinó y apagó la lámpara. La luz rojiza vaciló y se extinguió. Presionando la lámpara en el pecho, Kaltai, sigilosamente de puntillas como si en un baile, se alejó hacia los caballos.
En la oscuridad, podía oír los gritos ahogados y los llantos. Y riéndose como un chancho salió del patio por la puerta - para estirar las piernas.
La oscuridad envolvía el mundo. El viento aullaba. La nieve espinosa con largas pestañas azotaba el suelo. Se oía el helado y sordo crujido del suelo. En la noche, de las invisibles laderas del Arkalyk se oía el estruendo de las rocas, como un rugido bestial, aterrorizante.
Kaltai se tambaleó hacia atrás, hacia la puerta.
Allí encontró a Ahán. Mirza estaba sobrecalentado, no cerró su abrigo y respiraba agitadamente y en voz alta. Se detuvieron por un momento al lado de la puerta y entraron en la casa sin decir una palabra. Mirza Ahan fue a la cama antes que todos. Se acostó sobre la cama, al lado del hogar...
Gaziza no se recordaba cuánto tiempo estuvo tendida en el heno, insensible, con borrosas visiones.
Se despertó a causa del frío. Ella estaba temblando. Le tomó mucho tiempo de volver en sí y regresar a sus sentidos y no se daba cuenta de lo que había sucedido. Sólo instintivamente trató de cubrirse con mechones de paja. Entonces se acordó... y un inarticulado grito se ahogó en su garganta. Ni siquiera podía palparse ella misma. Experimentaba un dolor sordo y una sensación de disgusto ante su violador. No tenía fuerzas para levantarse. No se apresuraba a ir a sus madres, y a llorar. ¿Presentarse a ellos? ¿La abuela... la madre... las personas? ¡Le escupirán y la van a maldecir! El recuerdo de mi padre... Ya no seré Gaziza, ni Luz, ni mi hija , ni la única y ni nuestra alegría.
De repente se le ocurrió que la abuela podría salir a buscarla. "Dios, ¡ayúdame!" Con un gemido se puso de pie por un momento y se congeló en el temor de que alguien la oyó gemir. Consiguió salir del pajar y se tambaleó con un castañeteo de dientes, salió del patio. El viento la empujó por la espalda, estimulando su corrida y la arrastró hacia la estepa ventisca. Allí no la encontrarán. No la van a ver.
Vaya, vaya, - El viento aullaba en sus oídos. Allí no la van a alcanzar. Vaya, niña orgullosa, hija de un padre de conciencia, la bisnieta del clan de Kushikpay, Vaya de las penas, miserias y desgracias, de la vergüenza y el dolor, de una vida de engaño. ¿Qué es lo que tienes que soñar, y con qué sueñas? No sabes ni cómo soñar y ni soñar. Estás capacitada sólo a llorar silenciosamente por el violento insulto. Y ahora hasta esto no puedes. Esta es tu parte. Ella está contigo, te lleva. Está escrito en la frente. Vamos, no te quedes atrás.
El viento soplaba del cuerpo de Gaziza el dolor y el miedo del alma. Pero el frío enredaba sus pies, y la nieve la cegaba. Escuchaba los rugidos misteriosos y amenazantes que algo o alguien retumbaban en el Arkalyk, tal ventisca, era quizá el espíritu de Kushikpay, ella pensaba solo en eso cuando caminaba hacia las tumbas... Alcanzarlas, caerse, y abrazarlos. Y ella también no deberá a nadie, como su padre.
Mirza Ahan en ese momento estaba tumbado en una cama caliente, bajo el edredón. Sin embargo, no podía dormir. Mirza no era el mismo.
Es hora de que... la chillona... vuelva del pajero, tiene que entrar en cada momento después de arreglarse un poco. Pero ella no llegó.
Las mujeres susurraban en una esquina, la anciana quería ir al patio. Ahán la detuvo y envió a Kaltai. El regresó con una lámpara encendida y la puso sobre la repisa de la estufa. Las mujeres se apresuraron a él. Les preguntó con asombro:
- ¿Qué, no llegó?
Las mujeres se alarmaron, se precipitaron. Kaltai, al ver que el caso se convierte en algo muy malo, comenzó a explicar a la anciana lo que pasó:
- Tomé de ella el heno. Pensé: si bien los caballos necesitan beber. Le pregunté: ¿dónde está el pozo? Ella me acompañó... Salimos al patio – había una tormenta de nieve, estaba muy oscuro para ver algo, el viento silbaba. ¡Y ella si tener miedo! Me llevó al pozo sin problemas. Yo por supuesto la mandé de vuelta. Creí que su hija se va a congelar, y yo voy a ser el pecador... Pero parece que realmente perdió su camino
Las mujeres lloraban:
- ¡Nuestro sol! Se congeló, ¡Dios mío! Oh, Dios mío, ¿qué más nos enviará?
La anciana tomó el palo, vistiéndose en el camino, se acercó penosamente hacia la puerta. La nuera le siguió al tacto.
Ahán sacó de debajo de las mantas su cara roja de ira y gritó:
- ¡Necio! ¡Chorlito! Enciende las lámparas, corre, dé la voz, mire... ¡Sacuda una pierna! Bestia...
Al salir de la puerta empezaron a llamar a Gaziza en tres voces. Las mujeres con sobreesfuerzo, gritaban. ¿Pero es que se podían escuchar los gritos en tal ventisca? La ventisca arrojaba a todos, no se podían mantener los ojos abiertos y ni la boca.
La anciana gritó:
- Espíritus, no la abandonen, ¡muéstrenle el camino! ¡Les sacrificaré la cabeza de un carnero blanco-rojo!
La ciega también oraba de rodillas.
Kaltai sacó un caballo del patio, saltó sobre él y galopó hacia la estepa, gritando y agitando la linterna. Y el jinete, el caballo y el farol desaparecieron inmediatamente en la blanca ventisca. Inmediatamente se silenció también la voz.
Las mujeres se quedaron a esperar, se lamentaban. Kaltai no volvió pronto. Regresó con la antorcha apagada. Del jadeante caballo bajo jadeante también Kaltai y dijo:
- Yo mismo casi me perdí... Casi no los encuentro ... Si no fuera por sus gritos ... ¡No la encontré en ningún lugar! ¡Satanás se la llevó!
Hasta la mañana, las mujeres la estuvieron esperando. Muchas veces salieron afuera, gritaron su nombre, lloraron, oraron a Dios. Pero Dios no hizo caso de sus peticiones.
Gaziza fue encontrada cerca del mediodía. Ella llegó a las tumbas y yacía boca abajo entre ellas. La ropa que llevaba estaba rota, como si un perro la hubiera desgarrado. En las piernas, por encima de las rodillas había manchas de sangre marchitas coaguladas por el frío. En la cara ligeramente pecosa y clara no había rastros de sufrimiento ni en la boca y ni en el entrecejo. Su rostro era inocente y puro, como un niño dormido. Dormía tranquilamente, firmemente, y ella nunca soñó cómo vivía.