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Musrépov Gabit "Un cuento etnografico"

29.11.2013 1579

Musrépov Gabit "Un cuento etnografico"

Язык оригинала: UN CUENTO ETNOGRÁFICO

Автор оригинала: UN CUENTO ETNOGRÁFICO

Автор перевода: not specified

Дата: 29.11.2013

El Secretario del raykom1 por una segunda vez me recordó:

- ¿Y usted qué...? Usted tiene que apurarse con el viaje a ese aul. No lo entiendo, ¿por qué se retrasa?
Su voz era ansiosa, y yo no me preparé a darle excusas. Él ya sabía que me retenían las clases que daba en el instituto de tecnología forestal de Borov. Él sabía - pero sin embargo, insistió.
Hace unos cuatro meses en el borde del distrito, seis o siete aul se fusionaron y se llamaron koljoz -granja colectiva. La palabra era nueva y el asunto era nuevo. Y a nuestro secretario no le entraba en la cabeza, ¿por qué todos allí están en contra de aceptar en el koljoz a sus vecinos del aul Zhanbyrshi? Sobre todo que ese "aul", como lo llamábamos entre nosotros, tenía las mejores tierras.


1Raykom - Comité Distrital del Partido (Comunista).


Según las historias, resultaba  que sus habitantes también no demostraban su impaciencia y no iban a aumentar el porcentaje de la colectivización de la zona. Tal vez les llegaron cuentos sobre el koljoz, que todas las personas tienen que usar la misma ropa, tienen que dormir debajo de la misma manta, ir a dormir y levantarse al mismo tiempo, según comando... ¡Si al menos habrían vivido en riquezas, entonces sería posible entenderlo todo! Sin embargo, el instructor, que había sido mandado al aul, se encontró con la pobreza que se manifestaba en el aul - y sin embargo volvió sin respuestas. A pesar de sus exhortaciones lo único que  escuchó como respuesta era: "Sí, sucederá, será por la voluntad de Alá."

Contar con Alá el secretario del distrito no podía, así que yo tuve que interrumpir mis lecturas.
Desde Borov a Zhanbyrshi - el camino no era corto. Por eso decidí  que es más conveniente para hacerlo no montado a caballo, sino sentado sobre el heno suave de una carreta. Pero había un problema. No hace mucho tiempo, no me pude resistir y compré un caballo castrado cuervo, de cuatro años: la cabeza en forma de una hoz, y su nariz aguileña. Bajo la silla galopaba con facilidad y rapidez, y de mera vista lo hacía  con una tal gracia que, sin ninguna palabra, distingue a un buen caballo de la mediocridad más absoluta. Ni siquiera me detuvo el hecho que tenía una costra. Y yo tuve la intención de curarla.

Este caballo estepario estaba acostumbrado a la silla, pero era necesario someterlo a un arnés, de inmediato comenzó a retroceder y de alguna manera entre los dos ejes se giró en su lugar, como si fuera un  paciente que se tambalea. En el viaje yo esperaba destetar sus malos hábitos. De hacerlo solo era difícil e invité dos jóvenes estudiantes universitarios.
Tuvimos muchas dificultades pero todavía tres chicos jóvenes eran más inteligentes y más fuertes que el castrado rebelde. La puesta de sol se acercaba, cuando vimos las tierras del aul , y yo , ahora más que nunca, me convencí de la afirmación de que este aul tiene la mejor tierra - no eran sólo palabras ...

El  camino poco trillado conducía a través de una densa capa de hierba. Después de un día de calor el aire húmedo daba un agradable escalofrío. De lejos en un semicírculo celeste había arboledas que daban abrigo de los vientos secos. En el camino había un lago, el viento soplaba de atrás y luego se enredaba en el lago y allí se apagaba en la sólida pared de juncos. Parecía que esta zona había sido creada a propósito, para poner de relieve una vez más la originalidad, belleza y extensión de nuestra estepa.
Delante se veía un bosque de abedules dispersos. Desde la distancia, aparecieron infinitas  hordas de insectos. Pero al acercarnos vimos lo que eran en realidad: chozas bajas de barro, derretidas por las lluvias y perturbadas por el viento.

Las casas del aul Zhanbyrshi nos recibieron en un completo y continuo silencio.  Nosotros seguimos y pronto se abrió un amplio barranco. En la exuberante vegetación había unas yurta negras, como quince. En el camino vimos un caballo que caminaba sin correa, vacas que pastaban - dos, tres y pequeños grupos de ovejas y algunas cabras dispersas. Lo primero que nos saltó al ojo - ¡Qué demacrados están! Como esqueletos vivientes cubiertos de piel... Pero sin embargo el invierno pasado había sido amable con los pastores. Sus manadas, hatos y rebaños salieron a los pastos de primavera en buen estado.

Mientras nos acercábamos  al pequeño aul, sorprendidos, construimos diversas hipótesis, ¿Por qué el ganado aquí se parece como si apenas pudo sobrevivir una yuta1 brutal?
Unas niñas, que se apoyaban contra la pared de lana de una yurta, nos miraban distraídamente. Una de ellas, que era un poco mayor, bostezó indiferente y sus pies  descalzos

 

  1Yuta (zhut) - muertes masivas de ganado a causa del hambre y la hambruna provocada.

rascaban el tobillo de la otra pierna. No había muchachos, que sin duda habrían tratado de aferrarse a la parte trasera del carro y que habría que amenazarlos con el látigo.
En el centro del aul, inmóviles, estaban sentados unos ocho o diez hombres. No muy lejos de ellos, yo tiré de las riendas, y el castrado, cansado de la lucha que libró por la mañana, se detuvo obedientemente.
El día era muy caluroso, pero todos los hombres estaban sentados y sobre sus cabezas tymaki- gorras, con orejeras. De estas gorras sobresalían pedazos de lana.
Los hombres ya  durante mucho tiempo observaron la aparición de una carreta extraña, pero aún mantenían  un orgullo y  silencio independiente, sólo movieron un poco las cabezas hacia nosotros.
A pesar de su arrogancia, había  que empezar el conocimiento. Me acerqué y le tendí la mano al primero, al  borde.

- No, no, Aynalayyn1 -protestó él y aún más profundamente metió las manos en las mangas de la

1Aynalayyn - Querido, querida.

túnica harapienta - no a mí... En primer lugar, hay que saludar a nuestro aksakal1 - Y él asintió con la cabeza hacia un anciano, que movía en silencio su boca hundida, al parecer, sus palabras se atascaron en su barba, media canosa y media roja. El anciano, con mucha confianza de sí mismo, levantó la cabeza hacia mí:

- ¡Aleikum Asalam...!
Y una vez más se quedó en silencio. El anciano, al parecer, no se le ocurrió que su postura altiva no encaja con su débil y flojo  "Aleikum Asalam", con las  yurta miserables, con el ganado flaco, que encontramos cuando nos acercamos a su aul.

Había que seguir saludando, y yo me giré hacia la izquierda, pero mi mano quedó extendida, flotando en el aire.

- No, salude a la persona que se sienta a la derecha del distinguido Ateke...
Así me di cuenta de que él de la barba roja era Ateke, entonces estreché la mano de un hombre con barba pero sin bigotes y él con una voz sonora y retumbante  como un mullah, que utiliza en sus cantarinas y oraciones contestó en un grito:

- ¡Ua-a-lei kum-A sa-lam!

Yo quería seguir en la misma dirección, y de nuevo me interrumpieron.
- No allí, no allí, - me corrigió el ujier.-Ahora – por antigüedad - debe ofrecer su mano al que está sentado a la izquierda de Ateke... Crucé el círculo, observando una secuencia estricta en los saludos, y mientras lo hacía, me tomó tal tiempo que sería más que suficiente para que todo un aul  se preparara  a una migración distante.

Después de haber estrechado todas las manos Ateke  murmuró;


1 aksakal (literalmente) hombre barbudo, respetado, venerado viejo, anciano.


- Korash, córrase... Para el joven, este será el lugar adecuado.
Korash frunció el ceño, pero no se atrevió a desobedecer, y se corrió un poco - sólo lo suficiente para que yo pudiera exprimirme en su lado.

¡Oh Alá, Todopoderoso! Divertido y triste era ver estas personas llenas de arrogancia exagerada que incluso en este caso, bajo el cielo libre de la primavera, con su fanfarronería, no se permiten a sí mismos o a otras personas que se sienten con libertad. Acerca de este mantener de las tradiciones antiguas sólo sabía de las historias y cuentos, pero nunca lo conocí en persona - ni antes, ni después.

- Le deseo que su camino sea feliz, joven, el suyo y el de sus compañeros - me dijo el aksakal
- Sí, y que sus deseos se harán realidad - Con todo respeto, incliné la cabeza, puse mi mano sobre mi corazón y empecé tímidamente: - Llegamos al aul para que...

Pero Ateke no me dejó terminar:

- Es suficiente por ahora con decir: "Que sus deseos se harán realidad." El resto nos dirá cuando será el momento de hacerlo.

Y a mí sólo me quedó de inclinar la cabeza  y otra vez poner la mano al corazón.

Ateke se sentó y comenzó a cuestionar desde las preguntas que por lo general se preguntan en las

estepas  para empezar un conocimiento.

- Cuéntenos - ¿Y de qué clan es usted?

- Yo- de Kerey.
- ¿Cuál de los Kerey?
- De Kzyl-Zharsky, Ateke.
- ¿Está todo bien en lo de ustedes? ¿No sufren desastres o necesitan algo?
- Cuando nos fuimos, todo estaba bien.

- ¡Alabado sea Alá!, el Misericordioso y Él que hace el bien, y añadió -. ¿Y de donde salieron hoy?
- De Borov.

- Oh, de Burabay - me corrigió -. ¿Dónde está vuestra meta final?
- Aquí en el aul, Ateke.

El anciano miró lentamente alrededor a todos los hombres reunidos, con su mirada no perdió a ninguno. Como aconsejándose con ellos lo que hay que hacer y, al parecer, leía también el acuerdo en sus respuestas, meramente con sus ojos.

- Yesengueldy - Se volvió hacia la persona a la cual yo quise saludar equivocadamente.-Lleve a los recién venidos, a los jóvenes, a la yurta grande donde honramos a nuestros visitantes más dignos. Su lugar – es ahí...

Recibió el apoyo del hombre con barba y sin bigote, el que estaba sentado a la derecha:
- Dice justo nuestro  Ateke ... Si de hecho es que se  dirigieron a nosotros, entonces simplemente hay que colocarlos en la gran yurta.

Pero al oír estas palabras Yesengueldy no se puso de pie. Parecía que esperara que alguien más diga algo. No me equivoqué.

- Tiene razón nuestra Ateke. Tome los jóvenes visitantes a la gran yurta. Su lugar – es allí.

La orden del anciano, palabra por palabra, la repitió un hombre  sombrío de cejas densas, y ojos  tan separados que parecía como si estuvieran viendo desde los templos. Dijo de nuevo y se quedó como una estatua.

Pero con toda probabilidad, su voz era crucial porque Yesengueldy inmediatamente se puso de pie y pronunció solemnemente:

- ¡Jóvenes amigos! Vamos, los llevaré a la gran yurta, donde llevamos los invitados de honor.
Lo seguimos, los tres de nosotros. Mis jóvenes compañeros, amantes de la diversión apenas se contenían para no reírse a carcajadas. Y para mí era aún más difícil. Pues su hubiese sonreído - al menos un poco, por las comisuras de los labios, entonces se  habría puesto a la máxima extensión, y nuestra empresa se hubiera echado a perder irremediablemente.

Para evitar esto, empecé una conversación seria con la escolta.
- Eseke! Todavía es temprano. Nos gustaría hablar hoy sobre el caso, el que nos llevó aquí, a Zhanbyrshi. ¿Cuándo cree usted que seremos capaces de hacer esto?

- Todo tiene su orden y su tiempo - dijo-Aquí en Zhanbyrshi el mismo Ateke se encarga de los asuntos. Él preguntará, ¿a que vinieron a nosotros? Y entonces usted le dirá.
Había sólo una cosa que hacer: obedecer estas reglas inmutables y seguir con paciencia a  Yesengueldy. Su aspecto era tan importante, ¡como si fuera el mensajero del sultán! A Yesengueldy, y para el caso también a los otros parientes, en absoluto no les molestaba que no fuera muy adecuado para este papel. De su viejo sombrero divirtiéndose en el viento sobresalían mechones de pelo de camello, y la yurta negra, hacia la cual el nos conducía, estaba cubierta con un fieltro haraposo.
Tenía la intención de abrir ampliamente la puerta frente a nosotros. Pero la puerta estaba colgada en la parte superior de un solo bucle y se abrió con un largo crujido, socavando el terreno de la entrada.
- Bienvenido - Yesengueldy dijo, mirándome con los ojos, sin pestañear.
Una mezcla de grandeza antigua y de empobrecimiento extremo – eso es lo que vi en el interior. Comencemos con el hecho de que toda la yurta brillaba. El último de los  pastores no hubiera  cumplido con tal  tapete de fieltro de encaje. Su esposa ya habría hecho hace tiempo unos parches para todos estos agujeros.

Cinco o seis uyki1, de espesor de una palma, eran vestigios de tallas exquisitas. Y todo el resto eran caseros: algunos gruesos, otros - como ramas y algunas piezas - rectas, que no estaban dobladas y como lanzas perforaban el Shanyrak.

En una cama de madera de espalda curvada había una manta, de labor de retazos, y encima de ella – había esparcidos unos trapos lamentables.

Yesengueldy -hizo un gesto orgulloso indicándonos de  tomar el lugar de honor. En el centro se retorcían en desorden unas pieles mal curtidas de una cabra, de dos terneras y otra de un caballo, pero  pequeña, al parecer de un potrillo.

- Descansen - dijo nuestra escolta y salió.

Y los tres de nosotros, sin poder contenernos más, con los ojos saltones empezamos a rodar por el suelo, con las manos sujetábamos las bocas, y lágrimas caían por las mejillas y los músculos del estómago nos dolían,  de la risa y no podíamos parar.

1Uyki - postes curvos, formando el techo de una yurta (Shanyrak) y conectadas con las barras que forman la pared (kerege).

Cuándo este ataque irresistible cesó, mis compañeros fueron a desenganchar el castrado que ya se había calmado. Y yo de puro aburrimiento comencé  de nuevo a observar el interior de la yurta.
La primera impresión no era engañosa: la antigua prosperidad asegurada dio paso a la pobreza más indigente. Justo a  la derecha de la entrada había un gabinete  bajo y antiguo  de madera elaborada con metal. Junto a este – un baúl grande - "kebezhe", para guardar los platos y todos los utensilios. El kebezhe era muy antiguo, y todavía retenía en algunas partes incrustaciones de hueso.
Yo no pude resistir, y miré dentro. La caja estaba vacía.

En la pared colgaba una silla de montar. Su empuñadura, cubierta con barniz oscuro con curvas plateadas, se parecía a la cabeza de un pato. Muchos años atrás una silla de montar cómo esta debía costar una fortuna. Y ahora. Si alguien, Alá no lo quiera, se le metía en la cabeza apretar la cincha o meter los pies en los estribos enormes, los cinturones, medio podridos, se hubieran diseminado al menor contacto.

Volvieron los estudiantes. Ellos trajeron nuestras cosas. Las duras pieles difíciles las tuvimos que cubrir con el manto negro que nos llevamos esta mañana del hostal del instituto técnico.

 

- Bueno... ¿Así que nos quedamos solos? ¿Dónde están los dueños de esta casa? - preguntó uno de ellos.
El otro respondió:

- Aquí... ¿Lo ve usted?

Un perro lanudo y colorido descaradamente metió la cara en uno de los agujeros, y sin la menor vergüenza por nuestra presencia, se preparaba a entrar.

- Kat - Lo eché.

Me puse de acuerdo con mis compañeros: tratar lo menos posible de hablar y mostrar nuestra actitud ante lo que está sucediendo delante de nuestros propios ojos. Sólo de esta manera seríamos capaces de averiguar mejor  lo que pasa en el aul Zhanbyrshi.

Se escuchó la voz de Yesengueldy al exterior. Él le estaba gritando a alguien:
- ¡Karashash! Oh, ¡Karashash!.. En la gran yurta tenemos hoy visitantes. ¿Me escuchas? ¡Ateke me dijo que usted estará al servicio de ellos!

- ¿Qué, otros huéspedes? ¿De dónde vienen? se escuchó una voz femenina profunda.
Nos miramos el uno al otro con recelo. ¿Qué más nos espera?  Pero no había nada más que hacer - esperar.

A la yurta se acercaron unos pasos y la puerta crujió. Pero era de nuevo Yesengueldy.
- En nuestro aul, al cual el camino los ha llevado nos dijo como un instructor - no es aceptado, que los propios huéspedes desenganchen sus caballos. Esta es una preocupación para los anfitriones.
- Gracias. No se preocupe - casi como a un rey le contesté, tratando de adaptarme a su resonancia.-Somos jóvenes, como se puede ver, ya tratamos a nuestro castrado.
Yesengueldy con un tono que no admitía réplica,  repitió:

- En este aul, que se llama Zhanbyrshi no se acepta, que los invitados mismos desenganchen los caballos y los cuiden.

Él se retiró, y, por supuesto, nosotros de nuevo casi nos echamos a reír, pero nos mantuvo  la apariencia de una anciana. Ella cruzó el umbral inmediatamente después de que Yesengueldy salió de la yurta.

Karashash nos dio una cálida bienvenida a los jóvenes visitantes, que cada uno podía ser su hijo.
- ¡Alabado sea Alá!, no me quejo de la vida - dijo, y luego agregó, parece que me acostumbré ... Y luego si te quejas, o no te quejas, nada va a cambiar para mí. ¿Pero a ustedes, que destino  los trajo a este cementerio?

Como puede verse, Karashash, a diferencia de nosotros, no ocultaba su relación con los residentes del aul Zhanbyrshi  y con  su forma de vida. Y yo me di cuenta de que esta mujer, es la única que puede detallar lo que venimos a averiguar, y el porqué de nuestro viaje no muy corto.
A ella ni siquiera teníamos que aludir el hecho de que estábamos interesados. Su irritación, Karashash la había estado ahorrando durante mucho tiempo, y ahora la desperdició toda.
- No lo sé, si ustedes han escuchado o no... empezó ella.-En Zhanbyrshi desde los tiempos antiguos viven los Tore1 ... Esta es su tierra. Pero ellos mismos ni levantan una mano, ni siquiera para  arañar el arado. Ellos creen que la felicidad, la prosperidad y la buena suerte - todas ellas son de parte de Alá. Antes, con ellos vivían los Tolenguity. Treinta familias de Tolenguity. Ellos hicieron todo. Y luego, poco después del cambio de poder, se fueron. Comenzaron a vivir separados. Tienen un koljoz.  Ayer fui a conducir a las vacas y vi: ellos araban los campos, empezaron a sembrar.


  1Tore - noble familia, de origen mongola, ocuparon en la estepa una posición privilegiada.

¿Es que le va mal a ellos? Y los nuestros... - Hizo un gesto desesperado -. ¡De diez hombres no hay ninguno que se ensille su caballo! Y no hablo - de traer leña para segar, el heno para el invierno... No levantan ni una mano, ni para sacrificar una pobre cabra. ¡Incluso si el vientre se les agarró por el hambre! Todo lo hago yo. Yo soy hija de Tolenguity1. Ahora, estoy con ellos, con estos muertos vivientes.
Al contar todo esto Karashash salió para disponer del samovar - y volvió. Yo había oído hablar de los  Tore de Zhanbyrshi, pero no podía imaginar lo que estaba pasando con ellos ahora.


1Tolenguity vivían con los Tore, les servían (los Tolenguity podían pertenecer a diferentes clanes).


En las inmediaciones, la mayor parte de la tierra pertenecía a ellos. Tan pronto como alguien de su tipo  nacía o moría en una casa automáticamente esa casa  en la estepa pertenecía a los Tore. Esa era la ley. Pero en esas tierras ni una espina entraba en sus manos. Esos nobles no eran adaptados al trabajo. Todos los esfuerzos los hicieron los Tolenguity. Ellos conducían el ganado, segaban   el heno, plantaban trigo y avena. Y ensillaban los caballos, cuando a alguien de los Tore le venía la idea de ir en caza,  de visitas o de negocios. De la riqueza de antaño quedó el  andrajoso fieltro. Pero el orgullo hereditario todavía corría en su sangre...

Karashash metió el samovar que respiraba fuego.
- Hirvió, aquí... - dijo, intentando no encontrar con su vistazo nuestros ojos, y advirtió: - Sólo les puedo dar agua hirviente y blanqueado, la leche ya la encontraré. Pero el té... Créanme, en todo el aul  no hay ni una hojita.

Las hojas las tenemos nosotros. Al oír esto, Karashash se alegró, y fue a buscar una tetera.
La tetera era al igual que la alfombra desgarrada, que la silla de montar en ruinas: la porcelana tenía grietas extendidas y negras, estaba atada por tiras de estaño, y un tubo de estaño estaba fijado en la parte superior del surtidor que estaba astillado. Trajo unas diez copas. De diversos colores y tamaños. Claramente, fueron recogidas de las yurta.

Karashash extendió un mantel parcheado, y nosotros para taparlo - tiramos las toallas. Es bueno que trajéramos  pan, mantequilla y azúcar.

Y cuando decidimos  almorzar, o cenar, la puerta se movió, y los hombres entraron en la tienda. Estaban en fila india, según la edad. El primero era - Ateke. Él se detuvo frente a mí, con la cabeza bien alta, y por la expresión de su cara, me di cuenta de que una vez más no ocupaba mi lugar.
Inmediatamente me levanté para cambiar de asiento, pero el anciano con un movimiento de su barba azul-gris me detuvo:

- No es necesario... El asiento junto a mí le pertenece a usted, el mayor de los invitados.
Me quedé. Pero mis compañeros, después de todos los movimientos, se vieron muy lejos de mí. Y, lo que es más importante, lejos del pan y  de la mantequilla.

La falta de dientes no le molestó a Ateke: la mantequilla  no tiene que masticar, y el pan lo rompió en pedazos que los  enviaba  rápidamente a la boca, y tragándolos con todo el cuerpo. Todos los otros ancianos no eran inferiores a él en agilidad, los unos trataban de vencer a los demás.
Nosotros tres bebimos el té, sobre el mantel  no quedo ni una miga. Y cuando todo despareció, como una vaca lamiéndose su lengua áspera, Ateke rompió el silencio:

- Tengo que decir que la mantequilla era fresca... Se puede comer.

Y otra vez, palabra por palabra, salieron las mismas confirmaciones, como si ninguno de ellos tenía un proprio pensamiento, y todos estaban a la espera de lo que decía el anciano mayor.
- Ateke dijo correctamente – lo apoyó el de sin bigote, el que estaba sentado a mi lado, pero al otro lado – La mantequilla era fresca.
Se puede comer.

Yo pensé, los estudiantes y yo somos los  únicos que no estamos seguros de eso. Volví a pensar: ¿y qué va a pasar después?, pero de alguna manera no me di cuenta de que los trozos de azúcar vagaban tristemente sobre el mantel.

- El pecado es al alma de la persona que, festejando, se olvida de sus hijos y nietos, carne de su carne, - dijo Ateke.-Yo complaceré a mi miguita... – con sus dedos nudosos y negros, agarró del mantel tres o cuatro trozos  y los puso en el bolsillo,

- Ateke tiene razón, como siempre – acordó  con él, el de  sin bigote y también alcanzó el azúcar.

Su ejemplo fue seguido por todos los demás - por Yesengueldy y Korash, y ese cuyos  ojos miraban de los templos.

El mantel estaba vacío. Sosteniendo las copas en las puntas de los dedos, los Tore empezaron a beber de las copas vacías el té, en ruidosos sorbos. Sólo  Karashash, que estaba al lado de la puerta, se sintió incómoda porque los visitantes tenían hambre.

Varias veces quería ir a mi caballo, pero me detuvo el conocedor y el guardián - Yesengueldy, él reiteró que el cuidado de los caballos  de los huéspedes en su aul  siempre está en las manos de los anfitriones. Y yo tuve que sentarme, aunque mi castrado estaba atado afuera y tenía hambre como nosotros. A Atek, que tenía que  preguntarme, porque llegué a su aul, también se quedó en silencio, escuchando el estómago gruñendo.

Karashash encendió la lámpara. Un vidrio no tenía, y la mecha apenas iluminaba. La brisa que flotaba en la tienda a través de los innumerables agujeros, de vez en cuando debilitaba la flama y la yurta  se convertía completamente  oscura. Luego la flama se enderezaba de nuevo y tiraba  reflexiones preocupantes sobre la cara de los anfitriones. Ellos me parecían como si estaban sin vida.

Sí, ellos podían haber sido confundidos por muertos, sobre todo porque no pronunciaban ni un sonido, y en la  yurta se produjo un silencio como en una tumba. No me sentía cómodo, como en una historia de horror.

Pero aquí Ateke levantó la cabeza y se aclaró la garganta.
- El tiempo pasa - dijo - a los invitados que recibimos hoy en la gran yurta, es necesario sacrificar una oveja.

- Como siempre, el sabio Ateke, y, como siempre, es el más fiel guardián de las leyes de la hospitalidad, heredado de los antepasados ​​gloriosos, acordó el de sin bigote -. Para los clientes que recibimos hoy en la gran yurta, sería necesario sacrificar una oveja.
La misma idea la repitió el que tenía los ojos puestos en los templos, y cuyas palabras sonaban como una llamada a la acción.

Traté de argumentar - ¿por qué tanto desecho? ... Pero nadie pensó que era necesario prestar atención a mi tímida protesta. Hice una pausa, pensaba qué comer carne - no está mal. Por la mañana, cuando salimos a nuestro camino, tomamos el desayuno con mucha prisa.

Pero la cena estaba lejos como Borov, ellos todos otra vez se congelaron, llenos de autoestima. Estaban rellenos  del soberbio orgullo como un  korzhun – repleto de carne rancia.
Pero si nosotros - los huéspedes – no tuvimos más remedio que aguantar, entonces Karashash hirviendo  finalmente se quebró.

- Si ya decidieron sacrificar, entonces ¿a qué están esperando?-dijo, sin dirigirse a nadie  directamente – dijeron, dijeron, pero mientras, ellos mismos siguen sentados  como si estuvieran clavados en el suelo con sus posaderas. ¡Oh Alá! ¡Alá es misericordioso! ¿Ve Usted?.. ¿Alguna vez les va a  deshacer de sus malditos  hábitos? ¡Después de todo, las mismas personas aún están vivas, no muertas!

Ella se levantó y salió de la tienda. Tras  Karashash saltó y salió el perro, que inmediatamente se alejó de la yurta, sin esperanza de recibir ningún beneficio.

Pero la incontinencia de una mujer no podía sacudir a un hombre tranquilo y decente. Ateke esperó algún tiempo antes de pronunciar su decisión.

- Veo el significado de las palabras de Karashash, aunque ella las dijo con un cierto temperamento. El tiempo pasa... Si pensamos que tenemos que cortar, entonces hay que cortar.

Cómo el eco en las montañas, le respondieron dos de los ancianos más respetados. Pero nadie pensó en moverse de su lugar para llevar a cabo el plan.

Pero Karashash sabía lo qué hacer: trajo y arrojó una brazada de leña al lado del hogar, luego apareció por segunda vez con un caldero ennegrecido, en la tercera - un trípode. Y durante ese tiempo seguía incitando a los propietarios.

- Bueno, ¿ya... cual oveja se corta? Todavía  hay que traerla - dijo ella, y cuando ella salió, de afuera se podía oír su respiro y el abuso.

Pero para decidir cuál -  no era tan fácil.

- Yesengueldy - Ateke dijo imperiosamente -. ¿porqué estás callado? Su abuela tiene una oveja, gris... En mi opinión, esta oveja gris se necesita poner en una olla grande.

Repitieron dos veces - a la derecha y la izquierda - sus palabras, y Yesengueldy se levantó en silencio de su asiento y se fue. En la yurta de nuevo se hizo  silencio – un silencio expectante. Desde la calle llegaron los ronquidos de mi pobre castrado, que al parecer estaba bastante desesperado por conseguir por lo menos un puñado de heno, por no hablar de un saco de avena.
Yesengueldy regresó. Él se sentó en su lugar, y sólo entonces se volvió hacia Ateke:
- Aisha Kelin dice: la oveja gris está a punto de traer un cordero... Y será un pecado si una persona levante el cuchillo.

-Aisha-Kelin sabe - confirmó Ateke -. Es realmente un pecado”. Si no es hoy, será mañana, la parición, la oveja gris debe hacerla.

La buena oportunidad de comer carne fresca revivió los ancianos guardianes de las tradiciones. Es evidente, por lo tanto, que Ateke redujo significativamente el tiempo de su sabia reflexión.
- Vamos a hacer así: traiga  el cordero negro de la casa de Kanche-Zhenguei. El cordero fue uno de los primeros, es muy posible ponerlo bajo el cuchillo.

La impaciencia probablemente abrumó a Yesengueldy. Él se levantó sin esperar el acuerdo del sin bigote que confirmara la sabiduría de Ateke, y sus palabras de confirmación se escucharon cuando

 

Yesengueldy ya había cruzado el umbral de la yurta. Y también volvió - mucho más rápido que en su primer intento.

Pero ahora, la campaña tampoco tuvo éxito. Yesengueldy dijo con gravedad:

- Aizhan-Kelin me encontró... Ella dice – Él viernes marca exactamente un año desde la muerte de Kanche-Zhenguei. Aizhan protege el cordero para sacrificarlo en recuerdo a la mujer decente.
- Sí, - dijo con tristeza Ateke -. Aizhan tiene razón... Pensó de nuevo, pero con el estómago vacío
su mente trabajó más rápido y con más claridad. Ateke inmediatamente se dio cuenta quién se puede sacrificar en honor de los  invitados.

- Suficiente charla - dijo rotundamente él.- ¡De nuestras conversaciones él caldero no se llenará! Yesengueldy, tráiganos  la cabra gris, que es propiedad de Kareke.

Ya era  después de medianoche, cuando se oyó un mal grito de una cabra obstinada. Pero Yesengueldy estaba determinado - y, al parecer, la cena de los sueños se va a convertir en realidad.

Esta cabra, que no pude ver, emitía  un fuerte olor espeso el cual señalaba su llegada. Por lo tanto – un macho cabrío.... Una simple persona se podía asfixiar a muerte- y es casi lo que sucedió a mí. Otro asunto - los descendientes del Khan. Que sus fosas nasales, creo yo, estaban dispuestas de alguna manera diferente. Al olor ellos no prestaron ninguna atención. Sus ojos ardían, se tragaban la  saliva ruidosamente. Si ahora le hubieran dado a cada uno de ellos una cabra, se la iban a tragar con vida, e incluso los huesos.

Pero había otro obstáculo, nadie tenía un cuchillo afilado, un cuchillo fiable. Ateke recordó que en su casa había un cuchillo, pero el mensajero Yesengueldy regresó sin nada.
Uno de mis compañeros de infortunio, se lanzó de su largo asiento tedioso, y por el hambre, por la peste que emanaba de la cabra, saltó rápidamente hacia arriba, sacó un cuchillo y lo apuñaló en el costado de Yesengueldy.

- Aquí... Tomen, - dijo cortésmente, aunque lo vi en sus ojos, con que placer enviaría a todos los Tore al Satán, y él desaparecería rápidamente del aul Zhanbyrshi.

Sólo cerca de la madrugada apareció delante nuestro la cabra pero esta vez en forma cocinada. Y luego llegaron  las mujeres - había no menos de diez.

Cada uno de ellas llevaba una niña. Sí, casi todos los niños eran niñas. Me di cuenta de sólo dos chicos. Los niños fueron despertados en la noche, todavía estaban bostezando, y se frotaban los ojos. Se veían frágiles. La misma ley antigua, que era tan estricta en Zhanbyrshi, ordenó mantener la pureza de la nobleza, el matrimonio, por aquí era casi siempre entre parientes cercanos. Los niños eran un espectáculo lamentable.

Una mujer con codicia, olfateaba el olor de la carne. Pero la cabra en cuestión, por su tamaño era considerablemente inferior a un toro... Es poco probable que tan cabra pueda alimentar una horda.
Debido a su Señoread, Ateke tomó la cabeza, cortó una oreja y me la dio a mí, y puso toda la cabeza delante de él. El de sin bigote cortó del hueso de la pelvis un pequeño trozo de carne - para mí y todo el hueso lo dejó para sí mismo. Otro
- también agarró un trozo adecuado a su rango.  Y así los demás ancianos. La carne sobrante se desmoronaba en la bandeja, pero de alguna manera no tuvo  tiempo ni de llegar allí. Todos los trozos fueron recogidos por alguien durante la marcha para luego desaparecer para siempre.

La fiesta se celebró con tal rapidez que no llevó mucho. Nuestros anfitriones bebieron la carne de cabra en surpa1,  y dieron a los niños los huesos, nos desearon buenas noches, y se fueron a casa.
La Yurta quedó vacía.

Tuvimos  una pequeña charla con Karashash. La buena mujer se lamentó de que nos vamos a la cama con hambre.

Pero nosotros no fuimos a la cama. Sin esperar que el mismo Ateke decida de hablarnos sobre el caso y rompiendo la costumbre que los huéspedes del aul Zhanbyrshi no ejercen por sí mismos los caballos, nos fuimos a preparar el negro castrado.

No nos limitamos solo a salir. Corrimos. Corrimos fuera de la estepa abierta de este aul, que se convirtió en un cementerio viviente, huimos de la arrogancia y de la estupidez de esta gente.


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Surp - caldo.

- Oy Bay - Exclamó uno de mis compañeros.- ¿cuánto tiempo se necesita para que en este pueblo se pronuncie solo una sola palabra sensata?

- ¿Y cuanto más? – Añadió el segundo - ¿Y cuánto tiempo pasará antes de que tal dicha palabra, dicha con tal importancia, se convierta en algo...?

Yo los escuchaba en silencio. Me molestaba la injusticia de la historia. ¿Cuántos siglos, cuántos siglos infértiles que hemos perdido, los kazajos, cuando los Tore gobernaron  el mundo?
El mensaje...que yo di el próximo día al Secretario del Comité de Distrito, fue muy breve.
Yo dije:

- El aul Zhanbyrshi es propietario de un terreno que puede acomodar fácilmente una decena de koljoz. Pero en el aul Zhanbyrshi sólo hay una persona que puede trabajar en el koljoz. Se trata de una mujer con el nombre de Karashash, hija de  Tolenguity.

- ¿En serio? Y ¿Qué hacemos con los demás? Yo era joven entonces y por eso le dije:

- No lo sé. Pero allí ellos no pertenecen. El Secretario del  Comité del Distrito empezó a pensar.