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Никто не пишет литературу для гордости, она рождается от характера, она также выполняет потребности нации...
Ахмет Байтурсынов

02.12.2013 1973

Auezov Mukhtar "El declive"

Язык оригинала: EL DECLIVE

Автор оригинала: EL DECLIVE

Автор перевода: not specified

Дата: 02.12.2013


1

 No, Aisha no se asustó de la oscuridad que le había cercado por todos lados. La odiaba, detestaba, pero no la temía. Hacía una noche lienta, fría, su humedad pegajosa penetraba en el sótano. Del foso olía a moho y putridez. Este olor de carroña desenterraba con fuerza especial los acontecimientos horrorosos del día. Aisha se pegaba en desesperación contra las paredes del sótano.

- ¿Mas cómo sucedió todo esto? ¡Mi pobre cabeza! – gemía ella.

Los muros oprimían. Le parecía que estaba en el fondo de un calabozo desde el cual ya no se podía salir. ¡Silencio de muerte! El sótano está perdido en una estepa alejada, sin ningún alma en el alrededor. Todo estaba cubierto con las tinieblas negras de la noche. ¿Va a durar mucho la noche? Aisha perdió el sentido de tiempo... ¿Y si la habían tirado allí para siglos, y, llena de fuerzas, joven, ella iba a perecer allí en soledad terrible?

Aisha sintió lástima de sí misma, ella flaqueó y ya no contenía las lágrimas que empezaron a  salir a chorros de sus ojos.

- ¡Maldito!

El odio le dió fuerza, y ella de nuevo se puso a rebuscar febrilmente el suelo. Cuántas veces ya había dado el tiento a cado trocito, parecía que incluso podría encontrar una aguja, pero el revólver desapareció. Aisha perdió la brújula completamente, se echó a buscar, se levantó del suelo. ¡Puerta! ¡Cómo encontrar la puerta! Allí arriba reluce un poquito... ¿O tal vez eso sólo le parece, y esta luz lo enciende la esperanza despertada en ella? ¿Ventana? Pero tiene que ser en un sitio muy distinto. Y aquí está otro hilo de telaraña de luz turbia. ¿No es la puerta de donde viene esto? Pero parece que la puerta está más a la izquierda... ¡No, tampoco está a la izquierda! ¡Todo se ha volcado en este maldito sótano, en esta oscuridad! La oscuridad está jugando al escondite con ella. ¡Qué juego más cruel y horrible!

Aisha cerró los ojos y decidió confiarse a sus manos. Éstas tropezaron con una viga mojada y resbaladiza que soportaba el techo. Después la mujer se tropezó con un montón de ladrillos. Al dar una vuelta alrededor de los ladrillos, ella de repente hizo un paso al vació y cayó en un foso. El ruido de su propia caida le asustó tanto que ella por poco desmayó, le pareció que eso fue el enemigo que había irrumpido en el sótano y como un animal feroz la habia atacado.    

- ¡Aquí está, maldito! – gritó ella cubriendo la cabeza con las manos.

Pero como antes el alrededor era silencioso y oscuro... Aisha se dominó: hay que pensar tranquilamente, restablecer en memoria el replanteo del sótano. Luchando contra el juego engañador de la oscuridad, ella trataba de imaginar el interior. Le ayudó la luz que venía del resquicio. Ahora está claro, esto es la puerta. ¿Claro?.. 

Con cuidado, a gachas, Aisha se puso a gatear. Por fin tocó el muro y, protegiendo la cabeza con las manos, intentó de erguirse. Consiguió penetrar entre las tablas del suelo puestas con espacios claros entre ellas. Rebuscando la pared con la mano, ella encontró la puerta, se encaramó arriba y tocó el agarradero.

“Oh – pensó ella – este lastimoso agarradero quebrado ahora es como la mano de salvamento para mí”. 

Al retroceder en un paso, Aisha se recordó: “Así, es aquí donde he caído... ¡Pobre padre! Una no puede esperar ayuda de su parte...”

Suele meter la pata él mismo y fallar a los otros. ¿Mas para qué se ha metido? ¿Para qué? No se habla sin razón: al meterse una mosca entre dos camellos, será aplastada por los costados”.

En un arranque de cólera que le apoderó Aisha hizo un paso descuidado y de nuevo cayó con estruendo en el foso. ¡Es muy difícil pasar por esas vigas sin luz hasta si fuera de día, y por la noche es completamente imposible!

Al caer Aisha extendió las manos sin querer, pero eso fue en vano – no había nada para agarrarse. Ella cayó de espaldas y se golpeó la escápula derecha contra una cosa sólida. Pero al entender qué era, ella lanzó un grito de alegría: 

- ¡Gracias a dios! ¡Vaya, soy un ser humano de nuevo!

Agarró con la mano caliente el revólver que estaba detrás de su espalda, cubrió con besos el acero frío, lo apretó contra el pecho... ¡Apareció, amigo!

Aisha encaramó lenta y cuidadosamente.

“¡Pues, esposo, querido, vaya! ¿Dónde estás? ¡Ahora sí que nos encontraremos! ¿Por dónde te extraviaste?”

Aisha tocó el agarradero, empujó un poquito la puerta con el hombro, y ésta se abrió inesperadamente fácil. Pero la otra puerta, en el zaguán, resultó bien aturada. Al apretarse contra ella, Aisha oyó acercarse el ruido de pasos de caballos y unas voces excitadas. Se echó atrás a todo correr, cerró precipitadamente la puerta del sótano y se quedó inmóvil en espera.

..¡Aún por la mañana ella estaba tan despreocupada, tan feliz! ¡Se le trabajaba tan bien en el coljós! ¡Y aquí están el fin y el cabo de la vida holgada, el fin de todo! Estaba ante Aisha un abismo abierto. Pero es necesario, es necesario a cualqier precio seguir en pie en este declive. 

“Juro que no iré contigo – murmuraba ella apasionadamente – ¡no quiero vivir en el mundo tuyo!”

Aisha apretó el revólver en la mano. Lo tenía en las manos por primera vez en su vida, pero la intuición le decía cómo manejarlo. Sí, ella va a disparar, ella va a matar al hombre odioso. Aisha levantó la mano. Al olvidar todo el mundo, sólo pensaba en cómo iba a disparar.    

“¡Vaya, trabajadora coljosiana, muestra lo capaz que eres! El enemigo se está acercando. ¡Defiéndete!”

El vestido largo le molestaba, y ella lo arremangó con la mano izquierda. Después se quitó de la cabeza el pañuelo que se le caía sobre los ojos. 

Los caballeros se acercaron. Ella les oyó saltar de los caballos. Aquí vienen a la puerta.

Aisha, parada detrás de la segunda puerta, estaba mirando atentamente por el resquicio con su ojo izquierdo. Allí mismo estaba dirigida la boca monócula del revólver.

Ella oyó el rechinido del cerrojo abierto... Ahora aparecerán... ¡Ya es tiempo!  

Se le temblaban las piernas. Con un esfuerzo enorme de voluntad ella se forzó permanecer de pie. En ansiedad le palpitaba rabiosamente el corazón. La turbación, el temor, la impaciencia se le fusionaron en un sentido fuerte, tenía zumbido en los oídos, se le oía una voz diciéndole: “¡Rápido, rápido!..”

La puerta rechinó, alguien está mirando por dentro... ¡Es él! ¡Si, es su gorra! ¡Vino ya!

Aisha apretó el gatillo inmediatamente. El fuego irrumpió en la oscuridad del zaguán. Pero Aisha no oyó el disparo. Le parecía que ni siquiera había apuntado... 

En la calle roncaban, gritaban, pero las voces se fundían, y Aisha no podía comprender nada claramente. “A lo mejor está vivo...”

Ella disparó otra vez. Al azar, cerrados los ojos. De nuevo se oyeron unas voces. Ella intentó de gritar también, pero de la garganta seca no salió ni un sonido. Aguzaba la garganta más y más, y por fin prorrumpió un grito:  

- ¡Sólo me apresáis muerta! ¡No me dejo ganar viva! ¡No te seguiré!

Aisha disparó de nuevo. Alguien exclamó... El hombre en la puerta desapareció... ¿Se cayó, parece? La sangre le palpitaba los sienes... Estrépito, retinte, gritos...

- ¿Ah, me quieres apresar? ¡Tenga!

En rabia, estando fuera de sí, ella apretaba el gatillo – no había sonido ni luz. “¿Qué pasa? ¿Por qué no da fuego?” – pensó ella febrilmente, tirando el gatillo otra vez. Éste lanzó un papirote vacío: los cartuchos se habían acabado. 

- ¡Ay de mí! – dió Aisha un gemido.

Detrás de la puerta gritaban, como si una jauría estuviera persiguiendo la prea. Ahora Aisha podía distinguir las voces claramente. Alguien gritaba en voz alta: 

- ¡Él gastó todas las balas! Vaya, a captarle. Aisha saltó por atrás y por poco cayó otra vez. Pero ella consiguió agarrar los pilares que soportaban el techo y se apretó fuertemente al muro escurridizo... Se abrió con rechinido la puerta.  

- ¡Maldito! – gritó Aisha en voz alta, mirando atentamente hacia la boca abierta de la puerta.

Ella estaba temblando, no le daba diente con diente, el pelo desgreñado le caía sobre la cara, los ojos parecían estar a punto de desorbitar. Le cegó la luz que relumbró de repente. Ella vió, y el lamento desesperado salió de su pecho.  

Khasén irrumpió el primero. Pálido, con cara tergiversada. Sus dientes estaban apretados fuertemente. De los dedos de la mano izquierda goteaba la sangre. 

Detrás de él Aisha vió al gerente de la granja Samat, a la coljosiana Dametkén... Le daba vergüenza de mirarles en los ojos, y ella bajó la cabeza.

- ¡Negra es tu alma! – exclamó Khasén con voz ronca. - ¡Yo te confiaba! Y tú te rozas con nuestro enemigo. ¡Esto es quien es tu marido!

Su voz hervía de cólera, en la mano derecha brilló una hoja de cuchillo larga. Khasén se echó a Aisha. Y ella sumisa y ciegamente se movió hacia él. Sus ojos ampliados de susto eran llenos de lágrimas. En una voz débil, como si fuera apagada, ella sólo consiguió murmurar:  

- Amor mío, me engañé... – y allí mismo, como de un tiro, cayó a tierra.

Khasén levantó en rabia el cuchillo, pero le agarraron por las manos. En vano trataba él de escaparse:

- ¡Soltadme!

Alguien le hizo retroceder tranquila e imperiosamente:

- ¡Espera! Algo está mal aquí.  

Samat le empujó a Khasén hacia un lado y se inclinó sobre Aisha.

 

 

2

 

Esto aconteció el 22 de junio, a medianoche, en un rodal de la granja de cría de ovejas del coljós “Taldyusek”. El coljós estaba situado lejos del centro regional, cerca de la frontera. 

El sótano donde se consumía Aisha servía para almacenar mantequilla y queso durante el pasto estival de ovejas. Era el único edificio en la estepa amplia.

Y armó este lío Shaltyk. ¡Quién en el coljós no conocía a este viejo encorvado con barba canosa y cara gris cubierta de arrugas! Guardando el sótano, solía acostarse cerca de su puerta. Así mismo fue la noche pasada.  

Frías son las noches de Taldyusek. Ni en invierno ni en verano no quitaba Shaltyk su gorra con orejeras; y hoy tenía su cabeza al calor, pero el lomo lo tenía frío. Pero no sólo esto le despertó al viejo. Se despertó en un miedo vago... Se le oyeron unos sonidos raros: sea un aúllo diabólico, sea un canto de fantasmas. Muchas veces posteriormente contaba sobre aquella noche, sobre cómo se levantó bruscamente sin entender de dónde vienen éstos.  

El margen de la estepa se aclaró un poquito. Shaltyk aguzó el oído: igual aullan los lobos.  

Shaltyk no era un hombre bravo, él mismo lo confesaba. ¿Y qúe bravura la puede tener un viejo solitario? Por eso subió al techo del sótano y además tomó consigo su bata rota y el abrigo de piel - ¡no vaya a ser que los lleven los lobos! 

Al colocarse sobre el techo, levantó la orejera derecha de su gorra (tenía más confianza en su oreja derecha) y, aguzando el oído, trataba de comprender dónde estaban los lobos. Pero el aullido ora cesaba, ora se oía más claramente, y era imposible definir de dónde venía.   

“¿Pues y qué? – se tranquilizó Shaltyk. – ¿Que los voy a agarrar por las colas o qué? De todos modos no vendrán aquí – es verano. Por mucho que les ladre el estómago, les dará miedo de atacar a un hombre”. 

- ¡Eh! ¡Ayt, ayt! – gritó él en voz amenazante e incluso pateó. El aullido cesó, y el viejo se sintió muy audaz, decidió bajarse del techo, acostarse en su sitio. Pero en cuanto empezó a bajarse, los lobos aullaron muy cerca. Cabeceó con tristeza y escogió de hombros en asombro. Qué extraño: está aullando una manada entera, pero no se vé ni un solo lobo.

“¿No sería mejor quedarse dormir sobre el techo?” – pensó él, y en el aquel mismo momento el techo bajo él comenzó a crujir. Aquí está la advertencia: vete. 

“¡Igual puede caerse, maldito! ¡Oh, que mueran vosotros todos, del primer al último! Aullando dale que dale... ¿Pensáis que en el sótano está preparada una grasa del rabo de cordero para vosotros? ¡Aquí tenéis, jamad!”

En señal de desprecio más profundo se dió unos golpes por su trasero descarnado y agitó sus pantalones de cuero. 

En los años de juventud Shaltyk se había encontrado ya con un lobo. Él iba a caballo, y del estipal saltó un guión viejo tan grande como un añojo. Shaltyk lanzó contra él el caballo y lo llevó por los altos lejanos amarillos. Y después, al quitar el estribo de la silla, mató al animal de un solo golpe a todo galope.   

El recuerdo sobre la hazaña de los años lejanos le añadió bravura a Shaltyk, él se bajó gemiendo del techo, se acostó al lado de la entrada al sótano y se durmió. 

El sol ya se había levantado cuando se despertó. Estaba silenciosa la estepa, pero del sótano se oían unos sonidos vagos, alguna bulla... Por cierto que los lobos, atraídos por el olor de la comida, se habían dado maña y por fin habían penetrado en el sótano - ¡pues la puerta está abierta!

Ayeando, se enderezó Shaltyk con dificultad, se acercó a rastras a la puerta, la cerró y apretó con todo el peso de su cuerpo. “¡Pues, fieras menudas, ya veremos, quién comerá a quién, vosotros a Shaltyk o él a vosotros!”  

El viejo cogió un pedazo de un palo, apuntaló la puerta con éste, después dió una vuelta alrededor del sótano y miró por la ventanilla deslucida. 

El sótano estaba oscuro, y él tuvo que escrutar con la mirada durante un tiempo largo hasta que vió a dos lobos retozando en el foso, tierra volando de debajo de ellos. Shaltyk se asustó seriamente, se aseguró otra vez que la puerta estaba bien cerrada y se echó corriendo al coljós.     

Cuando llamó a la ventana del adjunto Katpa, el sol ya picaba mucho. Pero el pintojo Katpa estaba todavía en manos del sueño. Abrió un poco uno de los ojos; ante el otro ojo, cerrado, volaban todavía unas visiones. Semidesnudo, acercó por fin a la puerta, y rascando una pierna, gañó enojado:

- ¿Eh, vejete, te has vuelto loco o qué? ¿A qué llamas?

- ¡Oh, Katpa, querido amigo!.. Pues, la cosa es – tuve que encerrar dos lobos en el sótano... Aquí, pues, vengo para decir... ¡Dos, entiendes, dos! 

Katpa ni siquiera le escuchó. 

- ¿Y eso es todo? ¡Eres completamente loco! – exclamó él y dió un portazo en las narices de Shaltyk.

- ¡Pero escucha! ¡Que son lobos! ¡Dos lobos!.. Hay que enviar a alguien... ¡Son dos!..

- ¡Pues dile a Zhunús que venga! – cortó Katpa y volvió a dormir. 

Shaltyk, cabeceando dolorosamente y murmurando: “Pero son dos lobos... dos”, fue más adelante. Despertó a Besenbay y Sadyk de la brigada de segadores. Primeramente refunfuñaron, pero al alegar Shaltyk la orden de Katpa, su dirigieron a ensillar los caballos. Sadyk le puso a Shaltyk en su yegua, detrás de sí mismo.  

Los caballeros hicieron correr a los caballos – estaban ardiendo de impaciencia de mirar a los lobos. Iban tan rápido que Shaltyk empezó a gemir – se le frotó el trasero...

Por fin aquí está el sótano. Armados con unos palos, todos se acercaron a la ventana estrecha. El cristal en ésta resultó rota en mil trozos. Ellos miraron por la ventana – los lobos habían desaparecido.

- ¡Vaya, Shaltyk, que el diablo te lleve!.. Nos despertaste en vano. ¿Dónde están tus lobos?

Shaltyk gemió en respuesta. Tal vez le daba vergüenza, tal vez en efecto le dolía la espalda. Se hizo un ovillo y ayeando empezó a frotarse el lomo. 

- ¡Oh, oh, mi pobre lomo! ¡No puedo enderezarme!.. Qué desgracia – por lo visto, los lobos saltaron por encima de mí... ¡Oh, oh, la espalda!..

Los segadores guiñaron uno a otro. Está claro: dormía al umbral, y los lobos, por supuesto, saltaron por encima de él. ¿Pues qué otra cosa tenían que hacer? Ahora, según una creencia popular, nunca podría enderezarse. 

Shaltyk gustosamente convenía. Sentado con mayor comodiad, se puso a pormenorizar sus aventuras nocturnas.

- Ves, se escaparon, malditos... ¡Y qué hicieron para el colmo! ¡Oh, mi lomo! Los encerré con estas mismas manos. ¡Y ellos saltaron por encima de mí! No se habla sin razón: una vez un pobre con carne en la boca, la sangre de la nariz lo inundará... ¡Saltaron, diablos, mutilaron al viejo! 

Y Shaltyk en un arranque de cólera dió una serie de puñetazos contra la puerta del sótano.

Besenbay y Sadyk empezaron a carcajear. Al ver que ellos se montaron en los caballos, Shaltyk se puso a lamentarse:

- Oh, oh, pedidle al gerente que alguien me envíe. No me puedo mover... Saltaron, malditos.   

- Sí, sí, le diremos... Y tú, al captar a un lobo, ¡agárralo por la cola, no lo dejes ir!

Shaltyk estaba tumbado en la hierba, y el sol calentaba su espalda. Sintió que la espalda casi no le dolía. Pero seguía enfadado con los lobos. Ya pasó la hora de comer, y el día declinaba, y él seguía cabeceando y gemiendo:

- Pero los había encerrado, y estos diablos rompieron la ventana, saltaron... pensaban que no me iba a levantar nunca más...

Repitiendo la misma cosa sin parar, le convencía a sí mismo que todo había sucedido precisamente así.

Llegó la tarde, pero nadie vino. Se le apoderaba del viejo la ansia al pensar él sobre la noche que venía. De repente se oyó el ruido de pasos de un caballo. Vino en una yegua alazana su hija Aisha. La ansia desapareció como por encanto, y el viejo charlador comenzó a parlotear:

- ¿Oíste la noticia sobre los lobos? ¡Pero qué calamidad causaron!..

- En cuanto volví del segundo sótano, - le cortó Aisha a su padre, saltando de la yegua y arrendándola en un lado, - me dicen que usted se ha enfermado, asustado por los lobos o algo... Y entonces me enviaron a enterarse qué le pasa a usted, y además mirar en el sótano, si está todo bien. 

Shaltyk se ofendió seriamente: pues así, para el coljós no hay diferencia entre él y el sótano... El viejo se frunció y soltó un bufido: 

- ¡Pero qué puede perderse ahí, en vuestro foso vacío!

Aisha sonrió.

Una mujer de estatura media, robusta, fuerte, ella era guapa de una manera propia. En la cara morena se dejaba ver a través de la cutis bronceada su chapeta densa. Los ojos negros lucían con inteligencia y amabilidad.

- No te pongas enojado, padre, - dijo Aisha al mirarle con cariño. – Katpa me apresuraba mucho, incluso me impulsaba: ¡rápido, rápido!.. Hasta me dió un revólver. Al volverte de noche, dice, te será útil.

La mujer le mostró el revólver al padre, y Shaltyk desvió su boca con susto.

- ¿Cargado? Ponlo más allá... ¡Pues resulta que Katpa es así! Se preocupa por mí, qué amable. ¡Pues lleva esta cosa más allá por favor! 

Aisha le trajo al padre té, azucar, pan.

Estaba anocheciendo, ya era hora para Aisha de pensar en volverse, y ella se dirigió de prisa al sótano. Examinó en la penumbra los tinos vacíos y los cercos de la quesería amontonados en un rincón. Sólo se dirigió a la salida cuando se oyó el trote de unos caballos.  

Shaltyk que estaba a la puerta del sótano se volvió de cara a los visitantes, y por encima de su hombro Aisha vió a un caballero en un caballo amblador albazano. El caballo estaba cubierto de espuma – por lo visto, habia pasado un camino largo. Después de él se acercaron unos hombres más, en caballos de colores bayo oscuro, tordo, alazán. Y – una cosa rara – las caras de todos ellos estaban cubiertas con pañuelos hasta los ojos, y debajo de las rodillas cada uno tenía apretado un rifle.

El corazón de Aisha tembló de un presentimiento horrible. Ella entreabrió sin ruido la puerta y se acachó al umbral. En el sótano se hizo oscuro como en una boca de lobo.

Los caballeros se apearon, tomaron los rifles. Uno de ellos se quedó en la silla y tomó las bridas de los demás. 

Shaltyk estaba sin mover, se le heló todo por dentro. ¿Quiénes son estos desconocidos horrorosos? ¿Qué es lo quieren del viejo incapaz?

- Muy honorables señores, ¿quiénes son? – comenzó a balbucear.

Un caballero flaco, el que vino el primero, indicó a Shaltyk, exclamando:

- ¡Kulaaygyr!

Un hombre gordo achaparrado llamado con este nombre dió en tierra con el viejo en un santiamén, se sentó sobre su pecho, arrancó un cuchillo y lo pasó por la caña de su bota. Luego, al agitar el cuchillo hacia arriba, lo acercó a la garganta de Shaltyk.

- ¡Habla mientras estás vivo! ¿De cuál coljós eres? ¿Quién más está aquí?

Por muy asustado que estara Shaltyk, entendía que no le iban a matar. ¿Para qué les haría falta?

- Soy del coljós “Taldyusek”. ¿Y ustedes qué necesitan?

Al ver que el viejo no perdió la cabeza, Kulaaygyr apretó sus hombros y lo sacudió, y después otra vez agitó el cuchillo ante él.

- ¿Quién eres? ¡Contesta rápido!

- Soy un vigilante viejo, guardo este foso vacío. Me llamo Shaltyk.

El flaco tocó a Kulaaygyr, y a Shaltyk le ayudaron a sentarse.

Al tranquilizarse, Shaltyk intentó de hacer la conversación más pacífica.

- Y mi apellido es Kabygyn, - añadió él, aunque no le habían preguntado sobre esto.

Nadie prestó atención a sus palabras. Kulaaygyr se le acercó de nuevo y preguntó con amenaza:

- ¿Es verdad que la gente que había abandonado vuestros lugares en el año pasado ahora vuelve al coljós?

- ¡Pura verdad! Muchos volvieron, se acomodaron...

- ¿Y quiénes son más – los de altybay o de zharke? – intervino autoritariamente el flaco.

- Pues vuelven de los ambos clanes... Y tu, querido, por lo visto conoces a los nuestros, - Shaltyk empezó a mirar atentamente al flaco, pero él volvió el rostro y se calló.  

“La voz me suena familiar, - pensó Shaltyk, - me parece a alguien”, - pero no pudo recordarse a quién. Y Kulaaygyr continuaba el interrogatorio:

- ¿Y qué dicen estos nuevos coljosianos? ¿Están satisfechos, contentos?

- Tenemos un coljós grande, rico... Hay mucha leche... A todos les dieron vacas, ovejas. Viven bien. Los que trabajan, están bien. ¿Pues a dónde podrían marcharse ahora?

- ¿Y tú, viejo, estás bien aquí solo en la estepa?.. ¿Acaso estás contento con esta vida?

- A decir la verdad, no me quejo...

- ¿Y no careces de nada?

- Pues con la ropa no está todo bien. No me la dan. Yo, querido mío, he trabajado mucho... He cavado este sótano yo mismo, ahora lo estoy guardando yo mismo... Y no tengo nada para vestirme. Se desgastó completamente mi ropa, sólo se quedaron los huecos, mira, qué bata más vieja, la tengo desde los tiempos antiguos... Todos a quien se lo diga, prometen – lo recibirás en aquel sitio, a esta hora, pero no me lo dan... Ya no sé en qué están pensando nuestros Iván y Serguenbáyev...

El viejo charlador empezó con su tema favorito y estaba listo para hablar hasta el amanecer, pero uno de los desconocidos que hasta aquel momento estaba silencioso le interrumpió a Shaltyk.

- ¿Estás aquí solo? – preguntó gangueando, claramente cambiando su voz. – ¿Tal vez está alguien en el sótano?

- ¿Pues quién podría estar aquí? – contestó el viejo sin cortarse. – Soy un guardia yo mismo, pues ¿quién tiene que guardar a mí?

- ¡No mientas!

- ¡Que no tengas suerte si te miento! ¡No está aquí nadie!

Al viejo le gustó tanto este dicho refinado que lo repitió con gusto una vez más:

- ¡Que no tengas suerte!

Los desconocidos guardaban silencio, y, aprovechándose de la pausa, Shaltyk se puso a contar sobre las aventuras nocturnas de ayer:

- Ayer sí que no estaba solo. Malos huéspedes me visitaron. Esta noche dos lobos saltaron por encima de mí, y ahora no me puedo mover, estoy como matado a tiros. Me duele el lomo, y ni siquiera tengo fuerzas para ir al coljós, traer alguna comida... Así sucede. 

Shaltyk se volvió torpemente como si lo hiciera con dificultad y se puso a gemir, llevándose las manos al lomo. 

Los visitantes le cortaron con impaciencia:

- ¿Es verdad que en vuestro coljós hay buenas vacas, cabras? ¿Son muchas? ¿Cuánto esquilmo? ¿Dondé tienen el abrevadero?

Las preguntas sobre los camellos eran particularmente detalladas: ¿son veinte o veinticinco? ¿Dónde pastan, dónde están por la noche? ¿Será cierto que el coljós tiene un pastor separado para ellos? ¿Cuántas son las camellas preñadas? Y eso también estaban ardiendo de saber.

Shaltyk parecía contestar con ganas. Pues el medro es bueno, el ganado es numeroso, los camellitos están sanos... Pero las preguntas sobre los pastos y movimientos las eludía a todo poder: “Pero si estoy todo el tiempo aquí, en la estepa desierta... de dónde puedo saber...” Él sintió que eso no fue sin razón. 

Se hizo de noche. El flaco que estaba aparte se acercó muy junto a Shaltyk:

- Escucha, viejo, no te vamos a tocar. Olvida que te decíamos groserías, eso fue de golpe y porrazo... También somos de aquí, queremos volver. Haz el favor, móntate en aquella yegua alazana y ve al coljós, a vuestro gerente, cualquiera sea su nombre.

- Nuestro gerente se fue a una conferencia, y su adjunto es Katpa.

- Pues ve a este Katpa, dile que unos locales volvieron, que quieren contar quiénes son y cuáles son sus razones, que piden que les acepten de nuevo en el coljós. Y dicen que hay que encontrarse... Pero díselo todo personalmente y trae la respuesta. ¿Lo harás?   

- Bueno, lucero mío, lo haré.

Shaltyk se levantó ayeando y refunfuñó, llevando las manos a su lomo:

- ¡Oh, me saltaron, execrados!..

Y mientras los desconocidos hablaban a media voz entre sí, el viejo andó a pasitrote al sótano, vaciló un momento y se coló ahí rápidamente. En el sótano había oscuridad completa.

- ¿Dónde estás? – murmuró. ¿Has oído qué pasa? ¿Igual son enemigos?

Moviendo las manos en el aire, se puso a marchar adelante, pero su pie deslizó por una viga, y él cayó al foso. Al caer le empujó a Aisha y la echó por tierra. Con esto ella dejó caer el revólver y se enfadó.

- ¿Qué has hecho, desdichado? ¡Qué calamidad de tí!

En busca del revólver Aisha movía bruscamente las manos por la tierra, pero el revólver como si hubiera desaparecido. Al apretar su boca muy cerca a la oreja del viejo, ella murmuró:

- ¿Enemigos? ¿Y qué tipo de gente son?

- ¿Qué sé yo? Tienen sus caras cubiertas.  

- ¡Mal rayo te parta! ¿Pero quiénes, quiénes son? ¿Y por qué les hace falta Katpa? ¿Para qué Katpa?

Aisha estaba perdida en conjeturas, se le ofuscaban los pensamientos.

- Tengo que ir, o me van a buscar, - dijo Shaltyk después de estar silencioso un rato. No tuvo tiempo ni para acercarse a la puerta cuando alguien frotó una cerilla ante sus narices, y la chispa que parecía cegadora en esta oscuridad alumbró la cara del viejo conocido – Sugur. 

Eso fue aquel flaco que había sido el primero en venir al sótano. Por lo visto, él había observado al viejo entrar, y le siguió a hurtadillas. Al esconderse cerca de la puerta, sorprendió el susurro que se oía del foso... Y aquí está Aisha frente a él. Pues ha venido a tiempo. Todo se rodea de la mejor forma.

Frotando una cerilla después de la otra, él estaba mirando fijamente en su cara.

- Según un dicho popular, el encuentro con zhenguey promete un buena suerte, - dijo sonreiendo. - ¡Ni pensaba tener tanta suerte!

Aisha ya se había apoderado. Su cara estaba seria y tranquila.

- ¿Y tú escapaste para ponerme a prueba?

- ¡Oh, no! ¿Pero por qué apareciste aquí si no me esperabas? ¿Tal vez es por deseo de Alá, y es él quien te me devuelve?

- ¡Me fuí a la gente de bien, Sugur! Tú no quisiste, te escapaste... ¡Todo ha terminado entre nosotros!

- No-o, querida. No para esto recurrí a galope con peligro de la vida desde la misma China. ¡No soy así! Tengo mi honor en mucha estima, ¡y mientras vivo, mi esposa estará conmigo!

Animosidad hervía en su voz.

- ¡Me deshonestaste! Si no obedezcas, voy a hablar contigo de una manera distinta.

- ¡Claro, Sugur! Tuvimos muchas dificultades mi padre y yo, sufríamos hambre, estábamos en la miseria, muriendo... Por fin nos abrimos paso en la vida en el coljós... Nos dieron trabajo, ¡y no me iré de allí! Tengo allí un marido, un trabajador como yo...

Sugur pateó en cólera y le dejó bruscamente con una palabra en la boca:

- ¿Habráse visto que una mujer del clan zharke abandonara a su marido para un altybay sucio? Si viene el señor, el siervo que desaparezca. ¡Yo soy tu marido! ¡Vuélvete en sí! ¡Si se atreva a intervenir, en seguida se convertirá en un eunuco!

La voz de Sugur sonaba amenazante. Shaltyk seguía intentando de empujar Aisha más cerca a él, pero ella le echaba atrás...

- Déjame...

Shaltyk todo se acobardó y se puso a hablar muy pero muy rápido: 

- ¡Que te trague la tierra! ¿Si no ves quién es esto? Te le dí en matrimonio, es tu marido, ¡sólo a él le perteneces!.. 

Pero Aisha, cubriendo su cara con las manos, repetía con terquedad:

- Moriré pero no volveré a tí... ¡jamás en la vida! ¡No, no!

Y perdiendo los restos de sus fuerzas se bajó lentamente al suelo.

Sugur llevó a Shaltyk del sótano, cerró la puerta y llamó a sus compañeros. Otra vez se pusieron a interrogar al viejo. Por fin Sugur le ayudó montarse en la yegua albazana y al llevarlo a un lado le dijo en tono confidencial:

- Tú sabes, aksakal, que soy tu hijo fiel. Volví con la esperanza de encontrar aquí a mis parientes, pero por lo visto, todos aquí están en contra de mí. Y mi enemigo peor es Katpa. Pero ya ves – no tengo donde volver la cabeza... Es enemigo, y yo llego a él con una reverencia... Llego por mí mismo, de buena voluntad... pues todos somos de un mismo clan – zharke. Tal vez no me vayan a perdonar, pero que conste: tomo conciencia de que me había equivocado, y me vuelvo a casa. ¡Dile todo esto, dile a él sólo! Si no me perdone, que me mate con su propia mano. Voy a esperar la respuesta aquí.   

- ¡Vale! – dijo Shaltyk brevemente, dió una patada a la yegua y se fue. Cobró aliento de nuevo y olvidó de su lomo. Cuando el sótano desapareció de la vista, detuvo un poco el caballo pensando en qué tenía que hacer ahora. ¿Ir a Katpa o a aquel... el otro? Katpa es maligno, suele mosquearse como lo hizo por la mañana cuando Shaltyk le había contado sobre los lobos... Y el otro es más comprensivo, más bueno... Sí, será mejor ir a este... Con un respiro de alivio dirigió el caballo a otro lado y fue al trote a la granja de ovejas, a Samat.  

Y Sugur volvió al sótano... Sólo estuvo allí un rato, salió solo, corrió el cerrojo y además apuntaló la puerta con el mismo pedazo del palo con el cual Shaltyk se defendía contra los lobos. Después de esto se acercó a sus compañeros. Todos montaron en los caballos en silencio... Destrozando con chasquidos la estipa seca, el grupo de caballeros pronto se desfumó en la oscuridad nocturna... En el valle Taldyusek se hizo el silencio.  

 

 

 

3

 

 

-          Anda, anda, mueve los pies. Vaya, te hiciste como la esposa de un bai - ¡gorda, apenas arrastras los pies! – gritaba con risa el jefe de la brigada de ovejeros Berdý. Incluso se paró, esperando a Dametkén que andaba con cántaras vacías.

Sus palabras repitieron Satay de la tercera brigada y la maestra de esquileo Ayazhán. 

- No es la grasa sino la fuerza que inlcina a nuestra Dametkén hacia la tierra, – dijo ella con risa.

- Y tú, flaca, le envidias, – añadió Satay.

Aquí vino la misma Dametkén ya. Cara ancha de pascua, movimientos firmes.

- Puede ser que ando pesada y lentamente, pero ya veremos quién será mejor en el campo, – se rió ella.

El sol acaba de levantarse. Está durmiendo todavía el valle Taldyusek. No hay ni un menor viento. El estipal está sin mover. En este silencio matutino parecen particularmente sonoras las voces de los humanos. En los cielos altos flue la canción de una alondra. 

Los ovejeros, las ordeñadoras con cántaras, los coljosianos armados con tijeras esquiladoras se dirigen al ovil próximo – sólo está a unos doscientos pasos de las yurtas. 

Así es la suerte de Dametkén que Satay y Berdý suelen burlarse de ella, pero sin malicia, sin ofender, mas de un modo bondadoso. Y ahora también quieren reservarse la última palabra.

- Pues no, quizás hoy no medimos las fuerzas, estás demasiado agria hoy. 

En las palabras de Satay claramente estaba escondida una insinuación.

- Sí, no dormí bastante... Estuve en la escuela hasta la noche.

- ¡Pues claro, es todo la culpa de la escuela, lo entendemos! – sonrió Berdý.

El marido de Dametkén murió hace un año. Ella tiene que educar a los niños sola, y todos saben qué buena madre es; nadie le sospecharía de imprudencia. ¿Mas por qué no bromear? Y ella misma contesta con ganas a las bromas.

- Pero es verdad, - continua ella, - no me doblan los dedos, como si estén hechos de madera, no me salen las letras y ya está. Y también me estaba afanando en casa, cubrí toda una hoja de papel.

Las mujeres todas empezaron a comentar qué difícil era la escritura para ellas. Entonces Berdý también se hizo serio.

- Samat nos decía: las manos son para trabajar, la cabeza es para estudiar; ten tus ojos abiertos y ya verás qué tal está la vida en el coljós.

Dametkén recordó el discurso de Samat cuando la inauguración de la escuela de adultos analfabetos: “La cabeza y las manos tienen que trabajar en concordia”. Y aunque ella entendía el sentido profundo de estas palabras, le hizó reir la comparación que de repente se le había ocurrido.

- Como en una batalla... ¿Verdad?

Ella empezó a reir, y las otras mujeres le siguieron. Sólo Ayazhán sonrió con discreción. La escuela de alfabetización le había gustado mucho. También le gustaba que poco a poco todos empezaron a estudiar allí. Ayazhán solía estar silenciosa, reservada, pero cuando hablaba, siempre acertaba.

Y ahora también, al reflexionar en las palabras de Dametkén, ella expuso su pensamiento secreto:

- Si uno tiene conocimientos en la cabeza y arte en las manos, entonces el trabajo le sale bien. Un hombre mismo es un coljós entero.

Berdý asintió:

- Justo. Sólo tienes que añadir: un coljós bueno es como un cuerpo sano.

- Es verdad, - dijo Satay seriamente, - por ejemplo, nuestra granja. Su cabeza, a propósito sea dicho, es Samat, y el cuerpo – cuello, manos, piernas – somos nosotros. ¿Habráse visto que una cabeza se ponga orgullosa ante las piernas por ser una cabeza? Al contrario, se cuida de éstas.

- Además, - mantuvo Dametkén, - si te metas un rancajo aunque sea en el meñique, la cabeza siente que le duele y se pone a curarle. 

- Sí, cada uno aprecia todo su cuerpo entero, - continuó Ayazhán. – Ni la cabeza ni las piernas pueden decir “Soy más importante...” Y así mismo es nuestro coljós – es la cabeza de acuerdo con el cuerpo.

- ¡Que viva y prospere! ¡Que dios lo dote de bienestar! – exclamó Zhamál no joven y baja que hasta aquel momento estaba silenciosa.

  Ella era una de aquellos que habían dejado la tierra natal por no querer entrar en el coljós. Y el invierno pasado ella volvió, demacrada, hambrienta, con un hijo pequeño en sus manos. Le aceptaron en el coljós, y allí encontró su suerte.

- ¡Veis cómo son nuestras mujeres! – movió la cabeza Berdý. - ¡Eso es la alfabetización!

- Es Samat quien hizo todo esto, - continuó Satay, - él leía los periódicos, visitaba las conferencias coljosianas.

- No es sólo por Samat, - dijo él, - ¡mira al fondo de las cosas! Ahora sí que tenemos la orden. ¡Y cuántas cosas sufría la gente antes! Nuestros nómadas pasaban con hambre, con frío, tenían sus pies desgastadas cubiertas de sangre... ¡Tanta gente se fue adonde lleve el viento!

- ¡Que se pudra!.. – alborotaron todas las mujeres a una voz.

- Por poco nos murimos en aquel entonces...

  - Y aquí nos ayudaron, nos aceptaron como una familia...

Berdý levantó las manos como si fuera a pronunciar un discurso, su voz sonada solemne.

- Y ahora nosotros, mendigos en el pasado, tenemos cuatro mil ovejas. ¡Y qué ovejas! ¡Son las mejores en el alrededor! Y además cada uno tiene cinco ovejas en su hacienda. ¿Y quiénes no tienen una vaca propia? Sólo los perezosos. ¡Sí, cuando la cabeza está en su sitio, el cuerpo también está en orden! 

En aquel momento salió Khasén de la esquina de una tinada grande.

- La cabeza está en su sitio, y aquí está el ojo vigilante de nuestro coljós, - se rió Dametkén indicándole a él.

Las mujeres rompieron en risotadas: es un chaval robusto y alto, e inesperadamente le llaman un ojo.

- ¡Por supuesto es el ojo! ¡Pues vigila nuestra granja! – dijo Ayazhán.

Khasén le miró embarazoso. ¿De qué están hablando?

- Estamos discutiendo nuestras cosas, si nos guardas bien, - dijo Dametkén y fue a la tinada. 

Khasén la siguió. Resulta que estaba esperando a los jefes de brigadas, quería examinar el ganado juntos con ellos. 

Detrás del tabique se oía el balido disonante de las ovejas. Sonaba monótono, como si las ovejas estuvieran repitiendo con empeño la misma pregunta o queja. 

Los cabritos y corderos las contestaban a las ovejas con su balido claro y sonoro.

Así empezo en la mejor granja ovejera del coljós “Taldyusek” aquella mañana cuando Shaltyk encerró los lobos en su sótano en la estepa.

Khasén, Berdý y Satay se pusieron a examinar el ganado, Dametkén y otras ordeñadoras ataron al dentejón las cabras y ovejas lecheras. Ayazhán estaba afilando las tijeras esquiladoras.

En el rebaño del coljós había muchas cabras y ovejas blancas de raza – caracul y lincoln. Tenían fama por su fertilidad y leche grasa, rica. De esta leche ya no preparaban brinza, como antes, sino los mejores tipos de queso – los de Holanda y de Tilsit.

La dueña de quesería era Aisha; también su función era cuidarse de los sótanos.

Este día Aisha estaba en la hacienda central enviándo a la ciudad los quesos preparados.

El ingreso principal el coljós lo tenía de la leche: ordeñaban las ovejas dos veces por día, temprano por la mañana antes del pasto y por la tarde, al volver éstas del pastadero...

Esta mañana, como siempre, Dametkén empezó a ordeñar en el rincón lejano del corral. Al haber ordeñado tres ovejas, ellá se acercó a una cabra blanca y de repente quedó inmóvil de susto: la teta de la cabra se partó en dos partes en sus manos, y la cabra, asentando su anca, temblaba del dolor. 

Al mirarla más fijadamente, Dametkén lanzó un chirrido: la teta resultó cortada, salía de ahí la leche mezclada con la sangre. Al oir el grito de Dametkén se le acercaron corriendo las otras ordeñadoras. “Queridas, ¿pero qué es esto? ¿Qué calamidad es?” – exclamaron ellas con perplejo.

Sin decir nada Dametkén se puso a examinar todas las cabras y ovejas en su fila. Las demás hicieron lo mismo. A cada rato se oía:

- ¡Oh-oh! ¡Y esta también!

- ¡¿Pero quién hizo esto?!

- Que se mueran todos, perruzos...

- Qué calamidad...

- Pero qué desgracia...

- ¡La mano de un enemigo estropeó treinta cabras y ovejas lecheras!

Zhamal sollozaba:

- ¡Pero qué está pasando, dios mío!

- Deja de chillar ya, - Dametkén le cortó palabra en la boca. – Ce, guardias, ¡¿a qué estábais con la boca abierta?! 

Khasén y Satay estaban examinando y contando los carneros. Estaban a trasmano dos caracules con ancas posadas. La manada sólo empezaba a salir de la tinada. Khasén y Satay miraban muy atentamente a un carnero gris grande; éste estaba moviendo con dificultad, arrastrando su anca. Al ver esto, Satay lo agarró por el morrillo y lo llevó de la manada a aquellos dos. 

- ¿Qué enfermedad los atacó? – gritaba él.

- No es ninguna enfermedad... – le contestó Khasén sin quitar la vista de los carneros. - ¡Parece que los habían castrado!

Comenzó a balancear y se sentó en la tierra para no caer. Y en aquel mismo momento le rodearon con gritos las mujeres.

- Khasén, treinta ovejas son estropeadas... ¡tienen tetas partidas!

- Por cierto es la obra de unos enemigos...

- ¡Que no conozcan el reposo ni en la tumba, perruzos!..

Khasén, pálido, agobiado por la desgracia cargada contra el coljós, se echó en desesperación en la tierra y lloraba sin secar las lágrimas:

- ¡Pena, pena!.. ¡Preferiría morir!

En un minuto todos supieron sobre la calamidad. Llegaron corriendo de todos lados las ordeñadoras, los jefes de brigadas.

- Ojalá que captemos al bandido, - gritaba Berdý agitando el puño. – Éramos vagabundos y nos hicimos personas decentes, y el enemigo tiene envidia. Ya sabemos quién hizo esto - ¡fue bai y su banda!..  

Balaban lamentosamente los animales heridos: su pelo se había pegado, estaban encorvados, miserables... No se podía mirarles sin dolor. Ayazhán los volvió la cara. 

- ¿Pero de dónde llegaron los bandidos? – preguntó ella.

- ¿Pues dónde está nuestra vigilancia?

- ¿Dónde están los guardias?

- ¿Quién estaba de guardia esta noche? – unas cuantas personas se acercaron a Khasén.

Estaba llorando como un niño, echando las manos a la cabeza y cuneándose como si le doliera algo.

Vino el gerente de la granja Samat: un joven esbelto, moreno, guapo, en una camisa blanca limpia y con un revólver en el cinto. Se parecía a un caballo joven por su andar gracioso, ligero y por su aire tierno. Incluso sus cabellos negros cortos de erizo evidenciaban su salud y fuerza. También todo el físico del joven y su comportamiento convencían que no era fácil deprimirle. Muchas veces ya había demostrado esto, siempre encontrando una salida razonable de las más difíciles situaciones.   

Y esta vez también, al ver a Samat tan apuesto, tan energético, todos respiraron con alivio. ¡Él sí que ayudará de una u otra manera! Le rodearon y empezaron a contar en una voz sobre lo sucedido. Ya sabía lo esencial, pero escuchó atentamente a todos. Después examinó en silencio los marcos de los oviles y sólo al haberlo hecho se acercó a Khasén que estaba lloriqueando.

- ¿Qué te pasa? ¿Eres un niño? ¡Khasén, vuelve en sí! – alguien le tocó el hombro.

- ¡Déjale, está transido de dolor! – exclamó Dametkén. Ella le compadecía de Khasén de todo corazón.

Pero se podía observar que la mayoría tenía una opinión distinta. Los coljosianos estaban cabizbajos, con aire sombrío.

De repente sucedió algo inesperado y extraño: Samat rompió en carcajadas en voz alta y le sacudió a Khasén con energía.

- ¡Vaya un cobarde! ¡Pero qué gurrumino eres! Ya sé por qué estás llorando – piensas que toda la responsabilidad es tuya. Pues que sepas: antes que nada el responsable soy yo, ¡y todos somos responsables por cualquier cosa que suceda! Además, te conocemos bien, sabemos quién eres y de dónde vienes, no tenemos en poco la gente como tú. Pues domínate, cómo no te da vergüenza... A ver si Aisha te viera en un estado tan mísero, ¡qué diría entonces! A propósito, ¿dónde está? – preguntó Samat dirigiéndose a las mujeres.

- Aisha está en el coljós, si no, le pondría en ridículo.

- Pues bueno, camaradas, tranquilo, vayan a trabajar. Tendremos este crimen desenredado... No es la primera vez que nos acochinan, nos hacen daño... ¡Pues no pasa nada, ya lo vamos a salvar también! 

En este momento vino corriendo Katpa. Por lo visto ya le habían dicho sobre lo acontecido. Estaba pálido, y en su cara gris se hicieron aún más claras las viruelas redondas grandes. 

Katpa le saludó a Samat con una cabezada josca.

- Lo sé todo, no fue obra de una persona, ¡es una banda entera!

- Quién sabe, - Samat se escogió de hombros. Es difícil determinar a la vez. No me está claro todavía, hay que reflexionar... 

- “Quién sabe” – repitió Katpa con desprecio. – Está claro: es una organización del kulak bai, y es aquí donde hay que buscar sus raíces, ¡inundar su lobera con agua!.. ¡Vayan, váyanse a trabajar! ¿Qué provecho da discutirlo ahora? – le dijo brevemente a Samat por encima de su hombro. – ¡Satay, Berdý, esperad! Vamos a hablar con el activo.

Katpa esperó hasta que todos se fueron de mala gana, y después, mirándole a Samat de hito en hito, le preguntó: 

- Pues ¿quién obraba aquí, qué piensas?

Samat frunció el ceño:

- Todavía no puedo decir nada.

- Pero esto sucedió en tu granja. ¡Esto es plantilla tuya! ¿Dónde está tu vigilancia bolchevique? Vas a esperar que los criminales se escapen, la frontera está muy cerca... ¿Dime, a quién sospechas?..

- No lo sé todavía, - repetía Samat con terquedad.

- Ah, no lo sabes, - alargó con ironía Katpa. – Por cierto, eres nuevo aquí... – observó con aire significativo y después añadió dirigiéndose a Berdý y Satay: - El que no tiene ganas de mirar al fondo de las cosas, obstaculiza la prevención oportuna. 

Con esta frase periodística, pronunciada impaciente y bruscamente, claramente quería denigrar a Samat.

- Oídos que tal oyen, - dijo Samat mirándole fijamente a Katpa, - pero tú has estado aquí más tiempo que los demás, ¿entonces a quién sospechas tú? 

Katpa no contestó en seguida. Al pensar un rato, dijo con firmeza:

- Es el jefe de guardia Khasén. Está en la banda, ¡hay que arrestarle en seguida!

Samat no lo esperaba de ninguna manera. 

- Qué cosas, - dijo sorprendido y se dirigió a los jefes de brigadas: - ¿Qué pensáis en esto? 

- No me atrevería ni decir una cosa contra él, - respondió Satay. Khásen es un bracero nacido con las malvas... Nosotros mismos le promovimos. Nadie le vió hacer ninguna cosa mala. 

- ¡Los enemigos suelen manejar a escondidas! – le cortó Katpa indignado. – Los tiempos se han cambiado, son esos nacidos con las malvas que se nos acercan cautelosamente. 

- ¿Quién sabe? – vaciló Satay. – No se puede penetrar al alma de cada uno...

- Que hagan una investigación, - añadió Berdý. – Es la cosa de interrogador. Si resulte que no tiene ninguna parte en ello, le van a exculpar.

- ¡No estoy de acuerdo! – dijo Samat, seguro que Khasén era completamente inculpable. – No despierta ningunas sospechas. No se reprime así en un santiamén con los hombres como Khasén.   

- ¡Eres un oportunista! – gritó Katpa irritado. – Pero yo sé cuál es mi deber, ¡y lo voy a cumplir! Ahora mismo me voy al distrital...

Con esto Samat también montó en cólera:

- ¡Y yo no voy a permitir ningunos desafueros ni demasías! ¡No dejaré arrestar a Khasén!

- ¡Bah, demasías!.. ¡¿Y quién si no tú reunió en el coljós a todos los baies a guisa de refugiados arrepentidos?! – De la boca de Katpa fluyeron injurias sucias, estaba chillando en cólera: - ¡Tú, tú guardas las espaldas a los enemigos de clase!.. ¡Vas a responder ante el consejo de gobierno!  

- ¡No mientas! – se levantó bruscamente Samat. - ¡¿A lo mejor vas a decir que el poder soviético a tí es más afín que a mi?!

- ¡Ah, que te trague! ¿Quién de nosotros estaba luchando con los baies, exterminaba esas canallas? ¿Fuiste tú acaso? ¡Espera, amigo, ya revelaré tus negocietes! Ya llegaremos a ocuparnos de tí también.

- ¡Muy bien! ¡Comienza!

- ¡Ahora está todo claro, el criminal está revelado! No es la primera vez que destruimos los nidos de víboras. Pero qué listos... Pillean, serpentean, pican... 

- ¡Deja de mentir! – de nuevo se arrebató Samat.

Katpa se le acercó con un revólver en la mano. Berdý y Satay los agarraron a los dos, pero ellos rabiaban, listos de destruir uno a otro.

Al amainarse poco a poco, Katpa se liberó de las manos férreas de Berdý, montó el caballo y se fue al distrital.

Entonces mismo llamó al centro distrital y Samat. Pálido, emocional, comunicó sobre lo sucedido. Su interlocutor Panshin le escuchaba tranquila, atentamente, con serenidad de un militar. Al escucharle, le dió unas instrucciones y agregó:

- Los criminales sin duda están en el coljós. Es de creer que en dos días próximos todo se hará claro. A lo mejor van a aparecer otra vez. Abre el ojo. ¡Extrema la vigilancia! Mañana comunica las noticias.  

Panshin le conocía bien a Samat, le confiaba, estaba al tanto de los negocios de la granja. 

Samat cumplió con exactitud las instrucciones de Panshin, actuaba activamente, pero estaba alarmado, perplejo. Preguntaba nerviosamente a cada uno: 

- ¿Han notado algo sospechoso?

Por primera vez en su vida le rendían las dudas.

“¿Y si me estoy equivocando, pues cada uno es un mundo? ¿A lo mejor es verdad que me duermo en las pajas? Pues Berdý y Satay también están perplejos. Puede ser que ahora  tampoco confíen en mí... ¿Y los demás?” Atormentado por estos pensamientos, Samat lo veía todo de colores oscuros. Pasó en este estado todo el día. Toda la granja sabía ya qué dijo Katpa sobre Khasén. Y la gente se mantenía aparte de él, temía de hablar con él. Tampoco consiguió Khasén hablar con Samat: éste estaba demasiado ocupado por sus pensamientos y negocios.  

Por la tarde los trabajadores de la granja estaban tomando té en la casa de Dametkén. Por supuesto, se hablaba sobre los acontecimientos del día.

- El diablo lo sabe quién tiene la razón: ¿es Katpa o Samat? Los dos no están mal de la cabeza, - dijo Satay.

- Katpa solía llamarle a Aisha “mi zhesir[1]”, - se acordó de repente Dametkén, - y no estaba contento cuando ella se casó con Khasén... A lo mejor guardó rencor en su corazón. 

Todos sabían que Dametkén, que le trataba a Samat con respeto particular, estaba de su parte, y además tenía toda la confianza en Khasén.

- Aisha solía decir a menudo, - continuó Ayazhán, - que Katpa conminaba: por la infidelidad se debe entregar Aisha a los tribunales... Pero ahora no se trata de esto, - añadió reservadamente.

- Katpa es un antiguo habitante aquí, desde el establecimiento del coljós... En general, Katpa es Katpa, - cortó Satay con aire significativo.

- Bien, Katpa ha visto muchas cosas, tanto buenas como malas, - dijo Dametkén con aire pensativo.

- Pero él va sobre seguro, - observó Satay. – Siempre tiene un objetivo ante sí. Al poner manos a una obra, no va a renunciar hasta que salga con la suya. No es de meterse con él. Tanta gente se rompió los dientes sobre él, y él se comió a todos... Y eso que fueron personas de carácter. A lo mejor esta vez tampoco hable sin razón: sabe alguna cosa...

La gente hablaba, hablaba, pero ellos no llegaron a ninguna conclusión y se marcharon cada uno a su sitio.

Llegó la noche. Los coljosianos se acostaban. Y Samat estaba solo en su casa leyendo un periódico. De repente oyó el trote de un caballo, alguien se acercó a su yurta, se apeó y llamó a la puerta. Entró Shaltyk, triste, asustado, temblando...

- ¿Qué pasó?

- ¡Oh, qué desgracia! – Shaltyk empezó a contar, tartamudeando y faltando palabras. – Vino Sugur... Desde la misma China... dice que quiere al coljós... si le acepten... Pero no, oh no, está tramando un mal. Eran cuatro personas, me dejaron caer en tierra, amenazaron matarme con cuchillo...

Samat, sin esperar hasta que termine de hablar, tomó el auricular para llamar al distrital. Y Shaltyk continuaba echar palabras:

- Mandó decir... al propio Katpa, necesariamente a él, que ellos eran enemigos y ahora vuelven por las buenas... está en sus manos ejecutar y perdonar. No esperan que le den lástima, pero están esperando la respuesta allí, al lado del sótano. No fui a Katpa sino directamente a tí. ¡Oh, mi lomo! – Shaltyk gemió. – Ayer los lobos me saltaron, por poco me muevo... Pero llegué no obstante... 

Mientras tanto Samat estaba tabaleando nerviosamente contra el aparato telefónico: en el distrital no contestaban. Sólo tocaban su conciencia unas migajas de las palabras del viejo, y éste, sin tener ni idea sobre el teléfono, seguía charlando: 

- Ves, querido, toda la noche no me dejaban dormir. A la madrugada miro – han penetrado en el sótano,  están potreando, rodeando... ¡A qué hacer carantoñas con ellos! He cerrado el sótano muy fuerte...

Pero en este momento se avivó el teléfono, y Samat empezó a hablar al auricular: 

- Todo anda como ustedes decían, los villanos están aquí cerca. Al lado del segundo sótano, Taldyusek... Sí, ahora... Yo sé.

Y Shaltyk continuaba:

- Aisha estaba allí... Ellos le han encerrado. Pues Sugur era su marido... La trataron con dureza. Eso me huele. ¡Qué horror!

- Lo haré todo yo mismo, - decía Samat por teléfono, - no se preocupe. Aunque no somos muchos, lo podemos hacer. ¡Sí!

Al colgar el auricular, Samat volvió la cara a Shaltyk, y éste continuaba sin parar:

- Captúralos... Si quieren explicar - ¡primero que rindan las armas! Porque son enemigos. Ya sucedía antes, ya sabemos: pecoreaban caballos y camellos... ¡Y les gustó!..

Shaltyk no conseguía calmarse, pero Samat le cortó y llamó a Khasén, Berdý, Satay, Dametkén. Al oir su voz llegaron también Ayazhán y Zhamal.

- ¡Camaradas, resolló el enemigo! – dijo hoscamente Samat.

Llovieron exclamaciones:

- ¿Quién, quién es?

- ¡Gracias a dios!

- ¿Quién es, maldito?

- Es Sugur. Vino de China.

Todos comenzaron a hacer ruido, a hablar.

- Tranquilo, camaradas, tenemos que proceder. ¡Preparad los caballos! Irán conmigo Khasén y dos personas más. Los demás se quedan para guardar el ganado; estarán con ellos Berdý y Satay.

 

- ¿Pero quiénes son estos dos? Si nosotros nos quedamos, no tenemos más hombres, - se sorprendió Satay.

- ¡Yo iré! – dijo Dametkén decisivamente. ¡No voy a ceder a nadie! Voy a apear a este perro de Sugur por mi mano propia.

Ella agarró el rifle. En aquel mismo momento Ayzhán tomó el rifle también.

- ¡Que muera como un perro el que se cuide de su pellejo más que de su coljós natal! – exclamó ella.

De algún lado se oyó un grito:

- ¿Dónde están los camellos? ¡Ninguno está en su sitio!

“¡Todo encontraremos, todo devolveremos!” – juró Samat a sí mismo...

Por el estipal pasaron volando cuatro caballeros. Estando de prisa, olvidaron sobre Shaltyk, le dejaron en la granja. Antes de llegar al sótano se apearon sin hacer ruido y ataron los caballos. Después rodearon el sótano. De repente sonó un tiro detrás de la puerta.  

-¿Eh, quién es esto? – gritó Samat. – ¡Date preso que no podrás escapar!

En respuesta sonó una serie de tiros caóticos. Khasén que estaba más proximo a la puerta que los demás fue herido en la mano izquierda.

- Disparad sin tardar, - lanzó Khasén una exclamación salvaje. – ¡Están aquí los forasteros o los ayudantes suyos!.. 

Y en aquel momento sonó la voz de una mujer:

- Sólo me apresáis muerta...

¿Qué es esto? ¿La voz de Aisha? A Khasén toda la sangre se le subió a la cabeza. ¿Traición? Sugur, entonces, no había aparecido sin razón. Khasén se acordó de las ovejas y cabras con tetas cortadas, sobre los carneros estropeados. ¡Y la culpable de todas estas maldades es Aisha! ¡Increíble, horroroso!  

Al oir la voz de la mujer, Samat, Dametkén y Ayazhán bajaron las armas.

- Deja de tirar, - exclamó Samat. - ¡No somos enemigos!

Pero la tirada no cesaba, y Samat, para el asombro general, se puso a contar los tiros. 

Pero por fin el gatillo dió dos o tres papirotes y no les siguió un tiro, se hizo el silencio. “Se acabaron los patrones”, - pensó Samat. Abrió la puerta y decisivamente dió un paso en el sótano; le siguieron los demás. El claror de su farolillo eléctrico iluminó el lugar.

Ya sabemos qué pasó después.

Mucho tiempo ya estaba en la cancillerìa del juzgado distrital el gerente adjunto de coljós Katpa Kozhalákov y conversaba con el juez Sadýrov. Ambos eran trabajadores antiguos en el distrito, y eso les amistaba. Incluso en su manera de comportarse y de hablar había muchas cosas comunes. Katpa le expuso a Sadýrov sus sospechas. Acusaba no sólo a Khasén, sino a Samat también. 

- Khasén es un testaferro, un activista hinchado promovido por Samat, - dijo en conclusión. – En el momento oportuno Samat maneja con las manos suyas y después, si no consiga el éxito, le sobrelleva. Viven en armonía uno con el otro... Estos días los enemigos siempre lo hacen así. Y está allí un gato encerrado: Khasén es casado con la ex esposa de Sugur... de aquel mismo que había huido... Y a esta mujer la hicieron una trabajadora de choque. ¡Vaya! ¡A ella sí que la conozco bien, es astuta, mala, serpentina! ¡Ella les dará el camelo a todos, está esperando a Sugur con impaciencia!.. En cuanto aparezca él – ella va a quemar todo el coljós con un signo de su dedo. Así es la gente con quien se codean Khasén y Samat. ¿No es sospechoso todo esto? La desgracia que pasó en nuestra granja es la obra de las manos suyas. ¿Qué forastero podría venir sin su ayuda y haberlo realizado todo con tal destreza? ¡Ninguno! He venido a usted no sólo por oficio, sino como un comunista de honor que se preocupa de los bienes del coljós. ¡Todas las personas sospechosas en nuestro coljós deben ser arrestadas inmediatamente e interrogadas como es debido!..  

El juez estaba convencido por estos argumentos. Al hacer unas preguntas más, él mismo compuso el acta aderezándolo con sus agregaciones y llamó a un interrogador joven Murat que había venido al distrital hace poco. Al ponerle al tanto con el caso, manifestó con aire sombrío:

- ¡No se puede perder ni un minuto, lleva tres milicianos contigo y marcha! Katpa irá contigo.

El sol ya estaba declinando cuando ellos salieron del centro distrital. Volaban con tanta rapidez que al alcanzar la granja los caballos estaban cubiertos de espuma. Al saber que Samat y Khasén se habían dirigido al sótano, Katpa, que ya estaba rabioso, se puso hecho una fiera. Sin dejar que los caballos agotados descansen aunque sea un minuto, los recién llegados continuaron su marcha. Katpa fustigaba su caballo a todo poder.

 

 

5

 

 

¿Pues qué paso en el sótano cuando Sugur había encontrado allí a Aisha? Aprovechando de su ausencia (acordemos que él llevó a su padre del sótano enviándole a Katpa), ella de nuevo se puso a buscar con precipitación el revólver. Pero en este momento Sugur volvió y se puso a hablar en tono de un marido inobjetable:

- ¡Antes que nada, Aisha, dame las armas! Estoy seguro que las tienes.

Oh, cómo las necesitaba ella misma, ¡¿pero dónde buscarlas?!

- ¿Qué armas? ¡No tengo nada!

Sugur se lanzó a ella y la agarró brutalmente por las manos, luego la palpó indecentemente...

Aisha se helaba de ira e indignación, pero no podía hacer nada.

- Escucha, - dijo Sugur decisivamente. – Eres mi esposa. He venido por tí, ¡y te volverás a mí! ¡Te llevo si lo quieras o no!

- No, - cortó Aisha, - ¡jamás! ¡Nuestros caminos se apartaron para siempre!

- ¿Es tu última palabra? ¿A lo mejor vas a pensar, entrar en razón?

- ¡No y no!

Sugur no escuchaba ya. Se lanzó sobre ella, la dió en tierra, le torció los brazos y le ató las manos a la espalda con una cuerda. Aisha ni abrió la boca.  

- ¿No quieres abandonar al nuevo marido? Lo entiendo, – dijo Sugur con sorna. – Pues tampoco voy a aceptar a la esposa infiel. Te castigaré de otra manera. De un tiro te daré gracias por todos los servicios... Te echaré sobre la espalda del caballo, detrás de la silla, te llevaré a China, te venderé por unas cuantas reses a un viejo como una esposa secundaria. Esto es mi sentencia, y yo no seré yo al no cumplirla. He jurado. ¡Espera y verás! ¡Volveré pronto!

Aisha estaba silenciosa; Sugur salió con un portazo furioso.

¿Cuánto tiempo pasó? Aisha ya no comprendía nada. Intentando de liberar las manos ella se retorcía, se volviá de espalda a otro lado. Sólo en alta noche logró sacar de la atadura su mano derecha, sangrienta, cortada por la cuerda dura.

La rabia le añadió fuerzas, ella decidió defenderse hasta la muerte y, animada por esta decisión, de nuevo se puso a buscar el revólver...

 

 

6

 

 

...Cuando Khasén levantó el cuchillo para atacar con éste a Aisha, le agarró por la mano Samat, preveniendo el golpe mortal.

Aisha estaba sobre la tierra, paralizada por miedo. Así duró unos cuantos minutos. Pero ya empezó a moverse y retiró el pelo caído sobre su cara. Todos vieron que sus manos estaban cubiertas de cortaduras con sangre. 

- Pensé que Sugur había venido por mí, - gemió ella mirándole en perplejidad a Khasén. – Me amenazaba venir, llevarme consigo. Le dije que no me tendrá viva... Me ató de manos... – Aisha largó sus manos sangrientas y prorrumpió en sollozos.

Dametkén fue la primera quien se echó a ella, la abrazó, levantó de la tierra añadiendo:

- Cariño, pobrecita mía, ya sabía que no eres culpable de nada... ni pensaba que puedas obrar de acuerdo con el enemigo...

En aquel momento se oyó una trápala, y todos agarraron sus rifles.

- ¡Aquí están, malditos! – exclamó Aisha y se echó a Khasén.

Samat montó el gatillo y pegó el oído a la puerta, escuchando muy atentamente.

- Ce, Samat, Khasén, ¿estáis aquí? – sonó la voz de Katpa por detrás de la puerta. - ¡Contesta! ¿Quién está ahí? 

Al meter el farolillo en las manos de Aisha, Samat abrió la puerta.

- ¡Sí, somos nosotros!

Katpa, los tres milicianos y el interrogador entraron al sótano. El interrogador explicó brevemente el porqué de su llegada.

- Ustedes, - dijo él dirigiéndose a Samat y Khasén, - tendrán que ir ahora al distrital, allí están investigando su caso, y durante la investigación ustedes tendrán que estar bajo arresto.

Las mujeres lanzaron un “ay”. Y Samat, resollando, le echó bruscamente a Katpa:

- ¡Estos son manejos tuyos!

- ¡Esto es justicia! – contestó Katpa sonriendo con sorna y con aire insolente. Samat y Khasén todavía tenían rifles en sus manos, y los milicianos se les acercaron con precaución, claramente teniendo la intención de desarmarles.

- No hay prisa, - dijo Samat. – No vamos a escapar. Pero antes habrá que capturar a alguien más temible. Por eso venimos aquí. Ahora aparecerá una cuadrilla de bandidos.

- ¡Deja de charlar! – exclamaron a una voz el interrogador y Katpa. - ¡Ambos estáis arrestados!

- Ahora no marchamos a ningún lado, - declaró decisivamente Samat. 

Y en aquel mismo momento en un lugar muy cerca sonaron unos tiros. Katpa y el interrogador cambiaron una mirada confusa.

- ¿Qué es esto? – murmuró Katpa temblando.

- Debe ser escopeteo con los enemigos. Allí está Sugur. – Y Samat le echó a Katpa una mirada penetrante. El tiroteo se escalaba, se oían unos gritos, el ruido de pasos...

El nombre de Sugur por lo visto le alarmó a Katpa, sus manos temblaron, pero en seguida se apoderó, cobró ánimo y dijo tranquilamente, dirigiéndose al interrogador:

- ¡Bueno, ya es hora de marchar! – y se dirigió a la puerta.

- ¡No, no te irás! – dijo firmemente Samat que en un santiamén apareció cerca de la puerta. Al poner el rifle en la mano izquierda, agarró el revólver por la derecha. Sus ojos echaron fuego. Todos cambiaban miradas perplejas, y Katpa se quedó inmóvil. Mirándole con odio uno a otro, Katpa y Samat parecían estar teniendo entre sí una disputa silenciosa, entendible sólo para ellos. Pero esta vez Katpa se apoderó también.  

- ¡Veis qué pajaritos son! Esta es la esposa de Sugur, ¡está esperando a su marido con impaciencia! Y a mí me quieren traicionar. ¿Eh, Samat, me quieres arruinar? ¡Ya veremos quién vencerá!

Mientras tanto el alboroto y el ruido de pasos se acercaban. Con las últimas palabras de Katpa la puerta se abrió con estrépito y en el sótano apareció Shaltyk, jadeante, despeinado. Sin entender nada sobre lo que estaba ocurriendo, él murmuró:  

- ¿Qué estáis aquí haciendo vosotros todos? ¿Dónde está este canalla? ¡Id corriendo allá, allí están tirando los bandidos! 

Al ver el revólver dirigido a Katpa por Samat, se quedó todo perplejo.

- ¿Qué está pasando aquí? ¿Habéis vuelto locos o qué? ¡Sugur está aquí cerca y ellos se han escondido!..

Pero nadie le prestó atención al viejo. Todos estaban escuchando atentamente lo que pasaba detrás de la puerta. El ruido de pasos se oía muy cerca del sótano, después los caballos fueron parados bruscamente, se oyó un ruido alborotado, - probablemente, los caballeros se apearon, y la puerta se abrió de nuevo. Entró Panshin con un farol en la mano, le seguían Sugur y Kulaaygyr cabizbajos y abatidos, en la puerta abierta se estrechaban unos cuantos soldados de Ejército Rojo con armas.

Panshin se le acercó a Samat y al levantar la mano a la visera articuló en el estilo militar:

- ¡Aquí está, todo se acabó!

- ¡Felicitaciones! Pero falta mucho para el fin... El lío sólo empieza a armarse...

Panshin no entendió nada, y Samat indicó en la dirección de Katpa:

- Aquí tenemos, Katpa llevó al interrogador y milicia para que arrestaren a mí y a Khasén.

- ¡Qué disparates! – exclamó Panshin.

- Yo sería el undécimo de los trabajadores de Taldyusek, - continuó Samat, - arruinados por Katpa. ¡Quiere echar sobre mí los negocietes negros de estos criminales!.. 

Y Samat indicó con el movimiento de la cabeza en la dirección de Sugur y Kulaaygyr.

Entonces se le ocurrió una idea a Shaltyk que hasta aquel momento se tenía aparte. Apartó con violencia a Katpa que estaba en su camino y se acercó a Sugur: 

- Ah, Sugur, ya veo que no era sin razón que me mandabas a Katpa... “Sólo a Katpa”, - estabas repitiendo... Ahora sí que lo entiendo todo...

Con aire triunfador el viejo estaba mirando ora a Samat ora a Panshin.

- ¡Dios, qué pasa! – todos comenzaron a hacer ruido.

- Es por eso que me mandaste hoy al sótano, - pronunció Aisha. – Por lo visto, te daban muchas ganas de hacer un favor a tu compañero Sugur. ¡Ah, que te trague! Ahora entiendo.

Katpa todavía intentaba de salvarse, de desviar las sospechas.

- No digas porquerías, ¡Sugur es mi enemigo mortal!

Y en este momento sucedió una cosa inesperada: Sugur se le acercó a Katpa y le dijo con sorna:

- Aunque somos enemigos, pero ¡vamos a saludar uno a otro, Katpa!

- ¡Silencio! – Al levantar la mano, Panshin ordenó cesar las conversaciones.

A Sugur y Kulaaygyr los llevaron convoyados, también se fueron los milicianos con el interrogador. Sólo después de todo esto Panshin le volvió la cara a Katpa.

- Katpa Kozhelákov, - dijo él tranquila y firmemente, - Usted en seguida va al distrital con nosotros. 

Al vacilar un momento Katpa se marchó a la salida.

Los coljosianos trastornados por los acontecimientos estaban silenciosos. Khasén estaba sentado sobre un barril soportando la mano herida de la cual todavía goteaba la sangre. Los acontecimientos desarrollaban tan precipitadamente que todos incluso él mismo habían olvidado sobre su herida, y ya había pasado cerca de una media hora. Palidez mortal cubrió su cara, y Aisha se echó a él con un grito.  

- ¡Disculpa, querido! ¡Yo soy culpable, me equivoqué!.. ¡Pero tuve que defenderme contra este infame de Sugur!

Khasén le acariciaba dulcemente la cabeza con su mano sana mientras que Dametkén y Ayazhán le vendaban la herida con un trozo de tela blanca arrancado de la camisa de Samat.

...Pasaron dos días. En la hora de la puesta del sol salió del centro distrital en una yegua alazana bien cebada un caballero. Detrás de la silla estaba colgada una arguena llenada por completo. El caballero se preparaba para una marcha larga a las montañas Tarbagatay. Estaba trotando, atosigando todo el tiempo el caballo y mirando hacia atrás.

En aquel mismo tiempo por una otra calle, también a caballos, atajando al caballero, iban de prisa dos militares. El caballero en la yegua alazana y los militares por poco chocaron en la cruce de calles, y el caballero tuvo que hacer retroceder el caballo. Los militares también se pararon.  

- ¿Ciudadano, es usted el juez Sadýrov? – preguntó uno de ellos.

Al entender que todo se había perdido, que no fue sin razón que los militares le habían encontrado, él murmuró:

- Sí, soy Sadýrov.

- ¡Que estamos buscando a usted! ¡Vuelva atrás!

 

 

 

El arresto de Sadýrov ayudó llegar a descifrar finalmente el caso oscuro de Sugur. Resulta que él apareció en el alrededor dos días antes de los acontecimientos cruciales. Katpa y él elaboraron juntos el plan de acción. Pensaban matar unos cuantos pájaros de un tiro: necesitaban estropear el ganado, echar la culpa sobre Khasén y Samat y secuestrar a la ex esposa de Sugur que había abandonado el clan zharke e ido al “altybay sucio”. Por eso fue Aisha a quien Katpa le mandó al sótano. Y le dió le revólver por el pedido del mismo Sugur que esperaba de esta manera obtener las armas. Ni les podía ocurrirse que una mujer sin experiencia intentaría de utilizar el revólver a solas, - ¡qué va!    

No fue por primera vez que Katpa, Sugur y Sadýrov aplicaron estos métodos astuciosos aprovechando de que se había trasladado al coljós mucha gente nueva que no sabía sobre las cosas que sucedían aquí antes.

Durante mucho tiempo conseguían los malvados disimular las huellas de sus negocios repugnantes... ¡Pero la justicia triunfó! 

 

1935

 

 [1] (esposa, viuda)