EN LOS DÍAS DE AYT[1]
¡Felicidades! ¡Que sea bendito el ayt!
- ¡Así sea! ¡Que tu alma también se alegre!
- Una vez al año, al doce meses, ven el ayt deseado. Unos vieron, unos no vieron, pero todos son benditos que vivieron hasta él...
I
Es una hora antes de la comida. No hay viento. Hace calor. El ganado poco numeroso se agrupó en la sombra al lado de las tenadas, más cerca a los humeantes[2]. Tábanos, mosquitos, moscas – revolean como una nube, zurriando – no hay salvación.
El aúl está animado. Todos corren allí y allá, se menean, se revuelven. Todos están hechos un brazo de mar. Las caras están reluciendo en anticipación de una alegría desconocida. Sobre las calderas en los zheroshak – hornillos prolongados hechos en la tierra – está elevando el vapor. Haciendo gluglú, se está preparando en las calderas carne grasosa. Los viejos y las viejas están sentados en la sombra de dos en dos.
- ¡Dios! Por fin hemos vivido a este día...
Alrededor de una choza de barro remolina la gente desocupada. Y allí mismo se revuelven ante los ojos unos cuantos viejos y viejas.
Alguien está afilando un cuchillo. Un dzhiguit está teniendo por la brida un ternero rojo bien alimentado.
Se acercó uno de un lado, dijo:
- ¡Bendiga el Supremo Soberano el sacrificio suyo!
- ¡Amén! – respondieron los viejos. - ¡Así sea!
- ¿Mas por qué tardaron?
- Pues sólo acabamos de encontrar algún animal... En esos tiempos no es tan fácil...
A trasmano están hablando Zhumagazy y Zaykul.
- Vaya, toma parte en la inmolación. A mí no me hace falta...
- ¡¿Pero qué dices, oibai[3]?! Ve tú... No me voy a ofender...
- Vaya, vieja, ánimo. Pues Zhumeken lo permitió.
- No, no, vaya tú... El dios aceptará tu sacrificio – te beneficiará...
- Déjalo... no me persigas.
- ¿Por qué?
- Si no sé cómo matan el ganado. Y no conozco ninguna preces.
De una otau[4] blanca en la primera fila salío balanceando la estatura una guapa. En su cabeza tenía un zhaulyk[5] azul claro con arabescos en los bordes, con borlas. Su casaca de felpa azul está toda cubierta en adornos preciosos, colgantes, galones y brinquillos multicolores.
Se paró un rato frente a la yurta, miró atrás, llamó:
- ¡Erkezhán! ¡Cariño!
Salió una chica bonita delicada de unos dieciseis años. Engalanada, toda hecha brazo de mar, de pies a cabeza. La joven sonrió:
- Vamos por agua. Ahí está también Aydarly, mi querido, arrastrándose...
Se acercaron dos caballeretes. Uno le pellizcó con jovialidad a la joven por detrás.
- Déjame, oibai... Es vergonzo-oso...
- ¿Y a dónde vas, tan adornada?
- De casa a casa... para felicitar...
- El marido no está en casa, y ya ves – se le antoja ir de fiesta, - so sonrió el otro.
En la sombra de una choza de barro, jadeando y nadando en sudor, estaba despellejando Moldagali su caprino rucio.
- ¡Sea generoso el ayt!
- Gloria al benéfico...
- ¿Vendiste tu cordera?
- No.
- Entonces véndela a mí. La mataré para rememorar mi abuela.
- ¡Paga!
- Tendrás tu dinero en otoño.
- No vale.
Uali se fue, y Moldagali, desollando furiosamente el canal, dijo “hum”:
- Está muriendo de hambre y vaya, también quiere... charlataneando de una hecatumba. El profanador me miente... ¡Me quería engañar, atracarse de balde!
II
A lo lejos, al viento, cerca de un pantano, están tres chabolitas negras. Alrededor no hay ganado, ni un hombre, ni una caldera en el hornillo en la tierra. Ni los mosquitos llegan a este sitio. En la sombra de la chabolita de costado, encorvadas, están sentadas pañosas, sucias una chica de unos doce años y una mujer de edad media. Sus caras son amarillas, los ojos pilongos están hinchados. Suspiran grave, desgarradoramente: “U-uf-f...” La fiesta de ayt que tanto los alegra a todos, a ellas les parece una tortura. No se oye más que:
- Pobres, pobres somos... Infelices...
Del lado del aúl se arrastró cojeando un hombre. También está en harapos. En su cuello tiene un fardel.
- ¿Entonces, cómo está, Baké?
- ¿A qué preguntar? Ay, ay de nosotros...
- ¿Cómo? ¿Murió?
- Falleció.
El hombre cayó de bruces, empezó a llorar.
- Es verdad lo que dicen: un rico también muere de hambre si dios lo castigue... ¿Y Zeynep cómo está?
- Sus pestañas estaban moviendo no hace mucho. Ahora, no sé.
- Entonces murió también...
Quitó el fardel de su cuello, lo arrojó sobre la tierra. Parece que algo estaba dentro.
- ¿Conseguiste alguna cosa?
- Nada de bueno.
Un chico y una chica de unos seis o siete años, completamente desnudos, flacos, salieron corriendo de la chabola. Al ver una pelleja enrollada, manchada con sangre, se lanzaron sobre ésta, comenzaron una pelea.
- ¡Dejadlo, diabolitos! Aquí teneis... orejita, corazones...
- ¡¿Y eso es todo... por todo el día?! – preguntó la mujer.
- ¡¿Y qué puedo hacer si no me dan nada?! Aquí está el escroto de un caprino... y esos son una orejita, unos corazones... Y los encontré en un basurero... Los quité de los perros... La gente no tiene compasión. Estaba pediendo a Uybalu-baybishe[6]: “Dame aunque sea la sangre del ganado de sacrificio”. ¡Y ella se puso a bramar! Es bastante, dice, que te doy de comer todo el año. Cúando fue que me diera algo – no me acuerdo...
- Pero qué torpe eres... ¡Desdichado! Si fuera yo, les ayudaría limpiar la tripería, conseguiría aunque sea algún menudo... Otra vez la dolencia maldita no me permitió ir. ¡Oh, dios!..
III
De todos lados viene gente al aúl. En grupos y uno por uno. A pie y en las arbás[7].
Mucha gente está cerca de la yurta blanca en el medio del aúl. Carros, caballos... muchos jóvenes. Una chiquillería viene de casa en casa, recogiendo perdones, regalos. Está zumbando y alborotando el aúl.
- ¡Sea bendito el ayt!
- ¡Que no te escape la bendición!
Cerca del hornillo en la tierra se agruparon unas cinco personas. Están hablando de una cosa, cabeceando tristemente.
- ¡Ay-ay!.. ¡Qué lástima!.. Un hombre como él...
La noticia, volando de uno a otro, llegó también a la muchedumbre cerca de la yurta blanca...
- Bakén murió... Con su mujer.
- ¡¿Cuándo?!
- Hoy.
- ¡Oy, pobreci-i-itos!
- Está bien que murieron, ya que ni vivían ya, sólo sufrían.
- Pobrecitos... Por cierto, el alma era limpia, impecable, si el dios se los tomó en el día de ayt.
- Así es la vida, dzhiguites... – pronunció con profundidad de pensamiento un viejo de barba blanca. – Me acuerdo, eso fue hace muchos años ya... Durante el ayt en la planada “donde murió el toro” se celebraba una carrera. Estaba allí un buen rato de gente, y Bakén les dió de beber kumís hasta artarse a todos... Y ahora murió de hambre con su mujer... Dzhiguites, todos que conocían al difunto, quien aceptaba sus obsequios, rememorad el finado. Después de la comida rezad, para que se consuele el alma del siervo de dios...
***
Comieron carne, bebieron kumís y se dirigieron en tropa a un collado detrás del aúl, donde flotaba un paño. Aquí se esperaban los juegos. Sobre el pedido del aksakal – rememorar el finado – nadie se acordó...
Bayga[8], riña, alegría... Si alguien hablaba sobre Bakén y Zynep, sólo decían que “intenciones suyas eran limpias, por eso el Altísimo se dignó tomárselos, pobrecitos, en el día de la fiesta santa”.
1922
[1] Fiesta religiosa muslime después de ayuno.
[2] Fuegos humeantes hechos como protección contra las moscas, mosquitos etc.
[3] Interjección.
[4] Yurta.
[5] Prenda de cabeza de una mujer casada.
[6] La esposa mayor de Uybalu.
[7] Carro alto de dos ruedas.
[8] Carrera de animales de distancias largas.