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Ахмет Байтурсынов

01.07.2015 1819

Sakén Seyfulin - Aishá (Sp)

Язык оригинала: Айша

Автор оригинала: Saken Seifulin

Автор перевода: Р. Seysenbayev

Дата: 01.07.2015

Translation into Spanish


Estábamos en agosto de 1916. Fueron los últimos días del shilde, pleno de verano, como se dice aquí sobre la estación cuando hierbas, arbustos ya empiezan a ajarse pero hasta el otoño aún está lejos, muy lejos. 

Llovió a cántaros, el cielo se iluminó, a pesar de las nubes grumosas que todavía estaban ocultando el azul trasparente, como si fuesen finas témpanos de hielo en primavera que cubren el agua limpia y brillante. 

Y el sol desapareció detrás de colinas bajas y arbustos ralos de karagán. Los caballos, ovejas, vacas, camellos, sorprendidos por la lluvia en el campo, se secaron y estaban pastando pacíficamente no lejos de cinco aúles1 situados en aquella quebrada donde lentamente llevaba sus aguas el río Osen, poco profundo. 

Y la gente gozaba de un soplo ligero de la brisa que se parecía al tacto a un cuerpo enrojecido de una tela de seda delicada. En la empinada orilla del río se podía ver tres tumbas con altos minaretes. Una niebla del día derrubiaba las configuraciones de los minaretes, y parecía que ellos estaban balanceando en el aire caliente, pero cuando de repente en la tierra cayó un fresco, los siluetes de las torres picudas se delinearon ostensiblemente contra el cielo pálido. Y los sonidos se sentían mucho mejor que al mediodía sofocante. – Kah-Kah-Kah; Ak-kus-Ak-kus; Kah-Kah-Kah – se oyeron voces excitadas desde donde estaban los rebaños, y al margen de la colina se presentaron de repente algunos jinetes que estaban galopando a más no poder. Hacia ellos se estaba dirigiendo un jinete sobre un caballo blanco. Los vecinos del aúl, como un solo hombre, irrumpieron en la calle de sus yurtas2 y, acercando las palmas a los ojos, estaban mirando a los galopantes. Los perros ladrando corrieron a la manada. Uno de ellos, un galgo blanco del pueblo medio, se arrancó adelante, y parecía que estaba corriendo con la velocidad de una estrella cayente. Un jinete a caballo rojo apareció del aúl situado en la parte occidental de la quebrada y poco tiempo después alcanzó a otros dzhiguites3. 
Sólo un perrito desgreñado negro, cobijado a un hogar hollinado de una pequeña yurta estaba mirando a los jinetes galopantes y a los perros ladrantes con maldad, sin interés. Éste ladró un par de veces con la esperanza de recibir un pedazo de comida de la mujer vestida de ropa sucia, toda remendada, que estaba haciendo sus cosas por encima del fuego, pero la mujer no hacía caso de del perrito, y éste, gruñendo del disgusto, volvió a su asiento. El aúl occidental, de donde salió el jinete en caballo rojo, se llamaba aúl de Kadyr. El aúl consistía de cinco yurtas. Una de ellas, un poco torcida, pero con un fuerte koshmá4 
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1Aúl es una aldea en el Cáucaso y en Asia Central
2Yrta es un tipo de vivienda portátil de pueblos nómadas en el Cáucaso y en Asia Central 
3Dzhiguit es un jinete en el Cáucaso y en Asia Central
4Koshmá es el techo de la yurta que se hace de una alfombra especial

pertenecía a Kadyr. Otras yurtas, remendadas, bajas, hollinadas, pertenecías a sus hijos mayores: Senbay y 5 Kanali y al consuegro de Kadyr. En una palabra, no había personas extrañas en este aúl, a excepción de los huéspedes que se encontraban cerca de la yurta de Senbay, al lado de sus caballos trabados. Los invitados y los anfitriones estaban hablando sin prisa, cuando se oyó un ruido en la manada, y uno de los que estaban hablando, embridó rápidamente el caballo y desapareció detrás de la colina. De la yurta de Kanali salieron muchachas y jóvenes mujeres, hablando y riendo. Ellas, como una ruidosa multitud, estaban dirigiéndose al río, y frente a ellas, a llegar primero, chillando y riendo corrían niños, golpeando con los pies descalzos en la tierra. Anchas faldas de las muchachas tocaban el suelo, sonaban sholpas (pendientes), se agitaban ukas (pendientes), pasaban rápidamente pañuelos rojos y verdes de las mujeres, kimeshekes5 blancos. Kamzoles6, chapanes7, beshmetes8… Una locura de colores que evocaba, sin querer, un florecimiento primaveral. Por delante estaban yendo con paso ligero dos jóvenes mujeres con kumganes9. Los hombres, que estaban sentados cerca de la yurta de Senbay, comenzaron a moverse con reserva, siguiendo con los ojos a las mujeres. Uno de ellos moreno, picado de viruelas, con un gran tymak10 de piel blanco de cordero estaba mirando fijamente, sin pestañear, como se fuese un águila hambriento durante una intemperie de otoño. Un dzhiguit sentado frente a él no pudo evitar un sonriso. <!Vaya, como está mirando a Aishá!, - pensó con rabia. - Cuenta con sus riquezas ignorando lo que es feo. Se parece a un viejo lucio manchado de un remanso podrido…> 

Las mujeres desaparecieron detrás de los arbustos de karagán. Algunas de ellas, en vestidos arremangados, exponiendo sus pulseras de plata, sacaron pastillas de jabón de olor y se pusieron a lavarse, haciendo una jabonadura blanca densa. Otras, tintineando con sus kumganes, en esperanza de su turno, estaban intercambiando bromas. 

Aishá se secó con el pañuelo y empezó a cantar, mirando alrededor, como se fuese la prima vez que veía este ambiente. No obstante, no fijó en vista en nada. Sólo tres minaretes altos en la orilla del río Osen de repente atrajeron su atención: ella recordó el cuento de una mujer de nombre Kantbala sobre su fuga de la casa del marido abominable y un refugio que ella encontró en el nicho de uno de los sepulcros. 
< En un momento difícil, cuando no hay otra solución, se puede usar como refugio un lugar como este, - pensó ella. 

Continuando a bromear las mujeres se pusieron al camino hacia el aúl. La tristeza de Aishá no pasaba. Ella estaba yendo sin hablar en el grupo de mujeres, envuelta en un chapán de satén negro. Su cara era sombría, sus cejas de cebellina estaban fruncidas, los 
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5Kimeshek es un alto tocado
6Kamzol es una especie di chaleco
7Chapán es un tipo de abrigo
8Beshmet es un tipo de chaqueta larga
9Kumgán es un cántaro
10Tymak es un gorro de piel

ojos estaban llenos de angustia… Ella no tenía una fama de reidora en el aúl, pero esta vez su cara era tan elocuente que incluso un desconocido se daría cuenta de lo que estaba oprimida por una tristeza. Y los corazones de sus compañeras se oprimían de la pena por la muchacha, pero no demostraban sus sentimientos, y a toda recuesta trataban de mejorar el humor de Aishá. Cayó una noche tranquila… Las mujeres volvieron a sus yurtas. Los jinetes que habían cruzado el barranco, estaban regresando. Un galgo blanco estaba corriendo al lado del caballo rojo. Aishá fue la hija menor de Kadyr. 

Shakir, hijo de Boranbay de la familia de karakesek11, en busca de una novia recorrió una grande cantidad de aúles. Oyó hablar sobre la belleza de Aishá, y acompañado por un kuda12, enviado a él por su yerno, bai13 Bimendé, apareció en el aúl de Kadyr, donde ya hacía dos días estaba tramitando por el matrimonio con la muchacha mirada con buenos ojos. Shakir era un viudo anciano y por eso ni siquiera se trataba de citas secretas de novios, que eran una cosa muy tradicional en la vida de kazajos. Él quería llevar consigo a Aishá, pagar el rescate a los acompañadores de la novia y no tenía intenciones de alargar los tramites matrimoniales porque su casa huérfana necesitaba urgentemente a una patrona. Shakir habló con Kadyr, con sus hermanos, con sus hijos mayores y en seguida llegó a entenderse con ellos: logró a convenir en el precio de treinta cabezas de ganado vacuno por Aishá. 

La familia de Kadyr fue así complaciente en cuanto a Shakir, porque éste era una persona rica y, al mismo tiempo, porque era un pariente de Bimendé. Si Shakir hubiese sido más joven, no hubiese tenido hijos, claro, se habría casado con una hija de padres nobles, habría hecho una magnífica boda, pero personas ricas e importantes no querían entregar a sus hijas jóvenes a un anciano picado de viruelas, con una barba rala, y él tenía que contentarse con Aishá. 
Shakir y sus compañeros estaban sentados cerca de la yurta de Senbay. El caballo amblador rojo que traía al dzhiguit, adelantando el galgo blanco y volando al encuentro de los jinetes, fue el caballo de Shakir, en él estaba galopando el mensajero del bai Bimendé. Kadyr degolló un carnero, llamó al toy (cena) a los ancianos de cinco aúles, y después de obsequiarles con la carne e con el kumís14, pidió la bendición. Entre los comensales fueron el jefe Suleyman y el molá15 Bekir, sólo dos hijos medios no presenciaban al acuerdo. Uno de ellos, Sapargalí, trabajaba en la fábrica de Nildín, el otro, Abil, pastaba manadas de su tío rico. Kadyr estaba muy contento de resultar poseedor de una manada grande por un solo día. A decir la verdad, de vez en cuando, en él se despertaba un sentimiento en cuanto a la hija, pero la riqueza que de repente cayó a sus manos fue demasiado importante para apenarse de su destino por mucho tiempo. En el fondo - esta es la proporción de mujeres! Crepúsculo cayó al suelo, y cuatro jinetes salieron de la 
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11Karakesek es una familia antigua de kazajos
12Kuda - consuegro
13Bai es una persona noble y rica
14Kumís es leche fermentada de yegua o de camello
15Molá es un sacerdote mahometano 

yurta del novio y se dirigieron a la yurta de los kanali, donde volvieron las mujeres después de la ablución. Uno de ellos fue el padrino del novio, mensajero del bai Bimendé, los demás tres eran vecinos de los aúles cercanos. 
- Oye, kuda, habló al consuegro uno de los jinetes, - cuando vengamos a las muchachas, cántanos una canción…
Él puso su tymak, cubierto de seda colorada, al lado de los ojos, avanzó un labio donde metió un naswar16, escupió gustosamente y tocó virtuosamente las cuerdas de una dombra17 pequeña. 
- Esta vez cuento con vuestra ayuda, - respondió sonriendo el mensajero barbinegro del bai Bimendé. 
- ¡Asalaum-agueleikum! ¡Buenas tardes! ¿Estáis bien? – los jinetes saludaron a las presentes habiendo entrado. 
- ¡Bienvenidos, bienvenidos! Sin vosotros se divierte poco… - en el mismo tono respondían las jóvenes mujeres avispadas, y niñas escondían sus ojos según la costumbre. – Sentíos como en casa… - voceaban las mujeres. 
EL szhiguit con la dombra se volvió a los compañeros; - ¡Vale! Si nuestra presencia no es una carga para las dueñas, sentémonos en el tor (lugar para sentarse)… - Y se dirigió al consuegro: - Pasa, kuda. Siéntate junto con nuestras muchachas. El kuda, habiendo echado un vistazo a las presentes, detuvo un poco más su mirada en la cara de Aishá. 
El mozo bigotudo, el más grande de todos ellos, miró a Aisha, al consuegro.
- Yo he sentido hablar que nuestro kuda sabe cantar muy bien. Vamos, Ahmet, dale la dombra, - ordenó él. 
Ahmet, el mismo personaje que masticaba naswar, entregó el instrumento al consuegro. 
- Vale, vamos a escuchar el dulce canto de vuestro kuda, - dijo una de las jóvenes mujeres con ojos negros, mejillas rojas, vestida de kimeshek blanco. 
- ¡No me culpéis!, pero no sé cómo tocar la dombra - torpemente pronunció el consuegro, devolviendo el instrumento a Ahmet.
Ahmet se hizo atrás.
- ¡Oh, kuda! ¿Por qué tienes vergüenza? ¿Quién creería que el mensajero del bai Bimendé no sabe tocar la dombra? Deja tus chistes - dijo riendo.
El consuegro estaba confuso y se sonrojó, sin saber cómo salir de la situación. Manos sudorosas, él torpemente sostuvo la dombra y estaba listo para hundirse en el suelo de vergüenza. Pero fue salvado por las mujeres jóvenes omnipresentes. Ellas en seguida comenzaron un juego (zhalgyz khan), Ahmet tocó las cuerdas, y la alegría comenzó. Sólo Aishá, como antes, no levantaba la vista, ni participaba en conversaciones o juegos.
- Aishá, toca la dombra para nosotros, le dijo el dzhiguit bigotudo. – Hemos venido para divertirnos, y sentimos mucha pena viéndote así triste. Cántanos algo. 
- Sí, sí, es la verdad… Juega, diviértete con tus amigas, - le dio apoyo la mujer con mejillas rojas. 
- Divertíos, por favor, si estáis para divertiros. Y ¿de qué cosa tengo que divertirme yo? – respondió Aishá con hostilidad. 

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16Naswar es un tipo de cigarrillos
17Dombra es un instrumento musical de cuerda como laúd

- Tampoco nosotros tenemos una vida dulce, pero ¿qué razón hay para estar triste? Esto no ayuda, ¡mantente firme!, hermanita, - se pusieron a exclamar las mujeres a la vez. 
- En este caso, nos vamos, - contestó Ahmet apartando la dombra. 
- No, no, no hagáis caso de mí. Sadyrbek, ven por aquí, tengo que hablar contigo, - dijo Aishá al dzhiguit bigotudo. 

“Zhalgyz khan” continuó. Aishá se inclinó al Zhiguit y le susurró con una voz apenas perceptible: 
- Ve y diles a ellos de nuevo: nunca en mi vida voy a casarme con el hijo de Boranbay, aunque se me colmasen con todas las riquezas del mundo. Es un anciano, su casa está llena de huérfanos, su cara… Alá, no me dejes verla en un sueño. Yo no me casaré con él. Si piensan venderme, estoy jurando, no tendré más ni el padre, ni la madre, ni hermanos. Ellos quieren casarme con Shakir para librarse de mí, pues, ningún dolor y ninguna inquietud les he traído. Y si ellos se atreven a esto, yo desapareceré como el día se desvanece en la tarde, y no me verán nunca jamás. Ve y diles todo, sin omitir nada, pásales mis palabras… 

Sus ojos se cubrieron de lágrimas. Sadyrbek se fue de la yurta sin atraer la atención de los presentes. Su partida no pasó desapercibida. No se quedaron ocultadas de las mujeres y de los dzhiguites las lágrimas de Aishá, y el juego cesó por sí mismo. 

- ¿Qué cosa ha sucedido? Por favor, jugad, - les dijo Aishá. Pero la alegría se apagó ya. Los jinetes, uno tras otro abandonaron la yurta, luego se fueron las mujeres, y Aishá se quedo sólo con dos amigas íntimas: Bibiazhar y Muslimá y con la mujer de un hermano, Raquia. Más tarde a ellas se unió la nuera mayor, Rapysh, tres hijos suyos se sentaron al hogar, y las mujeres, sentadas sobre la koshmá18, estaban hablando en voz baja sobre la vida dura de las mujeres. Ellas sentían los sonidos habituales del aúl que se preparaba para la noche: los gritos de la gente que hacía entrar el ganado en el corral, el balido de ovejas, el mugido de vacas. La madre de Aishá, Salijá, entró en la yurta. Kadyr se casó con ella cuando murió su primera mujer que había dado a luz a los cuatro hijos suyos. El quería a Salijá, ella también dio a luz algunos hijos, Aishá fue la mayor. Salijá tampoco creía que Shakir fuese una buena pareja para su hija, pero ella depositó su confianza en las palabras dulces del mensajero del bai Bimendé que la tentaba con una posibilidad veloz de obtener un ganado cosí numeroso. Ya hacía dos días que ella estaba en dudas y no pudo tomar ninguna decisión. Aunque se la hubiese tomada, habría sido en vano, porque Kadyr no necesitaba sus consejos, el decidía todo autónomamente, y si decidía algo, esto ya era definitivo. 
- ¿Porqué estáis en la oscuridad? ¡Avivad el fuego! ¿Dónde están los demás? ¿Se han ido a casa? – habló Salijá como una chicharra mirando con aire culpable a Aishá que estaba sin cambiar su postura triste. – Vale, todos se han ido, y nosotros ya tenemos que irnos… Rapysh, - se dirigió ella a su nuera mayor, - ve a casa, a lo mejor, tu marido ya te está esperando con impaciencia. 
 
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18Koshmá - alfombra 

- Tendrá que esperar un poco, yo acabo de entrar, - mostró los dientes Rapysh, pero no era tanto fácil discutir con la suegra. 
- ¡Ve, por favor! ¡Raquia, y tú también!- ordenó Salijá, y ambas mujeres salieron con ella. 

De la oscuridad apareció Sadyrbek que, parecía, estaba esperando su partida. El en silencio se acercó a Aishá, y la muchacha, viendo su cara, comprendió que no tenía buenas novedades. 
- Entonces, ¿Qué cosa te han contestado? - preguntó ella. 
- La misma cosa, - respondió Sadyrbek oprimido. – Les he dicho todo, no he omitido nada. Pero su decisión es firme. Dicen que son caprichos femeniles. Que todas las mujeres comienzan con tales caprichos, pero desde las épocas de antepasados las muchachas se casan con los viudos. En cuanto a ti, dicen que volverás en sí apenas entres en la casa rica de Shakir, donde vivirás sin conocer problemas… Dicen que tú dejes de ponerte terca, todo ya está decidido… Pues ya sabes, van a despedirte mañana. Antes pasarán contigo por cinco nuestros aúles, y después del mediodía te mandan en un viaje lejano… 
Los ojos de Aishá brillaron, su cara se petrificó. Durante un tiempo permaneció en silencio, luego se enderezó. 
- Bueno, ¡que pase lo que pase!
- Yo también estoy regañado. Ellos dicen que yo tenía que abrirte los ojos en vez de repetir tus palabras, - quería consolarla Sadyrbek. 
- Vale, aunque te regañen, pero, por favor, te lo ruego como a un hermano: ve a ellos de nuevo y diles que no se ofendan conmigo más. Antes yo les aburría con mis peticiones, no lo haré más. Pero ellos tampoco pueden ofenderse conmigo. ¿Has entendido? 
- He entendido, - respondió con sumisión Sadyrbek y salió de la yurta. Aparecieron nuevamente Raquia y Rapysh. 
- ¡Oh! Apenas nos hemos librados de la suegra, - dijo Rapysh. - ¿Porqué estáis tristes? Ya es tarde afligirse. Ya está hecho. Mañana vamos a despedir a Aishá, - dijo ella a las muchachas. 

Bibiazhar y Muslimá se miraron. Raquia en tristeza tiraba su pañuelo. 
- Hay que pasar por las casas de los parientes, - dijo Bibiazhar, - según la tradición. 
- ¿Por qué tengo que hacerlo? - Sin levantar la cabeza, casi gimió Aishá. 
- No lo digas, palomita, - Rapysh la interrumpió. Vedrás, cuando seas la dueña en la casa de Shakir, todo estará bien. Shakir ya es viejo, tú eres guapa, te tratará bien. Está claro que no es fácil abandonar el hogar de los padres, a los amigos, pues, gracias a Alá, no te casas con un mendigo, vas a vivir en una casa rica. ¿Es posible rechazar a tal marido? Mira, estás aventurando…
- No quiero ser vendida, Rapysh. ¿Acaso el hijo picado de viruelas de Boranbay es una pareja para mí? Podría ser mi padre, ¿cómo puedo ser feliz con él? Me parece que su riqueza ha enturbiado tu mente también, - respondió Aishá en un tono brusco. Rapysh jadeó.
- Oh, chica. ¿Acaso te deseo un mal? Estoy hablando de la riqueza de Shakir sólo para distraerte de tus pensamientos. No te ofendas, querida. Si quieres puedo irme. 
- No te hago irte, - respondió tranquilamente Aishá.
- Aishá, ¿quieres que Muslimá y yo cantemos una canción? – a lo mejor, pasará tu tristeza, - rompiendo el silencio doloroso, propuso Bibiazhar.
- Cantad, cantad, queridas, - se alegró Rapysh. ¿Qué cosa dices, Aishá?
- Qué canten si quieren, - respondió Aishá con cansancio. 
- ¡Ah, Aishá, hermanita! No podemos siempre estar juntas. La vida nos mandará a varias partes del mundo. Entonces, ¡vamos! Muslimá, empecemos a cantar nuestra canción preferida. 
- ¿Qué canción vamos a cantar? – preguntó Muslimá. 
- “Zulkiá”. Empieza, yo acompañaré, - dijo Bibiazhar. 
Muslimá e aclaró la voz y empezó a cantar: 

¿Para qué ella floreció, y es tan 
esbelta?¿Para quién? Eldi-ai. 
Sería mejor no nacer, no vivir que llorar y sufrir
toda la vida, eldi-ai.
Has llorado tanto y no tienes más palabras. No llores, 
mi guapa flor, eldi-ai. 

Hacía la segunda voz Bibiazhar.

Esta melodía triste y lánguida, como una oración, pendió en el aire de la noche y, parecía, todos los aúles estaban oyéndola. 

Un ganso herido cayó en el lago, eldi-ai.
Y la muchacha está abandonando su casa.
La onda está llevando la sangre del pájaro herido,
Un extraño trajo a la muchacha, eldi-ai.
Tienes que resignarte a la suerte, mi flor
No llores, mi querida, eldi-ai. 

Mucha gente se acercó a la yurta. Estaban a cierta distancia sin atreverse entrar. En los ojos de muchos de ellos brillaban lágrimas. La canción no cesaba de sonar en los aúles. 

¿A quién le importan las lágrimas de la muchacha?
¿Quién entiende su llanto? Eldi-ai. 
Como es difícil levantarse después de haber caído.
Toda la esperanza es la voluntad de Alá. Eldi-ai.
No llores, las lágrimas no ayudarán.
No llores, mi guapa flor, eldi-ai. 

Las voces fuertes de las muchachas, la desolación amarga de la música que latía como un halcón cazado, encantaron a los oyentes. Sadyrbek, venido con los jinetes del aúl vecino, estaba silencioso. Raquia estaba quitando lágrimas sin ocultarlas. Aishá, sentada con la cabeza inclinada, estaba de espaldas a las cantantes, y sus hombros temblaban.

La manada sigue la ternera gorda. Mis arrugas son
de las adversidades, eldi-ai. Perteneces al anciano
por el dinero. ¿Quién puede contrariar a Alá?
Eldi-ai. No llores, las lágrimas no ayudarán.
No llores, mi guapa flor, eldi-ai. 
Las palabras de consuelo son tristes… No pueden
Parar el llanto. La oveja no quiere vivir a traílla, 
Se irá a vivir libre – dzhailiay- se irá, eldi-ai.
Pero la muchacha será esclavizada 
por la voluntad del padre, 
irá a vivir con no amado, eldi-ai. 
No llores, no ofendas Alá,
No llores, mi guapa flor, eldi-ai. 

De repente, la multitud se apartó permitiendo pasar a un jinete alto y ancho de espaldas. Tenía una kamchá19 en una mano, en los hombros tenía un chekmén20 descolorido con cinturón, calzado con saptamá21 destaconada. Era evidente que apenas había vuelto de un viaje, incluso su gorro rojo fue empolvado. Miró atentamente a todas las muchachas, sobre todo, a Aishá agobiada, a Sadyrbek, quien, con la cabeza inclinada, se apoyó en keregué22. Rapysh notó al jinete, le susurró algo a Raquia, y ella levantó la cara llena de lágrimas. Y la canción de Bibiazhar y Muslimá continuaba inquietando el reposo de los alrededores. 
Qué la mejillas se hundan y el sonroseo desaparezca,
Los ojos pierdan la vista, eldi-ai. Pero
No quiero ser vendida como ganado, la muerte
Me traerá la libertad, eldi-ai.
No llores, basta de llorar.
No llores, mi guapa flor, eldi-ai. 
Abil ... Ven a nosotros. ¿Cuándo has vuelto? – con una voz temblorosa preguntó Raquia al jinete ancho de espaldas, pero él sollozó como un niño, se volvió y se cubrió la cara con el codo, sin dejar caer de las manos la kamchá. Las mujeres como si esperasen este momento, se pusieron a llorar de modo abierto, ruidosamente, sin ocultarse. 
Abil, el hermano de Aishá, fue adoptado por su tío rico, y ahora este joven jinete todo el año pastaba las manadas de su tío adoptivo. En invierno, en tempestad mortal de nieve a menudo se helaba hasta los huesos, mientras en verano el sol implacable de la estepa 
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19Kamchá es un látigo
20Chekmén es un tipo de abrigo
21Saptamá son botas
22Keregué es un soporte para atar los caballos

quemaba su piel hasta la negrura. Pero, ¿a quién podía quejarse un hijo adoptivo? No era justo que los hijos propios del tío hubiesen crecido en ternura y abundancia, en yurtas adornadas, descansando en las alfombras de terciopelo, comiendo cazas, carne grasa de carnero, bebiendo kumís, exigiendo el cumplimiento de todos sus caprichos. ¿Por qué él, que trabajaba sin levantar la cabeza, era peor de estos holgazanes? Pues, todos ellos eran nietos del mismo abuelo, pero la riqueza maldita les separó. Sólo por la riqueza el padre decidió casar Aishá, guapa como un cisne blanco, con un anciano picado. ¡Maldita sea la riqueza! ¡Maldita sea la pobreza, compañera eterna del kazajo! 

Cuatro amigas: Bibiazhar, Muslimá, Salimá y Aishá estaban abrazándose en un colchón grande de pluma en una yurta escasa, cerrada bien con una cortina, cuchicheando de varias cosas, conscientes del hecho que esta noche era la última que estaban juntas: el día siguiente Aishá tenía que abandonar el aúl y luego, quizás, las demás partieran. 
 
Cerrada la noche, cuando las canciones ya terminaron, los compañeros del novio dieron a entender a las mujeres que había que juntar a los novios, según la costumbre, los jinetes de los aúles los apoyaron pero Aishá se negó a hacerlo. Entonces el kuda23 y el novio se fueron a casa de vacío, muy disgustados, incluso, de la conducta de Abil que categóricamente declaró a los padres: 
- No permitiré a nadie forzar a Aishá. Mientras estoy vivo, esto no sucederá. 
Después de que riñó al mensajero del bai Bimendé, al honorado Korzhenbay, y, montando a caballo en un salto, desapareció en la oscuridad. 

Mientras tanto, la tierra se hundió en la oscuridad. I kanali24 con los jinetes y con Aidar y Serik guardaban el aúl. Abil se comportaba extramente: se iba en la oscuridad de la noche, no se sabía dónde, volvía, se iba de nuevo… Era ya más de la medianoche. 

La luna creciente parecida a un trozo de un plato argénteo, volaba da una nube a otra. Colaba como un caballo amblador sobre un suelo sólido, pedregoso sin dejar huellas, ocultándose en las nubes espesas… Pero no mucho tiempo estaba la luna en su refugio inseguro. Aparecía de nuevo en otra parte del cielo y volaba nuevamente, se ocultaba como aquel galgo blanco que por la tarde corría de un arbusto de karagán a otro. 

El amanecer se estaba acercando, y las muchachas estaban silenciosas, sin moverse, como palomas en la red del pajarero. 
Aishá no podía dormirse, estaba recordando los cuentos amargos sobre acontecimientos tristes de la vida de las mujeres conocidas y desconocidas… Tantos cuentos oídos por su vida, todavía no larga. Ella recordó la historia de Kantabala del aúl vecino que parecía una fábula, a pesar de lo que Kantabala juraba que todo había sucedido precisamente como ella relataba. 
<El marido me ha hizo su mujer menor para que le diera a luz muchos hijos. Después de 
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23Kuda es un consuegro
24Kanali son una familia de kazajos

las bodas en el plazo normal hice un niño pero éste no vivió mucho. Así emperezaron mis desgracias: niños nacían y morían en seguida. Y la baybishé25 acabó mi vida tranquila. Pues sabéis el proverbio: <El que está sentado, lo baten en la cabeza, el que está de pie, en las piernas>. Eso es todo! Yo estaba pegada siempre. El marido nada impedía a la baybishé… Yo no podía soportar tal maltrato y me escapé del marido a mi familia; esto sucedió en primavera. Mi familia hacía una vida nómada en la parte superior del río Sary-su, y una vez de noche yo me fui para buscar este río. Yo no tenía nada, además de una pequeña mochila. La orilla, en algunos lugares, fue cubierta de junco, y en lugares de estepa se encontraban pozos, fosos arruinados. La noche fue impenetrable y oscura. Yo estaba temblando de miedo. De repente vi: la luz brilló por delante. Yo me dirigí a esta luz, y, imaginad, ¡un milagro! En la estepa bajo un junco alto está sentada una mujer. Su pelo fue despeinado, su pecho fue desnudo, estaba encendiendo una hoguera.
- ¿Quién eres? – la pregunté temblando del miedo. Ella me miró y me mostró sus dientes. Yo sentí un horror porque entendí que delante de mí estaba una bruja. ¡Una verdadera bruja! Eché la mochila en el suelo, susurré una oración, veo: el hogar y la bruja desaparecieron… Bien, estoy yendo adelante y de nuevo veo una luz. Me arrojé nuevamente a esta luz y ¡qué horror! Vi a la misma bruja… Otra vez eché la mochila en el suelo y susurré una oración, el fantasma desapareció. Y así toda la noche: una luz y después la bruja con el pelo despeinado y el senos caídos. Para la mañana llovió a cántaros. Yo estaba calada hasta los huesos, pero continué yendo adelante. De repente vi en la niebla de la madrugada una torre alta y negra. Me acerqué y vi tres criptas con picos altos, parecidos a minaretes. Yo tenía miedo pero nada tenía que hacer. Susurrando la oración me oculté de la lluvia en una de las criptas. El cielo poco a poco se estaba aclarando y la silueta de las criptas se veía mejor con cada instante. Y, puedes no creerme, pero el interior de la cripta, donde yo estaba, se alumbró con una luz blanca y regular. Yo empecé a pronunciar la oración en voz alta, y esto me dio la fuerza. Cesó la lluvia. No recuerdo como salí de la cripta y donde corrí, yo volví en mí sólo cuando encontré el campamento de nómadas, ellos me ayudaron a volver a mi aúl natal…> Además, Aishá recordó a Raquia, pálida y agotada por un trabajo difícil de casa. Ella muchas veces huía de su marido, un hombre gordo, lleno de grasa Ahmet, y finalmente se liberó del marido abominable. Los jinetes del aúl mucho tiempo hablaban de su fuga.
- Es sorprendente, como testadura es la Raquia, - decía Azim. 
- Exacto. Las mujeres salen de juicio pero luego se ponen en razón, ¿qué otra cosa pueden hacer?, pero ésta por nada en el mundo, - lo apoyó Bazekén. 
- ¿Qué otra cosa se puede esperar de la mujer si ella ha perdido la vergüenza y conciencia? – refunfuñaba Uitkibek. 
Mientras tanto, el jinete Kadyrbek continuaba relatando a sus amigos la historia como él, volviendo de Kos-Shoka a lo largo del río Osen, en aquella época cuando la mayor parte de las familias ya se habían transferido a la dzhailiau26, de repente en una neblina oscilante caliente el vio a una persona, poco visible entre la vegetación amarilla de estepa, cruzar la estepa. El curioso Kadyrbek giró el caballo a esta dirección, pero cuanto más se acercaba, tanto mejor veía que esta persona era un niño, que no se sabía que 
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25Baybishé es la mujer mayor
26Dzhailiau es un pastadero

cosa estaba haciendo en estos lugares despoblados. De repente, el niño desapareció. Kadyrbek se agitó, pero mirando mejor vio que el niño se ocultó en un foso, detrás de un arbusto de karagán, sólo su cabeza se veía. 
- Oye, chico, ¿por qué estás aquí? – exclamó Kadyrbek, pero comprendió en seguida su error: la creatura non era un niño, era una joven mujer que cubrió la cara con las manos. Kadirbek fue estupefacto, y el caballo debajo de él estaba roncando, guardando a los arbustos de karagán. Y aunque Kadyrbek tranquilizó su caballo con la kamchá, él seguía siendo en conjeturas. 
- ¡Qué milagro!, y ¿quién eres? Te han robado tus cosas? – él de nuevo golpeó el caballo y se acercó a la mujer. – Oye, ¿sabes hablar? ¿Por qué te ocultas? ¿Por qué no respondes? – no cesaba de preguntar Kadyrbek. La mujer se levantó, y Kadyrbek sorprendido reconoció a Raquia. Ella fue absolutamente desnuda, sólo su cabello negro y largo ondeaba. La mujer se ocultó de nuevo. Kadyrbek se desmontó, se quitó su chapán y, volviéndose se lo alargó a Raquia, y cuando ella cubrió su desnudez, empezó a hablar con ella. Ella explicó que se escapó del marido y estaba dirigiéndose a su familia pero Ahmet la alcanzó en la estepa, pegó, quitó su vestido y galopó atrás, habiendo dejado a Raquia en cueros. < Pobrecita, sufrió mucho, pero finalmente se liberó de su marido monstruoso Ahmet, - suspiró Aishá. ¡Oh, maldita la riqueza! Haces piedra del corazón humano. ¿Se la familia quisiera a la muchacha, podría hacerla casarse por fuerza con no amado, cambiarían la persona en el ganado? > 

Se agitaba y estremecía en el sueño Bibiazhar. Los suspiros de la amiga despertaban el dolor en el alma atormentada de Aishá. < Me pregunto ¡cómo van a desarrollar las cosas en la vida de mis amigas? El novio de Salimá es un jinete razonable, comprensivo. Muslimá todavía no tiene novio. El hijo de Diuysembay que quiere casarse con Bibiazhar, no es una buena pareja para ella: jactancioso, estúpido, fresco. Está claro qué tipo de marido será….> ¿Para qué ella floreció tantos años, y es tan esbelta?¿Para quién? Eldi-ai. Sería mejor no nacer, no vivir que llorar y sufrir toda la vida, eldi-ai.
 
La almohada de Aishá estaba mojada de las lágrimas. < ¿Es posible que por el capricho de mi familia yo tenga que sufrir toda la vida? > - pensaba la muchacha. Qué la mejillas se hundan y el sonroseo desaparezca, los ojos pierdan la vista, eldi-ai. Pero no quiero ser vendida como ganado, la muerte me traerá la libertad, eldi-ai.

<En vez de sufrir todo el resto de la vida por la inhumanidad de los padres, es mejor morir como la nuera de Koshkarbay, - pensaba ella. - ¿Qué otra cosa podía hacer esta atractiva mujer que se parecía a una gama de montaña? Fue casada con el hijo estrábico de Koshkarbay, bajo, inquieto, con un sonriso permanente de idiota en los labios finos. Una triste suerte de más de una hija de la estepa…> El hijo de Koshkarbay la pegaba sin piedad a su mujer desde los primeros días de su vida conyugal. 
- ¡Buscona! ¡No me quieres! – rugía él. 
Este monstruo rico, como parecía, quería vengar en ella por todas sus desgracias. Pero no es la culpa del cisne que el buitre abominable de nacimiento tiene ojos turbios y cuerpo curvo, una gama no puede enamorarse de una rana. Esta joven mujer corría por la estepa llorando, toda la cara fue cubierta de moretones. La nevasca se enfurecía entre los arbustos apenas visibles bajo los gorros de nieve, soplaba en los humeros de las casitas bajas para la invernada. Un viento helado lanzaba brazadas de nieve espinosa, el cielo y la tierra fueron hundidos en la oscuridad. < Entonces, esta es mi suerte. Qué mis martirios terminen pronto>, - susurraba la mujer. Apenas hizo diez pasos, la tempestad la giró, la cegó. La noche fue oscura. Nada se veía, parecía que espíritus bailaban alrededor. Aúllo, gemido, sollozo. La mujer iba llorando y perdiendo las fuerzas, pero nadie oía su voz apagada por el viento. Sólo la ventisca aullaba más y más fuertemente, burlándose de ella. 
Ciega de la nieve ella continuaba pasando a través de la intemperie tropezando en cada terrón, cayendo en cada hondonada. La nieve entró en las botas, mangas, en el seno, se pegaba a la cara, dificultaba la respiración, y ella rezó en voz alta el cielo y la tierra en busca de ayuda. El vestido se cubrió de una corteza de hielo. Las lágrimas en las pestañas se transformaron en trocitos de hielo. La sangre ya fue más fría del hielo. Y sólo el corazón se batía como antes, en la profundidad de su cuerpo aun tenía una chispa de la vida. Ella tropezaba, caía, se levantaba, trataba de ir hasta que hubiese caido en un blando montón de nieve. El corazón batía cada minuto más lentamente. Copos de nieve volaban y giraban. Le parecía que espíritus rabiosos estaban en cada copo de nieve palmoteando y riendo de manera aflautada. 
La nevasca ciega reía, jugaba, lloraba, luego cubrió cariñosamente a la mujer con un manto de nieve, y llegó el silencio…

Desde la madrugada una animación increíble reinó en el aúl de Kadyrbay. El ganado fue mandado al pastadero, los caballos, después del aguadero estaban atacados. Las nubes grises de la noche todavía no desaparecieron, pero de vez en cuando se oían voces altas, los hombres se movían entre las yurtas obsequiando uno a otro con kumís. Muchachas, jóvenes mujeres y jinetes se reunieron en la yurta donde había dormido Aishá. Ella misma estaba sentada en el tor hablando en voz baja con Sadyrbek. Su cara después de la noche fue demacrada, ella tenía los ojos hinchados después de llorar tanto, su mirada que parecía helada, se clavó en un punto. 
Y los jóvenes se aplacaron, a veces intercambiando palabras sin alguna importancia. Las mujeres mayores de edad tristemente cabeceaban. El kanali entró en la yurta y en la puerta se encontró cara a cara con su mujer Raquia. 
- ¿Por qué vas aquí y allá, hija de perro? – alzó el grito sin alguna razón aparente.
Raquia volvió la cara sin decir nada. 
- ¿Por qué estás torciendo el hocico? Ve y llama a Rapysh, estúpida… 

Poco tiempo después apareció Rapysh, y él empezó a reñirla. Parecía que lo apresó el diablo, no podía calmarse. ¿Quién sabe, quizás, en efecto, tenía vergüenza de lo que su joven hermana tenía que casarse con un anciano? ¿Quién sabe? 

Las mujeres que estaban a la entrada se reían ente ellas. Una de ellas, miró la yurta de Senbay, donde había dormido el novio, con aire significativo, y dijo con mordacidad: 
- Para uno la muchacha, para otro el kumís; para uno las lágrimas, para otro la riqueza.
- Y parientes ricos, aparte de todo, - la apoyó una amiga suya. Zhanali se puso rojo, pero sin saber qué cosa decir, se fue de la yurta. Entonces habló Rapysh:
- Vamos, chicos, id a pasear. Zhanali se enfade y tiene razón: Aishá antes de la partida tiene que saborear obsequio de sus padres y parientes, como de costumbre. La gente adulta está esperándola, mientras vosotros estáis diciendo adiós…
Los jóvenes se miraron pero no se movieron. Aishá tampoco se movió. 
- No te pongas triste, cariño, - volvió a hablar Rapysh. – Nosotras todas lo pasamos. ¿No es que Alá creó a la mujer para un hogar ajeno? Entonces, para todo está la voluntad de Alá, y no es necesario afligirse por nada, cariño. Los padres quieren que digas adiós a todos los habitantes del aúl, que recibas la bendición de los aksakales26, que comas en las casas de personas respetadas. Vamos, no llores en vano.
Aishá levantó los párpados, frunció las cejas: 
- Rapysh, yo crecí en tus brazos. Y no hubo caso que yo desobedeciera, o no nos entendiéramos. Pero hoy día te digo: vete, no haré lo que me tienes que imponer. 
- ¿Qué cosa dices, qué cosa dices? - se apresuró ella. – Bueno, bueno… Estoy callando… Únicamente quería pasarte las palabras de tus padres. No te ofendas, cariño… - Ella salió de la yurta, pero en seguida apareció otro mensajero de los padres de Aishá. 
- Los padres quieren que tú pases por los aúles. Los caballos desde la madrugada están ensilladas, incluido el tuyo. Si eres su hija, tienes que obedecer y recibir la bendición de los adultos, - dijo él.
Aishá no se movió. Los muchachos no sabían cómo aceptar lo que sucedía. 
En la yurta entró rápidamente la madre Aisha, y todos los ojos se volvieron hacia ella. Salijá fue enfadada. El pensamiento de lo que después de obtener treinta cabezas de ganado y de emparentarse con Bimendé ella podía estar al mismo nivel con la mujer del bai Ainash, la embriagó, y ella olvidó sus dudas de antes. 
- ¿Por qué a nadie escuchas? ¿Por qué no vas al aúl? – preguntó ella bruscamente. – No eres la primera muchacha que abandona el hogar de los padres. Los caballos están listos, la gente está esperándote. ¡Inmediatamente tira de la cabeza toda esta locura! – ordenó ella y gritó a los presentes: ¿Por qué estáis como no vivos? Tomad a Aisha de los brazos e id a la calle. Estáis mirando cómo si nunca hubieseis visto la despedida de la novia. Aishá miró a la madre con los ojos fríos. 
- Haced lo que queréis, pero no voy a despedirme de nadie. ¿En la casa de quién está listo un obsequio para mí? ¿Cuya bendición tengo que recibir? Y vosotros, padres, ¿qué bendición me dais, si deshacéis de mí vendiéndome al viudo? Como si yo fuese un perro errante, tenéis prisa, os ofendéis. No me gusta mi familia si me trata así. Si los caballos están listos, yo estoy lista también. Traed el caballo por aquí. Qué monten a caballo los que tienen que ir a karakesekos y recibir el rescate. Vámonos, basta esperar, si todo ya está hecho. He dicho todo. 
Se hizo el silencio, Salijá bajó la cabeza. La hija tenía razón. 
Tentados por la riqueza, ellos sucumbieron a las súplicas, y de todo esto podía salir un gran desastre. Así con la cabeza abajo se fue Salijá. Cautelosamente, como un gato, entró en la yurta un jinete moreno, uno de los compañeros del novio. 
- ¿Eres de la familia de karakesekos? – preguntó la muchacha. – Sí. 
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26Aksakal es un anciano sabio

- ¿En efecto, estáis listos para partir? 
-  Sí.
- Entones ensilladme el caballo rojo de Shakir… 
- Tu caballo ya hace mucho que está ensillado.
- No, quiero ir en el caballo de Shakir. Es más veloz, - respondió Aishá con obstinación. El jinete no atrevió contradecirle, por temor a su genio del cual fue informado. 
- Vale, - dijo él, saliendo, pero la muchacha lo detuvo cuando estaba ya en la puerta:
- Trae tu caballo también. Montaremos a caballos juntos y nos ponemos a viajar juntos. No tengo intención de despedirme de nadie, guárdalo en la memoria. Ten prisa… 
- Vale, vale, - dijo el jinete abandonando la yurta.
- Ve y ayúdalo, - ordenó Aishá a Sadyrbek, y éste obedeció asombrado. 
Poco tiempo después dos caballos ensillados ya estaban a la yurta de Aishá. El jinete moreno y Sadyrbek entraron en la yurta. Las muchachas, las jóvenes mujeres, los muchachos miraban todo lo que estaba sicediendo sin hablar, sin dar crédito a sus ojos y a sus orejas. 
- ¿Está listo todo? – volvió Aishá a los comparecidos. Y, habiendo recibido la respuesta positiva, se puso a vestirse con prisa. Se puso el chalpán, el cinturón, tomó su kamchá.
- Pues, adiós, - se dirigió ella a los jóvenes. – No me despido de los demás. De este momento no tengo más padres, ni parientes. Ahora los karakesekos son mis parientes. Adiós, adiós a todos. Si he ofendido a alguien con una palabra o con una acción, perdonadme. ¡Alá es el más grande! 
..
De repente, la multitud parecía a punto de estallar. Se oyó el llanto, lamentaciones:
- Aishá, ¿Estás partiendo así?
- ¿Estás llevando contigo la ofensa? 
- Ah, cariño, ¿no quieres despedirte de tu familia?
- No te ofendas, cariño, te queremos tanto.
- Quédate un poco más.
- Aishá, zhanym27, ¿es posible que te vas con rencor en el corazón?
- Despídete de nosotros como se debe. 
Todos gemían, suspiraban, abrazaban a Aishá. 

Finalmente, ella se liberó de los abrazos. - ¡Basta!... Muchachas, basta de llorar… Adiós… Perdonadme, si tengo culpa. – Ella secó las lágrimas, montó a caballo rojo, traido por el jinete. 
Las muchachas, los muchachos, niños, mujeres la acompañaban en tropel. Los vecinos adultos estaban mirando todo en silencio. Aishá ni siquiera miró a su madre, a su padre, a los parientes. 
- ¡Vámonos! – ordenó ella, batiendo con la kamchá, y su caballo la llevó a toda prisa como una flecha. El novio, los consuegros, la familia de la muchacha sólo abrieron las bocas de la sorpresa como si fuesen madereros cuya balsa fue apenas robada.
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27Zhanym – cariño

Pero pronto Shakir volvió en sí y saltó a la silla. Los demás siguieron su ejemplo. Los parientes, habiendo logrado a Aishá en la estepa, querían despedirse de ella, pero la muchacha al oír la trápala que se acercaba, ni siquiera volvió la cabeza y picó al caballo. El amblador rojo, el favorito de Shakir, se lanzó adelante y dejó a los acompañadores muy atrás. En su espalda, tenazmente como un halcón, estaba sentada la muchacha con cejas fruncidas. 

El cielo se despejó y el sol inundó la tierra con la luz. Los jinetes corrían al Oeste, donde vivían los karakesekos. 

Mientras tanto, de detrás del sepulcro en la orilla del río Osen salió un hombre a caballo rucio. Fue moreno y de cara ancha. Fue calzado de botas viejos y grandes, sobre un beshmet negro estropeado tenía un chekmén forrado con piel de camello. En la cabeza tenía un tymak rozado. En las manos tenía una kamchá con un mango blanco grande. De costado cuelga un soil28 pesado. El jinete fue protegido de las miradas de los acompañadores de Aishá con las hierbas altas, los tramos abiertos él cruzaba galopando. De esta manera, él adelantó a los jinetes y, encontrando un lugar cómodo, se desmontó, se inclinó, aguzó el oído teniendo fuertemente las riendas. 

Cuando los acompañadores de Aishá pasaron por delante de él, éste observó atentamente cada uno de ellos, después de que saltó en la silla y fue siguiendo sus huellas. Pasado el mediodía, cuando de detrás de otro sepulcro apareció otro jinete. Los costados de su caballo descarnado claro fueron sudados. El jinete alcanzó el minarete, cuando de un nicho en el muro salió volando una pareja de abubillas. El caballo se lanzó con temor, pero el jinete lo tranquilizó y, arrastrando el soil, se acercó al borde del precipicio. Allí se paró, apartó la oreja de piel de su tymak. Luego, tocó la grupa de su caballo con la kamchá y fue siguiendo las huellas dejadas poco tiempo atrás por el caballo rucio del jinete ancho de cara. 
 En el labio superior del jinete ligeramente se apuntaban bigotes. Delgado, rubio, de pómulos salientes, iba veloz y ligeramente como un cardo corredor apresurado por el viento. Cuando llegó a la cima de las colinas Ak-Tasa, el sol se trasladó ya al Oeste, detrás del bosque Shotana. El joven echó una mirada a la estepa plana bañada por el río Sary-Su, la valle Kara-Shalgy. Lejos, levantando una nube de polvo se movía una manada. Con su mirada aguda el joven distinguió en la parte posterior de la manada a un grupo de jinetes. 
Ahí están, - dijo él en voz alta y de inmediato se dio cuenta de un jinete solitario que ocultándose como un lobo estaba siguiendo a los jinetes. Una sonrisa de satisfacción tocó sus labios, y él se dirigió directamente a través de la estepa que se extendió ante él como un mantel. Él corría a todo correr, sin escatimar el caballo, y pronto alcanzó el borde de Kara-Shalgy. Dos pares de ojos y de orejas, los del jinete y los del caballo, intensamente miraban y escuchaban cada susurro. El caballo fácilmente, como gamuza, movía las piernas, amusgaba con cada sonido extraño, sus ojos brillaban del miedo.
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28Soil es un tipo de garrote

De repente, se estremeció e hizo un extraño. El jinete inesperado apenas no se cayó de la silla. Sin ruido, como un halcón que planea, se presentó ante él el mismo jinete en caballo rucio que él había visto desde lejos pero luego lo había perdido de vista. 
- ¿Te asustaste?, Alkey, - bromeó el jinete en caballo rucio.
- Un poco, Abil, - rió el joven. – Yo tenía prisa y no me he dado cuenta de haberte adelantado. Como se sabe, el caballo tiene ojos y orejas por delante, entonces, nos has sorprendido. 
- ¿Son ellos? – indicó Abil la mancha negra que se movía y se veía poco en los crepúsculos que estaban llegando. 
- Sí, son ellos, están dirigiéndose a Aydeké, pero, a lo mejor, pasarán la noche en el aúl de Syzdyk, en la casa del bei Bimendé. Bueno, nosotros también tenemos que apresurarnos, en otro caso, los perderemos de vista, la noche está llegando, - dijo Alkey. 
- Tienes razón, no evitarán a los parientes tanto ricos, - puso de acuerdo Alkey. Su caballo relinchó, y el jinete tiró las riendas. El caballo rucio de Abil sólo amusgó con desaprobación a la llamada de la yegua. 

Llegó la noche. Los acompañadores de Aishá, en efecto, decidieron pernoctar en el aúl de Syzdyk. Se dividieron en dos grupos, Korzhenbay alojó al novio y a sus amigos en la casa de Bimendé, y a las mujeres y a los consuegros, que viajaban para obtener el rescate, en la casa de Muserelé. 

Syzdyk, cuyo nombre tenía el aúl, fue el padre de Bimendé. Muserelé, fue una persona muy tranquila, de ingresos medios, fue sobrino de Syzdyk. Syzdyk se casó con su madre después de la muerte de su hermano, el padre de Muserelé. 
El bai Bimendé tenía dos yurtas, en cada yurta vivía una mujer. Las yurtas estaban estrechamente juntas, casi tocándose. La yurta grande pertenecía a la mujer mayor, aquella menor, a la mujer menor. Además en la yurta pequeña se conservaban pellejos curtidos, productos, mercancías para el cambio y venta. 
Shakir y sus compañeros estaban bien en la yurta de la mujer mayor de Bimendé, como si estuviesen en su propia casa, y se sentían contentos, como personas cuyos caballos habían ganado competiciones. 
Bimendé era un anfitrión fuerte. Detrás de sus yurtas estaban carros, segadoras. Masticando la rumia resoplaban vacas, hormiguearon ovejas, terneros, se arpiñaban camellos. 

Los caballos de los huéspedes fueron atacados cerca de la yurta pequeña. Allí mismo bullían samovares, aparecían y desaparecían figuras femeniles.
Parecía que el bei Bimendé se hinchó de la arrogancia, que su yurta era demasiado estrecha para sus pensamientos de su propia grandeza. En efecto, sin salir de la casa, sólo habiendo movido con su meñique, arregló matrimonio de Shakir con una joven guapa. Para él, un maestro de arreglar sus asuntos con engaños más crueles, fue agradable ver una confirmación visual de su importancia.
Radiante como un charco que refleja los rayos del sol, él se dirigió a la mujer mayor:
- Ordina degollar uno de los carneros más gruesos. ¿Ves, que pájaro ha cazado nuestro pariente?
-  Para un hombre bueno no escatimamos nada, - manteniendo el tono del marido respondió la mujer, pero no se detuvo de una réplica sarcástica: - Tengo miedo de maleficiar… ¿Por qué no ha elegido una novia de nuestras muchachas? ¿Acaso no tenemos guapas dignas a un águila como él? 
- No charla, mujer, si no entiendes nada. ¡No quiero sentir tales cosas otra vez! – la interrumpió Bimendé irritado. 
La mujer se fue riendo. Ella pasó por la yurta de tokal (la mujer menor), ordenó prepararse para el troceo de la res, luego eligió un cordero conveniente y volvió a su yurta. Después de ella entró Korzhenbay. 
- Pasa, siéntate en el lugar de honor, - dijo sonriendo Shakir. 
- Eh, sí, veo que el éxito en la caza del zorro rojo os ha hecho amigos, - dijo Bimendé de un modo bondadoso. 
- El galgo ha meritado una recompensa por esta presa, el perro está esperando obsequios,- insultó bromando Korzhenbay sentándose. 
La bokal (la mujer mayor) asistida por una mujer trajo un grande samovar, que bullía, y empezó a hacer el té. 
- Toma <el ciento nueve> o <belokhvostka>. Y la más fresca crema de la desnatadora, - le ordenó Bimendé. 
- No te preocupes, el mejor té os lo serviremos, - lo tranquilizó la mujer. 
- Un té cargado con crema es la mejor bebida para la gente que acompaña a una muchacha perfecta, - pronunció Bimendé con aire de importancia, y los huéspedes empezaron a cabecear, a moverse, a gemir expresando de tal manera su placer. 
En la yurta tímidamente entró un pequeño hombre con una rala barba enmarañada, con vestido desgastado. Él vaciló, se detuvo en la entrada y se inclinó:
- Buenos días, Bimendé. Salam (Buenos días), Shakir. Mis felicitaciones. 
- Gracias si no estás bromando. ¿Cómo estás? – preguntó Shakir.
- Discretamente, - respondió el hombre confusamente. 
- Estoy contento de verte, Konyrbay. ¿Cantarás esta tarde en honor de Shakir? ¿Has oído que él está para casarse con una guapa? – le dijo Bimendé.
- Sí, cierto, - respondió Konyrbay. – La vez pasada canté a Shakir, le cantaré y hoy día. Yo quería venir antes, pero mi hijo está enfermo, no me dejaba de salir todo el día. Ahora he escapado usando de astucias. Porque yo quería tanto ver a Shakir y a vosotros todos.
La mujer mayor puso un mantel abigarrado ante los huéspedes, puso baursakes (empanadillas), azúcar. La tokal puso el té en tacitas de porcelana. 
- Konyrbay, ¿por qué no te casas? No es fácil hacer una vida de solitario teniendo hijos. Dicen que tú mismo ordeñas la vaca, - se dirigió a él la mujer mayor de Bimendé que estaba ocupándose del samovar.
- Oh, Zhumabiké, ¿piensas que el matrimonio es una futilidad? ¿Quién se casará conmigo? – respondió Konyrbay. 
- ¡Eh, desgraciado!.. ¿por qué no? Mira a Shakir: no ha pasado todavía un mes después de la muerte de su mujer, y él ya está casándose. O, por ejemplo, Bimendé: no he muerto todavía, pero él se ha casado la segunda vez, - reprochó ella a su marido. Konyrbay, Shakir y Bimendé rompieron en carcajadas. 
- Ah, 5Kumabiqué, no hay comparación. Yo no soy pareja al estimado Bimendé. Y ¿quién casará a su hija con un pobre hombre? Yo no tengo dinero para comprarme a una mujer, - se lamentó Konyrbay. 
- ¡Quién lo sabe! Todo en la vida se arregla de tal o cual manera si tienes ganas, - le replicó la mujer. 
- Ven por aquí, - le propuso a Konyrbay Akash, uno de los acompañadores de Shakir. 
- No, gracias, comed vosotros mismos. Yo he venido sin nada, - se confundió Konyrbay. 
- Ven, ven, - lo invitó Bimendé, y él finalmente se atrevió a acercarse al dastarkhán29.
- Entonces, no necesitas a una mujer, de otra manera habrías encontrado dinero para pagar, - le dijo con cinismo Korzhenbay llenando el platito con densa infusión de “belokhvostka”, - el año pasado, cuando estuviste al pastadero, tenías una manada grande, lo recuerdo… 
- Lo recuerdo yo también. No tengo más esta manada, - respondió Konyrbay torpemente tomando un pequeño baursak. 
- Si confiesas, cuanto ganado tienes en realdad, te buscaré a una buena mujer para ti, - continuaba bromando Korzhenbay. 
- ¡Oh, baygús! ¡Dicho esto, yo lo diga! Él te la encontrará en efecto. Nuestro Korzhenbay es un vero casamentero, - sonrió Zhumabiqué y partió un pedazo de azúcar. Todos nuevamente rieron a carcajadas. 
- Y, de hecho, tienes que informar a Korzhenbayu, si quieres manejar tu negocio, - dijo Bimendé. 
- De acuerdo, contad: dos vacas con terneros – uno, diez ovejas con corderos – dos, un caballo, un camello y un ternero de un año. Esto es todo mi ganado, y en la yurta están tres niños que tienen hambre…
- ¡Oh oh! ¿Y dónde está el resto de la manada? Cuando tu mujer era viva, tenías más ganado, ¿no es así? – preguntó sospechosamente Korzhenbay. 
- ¿Dónde está? – preguntas… Parcialmente ya están comidos, parcialmente se murieron, parcialmente se perdieron… Unos días atrás ladrones hurtaron mi última buena yegua. El invierno pasado Abdrakhmán, canalla, pidió mi camello, dijo que le servía para conducir cargas de la fábrica a la estación, prometía pagarme. Y no me ha devolvió el camello, ni siquiera vi el dinero, además del anticipo. Pero el anticipo era muy pequeño. 
- ¿Cómo es posible? – se sorprendieron los presentes. 
- Es así. Yo digo: ¿Dónde está el camello? Él me dice: Tu camello fue arrestado por el comisario y entregado a los soldados. 
- ¿A qué soldados? 
- A los mismos soldados, reclutados en los aúles para guerrear con los alemanes. Abdrakhmán dice: Estoy volviendo de la ciudad y a mi encuentro está marchando una tropa entera. Cuando se acercaron, los comisarios y los guardias me ordenaron desmontarme pero yo no obedecí, y ellos me pegaron y arrestaron tu camello con todos los arneses. Se sentaron, - dice, - en el trineo y se fueron. 
- Entonces, ¿ellos llevaron consigo sólo tu camello? ¿No tocaron los de otras personas? – preguntó Shakir.
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29Dastarkhán es el lugar donde se come.

- Sí, él me dijo así…
- ¿Y no le dieron ningún documento?
- Dice que no le dieron nada.
- ¿Y no te pagó nada?
- Muy poco, come he dicho, un anticipo. ¡Maldito sea él con su anticipo! – exclamó Konyrbay.
- Pero esto es algún tipo de milagro, dijo Korzhenbay a Bimendé y Shakir. 
- ¿Por qué no pides a nuestro Bimendé que él cobre en tu favor de Abdrakhmán el coste del camello? – preguntó Akash. 
- Yo pedí, pero nuestro estimado Bimendé es una persona muy ocupada, - Konyrbay se inclinó con adulación tratando de no mirar al bai. Bimendé se pavoneó nuevamente. 
- Sólo un tonto puede hacer para concebir algo con Abdrakhmán, - dijo él. – A tal chacal no se puede dar ni siquiera la grasa de camello, tanto menos el mismo camello. Aunque ... tal vez él no esté mintiendo. El invierno pasado, realmente una gran cantidad de personas fue reclutada de las ciudades y aúles, muchos de ellos ganduleaban por los caminos. Cuando el invierno pasado estábamos regresando de la ciudad con los carros, yo mismo tuve que ir delante de todos hasta que hubiésemos pasado los pueblos a orillas del río Nura. Y todo el camino nos aburrían soldados. Siempre estaban pidiendo una cosa tras otra… Si hablas con ellos de una manera amigable, no te van a tocar. Estoy haciendo memoria, encontramos al hijo de aquel ruso con bigotes blancos de Zhylanda, todo andrajoso, y toda una banda con él de personajes semejantes. Me reconoció, me estrechó la mano y dijo con aire quejoso: <Vamos a la guerra… No se sabe, si volveremos de los alemanes o moriremos…> Saqué del bolsillo cinco rublos, tenlos, le dije. Se los tomó. Y no me tocó.
- Estos días su hermano también ha sido reclutado, - dijo Korzhenbay.
- Es difícil, supongo, estar en una tierra extraña - dijo Akash.
- Claro que es difícil. También son creaturas humanas. Los alemanes degollan a todos come ovejas,- dijo Korzhenbay. - ¿Qué cosa dices tú? – preguntó a Shakir.
- Según mi opinión: que degollen a estos infieles. Querían nuestra tierra, nuestra agua y nuestro ganado, azuzaban a los policías para blandir un kamchá sobre nuestras cabezas, ahora Alá los está castigando. ¿Tengo razón, Konyrbay? – se acaloró Shakir. 
- Quizás, pero nuestros hermanos mueren allí también. Los alemanes no tienen piedad de ninguno. Los alemanes vuelan en el cielo, lanzan misiles de fuego desde arriba. No es la culpa del ruso, es la culpa del comisario, es él que llevó consigo mi camello, - de repente se atrevió Konyrbay. 
- Bueno, callaos aquí sobre el comisario y el policía, - los detuvo Bimendé. Surgió un silencio incómodo. Zhumabiqué pasó a la yurta pequeña, donde ya estaban despellejando una res, la tokal estaba lavando los platos. 
- Bueno, Konyrbay, no te llores, - trataré de ayudarte, - dio una palmada a su rodilla Bimendé. – ahora cántanos en honor de Shakir y su novia, - ordenó él echándose atrás a las almohadas. 
- No sé, no estoy en voz hoy, - comenzó a poner excusas Konyrbay.
- Canta, canta, no te enterques, - lo reprochó Korzhenbay.
- No me enterco, Bueno. ¿Qué cosa queréis que yo cante? ¿Quizás una canción breve? Por ejemplo, esta, - dijo Konyrbay y empezó a cantar:


Nuestra vida es oscura como una noche.
Y es estrecha como un calabozo.
Se no riñéramos, sería deleitosa. 
Ha llegado un momento dificultoso, 
Todos necesitan la tierra, el agua.
Los deseos en el corazón no se caben. 
No es posible agotar la pena hasta el fondo. 

- Perdonadme, hoy día no estoy en voz, - dijo Konyrbay tristemente aclarándose la voz. Si queréis, os voy a recitar poesías… Y sin esperar la respuesta, empezó a declamar: 

Kazajo, eres ciego por tu ignorancia.
Eres un hazmerreír para las tribus cultas.
No piensas en el futuro de las estepas,
Tu descuido te trae sólo la pena y el llanto.
Kazajo, ¿por qué eses tan indolente?
¿Estás cansado de tu vida nómada?
¿O corres como una liebre cobarde del comisario?
Compatriotas, ¿por qué sois cobardes?
¿No os atrevéis a recobrar lo que
Llevó consigo vuestro único hermano?
¿Quién podrá hacernos entrar en razón?
¿Quién podrá mirar al enemigo sin miedo?
¿Quién sacrificará la vida para su querido pueblo?
¿Dónde está este héroe? ¿Cuándo llegará?
Nadie quiere oír palabras de los pobres,
Sólo el bai grita aunque es boquituerto. 

 Konyrbay terminó su recitación con un largo suspiro, terminó y se encogió de nuevo, evitando mirar a los ojos de Bimendé. Pero el bai fue imperturbable. Parecía que no le podía pasar por la cabeza que las últimas palabras de Konyrbay tenían alguna relación con él. 
- ¡Eres un verdadero poeta! – exclamó Korzhenbay. 
- Buenas palabras, exactas palabras, - notó Akash, - por ejemplo, miremos nuestra familia: dimos a los emigrantes los mejores prados a orillas de Kura, los mejores terrenos. El comisario nos echó desde allá por fuerza. Pues sabéis todos que mi padre tenía que trasladarse por fuerza a karakesek, la tierra de mi madre. 
- Vale, basta de quejidos, lo interrumpió Bimendé y se dirigió con aire de importancia a Konyrbay: 
- En efecto, eres un poeta. Dime, ¿tú mismo haces estas canciones?
-  No, no soy yo, - murmuró Konyrbay, todavía evitando sus ojos, - Canto lo que encuentro en los libros. 
- Entonces, ¿sabes leer? ¿Por qué ocultas tus conocimientos? ¡Tales personas, como tú, deben enseñar a los niños! – exclamó Korzhenbay. 
- ¿Qué tipo de enseñante soy? –Konyrbay hizo un gesto con una mano. – Yo sólo entiendo un poco en túrquico. Leo lo que encuentro y si me gusta, aprendo de memoria. Me gustan poesías desde la infancia… 

De repente en la yurta entró un niño en pantalones desgarrados. 
- ¿De quién es este chico? ¿No es tu hijo, Konyrbay?
Konyrbay acarició la cabeza del niño.
- ¿Qué cosa ha sucedido? – preguntó él.
- Utesh está llorando… Te está llamando, - susurró el niño avergonzado.
- ¿Dices que está llorando? Bueno, entonces vayamos a casa, - se levantó Konyrbay.
- Pasa por mi casa. Estos días voy a ir a la ciudad y, a lo mejor, tramitaré para ti, - le dijo a espaldas Bimendé. 
- Gracias, sí. Paz sea en esta caza. Felicitaciones, Shakir, - dijo Konyrbay despidiéndose. 

Bimendé, Shakir y Korzhenbay volvieron a sus charlas. Akash que tenía que cuidarse de los caballos salió después de Konyrbay. Los caballos fueron atados fuertemente, y Akash, acompañado por un niño se dirigió a la yurta de Muserelé, donde se encontraba Aishá. Después de haber charlado un poco con su hermano kanali, lo invitó a la casa de Bimendé. Shakir y Korzhenbay estaban sentados cerca de la yurta hablando en voz baja. En el silencio se oía bien el respiro de vacas y terneros. Muy en breve Korzhenbay entró en la yurta, donde se cruzó unas palabras con Bimendé. Luego salieron juntos pero Bimendé en seguida entró en la yurta de la tokal haciendo señales a los jinetes de seguirlo. En la yurta pequeña a un lado de la entrada se encontraba la desnatadora, a otro, algunos sacos con las mercancías, pieles curtidas. En el fondo se podía ver algunos cofres uno sobre otro. En el centro, encima del hogar fue colgado un perol. El olor de la leche, crema, piel seca, carne seca se sentía en la yurta. Bimendé abrió uno de los cofres y comenzó a sacar todo tipo de cortes de tela. 
 
- Esto es satén por cuarenta kopeikas. Este bulto es de dos grivnas por un arshín… La seda por un rublo veinte kopeikas… Bekasp por seis grivnas. Metketón por treinta kopeikas. Cretona de dos grivnas por un arshín. Hay elástico, paño, terciopelo. En una palabra, todo lo que tu corazón desea, - dijo a Shakir. 
- Antes tú eliges lo que consideras necesario, luego yo, - dijo Shakir a kanali. Bimendé tomó un arshín de madera. La tela comenzó a crepitar. Claro que todas estas compras fueron destinadas para Aishá.

Fue acompañada a los karakesekes por cinco personas, incluida su madre. Dos acompañadores, Kanali y Aidar , fueron sus hermanos, otros dos eran Tinzhén y Serik, ellos también fueron parientes de Kadyr. Tinzhén fue el hermano mayor de Rapysh, Serik fue el hermano menor de Raquia, la mujer de Zhanali. Los acompañadores se sentaron cómodamente en la yurta hollinada grande de Muserelé y guardaban el silencio, tratando de parecer muy importantes. La hija de Muserelé, la coetánea de Aishá, estaba sentada frente a la novia sentada a la derecha en la cama de la nuera. La nuera de Muserelé estaba ocupada por la preparación del té. El anfitrión estaba sentado al hogar acariciando su barba. Su mujer anciana salía y venía a la yurta controlando como su nuera estaba preparando el té. Luego ella se dirigió al redil y, después de haber examinado las ovejas y vacas, empezó a cuchichear con su hijo. El hijo, después de oírla, entró en la yurta. 
- Aké (padre), ¿puede salir para un momento? 
- Claro, - Muserelé se levantó con el aire de importancia.
- ¿Qué obsequio haremos para los huéspedes? – lo preguntó la mujer en voz baja. 
- No lo sé. Es tu problema, - respondió él. 
- ¿Tal vez degollemos uno de los dos cabritos grises?
- ¿Es conveniente?.. Los rumores siguen a los huéspedes. Ellos acompañan a la novia del hijo de Boranbay. Si Boranbay sabe que nuestro obsequio era un cabrito, tendremos vergüenza… Degollad un cordero para un evento así importante, - decidió Muserelé. 
- Un cordero de la oveja desorejada joven, ¿es así? - preguntó la mujer.
- No, mejor de la vieja. Sin el cordero, quizás, engorde para el invierno, - replicó el hijo de Muserelé. 
- Tienes razón, uno de la vieja. Daos prisa, - ordenó el anfitrión y, después de volver a la yurta dijo a la nuera: Zhanym (querida), encienda el hogar mejor, pon más leña. ¿Dónde está el té? ¿Acaso no ves que la gente esté cansada después del camino? Y tú, Ainash, - se volvió a la hija, - ve a la madre para ayudarla, pronto se hará de noche. 

Los huéspedes entendieron que el anfitrión iba a obsequiarles con la carne, y algunos de ellos perdieron su importancia falsa. Tinzhan, flaco y barbilampiño, de la familia karakesek que desempeñaba el papel de un representante honorable de Boranbay, chasqueó la lengua y tragó saliva de tapadillo. Sirvieron el té. Muserelé se acercó al hogar. Ainash encendió la lámpara. Baibishé y el hijo de Muserelé trajeron en la yurta un cordero que soportaba. Los acompañaba un perro de pecho blanco. Estaba coleando, miraba alternativamente el cordero y el anfitrión, se relamía la boca. 
- Ah, ¿habéis traído el animal? Haced la oración y tú, Tursún, - se dirigió Muserelé al hijo, vas a degollar al cordero… ¡Fuera! – gritó al perro. Este, metiendo el rabo entre las piernas, se fue pero no muy lejos. Se detuvo al umbral y estaba esperando un momento oportuno para entrar en la yurta de nuevo. 

Nubes grises y pesadas cubrieron el cielo. La oscuridad tragó el río Sary-sú, la estepa con hierbas altas, las montañas, las colinas. Sólo fueguecillos de los aúles cercanos refulgían en la oscuridad completa. A veces se oían fragmentos de risa y palabras separadas de los habitantes del aúl. 

En el aúl de Syzdyk, que contaba con ocho yurtas, reinaba una animación. Todas las yurtas fueron iluminadas. En todas partes había gente. Se oían voces de los anfitriones y de los huéspedes. Los caballos de los acompañadores de Aishá estaban atacados detrás de la yurta de Muserelé. Los caballos de Shakir estaban cerca de la yurta de Bimendé. 

Los hogares ardían vivamente. Los perros se agitaban a sentir el olor de la sangre reciente. Se oyó el estertor del cordero y el perro con pecho blanco corrió a todo correr a la yurta de Muserelé. 

Un perol con la sangre calda fue puesto al umbral, y el perro blanco de pecho chapuzó su hocico en él. Se oyó su chapotear. Un perrito rojo también se acercó y quería chapuzarse en el perol también, pero el perro de pecho blanco comenzó a gruñir con amenaza. El perrito metió rabo entre las piernas, lamió el bordo del perol y clavó sus ojos con aire de resignación al dueño de la situación. Los seños así evidentes de la obediencia tranquilizaron al perro, y él dejó de hacer caso del perrito, dedicándose completamente a su pasatiempo favorito, hartándose con prisa con la comida buena. 

Bajo el amparo de la oscuridad dos jinetes con soiles se acercaron con precaución al aúl. Las faldas de sus chapanes fueron recogidas, las orejas de tymakes fueron apartados. Sus caballos se movían sin ruido, como gatos. Los jinetes estaban mirando atentamente en la oscuridad hasta el dolor de los ojos. 
- Atención, el bridón puede tintinear, - susurró Abil que estaba un poco por delante de su compañero.
Antes de venir, ellos por mucho tiempo habían observado el aúl. Se movían con precaución, tratando de estar detrás de las yurtas. De repente un perro ladró en voz alta. Los caballos se pararon inmóviles. Los jinetes aguzaron el oído. 
- No están aquí… Parece no es el aúl de Syzdyk. No hay caballos, ni huéspedes, - susurró el joven rubio. El ladrido de los perros cesó. 
- Sí, hemos ido a la izquierda, - respondió Abil. 
Ellos dirigieron los caballos para atravesar el barranco. En una yurta grande que estaba en la pendiente, se vio un fueguecillo, se oyeron voces. Cerca de la yurta grande, como si fuese abrazada por ésta, estaba una yurta pequeña, pero allí no había luz. 
El rubio Alkey se volvió al amigo: 
- Ves, hay una sombra cerca de la yurta grande. Pienso que es un caballo atacado. 
- Acerquémonos, - respondió.
Pasaron por el fondo del barranco y lograron un pradito con hierbas segadas. De repente la yegua gris se estremeció. El caballo de Abil hizo un paso y también paró. El corazón del jinete ancho de cara dejó de latir. El tocó ligeramente el caballo pero éste se quedó inmóvil, estaba como un gato cazando, o como un ratón en peligro. Alkey trataba de ver por lo menos algo. Su mirada aguda, parecía, barrenaba la oscuridad. 
- Oh, el caballo vio a alguien, - dijo Abil. 
- Parece, no hay huéspedes en este aúl tampoco. El caballo está a kermé. ¿De quién es? ¿cómo piensas? Me parece que de Musá, el hijo de Isabék ata el caballo así. Quizás esto sea su aúl…
- Yo quisiera saber ¿qué cosa ve mi caballo? Está mirando estos barrancos. ¿Está alguien allí? ¿Vamos a ver?, - propuso Abil. En este momento a cincuenta metros surgió y en seguida desapareció una sombra de jinete vestido de abrigo largo. En el miso momento otra sombra, según la silueta femenil, apretándose a la tierra se lanzó a la estepa. Los caballos hicieron un extraño y se lanzaron a correr. Los perros empezaron a ladrar, echándose a correr detrás de ellos, pero los jinetes desaparecieron en la oscuridad de la noche. La gente salió de las yurtas y gritando empezó a alentar a los perros. La nuera de Musá, sofocada, relataba con prisa al cuñado sobre su encuentro con dos jinetes: 
- Oh, he ido a hacer mis necesidades por allí y veo: están yendo dos personas. Apenas me han visto, se fueron a toda prisa. Y los perros están ladrando…

No dijo nada de la sombra que se había ocultado en el barranco por una razón conocida sólo a ella. Su cuñado, un jinete joven, se quedó de una pieza. 
- Oh. ¿se fueron de prisa, dices? Son ladrones. Exactamente, son ladrones. ¿Por qué has tardado? ¿Por qué no has gritado? 
Sin esperar la respuesta, corrió a todo correr a la yurta y se encontró cara a cara con Musá. Éste, cojeando, se acercó a la nuera. 
- ¿Qué cosa está sucediendo? ¿Cuántos eran? ¿Dónde se han dirigido? El aúl se agitó. Se oyeron gritos: ¡Ladrones, ladrones! Los movimientos de Musá empezaron a ser apresurados, la voz temblaba y, parecía, su cojera era más evidente. 
- Hay que informar los aúles… Oteia, Asautay, id a avisar a Umbet. Beysembay, Akkuba, id a Uskander. Zhumagul, Sat, id a Bemendé. Hoy su aúl recibe huéspedes, hay muchos caballos. Acercaos con precaución a la manada de jinetes. ¡Atención a todos! – ordenaba él. Luego, una vez más preguntó la nuera sobre lo que había visto. La mujer astuta repitió sin titubear:
- He tomado el cántaro y he ido para mis necesidades, De repente, veo: en el barranco están dos jinetes, están mirando nuestro caballo. Es decir, no en seguida he entendido que eran jinetes, pensaba que eran caballos perdidos de nuestra manada. Cuando me he acercado, veo a dos jinetes. Ellos también me han visto se han asustado y se fueron. Entonces yo he entendido que no eran personas buenas, pero antes no lo entendí, por eso no grité. 
- Oh, ¡alabado sea Alá! Gracias a Kantbalá no han robado los caballos. No tenemos guardia para la manada, - empezó a lamentarse Musá. 
La primera confusión ya pasó, y la gente empezó a bromear. Mientras tanto los seis aúles fueron avisados ya, y los vecinos empezaron a tomar medidas urgentes para la guardia de todo lo que tenían. Los que tenían sus caballos pastando en manadas, estaban mandando por allí a los jinetes. Con Zhumagul y Sat en el aúl de Syzdyk llegaron dos jinetes. Uno de ellos fue el hijo de Bimendé, el otro fue un vecino del bai. Saludaron a Musá y a la gente reunida con él. 
- Estimado Musá, el padre pregunta, si hay que mandar a otros jinetes? Dice, hay que mandar a cada manada por una persona de cada aúl. El padre propone de mandar más personas, - dijo el hijo de Bimendé. 
- Tiene razón. ¡Perfecto! Estoy de acuerdo. Un momento, esperad. Zhumagul, Utén, buscad caballos para vosotros, si no hay caballos, montad camellos e id a la manada. Los demás, quedaos a guardar el aúl, - ordenó Musá y añadió: - Si no hay caballos en cantidad suficiente, montad por dos a un caballo e id a la monada. Yo iré a Bimendé. Chicos, traedme mi lanza. 
Su caballo estaba moviendo las piernas, bufando, rompiendo rienda.
- Oh, el caballo entiende que está para correr. ¡Oh, Alá! ¿Dónde está mi silla de montar? ¡Ensillad, por favor! Lanza… ¿Dónde está mi lanza? – se agitaba Musá. La carne del cordero apenas degollado hacía gluglú en el perol. Aishá se levantó para salir acompañada de la hija de Muserelé. La nuera, ocupada cerca del hogar, e reunió a ellas. 
- Luceros míos, tened cuidado, mirad a menudo por los lados, la noche es muy oscura. ¿Cómo están los caballos de nuestros huéspedes? Decid a la guardia de no dormir, - ordenaba Muserelé a la hija y la nuera, mientras su mirada fue fijada en Aishá. Vestida de pantalones, chapán, un gorro de piel de zorro, ella parecía un joven jinete, y sólo al mirarla mejor se podía entender que era una muchacha encantadora. <!Qué tipo de muchacha es! > pensó Muserelé con admiración. 
Después de la luz la oscuridad parecía impenetrable a las mujeres. 
- Oscuridad. No se puede ver nada, dijo la hija de Muserelé. 
-  No se ve ni gota. Atención, no tropecéis. Tengo miedo por la oscuridad, - dijo la nuera. 
- El miedo no nos ayuda. La vida de cada uno que no puede vivir autónomamente es oscura. No tengáis miedo de la oscuridad, nuestros ojos se acostumbrarán pronto, - dijo Aishá, y andando con precaución empezó a doblar la yurta. 
En su acercamiento Serik, que estaba de guardia a los caballos, se levantó. 
¿Qué tal, Serik? – preguntó Aishá.
La pregunta inesperada de la muchacha que no había abierto la boca durante todo el camino asombró al jinete. 
- Yo… estoy de guardia… ¿Queréis ayudarme? – bromó él.
- ¿Estás cansado? – intervino la nuera.
- Es la segunda noche sin dormir. Sólo para pocos minutos puedo echar un sueño, - confesó Serik. 
- Eres un buen guardia si desde la sera estás soñando con la cama, - lo impacientó la nuera. 
- ¿Quién es capaz de robar caballos en un aúl tan poblado? Que duerma cuanto quiere, - sonrió Aishá. 
Las mujeres riendo se dirigieron a los matorrales de salvia hispánica. 
Gritad más alto para asustar al ladrón o al lobo, - dijo Aishá a las compañeras. 
- Pruebo yo, - propuso la hija de Muserelé. 
Aishá y la nuera se rieron y se unieron al grito de la muchacha. 
El hermano de Aishá, Aidar, salió de la yurta y empezó a hablar con Serik. A veces ellos miraban de donde se oían las voces de las mujeres, pero no podían ver nada, a pesar de lo que de los matorrales se oía la risa, los gritos, el tintineo de cántaros. La voz de Aishá que relataba algo a la hija y nuera de Muserelé tintineaba como un arroyo que rompía una corteza de hielo. Aidar, fingiendo que estaba examinado los caballos, unas veces gritó: 
- Ait… Eh… Ushut… 
- Después de que de nuevo volvió a la yurta.
La noche fue silenciosa. Sólo retazos de conversaciones y el balido de las ovejas se sentían de los aúles vecinos. De repente pareció a las mujeres que alguien, ocultado en la oscuridad, se acercó a ellas: el arbusto de salvia hispánica se movió.
- Me parece que alguien está aquí, - dijo la nuera indicando al arbusto. 
- ¿Quién podría estar aquí? – replicó tranquilamente Aishá. La salvia hispánica se movió nuevamente.
- Oh, realmente aquí está alguien. ¿Será el ladrón? Vayamos de prisa a casa, diremos todo a nuestros, - se agitó la hija de Muserelé. 
-  ¡Déjalo! El ladrón necesita el ganado, las muchachas y jóvenes mujeres interesan sólo a jinetes. Verás, de los arbustos saldrá alguien que tenga ganas de charlar contigo, - la tranquilizó Aishá y se dirigió al arbusto moviente: 
-  ¡Bienvenido! Muéstrese, por favor. Aquí no hay nadie además de dos muchachas y una joven nuera. 
De repente detrás del arbusto de salvia hispánica se oyó una voz baja:
- Por favor, no tengáis miedo de mí…
- ¡Un hombre! – exclamó la hija de Muserelé.
- ¡Un hombre! – repitió como un eco la nuera. 
- No hagáis ruido, tengo que decir algo, - dijo la misma voz. Del arbusto se asomó un alto jinete rubio. – Buenas tardes…
- Buenas tardes, - respondieron las muchachas y la nuera perpleja. 
- Aishá, perdóname… tengo che hablar contigo. Que tus compañeras te esperen un minuto, - dijo el jinete. Aishá dijo:
- Por favor, estad aquí un minuto. Yo hablaré con este hombre. 
- De acuerdo, - balbucearon confusamente la nuera y la hija de Muserelé. 
El jinete y Aishá se ocultaron en el arbusto, pero Aishá volvió pronto. 
- Yo tengo que devolverle una cosa. Él ha venido especialmente para esto de nuestro aúl. Vayamos a casa, buscaré lo que él pide, pero no digáis a nadie de nuestro encuentro, - dijo ella. 
A la nuera y a la muchacha parecía que ellas entendían de que cosa se trataba. 
- ¿Para qué y a quién relatar? ¿Para qué charlar demasiado? – dijeron en coro. 
- Vayamos, - ordenó Aishá. He metido un paquete debajo de la almohada donde yo estaba sentada. Allí envueltos en un trapo están unos anillos con piedras, y en el saquito, en otro trapo, hay una pulsera y unas monedas. Yo prometí estas cosas a este jinete. Id, buscadlos y traedlos por aquí. Para mí no es conveniente ir por aquí y por allí tantas veces. Vosotras estáis en casa, podéis hacer todo sin notaros. 
- ¿Quieres que nosotras nos rasquemos en ti saquito? Dices: dos paquetes, ¿uno en el saquito, el otro debajo de la almohada? – preguntó la nuera. 
- Sí…
- ¿Dónde has metido el paquete, sobre el suelo o entre las mantas? – continuaba preguntando la nuera. 
- Si no me equivoco, entre las mantas… Si allí no está, buscadlo en el suelo. En cualquier caso, hablad a mi madre, ella sabe. 
- Haremos sin nadie, - declaró con seguridad la hija de Muserelé. 
Se acercaron en tres a Serik. 
- ¿Dónde estáis paseando tanto tiempo? 
- ¿Tanto tiempo? Nos parece, poco. 
Serik sonrió y, sin saber qué cosa responder, sólo tosió con aire significativo. 
- Yo me quedo por aquí, y vosotros id, - se dirigió Aishá a las compañeras. Si os preguntan de mí, decid que estoy con el guardia de los caballos y vuelvo en seguida. Id y no volváis sin nada. 
- Bueno, bueno. 
La nuera y la muchacha entraron en la yurta. 
Aishá se volvió a Serik:
- Serik, yo he escondido una cosa en el caparazón… Yo tenía que darla a Raquía, pero me lo he olvidado y la he traído conmigo. Yo quisiera dártela a ti con esta ocasión. ¿Puedes traer mi caballo por aquí? – dijo ella con prisa. 
- ¡Qué cosa es? - preguntó Serík. 
- Trae el caballo, vedrás. 
Serik se acercó a kermá, desató velozmente el caballo y lo trajo a Aishá. En la yurta oyeron el trote del caballo y alguien gritó:
- ¿Qué cosa esta sucediendo, Serik?
- Estoy aquí. Estoy atando mejor el caballo. Respondió el jinete. Aishá empezó la búsqueda en las tablas de la manta. 
- ¡No hay! Entonces hay que buscar en el saquito. Ve de prisa, busca mi saquito para traérmelo aquí, está envuelto en un trapo blanco. Yo misma voy a atar el caballo. Ve de prisa para volver antes de las mujeres, - empezó a apresurar a Serik, recibiendo de sus manos la rienda. 
Los ojos de Aishá brillaron con excitación, pero Serik no prestó atención a esto y se apresuró a la yurta. 
Cando él desapareció detrás de la cortina, Aishá, desató el cinturón, apretó con él su chapán y montó al caballo rojo. 
- Llévame contigo, mi Tulpar30, - susurró ella tirando la rienda. 

En los aúles, como antes, reinaba el silencio, pero dos jinetes con soiles listos, ocultados en los arbustos de salvia hispánica, estaban para luchar: los chekmenes, chapanes con cinturones estrechos, los tymakes en las cabezas, los cordoncitos atados bien bajo los mentones. 
El primero que sintió el acercamiento de la muchacha fue el caballo de Abil. La yegua debajo del jinete rubio se puso alerta también. Pasó la silueta de la muchacha galopante. 
Abil acarició el caballo tranquilizándolo y dijo al amigo: 
- Oye cómo está batiendo su corazón. 
De repente el caballo se estremeció nuevamente y volvió a la derecha. Los jinetes se quedaron sin pulso: de la oscuridad a ellos se acercaron cuatro jinetes. 
- Allí está Aishá, aquí están perseguidores. Nos han seguido, es tarde ocultarse. Salga lo que salga, yo lucharé. Sigue a Aishá. Si no es ella, ve directamente a la yurta. Ahora se armará la gorda y en este alboroto la llevarás, - ordenó Abil. Mientras tanto, los cuatro jinetes, rompiendo el silencio nocturno, se acercaron a los jinetes. 
Aquellos aceleraron los caballos y levantaron los soiles. 
Los perros de todos los aúles empezaron a ladrar. De todas las partes se oían voces agotadas y el trote de caballos. 
- Pega, pincha, enemigos, todos a caballo, - gritaban los jinetes atacando los arbustos de salvia hispánica. Ellos manejaban las armas acercándose más y más a Abil. Dos soiles lo tocaron, pero él se ingenió y en un golpe hizo caer el garrote de las manos de un jinete. Mientras tanto, Alkey alcanzó a Aishá. 

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30 Tulpar es un caballo mitológico. 

- Vayamos, no te asustes, Abil los detiene, - dijo él a la muchacha galopando al lado. 
Pero dos jinetes de los asaltantes se separaron del grupo y empezaron a perseguirlos. El grupo de jinetes que salían de todos los aúles, formó un círculo que estaba cerrándose. 
- No os perdáis, no os perdáis, - gritaban ellos, - El enemigo está aquí, aquí.
 Abil levanto su soil, largo como la distancia del tor al umbral de la yurta, y, dando latigazo al caballo, corrió directamente a los jinetes. 
- Morid como perros, mataré a todos, - rugía él. Y ellos, bajo su presión, se retiraron al juncar del río y se ocultaron para un rato. Pero la pareja de los jinetes que estaban siguiendo a Aishá y Alkey, ya estaba alcanzándolos. 
Abil, que no sabía si su amigo había encontrado a Aishá, lanzó el caballo a trote persiguiendo a los dos jinetes que estaban alcanzando a los primeros dos que estaban cazando a Aishá y Alkey y pronto los adelantó.
- ¡Párate! – le gritó uno de ellos. 
- Desmóntate, será peor, - el otro jinete, adelantándolo fijó su lanza contra él. 
- Antes morirás tú, - Abil giró su soil como un huso, lo alzó, pero el jinete con la lanza evitó hábilmente el golpe y se atrasó de Abil. 
Se oían las voces:
- ¿Dónde está el enemigo?
- Está aquí, venid por aquí, - se oía casi al lado. Abil de nuevo siguió adelante, lo estaba siguiendo el jinete con la lanza. Así estaban galopando en la estepa nocturna. Al ver a dos jinetes delante, reconociendo en ellos a su amigo y a la hermana, Abil respiro con alivio:
- Airymla, Airymla, - gritó. 
- Ve al lado. Yo haré caer de la silla a mi perseguidor, - propuso Alkey. El caballo rucio, la yegua gris y el caballo rojo corrían lado a lado. El jinete con la lanza frenó el caballo esperando a sus compañeros. Abil echó por encima del hombro un vistazo rápido y dijo en movimiento:
- Detrás de él otros están galopando. Entre ellos hay un gordo que se parece a Bimendé. Ya hace mucho que tengo muchas ganas de discutir con él. El caballo de éste con la lanza es un verdadero trotón. Ya dos veces me ha alcanzado, pero no sabe manejar la lanza, quizás sea un cobarde. Pero si los caballos de aquellos de detrás son igualmente buenos, nos alcanzarán en seguida y acabaremos mal. En cuanto a Bimendé, si es él, haré de su cara una herida sangrante a toda costa. ¿Vuestros caballos están bien?
- El caballo de Aishá sí, pero mi yegua vieja puede jugar una mala pasada, - dijo Alkey. 
- Trataremos de rechazar a este trío. Pero, si los demás nos alcanzan, tú, Aishá, debes correr a todo correr. Nosotros dos los detendremos. Y si encontramos a Bimendé, estoy jurando, lo haremos escupir sangre a esta canalla. 
- Tienes razón, hay que detenerlos aquí. El caballo de Aishá es bueno, tiene que ir sola, la alcanzaremos después… ¿Has entendido, Aishá? Ve e memoriza el santo y seña: <jol tabar> y <airylmá>. ¿Has entendido? – dijo velozmente Alkey prestando oído a los gritos de los perseguidores.
- Sí, he entendido… Pero ¿si me pierdo?
- No te perderás. Sigue la única dirección, al bordo de los barrancos, y te encontraremos. La tranquilizó el hermano.
- El trío de los perseguidores ya estaba muy cerca. Abil seguía atentamente cada su gesto. 
- Hey, voy a disparar. ¡Deteneos! - grité uno de los jinetes. 
- Nosotros también podemosa disparar. Tenemos un fusil. No hemos tomado vuestras cosas, ¿por qué nos estáis persiguiendo? ¿Qué cosa queréis? – preguntó Alkey.
- Queremos que os desmontéis. En cualquier caso no os permitiremos pasar. Le respondieron.
- ¡Airylmá – ten! ¡Esperad! – Quizás, vuestra vida no os interese. ¡Fuera de aquí, mientras sois vivos, - gritó Abil. 
- No nos iremos antes de cogeros. 
- Poneos a prueba,- se rieron los jinetes.
Alkey se volvió a Aishá: 
- ¿Qué cosa estás esperando? Ve… Los martiriaremos un poco. Ellos no nos dejarán en paz, por supuesto. 
- Tened cuidado, - pidió Aishá.
- No te preocupes, todo estará bien… Aishá se fue.
- Separémonos con paz. Nosotros no os conocemos, vosotros no conocéis a nosotros, - propuso Abil. 
- ¡Pegadlos! ¡Aniquiladlos! – gritaron los jinetes.
Abil apretó con las rodillas los costados calientes del caballo y como una flecha se lanzó al flanco izquierdo del enemigo. Alkey de dirigió a la derecha. 
El trío no comprendió las maniobras de los jinetes y resultó apretado por ambos lados. Abil giró bruscamente el caballo. 
- ¡Bueno, ora, tu fin ha llegado! – gritó él y manejando el soil atacó a uno de los jinetes.
Éste cayó del caballo como un tymak de la cabeza. Su caballo resopló y se encabritó.
Los demás dos jinetes estaban persiguiendo a Abil gritando. 
Alkey, estimulando la yegua, se lanzó a socorro. El jinete con la lanza que había perseguido a Abil, se volvió a él y fijó contra él su lanza. Alkey, teniendo el soil en ambas manos, le asestó un golpe demoledor. El jinete perdió la lanza, él se abatió abrazando la melena del caballo. El tercer jinete se lanzó a ayudarlo, pero en este momento ya Abil lo atacó como un halcón negro cayendo desde el cielo para coger a su víctima. 
- ¡Finalmente te daré una lección, perro Bimendé! Cumpliré mi deseo más querido. Haré pedazos de ti, hortera y libertina, - susurró.
Su enemigo giró su caballo y apretó los talones, pero Abil lo alcanzó y aturdió de un golpe en la cabeza. Éste cayó rodando del caballo. Su caballo tropezó y paró. Girándose Abil galopó encima del enemigo derrotado. 
- ¡Pega al perro? – él gritó a Alkey.
Bimendé caído de la silla estaba en la tierra como un canal grande y estaba respirando con dificultad. Su herida en la cabeza estaba sangrando. Otros jinetes, girando furiosamente sus soiles, se acercaron al lugar de la pelea, y Abil con Alkey se apresuraron irse. 
El caballo rojo de Aishá volaba como un torbellino. Le parecía que los gritos <attán>, <enemigos> continuaban persiguiéndola. Y a la izquierda, y a la derecha le parecía de oír el trote de caballo, y ella inclinándose miraba en el espacio oscuro, librando la rienda, dejando al caballo mismo elegir el camino conveniente. 
Finalmente los gritos, las exclamaciones cesaron. El trote de caballos se quedó atrás, muy lejos. Un viento ligero nocturno acariciaba la cara de Aishá, los costados sudados del caballo, ningún sonido violaba el silencio denso de la noche. Aishá tiró la rienda y miró atrás. El caballo agitado no podía parar, movía con inquietud las piernas. La noche como antes era silenciosa como se hubiese tragado todos los sonidos. Aishá frunció sus cejas y estaba buscando con los ojos, acostumbrados a la oscuridad, a sus salvadores, Abil y Alkey. Pero parecía que la noche los tragó con las demás cosas. < ¿Pasaron por otra parte? ¿Ha sucedido algo? ¿Quizá estén arrestados? ¿Voy a gritar? No, no se puede. Mi voz puede provocar una persecución. ¿Si a mi voz viene alguien? ¿Qué cosa haré si encuentro a un mal hombre? – pensaba Aishá con agitación y trataba de tranquilizarse: No se puede tener miedo. Hay que ir con calma adelante, no se puede hacer nada más, yo no puedo restar por aquí hasta la madrugada… Mi caballo es fuerte, tenaz. Mientras tanto los jinetes me alcanzarán>. 
Así estaba yendo, mirando atrás de vez en cuando hasta que hubiese logrado el pie de una cadena. Ella de nuevo paró, prestó oído. No se oía nada. Le parecía que este lugar era completamente desconocido. <Me he perdido>, - entendió Aishá y miró al cielo. Estaba buscando con los ojos <Zheti karakshi> y <Temir kazyk> (constelaciones), pero las nubes espesas cubrieron las estrellas. <Cuando uno cae en desgracia, el cielo se le vuelve a tortilla>, sonrió amargamente la muchacha. Ella continuó su camino tratando de orientarse a las colinas. Salió a una localidad plana y vio en la lejanía una nueva cadena de colinas. Sus pensamientos se confundían, ella estaba como un vagabundo que estaba buscando la salida de una cueva oscura. <Ha pasado un problema, otro está para venir. Vagabundos, lobos que corren en la estepa… Espíritus, diablos… ¿Si, en efecto, todas estas fábulas sobre demonios son la verdad?.. Bueno… basta de asustarme. Kantabalé también podía imaginar muchas cosas del miedo. No es casual lo que dice el refrán: <tiene el miedo muchos ojos> No hay que pensar en Kantabalé. Es mejor recordar a Ukezhán que vestida de jinete una noche oscura abandonó la casa odiosa. Ella viajó 24 horas, pasó dos noches en la estepa antes de encontrar el pueblo de Tursekén. Le dieron de beber, y sólo después de montar de nuevo a caballo, cuando ella preguntó cómo se iba al aúl de Kokén, la baibishé de Tursekén, por la voz, reconoció a una mujer en el jinete joven. Hay que tomar en cuenta que Ukezhán fue una mujer tímida, atrasada, agotada de un trabajo superior a sus fuerzas, cuando se decidió a la fuga. ¿Y yo?... Gozo de buena salud, soy fuerte, tengo un caballo fuerte. ¿De qué y de quién puedo tener miedo? Se miró atentamente. <¿No soy un jinete verdadero? > Pero esta idea no le levantó el ánimo. ¿Qué importancia: eres jinete, o no lo eres, si no se sabe adónde ir? ¿A la derecha, a la izquierda, atrás? <Hay que esperar la madrugada, de otra manera no se puede salir desde aquí >, tenía que reconocer ella. 
De repente le pareció que al pie de la colina a la derecha estaban siluetas oscuras, su corazón dejó de batir del miedo. Las sombras guardaban un silencio completo. Aishá tocó la rienda. Ningún sonido. Al acercarse ella vio que estaba frente a un patio con un seto viejo, o a un sepulcro. El miedo la hizo contornear con prisa esta estructura misteriosa. Además, el caballo de nuevo empezó a manifestar una inquietud. El caballo corría mirando de reojo a las ruinas, y Aishá para un momento sintió un alivio, habiendo comprendido que no era un sepulcro, que era una invernada abandonada. De repente el caballo paró de una manera tan brusca que ella apenas no voló por encima de su cabeza. El caballo dejó de amusgar, estaba mirando fijamente en la oscuridad. Aishá sintió en la espalda un hormigueo: ella oyó un terrible gemido directamente desde debajo del suelo, como le parecía. < ¿Un espíritu, un diablo, lobos? >, - fueron sus conjeturas horribles. El gemido prolongado se convirtió en un aullido abatido. El corazón de Aishá batía fuertemente. La frente se cubrió de una transpiración fría. De repente el caballo roncó, saltó a la izquierda. Un instante más y Aishá podría caer de la silla. Por milagro logró a mantenerse, aun más fuertemente apretó sus rodillas en la grupa del caballo. El aullido se oía y a la izquierda, y a la derecha, y delante. El sonido no venía de un punto fijo, siempre cambiaba su dirección. El aullido se acercó, y los ojos agudos de Aishá distinguieron las siluetas de lobos. Brillaban opacamente las luces de sus ojos verdosos. Además se oía la taca-taca de sus zarpas. 
< En invierno los lobos destrozaban a Karanay. Sobe la nieve restaron solo huesos ratonados y ensangrentados>, - quemó a Aisha un nuevo recuerdo. El caballo roncaba con impaciencia, movía las piernas como en víspera de las competiciones. Los lobos, chillando, se escondieron a una cierta distancia, estaban siguiendo cada movimiento del caballo. “Me he salvado de la gente que es peor de los lobos, ¿de verdad moriré de colmillos de los carniceros? – pensó tristemente Aishá mirando la invernada semidestruida, apenas visible en la oscuridad. 
“Si la puerta es entera, puedo ocultarme dentro con el caballo… Pero el seto es bajo, destruido, pienso que la puerta también está destruida. Entonces ¿yo misma me doy para ser devorada? Si encuentro un palo en el patio, lo giraré y los lobos huirán… Dicen que ellos no tocan a los jinetes. Los lobos se convertían más y más descarados, se acercaban más y más. Por allí y por allá se veían las luces verdosas de sus ojos. Dos grandes carniceros endurecidos vencieron el miedo antes que los demás. Ellos vinieron muy cerca y se pusieron a cavar impacientemente la tierra con sus zarpas. 
- ¡Eye! ¡Ait! ¡Ait! – gritó horriblemente Aishá. El caballo, roncando, casqueó la tierra. <Los carnívoros> se retiraron a la manada. Aishá se lanzó a la invernada. Al mirar detrás ella vio que la manada estaba persiguiéndola. 
-¡Eye! ¡Ait! ¡Ait! – volvió a gritar y paró. Los lobos pararon también. 
<Y ninguna creatura viviente alrededor. ¿Qué hay que hacer? > - se atormentaba Aishá. 
La vivienda vacía, que la había asustado antes, ahora le parecía una protección segura. El caballo miraba de reojo los lobos que lo estaban siguiendo, el seto que estaba delante. Aishá, segura de lo que la invernada era inhabitable, no se contuvo y gritó: 
-¿Hay alguien aquí?.. ¿Hay gente? ¡Salid, ayudadme!.. No había respuesta, sólo los lobos, que los estaban mirando, empezaron a aullar más estridentemente.

Aishá entró en el patio, miró alrededor y vio leñas ahorradas. Ella, sin desmontar de su caballo, cogió un palo pesado. Mientras tanto los lobos rodearon la hacienda. Uno de ellos estaba para atacar, pero el caballo roncó y casqueó de nuevo, Aishá girando con el palo, gritó, y el lobo se retiró. 
¡Ait! ¡Ait! – Aishá golpeaba fuertemente con el palo contra la tierra. Al volver al patio ella miró atentamente cada rincón. No había puertas. En una casita pequeña no había ventanas no rotas. La hacienda vecina también fue destruida. Las fieras, después de haber entrar en sí después del espanto, estaban para emprender otro ataque. Por viejo que fuera el patio, parecía una protección más segura de la estepa abierta. 
Aichá puso el caballo al seto, organizando de esta manera una protección de retaguardia, se preparo para la defensa. De la manada se separó nuevamente la misma pareja de los lobos, teniendo la intención de atacar, pero Aishá, gritando fuertemente, empezó a golpear con el palo contra el seto, y los carniceros se asustaron. La cabeza de la muchacha le daba vueltas. Ella no podría ya determinar dónde estaba el oriente, dónde estaba el occidente, no obstante, mientras luchaba contra los lobos, empezó a amanecer, la oscuridad de la noche empezó a palidecer, y las siluetas de la localidad convertían más claros. Las nubes que cubrían el cielo ya eran menos densas, y en los espacios entre ellas centellaban estrellas, se veía una fina luna creciente. 
Finalmente se apagó también la luz de la luna y se vio el horizonte. Aishá, cansada después de la persecución nocturna, agotada por la lucha con los lobos, se alegró tanto al ver el brillar de estrellas y la luz transparente de la madrugada. Le parecía que era un seño bueno del destino, y las fuerzas perdidas, las ganas de vivir tornaron a ella. Ella miró alrededor tratando de reconocer la localidad en la luz del amanecer. 
El caballo también se sintió mejor. Aishá pegaba contra el seto con una fuerza doble, y los lobos no se atrevieron a emprender un nuevo ataque, gimiendo tristemente ellos estaban alejándose.

La niebla se disipó. Los contornos de los objetos que la rodeaban ya se veían. De repente desde detrás de las colinas iluminadas de una luz suave del alba, se oyó un sonido largo. Parecía que rompió el silencio tenebroso. <¿Oh, qué cosa es? ¿De dónde? > - trataba de entender Aishá. El sonido se cortó de repente. Después de una pausa pequeña el sonido se repitió. Aishá atentamente miró a las colinas, a una cadena de montañas que se extendía arriba al sur de las colinas y sintió un alivio. Ella reconoció la localidad. Sus ojos brillaban como si hubiese encontrado en el horizonte a uno que estaba buscando toda la noche. 
-¡Eh? – gritó y, dando un latigazo al caballo, se lanzó hacia la manada de lobos, y éstos, metiendo rabo entre las piernas, se marcharon. Un cierto tiempo Aishá los perseguía, pero luego se dirigió hacia las colinas de donde poco tiempo atrás se oyó un sonido misterioso que la había ayudado evitar la muerte. 

Los lobos desaparecieron. El día despuntó. Aishá corría velozmente atravesando la estepa. Desde lejos ella notó un cúmulo de piedras, obá, que se parecía a una figura humana inmóvil entre hierbas altas. De repente ésta se movió, como si hubiese hecho un gesto. < ¿Tal vez alguien esté allí? > - pensó Aishá, pero en seguida se rió comprendiendo su error: en la cima del obá estaba un pájaro grande. “Es un águila. Se parece al águila del cazador Seidvaliy”, - decidió ella. El águila volvió la cabeza hacia Aishá y fijó si mirada en la muchacha. Ella sonrió. “Este sonido lo despertó antes del tiempo. Sí… Ahora a los lobos no les faltara la valentía para acercarse. Quizás sepan algo que yo no lo sé...” El caballo se estremeció, El águila desplegó las alas y voló al encuentro con la madrugada, aleando fuertemente. El volaba más y más arriba, haciendo círculos anchos en el cielo y, finalmente, brilló en la luz de la madrugada y desapareció detrás de las colinas.

Cuando el sol matinal que se levantó de las montañas derramó en la tierra con el oro de sus rayos, Aishá que corría al encuentro con la madrugada, logró finalmente las colinas de Nildín, y la famosa fábrica de Nildín situada en la parte occidental de las colinas se abrió ante ella como un enorme País desconocido. Aunque las colinas de Nildín fueron la patria de los antepasados de Aishá, y la fábrica llevaba el nombre de su región natal, ella nunca la vio fue informada de su existencia sólo gracias a los cuentos de personas expertas. Así, su hermano Sapargalí, que trabajaba allí, durante sus raras visitas al aúl del padre relataba de máquinas de hierro, de hornos altos y estrechos, de carbón duro como piedra para encender estos hornos, de minas, que, como los agujeros de gusano, travesaban todo el interior de la montaña, de montones de minerales contenientes el cobre amarillo, de barracas para los obreros, de tiendas llenas de mercancías raras, sobre rusos e ingleses con su lenguaje extraño laríngeo y, finalmente, del pito <shabash> que comunica sobre el inicio y el final de la jornada laboral. Es la verdad lo que dicen: lo que oye la oreja, el ojo no lo ve. Aquel sonido largo que llegaba desde detrás de las colinas que había asustado a la muchacha y luego a los lobos, como ella ya entendía, era el mismo <shabash>, conocido gracias a los cuentos del hermano. 

Ella estaba en la colina. Los cuellos largos de los tubos echaban al cielo fumaradas negras. Entre los edificios de la fábrica con muchas ventanas, como hormigones, se movían trabajadores. Crujían carros. Mugían vacas arreadas por mujeres de caras blancas vestidas de una manera extraña: pañuelos hechos como triángulos, faldas largas y anchas. Las acompañaban niños agarrando sus faldas. Aishá echó el palo que todavía tenía en una mano. Se dirigió al pueblo que estaba en la parte occidental de la fábrica y consistía de una docena de yurtas de varias dimensiones. Todo era interesante en este pueblo, nuevo para ella: estas fumaradas, edificios altos no parecidos a las casitas de su kystau (aldea) natal, mucho cristal en cada edificio, este ruido incesante, un estrépito. Solo bajos anexos y yurtas de fieltro eran una cosa habitual. Sin querer ella comparaba los edificios altos de la fábrica con lo que había visto por toda su vida. Las casitas bajas de verano de los kazajos y sus invernadas qué apenas se mantenían, hechas de piedras, arcilla y adobe, le parecían ahora humildes. En ella se fortalecía la confianza: la fábrica es una potencia, quien está bajo su protección, puede no tener miedo de los lobos de estepa, por cualquier semblante que tuviesen. Si ella supiese como se equivocaba. Pero todo esto era todavía en el futuro: y la manera clara de ver las cosas, y su vida real. Ella se acercó a las yurtas y encontró a dos mujeres kazajas que arreaban una manada de vacas.
-Oye, ¿de dónde vienes a esta hora temprana? - se dirigió a ella la mujer mayor.
-Del aúl de Kadyr. Mis compañeros se atrasan, los he adelantado. Aquí trabaja mi hermano Sapargalí, voy a su casa. ¿Sabéis, dónde vive? – preguntó Aishá. Las mujeres se dieron de ojo. 
- ¿Sapargalí? ¿de qué familia es? – la preguntó la mayor.
- ¿De qué familia? De nuestra familia, Toká. – dijo Aisha.
- Aquí mucha gente es de la familia Toká. Nuestras mismas somos de la familia Toká, pero a ti no te conocemos. Dinos, ¿tu Sapargalí no es pariente de Shulenbay y Bizhan? – preguntó otra mujer. 
- Sí, sí… - se alegró Aishá. – son nuestros parientes. 
- Entonces, está claro. Ellos viven en aquellas últimas yurtas. Si tu hermano no está ocupado en este turno, tiene que estar en casa. 
Cuando Aishá se acercó al lugar indicado, de una de las yurtas salió una joven mujer con dos cubos en las manos. Al ver a Aishá, paró fijando su mirada en su vestido de hombre. 
- Buenos días, ¿Ud. Conoce a Sapargalí? – preguntó Aishá.
- Sí. Lo conozco. ¿Quién es Ud?
- Soy su hermana menor.
- Vive en aquella yurta. 
- ¿Está en casa, lo sabe?
- Sí, está en casa. Ha vuelto del turno nocturno. Quizás, esté durmiendo. 
Aishá tocó el caballo. La mujer la estaba siguiendo con los ojos. Sin hacer caso, Aishá desmontó, ató el caballo. El caballo sacudió, y el bocado sonó. 
- Se parece a un jinete hecho y derecho, mientras en realdad es una muchacha, - dijo la joven mujer, no se sabe a quien. 
Aishá abrió la puerta de madera y entro en la yurta oscura y baja. 
- ¿Quién es? – preguntó una joven mujer, asomándose de la cortina. 
Aishá no respondió. Estaba mirando a tres hombres que estaban acostados en el suelo. 
- ¿Eres sorda? – repitió la mujer. 
- ¿Sapargalí está aquí? – finalmente dijo Aishá. 
- Está aquí. ¿Quién eres?
- Soy su hermana menor.
-  ¿Aishá? ¿De qué manera has venido? ¡Oh, Alá! No te he reconocido en esta oscuridad… Eye, hombres, ¡levantaos! – se apresuró la mujer.
Ella saltó de la cama vistiéndose de prisa y poniéndose un pañuelo sobre la cabeza. Se acercó a Aishá. 
- Cariño, ¿De dónde vienes? ¿Has venido sóla? No te he reconocido en la oscuridad, - estaba farfullando la mujer y empezó a despertar a los hombres: 
- ¿Oyes, Sapargalí? ¡Levántate! ¡Levantaos? – Aishá ha venido. La mujer, en la cual Aishá reconoció la mujer de Sapargalí, abrió la cortina y la luz del día entró en la yurta. 
Se despertaron todos los habitantes de la yurta. Sapargalí, un jinete alto, robusto, en una camisa de tejido de algodón estaba pestañeando después de un sueño breve:
- Oh, Aishá ¿eses tú?
Saduakás y Arún, parientes de Sapargalí, gemían, bostezaban. Ellos trabajaban con él en la fábrica, vivían con él en esta yurta que fue su único refugio. 
 
Poco tiempo después, todos los habitantes de la yurta estaban sentados al samovar y escuchaban con interés el cuento de Aishá. La interrumpían, pedían dar precisiones y repetir las cosas apenas dichas. La sangre bullía en las venas de Sapargalí cuando él supo que los padres querían casar a Aishá con un monstruo viejo. Los demás también estaban muy agitados. La valentía de Aishá y de los jinetes gustó a todos. Con admiración escuchaban las mujeres el cuento de Aishá sobre su encuentro con una manada de lobos. 
- ¿Y donde están Abil y Alkey? ¿Volvieron? – preguntó Sapargalí cuando Aisha terminó su cuento. 
-  No lo sé. No pienso. Hemos acordado que ellos me acompañan por aquí y arreglan mis cosas. Ellos no pueden volver sin saber donde estoy. ¿Quizás haya sucedido algo? - se entristeció Aishá. 
- ¿Tal vez hayan llegado a las manos de los enemigos? – supuso Saduakás, cuya esposa fue la mujer curiosa encontrada por Aishá en búsqueda del hermano. 
- ¡No! Sus caballos son perfectos. Abil pasta las manadas del tío Shulenbay, podía elegir los mejores caballos, - repicó Sapargalí. 
- En una pelea ellos dos valen una decena de hombres, - lo apoyó Aryn. 
- ¿Y Alkey también es pastor de caballos de Shulenbay? – se asombró Saduakás. 
- Sí, ya hace dos años que trabaja para él. Alkey es el mejor amigo de Abil, - dijo Aishá y se enrojeció. Saduakás miró atentamente a la hermana, sonrió y cabeceó. 
- Yo quisiera saber ¿si ellos dijeron de su viaje a otros pastores de Shulenbay? - se golpeó la rodilla Saduakás. 
- Pienso que sí, pues ambos tenían caballos. Si no se lo han dicho, no es un problema, - rió a carcajadas Aryk, el más joven de los hombres. 
- No pienso que les haya sucedido algo de mal. Incluso si son atrapados, Bimendé no se atreverá a detener a las personas de Shulenbay. Además de todo es un verdadero cobarde, - decidió Sapargalí. 
- Lo digo yo: Abil vale diez personas, y Alkey no es menos fuerte. Ellos han perdido a Aishá en la oscuridad, y ahora, tal vez, estén buscándola, - dijo Aryn emocionado. 
- Sí, sí, es así, - se puso de acuerdo Saduakás. 
- La cosa principal es que Aishá ahora está con nosotros. Si es así, no la daremos ni siquiera al diablo, - resumió Sapargalí.
- No podrán robarla de nuestras manos, - exclamó Arún.
- No pienso que quieran venir por aquí después de tal vergüenza, estaba sonriendo Saduakás. Su esposa Gulzhuján estaba ocupada con el samovar, pero toda su atención fue clavada a las aventuras de Aishá. 
- Imaginaos, ¡cuánto valiente es nuestra Aishá! – exclamaba ella cada minuto. 
- Ahora ¿de qué cosa puede tener miedo? – Ahora ya es una muchacha independiente. He dicho: no sólo al hijo de Boranbay, ni siquiera al hijo de Alá la daré, - dijo riendo Saduakás. 
- Cierto, ¿para qué darla?, - estaba apoyándolo su esposa. 
- Sin embargo, la precaución no puede hacer daño. Los primeros dos-tres días, cuando estemos en la fábrica, Aishá no debe restar en esta yurta. La acompañaremos al maestro Ibray o al ruso Serguey de otra parte del pueblo, - propuso Sapargalí. 
- Has inventado bien, pero ni siquiera aquí la pueden disturbar, - lo apoyó Saduakás. 
- Voy a hablar con Serguey e Ibray, – se levantó Sapargalí, - son obreros como nosotros, se puede confiarse de ellos…

Después del mediodía cerca de la yurta pequeña de Sapargalí aparecieron jinetes. Sus caballos estaban en espuma. De verdad, por la noche Alkey y Abil perdieron el camino, estaban buscando a Aishá por mucho tiempo, antes juntos, luego separados, y, finalmente, decidieron ir a la fábrica. Muy buena fue para ellos la novedad que Aishá había llegado a la fábrica y estaba a salvo. La cabeza de Abil fue vendada, era la huella del golpe del soil del bai. El se puso el tymak sobre la venda y así se acostó cansado después del camino, emociones e insomnio. Aishá estaba durmiendo detrás de la cortina, sobre la cama de Saduakás. 

- Lleva los caballos al patio del vecino Zholdybek, átalos al lado del caballo rojo, deben enfriarse. Di a la mujer de Zholdybek que cuide de ellos, - ordenó Sapargalí a Aryk. 
- Espera, dile que antes del tramonte no les dé de comer, ni de beber. Afloja las barrigueras, - añadió Abil al ver que Aryn estaba dirigiéndose a la salida. 
- Será hecho, - dijo Aryn. 
- ¿Qué tal, Abil? ¿Tienes mal de cabeza? – preguntó con simpatía Saduakás. 
- No importa que yo tenga mal de testa. No he dormido dos noches, tengo sueño. – respondió Abil. Alkey también levantó la cabeza de la almohada y se río un poco: 
- Esta cabeza había visto tanto…
- Amigos, tenéis una piel más fuerte de aquella de buey, - sonrió Sapargalí. Todos se rieron a carcajadas. 
- Déjalos en paz. Que descansen, duerman, los espera un camino largo, - dijo Saduakás, y sin poder retenerse, añadió con admiración: - Habéis pagado bien a Bimendé y a Shakir. Han recibido de vosotros una buena lección… 
El sol ya estaba bajando cuando los caballos recibieron el forraje. Sapargalí y Saduakás trabajaban en el turno nocturno. Antes de ir al trabajo acompañaron a Aishá al maestro Ibray. Abil y Alkey ya estaban de pie, listos para volver. Estaban despidiéndose. Esta despedida fue muy emocionante. En un grupo pequeño reunido delante de los jinetes estaban Sapargalí, Saduakás y Aryn, ya vestidos para el trabajo, Gulzhiján, la esposa de Sapargalí, el ruso Serguey, vecinos kazajos. 
Saduakás se dirigió a los jinetes:
- Si estáis mal, volved por aquí. Allí estáis solos, aquí somos un grupo. Podéis trabajar aquí. Él os ayudará a recibir el trabajo, - indicó Saduakás a Serguey. 
- Exacto. Si sucede algo, venid por aquí. Juntos somos fuertes, - confirmó Serguey.
- No hemos robado nada a nadie. ¿Qué cosa pueden hacernos? – respondió Abil. 
- Lo digo por si acaso. ¿Quién sabe qué cosa pueden hacer estos ricos? – dijo Saduakás pensativo.
- Muchas gracias. No olvidaremos jamás vuestra bondad, - agradecieron los jinetes. 
- Y nosotros no olvidaremos vuestra valentía, ¿De acuerdo, Serguey?
- Sí, es la verdad, Saduakás.
- Bueno, hasta la vista, hasta la vista. Tened cuidado de Aishá como las niñas de los ojos, - dijo Abil. 
- Pienso… decidle que volveremos pronto, - se atrevió finamente Alkey. 
- Vamos a ver. Ahora está con nosotros, en la fábrica. Entonces, no os preocupéis, - dijo Sapargalí. 
Los jinetes se pusieron en el camino. Sonó el pito nocturno, <shabash>, tanto memorable para Aishá. 

Los jinetes estaban alejándose. Sus siluetas reducían con cada instante más y más, pero la gente los estaba mirando hasta que hubiesen desaparecido detrás de las colinas. 
Estábamos en agosto de 1916. Fueron los últimos días del shilde, pleno de verano, como se dice aquí sobre la estación cuando hierbas, arbustos ya empiezan a ajarse pero hasta el otoño aún está lejos, muy lejos. 

1922 -1935 
Traducido por 
Р. Seysenbayev