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Ахмет Байтурсынов

29.08.2014 2589

Mustafin Gabiden  "Testigo"

Язык оригинала: "Очевидец"

Автор оригинала: Мустафин Г.

Автор перевода: not specified

Дата: 29.08.2014

Gabiden Mustafin

Testigo

En este libro yo estaba ansioso por hablar sinceramente acerca de lo que había visto y había experimentado durante más de sesenta años.

De las muchas experiencias, acontecimientos, hechos, trataba de seleccionar los más significativos para mí personalmente y para el ambiente en el que crecía y trabajaba.

Una vida larga parece la escalada de las alturas inalcanzables de Alatau. Cuanto más se vive, más se asciende, y se puede fácilmente abarcar con la vista lo que se quedó en el valle y ver el pasado con claridad.

Una gran parte de lo que quedó en la juventud, a la altura de mi edad vi de otro modo y comprendí de otra forma.

No sé cómo llamar esta obra - recuerdos, un libro de historias acerca de mí mismo, memorias o de algún otro modo. Que lo decidan los críticos. El objetivo del autor es contar cómo ha evolucionado su carácter y el de su nación durante medio siglo.

De acuerdo con el plan se supone contar con tres libros. El primero es sobre los acontecimientos que tuvieron lugar antes de la revolución y hasta el año 1925, el segundo se dedica a la Gran Guerra Patria y el tercero cuenta de los años de la posguerra, hasta nuestros días.

Si en sus obras anteriores recurriendo a la historia, el autor aplicaba los elementos de ficción, entonces en este libro la voluntad del autor queda sujeta a los hechos.

Yo escribí la verdad y sólo la verdad.

Hacia las tierras forasteras

Amanecía lentamente, el alba iba apartando la pesada oscuridad de la noche, la naturaleza se animaba madrugando.

Seis aúles se pusieron en marcha inmediatamente, inquietando la amplia extensión con los camellos rugiendo, perros ladrando, carros rechinando. La trashumación está dispersa, abigarrada y bulliciosa. En el crepúsculo de la mañana es difícil ver dónde empieza y dónde termina. Los hombres permanecen sombríos, las mujeres con lágrimas en los ojos: los aúles se mudan a lugares donde no hayan estado todavía, que es el hogar de otras familias desconocidas.

Al frente cabalgaba Biy Mahambetshe, cabeza, caudillo de los seis aúles. Seguía sin intercambiar ni una sola palabra con sus dos compañeros que iban a los lados; el caballo amblador bayo balanceaba suavemente al jinete.

El viejo Biy suspiró pesadamente y puso debajo de la lengua nasibay. Uno de los compañeros, el delgado dzhiguit de ojos grandes le tendió la mano.

- Abysh, - Mahambetshe pronunció - ¿cuándo dejarás de mendigar?

- Tacañeas una pizca de nasibay - le reprendió Abysh -. - ¿Como podrás hacer con las preocupaciones de sesenta familias?

Mahambetshe calló. La saliva amarillenta se pegó a su barba gruesa y larga, pero no le hacía caso. Siempre animado, ensamblado, con las mejillas sonrosadas, ahora Biy parecía cansado y pálido.

Después de una pausa él se volvió un poco hacia Abysh y asintió:

¡Sí, el cuidado de una familia hará derramar mucho sudor y el de las sesenta mucho más! Hemos dejado nuestro lugar natal sin que sea posible ahogar nuestra pena ni enterrarla... Zhunus narró: “Fueron los rusos quienes os quitaron la Tierra, no nosotros. ¿Para qué os mudáis a la tierra de la familia Sikymbay, oprimiendo a sus hermanos de sangre, como si faltaran trashumaciones en este mundo infinito?” Zhunus es vampiro, ha apretado la cuerda a las familias de Karakesek, Kuandyk, Suyundik, y ahora tiene intención de levantar contra nosotros a toda la familia de Sikymbay. Llevábamos dos años luchando contra el zar y retrocedimos bajo una rociada de balas. Y ¿hacia dónde podemos ir, si nos echa de sus tierras la familia Sikymbay? ¿Vagabundear por el mundo cómo lo hacen los gitanos? Lucharemos hasta la última persona. Nuestra valentía no nos fallará.

- La familia de Sikymbay es numerosa, no sé si aguantaremos... - ha pronunciado con recelo Abysh, pero Mahambetshe lo ha interrumpido:

- Aunque sean muchos, pero tienen de arma garrotes. El zarismo nos ha vencido con los rifles. Y si es garrote contra garrote, entonces nos arriesgaremos. Además, el poder zarista, habiendo quitado nuestras tierras, ahora estará de nuestra parte. Otras familias deben apoyarnos. Nosotros somos la gente desesperada, y un desesperado resistirá contra diez asustadizos. ¡Yo como un hurón, estoy listo de agarrarme de la garganta del ofensor!

A Biy se le calentó la boca. Ya alegraba, ya afligía a sus compañeros, y cuando levantaba perezosamente sus pestañas largas, parecía como si sus ojos atravesaran enteramente a los oyentes. Sobre la gente como Mahambetshe el pueblo dice: bajo los pies se mete, pero con las manos no se coge. Ya muerto se escapará del dogal.

- No tengo nada en el mundo que me sea más caro que mi bayo, — decía.- Se lo regalaré a Zhunus. Además, arreglaré el matrimonio de una de sus hijas con Shayhy. Entonces, se tranquilizará, tal vez, estará sin decir esta boca es mía. Pero, ay, chupará calladito nuestra sangre como un vampiro.

- ¡Tienes razón! Buena decisión - Abysh exclamó echando fuego por sus ojos grandes. Arreó a morcillo con la frente blanca y al alcanzar al Biy se quitó el timak. Por muy bueno que sea tu bayo, es un animal, no hay que lamentarlo. El potro se verá recompensado con creces. Y no temas el noviazgo, pues recogeremos el rescate. Si las sesenta familias de nuestros aúles dan un animal, entonces Zhunus voraz se saciará. Necesitamos la paz. No debemos olvidar que el invierno se nos echa encima. Carecemos del invernadero, no hay comida para la gente ni la alimentación para el ganado. El silencioso enemigo, el invierno, no querrá saber que hemos estado durante todo el verano luchando con la familia Sikymbay, nos mandará a otro mundo. Aquí reside el principal peligro, Biy.

El segundo camarada que hasta ahora permanecía callado, Kuttybay, solamente ahora se ha incorporado a la conversación. Desde el nacimiento la vida le ha añadido algunos apodos a su nombre: el Kuttybay-cantante, Kuttybay-fugitivo, Kuttybay-yerno. Él se escapó de la familia Suyundik y se casó en el aúl de la familia Elibay. Este hombre tenaz por su naturaleza, de cara larga y blanca tiene muchos secretos que no se los cuenta a nadie. Kuttybay siempre está alegre. Bromea, compone canciones y canta bien. En varios pleitos, disputas y escándalos se siente como pez en el agua. Si Abish es la mano derecha de Mahambetshe, entonces Kuttybay, la izquierda. Los tres son coetáneos y la costumbre les permite mantenerse con iguales derechos,

- Escúchame, coetáneo, - habló en voz alta Kuttybay-. - Aldy te ofendió en la estatura, pero te dio astucia. Tienes razón, intentaremos organizar una trampa. Si Zhunus no cae en ella, entonces pondremos nuestras esperanzas en la fuerza. Contra Zhunus se han vuelto no sólo las familias Kuandik, Suyundikov, Karakesek, sino muchas otras, Atygai, Karaaul, Kanzhygaly, Kerey. Por sus incursiones lloran amargamente los tres jüz kazajos , no sólo uno, el medio. Zhunus es una fiera feroz. Incluso estando él en el seno de Alá, no me temblará la mano de cortarle la cabeza. Dadme de ayudante a un Mekesh. Este cabrón Dbish solo fastidia con su balido.

- Eee ... Junto con Mekesh cualquiera será valiente - dijo Abysh.

Mekesh es el sobrino segundo de Mahambetshe. Es un dzhiguit desesperadamente valiente, el abigeo conocido en los alrededores. Gallardo, hombros de cargador, con los ojos brillantes, voz baja, Mekesh es audaz, valiente. Los funcionarios zaristas llevan mucho tiempo persiguiéndolo, pero no logran atraparlo. Mekesh, pecoreando los caballos, siempre obra solo y armado con un garrote, daga, carabina Berdán, revólver. Aunque en la vecindad hayan crecido unos poblados rusos, Mekesh no abandona aún el lugar. En el extranjero la vida no es mejor.

Mahambetshe no tuvo miedo de marcharse a la tierra de la poderosa familia Sikymbay porque, por un lado, sentía el apoyo de Mekesh y otras familias prójimas, por otro lado, creía en el poder zarista. Ya que llevaba en el bolsillo el decreto gubernamental de que después de la reforma de Stolypin en la estepa aparecerían los asentamientos rusos. Tiene que cederles su lugar.

Pensando en las palabras de los consejeros fieles, pequeño y hosco Mahambetshe continuaba su camino.

Un jinete montado a enjuto caballo de bayo oscuro que trotando alcanzaba a la trashumación. Llevaba un garrote que colgaba de un lazo al lado de su codo.

¡Mekesh! - de repente exclamó Kuttybay.

Ayer, cuando los aúles Elibai hacían preparativos para salir de viaje, con lágrimas desdidiéndose de sus hogares, Mekesh no pudo venir y sólo ahora ha aparecido. De inmediato se dirigió al frente de la transhumación y, respetando la tradición, saltó del caballo y saludó a los mayores de la mano. Estos permanecían en las sillas de montar. Mekesh furte, imponente y hermoso, ahora en sus ojos furiosos brillan las lágrimas.

- ¿No es mejor morir que vivir en la deshonra, tío?- exclamó, dirigiéndose a Mahambetshe.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Biy.

- Es la voluntad del zar blanco, querido, — se justificaba él.

- El zar no es Dios, ¿para qué sometérsele? ¡Si el zar fuera justo, no dejaría a tanto pueblo sin camisa! Solo los cobardes aguantan cuando los humillan. Aun no hayan resistido en la tierra natal. Síganme, les llevaré a Zhidelibaysyn. Ahí hay muchas tierras, gente buena, allí se encuentra el paraíso real!

En respuesta Mahambetshe sonrió ligeramente. Entre la gente hace mucho tiempo corre un rumor sobre Zhidelibaysyn, la tierra prometida, donde no hay invierno, donde los prados son eternamente verdes, donde abundan frutas y no hay gobernantes. Pero nadie sabía cómo encontrar este paraíso. El joven Mekesh tampoco lo sabía, pero creía y soñaba con encontrar Zhidelibaysyn.

Se pusieron a hablar de Zhidelibaysyn , tratando de prolongar este sueño agradable. Pero el sol iba calentándo más fuerte. Por el calor los perros sacaron las lenguas, la saliva colgada, también los buyes, tirando los carros, se pusieron a buscar sombra. El rebaño que iba con la gente, dejó de pastar y los caballos no paraban de picotear. Los nómadas se detuvieron en el valle del río Kokbek, que en primavera solía ser caudaloso, pero en verano se secaba casi completamente. Pusieron rápidamente una cabaña, y pronto por todas partes se levantaba el humo de las hogueras.

La hierba bajo el sol, como el terciopelo, cambia de colores. Todo lo vivo descansa, disfruta. Sólo el niño Sarybala persigue incansablemente una mariposa, no le da tiempo para descansar. La mariposa blanca se sienta en la hierba, como si fastidiara: “Cógeme”. Pero tan pronto como el muchacho tienda la mano, la mariposa, jugando y como si se burlara, se echa a volar a otro lugar. El niño pequeño, sorbiéndose los mocos con despecho, esperanzado de atrapar la mariposa, vuelve a correr detrás de ella a lo largo de la orilla del río cada vez más lejos.

Mahambetshe, Mekesh, Kuttybay y Abysh continuaban la triste conversación, sentados en el asiento delantero del ablayche – kibitka ambulante. La esposa de Biy de cara alargada batía enérgicamente el kumís amarillo. Sus negros ojos parecidos de grosella estaban pensativos. Los hombres ya han comido algo, el llamativo cuenco rojizo con kumís quedaba medio vacío. El agradable olor a carne de caballo, gorgoteando en la caldera negra detrás de la puerta, llenaba el ablayche. La mujer batiendo el kumís, trataba de no perder nada de la conversación de los hombres.

- Kuttybay, canta, levanta el ánimo, - dijo ella, cuando todos se quedaron en silencio. - Basta, hemos hablado de sobra, las orejas se han cansado. Incluso el gorrión sobrevivirá el invierno más feroz. ¿Dios nos crearía más débiles que un gorrión? No es la primera vez que un kazajo deja su hogar. Hemos sobrevivido en el yute horroroso, y ahora sobreviviremos.

Kuttybay la elogió:

- Ah sí, Jamila, eres nuestro principal Biy. Mahambetshe te supera solo por el origen y por ser hombre.

- Me complace tu alabanza Kuttybay, que crezcan tus hijos. Pero dicen que la felicidad viene no sólo a las mujeres, sino también al tonto. Pero cuando se va, no la coge cualquier simple mortal ni el más inteligente.

- Sí-í, - con aire significativo pronunció Kuttybay y se puso a tocar una melodía desconocida en el dombra. Habiendo vuelto la cara hacia los lugares natales abandonados, él comenzó a cantar:

Kara Nura se te ve desde lejos.

Querida desde la infancia y muy negra.

¿Acaso nos despediremos de verdad?

El alma está llena de nostalgia mortal.

Kozhara, Zhauyrtau - los veo

Más de una vez tenía allí el águila tenía sobre el hombro

Aikai Shokai se oculta de la vista por la cresta

Pero es imposible ocultar la patria para los ojos.

¡Tierra fertil, el país de las mil maravillas!

El pueblo sufre oprimido por la tristeza y melancolía.

Y en las mejores almas va bulliendo la ira,

Todavía ocultada por el silencio.

El zar ha ordenado... Obedientes al zar,

En la tierra natal estamos rechinando los dientes.

Se echa encima la hora de desquite. Vendremos

Y aquí haremos justicia.

Poco a poco la gente iba agrupándose alrededor de Kuttybay. Las mujeres echaron a llorar. Suspiraban pesadamente los ancianos.

- Es una pena que no nos hayamos conformado con el asentamiento, - dijo uno de los habitantes del aúl arrepentido.

Su mujer pecosa que estaba al lado se pellizcó en la mejilla y musitó:

- ¿Si el kazajo no lleva una vida nómada, acaso vivirá? Si ahora estás de acuerdo de vivir en el poblado, mañana te pondrás a santiguarte.

- ¡Deja ya, no necesito otra fe!

- Está sofocante aquí, — se oyó la voz de Mekesh. — Mejor iré a bañarme que estar triste. Se levantó de pie, se puso un caftán blanco de lana de camello con cuello de terciopelo. Llevaba las botas de cuero excelente, con cañas largas y anchas, tacones altos .., tymak de piel de cordero blanco atado encima . Todos miraron a Mekesh. Con pasos lentos se dirigió hacia el río. Aquí se bañaban unas cinco o seis mujeres jóvenes. Chapoteaban ruidosamente y riéndose. Al ver a Mekesh las mujeres saltaron a la orilla y, habiendo recogido la ropa, echaron a correr. Y en vano: el mismo Mekesh se giró para ir a otro lado. El dzhiguit valiente se volvía tímido con las mujeres. Es que la mujer de Mekesh, cuyo nombre era Kadysh, era flaca y de cabello oscuro, con los ojos como los de una cabra salvaje, la hija del conocido forzudo y chistoso Manki, aunque sonara extraño, llevaba las riendas en la familia. Si levantaba la voz, enseguida Mekesh se callaba; si se reía de cualquier cosa, él le hacía eco inmediatamente. Cuál era la fuerza de la frágil Kadysh que logró someter a este tigre, la gente no lo sabía. La timidez de Mekesh con las mujeres, por lo visto, se explicaba por la influencia de Kadysh.

Habiéndose alejado de las mujeres que se bañaban, Mekesh se paró, sacó de la caña el puñal, probó con el dedo la punta. Examinó cuidadosamente la carabina. El revólver sobre la cinta lo quitó del hombro y envolvió en el caftán. Al desnudarse estuvo mucho tiempo pasando las manos por el cuerpo, se calentaba, lanzando pequeñas piedras al agua. Luego levantó una piedra del tamaño de una caldera, se esforzó y la tiró al río.

"¡El lidiador Sholak levantó cincuenta y un pud!" - se acordó Mekesh, movió la cabeza y saltó al agua.

Sarybala que corrió lejos para alcanzar la mariposa sólo ahora volvía al campamento. A su lado cabalgaban dos jinetes rusos. Le habían dado al niño un pedazo de pan, y él lo estaba comiendo con ganas.

Al divisar a los jinetes Mekesh salió del agua, se vistió rápidamente. Los rusos se acercaron, lo saludaron y le tendieron las manos. Mekesh inesperadamente golpeó las manos de ambos.

- ¡Pagad primero por la sangre de Aktentek! ¡Parad a estos fugitivos infelices! ¡Después venid con «Buenas»!

En aquel entonces los kazajos y forasteros de Rusia se explicaban solo con palabras: buenas, champán (kumís), margen (hembra), kursak desapareció (tengo hambre), kibitka (casa) que tanto los forasteros, como los habitantes del lugar entendían. Los kazajos creían estas palabras rusas, y los rusos, las kazajas. En realidad estas no pertenecían ni a unos ni a otros, pero todos entendían su significado. Los rusos que se acercaron a Mekesh ni siquiera conocían estas palabras. Uno de los jinetes, un hombre de barba gris, habló en ruso:

- Dzhiguit, según parece, está Ud. muy indignado... Su ira es comprensible, aunque no conozco su idioma. No tenemos nada que ver con el asesinato de Aktentek. Somos ucranianos. No somos de aquí. Nuestras chabolas están en Rusia. Hemos venido para llegar a saber sobre la vida aquí .... - En Shokae viven los estonianos, en el Kzyl-Zhara, alemanes, en Karauzek, los ucranianos. Ninguno de ellos vino aquí voluntariamente. El zar nos ha echado de nuestra tierra natal, no nos era tan fácil trasladarnos. La patria es la madre, ¡quién querrá separarse de su madre! Stolypin nos hizo sufrir tanto como a vosotros. Necesitamos igual que vosotros . ¿Por qué tenemos que pelearnos? Un ladrón kazajo le roba al emigrante su único caballo, por eso toman por ladrones a todos los kazajos y, si en sus manos cae un kazajo inocente, lo pegan cruelmente e incluso lo matan. No me gusta todo esto. Dzhiguit, si eres hombre, convence a los tuyos. Escribiremos juntos la queja y se la daremos directamente a su majestad. El zar es misericordioso. Él debe librarnos de los caudales de lágrimas y frenar a Stolypin..,

- Hablas mucho, no he entendido nada, - dijo Mekesh en kazajo.

- ¿Hay champán ? Tengo sed.

- A-а, ¿te apetece el kumís? ¿Y la carne también? ¿ De qué pueblo sois? ¿Por qué has callado? ¿Cuál de vosotros, miserables, ha matado a Aktenteka? - Mekesh clavó un dedo en el pecho del hombre con barba gris.

- Sí, parece que no ha entendido nada - dijo el de barba cana y por alguna razón se puso a mover la cabeza asintiendo. Mekesh tomó sus cabezadas por la confesión y agarrando al de barba cana por el cuello comenzó a estrangularlo. El segundo ruso, un hombre fuerte, que aún permanecía en silencio, en lugar de separarlos, sin decir una palabra alzó la mano y le dio a Mekesh en la sien. Mekesh soltó al hombre de barba cana, sacó el puñal de la caña y dio una navajaza en la cabeza del hombre. Aquel se desplomó como un álamo cortado. Con otro golpe Mekesh derribó al de barba cana. Los caballos tiraron a correr en lados diferentes. El hombre de barba cana, sangrando, trataba de explicar:

- Lástima, no nos hayamos entendido, es una pena... Por todo era necesario castigar a Stolypin. Si supiera su majestad, el zar ... - Y tendió hacia Mekesh la mano peluda. Mekesh permaneció un momento inmóvil, luego tomó su mano. La piedad venció la ira, y dijo con una voz temblorosa:

- ¡Aquel lo merecía, pero te he golpeado a ti en vano! Ni con la mano ni con la palabra me has tocado. ¡Por nada estás castigado! ¡Perdona! Estoy enojado por Aktentek .- Y, habiendo quitado la faja amplia que llevaba, le vendó al herido la cabeza.

El aúl llegó corriendo al lugar del accidente. La multitud le rodeó a Mekesh. De la boca de cada uno salían palabras fuertes y dolorosas:

¡Una vez más recae la desgracia sobre nuestras cabezas!

¡Ojalá mueras, Mekesh!

¡Ojalá estires la pata, Mekesh! ¡Ahora no evitaremos las desgracias!

¡Así se mueran su mujer y sus niños!

Mekesh no hacía caso de las maldiciones. Se arrodilló, levantó la cabeza del hombre de barba cana y la puso en su regazo. Luego envió a un chico por leche de yegua, le dio de beber al herido y se dirigió hacia Mahambetshe:

- ¿Para qué hacer ruido? Lo que ha pasado, no va a volver. Marchaos rápidamente. Me quedaré solo, lo curaré, y después lo llevaré a donde los rusos. ¡Llevo mucho tiempo sin reconocer al zar! Yo asumo todos los pecados.

Lleno de ira Mahambetshe no pronunció ni una palabra, se volvió y se dirigió al aúl. Los demás, habiéndose tranquilizado, lo siguieron. Cerca del río se quedaron dos personas - Mekesh y el hombre de barba cana.

Y otra vez gritos, ruido: los aúles salían apresuradamente del campamento temporal.

... En el viejo carro chirriante iba el muchacho Sarybala. Él miraba atrás. Que extremadamente extraño es todo: los rusos le han dado su pan, y Mekesh... Sangre, los rusos, todo estaba ante los ojos del chico. Cuando él se ha dormido, soñaba... ya se reía fuertemente, ya masticaba y tragaba algo, y luego gritaba de repente y rompía a llorar.

ESCLAVOS DE ZHUNUS

La familia de Elibay pasaba penas en las tierras de Sikymbay. El poderoso en estos lugares el bay Zhunus oprime a los recién llegados desde todas las partes y durante diez días no les permitió hacer ni un solo paso. Entonces Mahambetshe trajo al agrimensor y al policía y se le asignó los terrenos. Pero Zhunus levantó toda la familia del bay Sikym contra la de Elibay. Mahambetshe se desconcertó de veras. Rápidamente envió mensajeros a los familiares. A la llamada acudieron los mejores treinta dzhiguits encabezados por Mekesh.

Tres días las partes hostiles amenazaron una a otra, pero no se atrevían a entrar en la lucha sangrienta.

Al cuarto día Mekesh perdió la paciencia, montó a su caballo y comenzó a galopar delante de la hilera de los hombres de Sikymbay gritando:

- ¡Venga, Sikymbay, ansioso de la sangre, ven acá! ¡Que salga a luchar el que sea valiente! ¡Si eres un hombre, Zhunus, sal solo! ¡Si eres una mujer, ataca con todo el campamento!..

Ningún dzhiguit de la familia de Sikymbay se atrevió a luchar.

Tras un intento fallado de expulsar a la familia de Elibay Zhunus comenzó su habitual "oficio", la arreada y el robo.

La Tierra se ha helado, pero todavía no hay nieve. La noche es muy tranquila, silenciosa, las estrellas centellean brillantes y densas. Aquí una ha caído, ha trazado el cielo y ha apagado.

En la ladera de un cerro se ve la invernada de cinco cabañas. En la más pequeña de ellas hay una sola habitación, pequeña y baja – donde se rozaba el techo con cabeza. En el centro hay un soporte de la pértiga torcida. Las paredes están sin enmasillar. El tepe negro se está desmenuzando, cayendo, está lleno de pulgas. Hay un olor amargo a ajenjo extendido en una capa gruesa en el suelo. Entre las escasas vigas de techo se ve la hierba, ennegrecida por la tizna. De la estufa rechoncha el humo sale a la habitación pequeña. La lamparilla improvisada también despide hollín y apenas ilumina los rostros de los tres hombres sentados delante. Cada vez que se abre y se cierra puerta, con fuerza, golpes de tambor suena el secado estómago de cordero tendido en el hueco de la ventana.

El dueño de la casita es Mustafa-hadzhi, el hermano menor de Mahambetshe, tiene unos cuarenta años, es bajo y fornido, de piel oscura, con huellas de la viruela negra en la cara. Se quedó huérfano desde la cuna, y una tía pobre lo alimentó con biberón. Diecisiete años pastó la tropilla de su hermano y por esto obtuvo una decena de animales menudos. Cuando Mustafa cumplió treinta y dos años, vendió todo el ganado y se fue a La Meca, dejando atrás a su esposa Hadisha con dos niños pequeños.

Mustafa es sostenido, tranquilo, bondadoso, aunque su peluda cara de rallo siempre parece severa. Habla poco, pero bien, con inteligencia y teme solamente al dios. Constantemente sueña con la vida de ultratumba. Dice que en este mundo todo le va bien, y le queda por arreglar los asuntos en aquel. A hadzhi Mustafa lo conocen todas las sesenta familias del género de Elibay. Ofendidos acuden con quejas al justo Mustafa-hadzhi. Especialmente en caso de que se encuentren oprimidos por Mahambetshe. El mismo hadzhi no puede influir en el bay, y toda su ayuda consiste en que se dirige al altísimo con una oración: “Defiende al pobre, obsequíalo con algo”. Pero el dios siempre permanece sordo a la súplica, y Mustafa más de una vez pensaba abandonar este mundo injusto, vano, y morir en algún sitio en La Meca o Medina.

Antes de morir el famoso Jolan, al que pertenecían muchos caballos, mandó a Mustafa ir otra vez a La Meca y Mustafa iba a cumplirlo.

- ¿Cómo nos quedaremos sin ti? — se inquietó Hadisha, y los niños rompieron a llorar.

- Alá ayudará. Dará Ala el día, dará la comida, — respondió Mustafa.

Ahora, sentado en el asiento delantero, como de costumbre, inculcaba al pequeño Sarybala:

- ¡Recuerda que Dios es único, el profeta es justo, y el Corán es la verdad!

- ¡Dios es único, el profeta es justo, y el Corán es la verdad!

- Memorízalo. ¡Repite cien, mil veces y recuérdalo!

El hijo es listo, capta todo a la primera, no hace falta repetírselo cien y mil veces. Pero el padre es riguroso, comprueba:

- ¿Cuáles son las señales de Alá? ¿En qué partes se divide shay?

--- Alá cuenta con ocho señales. Usted dice que shay se divide en dos partes, pero Kutteke afirma que en dos y cuatro, ocho, cuantas quieras.

- Kuttybay, viejo diablo, te ha gastado una broma. Él se refería al té que bebemos. Yo estoy hablando de otro , estoy hablando del mundo. El mundo se divide únicamente en dos partes; en el de los vivos y los muertos.

En conclusión Hadzhi requiere que el hijo practique la oración. Inclinada la pesada tetera de hierro fundido cubierta con una capa gruesa del hollín, el muchacho hizo la ablución. Cumplió como es debido la oración de noche. El padre puso ante él un rosario.

- Supongamos que es un difunto. ¡Venga, practica la oración!

El muchacho cumplió debidamente y esta voluntad paternal. Hadzhi se calló bajada la cabeza. Bajó las pestañas largas, pero se ve que no duerme, simplemente está reflexionando. Para hoy los estudios han acabado. Sería necesario darle a su hijo leer aptiek, pero el hijo no sabe leer y hadzhi no puede enseñárselo, él mismo nunca ha asistido a la escuela y ni siquiera saber firmar. Cerca de su invernada no solo no hay escuela, sino tampoco maestros. En el aúl no quieren contratarlo y hacerlo por su cuenta está fuera de su alcance. Hadzhi no sabe qué enseñar a su hijo en adelante. Y Hadisha preocupada continúa con lo suyo:

- ¡Dios mío, ¿para qué te hace falta La Meca! Por Zholan muerto dejarás en la desgracia a los vivos. Han robado nuestra única yegua. ¿Qué comeremos? Es necesario hacer algo... Y tú permaneces sentado mano sobre mano desde el amanecer hasta el anochecer y le trastornas al niño la cabeza. Temo que lo vuelvas loco al niño.

Como el humo acre de la estufa y de la candileja envolvió con niebla la vivienda escasa, tanto las palabras de Hadisha ofuscan la mente de Mustafa. Sin embargo, su severidad no se trastornó. Al pensar hadzhi respondió con una sonrisa:

- De tu familia han salido muchos chiflados, y tú parece que naciste infeliz. Por mucho que llores, el ladrón no devolverá lo robado. Y a propósito de la comida, la encontraremos. Incluso el insecto consigue la comida. ¿Para qué hablar tanto? ¿Será peor para el niño estudiar? Será más inteligente. En cuanto a la peregrinación, entonces la casa de Dios, la tumba de Mahoma, está predestinado de que no sólo los ricos la vean. Si no hubiera en el camino los mares, con mucho gusto iría allá a pie.

- ¡Mira, Amyrbek, es el quien es verdadero chiflado! - Hadisha exclamó, dirigiéndose al huésped, que estaba sentado al lado del amo. Amyrbek se rió, pero luego tosió. Recobrado el aliento dijo con seriedad:

- Me da miedo esta tos, hadzhi. Aunque todavía estoy vivo, tómame su contribución.

Él llamaba "la contribución" a su hija de cuatro años, Bibi-zhan.

... Hace dos años Amirbek fue a Akmola que estaba a trescientas leguas. Su único camello enflaqueció, él mismo pasaba mucha hambre y además de vuelta se vio en una fuerte ventisca. A casa volvieron pocos, murieron en el camino, y si algunos con gran esfuerzo consiguieron llegar a la vivienda, se helaron fuertemente.

Mustafa no tuvo miedo de la terrible tormenta de nieve que hizo refugiarse a todo lo vivo. Al oír de lo que las personas quedaron sorprendidas por la ventisca, él solo salió a la estepa en busca que parecía el mar furioso. Encontró a una persona helada que no conocía, y junto con el camello lo llevó a su casa. Este era Amirbek. El mes entero hadzhi cuidó al enfermo sin requerir cualquier pago por ello. Amirbek no sabía cómo darle las gracias a su salvador, y antes de irse, le dijo:

- Mi salvador, voy a ser tu amigo hasta que muera. Llévate a mi hija. Cuando sea mayor, cásala con tu hijo menor. No tendrás que pagar el rescate. No tengo nada más para agradecer lo bueno como te has comportado conmigo.

Una muchacha es toda una fortuna para la familia de un pobre. Sin embargo Amirbek no escatimó su riqueza.

Mustafa consideraba indigno para sí mismo aceptar una recompensa por haber hecho algo bueno. Sabía que sería difícil casar a dos hijos cuando aclanzaran la mayoría de edad. Conocía a muchos pobres que no podían formar la familia, porque no podían permitirse pagar el rescate. Mustafa llevaba dos años sin dar su consentimiento a Amirbek, no decía ni "sí" ni "no", y ahora ha respondido:

- No he justificado mi hecho, pero sigues insistiendo tenazmente en lo tuyo, Amirbek. Tomo, estarás contento, no tomo, te ofenderás. Más vale complacer uno a otro que ofender. Está bien, cuando los días se hagan más largos, llegaremos y nos llevaremos a la novia.

Ahora creo en nuestra amistad. ¡Oh, todopoderoso, quítame la vida antes de que muera hadzhi! - exclamó Amirbek emocionado y lloró.

Ruidosamente, jadeando la mujer entró volando a la casa:

- ¡El ladrón ha sido capturado!

- ¿Dónde?

- En la cabaña grande ...

La cabaña grande los miembros de la familia de Elibay llamaban el hogar de Mahambetshe.

Mientras Mustafa se levantaba de su asiento, incluso el enfermo Amirbek ya ha conseguido llegar a la casa del bay Mahambetshe.

Sarybala descalzo, llegó corriendo aquí antes de los demás y se paró en el quicio de la puerta, centelleando con sus ojos grises. Se reunieron las cinco familias que vivían en la invernada. Comenzó a acercarse la gente de los aúles cercanos.

A la columna en el centro de la habitación estaba atado un vagabundo desconocido. Mahambetshe sostenía en las manos una trailla pesada. Bay lleno de ira, su amplia nariz se hincha, la barba larga se balancea de un resoplido enloquecido. Pega al ladrón con la trailla, preguntando después de cada golpe:

- Di la verdad, ¿quién se ha llevado la yegua gris de Mustafa?.. Di la verdad, ¿quién ha degollado al morcillo de tres años de Alimzhan?... ¿Quién ha robado la vaca roja de Battybay?..

Todo el cuerpo del ladrón se estremecía con cada golpe, pero callaba, no lloraba, no pedía misericordia, sólo apretaba los dientes con más fuerza. Los golpes de la trailla destrozaron completamente su camisa de percal. En la espalda salió la sangre. El ladrón cayó sin decir ni una palabra, pero Mahambedshe no dejaba de pegar.

- ¡Bestia! - temblando, exclamó Sarybala -. ¡Kuitugan!

El muchacho recordó que hace un año el lobo mató a un caballo del tío Kuntugan. Kuntugan atrapó al lobo, le arrancó la piel y dejó irse. El lobo dio unos pasos y cayó muerto. Ahora Mahambetshe parecía Kuntugan.

En la casa entró el padre de Sarybala. No sólo no le dieron la bienvenida a hadzhi, como solían hacerlo, incluso nadie se hizo de lado, cediéndole el paso — las miradas de todos estaban clavadas en el espectáculo terrible. Mahambetshe continuaba azotando al ladrón, enumerando todas las vacas y los caballos perdidos. Durante cuatro o cinco meses en el nuevo lugar los miembros de la familia de Sikumbay les han robado a la familia de Elibay treinta cabezas de ganado. Casi todos, que han llegado ahora a casa de Mahambetshe, han sufrido de los ladrones, y por eso nadie detenía al bay o intentaba reprobar su crueldad.

Mustafa, quedó inmóvil un momento, con decisión se abrió el paso, apartó a las personas apretadas y cayó encima del ladrón, cubriéndolo con su cuerpo.

- ¡Ponte de pie! ¡Lárgate! - gritó con furia Mahambetshe y azotó al hadzhi con la trailla. Gritando Sarybala llegó corriendo a su padre. El látigo se alzó, pero Aldaberguen de barba cana lo arrancó irritado de las manos de Mahambetshe.

- ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! ¡Incluso el perro rabioso no muerde a su cachorro!

Mahambetshe obedeció a la fuerza. Aldaberguen es su hermano mayor. El menor según la costumbre, no puede oponerse a su hermano mayor, su padre, o cualquier anciano.

En la palma de Mustafa quedó un rastro morado del látigo. Ocultando la mano en su manga, él empezó a hacer entrar en razón a Mahambetshe:

- ¿Para qué matar al infeliz? Si eres fuerte, castiga a Zhunus. Y este, — Mustafa ha señalado al ladrón que no se movía, — él es chico de los recados. ¿Matarás a uno, acaso Zhunus no encontrará con quién sustituirlo? En primer lugar siempre hace falta tener compasión hacia los vivos.

Dicen que las palabras buenas incluso hacen reptar del nido a una serpiente. El ladrón golpeado, ensangrentado por fin comenzó a hablar. Extendidos los brazos hacia Mustafa, abrazó sus pies. Los ojos del ladrón brillantes como el mercurio no dejaron caer ni una sola lágrima, cuando el látigo lo azotaba en la espalda, y ahora rompió a llorar amargamente y comenzó a hablar, pero las palabras salían con dificultad:

- ¡Hay quien puede sentir compasión por Duyseke, alabado sea Alá! Veinte años robé para Zhunus. Ahora me han roto la columna vertebral. No tengo esposa ni hijos. Ni casa ni hogar. Robaba mucho, pero por eso he merecido numerosas maldiciones ... Siempre me acompañan la tristeza y el dolor, no la esperanza. ¿Por qué Dios creó al ladrón, si no le dio hogar ni hijos y su vida es peor que la de un lobo?

- ¡Pobre hombre! - Mustafa respondió. – Dices la verdad, pero ¿en qué pensabas antes?...

- ¿Si no robar, de qué vivir?

- Hemos oído lo que has ganado robando. No compares la obstinación con el coraje.

Hadzhi, me ha salvado de la muerte y me ha dado el consejo que incluso no me había dado el padre. Aunque llevo la vida de perro, tengo la apariencia y el alma humanas. No tengo más fuerzas para ocultar... Su yegua gris hemos robado Serkebay y yo, la hemos llevado a Zhunus y la degollamos para él. No le oculto nada a usted.

- No voy a interrogarte. Piensa y decide tú: ¿si puedes arriesgar la vida y guardar el silencio ante las personas enfurecidas?

Duyseke no sabía en qué orden comenzar a admitir los robos. Sentía las miradas clavadas en él, expectantes. Parecía como si sacaran, arrancaran su admisión absoluta. Suspiró penosamente, y como un enfermo delirando, empezó a enumerar:

- El morcillo de tres años se lo vendí a los ladrones de Karakesek ... La vaca roja la tiene Amanbek. El rojo con la frente blanca lo tiene Serkebay. Hemos degollado la yegua gris para Zhunus. Del garañón bayo llevo las botas. Robaba a los campesinos rusos, Zhunus ordenaba... Y ellos para vengarse mataron a Aktentek.

Todo el mundo permanecía en silencio. .

Los miembros de la familia de Elibay sabían que la familia Sykumbay robaba su ganado, pero ahora han llegado a saber los detalles. El bay Zhunus alimentaba la enemistad entre los rusos y los kazajos por el asesinato de Aktentek. En la choza se oyeron gemidos y gritos de indignación. Según la costumbre de la estepa era imposible poner a Zhunus de rodillas, ya que matando con las manos de sus hombres, se vengaba del mahometano. Castigarlo de acuerdo con la ley es imposible: hasta que se tome la justicia, uno se morirá.

- ¿Qué puede hacer un aúl tranquilo, pequeño que acaba de habituarse en la tierra ajena? Cada uno pensaba ahora en esto, se hacía la pregunta sin encontrar la respuesta, ni ver la salida de la vía muerta.

Mahambetshe dijo con gravedad lúgubre:

- ¡Entonces robad vosotros también! Así será más justo.

Desde todos los lados se oyeron palabras aprobatorias:

- ¡Moriremos por nuestro ganado!

- ¡Como usted quiera, nadie nos ha puesto las esposas!

- ¡Oh, Dios mío, quién no podrá robar un caballo!

- También sabemos destripar los corderos.

- Y por las noches podemos correr en busca.

- Sólo que los mayores nos dejen las manos libres...

El biy de dientes amarillos, acariciándose la barba, tomó apostura con orgullo, complacido de que hubiera bendecido al aúl a los robos.

Mustafa movió la cabeza, se levantó de su asiento y ya en la puerta dejó caer:

- No pasa nada, si vengáis. Pero no hagáis una costumbre de un oficio vergonzoso. Esto es lo que me temo, — y se fue.

Los parientes exaltados enseguida olvidaron las palabras de hadzhi.

La tarde otoñal es larga. Ya pasada la medianoche se abrió la puerta y se oyó una voz extraña:

- ¡Buenas noches!

Todos se volvieron, se callaron y dejaron pasar al lugar de honor al forastero inesperado del aúl ajeno: hadzhi Abish, moreno, flaco, con barba canosa. Le estrecharon la mano todos hasta Sarybala. Unos lo ayudaron a quitarse las botas, otros, la ropa de abrigo. Habiendo preguntado brevemente a cada uno sobre la salud, Abish estuvo un rato sentado y luego se puso a hablar con una repentina inspiración:

- Las familias de Elibay y Sikymbay nacen de Begaydar. Cuando se forma una grieta entre los parientes, el enemigo le clava una cuña, y el amigo la ciega. He llegado como un amigo.

Mi padre es Katyrash, el padre de Zhunus es Batyrash. Somos primos. Todos ustedes saben que Zhunus ha robado a la hija de Katyrash y así ha puesto en deshonra a todo el género de Sikymbay. Ahora ustedes pueden pensar: “¡Sinvergüenza, a quién defiendes!” Sin embargo, yo voy a decir: perdona al culpable, Mahambetshe, ten piedad. He venido a pedir sobre la persona, no sobre un camello. Mi solicitud es sólo un pequeño ratón cuya piel ni siquiera sirve para la tubeteica. De este ajetreo no obtendré nada. Sólo cubriré la herida. Tu padre, Kadir, con dos palabras resolvió la disputa sobre un baghatur asesinado. He venido con la esperanza de que me vayas a entender, deja irse al ladrón, no irrites a Zhunus. Caminamos poco por el camino de la justicia, para nosotros se ha cubierto de hierba. Pero a menudo corremos por la senda de robos y vileza que se ha hecho más amplia. Vivimos en los tiempos duros. Tienes la gente tranquila, rodeada de un montón de lobos. Hace falta velar por su jefe que es un perro viejo. La inteligencia y astucia pueden domar al tigre.

Todo el mundo estaba sentado en silencio, sin moverse, escuchando, tratando de no perder ni una sola palabra.

Cuando el huésped se quedó en silencio en la yurta reinó un largo silencio. Finalmente Mahambetshe asintió levemente y suspiró diciendo:

- ¡Uh-oh, Abish-Hadzhi, pareces una cabra primal. ¿Para qué sirven las palabras bonitas, si no desatan el nudo sobre el cuello; cuál es nuestro beneficio de la nobleza, de lo que dejo irse al ladrón? Di en primer lugar: ¿has llegado solo o Zhunus te ha enviado?

- No voy a mentir. Zhunus me ha enviado. Pero no por Zhunus he llegado aquí, sino por el bien de la paz. Si no te han conmovido mis palabras y nobles intenciones, entonces, qué hago, me voy.

Mahambetshe se quedó pensativo. De todo lo dicho por Abish él se fijó en dos palabras: "Zhunus ha enviado." Antes en las escaramuzas con la familia de Elibay Zhunus ha sufrido una doble derrota, pero no enviaba a los mensajeros.

La captura de Duyseke llegó a ser la tercera derrota de Zhunus.

"Envió a un mediador, admitió su impotencia" - pensó Mahambetshe.

Abish le guiñó un ojo y asintió con la cabeza, señalando a la salida – Venga, vamos a hablar a solas. Mahambetshe se levantó.

- Mira, Mahambetshe - comenzó Abish, cuando salieron afuera. – Mi parentesco con Zhunus es más estrecho, pero mi afinidad contigo en la vida y en el espíritu es mayor. Dicen, arrímate a los buenos y serás uno de ellos. No prometas un ternero, dame una taza de leche. Devuélveme a Duyseke.

- Yo no te fallaré ni delante de dios ni ante la familia. Os haré consuegros con Zhunus. Los vecinos unidos tienen arados entrelazados y la concordia es más fuerte que un muro de piedra.

- ¿Y Zhunus se pondrá de acuerdo con la paz?

- Si el roble se inclina, se romperá. Si no se hubiera roto, entonces acaso habría acudido a mí? Después de todo, él había visto a Abish antes, pero no me enviaba, guardaba el silencio.

- Está bien. Por ser vecinos te daré el lobato, pero intentaremos tender las redes en las sendas del lobo viejo.

Mahambetshe dejó libre al ladrón. Abish-Hadshi inmediatamente se lo llevó afueras y se fueron sin retraso. Todos los que estaban en el cuarto se miraron desconcertados. El hombre de ojos grandes, de la misma edad que Mahambetshe, se puso de rodillas y azotó con un látigo el suelo.

- ¡Oybay-ay! ¿No seremos gente? ¿Por qué no nos has pedido el consejo, Mahambetshe?

- ¡Has metido la pata, Mahambetshe, has metido la pata! - tampoco aprobó Kuttybay.

- ¡Basta ya! ¡Igual que vosotros entiendo dónde está el bien, dónde el honor! - Mahambetshe frunció el ceño.

Hubo un silencio. El heredero del famoso Kydyr, Mahambetshe, es un biy riguroso. Nadie se atreve a contradecirlo.

Cuando empezaron a dispersarse, uno de los mayores murmuró:

- La gente se pelea y los biy sacan provecho.

Sarybala dormía apoyado en la puerta. Amirbek lo despertó y le llevó de la mano medio dormido. Soñando el niño repetía:

- Aquí ... Abish Hadzhi ... Mahambetshe ... *

FEDOR Y TURLIBAY

Más que nada a Sarybala le gustan el caballo y un cuento de hadas. Ni siquiera tenía un año de edad cuando su padre por primera vez hizo al hijo sentarse frente a él montando a caballo. A los dos años Sarybala ya se sentaba solo en la silla de montar para niños que se ataba y su padre cabestreaba al caballo. A los cinco años el niño ya llevaba las riendas solo. Pero no mucho tiempo la familia tenía un caballo. La familia se quedó sin caballos desde que Mustafa vendió casi todo el ganado para ahorrar el dinero para la travesía larga hacia La Meca. El chico constantemente lloriqueba exigiendo de día el caballo y de noche, un cuento de hadas. Mustafa no satisfacía ninguna de las peticiones del hijo. Hace mucho que había relatado todo acerca del profeta Mahoma, sobre la sharia también, el único caballo rabicorto gris casi siempre estaba ocupado.

Sarybala trataba de no perder la oportunidad de montar a caballo de un invitado, y si este se quedaba para pasar la noche, el muchacho curioso lo pedía relatar cuentos hasta la madrugada. Memorizaba bien los cuentos y las volvía a contar a sus compañeros.

Además al niño le gustaban los viajes largos. Emprendiendo un viaje al padre cada vez le costaba deshacerse de su hijo, lo reñía, pegaba y con gran esfuerzo lo conseguía. El muchacho miraba con nostalgia tras él...

Hoy día el padre ha tenido compasión y ha llevado a Sarybala con él. Fueron a la aldea rusa a ver a un viejo amigo de Mustafa, Fedor. Al muchacho le sorprendía la amistad de un Hadzhi tan devoto con un tipo ruso.

Fedor saludó calurosamente a los huéspedes, los invitó a la casa y al cabo de un rato desapareció en alguna parte.

- ¿Cómo se llega a ser amigos, agha? - preguntó Sarybala cuando se quedaron solos.

En los aúles a menudo se dice en vez de "padre" "agha".

- De maneras diferentes. Por ejemplo, en primer lugar regalas, a continuación, te harán un regalo. Pero nuestra amistad con Fedor comenzó de manera distinta, - dijo Mustafa y cerró los ojos. - Entonces tenías solo un año. Vivíamos en Shokae. Un día de otoño pastaba los caballos en la estepa. Vi que alguien apareció a lo lejos. Va muy despacio. E incluso se sienta, parece que descansa ... Más a menudo permanecía sentado que caminaba. Fui a galope hacia él y vi a una persona delgada, demacrada. Tenía la barba crecida, los cabellos despeinados, los ojos supurando. La ropa se le había desgastado completamente, estaba en andrajos. De la bota se había asomado un grande dedo esangrentado. En la manga llevaba un pedazo de pan duro, de tamaño de un puño. Hambriento. De vez en cuando repite solamente una palabra: "Japón". Me di cuenta de que era soldado, volvía de la guerra japonesa. Sentí compasión por él, a pesar de que pertenecemos a diferentes religiones. “En este estado no llegarás a casa”, — dije, lo senté a caballo y sosteniéndolo traje a mi yurta. Este era Fedor. Una semana le di de comer y lo llevé a donde los rusos.

No todos los rusos y no todos los kazajos, hijo, son iguales. Entre unos y otros hay buenos y malos, es necesario saber distinguirlos. Fedor es un alma buena, él no me ha olvidado, siempre enviaba saludos, me invitaba a donde él. Por fin hoy hemos llegado, y él, como ves, ha ido a matar a un cordero, quiere agasajarnos según nuestra costumbre.

Contento con el amigo, Mustafa contaba de él mucho tiempo. En la mesa estaban sentados juntos padre e hijo, y Fedor hacía algo en el patio. Su mujer solamente ayer había dado a luz, y hoy ya, ciñiendo el vientre con un pañuelo, ordeñaba la vaca. Sarybala preguntó con perplejidad:

- ¿Por qué no se sientan con nosotros?

- No tienen tiempo, hay mucho trabajo.

- ¿Y los vecinos por qué no vienen? Cuando nosotros tenemos invitados, todo el aúl se reúne.

Aquí es diferente de cómo vivimos nosotros. Todos trabajan. Fedor no pierde el tiempo en vano, incluso si viene un invitado de honor. Ha madurado el pan, se perderá, si no lo recoge a tiempo. Fedor me ha pedido disculpas, me ha explicado todo. Por esta razón vive ricamente, porque trabaja mucho. Si el kazajo aprendiera de los rusos a trabajar, su vida sería mucho mejor.

En el umbral apareció Fedor teniendo a ambos lados dos sacos llenos. Los puso aparte, secó el sudor de la frente, sacó el tabaco, lió el pitillo grueso y soltando el humo por la boca, señaló con la cabeza los sacos.

- Aquí, en uno está la harina como pago por las pieles, en el otro, mi regalo para ti.

- Gracias, Fedor, que Dios te ayude.

- Quiero darte un consejo, ¿puedo?

- Que sean dos.

- Daría tres, pero no soy tan inteligente. Tus pieles las he vendido a mitad de precio y con gran dificultad. El vendedor impone y el comerciante renuncia. El invierno este año ha apretado con fuerza a los kazajos. Daban un carnero entero por un poco de paja, un potro, por un poco de heno. Piden alimentar dos terneras y dicen: te quedarás con una. Y el trigo crece aquí, y el prado es bueno, hay mucho heno y un montón de tierra. En lugar de comprar a los rusos, los kazajos pueden arar y sembrar. Por alguna razón no lo quieren.

- Por dos razones: no hay aparejos ni habilidades tampoco. Dicen que el torpe dejará caer de su propia boca, y el ágil lo arrebatará de las fauces de un león.

- ¡Ah, Mustafa, Mustafa! - Fedor respondió con alegría -. No tengo nada que enseñarte. ¡Me asombra que pases necesidades con tal mente!

- Es mejor ser honesto que rico. La vida en este mundo es corta, y cada uno según sus propias reglas. Pero también hay que pensar en la vida de más allá. Yo hace mucho que habría ido allí, si el suicidio no se considerara un pecado grave.

- A los sacerdotes también les gusta hablar del otro mundo. Pero están listos de intercambiar una casa de oro en el paraíso por una cueva, sólo para quedarse más tiempo en este mundo.

- Se parecen a algunos de nuestros molás – rió Mustafa.

- Yo te enseño a llevar la casa, y tú me cuentas cosas pecaminosas, — se echó a reír Fedor también.

Cuando los invitados estaban para irse, Fedor cargó al camello los sacos con harina y en medio lo sentó a Sarybala. Al montar al gris rabicorto Mustafa llevó de la brida al camello gritando por la calle del pequeño pueblo. Con curiosidad examinaba todo a su alrededor. Parece que solamente ayer se trasladaron aquí los hombres pobres, magros, y, ¡mira, como que se han acomodado! Entre las cuevas en una y otra parte hay casas de ladrillo. Los caballos de los rusos eran débiles, pero los cruzaron con la raza local resistente. Los kazajos que miraban a los rusos recelosos e incrédulos, ahora se comunican con soltura, cambian las pieles por el pan, algunos intercambian caballos. Los hombres trabajan y comercian con prudencia, y los kazajos no trabajan y tiran por la ventana cuanto tienen. Mustafa se acordó de cómo un kazajo cambiaba un añino. Ponía en las manos de cada hombre con el que se cruzaba de camino el añino endurecido, arrugado de color rojo con las palabras: “Toma por cinco libras harina” — y luego aconsejaba en kazajo: “Salpica con la leche un poco, y en seguida se ensanchará».

Los hombres no compraban. Tonto, ¿por qué tú mismo no lo has salpicado con la leche? Y una hermosa piel de cordero en este estado no vale ni un centavo. Y sin lograr vender la mercancía, el pobre se dirigió a casa, murmurando entre dientes: "Nada comprenden estos rusos".

Los rusos perfectamente entraron en los usos en esta tierra. Antes nadie segaba el heno en el amplio valle Kara-Nura, el agua servía sólo para el ganado. Pero los rusos construyeron los molinos de agua a lo largo del río y forrajeaban no solo en las depresiones, sino también en las colinas. Por todas partes hay arcinas de heno, se puso a negrecer la artiga. Indiferente a la agricultura Mustafa miraba a su alrededor con interés.

Nunca antes su tierra natal le ha provocado tal sentimiento de calidez, ternura y a la vez compasión hacia sí mismo.

- ¡No hay por qué sentir compasión por nosotros! – dijo. Nosotros mismos nos hemos negado a construir asentamientos, continuamos con la vida nómada. Pero los rusos viven en un lugar y no pasan hambre. Sólo podemos envidiarles. "Un envidioso se seca de la felicidad de otras personas".

Sarybala también miraba con interés por los lados y de vez en cuando gritaba:

- Tío, ¿y qué son aquellas bolas verdes junto a la carretera?

- Sandías, hijo.

- ¿Y aquellas amarillas, alargadas?

- Melones, hijo.

- ¿Para qué sirven?

- Para comer.

- ¿Son dulces?

- Dulces.

- Dame uno.

- Ellos pertenecen a un dueño, no se puede sin permiso. Además, aún están verdes, te pondrás enfermo.

- ¿Por qué no crecen donde nosotros?

- Si las sembramos, crecerán.

-¿Y por qué no siembran?

- No lo saben hacer. Tampoco quieren. No tienen vergüenza de pedirlos. Nunca seas así, mi cielo. Mendigar significa vender la conciencia. Es mejor morir que vivir sin conciencia. Que la bolsa esté vacía, pero el alma es pura.

Pronto dieron con el porquero Baymagambet. Con los ojos muy abiertos, excitado, se olvidó de saludar, inmediatamente gritó:

- ¡Querido hadzhi, qué bien que te haya visto! Los kazajos me han pegado porque los rusos me habían contratado a pastar los cerdos. Y ahora todo el Aúl Vil está para adoptar la religión rusa. ¡Vaya allí lo más rápido posible! ¡Pare al escandaloso Turlybay! Y yo me apresuro donde los cerdos. Los lobos los están cazando, me temo que los coman.

Y Baymagambet siguió su camino. Mustafa se le quedó mirando sorprendido. "¿Qué ha dicho este charlatán? ¿Creer o no creer?”

Decidió llegar al Aúl Vil que hace mucho tiempo llevaba este apodo por la pobreza. Le dieron el apodo conveniente, pero desde cuando ha crecido aquí el dzhiguit Turlybay, empezaban a temer el Aúl Vil. Turlybay en plena luz del día robó cincuenta caballos del terrible, como un dragón, bay Nurlan, el gobernador del vólost. Turlybay no devolvió los caballos, tampoco los ha compensado con nada, y sobre esta impertinencia llegaron a saber todas las familias en los alrededores.

Mustafa se apeó al lado de la casa de Turlybay, su coetáneo y pariente lejano. Turlybay estaba sentado en la yurta entre la multitud de personas y vivamente contaba algo en voz alta. Al ver a Mustafa, se apresuró a levantarse y salió a su encuentro.

- ¡Pasa! — gritó Turlybay y abrazó al invitado. ¿—Amigo del Aúl Vil, enemigo del mal, rico en inteligencia, pobre de ganado, mi juez riguroso, estás bien? Conocerá alguien más tus virtutes, pero yo llegué a saberlas cuando estaba en la hoya. ¡Ningún diablo nos separará, que siga nuestra amistad eternamente!

- Para, descansa un poco, - dijo Mustafa.

Todo el mundo se echó a reír.

Una vez joven Turlybay se enamoró de la mujer de Ahmet, uno de sus parientes. La llevó en la dirección desconocida. Llevaron mucho tiempo buscando a los fugitivos. Por fin dieron con ellos, los ataron y trajeron a Ahmet. Cegado por los celos y la venganza Ahmet cavó la hoya profunda, y encima puso su yurta. Él se burlaba del prisionero como quería, pero no podía saciarse con la venganza. Para aquel entonces Turlybay cometió un acto imperdonable. Según la costumbre de los kazajos, no solo no es posible quitar a una mujer casada, sino incluso casarse con una viuda de la misma familia. Ni un alma acudió en ayuda de Turlybayu. Cuando pedía agua, Ahmet le añadía orina. Mustafa llegó a saberlo y una vez Turlybay desapareció de la hoya. Lo buscaban, pero nunca lo han encontrado. Corrían rumores de que estaba en la cárcel de Akmola, pero pronto se olvidaron completamente de él. Pasado algún tiempo Turlybay se radicó en el Aúl Vil.

Ahora Turlybay está entrado en años, de mediana estatura, corpulento, con barba negra, moreno, lleno de vida y gracioso. Está en constante movimiento, como si una fuerza invisible le hiciera dirigirse a alguna parte. Ya se pone de rodillas, ya con las piernas cruzadas, se sienta en los talones, ni un minuto puede permanecer en silencio. Su habla es rápida como un arroyo de montaña. Los ojos penetrantes están en la constante búsqueda de algo a su alrededor. Él le preguntó a Mustafa acerca de la gente de su aúl, del nuevo campamento, sobre la vida, luego se volvió al ruso de barba cana que estaba sentado en el asiento de honor, y dijo:

- Zhunus y Mekesh se enemistan en vano. Poco se distinguen de los lobos hambrientos. Según yo, esta disputa entre los kazajos, los rusos y los kazajos es por la tierra y el ganado. ¡¿Para qué son necesarios el ganado y la tierra, si no traen la felicidad?! ¡¿Qué pobre aprovecha los frutos de la tierra?! No temo ningún chisme, Dmitry. Que digan que soy un ladrón, estafador, escandaloso. No se puede hacer callar a todos. Dejo a mi hijo en tus manos. Enséñale el idioma ruso, transmite tus conocimientos. ¡Pero no le acostumbres a tomar vodka!

Dmitry se rió a carcajadas. Mustafa reconoció al ruso de barba cana al que el año pasado Mekesh sin entender golpeó con una daga. Ahora Dmitry es maestro en el pueblo ruso y ha aprendido bien el kazajo.

Dmitry quedo conmovido por la confianza de Turlybay.

- Sueño con enseñar a los jóvenes las buenas relaciones, - dijo -. El robo, la violencia, la enemistad entre el ruso y kazajo todo viene de la ignorancia. Ningún talento en un ambiente retrasado, oscuro puede desarrollarse, hace falta la luz del conocimiento. En la oscuridad un hombre no puede ir a ciegas, no llegará lejos ... Voy a tratar de educar a tu hijo como una persona digna, para mí es una cuestión de honor.

Habiendo estrechado la mano de Dmitry, Turlybay pronunció:

- Llegará el momento, te daré las gracias como es debido, sólo haz de mi hijo una persona. Mis parientes no quieren enviar a sus hijos a estudiar el ruso, temiendo que los hagan campesinos. Que mi hijo, cuando regrese, les abra los ojos.

- Dmitry se iba a marcharse. La madre besó al niño de cinco años, con ojos rasgados y se le saltaron las lágrimas. El padre gritó: ¡Deja, no lo desconciertes con tus lágrimas! ¡Hijo, ven acá! ¿Nos echarás de menos?

- Claro.

- No pasa nada, te vamos a visitar. Pero si vas a estudiar mal, no vendremos.

- Voy a estudiar bien.

- Lo dicho, hecho, mi mosquita muerta. ¿Has comprendido?

- Entendido.

Al subir al niño al carro Dmitry se fue. Toda el aúl lo acompañaba con sus miradas. El rumor sobre que Turlybay había decidido rebautizar al hijo, se extendió rápidamente por las familias de los alrededores. Turlybay movió la mano sin explicaciones.

Él llevó a Mustafa a la casa de ladrillo sin terminar y explicó:

- Aquí habrá una escuela, la estamos construyendo con ahorros de todo el aúl. A los niños les van a enseñar de una manera diferente. Lo que antes empollaban en un año, aprenderán en un mes. Tenemos el maestro, lo he arreglado con un tártaro ...

Luego condujo al huésped al lago en medio de la aldea.

- El agua mala se hará buena. Plantaremos árboles alrededor. Comenzaremos a criar peces. Soltaremos lanchas... Cerca de Akmoly ví una escuela. Construiré aquí otra exactamente igual, y por allí, — Turlybay señaló a un lado del aúl, — estamos cavando un foso grande que el ganado de los kazajos nómadas no pisotee nuestras siembras.

Se acercaron al foso. Un dzhiguit solitario trabajaba en la profundidad que equivalía a la estatura de una persona. Mustafa creía que los kazajos eran perezosos, no querían profundizar como es debido sus pozos, y ¡aquí han cavado tanta tierra!

Al ver su sorpresa Turlybay preguntó:

- ¿Qué dice tu sharia sobre mis asuntos? Bay Nurlan lleva toda la vida robando al pueblo. Yo le quité una parte de lo robado y se la repartí entre la gente. Si no es suficiente, les quitaré más a los barrigudos. Yo viviré, y todo el aúl vivirá.

Mustafa tardó en contestar. Mirando a sus pies, sonreía. Su mente aprobaba los hechos de Turlybay, pero la sharia prescribía otro. Mustafa respondió ambiguamente:

- Dios en el cielo cuenta con siete paraísos. Según la leyenda, el pagano Shaddat construyó su paraíso en la tierra y el dios empezó a considerarlo el octavo. Y lo llevó al cielo...

- Entonces, ¡mi escuela es útil! ¡Con tal de que el altísimo no nos lleve al cielo, y nos deje en la tierra! - Turlybay se rió.

No había fin a los relatos de Turlybay versado. ¡Cuántos pensamientos tiene él, cuántas esperanzas! Cuando andaba de agache, recorrió toda Saryarka, visitó Karaganda, Spassky, Karkaraly en Bayan, Kereku Akmola, Atbasar, Kokchetav, vio suficiente cómo vivía la gente.

- Sin enseñanza, sin vida sedentaria no tendremos una buena vida. Basta de llevar la vida nómada. Debemos vivir en un lugar, - decía con convicción.

El sol se estaba poniendo. Mustafa se dirigió a la yurta, tomó al agasajo y se marchó.

El paso mesurado del camello causaba al muchacho la somnolencia. De vez en cuando abría los ojos y se dirigía al padre:

- ¡Agha!

- Sí, querido.

- ¿Los niños rusos no pegarán al hijo de Turlybay?

- No, no les dejarán pegar.

- Entonces, envíame también a estudiar en ruso.

- Ten paciencia. En primer lugar aprende el musulmán. El musulman ya lo sé. Quiero saber el ruso.

El padre no dijo nada. El hijo estaba esperando su respuesta y se quedó dormido ...

ESTUDIOS DE MOLÁ

Los niños están sentados en la yurta desde los asientos de primera fila hasta la puerta, y todos están leyendo cantando. Vinieron aquí antes de que saliera el sol, y ahora es mediodía, hace mucho calor. Todos los seres vivos están buscando la sombra, agua, y los niños permanecen sentados y todavía ni un minuto han callado. Por la mañana sus voces sonaban más alegres, armoniosos, y ahora se oye un murmullo ronco, cansado y desordenado.

Molá Zhaksybek grita desde el asiento delantero:

- ¡Más fuerte!

Esto reavive un poco el murmullo, pero pronto este se calma otra vez. Molá vuelve a gritar...

No hay ninguna mesa, los niños están sentados en el suelo de rodillas. Sólo algunos tienen debajo de sus piernas una alfombrilla, la mayoría se ha sentado justo en el piso de tierra. Los pies están entumecidos, pero no se puede enderezarse. Está prohibido salir sin permiso para ir al baño, hace falta rogar que el molá dé su permiso, de pie enfrente de él con las manos juntas. Son niños de edad diferente, por eso aprenden de distintos libros, molestando uno a otro. Unos ni siquiera han llegado a dominar el abecedario, otros ya están leyendo el Corán. El profesor es el molá Zhaksybek. Sigue sin quitarse el turbante blanco que se ha puesto para las oraciones matutinas. Ante él se encuentra un azote de mimbrera detrás de un uik ha metido un manojo de estos.

1 Uik – un palo torcido al que se unen las redes de yurta.

Pero el mismo molá es más terrible que los azotes y más terrible que el grueso libro incomprensible con las páginas amarillentas. No sostiene el libro en las manos, está ante él en un soporte. Los niños nunca han oído del molá ninguna palabra de afecto, nunca han visto una sonrisa en su cara severa y tiemblan ante él, como delante de un boa.

En medio de la yurta hay un molinillo, a su lado, un pequeño cuenco de madera con trigo. Los niños en dos giran la muela de molino y Zhaksybek vigila la molienda. Aquí ha alzado el azote y ha vuelto a fustigar a Samet.

- ¡Muele menudamente, canalla! ¡Cuántas veces te lo he dicho!

Samet es mayor que los demás y le gusta holgazanear. Estaba harto de moler, y ha pasado de la molienda menuda a la grande, pero el astuto molá ha hecho volver a moler.

El azote de Zhaksybek silbó en el aire, y los niños empezaron a murmurar en voz alta. Pero el cansancio iba ganando, y las voces comenzaban a disminuir. Meyram incluso se durmió, el aptiek cayó de sus manos, y las hojas volaron por todas partes. Abilkasen y Suleyman comenzaron a pelearse por un bolígrafo improvisado. El molá azotó a los tres. Sus ojos enojados perforaban a todos. Del mismo modo Mahambetshe miraba al ladrón atrapado. No hay señales del amor del molá hacia los discípulos, tampoco los niños tienen respeto a su mentor. Uno sólo asusta, otros tienen miedo. Con voz enojada el molá hizo señas que el hijo de Mahambetshe Bilal y Sarybala se acercaran. Ellos aprenden lo mismo. Cuando Zhaksybek en voz monótona y alta da una lección, se le hinchan las venas por el esfuerzo. El mismo celo les requiere a los alumnos:

- Pecar por matar una gata equivale al pecado por haber matado a los sesenta y tres profetas. ¡Repite!

Sarybala repitió sin dudar y preguntó:

- ¿Si la gata cuesta veinte centavos, entonces el precio de un Profeta sale menos de medio centavo?

El tutor le agarró al muchacho por la oreja, agachó bruscamente su cabeza a la tierra y empezó a azotarlo con todas las fuerzas por la espalda.

-¡Desgraciado! Quién no cree al libro no cree en Dios. ¡Quien no cree en Alá es infiel! ¡Fuera de aquí, el padre te castigará más!

Sarybala medio muerto llegó a casa.

- No te preocupes, hijo, no pasa nada, – le tranquilizaba su madre. – El lugar donde el molá golpeó, no se quemará en el infierno.

Con todo eso cuando vio en la espalda del hijo las huellas purpúreas del látigo, se le saltaron las lágrimas. De la única tortilla dejada para los invitados, le dio al hijo un pedazo grande y además el queso rojo y la espesa leche agria. El muchacho se puso más contento, dejó de sollozar. Contó que no tenía ninguna culpa. Fueron el dios y el libro los que lo habían enmarañado todo. El invierno pasado Mustafa trataba de estrangular al gato que robaba. El muchacho defendió el gato. Mustafa se justificaba:

- Según la sharia un gato vale veinte centavos. Si ha hecho más daño que su precio, entonces se puede matarlo. Se ha comido casi la mitad de la mantequilla.

El padre tenía una sharia y el molá otro. El chico no sabía a quién creer, y le hizo una pregunta al molá.

Después de comer y tomar asyki, Sarybala salió corriendo de la casa. Al llegar a la cañada detrás del aúl, se puso a correr a todo pulmón, de vez en cuando mirando atrás, si no lo seguía el molá. Los muchachos temían al mola y jugaban al asyki lo más lejos posible del aúl. Si el molá lo ve, no habrá posibilidad de evitar el azote. “El juego al asyki lleva a lo malo, el juego a la pelota hasta las lágrimas lleva”, — cada vez les inculca a los alumnos.

Cinco o seis muchachos ya estaban jugando al asyki. Syzdyk tira mejor que los demás. Su golpe justo hace temlar a otros. Sarybala en seguida se incluyó en el juego. Tiró dos veces, falló. La tercera vez, sin imitar a Syzdyk, tiró asyk a su modo y acertó. Por primera vez ganó muchos asykis, pero cuando estaba recogiendo el premio, del barranco salió corriendo Samet y en un instante se lo quitó a Sarybala todo y sin decir nada enseñó cinco dedos, entonces requería cinco asykis. Es inútil pelearse con él, Samet ya tiene dieciséis años. Sarybala enseñó un dedo. Samet se negó y enseñó dos dedos. Por fin se pusieron de acuerdo en tres, y Samet le devolvió a Sarybala sus asykis. Samet no sabía jugar, siempre perdía y armaba escándalo, amenazaba, si no le cedían. Llamó con el dedo a Sarybala y le dijo al oído:

- El molá me azotea todos los días, pero para mí esto parece una picadura de la mosca y tú estás a punto de morir después de un golpe. Si me das otros diez asykis, te enseñaré cómo evitar el azote.

- ¡Toma!

Al calcular los asykis y meterlos en el bolsillo, Samet aconsejó:

- En la espalda, debajo de la camisa, ata un pedazo de cuero.

- ¿De dónde voy a saber cuándo me azotará? Todo el tiempo tendré que llevar el cuero.

- ¿Y qué te pesa? Antes de que ir donde el molá, ata la piel y no se la enseñes a nadie.

- Es mejor ir a la escuela de Turlybay. Allí, se dice, no castigan: si uno es culpable, lo ponen al rincón con cara contra la pared. Y ya está. En un mes aprenden a escribir, y contar, y leer. Y tú, pasados seis meses no has logrado aprender el alfabeto.

- No quiero estudiar. El padre me manda donde la Piel, a pastar las ovejas.

- ¿Y al pastor no lo pegan?

- Pegan, pero pagan. ¡Pastas de verano a verano, te dan dos carneros, una cabra, suelas con cabezas y además alguna ropa! — Y Samet se enderezó orgullosamente.

Después de despedirse del amigo Sarybala se dirigió al aúl. Está contento con un premio grande. Esta vez le han caído unos asykis raros. Uno, el más grande, arjara, el más pequeño, dzheyrana. Ambos valen diez asykis. Tras recordar que mañana es viernes y no hay clases, Sarybala se puso alegre: mañana jugará y ganará de nuevo. Luego irá a pescar. Con el calor los peces derretidos nadarán hasta la orilla, y ¡él tirará con todas las fuerzas!

Imaginando cómo atraparía un pez Sarybala se rió. Y enseguida se calló, recordando y sintiendo el azote de Zhaksybek en su espalda.

Al molá feroz el muchacho lo conocía no solo por la escuela.

Una vez el molá Zhaksybek fue a otro aúl a pagar más rescate por su novia y llevó consigo de servidores a dos de sus discípulos - Sarybala y Zhunus cojo. Más de un mes tardó el molá en arreglar el asunto y no dejaba irse a los chicos. El padre de la novia exigía de rescate dos caballos más, y el novio se negaba: “Le he prometido veintisiete, tantos le doy”.

A Zhunus cojo le daba igual, donde holgazanear en su casa o en la ajena, el molá no lo ajetreaba, pero Sarybala hacía muchas cosas.

Se despertaba temprano cuando el molá. Lo ayudaba a hacer la ablución, después hasta la tarde recogía el estiércol seco, en los cubos pesados llevaba el agua. Y así día tras día. La ropa del muchacho se ensució, él mismo adelgazó, pero Zhaksybek era despiadado.

Una vez sentados junto al fuego Zhaksybek y Zhunus se quitaron las camisas y pusieron sus espaldas al fuego. El muchacho les rascaba alternadamente la espalda, y el molá y el cojo gemían de satisfacción.

- Sarybala - Zhaksybek llamó al niño. Parece que se le había ocurrido algo. - Tienes que ayudarme: vete del aúl como si echaras de menos a tu familia. Haz que el aúl se alarme.

Los ojos soñolientos del muchacho se iluminaron.

- ¿Me voy ahora?

- Como quieras.

El muchacho salió de la yurta y echó a correr con todas las fuerzas a la estepa. No se fingía, de veras echaba de menos a los suyos. Corría y de vez en cuando miraba atrás, sin creer que logró huir. Delante había colinas, una estepa sin caminos transitables, cañadas, barrancos. El sol se declinaba. No había persecución. “Sería bueno antes de anochecer llegar a cualquier aúl. En la oscuridad de repente el lobo puede comer o aparecer un ángel o diablo...”

Zhaksybek le contó al suegro de la huida del muchacho. El suegro cogió la brida, corrió al pasto, montó a caballo sin ensillar y empezó a perseguir al fugitivo. Era difícil atrapar al muchacho. Sarybala decidió no rendirse. Volvió el gorro el revés, se quitó el caftán y empezó a agitarlo ante el hocico del caballo... El caballo daba saltos de un lado a otro, el jinete se asía por la melena, temiendo caer. Al darse cuenta de que a caballo no podía atrapar al muchacho ágil, Syzdyk se apeó y echó a correr tras Sarybala. ¿Pero no le fallarán las fuerzas al anciano? Además mientras maneaba al caballo, el muchacho consiguió huir bastante lejos. Cansado, jadeando Syzdyk volvió a montar a caballo. A duras penas lo alcanzó, se apeó y se echó encima de Sarybala con todo el cuerpo.

- Que la tierra trague el rescate, le perdono al molá dos caballos, - apenas logró articular Syzdyk por el cansancio, - Tengo una hija defectuosa, no ha podido arrancar el acuerdo del novio. ¡Ahora me deharé de ti, me deharé de ti! Dios mío, estaba a punto de matar al niño. Querido mío, ¿no has pensado que podías perderte y morir de hambre? ¿Qué harías si te atacara un lobo o te desconcertara el diablo? Mahambetshe me borraría de la faz de la tierra por ti...

El anochecer se hizo más espeso. Al quedarse sin jinete, el caballo galopó hasta el aúl. Dos cansados, un anciano y un pequeño, anduvieron despacio, arrastrando los pies...

Se ha acordado Sarybala de aquella historia y la espalda se ha puesto a molestar incluso más. ¿Qué dirá el padre? No tendrá piedad. “Mis huesos, tu carne”, - le aseguró a Zhaksybek cuando llevó a su hijo a estudiar. Es decir, azótalo cuanto quieras, sólo que los huesos se queden intactos. Solamente la abuela puede tener piedad. Tranquilizará a los que lloran, se tranquilizarán, alegrará a los que se afligen.

Sarybala fue donde ella.

La abuela, la ex viuda de Jamil, ahora es esposa de Mahambetshe. Su primer marido, el glorioso Ahmed murió joven. De Ahmed y su padre Kadir, caciques de la tribu Kuandik aprendió mucho.

La abuela estaba sentada en el suelo, cepillando el pelo. A su lado había un gran frasco de vidrio con nasybay. Nunca tacañea como Mahambetshe, todo el mundo le toma nasybay. Al ver al niño la abuela sonrió. Sarybala le mostró su espalda azotada, y su abuela, dijo con enojo:

- ¡Se le pondría a su cabeza la piel de perro, incluso si fuera un santo, y no sólo el molá! No llores, mi potro. Quien te haya llamado infiel, es infiel de veras. El mismo enemigo no habría azotado tanto. ¡Infeliz, sería mejor que enseñara con su mente que con un palo! Nuestro Bilal va a asistir a una escuela rusa. ¿Vendrás?

- ¿Me dejará ir agha?

- Tu agha es un verdadero malentendido. Eginay, el hijo de Kemelbay miserable, se abrió camino en la vida porque sabía el idioma ruso. No es posible olvidar las reglas musulmanas, pero es necesario estudiar ahora en ruso. Nombrarán los gobernantes de vólost sólo a aquellos que hablen ruso. Es necesario llegar a ser por lo menos un intérprete. Mira, el intérprete del sargento de vólost, Abdurahman, ordena a su gobernante. La felicidad está vinculada a la riqueza, querido, y la riqueza se derrite así como la gloria se va.

Una vez el akín famoso Shozhe acolorado por la disputa verbal le reprochó al jefe de la familia Kipchak, el jefe de distrito de Ibraya en lo que él “es de los bashkirios”, - continuaba la vieja. — Entonces Ibray notó: “¿Si al lado hay un río, para qué buscar el pozo en otro lugar? ¿Si una persona ha tenido fama por su inteligencia, para qué reprocharla con su origen?» Trata de abrirse camino. El río bendito en nuestros tiempos es la ciencia rusa.

Al empezar a hablar de los estudios de Jamil contó mucho sobre el famoso Avicena. El niño acostado boca abajo, apoyando la barbilla con ambas manos, se hizo todo oídos.

La misma abuela no sabía que es verdad y que es ficción sobre el legendario científico. Avicena estudiaría en algún lugar subterráneo. Hasta que terminó los estudios, las uñas le habían crecido, la barba había alcanzado el ombligo, el pelo colgaba de la cabeza hasta las rodillas. Cuando apareció en la tierra, la multitud con desprecio lo llamó el diablo y comenzó a perseguir. Pero se escabullía como una anguila: ya volaba hacia el cielo, ya desaparecía bajo la tierra, desaparecía en las narices de sus perseguidores.

En el destierro por todas partes hacía solo cosas buenas: curaba al enfermo, dejaba libre a un encarcelado, protegía a un ofendido...

Cuando la abuela se detuvo, Sarybala suspiró soñando. Si la escuela de Turlybaya y el ruso le despertaban la ansia de conocimientos, entonces la imagen de Avicena encendió en él una profunda pasión hacia la ciencia milagrosa, todopoderosa que le traía a la gente bien y la libertad. Se quedó tan pensativo que incluso olvidó donde la abuela su apreciado argali asyk. Un alma joven tiene las fuerzas como un gorrión, pero sus sueños parecen una montaña.

LA FÁBRICA SPASSKY

Era dura la vida de la familia de Elibay en las tierras del género de Sikymbay. Pasaban duros años. La peste acabó con todas las vacas. El año del Cerdo un yute feroz se llevó muchas ovejas y caballos. En abundancia en los aúles había huesos del ganado fallecido y la gente con hambre. La arreada justa se convirtió en un robo diario. Yahiya, Kamei, Tursunbek, Bakibay se convirtieron en profesionales ladrones cuatreros.

Los pobres hambrientos de la familia de Elibay en busca de su mapache en potreros ajenos se convertían en ladrones involuntarios. En los seis aúles de Mahambetshe no robaban solamente algunas familias. Una de ellas era la familia de Mustafa. Mustafa fue de nuevo a La Meca y se hizo aún más asceta y cada vez más hablaba de la vida del otro mundo. Muchos pobres, siguiendo el ejemplo de los inmigrantes ucranianos se dedicaron a la agricultura.

La peste y el yute le dejaron a Mustafa sólo el gris rabicorto. Con él era posible arar, pero los hadzhi, como la mayoría de los familiares, evitaban el trabajo “sucio”. En los días duros para Mustafa el hijo de su amigo Torgaut, muerto en La Meca, Aman-Jol, le trajo una vaca con ternero. Torgaut que murió a la edad de noventa años legó que Mustafa practicara la oración y no el deshonesto Zhaksybek, aunque era el molá. Según el testamento, Mustafa recibió un caballo rojo que pertenecía al difunto mismo. Pronto al caballo rojo lo cambiaron por una vaca lechera y dos novillas de un año. Mustafa ahora se consolaba: “Alabado sea Alá, mis hijos beben leche, montan a caballo, vivos y sanos, y las novillas se convertirán en vacas y traerán terneros”.

Solo Sarybala le inquieta a hadzhi: quiere asistir a la escuela rusa. Pero no hay dinero, ¿dónde conseguirlo?

Mustafa llevó dos años en silencio. Entonces, una mañana, tomando té, dijo de pronto:

- ¡Hijo, abre las palmas! - Y enseñó cómo abrirlas. - Te permito ir, hijo. Que Alá te haga feliz. Ha llegado el momento de elegir tu camino en la vida. Hay muchos. ¿Cuál ejegirás?, no lo sé. Pero nunca olvides el Dios, sé justo y misericordioso. Recuerda siempre los tres mandamientos y no te perderás ni en este ni en aquel mundo.

Sarybala no lograba terminar con su té de alegría.

En todo el aúl había un solo trineo y este sin timones. Sarybala corrió a casa de su dueño, rogó que le prestara el trineo, y lo llevó a casa. En lugar de los timones Mustafa ató cuerdas. Envolvió al hijo en una alfombra de fieltro, ató las cuerdas a la silla de montar, montó al rabicorto y se marhó. Hacía un frío crudo, al padre inmediatamente se le helaron la barba y bigote, pero no bajó las orejeras del timak. No tenía bufanda, guantes tampoco, pero parece que no sentía las riendas de cuero congelados. El trineo se desliza, se arrastra y da en un u otro borde de la carretera. Bajando el trineo chocó contra el caballo, dieron al gris en las patas. Pero ni el gris paciente ni Mustafa hicieron caso de esto. El caballo iba al trote, y el jinete murmuraba la oración. Un liebre atravesando la desierta estepa nevada, se quedaba de piedra, se levantaba sobre sus patas traseras y miraba sorprendido a los viajeros. Unas grandes ratas de color gris oscuro rápidamente cruzaban el camino. No se podía ver hurones, tampoco ardillas, pero sus huellas estaban en todas partes. A lo lejos, una manada de lobos detrás de los arbustos, las orejas tiesas, vigilaba a los viajeros.

Mustafa no prestaba atención a su alrededor. Cuando su rostro completamente se cubrió con escarcha, ató debajo de la barba las cintas de timak. En una de las curvas el trineo se volcó y el niño gritó. El padre se volvió tranquilo, se apeó.

- ¿No te has hecho daño, querido?

- No, no me duele.

- ¿Tienes frío?

- No. Sólo estoy aburrido.

- Ten paciencia. El camino suele ser largo y duro. Ansioso siempre se cansa.

- Ábreme la cara, agha. Quiero mirar a mi alrededor.

El padre se apartó el fieltro de la cara de Sarybala, lo sentó más cómodo y volvió a montar a caballo. El gris rabicorto se cubrió completamente por la escarcha, se quedó blanco. De vez en cuando se frotaba el hocico contra la rodilla del jinete para que cayeran carámbanos de sus fosas nasales. Pero Mustafa aguanta, ni una vez ha tocado la cara. Cuando la escarcha en la gorra le impide ver, la quita con la fusta.

El niño vio al lado del trineo un ratón con ojos negros y puntas de orejas muy negras. El se echó a huir de debajo de las pies del caballo. El muchacho corrió tras él, atrapó, pero el ratón desapareció en la nieve. Sarybala empezó a pisotear la nieve alrededor, pero el ratón había desaparecido sin dejar rastro.

El caballo castrado rabicorto se alejó bastante. La alfombra de fieltro había caído del trineo.

- ¡Agha! ¡Agha! - gritó el muchacho con voz fina.

El padre se volvió hacia la voz y regresó.

- Cariño, no persigas enseguida a todo, - le enseñaba, envolviendo a su hijo en el fieltro -. En la estepa hay un montón de ratones, es imposible atrapar todos. En el mundo hay muchas cosas no se puede hacerlas todas. Mejor perseguir una cosa que todas a la vez.

El gris trotaba lentamente por el camino. No le gusta ir rápido, y si Mustafa recurría al látigo, el caballo respingaba, si cinchaba, se esforzaba a morder.

Pasado el mediodía habían recorrido sólo dieciocho verst.

Subieron hasta el collado.

Cerca del río, en el valle entre las montañas, delante de ellos surgió un pueblecito, pero al chico le pareció una ciudad del paraíso que se mencionaba en las leyendas antiguas.

- Agha, ¿qué es?

- Una fábrica, cariño.

A la entrada en la ciudad los viajeros vieron unas cuevas apretadas entre sí.

- Agha, ¿qué es?

- Aquí viven los obreros kazajos.

- Parecen madrigueras de lirón.

- Que hacer, significa que no han encontrado una casa mejor.

- ¿Y aquello largo, alto, de donde está saliendo el humo?

- Es el tubo del horno de la fábrica. Allí funden el cobre.

- ¿Y de quién es la casa hermosa en la colina?

- No es casa, es una iglesia.

- ¿Qué es la iglesia?

- El lugar donde rezan los rusos.

A Sarybala le sorprendía todo. La primera vez vio como los chicos iban en patines. La vida aquí es muy diferente, interesante. La calle está llena de gente, todos bien vestidos. Acababa de galopar un caballo llevando una carreta de dos ruedas. Ruidosamente pasaron dos carros con hombres, negros como hollín, sólo los dientes brillan igual que los ojos.

- ¿Quiénes son, agha?

- Trabajadores. Llevan a casa leña y carbón.

- ¡Qué casas tan grandes, más altas que un camello! ¿Por qué el tejado es de acero? ¿Y para qué sirven las paredes de ladrillo como las de la cocina, e incluso rojas? ¿Quién vivirá allí?

- Jefes, secretarios y en algunas, los obreros rusos.

Los carreteros se agolpaban cerca de la puerta ancha de la fábrica.

Todos son kazajos. Ruidoso, voceando, todo el mundo trata de empujar su carro hacia la balanza. Los bueyes, camellos tiran carros cargados de igual piedra gris. Los carros van a la fábrica desde un centenar de kilómetros, desde la mina Nildimskogo (o en ruso - Uspenskogo).

- ¿Para qué son estas piedras, agha?

- La fábrica paga por ellas. De la piedra obtienen el cobre.

Se oyen injurias. La muchedumbre de los carreteros atraviesan tres carros. Delante de ellos un dzhiguit joven bajo despeja el camino. Lleva shekpey de lana de camello por encima del hombro y una cuerda cuyo espesor es de un dedo, la espada se arrastra por el suelo. Grita en voz alta, insulta a los en su alrededor y los carreteros le dan paso, como kuga con el viento.

- Agha, ¿quién es?

Shekpey - ropa de abrigo ligero.

- Orynbek, el hijo de bek. Guardián. Estudió en ruso. No imitas a tal gente, cariño. Mejor sé como el buen enfermero Omar, el difunto ...

Mustafa entró por la puerta abierta al lado de la balanza. A Sarybala le encantó la vista de las casas blancas y grises con grandes porches acristalados. Mustafa siguió adelante. Al lado de la misma tubería que constantemente llenaba de humo el cielo, apenas se podía ver una casita baja de ladrillo con soportes en dos lugares. Mustafa se le acercó.

A su encuentro de la casa se apresuró un hombre sin gorro vivaracho, delgado, de unos treinta años. Llevaba el largo pelo negro peinado hacia atrás, la camisa azul de satén, con el cuello oblicuo, cinturón en espiral de seda negro. Con botas rusas, bien afeitado a diferencia de kazajos de estepa. Recibió con alegría a Mustafa. Inmediatamente podemos ver que el hombre es sordo, habla en voz alta, y no deja de acercar el oído: “¿Eh? Huh?” Ató al caballo, invitó a pasar a la casa, ayudó a quitarse la ropa, se revolvió alrededor del invitado. Mustafa sin decir nada, hizo la ablución, se puso a rezar. Mientras el invitado rezaba, el anfitrión hirvió el té. Y sólo tomando té comenzó una conversación pausada.

- Querido Zhusup, aunque tú y no no nos hemos visto obligados a vivir juntos, pero siempre manteníamos buenas relaciones. Cada vez cuando nos encontrábamos, me aconsejabas enseñar a mi hijo el ruso. Ha llegado el tiempo, y mi hijo ha comenzado a decir lo mismo, que le dé la enseñanza rusa. Lo he pensado todo y he decidido arriesgarme. Aquí tienes a mi hijo. Se lo confío al dios y a ti, enseña lo que puedas. Sabes que no soy una persona rica: dos vacas, tres terneras y un caballo. En la familia hay cinco almas. Si deseas dividir mis bienes, no me afligiré. Haz como te dicte la conciencia. Para el niño lo donaré todo, solo haz un hombre de él.

- Venerable hadzhi, soy más pobre que usted, - habló en respuesta de Zhusup. — Nno tengo hasta perro. He escuchado sus palabras, y la conciencia no me permite pedirle ni un centavo. Nosotros somos dos. Mi mujer Zaguipa todavía es casi una niña. De alguna manera alimentaré a dos niños. La peor de las desgracias es cuando no hay dinero. Sé que no me enriqueceré pronto, pero tampoco moriré de hambre. Es necesario ayudarse. Cuando era granuja y vagabundeaba, el abogado Duysembaev me trajo de la calle, albergó, y me enseñó a leer y a escribir. Resulta que él mismo de niño vivía en la pobreza. El difunto Ahmet lo enseñó en la escuela rusa y le ayudó a abrirse camino. Duysembaev quería a Ahmet más que a su padre natal. “El padre no es quien te ha casado y te ha hecho independizarse, sino el que te ha dado los conocimientos,” — decía él. — Trataré de cuidar a su hijo, como un padre verdadero.

- Sus intenciones son amables, querido Zhusup. La persona más generosa es la que es rica en el alma, no la que es rica en ganado. La gente es más feliz cuando el alma está satisfecha, no el estómago. Mi alma está satisfecha, ahora me voy tranquilo. Querida nuera, en el trineo hay un poco de carne, tráela, por favor.

“Poco” resultó un saco entero. Zhusup trajo el saco al zaguán y salió para desdepirse del invitado. Sarybala rompió a llorar...

- Que niño tan malo, pedía, pedía, y cuando lo ha conseguido, estás llorando a moco tendido, — sonriendo, dijo Mustafa. — Un ternero criado en la casa no se hará un toro verdadero. Acostúmbrate a la estepa. A tu padre no se le cayó ni una lágrima cuando se puso enfermo de la peste y estaba solo encima del camello con el calor de la arena seca de Arabia. El objetivo se alcanza no con las lágrimas, sino con el coraje.

Mustafa no sólo no besó al hijo, sino tampoco lo acarició. Habiendo abierto el beshmet, desató la cinta de los pantalones anchos de cuero, levantó los faldones de su chaleco y de un escondrijo sacó el portamonedas. Hurgaba mucho tiempo, y en el portamonedas quedaron sólo veinte centavos. Dándoselos al hijo, Mustafa dijo:

- Compra un lápiz, papel. Estudia más, juega menos. Haz siempre lo que ordene el maestro. Te visitaré. — Y montó a caballo.

Zhusup tomó Sarybala de la mano y lo llevó a casa.

El muchacho tímido tardó mucho en hablar. Las orejas le ardían, estaba sentado encorvado como un gorrión atrapado. Zhusup trató de entablar conversación con él, no le salió, entonces propuso decisivamente:

- Vamos, te mostraré nuestra fábrica.

Dentro de un gran edificio algo incomprensible producía estruendos, golpeaba, retumbaba. Un obrero tiraba piedras grises a las enormes fauces de hierro. Las fauces las masticaban y arrojaban harina gris. Sarybala miró con asombro esta fuerza maravillosa. Señalando a la multitud, Zhusup explicó:

- Esta máquina sólo desmenuza. Ahora vamos a ver lo que ocurrirá a continuación.

En otro local espacioso el calor cortó la respiración, aquí como las serpientes chisporroteaban los hornos incandescentes. No se oye nada salvo el silbido. En un horno la tapa de hierro fundido está levantada, de allí salen chispas, ya sale una, ya un haz de chispas. El chico se aprieta contra Zhusup. Un alto dzhiguit kazajo dirige la ventisca de fuego. Alteradamente moja el gorro y el delantal del fieltro blanco en un barril, pero a pesar de esto tiene calor y le cuesta respirar. Lleva los zapatos con suela de madera, cucharón de hierro con el mango muy largo en la mano. Cuando él mueve el cobre hirviendo y levanta el cucharón, el metal se tuerce en forma de un gancho. El temporal de fuego se desenfrena más. El sudor cae de la frente del dzhiguit. Está más pálido que un muerto, tiene la cara pálida, es delgado, está en los huesos.

- Él trabaja doce horas al día. Y en un mes gana quince rublos, — explicó Zhusup.

- ¿Y no morirá? - finalmente abrió la boca Sarybala.

- ¡Moriré, se encontrará otro kazajo! — respondió el dzhiguit, habiendo oído la voz del muchacho. — Los ricos tienen dinero, y el pobre, la frente. — Jadeando, con tragos grandes bebió una taza de agua y volvió a tomar el cucharón.

El muchacho miraba al dzhiguit y, tan pronto como aquel levantaba el cucharón y tensaba los músculos, a Sarybala le abarcaba el deseo de acercársele corriendo y ayudar. Mentalmente él comparaba el horno con el infierno del que sabía del libro religioso. Zhusup tomó al muchacho de la mano y lo llevó afuera.

Al margen del patio grande de piedra pasaba un río. El fuego aquí brillaba como un relámpago, se desencadenaba el humo. Los obreros en los delantales de fieltro, golpeando con suelas de madera, salían corriendo de las bocanadas del humo, llevaban ante ellos las carretillas y las volcaban cerca del acantilado. La escoria roja ardiente chispeando con silbido se revolcaba al río.

- Este lugar se llama “Bestemir”. Aquí el trabajo es el más difícil. ¿Has notado que todos los trabajos duros son para los kazajos? — dijo Zhusup.

De humo tóxico los ojos del muchacho se le llenaron de lágrimas, la garganta se escocía, pero de todos modos le parecía interesante.

- ¿Y por qué los kazajos aceptan el trabajo pesado? — preguntó él.

- No tienen especialidad, por eso lo aceptan.

- Mejor pastarían las manadas en los aúles.

- ¿Y si no hay ganado que pastar? Eso explica porque los pobres trabajan en la fábrica. Es necesario vivir.

Al ver a Zhusup dos trabajadores dejaron sus carretillas y corrieron hacia él. Interrumpiendo uno a otro, comenzaron a quejarse:

- ¡Agatay-ay!, he perdido un día! ..

- Mi padre se está muriendo, es necesario ir a verlo. Arregle que no haga falta ir a la fábrica dos días. Le agasajaré con kumís.

A los dos Zhusup les guiñó un ojo. Y ellos felices se fueron.

Zhusup es apuntador, anota las jornadas. Según sus inscripciones la oficina de registros lleva cálculos. A veces Zhusup se equivoca, alguien pierde un día. Pasa que a uno que no ha trabajado le pone una jornada.

Zhusup llévo al muchacho adelante. Por la escalera de hierro subieron arriba. Sarybala vio una gran cantidad de tuberías: gordas, delgadas. De repente algo comenzó a zumbar de un modo ensordecedor, y Sarybala asustado, se apretó contra Zhusupu.

- No temas, es sirena, final de la jornada. El vapor sale de la tubería zumbando. El cambio de turnos: algunos trabajadores se van, otros vienen.

Salieron afuera. Coches, trenes. Nubes de humo y vapor. Gritos, estallidos, máquinas silbando. La gente manchada de aceite, de hollín. Todos son rusos.

- El depósito, — explicó Zhusup.

- ¿Esto será la arbá? —preguntó Sarybala. El chico en la vida no había visto una locomotora, pero oía mucho y la reconoció de los relatos.

- Exactamente.

- No está viva y se mueve. ¡¿Cómo?!

- La fuerza del vapor la hace moverse.

- ¿Y la fábrica?

- La fábrica funciona con vapor, electricidad y el gas. Las tres cosas no se puede obtener sin carbón. El tren transporta el carbón de Karaganda. El Dios de todo es el fuego. El padre del fuego es el carbón ... Vas a estudiar, sabrás el secreto de muchos milagros.

Sarybala memorizaba todas las palabras de Zhusup. “¿Habrá algo en el mundo que no sabe Zhusup? - pensaba el muchacho -. Y esto sin asistir a la escuela. Y la diferencia entre él y el molá Kaksibek es como entre el cielo y la tierra. Probablemente Zhusup sea amable, sincero y no pegará”.

- ¿Has visto a tu novia? - preguntó Zhusup.

El muchacho no respondió. Se calló no de la timidez, sino de la ofensa al suegro, Aubakir. El asunto es difícil, remoto. Y la ofensa es difícil de expresar en dos palabras.

El río Kokuzek divide el poblado de fábrica en dos partes. En una parte viven los obreros y los empleados, en otra, los comerciantes, la gente corriente. Aquí dirige el comerciante Aubakir Seitkemelov que comienza a enriquecerse. Su padre, Sentkemel, es uzbeko, la madre es kazaja. Sentkemel servía de molá a Kadyr, y, comenzando con Mahambetshe, todo eran sus alumnos. Sentkemel murió, cuando Aubakir era niño, dejando al hijo una yurta ahumada, una yegua y un caballo gris. Cuando Aubakir ya había crecido y decidió que era hora de casarse, una vez por la noche montando a su caballo gris llegó al aúl a la cita. Trabó al caballo y lo dejó detrás del aúl. Mientras cortejaba a la muchacha, el hermano de la muchacha, Ahmetbek, le cortó al caballo gris la cabellera y la cola hasta la piel, truncó al caballo de tal modo que la gente se partía de risa. El pobre Aubakir soportó la burla. Más tarde cuando él decidió casarse, le declararon directamente: “No le daremos al uzbeko sin procedencia la muchacha”. Mustafa, joven en aquel tiempo, defendió a Aubakir.

- Aubakir no es nuestro pariente, pero su padre era el molá de nuestro Kadyr, — convencía Mustafa. — Aubakir es el hijo de nuestro tutor de ayer, mi coetáneo. Humillándolo, me humilláis a mí”. Le ayudó a Aubakir a llevarse a la novia, después de que se emparentaron, se hiceron consuegros: a la hija de Aubakir la prometieron de novia a Sarybala.

Habiéndose casado, Aubakir abandonó el aúl, pastaba vacas cerca de Karaganda, llevaba a las casas el agua en barriles, después se hizo el administrador de un comerciante de Karaganda, el tártaro Ahmetzhana. Poco tiempo después Ahmetzhan murió. Cuántos bienes ajenos se apropió Aubakir solo sabe Alá. Habiéndose trasladado a Spassk, él montó una tienda propia, y los asuntos no le iban mal. La diferencia en las posiciones de Aubakir y de su consuegro Mustafa iba aumentándose.

Una tarde en la cueva oscura la madre besó a Sarybala y dijo: “El uzbeko sin procedencia se hizo rico, mi potro. Nos considera pobres y no quiere dar a tu novia...” Estas palabras de su madre se grabaron en el alma del muchacho, y él guardó resentimiento contra Aubakir.

No sin razón se puso Zhusup a hablar sobre la novia. Mustafa no tiene nada, pero se puede lucrarse a cuenta del suegro de Sarybala.

Aubakyr no podía violar la costumbre y directamente rechazar el parentesco con Mustafa. Más de una vez le proponía el rescate a Aubakir el conocido Tursun, descendiente de Karakesek, cuya manada contaba con siete mil caballos. Pero si Aubakir le da a la hija, prometida a otro, por infringir la costumbre cualquier pariente de Mustafa tiene derecho a matar a Aubakyr con tales palabras: “¡Has olvidado al dios, humilde uzbeko!.” Es por esta razón Aubakir no se atreve a violar el contracto, aunque las mujeres lo empujan al camino arriesgado. Teme Aubakir, pero, por otro lado, siete mil caballos de Tursun no le dejan dormir tranquilo. Más de una vez Aubakir pensaba: “Cuando la hija crezca, organizaremos la huida”. Por mucho que tratara de mantener en secreto sus pensamientos, Mustafa los adivinó de algún modo. Hadzhi comprendía que con el rico Tursun no le era posible competir. Es necesario emprender algo mas, decidió estudiar al hijo en ruso. “El comercio solo llena el bolsillo, y la ciencia, la cabeza, — empezó a decir Mustafa. — Más vale ser inteligente que tener dinero. El dinero corrompe a la persona, la inteligencia lo rectifica...”

El paseo por la fábrica por cierto tiempo le distrajo al muchacho, pero ahora volvió a pensar en su padre y suspiró profundamente, como un adulto. Zhusup en seguida se volvió.

- ¿Te pasa algo, estás cansado?

- No ...

Mientras recorrieron el depósito ya estaba atardeciendo. Por el camino delante de ellos pasó rápidamente un automóvil.

- ¡El diablo-arbá! — gritó el muchacho y se puso a correr tras de él. Los faldones de timak roto ondeaban, los tacones torcidos golpeaban.

El coche se paró cerca del garaje. De él bajaron dos hombres altos. Llevaban una ropa que no había visto nunca, las palabras no parecían corrientes. El muchacho sorprendido miraba ya a los hombres, ya el coche. Se acercó Zhusup.

- ¡Los ojos son de fuego, grandes! ¿Por qué corre, qué tiene en el interior? - Sarybala preguntó.

- Gasolina.

- ¿Por qué tiembla? ¿está cansado?

- No está cansado, es que el motor está en marcha.

- ¿Qué es el motor?

- Se puede decir que el corazón ...

- Y ¿quiénes son estos dos rusos?

- No son rusos, sino ingleses. Dueños de la fábrica.

- ¿Son zazos?

- No, siempre hablan así, a su manera.

Zhusup cogió al niño de la mano y lo llevó a casa. En casa le dio de comer, hizo lavarse los pies y lo acostó. Acurrucado Sarybala estaba mucho tiempo con los ojos cerrados en la cama en el suelo y no dormía. En su mente enumeraba todo lo que había visto ese día. Le mordían los bichos. Sarybala se removía de un lado a otro y no podía dormirse. Debajo del techo brillaba una bombilla de diablo. Otro milagro ... Y el piso y el techo son de las tablas viejas, mesa con patas altas, encima las flores de papel pintadas, diferentes cuadros en la pared. Un pequeño espejo cubierto con una toalla con gallos. La habitación le parece a Sarybala un palacio lujoso. No se dio cuenta cómo se quedó dormido.

PELEA EN KUMYSNAYA

Llegó la primavera, la nieve se derritió, se secó la tierra. Ansiosa del aire primaveral la gente abrió las ventanas de par en par. A las habitaciones penetraba el humo, volaba el polvo de carbón.

La brisa pacífica del oeste no dispersaba el humo de los hornos de la fábrica.

Hoy es día de una fiesta rusa, la Pascua. Por las calles vagan los borrachos. Unos ya están tumbados bajo la cerca, roncan, soltando la saliva, otros farrean, provocan riña. Se pelean hasta que sangren. Como si entusiasmándolos, alguien está repicando en el campanario. Más fuerte suena, más gente se dirige hacia la iglesia alta. Llevan pan, huevos. La Pascua les causó muchas preocupaciones a todos.

Sarybala no está para las fiestas. Permanece solo en la habitación y aprende en voz alta:

- ...Él – ol. Tú- sen. Yo - men. A él - ogan. A ti - sagan.

A mí - magan. Llegó - kulekpen keldy. Vino – zhayau ksldy.

Así enseña Zhusup. Él escribió en una mitad de la hoja las palabras en ruso, en la otra, en kazajo y le dijo memorizar.

Una vez Sarybala le comunicó su opinión:

- Si fuera posible encontrar un libro con la traducción preparada, entonces se puede aprender individualmente.

Luego Zhusup le enseñó al muchacho cuatro acciones de la aritmética y le contó de los casos del idioma ruso. Con esto todos los conocimientos del apuntador se agotaban. Ahora es la hora de llevar a Sarybala a la escuela ruso-kazaja de la fábrica de cinco años.

El muchacho, sintiendo que Zhusup le había enseñado todo lo que sabía, empezó a soñar con una escuela de ladrillo rojo. Su director Andrei Matvéyevich Volosnyakov está dispuesto a acoger al yerno del comerciante Seatkemelov.

Volvió a repasar las anotaciones en la hoja, Sarybala cerró la puerta con un candado y salió corriendo para jugar.

Dentro del cercado de fábrica viven tres familias: la de Zhysypbek, la de Zharylgapa y la de Ilyas. El resto son británicos. Zharylgap e Ilyas son servicio doméstico: limpian a los ingleses la ropa, preparan los caballos para montar. Presumen con la ropa vieja de los dueños, miran a las personas con altivez. Mucho tiempo Sarybala tomaba a Zharylgapa por un funcionario importante. Pero desde cuando se hizo amigo de su hermanito Nartay, llegó a saber que Zharylgap es servidor. Nartay es travieso, no quiere estudiar. Solamente le gusta jugar. Si pierde, arma un escándalo. Al reñirse una vez con Sarybala se rompió a llorar y trajo a su madre: una vieja delgada, seca, negra. En la cabeza no lleva kimeshek como todas las kazajas, sino chal. Los mechones canos que han salido cubren casi toda la cara. A través de los cabellos lucen los penetrantes ojos desorbitados. La vieja camina rápidamente inclinada su cuerpo hacia delante. Sus dedos largos, secos y arrugados se mueven como sanguijuelas, la boca desdentada algo masculla sin fin. A Sarybala le pareció una bruja, y él echó a correr. Pero la vieja se atrasó, corría detrás de él. También le dio a Zhusup que trataba de defender a Sarybala. De la caña de las botas de cuero la vieja sacó el cuchillo y comenzó a agitarlo delante de sí amenazando, gesticulando y blasfemando. Ya corría hacia la puerta, ya volvía con un grito. Sólo cuando ella se fue, Sarybala se tranquilizó a duras penas.

- Esta baybishe es uzbeka - explicó Zhusup -. Su marido era kazajo, murió. “El padre es hadzhi, el cuñado es bay” -, dice con orgullo. Oía como ella amenazaba: “Si alguien ofende a mi pequeño huérfano, le clavaré un cuchillo en las costillas!” No es necesario pelearse con Nartay, querido. La vieja es feroz, no se detendrá ante nada ...

Después de este incidente, Sarybala y Nartay se hicieron amigos. Tan pronto como salen corriendo a la calle, en seguida se buscan.

Una vez Sarybala vio que Nartay con el hermano mayor, Zharylgap, tienen cerca del zaguán un caballo ensillado. Al porche salió un inglés con una mujer, joven, delgada, vestida de punta en blanco. A Sarybala le pareció un ángel. Antes de montar a caballo, la mujer sacó de un pequeño bolso el espejo de bolsillo, se miró, y se pintó los labios que ya estaban rojos, pasó algo blanco por su rostro que estaba muy blanco ya.

“¡Desvergonzada! — pensó afligidamente el muchacho. — ¿Por qué se pinta, engaña?..”

Zharylgap llevó a la yegua rodada de orejas apuntadas. La mujer montó sola a la silla y se sentó de una manera muy divertida: las dos piernas a un lado. Empujando a Nartay, Sarybala susurró:

- ¡Qué pena! ¿Por qué se ha sentado así, va a caer.

- Es astuta, no quiere rozar - dijo Nartay.

- ¿Y qué se puede rozar? – Sarybala se sorprendió.

Nartay explicó tan elocuentemente que Sarybala tuvo que volverse para ocultar la vergüenza.

No, parece que la mujer no se caerá inmediatamente. Sin quedarse atrás de su marido, hizo trotar al caballo.

Al lado pasaba corriendo un becerro overo. Sarybala corrió hacia él, lo atrapó y trató de montarlo a la inglesa. El ternero tiró, el jinete se cayó y se lastimó una pierna. Cubierto de polvo el muchacho apenas se levantó, pero no lloró.

Sarybala está descalzo, la piel en los pies se ha agrietado. La camisa inhábilmente cosida por la madre, cuelga como un saco. Pero Nartay lleva la ropa pulcra y calza zapatos, aunque gastados. Sus parientes también viven pobremente, pero para la envidia de Sarybala ya Nartay muestra una pelota, ya patines. Nartay nada teme, corre por las calles, donde quiera. Conoce todas las novedades. Hoy le ha enseñado a Sarybala un juego. Ha sacado del bolsillo dos huevos rojos, uno se lo ha regalado y le ha enseñado, como golpear correctamente para no sufrir la derrota.

- ¡Es necesario sostener así! Saca la punta más estrecha, pero poco a poco. No dejes que nadie la examine, te lo romperán. Cuando vayas a golpear, trata de acertar de costado. Solamente este huevo no se lo cambies con nadie. Nuestros huevos son fuertes. La mamá añade intencionalmente algo en el forraje de las gallinas...

Los niños pequeños fueron al mercado. Hay muchísima gente por aquí. Los kazajos venden piel y ganado. Los comerciantes de la ciudad cierran el trato golpeando las manos. Los que han vendido la mercancía, desatan despacio el cordón de los pantalones anchos, cuentan el dinero, vuelven a atarlo. El tendero cuenta en el abaco, y el kazajo, con los dedos. Si la fábrica despelleja al kazajo, los comerciantes chupan su sangre. Los mercachifles se tiran al kazajo de la estepa como los lobos al cordero. Al modesto ganadero obligatoriamente le quitarán a ínfimo precio todo que aquel ha llevado o ha traído, hurtan cuanto quieran y nadie tendrá la piedad. El gentío de comercio son todos embusteros. A los ricachones engordados con el engaño con reverencia los saluda el mismo comisario de policía de la fábrica.

¡En el mercado se puede ver todas las formas de robos! Aquí tirando hacia arriba con el pulgar una moneda de cinco centavos, un hombre grita: “¡Cara!” Si sale la cruz el que tira recoge el dinero. La moneda de cinco centavos vuela de nuevo hacia arriba, y la gente vuelve a gritar. Pero el mayor juego de azar se desarrolla en kumisnaya más alejada. Aquí sobre la mesa no se ve el dinero menudo, sino un montón de dinero con las imágenes de los zares Alejandro y Ekaterina. Se oyen las voces de los jugadores consumados, Aydarbek y Nurke: “¡A todo! ¿Añadir? ¡Veintiuno!” A los jugador no se puede verlos detrás de la muchedumbre de los curiosos...

El enorme herrero Karakyz, capaz de amasar el hierro como harina, va por la calle tambaleándose. Las botas con cañas barnizadas, caro gorro negro, nuevo traje, todo está cubierto de la arcilla. Está borracho, muge como un toro. Los transeúntes le ceden el paso, haciéndose al lado.

A lo lejos se oyó un grito lastimoso: “¡Oybay! ¡Han robado! ¡Me han arruinado!”

Sarybala lo miraba todo con interés y memorizaba lo visto y oído.

Al fin los amigos dieron con los jugadores al huevo. Había muchos jugadores: el mercado entero. Juegan no sólo los niños, sino también los adultos, hasta los que llevan barbas, y todos usan de ardides. Antes de dejar golpear su huevo comprueban el huevo del adversario, lo golpean contra los dientes. Sarybala no dejó que comprobaran. Se golpeó con uno, bigotudo como un gato, y ganó. Se golpeó con otro, ganó. Aquel bigotudo le dejó a Sarybala seis huevos y se fue, moviendo con fastidio la cabeza. Nurtay también ha ganado bastante. Se han oído las voces excitadas:

- ¡Tienen los huevos de tortuga!

- ¡Y no son huevos, sino piedras pintadas!

Se ve que los perdedores se ponen de acuerdo para armar el escándalo y devolver lo suyo. Al sentir la amenaza los amigos aprovecharon el momento y se escabullieron. Corrían a más no poder y se tranquilizaron sólo en la puerta de fábrica.

Al verlos Zhusup gritó:

- ¡Manos arriba! ¡Al rincón!

Sarybala se paró con las manos levantadas. Pero a Zhusup se le va la ira pronto. Al poner nasibay en la boca mandó: “¡Descanso!” — y continuaba más cordial:

- ¡Te he buscado por todas partes! ¡Mira, has cerrado la puerta y te has ido! Zaguipa no puede entrar en casa. No hagas así nunca más, cariño.

Zhusup apresuró a Zaguipa que se vistiera, salió con ella al patio y la subió en la arbá. La arbá es de dos ruedas sobre los resortes. El anciano Hakey, el suegro de Zhusup, la construyó para sí mismo. Allí caben dos personas. A Sarybala no le quedó el espacio, y Zhusup lo sentó en sus rodillas. El gris encorvado galopaba con todas las fuerzas. No hay nadie en la fábrica que no conozca el gris encorvado y la arbá de dos ruedas de Hakeya. El anciano suele ir solo. Ahora los transeúntes se vuelven, como si se asombraran que los otros se hubieran atrevido a subir a la arbá de Hakey.

Zhusup entró impetuosamente en el poblado kazajo. Los patios están abiertos, las chimeneas se han ladeado, las ventanillas se entornan de debajo de la tierra. En vez de las casas, todo cuevas. El hedor, pestilencia, multitud de moscas.

A la entrada a kumisnaya encontró a Zhusup el dzhiguit moreno, el mismo obrero de la fábrica, que recientemente en Bestemir había pedido los permisos de ir a ver al padre enfermo y le invitó al apuntador a tomar el kumís prometido. En la cueva hay muchísima gente. A Zhusup lo conocen aquí todos, lo han hecho sentar en el lugar de honor. En medio de la mesa redonda se ve el plato lleno de carne. La vendedora de kumís, Malike, adornada, los bordes del kishmek blanco son hábilmente revestidos con los hilos de seda en dos líneas, entre ellas brillan tortuosos los abalorios menudos. Tiene los dedos enteramente cubiertos de anillitos de plata y sortijas. En cada muñeca lleva ocho pulseras. Tendrá cuarenta años, pero en su cara blanca no se ven arrugas y los brillantes ojos negros son alegres. Su kumís es sabroso como la miel, y las bromas de Malike son aún más sabrosas. Cuando el kumís en el grande vaso amarillo se agota, el marido de Malike con una barba grande se reanima visiblemente: el kumís se vende, el beneficio se aumenta.

- Basta ya, nos hemos emborrachado, — se oyen las voces.

- Beban, — invita Malike con la sonrisa encantadora, mostrando los dientes menudos ovejunos. Y los invitados beben de nuevo hasta el eructo.

Malike y Zhusup son coetáneos y bajo este pretexto especioso están al lado, juntas las rodillas. La mano de Zhusup permanece en la cadera de la mercadera. La mujer de Zhusup es jovencita, a lo máximo tiene veinte años. Tiene la nariz pequeña, la carita redonda, lleva la tubeteica tártara calada hasta la frente. No se quita la vista de encima de su marido, lo mira con ojos celosos. Pero Zhusup no quita la mano de la cadera de Malike y de vez en cuando pellizca a la mercadera.

Ligeramente borrachos del kumís, los invitados han comenzado a hablar ruidosamente.

Se abrieron las puertas y entraron dos personas: el guardián Orynbek y una joven con cara picada de viruela. No se siente cohibida, ni tiene vergüenza ante nadie, es insolente, ruda. Acababa de sentarse y se dirigió a Zhusup:

- Tío, le pido su shaksha. No tacañee una pizca para mí.

- Así, has agotado a Orynbek, y ahora tiendes los brazos hacia otros, querida. -Zhusup le echó shaksha.

Habiendo puesto nasibay debajo de la lengua, la joven lanzó una risotada. Después en lugar de agradecer dijo:

- Le he pedido, tío, no porque he agotado a Orynbek. Esperaba que el suyo es más fuerte. Resulta muy débil.

Una carcajada. Zaguipa ensombrecida fijaba la vista en la picada de viruelas, pero aquella no le hacía el menor caso.

Inesperadamente la joven se puso a cantar, tocando el acordeón. Su voz era agradable y sonora, no cabía en la isba, aspirando a salir afuera. Una tras otra interpretó las canciones que les gustaban a todos, “Kara torgay”, “Kulager”, “Zhirma el demonio”. Cantaba incansablemente. Sin verla, solamente escuchando la voz, un viejo decrépito rejuvenecería y desearía abrazar a la cantarina. Pero no provoca tales deseos entre los sentados aquí. La misma joven lo siente o a lo mejor otra cosa la oprime. Canta, y de vez en cuando por sus mejillas ruedan unas grandes lágrimas.

- ¿Por qué llora? — le preguntó en voz baja a Zhusup Sarybala.

- Probablemente por la pobreza, infortunio, sufre su soledad. Siente amargura de que la gente no la respete.

- ¡Que bonita es la voz!

- Cuando no hay felicidad, lo bueno no es nada. Cuando hay felicidad, lo insignificante se hace bueno.

- Tome, tome, — el dzhiguit moreno le acercaba al apuntadero ya carne, ya kumís.

Zhusup come y bebe. Aunque el dzhiguit repita: “¡Tome, tome”, pero se siente que se ha desalentado, después de tal agasajo abundante se quedará sin un duro en el bolsillo.

- Pronto ya es hora de ir al trabajo, — usa de ardides el dzhiguit. — Y decían que los letrados comen como un pajarito...

Pero Zhusup duro de oído no oyó claramente la alusión. ¡Tranquilamente sugirió!

- ¡Venga, caballeros, vamos a competir, quién más! - Y tomó el cuenco comenzando a tragar sonoramente el kumís .

Había unas personas que deseaban hacer un favor a Orynbek. “Beban, coman”, — piden o por respeto, o por temor. Inesperadamente la joven de cara picada de viruelas gritó, un dzhiguit la agarró de la trenza, la devanó en la mano y empezó a arrastrar. Salieron en defensa de la joven. Se levantó el grito, empezó la pelea. La mesa se agrietó y se rompió, el kumís se volcó, los pedazos de la carne rodaron por el suelo. El ruido, algarabía, todos gritan. De la nariz del dzhguit escandaloso brotó la sangre. Sin soltar la trenza, le arrancó una madeja de pelo y se fue. La agitación se calmó poco a poco. La mujer de cara picada de viruelas ofendida, humillada aun no rompió a llorar. Con cólera mirando a su alrededor, empezó a gritarles a la cara:

- ¡Cuántas veces me han mordido tales perros! ¡¿Dónde habéis estado antes, para qué compadecerme ahora?! Ahora no tengo porque guardar mi honor. ¡Pero esperaré más, a lo mejor, la felicidad me sonreirá! ¡Si no, viviré así, vergonzosamente como un perro! ¡Por ahora aquí está mi consoladora! — gritó y tomó en las manos el acordeón. Puso a cantar la canción de Birzhana “Zhanbota”. Otros cantan esta canción con tristeza, y la picada de viruelas, con enojo, con ira. El acordeón suena más bajo que la voz encolerizada. La mujer estira furiosa el acordeón, está a punto de romper la corambre. Canta, desahogando su melancolía lúgubre, su tristeza...

En la fábrica no hay clubs, la gente no tiene dónde reunirse. De cien kazajos los letrados son dos o tres, tales como Zhusup, Orynbek, pero ni siquiera estos leen periódicos o revistas. ¿Qué hacer en la fiesta? ¿A dónde ir? Los kazajos van a descansar a kumysnaya, los rusos, a las tabernas. Y en ambas partes la alegría se acaba con la riña.

La pelea surgida en kumysnaya no ha acabado. El dzhiguit escandaloso con la cara ensangrentada corre por el poblado y les pide socorro a los parientes:

— ¡Boshan!.. ¡Boshan!

Igual que todo el rebaño sigue a la vaca mugiendo, lo mismo pasa aquí. Al ver la sangre de su pariente se levantó toda la familia Boshan. Karakssek se divide en dos subgéneros: Mayky y Boshan.

En otra parte del poblado se oye la llamada inquieta:

- ¡Maiky! ¡Maiky!

Hasta que llegaron los maiky, los miembros de la familia Boshan consiguieron romper las cabezas a cinco inocente de Mayky. En las manos se ven barretas, azadas, hachas. Aquí no hay gente a caballo, no hay garrotes, como los tienen los kazajos de la estepa. Todos a pie. De una parte unas doscientas personas y de la otra la misma cantidad. Como las fuerzas son iguales, ninguna parte se atreve a atacar, sólo amenazan, insultan. Los habitantes rusos del poblado o los kazajos ajenos al género de Kuandyk miran el espectáculo asombrados.

Tan pronto como se encendió el escándalo, el guardián Orynbek de una manera indirecta, por los barrancos, se escapó. Las voces enojadas zumban, exigen:

- ¡Maiky, dadnos al hijo de Bek!

- ¡No te enfurezcas, boshan! ¡Dadnos primero al que ha arrancado la trenza a la de cara picada de viruela y a los que han pegado a los cinco nuestros!

- ¡Boshan ha arrancado la trenza a su legal mujer-libertina!

¡Qué tienen que ver con esto los maiky! ¿Por qué instigáis al libertinaje a la legal mujer ajena? ¡¿Por qué deshonráis el género nuestro?!

- La puta con cara picada de viruela no puede ser una mujer legítima. Si considerar los maridos a todos que se han acostado con ella, no bastarán las estrellas en el cielo.

Gritando y riñiendo, los adversarios se encontraron muy cerca. Cualquier bobo solo tenía que levantar el puño y se derramaría la sangre de muchos. Pero de la muchedumbre de los rusos salió en el medio el relojero Stepán. Arrugando en la mano levantada la visera, él gritó a todo pulmón:

- ¡¿Obreros, hermanitos qué estáis haciendo?! ¿Por el honor del género habéis decidido derramar la sangre?! ¡Y ya hace mucho que el honor del género no existe! ¡¿Si lo tenéis, por qué los boshan roban a los boshans, los maiky, a los maiky?! Desnudos, hambrientos, todos vosotros habéis llegado a la fábrica para ganar un pedazo de pan. Vagabundaer, abandonar los lugares natales os han hecho los caudillos del género. Ahora sois obreros, y vamos a proteger no el honor del género, sino el de los obreros. El salario no alcanza para vivir, trabajamos once o doce horas. Y cuando sales del fuego y el humo, vas a descansar a una madriguera hedionda. El alma duele y para calmarla, vamos a la taberna o a la kumysnaya. Y aquí vemos el resultado. No nos dejan estudiar, nos han vendado los ojos, han cargado como al camello con el peso y arrean. ¿Cómo facilitaremos esta carga? ¿Cómo podemos abrirnos los ojos? Vamos a pensar y no derramar nuestra sangre. La fábrica funciona gracias a nosotros. Sufrimos nosotros, y los otros aprovechan de los bienes. ¡Fuera el honor del género! ¡Que viva el honor de los obreros! ¡Dispersaos, dispersaos, camaradas! Ya han ido a por el comisario de policía...

Las palabras de Stepán Zhusup relató en kazajo. El rumor de la muchedumbre apaciguó. Por parte de la fábrica apareció el drozhki aparejado con un par de caballos. Delante del coche, iba un jinete. Mientras el drozhki se acercó, la muchedumbre ya se había marchado a sus cuevas. Resulta que delante trotaba Orynbek. Al llegar galopaba a caballo por los tejados de las cuevas, gritaba, insultaba a todos. Se bajaba del caballo, irrumpía en las cuevas, en una, en otra, pero a quién buscaba, no logró encontrar.

El comisario de policía Zalivsky, gordo, pelirrojo, miraba con enfado, buscando a quién descargar la bilis. Tenía los ojos grandes, desorbitados como los de un cabrón.

- ¿Quién ha empezado la riña? — preguntó con una voz retumbante, acercándose a los rusos.

- No lo sabemos. — Stepán movió la cabeza negativamente. — Estamos paseando, celebrando.

El comisario de policía sacó el pañuelo, cubrió con asco la nariz.

- ¿Qué es ese hedor? ¿Qué no huelen o qué?

- Huelen, pero no hay remedio, dónde se meterán...

- ¿Cómo que no hay remedio? Es que son perezosos y salvajes.

- Después del trabajo queda poco tiempo libre, señor policía. Y si tienes tiempo, te fallan las fuerzas.

- Entonces, ¿alguien más debe construir viviendas?

- La fábrica ha garantizado la vivienda a Ud., a mí, pero a los kazajos, no. Su trabajo es el más duro, funden el cobre. Y usted ve, como viven. Ganan muy poco, centavos...

- ¡He comprendido su discurso, lo he comprendido! — el comisario de policía movió delante de la cara de Stepán el gordo dedo índice. Y, sin escuchar más, ordenó marcharse.

Se le acercó Orynbek, mirando a todos lados, como un perro perdiguero que había perdido la huella, e informó apresuradamente:

- ¡Señor comisario de policía! Los instigadores no han sido encontrados. En tal asunto los kazajos son unidos. Han escondido a todos y repiten unánimamente: “No sabemos”.

- ¿Conoces los nombres de los escandalosos?

- Conozco. Bayzhanov Omarbek arrancó los cabellos a la mujer. Sadakbaev Tuleu, Dzhaugasharov Aben rompieron las cabezas a cinco personas. Todos tres son ladrones. Se han escapado de los aúles y trabajan aquí.

- ¡¿Ladrones?!

- Verdaderos bandidos...

Stepán no pudo soportar:

- Si es un ladrón, ¿por qué iba a trabajar? Y si es un obrero, ¿para qué iba a robar?- Y se echó a reír a carcajadas.

El comisario de policía fingió no oírlo, y subió al drozhki. Orynbek volvió a ocupar el lugar delante. El drozhki emprendió la marcha, levantando el polvo por la calle con baches.

Zhusup se escapó en seguida, tan pronto como notó desde lo lejos al comisario de policía, y todo lo que pasaba observaba de la ventana de la casa de Malike. Solamente ahora él salió y al acercarse a Stepán, preguntó:

- ¿Que ha dicho?

- ¡Que él va a decir! No ha atrapado a “los perturbadores”, se ha enfadado y se ha ido.

- ¿Y tú, qué le has dicho? Hacia ti movía la mano.

- He dicho de la situación dura de los obreros, y no le ha gustado.

- Lo has dicho en vano. Callarás, harto estarás.

- Ellos se portan tranquilos, silenciosamente, — señaló Stepán a las cuevas. — ¿Están hartos? Y usted es una mosquita muerta: ¿está lleno? Orynbek Bekov junto con el comisario de policía atacan a los obreros, pueden arrestarlos, y los escondéis, tratáis de salvar su pellejo. ¿Qué hacer a los ignorantes, si vosotros, los kazajos letrados, actuáis así?

- ¿Qué podemos hacer?

- Con el deseo se puede hacer muchas cosas. Es necesario indisponer a los obreros contra los jefes...

- Entonces perderé el último pedazo de pan. ¿Has oído cómo fue en Petersburgo en el año quinto?

- Oí. –Pero temiendo es posible perder lo todo.

- ¡No, Stepán! Maukimov Zhusup es una persona pacífica. Y te aconsejo: ¡sé cauteloso! — advirtió Zhusup y comenzó a caminar hacia la casa.

El anciano Hakey consiguió llevarse al caballo y la arbá antes del escándalo. Iban a pie. Interrumpiendo la conversación de Zhusup con la mujer, Sarybala preguntaba al uno y al otro:

- ¿Qué pasó en Petersburgo en el año quinto?

- Los obreros se reunieron, vinieron donde el zar para hablar de sus necesidades, y el zar empezó a disparar contra ellos.

- Dicen que el zar es misericordioso.

- Probablemente lo hayan incitado.

- La mente del zar equivale a la de cuarenta personas, ¿por qué lo engañaron?

Zhusup no quería llamar al zar ni inteligente ni tonto y se calló. Pero el muchacho seguía preguntando:

- ¿Y este comisario de policía habría disparado, no? ¿Si hubiera detenido a los obreros, los habría fusilado? ¿En sus hombros lleva el oro?

- No, se llama el trencillo simple.

- ¿Y el zar?

- Probablemente, de oro.

- ¿Cuántos palacios de oro tiene el zar?

- No lo sé. Dicen que muchos.

- ¿Cómo los ha conseguido, ha construido solo?

Zhusup no respondió. Puso la mano en la cabeza del muchacho y dijo:

- Todo quieres saber, y yo sé pocas cosas. Y si lo sé, también lo callo.

- ¿Por qué?

- Hay unas palabras por las que el poder puede cortar las orejas. Incluso a los abogados famosos Akbaev, Duysembaev estaban a punto de exiliar por una sola palabra. Y sobre mí, ni hablar. Meterán en la cárcel en un dos por tres. Aprende a callar la boca, chiquitín. ¡Más hablarás, más pecarás, recuerda!

El muchacho se mordió el labio reflexionando. Hoy ha visto mucho, pero poco ha comprendido, ¡y por eso no para de preguntar! Con su maestro Sarybala está descontento, sus instrucciones no le han tranquilizado por completo. Llegaron callando a casa. Zhusup tomó sus papeles y se dirigió a Bestemir. Sarybala lo acompañó.

Y en Bestemir de día y de noche no cesa el silbido, como si rugiera un dragón de cuentos de hadas. El humo espeso no se dispersa nunca, hace saltar las lágrimas, si abres los ojos, y te hace toser desgarradamente, si abres la boca. Arde incesante el fuego, brillando con chispas, fluye el cobre, cae la escoria. Mucho tiempo no se trabaja aquí: o caerás gravemente enfermo, o en seguida morirás. Pero la fábrica no se para, y al lugar que ha quedado vacío llegan los nuevos obreros.

Cuando apareció en la fábrica el ingeniero Hol, la vida de los obreros se volvió incluso peor. El ingeniero es riguroso, mejor decir, feroz. En cualquier ocasión llega a las manos, da pernadas, despide sin explicaciones. O buscará tres pies al gato, no aceptará el trabajo hecho y dejará sin pago.

Hoy Sarybala ha visto al terrible, despiadado Hol. Temblaban ante él los fundidores, y los que llevaban las carretillas con escoria, y los jefes menores. A todos el sudor les fluye de la frente. Cada uno se desvive sólo para que el ingeniero no critiquice. Hol es perspicaz y experto enseguida nota los menores defectos, de inmediato comprende de qué cuchichean los obreros, aunque no les pregunta nada. Hol es alto, delgado, recto como un álamo. Su cara imberbe, afeitada es cruel, su piel morena siempre brilla. Los obreros nunca lo han visto sonreir, ni han oído de él una palabra cariñosa. Escucha peticiones y quejas de paso, y camina tan rápido que los otros tienen que correr. Siempre busca la posibilidad de burlarse, agotar a la gente. De camino se le acercó a Zhusup que anotaba las jornadas de trabajo de los obreros, y sin razón aparente le dio una patada en el vientre, Zhusup cayó, su gorro voló a un lado y el cuadro, a otro. Agarrándose al estómago, pudo apenas decir:

- ¡Señor Hol!

- ¡Canalla! ¡Ladrón! ¡Márchate! — ordenó Hol y volvió a dar pernadas en el culo del apuntador.

Zhusup casi no hablaba ruso, y ahora no podía decir ni una palabra. Habiendo recogido las hojas dispersadas, se fue a casa. Cerca de él deprimidamente arrastraba los pies Sarybala. Con lágrimas en los ojos, en la mano el gorro de Zhusup. El muchacho no había comprendido en absoluto, por qué Hol golpeó a su maestro.

- ¿Por qué él se pelea? — preguntó el muchacho.

- Probablemente, le han dicho que apunto un día más a los obreros. ¿Podrá un kazajo vivir tranquilo? — respondió Zhusup y suspiró penosamente.

EL DESTINO DE ZHUSUP

Después de que a Zhusup lo echaron de la fábrica, él recorrió muchos lugares en busca del trabajo. Estuvo cerca de Akmoly, en los Kar-Caral, pero no se instaló en ninguna parte y volvió al fin y al cabo a la fábrica. Aquí alquiló a crédito una habitación en Kokuzek y se puso a enseñar a los niños. Carecía de conocimientos especiales y no tenía ninguna experiencia de maestro, pero Zhusup no tenía nada que perder. Ya que nadie iba a controlar su trabajo. En los ojos de las personas ingenuas que deseaban saber el ruso, Zhusup parecía bastante respetable. Él nunca ha perdido las posibilidades de mostrarse de la mejor forma: el sabelotodo. Escribía rápidamente, hablaba bien. No sólo los simplones habían formado una buena opinión de él. El jefe del vólost Muhtar, el comerciante Aubakir y el carnicero Koybagar fueron primeros que le dieron sus hijos. Zhusup daba las clases del kazajo y a la joven viuda María Fiódorovna. Todos pagan como pueden. Si no hay dinero, traen cosas. Por ejemplo, el obrero de treinta años Seyktazi le dio por los estudios el reloj de bolsillo. Tiene más de quince alumnos. La edad de ellos es muy diferente: un niño de nueve años y un dzhiguit de treinta son compañeros de clase, estudian lo mismo. Nunca ha subido tanto el precio de los conocimientos insignificantes de Zhusup.

Trabajaba a tiempo parcial componiendo las solicitud a los demandantes. Hace poco, habiendo quedado sin trabajo, se acongojaba día y noche, y ahora su sonrisa de felicidad no abandonaba su cara. Tan pronto como aparece un minuto libre, corre a la taberna o la cervecería.

Pero la felicidad no es duradera, con el otoño pilló a Zhusup el frío viento de la vida sombría.

Una vez a la fábrica inesperadamente llegó el alumno de liceo Husain, el hijo de Erdenbay. Para verlo, todos los alumnos de Zhusup faltaron la clase.

El alumno de liceo es de estatura mediana, con los ojos grandes, barba negra, nervioso, iracundo, habla como si se atragantara con las palabras. La apariencia es poco envidiable, habla ininteligible, pero lo escuchan con respeto. La habitación está de tope a tope. Los niños daban empujones en el umbral y con arrebatamiento miraban al alumno de liceo. Husain llamó a Sarybala, tomó el cuaderno, miró y movió la cabeza. Después preguntó enfadado en ruso:

- ¿Quién os enseña?

- Zhusup Maukimov.

- ¡Canalla! ¡Es analfabeto, enseña incorrectamente, engaña a la gente corriente! — exclamó con cólera Husain y empezó a corregir en el cuaderno con el lápiz rojo. No se quedó ni una línea sin corregir. Con los cuadernos debajo el brazo llenos de notas rojas Sarybaila se dirigió a casa.

Desde aquel día la carrera de maestro de Zhusup iba disminuyendo. Poco tiempo después los alumnos se fueron. Sarybala ingresó en el cuarto grado de la escuela de fábrica ruso-kazaja de cinco años. Este día fue el más alegre en su vida. Pero sólo esta alegría se empañó con la tristeza profunda por su antiguo maestro. Zhusup empezó a beber. Borracho, estaba largo rato con las manos sosteniendo la cabeza y se quejaba del dolor de cabeza. Pero él se afligía más que estaba enfermo.

- ¿Cómo seguir viviendo? No podré cumplir el trabajo no especializado, el trabajo fácil no existe. ¿Robar? ¿O vender cosas? ¿Qué vender? ¿El único pañuelo de Zaguipa? ¡Oh, qué pequeño es este mundo! ¿Por qué el dios soltó a tanta gente a la tierra, inventó tantas esperanzas?

Voy a ver al mirza Aubakir. Puede ser para su yerno no lamente por lo menos la carne de costillar...

Zhusup se levantó y, salió tambaleándose.

En la habitación reinó el silencio, pesado como el plomo. Zaguipa estaba con la cara a la pared y gemía, también le dolía la cabeza.

Sarybala le escribió una carta a su padre:

“Os envío saludos, a tí y a la abuela. Informo que ayer mi maestro me ingresó en la escuela roja de la fábrica. Estoy muy contento. Pero cuando pienso en el maestro, me agobia la tristeza. Agha, Zhusup se ha quedado sin trabajo, el dinero se ha acabado. Y como sabes, ellos no tienen ganado. ¿Qué voy hacer, donde viviré? ¿Cómo vivirán? Ven pronto...”

Mientras el muchacho fue al mercado y entregó la carta al aúl, Zhusup había vuelto de la casa de Aubakir. Estaba tendido en el suelo con las manos detrás de la cabeza cerrados los ojos. Aubakir no le había dado nada.

Anocheció. Los rincones de la habitación pequeña con una sola ventana oscurecieron. Sería hora de encender la lámpara, pero los amos no se levantan. Cada tarde a esta hora Zaguipa hervía el té, y hoy está tumbada. En la habitación triste, silenciosa, que se oscurecía con cada minuto, Sarybala silenciosamente como una gata, abrió el armario, tratando de no hacer ruido, pero la portezuela crujió sin embargo. Habiendo roto el pedazo del panecillo que se había quedado, Sarybala empezaba a mascar con avidez. Después pasó tranquilamente a su lugar y se acostó...

Al cabo de una semana llegó Mustafa. Zhusup se alegró de que llegara su amigo. Adelantó a Sarybala, se acercó corriendo hacia Mustafa y le estrechó la mano durante mucho tiempo.

¡Ya está, basta, basta, queridos! — pronunció Mustafa. — Cuando la alegría reboza el margen, tampoco es bueno.

- ¡Hadzheke, resulta que en la penuria recibes al amigo como a un profeta todopoderoso!

Sólo cuando se sentaron y tomaron una taza de té, Mustafa con una sonrisa ligera respondió a esta exclamación de Zhusup:

- El profeta todopoderoso todavía no ha aparecido. Si aparece, te obsequiará seguramente. ¿Y cómo os he ayudado con mi llegada? De ningún modo. No sufras, querido. Sufrirás, el mundo se volverá estrecho. Y para uno alegre, incluso el mundo estrecho parece espacioso. Dicen que ¿el hijo de Erdenbay, Husain, te ha llevado hasta la desgracia?

- Sí, con una sola palabra, me ha derribado como una bala.

- ¿Si no eres capaz de enseñar, ¿cómo a mi hijo lo han aceptado en la escuela rusa?

- El alumno de liceo me ha mirado desde lo alto de su posición. Pero puedo enseñar algunas cosas.

- También creo así, — consintió Mustafa y quedó pensativo.

Sus pestañas largas casi se cerraron, los ojos negros clavaron la mirada sin movimiento. No se sabe qué está pasando ahora en su alma, profunda como el mar. Habiendo callado, le dijo a Zhusup que estaba con la boca abierta:

- Si Husain ha mirado desde lo alto, miraremos desde abajo. En los aúles de kazajos no deben ser todos analfabetos. Si no encuentras el lugar aquí, ve al aúl. Para el cisne el salvamento está en el lago, para el hombre, en el pueblo. Enseñarás lo que sabes.

- ¿Quién me dará asilo en el aúl?

- Turlybay.

- ¡¿Turlybay?! ¿Y me acogerá?

- Espero que sí. De mi nombre escribe una carta, hijo mío, - Mustafa se dirigió a Sarybala.

El muchacho se sentó con mucho gusto a escribir al dictado del padre.

“A querido Turlybay, coetáneo, un cordial saludo. Todos los parientes están bien y sanos aquí. El ganado está bien alimentado, hay hierba verde. En las relaciones con los rusos no hay novedades, gracias a Dios. En esta carta intercedo por un amigo para cumplir con mi deber humano. Buscabas al maestro de ruso, lo he encontrado. El portador de la carta, Zhusup, enseñaba a mi hijo. En once meses le enseñó a mi hijo lo que otros estudian durante tres años, y lo han trasladado a la escuela rusa. Acoge a Zhusup. Igual que tú, él es una persona valiente, con experiencia. Si los kazajos van a saber todo lo que sabe Zhusup, entonces en los aúles la luz irá echando la oscuridad...”

Cuando terminó de dictar, Mustafa tardó mucho en firmar la carta. Los dedos fuertes, largos, capaces de doblar una baqueta de hierro, de ninguna manera lograban escribir dos letras árabes, el lápiz tropezaba y serpenteaba de lado a lado. Con gran esfuerzo escribió al fin unos garrabatos parecidos a la rama de un árbol.

- Mira a este niño, que se ríe, — sonrió Mustafa. — Si mi padre me hubiera enseñado, como te enseñan a ti, si yo viviera en el tiempo en el que vives tú, vería quién de nosotros se reía más.

Zhusup escondió la carta en el bolsillo en el pecho. El aúl de Turlybay queda bastante lejos, a unas setenta u ochenta millas. De allá a la fábrica la gente llegaba rara vez.

- ¿Cómo llegaré donde él? – preguntó preocupado Zhusup.

- Toma mi caballo, - dijo Mustafa.

- Oybay-ay, ¿usted irá a pie?

Le has dado a mi hijo las alas, ¿acaso puedo lamentar para que cojas mi caballo? Te lo doy para siempre. Acepta como el crédito por haber enseñado a mi hijo. Nos hemos encontrado contigo por las buenas, nos despediremos por las buenas también, querido. El mundo es interesante por las buenas relaciones. Si te despides en la amistad, entonces encontrarás en la alegría. Y si te despides peleado, el encuentro será como el de los perros feroces. Podría lamentar si mi caballo robara un ladrón, lo desgarraran los lobos o muriera. Y ahora mi gris rabicorto se ha justificado íntegramente. No te afliges y no pienses que me has hecho bajar del caballo.

Zhusup comenzó a llorar conmovido. Volvió a cogerle a Mustafa de la mano, calurosamente expresó las palabras de agradecimiento cuantas sabía, y vivamente se puso a hacer las maletas.

Mustafa con el hijo salió a la calle. El padre miraba mucho tiempo las cuevas bajas de Kokueeka, dispersadas en desorden buscando algo con la mirada...

- Hijo, en algún sitio aquí vivía el tártaro Pahrey. Iremos a su casa, aquí ya no hay razón para que te quedes.

Fueron entre las cuevas, preguntando a los que venían a su encuentro, dónde vivía el tártaro Pahrey...

EN LA ESCUELA RUSA

De los árboles cayeron las hojas y se volvieron poco atrayentes, como los ancianos que hacía mucho que se habían despedido de la juventud. El cielo está inquieto, el viento frío mueve velozmente unas largas nubes grises, levantando en las calles el polvo negro y removiendo las hojas amarillas.

El humor de Sarybala es versátil: parecido al mundo exterior. Al mismo tiempo siente la alegría y vergüenza. La escuela roja con la que soñaba tanto, ahora lo está atormentando. Llegó a conocer tales asignaturas como fracciones decimales, gramática rusa, historia rusa, geografía, sobre las que ni Zhaksybek ni Zhusup han oído. Antes los manuales de Sarybala cabían en los bolsillos, y ahora no caben en una bolsa grande. Ninguna lección se le da a Sarybala en seguida. De cada diez palabras rusas entiende solamente una. “¡E-eh, si supiera esta lengua!” — con melancolía pensaba el muchacho. Hasta no sabía lo que sabían Abdrahman y Kalyk, compañeros de clase, los hermanos de su novia prometida.

“No son estudios, sino un suplicio, — se preocupaba Sarybala, — los dejaré y saldré para la aldea...” Pero se acuerda de la dura vida de los habitantes analfabetos y pobres, no quería volver a ella. “¡No tengo voluntad, soy tonto!” — se enfadaba Sarybala consigo. En apariencia él estaba tranquilo, pero en el alma se preocupaba. Empezó a dormir mal por las noches, pero a nadie se quejaba. Diligente, ejecutivo, cortés, a nadie le hacía nada malo y no atraía mucha atención hacia su persona. Pero al mismo tiempo era independiente y se educaba el sentimiento de la dignidad personal. “Si alguien me necesita, llegará a mí, si otros no me necesitan, no voy a suplicar”, — se decía Sarybala. Solamente sus cuñados eran amigos del muchacho cerrado, misterioso que no habían llegado a adquirir la altivez de los ricos. Lo llamaban ya tío, ya yerno. Abdrahman bondadoso le ayudaba a Sarybala a preparar las lecciones, compartía con él bombones y los melindres que traía de casa en los bolsillos.

Sarybala no pedía nada, se avergonzaba, pero el mismo Abdrahman le ofrecía lápices de varios colores, plumas, patines, pelotas. Los niños rusos eran muchos, y los kazajos sólo tres. Nadie tocaba a Abdrahman y la Nuez, los temían, por eso tampoco le importunaban a Sarybala. Una vez el adulto bribón Krymkozha que no estudiaba en ninguna parte le ofendió a Sarybala. Entonces los alumnos encabezados por Sarybala y sus cuñados acecharon a Krymkozha y le echaron un rapapolvo. Desde entonces Sarybala empezó a creerse importante. En el alma del muchacho crecían muchas esperanzas de un futuro feliz, hasta aprendió las palabras soberbias de una canción:

Mi suegro es bay y mi abuelo es bay,

Dios mío no me harás viejo.

...Pero ahora Sarybala no está para jactarse. Enrojecido permanece sin movimiento ante el maestro. Deformando las palabras rusas, susurra algo inarticulado sobre Pedro el Grande, tropieza, vuelve a callarse. En seguida comienzan a soplar susurrando Abdrahman y Kalyk. Sarybala dice de nuevo algunas palabras y se calla. El maestro Andrei Matvéyevich es un hombre tranquilo, no da prisa, no grita. Metidas las manos en los bolsillos y de costumbre mirando bajo los pies, va callado por la clase de aquí para allá. Al persuadirse de que Sarybala calló definitivamente, le hizo solamente una pregunta:

- ¿Por qué al zar Pedro lo llamaron el Grande?

El muchacho no sabe.

- Para el progreso de Rusia ningún zar ha hecho tanto, cuanto hizo Pedro. Por eso lo llamaron el Grande. En la historia rusa hasta este momento el zar Pedro y el científico Lomonosov se levantan como las cimas montañosas, — explica Andrei Matvéyevich.

El muchacho siente vergüenza ante el maestro generoso. En la nariz de Sarybala aparecieron las gotas de sudor. Pero la confusión se le pasa, cuando se sienta a su lugar. Saliendo de la clase, Sarybala le dijo a Abdrahman:

- ¡Qué persona tan buena es Andrei Matvéyevich! Zhaksybek seguramente me habría azotado por el silencio.

Después de la escuela los muchachos solían ir a casa con prisas. Hoy, pasando de largo la oficina del comisario de policía, vieron un grupo de los kazajos que hablaban alborotados. Un nuevo comisario de policía ha llegado recientemente, pero ya ha alcanzado una fama grande. ¿Probablemente haya arrestado a estos kazajos y quiera someterlos al castigo corporal? Los niños se pararon, alarmados y curiosos clavaron los ojos.

- ¿El comisario de policía sabe bien la geometría? — Se interesó Sarybala.

- Si no supiera, no sería comisario de policía, — respondió Abdrahman. - Pero mejor que él sabe la geometría el jefe de distrito y mejor que éste, el gobernador, y mejor que el gobernador, el zar.

- ¿Cuántos años hace falta estudiar para llegar a ser el jefe de distrito o el gobernador?

- ¡Oh, probablemente muchos! Pero para un guardián bastarán cuatro grados. Mira, por ejemplo, a Orynbek.

- ¿Al señor le es necesaria la mente, quién enseña esto?

- Estudiarás, serás inteligente.

- ¡No-o-o!-Sarybala movió la cabeza. — Un kan tenía un hijo que estudió todas las ciencias. Un vez el kan llamó a su hijo, apretó sus dedos en el puño y preguntó: “¿Qué tengo en la mano? ¿Redondo y con el hueco en medio?” El hijo respondió: “Piedra de molino”. El padre seguía: “¿Una piedra de molina cabrá en el puño? Es un anillo. ¡Para qué sirve que has estudiado todas las ciencias, si careces de comprensibilidad!”

Abdrahman siempre se ríe fuertemente, y ahora al agarrarse al vientre, se rió a carcajadas y exclamó en ruso: “¡Qué tonto!” El pequeño Kalyk simpático no escuchaba el relato, tiraba las piedras a los gorriones, pero habiendo oído la risa, en seguida se acercó corriendo: “!¿Qué, de qué os reís?!”. Miraba con ternura a uno y a otro y, viendo que los niños no le hacen caso, golpeó a Abdrahman y huyo.

Abdrahman dejó de reírse, se retorció del dolor.

- ¡Tonto, no ve que lo compadecen! Si alcanzarlo y romper la nariz, llorará a moco tendido.

- El molá nos azotaba con varas verdes, y nada, — se acordó Sarybala y continuaba con sus reflexiones interrumpidas: - El profeta Mahoma no estudiaba en la escuela, pero era sabio.

Quien tiene que ser así, es un amigo de Alá. ¿Y quién le ha dotado a bay Ayaza con la inteligencia? Mi abuela dice: “El pueblo ha dotado. El pueblo es la mar en cuyo fondo yacen muchos valores. Y los sacará el mejor héroe, el que zambulla atrevidamente y abnegado...”¿Significa que es más difícil hacerse sabio que letrado, verdad?

Y mi padre afirma completamente lo contrario. Dice que lo más difícil es obtener dinero. Y si lo obtienes, el hacha monetaria lo destruirá todo, volverá hacia atrás el río, le dotará a la persona con inteligencia y felicidad.

- ¿Entonces, todos los ricos son inteligentes?

- Claro. ¿Acaso un tonto se enriquecerá?

Sarybala no dijo nada. Ocupado con sus pensamientos iba en silencio, mirando bajo los pies como su padre. Se acordó de Bakyray e Itberguen del aúl. Los dos son ricos. No saben contar sus ovejas, pero nunca le dan a comer bastante a una persona. Son avaros, repugnantes. Los ricos tienen tantas riquezas, pero las buenas personas los desprecian. Son ricos, ¿pero dónde está su mente y razón, en qué se manifiestan? Le cuesta al muchacho responder a sus preguntas formuladas.

Detrás del puente de madera Kokuzek ante la tienda de Egor Sarybala vio un grupo de los kazajos de aúl. Entre ellos se encontraba Mahambetshe. Besó la frente de Sarybala, pero inmediatamente se volvió de espaldas, olvidaándose de su sobrino, y continuaba metiendo las compras en la bolsa y detrás del caftán. Cuánto adquirió por su dinero, cuánto por el ajeno, pero también para sí, solo el Alá lo sabe. Sea como sea, Mahambetshe es sonrosado, alegre y sus compañeros encorvados bailotean en el frío seco. Se les acercaron los kazajos con papeles en las manos. Sarybala sabe que son las letras de cambio firmadas con las que es posible hacer compras.

Egor Chernyh posee la más grande tienda de comestibles en la fábrica. A modo de los ricos de Moscú, da dinero al fiado con letra de cambio, las mercancías vende más barato que en otras tiendas. “Es más barato y al fiado”, — se alegran los kazajos y van con mucho gusto a la tienda de Egor. El primero en dar el ejemplo fue Mahambetshe. Y aconseja a los demás, y está dispuesto a tomar dinero por el consejo. Egor es astuto, usa de ardides para atraer a más compradores. Los que compran una mercancía más cara o al por mayor, les añade gratis cualquier chuchería o un resto estancado de la tela. Los ingenuos habitantes del aúl toman la porquería por suerte y gastan el último dinero. El comercio en la tienda bulle. Chernyh tiene unos hijos, hablan con soltura el kazajo, son emprendedores, hábiles, afables. Y todos venden. Hábiles con el abaco, con destreza miden las telas.

Poniendo en las manos de Mahambetshe el bulto, Egor pronunció servicialmente:

- Según nuestra regla le debemos además la tela para el shekpen, un vestido para la mujer, un pañuelo y té.

Mahambetshe aceptó el suplemento con una sonrisa.

A la tienda se le acercó un muchacho-lazarillo, llevando de la mano a un kazajo ciego y con dombra y un palo en la mano. Al acercarse el invidente comenzó a tocar la dombra y se puso a cantar:

Mi género se llama Koyanysh-tagay.

En Koyanysh-tagae Daulet-tanay.

Soy el akyn de Kakban. Luz Mahambetshe,

¿Si estás sano y salvo?, responde

El que es ciego y pobre y no tiene nada,

Tiene por amigo la dombra, el sonido alto de cuerdas

Habría algo que comer y beber,

Vagaría eternamente por los caminos .

Alá me ha cegado para esto

Para que no vea el mal en los ojos ajenos.

Por la bondad humana vivo siempre,

Pico los granitos en los patios ajenos.

El alma de Dios lo comprenderá todo sin palabras,

Es sordo a las alusiones el que tenga el alma severa...

Tú, Mahambetshe, no en vano tienes fama,

Puedo responder por ti.

- Para, para, Kakban. No hace falta sorprenderme. Soy yo de los que sorprenden, — dijo Mahambetshe, enfurruñándose.

Alrededor de la canción ya se había reunido la gente. Los kazajos que traían heno, que llevaban ganado, escuchan en camellos, y en los carros, a caballos, empujan a los que están delante. No ve, pero siente Kakban la presencia de la gente y continúa con la voz aún más alta:

Envuelve al pueblo con un boa ávido,

Traga al camello junto con la lana,

No tendrás nada que llevarse a la tumba de todos modos,

Toda la riqueza será devastada.

Se derretirá la piedra, si quemarla mucho tiempo.

Busca la raíz del mal, el habla del ciego.

Oye, ¿quién se atreverá a azotar la cara del hombre ciego

Y cortar el labio al ciego mendigante?

Un sart que montaba en asno,

Montó a argamak.

Todavía los pobres tienen la sangre,

Para que él, habiéndose saciado, engordaba.

El pastor casualmente en la espalda golpea

por descuido al pastor,

Y el rico todo el siglo está sobre mí.

Aunque mi espalda no es silla de montar,

“¡Fuera!” —el sart me ha gritado,

He llegado donde tú suplicando.

Pero he encontrado lo mismo,

Quedando insatisfecho contigo.

Los bay carecen del honor. Ah, Kakban,

Amargo es tu destino.

Habiendo oído sobre el uzbeko negro, Mahambetshe hosco se sonrió. El akyn ofendió mucho a Aubakir, el hijo de Seitkemel. Aubakir que se ha enriquecido recientemente, el forastero de los lugares lejanos, empezó a gozar de una influencia grande en la tierra, donde Mahambetshe soñaba con ser el dueño absoluto. La fuerza de Aubakir le preocupaba no solamente a Mahambetshe, sino también a Egor que tenía las relaciones comerciales hasta con Moscú e Irbit.

“¡Mira, dónde se mete!” — decía Egor inquieto.

Las habladurías de akyn que humillan a Aubakir eran como miel sobre hojuelas al bay y al comerciante. “Si no das nada, no te desarás de él”, — pronunció Mahambetshe avaro y le arrancó al akyn el percal para los calzoncillos. Egor tampoco se quedó atrás: le regaló tres metros del percal.

Abdrahman primero no se dio cuenta lo que estaba pasando, sólo que ahora ha entendido el significado de las palabras Kakbana.

- Perro ciego - susurró, y corrió a su casa a punto de llorar.

Inspirado por la canción Sarybala no notó la desaparición del compañero. La canción terminó, la muchedumbre se fue, pero las palabras del akyn no salían de la cabeza. Sarybala las repetía de memoria...

UN AÑO DE PENA Y LUCHA

Solamente anoche salió volando la noticia sobre la movilización, y por la mañana ya ha circunvolado toda la estepa inmensa alrededor. Era un día claro caluroso, en el cielo ni una nube, la naturaleza es tranquila, pero los aúles bullían. Los dzhiguits montaron a caballos. Los cabezas de las familias, bay, jefes de distritos, aksakales honorables se reunieron para el consejo. Las mujeres lloran, lanzan ayes, gimen, comparten unas suposiciones amargas.

A Sarybala le parece que todo el mundo se ha vestido de luto. Él se quedó solo en el aúl, todos se reunieron cerca de la casa de Aubakir. Sarybala, según la costumbre, no tiene derecho a acercarse a la casa del suegro futuro. Pero hoy todos están tan alborotados que decide no quedarse aparte del gran acontecimiento, y Sarybala se infiltra en la muchedumbre ruidosa. Sobre el césped verde, en la cañada Kumís-kuduka, del pozo de Kumys, en medio de la muchedumbre estaban: el hijo de Kadyr, Mahambetshe, el hijo de Batyrash, Zhunus, el hijo de Lmir, el hijo de Lzym, Mustafa, los jefes de distrito. Se reunieron aquí los jefes próximos a Spassk. Antes tenían la cara de pocos amigos, estaban listos a hacer pedazos unos a otros, y hoy son amigos, como uña y carne.

Hablaba Zhupus en voz alta y claramente:

Al firmar en la piel del perro los antepasados ​​rusos prometieron no volver a tomar a los kazajos por soldados. El zar ha roto su promesa. Levanten la bandera abigarrada de Ablay. ¡A caballos, dzhiguits! ¡Armaos!

Zhupus es corpulento, ancho de hombros, con bigotes largos hasta las orejas, y la voz retumbante, lo oye el más lejano en la muchedumbre. Casi no les deja hablar a los demás, pero Mahambetshe lorgó interrumpirlo: Y bien, supongamos que levantaremos la bandera caída. Los dzhiguits montarán a caballos. ¿Y dónde conseguiremos las armas? Contra un rifle no se tendrán de pie cien dzhiguits.

Si el zar tiene muchos rifles, entonces nosotros, el azul sin límites, colinas, rocas, barrancos. Los refugios protegen y a los liebres. ¿Si es posible vivir mucho tiempo como liebres?

El zar tiene un alma inquieta. Me parece que el germano lo ha agarrado por la garganta y está estrangulando. ¡De otro modo él no empezaría a exigir de nosotros las fuerzas!

¡De día nos esconderemos y de noche atacaremos! ¡Si cubrirse con caballadas y agarrar de la garganta, descarrilaremos!

Al anciano Amir no lo llamarás imberbe, en la barbilla se ve una decena de los pelos, y debajo de la nariz hay apenas visibles unos bigotes fláccidos. No tiene ni un diente, las mejillas están hundidas. Comenzó a hablar echando más leña al fuego:

Muerto por su familia no es pecador, matando a un forastero, es justo. ¡No retroceder! Más vale que muera todo el pueblo, que permitir pisotear nuestro honor y conciencia que oír el llanto de las mujeres y los niños. No es posible atar a los dzhiguits de pies y manos. Me queda de la vida tanto tiempo como a un viejo carnero. Mi fuerza reside solo en mis palabras. La arma es mi único cuchillo en el bolsillo. Peor no toleraré y saldré a luchar, por lo menos agarrado a la cola de un caballo hercúleo.

Después de Amir nadie se atrevía a intervenir, pero el rumor en la muchedumbre se había reforzado. Ahora en la fiebre parecía que ningún dzhiguit no saludaría a la bala, no volvería las espaldas al fuego: aceptaría la muerte. Hasta Aryn, el cobarde de los cobardes, estaba a caballo con un garrote en las manos. Zhekebay septuagenario le puso el mango a la horca rota, como si fuera a levantar enganchado al enemigo.

- Es una lástima lo de Rusia, está humillada, ofendida, se ha degradado. ¡Pero el país es un el león encadenado! ¡Cortar esta cadena!

- Vamos a considerar que has comenzado a cortar la cadena, si me colocas a trabajar.

Cruzándose palabras en voz baja Stepán con Nurman se fueron. En la muchedumbre no se calmaba el ruido, las exclamaciones: unos habían evitado la movilización, a otros los habían cogido. Sarybala está inquieto.

Iba a casa. Los pensamientos sobre el destino duro de los kazajos iban y venían, se balanceaban como una lancha en las ondas.

EL ZAR NO EXISTE MÁS

El año mil novecientos dieciséis llamado “el año de la movilización” se volvió uno de los más duros para los kazajos. El pueblo desangraba, derramaba las lágrimas, pero al zar no se le sometía. La cabeza se agachaba ante la fuerza, pero el alma seguía rebelándose como antes. Sobre la llamada a filas por los vastos espacios anchos, como si el viento las llevara, corrían canciones lastimosas y lagrimosas. Sarybala las oía muchas y muchas recordó.

Ahora iba a caballo y cantaba la canción del akyn Narymbet:

Saryarkm llanura natal,

A mí desde la infancia me deleitas la mirada,

Oh, la tierra querida de las montañas celestes,

De los valles, arroyos y lagos!

Estás cubierta de humo, estás ardiendo,

La ceniza volandea, cubriendo la luz,.

Es oscuro de noche y de día,

Tengo atravesado el pedazo en la garganta,

La mirada se empaña con la bruma.

Los maridos se han vuelto esclavos,

Sus mujeres son viudas inconsolables.

Se marchitan de antemano en lágrimas.

Es triste el grito largo de la madre cana

que llama a su hijo.

Le hace eco con una lágrima avara,

Disimulando los sufrimientos, un anciano.

El nieto es huérfano, la nuera es viuda...

¿iPor qué el Alá es poco benevolente?!

La melodía de la canción es expresiva y es muy popular en la estepa. Serybala canta mal, altera el motivo, pero las palabras le gustan y le apetece repetirlas. A cada uno le gusta lo suyo. A Tnlipbeku que tiene muchos caballos le gustan el relincho del garañón, a Itbergen, el balido de los corderos, y por eso tiene miles de ovejas, al religioso Mustafa la oración es más agradable que cualquier melodía conmovedora. La persona siempre aspira a lo que sea de su agrado. Aunque Sarybala canta mal, y no sabe bailar, pero le encantan estas cosas. En el altillo ya ante la entrada a la fábrica completamente solo cantaba a gripo pelado. Al oír una llamada Sarybala se volvió. Desde la cuesta del sur de la colina donde se ha derretido ya la nieve, un hombre le agitó la mano llamándolo. Sarybala volvió al caballo y lo dirigió por la nieve profunda. Reconocía a Akimbay tartajoso. Aquel le saludó al muchacho y preguntó:

- ¿No eres el hijo de Mustafa, querido, quién estudia ruso?

- Sí.

- A-а, ¿a casa irás pronto, los padres están bien?

- Gracias a Dios.

- Buen chico, serás una gran persona, lo veo. No has tenido pereza, te has desviado del camino, me has saludado. La juventud actual no presta atención a los viejos humildes. ¿Y ajora dime, cuántos libros has estudiado?

- Estoy en el cuarto grado.

- No comprendo esto. ¿Dime, cuántos libros ?

- Cerca de diez.

- ¡Oh, querido, has leído mucho! ¿Y bien que sabes sobre la vida rusa? ¿La guerra acabará o no? ¿Cuándo regresarán nuestros dzhiguits?

- Sobre la guerra no hay novedades. Dicen que de la tribu de Kipchak ha salido el baghatur Amangeldy y con mil de los dzhiguits ha ido donde Turgan. En Semireche ha aparecido otro héroe, Bekbolat, y comienza a avanzar hacia Alma-Ata. Aquellas tierra como se ve, no se han sometido hasta hoy día a la orden zarista.

- Si Amangeldy de Kipchaka, entonces significa de la familia de Kala Kipchak Koblandy. Si Bekbolat de Semilechya, él será del linaje de Sypatay. Eran buena gente. ¡Han dejado buenos frutos! El dios nos ha castigado que nos ha privado de la unidad, y nosotros nos hemos dispersado por todas partes, con nuestras manos hemos entregado a todos los hombres adultos. ¡No sería ofensivo morir junto con aquellas tribus! — exclamó Akimbay y golpeó con el palo contra la tierra. En la cara brillante del bronceado había señales de enojo. Llevaba no un un palo, sino un garrote real con la punta aguda de hierro.

¿Es palo o pica? — preguntó el muchacho.

- Ambas cosas — respondió el anciano. Hizo esta arma, cuando sublevó al pueblo para la lucha, y ahora con él pasta a las ovejas. Los lobos son mucho, no hay heno, pastan el ganado entre las colinas. Todo el invierno vivió el aúl atormenado. El anciano dio un caballo para que no se llevaran al único hijo, lo salvó a duras penas.

Hicieron los cuchillos de hojalata, los agitan, se atacan, juegan a la guerra.

Las palabras de la ira y la indignación no se apaciguan. De repente la muchedumbre se puso en guardia, se calló. Se divisaba algo negro a lo lejos, un punto que se movía. Al principio pareció que era un caballo, luego vieron dos. Pero el jinete es uno, entonces viene con una noticia muy urgente. ¿Probablemente ha muerto algún bay de alta alcurnia y el mensajero llama a los funerales? ¿Con alegría o con tristeza viene?

El mensajero, un dzhiguit bigotudo, llegó a la muchedumbre. Llevaba las orejeras de tymak atadas, el pecho enrollado con una cuerda de pelo. La cara está roja como el hierro incandescente. Los caballos están cubiertos de espuma, sus ollares se han hinchado tanto que puede entrar un puño. El jinete bigotudo enseguida gritó roncamente:

- ¡Nurlan ha mandado! ¡Nurlan llama! ¡Nurlan reune a todo el género de Kuandyk! Los habitantes del Altay montañoso han elegido al kan, han convocado el ejército, se preparan para oponerse al zar. ¡Los aúles de Tinali ya están haciendo el arma y almacenando la pólvora!.

Sin entablar la conversación, sin responder a las preguntas, el jinete reanudó la marcha. Le han ordenado no detenerse. Repitiendo las mismas palabras, él avanza más y más lejos de un aúl a otro. La voz del mensajero, el casqueteo de caballos se difunden en el vasto espacio silencioso con unas resonancias inquietas...

Comenzaron a hablar sobre famoso Nurlan. Su posición es superior a la de los gobernadores que están aquí. Una vez en un alboloque grande por un muerto se armó el escándalo entre las tribus de Altay y Karpyk. El padre de Nurlan, Kiyash, encolerizado exclamó: “¡Karpyki! ¡Estaréis debajo de mi suela!” No casualmente Kiyash les amenazó a doce vólost de Altay. Su padre dejó doce aúles, en cada uno de ellos por lo menos había mil caballos. No había una familia tan rica no sólo entre los numerosos habitantes de Altay, sino también entre el género numeroso de Kuandyk. Y Nurlan superó a sus antepasados, su gloria cruzó los límites de la tierra Akmolinska y se extendió lejos en los alrededores.

Una vez Nurlan les aconsejó a los jefes de los géneros pequeños:

“En cada aúl bastan perros. Pero no cada perro puede atrapar un zorro”.

No hablaba sin ambages ni rodeos sobre su superioridad, sobre la habilidad de “coger el zorro”, pero daba a comprenderlo con un proverbio. Por eso Nurlan trataba de abrir más sus abrazos para apoderarse de todo el género de Kuandyk. Las palabras del mensajero de que Altay montaños había elegido al kan, provocaron las suposiciones distintas.

- ¿No pensará Nurlan elegir al kan? — supuso Mahambetshe.

Los jefes de vólost que callaban hasta ahora comenzaron a hablar los tres.

- ¿Él mismo querrá hacerse el kan? — notó Esmakay. ¿Y quién más? — respondió Mustafa.

Entonces no habrá vólosts. Y Nurlan será el zar kazajo, ¿es necesario comprenderlo así?

Los jefes de vólosts se callaron, sus caras estaban enfadadas. La muchedumbre empezó a hablar.

Entonces el anciano Amir gritó:

¿Tenéis miedo de que no os elijan de kan no, teméis perder el vólost?

La maleza solitaria la arranca el viento. Da igual nuestro poder, si no le sirve al pueblo en la desgracia.

¡Nurlan! Sea quien sea: kan, zar, diablo, pero el pueblo necesita el caudillo. ¡Buscadlo, elegid! ¡No os ocultaréis en la estepa, todo os volveréis esclavos!

Callaban sin atreverse a contradecir al hombre locuaz.

Está decidido enviar a seis personas de seis géneros a la reunión en el aúl de Nurlan. Cuando lo habían decidido, Turlybay que estaba sentado al margen, levantó la cabeza y hablo en voz alta.

¡Escuchad! Aksakales, bay, jefes de vólost

Aubakyr no podía violar la costumbre y directamente rechazar el parentesco con Mustafa. Más de una vez le proponía el rescate a Aubakir el conocido Tursun, descendiente de Karakesek, cuya manada contaba con siete mil caballos. Pero si Aubakir le da a la hija, prometida a otro, por infringir la costumbre cualquier pariente de Mustafa tiene derecho a matar a Aubakyr con tales palabras: “¡Has olvidado al dios, humilde uzbeko!.” Es por esta razón Aubakir no se atreve a violar el contracto, aunque las mujeres lo empujan al camino arriesgado. Teme Aubakir, pero, por otro lado, siete mil caballos de Tursun no le dejan dormir tranquilo. Más de una vez Aubakir pensaba: “Cuando la hija crezca, organizaremos la huida”. Por mucho que tratara de mantener en secreto sus pensamientos, Mustafa los adivinó de algún modo. Hadzhi comprendía que con el rico Tursun no le era posible competir. Es necesario emprender algo mas, decidió estudiar al hijo en ruso. “El comercio solo llena el bolsillo, y la ciencia, la cabeza, — empezó a decir Mustafa. — Más vale ser inteligente que tener dinero. El dinero corrompe a la persona, la inteligencia lo rectifica...”

El paseo por la fábrica por cierto tiempo le distrajo al muchacho, pero ahora volvió a pensar en su padre y suspiró profundamente, como un adulto. Zhusup en seguida se volvió.

- ¿Te pasa algo, estás cansado?

- No ...

Mientras recorrieron el depósito ya estaba atardeciendo. Por el camino delante de ellos pasó rápidamente un automóvil.

- ¡El diablo-arbá! — gritó el muchacho y se puso a correr tras de él. Los faldones de timak roto ondeaban, los tacones torcidos golpeaban.

El coche se paró cerca del garaje. De él bajaron dos hombres altos. Llevaban una ropa que no había visto nunca, las palabras no parecían corrientes. El muchacho sorprendido miraba ya a los hombres, ya el coche. Se acercó Zhusup.

- ¡Los ojos son de fuego, grandes! ¿Por qué corre, qué tiene en el interior? - Sarybala preguntó.

- Gasolina.

- ¿Por qué tiembla? ¿está cansado?

- No está cansado, es que el motor está en marcha.

- ¿Qué es el motor?

- Se puede decir que el corazón ...

- Y ¿quiénes son estos dos rusos?

- No son rusos, sino ingleses. Dueños de la fábrica.

- ¿Son zazos?

- No, siempre hablan así, a su manera.

Zhusup cogió al niño de la mano y lo llevó a casa. En casa le dio de comer, hizo lavarse los pies y lo acostó. Acurrucado Sarybala estaba mucho tiempo con los ojos cerrados en la cama en el suelo y no dormía. En su mente enumeraba todo lo que había visto ese día. Le mordían los bichos. Sarybala se removía de un lado a otro y no podía dormirse. Debajo del techo brillaba una bombilla de diablo. Otro milagro ... Y el piso y el techo son de las tablas viejas, mesa con patas altas, encima las flores de papel pintadas, diferentes cuadros en la pared. Un pequeño espejo cubierto con una toalla con gallos. La habitación le parece a Sarybala un palacio lujoso. No se dio cuenta cómo se quedó dormido.

PELEA EN KUMYSNAYA

Llegó la primavera, la nieve se derritió, se secó la tierra. Ansiosa del aire primaveral la gente abrió las ventanas de par en par. A las habitaciones penetraba el humo, volaba el polvo de carbón.

La brisa pacífica del oeste no dispersaba el humo de los hornos de la fábrica.

Hoy es día de una fiesta rusa, la Pascua. Por las calles vagan los borrachos. Unos ya están tumbados bajo la cerca, roncan, soltando la saliva, otros farrean, provocan riña. Se pelean hasta que sangren. Como si entusiasmándolos, alguien está repicando en el campanario. Más fuerte suena, más gente se dirige hacia la iglesia alta. Llevan pan, huevos. La Pascua les causó muchas preocupaciones a todos.

Sarybala no está para las fiestas. Permanece solo en la habitación y aprende en voz alta:

- ...Él – ol. Tú- sen. Yo - men. A él - ogan. A ti - sagan.

A mí - magan. Llegó - kulekpen keldy. Vino – zhayau ksldy.

Así enseña Zhusup. Él escribió en una mitad de la hoja las palabras en ruso, en la otra, en kazajo y le dijo memorizar.

Una vez Sarybala le comunicó su opinión:

- Si fuera posible encontrar un libro con la traducción preparada, entonces se puede aprender individualmente.

Luego Zhusup le enseñó al muchacho cuatro acciones de la aritmética y le contó de los casos del idioma ruso. Con esto todos los conocimientos del apuntador se agotaban. Ahora es la hora de llevar a Sarybala a la escuela ruso-kazaja de la fábrica de cinco años.

El muchacho, sintiendo que Zhusup le había enseñado todo lo que sabía, empezó a soñar con una escuela de ladrillo rojo. Su director Andrei Matvéyevich Volosnyakov está dispuesto a acoger al yerno del comerciante Seatkemelov.

Volvió a repasar las anotaciones en la hoja, Sarybala cerró la puerta con un candado y salió corriendo para jugar.

Dentro del cercado de fábrica viven tres familias: la de Zhysypbek, la de Zharylgapa y la de Ilyas. El resto son británicos. Zharylgap e Ilyas son servicio doméstico: limpian a los ingleses la ropa, preparan los caballos para montar. Presumen con la ropa vieja de los dueños, miran a las personas con altivez. Mucho tiempo Sarybala tomaba a Zharylgapa por un funcionario importante. Pero desde cuando se hizo amigo de su hermanito Nartay, llegó a saber que Zharylgap es servidor. Nartay es travieso, no quiere estudiar. Solamente le gusta jugar. Si pierde, arma un escándalo. Al reñirse una vez con Sarybala se rompió a llorar y trajo a su madre: una vieja delgada, seca, negra. En la cabeza no lleva kimeshek como todas las kazajas, sino chal. Los mechones canos que han salido cubren casi toda la cara. A través de los cabellos lucen los penetrantes ojos desorbitados. La vieja camina rápidamente inclinada su cuerpo hacia delante. Sus dedos largos, secos y arrugados se mueven como sanguijuelas, la boca desdentada algo masculla sin fin. A Sarybala le pareció una bruja, y él echó a correr. Pero la vieja se atrasó, corría detrás de él. También le dio a Zhusup que trataba de defender a Sarybala. De la caña de las botas de cuero la vieja sacó el cuchillo y comenzó a agitarlo delante de sí amenazando, gesticulando y blasfemando. Ya corría hacia la puerta, ya volvía con un grito. Sólo cuando ella se fue, Sarybala se tranquilizó a duras penas.

- Esta baybishe es uzbeka - explicó Zhusup -. Su marido era kazajo, murió. “El padre es hadzhi, el cuñado es bay” -, dice con orgullo. Oía como ella amenazaba: “Si alguien ofende a mi pequeño huérfano, le clavaré un cuchillo en las costillas!” No es necesario pelearse con Nartay, querido. La vieja es feroz, no se detendrá ante nada ...

Después de este incidente, Sarybala y Nartay se hicieron amigos. Tan pronto como salen corriendo a la calle, en seguida se buscan.

Una vez Sarybala vio que Nartay con el hermano mayor, Zharylgap, tienen cerca del zaguán un caballo ensillado. Al porche salió un inglés con una mujer, joven, delgada, vestida de punta en blanco. A Sarybala le pareció un ángel. Antes de montar a caballo, la mujer sacó de un pequeño bolso el espejo de bolsillo, se miró, y se pintó los labios que ya estaban rojos, pasó algo blanco por su rostro que estaba muy blanco ya.

“¡Desvergonzada! — pensó afligidamente el muchacho. — ¿Por qué se pinta, engaña?..”

Zharylgap llevó a la yegua rodada de orejas apuntadas. La mujer montó sola a la silla y se sentó de una manera muy divertida: las dos piernas a un lado. Empujando a Nartay, Sarybala susurró:

- ¡Qué pena! ¿Por qué se ha sentado así, va a caer.

- Es astuta, no quiere rozar - dijo Nartay.

- ¿Y qué se puede rozar? – Sarybala se sorprendió.

Nartay explicó tan elocuentemente que Sarybala tuvo que volverse para ocultar la vergüenza.

No, parece que la mujer no se caerá inmediatamente. Sin quedarse atrás de su marido, hizo trotar al caballo.

Al lado pasaba corriendo un becerro overo. Sarybala corrió hacia él, lo atrapó y trató de montarlo a la inglesa. El ternero tiró, el jinete se cayó y se lastimó una pierna. Cubierto de polvo el muchacho apenas se levantó, pero no lloró.

Sarybala está descalzo, la piel en los pies se ha agrietado. La camisa inhábilmente cosida por la madre, cuelga como un saco. Pero Nartay lleva la ropa pulcra y calza zapatos, aunque gastados. Sus parientes también viven pobremente, pero para la envidia de Sarybala ya Nartay muestra una pelota, ya patines. Nartay nada teme, corre por las calles, donde quiera. Conoce todas las novedades. Hoy le ha enseñado a Sarybala un juego. Ha sacado del bolsillo dos huevos rojos, uno se lo ha regalado y le ha enseñado, como golpear correctamente para no sufrir la derrota.

- ¡Es necesario sostener así! Saca la punta más estrecha, pero poco a poco. No dejes que nadie la examine, te lo romperán. Cuando vayas a golpear, trata de acertar de costado. Solamente este huevo no se lo cambies con nadie. Nuestros huevos son fuertes. La mamá añade intencionalmente algo en el forraje de las gallinas...

Los niños pequeños fueron al mercado. Hay muchísima gente por aquí. Los kazajos venden piel y ganado. Los comerciantes de la ciudad cierran el trato golpeando las manos. Los que han vendido la mercancía, desatan despacio el cordón de los pantalones anchos, cuentan el dinero, vuelven a atarlo. El tendero cuenta en el abaco, y el kazajo, con los dedos. Si la fábrica despelleja al kazajo, los comerciantes chupan su sangre. Los mercachifles se tiran al kazajo de la estepa como los lobos al cordero. Al modesto ganadero obligatoriamente le quitarán a ínfimo precio todo que aquel ha llevado o ha traído, hurtan cuanto quieran y nadie tendrá la piedad. El gentío de comercio son todos embusteros. A los ricachones engordados con el engaño con reverencia los saluda el mismo comisario de policía de la fábrica.

¡En el mercado se puede ver todas las formas de robos! Aquí tirando hacia arriba con el pulgar una moneda de cinco centavos, un hombre grita: “¡Cara!” Si sale la cruz el que tira recoge el dinero. La moneda de cinco centavos vuela de nuevo hacia arriba, y la gente vuelve a gritar. Pero el mayor juego de azar se desarrolla en kumisnaya más alejada. Aquí sobre la mesa no se ve el dinero menudo, sino un montón de dinero con las imágenes de los zares Alejandro y Ekaterina. Se oyen las voces de los jugadores consumados, Aydarbek y Nurke: “¡A todo! ¿Añadir? ¡Veintiuno!” A los jugador no se puede verlos detrás de la muchedumbre de los curiosos...

El enorme herrero Karakyz, capaz de amasar el hierro como harina, va por la calle tambaleándose. Las botas con cañas barnizadas, caro gorro negro, nuevo traje, todo está cubierto de la arcilla. Está borracho, muge como un toro. Los transeúntes le ceden el paso, haciéndose al lado.

A lo lejos se oyó un grito lastimoso: “¡Oybay! ¡Han robado! ¡Me han arruinado!”

Sarybala lo miraba todo con interés y memorizaba lo visto y oído.

Al fin los amigos dieron con los jugadores al huevo. Había muchos jugadores: el mercado entero. Juegan no sólo los niños, sino también los adultos, hasta los que llevan barbas, y todos usan de ardides. Antes de dejar golpear su huevo comprueban el huevo del adversario, lo golpean contra los dientes. Sarybala no dejó que comprobaran. Se golpeó con uno, bigotudo como un gato, y ganó. Se golpeó con otro, ganó. Aquel bigotudo le dejó a Sarybala seis huevos y se fue, moviendo con fastidio la cabeza. Nurtay también ha ganado bastante. Se han oído las voces excitadas:

- ¡Tienen los huevos de tortuga!

- ¡Y no son huevos, sino piedras pintadas!

Se ve que los perdedores se ponen de acuerdo para armar el escándalo y devolver lo suyo. Al sentir la amenaza los amigos aprovecharon el momento y se escabullieron. Corrían a más no poder y se tranquilizaron sólo en la puerta de fábrica.

Al verlos Zhusup gritó:

- ¡Manos arriba! ¡Al rincón!

Sarybala se paró con las manos levantadas. Pero a Zhusup se le va la ira pronto. Al poner nasibay en la boca mandó: “¡Descanso!” — y continuaba más cordial:

- ¡Te he buscado por todas partes! ¡Mira, has cerrado la puerta y te has ido! Zaguipa no puede entrar en casa. No hagas así nunca más, cariño.

Zhusup apresuró a Zaguipa que se vistiera, salió con ella al patio y la subió en la arbá. La arbá es de dos ruedas sobre los resortes. El anciano Hakey, el suegro de Zhusup, la construyó para sí mismo. Allí caben dos personas. A Sarybala no le quedó el espacio, y Zhusup lo sentó en sus rodillas. El gris encorvado galopaba con todas las fuerzas. No hay nadie en la fábrica que no conozca el gris encorvado y la arbá de dos ruedas de Hakeya. El anciano suele ir solo. Ahora los transeúntes se vuelven, como si se asombraran que los otros se hubieran atrevido a subir a la arbá de Hakey.

Zhusup entró impetuosamente en el poblado kazajo. Los patios están abiertos, las chimeneas se han ladeado, las ventanillas se entornan de debajo de la tierra. En vez de las casas, todo cuevas. El hedor, pestilencia, multitud de moscas.

A la entrada a kumisnaya encontró a Zhusup el dzhiguit moreno, el mismo obrero de la fábrica, que recientemente en Bestemir había pedido los permisos de ir a ver al padre enfermo y le invitó al apuntador a tomar el kumís prometido. En la cueva hay muchísima gente. A Zhusup lo conocen aquí todos, lo han hecho sentar en el lugar de honor. En medio de la mesa redonda se ve el plato lleno de carne. La vendedora de kumís, Malike, adornada, los bordes del kishmek blanco son hábilmente revestidos con los hilos de seda en dos líneas, entre ellas brillan tortuosos los abalorios menudos. Tiene los dedos enteramente cubiertos de anillitos de plata y sortijas. En cada muñeca lleva ocho pulseras. Tendrá cuarenta años, pero en su cara blanca no se ven arrugas y los brillantes ojos negros son alegres. Su kumís es sabroso como la miel, y las bromas de Malike son aún más sabrosas. Cuando el kumís en el grande vaso amarillo se agota, el marido de Malike con una barba grande se reanima visiblemente: el kumís se vende, el beneficio se aumenta.

- Basta ya, nos hemos emborrachado, — se oyen las voces.

- Beban, — invita Malike con la sonrisa encantadora, mostrando los dientes menudos ovejunos. Y los invitados beben de nuevo hasta el eructo.

Malike y Zhusup son coetáneos y bajo este pretexto especioso están al lado, juntas las rodillas. La mano de Zhusup permanece en la cadera de la mercadera. La mujer de Zhusup es jovencita, a lo máximo tiene veinte años. Tiene la nariz pequeña, la carita redonda, lleva la tubeteica tártara calada hasta la frente. No se quita la vista de encima de su marido, lo mira con ojos celosos. Pero Zhusup no quita la mano de la cadera de Malike y de vez en cuando pellizca a la mercadera.

Ligeramente borrachos del kumís, los invitados han comenzado a hablar ruidosamente.

Se abrieron las puertas y entraron dos personas: el guardián Orynbek y una joven con cara picada de viruela. No se siente cohibida, ni tiene vergüenza ante nadie, es insolente, ruda. Acababa de sentarse y se dirigió a Zhusup:

- Tío, le pido su shaksha. No tacañee una pizca para mí.

- Así, has agotado a Orynbek, y ahora tiendes los brazos hacia otros, querida. -Zhusup le echó shaksha.

Habiendo puesto nasibay debajo de la lengua, la joven lanzó una risotada. Después en lugar de agradecer dijo:

- Le he pedido, tío, no porque he agotado a Orynbek. Esperaba que el suyo es más fuerte. Resulta muy débil.

Una carcajada. Zaguipa ensombrecida fijaba la vista en la picada de viruelas, pero aquella no le hacía el menor caso.

Inesperadamente la joven se puso a cantar, tocando el acordeón. Su voz era agradable y sonora, no cabía en la isba, aspirando a salir afuera. Una tras otra interpretó las canciones que les gustaban a todos, “Kara torgay”, “Kulager”, “Zhirma el demonio”. Cantaba incansablemente. Sin verla, solamente escuchando la voz, un viejo decrépito rejuvenecería y desearía abrazar a la cantarina. Pero no provoca tales deseos entre los sentados aquí. La misma joven lo siente o a lo mejor otra cosa la oprime. Canta, y de vez en cuando por sus mejillas ruedan unas grandes lágrimas.

- ¿Por qué llora? — le preguntó en voz baja a Zhusup Sarybala.

- Probablemente por la pobreza, infortunio, sufre su soledad. Siente amargura de que la gente no la respete.

- ¡Que bonita es la voz!

- Cuando no hay felicidad, lo bueno no es nada. Cuando hay felicidad, lo insignificante se hace bueno.

- Tome, tome, — el dzhiguit moreno le acercaba al apuntadero ya carne, ya kumís.

Zhusup come y bebe. Aunque el dzhiguit repita: “¡Tome, tome”, pero se siente que se ha desalentado, después de tal agasajo abundante se quedará sin un duro en el bolsillo.

- Pronto ya es hora de ir al trabajo, — usa de ardides el dzhiguit. — Y decían que los letrados comen como un pajarito...

Pero Zhusup duro de oído no oyó claramente la alusión. ¡Tranquilamente sugirió!

- ¡Venga, caballeros, vamos a competir, quién más! - Y tomó el cuenco comenzando a tragar sonoramente el kumís .

Había unas personas que deseaban hacer un favor a Orynbek. “Beban, coman”, — piden o por respeto, o por temor. Inesperadamente la joven de cara picada de viruelas gritó, un dzhiguit la agarró de la trenza, la devanó en la mano y empezó a arrastrar. Salieron en defensa de la joven. Se levantó el grito, empezó la pelea. La mesa se agrietó y se rompió, el kumís se volcó, los pedazos de la carne rodaron por el suelo. El ruido, algarabía, todos gritan. De la nariz del dzhguit escandaloso brotó la sangre. Sin soltar la trenza, le arrancó una madeja de pelo y se fue. La agitación se calmó poco a poco. La mujer de cara picada de viruelas ofendida, humillada aun no rompió a llorar. Con cólera mirando a su alrededor, empezó a gritarles a la cara:

- ¡Cuántas veces me han mordido tales perros! ¡¿Dónde habéis estado antes, para qué compadecerme ahora?! Ahora no tengo porque guardar mi honor. ¡Pero esperaré más, a lo mejor, la felicidad me sonreirá! ¡Si no, viviré así, vergonzosamente como un perro! ¡Por ahora aquí está mi consoladora! — gritó y tomó en las manos el acordeón. Puso a cantar la canción de Birzhana “Zhanbota”. Otros cantan esta canción con tristeza, y la picada de viruelas, con enojo, con ira. El acordeón suena más bajo que la voz encolerizada. La mujer estira furiosa el acordeón, está a punto de romper la corambre. Canta, desahogando su melancolía lúgubre, su tristeza...

En la fábrica no hay clubs, la gente no tiene dónde reunirse. De cien kazajos los letrados son dos o tres, tales como Zhusup, Orynbek, pero ni siquiera estos leen periódicos o revistas. ¿Qué hacer en la fiesta? ¿A dónde ir? Los kazajos van a descansar a kumysnaya, los rusos, a las tabernas. Y en ambas partes la alegría se acaba con la riña.

La pelea surgida en kumysnaya no ha acabado. El dzhiguit escandaloso con la cara ensangrentada corre por el poblado y les pide socorro a los parientes:

— ¡Boshan!.. ¡Boshan!

Igual que todo el rebaño sigue a la vaca mugiendo, lo mismo pasa aquí. Al ver la sangre de su pariente se levantó toda la familia Boshan. Karakssek se divide en dos subgéneros: Mayky y Boshan.

En otra parte del poblado se oye la llamada inquieta:

- ¡Maiky! ¡Maiky!

Hasta que llegaron los maiky, los miembros de la familia Boshan consiguieron romper las cabezas a cinco inocente de Mayky. En las manos se ven barretas, azadas, hachas. Aquí no hay gente a caballo, no hay garrotes, como los tienen los kazajos de la estepa. Todos a pie. De una parte unas doscientas personas y de la otra la misma cantidad. Como las fuerzas son iguales, ninguna parte se atreve a atacar, sólo amenazan, insultan. Los habitantes rusos del poblado o los kazajos ajenos al género de Kuandyk miran el espectáculo asombrados.

Tan pronto como se encendió el escándalo, el guardián Orynbek de una manera indirecta, por los barrancos, se escapó. Las voces enojadas zumban, exigen:

- ¡Maiky, dadnos al hijo de Bek!

- ¡No te enfurezcas, boshan! ¡Dadnos primero al que ha arrancado la trenza a la de cara picada de viruela y a los que han pegado a los cinco nuestros!

- ¡Boshan ha arrancado la trenza a su legal mujer-libertina!

¡Qué tienen que ver con esto los maiky! ¿Por qué instigáis al libertinaje a la legal mujer ajena? ¡¿Por qué deshonráis el género nuestro?!

- La puta con cara picada de viruela no puede ser una mujer legítima. Si considerar los maridos a todos que se han acostado con ella, no bastarán las estrellas en el cielo.

Gritando y riñiendo, los adversarios se encontraron muy cerca. Cualquier bobo solo tenía que levantar el puño y se derramaría la sangre de muchos. Pero de la muchedumbre de los rusos salió en el medio el relojero Stepán. Arrugando en la mano levantada la visera, él gritó a todo pulmón:

- ¡¿Obreros, hermanitos qué estáis haciendo?! ¿Por el honor del género habéis decidido derramar la sangre?! ¡Y ya hace mucho que el honor del género no existe! ¡¿Si lo tenéis, por qué los boshan roban a los boshans, los maiky, a los maiky?! Desnudos, hambrientos, todos vosotros habéis llegado a la fábrica para ganar un pedazo de pan. Vagabundaer, abandonar los lugares natales os han hecho los caudillos del género. Ahora sois obreros, y vamos a proteger no el honor del género, sino el de los obreros. El salario no alcanza para vivir, trabajamos once o doce horas. Y cuando sales del fuego y el humo, vas a descansar a una madriguera hedionda. El alma duele y para calmarla, vamos a la taberna o a la kumysnaya. Y aquí vemos el resultado. No nos dejan estudiar, nos han vendado los ojos, han cargado como al camello con el peso y arrean. ¿Cómo facilitaremos esta carga? ¿Cómo podemos abrirnos los ojos? Vamos a pensar y no derramar nuestra sangre. La fábrica funciona gracias a nosotros. Sufrimos nosotros, y los otros aprovechan de los bienes. ¡Fuera el honor del género! ¡Que viva el honor de los obreros! ¡Dispersaos, dispersaos, camaradas! Ya han ido a por el comisario de policía...

Las palabras de Stepán Zhusup relató en kazajo. El rumor de la muchedumbre apaciguó. Por parte de la fábrica apareció el drozhki aparejado con un par de caballos. Delante del coche, iba un jinete. Mientras el drozhki se acercó, la muchedumbre ya se había marchado a sus cuevas. Resulta que delante trotaba Orynbek. Al llegar galopaba a caballo por los tejados de las cuevas, gritaba, insultaba a todos. Se bajaba del caballo, irrumpía en las cuevas, en una, en otra, pero a quién buscaba, no logró encontrar.

El comisario de policía Zalivsky, gordo, pelirrojo, miraba con enfado, buscando a quién descargar la bilis. Tenía los ojos grandes, desorbitados como los de un cabrón.

- ¿Quién ha empezado la riña? — preguntó con una voz retumbante, acercándose a los rusos.

- No lo sabemos. — Stepán movió la cabeza negativamente. — Estamos paseando, celebrando.

El comisario de policía sacó el pañuelo, cubrió con asco la nariz.

- ¿Qué es ese hedor? ¿Qué no huelen o qué?

- Huelen, pero no hay remedio, dónde se meterán...

- ¿Cómo que no hay remedio? Es que son perezosos y salvajes.

- Después del trabajo queda poco tiempo libre, señor policía. Y si tienes tiempo, te fallan las fuerzas.

- Entonces, ¿alguien más debe construir viviendas?

- La fábrica ha garantizado la vivienda a Ud., a mí, pero a los kazajos, no. Su trabajo es el más duro, funden el cobre. Y usted ve, como viven. Ganan muy poco, centavos...

- ¡He comprendido su discurso, lo he comprendido! — el comisario de policía movió delante de la cara de Stepán el gordo dedo índice. Y, sin escuchar más, ordenó marcharse.

Se le acercó Orynbek, mirando a todos lados, como un perro perdiguero que había perdido la huella, e informó apresuradamente:

- ¡Señor comisario de policía! Los instigadores no han sido encontrados. En tal asunto los kazajos son unidos. Han escondido a todos y repiten unánimamente: “No sabemos”.

- ¿Conoces los nombres de los escandalosos?

- Conozco. Bayzhanov Omarbek arrancó los cabellos a la mujer. Sadakbaev Tuleu, Dzhaugasharov Aben rompieron las cabezas a cinco personas. Todos tres son ladrones. Se han escapado de los aúles y trabajan aquí.

- ¡¿Ladrones?!

- Verdaderos bandidos...

Stepán no pudo soportar:

- Si es un ladrón, ¿por qué iba a trabajar? Y si es un obrero, ¿para qué iba a robar?- Y se echó a reír a carcajadas.

El comisario de policía fingió no oírlo, y subió al drozhki. Orynbek volvió a ocupar el lugar delante. El drozhki emprendió la marcha, levantando el polvo por la calle con baches.

Zhusup se escapó en seguida, tan pronto como notó desde lo lejos al comisario de policía, y todo lo que pasaba observaba de la ventana de la casa de Malike. Solamente ahora él salió y al acercarse a Stepán, preguntó:

- ¿Que ha dicho?

- ¡Que él va a decir! No ha atrapado a “los perturbadores”, se ha enfadado y se ha ido.

- ¿Y tú, qué le has dicho? Hacia ti movía la mano.

- He dicho de la situación dura de los obreros, y no le ha gustado.

- Lo has dicho en vano. Callarás, harto estarás.

- Ellos se portan tranquilos, silenciosamente, — señaló Stepán a las cuevas. — ¿Están hartos? Y usted es una mosquita muerta: ¿está lleno? Orynbek Bekov junto con el comisario de policía atacan a los obreros, pueden arrestarlos, y los escondéis, tratáis de salvar su pellejo. ¿Qué hacer a los ignorantes, si vosotros, los kazajos letrados, actuáis así?

- ¿Qué podemos hacer?

- Con el deseo se puede hacer muchas cosas. Es necesario indisponer a los obreros contra los jefes...

- Entonces perderé el último pedazo de pan. ¿Has oído cómo fue en Petersburgo en el año quinto?

- Oí. –Pero temiendo es posible perder lo todo.

- ¡No, Stepán! Maukimov Zhusup es una persona pacífica. Y te aconsejo: ¡sé cauteloso! — advirtió Zhusup y comenzó a caminar hacia la casa.

El anciano Hakey consiguió llevarse al caballo y la arbá antes del escándalo. Iban a pie. Interrumpiendo la conversación de Zhusup con la mujer, Sarybala preguntaba al uno y al otro:

- ¿Qué pasó en Petersburgo en el año quinto?

- Los obreros se reunieron, vinieron donde el zar para hablar de sus necesidades, y el zar empezó a disparar contra ellos.

- Dicen que el zar es misericordioso.

- Probablemente lo hayan incitado.

- La mente del zar equivale a la de cuarenta personas, ¿por qué lo engañaron?

Zhusup no quería llamar al zar ni inteligente ni tonto y se calló. Pero el muchacho seguía preguntando:

- ¿Y este comisario de policía habría disparado, no? ¿Si hubiera detenido a los obreros, los habría fusilado? ¿En sus hombros lleva el oro?

- No, se llama el trencillo simple.

- ¿Y el zar?

- Probablemente, de oro.

- ¿Cuántos palacios de oro tiene el zar?

- No lo sé. Dicen que muchos.

- ¿Cómo los ha conseguido, ha construido solo?

Zhusup no respondió. Puso la mano en la cabeza del muchacho y dijo:

- Todo quieres saber, y yo sé pocas cosas. Y si lo sé, también lo callo.

- ¿Por qué?

- Hay unas palabras por las que el poder puede cortar las orejas. Incluso a los abogados famosos Akbaev, Duysembaev estaban a punto de exiliar por una sola palabra. Y sobre mí, ni hablar. Meterán en la cárcel en un dos por tres. Aprende a callar la boca, chiquitín. ¡Más hablarás, más pecarás, recuerda!

El muchacho se mordió el labio reflexionando. Hoy ha visto mucho, pero poco ha comprendido, ¡y por eso no para de preguntar! Con su maestro Sarybala está descontento, sus instrucciones no le han tranquilizado por completo. Llegaron callando a casa. Zhusup tomó sus papeles y se dirigió a Bestemir. Sarybala lo acompañó.

Y en Bestemir de día y de noche no cesa el silbido, como si rugiera un dragón de cuentos de hadas. El humo espeso no se dispersa nunca, hace saltar las lágrimas, si abres los ojos, y te hace toser desgarradamente, si abres la boca. Arde incesante el fuego, brillando con chispas, fluye el cobre, cae la escoria. Mucho tiempo no se trabaja aquí: o caerás gravemente enfermo, o en seguida morirás. Pero la fábrica no se para, y al lugar que ha quedado vacío llegan los nuevos obreros.

Cuando apareció en la fábrica el ingeniero Hol, la vida de los obreros se volvió incluso peor. El ingeniero es riguroso, mejor decir, feroz. En cualquier ocasión llega a las manos, da pernadas, despide sin explicaciones. O buscará tres pies al gato, no aceptará el trabajo hecho y dejará sin pago.

Hoy Sarybala ha visto al terrible, despiadado Hol. Temblaban ante él los fundidores, y los que llevaban las carretillas con escoria, y los jefes menores. A todos el sudor les fluye de la frente. Cada uno se desvive sólo para que el ingeniero no critiquice. Hol es perspicaz y experto enseguida nota los menores defectos, de inmediato comprende de qué cuchichean los obreros, aunque no les pregunta nada. Hol es alto, delgado, recto como un álamo. Su cara imberbe, afeitada es cruel, su piel morena siempre brilla. Los obreros nunca lo han visto sonreir, ni han oído de él una palabra cariñosa. Escucha peticiones y quejas de paso, y camina tan rápido que los otros tienen que correr. Siempre busca la posibilidad de burlarse, agotar a la gente. De camino se le acercó a Zhusup que anotaba las jornadas de trabajo de los obreros, y sin razón aparente le dio una patada en el vientre, Zhusup cayó, su gorro voló a un lado y el cuadro, a otro. Agarrándose al estómago, pudo apenas decir:

- ¡Señor Hol!

- ¡Canalla! ¡Ladrón! ¡Márchate! — ordenó Hol y volvió a dar pernadas en el culo del apuntador.

Zhusup casi no hablaba ruso, y ahora no podía decir ni una palabra. Habiendo recogido las hojas dispersadas, se fue a casa. Cerca de él deprimidamente arrastraba los pies Sarybala. Con lágrimas en los ojos, en la mano el gorro de Zhusup. El muchacho no había comprendido en absoluto, por qué Hol golpeó a su maestro.

- ¿Por qué él se pelea? — preguntó el muchacho.

- Probablemente, le han dicho que apunto un día más a los obreros. ¿Podrá un kazajo vivir tranquilo? — respondió Zhusup y suspiró penosamente.

EL DESTINO DE ZHUSUP

Después de que a Zhusup lo echaron de la fábrica, él recorrió muchos lugares en busca del trabajo. Estuvo cerca de Akmoly, en los Kar-Caral, pero no se instaló en ninguna parte y volvió al fin y al cabo a la fábrica. Aquí alquiló a crédito una habitación en Kokuzek y se puso a enseñar a los niños. Carecía de conocimientos especiales y no tenía ninguna experiencia de maestro, pero Zhusup no tenía nada que perder. Ya que nadie iba a controlar su trabajo. En los ojos de las personas ingenuas que deseaban saber el ruso, Zhusup parecía bastante respetable. Él nunca ha perdido las posibilidades de mostrarse de la mejor forma: el sabelotodo. Escribía rápidamente, hablaba bien. No sólo los simplones habían formado una buena opinión de él. El jefe del vólost Muhtar, el comerciante Aubakir y el carnicero Koybagar fueron primeros que le dieron sus hijos. Zhusup daba las clases del kazajo y a la joven viuda María Fiódorovna. Todos pagan como pueden. Si no hay dinero, traen cosas. Por ejemplo, el obrero de treinta años Seyktazi le dio por los estudios el reloj de bolsillo. Tiene más de quince alumnos. La edad de ellos es muy diferente: un niño de nueve años y un dzhiguit de treinta son compañeros de clase, estudian lo mismo. Nunca ha subido tanto el precio de los conocimientos insignificantes de Zhusup.

Trabajaba a tiempo parcial componiendo las solicitud a los demandantes. Hace poco, habiendo quedado sin trabajo, se acongojaba día y noche, y ahora su sonrisa de felicidad no abandonaba su cara. Tan pronto como aparece un minuto libre, corre a la taberna o la cervecería.

Pero la felicidad no es duradera, con el otoño pilló a Zhusup el frío viento de la vida sombría.

Una vez a la fábrica inesperadamente llegó el alumno de liceo Husain, el hijo de Erdenbay. Para verlo, todos los alumnos de Zhusup faltaron la clase.

El alumno de liceo es de estatura mediana, con los ojos grandes, barba negra, nervioso, iracundo, habla como si se atragantara con las palabras. La apariencia es poco envidiable, habla ininteligible, pero lo escuchan con respeto. La habitación está de tope a tope. Los niños daban empujones en el umbral y con arrebatamiento miraban al alumno de liceo. Husain llamó a Sarybala, tomó el cuaderno, miró y movió la cabeza. Después preguntó enfadado en ruso:

- ¿Quién os enseña?

- Zhusup Maukimov.

- ¡Canalla! ¡Es analfabeto, enseña incorrectamente, engaña a la gente corriente! — exclamó con cólera Husain y empezó a corregir en el cuaderno con el lápiz rojo. No se quedó ni una línea sin corregir. Con los cuadernos debajo el brazo llenos de notas rojas Sarybaila se dirigió a casa.

Desde aquel día la carrera de maestro de Zhusup iba disminuyendo. Poco tiempo después los alumnos se fueron. Sarybala ingresó en el cuarto grado de la escuela de fábrica ruso-kazaja de cinco años. Este día fue el más alegre en su vida. Pero sólo esta alegría se empañó con la tristeza profunda por su antiguo maestro. Zhusup empezó a beber. Borracho, estaba largo rato con las manos sosteniendo la cabeza y se quejaba del dolor de cabeza. Pero él se afligía más que estaba enfermo.

- ¿Cómo seguir viviendo? No podré cumplir el trabajo no especializado, el trabajo fácil no existe. ¿Robar? ¿O vender cosas? ¿Qué vender? ¿El único pañuelo de Zaguipa? ¡Oh, qué pequeño es este mundo! ¿Por qué el dios soltó a tanta gente a la tierra, inventó tantas esperanzas?

Voy a ver al mirza Aubakir. Puede ser para su yerno no lamente por lo menos la carne de costillar...

Zhusup se levantó y, salió tambaleándose.

En la habitación reinó el silencio, pesado como el plomo. Zaguipa estaba con la cara a la pared y gemía, también le dolía la cabeza.

Sarybala le escribió una carta a su padre:

“Os envío saludos, a tí y a la abuela. Informo que ayer mi maestro me ingresó en la escuela roja de la fábrica. Estoy muy contento. Pero cuando pienso en el maestro, me agobia la tristeza. Agha, Zhusup se ha quedado sin trabajo, el dinero se ha acabado. Y como sabes, ellos no tienen ganado. ¿Qué voy hacer, donde viviré? ¿Cómo vivirán? Ven pronto...”

Mientras el muchacho fue al mercado y entregó la carta al aúl, Zhusup había vuelto de la casa de Aubakir. Estaba tendido en el suelo con las manos detrás de la cabeza cerrados los ojos. Aubakir no le había dado nada.

Anocheció. Los rincones de la habitación pequeña con una sola ventana oscurecieron. Sería hora de encender la lámpara, pero los amos no se levantan. Cada tarde a esta hora Zaguipa hervía el té, y hoy está tumbada. En la habitación triste, silenciosa, que se oscurecía con cada minuto, Sarybala silenciosamente como una gata, abrió el armario, tratando de no hacer ruido, pero la portezuela crujió sin embargo. Habiendo roto el pedazo del panecillo que se había quedado, Sarybala empezaba a mascar con avidez. Después pasó tranquilamente a su lugar y se acostó...

Al cabo de una semana llegó Mustafa. Zhusup se alegró de que llegara su amigo. Adelantó a Sarybala, se acercó corriendo hacia Mustafa y le estrechó la mano durante mucho tiempo.

¡Ya está, basta, basta, queridos! — pronunció Mustafa. — Cuando la alegría reboza el margen, tampoco es bueno.

- ¡Hadzheke, resulta que en la penuria recibes al amigo como a un profeta todopoderoso!

Sólo cuando se sentaron y tomaron una taza de té, Mustafa con una sonrisa ligera respondió a esta exclamación de Zhusup:

- El profeta todopoderoso todavía no ha aparecido. Si aparece, te obsequiará seguramente. ¿Y cómo os he ayudado con mi llegada? De ningún modo. No sufras, querido. Sufrirás, el mundo se volverá estrecho. Y para uno alegre, incluso el mundo estrecho parece espacioso. Dicen que ¿el hijo de Erdenbay, Husain, te ha llevado hasta la desgracia?

- Sí, con una sola palabra, me ha derribado como una bala.

- ¿Si no eres capaz de enseñar, ¿cómo a mi hijo lo han aceptado en la escuela rusa?

- El alumno de liceo me ha mirado desde lo alto de su posición. Pero puedo enseñar algunas cosas.

- También creo así, — consintió Mustafa y quedó pensativo.

Sus pestañas largas casi se cerraron, los ojos negros clavaron la mirada sin movimiento. No se sabe qué está pasando ahora en su alma, profunda como el mar. Habiendo callado, le dijo a Zhusup que estaba con la boca abierta:

- Si Husain ha mirado desde lo alto, miraremos desde abajo. En los aúles de kazajos no deben ser todos analfabetos. Si no encuentras el lugar aquí, ve al aúl. Para el cisne el salvamento está en el lago, para el hombre, en el pueblo. Enseñarás lo que sabes.

- ¿Quién me dará asilo en el aúl?

- Turlybay.

- ¡¿Turlybay?! ¿Y me acogerá?

- Espero que sí. De mi nombre escribe una carta, hijo mío, - Mustafa se dirigió a Sarybala.

El muchacho se sentó con mucho gusto a escribir al dictado del padre.

“A querido Turlybay, coetáneo, un cordial saludo. Todos los parientes están bien y sanos aquí. El ganado está bien alimentado, hay hierba verde. En las relaciones con los rusos no hay novedades, gracias a Dios. En esta carta intercedo por un amigo para cumplir con mi deber humano. Buscabas al maestro de ruso, lo he encontrado. El portador de la carta, Zhusup, enseñaba a mi hijo. En once meses le enseñó a mi hijo lo que otros estudian durante tres años, y lo han trasladado a la escuela rusa. Acoge a Zhusup. Igual que tú, él es una persona valiente, con experiencia. Si los kazajos van a saber todo lo que sabe Zhusup, entonces en los aúles la luz irá echando la oscuridad...”

Cuando terminó de dictar, Mustafa tardó mucho en firmar la carta. Los dedos fuertes, largos, capaces de doblar una baqueta de hierro, de ninguna manera lograban escribir dos letras árabes, el lápiz tropezaba y serpenteaba de lado a lado. Con gran esfuerzo escribió al fin unos garrabatos parecidos a la rama de un árbol.

- Mira a este niño, que se ríe, — sonrió Mustafa. — Si mi padre me hubiera enseñado, como te enseñan a ti, si yo viviera en el tiempo en el que vives tú, vería quién de nosotros se reía más.

Zhusup escondió la carta en el bolsillo en el pecho. El aúl de Turlybay queda bastante lejos, a unas setenta u ochenta millas. De allá a la fábrica la gente llegaba rara vez.

- ¿Cómo llegaré donde él? – preguntó preocupado Zhusup.

- Toma mi caballo, - dijo Mustafa.

- Oybay-ay, ¿usted irá a pie?

Le has dado a mi hijo las alas, ¿acaso puedo lamentar para que cojas mi caballo? Te lo doy para siempre. Acepta como el crédito por haber enseñado a mi hijo. Nos hemos encontrado contigo por las buenas, nos despediremos por las buenas también, querido. El mundo es interesante por las buenas relaciones. Si te despides en la amistad, entonces encontrarás en la alegría. Y si te despides peleado, el encuentro será como el de los perros feroces. Podría lamentar si mi caballo robara un ladrón, lo desgarraran los lobos o muriera. Y ahora mi gris rabicorto se ha justificado íntegramente. No te afliges y no pienses que me has hecho bajar del caballo.

Zhusup comenzó a llorar conmovido. Volvió a cogerle a Mustafa de la mano, calurosamente expresó las palabras de agradecimiento cuantas sabía, y vivamente se puso a hacer las maletas.

Mustafa con el hijo salió a la calle. El padre miraba mucho tiempo las cuevas bajas de Kokueeka, dispersadas en desorden buscando algo con la mirada...

- Hijo, en algún sitio aquí vivía el tártaro Pahrey. Iremos a su casa, aquí ya no hay razón para que te quedes.

Fueron entre las cuevas, preguntando a los que venían a su encuentro, dónde vivía el tártaro Pahrey...

EN LA ESCUELA RUSA

De los árboles cayeron las hojas y se volvieron poco atrayentes, como los ancianos que hacía mucho que se habían despedido de la juventud. El cielo está inquieto, el viento frío mueve velozmente unas largas nubes grises, levantando en las calles el polvo negro y removiendo las hojas amarillas.

El humor de Sarybala es versátil: parecido al mundo exterior. Al mismo tiempo siente la alegría y vergüenza. La escuela roja con la que soñaba tanto, ahora lo está atormentando. Llegó a conocer tales asignaturas como fracciones decimales, gramática rusa, historia rusa, geografía, sobre las que ni Zhaksybek ni Zhusup han oído. Antes los manuales de Sarybala cabían en los bolsillos, y ahora no caben en una bolsa grande. Ninguna lección se le da a Sarybala en seguida. De cada diez palabras rusas entiende solamente una. “¡E-eh, si supiera esta lengua!” — con melancolía pensaba el muchacho. Hasta no sabía lo que sabían Abdrahman y Kalyk, compañeros de clase, los hermanos de su novia prometida.

“No son estudios, sino un suplicio, — se preocupaba Sarybala, — los dejaré y saldré para la aldea...” Pero se acuerda de la dura vida de los habitantes analfabetos y pobres, no quería volver a ella. “¡No tengo voluntad, soy tonto!” — se enfadaba Sarybala consigo. En apariencia él estaba tranquilo, pero en el alma se preocupaba. Empezó a dormir mal por las noches, pero a nadie se quejaba. Diligente, ejecutivo, cortés, a nadie le hacía nada malo y no atraía mucha atención hacia su persona. Pero al mismo tiempo era independiente y se educaba el sentimiento de la dignidad personal. “Si alguien me necesita, llegará a mí, si otros no me necesitan, no voy a suplicar”, — se decía Sarybala. Solamente sus cuñados eran amigos del muchacho cerrado, misterioso que no habían llegado a adquirir la altivez de los ricos. Lo llamaban ya tío, ya yerno. Abdrahman bondadoso le ayudaba a Sarybala a preparar las lecciones, compartía con él bombones y los melindres que traía de casa en los bolsillos.

Sarybala no pedía nada, se avergonzaba, pero el mismo Abdrahman le ofrecía lápices de varios colores, plumas, patines, pelotas. Los niños rusos eran muchos, y los kazajos sólo tres. Nadie tocaba a Abdrahman y la Nuez, los temían, por eso tampoco le importunaban a Sarybala. Una vez el adulto bribón Krymkozha que no estudiaba en ninguna parte le ofendió a Sarybala. Entonces los alumnos encabezados por Sarybala y sus cuñados acecharon a Krymkozha y le echaron un rapapolvo. Desde entonces Sarybala empezó a creerse importante. En el alma del muchacho crecían muchas esperanzas de un futuro feliz, hasta aprendió las palabras soberbias de una canción:

Mi suegro es bay y mi abuelo es bay,

Dios mío no me harás viejo.

...Pero ahora Sarybala no está para jactarse. Enrojecido permanece sin movimiento ante el maestro. Deformando las palabras rusas, susurra algo inarticulado sobre Pedro el Grande, tropieza, vuelve a callarse. En seguida comienzan a soplar susurrando Abdrahman y Kalyk. Sarybala dice de nuevo algunas palabras y se calla. El maestro Andrei Matvéyevich es un hombre tranquilo, no da prisa, no grita. Metidas las manos en los bolsillos y de costumbre mirando bajo los pies, va callado por la clase de aquí para allá. Al persuadirse de que Sarybala calló definitivamente, le hizo solamente una pregunta:

- ¿Por qué al zar Pedro lo llamaron el Grande?

El muchacho no sabe.

- Para el progreso de Rusia ningún zar ha hecho tanto, cuanto hizo Pedro. Por eso lo llamaron el Grande. En la historia rusa hasta este momento el zar Pedro y el científico Lomonosov se levantan como las cimas montañosas, — explica Andrei Matvéyevich.

El muchacho siente vergüenza ante el maestro generoso. En la nariz de Sarybala aparecieron las gotas de sudor. Pero la confusión se le pasa, cuando se sienta a su lugar. Saliendo de la clase, Sarybala le dijo a Abdrahman:

- ¡Qué persona tan buena es Andrei Matvéyevich! Zhaksybek seguramente me habría azotado por el silencio.

Después de la escuela los muchachos solían ir a casa con prisas. Hoy, pasando de largo la oficina del comisario de policía, vieron un grupo de los kazajos que hablaban alborotados. Un nuevo comisario de policía ha llegado recientemente, pero ya ha alcanzado una fama grande. ¿Probablemente haya arrestado a estos kazajos y quiera someterlos al castigo corporal? Los niños se pararon, alarmados y curiosos clavaron los ojos.

- ¿El comisario de policía sabe bien la geometría? — Se interesó Sarybala.

- Si no supiera, no sería comisario de policía, — respondió Abdrahman. - Pero mejor que él sabe la geometría el jefe de distrito y mejor que éste, el gobernador, y mejor que el gobernador, el zar.

- ¿Cuántos años hace falta estudiar para llegar a ser el jefe de distrito o el gobernador?

- ¡Oh, probablemente muchos! Pero para un guardián bastarán cuatro grados. Mira, por ejemplo, a Orynbek.

- ¿Al señor le es necesaria la mente, quién enseña esto?

- Estudiarás, serás inteligente.

- ¡No-o-o!-Sarybala movió la cabeza. — Un kan tenía un hijo que estudió todas las ciencias. Un vez el kan llamó a su hijo, apretó sus dedos en el puño y preguntó: “¿Qué tengo en la mano? ¿Redondo y con el hueco en medio?” El hijo respondió: “Piedra de molino”. El padre seguía: “¿Una piedra de molina cabrá en el puño? Es un anillo. ¡Para qué sirve que has estudiado todas las ciencias, si careces de comprensibilidad!”

Abdrahman siempre se ríe fuertemente, y ahora al agarrarse al vientre, se rió a carcajadas y exclamó en ruso: “¡Qué tonto!” El pequeño Kalyk simpático no escuchaba el relato, tiraba las piedras a los gorriones, pero habiendo oído la risa, en seguida se acercó corriendo: “!¿Qué, de qué os reís?!”. Miraba con ternura a uno y a otro y, viendo que los niños no le hacen caso, golpeó a Abdrahman y huyo.

Abdrahman dejó de reírse, se retorció del dolor.

- ¡Tonto, no ve que lo compadecen! Si alcanzarlo y romper la nariz, llorará a moco tendido.

- El molá nos azotaba con varas verdes, y nada, — se acordó Sarybala y continuaba con sus reflexiones interrumpidas: - El profeta Mahoma no estudiaba en la escuela, pero era sabio.

Quien tiene que ser así, es un amigo de Alá. ¿Y quién le ha dotado a bay Ayaza con la inteligencia? Mi abuela dice: “El pueblo ha dotado. El pueblo es la mar en cuyo fondo yacen muchos valores. Y los sacará el mejor héroe, el que zambulla atrevidamente y abnegado...”¿Significa que es más difícil hacerse sabio que letrado, verdad?

Y mi padre afirma completamente lo contrario. Dice que lo más difícil es obtener dinero. Y si lo obtienes, el hacha monetaria lo destruirá todo, volverá hacia atrás el río, le dotará a la persona con inteligencia y felicidad.

- ¿Entonces, todos los ricos son inteligentes?

- Claro. ¿Acaso un tonto se enriquecerá?

Sarybala no dijo nada. Ocupado con sus pensamientos iba en silencio, mirando bajo los pies como su padre. Se acordó de Bakyray e Itberguen del aúl. Los dos son ricos. No saben contar sus ovejas, pero nunca le dan a comer bastante a una persona. Son avaros, repugnantes. Los ricos tienen tantas riquezas, pero las buenas personas los desprecian. Son ricos, ¿pero dónde está su mente y razón, en qué se manifiestan? Le cuesta al muchacho responder a sus preguntas formuladas.

Detrás del puente de madera Kokuzek ante la tienda de Egor Sarybala vio un grupo de los kazajos de aúl. Entre ellos se encontraba Mahambetshe. Besó la frente de Sarybala, pero inmediatamente se volvió de espaldas, olvidaándose de su sobrino, y continuaba metiendo las compras en la bolsa y detrás del caftán. Cuánto adquirió por su dinero, cuánto por el ajeno, pero también para sí, solo el Alá lo sabe. Sea como sea, Mahambetshe es sonrosado, alegre y sus compañeros encorvados bailotean en el frío seco. Se les acercaron los kazajos con papeles en las manos. Sarybala sabe que son las letras de cambio firmadas con las que es posible hacer compras.

Egor Chernyh posee la más grande tienda de comestibles en la fábrica. A modo de los ricos de Moscú, da dinero al fiado con letra de cambio, las mercancías vende más barato que en otras tiendas. “Es más barato y al fiado”, — se alegran los kazajos y van con mucho gusto a la tienda de Egor. El primero en dar el ejemplo fue Mahambetshe. Y aconseja a los demás, y está dispuesto a tomar dinero por el consejo. Egor es astuto, usa de ardides para atraer a más compradores. Los que compran una mercancía más cara o al por mayor, les añade gratis cualquier chuchería o un resto estancado de la tela. Los ingenuos habitantes del aúl toman la porquería por suerte y gastan el último dinero. El comercio en la tienda bulle. Chernyh tiene unos hijos, hablan con soltura el kazajo, son emprendedores, hábiles, afables. Y todos venden. Hábiles con el abaco, con destreza miden las telas.

Poniendo en las manos de Mahambetshe el bulto, Egor pronunció servicialmente:

- Según nuestra regla le debemos además la tela para el shekpen, un vestido para la mujer, un pañuelo y té.

Mahambetshe aceptó el suplemento con una sonrisa.

A la tienda se le acercó un muchacho-lazarillo, llevando de la mano a un kazajo ciego y con dombra y un palo en la mano. Al acercarse el invidente comenzó a tocar la dombra y se puso a cantar:

Mi género se llama Koyanysh-tagay.

En Koyanysh-tagae Daulet-tanay.

Soy el akyn de Kakban. Luz Mahambetshe,

¿Si estás sano y salvo?, responde

El que es ciego y pobre y no tiene nada,

Tiene por amigo la dombra, el sonido alto de cuerdas

Habría algo que comer y beber,

Vagaría eternamente por los caminos .

Alá me ha cegado para esto

Para que no vea el mal en los ojos ajenos.

Por la bondad humana vivo siempre,

Pico los granitos en los patios ajenos.

El alma de Dios lo comprenderá todo sin palabras,

Es sordo a las alusiones el que tenga el alma severa...

Tú, Mahambetshe, no en vano tienes fama,

Puedo responder por ti.

- Para, para, Kakban. No hace falta sorprenderme. Soy yo de los que sorprenden, — dijo Mahambetshe, enfurruñándose.

Alrededor de la canción ya se había reunido la gente. Los kazajos que traían heno, que llevaban ganado, escuchan en camellos, y en los carros, a caballos, empujan a los que están delante. No ve, pero siente Kakban la presencia de la gente y continúa con la voz aún más alta:

Envuelve al pueblo con un boa ávido,

Traga al camello junto con la lana,

No tendrás nada que llevarse a la tumba de todos modos,

Toda la riqueza será devastada.

Se derretirá la piedra, si quemarla mucho tiempo.

Busca la raíz del mal, el habla del ciego.

Oye, ¿quién se atreverá a azotar la cara del hombre ciego

Y cortar el labio al ciego mendigante?

Un sart que montaba en asno,

Montó a argamak.

Todavía los pobres tienen la sangre,

Para que él, habiéndose saciado, engordaba.

El pastor casualmente en la espalda golpea

por descuido al pastor,

Y el rico todo el siglo está sobre mí.

Aunque mi espalda no es silla de montar,

“¡Fuera!” —el sart me ha gritado,

He llegado donde tú suplicando.

Pero he encontrado lo mismo,

Quedando insatisfecho contigo.

Los bay carecen del honor. Ah, Kakban,

Amargo es tu destino.

Habiendo oído sobre el uzbeko negro, Mahambetshe hosco se sonrió. El akyn ofendió mucho a Aubakir, el hijo de Seitkemel. Aubakir que se ha enriquecido recientemente, el forastero de los lugares lejanos, empezó a gozar de una influencia grande en la tierra, donde Mahambetshe soñaba con ser el dueño absoluto. La fuerza de Aubakir le preocupaba no solamente a Mahambetshe, sino también a Egor que tenía las relaciones comerciales hasta con Moscú e Irbit.

“¡Mira, dónde se mete!” — decía Egor inquieto.

Las habladurías de akyn que humillan a Aubakir eran como miel sobre hojuelas al bay y al comerciante. “Si no das nada, no te desarás de él”, — pronunció Mahambetshe avaro y le arrancó al akyn el percal para los calzoncillos. Egor tampoco se quedó atrás: le regaló tres metros del percal.

Abdrahman primero no se dio cuenta lo que estaba pasando, sólo que ahora ha entendido el significado de las palabras Kakbana.

- Perro ciego - susurró, y corrió a su casa a punto de llorar.

Inspirado por la canción Sarybala no notó la desaparición del compañero. La canción terminó, la muchedumbre se fue, pero las palabras del akyn no salían de la cabeza. Sarybala las repetía de memoria...

UN AÑO DE PENA Y LUCHA

Solamente anoche salió volando la noticia sobre la movilización, y por la mañana ya ha circunvolado toda la estepa inmensa alrededor. Era un día claro caluroso, en el cielo ni una nube, la naturaleza es tranquila, pero los aúles bullían. Los dzhiguits montaron a caballos. Los cabezas de las familias, bay, jefes de distritos, aksakales honorables se reunieron para el consejo. Las mujeres lloran, lanzan ayes, gimen, comparten unas suposiciones amargas.

A Sarybala le parece que todo el mundo se ha vestido de luto. Él se quedó solo en el aúl, todos se reunieron cerca de la casa de Aubakir. Sarybala, según la costumbre, no tiene derecho a acercarse a la casa del suegro futuro. Pero hoy todos están tan alborotados que decide no quedarse aparte del gran acontecimiento, y Sarybala se infiltra en la muchedumbre ruidosa. Sobre el césped verde, en la cañada Kumís-kuduka, del pozo de Kumys, en medio de la muchedumbre estaban: el hijo de Kadyr, Mahambetshe, el hijo de Batyrash, Zhunus, el hijo de Lmir, el hijo de Lzym, Mustafa, los jefes de distrito. Se reunieron aquí los jefes próximos a Spassk. Antes tenían la cara de pocos amigos, estaban listos a hacer pedazos unos a otros, y hoy son amigos, como uña y carne.

Hablaba Zhupus en voz alta y claramente:

Al firmar en la piel del perro los antepasados ​​rusos prometieron no volver a tomar a los kazajos por soldados. El zar ha roto su promesa. Levanten la bandera abigarrada de Ablay. ¡A caballos, dzhiguits! ¡Armaos!

Zhupus es corpulento, ancho de hombros, con bigotes largos hasta las orejas, y la voz retumbante, lo oye el más lejano en la muchedumbre. Casi no les deja hablar a los demás, pero Mahambetshe lorgó interrumpirlo: Y bien, supongamos que levantaremos la bandera caída. Los dzhiguits montarán a caballos. ¿Y dónde conseguiremos las armas? Contra un rifle no se tendrán de pie cien dzhiguits.

Si el zar tiene muchos rifles, entonces nosotros, el azul sin límites, colinas, rocas, barrancos. Los refugios protegen y a los liebres. ¿Si es posible vivir mucho tiempo como liebres?

El zar tiene un alma inquieta. Me parece que el germano lo ha agarrado por la garganta y está estrangulando. ¡De otro modo él no empezaría a exigir de nosotros las fuerzas!

¡De día nos esconderemos y de noche atacaremos! ¡Si cubrirse con caballadas y agarrar de la garganta, descarrilaremos!

Al anciano Amir no lo llamarás imberbe, en la barbilla se ve una decena de los pelos, y debajo de la nariz hay apenas visibles unos bigotes fláccidos. No tiene ni un diente, las mejillas están hundidas. Comenzó a hablar echando más leña al fuego:

Muerto por su familia no es pecador, matando a un forastero, es justo. ¡No retroceder! Más vale que muera todo el pueblo, que permitir pisotear nuestro honor y conciencia que oír el llanto de las mujeres y los niños. No es posible atar a los dzhiguits de pies y manos. Me queda de la vida tanto tiempo como a un viejo carnero. Mi fuerza reside solo en mis palabras. La arma es mi único cuchillo en el bolsillo. Peor no toleraré y saldré a luchar, por lo menos agarrado a la cola de un caballo hercúleo.

Después de Amir nadie se atrevía a intervenir, pero el rumor en la muchedumbre se había reforzado. Ahora en la fiebre parecía que ningún dzhiguit no saludaría a la bala, no volvería las espaldas al fuego: aceptaría la muerte. Hasta Aryn, el cobarde de los cobardes, estaba a caballo con un garrote en las manos. Zhekebay septuagenario le puso el mango a la horca rota, como si fuera a levantar enganchado al enemigo.

- Es una lástima lo de Rusia, está humillada, ofendida, se ha degradado. ¡Pero el país es un el león encadenado! ¡Cortar esta cadena!

- Vamos a considerar que has comenzado a cortar la cadena, si me colocas a trabajar.

Cruzándose palabras en voz baja Stepán con Nurman se fueron. En la muchedumbre no se calmaba el ruido, las exclamaciones: unos habían evitado la movilización, a otros los habían cogido. Sarybala está inquieto.

Iba a casa. Los pensamientos sobre el destino duro de los kazajos iban y venían, se balanceaban como una lancha en las ondas.

EL ZAR NO EXISTE MÁS

El año mil novecientos dieciséis llamado “el año de la movilización” se volvió uno de los más duros para los kazajos. El pueblo desangraba, derramaba las lágrimas, pero al zar no se le sometía. La cabeza se agachaba ante la fuerza, pero el alma seguía rebelándose como antes. Sobre la llamada a filas por los vastos espacios anchos, como si el viento las llevara, corrían canciones lastimosas y lagrimosas. Sarybala las oía muchas y muchas recordó.

Ahora iba a caballo y cantaba la canción del akyn Narymbet:

Saryarkm llanura natal,

A mí desde la infancia me deleitas la mirada,

Oh, la tierra querida de las montañas celestes,

De los valles, arroyos y lagos!

Estás cubierta de humo, estás ardiendo,

La ceniza volandea, cubriendo la luz,.

Es oscuro de noche y de día,

Tengo atravesado el pedazo en la garganta,

La mirada se empaña con la bruma.

Los maridos se han vuelto esclavos,

Sus mujeres son viudas inconsolables.

Se marchitan de antemano en lágrimas.

Es triste el grito largo de la madre cana

que llama a su hijo.

Le hace eco con una lágrima avara,

Disimulando los sufrimientos, un anciano.

El nieto es huérfano, la nuera es viuda...

¿iPor qué el Alá es poco benevolente?!

La melodía de la canción es expresiva y es muy popular en la estepa. Serybala canta mal, altera el motivo, pero las palabras le gustan y le apetece repetirlas. A cada uno le gusta lo suyo. A Tnlipbeku que tiene muchos caballos le gustan el relincho del garañón, a Itbergen, el balido de los corderos, y por eso tiene miles de ovejas, al religioso Mustafa la oración es más agradable que cualquier melodía conmovedora. La persona siempre aspira a lo que sea de su agrado. Aunque Sarybala canta mal, y no sabe bailar, pero le encantan estas cosas. En el altillo ya ante la entrada a la fábrica completamente solo cantaba a gripo pelado. Al oír una llamada Sarybala se volvió. Desde la cuesta del sur de la colina donde se ha derretido ya la nieve, un hombre le agitó la mano llamándolo. Sarybala volvió al caballo y lo dirigió por la nieve profunda. Reconocía a Akimbay tartajoso. Aquel le saludó al muchacho y preguntó:

- ¿No eres el hijo de Mustafa, querido, quién estudia ruso?

- Sí.

- A-а, ¿a casa irás pronto, los padres están bien?

- Gracias a Dios.

- Buen chico, serás una gran persona, lo veo. No has tenido pereza, te has desviado del camino, me has saludado. La juventud actual no presta atención a los viejos humildes. ¿Y ajora dime, cuántos libros has estudiado?

- Estoy en el cuarto grado.

- No comprendo esto. ¿Dime, cuántos libros ?

- Cerca de diez.

- ¡Oh, querido, has leído mucho! ¿Y bien que sabes sobre la vida rusa? ¿La guerra acabará o no? ¿Cuándo regresarán nuestros dzhiguits?

- Sobre la guerra no hay novedades. Dicen que de la tribu de Kipchak ha salido el baghatur Amangeldy y con mil de los dzhiguits ha ido donde Turgan. En Semireche ha aparecido otro héroe, Bekbolat, y comienza a avanzar hacia Alma-Ata. Aquellas tierra como se ve, no se han sometido hasta hoy día a la orden zarista.

- Si Amangeldy de Kipchaka, entonces significa de la familia de Kala Kipchak Koblandy. Si Bekbolat de Semilechya, él será del linaje de Sypatay. Eran buena gente. ¡Han dejado buenos frutos! El dios nos ha castigado que nos ha privado de la unidad, y nosotros nos hemos dispersado por todas partes, con nuestras manos hemos entregado a todos los hombres adultos. ¡No sería ofensivo morir junto con aquellas tribus! — exclamó Akimbay y golpeó con el palo contra la tierra. En la cara brillante del bronceado había señales de enojo. Llevaba no un un palo, sino un garrote real con la punta aguda de hierro.

¿Es palo o pica? — preguntó el muchacho.

- Ambas cosas — respondió el anciano. Hizo esta arma, cuando sublevó al pueblo para la lucha, y ahora con él pasta a las ovejas. Los lobos son mucho, no hay heno, pastan el ganado entre las colinas. Todo el invierno vivió el aúl atormenado. El anciano dio un caballo para que no se llevaran al único hijo, lo salvó a duras penas.

Hicieron los cuchillos de hojalata, los agitan, se atacan, juegan a la guerra.

Las palabras de la ira y la indignación no se apaciguan. De repente la muchedumbre se puso en guardia, se calló. Se divisaba algo negro a lo lejos, un punto que se movía. Al principio pareció que era un caballo, luego vieron dos. Pero el jinete es uno, entonces viene con una noticia muy urgente. ¿Probablemente ha muerto algún bay de alta alcurnia y el mensajero llama a los funerales? ¿Con alegría o con tristeza viene?

El mensajero, un dzhiguit bigotudo, llegó a la muchedumbre. Llevaba las orejeras de tymak atadas, el pecho enrollado con una cuerda de pelo. La cara está roja como el hierro incandescente. Los caballos están cubiertos de espuma, sus ollares se han hinchado tanto que puede entrar un puño. El jinete bigotudo enseguida gritó roncamente:

- ¡Nurlan ha mandado! ¡Nurlan llama! ¡Nurlan reune a todo el género de Kuandyk! Los habitantes del Altay montañoso han elegido al kan, han convocado el ejército, se preparan para oponerse al zar. ¡Los aúles de Tinali ya están haciendo el arma y almacenando la pólvora!.

Sin entablar la conversación, sin responder a las preguntas, el jinete reanudó la marcha. Le han ordenado no detenerse. Repitiendo las mismas palabras, él avanza más y más lejos de un aúl a otro. La voz del mensajero, el casqueteo de caballos se difunden en el vasto espacio silencioso con unas resonancias inquietas...

Comenzaron a hablar sobre famoso Nurlan. Su posición es superior a la de los gobernadores que están aquí. Una vez en un alboloque grande por un muerto se armó el escándalo entre las tribus de Altay y Karpyk. El padre de Nurlan, Kiyash, encolerizado exclamó: “¡Karpyki! ¡Estaréis debajo de mi suela!” No casualmente Kiyash les amenazó a doce vólost de Altay. Su padre dejó doce aúles, en cada uno de ellos por lo menos había mil caballos. No había una familia tan rica no sólo entre los numerosos habitantes de Altay, sino también entre el género numeroso de Kuandyk. Y Nurlan superó a sus antepasados, su gloria cruzó los límites de la tierra Akmolinska y se extendió lejos en los alrededores.

Una vez Nurlan les aconsejó a los jefes de los géneros pequeños:

“En cada aúl bastan perros. Pero no cada perro puede atrapar un zorro”.

No hablaba sin ambages ni rodeos sobre su superioridad, sobre la habilidad de “coger el zorro”, pero daba a comprenderlo con un proverbio. Por eso Nurlan trataba de abrir más sus abrazos para apoderarse de todo el género de Kuandyk. Las palabras del mensajero de que Altay montaños había elegido al kan, provocaron las suposiciones distintas.

- ¿No pensará Nurlan elegir al kan? — supuso Mahambetshe.

Los jefes de vólost que callaban hasta ahora comenzaron a hablar los tres.

- ¿Él mismo querrá hacerse el kan? — notó Esmakay. ¿Y quién más? — respondió Mustafa.

Entonces no habrá vólosts. Y Nurlan será el zar kazajo, ¿es necesario comprenderlo así?

Los jefes de vólosts se callaron, sus caras estaban enfadadas. La muchedumbre empezó a hablar.

Entonces el anciano Amir gritó:

¿Tenéis miedo de que no os elijan de kan no, teméis perder el vólost?

La maleza solitaria la arranca el viento. Da igual nuestro poder, si no le sirve al pueblo en la desgracia.

¡Nurlan! Sea quien sea: kan, zar, diablo, pero el pueblo necesita el caudillo. ¡Buscadlo, elegid! ¡No os ocultaréis en la estepa, todo os volveréis esclavos!

Callaban sin atreverse a contradecir al hombre locuaz.

Está decidido enviar a seis personas de seis géneros a la reunión en el aúl de Nurlan. Cuando lo habían decidido, Turlybay que estaba sentado al margen, levantó la cabeza y hablo en voz alta.

¡Escuchad! Aksakales, bay, jefes de vólost

Turlybay se dirigió al centro. La muchedumbre se quedó inmóvil.

¡No nos induzcáis en error, ancianos sabios! No nos dará nada la elección de Nurlan por el kan. ¿Y si él es defensor del pueblo, dónde ha estado hasta ahora? Nosotros no debemos hablar sobre un kazajo corriente, pero ustedes, aksakales, bay, digan ¿a quién no oprimía Nurlan, quién no ha obtenido una patada en el culo de él?

Se necesita la unión, querido, — notó Amir.

Tyrlybay interrumpió irrespetuoso:

Es necesaria la vida. ¡¿Para qué sirve la unión que trae la muerte?! ¡He oído sobre esta unidad y entonces, cuando Nurlan habiéndome puesto en las manos y los pies los hierros, me encarceló arrojando donde los chinches! ¡He oído sobre esta unidad y entonces, cuando Nurlan saqueaba nuestra tierra, ofendía a nuestras viudas, nuestros modestos ganaderos inofensivos! ¡He oído sobre esta unidad y entonces, cuando Nurlan azuzó un género a otro género y por la sangre derramada recibió de las manos del zar la pelliza de oro! ¡Y ahora no quiero oír sobre él! Los kazajos ahora necesitan no un kan que chupa su sangre, sino los baghatures capaces de llevar tras de sí al pueblo, sin considerar cualesquier penas.

¿Y donde están los guerreros? — ha preguntado Amir.

Turlibay se detuvo, hizo pausa. Con los ojos brillantes echó una mirada a los presentes y respondió:

- No veo a tales baghatures. Mientras que de momento no contamos con ellos, estoy listo de encabezar el destacamento.

- ¿Quieres combatir a mano limpia?

- Con el garrote es imposible ir contra el rifle. No es posible contar con la victoria, cubriéndose con las manadas de los caballos. Thinali no nos abastecerá con el arma. He estado entre ellos y sé que el género de Thinali no se diferencia absolutamente de nosotros. Me gustan los métodos de Mekesh. Mekesh atacará y se esconderá. Los soldados no pueden eliminar a un Mekesh solo. La noche, la estepa y las colinas son una fortaleza, inaccesible no sólo para los rifles, sino también para los cañones. Si acechamos y asestamos los golpes furtivamente, se puede destruir no sólo al zar, sino también al mismo dios. Precisamente en esto debe residir nuestra unidad. Si los de vólost van a proteger su poder, y los ricos, su ganado, no habrá unidad. Que todos presten el juramento de olvidar el poder, la riqueza y proteger al pueblo. Entonces no nos vencerán Nicolás y Guillermo juntos. Para atrapar a un kazajo, deben rebuscar toda la tierra kazaja. ¿Dónde encontrarán tantos soldados? El zar tiene tantos soldados como nosotros, los carneros. Si dispersamos las manadas por la estepa, nosotros mismos no las encontraremos. Con astucia es posible derribar a un gigante, con la inteligencia es posible adivinar el futuro. Nuestro pueblo es rico en inteligencia y en astucia, y precisamente esta riqueza debemos ahora compartirla...

Ninguna persona se movió. Cayó un silencio pesado. Cada uno pensaba. La conversación larga de hoy parece el trivio del camino. La gente no sabía a dónde dirigirse.

¡Han callado largo rato! Al fin se oyó la voz débil de Amir.

Esta vez el anciano gemía más que hablaba, y eso que se desalentaba raro vez.

- E-e-eh, está bien, entonces — alargó él y movió la cabeza. Estuvo un tiempo callado y continuó: -Resulta que he visto menos de los he visto. Aunque soy blanco como la nieve, pero me siento un chiquitín sin pantalones. ¿Qué hacer? Girarás aquí, se te perderá el buey, girarás allá, se te romperá la arbá. La transhumación se ha parado a medio camino, en el ascenso. El jefe de la transhumació tiene el alma deprimida, tan deprimida que esta carga no la levantará ni un dromedario. Los ricos y los jefes de vólost miran a la tierra, Turlibay, al cielo, y el pobre anciano Amir, al pueblo. ¿Pero a quién debe mirar el pueblo? Sólo soy un águila sin garras... Esperaremos que llegue Aubakir. Escucharemos que dirá. Aubakir es una persona inteligente.

Decidieron esperar la llegada de Aubakir. Él no sólo es un rico de la ciudad, sino también el de aúl. Siembra el trigo, siega el heno, cría ganado. Sigue siendo buen vecino del aúl de Kadyr. Desde el año pasado su hermano medio, la madre y algunos de sus parientes se trasladaron a un independiente ául grande. Hoy justamente en este aúl se ha reunido el consejo. Aubakir llegaba aquí por sus asuntos, pero, habiendo oído anoche la noticia inquieta, se fue a la fábrica. La gente esperaba que Aubakir traería unas noticias buenas y resolvería todas las dudas y las vacilaciones. Lo esperaban como el maná del cielo.

Ya por fin a lo lejos sobre el horizonte se levantó una pequeña nube del polvo...

¡Va en arbá!..

Oh, Alá, qué traiga buenas noticias.

¡Al amanecer he tenido un sueño bueno!..

La gente se precipitó al camino. La conversación no calla. La esperanza encendida va apagándose, como una nubecita de polvo, que se ha levantado sobre el camino, está asentándose ya.

Aubakir llegó en una arbá ligera con resortes, aparejada con argamak morcillo. Es de estatura media, engordando, con cara un poco picada de viruelas. Bajó de la arbá sonriendo. Brillantes los ojos grandes informó:

¡No enviarán a las filas, sino contratarán al trabajo! Y no a todos, solo los de diecinueve a treinta uno.

La noticia no parece mala, pero las caras de la gente siguen como antes.

¡Engañan, quieren engañarnos con astucia!

¡Si nos ponen las riendas, no dejarán moverse!

¡No solo no iré al trabajo, sino no los visitaré!..

Sin haber escuchado a Aubakir la gente comenzó a refunfuñar:

- Han quitado nuestra tierra...

Han violado nuestras costumbres ...

¡Ahora han decidido eliminar a todos los hombres!..

Amir, golpeando con el palo la tierra, pidió silencio.

¡Escuchen primero hasta el final!

La muchedumbre se aplacó. Aubakir continuaba contando:

— A los nuestros los toman para los trabajos de retaguardia, y no a la guerra, y cuya edad es desde diecinueve hasta treinta uno. Esto es absolutamente cierto, y no vale la pena ofenderse a la llamada. ¿Qué conseguiremos con la sublevación? La guerra no es una riña con garrotes entre dos aúles... ¡Piensen, no pierdan los nervios! Alihan Bukeyhanov y Mirzhakip Dulatov, los defensores de la nación kazaja, han entregado en la carta las instrucciones: “¡No resistan! Toda Rusia está en peligro. Cuando el enemigo ha agarrado Rusia por la garganta, no vamos a cogerla por los faldones como los lobos. Si los rusos sufren la derrota, esto será la derrota para los kazajos también. Entonces comenzará un saqueo verdadero. El alemán que ha vencido nos privará completamente de la tierra, y del ganado». Según mi opinión, resistiendo nada ganaremos, atraeremos solamente la desgracia. Me he puesto de acuerdo con los jefes en la fábrica: comiencen el trabajo. La cabeza estará intacta, el pueblo estará tranquilo...

Mahambetshe, habiendo abriendo las dos palmas ante él, se dirigió a los jefes de vólost:

- ¡¿Si el pueblo está tranquilo y la cabeza está intacta, qué más es posible pedir al Alá?!

Los jefes de vólost desalentados revivieron visiblemente.

- Aubakir, claro, está al corriente de todo, — comenzó a hablar Esmakay. — Seguiremos su consejo.

- La familia de Sarmantay irá con mucho gusto al trabajo, — aseguró Mustafa. — De momento la mitad de los carreteros de la fábrica son los nuestros.

- Entonces, cumpliremos el decreto del zar, y la petición del mirza Alihan Bukeyhanov, — pronunció Mujtar. - Entonces el buey no se perderá, y la arbá no se romperá.

El anciano Amir con el palo blanco levantado hacia la muchedumbre, gritó:

- ¡Escuchen, mirza Aubakir, jefes de vólost Esmakay, Mustafa, biy Mahambetshe! Ustedes responden por los destinos de la gente. Ahora se han puesto de acuerdo, han encontrado un idioma común. — ¡Éxitos! Pero con todo eso iré a ver a Nurlan. Es necesario escucharlo también. En la época de revueltas probablemente también sea de algún provecho.

La muchedumbre empezó a disiparse. Mustafa se fue a lo lejos por la cañada y a solas empezó a hacer el zalá. Sarybala vio cómo se levantó Turlibay, sacudió los faldones y siguió a Mustafa. El muchacho caminó lentamente detrás de Turlibai. Mustafa no notó su presencia. Con la cara al sur, él abrió las palmas y cerró los ojos. Si el león comenzara a rugir ahora al lado, él no le haría caso. El hombre fuerte, contenido se relajó ante el dios, y por su cara corren las lágrimas. Otra vez lo quemaran con hierro candente, él no dejaría caer ni una lágrima.

- Acércate, muchacho, — llamó en voz baja Turlibay. — Tu padre no está ahora para hablar con nosotros. Dime, ¿cuántos años tienes?

Ya he cumplido catorce.

- Zhusup, que te enseñaba, vive ahora con nosotros.

Dice que eres inteligente. Dime, ¿qué has comprendido de la reunión?

Syarybala callado removía la tierra con la punta del zapato. Bien todavía no es suficientemente letrado, bien por su naturaleza es parco, cerrado, es difícil comprender qué tiene en el alma, pero permanece callado más. A Turlibay le apetece hablar. Al fin y al cabo él ofendió el amor propio del muchacho.

- Buen potro sigue al caballo, un hombre bueno de catorce años es el cabeza de la familia. Y no te harás el hombre a los veinte cuatro años. Nada, resulta, has comprendido hoy.

- ¡No! ¡Lo he comprendido todo! — pronunció el muchacho. Se sonrojó. — Solamente todo en la memoria no se puede guardarlo.

¡Entonces, di, cuyas palabras te han gustado más!

- Las de Amir... Y las suyas. Pero me parece que a los dos les han hecho morder el polvo.

¡Sí, han hecho morder el polvo! — y Turlibay suspiró. — Las palabras buenas y sinceras no siempre vencen, querido. A menudo tratan de menospreciarlas. Pero las palabras buenas no se olvidarán, algún día le servirán a la gente. Los kazajos de hoy los dirigirán por la vía justa sus descendientes. Por ahora viviremos de alguna manera nuestros días...

Mustafa acabó de rezar, se volvió: Turlibay se rió.

¿De qué te alegras, pecador mortal? — preguntó hadzhi.

Pedías alzadas las manos. El dios generoso claro te recompensará y lo compartirás conmigo. Por eso me alegro.

A un cuervo condenado le gusta jugar con el águila real. Strigy- Shos jugando con el garañón puede romperse la columna vertebral, — con una sonrisa respondió Mustafa. — No peques ante el dios. Y sin él tienes muchos enemigos. Primero lucha contra ellos.

No voy a pecar, coetáneo, no pecaré. Pero has llevado mucho tiempo pidiendo su consejo. ¿Qué te ha dicho?

¡El patrón de todos los dieciocho mil mundos es el único Alá! Le he dicho: tus súbditos se han perdido, tráelos a buen camino. Los kazajos son unidos en el tiempo de paz, se enemistan en el tiempo duro, no pueden ponerse de acuerdo. ¿Acaso será posible vencer al enemigo así? Rezaba y pedía al Ala que nos diera la unidad, pensamientos claros y mandara a los caudillos valientes.

Tu petición es una petición muy importante. ¿No la ha satisfecho?

¡Diablo, estás diciendo necedades! ¿El dios será mi vecino, en seguida me dará las manos? Vale, vamos a casa, hablaremos, — propuso Mustafa y se levantó.

La muchedumbre se había disipado. Se calmó la algarabía, solo aquí o allí se oyen conversaciones en voz baja. Las personas se estaban disipando con indolencia y tristes, humillados y sin derechos.

En verano tuvieron lugar muchos disturbios. Se sublevó toda la estepa, solamente en algunos aúles lejanos la vida seguía tranquila. A los jefes de vólost que apoyaban al zar, los ataban a las colas de los caballos. Muchos dzhiguits perecieron en las luchas con los destacamentos de castigo zaristas.

Se acercaba un invierno severo. El nómada no tiene pan en reserva, ni heno segado, ni corral para el ganado, ni tejado para sí mismo. ¡Qué puede ser más peligroso que un invierno sin comida y sin asilo! Por detrás importunaba el enemigo vivo: los soldados, en adelante esperaba el enemigo mudo: la naturaleza. Si el verano durara todo el año, los kazajos estarían contentos, harían una vida nómada, trasladándose de un lugar a otro: cógelo del rabo. Algunos aúles tuvieron que abandonar los lugares natales e irse a China y Mongolia. Otros confundidos se pararon a medio camino como un caballo salvaje que habían estrangulado con un lazo con el nudo en la punta.

Hacia el invierno viendo que el pueblo se aplacó, revivieron de nuevo los jefes de vólost, se desencogieron de hombros.

Al lado de Spassk se extendieron seis vólost de la familia de Kuandyk. El jefe de campesinos al llegar a Spassk ocupó para la oficina una de las casas de Aubakir. El mercachifle caminaba con aire importante ladeado y echado para atrás el gorro. Su opinión escuchaban el jefe de campesinos, comisario de policía, los ingleses, dueños de la fábrica. Sin duda bajo su influencia cayeron los jefes de vólost.

La fábrica durante la llamada parecía una feria grande. ¡Cuántas cosas han traído aquí los kazajos esteparios! Y ganado, bien nutrido y de raza, y cosas las más caras y raras, y hábiles águilas reales entrenadas, galgos y lebreles. Muchos utensilios artesanos.

Todo el verano luchó el pueblo por sus derechos con garrotes y picos contra los rifles. Pero no romperás el lomo con un látigo, la resistencia llegó a ser inútil, y habiéndose resignado, el pueblo cayó en mayor dependencia de los jefes de vólost. Dar de baja del ejército, encontrar el trabajo en la fábrica (a los de la fábrica no los contrataban) o dar de baja por enfermedad: nada se hacía sin soborno. El mismo jefe de campesinos, Aubakir, jefes de vólost sacaban el último centavo a las personas dependientes. Los infelices sobornaban hasta al enfermero Iván Antonovich para obtener un certificado falsificado. Probablemente nunca hubiera prosperado tanto el soborno en esta tierra, nunca hubiera degradado tanto el honor humano y la conciencia. El buitre come la carroña y lo desprecian, pero la persona estos días comía al compañero vivo. La muchedumbre que había rodeado la casa con el techo de hierro en medio del patio de la fábrica con la súplica contemplaba el cielo. En el azul sin fondo había una nubecita parecida una isla. Ligera, blanca parecía la misma justicia a la que no quedaba lugar en la tierra.

Sarybala vagaba inútilmente en la muchedumbre cerca de la casa con el tejado gris. El espectáculo siniestro le asustaba, provocaba lástima a las personas y lágrimas, pero escapar de aquí no había fuerzas.

De la habitación dónde estaba la comisión salió un muchacho, completamente desnudo, se cubrió con las manos. Su ojo izquierdo estaba cubierto con un hinchazón grande.

En seguida se le acercaron corriendo los parientes.

- ¿Han liberado?

- Han liberado.

- ¡Oh, Alá, has dejado a mi único! ¡Sacrifico un carnero! — exclamó el padre anciano y rompió a llorar (el anciano había sobornado al enfermero, y aquel le había goteado en el ojo un veneno).

- ¿De qué te alegras, padre? — con amargura pronunció el joven. — Sin ojo me habré quedado, probablemente... Si me hubiera devuelto el ojo, iría no sólo al trabajo, sino también a la guerra.

- No digas así, mi porto. Has caído en la desgracia, no se puede evitar una víctima. A una cabeza le bastará un ojo. Si te perdiera, perdería los dos ojos, — se lamentaba el padre.

Vamos rápido donde Iván Antonovich, me duele. Puede que dé alguna medicina.

Los parientes, habiendo rodeado al dzhiguit, lo llevaron al enfermero. El recadero del jefe, Simak, salió corriendo al zaguán, echó un vistazo rápido por las partes, como si hubiera perdido a alguien. Al ver al anciano que se alejaba echó a correr detrás de él gritando:

- ¡Oye, otagasi, déjame suyunshi, deja suyunshi!

¿Qué va a lamentar el anciano, si no ha tenido piedad del ojo de su hijo?

Simak volvió lamiéndose como un perro que se había bebido la leche.

Desnudados muchos reclutas esperaban su turno. Entre ellos estaba Aben oblicuo. No es que su ojo fuera simplemente oblicuo, su ojo derecho no ve nada, está cerrado con nefelio. Si el invidente no conviene, entonces a este tampoco deben dar de alta. Salió Simak y gritó:

- ¡Quien será Calienta Dzhakin, sal!

- ¡Soy yo! — respondió Aben con nefelio y murmuró:—¡Oh, Alá, ojalá me incorporen...

Sarybala se quedó perplejo. Todos tienen el único deseo de quedarse, y este se aspira a ser soldado. El recadero llamaba a Cali, el hijo de Dzhaka, y en vez de él fue Aben. Volvió pronto:

Suyunshi — el pago por la noticia agradable.

- ¡Han tomado!

Nadie compartió su alegría. Cuando Aben se fue a casa, Sarybala lo alcanzó y preguntó:

- Agay, usted no es el hijo de Dzhaka, yo conozco a Kali.

- No hables mucho, — advirtió aquel al pestañear con el ojo sano. — Tengo mujer e hijos. Recibirán por mí una vaca con ternero y un caballo. He llevado trabajando de peón quince años y no he ganado tanto. Quedaré vivo, volveré. Si la muerte llega, te encontrará y en la yurta.

- ¿La mujer y los hijos lo han consentido?

- ¡Y qué pueden hacer! El pájaro vuela o el animal corre: todos buscan la comida, todos quieren vivir. Han llorado, se han apenado y se han puesto de acuerdo. ¿Qué hacer, querido, si no hay otra salida?

Aben parece alegre, pero su voz tiembla, no puede el medio ciego ocultar la alarma y el miedo. Sarybala se quedó atrás. Aben se fue, pero su voz lamentable seguía sonando en los oídos del muchacho. Cuando Sarybala volvió de la habitación de la comisión salió un hombre desnudo con la barba ancha. Él temblaba de la ira. Habiéndose olvidado de cubrirse con las manos, él acaloradamente gritó:

- ¿Miren, acaso tengo treinta y un años? ¡Tengo cuarenta! ¿Malditos, para qué me han quitado los años? Es una pena que no supiera antes que resultará así. ¡Habría muerto, pero habría aplastado a uno de estos chacales!

Los jefes de vólost no sólo toman los sobornos, sino también vengan a los indóciles. Evidentemente el hombre barbudo durante la insurrección se había distinguido, y ahora con él se ajustaban las cuentas.

Cuando él salió, en el patio comenzaron a hacer ruido:

- ¡Decían: de diecinueve a treinta uno! ¡Qué escándalo!

- ¡Escriben lo que quieran, ya que tienen un lápiz en la mano!

— Alguien ha delatado al barbudo, está claro. Cuando se rebelaban, él exigía ponerse en el cuello del jefe de vólost un fieltro desgarrado.

¡Eh, entonces en mala hora decían cualesquier cosas! ¡¿Si llevarse a todos por la conversación, quién en casa se quedará?!

El ruido afuera, por lo visto, les inquietó a los que estaban en la oficina. Simak salió corriendo al zaguán. Tiene más arrogancia que un recadero simple. Es un servidor diestro. Una mano suya está en el pecho como si indicara a la placa de latón, otra, en el mango del sable. Zapateando gritó:

- ¿Por qué hacéis el ruido? ¿Vais a rebelaros de nuevo? ¡Se encuentra aquí el jefe de campesinos! ¡Venga, ver si se atreve a moverse alguien! ¡Enseguida recibirá en la cabeza! — habiendo arrebatado la cuchilla de la vaina, Simak la agitó ante él, como si se preparara a asestar el golpe.

Ante el recadero hay tales dzhiguits que de un golpe podrían despachar para el otro barrio a Simak. Entre ellos está Llsen, escogido por el kan durante la insurrección, y Omar calvo que encabezaba el grupo insurreccional. Todos callan, ninguno abre la boca. Sólo de las filas traseras, donde estaban en los camellos, alguien con el suspiro dejó caer:

- Cuando el pollino caiga al pozo, la rana juega en los oídos.

Simak no hizo caso de estas palabras y se fue.

En el pasillo, donde se desnudaban los reclutas, parece que solamente una persona se sentía espirituosa y seguía de buen humor. Este es Mirzakarim, peludo, pelirrojo, con los ojos de lechuza, con el gorro de piel de zorro, con las botas de tacones altos y con las cañas hasta las caderas. Mirzakarim era tan cobarde que por las noches temía salir al patio. Entre los dzhiguits medio desnudos que tiemblan del miedo por el futuro, él está completamente tranquilo. Se ha cubierto de sudor, ha quitado el gorro con orejeras y le ha dejado a Sarybala leer el papel timbrado.

- “Trabaja de picador”, — leyó Sarybala. — Entonces no tomarán.

El muchacho miró al “picador”. Su mirada decía: “Miente. Ha comprado el certificado, lo sabemos...”

Mirzakarim sonreía pasándose la lengua por los labios cortados. El muchacho se echó a reír al acordarse de una canción burlona:

Mirzakarim al decidir casarse,

Ha recorrido al mundo

Ante Zeynep se quedó de piedra, ciego

No puede quitar los ojos.

Y bien ella es muy inteligente,

astuta.

Anda con rodeos.

El tonto mirza mira de hito en hito

Torpemente y ávido.

Llamaron a Mirzakarim. Desapareció detrás de la puerta, allí mostró sul trozo de papel e inmediatamente regresó. Simak soberbio hasta le sonrió y lo llamó “mirza”.

A Sarybala le daba asco la infamia humana, escándalo, pero no se iba. Simak no lo echa, sabe que este de ojos grises es el yerno prometido de Aubakir. El recadero no se permite hacer las observaciones no sólo al yerno de Aubakir, sino también a su criado.

En el patio volvieron a armar ruido.

- ¡Mirza , escúcheme!..

- ¡Aubakir querido, el único bienhechor de los ancianos!..

- ¡Confunden nuestra edad, quitan los años!..

- ¿Y dónde está la promesa de no tomar a los mutilados?

Entró Aubakir. Sarybala habiéndose agachado, se escondió y cuando Aubakir había pasado a la habitación siguiente, salió afuera y se encontró entre la muchedumbre que esperaba su turno. Por alguna razón todos hablaban en voz baja. A poca excepción se agolpaban aquí los kazajos ingenuos y sencillos que habían llegado de lejos. Los engañaban no sólo los ricos y los jefes de vólost, sino también los pícaros de la ciudad. La gente menuda de la fábrica en tales casos también estaba dispuesta a hacer su jugada. A la muchedumbre se le acercaron dos personas: Baimagambetov, a caballo rodado de raza la baza con lucero en la frente, y el guardián Orynbek , con pelliza de zorro puesta con el cinturón. Sin ceremonias los dos comenzaron a hablar en voz alta sobre los sobornos, sobre el dinero que había llegado a sus bolsillos. Sarybala estaba boquiabierto mirando asombrado el cinturón lujoso de uno, y al hermoso caballo de otro.

Se acercó andando pausadamente Mijaíl Chernyh, el padre del rico Egor. El anciano es duro, rudo, y embriagado se vuelve insolente.

- ¡Mira, los kazajos quitan la piel uno a otro! — gritó Chernyh y echó a reír a carcajadas.

- ¡De qué te ríes, Mikayla! — respondió Baymagambet. — Los kazajos pican solamente granitos, y los rusos apalean el dinero.

- Ningún ruso sabe apalear como lo hace Aubakir. El dinero no ha cabido en su casa, lo ha amontonado en el patio.

- Y tu dinero hasta en el patio no cabrá.

- Nosotros no recibimos sobornos, sino comerciamos.

- De todos modos es expoliación, — no se rendía Baymagambet.

- ¡Tonto! ¿Cómo que de todos modos? Por el soborno juzgan. Te quitarán el caballo y además te pondrán en la cárcel.

- ¿Entonces quien se quedará en libertad? ¿Nómbrame, quién de los funcionarios no tomaba el soborno?

Chernyh se calló, dirigió la mirada al dromedario pardo de piel rizada. El animal orgulloso sostenía la cabeza en alto y con importancia sobre la muchedumbre. Este era un camello raro llevado desde lejos, comprado por un precio alto en la tribu de Tama. Chernyh es una persona de grandes capacidades. De Tashkent le trajeron en tren un asno por encargo.

- ¿Lo venderás? — se interesó Chernyh.

El amo movió la cabeza negativamente, Chernyh se enfurruñó, pero se acercó aquí Baimagambetov, lo llevó al mercachifle a un lado y le susurró:

- No venderá, Mikayla, no venderá, sino venderá de barato: regalará.

- ¿Entonces, tengo que regalar algo a cambio?

- Claro. El hermano de este aksakal está inscrito en el ejército. Sácale un papel de los ingleses que él trabaja en la fábrica. O habla tú con el jefe. Lo liberas, habrá el regalo para ti.

Chernyh se quedó pensativo. También lo está consumiendo la melancolía-tristeza que trata de apagar con el aguardiente. Dos hijos suyos están en el frente. ¿Volverán? Sobre Rusia, se ve, hay una gran amenaza. Si no hubiera desgracia, no empezarían a llamar a los kazajos en ayuda. ¿Si vencen los alemanes, como vivirán los comerciantes rusos? A menudo, habiéndose emborrachado, Chernyh gritaba: “¡Por mi patria no lamentaré la vida, iré a combatir!” El dromedario pardo le hizo olvidar la guerra, y el comerciante prometió:

— Lo haré, vamos a hablar con el amo.

Sarybala oía claramente sus palabras y, viendo, como Chernyh con Baymagambetom se dirigieron hacia el dromedario comprendió sobre que cuchicheaban. Se acordó de los versos de Abay:

Sólo aparte,

A solas,

Hay un acuerdo.

“¡Resulta que el soborno lo resuelve todo!.. El soborno está prohibido, no lo aprueban ni el dios ni la ley. ¿Por qué no castigan por él?” — con indignación pensaba el muchacho.

Aparte estaba el obrero Stepán conocido por Sarybala y hablaba con dzhiguit pálido con las huellas de la viruela en las mejillas y unas largas pestañas negras. En la postura, en toda la figura pequeña del dzhiguit se sentía una fuerza oculta. Él miraba con aprensión el agolpamiento bullicioso.

- ¡Rusia está infeliz, Nurmak Baysalykovich! — continuaba Stepán. — Cuando los japoneses entregaban a los soldados el arma, el zar nos entregaba los iconos. De la bala el pedazo de la tabla no defiende. Y ahora, cuando los alemanes disparan cañonazos a los nuestros, en el ejército no bastan hasta los rifles. Así pasa en el frente, y en la retaguardia no es mejor. ¡Sobornos, expoliación, violencia, borrachera, ignorancia: todo esto ahoga al pueblo!

- ¿Lo sabrá el zar? ¿Si lo sabe, por qué no lo prohíbe?

- Lo sabe, pero no prohibirá. Solamente un tonto cava su propia fosa. El trono zarista se sostiene sobre los asuntos sucios y las personas ruines...

- ¡Silencio! — advirtió Nurmak, pero Stepán continuaba acaloradamente:

Trabaja ahora en la fábrica. Otro caballo ha enflaquecido tanto que apenas se mantiene de pie. Akimbay mismo pastaba el rebaño pequeño a pie todo el día. Se aburre solo, así para a los que pasan, llámalos. Habla y se hace más fácil...

Akimbay hablaba, pero los ojos todo el tiempo seguían las ovejas. Unas cuarenta ovejas, terriblemente delgadas después del invierno hambriento, tascaban la hierba en la cuesta de la colina. Al lado repelaba con avidez la hierba y un caballo bayo cubierto con caparazón. El amo de vez en cuando ponía en la boca kurt: el seco queso salado. Pero no tiene con qué morder el queso, y tiene que chuparlo. Akimbay tiene más de sesenta años, pero en la cara no se ve ni una arruga, y en la barba, ni el pelo cano. Sus dedos largos con las articulaciones gordas están torcidos como garras del águila real. Es delgado, encorvado, parece un árbol torcido que ha crecido en la roca. El anciano se tiene vigorosamente, no lo han deprimido ni la dureza del invierno ni el tiempo.

- Querido, puedes irte, — dijo, habiendo hablado a destajo. — La conversación del anciano es infinita, no te retrases.

Sarybala se montó a caballo. Habiendo pasado el cerro, pensaba mucho tiempo en el anciano moreno sobre la colina oscurecida y en sus ovejas que apenas arrastraban los pies del agotamiento. En el mar de la nieve, sobre el trozo de la tierra guarda tantas vidas. ¿Cómo llamarlo: obstinado, loco, abnegado?

En el patio de la fábrica se derretía la nieve. De los techos colgaban los carámbanos largos, en las calles, charcos. Los montones de nieve comprimidos se volvieron esponjosos. Por la calle a algún lugar iba apresurada la gente, se oían las voces excitadas:

- ¡Al zar lo han destronado!

- ¡Nikolay no existe más!

En las casas nadie se quedó, todos salieron a la calle, a la plaza de la fábrica. Sarybala espabiló al caballo, y, cuando galopó hacia la plaza, aquí ya estaba muchísima gente. El ruso con la barba dividida en dos, con camisa blanca decía:

- Nuestro gran zar Nikolay se ha dimitido, ha cedido el poder a su hermano carnal Mijaíl. El zar se ha cambiado, pero el trono de su majestad sigue el mismo. ¡Pueblo!.. ¡Respeten orden y silencio!..

La mayoría de los que se habían reunido son los kazajos-obreros, pero intervienen los rusos. En un lugar está traduciendo Orynbek y en otro, Baymagambet.

- Han creado el gobierno provisional... Protegeremos el honor de la patria... ¡Combatiremos hasta el fin victorioso!..

A la muchedumbre se le acercaron Stepán y Nurmak y, dando empujones con los codos, se abrieron paso adelante. Sin haber escuhado al orador Stepán comenzó a hablar fuertemente:

- El reino de Romanovij que gobernaron trescientos años ha acabado. ¡Con la autocracia rusa se ha terminado para siempre! ¡La niebla de la esclavitud se está disipando, resplandece la aurora! ¡Todo el poder a los Consejos, obreros, campesinos y soldados!..

Se levantó la algarabía, nada era posible comprender. A las personas acostumbradas al zar el gobierno sin zar parece una cabra descornada.

- ¿Dónde viven sin zar? —refunfuñó un kazajo de edad avanzada.

- Habrá un zar o no, da lo mismo, a alguien hay que someterse.

- ¿A quien?

- Has oído, Stepán ha dicho, a los obreros, campesinos y los soldados.

— ¿Ay, deja, cuándo dirigían? No podrán.

El jefe de campesinos y el comisario de policía estaban aparte y no se entrometían en la conversación. No se habían quitado el uniforme, siguen inflándose, pavoneando, pero nadie los adula ya. Permanecen de pie, esperando a dónde llevarán las conversaciones. Balanceándose salió a la plaza Karakyz, un mozo fuerte y escandalizador cuando se emborracha. Ahora no está embrio, pero tampoco dirás que es abstemio. Habiendo mirado a todas partes se volvió a dos representantes del poder.

- ¿Quiénes son ustedes, señores? - preguntó Karakyz.

- ¿Tu quién eres? - gritó con arrogancia el comisario de policía.

Karakyz le dirigió una mirada altiva y señaló a la fábrica:

- Yo soy maestro que hizo aquellas tuberías, hasta el cielo. Soy cerrajero Karakyz. Puedes no conocerme, yo te conozco a ti. Sé cómo cerrabas en su gabinete a los kazajos y los golpeabas con pala. ¡Por qué ahora no golpeas! ¿Has llegado a escuchar cómo te riñen junto con el zar?..

- No te metas. ¡Has bebido, vete a casa!

- Si estuviera borracho, te arrancaría la garganta. Lástima que no haya bebido hasta emorracharme. ¿Y tú, señor jefe de campesinos, quién eres ahora?! ¡La llamada ha acabado, no hay zar!

El jefe estaba en silencio sin saber que decir. Se entrometió Orynbek:

- Deje, Kereke, deje, los jefes se quedarán en los puestos anteriores... - Tomó al cerrajero bajo la mano y quería llevarlo.

- ¡Tú, enano, me estás persuadiendo! — se irritó Karakyz, le arrebató a Orynbek el sable y lo empujó bruscamente.

El comisario de policía y el jefe de campesinos se alejaron del escándalo, Karakyz no pensaba perseguirlos. Puso el sable de Orynbek bajo la suela, la rompió en dos partes y tiró en las partes diferentes.

— ¡Dios, guarda al zar! ¡Guarda! ¡Toma, guarda! — gritó en ruso, se rió a carcajadas y se ha puso a cantar inesperadamente con una voz fuerte, dirigiéndose a la entraña de la muchedumbre:

Con valentía, camaradas, al paso,

Fortaleceremos el espíritu en la lucha.

Al reino de libertad abriremos el camino con el sudor de la frente.

Todos nosotros hemos salido del pueblo,

Hijos de la familia de trabajadores,

La unión fraternal y la libertad,

Son nuestro lema de combate...

Stepán y otros rusos repetían la canción. De los kazajos ninguno sabía las palabras, excepto Karakyz y Nurmak, pero, sin embargo, todos cantaban sin palabras. Alguno de los rusos trataba de perorar, pero nadie escuchaba.

Sarybala observaba a todos sin apearse. Nada había comprendido. ¿Cómo que el zar se ha ido del trono? ¿Quién lo ha echado? ¿El que es más fuerte? ¡Ojalá vea a este forzudo! Reflexionando Sarybala no notó cómo llegó hasta la casa de Pahrey.

SUYGUEMBAY APODADO EL MACHO

Al zar lo destronaron, pero siguen sin gobierno definitivo. El jefe del gobierno provisional Kerenskiy emitió dinero. No tenían ningún precio. La guerra continuaba, se derramaba la sangre en los frentes y en la retaguardia en la lucha por el poder.

Al fin se llevó a cabo la revolución de octubre. El gran acontecimiento en los aúles kazajos llamaban “Lenin”, “el Bolchevique”, “el Consejo”. En los aúles cerca de la fábrica de Spassk primero en salir con una venda roja sobre la manga fue Turlybay. Su ejemplo siguieron muchos. En Spassk y Karaganda los obreros llevaban a los ingleses fuera de la puerta en las carretillas como escoria. Cada segundo gritaba: “¡Fuera a los burgueses!”

Pero todo esto era sólo la resonancia de la revolución. Los jefes de vólost nombrados en los tiempos de Nikolay se quedaban en sus puestos. La opinión de los aksakales seguía siendo la ley. Por extraño que fuera, en Spassk al guardián Orynbek lo eligieron al consejo de diputados y era ahora uno de los dirigentes.

Cada día llegan noticias. La gente las espera, algunos se alegran, otros temen. Para aprender cómo aceptaban nuevo orden y nuevas noticias, se puede juzgar por la familia de Pahrey donde Sarybala llevaba el segundo año viviendo.

Pahrey está tumbado en la estufa. Su barba gris y los dedos gruesos se volvieron amarillentos del humo del tabaco, fuma sin cesar. Si no bebe, no dice nada, pero hoy ha puesto a hablar sobrio. Su habla es curiosa, mezcla continuamente al nativo idioma tártaro las palabras rusas y kazajas.

- Estos bolcheviques, dicen, no sólo están contra el zar, contra los ricos, sino también contra el mismo Alá. Fumo, tomo vodka, no rezo al dios, no observo el sawm, pero creo en el Alá y no iré en su contra. ¡Ya que él no es tal canalla, como Nikolay, es el zar de dieciocho mil mundos en el universo!

- ¡Deja, padre! ¡Tu Alá es aún más canalla que Nikolay! — respondió el hijo menor, Husain, dzhiguit pequeño, ágil, rojizo. Recientemente ha vuelto del ejército. Su única ocupación es hacer los sobres y venderlos. Está descontento de todo y todos. Le gusta reñirse. Y no se tranquiliza, hasta que gane. Si siente que va a sufrir la derrota, indispensablemente monta un escándalo.

El padre sabe su carácter regañón y no se mete con él. Su hijo no calla:

- No temo a los bolcheviques. No tengo riquezas ni felicidad ni salud. Que los teman los felices y ricos. Y tú no temas, padre. Ya que toda la vida has estado sufriendo, sesenta años cortabas con el hacha no árbol, sino tu necesidad. No la ha cortado. El hacha se ha arromado ya, has envejecido, y no se ve fin de la necesidad. Vamos a ver que ahora nos dará la llamada de los bolcheviques: “¡Quien no era nada, aquel será todo!”

El hijo medio de Pahrey, Menlikan, ya tiene treinta años. Es miope y siempre se está ocupando con su caja. Ya la esconde en el patio, ya la lleva a casa, no logra tranquilizarse. Menlikan vendía en la calle, vagaba con esta caja por los aúles y ahora se preocupa: ¿dónde enterrarla que nadie pueda encontrarla?

Habiendo escuchado a Husain, él con un suspiro dijo:

— Sí, los bolcheviques gritan: quien no era nada, aquel será todo. A Egor lo han apretado, han robado. Llegarán después donde Seitkamalov y Triponov. Y después me quitrán la caja a mí.

- No van a tocar ni tu caja ni sobres.

- ¿Crees que a los especuladores no los tocarán?

- No soy especulador, yo mismo hago los sobres, yo mismo los vendo.

- ¡Y me meterán en la cárcel! — se alarma Menlikan.

Levantó la tapa de la caja, miró dentro. Allí hay muchísima bagatela: medicinas diferentes, agujas, peines, hilos. Todas estas porquerías no cuestan más de una vaca, pero Menlikan dice significativamente: “!Es mercancía!” — e incluso comiendo sigue calculando algo en el abaco. Sarybala no sabía que al amo de la caja le gusta jactarse, y al mirar una vez en el cajón notó decepcionado:

- ¿Es todo?

- Aquí hay muchas riquezas, querido. Cuando la oveja tenga anélidos, los kazajos por uno de estos frasquitos dan un carnero. Y cuando los mismos se resfrían, por tres estas pastillas no lamentarán una cabra de un año. Tal medicina ahora no se puede encontrar en ninguna parte. En esta pequeña caja está un entero rebaño de las ovejas... ¿Dónde puedo esconderla? — se preocupaba Menlikan.

En la habitación entró Shayhy, el hijo mayor de Pahrey. Él vive en Akmolinsk, trabaja de peluquero y recientemente ha llegado a visitar a los parientes. Con los hermanos se porta soberbio, a fin de cuentas ha llegado del centro de distrito, y todos los que llegan de allá son soberbios. Además probablemente por la naturaleza sea así. Él ha traído una carta. En ella se comunicaba la novedad, capaz de conmover todo Spassk, pero Shayhy la ha dicho completamente tranquilo:

- Los niños están sanos. Preguntan cuándo llegaréis. Le envían recuerdos... Kolchak se apoderó de Petropavlovsk y Kokchetav, debe llegar hasta Akmoly.

Pahrey con gemido se bajó de la estufa. Menlikan y Husain se levantaron sobresaltados. La viejecita que preparaba la comida, se quedó con la boca abierta. A todos les asustó una sola palabra: Kolchak, pero Shayhy se quedaba tranquilo.

- No me pierdo nunca, — declaró él. Cruzó las piernas, dio con los dedos de la mano derecha en el puño de la izquierda y continuó: - Que llegue Kolchak. A mí me da lo mismo que Nikolay, que Kerensky, que los bolcheviques, que Kolchak. Para mí los cabellos y las barbas son iguales con cualquier gobierno.

- ¡A ti te da lo mismo, y mi Hasan! — exclamó la viejecita y rompió a llorar. — Escribe que volverá, cuando destruya a Kolchak. ¡Y este diablo está vivo todavía!..

La vieja, llorando, encontró la carta de Hasan, uno de los hijos medios. Estaba en el ejército y desde cuando lo llamaron nunca ha llegado a casa. Él escribía: “Mamá, mira que parásitos chupan mi sangre. Para destruirlos es necesario primero terminar con Nikolay y Kolchak”. En el sobre puso algunos piojos. Mientras la carta llegó, se habían secado.

La madre vieja, habiendo recibido la carta, sintió cierto alivio, por muy duro, muy mal que se sintiera su hijo, pero él estaba vivo. La madre esperaba su regreso rápido. Y ahora quemó en el horno las líneas preciadas, que la carta no cayera en las manos de Kolchak.

Abrazando la cabeza Pahrey andaba por la habitación y hablaba consigo mismo:

- ¡Trastornan la cabeza, malditos! ¡Ya Nikolay, ya Kerensky, ya rojos, ya blancos! ¡¿A quién creer?! Toda la vida ha pasado en la espera de lo mejor... A uno le creía, a otro le creía, al tercero: todos han engañado...

Sarybala estos días tampoco podía comprender nada: quién tiene razón, quién es culpable, quién dice la verdad, quién, la mentira.

Una vez en la calle vio a muchos soldados a caballo. Ellos se irrumpían en las casas y buscaban a alguien . Tres o cuatro escoltan a Baysalykov Nurmak. Nurmak iba ante los hocicos de los caballos, las manos atadas detrás de las espaldas. La camisa negra de satén con oblicuo se había roto por golpes del látigo. La cabeza está vendada, de la nuca fluye la sangre, pero va orgulloso, no agacha la cabeza, no pide misericordia y no muestra los sufrimientos. De vez en cuando él gritaba a las personas que estaban tímidamente a lo largo de la calle:

- ¡Pronto llegará el fin de Kolchak!

¡A callar! — grita el jinete, y azota la espalda de Baysalykov.

Los hombres de Kolchak sacaron a la calle y detuvieron a los que estaban vinculados con el Consejo de diputados. Hasta a Orynbek lo detuvieron, aunque él inmediatamente renunció de Sovdep. No le creyeron y junto con otros enviaron a Akmolinsk. Sin embargo Orynbek a poco tiempo salió de la cárcel. El mismo Aubakir lo puso en libertad. Habiendo vuelto a Spassk, Orynbek servía en la policía de Kolchak.

- Y en fuego no arde, y en el agua no se ahoga, — se maravillaba la gente. — Al Beca vil débil le nació un hijo tan pícaro. ¡Oh, Alá!

Tan pronto como llegaron los blancos, Mustafa en seguida se llevó al hijo de Spassk. El muchacho no quería ir al aúl, pero el padre estaba firme.

Iban mucho tiempo en silencio por la estepa desierta.

- ¡Agha! — rompió el silencio el hijo.

- ¿Qué, querido?

- ¿Por qué no me han dejado acabar la escuela?

- Nadie agotará la ciencia, hijo. Si algo ha aparecido en tu cabeza en estos tres años, y con estos conocimientos no serás la última persona. Y si nada ha aparecido, ninguna escuela te ayudará.

Cuando se abre Tündik (Tündik - agujero en la parte superior de la yurta, chimenea cubierta con fieltro), ves solamente lo que está en la yurta.

Y cuando se abre Uzik (Uzik son pieles debajo Tündik en el esqueleto de la yurta) es visible el mundo alrededor.

- No todo lo que ves es útil, cariño. Tal vez ahora más vale que no veas lo todo. El tiempo es vago, no hay constancia. Orynbek sirve a aquellos que tienen poder. El que vende la conciencia y el honor en provecho del estómago y la vanidad, aquel con el corazón ligero venderá al padre, y a la madre, y al pueblo. Querido, mi esperanza, mantente lejos de tales personas. Cada pájaro protege en la tempestad su nido. Parezco aquel pájaro. Hasta que no se establezca el orden, vive conmigo. Los jóvenes se apasionan sin haber conseguido entender que es bueno, que es malo. Quiero prevenirte de lo malo, poner en el camino del bien.

- ¡¿Todavía seré niño, no sé nada?!

- Tu pregunta significa que en realidad eres un niño. Solo un joven insensato dice saberlo todo. Una rama de un árbol se inclina con el peso de la fruta, la cabeza inteligente, con el de conocimiento. Un dotado no dirá que ya ha logrado todo, sino dirá: quiero lograr.

Mustafa aleccionaba pacientemente al hijo. Sarybala lo escuchaba. De la sed sus labios se habían cortado, pero cerca no había ni una aldea ni un manantial ni un pozo. El día salió caluroso, soplaba un viento bochornoso. El mayo no ha llegado, pero la hierba se ha marchitado ya. No hay lluvias. La estepa desnuda no protegida ni con colinas, ni con el bosque, se ha secado. De vez en cuando aquí o allí aparecen torbellinos levantando las columnas del polvo. Sobre la llanura ancha como pequeños trozos dispersados se ven raros sembrados. En este periodo las hierbas del prado suelen llegar hasta la rodilla, y ahora han crecido apenas hasta el tobillo, no darás de comer ni a la langosta. ¿Qué hacer a los agricultores y los ganaderos, cómo prepararse para el invierno? Si no hay lluvia, se arruinarán todavía en verano.

La sequía ha traído consigo y la enfermedad. El tifus ha comenzado a segar en los aúles familias enteras. La gente moría por una enfermedad contagiosa, pero no sabía cómo defenderse de ella y los sanos continuaban comunicándose con los enfermos. No había médicos. Mustafa se dirigía a todo rato a todopoderoso:

- Oh, Alá, sé misericordioso. Mi pueblo está en desgracia. Nuestros antepasados decían: “Llegará un buen invitado, la oveja traerá a los gemelos, llegará un canalla, el agua desaparecerá”. El poder de Kolchak ha atraído todas las adversidades sobre nuestra cabeza. ¡Que Alá arregle nuestros asuntos!

Acordándose de los acontecimientos de los últimos días Sarybala no sin miedo contaba:

- ¡Estos blancos, agha, son terribles! Nurmak estaba todo cubierto de sangre. Lo han golpeado con cuchillo, morirá, probablemente. A Koibagarov le han quitado el fieltro, aZhumash, el caballo de frente blanca. Todos gritan, riñen. Si alguien resiste, sacan sables, golpean con las culatas de los rifles. La gente está asustada, huye a la estepa.

- Si hacen al pueblo gemir, nada bueno conseguirán. Y ellos andan en tierra, no evitarán el castigo del dios.

— ¿Agha, conoce las canciones de Abay?

- Un poco. Abay sabio cantaba mucho. He oído algo y lo he memorizado...

Hablando lentamente, el padre y el hijo seguían su marcha por la estepa sin límites. El caballo trienal debajo del muchacho cojeaba ligeramente. El bayo delgado del padre tampoco iba con ganas, y si arreas, respingaba y entrecogía con rabia las orejas. Aunque los kazajos llaman caballos sus alas, pero a veces el caballo es más lento que el agua. Al atardecer llegaron sólo hasta Koktal-Zharyk. Aquí la siega del heno era buena, había prados jugosos, tales hierbas que en ellas se escondían los caballos. Un pequeño riachuelo de Koktal se perdía en las hierbas. Sesenta familias del género de Elibay, habiéndose trasladado de Kara-Nura, seis años vivían en este lugar reservado. Ahora sus rediles están vacíos. Pasa que en los rediles desiertos se esconden ladrones y atacan el viajero solitario. Sarybala se asusta solo al recordarlo. Los rediles conocidos de sus aúles ahora le parecen un cementerio. Él los mira con miedo, le parece que cinco-seis ladrones salen al encuentro de sus refugios. Sus caras están cubiertas con los pañuelos. ¡Con los garrotes levantados gritando “!Cierra los ojos!” atacan... Sarybala hasta ha estremecido y ha gritado:

- ¡Agha!

- ¿Dime, cariño?

- ¿Los ladrones no nos tocarán?

- Alá protege, no tocarán. Y si no protege, entonces la langosta dará coces y matará. ¡El ladrón se esconde de las personas, para qué temerlo! Tiene el miedo muchos ojos.

- ¿Hay para usted alguien más temible que el dios?

- Quien teme en serio solamente al dios, aquel no puede temer más a nadie y nada. Quien teme lo terrestre, aquel no puede temer lo divino. Teme solamente el dios, mi querido.

Han pasado afortunados los rediles del aúl de Kuram. Pero Sarybala con la inquietud ha mirado algunas veces atrás. El vientecillo se ha calmado, el calor sofocante se ha reforzado, los mosquitos y los moscardones se han arrojado sobre ellos. Los caballos se vuelven locos, mueven incesantes las colas, cabezas, se estremecen con toda la piel, cocean. Cuando un moscardón del tamaño de pulgar se clava en la piel gorda de caballo, entonces la sangre aparece hasta sobre la grupa, sin mencionar unos lugares más tiernos. El muchacho vapula en la cara con un manojo de hierba. Los párpados y la frente se le hincharon de las picaduras de mosquitos. Mustafa no trata de protegerse. Los mosquitos como si no lo tocaran, no pueden causarle daño. Sobre la cabeza lleva un timak de cordero, se viste kupi, se calza las botas, está tranquilamente en la silla de montar e incluso no mira a los lados.

- ¡Agha, la boca se me ha resecado! — se ha quejado el muchacho.

Con nuestras manos nos abastecemos. Nadie toma en consideración que el anciano no tiene hijos. Orynbek, suboficial de los rusos, anteayer le quitó el único caballo y además amenazaba y exigía que encontraran al ladrón Hamen. ¡¿Pero cómo podemos buscarnos al fugitivo hábil, cariño?! El policía ha tomado el caballo para buscar a Hamen y hasta ahora no lo ha devuelto, aunque prometía. Ahora es necesario buscar al mismo Orynbek. ¡Aunque malo, pero caballo! — Tokal ha sollozado, las lágrimas han rodado por sus mejillas.

- Está bien, está bien, — ha notado rigurosamente el Mujik. — No sucederá nada peor de todo que haya previsto el dios.— Al volverse a Mustafa, abrió las palmas de las manos como para una oración y preguntó: - ¿Y tales kazajos también estarán en el paraíso?

- ¡Estarán! ¿Acaso ellos no son musulmanes?

- ¡¿No parecen musulmanes?! ¡Solamente sirven para las porquerías, chismes y violencia! Son desvergonzados, ignorantes, cobardes, cumplimenteros y además perezosos. ¡No saben el zalá, no observan el sawm! ¡Si tales entran en el paraíso, a mí más vale no ir a tal paraíso!

- Usted ve en las personas solamente los rasgos malos, Suyek, — ha tratado de tranquilizarlo Mustafa. — Pero es necesario ver y los bueno. El Alá aprobaba la limpieza y el aseo hasta al heterodoxo Ferganá. Los kazajos tienen muchas virtudes. De camino a La Meca encontraba a las personas de las naciones diferentes. Pero en ninguna parte notaba que al extranjero algo le dieran gratis. Hasta el agua la venden. Sin dinero morirás allí de hambre. Entre los kazajos muchos viven sin dinero, sin caballos, solitarios, sin parientes y amigos. A nuestras tierras han llegado los uzbekos, rusos, tártaros, y mira, como se han enriquecido. En esto reside no sólo la riqueza de nuestra tierra, sino también la generosidad de nuestra alma. Acaso son malas, no son humanas nuestras costumbres, tales, por ejemplo, como el respeto de los padres y los mayores o la respuesta a la muerte del próximo, cuando todos llorando van a caballos donde el muerto. Si a alguien se le muere el ganado por la escasez de forraje, juntos lo ayudan a ponerse en pie; si alguien no logra cumplir con el trabajo, juntos le prestan la ayuda según las posibilidades. Pero aquellas costumbres viles, sobre las que hablaba, el pueblo hace mucho que ha puesto la marca de deshonra y maldición. No hay mal que por bien no venga. Cuando el bien es más fuerte, el mal muere, cuando el mal gana, muere el bien. Para vivir cinco días, es necesario diez días luchar. Al fin y al cabo moriremos todos, pero es necesario siempre luchar por lo mejor. Y nosotros con el tiempo estiraremos la pata, Suyek. Es bueno que hayan preparado la tumba.

Mujik se levantó y salió sin haber terminado de tomar el té. O no sabía que decir, o estaba harto de la conversación vacía. Se ha acercado al hornillo, empezó a hacer fuego. Mustafa, habiendo leído la oración, montó a caballo. Cuando habían salido, el hijo preguntó:

- ¿Es musulmán este Mujik?

- ¡Vaya pregunta!

— ¿ Si es musulmán, por qué no ha hecho el zalá junto con usted?

- El islamismo no es solo oración. No todos que rezan y observan el sawm, en seguida entrán en el paraíso. Todo depende del alma. Si una persona es vil, no engañará ni a Dios ni al pueblo sin decencia exterior, aunque cien veces crea el zalá.

- ¿Si todo depende del alma, a que entonces sirven tantas reglas de la sharia?

- ¡¿Me pones una zancadilla, niño malo?! — se ha sonreído Mustafa.

No tuvo que responder, la atención de Mustafa la atrajeron las hogueras humosas a lo lejos y la acumulación de la gente. Delante, cerca de Ka-Ramol se situaban densamente los aúles del género de Tenizbay, detrás de ellos, en la región de Samen, los aúles numerosos del género de Orynbay. Como habiéndose puesto de acuerdo, todos han salido a la estepa. La mar de gente, las bocanadas del humo han formado una fila. Si se reunieron para el toy, entonces ¿por qué tan lejos del aúl, en la estepa?

Sarybala se ha alegrado y, espoleando al cojo de tres años, ha exclamado:

- ¡Qué bien, vamos a presenciar el toy!

- No es el toy, parece, sacrificio, — ha supuesto Mustafa.

Él ha acertado. A la orilla del río Zharlauyt cavaron fuegos, y en cada pusieron una olla llena de carne. Degollaron como mínimo cien cabezas del ganado menor. En cuatro montones se elevaban las pieles de las ovejas, cabras y los cabritos. Cerca de cada montón estaba sentado un molá y con las palmas abiertas ante él, leía la oración o pasaba las cuentas del rosario. Los que mataban el ganado, expresaban uno a otro el deseo: “Qué el dios los acepte”. Y aquellos que no tiene nada que sacrificar, miraban las ollas y rogaban silenciosos: “!Dios, no nos olvides!”. La carne no se ha cocido todavía.

Y discuten: “Al pobre comer hasta hartarse una vez ya es mucha riqueza”. Con la impaciencia esperando la comida, las personas hablaban de lo mismo:

- Y el año pasado, si recordáis, - hacía un calor sofocante. ¡Tan pronto como sirvieron carne, se puso a llover a cántaros!..

¡La nubecilla ha aparecido! ¡Gracias a Dios, es de lluvia!..

Quien sabrá, amenaza la lluvia, y la nube se disipa de nuevo.

- ¡Alá no engañará nuestras esperanzas!

Es hora de quitar las ollas del fuego. Si no está cocida la carne de Dios, nada es peligroso. Es sabrosa de todos modos.

Algunas viejas sacudiendo las cucharas, rocían con el agua alrededo. Los hombres encabezados por el molá Zhashken practican la oración. Todos ellos piden la única cosa: la lluvia. Se oyen súplicas y conjuros islámicos, hechiceros, kazajos.

Se pusieron a comer la carne. Vaciaron las ollas. Por mucho que hubieran pedido, cuanto no hubieran rezado, pero no llovía. El mismo viento caliente, la tierra seca, el cielo gris. La gente se hartó, pero mi corazón estaba triste. Conteniendo el rencor contra el Dios, por temor a expresar su descontento, algunos tratando de animar:

- Aunque las personas tienen prisa, pero el altísimo no se permitirá una prisa excesiva.

Otros se desesperan:

- Alá no presta atención, al parecer decidió matarnos!..

Así terminó el sacrificio. Ni las víctimas al dios ni innumerables oraciones y bendiciones dieron la lluvia. Al separarse de la muchedumbre Mustafa ha dirigido el caballo a su aúl. Al hadhzi harto mucho tiempo le molestaba el eructo; cuando ha pasado al fin, Mustafa ha empezado la canción religiosa.

- Agha, ¿qué pasó con la mente de estas personas? — le ha interrumpido Sarybala. — Temen los inviernos, temen las sequías, temen el hambre. ¿Si trabajaran cómo Suygembay y los rusos, acaso el invierno es terrible?

- No es terrible. Nuestra desgracia es la causa de todo.

- ¿Qué desgracia?

- La pereza. Muchos no quieren trabajar. La pereza es el enemigo más peligroso, pero, por desgracia, a los holgazanes los respetan todavía.

- ¡Yo no los respetaría!

- ¡Ojalá!

A lo lejos, en una de las cañadas de It-zhon, la cordillera de perro, ha aparecido el aúl Kumís-kuduk-kumysnyy el pozo, el lugar de constante veraneo de los géneros de Elibay. En las colinas de It-zhon y en las cañadas crece un arbusto ralo. Las personas, y el ganado beben el agua de los pozos, aquí no hay río ni lago ni manantial. Los niños nacidos aquí no saben nadar.

En la estepa desnuda ahora se ha marchitado y ha amarillecido hasta el polvo. En pocos aúles han quedado ataderos para el ganado. Casi no hay camellos. Los miembros de la familia de Elibay se alimentan solamente con la leche de vaca y parecen peores que su tierra. Si el ternero se escapa casualmente a la yegua y bebe la leche, en la familia se arma un escándalo. Es dura la vida en el aúl, lo sabe Sarybala, pero de todos modos, al ver los lugares conocidos, donde él jugaba a asyki, se ha alegrado y, espoleando al caballo, ha echado al galope y ha gritado:

- ¡Al aúl he llegado, al aúl!

Pequeño, poco envidiable, pero el aúl natal le ha parecido al muchacho el lugar más amable y atractivo en la tierra.

CABALLO BLANCO

El pueblo del que echaba de menos tanto Sarybala, pronto le fastidió. Desde la mañana hasta la noche las personas hacen los quehaceres domésticos. El joven que ha conocido la vida de la ciudad, ha estudiado en la escuela, no podía acostumbrarse al ajetreo del aúl. Y no tiene con quien jugar aquí, no hay nada para entretenerse. La única pasión de Sarybala son carreras de caballos. Si él tuviera un buen caballo, no se apearía. Pero el caballo de carreras verdarero cuesta por lo menos cuatro caballos corrientes. Y Mustafa tiene el único rocín. Si a él añadirle de las cuatro vacas que hay con terneros a las dos, es posible, tal vez, cambiar un caballo bueno. Pero por muy generoso que sea Mustafa, no podía ir a la ruina completa. Una vez hadzhi llamó a Bakay, pobre, pero honesto trabajador de Aubakir, y le pidió:

- Ve a la casa de Mohamed. Di que el muchacho ha llegado de los estudios, está ocioso. Si no le interesamos con algo, él no se detendrá en el aúl. Que Mohamed dé un caballo, al que se pueda montar sin vergüenza. No pido para que sea el caballo de carreras rodado o el garañón gris. Estaré contento si me da el blanco que le han regalado.

Si caer, así caer de un camello alto, dicen. Si pedir, entonces pedir o al gris o al rodado.

- Estos caballos valen mucho. Es bueno, si me da el blanco. Y si no me lo da, me quedaré con la esperanza. Pero quedarme con la esperanza para mí equivale la fractura de la columna vertebral.

Buckay se fue. Mohamed es el hermano menor de Aubakir. Acaba de cumplir veinte años, pero es viril, fuerte, hermoso, sociable y en la conversación puede a veces dejar chiquito al mismo Aubakir. Mustafa respetaba al pariente joven más que al mismo consuegro, y esperaba que Mohamed no denegaría la petición. Tan pronto como Bakay había salido, la mujer dentada de Mustafa, Hadisha, le cardó la lana:

- Miserable, ¡te has vuelto loco! ¿Por qué pides? ¿Qué ya has pagado íntegramente el rescate? ¿Cuántas veces el consuegro te ofrecía negarse a esta hija, esperar otra, más joven? Así enseguida te dirá: “¡Toma, ten el caballo!” ¡Ni soñar! ¡Ojalá le echen a Bakay con deshonra!

- Que refunfuñen, que echen, pero es necesario intentar. Si es el consuegro verdadero, no lamentará un caballo para el yerno. Y si es un consuegro malo, lo lamentará. Ahora me es imposible pagar por completo el rescate. ¿Y para qué necesita Aubakir mi rescate? Le sobra aquel ganado que tiene.

- ¿Dios mío, acaso habrá una novia sin rescate?

- Si no hay nada con qué pagar, entonces habrá.

- ¡Se lo juro, hadzhi, estás loco! ¿Quién tendrá en cuenta tu pobreza?

- ¿Acaso exijo que alguien tenga en cuenta mi pobreza? Sólo digo lo que hay, confieso honestamente y pido claramente.

— ¡Sí, verá la gente tu honestidad!

- Que no miren. La justicia se abrirá camino tarde o temprano.

En el aúl comenzaron a ladrar los perros, a gritar los niños, se oye como de todas partes la gente echó a correr a un lugar. Hadisha entreabrió la puerta. Exclamó: “¡Horror!” — y salió corriendo. Mustafa no se movió.

En el kotan había una persona asombrosa. Sus ojos están extremadamente desorbitados, lleva andrajos, calzoncillos y está descalzo. En las manos tiene un palo grande, en una punta están son clavadas las plumas de pájaros, en la otra, una punta de hierro y los cascabeles. De vez en cuando el palo tintinea, retumba, la persona salta en el mismo sitio y grita unos disparates. Después se le ha atravesado el labio y ha tendido a través de él una aguja. Ha calentado al rojo sobre el fuego las pinzas largas y ha comenzado a lamerlas. Todo el aúl lo mira con sorpresa y arrebatamiento. Han rodeado al brujo, los de atrás empujan a los que están delante. Ha llegado la hora de ordeñar las yeguas, pero se han olvidado de ellas. Los terneros han corrido donde las vacas para beber la leche. Los perros hambrientos al entrar en la yurta, encuentran la carne y la retazan. Llora un bebé en algún sitio de la yurta desierta, pero lo ahogan las exclamaciones frenéticas de la muchedumbre. La persona rara, con voz ronca grita:

- ¡Tomo de la mano, tomo el pulso y predigo el futuro! ¡Puedo adivinar en que pensáis! Expulso del alma al diablo. ¡Repondré de cualquier enfermedad!

Una mujer joven se le acercó al brujo, cubriendo la cara con la punta del pañuelo. Tenía vergüenza de su suegro y de otros mayores. El brujo la agarró rápidamente de la mano y expectante clavó los ojos a su cara.

- Da vueltas la cabeza, — susurró la mujer, — Se me nublan los ojos.

- Lo sé, lo sé, te han encantado. Es necesario separarte para la semana de todos y curar con la oración.

La mujer se quitó del dedo anular una sortija de plata, se la dio al “curandero” y volvió a su lugar. A cada uno le encontró una enfermedad. Uno pide adivinar con las piedras, otro, en el lomo de carnero. Y a todos el brujo adivina, predice, y todos le dejan algo. Quien será: charlatán, curandero, simplemente un pordiosero a quien nadie conoce. Pero él manda a la gente como quiera. El hijo de Zhetpisbek, Tokash, recientemente se ha levantado de la cama después de la enfermedad, pero se ha quedado bizco y con la boca torcida. “Los espíritus por poco han estrangulado al pobre, — ha determinado el brujo. — Es necesario tres días seguidos salpicarlo con el agua, y se le pasará”.

Se le acercó a rastras Abish encorvado. El curandero lo tranquilizó:

- Degolla al carnero negro y que pasen sus pulmones algunas veces por tu cuerpo!¡Te pondrás en pie!

Él sabe todas las enfermedades, medicinas. Los enfermos a cual mejor, casi riñiendo lo invitan a su yurta para curarse. Pero el curandero no acepta, se vende caro. Saltando como loco, lamentándose en voz alta, se dirigió a otro aúl. Las personas no se quedaban atrás mucho tiempo, lo seguían.

Sarybala volvió a la yurta. El padre estaba en el mismo lugar y, mirando hacia abajo, pasaba las cuentas del rosario.

- No ha ido en vano, agha, — notó Sarybala. — Ha sido muy interesante.

El padre levantó la cabeza.

- ¿Qué hay de interesante en esto, querido?

- ¡Tiene los ojos especiales! Cuando mira, como si quemara de parte a parte. Y las palabras son divertidas, no se puede contener la risa. ¿Quién es él, no será un santo?

- Después de Mahoma no existen y no habrá en la tierra otros santos y profetas. Eso todos saben. Pero con todo eso un mendigo infeliz trata de hacerse el santo, y el pueblo infeliz cree a este santo. ¡Él engaña a sí mismo y a la gente!

- Ha lamido algunas veces el hierro caliente. Ha atravesado con aguja el labio y la nariz. ¡Que paciente! ¡Que abnegado!

- Todo esto es engaño, trucos, hechizos.

- Diga lo que diga, también es un oficio.

- Hay oficio y oficios, hijo. El verdadero oficio es como el oro, se da rara vez en las manos....

Sarybala pasó detrás del tabique de mimbre. Allí, en un cubo de madera, había leche agria. No había nada más que comer. La leche le había empalagado, pero había aquí la espuma amarilla que se le hace la boca agua. Pero Sarybala no se atreve a tocarla. “¡La abuela reñirá de nuevo!” — ha pensado Sarybala.

- Si quieres, toma leche, — pronunció el padre.

El hijo vertió la leche en el vaso pequeño de madera, salió de detrás del tabique y empezó a buscar el pan. Para toda la familia quedaba solamente una tortilla. Está en el baúl. El baúl está cerrado, y la llave la tiene su madre. Sarybala tenía tanta hambre que no podía esperar, abrió el cerrojo con un clavo, cogió un trozo de la tortilla y volvió a cerrar el baúl. Cuando él masticaba el pan con la leche, entró la madre con tres pequeños hermanos de Sarybala. Todos los tres lloriqueaban, pidiendo comer.

— ¡Paraos, dónde tomaré el pan! — levantó la voz la madre. — La única tortilla la dejé para los invitados. ¿Si llega alguien, con qué agasajaremos? No hay carnero ni cordero para matar, hasta no hay carne curada. ¡Ni con té podemos agasajar, a qué parece esta familia! Tomad la leche agria. Los niños de Serikbay no ven ni la leche agria en abundancia.

Dos mozuelos callados con el apetito empezaron a beber la leche. El menor, pelirrojo, se acostó boca arriba y, coceando, empezó a llorar a gritos.

- Este cachorro no lo dejará hasta que consiga lo suyo. Dale la tortilla, — ordenó Mustafa.

Cuando la madre empezó a romper un trozo, otros dos chiquitines dejaron la leche y fijaron los ojos en la madre, pestañeando lastimosamente.

- Dales también, no ves que están pidiendo, — los lamentó Mustafa.

- ¡Nada ha quedado de la tortilla! — pronunció con aire descontento Hadisha.

Los trozos con los que la madre ha obsequiado a los niños, era posible poner en la boca y tragar enseguida. Pero los chiquitines mordían la multitud de veces y masticaban despacio, con paladeo, prolongando el placer. No querían enseguida despedirse del pan, no sabe cuándo lo recibirás de nuevo. No en vano la sharia enseña desde hace mucho tiempo: “¡Es posible pisar al Corán, pero el pan, en ningún caso!” Los kazajos siempre carecían del pan, pero no estaban propensos a la agricultura. Hasta Mustafa inteligente y previsor este año ha sembrado sólo un vaso de mijo y un pud de trigo, y no labraba la siembra escasa ni la protegía de los gorriones. Solo el dios sabe que han dejado en el campo los malvados alados. ¿A qué el resto tiene que pensar en el futuro, si el mismo Mustafa que carece de pan, kumís, carne, se porta tan descuidadamente?

El aúl pasa hambre. Si a alguien llega un invitado, se reunirá aquí todo el aúl con la esperanza del agasajo. Si en una familia deguellan al carnero, se extenderán hacia él las manos de cinco familias. Esta costumbre indiscreta proviene evidentemente del hambre. De otro modo no dirían los kazajos: “Comer hasta hartarse ya son muchas riquezas” o: “A quien ha tenido el hambre un día, no le pidas un consejo durante cuarenta días”.

Al hartarse Sarybala con el padre cogieron los libros. En las manos de hadzhi está el libro religioso de Hodzhi Ahmet "Hikmaty” con la tapa negra, con las páginas gastadas. En las manos del hijo, escrita a mano una colección de los versos de Abay, gastada aun más que "Hikmaty". Los libros los tiran a las partes diferentes: el Jodzha Ah — al mundo de ultratumba, Abay — a la existencia terrestre, clara y dura. Leen en voz alta.

- “En Lamakan me enseñaban la justicia”, — pronunciaba lentamente en voz baja Mustafa.

Y Sarybala se pone a cantar en voz baja:

¿Y yo le quería y qué?

¿Qué encontré en su corazón?

¿Cuál es la respuesta? Solo severidad.

¿No es cierto que no le sorprendió

El amor de una muchacha humilde?

Mustafa prestó oído y preguntó:

- ¿Quién ha ofendido a la pobre muchacha?

- Esto escribió un famoso akyn ruso, Pushkin. La muchacha Tatiana se ha enamorado del dzhiguit, Onegin. Abay lo ha traducido al kazajo.

- Los rusos no tienen rescate y las mujeres, dicen, pueden ir a dónde quieran. ¿Por qué llora? ¿Acaso no será libre?

- Mejor que Pushkin probablemente nadie conoce la vida rusa. Si él escribió así, entonces es verdad.

- ¿Resulta que Abay sabía ruso? Oh, dios todopoderoso, que espaciosa has creado la cabeza. Abay tiene unas bromas, hijo, léemelas.

- ¿Qué bromas?

- ¿No las habrás oído? El padre de Abay, ilustre Kunanbay, en la vejez visitó La Meca. Él no sabía la lengua extranjera, se vio en una situación comprometida y se detuvo allí. “¿Por qué no ha llegado mi padre?” — preguntó Abay a los compañeros del padre que habían vuelto. Aquellos respondieron: “Está estudiando ”Baduam”— reglas religiosas”. Abay notó burlonamente: “¿De veras el padre a lo largo de la vida no ha podido estudiar unas cinco páginas de “Baduam”?” Cuando esto llegó a los oídos de Kunanbay, él respondió: “Baduam” incluye sharia, instrucciones, reglas. Cada una de ellas es un río entero, y el río no tiene final, corre y corre. Abay es joven, es evidente que sin mirar, ha saltado estos ríos. Por consiguiente, nada ha asimilado”.

- ¿Qué otras bromas sabe usted de él?

- Una vez Abay bebía el kumís con sus coetáneos y confesó: “Si el pueblo dice la verdad, entonces mi padre entre los kazajos ha superado a todos. Y he superado en muchos aspectos al padre». Kunanbay oyó la fanfarronería del hijo y respondió así: «Si tu hijo te supera considerablemente, solo entonces él alcanzará mi nivel”. Los jóvenes, querido, tienen una opinión alta de sí mismos. Abay es posible que bromeara, pero en el alma, debe ser, pensaba así. Si alguna vez te engríes demasiado, te daré la misma respuesta.

- ¿Quién es entonces superior de ellos, agha, el padre o el hijo?

— ¡Kuneke, sin duda! Él estuvo en La Meca, construyó la mezquita, fue agha-sultán, al pueblo encabezó. Hacía todo para aquel y para este mundo.

- Hiciera lo que hiciera Kunanbay, no se puede compararlo con Abay. ¿Será mentira? Abay es el hijo no sólo de un género, sino de todos los kazajos. Él expuso sus pensamientos en el libro y lo dejó a los descendientes. ¿Y qué ha dejado Kunanbay?

¡Niño malcriado, no mal lo has dicho! — consintió Mustafa y sonrió. Aceptó su derrota en la disputa no sin placer.

En este momento, ampliamente sonriendo, entró Bakay.

- ¿Vendrás con el suerte, mi Bakay?

- ¡No sabe usted cuál! Ni la palabra ha dicho Mohamed, en seguida ha regalado. Sí, dice, no renunciaría y cuando pidieran no el regalado blanco, sino el de carreras rodado.

Todo salieron de la yurta. Sarybala miró y suspiró decepcionado: no le gustó el caballo blanco, demasiado pequeño y feo.

- El vientre está colgado, las orejas colgadas y de altura es un verdadero enano, - le dijo con aire descontento al padre.

Mustafa no respondió, tomó al caballo por el hocico, le miró los dientes, palpó después la ingle, palpó al caballo el hueso temporal, comprobó los tendones de los pies delanteros, intentó levantar la cola. Despacio dio una vuelta alrededor del caballo, examinando con atención, llevó después al hijo a un lado y con una sonrisa comenzó a convencerlo:

- ¡Este caballo es mucho mejor que el de carreras rodado! La parentela de Aubakir entiende del comercio, pero de los caballos no entiende absolutamente. Por eso lo han dado considerando un buen caballo el jamelgo de mala muerte.

- ¿Qué de él le ha gustado a usted?

- La ingle espaciosa, la cabeza seca, el pecho ancho, descarnado, la respiración buena. Los cascos son gruesos, por mucho que corra, no se calentarán nunca. La cola y los tendones son fuertes. Tal caballo no sabe el cansancio. El pecho es bajo, el vientre es recogido, las patas traseras son largas como un camello, entonces el paso en la carrera resulta ancho. Invite quien invite a competir, acepta el desafío sin dudar, pocos caballos lo adelantarán. Los caballos de carreras son diferentes, hijo. Si a tal caballo echas al galope, es el más rápido de otros, si es al paso o al trote, es el más resistente. Es el mejor caballo para un pobre. Llevo mucho tiempo observándolo, por eso y lo he pedido. Ahora es nuestro, ojalá no pase nada.

- ¿Si el caballo tiene tantas calidades buenas, por qué parece malo?

— Tal raza adquiere el tipo después del adiestramiento especial, y la velocidad, en el tiempo de bayga. Ten paciencia, hasta el anta lo adiestraré, entonces verás su proporcionalidad y la rapidez. La fortuna inesperaada le hizo a Hadisha mostrarse generosa. En el fondo del baúl se descubrió un poco de la carne curada y harina. La carne está cociéndose, el pan está en el horno. Bakay está en el lugar de honor.

El olor a la carne curada gira la cabeza no sólo a él, sino también toda a todo el aúl.

DOS LOBOS

El cielo de noche, ha aclarado, una tras otra han empezado a desaparecer las estrellas. En el este ha empezado a apuntar a amanecer, en el oeste todavía seguía de noche. Se han aclarado las colinas de Itzhon, pero el sol todavía no ha salido. El aire de la mañana es silencioso, transparente.

El aúl no se ha despertado del sueño, todos los tundikes están cerrados. Se han despertado solo los pastores. Soñolientes bostezando ruidosamente, unos aparejan los bueyes, otros, los caballos. El cabrón-guión ha llevado la manada al pasto. Se levantan penosamente las vacas, suenan los cascos. Ha salido de la yurta Mustafa con kumgan en las manos. La vecina, bostezando soñolienta, se ha puesto a colocar las bolas de queso sobre la colgada estera de caña.

Y Sarybala sigue durmiendo como un tronco cerca del caballo blanco atado con una cuerda larga. Por las noches Sarybala temía dejar ir al caballo, lo guardaba solo. Al favorito ansiado podían robarlo o ensillar los manaderos y correr a su satisfacción.

A los kazajos, todos sin excepción, les gustan los animales.

Parece que no puede existir un ganado sin kazajo ni un kazajo sin ganado...

Toda la vida vagan inseparados por la estepa libre, hacen una vida nómada. Pero tanto unos como otros tienen enemigos.

A lo lejos se oyeron los gritos. Por lo visto el lobo atacó la manada que acababa de salir al pastadero. Cerca del aúl apareció una loba insolente con mama colgada. Mustafa rápidamente despertó a Sarybala, lo ayudado a montar a caballo y le dio un garrote largo de abedul.

— Si la alcanzas, no golpees directamente sobre la marcha. El garrote se apoyará en ti, y te derribará del caballo. Alcanza al lobo y golpea de costado en el hocico, — aconsejaba apresuradamente él.

Sarybala sin haber llegado a despertarse del sueño, sin silla de montar, como una flecha ha echado a correr tras la loba. El viento contrario saca las lágrimas de los ojos, presiona en el pecho del jinete, lo arroja atrás. El joven acalorado galopa rápidamente tras la fiera sin ninguna sombra del miedo. Mirándolo de lado es posible pensar que ya será muy fuerte, hábil y estará seguro de que allí, dónde esté el valor, allí está la victoria, ya, amenaza el ratón a la gata, desde lejos. Mustafa ha adiestrado bien al caballo blanco. Habiendo sudado un poco, el caballo va más impetuosamente y más vivamente, vuela, agachadas las orejas como una gacela, salta a través de los barrancos-arroyadas en su camino. A cada salto Sarybala como un garrapata se aprieta contra la cabellera. La loba vieja y astuta, por lo visto, habrá comprendido que por la llanura no huirá de la persecución, y se ha dirigido hacia los túmulos, al lado de Zheti-kuduk — Siete pozos. Habiendo subido corriendo a la cima de la colina, se ha vuelto corriendo con todo el cuerpo. El muchacho en seguida se ha acordado de las instrucciones de los cazadores: “Al alcanzar el collado el lobo siempre se vuelve para persuadirse a dónde se dirige la persecución. Es necesario rápidamente cambiar la dirección y, cuando el carnívoro desaparezca de la vista, inmediatamente volver atrás. ¡Lo encontrarás obligatoriamente!”

Sarybala así ha hecho: ha tirado al caballo del ronzal, ha vuelto atrás y, habiendo pasado la cima de la colina, se ha encontrado con la loba. ¡Ha levantado el garrote: fallo! Sin retener al caballo, ha seguido galopando, ha vuelto de nuevo, la ha alcanzado y lo ha levantado una vez más. De nuevo la loba con mamilas colgadas, que se mueven de lado a lado, al ver que no puede dejar atrás al caballo de pies ligeros, ha empezado a usar de astucias: esconderse en los hoyos que el jinete no la alcance desde arriba con el garrote. Sarybala la echa del refugio, pero la loba va rápidamente a otro hoyo. La sangre ovejuna no ha secado en su hocico. Ha sacado la lengua, los ojos tiran las chispas. Aunque huye, pero en el último minuto está lista a agarrarse de muerte. Sarybala se ha destrozado las nalgas hasta la sangre, sus pantalones se han empapado del sudor salado de caballo, pero él no siente el dolor, es absorto por un afán: ¡ingeniar y golpear por el hocico negro! Pero no, no se da el animal diestro.

Al ver una figura humana que se oscurece a lo lejos, Sarybala ha llevado a la loba a aquella parte. Presintiendo lo malo, la loba se ha detenido un instante.

En este momento Sarybala con todas las fuerzas ha asestado un golpe en la mollera negra. Habiendo caído, la loba inmediatamente se ha levantado de un salto. El golpe siguiente la ha derribado de nuevo. El garrote no dejaba de silbar encima de la mollera del animal hasta que no se ha quedado inmóvil. Sarybala, contento del éxito, se ha apeado. La persona que iba al encuentro resultó ser Suygembay, el Mujik.

- ¡Que siempre seas afortunado en la caza, querido! ¡Que tenga éxito tu caballo blanco de pies ligeros!

- Le regalo el lobo, abuelo. Es bueno que le haya encontrado.

- No, no aceptaré el regalo. Es tu primera suerte. Te ayudaré a quitar la piel, me llevaré la cola, tendré una bufanda caliente.

Desollando hábilmente la loba, Suygembay ha dicho:

- Ha caído en la trampa un lobo bípedo.

- ¿Quién? — Se ha puesto en guardia el joven.

— Hamen, un tío tuyo. Orynbek lo ha acechado algunos días. Anoche lo vio y con cinco jinetes echó a perseguir a Hamen. Viendo que no pueden alcanzarlo, empezaron a disparar. Una bala alcanzó el brazo de Hamen, otra bala le dio al caballo, y aquel se derrumbó. La mujer de Hamen llegó a nuestra casa a medianoche, sollozando, se ha soltado los cabellos. En el invernadero, como sabes, excepto Hamen y el herrero Suygembay, no hay nadie: todo están en el pasto. Con el alba he salido de casa para entregar la noticia. Es bueno que te haya encontrado, ahora puedo volver, y tú avisa al pueblo.

- ¿Y Hamen está vivo?

— Lo han llevado de aquí vivo. Si no se desangra durante el camino, por la herida no morirá.

- ¿Por qué usted va a pie? ¿Acaso no le habrán devuelto el caballo, que entonces se habían llevado?

- Si me lo hubiera devuelto, no iría a pie.

- ¿Y por qué no exige que le devuelvan el caballo?

- Con Orynbek se puede ajustar las cuentas solamente en el otro mundo ante el dios. Él hasta a Hamen lo ha capturado a quien nadie ha podido coger. Ahora se enfurecerá definitivamente.

- Por mucho que se enfurezca, no superará a Aubakir. Dicen que Aubakir lo ha liberado de la cárcel de Kolchak y ha hecho policía. ¿Por qué no se dirija a Aubakir?

- ¿Para que? ¿Acaso él no sabe de los excesos de Orynbek? Sabe. Si quisiera, devolvería el caballo sin que se lo pidan. Y si no quiere, no lo devolverá y cuando pida.

Habiendo desollado a la loba, Suygembay cortó la cola, y la piel la echó encima del caballo en vez de la silla de montar y le ayudó a Sarybala a montar. Al despedirse el anciano emprendió el camino de vuelta. Fornido, severo, con un palo en la mano, iba solitario por el camino. La vejez, ausencia de hijos, soledad lo afligen, deprimen, pero los pasos del anciano son firmes. Sarybala no sabía cómo llamar el carácter original, extraño de Suygembay: bueno o malo. En silencio habiéndolo acompañado con su mirada, el joven ha musitado: “Una persona muy interesante”, — ha arreado al caballo. Solamente ahora ha sentido el dolor en las nalgas. La piel es suave, pero estar recto es imposible de todos modos, por el dolor se contonea de una cadera a otra. Agarrando a las riendas, Sarybala iba despacio, se ha cansado y tenía mucha sed. Pero, a pesar del cansancio, continuaba pensando en Suygembay. “No logro comprender al anciano misterioso”, — ha pronunciado Sarybala y se ha acordado de Hamen. De estatura mediana, encorvado, flaco, con los ojos hundidos, con la cara negra, siempre hosco y temible, Hamen nunca se reía a carcajadas y siempre miraba hacia abajo. Todo el año vivía en una yurta solitaria, y, cuando se iba a la irrupción, la mujer se quedaba completamente sola. ¿Cómo no temerá, no se aburrirá? De día y de noche corre Hamen por la estepa. ¿Y cómo él no se cansará, cómo no le importunará la vida de perros? ¿Toda la vida se dedica al robo y qué ha conseguido? No ha podido poner la yurta blanca para él. La única riqueza de Hamen es que tiene la carne en abundancia. Excepto la carne no tiene otro objetivo. ¿En qué es mejor que el lobo?

Hamen es su primo segundo, y es primo de Mekesh famoso. Hamen no es un dzhiguit débil, una vez en la riña le rompió la cabeza al mismo Mekesh, peo Orynbek lo ha cogido fácilmente. Sarybala se siente ofendido, pero no comprende, ¿por qué esto le ofende y por qué él está tan ultrajado? ¡Ya que es una vergüenza, vergüenza obrar así! Los vínculos de parentesco le avivan la ira por Hamen, pero su robo como si enfriara al joven. Sea como sea, la opinión de Sarybala de que Orynbek es canalla y rufián no ha cambiado.

Inesperadamente el caballo ha aguzado los oídos. Han aparecido unos diez jinetes que iban a la ligera. Dos tienen rifles a las espaldas, se ven sables, y en el pecho de uno de ellos brilla la placa de latón de tamaño de la palma. Al acercarse rápidamente, lo han rodeado al joven.

- Assalaumalykum, — los ha saludado Sarybala.

- Aliksalam. ¿Cuyo hijo eres?

- De Mustafa-hadzhi.

- ¿Dónde has encontrado la piel de lobo?

- Lo he matado.

- ¿Tú mismo has matado?

- Yo solo.

- Probablemente que tú solo, tienes los ojos grises, — ha dicho el de la placa, corpulento, con barba rala, y le ha dado la vuelta a Sarybala examinando al joven y el caballo. — Mustafa no tenía uno de pies ligeros. ¿Donde lo ha conseguido?

- Aubakir regaló.

- A-а, ¿Serás el yerno de Aubakir? — ha pronunciado el cartero Shogel, conocido por todos. Acaba de reconocer a Sarybala, aunque el joven lo ha reconocido en seguida.

Entre los jinetes está el jefe de vólost, Muhtar gangoso, vestido mejor que otros. Tiene los ojos sin vida, nada expresan, como los de un muerto. Su cara es ancha. El pueblo le ha apodado el jefe maligno. El muchacho sabe muy bien el carácter de Muhtar y lo mira como un gatito que por primera vez ha visto al perro, Muhtar también ha levantado los ojos y sus miradas se han cruzado. El jefe de vólost ha sido primero en apartar su mirada torpe. Las miradas fijas, inquisitivas parecían decir en ese momento muchas cosas.

El bisabuelo de Muhtar de vólost, el famoso Igilik, tenía doce mil caballos. Igilik era el hijo de Tati, Tati tenía el hijo Mustafa, y Mustafa, el hijo Muhtar. Ni uno de los descendientes de Igilik dejaba caer de las manos el puesto del jefe de vólost. Solamente en los tiempos de Mustafa una vez usurpó el poder el joven Ahmet, pero a poco tiempo murió, y todo siguió como antes. Aquel Ahmet era el hijo mayor de Kadyr, el hermano carnal del padre de Sarybala, Mustafa. El padre de Kadyr, Matay, algún tiempo vivió con Igilik y tenía doce mil ovejas. En el género de Murat había cuatro grandes poderosos: Igilik, Matay, Akpan, Oryybay: los amos de todo el género. Pero con los años solamente Igilik conservó las manadas y los rebaños, y la riqueza de otros iba disminuyendo. El ganado se murió, y con el ganado se fue la felicidad. Pero los privilegios patrimoniales, envidia y el respeto, todo esto se quedó y se transmitía a los herederos. Las miradas cruzadas del muchacho y del jefe de vólost expresaban las relaciones remotas de los antepasados.

- “Este pelirrojo aprende de Mahambetshe Bilal, y de Mustafa. Mañana lucharán conmigo...” — pensaba Muhtar.

- “Sí, ten miedo de nosotros”, —como si advirtiera la mirada de Sarybala.

De los que Muhtar tiene miedo, trata de quitarlos de en medio, destruirlos en cualquier forma. Si el de vólost no es capaz de hacerlo enseguida, él comienza con hipocresía a “ser amigo” del rival, y mientras tanto no olvida de cavar el hoyo para su víctima.

Después del derrocamiento del zar, cuando en los municipios se cambiaba el poder casi cada día y el pueblo no sabía a quién creer, a quién escuchar, a quién seguir, comenzó en la estepa gran confusión. Los géneros que se unieron en los tiempos de Igilik, Tati y Mustafa en un vólost, se han dividido en algunos vólost. Si no tener con fuerza en las manos los restos del poder anterior, el pueblo definitivamente se dispersará. Por ejemplo este jovencito. Él ya imagina algo de él, levanta la cresta el descendiente de Matay, el vástago de un género pobre que se marchita, que se extingue. ¿Y si exprimirlo como un furúnculo?

Muhtar no ha demostrado su odio y ha empezado a hablar con una sonrisa amistosa:

— Niño, envía saludos al padre y al respetado Mahambetshe.

No podemos visitarlos: tenemos prisa, veo, has crecido y ya puedes hacerte el amo de una pequeña yurta. ¿Cuándo vas a casarte? ¿Invitarás a la boda? — ha acabado burlonamente.

Sarybala ha callado sin demostrar tampoco si le ha gustado o no le ha gustado la conversación amistosa del jefe de vólost. Muhtar no los visita donde ellos en el ául no porque tenga prisa por los asuntos importantes, sino porque nada recibirá en el aúl pobre de Elibay. Allá, donde no hay carne, kumís y el soborno, él no dirigirá nunca el caballo. Aubakir no está a sus alcances, es muy astuto. Muhtar experimentado aspira hacia allá, dónde se puede sacar provecho, dónde es posible enriquecerse. Excepto los kazajos lo acompañan dos rusos armados de la policía de Kolchak. Antes iba con un suboficial, y la gente temblaba ante él. Ahora ha salido con la policía. Para Muhtar dirigir con firmeza el pueblo significa ante todo asustarlo. Por la crueldad lo han apodado el jefe maligno. En el aúl la decisión de los aksakales es superior que el poder, las costumbres están por encima de las leyes. Pero el más fuerte de todo: del poder, de los aksakales, de la ley, y de las costumbres es el jefe de vólost.

Sarybala ve cómo este todopoderoso adula halagador al policía. El hombre de Kolchak no para de bostezar, por lo visto, se ha cansado del viaje. El jefe del vólost lo complace:

— ¿Señor oficial, tiene hambre, no? Ahora, — trata de hacer un servicio el del vólost. — ¡A comer el carnero, a tomar champán! — Y al dar latigazo al caballo, se ha lanzado al galope. Sus palabras le han provocado la risa a Sarybala.

Detrás del jefe del vólost y sus compañeros ha estirado una cola larga de polvo. El casqueteo se oye desde muy lejos. Se han dirigido hacia los aúles de Kara-murat. ¡Pobre, manso Kara-murat! ¡Cuántas ovejas matarás, cuántos caballos les darás! Ojalá no se lleven a los mejores y bien nutridos. Pero el Maligno no se tranquilizará hasta que no consiga lo suyo.

Dos manaderos detrás llevaban la presa del jefe del vólost: caballos, vacas, camellos — en total son más de sesenta. Uno de los arrieros tiene en la mano un águila real de caza y conduce a un galgo de frente blanca con la correa de plata.

Cerca del pozo Kara-kuduk estaba una manada de ovejas. Los arrieros se han dirigido hacia allá.

Sarybala ha llegado al pozo antes, superando el dolor, se ha apeado del caballo y ha empezado a beber. El pastor era Samet, el amigo de la infancia de Sarybala. Samet empezó a golpear con el látigo la piel de lobo echada encima del caballo, diciendo: “!Toma! ¡Toma! Has estrangulado a la oveja roja, has comido la grasa del rabo al carnero negro... ¿Cinco ovejas has matado, acaso una no te habría bastado? ¡¿Qué malo te he hecho?!”

- No golpees, estropearás la lana, — ha advertido Sarybala apartando los labios del agua.

Samet se ha calmado. Ha llenado un vaso de madera hasta los bordes con la leche ovejuna, rápidamente ha llegado a obtener chispas del eslabón y ha empezado a hacer la hoguera. Cuando el fuego se ha encendido, ha echado en él algunas piedras... Sarybala seguía perplejo las acciones del pastor.

- ¿Para qué has tirado las piedras al fuego?

- Con las piedras hierve la leche, ¿acaso no lo sabes? Las encandeceré, pondré en el vaso, y en seguida comenzará a hervir. Entonces beberemos contigo. El manadero le agasaja al invitado con carne o kumís sabroso, y el pastor, de esta manera.

- El manadero tiene una tienda, vajilla buena, monta a caballo, si quiere, matará al lobo, puede degollar un potro.

- Sí, son más ricos. Yo en vez del carro tengo un buey pardo, en vez de la vajilla, un odre, vaso de madera, y en vez de la carne grasa, leche. No me asustará no sólo el lobo, sino también el piojo, puede despreciar no sólo la mujer, sino también el mendigo. ¿Habrá en el mundo una creación de Dios peor que el pastor? De amanecer a amanecer te arrastras detrás de las ovejas, en verano te tostas al sol. En la lluvia te calas hasta los huesos y tiritas de frío en la helada invernal. En todo el año no tienes ni un día tranquilo. Cuando se pierde una oveja, recibes también con la fusta en la espalda. Acaso vigilarás todas, roban. Y los lobos atacan, se las llevan. Te has librado de las varas del molá, y yo parece que no me escaparé nunca de las uñas feroces del amo. ¿Recuerdas por cinco asykis te di el consejo? ¡Aquí está la esperanza antigua, sigue en la espalda! — ha dicho Samet y con el mango del látigo de cuero ha golpeado la piel de perro secada debajo de la camisa.

Desde la infancia se ha puesto Samet el pedazo de la piel de perro para protegerse de las varas cotidianas del molá. Y hasta ahora no se la ha quitado. Y ya que ha pasado mucho tiempo desde entonces. Samet ya tiene veinte años, y Sarybala, dieciséis. Samet se fue a los pastores, y Sarybala a estudiar.

Mucho tiempo recordaban el pasado...

Iba haciendo más calor. Las ovejas se han agolpado, respiran penosamente, buscan las sombras, tranquilidad. El bochorno se enardece, alrededor no hay viento. El humo de la hoguera se eleva despacio arriba.

La conversación de los amigos interrumpieron los arrieros del jefe de vólost. Llevaron el ganado al agua, apartando a las ovejas de Samet. El anciano con la barba puntiaguda y con el águila real en la mano gritó:

- ¡Oye, pastor! ¡Hierve la leche para que sea suficiente para nosotros!

Samet se ha encrespado:

- ¿Y tú quién eres, qué te debo?

- Servimos al jefe de vólost, llevamos el ganado de estado.

¿Y el águila real y el galgo son de propiedad estatal también?

- ¡Que ágil eres, todo quieres saber!

- Oculta no oculta, se ve muy bien. El jefe del vólost se apropiará de una buena parte del ganado.

- Que sea según tú. ¿Si no apropiarse del bien ajeno, qué gobernador será? Nuestro Maligno roba al descubierto, no tiene vergüenza. Todo lo vemos, pero no decimos todo.

- Así lo habrías dicho enseguida.

El arriero con la barba de chivo ha llamado a Samet, en voz baja le ha pedido algo y quería meterle algo en la mano. Samet no lo ha aceptado y al dar de codo, ha vuelto donde Sarybala.

Habiendo dado de beber al ganado, el anciano con barba lo ha arreado por su camino.

Samet ha comenzado a blasfemar.

- ¡Tiene la barba como la cola de la cabra! Ves, Sarybala, no sólo el mismo jefe del vólost roba, sino también su lacayo, el lobo. ¡Róbame: me dice un carnero!.. Y me da una moneda de cobre. Te has encontrado el burro de carga.

- ¡Que personas tan asombrosas! Roban, toman los sobornos, se burlan... ¡Ven que el pueblo no lo aprueba, pero siguen sus asuntos repugnantes! ¡¿Cómo no robar a los lameplatos, si los jefes les dan el mal ejemplo?!

- Todos están de acuerdo: ricos, los jefes de vólost, capataces de los aúles, aparejadoes. No puedes decirles ni una palabra, solamente hace falta mostrar el dinero.

- Suygembay tiene razón cuando dice que tales kazajos nunca entrarán en el paraíso. No esperes de ellos el bien en los días de paz, si el año de la llamada desollaban a la gente.

- Aquel año negro al caballo blanco de pies ligeros, que montas ahora, le regaló a Mohamed, Baikonur-hadzhi. Esto no fue un regalo, sino el verdadero soborno. ¿Por qué no se lo ha regalado antes?

Samet ha puesto en el vaso algunas piedras encandecidas. La leche blanca se ha levantado, ha comenzado a hervir, se ha hecho de color pardo oscuro. El vaso improvidaso está hecho rudamente, su borde es gordo, no se puede meterlo en la boca. En las paredes se ha fosilizado la capa mucosa, no se puede quitarla raspando. Sarybala con hambre habiendo olvidado de la aprensión, se ha puesto a beber la leche espesa con tanta avidez, como si no hubiera comido una semana.

- ¡Qué sabrosa es! — se admiraba él.

Al beber la leche hasta hartarse y sin haber vaciado el vaso, Samet se ha acostado de costado y ha comenzado a tocar la flauta. La melodía le ha conmovido a Sarybala y casi le ha hecho llorar. Se ha asombrado: ¡de una caña ordinaria el pastor corriente con los labios cortados por el sol saca unos sonidos tan milagrosos!

- ¡Dios mío, Samet, para que escondes tu talento! — ha exclamado Sarybala. — No eres pastor, sino un adorno de toy.

- ¡No alcanzo al toy! Por el aburrimiento en la estepa silenciosa me distraigo con la flauta.

- ¿De dónde conoces a Abay? Has tocado ahora sobre Tatiana.

- No conozco a nadie. Oí a Ahmet tocar y memoricé.

- Toca más.

- Samet interpretó “Sary-Arka” de Narmambet. Pero tampoco sabía el título ni el nombre de la persona que creó la melodía. Escuchando los sonidos de la flauta, Sarybala hablaba excitadamente:

- Tú estas aburrido en la estepa, y yo en el pueblo. Si no tuvieras la flauta, y yo el caballo, por el aburrimiento se puede morir. El aúl me parece un cementerio o un redil vacío, desierto. En pocos aúles hay ahora yeguas en los ataderos, y a los garañones alunados los cogen con un lazo, y a los caballos no domados hacen ir con la silla, beben el kumís, cantan las canciones, organizan las competiciones de los luchadores. Allí hay muchos otros entretenimientos: juego de damas, los juegos por la tarde, y la movida de los jóvenes. Solamente oímos sobre esto. No tenemos ni un túmulo hermoso que sea posible escalar, animarse. No hay ni un lago, ni un río para bañarse y lavarse de la suciedad. En todo Saryarke infinito el dios no nos ha dado buenos lugares para la vida nómada. Pero por alguna razón todos amamos la estepa azul, natal, ilimitada, amamos los aúles pobres llenados de hollín. Al sentir morriña, llegamos aquí. La melancolía acaba de pasar, y ya nos preparamos para huir. ¡¿Por qué, por qué vivimos así?! Sin hablar sobre las desgracias pequeñas, las acciones de bandoleros de Orynbek, Hamen, y del jefe del vólost, Muhtar, hunden al pueblo en la desesperación.

Habitualmente poco locuaz Sarybala esta vez ha contado todo lo que le había acumulado en el alma.

Ayudándolo a montar a caballo Samet ha bromeado:

- ¡Con mucho gusto he hablado contigo, sobrino malo!

- Si tú, mi tío de madre, sales del género empobrecido de Saliy, ¿a quién debería parecerme? — ha respondido bromeando Sarybala.

Durante el camino él se ha puesto a soñar... Ha imaginado baiga. El caballo blanco debajo de él primero en las carreras... Aquí Sarybala se ha hecho rico, ha llegado a ser un jefe de vólost justo. Después se ha hecho un orador apasionado, después el forzudo, el luchador. Su sueño revoloteaba como un pájaro de una rama de la vida a otra. Pero ha aparecido el aúl lúgubre, y se han disipado de los sueños del joven.

El padre inquieto llevaba mucho tiempo esperando al hijo. Al ver la presa le ha sonreído complacido y lo ha ayudado a bajar del caballo. - En la yurta se ha reunido todo el pueblo, ha llegado hasta Mahambetshe mismo. “¿Cómo lo has matado?” — se oye de todas partes. Unos alaban al cazador joven, otros el caballo de carreras de pies ligeros.

Inesperadamente se ha oído un tiro de fusil, han puesto a ladrar desesperadamente los perros, se oyen las voces humanas. Todos han salido corriendo de la yurta y han visto a una decena de los soldados rusos. Los encabezaba un kazajo con el sable a través del hombro, con el gorro de zorro.

- ¡Soy Almen Aynabekov! — gritaba él y su caballo bailaba por el kotan.

A Almen lo conocían todos. Con su crueldad inhumana superaba a los soldados-castigadores. Todo el distrito Karkaralinsky gemía de sus incursiones bandidescas. Recientemente ha atacado el aúl de Amanbek del género de Sarym y ha matado casi a todos los habitantes. Los kazajos del distrito vecino Akmolinsky lo tenían más miedo que el diablo a la cruz. Ahora el bandido Aynabekov ha aparecido aquí.

Y es ahora mismo ante los ojos de todo el pueblo, a Aubakir, el hijo de Tyrlybek, en plena luz del día le robaba una manada de los caballos. El mismo Aubakir no está en casa, su mujer con los niños han echado a correr tras los caballos. Almen con unos tiros del rifle la ha hecho regresar. La pobre mujer gritaba:

- ¡¿Por qué?! ¿Qué hemos hecho? ¡Nos han hecho mendigos!

- ¡Calla! — gritaba Aynabekov. — El hermano de tu marido, Hamen, todo el tiempo robaba el ganado a nuestro género. ¡Le he pagado!

Nadie ha podido defender a la pobre mujer. Hasta los perros temiendo los tiros han dejado de ladrar. Sollozando, rodeada de cuatro niños pequeños, la mujer en la desesperación gritaba:

- ¡¿Si vengas a Hamen, qué tenemos que ver nosotros aquí?! ¡Maldito seas, así mueras como un perro! ¡Así mendigue toda tu familia! ¡Oh, Alá, si existes, castiga al malvado! A estos los llaman “blancos”? ¿Qué blancos son? ¡Son asesinos, bandidos, chupan la sangre!..

Almen junto con los soldados se llevaba a galope la manada. El aúl se ha reunido en la yurta de Aubakir para expresar compasión. Sarybala no ha ido, estaba apoyado en la yurta afuera. Almen, Orynbek, Muhtar, Hamen son personas diferentes, pero todos son iguales de bandoleros y asesinos...

Falleció el noble bay Nurlan. Pasado un año a la comida de exequias lujosa invitaron a los kazajos nobles de los distritos Akmolinsky, Karakaralinsky, de Pavlodar. Unos doscientos mejores caballos participaron en las carreras. Primero en llegar fue el caballo rodado de Batyrash.

Falleció el famoso Turlybay. La parentela pobre no pudo organizar la comida de exequias; además, hasta no podían construir como se debe la tumba. Pero el mismo Turlybay elevó el monumento a sí mismo, pues en el pueblo mucho tiempo se acordaban de él con una exclamación:”¡ Turlybay fue el verdadero dzhiguit!¡Fuego!”

Murió el conocido cuatrero Mekesh. En el pueblo nada decían de él, y pocas personas le han deseado una buena vida de ultratumba.

- A Hamen lo han exilado al fin del mundo...

- A Saken Seyfullin lo han enviado a Siberia esposado.

- A Nurmak Baysalykov le han condenado a veinticinco azotazos...

- En la estepa ha aperecido un grupo numeroso de los blancos. Se llevan el ganado de los aúles, los productos y todo lo que es necesario para la guerra. Arrestan y fusilan a todos que apoyan a los rojos.

- ¿Y dónde están los rojos?..

- ¿Qué piensa alash-horda?..

Eso es de lo que se hablaba en los aúles en aquél verano.

Llegó al aúl de la ciudad Aubakir. En seguida lo rodearon los aficionados a escuchar las novedades, comer carne y beber kumís. Aubakir es una persona de negocios, no le gusta charlar, escucha y habla de paso. En seguida, tan pronto como llegó, envió a unos peones a segar el heno, y a otros les ordenó marcar sus manadas. Después de la feria grande Koyandnnsky ha aumentado considerablemente la cantidad de su ganado. Probablemente Aubakir sabe el número total de las cabezas, pero a nadie se lo dice. Él ordenó poner la marca grande “A. C.”, en la pierna izquierda delantera de cada caballo y una pequeña marca “A. C.” en un cuerno de la vaca o el toro. Fuera del aúl han hecho la hoguera y han arreado a la hoguera el ganado de todas partes. A los animales semisalvajes sin hacer caso del bramido y el mugido, a fuerza llevaban hacia el fuego y quemaban la marca. Las vacas resultaron peores que los caballos alunados, mugen locamente, topan, están listas a destrozar a la persona con cuernos. Por todas partes se nota la vivificación, la gente se alegra no menos que en la boda de una muchacha pobre. Ruido y algarabía. Unos ponen marcas a los caballos, otros, a los toros. Los ladrones no tocan el ganado con la marca de Aubakir, por eso cada pobre trata de quemar su marca y en su jaco. Sin embargo Aubakir no se lo permite a todos, sino a los elegidos. Se oyen de vez en cuando las exclamaciones de alegría: “¡Me ha permitido!” A los dzhiguits les gusta domar los animales no domesticados, mostrar su gallardía, fuerza y la habilidad.

Lo hacen sin pago, gratis sin hacer caso de un fuerte calor sofocante. Poner marcas para el kazajo es una fiesta, les gusta atarearse con el ganado.

El papanatas Shukesh, divirtiéndose, no ha notado cómo cerca de él ha aparecido un toro encolerizado. El coloso pardo lo ha levantado a Shukesh con los cuernos y lo ha arrojado a un lado. El animal enfurecido lo aplastaría, pero Shukesh se ha dado cuenta: se ha estirado en la tierra y ha quedado inmóvil. A la persona que está sin movimiento, no cornea ni el toro ni el carnero enfadado. En ayuda de Shukesh han echado de correr de todas partes, y Aubakir estaba a punto de caer de la risa. Con Shukesh son coetáneos, pueden reírse uno del otro cuanto les dé la gana.

— ¿Si a una persona inútil la llamas Mohama, si va a ser un profeta? — ha dicho alegremente Aubakir.

El nombre real de Shukesh es Shaymuhammed, pero así nadie lo llamaba, excepto su padre muerto. Por mucho que implanten en la estepa los nombres árabes, las costumbres, el idioma árabe, los kazajos todos lo rehacían a su manera. Poca gente creía en el chamanismo, no todos seguían el islam. Esto dicen el aspecto, la ropa de los jinetes que están marcando los animales ahora. Uno en vez de malajay lleva gorro y una camisa de cuello alto, otro se ha enfundado los zapatos en vez de las botas, el tercero no se mete nasibay, sino fuma el tabaco. Cerca de Isoy-hadzhi arrogante y de barba negra a un lado está el dzhiguit con bigote frondoso y está arreglando la bicicleta, y al otro, un molá solitario. Antes el molá enseñaba el Corán y la sharia, y ahora se ha quedado sin alumnos: los niños se han ido a estudiar en el ruso.

Son muchas tales novedades que imperiosamente entran en la vida esteparia, en las costumbres. Estas innovaciones hace mucho han caducado en el este, y en el oeste, donde los rusos, pero aquí acaban de aparecer. El kazajo parece a veces un niño, en montón se tiende los brazos, coge todo lo que vea.

Las personas alegres, astutas, traviesas han rodeado ahora a Aubakir. Ayudaban, en el descanso servilmente trataban de levantar el humor de mirza, contaban o mostraban algo ridículo. Cojeando se ha acercado aquí y el akyn viejo Doskey, con una pequeña barba negra, con dombra al cuello.

Antes él cantaba:

Ha decantado antes de mí el Akyn respetado,

Shozhe, a seis hijos de Matay

(Entre ellos Kadyr es el más fuerte).

Y el lugar de Kadyr después lo ocupó Mahambetshe.

Y hoy Doskey, saludando, ha tendido primero las manos no al mayor por la edad Mahambetshe, sino a Aubakir, menor.

Hace unos años Aubakir que estaba empezando a enriquecerse aceptó en el aúl a famoso bay Azyn y al comisario de policía. Entonces Doskey cantaba:

Diecisiete mil caballos

Human tenía,

Pero el sart negro, el último de los vagabundos,

Se burló del hogar santo.

Doskey cantó de otra manera:

¿Estás bien, si estás sano, Lubakirzhan?

El padre nos enseñaba la generosidad a los dos.

Si estás contento con todo, gigante.

Alá te ha dado un destino brillante.

Al ver a Bibeke, todos se han levantado saltando y han empezado a tender las manos a la bruja vieja. Y Doskey se ha puesto a cantar:

¿Y bien, quién se puede comprar con Bibeke?

Es hermosa en la felicidad y en la melancolía.

Cuando la miro a la cara con la esperanza,

Pensando en el río caudaloso

Y que sea solo un sorbo...

Bibeke le ha dicho en voz alta:

- ¡La tarabilla! ¡Ha adquirido la costumbre de frecuentarnos! — le ha mostrado al akyn la peineta y se ha acercado a Aubakir. — La comida está preparada. ¿Pero acaso darás de comer a toda esta jauría? Invita menos...

- Llego aquí rara vez, ¿para qué voy a tacañear? — no ha consentido Aubakir.

- Está bien, puedes dar de comer a todos los miembros de la familia de Elibay. No basta para ellos todo lo nuestro que han comido. Excepto Mustafa, todos roban. El mismo Mahambetshe también es ladrón. ¿Si no robaba, de dónde ha cogido esa oveja? Dios es testigo, es nuestra oveja, nuestra oveja...

Aunque ha dicho Bibeke “está bien”, pero mientras iba hacia la casa, todo el tiempo refunfuñaba sin parar. Aubakir ha mirado a la estepa, a sus manadas. Solamente el amo sabe cuántas ovejas tiene, y la gente lo determina de formas diferentes: unos dicen que hay diez, otros, quince, terceros, dieciocho mil cabezas. A Aubakir le gustaban más los caballos, pero en esta feria las ovejas eran muy baratas, y él no pudo contenerse, las compró. Por las noches las manadas numerosas hacían entrar en todas seis aldeas de Elibay. Cada kotan lo vigilaban dos jinetes desde la noche hasta mañana, sin quitarse los ojos de encima, pero con todo eso cada día Bibeke a regañadientes afirmaba que las ovejas las roban. Según su opinión, confiar tantas ovejas al género pobre de Elibay, da lo mismo que soltar al lobo en la manada. A Aubakir le molestaba otra cosa. Se echaba encima el invierno, no había forraje . Aubakir ha invitado del Kzyl-Zhar a un bay le ha vendido todas las ovejas hasta la ultima.

Ahora él miraba alejándose la nube de las ovejas hacia el norte y pensaba en el dinero. Pensaba con inquietud. El dinero no tenía ahora la fuerza debida, porque el gobierno se cambia a menudo. ¿Pero cómo sin dinero conservarás la riqueza? Esta gentecilla que ha llegado a ayudar, lo alaba, obsequia, con envidia exclama que Aubakir no tiene con que soñar, que no hay en el mundo una persona más rica y más feliz que él. Y a Aubakir una pena le roe el alma, le apetece irse lo más lejos posible de la gente. Pero la soledad tampoco lo librará de las dudas, reflexiones, tormentos. A Aubakir le importaban poco las acciones de Kolchak y el gobierno de la alash-horda. Pero ahora el dinero lo ha hecho meditar a propósito del poder más seriamente. El dinero escondido en el baúl es el capital muerto, y el dinero en circulación parece el manantial caudaloso: traen y traen el beneficio. El gobierno fuerte hace el dinero más caro; el gobierno precario lo deprecia. Aubakir no ponía muchas esperanzas en la fuerza de Kolchak o de alash-horda, creía más en su riqueza, no le fallaba nunca. Pero el dinero puede convertirse en un trozo de papel insignificante, si al poder llegan los rojos.

Aubakir ha suspirado penosamente. Después de la caída del zar el bay ha perdido la seguridad en sí mismo, la alternancia en el poder le ha asustado. Ahora se calenatba la cabeza cómo conservar la riqueza con cualquier gobierno que no lo arruinen ni los enemigos ni la escasez de forraje.

Se ha oído el relincho agudo del caballo impotente. Aubakir ha visto a un dzhiguit pellirojo, alto, de ojos grises, ha cogido con destreza al argamak rodado y agarrándose con fuerza de las orejas, no le dejaba moverse.

Otro dzhiguit ha aplicado rápidamente la marca encandecida a la pierna delantera del caballo. A Aubakir lo han gustado las acciones valientes del rojizo largo. Él lo ha llamado y ha prometido con voz alta:

Te pagaré por la diligencia lo mismo que a Zhakyp y Zhamal. ¿Cuyo hijo eres, del Ojo de cuero? Nadie lo creerá.

Zhakyp y Zhamal son los mejores trabajadores de Aubakir. Uno era acarreador en ochenta carros de Aubakir. Otro dirigía a los peones en la siega, en la cosecha del trigo. Zhakyp y Zhamal eran los primeros ayudantes, y en los asuntos de la hacienda les fiaba más que al hermano carnal, Muhay.

Al dzhiguit hábil le ha alegrado la alabanza y la promesa del bay. Se ha sonreído. A él nunca lo han llamado por el nombre, solo llamaban con menosprecio: “Oye, el hijo del Ojo de cuero!” Pero desde ese momento el nombre de dzhiguit empezaron a pronunciarlo con respeto: Irismagambet. El padre viejo del dzhiguit, con la venda de cuero sobre un ojo, con barba rala, en seguida se ha reanimado y no sin orgullo se ha agitado en el lugar. Con una palabra puede hacer a la persona entrar en calor. De las palabras la persona puede engordar y adelgazar. El dzhiguit después de las palabras del bay se ha embellecido, los ojos brillan y parece un perro pastor que espera la orden del amo: “¡Cógelo!” para atacar a la víctima.

De la yurta de Aubakir ha salido el forzudo Zhusunbek con un jarro en las manos. Él ha hecho la ablución y ha leído solo la oración. El día era caluroso, pero el forzudo se ha puesto kuni, una especie de cazadora, a la cabeza, un timak viejo, se ha calzado las botas rotas. Los cordoncitos de su camisa no estaban abotonados a en su pecho abierto se ve el vello espeso. Los movimientos de Zheupbek son flojos, tiene resaca, camina perezosamente, bosteza con la boca abierta. Quien no sabe, no dirá por el aspecto que ante él está el luchador conocido que varias veces ganaba los premios grandes en muchas comidas de exequias. Él es de estatura media, es magro, con músculos muy desarrollados, pero por su carácter es indefenso, despreocupado. Hoy por la mañana él se ha emborrachado con el kumís en la yurta de bay, y se ha dormido en el mismo lugar. Acaba de despertarse, ha rezado y se ha dirigido hacia Aubakir:

- ¡Oye, Aubakir! — ha gritado el forzudo, acercándose y peinando su barba rala. — El ganado lo tienes como afición, pero tu alma no es sólo para el ganado. En absoluto no sabes descansar.

Aubakir no ha respondido, mirando a su alrededor. Cerca de la hoguera había un pozo profundo. El bay le ha guiñado el ojo a Irismagambet y en voz baja le ha dicho: “Abrázalo por detrás y arroja al pozo”. Aquel en seguida se ha acercado corriendo y le ha agarrado al luchador por detrás. Zhusupbek somñoliento con un movimiento instantáneo lo ha arrojado a través de sí. Irismagambet ha caído en la cabeza, se ha vuelto y se ha extendido levantando una nubecilla del polvo.

Se han oído las exclamaciones admiradas:

¡Ba-ba! ¡La fuerza no ha fallado a la edad!

Zhusupbek se ha ofendido:

¡Tonto! Aubakir es mi coetáneo, puede bromear. ¡Pero tú no eres mi coetáneo, mocoso! ¡Te han azuzado, y te arrementes con un cachorro!

Irismangabet, pidiendo perdón, ha tendido las manos a Zhusubek y ha caído a sus pies. Aubakir ha llevado a los respetados a la comida en su casa...

Cuando ponían marcas al ganado Sarybala triste estaba en la sombra de la yurta y escuchaba la conversación de Mustafa con Hadisha. El padre acababa de ver a Aubakir y había vuelto ofendido.

A Sarybala le apetece mucho estar entre la muchedumbre, en el mismo lugar donde su suegro, pero no es posible.

Los jóvenes en el aúl crecen temprano. Algunas veces tiene la leche en los labios, pero se ha enterado de todas las acciones buenas y malas de los adultos. Además los mismos adultos no se ocultan de los niños. Últimamente Sarybala ha empezado a jugar menos y a reflexionar más. La conversación del padre con la madre lo ha llevado a las reflexiones tristes. Hadzhi dijo:

- “La situación ahora se cambia a diario, — le he dicho a Aubakir. — La enfermedad y la muerte se acercan más. Vamos a casar a los hijos”. ¡Y él de respuesta! “¡No me importunes, mi hija es joven todavía!”» ¡El año pasado dijo lo mismo! ¡¿Cómo que joven?! La mujer de doce años ya es madura para la maternidad. El muchacho de catorce años ya es el amo de la yurta. Te casaste conmigo, cuando no tenías catorce años. Su hija ya tiene quince años, y nuestro hijo, dieciséis.

- Aubakir no dará a su hija, — ha pronunciado Hadisha. — Bay nos trata a nosotros con menosprecio, y sus mujeres levantan la cresta. Si las jóvenes han olvidado su pasado, la vieja no debe olvidar la yurta solitaria negra y la única yegua. Hasta ahora no ha manifestado ningún sentimiento de parentesco, no le ha agasajado al yerno con tocino, según la costumbre, e incluso no le ha regalado una camisa. Si ve al yerno, dice con burla: “También se esconde, el tonto, piensa llegar a ser el yerno”. Le muestra detrás la higa. Que Dios la castigue. Y a la bruja vieja por lo que se burla de mi hijo. Cuando los visitan los consuegros ricos, matan un potro, si tú vas a verlos, te darán de mala gana una taza del kumís. ¡No parece que deseen emparentarse con nosotros!

- Pero nuestros hijos están prometidos, Aubakir está obligado a dar a su hija.

Aubakir ahora hasta a Dios no lo teme, no sólo a ti. Tursun, del género de Adambay, el propietario de siete mil caballos, quiere casarse con la hija de Aubakir. ¿Acaso él la dará por nuestro hijo en este caso?

Si Aubakir no teme a Dios, temerá al pueblo. “El pueblo asusta, la profundidad hunde”. Aunque somos pobres, pero nos apoya el género de Elibay. Por nuestro honor se levantarán no sólo los géneros de Aydar y Murat, sino también todo Altay.

Casi trabajan donde Aubakir: uno es mozo de cuadra, otro es recadero.

De todos modos no han olvidado los testamentos de los antepasados. Aubakir no es ningún tonto para meterse en la boca del lobo.

No se negará, pero un día resultará que la hija ha huido. ¿Qué le harás?!

Si al dzhiguit orgulloso, lleno de amor propio le quitan a la novia, ¿con qué cara él aparecerá?

Sarybala se ha levantado de prisa y se ha alejado de la yurta. ¿Por qué no montar al caballo blanco y en plena luz del día atacar su ául?. ¿Pero, cómo irás contra la bala, el soldado y el poder? ¿Puede ser que de noche pueda acuchillar a Aubakir? ¿O cómo Dubrovsky quemar todo el aúl? Hamep ha vivido ocultándose muchos años. Más vale ser un vagabundo que sufrir humillaciones. Con sus pensamientos Sarybala se alejaba del aúl. Y en el bolsillo tenía un pañuelo doblado cuatro veces con una inscripción “Batima”. Hace algunos días vio a Batima en la yurta de la cuñada de Nazym: la mujer del hermano medio de Aubakir, modesto y un poco torpe Muhay, Nazym era una pariente prójima de Sarybala y profesaba amistad al joven. No sólo Nazym, sino también todos los parientes pobres de Bibi, hasta sus vecinos y los peones, le compadecían a Sarybala. La familia influía en la joven Batima más que el padre, porque el padre con dos mujeres y el hermano menor Muhamed vivían en la ciudad y Batima, en el aúl.

A pesar de que el último año el novio y la novia vivían al lado, por primera vez se han visto en la yurta de Nazym. La abuela era muy rigurosa, regañona, y los jóvenes, demasiado irresolutos y tímidos. Y aquí al fin se han visto y han tardado mucho tiempo en comenzar a hablar. Se les subía la sangre a la cabeza o les entraba un frío, las mejillas se han sonrosado. Estando de costado uno a otro y bajados los ojos, escarbaban la tierra ante ellos. A los dos les parecía que es más fácil cortar ahora una rejilla de hierro que librarse de la confusión. Nazym los miraba, miraba, los ha cogido de las manos, ha puesto las manos en sus hombros y ha salido. Pero tan pronto como ha salido, las manos de los novios han bajado impotentes. Nazym que los vigilaba a través de una grieta ha vuelto y les ha reprendido:

- Hasta el cordero que recientemente ha venido al mundo ya se trata de ponerse en pie. ¿De veras sois peores que los corderos? ¿Os dará vergüenza la luz? Entonces la apagaré.

Habiendo apagado la lámpara, Nazym se ha alejado de nuevo y, apretándose contra la yurta, ha empezado a escuchar a hurtadillas. En la yurta como antes reinaba el silencio. La noche era de luna, la pequeña yurta blanquecía, tündik estaba cerrado. En la vivienda silenciosa dos corazones inocentes continuaban latiendo con emoción, pero los novios no se atrevían a tocarse y no abrían la boca, como si temieran que de su respiración caliente comenzara el incendio y arderían. Nazym estaba harta de escuchar en vano, y ha vuelto a la yurta.

- Vale, entonces os habéis conocido y habéis hablado por los codos. Ahora vais a encontraros sin mí, y pasead sin temer, a nadie temáis.

Habiendo deseándole el éxito, Nazym se ha despedido de Sarybala cubriéndolo por si acaso con su kaftán.

Al otro día Sarybala descubrió en su bolsillo un pañuelo bordado. “¿Cómo pudo ponerlo? — quedaba perplejo el joven. — Nada dijo, no advirtió... ¿Qué significará esto? ¿Puede ser que me haya lamentado como al pobre? ¿Quería jactarse de su riqueza?. ¿O me lo regaló como un recuerdo para que nunca se olvidara de ella?..”

Y hoy él ha oído la conversación poco consoladora del padre con la madre. Sarybala reñía y avergonzaba a sí mismo tanto como podía... Excepto nosotros dos, en la yurta nadie se quedaba, y yo no pude decir ni una palabra. Habría pensado que soy un bobo e imbécil. ¡E-eh, ojalá nos veamos una vez más!.. ¡Es necesario encontrarse! E inmediatamente. Contar de lo que piensa su padre, conocer su opinión, y después decidir que hacer, hacerme fugitivo o un hombre orgulloso ...”

Sarybala se ha vuelto para mirar su pueblo. Las yurtas remendadas por todas partes, pardas, acabadas están puestas como sea. Una manada pequeña caminaba lentamente por el pasto, la gente deambulaba sin hacer nada. Parece lúgubre el aúl pobre. El silencio causa aburrimiento.

El aúl de Aubakir está ruidoso: se agolpa la gente, mugen las vacas, relinchan los caballos.

Sarybala ha visto a tres muchachas. Iban del aúl a la estepa, y una de ellas se ha dirigido inesperadamente hacia él. El joven conocía a Saliman, la hija de Bakay. Contaba muy a menudo a Sarybala algo de su novia y, seguramente, a Batima le relataba algo sobre él. Salyman es mayor que ellos, de todas maneras trataba de organizar la cita a los prometidos o por lo menos enviar un recuerdo. Esta vez enseguida ha informado que Batima mañana se va.

Sarybala se ha desalentado completamente. Sería feliz, si se quedara solo Batima, y el aúl ruidoso se trasladaría a alguna parte para siempre.

¿Cómo no ponerse de mal humor, si se va la querida con la que soñaba tanto?

El padre solamente hoy ha decidido llevársela.

¡Organízanos la cita hoy, te lo pido mucho!

¿Pero cómo? ¡¿Su padre está aquí?!

Él quería ir a Botakara.

¿Y qué haremos con la abuela? Si ella ni de noche ni de día le quita los ojos de la nieta.

No temo tal tormenta, iré donde Batima. ¡Debo verme con ella hoy! Lo peor que me vean y me cojan! Pero no temo esto.

Resulta que eres obstinado, y ¿en qué pensabas antes?

Antes, tal vez no estaba tan desesperado como ahora. Ve rápido, Saliman, y dile que hoy obligatoriamente vendré.

Aubakir pensaba ir a Botakara. Aparejó al argamak morcillo en el carro con resortes. Botakara es un poblado ruso. Hoy debe llegar allá un destacamento punitivo de los blancos encabezado por Volosnikov. Allí donde hayan pasado los castigadores, se quedan la pena y las lágrimas. Aubakir tiene intención de persuadir al caudillo de los castigadores y apartarlo de sus aúles. La muchedumbre le ha deseado al bay buen viaje. “¡Por Alá, aleja de nosotros a los animales locos!”

Cuando Batima se ha quedado sola en la yurta, ha entrado corriendo Saliman que se sofocaba y estaba alegre.

- ¿Qué, has cogido tu felicidad? — le ha preguntado Batima.

- ¡No sabes cuál! Hoy te viene a ver el novio.

Batima se ha puesto en guardia.

- De veras llegará.

- ¡No digas disparates!

- ¡Tierra, trágame! ¡Llegará! Pedía que no cierres la puerta con cerrojo, dice que subirá a través del dintel.

- ¡Oh, los dos os habéis vuelto locos! — Batima hasta ha palidecido. La sonrisa regular ha desaparecido de su carita encantadora, en los ojos grandes negros con pestañas largas había alarma. Ha clavado los ojos a Saliman con la mirada fija. De estatura mediana, flaca, con el carácter suave, Batima se ha transformado de repente. — Ve rápido donde él y dile, — ha susurrado, aunque, excepto ellas, nadie estaba en la yurta: no hace falta que venga. ¡Si nos pillan, moriré de la vergüenza!..

— Le he dicho, él no obedece.

- ¡Ve una vez más! Di que te he mandado yo.

Saliman se ha ido. Batima ha salido de la yurta, ha empezado a mirar furtivamente a su amiga. Ha visto a Sarybala que vagaba a solas al lado del río, y ha empezado a reñir a sí misma por que se había acalorado e insistía en que no viniera. La conciencia, dicen, es más fuerte que la muerte. La conciencia ahora quería aplastar y el amor en el corazón de la muchacha. Batima quería mucho ver a Sarybala de cerca. A la novia, según la costumbre, le está prohibido llamar al novio de nombre, y Batima respetaba la costumbre. Cuando la gente decía algo sobre Sarybala, se fingía no escuchar, pero en realidad atrapaba cada palabra sobre el prometido. Bajo el pretexto de dar una vuelta se alejaba más del aúl y todo el tiempo seguía furtivamente las yurtas, con la esperanza de ver al querido por lo menos desde lejos. Las palabras de la amiga: “Él es tu novio” eran para ella las más agradable. Pero la palabra de la abuela: “El cachorro de Mustafa” la afligían. La conciencia pura de la muchacha se convirtió para Batima en una barrera, como las cordilleras de Alatau. Sarybala ya se ha decidido a superar el collado, y ella tarda todavía, está vacilando.

Poco tiempo después ha vuelto Saliman.

- No escucha mis consejos. Se ha enojado incluso más.

- ¿Entonces quiere deshonestarme?

- ¡Qué va, sobre que deshonra estás hablando! Ya que él no es un cualquiera, sino tu novio. No te preocupes, nadie llegará a saberlo. Solamente no cierres la puerta con cerrojo y echa el aceite para que no cruja. La abuela duerme como un tronco, oye mal y además, se cubre la cabeza. En este momento el potro retozará, golpeará con los cascos, así que no tengas miedo.

- No me convenzas, es mejor que te vayas, por favor!

- Está bien, está bien, me voy. Pero toma en consideración, si él va a subir a través del dintel, habrá más vergüenza, — ha advertido Saliman y se ha ido.

“No, no llegará, simplemente ha decidido asustarme, — trataba de tranquilizarse Batima. — Tiene que imaginar, que deshonra puede caer sobre mi cabeza”.

Ha llegado la tarde, ha oscurecido. Batima estaba preocupada. En el aúl aquí y allí se han encendido las lucecitas, han comenzado a ladrar perezosamente y gangosamente los perros. Se han oído las voces alegres de las muchachas y los dzhiguits que se han reunido cerca del columpio. De detrás de la cordillera empezaba a levantarse despacio la media luna... Batima nada veía, nada oía, ensimismada; Bibi Vieja ha hecho la oración de noche y se ha ido a dormir.

No ha notado la agitación de la nieta que salía corriendo de la yurta y no volvía preocupada.

- Acuéstate, Batesh, — ha pronunciado la vieja, bostezando. — Cierra la puerta, echa la llave, apaga la lámpara. Que no penetre algún vagabundo.

Batima ha cerrado la puerta, ha echado la llave. Pero al imaginar a Sarybala trepando a través del dintel, ha quitado la llave. Con precaución ha puesto el aceite en las manguetas, el umbral y los quiciales. “No llegará, si dejo la lámpara encendida”, — ha pensado Batima. La vieja como si hubiera adivinado sus pensamiento y ha ordenado:

¡Apaga la luz, no gastes en vano el kerosén!

La lámpara se ha apagado, y en la yurta oscura ha comenzado a reinar la calma total. La vieja dormía en el suelo, se oía su respiración silbante. Batima estaba en la cama detrás de la cortina. Por mucho que se hiciera cerrar los ojos, no podía dormirse. Se mueve cualquier ratón, y Batima ya clava los ojos en la puerta. Su corazón late rotundamente, como el casqueteo del caballo. ¡Son penosos los minutos de la espera, dolorosos, pero dulces, no los cambiaría por los años enteros del aburrimiento...

Detrás de la puerta, en la luz débil de la luna, ha pasado rápidamente una sombra. El cuerpo de Batima se le cubierto con la piel de gallina. Habiendo levantado el fieltro cerca de la entrada, Sarybala se ha cubierto con él y algunos instantes ha prestado oído. ¡Que oído tan agudo tiene! Habiendo oído la somnolienta respiración apenas distinguible de la vieja, él ha abierto una mitad de la puerta de dos hojas y se ha apresurado a entrar dentro. Descalzo, con mangas de la camisa arremangadas, con pantalones levantados más arriba de las rodillas. Sarybala no tiene frío, pero él temblaba. Ha prestado oídos de nuevo, ha retenido la respiración. El ambiente en la yurta le es completamente desconocido, él por primera vez ha franqueado este umbral. Habiendo pasado cerca del tabique trenzado, él se ha parado ante la vieja que duerme. Parece no la vieja cierra el camino, sino una serpiente negra que sin duda picará, si tratas de pasar por encima. Dar una vuelta alrededor de la cama por otro lado Sarybala temía, tocarás de repente algo, caerás y despertarás a la vieja. Habiendo permanecido indeciso algún tiempo, Sarybala ha saltado por encima de la vieja. Batima no ha conseguido cobrar el aliento, cuando se ha encontrado en los abrazos del dzhiguit. Los dos enseguida se han cubierto con la cabeza con la manta y no podían pronunciar mucho tiempo ni una palabra.

Mientras se hayan tranquilizado, la noche corta se acercaba al amanecer.

- He sabido que te vas, y ha llegado aquí, — ha dicho Sarybala. — Debes dispersar mis dudas.

- ¿Qué dudas? — ha susurrado Batima.

- ¿Ya dos años corre en los aúles el rumor de que te casan con el hijo de Taytursun?

- La conversación tuvo lugar, pero lo que han decidido los padres, no lo sé.

- ¿Y si realmente os vais a casar, qué haces?

Batima no sabía que responder. Por la costumbre la muchacha no es libre de escoger al novio. Este es asunto de los padres. No hacer caso al padre, Aubakir todopoderoso, Batima no puede, y al mismo tiempo le da mucha pena despedirse del joven amable Sarybala. Habiéndose acordado de la madre, la muchacha ha dicho:

- Me fío de mi mamá, no pienso que me cause daño.

- ¿Cuál es el de poder de la madre, si ella misma eternamente esta ocupada con los quehaceres?

- La apoyan el tío menor, la abuela, Muhay. No puede el padre solo en contra de todos.

- ¡Estoy listo a cortar la cabeza al que nos separe! — ha dicho Sarybai. — Ya somos adultos, independiente y nos queremos. Solamente dime: “¡Soy tuya!”

- ¡Soy tuya!..

Las voces y el ruido de la arbá los han hecho callar. En un instante alguien más ha llegado a la yurta, se han oído las voces.

- ¡El padre ha llegado! — ha susurrado Batima con miedo.

En la yurta han entrado Aubakir y Bakay. Han encendido la lámpada. Habiéndose levantado en la cama, Bibi vieja ha preguntado con sorpresa:

- ¿Bakay, quién les ha abierto la puerta?

- Estaba abierta.

- ¡Oh, mi niña, que despistada eres! No ha cerrado la puerta con llave. ¡Ahora y no sabremos si alguien ha entrado, se nos ha llevado algo o ha comido! ¿Acaso vigilarás a todos? Antes de dormirme le repetía a ella: ¡cierra la puerta con la llave, apaga la lámpara!

¡Deja, mamá! — ha dicho Aubakir y ha comenzado a deshacer la cama en el lugar delantero. — Si ha quedado kumís, sírvenos, nada más es necesario.

Habiendo bebido kumís, Bakay se ha ido. Bibi vieja ha sentado al lado del hijo. Aubakir hosco, triste, estaba callado en la cama. La grasa en la nuca no le deja levantar la cabeza, y la barbilla gorda, bajarla. Cano, monero, con la ancha barba cortada, con los ojos grandes somnolientos, Bay parece ahora buitre harto, y una pequeña madre ante él, es una corneja pequeña. Nadie, claro, se atreverá a llamarlos así. A las personas no les basta el valor dirigirse a ellos hasta con los nombres, obligatoriamente tienen que dirigirles con “mirza”, “Bibeke” y halagar. Sarybala por primera vez tiene la ocasión de escuchar al suegro y su madre vieja tan de cerca. Él se ha apretado a la manta como el bazo al costado de caballo.

- ¿Qué dicen estos charlatanes? — ha preguntado la vieja. - ¿Pronto habrá paz?

Aubakir ha suspirado.

- ¿Qué paz? La carnicería sigue.

¿Quien vencerá, según tú, los blancos o los rojos?

¡Quien sabe! Los blancos aseguraban que terminarían de un golpe con los bolcheviques que los apoyan Japón, y América, y otros países. Y los rojos no se rinden.

¿Es cierto que los rojos son todos pobres?

Sí.

¡Que desgracia! ¡Si vencen, nos descabezarán a todos! Ya no hay ni un trabajador honrado, todos son halcones. Es bueno que hayas vendido las ovejas, en otro caso las devorarían.

No sólo las ovejas, sino también venderé las vacas, y bueyes. El ganado es una riqueza poco segura: o el ladrón robará, o el yute llevará. Los ricos de la ciudad construyen las fábricas, plantas y casas, las legan y entregan de generación a generación, esta reserva es mejor que el oro.

Y Azek, dicen, tiene el saco lleno de la piel de camello de oro. Y tú, pide el rescate en oro. ¿Sí, a propósito que hago con Mustafa? Se me ha pegado, no me deja en paz. ¿Le renunciarás?

No es posible, la enemistad comenzará. Y para los aúles vecinos pelearse en tal tiempo, peor desgracia no inventarás.

- ¿Dios mío, de veras le daremos a la hija a este vagabundo, Mustafa?

- Mamá, no te metas en mis asuntos. ¡Come y duerme! — se ha enfadado Aubakir.

Bibi vieja se ha levantado, se ha encogido, ha tomado kumgan y ha salido fuera. Amanecía. Aubakir ha apagado la lámpada y se ha acostado. Al esperar el momento oportuno Sarybala como una bala ha salido de la yurta.

BLANCOS

Sarybala se ha casado sin obstáculos y hasta él mismo se ha asombrado de que tuviera suerte. Últimamente Aubakir se ha cambiado visiblemente. Antes Mustafa algunas veces pedía dar a la novia y recibía una renuncia fría, y hoy el mismo suegro ha declarado: “¡Doy!” Y el rescate no lo ha pedido, solo ha ofrecido a preparar koshma para la yurta veraniega y levantar las paredes de la invernada, y el resto prometía arreglarlo él. Mustafa ha recogido a los parientes, y han levantado en un día las paredes de la invernada de dos habitaciones. También los parientes les han dado fieltro gratis. Por qué los prójimos lo ayudaban con mucho gusto al pobre Mustafa, es fácil comprender. Unos compartían con él por el sentimiento de piedad, y otros por interés: la novia rica con el rescate grande puede con el tiempo pagar con creces.

Muchos no comprendían: ¿qué le ha pasado a Aubakir? Llevaba obstinándose tanto tiempo y se ha rendido de repente. Apenas habiéndose trasladado a una nueva casa de piedra con dieciséis habitaciones, recientemente construida en Spassk, Aubakir en seguida ha casado a su hija con el pobre. Cuatro familias preparaban el dote a la novia: las familias de Muhay, Muhamed, Bibi y Tokal, pero Aubakir lo ha prohibido todo. Además, el dote que a lo largo de los años recogía para la novia la madre, él ha dividido en tres partes y dos de ellas ha dejado en casa. Cuando la novia se trasladaba a la yurta del marido, de ochenta arbas Aubakir no ha dado ninguna. A su consuegro y el yerno les ha permitido pasar sólo dos noches en su casa y al tercer día los ha echado.

Nadie podía comprender por qué Aubakir tacañeaba así y tenía tanta prisa con la entrega de Batima. Pero pasada solamente una semana, y los hechos del sutil Bay se han hecho claros. A la fábrica en un flujo continuo empezaban a llegar los blancos: a pie, y a caballo, en carros, y en coches. Los caballos están demacrados, los carros están rotos, los cañones los llevan en bueyes y los camellos. Los soldados están tristes, deprimidos. El espíritu no es combativo. Pero esto no los para del bandolerismo. En el aúl entran como los lobos hambrientos, se llevan los carros, los productos, la ropa de abrigo, violan a las mujeres, pegan, fusilan a los hombres. La gente en los aúles estaba tan asustada que por las noches se acostaban sin quitarse la ropa, y de día con el miedo miraban a la estepa. Las arbás y las telegas, arreo, cosas de más valor, hasta la carne y la mantequilla han escondido en las cañadas y los barrancos, donde hayan podido.

Aunque estaban asustados todos, pero vengaban a los violadores. Si un atracador iba a robar solo, ya no volvía donde los suyos. Con frecuencia los grupos de los blancos se quedaban a pernoctar en el pueblo y se atufaban hasta la muerte. Cada día las noticias circunvolaban por la estepa: los blancos han robado algún aúl o tantos soldados blancos están matados, o tantos enseguida se han atufado en una casa. Los kazajos ya tenían unos rifles y hasta las granadas de mano que nadie sabía manejar; otros no tenían tal arma en las manos, pero la escondían por si acaso.

Sarybala casi no bajaba del caballo estos días. Debajo de él el caballo rodado con el lucero sobre la frente. En vez de la silla una vieja almohadilla de fieltro. El pueblo ha nombrado a Sarybala mensajero y recadero. Si lo encuentran los blancos en la estepa, no arrestarán: su apariencia es poco envidiable, una cazadora desgarrada, sobre la cabeza un gorro rozado. Aunque está casado ya, sigue siendo niño.

Sarybala ha parado al rodado cerca del almiar en la cuesta de la colina, donde ha mirado atentamente a la lejanía. En el oeste a doce o quince verstas, a lo largo de los postes telegráficos, pasaba un camino grande. A través de las fábricas de Karaganda y Spassk iba hasta el mismo Akmolinsk. Hoy es el tercer día cuando los blancos siguen por este camino en dirección a Kyrkaraly. Según los rumores, los destacamentos a la cabeza tampoco se han parado y han ido más lejos hasta China. Todos ellos van del Kzyl-Zhar y deben a pie superar unas dos mil verstas. Van y van, y después de ellos quedan huellas de destrucción, como después del huracán.

El octubre ya está a punto de terminar. En este periodo solía caer la nieve y en los aúles mataban el ganado alimentado a la matanza. Pero este año no hay nieve, el otoño es seco y frío. En las heladas cualquier sonido se oye muy lejos. Sarybala no solo ve la fila de los blancos, sino también oye claramente el chirrido de las ruedas y de vez en cuando, los tiros de fusil.

Sarybala se ha fijado en una fila de las personas que se movían alejadas de la carretera, por el camino intransitable. Son unos diez, avanzan lentos. Del aúl a la periferia han salido corriendo las personas, sienten el peligro.

Son jinetes, — ha determinado Sarybala.

En el aúl han comenzado a esconderse: quien bajo el almiar, quien ha echado a correr al riachuelo, debajo de los arbustos, en el barranco. Solo Mustafa no se ha movido del lugar, se ha quedado en la yurta sombría, con el libro en las rodillas. Como siempre, sus palabras se dirigen a Alá.

Sarybala no se esconde, ha puesto al caballo cerca del redil y observaba sin apartar la vista a los jinetes. Se le ha acercado corriendo Batima vestida en la ropa de hombre. Hablaban entre ellos solamente a solas, y en presencia de la gente todavía sentían vergüenza. Batima está asustada, agitada, sin embargo el pudor no la ha dejado, y ha comenzado a hablar tímidamente, mirando por todas partes:

- Para qué estás aquí, debemos huir de aquí.

- No quiero huir.

- ¡Se llevarán o matarán!

- Arriesgaré, los encontraré. Y tú escóndete.

- ¡No me esconderé, contigo me quedaré!

Se les ha acercado Bibi vieja y en seguida ha empezado a refunfuñar a Batima:

- ¡No te abrirás el camino, no! ¡¿Qué te ha quedado del dote, qué te ha quedado?! Tu cama la han dado al haragán de Tukebay. ¿Para qué necesita una cama suave de hierro? El hijo del Tuerto se ha llevado tu kaftán de seda. ¿Quién de los antepasados de esta basura llevaba un kaftán de seda ? ¿Dios mío, quién ha podido regalar a Kozyketel un tapiz? ¡Si vas a repartir el dote entre todos los parientes pobres de Mustafa, nada te quedará! ¿La suegra tosca ya se ha apropiado completamente de tu cubo, tetera, tazas? Deja de imaginarte, recoge todo lo tuyo. El tiempo ahora es duro, es difícil adquirir las cosas. ¡No le des nada a nadie, no se lo des! Si lo das, condénate a ti misma, no te daré un trago de agua...

Batima callaba. La abuela cada vez que la ve repite lo mismo: “¡No des!” Y el marido, los suegros, otro: “¡Da!” Si Batima no consiente, lo mismo darán sin su consentimiento. Ya que solamente ayer los prójimos le echaron una mano a Mustafa y lo ayudaron a salir del apuro. ¿Acaso hoy Mustafa o Sarybala pueden renunciar a algo a los parientes, responder con la ingratitud negra? Conociendo bien esta costumbre kazaja, tacaña con las cosas Bibi indisponía a la nieta contra el marido y sus padres. Sarybala no podía tranquilamente escucharlo todo. Cuando se les ha acercado Bibi, él ha espoleado al caballo y se ha alejado. Estaba harto de sus lecciones, instrucciones y las prohibiciones.

Sarybala se ha dirigido a aquel aúl donde se dirigían los jinetes. Sus caballos estaban fatigados, han bajado las cabezas hasta la tierra y apenas arrastraban los pies. Y los jinetes se veían aún peor, deprimidos y con harapos, no parecían los soldados. ¿Pero quiénes serán? Los kazajos dejan a los caballos ir en fila solamente con la nieve profunda, y en verano van al lado, tratando de no quedarse atrás.

Poco a poco Sarybala ha discernido que son soldados. Tienen los rifles detrás de las espaldas con boca abajo. Uno lleva en la cabeza un timak kazajo, otro encima del gorro ha anudado un pañuelo de plumón. Todo hace mucho que no se han afeitado, se han cubierto como los salvajes.

Por extraño que sea, los jinetes no han dirigido al aúl sus caballos enflaquecidos, y continuaban yendo por el camino intransitable, a la estepa desierta. Sarybala, habiéndose atrevido, los ha seguido a caballo. El último soldado caminaba lentamente a pie y llevaba al caballo de la rienda.

- Buenos días, — ha dicho Sarybala.

- Hola, — ha seguido la respuesta.

- ¿A dónde vais? ¿Quiénes sois?

- ¿Y tú adivina, a quién parecemos?

- No entiendo, a nadie...

- Hemos huido del ejército. A casa vamos.

- Pero, ¿a dónde?

- A Botakara.

- ¿A Botakara? ¿Cómo se llama?

- ¿Conoces a Fedor largo? Hace unos años él llegaba a estos lugares a segar heno.

- ¡Lo conozco muy bien! Yo soy el hijo de Mustafa.

- Y yo soy el hijo de Fedor, Alexey.

Los dos han sonreído, se han apretado las manos y han comenzado a hablar ya más amistosamente.

- Pasaremos por el aúl, descansarás, después seguirás el camino, — ha llamado Sarybala.

Después de la guerra ruso-japonesa a Fedor demacrado lo encontró en la estepa el manadero Mustafa y lo trajo a casa. Y ahora, en la guerra civil, el hijo de Fedor apenas vivo lo trae a casa el hijo de Mustafa.

- Cuando yo tenía seis o siete años, junto con el padre estuve en tu casa, — ha informado Sarybala. — Nuestro encuentro parece el encuentro de nuestros padres. ¡Ojalá la amistad sea igual que la de ellos!

- ¡Dónde está mi padre y yo! — ha suspirado Aleksey. — En la guerra japonesa mi padre estuvo mucho peor que yo. Pero él no violó el juramento de soldado, y yo lo he violado, he desertado.

- ¿Te has escapado?.

- Sí. Temíamos ir por el camino para que no nos cogieran, íbamos por el camino intransitable.

- ¿De quiénes has huido de los rojos o los blancos?

- De momento de los blancos. Los blancos ahora nos toman por los soldados del Ejército Rojo, y los rojos mañana nos tomarán por los blancos. ¡Mira en que situación nos hemos encontrado!

- ¿Y dónde están los rojos ahora?

- Las unidades avanzadas, probablemente, ya están en Akmol...

- ¿Y los blancos a dónde se han dirigido?

- A China, y después, cada uno a su lugar. Conservan su vida, pero dejan la patria, abandonan. Hemos decidido quedarnos en nuestra tierra, sea lo que sea. Si morimos, entonces entre los nuestros.

Cuando ellos, conversando tranquilamente, iban a la casa de Sarybala, los seguían desde las puertas del redil dos ladrones, Ikysh y Abuir, el hijo Tyrabay. Vivían donde Yahii, el tío segundo de Sarybala, el único hijo de Ahmed, que antes era muy respetado por todos, y ahora difunto. El único hijo de la persona digna es ahora el caudillo de los ladrones. Ikysh y Abuir sin distinción mataban a todos los soldados que iban solos por haber atrasado del grupo. Ahora al ver al compañero de Sarybala, Ikysh ha dicho alegremente:

- ¡Dios nos ha mandado a uno más!

- Su caballo nos será útil, y lo enterraremos en la ceniza, — ha respondido Abuir.

- Yahya no permitirá matarlo en el aúl. Esperaremos que se aleje...

- Habiendo hecho sentar al huésped en la yurta, Sarybala ha salido afuera a observar el camino, por el que se iban los blancos, y si no hay persecución de los desertores? Se le ha acercado Ikysh.

- Escucha, hijo, ¿qué ruso está en tu casa?

- Un soldado.

- ¿Blanco?

- Ahora es de nadie. Es el hijo de un amigo ruso de mi padre que vive en Botakar. Su caballo ha enflaquecido, él mismo ha pasado mucha hambre... Descansará un poco, después lo acompaño a casa.

- Irá solo, ¿por qué te molestas con él? Ahora son tiempos peligrosos.

Ikysh se ha alejado. Sarybala ha notado que al pueblo se dirige un grupo de los jinetes, y ha entrado corriendo en la yurta. Se ha levantado al encuentro Aleksey, pálido, alarmado, con la granada en una mano y con el rifle, en otra.

- ¿Qué? ¿Están persiguiendo?

- ¡Mira hacia allí!

Aleksey se ha asomado.

- ¡Sí, son soldados, la persecución! ¿Dónde es mejor esconderme?

- Sube al almiar y entiérrate en el heno. Iré a su encuentro, trataré de engañar, diré que habéis ido a otra parte.

El joven vivamente ha montado al rodado con un lucero en la frente y se ha puesto a galope. Los soldados han salido del aúl de Tenizbay y se dirigían al aúl de Kuram situado al lado del camino, a uno de los aúles más grande del género de Elibay. No sólo de día, sino de noche no encontrarás aquí en las yurtas a nadie, excepto a los niños, los ancianos y las viejas. Todas las cosas, por muy poco valor que tengan, hace mucho que ya están escondidas, pero los soldados lo mismo corren en busca del provecho. Sarybala ha detenido el caballo y ha comenzado a hablar con el soldado delantero:

- ¡Han ido allá, a aquellas montañas! — ha señalado a la cordillera De Semiz-kyz.

- ¿Quién ha ido allá?

- ¡Los fugitivos, que estáis buscando!

- Nuestro fugitivo ya está en las manos, — ha respondido el soldado.

Sarybala sólo ahora ha notado que delante de uno de los soldados estaba una muchacha kazaja. Tendría unos quince o dieciséis años. Los cabellos despeinados, la ropa arrugada, los ojos tristes, pero la cara pálida con la boca pequeña y la nariz recta es muy hermosa. Los ojos llorosos, hinchados de las lágrimas no miran el mundo. “¡Tened piedad! ¡Liberadme!» — pronunciaba su cara. La muchacha al ver a Sarybala ha dicho a través de las lágrimas:

- Me han metido en el coche y me han llevado. Hemos salido de Akmola, el coche se ha roto. Cuando hemos llegado a Karaganda, he encontrado el momento y me he escapado, pero me han cogido de nuevo y llevan al jefe...

- Ellos mismos huyen de los rojos. Te dejarán en algún sitio.

- ¡No dejarán!

Cinco o seis soldados que registraban el aúl han llegado donde ellos, y uno ellos ha gritado:

¿Por qué están hablando estos kazajos? — A un soldado detrás se le ve un añino, otro lleva sobre el cuello un pañuelo de plumón. No han encontrado nada mejor, pero no se van con las manos vacías. Sus caballos son todos del pueblo de Kuandyk. Un par de anillos es la marca del Tokai, el corte en la oreja es la marca de Sarmantay, el agujero en la oreja, la marca de Murat. Los rusos debían ser de Rusia o de Siberia no sabían ni una palabra en kazajo. Cuando se alejaban, primero se ha puesto en marcha el caballo sobre el que estaba la muchacha. Se ha vuelto y lastimoso, melancólicamente ha pronunciado:

¡Hasta la vista, coetáneo! ¡Adiós, patria querida!..

Se han alejado pronto, pero la voz lastimosa y suplicante de la muchacha mucho tiempo perseguía a Sarybala.

¡¿Cómo puedo ayudar?! — con amargura ha pronunciado Sarybala. - No tengo para esto ni las fuerzas ni las posibilidades. Y ellos parecen los lobos locos. Tratan de degollar todo el rebaño, aunque bastara un cordero.

ROJOS

Los blancos se han ido, dejando en la estepa una huella sangrienta. Han llegado los rojos, vociferantes y jóvenes, han traído nuevas palabras: “el Bolchevique”, “el Consejo”, “Fuera los burgueses!”, las nuevas relaciones entre las personas, las nuevas costumbres generosas.

Antes a los ancianos, “los jefes” del pueblo, les gustaba repetir los proverbios. “Aunque no lo comes, pero la mantequilla es mejor que la leche; aunque no dé nada, pero el bay más vale que el pobre”, “De la arena no se podrá obtener la piedra, el esclavo no se hará el jefe”. Ahora no se oyen estos proverbios. Si antes los bay se jactaban por su riqueza, ahora se veían obligados a huir y esconderse. Habiendo echado a los blancos, los bolcheviques han llegado con la bandera roja y han lanzado la llamada: “¡Compañeros! ¡Trabajadores! ¡Ha llegado su tiempo!” El pueblo estepario asustado por la alternancia frecuente en el poder no sabe en qué creer. El Ejército Rojo no sólo ha destrozado y ha echado a los enemigos, sino con sus hechos ha abierto un nuevo camino en la conciencia de los kazajos. El Gran Octubre que sacudió todo el mundo hace dos años, ha llegado a los aúles esteparios sólo ahora. Los ricos han percibido la revolución asustados, los pobres, con la esperanza, pero unos y otros tenían dudas: ¿qué será después? Los bolcheviques sentían la indecisión expectante de los kazajos, por eso enseguida han comenzado a atraer a su bando a los peones, pobres, campesinos medios y apretar a los poderosos y los mercachifles.

Una vez el comisario rojo Petrov ha llegado a casa de Aubakir. Solo hace tres días aquí en el lugar de honor estaba medio acostado, arrellanándose, el oficial de guardia de los blancos y a su lado, Aubakir amistoso. Ahora mirza está ante el comisario y responde perplejamente a las preguntas. Sarybala está de traductor para ellos, aunque apenas sabe el ruso.

- Es usted una persona rica, — ha pronunciado Petrov. - ¿Si sinceramente deseaba la llegada de los rojos?

Aubakir ha comenzado por la vieja costumbre:

- Señor...

Petrov le ha interrumpido:

— ¡No adule, no me llame señor, ni mirza! Diga: “Camarada comisario”. Es verdad que a usted no soy compañero en el sentido literal, pero sin embargo pido llamarme de oficio.

- ¡Camarada comisario! Claro que me toman por el rico. ¿Pero qué tenía que hacer, si la pobreza me ahogaba desde los años pequeños? Mi padre era un vagabundo. Aquí él llegó desde lejos, llegó de Tashkent. Entre kazajos es ajeno, forastero. Y la la situación de los forasteros es siempre dura. Desde la infancia trabajaba de peon, pastaba las vacas en Karaganda, trabajaba de aguador.

- Entonces, por su pasado usted es más próximos a nosotros que otros ricos. En este caso, le es fácil comprendernos. Debe ayudarnos. Después de las luchas con los blancos nuestros caballos están agotados, han enflaquecido, muchos han comenzado a cojear. Denos veinte caballos selectos.

- Camarada comisario, no tengo caballos. Me ocupaba no de la ganadería, sino del comercio, y de este es poco. Ahora no se me han quedado ningunos ahorros de mercader. Hay algunos carros y pocos bueyes, con ellos estamos ganando la vida. Si tales carros le son necesarios, lléveselos.

- ¿Acaso será posible alcanzar a los ecuestres en bueyes? — ha notado el comisario con una sonrisa. - ¡Si le encontramos los caballos, pido no ofenderse!

Aubakir se ha callado disimulando la inquietud. “¿Cómo pueden encontrar?” La confusión del bay se veía en sus ojos grandes.

En la habitación ha entrado el pobre Sattibdy, ha saludado y sin invitación se ha sentado.

- ¿Quién te ha invitado aquí? — se ha ariscado Aubakir.

- Acompaño a estos compañeros, — significativamente ha respondido Sattibay. Él ha pronunciado la palabra de “los compañeros” a propósito en voz alta y ha levantado orgulloso la cabeza.

Cuando se construían los poblados en el valle de Nury, Sattibay se fue donde los constructores. Él era el más pobre, se puede decir, la última persona del género de Elibay, y ahora se porta como el principal. Antes él no se atrevía a acercarse a aquel lugar donde se encontraba Aubakir, y ahora ha pasado atrevidamente directamente a la mesa de bay sin que lo inviten y hasta no se ha quitado las botas. El trabajador de Aubakir, sirviendo el té, le ha expresado al huésped no invitado su indignación:

- ¡Imaginas mucho sobre ti!

Sirves al rico y imaginas sobre ti. ¿Y por qué no sentirme orgulloso, si sirvo en el Ejército Rojo? — se ha irritado Sattibay. — Vaya defensor. ¡Sirve el té! No tenemos tiempo. Él se ha vuelto hacia el comisario y, mezclando las palabras rusas, ucranianas y las kazajas, por medio de los gestos y la mímica ha contado que los blanco habían fusilado a los comunistas en Karkaralinsk. Los cogieron de improviso, en plena reunión, los fusilaron y se fueron. Pero no se irán lejos. Si hoy llegamos a Kosagasha, habiendo contorneado las colinas De Semiz-kyz, mañana estaremos en Karkaraly...

- Bien, lo tomaremos en consideración, — ha respondido el comisario.

Sattibay se ha quedado aún un poco más y ha salido. Aubakir dolorosamente intentaba conquistar la disposición del comisario, una persona tranquila y sensata. La insolencia de Sattibay ha herido el amor propio de bay y no ha podido callar la pregunta:

- ¿Camarada comisario, dónde ha encontrado a este dzhiguit?

- No lo hemos encontrado nosotros, sino él. ¿Y por qué le ha interesado?

- Él es mi compatriota, lo conozco. Juega a las cartas, miente locamente, está dispuesto a robar lo que no está en su sitio. Tenga en cuenta.

- Tomaremos en consideración.

Ha chirriado la puerta, alguien ha intentado entrar, pero le ha dado miedo. Aubakir se ha acercado a la puerta, la ha abierto y ha visto al manadero, Rustem cojo con la cara cubierta de escarcha.

¡Mirza! ¡Han llegado diez soldados rojos y se han llevado veinte caballos! — el manadero respiraba penosamente y se preocupaba, como si hubieran robado sus propios caballos.

- ¡Habrías dicho que son de carga!

- Lo decía, no me han creído. La marca ha fallado. Los caballos estaban escondidas en un lugar seguro. Probablemente alguien lo haya revelado.

- ¿Dónde están ellos ahora?

— Van aquí. Iba por otro camino, los he adelantado.

Mientras Rustem informaba al amo, al patio han entrado los soldados del Ejército Rojo. En el patio espacioso había cañones, ametralladoras, caballos, carros, trineos, cocina de ejército. Dos casas de piedra de Aubakir están llenas con los soldados del Ejército Rojo. El regimiento rojo se ha instalado en todas las casas de la fábrica pequeña. En la calle reina el silencio, no hay borrachos, no se oyen tiros, nadie se queja de la expoliación, como esto era cuando los blancos.

“Los rojos queman en su camino todo lo vivo”, — se ha arrastrado por la estepa el rumor. Pero el pueblo pronto se ha persuadido de que estos rumores son falsos: los que se escondía por el miedo, iban recobrándose poco a poco. Sólo Aubakir se sentía molesto. Ahora el comisario lo ha pillado en la mentira, pero no levantaba la voz.

- ¡Y ha dicho que no tiene caballos! — el comisario de nuevo se ha sonreído fríamente y con cólera. — Al mentiroso y la palabra sincera la lleva el viento. En el futuro no trate de mentirnos, es difícil engañarnos.

- ¡Se lo juro, camarada comisario, estos no son mis caballos!

- ¿Y la marca no es suya?

- Las marca es mía, pero la ponían quienes querían...

Sin haber escuhado a Aubakir, el comisario se ha levantado hoscamente. Habiendo sustituido los caballos, el regimiento ha seguido adelante. Sattibay iba a un tiro de fusil delante de todos. Detrás de él se ha estirado una columna de los jinetes en dos. Cuando la cabeza de la columna ha pasado la cordillera, la cola todavía salía de la ciudad. Los combatientes rojos iban a la marcha tranquilos, serenos, sin gritos y alboroto. A los blancos los despedían las calles vacías taciturnas, y ahora cerca de las casas hay muchísima gente. Los kazajos esteparios que escondían cada vez el ganado, ahora estaban sin temor a caballos. Uno de los ancianos se ha inclinado del camello a los que estában cerca y les ha preguntado:

- ¿Estos son los bolcheviques?

Nadie le ha respondido, las miradas de todos estaban clavadas en la columna roja.

- Algo está claro que no son los blancos, — ha refunfuñado el anciano. — Sean quienes sean— los bolcheviques o rojos, — tienen caras de buena gente. ¡Malditos sean los blancos!..

El anciano ha puesto en marcha su camello y ha ido donde Aubakir. Después del encuentro con Petrov la agitación de bay todavía no se ha apaciguado, y ahora le está importunando el anciano:

- ¡Salamaleykum, mirza! ¿Está vivo, y sano? ¿Qué tal sus hijos, mujeres, sus nueras y las viejas? ¿Si no hay pérdida en su hacienda?

- Gracias a Dios, todo está bien.

- ¿A dónde va este ejército tan grande?

- Persiguen a los blancos.

- ¿Quiénes son ellos: los rojos o los bolcheviques?

- No se lo he preguntado .

- Y yo preguntaba, pero nadie ha respondido. Probablemente sean los rojos, porque la bandera de ellos es de color rojo.

- ¿De la casa has venido para esto?

No, he llegado a por el grano. Para el invierno he degollado un novillo cebado, y no hay pan. Tome la piel de este novillo, mirza, y deme granos, aunque pocos,

O deme el paño o el percal, mirza, los cambiaré.

¿Te has vuelto loco, Baumbek? ¿No sabes que hace mucho que he dejado de comerciar?!

¿Y por qué lo has dejado, querido? ¿Acaso no es ventajoso para ti, acaso no te ha hecho rico? ¡Dios mío, tú mismo has pisoteado tu felicidad!

En tal tiempo hace falta pensar no en la riqueza, sino en cómo conservar la cabeza sobre los hombros. ¿No te has vuelto loco por completo, Baumbek?

El anciano continuaba asombrándose:

¿No comprendo por qué se aflija la gente, si su salud es buena, hay comida , y la ropa hay bastante?...

Se les ha acercado con los pasitos menudos Orynbek. Lleva un gorro de zorro, la pelliza de lobo, las botas de tacones altos. De la forma de policía no se queda nada, se parece a un mirza. Enseguida lo ha saludado a Aubakir, le ha estrechado la mano, y a Sarybala y Baumbek que están al lado, no se los ha dignado mirar.

¿Ellos no son tan crueles, mirza, no?— se ha sonreído Orynbek. Es difícil comprender lo que expresa su sonrisa.Dicen que cuando le pegó un tiro a Hamen, reía a carcajadas.

- Mi querido Orynbek, — se ha entrometido de nuevo Baumbek. — Te he reconocido a duras penas. Mis ojos se han acostumbrado a tu uniforme. ¿Dónde estará?

- Me lo he quitado.

- Está bien que lo hayas hecho, se veía repulsivo. Nos hemos encontrado muy oportunamente, querido. Dicen si no hubiera nieve, no habría huellas. Yo soy el vecino de Suygembay, al Mujik lo recuerdas? ¿Dónde está su caballete gris que tomaste por cierto tiempo?

— ¿Acaso puedo recordar todos los carros que tenía que usar?

- Entonces, aquel caballo se ha perdido. El mujik lo sabía, no empezaba a buscarla. Encontrándonos, él me recuerda cada vez: “Verás al pariente, tómale mi caballo”. ¿Nosotros ambos somos de Karakssek? Y bien, está bien me voy a buscar el grano, te pido solamente para un minuto para hablar a solas...

Baumbek ha llamado a Orynbek aparte y ha comenzado a susurrarle en la oreja:

- “Lámeme los labios entonces, cuando estén amargos, y cuando estén dulces — me los lameré yo”. Tú y yo nos hemos quedado los hijos de Karakessel, aunque no vivimos al lado. Actúa con más precaución, querido, con más precaución. Las personas de aquí te miran de zaino. Lo diré sin ambages, con hostilidad. Dicen: “El caballo de Suygembay Orynbek se lo ha dado al pariente”, “Dos yeguas que se han perdido del aúl en Tashek, Orynbek las ha degollado en su casa...” Esto es lo que dicen. Corren rumores y de lo que dirigías el robo de la tienda...

- Que hablen, Baueke, a Orynbek le da igual.

- ¡Que Dios te dé fuerzas, querido! El género de Kuandyk es generoso, su alma es buena. Arrímate a lo bueno, y aléjate de lo malo, mejor nada puedo decir. Pero lo que le has dado el caballo de Suygembay al próximo, confiésalo. Pídele perdón al Mujik, querido. No hace nada malo, pobre anciano sin hijos.

- ¡E-e-e, no en vano tanto tiempo hablabas, me calentabas la cabeza! Así lo habrías dicho que eres el abogado de Suygembay. ¡Muy bien, perro gris, muy bien hecho! — Orynbek le ha tirado al anciano de la barba, y aquel ha comenzado a sacudir la cabeza.

- ¡No lo haré más, oy, no lo haré! — gritó el anciano.

Orynbek soltó la barba.

¡Toma del frasco, carrasco! — ha refunfuñado Baumbek. - ¡Para qué meterme en el asunto ajeno! — Con precaución ha montado en camello y él se ha alejado.

Cuando se pelean dos perros, no pasarás de largo, te fijarás. Pero el escándalo de dos personas ante sus ojos Aubakir no lo ha notado, ya que estaba reflexionando.

Ante el comisario él estaba pálido y lamentable, y ahora su cara ha vuelto a ser oscura, morena y severa. Él ha suspirado algunas veces. El regimiento de los rojos se ha ocultado ya detrás de las colinas, pero Aubakir seguía mirando hacia aquel lado.

Habiendo escarmentado a Baumbek, Orynbek se ha acercado a bay y ha comenzado a hablar animadamente, tratando de tranquilizarlo:

- Lo sé todo, mirza, todo lo vigilaba, pero sólo ahora he podido llegar donde usted. — Orynbek ha puesto nasybay bajo la lengua. — No es necesario afligirse. ¿Para qué sirve el pensamiento lúgubre? Mi pena es más pesada que la suya. A usted, como mucho le quitarán la riqueza, y mí, probablemente, me cortarán la cabeza.

- Al pobre le pueden perdonar las faltas.

- Para usted también hay alivio. Usted no es un bay de pura cepa, sino ha salido de los pobres.

- Si todos son como Petrov, no esperes clemencia. Nunca el representante del poder me ha denegado la petición.

Los he acogido generoso y con hospitalidad, pero sin embargo él se me ha llevado veinte caballos.

- Mándame en su persecución, le devolveré sus caballos.

- ¿Cómo los devolverás?

- Demostraré que los caballos no le pertenecen, sino a los obreros de la fábrica. Escribiremos un papel con la firma de veinte obreros.

Aubakir ha comprendido a Orynbek y lo ha llevado a su casa. En casa los ha hecho sentar junto con el manadero Rustem y les ha ordenado:

Confío en vosotros dos. Rustem, tú cuenta las señas de los caballos, y tú, Orynbek, compón el papel necesario. Yo mismo iré a la fábrica a poner el sello. — Al salir al patio, le ha ordenado a Sarybala volver al aúl.

Era un día invernal. El sol ha pasado el mediodía, se ha acercado el tiempo de la oración del día. La nieve caía en copos grandes dos días y dos noches y se extendía ahora como una alfombra inmensa, suave, vellosa, blanca. El reflejo brillante del sol cegaba los ojos. Sarybala iba por la pista apenas visible cubierta de nieve. Delante se abría un vasto espacio blanco lleno de la multitud de las huellas del lobo, hurón, ardilla y los ratones. No se ven los rastros de caballo, nadie ha salido a cazar en las primeras nieves. A Sarybala le encanta cazar y ha lamentado ahora que estos días ha estado en la fábrica, en lugar de echar al lobo. Poco a poco de la lástima él ha pasado a las reflexiones incoherentes.

“...El comisario Petrov es una persona firme. El suegro lo ha acogido bien, pero el comisario no ha manifestado generosidad. Aubakir es culpable de ser rico. Pero se ha enriquecido no con el robo, sino con el comercio. ¡¿Qué reprobable hay en el comercio?! ¿Será un trabajo deshonesto?!

Si los rojos destruyen a todos los ricos en montón, ¿qué bueno será de esto? ¿A qué aspirarán entonces los pobres? No comprendo nada. Y es difícil comprender al suegro, él como si estuviera en el bando de los blancos, pero al mismo tiempo tiene amistad con el ladrón, sobornador, violador Orynbek. El mismo lo ha liberado de la cárcel y ha colocado a trabajar en la policía de Kolchak. Por este servicio Orynbek quiere ahora pagar y devolver veinte caballos. Los dos apoyaban a Kolchak. Kolchak expoliaba, arruinaba al pueblo, su ejército traía lágrimas, sangre y la muerte. Y retrocedían como los lobos locos. Nunca olvidaré a la kazaja presa de ojos negros sobre la silla de montar de un guardia blanco.

Los rojos no expoliaban, aunque por todo se ve que su vida es dura. Un combatiente frotaba las orejas heladas, pero temía pedir un gorro, sólo pestañeaba con aire suplicante. Le di mi timak, pero lo tomó solo después del permiso de Petrov. ¡Ellos son honrados, escrupulosos! Los blancos lo habrían quitado enseguida, sin palabras. Si hubieran quedado en poder los blancos, Aubakir no me habría dado a su hija. Temió la llegada de los rojos y por eso se rindió. Que los rojos les quiten el poder a los bay”.

Sarybala trotando ha alcanzado a Baumbek. Aquel se balanceaba sobre el camello con los ollares rotos y algo tarareaba. No se puede entender canta, o llora amargamente.

- ¿Entonces no ha consegudo cambiar la piel de buey?- ha preguntado Sarybala alcanzándolo.

- Si lo hubiera conseguido, no la llevaría de vuelta, — ha respondido Baumbek y continuaba tarareando.

- ¿Qué está cantando usted, Bauek?

- Cada pájaro canta su canción.

- ¿De la saciedad o de un humor alegre?

- No está alegre cada uno quien canta. Mi alma está triste, por eso canto. Sabes que mi padre Kibat murió a los noventa años. No podían enterrarlo en la patria, y lo enterraron en la tierra de Elibay. Tengo más de los setenta ya. ¿Para qué nací? Alá me ha dado una vida larga y el destino duro y no me ha dado ni un minuto de la felicidad. Y además las personas se burlan de mí. Has visto cómo recientemente Orynbek con un crujido me arrancaba la barba cana, pero ni tú ni mirza le han dicho:”¡Quítate las manos del anciano!” Orynbek despiadado trata así al anciano en presencia de mirza al que respeta y obedece el pueblo y ante los ojos del joven puro. ¡¿Y si te quedas a solas con tal animal, es posible esperar de él algo bueno?!

Sarybala no sabía que decir, ha bajado la cabeza. Baumbek lo ha mirado de soslayo... “Y gracias con esto, por lo menos lo has comprendido”, — ha pensado él, su mirada se ha calentado, y el anciano ha comenzado a tararear de nuevo. En la bifurcación se ha despedido:

- Hasta la vista, hijo. Envía recuerdos al padre y las palabras de mi humillación. Que viva él y esté bien. En todos los alrededores hoy no veo a nadie que sea más justo que Mustafa.

El sol se ha puesto, se ha espesado el crepúsculo. Baumbek se ha dirigido a su aúl.

Sarybala, levantando el polvo de nieve, cabalgó galopando a través de los aúles de Kuram. De una carrera rápida y el viento frío se puso de buen humor. Él corría rápidamente adelante con una canción y pensaba en el encuentro con Batima. Ha ascendido el vaso de oro de la luna, han comenzado a centellar las estrellas en el cielo azul claro. En el aúl natal las ovejas ya están en los rediles. Los rediles están cerrados, reina el silencio. Cerca de la casa Sarybala ha visto a Batima. Lo echaba de menos, miraba hacia la fábrica y se ha alegrado, habiendo oído la canción de Sarybala...

- ¡Levántate, Sarybala, levantáte! El tío Muhammedya llama. Ha dicho que te pongas la ropa caliente y saques al caballo, irás con él. ¡Ya, levántate!

Batima mucho tiempo sacudía al marido, y al fin Sarybala ha levantado la cabeza, con un esfuerzo ha abierto los ojos. Hoy él se ha dormido, ya es mediodía. Del silencio de ayer en el campo ha quedado solo un recuerdo: ha comenzado la ventisca. El viento aulla, llega en ráfagas, silba como boa, ruge como león. Las ventanas se han cubierto con nieve.

- ¡Qué pena! - ha pronunciado Sarybala al abrir los ojos. — No ha conseguido cazar. ¡Se han perdido ahora la nieve pura y las huellas claras! ¿De dónde sopla el viento, de la derecha o de la izquierda?

- No lo sé, — ha respondido Batima.

- ¿No has salido al patio todavía?

- He salido, pero no me he fijado.

- Si no te has fijado en tal tiempo, puedes no notar al verdugo que llegue a ajusticiarte.

- Y tú, dormilón, con la primera migración te quedarás a dormir en casa. Llevo una hora entera despertándote, y no te has despertado todavía. Toma la ropa y vístete, no demores. El tío está esperando.

- ¿Y si no voy?

- El tío puede ofenderse.

- ¡Ya que solamente por la noche a casa he vuelto! Y de nuevo entre dos luces quieren mandarme a algún lugar, y además con tal ventisca.

Habiendo pensado, Batima le ha salpicado al cuello del marido un vaso de agua fría. Sarybala en seguida ha saltado de la cama, rápidamente se ha lavado, se ha vestido, ha salido donde el caballo. En el patio cerca de los camellos esperaban Muhammedya y Zhamal.

Han salido a la estepa. El camino es intransitable, la nevasca silba, ciega los ojos. Debajo de los pies ya hay nieve apisonada con junco que ha salido, ya un profundo montón que alcanza el vientre del caballo. Se movían en fila de uno: delante de Muhammedya, detrás de él lleva los camellos Zhamal, cerraba la caravana de Sarybala. Solamente Muhammedya sabía a dónde se dirigían. Es joven de treinta años, pero habla poco y sabe guardar el secreto. Él no reventará de la alegría, no se agazapará de la tristeza como mirzas a los que les falta la voluntad. Muhammedya siempre es tranquilo, equilibrado, es una pena solamente que no tenga formación, y si hubera estudiado, no cedería, tal vez, a nadie ni en la maldad, ni en un buen asunto. Está asustado e inquieto con la llegada de los rojos, pero a nadie, hasta a los amigos íntimos y a los parientes que van al lado no lo confiesa.

La nevasca con unas rachas fuertes le golpea delante, golpea en la cara, en el pecho, le impide abrir los ojos, no da la posibilidad de ir al caballo. Cada vez cayendo con aullidos, la nevasca como si quisiera decir: “¡Vuelve! ¡No volverás, enterraré!” Pero el joven mirza no retrocede. Parece que el peligro detrás es más terrible que el peligro delante. Mirza no habla sobre esto, pero Sarybala lo siente. Muhammedya ha oído hablar mucho de que los rojo queman todo en su camino y quiere huir del incendio. Cuando su cara se ha cubierto completamente de escarcha y él ha perdido la dirección, se ha vuelto a los compañeros:

- Por aquí había un hoyo grande. ¿Quién de vosotros recuerda?

- En tal ventisca, mirza, no es posible encontrar no sólo un hoyo, sino también un túmulo elevado sobre la llanura, — ha respondido Zhamal. Su voz es baja, ronca, además la ahoga el viento contrario, y mirza nada ha entendido. Entonces Sarybala ha gritado:

- No sabemos donde está el hoyo. ¡La cabeza se ha mareado ya!

Muhammedya ha arreado al caballo. La nevasca se ha desencadenado. Poco tiempo después el caballo de mirza se ha atascado en la nieve hasta el pecho. Muhammedya se ha apeado, ha dado una vuelta alrededor del montón de nieve y con una sonrisa alegre ha exclamado:

- ¡Lo he encontrado! ¡El mismo!

¡En la ventisca desensadenada en un lugar inhabitado él ha encontrado un hoyo, no se ha desviado al lado!

Los tres con una pala empezaban por turnos a echar la nieve del hoyo. Era difícil limpiarlo, la nieve inmediatamente se caía atrás. En las zamarras pesadas es incómodo cavar, y si te quitas la zamarra , en seguida hasta los huesos te hiela el viento. Pronto se han cubierto de sudor los tres, pero al fin han cavado el hoyo hasta la profundidad necesaria y les han quitado los bultos de los camellos. Los bultos han resultado pesados, han tenido que hacerlos rodar por la nieve. Los bultos eran unos diez. Sarybala del cansancio apenas arrastraba los pies, pero también aquellos dos adultos y fuertes, no se han cansado menos.

- ¡Sí, dzhiguites, lo hemos pasado mal hoy! — ha confesado Mohamed, cuando habían enterrado los bultos. — Pero nada, pronto los rojos se irán, y olvidaremos las desgracias actuales.

Volvían atrás más rápidamente, trotando o con un paso ancho. No llevaban carga, no había donde refugiarse, y el frío los empujaba. Sarybala que había sudado del trabajo se ha helado pronto. Las cejas, pestañas, mangas se han cubierto de carámbanos grises.

La cara como si se hubiera petrificado, las mejillas no sentían nada, y la ventisca no cesaba. Con la llegada de la oscuridad han llegado a duras penas al aúl, y antes de retirarse a las casas, Muhammedya les ha advertido:

- No sólo los extraños, sino también nuestras mujeres no deben saber a dónde hemos ido y para qué.

Después de este viaje Sarybla ha caído enfermo y ha estado en la cama tres días sin levantarse. En sus pómulos helados había ampollas, se han roto y han comenzado a doler. Todo el cuerpo le ardía. Sarybala de vez en cuando deliraba y repetía en voz alta: “Tienes parentela, tienes problemas con ella”. Lo decía conciente o delirando, era difícil comprender, pero no se le ha ido de la lengua ni al padre, ni a la mujer dónde habían ido y qué habían hecho. Al cuarto día a la medianoche sudó mucho y durmió como un tronco. Cerca del mediodía se ha despertado y ha visto sobre su pecho los rayos del sol.

- ¿Entonces, el cielo se ha aclarado? — ha preguntado él de buen humor.

- ¡Incluso ayer! — ha respondido Batima, entrando corriendo de la habitación delantera. — ¿Cómo te sientes?

- Mejor.

- Oh, has estado enfermo tan gravemente. Nos has asustado.

- Y yo en absoluto, no he sentido la enfermedad. ¿La ventisca habrá causado desgracias?

- Excepto a ti, a nadie le ha causado daño. ¡Te has sentido audaz y no has notado cómo te había helado la cara!-Batima se ha echado a reír. — Sí, a propósito, casi se me ha olvidado, llegó Orynbek y trajo todos los caballos que habían tomado los soldados del Ejército Rojo. De noche de la fábrica llegó también mi tío mayor. Probablemente pase por aquí. ¡Sería bueno que cada día trajera tales alegrías, como hoy!

Estás de buen humor. Si cada día es así, del exceso de la alegría es posible reventar.

- ¿Acaso hay límites de la alegría?

- Para todo hay un límite.

Los recién casados largo rato se intercambiaban de las bromas. En la pequeña habitación iluminada por el sol, hace caliente y está limpio, en ninguna parte hay grano de polvo. Sarybala siente el hambre, lleva tres días sin comer, excepto el agua. Ahora sería bueno comer la carne de caballo curada. Pero dónde tomarla, este año no han podído degollar el caballo. Pedir de nuevo a la parentela de la mujer, le da vergüenza. El joven ha dicho de una manera equívoca:

- ¡E-eh, el caballo es un milagro! Al pedestre son las alas, al sediento, el kumís, al hambriento, la carne, al enfermo, la medicina.

—He comprendido que te apetece la carne de caballo, — ha respondido Batima.

- Me apetece, ¿pero dónde la tomarás?

- Te la traeré.

- No es necesario pedir. La pobreza, dicen, no es pecado, pero a los ricos les provoca la risa.

En el patio se han oído el habla ruidosa y el pataleo de los pies. La puerta se ha abierto, y han entrado unas diez personas encabezadas por Aubakir, Orynbek y Muhammedya . Después de la ventisca hacía frío, pero los hombres no habían atado los timak, todos estaban alegres no por haber tomado el aguardiente, sino por la alegría. Habiendo preguntado en breve de la salud de Sarybala, continuaban la conversación ruidosa.

- ¡Orynbekzhan! — ha exclamado Aubakir. — El amigo se conoce en la desgracia. Me has conocido estando en la cárcel Akmolinsky. Ahora quiero todas las preocupaciones por mi hacienda poner en los hombros de dos: Muhammedya y tú. Y quiero descansar tranquilamente.

- Por favor, mirza, por favor, — ha comenzado a menear la cabeza Orynbek. En sus ojos sonrientes se ve la astucia.

Él se ha sentado con las manos en jarras, con el timak ladeado, estaba radiante de la presunción. De la palabra “Orynbekzhan” pronunciada por mirza, las mejillas del ex policía se han enrojecido. Pero la misma palabra ha hecho palidecer a sus compañeros: Husain temerario, Hasen calvo y Zhunus lenguaraz. Cada uno de ellos hace mucho se encontraba bajo los auspicios de Aubakir, vivían de su limosna y ante el bay siempre trataban de superar a otro en la astucia, en el engaño, en la listeza y la habilidad. Pero si estos tres eran para Aubakir algo como los esparavanes, en comparación con ellos Orynbek parecía el verdadero águila real. Por eso ahora los tres envidiosos han decidido estropear las relaciones entre bay y Orynbek, manchar la reputación del astuto.

- ¿Es asombroso, ¿cómo has podido devolver los caballos de la marcha de combate? ¿Serás un brujo, Orynbek?- se ha asombrado con falsedad Zhunus.

Orynbek acostumbrado en un instante reconocer la causticidad y las alusiones ambiguas, en seguida ha respondido:

- Algunos valientes se parecen a veces al perro temeroso. Cuando no se ve el lobo, tal perro corre alrededor del pueblo ladrando fuerte. Y tan pronto como aparezca el lobo, este habiendo metido el rabo entre las piernas, se esconde lo más lejos posible... No soy brujo, querido Zhunus. Se puede saltar a través del infierno, si saber y no temer. El comisario Petrov me interrogaba tal como el diablo de ultratumba. Le he hecho una pregunta: “¿Para qué es la revolución proletaria? ¿Para quitar al pobre obrero el último caballo? Se puede cortar la cabeza a uno, otro, pero la lengua no cortarás a todos. ¡Sobre este escándalo los obreros le escribirán al mismo Lenin!” El comisario ha aconsejado al jefe. Aquel era ucraniano, pensaba que no comprendo ucraniano y le dice a Petrov: “Hace falta devolver”. Me he alegrado, pero no lo he dado a entender. Petrov está descontento, mira con enfado, me penetra de parte a parte con los ojos. Si ha adivinado mi mentira, me habría matado allí mismo, no lo dudo. Han comprobado tranquilamente una vez más todos mis documentos, sin maldad ha dicho: “Nos hemos acalorado, nos hemos equivocado, que los obreros nos perdonen. Creíamos que son los caballos de bay”. Y hasta me ha dado la mano.

Hemos amontonado las sillas de montar del Ejército Rojo, hemos tomado los caballos y hemos empezado a volver. Así es, querido Zhunus, sin ningunos hechizos, es necesario solamente el valor. Tenéis mucha valentía, cuando coméis donde mirza y montáis a sus caballos. ¿Y dónde teníais la valentía, cuando mirza ha caído en la desgracia?

Zhunus ofendido sonrió.

- ¡No es posible cree que Bek pudo crear a tal Orynbek ! ¡Se lo juro, es mestizo!

- Cualquiera nace, pero no cualquiera sirve para algo.

- Hablando en breve, no es tonto, pero se sabe de dónde es.

- Para que nacer, si no has servido para algo, — se ha echado a reír de nuevo Orynbek.

- Dicen que al lado de cada kan hay su estafador, — continuaba Zhunus. — Pero es mentira. Aquí Orynbek, por ejemplo, era bellaco cuando Nikolay, cuando Kerensky, cuando Kolchak y se ha quedado buscón en tiempos de los Consejos.

La suerte es el rocín: móntala y galopa, —sonreía engreído Orynbek. — Donde por la fuerza no es posible tomar, es necesaria la habilidad. Habitúate al tiempo, de otro modo te romperás el cuello.

- Entonces desde el nacimiento no tienes convicciones: ¡A donde sopla el viento, allí vas! — Zhunus se rió a carcajadas.

Las bromas todos se hacían más fuertes. Para no calentar la conversación, Aubakir se ha levantado sin esperar el ofrecimiento y ha salido al patio. A Orynbek lo ha subido al trineo a su lado y ha ido a la fábrica.

Sarybala ha compartido la impresión con Batima.

- Tu padre está rodeado de buscones y trafagadores. Cualquiera de ellos es capaz de arruinar diez aúles. Y si se han puesto los cuatro, no sólo a tu padre, sino al mismo santo llevarán hasta el agotamiento. Tu padre los obsequia, los tiene cerca. Precisamente por eso la gente se hará atrás, cuando llegue el tiempo. Se perderá en la soledad, todos los lameplatos se desbandarán.

¿De dónde sabes todo esto? Probablemente repites los pensamientos de tu padre, y ya que él está ofendido y no puede ser justo...

Sí, repito los pensamientos del padre. Pero mi padre nunca convertirá una la ofensa en la venganza. Si tu padre se destaca por ser rico entre los demás, mi padre se destaca por la sabiduría y la humanidad.

Veo que mi padre os es desagradable, — ha pronunciado Batima. Y se le han saltado las lágrimas.

Sarybala ha mirado de reojo a la mujer y se ha callado.

Sarybala por primera vez salía por un importante asunto público: recoger los impuestos en los lejano aúles estepario. Iba junto con el suegro. Aubakir es el contratante del impuesto. El propietario de la curtiduría Akmolinsky, el hebreo Gutermaher, también es contratante. El nuevo poder ha autorizado a dos conocidos ricos a recoger los impuestos. Han tomado de ayudantes a unas diez personas de sus allegados. Entre ellos se encontraba Sarybala.

— Te he tomado de la escuela, no he permitido que estudies más, te he trabado, temo que en la época de revueltas no pises el camino falso. Ahora parece que todo se ha tranquilzado, hay más orden. Sigue tu objetivo, hijo, no te voy a detener, buen viaje. Que la suerte te acompañe. No te metas con los que son más fuertes que tú, pero no ofendas a los más débiles. Irás por los aúles siendo un joven candido, mucho aprenderás. Siempre recuerda que el pueblo sabe más que tú. No te hagas presentuoso, no dejes el camino trillado, lo dejas, te perderás. Muere del hambre, pero sé honesto. Si recuerdas mis consejos, superarás muchas dificultades y los tránsitos pesados, no te embriagarán la carrera ni la riqueza.

Con tal bendición despidió Mustafa al hijo antes del camino largo.

Comenzaba el verano. El río Koktal en la riada se ha derramado, le han unido los arroyos de los desfiladeros Semiz-kyz y Kosagash. Con la llegada de los días calurosos el agua ha decrecido, y ha comenzado a correr por el lecho viejo. Pero la llanura ancha Zharyk seguía luciendo como un espejo azul. El carro no pasa por aquí, el caballo se atasca hasta la rodilla. En tal verano en Zharyk el heno del prado se levanta a la altura del hombre y es tan espeso que no lo segarás con el coche. Sesenta familias de Elibay, por mucho que se esforzaran, no pudieron segar ni la mitad. Había mucho heno, pero los vecinos de costumbre discutían, armaban escándalo y hasta se peleaban por el heno.

“El mismo se ha hartado, pero los ojos siguen hambrientos”, — se ha acordado Sarybala del proverbio.

Sobre una pequeña elevación seca, en medio de los prados completamente cubiertos con el agua, vive la familia de Yahiya.

El humo espeso salía en bocabadas no sólo de la chimenea, sino hasta de debajo del tejado y los agujeros en las paredes del redil semiarruinado. Sarybala quería pasar sin detenerse, pero al ver las bocanadas de humo, ha pensado que allí es incendio, y se ha puesto a galope. El incendio no había, simplemente el amo ahumaba la carne. Los pedazos grandes de carne de caballo grasa colgaban sobre tres pértigas. Yahiya entendía de la curación al humo.

En la penumbra centelleaban grasientes los embutidos: enormes, gordos: karta y más delgadas: kazi.

Yahiya tenía solo un caballo, pero al embutido no servía. Sarybala ha comprendido que se ahumaba la carne de caballo robada.

Del velo gris azulado del humo al encuentro del invitado ha salido Zura, la mujer de Yahiya. Olía a humo acre, de los ojos corrían las lágrimas. Se ha sonado la nariz y con un kishemek sucio ha empezado a limpiar la cara manchada. Tosca y desaseada Zura, al ver ante ella al pariente inesperado, ha expresado la confusión.

- Baja del caballo, come, — ha propuesto ella.

- Gracias. — Sarybala no quería detenerse en este ahumador.

De una apertura grande en la pared, ventana o puerta, ha aparecido el mismo Yahiya mismo, en los calzoncillos, en una camisa interior y las botas en los pies desnudos. Detrás de él han salido afuera cinco niños, sucios y manchados, como los cerditos que han salido recientemente de un charco tras el cerdo. Era desagradable tocarlos para acariciar según la costumbre. Los niños seguían las huellas del padre. El mayor de unos diez o doce años, de cara ancha, pelirrojo Gabbas, robaba ya los pequeños corderos. Sarybala examinó aprensivo a la familia del pariente.

- Buenos días, ¿te vas ya? — ha preguntado Yahiya.

Los niños han comenzado a pelearse, a hacer ruido, el padre les ha dado a cada uno un torniscón y los ha echado donde la madre.

- Hagámosnos a un lado, — ha propuesto Yahiya. — Quiero contarte algo.

Se han sentado sobre la hierba verde. Yahiya ha puesto nasibay detrás del labio. Ahora parece feo, descuidado, pero antes era un dzhiguit valiente, en la juventud luchaba en las comidas de exequias y tomó un premio grande: un camello y la piel curtida de la nutria. Es ahora ya tiene más de los cuarenta años, sus párpados son pesados, como los del águila real, la nariz grande, los ojos brillan todavía. Antes estudiaba, no es tonto por naturaleza y de la vida sabe mucho. Su padre, un aksakal notable, murió, cuando Yahiya eran un niño. Su madre, la inteligente Zhamilya, se hizo la mujer de Mahambetshe y le enseñó mucho al hijo, pero desacostumbrar del robo no pudo.

Yahiya no les robaba a los pobres y sus parientes, raramente robaba el ganado solo, sino más a menudo contrataba a cualquier granuja, y aquel traía a los caballos de los lugares lejanos, de los aúles de otros géneros. Nunca a Yahiya lo han cogido en flagrante delito, no les dañaba a los prójimos, y por eso solamente lo condenaban, pero no manifestaban la cólera o el odio.

- Bilal está ahora en Akmolinsk, — ha dicho Yahiya. — Te vas por el asunto de estado. Que tengáis la felicidad los dos. No quiero que uno tenga más que el otro, os deseo igualmente.

Bilal es el hijo menor de Mahambetshe de Zhamnli. Es el hermano de Yahiya y el primo de Sarybala. Con todo eso Yahiya les ha expresado el mismo deseo.

- Hay una costumbre mala en los kazajos, la rivalidad, — continuaba Yahiya. — Hasta dos parientes, habiéndose abierto el camino, siempre se encolerizan entre sí. Mira a los descendientes de Igilik. Si Igilik estuviera vivo, mi padre no le quitaría el poder del vólost a Mustafa. Mustafa se murió de un ataque de corazón ante el jefe de distrito justamente cuando se quejaba de su pariente Bekkozhu. En el género de Matay no había tales escándalos. Sed más unidos, queridos.

— ¿Y qué nosotros podemos repartir?

- Sí, no nos ha quedado la riqueza, ni la felicidad para pelearse por ella. Pero las personas se riñen no porque este mundo sea un pañuelo, sino porque tienen muchas ideas pérfidas. Si Bilal con el nuevo poder recibe el grado del jefe de vólost, te destinarán para su sustituto. Este secreto te lo descubro, para que los sepas y temas a tu suegro astuto.

- ¿Acaso Bilal anhela el rango del jefe de vólost?

- El famoso ruso, Katchenko, que recientemente ha establecido el poder soviético en la fábrica, es el principal bolchevique de Akmol. Él estaba en la cárcel de Kolchak junto con el hijo de Seifulla, Saken. Katchenko llamó a Bilal. Durante los Consejos el jefe de vólost debe ser de los pobres. Nuestro Bilal es pobre, y ha estudiado en ruso, y encima de eso, se ha unido a los comunistas. Si dios para siempre no les ha dado el poder en el vólost a los descendientes de Itálik, entonces esta vez Bilal debe tomarlo en sus manos. Deseo que todo se haga en paz, pero la lucha aún no es inevitable. El jefe de vólost, Muhtar, y Aubakir juntos van a acosar a Bilal.

- ¿Para qué lo necesita Aubakir?

- El errante uzbeko negro se ha vuelto el mal grande para nosotros, no se tranquilizará hasta que no haga morir a todos los descendientes de Mazya o, por lo menos, a los de Kydyr. Nosotros nos hemos dispersado, no hay unión en nuestro genero familiar. Él ha dado a su hija por ti no por buena voluntad, sino por el temor ante los rojos. ¡Y los rojos se comportan incomprensiblemente! ¡Cuando llegaron, por poco tragaron vivos a todos los ricos! Y ahora al rico Aubakir lo han mandado a recoger para ellos veinte mil ovejas, Muhtar todavía gobierna el vólost, el chupasangre Orynbek lleva de nuevo el sable y el rifle...

Como se puede ver, muchas esperanzas Yahiya ponía en el joven pariente, hablaba mucho sobre todo lo que se le había acumulado en el alma. Sarybala permanecía en silencio, y era imposible entender si memorizaba las palabras de su tío o hacía los oídos sordos. Luego cogió el látigo, jugeteó con él, dando a entender que era hora de irse.

- Que tengas buen viaje, — ha deseado una vez más Yahiya. — Si no dejas escapar, te enriquecerás. Los kazajos de la estepa no leen los papeles. Se puede recoger en vez de cincuenta hasta cien cabezas, en lugar de un centenar, mil. Entonces estarán llenos y el tesoro público y tus bolsillos. Aubakir sin duda duplicará tu riqueza.

Sarybala ha respondido que más vale quedarse pobre que enriquecerse a expensas de las personas y del tesoro público.

- ¿Si no vivir a expensas de la gente y del tesoro público, para que entonces anhelar el poder? Es necesario tranquilamente estar en casa, — ha notado Yahiya.

Sarybala no ha respondido nada y ha montado a caballo. Habiendo salido de Zharyk, inundado por el agua, el caballo iba al trote. En la llanura brillante rojeaban los tulipanes y las amapolas. En algún sitio abajo, en los arbustos, cantaba el ruiseñor, y desde arriba lo acompañaban las alondras. Las hierbas odoríferas esteparias encontraban cordialmente al viajero. A los lados revoloteaban las mariposas, sobre la cabeza volaban los pájaros parecidos a los gavilanes, las golondrinas casi tocaban a Sarybala con sus alitas finas. Su humor era imaginativo, indefinido como aquella niebla lejana. Sarybala ha puesto a cantar la canción favorita. ¡Ojalá eternamente la estepa fuera tan odorífera y hermosa como hoy! Pero tarde o temprano se acaba cualquier encanto como a todo. Así Sarybala ha dejado de cantar, porque delante iba Muhay de la nariz grande, el tío de Batima. Sarybala siempre notaba sus conversaciones no muy inteligentes.

¡Hijo mío! - ha exclamado desde lejos Muhay. Él llamaba hijos y a los que eran mayores que él. - ¿Vas a donde mi hermano?

- Sí.

- Se ha ido. Hoy estará en el aúl de Zhantir, ¿lo has comprendido? El caballo que lo devuelvan de allá. Después os darán un carro, ¿comprendido? Y acércate el oído, te daré un consejo.

A Sarybala le parece una tontería cuchichear en la estepa desierta, pero obediente se ha agachado. El tío Muhay ha musitado una instrucción:

- En los aúles lejanos hay mucho ganado, los kazajos son allí muy ricos. ¿Tendréis mucha presa, has comprendido? Comeremos, mientras haya. Es necesario ser atento y calculador, hijo. Hasta Nasharbek, Akbasmabek y Ahan que no entienden de nada y nunca han tenido nada; ahora han obrado con astucia y tienen ganado. ¡Si el dzhiguit menosprecia la presa, no es dzhiguit! A tu edad sabíamos obtener por debajo de la tierra todo. Te ha tocado una oportunidad buena, no la dejes escapar, comprendido?

Muhay repetía sin final: “¿Comprendido?», pero Sarybala ni una vez ha consentido y se ha alejado sin haber dicho nada. Él ha comenzado a amonestar a sí mismo:

“¡Todos me abren los ojos hasta Yahiya y Muhay! ¿Quién soy al fin y al cabo? Resulta que soy el más insignificante de los insignificantes, el más tonto de los tontos, y eso que he cumplido ya diecisiete años. Dicen que Kazybek con la voz de ganso a los catorce años, y mi abuelo Kadyr a los diecisiete fueron elegidos ya de jueces... ¡Y hasta ahora me siguen aleccionando Yahiya y Muhay! El padre aconseja una cosa: “Aunque mueres del hambre, quédate honesto”, y los parientes otra: “¡Roba, mientras haya tal posibilidad!” ¿A quién obedecer? ¿Cómo vivir? Si no se puede huir de la muerte, que más da como morir, ya que son iguales ante la muerte todos y el pecador, y el hombre bueno”. De los que gobernaban a la gente Sarybala no conocía a ninguno honesto, honrado. La sharia resulta fuerte solamente sobre el papel, la justicia, en la lengua. Y en realidad no te tomarás la justicia. ¿Por qué? “¡E-eh, si supiera todos los misterios de la vida, a nadie le pediría consejos e independientemente encontraría el camino más justo!..” Sarybala se ha acordado de las palabras de la canción de Abay: “Ni esto ni otro, y la vida no me apetece”. Después cantaba largo rato a grito pelado, acordándose de las palabras conmovedoras del poeta...

El sol se ha levantado al cenit, el viento se ha calmado completamente, ha comenzado un calor sofocante.

Inesperadamente por detrás de la colina ha salido corriendo un rebaño de las vacas. Los animales dulces, mansos estaban abarcados por el miedo, sus ojos saltones como si se hubieran puesto vidriosos, las colas rectas, corren donde sea, sólo para salvarse del enemigo terrible detrás: una pequeña saiga inofensiva.

“Así la gente a menudo se parece a estas vacas, — ha pensado Sarybala. — Un rebaño de los animales enormes bajo miedo corren de la saiga inofensiva. Así el pueblo furte, pero ciego está aterrado por uno, dos malvados. La cobardía, dicen no es debilidad, sino solo el miedo del peligro”.

Al subir a la cresta de la colina Sarybala ha visto cerca de su pie un aúl grande. Había muchísimas ovejas en kotan. Las mujeres sentadas las estaban ordeñando a cada rato golpeteando la teta con el puño. Dos carneros corniveletos han salido del aúl, preparándose para la refriega. Habiendo retrocedido algunos pasos, con impulso han echado uno contra otro, han hecho chocar los cuernos y los dos han caído. Al levantarse de nuevo se han apartado para la lucha. Sarybala los observaba con sorpresa, en su aúl no tenían tales varones matachines.

Al acercarse a la yurta blanca que está en el centro del aúl él ha oído la voz enojada de un hombre:

- ¡¿Si lo ha matado el lobo, dónde está el cadáver?! ¡¿Si el carnero ha muerto, dónde está la piel?! ¡Encuentra el carnero rojo, encuéntralo!

Se han oído los azotazos y la voz ronca de un adulto:

- ¡Tío, tío, querido mirza, amable mirza, se lo juro, anoche el carnero estaba en su sitio!.. Significa que hoy por la noche lo han llevado del kotan.

- ¿Y tú hacia dónde mirabas?

- De día y de noche estoy de pie, me he fatigado y me dormiría.

- Llevabas sin cansarte diez años, ¿y por qué te has cansado hoy? ¿Entonces que han aparecido pensamientos malos en tu cabeza?

- ¿Qué pensamiento, tío, qué pensamiento? Diga primero, y después puede matarme.

- ¡Tan pronto como aparece alguien con el rifle cerca del aúl, en seguida se le pegas, corres a chismear!

- ¡Oybay, ellos mismos me importunan! Huyo, y no me dejan.

- ¿De qué te preguntaban?

- De todo. ¿Cuántos animales tiene usted, cómo duerme con sus esposas, a la vez o se alternan, si me pega... Pero yo no he dicho ni una palabra.

- ¿Prometían agradecerte?

- Da lo mismo no le habría traicionado. ¡Como su pan y sal y no quiero pecar ante el Alá y los espíritus de los antepasados!

- ¿Si no has pecado, dónde estará el carnero rojo? ¡Di la verdad!

Al aparecer Sarybala el escándalo ha cesado. El joven vestía como un ruso, sin tener en cuenta chapán y timak, además, él es rojizo, los ojos grises y es parecido más al ruso o al tártaro que al kazajo. El hombre gordo moreno, con una pequeña barba puntiaguda nerviosamente miró al recién llegado, dejó caer su látigo y dijo:

- Pase.

El hombre con la cara picada de viruelas y los labios cortados al ver a Sarybala, se ha sonreído. Tanto el amo como el pastor por su apariencia trataban de mostrar que en la yurta nada especial había pasado. Los dos han tomado al invitado inesperado por un autorizado importante.

- ¿A dónde va? ¿De dónde? — se ha interesado cortésmente el amo de la yurta.

Sarybala ha nombrado su aúl y ha dicho cuyo hijo es. Resultó que sobre el aúl el dueño había oído, pero a Mustafa no lo conoce. “Mi padre ha llegado a La Meca y Medina, y su fama no se han extendido hasta a la distancia de la marcha de medio día”, — ofendido ha pensado Sarybala. El amo gordo ha dejado de tener vergüenza ante el huésped y le ha ordenado al trabajador:

- Ve, llama a las mujeres. Que agasajen a este muchacho. — Y ha puesto a examinar una botella oscura que colgaba sobre la jamba de la puerta.

El hombre con la cara picada de viruelas y los labios cortados ha salido corriendo de la yurta y pronto ha vuelto. El amo ha vuelto a amonestarlo:

- La oveja gris se tumba a menudo, ¿acaso no lo ves? Se habrá agusanado. Y no vigilas.

- ¡Veo, claro que lo veo! La vez pasada en el pasto saqué todos los gusanos y tapé la herida con ajenjo.

- ¡Y has gastado todo el fenol ya! — ha refunfuñado el amo, quitando la botella de la jamba. — Se ha quedado una gota, vamos a gotear.

Han salido, e inmediatamente en la yurta ha entrado una mujer joven morena con un cubo de madera para ordeñar las ovejas. El vestido de ella está metido en los pantalones, la ropa está sucia, se ve que ella tiene muchos quehaceres, pero los ojos negros de la mujer son alegres.

- Buenos días, — ha pronunciado cariñosamente, ha vertido la leche del cubo a la olla, ha lavado una taza, le ha servido al invitado kumís.

- ¿Es Ud. la mujer del amo o una pariente? — ha preguntado Sarybala.

— ¿Y para qué lo pregunta usted?

—­ Si es un secreto, perdone.

— No, no es secreto, soy la mujer del amo.

- Por lo tanto, tokal? Dicen que dios crea a la mujer más joven del hígado de su marido, así que el marido la ama más que a otras mujeres, pero su amor no la satisface a su esposa, ¿no?

- ¿Me toma por una tonta que responde a todas las preguntas?

- Si le ha ofendido, perdone. ¿Cómo se llama el amo de la yurta?

- El amo es el tocayo con el perro, — ha respondido evasivamente tokal.

- ¿Itbay, Kushikbay? ¿O Tubet?

- Ya, lo ha adivinado.

“Tubet significa el perro. No muy respetuoso”, — ha notado Sarybala.

- ¿Y de quién es este aúl, de qué familia? No he conseguido preguntárselo al dueño, él ha salido.

- Me deja de nuevo cortada. ¿Acaso puedo decir el nombre del suegro o de los mayores?..

- No ha nombrado al marido, sino ha dado a comprender. Intenta responder con alusiones y a otras mis preguntas. ¿De qué familia es Ud.?

— Probablemente ha oído una broma: “¿Si el porto come la lana, cómo va a soltarse?”

- А-а. ¿Entonces, Kareke?

- Sí. Y el aúl se llama así, — ha mostrado la punta de la uña en el dedo.

- ¿El aúl de Tuyakbay?

- Ha adivinado.

- Entonces su género es Kareke, el aúl, Tuyakbay, el marido se llama Tubet. Dios mío, cuánto ha tardado en responder a unas preguntas insignificantes. Las mujeres en nuestra tierra tampoco son locuaces, pero a solas con el invitado no andan en rodeos.

- Que es lo que no hacen dos personas a solas y cuando quieren, — ha sonreído maliciosamente tokal y le ha dado una taza más de kumís. — Pero estar con usted no hay tiempo, es necesario ordeñar a las ovejas. Hasta la vista.

- Es temprano despedirse. Quiero dar de comer al caballo, descansar un poco, y después me iré.

- Como quiera.

Tokal ha salido. Sarybala examinó con atención la yurta. A un lado en el suelo estaba una cama ancha, al otro, detrás del tabique, se veía la cabeza del camello blanco adornado con las plumas de pájaros. El lugar delantero siempre está libre para los invitados. ¿Dónde entonces dormirá la joven tokal? ¿De veras aquel enorme moreno se acuesta con dos mujeres en una cama? Sarybala ha sentido asco. Él ha salido, ha maneado el caballo, y lo ha soltado al pradejón. El sol se inclinaba hacia el occidente, el calor ha disminuido, ha llegado el tiempo de la oración del día. La jovencita Tokal se atareaba con un viejo samovar amarillo. Soplaba con todas las fuerzas, pero no había fuego, el samovar saltaba un humo espeso, de los ojos de la mujer corrían las lágrimas. La mujer mayor del amo estaba en cuclillas cerca del horno, cavado en la tierra, y cocía el requesón, rechinando incesante con el raspador de hierro el fondo de la olla. Baybishe tendría como máximo treinta años, no más.

A su lado se revolvían cuatro muchachas despeinadas, cada una es el retrato de la madre. Tubet probablemente esté descontento de que nacían solo hijas, se ha casado con tokal, con la esperanza de que dé a luz a un hijo y le ayudará en la hacienda.

Tokal y baybishe están atareadas, ellas no tienen tiempo para la conversación, sin embargo se intercambian muy a menudo con las miradas odiosas y sueltan una a otra las palabritas sarcásticas. Habiéndolas observado, Sarybala se ha ido donde su caballo. El caballo cojeaba de la pierna delantera. “¡¿Qué ha pasado?! — se ha asombrado Sarybala. - ¿Se ha hecho daño, cuando saltaba maneado?” Sarybala ha palpado el tendón, ha levantado el pie, quería examinar el casco, pero le ha impedido un chillido desesperado femenino cerca de la yurta. Sarybala se ha vuelto bruscamente y ha visto que las mujeres de Tubet se están peleando cerca del horno. El escándalo lo ha armado baybishe. Sin contentarse con las palabras ofensivas, la ha golpeado a tokal con el raspador, aquella le ha arrancado el raspador, las mujeres se la han emprendido. Baybishe le ha arrancado el pañuelo de la cabeza de la rival. Tokal le ha respondido con lo mismo. A machamartillo agarradas del pelo, empezaban a gritar:

- Te has vuelto loca, eres la hija del mendigo y el vagabundo. ¡Tu mejor precio es cinco ovejas!

- ¡¿Por ti han dado cuarenta y siete cabezas, y en qué eres mejor?!

- ¡Gracias a Dios, tengo cuatro hijos!

- ¡Si Dios quiere, un hijo mío será igual a tus cuatro!

- ¡Espera, tendrás un niño, si pasas de mano a mano!

- ¿Te crees honesta? Tu hija menor es el retrato del pastor.

Tubet que observaba a las ovejas en la cuesta de la colina, ha oído los gritos de las mujeres y ha echado a correr donde ellas. Al acercarse corriendo, de camino las ha agarrado a las dos por las trenzas y, retrocediendo, las ha arrastrado a la yurta como unos sacos. Sin haberlas escondido de los ojos humanos, él ha comenzado a azotarlas con su látigo, diciendo:

- ¡Os he ordenado callar, no pronunciar ni un sonido! ¡Vaya gritos! ¡El poder soviético probablemente os levanta el espíritu! ¡Si no vivís tranquilamente, tontas, tomaré a una tokal más, entonces bailaréis!

Sarybala presenciaba esta escena con repugnancia. “!¿De veras después de tal riña sonreirán de nuevo uno a otro y dormirán en una cama?!”

Tubet, el Perro, consideraba su deber criticar el poder soviético. Él con látigo hacía trabajar a las mujeres y al pastor. Los Consejos no le han quitado todavía el látigo, no tocaban su ganado, no le molestaban con nada, pero con todo eso los Consejos ya no le gustan, y él los acusa de todo: de lo que se ha atragantado en la comida con la carne, de lo que su caballo ha tropezado con un mogote. Nunca ha creído en nada y siempre era cruel con las mujeres y los pastores. Con la llegada del poder soviético estos rasgos de su carácter se han manifestado más. Ahora él pegaba a las mujeres hasta que acudieran corriendo los vecinos. Cuando los intercesores se han ido a sus hogares y el escándalo se ha apagado, Sarybala ha entrado en la yurta. Todos callaban. Baybishe y tokal estaban de espaldas una a otra y sollozaban. Tubet se sentaba en el lugar de honor.

El cuello corto, gordo no deja a la cabeza volverse, y Tubet está obligado a volverse con todo el tronco. Sobre los hombros macizos la cabeza parece del tamaño de un puño, la cara es gorda, ancha, los ojos saltones, la nariz es no más de un botón pequeño. Toda su apariencia de Tubet como si hablara de la avidez, de dureza y furia. Sarybala ha decidido irse lo más rápido posible y ha pedido:

— Otagasy, mi caballo ha comenzado a cojear, mire, por favor.

Тubet ha estado un tiempo callando, luego callado se le ha acercado al caballo. Ha palpado el pie, la ingle, el brazuelo: nada ha encontrado. Ha levantado después el casco, con la punta del cuchillo cuidadosamente ha escarbado abajo y ha sacado una pequeña piedra puntiaguda. Sarybala le ha agradecido y ha montado a caballo.

- ¿Y dónde está el pago? — ha gruñido con aire descontento Tubet.

Sarybala se ha desconcertado. Él no tenía nada de dinero, no llevaba ninguna cosa personal. Le ha tendido el látigo de cuero, Tubet ha sonreído. Pero el joven no le ha dado el látigo, sino lo ha tirado a la tierra y ha arreado al caballo. Habiéndose alejado un poco, empezó a reñir a sí mismo. Por el escándalo no habían hervido el viejo samovar amarillo. Sarybala sentía hambre y enojo: ¿para qué ha dejado el látigo?

Melancólico miró a su alrededor buscando algún humecillo. No se ven los aúles. A lo lejos a la derecha se veía una manada. El viajero hambriento se dirigió allá para beber por lo menos koyirtipak sin condimento: una mezcla de la leche agria con la soso. El pastor resultó aquel mismo de la cara picada de viruelas con los labios cortados. Trabaron la conversación como unos viejos conocidos.

- Que tengas buen viaje, hijo. ¿Por qué has estado poco en nuestro aúl?

- A su aúl llegaré solamente entonces, cuando de todas partes me vea rodeado de los lobos.

- ¿Por qué?

En vez de una respuesta franca Sarybala ha preguntado:

- ¿ Tiene koyirtipak? Tengo hambre.

El pastor ha tumbado al camello, le ha quitado el odre atado a las gibas, y ha vertido a una taza el koyirtipak blanco. Sarybala lo ha tomado de un trago y ha preguntado:

- ¿Crema agria o koyirtipak?

Sin responder el pastor le ha servido más.

- Toma, hermano. Cerca no encontrarás ningún aúl. Se ve que no te ha dado de comer nuestro mirza.

- ¿Acaso es mirza?

- Es rico, por eso lo llamamos mirza.

- En comparación con él eres más mirza que el pastor. ¿Me confiesas, si te pregunto?

- Intentálo.

- Cuando he llegado a la yurta, el amo te golpeaba y preguntaba: -¿Dónde está el carnero rojo?” ¿Antes te pasaba eso?

- Te lo juro, nunca he tomado nada. Cuando se le pierde cualquier oveja, muerde a todos como un escorpión, se enfurece. Ahora aquí no hay extraños. Nadie nos escuchará... Si decir la verdad, hermanito, el cordero rojo lo ha llevado tokal.

- ¿Ha llevado a su carnero?,

Lo dio a su dzhiguit al que quiere. Vigilaban la manada los dos, y yo me dormí un rato.

- Si tokal tiene un dzhiguit y la hija de baybishe te parece a ti, ya habéis castigado mucho a Tubet.

- No bromees, hermanito, no es necesario bromear. ¿Para qué baybishe va a meterse conmigo?

- No bromeo. En casa tenéis un escándalo. Baybishe y tokal se han pegado, desenmascarando sus pecados. Тubet las ha pegado a las dos.

— ¡Ahora llegará a mí,llegará! ¡Me he perdido, me ha perdido completamente!.. ¡Venga, hermanito, anda! No es necesario detenerse conmigo: ¡a no ser que llegue de improvisto!.. Dejaré, probablemente estas ovejas, las dejaré.

El pastor, el pobrecillo, ha comenzado a temblar del miedo, ha comenzado a echar disparates, ha dejado la manada y ha seguido a Sarybala.

- ¡Espera! — lo ha parado Sarybala. — Tubet no sabe nada hasta ahora. Тokal no se atreverá a confesar, si se ha embrollado en los asuntillos sucios. ¿Y al resto que les importas? Continúa pastando tranquilo. Si dejas a las ovejas, despertarás sospechas. Y además a no ser que los lobos ataquen de repente las ovejas, esto es sí que una desgracia...

Oh, Alá,dices, ¿que no sabe nada todavía?

- No sabe nada. A las ovejas devuélveselas y entonces puedes irte. ¿De veras no encontrarás a otro amo, más humano?

- ¡Hace mucho me habría ido, no me deja ir! Le debo, — ha respondido el pastor y contaba mucho tiempo como ha contraído las deudas. Es el único hijo de su padre. A los diez años comenzó a trabajar de bracero. La madre encorvada y el padre enfermo se han envejecido, la familia se alimentaba con la leche de una vaca. Cuando murió la madre, le pidieron a Tubet dejarles una oveja con la condición de darle su ternero, cuando a la vaca dejaran de ordeñar. Pero el ternero lo comieron los lobos, y la vaca la robaron los ladrones. Y al huérfano nada le quedó para ajustar las cuentas con las deudas. De año en año la deuda venía creciendo. Apenas salda las cuentas, en seguida en seis meses el amo exige ya al cordero de medio año, no se los das, en un año él ya exigirá un carnero. Así es siempre. No le das el ternero, en un año exige un novillo, no le das el novillo, el buey. Ya lleva diez años trabajando gratis el pastor para Tubet y todavía no ha saldado las cuentas. Tubet es todo para él: el dueño y el dios. Sin embargo,y este pastor tan manso dulce se ha liado con su mujer. ¿Si comprende él qué es muy peligroso para su vida? ¿Por qué él se ha liado con baybishe? ¿Puede ser que para el pobrecillo el lío con baybishe sea el único placer en la vida?

Cuando Sarybala ha dirigido al caballo hacia el camino, el pastor ha empezado a suplicarlo:

- Hermanito, calla la boca, de otro modo él me matará.

Sarybala ha arreado al caballo al galope. Quería estar solo.

Pero la soledad no le quitó los pensamientos penosos producidos por lo que había tenido que presenciar y oír recientemente: “A Tubet le tienen más miedo que el diablo a la cruz tanto sus mujeres como el pastor. Pero con todo eso todos lo humillan a escondidas, se burlan de él”.

El sol se puso, empezó a anochecer. En la estepa desierta, silenciosa apareció al fin una yurta solitaria. “!¿Como ha llegado aquí?! ¿Por qué está tan lejos de otras?”

Sarybai se dirigió a la yurta. Estuviera quien estuviera allí, no había donde pernoctar más. ¡A su encuentro con ladridos salió corriendo una perra amarilla, y tras de ella de la yurta apareció un hombre barbinegro y también se echó hacia el jinete, agitando los brazos!

- ¡No te acerques! ¡Para, no te acerques!

Sarybala detuvo al caballo, y el barbinegro se paró a lo lejos.

- ¿Otagasy, por qué no me permite acercarme?

- No se puede, querido, el aúl se ha trasladado, nos han dejado solos. Nuestros hijos están enfermos de la viruela negra. Tres han muerto, y dos están en la cama con la madre. Nada existe en el mundo peor que la soledad.

- ¿Cualquier ayuda necesita usted?

- Gracias, hijo, nada es necesario. A todo está en las manos de Dios y lo aguantaré. Sólo que el pueblo viva. No te acerques, querido, puedes contagiarte...

Cerca de la yurta negrecían tres tumbas recientes. Un poco a lo lejos pastaban unas diez cabras, dos vacas con terneros y un caballo. De la yurta salía un olor desagradable. Al oír una llamada lastimosa, el amo fue a la yurta. La perra amarilla lo siguió...

“¿Si este infeliz fuera el jefe del género o bay, acaso lo habrían dejado solo en la estepa? Que gente es esta que no ha sabido ayudar a su pariente. ¿Son impotentes o son despiadados?” — pensaba Sarybala.

¡Cuánto encuentros e impresiones ha tenido hoy el alma joven! Por la mañana cuando salía del aúl, el padre hablaba de una cosa. El tío Yahiya y el tío Muhay hablaban sobre otra. La riña en el aúl de Tubet, la conversación con el pastor y este kazajo lamentable dejado en la yurta solitaria...

¿Cómo explicar por qué todo esto pasa, y si es posible pensar que algún día será de otro modo?

El sol se ocultó detrás del horizonte, el ocaso flameaba como el incendio. Empezaron los lugares, aúles desconocidos. ¿A dónde lo llevará su caballo, dónde tiene que pernoctar? El blanco corre obstinadamente, impetuosamente. El jinete piensa en lo que ha visto y ha oído, y se asombra de la variedad y el enrevesamiento de la vida esteparia...

El aúl de una de las ramas del género de la Toka — Tungagar se situaba para dzhaylyau a cuatrocientos kilómetros de Akmolinsk, el centro de distrito. Son los aúles ricos. En el pastadero extenso hay montones de ganado. Después del duro año del Cerdo, de memoria triste ya casi diez años lleva esta tierra sin conocer la escasez de forraje. Los prados están verdes, el ganado bien nutrido, la gente alegre. Aunque es lejos de la trashumancia hasta la ciudad, pero tienen muchos entretenimientos aquí, la alegría ruidosa no se calma.

Cerca de la grande yurta blanca de Kulmagambet,el bay más influyente en Tungatar, se ha reunido la muchedumbre. A la espera de las novedades la gente está mirando a Kulmagambet, y Kulmagambet a Aubakir y Gutermaher. Los invitados importantes se han tumbado en el lugar de honor en la yurta blanca. Han declarado que el vólost Sartau debe dar al poder soviético veinte mil ovejas. Kulmagambet parece que se ha puesto de acuerdo con los autorizado de bajar el impuesto a quince mil. Las ovejas se distribuían ahora entre los gobernadores de los aúles.

- Dios mío, Auke, — se ha dirigido Gutermaher contento a Aubakir. — ¡Sin usted no recibiría de estas personas hasta un cabrito sucio! Ahora seguramente me bajarán del caballo con el mayor respeto.

Como respuesta Aubakir ha suspirado sin satisfacción.

- Aunque con el respeto te bajen del caballo, no dejarán de desplumarnos igual. En los Consejos no hay tontos , ellos han sabido usar nuestra influencia. El kazajo nunca da el ganado tranquilamente. Si hubieran llegado los soldados del Ejército Rojo a recoger a las ovejas, los aúles se hubieran desbandado por la estepa; si hubieran mandado por las ovejas a unos autorizados corrientes, nadie los habría escuchado. Y nos respetan a la antigua, y temen. Hemos pedido veinte mil, hemos convenido quince, no está mal. Y el pueblo está contento: al fin y al cabo ya que hemos reducido la imposición, entonces hemos intervenido en su defensa. ¿Pero si tomará en consideración el poder nuestros méritos?

- A los bay esteparios hasta ahora no les ha caído ni un pelo de la cabeza, a diferencia de los ricos de la ciudad. A mí los rojos me quitaron la fábrica el mismo día, cuando llegaron al poder.

- Para cualquier camello llega el día de la capadura. ¿La boca que ha tragado a los ricos de la ciudad no tendrá fuerzas para tragar a los de los aúles? Con el nuevo poder todavía ni un día he dormido tranquilamente. Todo el invierno en cien camellos llevé la sal para el tesoro público, y mira de donde, de Ekibas lejano. No he recibido por el trabajo ni una moneda, ni gracias.

Todo el verano vamos con ustedes por los aúles. Y de nuevo para el tesoro público. ¡¿Qué más necesita el poder de nosotros?! ¡Enseguida gritan! “¡Echar a los bay-burgueses!” En la fábrica y Spassk entre los kazajos trabajaba el comisario del comité de abastos Artishevsky, una persona muy agradable, activista, imponía el poder soviético. Lo han comenzado a perseguir por el origen poco seguro. A tales granujas como Orynbek, Zhakyp rojo, Nasharbek los asuntos les mejoraban — han salido de los pobres.

- ¿Con Orynbekom, como recuerdo, erais amigos? ¿Por qué os habéis reñido?

Es un hombre de dos caras. Para sacar ventajas, me traicionará no sólo mí, sino también al padre natal.

Se ha oído desde lejos el trote de un caballo, y en la muchedumbre han empezado a hablar: ¿quién vendrá? Sarybala que hasta aquel momento escuchaba con atención al suegro, ha echado a correr hacia la salida. Un jinete iba al galope al aúl desde la cuesta de la colina, arreando locamente al caballo y agitando incesante el timak. “¡Suyunshi! ¡Suyunshi!» — roncamente grita él. Se ve que lleva gritando ya mucho tiempo: se ha enroquecido mucho y, cuando se le ha acercado a la muchedumbre, ha pronunciado con dificultad:

- Los blancos han llegado a Akkulya. Los rojos se van de Akmoly...

- ¡¿Quién lo ha dicho?!

- El hijo de Esenbaya, conocido Beltibay.

- ¿Y quién le ha dicho a él?

- El recadero del vólost Ortausky. Él volvía de Akmoly.

- ¡Entonces, es verdad!

El ruido de la muchedumbre lo cubría la voz retumbante de Kulmagambet:

- ¡Oh, Alá, nos ha afortunado! ¡Te sacrifico un carnero de cabello rubio!

Aubakir y Gutsrmaher aunque no han unido sus voces a la muchedumbre, pero por la alegría estaban a punto de llorar. Los hijos de bay excitados inmediatamente han montado a caballos, han cogido en la silla al carnero, y ha comenzado el juego, despellejar a las cabras. En la muchedumbre, sin haber conseguido volver sobre sí, se intercambiaban miradas con perplejidad, sin saber si creer al rumor o no creer. Semejantes suyunshi y juego despellejar a las cabras más de una vez han tenido lugar antes, pero el torbellino alegre se cambiaba pronto por el abatimiento. Puede ser que esta tormenta se calme, quien sabe.

A pesar de la novedad Aubakir, Gutermaher y Kulmagambet, habiéndose aconsejado, han decidido recoger a los ovejas. Si el poder soviético está derrocado, devolveremos las ovejas. Y si no, cumpliremos la tarea y no despertaremos sospechas.

Según la distribución de Kulmagambet los ayudantes de Aubakir se han ido a recoger a las ovejas. El compañero de trabajo de Sarybala era Atush, un dzhiguit ágil que antes servía de recadero al gobernador del vólost. Él conocía bien los aúles locales, pero sabía aún mejor los modos como engañar a las personas, estafar. Acababan de salir del aúl, cuando Atusha ha comenzado a aleccionar:

- Ahora iremos al aúl de Bahrk. No pertenece a Tungatar, sino se refiere al género de Saydaly, y allí tienen su gobernador. Viven muy ricos. Si el dios ayuda, tendremos las presas hasta la garganta.

- Debemos recoger dos mil ovejas, ni más ni menos.

- ¡Pero tenemos derecho a elegir que sirve que no sirve! Algunos en vez de las ovejas querrán dar el ganado bovino. Si me pide por una vaca contar ocho ovejas, le contaré cinco. Algunos desearán dar a los corderos en vez de los carneros. Exigiremos más y anotaremos menos. No te preocupes, recogeré para el tesoro público dos mil vejas. Además de esto, te daré cincuenta y no me olvidaré de mí mismo. Solo, querido, no me molestes. Tal feria no tiene lugar a menudo. No esperaremos tal encargo de segunda vez.

- En total, te he comprendido: quieres enriquecerte. ¿Y a expensas de quién?

- Me da igual. Solo para no ofender a sí mismo. Así todos viven.

- ¿Al dios no lo temes?

- Temo.

- ¿Te avergüenzas de las personas?

- Me avergüenzo.

- ¿Tienes repugnancia a robar?

- Tengo repugnancia.

- Todo es mentira. Si dijeras la verdad, no te avergonzarías de apropiarte a las ovejas ajenas, enriquecerte a expensas de otros.

- Querido, he viajado mucho con unas personas sensatas, algo he visto. Escúchame...

- ¿Las personas sensatas son, según tú, Muhtar del vólost y otros semejantes? Te escucho, pero advierto: si vas a engañar, nuestros caminos divergirán.

Atusha ha callado, algo ha calculado y ha dicho:

- Está bien, no engañaré, no. He bromeado. Y en seguida me has creído. No es posible dedicarse a tales asuntillos en la época soviética...

Atusha ha renunciado de sus intenciones enseguida, y Sarybala no ha intentado a arrancar la verdad. Los dos han callado y lúgubres han subido a la cima de la colina. Se veía abajo el río, a lo largo de la orilla se situaban las yurtas. En los aúles ocurría algo importante. Todos sin excepción han abandonado las yurtas. Las mujeres luciendo sus trajes de fiesta cantaban una canción melancólica, en tropel iban de un aúl a otro y parecían un ramo de flores abigarrado que adorna todo dzhaylyau. El grupo de los jinetes se giraba locamente en la lucha caliente del desuello de la cabra. Los jinetes estaban tan absortos que no notaban no sólo que uno se caía del caballo o que alguien se rompía las costillas, sino tampoco a uno matado. En un torbellino corrían todos, comenzando del niño en un potro cojo y acabando con el anciano en yegua preñada...

— Justamente hemos llegado a toy. A una muchacha la casan. Enseguida se ha puesto de buen humor, ha espoleado al caballo. En estas tierras la boda es muy interesante. Aquí el pueblo es atrasado, se observan las costumbres viejas. Vamos a ir, la veremos. ¿Para qué sonrosearse a la cara?

¿Para qué brillar a las trenzas negras?

¡Oh, mi tierra natal!

¿Quién aquí puede tener piedad de mí?

El olmo ante la casa crece,

Pasa con la rama por mi mejilla.

Madre, padre, os agradezco ,

No olvidaré sus preocupaciones.

Solo en vano me dieron a luz,

El destino femenino parece oscuridad.

Florecerás, encantarás, y allí

Silenciosamente tendrás que ponerte de rodillas,

Sarybala ha asentido callado, dando oídos a las voces femeninas. La novia cantaba melancólico, tristemente. La acompañaban coetáneas, amigas, mujeres jóvenes: todas hacían coro, y todas estaban con lágrimas en los ojos. La tristeza de la novia es la tristeza para todas. Las voces conmovedoras se difundían lejos por la estepa...

Nuestros dos viajeros enseguida se han dirigido a la grande yurta gris. Desde aquí ha comenzado el festín de boda y la acompañaban a la novia. Al lazo que ciñe la yurta estaba atado un caballo, cubierto con un caparazón largo del paño rojo con bordado. Encima del caparazón, la silla y almohadilla con pechera están adornados con plata.

Los dzhiguits han empezado a desmontar la yurta blanca que estaba a la derecha de la gris. Sus fieltros eran adornados con ornamento, y la punta era pintada con al óleo multicolor. El atavío exclusivamente hermoso de la yurta acababan los baskur de lana que reforzaban el esqueleto.

Con los ojos expertos era posible notar que el amo de la yurta grande no parece un rico. Probablemente antes vivía a cuerpo del rey, pero ahora se han vuelto cortossus zhelis y kugeni. Pero no cada bay se permite equipar tan magníficamente el caballo y poner tal yurta. Esta disconformidad les ha perecido sospechosa a los viajeros jóvenes.

Al abrir la puerta de la yurta, han visto al amo. Él estaba sentado a la derecha de la entrada. Su vientre blanducho colgaba hasta las rodillas.

Sarybala miraba mucho tiempo detrás de los jinetes que se alejaban. Algunas veces ha repetido a media voz: “Nuestro soporte es el socialismo y el poder soviético”. Él repetía estas palabras, y la niebla de la tristeza se dispersaba. Sarybala se hacía más alegre.

¡Que cosa más asombrosa, el alma humana! ¡A veces parece que incluso el meñique no cabe allí, otras veces, cabe el mundo entero! De Sarybala se han apoderado unas esperanzas grandes, sueños, él no podía estar en sentado y ha comenzado a ir y venir por el silencioso campo verde.

Poco tiempo después ha llegado Atusha, había ido a ver a uno de los parientes. Habitualmente el viajero que ha estado mucho tiempo en el país ajeno y que vuelve a la casa paterna, está alegre, pero Atusha, al contrario, se ha puesto tan triste, como si su padre hubiera muerto solamente hoy.

- ¡Y bien, y volvemos con las manos vacías! — ha pronunciado él con un suspiro.

Sarybala se ha echado a reír a carcajadas y por más que miraba a Atusha triste, hosco más se reía. Hasta se ha agarrado al vientre con ambas manos. Al tranquilizarse Sarybala ha montado a caballo y solamente entonces ha respondido al compañero:

- No digas así, Atusha. Nuestra presa es grande. Dos mil ovejas, ¿será poco?

- Oybay-ay, ¿de qué nos sirven?

- Si hay beneficio para el estado, entonces a nosotros también.

- La gente considera útil solamente lo que se puede dejar pasar a través de la garganta.

- ¡¿Y qué no pasará a través de la garganta?! El kumís pasa, y la miel, el brebaje hediondo, y grasos kazi, y cualquier suciedad en montón. Y la melindrería es inherente no sólo a la persona, sino también al animal. Si me hubiera conformado con el soborno, con el que soñabas, habría vomitaría. No eres más pobre ni más voraz que yo. Hace poco mi humor no ha sido mejor que el tuyo, para ponerse el dogal al cuello. Han llegado hasta aquí Katchenko y Baysalykov. Hemos hablado, me parece que con sus propias palabras Katchenko ha dado de comer a mi alma hambrienta. De sus palabras tengo mil veces más ventajas que del kumís y kazi por mucho que los coma...

Atusha escuchaba, pero no cambiaba de opinión.

- Lo he merecido - gritó con enojo y dio con la palma en la frente -. ¿Por qué he ido precisamente contigo? Sería mejor que acompañara a Ali o Shahiman...

Más no han hablado. En la estepa reinaba silencio. El casqueteo lento de los caballos apenas se oye. Pero en los pensamientos de Sarybala no hay tranquilidad, se oye más claramente la voz: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.

La recogida del impuesto pasó con éxito. Sarybala con el suegro cumplieron perfectamente con su tarea: habían recogido en los aúles lejanos quince mil ovejas. Algunos agentes, a manera de Atusha, estaban dispuestos a lucrar, exageraban el número de los carneros muertos, componían las acta falsas. Aubakir la tarea la cumplió concienzudamente, y le expresaron el agradecimiento.

Nadie se acordó de Sarybala. Un mes trabajó gratis, adelgazó, desgastó la ropa y llegó a casa con las manos vacías.

La familia estaba triste. Batima tosía continuamente y cayó enferma. A ella se le perdió el apetito, no podía comer tortillas rudas, y encontrar algo más sabrosa Mustafa no podía, soñaba solamente: “¡Eh, si tuviera una yegua por lo menos! Comeríamos entonces kazi y tomaríamos el caldo fresco y el kumís fuerte del odre negro”. Mustafa soñaba, pero nada decía al consuegro rico, y el consuegro mismo no se advertía y no quería comprender las alusiones.

Poco tiempo después Batima dio a luz a un niño. El padre joven quería mucho tomar en brazos al bebé, pero en presencia de otros tenía vergüenza de acercársele.

El niño vivió poco tiempo, pronto murió. A Sarybala el corazón se le hacía pedazos de la piedad, pero no dejó caer ni una sola lágrima. En aquel tiempo debía ser así según la costumbre, y además la juventud ganó.

Los kazajos han clavado con fuerza en la conciencia de sus hijos la verdad antigua: “La Conciencia es más fuerte que la muerte”.

De la pena se agravó la enfermedad de Batima, y la madre se la llevó donde ella. Aubakir se fue de Spassk, vivía en el aúl. Mustafa no abandonaba la invernada, se quedaba en su cabaña. Empezó la vida triste. Los rediles quedaron vacíos, en todas partes reinaba el silencio melancólico. Las ovejas son pocas, las vacas hay algunas. Pero hay un montón de mosquitos, moscas, moscardones. Como hay poco ganado, así se han lanzado sobre las personas. Las novedades no llegan. Si un huésped raro llega a la invernada, lo rodean todos sin excepción preguntan, cómo vive la gente, si no está enfermo el ganado.

El aburrimiento en la invernada lo matan como puedan. Mustafa lee los libros religiosos, Sarybala los de Abay o las historias antiguas. La lectura nunca le importuna a Mustafa, él puede estar con un libro todo el día. Pero Sarybala es impaciente. Al dejar el libro, él se va con el lebrel a cazar los liebres o pescar con la caña en los remolinos negros de Koktal y Elshi.

Una vez, volviendo de la caza, ha visto cerca de su casa a Zhakyp, el mayor trabajador de su suegro. Habiendo puesto todas las cosas de Batima en un solo bulto, las cargaba a la arbá.

- ¿Tú, qué estás haciendo?! — se ha asombrado Sarybala.

- Batima ha mandado... Ha ordenado traer.

- ¡Mientes!

- Su madre ha mandado, — ha confesado el trabajador.

La orden de la suegra le ha ofendido a Sarybala, y ha exigido irritadamente:

- ¡Rápido lleva las cosas a su lugar! ¡Quienquiera que haya mandado, no las dejaré!

Todo ha salido sin ruido, sin escándalo, y esto le ha hecho a Sarybala reflexionar. ¿Qué pasa, por qué han decidido llevarse las cosas de Batima?

Al patio han salido Hadisha y Mustafa con rosario en las manos. El padre se le ha acercado al hijo despacio, mirando bajo los pies, y ha notado en voz baja:

- Te has acalorado en vano, hijo. Por las cosas no ofenden a los prójimos.

- ¡Basta ya! — se ha entrometido Hadisha ambiciosa. - ¡Perdonábamos, perdonábamos no quedan más de fuerzas de aguantar! Gracias a Dios haya pasado aquel tiempo, cuando temía a la parentela. El hijo es ahora mayor, independiente. Él se ha casado y los demás no tienen que gozar del mal de otro. ¡Se avergonzarían, tontos, todavía en vida de la hija llevarse sus cosas! Se han asustado, claro, que no se las llevarán después. ¡¿Acaso será posible obrar así?! Que la tierra trague su trasto, no vale a mi Batima. Pero cuanto me ofende la avidez de la consuegra...

- Deja de hablar como una cotorra.

- ¡No dejaré!

Los viejos han entrado en discusión. Sarybala no se entrometía, pensaba en lo suyo.

“...Los carros, los impuestos se distribuyen entre los aúles. La riqueza de Aubakir algunas veces supera las riquezas de todos seis aúles de Elibay. Las personas murmuran, están descontentos de que paguen al mismo nivel que él. Tampoco me dejan en paz los cuchicheros. El viejo Mahambetshe como antes sigue solicitando dádivas, se aprovecha todavía de su poder anterior... Según la tradición el hijo de bay Bilal tiene mando en el distrito. Tiene enemistad con Aubakir y Muhtar del vólost, pero apoya el orden soviético solamente con palabras, y en realidad resulta el mismo violador. Y aquí las intrigas de Orynbek y Tuleubay. ¿Cómo lucho contra el mal manifiesto? ¿Cómo resistir a lo viejo? ¿Dónde tendré yo tales fuerzas? No quería mezclarme en la lucha, pero los canallas no dejan vivir tranquilamente. ¡Acaso no será un escándalo, una burla de irrumpir en mi casa en plena luz del día! Y todavía me acusan de que no he dado mis cosas. El padre enseña: sé manso, estarás harto. ¿Si todos los mansos están hartos? ¿Si es posible ir toda la vida tranquilo?..”

Comenzó el otoño. Junto con él se trasladó a la invernada la gente de dzhayliau. Cada día trae una nueva preocupación. Aubakir con sus cuatro familias se instaló en las nuevas casas de muchas habitaciones, con la multitud de corrales. En la silenciosa invernada comenzó a bullir de nuevo la vida. Se hizo ruidoso del mugido de las vacas y el balido de las ovejas. No callaban las conversaciones. Callaba solamente el único Sarybala, no entró en la casa del suegro a donde los curioso iban en tropel.

En uno de los días tristes otoñales trajeron a Batima. Todos los familiares de Sarybala fueron a verla. Sarybala pasó donde Batima y la habitación delantera estaba hasta el tope. Se oye el ruido, las risa.

¿Aquí ha llegado, — dijo Batima. - ¿Y por qué no has venido a verme nunca?

Ha adelgazado, está en los huesos. Los ojos se han hecho grandes, Batima respiraba pesadamente, como si se ahogara. La pálida cara está demacrada, sin embargo, Batima sonreía, dirigiéndose s su marido con palabras cariñosas. La vida abandonaba a Batima, pero encontraba las fuerzas en sí misma para hablar:

“No te ofendes con otros, no te ofendas conmigo. He pedido que me traigan donde tú, para que tú me entierres. Una vez juré no ofenderte, si me he perjurado, perdona... ¡¿Esposa mía, ¿de veras te está despidiendo?! — exclamó Sarybala y sollozó. Cuanto más retienes la compasión, con más fuerzas se irrunpe. Sarybala rompió a llorar.

Batima solo torció la boca, sus ojos quedaban tristes. Ella parecía lamentable, impotente, pero trataba de tranquilizar al marido. Con una mano delgaducha levantó despacio el pañuelo y enjugó las lágrimas en sus ojos.

No me has hecho nada malo, no es necesario pedir perdón, — dijo él a través de las lágrimas.

Batima como si hubiera sentido que se moría y pidió ver a Sarybala.

Con cada minuto respiraba más penosamente. De la habitación delantera las personas pasaron poco a poco aquí. Con el sollozo se acercó corriendo Aubakir hacia la hija que se moría. Batima se quedó indiferente a sus lágrimas. O le faltaban las fuerzas para compadecer, o en el último minuto se decidió demostrar su hostilidad al padre al que no quería. No miró hacia el padre. Una de sus manos la tenía su madre, mientras que la otra, Sarybala. Batima se esforzaba decirles algo no podía... Estrechó la mano de Sarybala. Después se quedó inmóvil, sin pestañear más, sin sonido, sin respiración. La madre comenzó a sollozar. Haciéndole eco, comenzaron a llorar todos los presentes.

Pasó más de mes después de la muerte de Batima. Su vida corta dejó buenos recuerdos.

El otoño temprano en seguida pasó en un invierno nevoso. La nieve caía en copos, la tierra se quedó blanca, el cielo se cubrió con la bruma gris azulada.

Sarybala estaba en la cama. La mirada clavó en el kamzol de terciopelo de Batima que llevaba todos los días, y se le saltaron las lágrimas.

Se abrió la puerta, y entró Syzdyk. Habiéndose quitado una poco la nieve, se dirigió apresuradamente a Sarybala.

- Ayúdame. El recadero de Muhtar me ha quitado el caballo. ¡Vamos, más vale morir, que vivir así!

Sarybala se levantó, frotó los ojos y un tiempo estuvo pensando.

Después preguntó tranquilamente:

- ¿De dónde ha salido?

- ¿Cómo que “de dónde ha salido?” ¡Como si es la primera vez que Muhtar expoliara nuestro aúl! Ha llegado recientemente y se ha alojado en la casa de Aubakir. - Ahora se han reunido allí veinte o treinta ancianos, dos milicianos y un recadero.

— Se lo habrán llevado temporalmente, para el carro para llegar donde sea.

- ¿En todo el aúl no han podido encontrar al caballo, excepto el mío? ¿Por qué se han pegado a mi único caballo? Sé que han pensado algo malo. No me lo devolverán.

- Espera. No lo devuelven, haremos algo.

Sarybala continuaba sentado, y Syzdyk, habiendo perdido la paciencia, se fue.

Syzdyk es el coetáneo de Sarybala y un pariente de la línea de la madre. Es huérfano, después del tifus en el año dieziocho se quedó vivo de toda la familia. Entonces el huérfano tenía el único potro que ahora cumplió cuatro años. El caballo salió a la gloria: resistente, de pies ligeros, en seguida se hizo conocido en todos los alrededores. Los aficionados de los caballos de carreras en vano trataban de adquirirlo, por uno le daban cuatro caballos de cinco años. Pero Syzdyk no cedía al favorito. Al caballo lo podían solamente robar o quitar por fuerza. Lo codiciaba y Sarybala también, pero no se atrevía a pedir.

“A no ser que el recadero descuidado no revienta guapo, no le mutile las piernas”, — pensó.

En un minuto volvió a venir Syzdyk.

¡Te decía que habían pensado algo malo! No me dejan acercarse mucho.

- ¿Qué dicen?

Que van hasta el aúl vecino. Si pasan a través del collado, y ¡allí cógelo del rabo!

¡Nurgali y Meyrama! — decidió Sarybala y se levantó.

Nurgali y Meyrama son coetáneos de Sarybala, los dzhiguits fuertes. Poco tiempo después Syzdyk los trajo y Sarybala enseguida comenzó a “amansarlos”. Hoy le han quitado el caballo favorito a Syzdyk. Mañana le quitarán la mujer a cualquiera de vosotros. En los tiempos del zar Nikolay el jefe de vólost Muhtar hacía todo lo que quería. Él quiere actuar como antes y con el poder soviético. Solo los miserables pueden aguantar las burlas. Tenemos que pelearnos. Las fuerzas os bastarán. Seguidme.

Tendremos que pelearnos. Vamos a pelear, no temerán comenzar la pelea en nuestro aúl.

La milicia está con ellos, — gruñó Nurgali con la voz caída.

¡Milicia tampoco quiere morir! Vamos.

Cuatro dzhiguits gallardos se dirigieron donde el jefe de vólost. En la casa de Aubakir se reunieron los habitantes del aúl. Se han dividido en grupos, hablan a media voz. Sarybala valoró las posibilidades. “... Están distribuyendo el impuesto. A alguien más harán gritar. Donde están los ricos , y donde, los pobres no importa; dividen en partes iguales entre los pueblos, los géneros, las tribus.

Y si para el tesoro público es necesario cinco, recogen siete. Del resto se apropian. El jefe del vólost es buitre, y estos sonlos cuervos. Engordan con la carroña, hablan de la conciencia y el honor y se dan golpes de pecho: nosotros somos los trabajadores soviéticos. ¡E-eh, apretar vuestras costillas en el tornillo de mordazas de la ley!” Sarybala, abarcado por la ira, pasó decisivamente a través de la muchedumbre en el patio donde estaba el caballo.

Syzdyk en un instante montó a caballo y echó a correr fuera. E inmediatamente con un grito salió corriendo el recadero Satmagambet.

- ¡Te sacaré de debajo de la tierra! — subió al primer caballo castrado que estaba cerca para arrojarse en la persecución, pero Sarybala asió las riendas.

- ¡Para! ¿Para que lo necesitas?

- ¡Déjame! ¡Déjame, te digo!

- Lo he organizado yo. Puedes ajustar las cuentas conmigo, — dijo Sarybala.

- ¡¿Ah, así es?!

- Sí, es así.

Satmagambet bajó del caballo y echó a correr a la casa.

En la casa se habían reunido los caudillos de los géneros,askakaly, los activistas del género de Begaydar-Amir: Balmagambet, Tishmagambet, Kakim, Isabek, Sershe, Mahambetshe. Entre ellos estaba Muhtar , el conocido jefe de vólost hereditario, que repite a cada rato una palabra rusa “entonces”. Cuando cae él en la dependencia de los aúles: es hermano a todos, pero cuando siente la fuerza del poder, aunque le des la mantequilla,dirá alquitrán. Hoy no se puede acercársele. Con él hay dos milicianos. El séquito del jefe de vólost como si dijera: “¡Ni chistar!” Y todos lo comprenden sin palabras.

Los mayores de edad cariñosamente llaman al jefe de vólost Mujtarjan, y los menores respetuosamente, la Mosca. Muhtar gangoso resopla más grande que habla, pero cada palabra suya es la ley. Es justo o injusto, será como él ha dicho. Antes él iba con los comisarios de policía, ahora lo acompañan los milicianos. Quien no obedezca, le terorcerán el pezcuezo.

Alguien ha intentado protestar contra la imposición grande, pero sin resultado.

- ¡Y bien, callad, basta! — ha levantado la voz Muhtar y en el silencio ha declarado: - a Elibay — diez ovejas, cinco vacas; a Saliya-Ban — seis vacas, veinte ovejas; a Sikymbay — tres vacas, veinte cinco ovejas. Distribuid entre vuestros aúles y vivamente traedme el ganado aquí. Quien se oponga, inmediatamente me lo llevaréis. La milicia dará una lección.

Durante cinco minutos nadie ha abierto la boca. Luego el jefe del ául se ha arrodillado y ha pronunciado con voz ronca:

— ¡la Mosca! Sabe usted que excepto la familia Aubakira donde nos encontramos, tal impuesto es imposible pagar para ninguna de sesenta familias de Elibay. Decían que no se imponen los impuestos a los pobres durente el poder soviético. ¿Entonces, el mismo mirza debe dar diez ovejas y cinco vacas?

- ¡Basta! No discutas. ¡Idos y a distribuir ¡Quien esquive, le quitaré el sello!

En un minuto los jefes de los aúles, los activistas han salido en el patio y han comenzado la discusión. Hablaban en voz baja casi susurrando.

Aubakir estaba en la habitación lejana, poniendo cara como si no tuviera en cuenta ni al jefe de vólost terrible ni a los aksakales ni a los activistas. Él no participaba en la conversación. Sólo cuando a los invitados les han servido la comida, ha salido algún rato, ha estado juntos con todos y se ha alejado de nuevo. Cerca de él estaba su querida tokal Bibizhan.

- ¿Cuándo se irá este perro? ¿— ha preguntado Aubakir, — ¿O yo mismo tengo que echarlo?

- ¡Que va, está mal visto!

¡Canalla! Todavía quiere gobernar el vólost. El mismo se ha pudrido, pero enseña a otros como librarse del furúnculo. Mejor le pediría a Dios la tranquilidad y se contentaría con lo que tiene! ¡Pero trata de quitar al pueblo hasta lo último! Vamos a ver cuánto tiempo seguirás engañando! Muhtar no oía las palabras de Aubakir, pero según su aspecto hosco se daba cuenta de su animosidad. “Y bien, espera, uzbek errante”, - decía el jefe del vólost. Lleva amenazando al bay hace mucho, pero nada se puede hacer al rico.

En la habitación con un grito ha entrado volando el recadero Satmagambet:

¡Se han llevado el caballo! ¡Los defiende el hijo de Mustafa! Déjame a los milicianos.

¡Arrestádlo enseguida y traédmelo!

Dos milicianos y el recadero han echado a la salida.

La gente en el patio se ha alarmado, se ha agolpado. ¡Ahora habrá un escándalo grande! Algunos con simpatía aconsejaban: “¡Huye, mientras no sea tarde!”

¡No los temo! — ha respondido Sarybala.

Se agotó la paciencia,no quería soportar más.

Satmagambet completamente loco montó a caballo y gritó a Sarybala: ¡La mierda de tu padre! ¡Si eres inteligente, vete a Dkmola!..

Sarymbala se abalanzó a Satmagambet, lo arrancó del caballo, derribó y empezó a pisotear. Uno del los milicianos trataba de separarlos, otro, el tártaro, suplicaba a Iurgali Meyram que estaban al lado:

Separen, lamenten al pobre recadero.

Iurgali y Meyram se palideciieron del miedo, y al miliciano le pareció que de la ira. Si estos dos muchachos entran en la riña, ninguna milicia los calmará. A la persona le puede ayudar solo su apariencia. A Sarybala ahora le han sido muy útiles las figuras terribles de dzhiguits y el aspecto imponente de otros habitantes del aúl. Ni los milicianos ni el recadero se han atrevido a poner la mano encima de él.

Satmagambet con las lamentaciones quejosas volvió a aparecer ante el jefe del vólost. El cuello de su camisa esta desgarrad, la nariz está sangrando, no se queda ningún rastro de la vanidad anterior. Gimoteando, ha pronunciado:

— Me han pegado. Veis, hasta han sacado la sangre, si no hubiera sido por la milicia, me habrían matado...

- ¡Su recadero dice la verdad!

Él ha palidecido, pero estaba decidido parece que no retrocederá ante nada, está listo a volver las tornas aunque con las palabras, aunque con los puños, si alguien le toca.

Todos callaban. Sarybala ha cometido una impertinencia inaudita.

Al ruido ha salido Aubakir, pero callaba también. Primero ha roto el silencio Mahambetshe.

- ¡Que licenciosidad! ¡— ha pronunciado enfadado. ¡Por el sudor de un caballo se ha armado tal escándalo! Supongamos que el recadero no tiene razón. Pero ya que es necesario respetar al amo, cuya voluntad él cumple. Has roto el cuello no al recadero, sino al jefe de vólost. Los ancianos respetados esperan cuando llamaré al orden a la juventud desatada, cuando me tomaré la culpa. Exijo: ¡arrodíllate, Sarybala, cae a los pies del hermano mayor!

¡Pero esto no es todo! ¡Al caballo que no lo has dado por cierto tiempo, ahora por haber cometido la culpa falta dáselo para siempre! No te obstines, cae, te digo, ¡a los pies!

Sarybala no se ha movido. Le hinchaba la ira, quería desenmascarar al bay en voz alta, pero se ha hecho callar. Discutir con Mahambetshe es lo mismo que contradecir al padre. El joven educado ha escuchado al mayor sin altercado, pero comprometer su dignidad no quería.

Habiendo esperado y habiéndose persuadido de que Sarybala no le obedece a Mahambetshe, Muhtar, el jefe del vólost, se ha dirigido a Aubakir:

- ¡Qué dirá a todo esto,mirza!

- El que rompe, paga. No deseo entrometerme. — Aubakir ha vuelto las espaldas enojado.

Mukhtar se ha levantado callado. Junto con él se han levantado los ancianos.

Cuando empezaban a salir, el anciano Amir se ha detenido más que otros. Abierto los abrazos ha llamado a Sarybala:

- ¡Acércate a mí, hijo, déjame besar tu frente! Creía que en nuestro género de Begaydar quedaban unas mujercillas. ¡Gracias a Alá, hay undescendiente digno de él! ¡Que el Dios te dé la salud! ¡Oh, altísimo, te ruego, guarda a nuestros valientes natales, déles una vida larga! De Igilyk — Tati, de Tati — el canalla, del canalla — este nuevo canalla, Muhtar, nació. ¡Lo has destruido hoy y has hecho para el pueblo un buen trabajo! Por esto el pueblo te querrá. Este amor guárdalo querido. Las personas grandes ven lejos, los caballos vivos corren mucho tiempo. Mira a lo lejos, querido, no vivas al día...

En los ojos del anciano descolorados, cubiertos con cataratas han aparecido las lágrimas. El anciano ha comenzado a llorar en silencio.

El viejo Amir no tiene ni un diente, su barba escasa es blanca, la nariz ganchuda ha bajado hasta los labios. Antes era elocuente, no cedía el camino.

El anciano escuchaba callano a los que estaban a su alrededor, no se entrometía, solamente observaba silenciosamente. Y ahora ha dado rienda suelta a los sentimientos. Sarybala escuchaba al viejo con una atención profunda. Él ha sacado al anciano, mantniéndolo. Le ha ayudado a subir a caballo y solamente ahora ha respondido a su bendición:

No olvidaré nunca su deseo. Pero he protegido no solo el honor de Begaydar, sino la justicia. Si el mismo Begaydar hubiera actuado injusto, me habría opuesto.

Lo que has dicho es muy inteligente, hijo... No hay caballo, que no tropiece. No hay persona, que no se equivoque. Tienes razón. No hay mucha injusticia en todo el género de Begaydar. La mano del patrón es fuerte, pero cede ante la fuerza de la mente..

Amir ha arreado silenciosamente al caballo, ligeramente tocándolo con el látigo.

SAKEN SEIFULLIN

En cierta ocasión el primero del vólost se hizo el rico Igilik que tenía dos mil caballos. Despues entregó el poder a su hijo Tati quien lo traspasó a Mustafa, y Mustafa a Muhtar. Los descendientes de Igilik gobernaban seguidamente el vólost durante cuatro generaciones. Pero llegó un día, y se pusieron muy tristes, como si el bisabuelo Igilik hubiera muerto solo hoy.

Por los descendientes numerosos de Matay que en su tiempo tenía doce mil ovejas, levantarón sus cabezas con alegría, como si hubiera resucitado su célebre bisabuelo: hoy el vólost ha pasado a sus manos, a partir de hoy el sello soberano debe estar en las manos del hijo de Mahambetshe, Bilal. Los arruinados aúles de la familia Kadyr hoy han recobrado el ánimo, todos sintieron orgullo por su familia.

La muchedumbre le rodeó a Mahambetshe que se encontraba junto al caballo. El rostro arrugado y demacrado de bay se sonrosó. Habitualmente había tres potrillos al lado del caballo, pero desde ayer ya eran cinco. Detrás del aúl quiere escaparse de la traílla el caballo castrado albazano con el lucero en la frente. Antes no estaba, la noche pasada llegó el nuevo jefe del vólost montándolo.

Entre las yurtas humeantes del aúl hay una yurta grande, gris, remendada; a la derecha de ésta hay otra yurta - blanca de con seis rejillas; allí se alojó el nuevo del vólost con sus dos mujeres. Una, según la costumbre, es tokal y la otra — baybishe. Al principio Bilal se casó con tokal, la escogió por su cuenta y después trajo a casa a Baybishe, prometida de la infancia. Las dos son jovencitas: no tienen más de veinte años. Los ancianos dicen: “Un kazajo desde niño sueña con tres cosas: hacerse el jefe del vólost, hacerse rico y tener varias mujeres”. Bilal ya tiene dos sueños realizados, si Dios lo permite, se cumplirá el tercero. Con la felicidad al jefe del vólost llega la riqueza, y si no llega, la traerá por fuerza. Para empezar ya han traído un carnero grande y graso y lo están carneando delante de la yurta blanca. En esta aldea no tienen ovejas de raza menuda.

Los niños de los pobres que no han comido carne en todo el verano, corrieron de todas partes hacia fuego. Hay mucha gente cerca de Mahambetshe y otros vienen y vienen para felicitar. Por aquí y por allí se oyen deseos, palabras de elogio, proverbios: “La felicidad viene al mismo sitio donde estaba”, «El ganado aparecerá en el mismo sitio donde se hallaba”.

Por fin salió de su yurta el del vólost joven acompañado de dos dzhiguits. Vestido como los rusos, enérgico, ancho de hombros, fuerte, aunque el cabello negro dejado cuatro de longitud, pero está arrozado. Es de estatura mediana, de buena presencia, el rostro pálido, la nariz con las ventanas anchas, los pequeños ojos bizcos le animan la cara. Bilal es de cáracter violento y rudo. Si hubiera nacido diez años antes, sería el mismo bandido como su tío Mekesh. Incluso ahora, siendo el líder soviético del vólost, no sabía límites de la decencia, durante el toy le gritaba a todo el mundo, estaba dispuesto a soltar palabrotas y dar algún que otro puñetazo a alguno de sus vecinos. Todos conocen su naturaleza e intentan no meterse con él.

Y ahora el dzhiguit presuntuoso no se dirigió para saludar a los ancianos quienes rodeaban a su padre con sumisión servil, sino de golpe organizó en el calvero la lucha de los jóvenes forzudos, él mismo luchaba con cada ganador y les hizo medir el suelo a todos. Los ancianos miraban incómodamente los entretenimientos del oficial descortés, pero nadie se atrevía a reprobarlo en voz alta. Al fin se le acercó el tío Nurman y le sugerió en media voz:

— Bilalzhan, tienes que saludar a los mayores, ya no eres pequeño.

Bilal se les acercó a los ancianos.

- Te deseamos suerte, — dijeron los ancianos.

El viejo Nurman en seguida fue al grano:

- ¿Quién tiene el sello, Bilalzhan?

- Lo tiene Muhtar, el resto lo tengo yo.

- El resto no es nada. Lo más importante es el sello.

- Mukhtar ha huido con la prensa. Pero éste no se me escapará a ninguna parte, el sello será mío. Katchenko ha mandado el telegrama.

- Este perro es capaz de trastornar la cabeza al mismo Katchenko. ¿Es ansioso de dinero?

- No, es una persona muy honesta. Si Muhtar intenta sobornarlo, en seguida estará detenido.

¡Oh, no lo sé! Dicen que hasta el ángel se desvía del camino al ver el oro. En mi vida he visto un jefe que rechaze sobornos. ¿Qué tipo de jefe es si no quiere riqueza?

Sarybala, siguiendo la conversación, soltó un bufido.

Es una suerte excepcional hacerse el líder del vólost. El primo de Sarybala acabó siéndolo. Se alegró no solo el aúl, sino todo el género. Pero Sarybala no mostraba alegría, no le importaba el alboroto, estaba tranquilo, como antes.

Apareció Aubakir con Bakay a su lado. Mirza vive en la misma cañada donde habitan los aules de Kadyr, todos beben del mismo tino, pero era de los últimos para dar felicitaciones, llegó el segundo día de la fiesta.

Cuando llegó, todos se levantaron encabezados por Mahambetshe y se dieron las manos. Los cumplimenteros tuvieron bastante tiempo para preguntar no sólo del bienestar en la familia y economía, sino también de la salud de su abigarrado varón. Dando media vuelta, Aubakir le dijo a Mahambetshe con frialdad:

- Te felicito - y se volió de espaldas.

Hasta ahora Mahambetshe sólo ha escuchado felicitaciónes, pero al fin ha tomado la palabra:

¡Dos géneros Syrmlntay y Murat formaban antes la misma vólost, pero sin soportar las opresiones de Mustafa, se separaron en tres municipios. A los restos del género de Murat los perseguía el jefe del vólost Muhtar. Por fin ha llegado nuestro turno. Agarren el poder con todas sus fuerzas. Si lo dejen caer de las manos, la culpa será suya. Mi hijo es joven, si por su juventud pasa por encima de lo permitido, que lo perdonen, que sus travesuras no sean ofensa para ustedes. Lo más importante es conservar el poder y evitar la discordia. Sin unidad y amistad perderemos el poder, y el ganado, y la felicidad.

— Estamos de acuerdo. ¡Perdonaremos todas las travesuras de Bilalzhan! ¡Sólo para que se vengue por nosotros! — exclamó Nygman, el yerno de Bilal, y se puso de rodillas.

Cuando era joven Nygman dirigía los aúles y aprendió a hablar bien. Recientemente Muhtar lo ha desplazado del puesto del jefe del aúl, y Nygman se ha aplacado. Pero hoy, parece que se han encendido en él las pasiones pasadas, y ha comenzado a hablar de nuevo:

- No olvides, Bilal, la crueldad con que nos trataba Muhtar.

¡Cómo se burlaba de tus hermanos mayores Yahiya y Shanhy, sin mencionar a otros! Me ha quitado el puesto del hjefe del aúl solamente por que no quiería darle el caballo. ¡¿Acaso es fácil entregar un caballo que vale como una novia?! Olvidaremos de sus violencias en los tiempos de Nikolay, pero por las exacciones en la época soviética debemos exigir al menos ochenta caballos, quinientas ovejas y el precio del dzhiguit matado. ¡Oybay-ay, como se levantaba la cresta el género de Koshkar, sintiendo el apoyo de Muhtar! Y ahora ha llegado nuestro turno. ¡No te dejes intimidar, no retrocedas ante nada, querido, que ningún medio sea aprensivo para la venganza!..

Los labios de Bilal se temblaban, sus ojos empezarón a brillar de ira. Habló en voz baja, y en sus palabras se sentía la emoción. Un jinete y palabras fuertes eran indivisibles.

— ¡¿Si por Murat no me vengo de Koshkar, para qué vivir en este mundo?! — y señalando a los caballos, continuó:—He tomado de Koshkar dos yeguas y aquel bayo con el lecero. Sólo es el principio. Si Muhtar arrebataba manadas de ovejas que pertenecían al género de Murat, lo mismo haré con las manadas de Koshkar. Si Muhtar azotaba al género de Murat con látigos ajenos, azotaré al género de Koshkar con sus propios. El tiempo de los ricos se ha ido, ha llegado el tiempo de los pobres. ¡Quien quiera vengarse, que se plantee bajo la bandera roja!

Sarybala resopló de nuevo. Aubakir bajó los ojos. Su cara de rallo se volvió parda, la furia hierve en él, parece que va a explotar.

- Oye, Nygman, — por fin dijo Aubakir y miró hacia arriba. — Quien busca desgracias, las encontrará, quien ansía escándalo, lo recibirá. En vez de echar leña al fuego,es mejor tranquilizar a los jóvenes. Nada ganaremos de vengarnos. Es necesario reunir a la gente no para venganza, sino para asuntos más razonables. Lo mismo te digo a tí, querido Bilal.

- Si le pido un consejo, me lo dará. De momento vivo de mi ingenio.

— ¡Pensaba que eras un bromista inteligente, y resulta que eres un bromista tonto!

- ¡El tonto eres tú!

- ¡Uf, que bobo!

- ¡El bobo eres tú!

En un arranque de cólera Aubakir escupió, montó a caballo. Muchos intentaban pararlo, querían detenerlo, pero se fue.

Se quedó todo en silencio. En un minuto Nygman comenzó con insultos:

- ¡Ay, querido mío , qué poca inteligencia tienes! ¡Si ajustaras las cuentas por lo menos con Muhtar, esto bastaría! ¡Y ahora estás entre dos fuegos! ¡Ay-ay, qué lástima!

¡¿Piensas que son más fuertes que el poder soviético, o que?! El uzbeko negro me ha ofendido no menos que Muhtar! — exclamó con cólera y se levantó.

Sarybala se entrometió sólo ahora:

Bilal, espera, no te pierdas los nervios. Así no te vas a tranquilizar, y no te vengarás de tus enemigos. El robo, la violencia, el soborno, la ociosidad y la pereza son lo que hace el mayor daño. ¡Si puedes destruir a Muhtar y Aubakir, trata de luchar contra estos vicios!

Bilal se fue sin dar ninguna respuesta a las palabras de Sarybala.

Pasado un mes y medio se dio a conocer que a Bilal recibieron sesenta quejas en Akmolinsk.

Excepto sus obligaciones Bilal administraba los asuntos del pueblo. Incluso interpretaba el papel de aksakal. La presa enseguida la enviaba a casa. En solo un mes en su aúl aparecieron siete potros, en vez de dos caballos de tiro tenía cuatro. Visiblemente creció la manada de las ovejas.

Aquella noche cuando Bilal regresó a casa del viaje, Tusim, el hijo del pobre Bupey le trajo una carta. Era un dzhiguit modesto, honesto.

Buenas noches, - dijo Tusim, sacó del bolsillo un sobre.- Han dicho entregarlo inmediatamente.

Bilal se puso a leer la carta y palideció, la carta empezó a temblar en sus manos .

“Confiábamos en ti, creíamos en tu competencia, parecías una persona fiel a su partido. Pero no has justificado nuestra confianza. Icluso a Muhtar del vólost no enviaron tantas quejas. Si el pueblo no te apoya, tampoco podemos apoyarte nosotros. Es imposible soportar entre los gobernadores del pueblo a alguien quien deshonra el poder soviético. Entrega inmediatamente los asuntos del municipio a Bupeev. Zajar Katchenko”.

Fue Katchenko quien nombró a Bilal el gobernador del vólost,y él mismo lo apartó. En aquel tiempo en la estepa había pocos como Katchenko, los bolcheviques con principios y consecutivos. Eran tiempos difíciles, muchos no lograban comprender en seguida la situación política. El poder soviético debía luchar no sólo contra los enemigos astuciosos, sino también contra los amigos poco inteligentes. Si te acuerdas de la confusión abrumadora de aquellos días, hasta el corazón se encoge.

Bilal leyó la carta, y en su cabeza no nació ni un pensamiento de que en realidad él tiene la culpa. Miró las dos camas junto a las paredes — una frente a otra. En una descansaba la mujer joven, y en otra ...

De repente a Bilal le entraron ganas de pegar a Tusim que estaba sentado tranquilamente en el asiento delantero. Sobre el bulto lleno de cosas estaban tres carpetas con papeles de servicio. Bilal los agarró con fuerza y los echó a la puerta.

- ¡Fuera de aquí, canalla, toma y lárgate! — gritó y salió de la yurta.

Bilal caminaba mucho tiempo detrás del pueblo, estaba enfurecido.

Se oyó el caqueteo, un jinete apareció de la oscuridad.

- ¡Alto! ¿Quién es? —gritó Bilal.

- ¿Eres tú, Bilal? — respondió el jinete y bajó del caballo.

Bilal reconoció a Mohamed, el hermano de Aubakir. Todavía no ha cumplido treinta años, pero con su mente ágil, destreza y astucia, puede meter en el bolsillo no sólo a Bilal, sino también a Aubakir. Es un dzhiguit sostenido, afable, fuerte y valiente. A pesar de las relaciones frías por la bronca entre Bilal y Aubakir, Mohamed habló amistosamente:

-Muy bien que nos hayamos encontrado. Vamos a sentarnos cómodamente para hablar del tema. A veces algunas baratijas, que no merecen la atención, que parecen polvo en los ojos, impiden a las personas vivir unidas. Es importante que las bagatelas no crezcan, y la porquería no saque los ojos. Consideras a nuestra familia uzbekos malos, pero también nos consideramos los hijos de Kadyr, porque aquí es donde nacimos, hemos crecido y nuestro padre vivía en este pueblo. Por la voluntad de Dios la riqueza ha llegado a nuestros manos. ¿Hay alguien de la gente quien sufrió por eso? ¿Quién de los descendientes de Elibay, sin mencionar a los descendientes de Kadyr, no contaba con nuestro apoyo, no recurría a nuestros servicios? ¿Si aparecían los enemigos, a quiénes les pedíamos la ayuda, que no a vosotros? ¿Es verdad lo que digo?

- Es verdad.

- ¿Si es verdad, por qué la has olvidado cuándo te nombraron el gobernador del vólost, y has ofendido a Aubakir, quien goza del respeto en todo Altai-Karpyk como a un hermano mayor?

- El fue primero quien me ofendió.

- Supongamos que lo hizo. ¿Si el padre te dice que eres un perro, no le vas a contestar de la misma manera? Aubakir podría ser tu padre.

Bilal hurgaba en la tierra, callado. Mohamed continuó:

- A veces se escapan palabras inoportunas, groseras en la conversación entre marido y mujer y también entre niños y padres, eso pasa. Pero sin largas ofensas. Para que entre nosotros no haya ofensa, dáme la mano, — propuso Mohamed y tendió la mano.

Por alguna razón Bilal tardó en hacer lo mismo.

¡Dáme la mano, testarudo! ¡No puedes distinguir, quien es tu amigo y quien no! - exclamó Mohamed. — Oryibek te revocó el cargo. Ahora viene para detenerte a tí,te quitará toda tu propiedad y el ganado. ¡Ten cuidado!

- ¡¿Qué me estás diciendo?! ¡Orynbek ha sido arrestado y está en la cárcel!

-Saken Seyfullin le dió libertad. Orynbek salió y recibió el mandato con grandes poderes. Por eso vengo rápido en plena noche para informar a quién es necesario.

Continuaron hablando de Orynbek. No sólo estos dos, sino todos loa aúles alrededor de Spasska odiaban a este diestro.

Si a Bilal hubieran hecho sesenta quejas, en este tiempo a Orynbek le habrían hecho no menos de cien. En los tiempos del zar era el guardián, en los tiempos de Kolchak era policía. Tomaba los sobornos. Puso una yurta blanca para sí, con astucia recogió mucho ganado. Era valiente, diestro, tenía mucha labia.

Nuestra familia siempre intentaba evitaba broncas y escándalos, solo nos dedicábamos al comercio. Y en estos tiempos no queremos involucrarnos en ningunas riñas y peleas, — tuneó Mohamed. — Sólo queremos paz. Pero el malvado Orynbek no dejará a nadie tranquilo. Decidió que su primer deber es hundirte a tí y a Aubakir. Él no puede quitarle la riqueza de Aubakir, el gobierno no se lo permitirá, y para él no existe otra culpa. Pero tú si que ten cuidado.

- ¿Y qué me va a hacer?

- ¡Te va a detener!

- ¡Qué lo intente! ¡En seguida le doblaré el cuello!

- Si llega a por tí, no estará sólo y tendrá armas. Te aconsejo que lleves todo el ganado lo más lejos posible. Y para ti también es mejor encontrar algún escondite . Mientras tanto yo iré al encuentro de Seyfullin, le explicaré la situación...

Amanecía. Bilal se quedó sentado ni vivo ni muerto, y Mohamed llevó su caballo hacia la casa de Mustafa. Sarybala dormía detrás de la casa al aire libre y, al despertarse, oyó toda la conversación.

Mohamed comenzó a contarle del encuentro con Bilal, pero Sarybala lo interrumpió:

- Ya lo he oído todo.

- Mejor. Si lo has entendido todo, iremos juntos a la fábrica por la tarde. Mañana vendrá Saken, un gran hombre del partido. Que escuche la opinión del pueblo sobre algunos activistas. Probablemente no ha comprendido bien al astuto de Orynbek y por eso le presta su protección. Y nosotros vamos a abrirle los ojos. No te puedes quedar al margen de los acontecimientos, querido. Igual la vida te arrastrará a la lucha. Trata de encontrar el momento adecuado para mostrar su fuerza y capacidades. En nuestra época uno, tan joven como tú, inclinaría el platillo de la balanza más rápido que diez respetados ancianos.

Sarybala pensó y consintió:

- Iré. Pero no para inclinar la balanza, sino solamente quiero ver a Seyfullin.

¡Inquieta era aquella tarde! Bilal escondía el ganado alarmado. Mohamed enviaba a los mensajeros en todas las direcciones para que todo el mundo acudiera mañana a la fábrica. El mismo salió a Spassk para pasar la noche, llevó consigo un botillo del kumís, una oveja y un potro. Sarybala lo acompañó.

Llegaron a la fábrica con la salida del sol. Las cuevas en los alrededores estaban vacías. Cuando la fábrica se cerró, los obreros se fueron, se quedaron sólo unos cuantos guardianes.

Desde lejos se veía la yurta blanca de Orynbek puesta entre las cuevas sobre el pradejón verde. Cerca del mismo Orynbek se ajetreaban sus cómplices y negociantes que se hacían pasar por obreros. Todos estaban preparándose para recibir a Saken Seyfullin.

Mohamed contorneó la yurta, pasó el Kokuzek y se paró cerca de la casa del anciano Balaubay.

Balaubay es el padre de la segunda mujer de Aubakir, es un anciano de la constitución robusta, garboso, siempre aliñado y pausado, que evita riñas y escándalos. No es sólo agradable por su aspecto, sino también por su alma pura. Iba vestido con el satén castaño oscuro, con una mano detrás de la espalda, y con otra acaricia la barba cana. Rodeado de algunos ancianos, resalta visiblemente por su estatura.

Junto a él se han reunido las personas conocidas del alrededor: el hijo de Tashen, Tashmagambet, el hijo de Kozhabek, el cantante, el chistoso Ahmetbek especialmente conocido por la canción sobre Tatiana de Pushkin en la traducción de Abay. Además sus criados y ayudantes. En total cuarenta personas. Y todos ellos se han reunido porque ayer les avisó Mohamed.

Sin dejar decir ni una palabra a nadie Ahmetbek contaba una historia larga de que hace mucho tiempo los ricos Kazybek, Tula y Vaydaly trataban de hacer paces entre tres familias y castigar a los malvados que bebían la sangre del pueblo. Mohamed lo interrumpió:

Vamos a buscarle primeros.

Saken Seyfullin tiene que ir allí a través de las colinas. Pero cerca de cuyospartidarios él se parará: los de Mohamed o los de Orynbek. Pero una cosa es clara: al que encuentre primero al huésped importante, se puede considerarlo el vencedor. Saken Seyfullin es el miembro del gobierno.

Oh, Alá, ayúdanos a comprender, ¿qué significa el miembro del gobierno? — suplicó Tashmagambet del grupo de Mohamed.

¿El jefe de distrito? ¿O el gobernador? Debe de haber rusificado mucho, pero procede del género famoso de los kazajos. Tendrá algo de kazajo. Si es así, tiene que aceptar nuestra invitación.

El diestro Saryzhakyt del grupo de Orynbek en aquel momento habló con más seguridad:

- Apuesto la cabeza, si el honor obrero no gana al honor patrimonial. ¡Saken debe hospedarse en nuestra casa! — y tomó apostura con arrogancia.

Los grupos iban aparte sin acercarse una a otra y tratando de arrancar adelante. De lejos entre ellos se oían observaciones del carácter crítico.

En la cuesta de Bandaulet aparecieron unos diez jinetes. Iban a galope. Los que esperaban empezaron a hacer ruido. “¡Saken, Saken!” — y salieron corriendo al encuentro, levantando el polvo, y las pezuñas del caballo tocaban el terreno firme. Cada uno iba galopando a rienda suelta, con la intención de llegar primero, como si se estuviera sorteando un premio grande.

- ¿Qué ha pasado? —al detener su caballo preguntó Saken, y dejó escapar una sonrisa. — Se puede meter un puño en en sus ventanas de la nariz.

-Si no hubiera pasado nada, nuestras ventanas no estarían tan infladas, —contestó Mohamed primero. — Queremos hablar con usted, pero antes hace falta alojarse cómodamente . Nuestros dastarjanes están extendidos, estimado jefe del pueblo. Le invito en nombre de estas personas respetadas.

Y, sin esperar la respuesta, Mohamed ya estaba dispuesto a girar su caballo con la intención de indicar el camino al invitado.

Pero en aquel momento salió adelante Orynbek y puso su caballo a través del camino.

- ¡Le invito en nombre de los obreros! — pronunció con seguridad Orynbek. — También tenemos todo preparado. Si te apetece el kumís de la bota negra y la carne del potrillo, sigue al mirza Mohamed. ¡Pero si puedes conformarte sólo con té y pan, sígueme, Saken!

Seyfullin empezó a reflexionar. Su hermoso caballo de cuello largo, de color gris rodado, piafaba, no se estancaba, amusgaba sus orejas puntiagudas, bufaba, agitaba la cabeza sin cesar. La silla era de plata, y con cada movimiento del caballo resplandecía y rebrillaba en el sol. Pero por hermoso que fuera el caballo gris rodado, por apasionados que fueran por los caballos aquellos que esperaban al invitado, sus miradas se clavaron en Saken Seyfullin. El rumor público no lo podía embellecer más, pues era realmente hermoso. Iba con una chaqueta veraniega del tusor chino, botas con pala roma, en el pecho había una insignia con letras: miembro de KirTSIK, y con un sombrero blanco ligero. A caballo montaba recto y firme. Su cuello estaba abierto, su piel ligeramente bronceada. Su cara era blanca, su pelo negro, era un hombre de estatura alta y garboso. Era difícil pasar de largo a una persona así, sin detener la mirada en él. Su cara arrogante y un poco fría revelaba su carácter desdeñoso.

Seyfullin echó una mirada callada a la muchedumbre, estudiándola. Bajo su mirada penetrante cada uno se sintió aturdido.

- ¡Vamos donde los obreros! — al fin dijo Saken, señalando a Orynbek con la barbilla.

En el grupo de Mohamed bajaron las cabezas. Pero no podían hacer otra cosa, sino seguir a Saken. Orynbek estaba cerca de Saken, hablaba sin parar:

- En esta llanura, al pie de Baydaulet, pasaron muchas batallas sangrientas... El comisario de policía de la fábrica, Sokolov, y el jefe del destacamento punitivo de Kolchak, Volosnikov, aquí en esta misma llanura reunían a los obreros y cortaban sus espaldas en rayas finas, como la cinta. Yo me escondí, pero me cogieron en aquellas malezas de la filipéndula. Hasta en la época de los Consejos no nos dejaban vivir tranquilos. Estamos en deuda contigo hasta la muerte, querido Saken. Nos has soltado de las uñas de los buitres, nuestra vida se ha vuelto más alegre y libre...

Ahmetbek que iba detrás azotó al caballo para alcanzar a Saken, y comenzó a hablar:

- Saken, mi luz, nosotros también tenemos la lengua y encontraremos algo para contarte, si tienes ganas de escuchar. No olvides, querido, la costumbre de los kazajos. Allí a la entrada de su casa te está esperando el anciano Balaubay. ¿Por qué lo dejas atrás y no le visitas de paso?

Querido Ahmetbek, a Saken le falta tiempo para respetar todas las costumbres, — respondió Orynbek y fingió alegría.

Saken se volvió a su pequeño compañero de barba negra que estaba al lado derecho, y preguntó algo.

- Akyn, el hijo de Baysalbay, Ahmetbek, — explicó el barbinegro, habiéndose levantado de la silla un poco.

En seguida Saken giró su caballo hacia la casa de Balaubay. Saludó al amo después de apearse. El anciano ingenuo se quedó muy contento, su cara se sonrojó de alegría. Sin saber que decir, repitió varias veces:

- ¡Qué tengas una vida larga, mi luz, una vida larga!

El invitado no se detuvo mucho tiempo, se negó a probar carne del potro, bebió kumís y siguió su camino.

Seyfullin se alojó en la yurta blanca entre las cuevas. La yurta pertenecía al amigo de Orynbek, Mahshay, quien se hacía pasar por obrero. Es díficil de entender, ¿cómo un obrero podía tener una yurta blanca? Por cierto, Orynbek tenía la misma yurta.

decir de lo que había sucedido por la noche, y los dos entraron en la yurta sin abrir la boca; Mustafa tomó su asiento.

El invitado saludó a los ancianos, estrechando la mano. Mustafa sólo le preguntó : “¿Estás sano, querido?” — y, sin mirar al invitado, continuó pasando el rosario. Hadisha le dió un empujón , avisándole, hadzhi hizo caso omiso. Entonces le susurró al oído: “¡Deja tu rosario!” - Mustafa siguía a lo suyo. “¡Tiene revólver!” — le asustó Hadisha. Mustafa sonrió y dijo en voz alta para que todos oyeran:

- Más vale temer al dios que al revólver, tonta. El revólver está en manos del hombre, y el hombre, en manos de dios.

- ¡Ojalá los niños no tengan disgustos por tu culpa!

-Si tu hijo es un hombre de verdad, sabrá evitar los disgustos. Pero si es un tonto, tus preocupaciones no le van a servir para nada.

Nurabek, ocupado con sus pensamientos, de repente se entrometió en la conversación:

- No, hadzh, voy a vivir con vosotros, voy a trasladarme. ¡De otro modo estos bellacos me van a robar! ¡Necesito tu amparo!

- Acepta la protección de Dios, Nurek.

-¡Dios me ha ofendido, querido mío!

-¡Oh, Dios no lo quiera! Tenemos que pedir que sea piadoso, Nurek, no podemos sentirnos ofendidos.

-Estoy harto te pedir piedad, querido.

-Entonces dirígete a las autoridades. Te darán su protección.

Me comerán vivo, hasta que me tomen bajo su defensa. ¿Dónde estaban las autoridades, cuando me ofendían? ¿Si no fuera por ti, acaso Ahmedi me habría devuelto la yegua?

-Ahmedi no se asustó de mí, sino de las autoridades.

-Lo único que sé es que he acudido a ti. Y como lo conseguías no es asunto mío.

Hadisha no podía soportar más su conversación y dijo a bocajarro:

-¡Ojalá no seas nuesto vecino, Nurabek. Vete, déjanos descansar.

Pero Nurabek no pensaba irse. Entonces Hadisha cogió una pizca de sal y se acercó al fuego. Mustafa levantó la voz con cólera:

- ¡Déjalo, tonta!

Según la creencia, si echas sal al fuego, sale la hernia.

Nurabek se puso de pie asustado, pero Mustafa le hizo sentar.

-Un hombre en andrajos es despreciado por los perros. La gente también lo desprecia, pero sólo personas que tienen carácter del perro. ¿Acaso el pobre Nurek no ha sufrido bastantes humillaciones y ofensas? Si no somos capaces de ayudarle, por lo menos no le haremos daño. ¿Para qué meter el dedo en la llaga de una persona agotada?, mejor ayudarla con algún consejo amistoso, palabra cariñosa. Has pedido mi ayuda muchas veces, Nurek. Puedes trasladarte a nuestro pueblo. No siento apresión por ser tu vecino.

Cubriendo a Mustafa con palabras de agradecimiento, Nurabek salió de la yurta. Sarybala por costumbre gastó un chiste a su padre:

- ¿Significa esto que toda la bondad no viene de ti sino de Mahoma?

- Hijo, ¿hablas en serio de Mahoma o te burlas de mí? Sea como sea, te voy a contestar con seriedad. Me encanta Lenin, porque el pueblo lo quiere y lo quieres tú. Y a Mahoma a quien quiero yo y el pueblo, también debes tenerle respeto. Te hablo del respeto, no de la admiración. El quien sabe respetar al otro, tendrá su respeto .

Kabil le guiñó el ojo a Sarybala: no discutas con alguien como este, no vas a ganar. Luego lo invitó a salir con una cabezada.

Fuera había un calor sofocante, la tierra se había calentado mucho. Todos los animales estaban escondidos, hasta las serpientes que necesitaban el sol, buscaban algún refugio fresco. Solamente los moscardones estaban contentos, con el zumbido alegre atacaban al ganado inmóvil y agotado por el calor.

- ¡Ah, qué calor! ¿Has leído “El Metraje”? — comenzó la conversación Sarybala.

Kabyl chasqueó la lengua. Sarybala continuó:

- Cuando llegue el fin del mundo, el sol estará cerca de la tierra a una longitud de lanza. La tierra se convertirá en ascua. El universo gritará a coro, y cada uno de este coro pedirá clemencia. Sólo Mahoma galopa en un caballo alado entre el dios y la tierra. Este día parece al fin del mundo y los moscardones, a Mahoma.

Por cierto, el padre tenía razón en su disputa, — advirtió Kabyl, - no hace falta desaprobar a Mahoma.

Kabyl examinó con atención el aúl desconocido. Sarybala le siguió con su mirada.

Allí está el viejo Abish, padre de Nurgaln, el paralítico, durmiendo como siempre en la sombra de su yurta rota. No puede caminar, sus pies son débiles, sus manos sirven sólo para llevar la comida a la boca. Un ser vivo, pero desválido. Sin embargo, Abish no quiere morir. Allí tienes a otro, el hermano menor de Mustafa, Hamstzhan, gallardo, fuerte como un roble, negro, firme y de carácter blando, a pesar del calor que hace, no se aleja de la fragua, desde amanecer forja el hierro sonoro. Suda la gota gorda. Su camisa de algodón está empapada de suciedad. La mujer de Hamet está ocupada con la casa, y cuatro niños pequeños siguen los golpes pesados del martillo de su padre.

¿Por qué no invitó a Saken a su casa, y lo llevó hasta aquí? Orynbek no quería mostrar su hacienda. Aquí es más fácil pasar por un obrero con un caballo , se comporta con libertad, habla con valor, pero tiene bastante menos seguidores que Mohamed. Y la gente viene y viene de todas partes donde Mohamed. El pequeño compañero barbinegro de Saken llama la atención. Lo llaman respetuosamente Auke.

Sin participar en la lucha entre dos partes, Sarybala observaba a Saken. El miembro del gobierno se lavó, empezó a afeitarse, arreglándose después del camino. Sarybala estaba parado a cierta distancia, apoyado contra la arbá, y contemplaba con atención lo que estaba ocurriendo. Volvió a recordar las palabras de la canción de Abay:

Sin alejarse a un lado,

Sin susurrar misteriosamente,

No hablarán por los codos.

Los rivales estaban dispuestos a destrozar los unos a los otros, parecían una bandada de cuervos que gaznan, muertos de hambre y despiadados. Sarybala le miró a Saken. Continuaba afeitándose.

Desde la fábrica aparecieron seis jinetes. Sarybal los reconoció a todos. Eran los verdaderos obreros a quienes veía muchas veces en Spassk: el hijo del Arap, Duysen, los hermanos Sadvakas y Shapmerden, los hermanos Kasym y Karatyshkan, el hijo de Bapbokysh, Maksut. Tardaron en saludar al contrario de los kazajos esteparios, se detuvieron junto al invitado, y cada uno le dió un apretón de la mano sin decir nada.

Saken les propuso sentarse y preguntó de dónde eran.

- Somos los obreros de la fábrica, — respondió Duysen, rechoncho y de bigote rojo.

- ¡Muy bien! ¿Digan, qué quieren de mí?

-Hemos venido de visita. A ver si compone usted alguna canción para nosotros.

Saken sonrió, con una sonrisa miró a los jinetes más jóvenes — a Maksuta, de cara ancha y de cabello rojo, y a Karatyshkan moreno. Los dos estaban inquietos, hablaban entre si a media voz, empujándose el uno al otro.

-Agay, — dijo Maksut, — si se puede nos gustaría cantar una melodía para su canción.

Saken sonrió de nuevo y al salir de la yurta, le tendió a Maksuta dos hojas de papel llenas de letra árabe.

-No es fácil componer una canción así sin más, — dijo Saken.

-Aquí tiene una que había compuesto antes. Apréndanla, por favor. No les puedo decir nada de la melodía. Soy un cantante malo.

El jinete examinó las hojas y dijo:

-A esta canción ya la cantamos aquí, agay.

-¿Y conocen la melodía?

-La conocemos.

-Y bien, que canten, vamos a escuchar.

Maksut cantó sin titubeos:

Azamat, no te agaches, despierta,

Ponte con los hermanos codo con codo,

Por libertad e igualdad con la bandera roja iremos contra la oscuridad.

La discreción de Saken se esfumó después de que había escuchado su canción. Trabó una conversación afectuosa y fraternal con Maksut.

- Creo que eres un muchacho hábil. ¿Quieres estudiar ? Si quieres te llevaré consigo.

- Quiero estudiar.

- Primero tienes que pedir permiso a tu madre, querido, — gruñó Duysen.

Saken le bajó los humos:

- Ninguna madre se conforma con vivir separada de su hijo. No significa que deben estar juntos toda la vida. La madre cariñosa se despide con lágrimas, y después agradecerá el destino cuando su hijo termine los estudios. Lenin dice: aprender, aprender y aprender. El jefe de nuestro estado es un obrero. Y hay muy pocos obreros letrados. Para gobernar el país, no sólo hace falta tener fuerza, sino también conocimientos. Los conocimientos son necesarios también para distinguir un amigo de un enemigo. Hasta para manejar el pico, uno necesita saber algo. El proletariado debe preparar no sólo obreros, sino también a sus científicos, sus políticos, sus escritores. No se caen del cielo, y nadie los va a enviar.

Los obreros se acercaron sólo para saludar, pero se quedaron con Saken durante mucho tiempo.

-Enviaré las nuevas canciones sin excusas, — prometió Saken, cuando se iban. — y tú, Maksut, si no cambias de opinión acerca de los estudios, estate listo. Aquí no vamos a pasar mucho tiempo.

Sarybala acompañó a los obreros hasta la fábrica. De camino entabló conversación con Sadvakas, un hombre mayor, bajo, con rostro picado de viruelas y dos arrugas profundas en la frente. Sadvakas no solía hablar mucho, pero si decía algo , lo decía sin rodeos, de forma brusca. Era cerrado, severo, discreto, como Sarybala. Pero cuando se encontraban así, a solas, decían todo lo que les oprimía el corazón.

- En los susurros de aquellos, que han conocido a Saken, dios es testigo, hay algo malo, — dijo Sadvakas, despidiéndose. — Has llegado aquí y haces bien que no participes en la confabulación. Y no te aconsejo formar parte de esto, te van a manchar.

- No, me quedaré al margen. Porque si me meto en esto, no lo voy a soportar, terminaré en una pelea. Creo que no nos van a dejar en paz, tratarán de malsinar.

- Orynbek puede decir que tu padre es hadzhi, tu suegro es un ricachón, y te va a difamar. Pero que se atreva. Saldremos en tu defensa. La gente no ha olvidado quién plantó cara al sinvergüenza de Muhtar.

Las palabras de Sadvakas le impresionaron mucho a Sarybala.

Volvía animado al lugar donde el invitado recibía con la esperanza de que los hombres honestos le apoyarían.

Al lado de Saken seguía el mismo hombre barbinegro de estatura mediana. En la muchedumbre se cruzaban palabras a media voz:

-¿Quien es?

-Hijo de Esenbekov, Aubakir.

-Amigo de Saken.

Esenbekov invitó a pasar a la gente con un gesto y entró en la yurta detrás de Saken.

En la yurta pequeña no cabían todos. A algunos les faltaba sitio y se quedaron parados en la entrada. Sarybala consiguió abrirse paso dentro, se sentó junto a la puerta, observando atentamente los rostros de aquellos que ocupaban lugares de honor. A la derecha de Saken estaba Esenbekov y a la izquierda, Orynbek. Nadie se movía, ni hablaba, había un silencio completo. De pronto Abyl, un hombre enorme, el suegro de Mohamed, interrumpió la calma:

- Nuestra luz, Saken, al enterarse de tu llegada, nos hemos reunido aquí, los viejos y los jóvenes, para verte y quejarnos de nuestro destino. Todos nosotros somos hijos de la tribu Altai - Karpyk. Tu padre es un hombre muy conocido, y tú también. Hoy día en la tierra kazaja la vaca brama, el oso brama, y quien quita el pellejo a quien, no sabe ni diablo. Sabes bien que después de cada pelea viene la paz. Tráiganos la paz. Hasta no nos dejan dormir tranquilos con la vieja. Nos han quitado el caballo bueno y la comida sabrosa. Viene alguien con la escopeta, si no le gusta alguna cosa, se pone a gritar: “¡Burgués!” Si dices una palabra al respeto, chilla: “¡Qué lo arresten!”. Nuestros hijos y mujeres viven con un miedo constante. Somos como los liebres, tenemos miedo de nuestra sombra. Sólo a ti te hablo sin engaño, y ante otros, infeliz, no me atrevo ni a abrir la boca.

- ¿Quién os ofende? — preguntó Saken, mirando fijamente a Abyl.

-No se puede nombrar a todos... Algunos pueden estar en esta yurta y hasta entre aquellos con quienes estás rodilla a rodilla. Todos los desmanes se hacen en nombre del gobierno. — Abyl sonrío y calló.

Orynbek empezó a hablar con irritación:

-¿Por qué sonríes, barrigudo y voraz? Me gustaría decirte: ¡fuera el poder soviético! Es lo único que llevas en tu cabeza. Tienes miedo de decirlo en público y crujes los dientes con odio. ¡Habla, canalla, y suelta todo antes de morir! ¡Tienes tus días contados!

Mohamed se entrometió:

-¡Frena tu ira, Orynbek, cálmate! Tú no puedes juzgar quien es canalla, sino el pueblo. Si el pueblo decide, dirá exactamente. Sacken, la gente ha acudido a ti. ¡Haz callar a este perro!

-¡Nadie me va a callar la boca! — se enfadó Orynbek. ¡No te hurges en mi alma, chacal hambriento. - ¡No estoy a tus alcances! ¡Es díficil tragarme!

-¡Basta, dejadlo! Todo está claro, — dijo Saken con enfado y levantó la mano.

En la yurta se hizo el silencio sepulcral. Seyfullin empezó a hablar despacio, sopesando cada palabra:

El huracán purificador del octubre pasó y han comenzado los días de sol. Si algunos de ustedes esperan el nuevo huracán, y otros piensan tomar el sol tranquilamente, los dos se equivocan. Los pobres y los obreros han agarrado el poder con mucha fuerza. Quien intente impedirles, estará perdido. Aksakal Abyl, si nos hace usted una zancadilla, romperá el cuello. Y tú, Orynbek, estás en la fila de luchadores por una vida nueva. Pero no digas que acabarás con el barrigudo de un sólo golpe. Con los cabellos no se corta la cabeza. Y si decides cortarla, te cortarán las manos. Los pleitos continuos, disputas, escándalos entre vosotros os llevan a estas dos consecuencias. No soy rico ni el anciano de los tiempos remotos, yo no mando, sino sólo explico la línea de nuestro gobierno. Quien no desee comprenderla a tiempo, la comprenderá más tarde, cuando caiga en la desgracia... Ahora voy a decir algunas palabras sobre algunos de sus compañeros. La gente no aprueba mi decisión de liberar a Orynbek de la prisión. Si un hombre ha reconocido su culpa de todo corazón y ha sido sincero en pedir perdón, no perdonarlo es una atrocidad. Por muy grave que sea su culpa en el pasado, hacerse despiadado con él es un acto criminal. En los tiempos de Kolchak me engrillaron, desterraron a trabajos forzados, me arrancaron el pelo de la cabeza. Ahora los castigadores han caído en manos del poder soviético. No tengo intención de vengarme de ninguno de ellos. Si esta gente no se reforma, no acaba con las hostilidades contra el poder de los obreros y campesinos, está claro que no tendrá clemencia. ¡Es lo que quería decir sobre Orynbek y algunos de sus compañeros!..

—¿ Acaso apiadarse de su enemigo no significa herir a si mismo? —preguntó Sarybala.

Saken se volivó animado a él.

-Todos los enemigos son distintos, la hostilidad también es distinta. Si el enemigo es cruel e irreconciliable, las heridas que infiere, serán incurables. Nuestra actitud a tal enemigo es determinada. Creo que Bekov no pertenece a uno de nuestros enemigos irreconciliables. Cuando intentaba liberarlo de la cárcel, sabía que él no era un trigo limpio. Ya que todo el mundo sabe que una persona inocente no recibe decenas de quejas. De todos modos los delitos de Orynbek son insignificantes frente a los crímenes de Muhtar, Bimende, Aubakir y de otros ricos. La nobleza feudal kazaja que gobernaba en el pasado, todavía trata de llevar las riendas, intentando mantener su influencia en la estepa. ¿Por qué debemos apartar al hijo del obrero corriente, Bekov, de rehacer una vida nueva? No podemos ser tan groseros con la gente. No tengo duda de que Orynbek Bekov reconocerá la culpa del pasado y dentro de poco tiempo volverá a ser un trabajador activo soviético.

Los partidarios de Mohamed bajaron deprimidamente sus cabezas y estaban sentados en silencio. Parecía que si les rompieran las costillas, las mutilaciones les harían menos sufrimiento que las palabras de Saken. En el silencio completo solamente se oían los suspiros de los cómplices de Mohamed.

Orynbek se levantó y pidió palabra.

-Espero que me perdonen todos, — dijo a todos. — Sabéis que he crecido aquí, entre vosotros, y no he visto nada en mi vida, excepto esta fábrica. Antes vivía a ciegas, me equivocaba a menudo, pero no hubo nadie para correjirme, y los ricos me empujaban al precipicio. Y llegó el día cuando comprendí y reconocí todos mis errores del pasado. No sólo en el futuro, Saken-agha, pero hoy le doy mi palabra segura que voy a servir a favor del poder soviético. Repito: no hablo de mañana, Saken, hoy me quedo contigo para que siempre estemos juntos.

La conversación duró mucho tiempo. Después de la comida los invitados salieron en seguida. Orynbek los acompañó.

1Bekov cumplió su palabra, expió la culpa; el escritor quería contarlo en su próximo libro.

El aúl estaba silencioso. La noche estaba avanzada. Los perros dejaron de ladrar, no se oían las canciones de los jóvenes. Apagaron los fuegos cerca de las yurtas, no había luz. La noche era oscura como la boca de un lobo. Por la cañada detrás del aúl caminan tres jinetes: Sarybala, Nurgali y Meyram. Apenas se oyen sus pisoteos, respiran sin ruido. Asomados hasta los hombros del barranco, observan la yurta gris durante mucho tiempo. En una noche tranquila sólo se oyen los latidos frecuentes de sus corazones.

En la yurta gris hay una muchacha encantadora tumbada en la cama. Sus ojos están cerrados, pero no duerme. La muchacha está soñando, tan pronto tiene calor como frío... Al fin y al cabo se cansó de tanto soñar y se quedó dormida.

Pero para nuestros jinetes ella no duerme. Les parece que enlaza una cinta con monedas de plata en su trenza, les llama con sus ojos sonrientes, se ríe de una forma fascinadora.

-¿ Y a quién llama? — cada jinete pregunta a sí mismo y en seguida contesta: - Claro que a mí...”

De repente con un rugido terrible apareció un perro amarillo. Los jóvenes se tumbaron en el suelo y se quedaron quietos como ratones.

El perro ruge, se acerca al derrocadero a saltos. El cuerpo de Nurgali se aprieta más al suelo. Nurgali daría una hora del placer amoroso para librarse de este momento temeroso. ¡A quién no asuste el perro más furioso del alrededor! Despues de haber ladrado algún rato, haber saltado, y haber informado al amo de los huéspedes no invitados, el perro se recuesta en la barriga para tomar el aliento, esperando, guardándoles. Los jinetes siguen en el suelo. Ha pasado un minuto, dos , tres. El perro no se va. Los amigos se mueren de ganas de ponerse de pie de un salto. Pero si lo hacen, el perro se lanzará como un halcón. No hay nada para defenderse de él: ni palo, ni piedras. Y tampoco se puede quedarse aquí durante más tiempo. Pronto amanecerá, pueden pillar a los traviesos, y morirán de la vergüenza.

Sarybala fue primero quien rateó a lo largo del derrochadero. Los amigos lo siguieron sin respirar. Serpenteaban por los charcos, polvo y barro, hasta retroceder a una distancia segura. El perro no tenía ganas de alejarse de la yurta del amo.

Alegres por haberse salvado los amigos olvidaron el miedo reciente.

— Vamos a entrar en la yurta de Nurabek, — propuso Sarybala.

-Nurabek es un anciano silencioso e inofensivo. Lo llaman Nurabek herniado o Nurabek ceceoso. Ha casado a la mayor de sus hijas. Los hijos no los tiene. Nurabek tiene una caballada pequeña, su kumís no puede beber nadie, sólo él, no parece kumís sino la infusión del sulfato de cobre. Tiene piedad de sus caballos, siempre va andando.

Los infortunados alcanzaron la yurta de Nurabek. El cobarde Nurgali quien antes nunca había visitado a las chicas por las noches, de golpe se volió muy valiente. Los amigos apostaron: quien de ellos iba a probar fortuna y llegar hasta la hija de Nurabek.

-¡Dejad de hablar, iré yo! — declaró categóricamente Nurgali.

-Sarybala con Meyram le cedieron el paso.

Los amigos prestaron oídos, solamente el ronquido de Nurabek y el rechino de los dientes de Nurgali perturbaban el silencio. La puerta chilladora no dejó escapar ni un sonido, cuando en la yurta entró el jinete enorme y torpe. Avanzaba sin ruido. Sobre el fuego había un soporte con una olla llena de leche. La muchacha dormía en el suelo al lado derecho, junto a la rejilla. Nurgali se acercaba a ella, temblando como una hoja. Las perneras arremangadas hasta las rodillas, la camisa remangada. ¡Ojalá pueda meterse bajo su manta! ¡Pero hay una olla en el camino, que la lleve el diablo, si no la pasa sin tocar, todo se irá al carajo!

Mientras tanto otros dos se aburían fuera. A veces se juegan las malas pasadas sobre los coetáneos en el aúl. Desde fuera Sarybala ató la puerta de la yurta con un cordel, y Meyram empezó a restregarse contra la yurta, como si fuera una vaca

- ¡Qué te mueras, maldita sea! — en seguida sonó la voz de Nurabek.

Meyram siguió restregandose.

- ¡Romperá, infeliz, la yurta apenas se sostiene, romperá, oh! - se alarmó el anciano y con un grito: ¡Te derribaré de ti los restos de los cuernos! — saltó de la cama y agarró el palo.

Nurgali corrió hacia la salida, chocó con la olla. La olla retumbó, la leche se derramó por el suelo.

- ¡Socorro, socorro! ¡Ladrón! — gritó el anciano.

El grito desesperado puso en pie a todo el pueblo. Hasta los cachorros se pusieron a ladrar. Chapaleando sobre la leche derramada, Nurgali iba de maza en calabaza buscando la salida. ¡Tiró de la puerta, pero no hubo manera!

Y Nurabek con el palo en la mano perseguía de forma obsesiva al pertubador de la tranquilidad. Con el estrépito tropezaban con la olla uno y otro. El anciano agitaba el palo, pero no pudo amañarse de ningún modo para golpear, y no dejaba de gritar: “¡Socoo-rr-ol!!” Por fin le dío a Nurgali directamente en la nariz y aquel lanzó un chillido.

Sarybala y Meyram desataron la puerta y apretaron los talones. Tras ellos, como si el tapón del cuello, salió corriendo de la yurta Nurgali. La sangre le corría por la nariz, pero él no lo notaba, corría como un loco. La revoca ladrando fuertemente se lanzó detrás de él pisando los talones. La revoca ya alcanzó al desgraciado travieso, el primer perro lo tiró por los pantalones. Nurgali se defendía corriendo, no tenía tiempo para mirar a todos lados y él no notó cómo cayó en un pozo profundo. Pero como suele pasar en estos casos, no pasó nada terrible. Al contrario, Nurgali se bañó, se quitó la suciedad. Al rodear el pozo, los perros lo miraban espectantes. Nurgali, habiendose sumido en el agua hasta las orejas, decidió confiar su destino en Dios...

Mientras tanto los reunidos al grito de Nurabek se enteraron de la situación y empezaron a regañar al pobre anciano:

¿Acaso no eran tu padre un joven, y tu madre una joven?

- ¿Para qué has alarmado a todo el mundo, como si te hubieran atacados los bandidos?

Pero una de las viejas justas se puso en defensa de Nurabek:

Un dzhiguit llega a ver a la muchacha acaso para que derribar la olla y hacer caer la yurta? Antes los dzhiguits eran hábiles como gatas. Llegaban e iban en silencioso, así que no sólo los padres, sino nosotras no lo notábamos. ¡Y los actuales qué lentos, qué torpes son!

Ya tranquilizado Nurabek se ha enojado de nuevo:

¿De qué dzhiguit estás hablando? ¡Basura! ¡He hervido la olla entera de la leche y ahora no se ha quedado ni una gota! ¡Maldito sea! ¡ Peor que un perro! ¡No la muchacha te deseo en los abrazos, así caiga la desgracia sobre tu cabeza! Si tuviera un hijo, acaso se burlarían de mí todos!

Sarybala ha venido a casa y se ha acostado. Los aúles se situaban al lado, y las maldiciones de Nurabek se oían muy bien aquí.

A su madre le costó despertarlo . Al abrir los ojos Sarybala en el lugar de honor vio al pequeño dzhiguit con el rostro picado de viruela. Era mediodía.

Se ve que la juventud corre por las noches y de día duerme. Y en la yurta vecina baybishe grita: “¡Levántate, levántate, Meyram - zhan!” — ha dicho el desconocido con una sonrisa.

Sí, alguien hoy en la noche corría, — ha mantenido la conversación de Sarybala. — Es posible que entre ellos fuera y usted, mi amigo perspicaz. ¿A dónde se dirige, de dónde viene? No le he reconocido.

- Me llaman Kabyl, el padre se llama Bleusiz. He llegado de Akmolinsk.

Si no me equivoco Bleusiz trabaja en el comité de distrito de la juventud?

- Sí.

La conversación de ellos la ha interrumpido Mustafa. Él ha entrado en chanclos de cuero a pies desnudos y con un largo rosario en las manos. Junto con él está Nurabek. Se han encontrado al amanecer detrás del foso común, después de la oración de la mañana.

Hametzhan deja para un minuto el martillo, ordeña a la yegua y regresa al yunque. El sudor le cae desde las sienes a la barba y gotea a la camisa. Pero el herrero no abandona su trabajo.

“¡Oh, vida, vida! Que interesante es, que dolorosa, que variable. Puede acabar hoy, pero la persona sigue trabajando sin cesar, como si fuese inmortal. En el mundo hay tantos fenómenos asombrosos, misteriosos. Estúdialos, adivina. Pero es corta la vida humana. Algún día iré también al otro mundo sin haberte comprendido, vida. Estos pensamientos vacíos, probablemente no le ocupan a Kabyl así como a mí”.

Kabyl, andando despacio, se ha dirigido a la yurta blanca al extremo. Sobre su entrada está escrito en letras grandes: “¡Fuera el analfabetismo!”

- ¿Cuántas personas estudian? — ha preguntado alegremente Kabyl.

- Quince, — ha respondido con mucho gusto Sarybala. — En general son adolescentes. Pero estudia también el barbudo Bukpantan, el hijo mayor del enfermo de Abish, y la muchacha pobre por nombre de Zhanyl, de aquella cabaña negra. Por primera vez veo entre los kazajos tales alumnos como ellos.

- ¿Estudian a la antigua o de una manera nueva?

- De una manera nueva. Estudiaba a la antigua, a la árabe, y en un año a duras penas dominé el alfabeto. Y ellos en un mes han aprendido a leer, y a escribir.

- ¿Y quién paga al maestro?

- Es una persona admirable. A los pobres lod estudia gratis. Otro pagan como puedan.

- Por primera vez oigo sobre tal maestro. ¿Cómo se llama?

- Tulsubay. Su hermano mayor trabaja en Spassk, el carpintero Adiyabek.

- Sarybai y Kabyl han llegado a la yurta blanca. Su puerta se encontraba cerrada. La han abierto y han entrado. En el suelo, cerca de las paredes, han visto una cama hecha. Arriba estaba colgado el retrato, cortado de la revista, de Lenin. La pequeña vivienda era pura, aseada y confortable.

- ¿Y dónde están los amos?

- Se habrán ido a bañarse.

Solamente ahora encontrándose a solas en la yurta desierta Kabyl le ha dicho a Sarybala el objetivo de la llegada. El comité de juventud del distrito le ha mandado crear en los aúles una células de los jóvenes. En el aúl de Tashek ya él ha organizado una. Una más piensa crear aquí.

- ¿Qué piensas de esto?

Sarybala ha preguntado:

- ¿Y a qué se dedicarán los miembros de la organización?..

О-о, hay mucho trabajo. Seréis los ayudantes de los comunistas, el núcleo de la juventud del aúl, los vanguardistas en todas las medidas políticas, económicas y civilizadoras. En una palabra, la mano derecha del partido y del gobierno.

- Hacerse la mano izquierda y es mucho. En el aúl toda la juventud se encuentra bajo la influencia de los padres, y de los ancianos. Muy pocos jóvenes tratan de vivir independientemente.

Primero los uniremos a estos pocos. Atraeremos a más peones, a los pobres. ¿Quién, según tú, es el más conveniente? Dime sus nombres, — ha pedido Kabyl y ha sacado del bolsillo un bloc de notas.

A Sarybala le ha costado llamado a cuatro.

Por ejemplo, el forzudo Nurgali joven, el hijo del enfermo Donny. No es muy valiente, pero tiene buena planta, impresiona con solo su aspecto. Además mi primo Meyram, el más honesto de los honestos y sincero. Y él también es pobre. Hay un huérfano Izbasar, inteligente, ya letrado, vive mejor, que los demás. De las muchachas — Zhanyl, la hija del peón, parece muy tímida, pero, si siente el apoyo, se envalentonará. El fuego bajo la ceniza no calienta, pero si la ceniza se limpia y se sopla, el carbón empieza a arder. Janyl recuerda este fuego escondido bajo el manto .

Son pocos. ¿Quién más todavía?

Por ahora solamente ellos.

¿Y tú?

Tú hablabas sobre la atracción de los peones y los pobres. Yo soy campesino medio. Además, mi padre es hadzhi, el suegro, a la manera moderna, es el señor feudal.

Alá, dicen, pregunta por los pecados a cada uno de los creyentes. No debes responder no sólo por los abuelos, sino poe el padre.

Sé que no debe. Pero me reprocharán con el origen, y no quiero esto.

A no ser que sea cobarde tú, y no Nurgali.

La cobardía y la limpieza es como el cielo y la tierra.

A ti, joven, es difícil llevarte el gato al agua. Te confieso francamente: atraerte a la célula lo aconsejó

¿Katchenko? — ha vuelto a preguntar perplejamente Sarybala.

El apellido del bolchevique conocido la guardaba en la memoria desde aquel encuentro. “Hermanito, me confío en ti”, — se acordaba más de una vez de las palabras del comunista con la cara pecosa, la complexión robusta, rojizo, cordial. Y ahora ha aparecido ante los ojos de Sarybala. Habitualmente de sangre fría, tranquilo Sarybala se ha animado, se ha puesto de buen humor, como entonces, hace un año, en la estepa ancha cubierta con estipa plumosa, cuando Katchenko hablaba con él sobre la vida nueva, le daba consejos.

- ¡Entonces inscríbeme a mí también! — ha decidido Sarybala.

- Ya ha anotado. Ahora ayudame a persuadir a los que has llamado.

- Tres de ellos me están entregados en cuerpo y en alma. Será difícil ponerse de acuerdo con Zhanyl. Pero sin embargo lo intentaré.

Se ha oído una canción. Las sonoras voces jóvenes se acercaban.

Azamat, lévantate para combatir en las filas ,

Abre los ojos al mundo...

- Los nuestros cantan, — ha dicho Sarybala. – “La canción es la reina de las palabras”, dicen. “El mejor oficio es la elocuencia”. Me parece es necesario todavía añadir: “En la boca inhábil y las palabras de oro se hacen de barro”. Y el habla brillante aviva un asunto corriente. La autoridad también es importante para la mayor convicció. He visto a Katchenko y Seyfullin. Si Nurgali los hubiera visto antes que yo y me hubiera transmitido sus pensamientos como los suyos, a mí estas personas no habrían causado tal impresión.

- No te pongas a filosofar, continuaremos con lo que hemos comenzado. Les explicaré a tus jinetes las tareas y las obligaciones de la organización de jóvenes, y tú, habla con Zhanyl, trata de convencerla.

Algunos jóvenes, cruzándose palabras en voz alta, han entrado en la yurta. Junto con ellos Zhanyl y el maestro Tuleubay. Es joven, de los bigotes apenas visibles. Siempre lo atraenlos forasteros, especialmente los autorizados de la ciudad. Tuleubay es hambriento a las novedades. Él en seguida ha asediado con preguntas a Kabyl, apenas franqueado el umbral. Sarybala le ha pedido a Zhanyl salir con él para una conversación importante.

- Tengo un asunto para ti. Pero primero promete que consentirás.

- ¿Dios mío, de qué estás hablando?

- No te asustes. No es lo que en qué piensas del susto.

- Vale, entonces dime.

- Mira, ha llegado el autorizado de Akmolinska para crear en nuestro aúl una célula de los jóvenes. Tiene intención de hacer participar a mí, a ti, a Izbasara, Meyrama y Nurgali. ¿Qué te parece?

- ¿Y a ti?

- Me inscribo.

- No me dejará ir la baybishe del amo. No siempre deja asistir a las clase. Si no le obedezco , se irrita, hasta puede pegar.

- Si entras en la célula, no sólo golpear, sino tampoco nadie se atreverá a reñirte.

- Y si la baybishe me echa, que haremos entonces? Mis padres están viejos, enfermos, nos quedaremos completamente sin comida.

- La célula en cualquier caso te ayudará.

- ¿Qué célula es esta? ¿Dos o tres personas? Primero que ayuden a ellos mismos.

- No comprendes que es una célula. ¡Si mirar al fondo, la célula es el poder soviético, es el partido comunista, es Lenin!

- ¡Oh, Alá! ¿Acaso hacia Lenin llegarán nuestras palabras?

Cuando te metas un rancajo en el dedo, al mismo instante la cabeza sentirá el dolor. Supongamos que Lenin es la cabeza, la celula es el dedo. Antes de la revolución nuestro género numeroso de Karamurat lo oprimían y engañaban los descendientes de Igilik. Ahora una pequeña organización de jóvenes de Karamurat, apoyándose en el poder soviético, comenzará la lucha con elite parasitaria y mañana lo derribará. Es hora de terminar con los barrigudos y abrir el camino ancho para el trabajo. Que cada uno reciba el derecho de aprender cualquier oficio, que la mujer tenga los iguales derechos con el hombre. Para esto es necesaria la célula...

La pecosa cara de pómulos salientes de la muchacha pobre palidecía, expresando ya alegría, ya susto. Pero sus ojos azules se han encendido con la esperanza.

Decida usted mismo, —ha pronunciado preocupada. Sólo que no me quede con las manos vacías.

Ellos se agitaban. ¡Cómo no! Zhanyl es una codorniz débil en las patas crueles de bay. Es bueno si la organización la arranca de estas patas. Y si no arranca, se perderá Zhanyl. Aunque vivimos en el tiempo del poder soviético, pero los poderosos son muy fuertes hasta ahora. El susto y la excitación de Zhanyl han convencido una vez más a Sarybala que la lucha será dura.

- ¡Nos arresgaremos, Zhanyl! — ha dicho él, acabando la conversación.

Los que se quedaba en la yurta, han solucionado el problema antes que ellos. Izbasar, Nurgali y Meyram ya han tomado los cuestionarios. Sarybala y Zhanyl han seguido su ejemplo. Si antes se encontraban los cinco, siempre bromeaban, daban empujones alegremente, cantaban las canciones, luchaban. Ahora estaban callados, ocupado con el cuestionario. Sus corazones latían a menudo. Cada uno a su manera imaginaba el futuro, esperaba los cambios en la vida. Las intenciones serias retenían a los jóvenes de la ligereza. La juventud provocativa, agitada se ha tranquilizado de repente, ha adquirido la solidez y la reserva.

- Ahora no puedes derramar la leche ajena, — como si a propósito lo hubiera dicho Sarybala. ¿ Nurgali ha puesto los ojos de plato, ha mordido el labio. — ¿Me perdonas? — ha preguntado Sarybala.

Al mirar al cuestionario, Nurgali ha asentido con la cabeza. Así, Sarybala ha evitado una bronca. Si no hubiera llegado Kabyl con un asunto tan importante, estaría con cardenales por la travesura nocturna.

Kabyl , ocupado con los pensamientos, iba y venía por la yurta. Él estaba contento y pensaba en el mensaje al comité de distrito. Llegará allá como el vencedor, como si hubiera vuelto la montaña. Su alma jubilaba. Por muy modesto que sea, pero sin embargo es el éxito. “¡Expresarán probablemente el agradecimiento!” — se alegraba Kabyl. Ninguno de los dzhiguit sentía el calor sofocante, porque todos estaban acalorados más por la célula que por el sol. A mediodía Kabyl ha recogido los cuestionarios, solicitudes, autobiografías y los ha puesto en su bolsa.

- El nombre de la organización, probablemente, será “la Descendencia”, — ha dicho él. — Después de que el comité de distrito la haya afirmado, os traeré los carnés y os los entregaré en persona.

Cuando Kabyl subía al caballo, habiendo tomado té y queso en la casa de Mustafa, Mahambetshe le apretaba la cincha a su caballo. Habiendo amusgado, el caballo castrado le ha mordido al amo en la cadera. Mahambetshe ha gritado con enfado:

- ¡En el cuarto aúl y el ganado se ha enfurecido! ¡Y cómo no va a enfurecerse! Mustafa tiene Dios en su boca, en las manos, el rosario, y el hijo es infiel, la casa se ha hecho el foco del diablo. ¡Oh, que tiempo incomprensible, terrible ha llegado!

Mustafa, habiendo oído desde lejos la exclamación del hermano mayor, ha pronunciado a media voz:

- Mucho impíos, como tú, se han ido del mundo maldiciendo y sollozando. ¿Cuál de vosotros ha abandonado el mundo contento?! Con las maldiciones no cambiarás el destino. Cada tiempo tiene sus costumbres. Cuyo pan se come, su costumbre se respeta.

EL SERVICIO EN LA MILICIA

Quejándose uno del otro, Muhtar y Bilal han descubierto sus abusos y crímenes. Todo ha acabado con que a los dos los han echado, y han nombrado el jefe del vólost al pobre Tusip.

Ya sin puestos los enemigos no cesaban la lucha, aspiraban a vengarse uno a otro. Ya ganaba una parte, ya otra parte. Aprovechando el momento, Muhtar ha conseguido el arresto de Bilal y lo ha metido la cárcel Akmolinsky juntos con los hermanos mayores — Yahiya y Shayhy.

La cárcel estaba a tope con todo tipo de la gente de la garra: granujas, especuladores, aventureros menudos. Se encontraban allá e inocentes, víctimas de la enemistad remota. El pueblo sufría, por un lado, de las consecuencias de la guerra larga, las enfermedades y el hambre, y por otro, de todo género de las canallas locales que aprovechaba la confusión y tenía prisa a ajustar cuentas remotas con las personas honestas. La joven república soviética, el estado soviético todavía no fortalecido sucesiva e insistentemente llevaba a cabo las ideas del socialismo. Pero los ricos dentro del país y los capitalistas en el extranjero no dejaban de vocear de que los días de los Consejos son contados y que los Consejos están a punto de caer.

La población completamente iletrada de los aúles continuaba haciendo una vida nómada por la estepa sin tener una vivienda constante. Si no hubiera en el aúl el ganado, no habría vida. Y el ganado de los kazajos puede hacerse la víctima de un yute, como el forzudo, la víctima de una bala, es difícil el carácter de los nómadas. ¡Si se levantan, es difícil tranquilizarlos, si se tranquilizan, es muy difícil hacerlos levantarse de nuevo. Los kazajos es en realidad un pueblo joven antes no se formaba el estado único, no ha aprobado las leyes, las costumbres únicas y las reglas. La fuerza de las nuevas ideas destruía todo en su camino y cada obstáculos, destruía las barreras.

Destruiremos todo el mundo de la violencia

Hasta sus fundamentos,

y luego construiremos el nuevo mundo, nuestro

quien no era nada, aquel será todo.

Estas palabras inspiraban la esperanza en los corazones de los pobres. El fuego de la lucha de clases que desde los tiempos remotos ardía débilmente entre los pobres y ricos ha comenzado a arder. ¿Los ricos amenazaban, pero será peligrosa la serpiente con la cabeza cortada? Sin embargo, sea como sea, muchos pobres de costumbre honraban a la nobleza de tribu.

“El camello capado puede asustarse de las cabeza del cabelo semental muerto”, — dicen los kazajos.

En el tiempo tan inquieto el comité ejectivo de distrito Akmolinsky ha llamado a Sarybala del aúl y lo ha mandado al trabajo de suplente del jefe de la milicia regional. Su jefe era Salken Balaubaev, el hijo del anciano de Snassk. El joven del aúl que no ha visto la ciudade, que no ha estudiado en los cursos especiales, que no ha trabajado en ningún establecimiento, se ha encargado de un trabajo tan responsable. Es bueno que por lo menos Sarybala no se hiciera presentuoso. Lo que no sabía, se lo preguntaba al jefe.

A Katchenko lo trasladaron a la capital de la provincia— Petropavlovsk. Excepto a él, Sarybala no conocía a ninguno de los bolcheviques rusos. El pequeño Akmolinsk le parecía una ciudad enorme, su puesto en la milicia — alto, importante. De la comprensión de su posición a Sarybaly la cabeza le daba vueltas, pero él no olvidaba el aúl natal. Ante los ojos pasaban los cuadros de la vida esteparia, el vasto espacio que es imposible abarcar con la mirada, los aúles ruidosos en dzhayliau, los niños jugando a los asyki, las carrerras en los potros, las travesuras juveniles, el compañero Nurgali rudo, Meyram cordial, el padre tranquilo y la madre atareada que inspira la alegría a un hogar que siempre pasa necesidades. Veía los cabritos que saltan virtuosamente por los derrocaderos abruptos. Cuando Sarybala vivía en el aúl, por el aburrimiento tenía ganas de ir a la ciudad, ahora él echaba de menos al aúl. Los lugares natales lo atraían, tal vez, también porque en la ciudad Sarybala siempre iba triste y entre la multitud de personas se sentía solitario. Si fuera más sociable, tendría muchos amigos, grande sería su influencia.

En aquel tiempo para los nómadas raramente que trabajo era más competente que el servicio en la milicia. Entonces decían: “Declara en el comité ejecutivo de vólost y en la milicia...” Sarybala no aprovechaba esta autoridad, a menudo actuaba con indolencia y de un modo indeciso. Y su aspecto no era muy bonito: la gorra vieja, las botas de punta achatada, chapán, en el cinturón, un revólver, en el que solamente había dos cartuchos. Las vaina, el sable desgastados, con grietas. La mitad de la ropa que lleva es rusa, otra mitad es kazaja, él mismo es de ojos grises, rojizo, se parece al ruso. Los kazajos, burlándose a propósito entablaban la conversación con él en ruso, por eso Sarybala no quitaba el chapán. Cuando le preguntaban: “¿Querido, serás kazajo?” — Sarybala en un arranque de cólera les echaba: “¿Y tú mismo eres kazajo?”

En general su trabajo consistía en guardar el orden en la ciudad, librar la lucha contra el robo y la especulación. Y cuando se abría un expediente a los cuatreros, Sarybala se acordaba a Zhoken y Shagyra incapturables que robaron una vez el aúl pobre de Mustafa. En la ciudad causaba estragos el cólera y otras enfermedades contagiosas, en el mercado hay muchísimos ladrones, especuladores, niños vagabundos. Sarybala multaba despiadado a los infractores del orden y a los especuladores. La multa en aquel tiempo la tomaban sin ningún recibo y abono. No controlaban el dinero que se recibía de las multas. Cada mañana se oía en la administración la voz del jefe de la milicia Bayseit Adilov:

— ¿Tenéis con qué quitarse la resaca? Tráemelo.

El jefe sacaba la mano en ventana. Balaubaev le ponía en la mano el dinero sin contarlo. En la ciudad decían que Adilov es capaz de tragar un camello con lana, y el aguardiente lo bebe, como si fuera el agua.

Sarybala estaba indignado: “¿Acaso puede la gente considerar justas e imparciales las acciones de la milicia, cuando su jefe es un borracho y sobornador?”

Una vez un desconocido vino a ver a Sarybala, le dio una carta, doblada en triángulo, y sin decir unapalabra, se fue. En la carta se decía:

“...¡Mira que bravo has llegado a ser, hasta no reconoces a la parentela cercana! Te has puesto el sable y has olvidado de todos. Muhtar con Aubakir nos encarcelaron y se ríen contentos, y tú ni siquiera ayudar, no puedes visitarnos. Shayhi se puso enfermo del cólera, Yahiya apenas camina. Tampoco me siento bien, pero todavía sigo menteniéndome firme. Si te ha quedado aunque sea una gota del honor patrimonial y la piedad humana, trata de visitarme. De otro modo, adiós, nos encontraremos en el otro mundo. Bilal”.

El miliciano joven inmediatamente se levantó y echó a correr a la cárcel. “Bilal ha recibido el castigo bien merecido, — refunfuñaba Sarybala. - ¿Pero cómo no tener piedad de él?”

Al entrar en la oficina de la cárcel, Sarybala pidió que los guardianes trajeran a Bilal. El pariente ha adelgazado, ha palidecido, pero fuerte. Si antes la ira se prorrumpía bajo cualquier pretexto, ahora Bilal ha aprendido a contenerse, pero esto lo ha hecho aún más furioso. Clavados en el hermano los ojos punzantes Bilal le ha dado tres encargos:

Shayhi lo han llevado al hospital. Dudo que vuelva de allá. Si no tienes repugnancia, ve a verlo. ¡Habla con Adilov debe hacer caso de tus palabra! Si no satisface tu petición, dale dinero, pero consigue que liberen a Yahiya. Si lo dejan libre ahora, morirá. No me liberarán fácilmente, el instructor ha entregado el asunto a los tribunales. El juez va por las regiones, volverá dentro de uno o dos meses. Hasta entonces el cólera que ahora mata a todos seguidamente, no me pasará. El instructor trabaja aquí, encuéntralo y dile que por cualesquier modos él consiga el arresto de Muhtar y por lo menos un día lo metan en la celda conmigo. El resto lo haré yo, y a ninguno de vosotros os pediré la ayuda. No eras mi enemigo, pero tampoco eras amigo. Y ahora demuestra, quién eres enemigo o el amigo para mí.

— Bien, te lo demostraré, — ha asegurado Sarybala.

Al salir de la oficina de cárcel, se ha dirigido a la administración de la milicia de distrito. Iba, iba y se ha parado de repente... De nuevo ha comenzado a caminar rápidamente y ha vuelto a parado.

En él luchaban dos sentimientos. Uno decía: “Regresa, no vayas a la administració. ¿Para qué vas allá? ¿Para defender al ladrón Yahiya? ¿Dónde está tu conciencia, tu honestidad y la imparcialidad?”

Pero otro sentimiento exigía: “Ve a la administración y alcanza que libren a Yahiya. Él no es culpable. Lo han encarcelado por la denuncia calumniosa de Muhtar. Yajiya, sin duda, está ofendido. Hace falta ayudarlo... ayudar”.

Sarybala ha entrado decisivamente al gabinete de Bayseit Adilov, sin pedir el permiso. Adilov es un hombre de edad avanzada, con la voz fina, casi femenina y la cara purpúrea. Cuando no está borracho, es muy afable, bueno, pero ebrio se vuelve aborrecible. Ahora Adilov está un poco emborrachado, lo que demuestra la punta sudada de su pequeña nariz. Con la mano en el hombro de Galim Aubakirov estaban hablando de algo. En los tiempos de Kolchak a los dos los sometían a la persecución, capturaron y encarcelaron. Soportaban juntos las penas y los tormentos de aquellos días pesados. A Galim en todo el distrito lo conocido como a un comunista riguroso, imparcial. Para él todos son iguales, los rusos y los kazajos, los de aquí y los forasteros, por eso lo han apodado a Aubakir “kara-nogay”: el tártaro negro. Es un dzhiguit moreno, de cabellos oscuros, estatura baja, con los ojos grandes y los cabellos echados hacia atrás. Cuando ha entrado Sarybala, ya estaba a punto de irse.

- ¡Kara-nogay! - ha dicho Bayseit, despidiéndose. — Si no hubiéramos muerto en la cárcel de Kolchak, ahora viviremos cien años, ¿no?

- ¡Sin duda!

- ¿Y nuestra amistad será fiel hasta cien años, ¿no?

- Sin duda.

Así se han despedido los amigos. Sin embargo, su amistad no duró mucho. Adelantándose, voy a contar en breve sobre el destino ulterior de estos compañeros. Pasados dos años se encontraron en la estepa inmensa de Saryark. Bayseit mató a Galim con sus propias manos, el cadáver tiró al agua, y se escondií. Cuando intentaban detenerlo, Bayseit se pegó un tiro.

Acaso pensaban ahora los amigos íntimos en que los espera delante. ¡Oh, el mundo pecador! El inteligente a veces se pierde en tres pinos,el valiente puede flaquear y mostrar pusilanimidad en un instante . ¿De dónde lo sabría todo Sarybala? Ahora está listo a luchar abnegado en nombre del futuro, en el que cree. Hay poco provecho de sus acciones, Sarybala es inexperto, a veces descuidado.

- ¿Qué ha pasado?- ha preguntado Adilov preocupado, al ver a Sarybala entrar corriendo al gabinete.- ¿Todo está bien?

- No, no todo está bien. Un pariente mío está en la cárcel, ha caído enfermo del cólera y ahora se encuentra en el hospital. Otro pariente está a punto de morir, si no ponerlo en libertad. No le ocultaré que mi pariente es el ladrón conocido Yahiya.

- ¡Sé, sé que es ladrón! Pero no sabía que fuera tu pariente.

— No piensen que los sentimientos parentescos me han hecho llegar a pedirle. Estoy convencido de que Yahiya es inocente. Sé de qué lo acusan. Hace unos años de un poblado ruso en nuestra tierra desaperecieron unas cabezas del ganado, y Muhtar era el jefe del vólost. El amo del ganado se dirigió con la queja a Muhtar, y aquel sin pensar indicó a Yahiya. Robó alguien más, probablemente por la instigación del musmo Muhtar, es capaz de actuar así. En general, el único Dios sabe la verdad, pero Yahiya no es culpable en es caso. Yo mismo más de una vez he oído, cómo él advertía a sus amigos: “A nosotros nos bastará el ganado en los géneros de Karakesek y Suyundik. ¡Los poblados rusos y a la parentela no tocar!.” Es fácil cargar la culpa a Yahiya por cualquier robo, porque tiene la fama del ladrón. Los hombres rusos enfadados con la pérdida lo pegaron tanto que él hasta hoy día no puede recobrarse. Si a la paliza se le añaden las condiciones duras en la cárcel y la enfermedad espantosa que se ha apoderado de la ciudad, pronto morirá. Libérelo, le pido, en el caso extremo dejen que vaya con fianza.

- ¿Quién lo tomará bajo fianza?

- Darmen y Syzdyk.

- Los conozco. Son gente segura.

Sarybala al agradecer se ha dirigido a la salida, pero Bayseit lo ha parado.

- Oye, dzhiguit, tráeme algo a quitarme la resaca, si puedes...

Lo intentaré, — ha prometido Sarybala y se ha ido.

El hospital se situaba en el suburbio de la ciudad. Allá a nadie dejaban pasar, excepto el personal de servicio, pero Sarybala decidió pasar fuera como fuera. Pensó que no en vano la gente dice: “En los funerales se enriquecen los molás, en los toy, los bueys, y cuando la persona está en la desgracia, los funcionarios deshonestos”.

Cuando Sarybala se ha acercado al hospital, el guardián ha comenzado a agitar las manos:

¡Aquí están los enfermos contagiosos, el cólera!

- No temo.

- No se puede . ¡La cuarentena!

- Yo tengo permiso.

- ¡¿Cuál?!

- ¡Aquí! — Sarybala ha mostrado el revólver y, habiendo empujado al guardián, ha pasado al patio de hospital.

En el patio había una sola casa del ladrillo quemado y dos o tres tiendas. A los muertos los llevaban a las tiendas, y los enfermos estaban en la casa. Desde lejos olía a las medicinas.

Sarybala tapando la nariz ha entrado en la casa. Apenas ha franqueado el umbral, enseguida se le ha acercado corriendo una mujer en la bata blanca.

¡Está prohibido entrar aquí! ¡Vuelva inmediatamente!

- Quería preguntar. ¿Mahambet está vivo?

- Vivo.

- ¿En que cámara?

- En la quince.

— Solo echaré un vistazo y en seguida me iré.

- ¡No, no, no! ¡Camarada miliciano, no viole el orden! ¿Si usted viola, quién lo observará?

Sin escuchar a la mujer, Sarybala ha ido a la cámara y ha abierto la puerta. En los catres estaban seis enfermos y todos gemían. Las caras ennegrecidas se habían encogido como si quemadas por el fuego, los ojos se han hundido y centellean de una manera opaca de las órbitas profundas. Nadie puede hablar. Shayha al reconocer al pariente, con un esfuerzo ha tendido la mano. Sarybala se ha lanzado al encuentro, pero la médico lo ha agarrado por atrás:

- Ha dicho que solamente va a ver. ¡Ha visto y váyase! — lo ha llevado de la cámara.

Habiendo llegado a la puerta exterior, Sarybala de repente ha roto a llorar y a través de las lágrimas ha preguntado:

- ¿De esta enfermedad se ha recuperado alguien?

- Raramente.

- ¿De veras y Shayhi morirá?

- Si sobrevive esta noche, vivirá.

La noche lo llevó a Shayhi consigo. A la mañana lo llevaron de la casa a la tienda lleba de los muertos. Los difuntos estaban desnudos, sus cabezas polvoreadas con el cloruro de cal.

Los enterradores cargado al carro diez cadáveres y los llevaron al cementerio. A todos los enterraron en la misma tumba. Sarybala iba junto con los enterradores y lo todo veía. Él enterró al tío solo, no tenía repugnancia, no temía contagiarse y hoy no lloraba, como ayer, aunque el corazón se le estaba sangrando.

Habiendo enterrado a Shayhi, Sarybala ha decidido actuar. Del cementerio él se ha dirigido directamente al apartamento del instructor Sunitskiy. Si de camino encontrara a Muhtar, Sarybala lo mataría de un tiro probablemente y no empezaba a buscar a Sunitskiy. Con la mujer del instructor, Valia Sitnikova, Sarybai estudiaba en el mismo grado en la fábrica de Spassk. Sunitskiy era amigo de Bilal. Antes él trabajaba en la región de Spassk de juez polular y hace poco lo han trasladado a Akmolinsk.

El matrimonio joven ha encontrado al invitado que ha venido inesperado con alegría. Al llegar a saber sobre la desgracia que le pasó a Bilal, Sunitskiy se quedó pensativo.

- ¿Muhtar está aquí o en el aúl? — ha preguntado cuando se ha sentado a tomar té.

- Aquí.

- ¡Entonces es necesario encarcelar al canalla! Pero es difícil ponerlo a Bilal en libertad. Si no lo van a liberar, morirá, tal vez.

- Si consiguen encarcelar a Muhtar, entonces Bilal saldrá.

— ¿Cómo?

El mismo Muhtar liberará Bilala, el juez lo escuchará.

- Entonces todo está en orden. Saludos a Bilal. Lo máximo en tres días trataré de satisfacer su petición.

Sunitskiy cumplió su promesa antes del plazo. Cuando Muhtar entró en la cámara, Bilal dormitaba en la tarima, y en seguida se levantó de un salto como la gata que ha notado el ratón. Al verlo Muhtar comenzó a temblar y primero saludó con respeto a Bilal, el coetáneo del hijo:

- ¡Buenas!

Bilal agarró al ex jefe del vólost por el cuello y empezó a ahogar.

De la nariz de Muhtar salpicó la sangre, él perdió la conciencia. Bilal podría matar al enemigo, estaba tan furioso. A duras penas le quitaron las sus manos de la garganta de Muhtar. En la cámara reinó el silencio. Un detenido que estaba en el rincón de repente gritó histérico:

¡¿Qué diablo los han separado?! ¡Qué hagan pedazos uno a otro dos lobos! Cuando desaparezcan los jefes, borrachines, ladrones, rateros: la vida será feliz. Estos jefes chupan la sangre uno a otro, en montón atormentan a los próximos. El borracho no distingue el día de la noche. ¡Fuera a los malditos! ¡Cuando todos mueran, solamente entonces me tranquilizaré! ¡De nada soy culpable, de nada, y los enemigos me han encarcelado! ¡Han encarcelado como estos dos! — y de nuevo se acostó en su rincó, habiéndose cubierto con la cabeza.

Nadie respondió a su grito, todos estaban en silencio, agachadas las cabezas. Bilal se enfureció de nuevo:

- El perro muerde, la serpiente pica. A un hermano mío ha matado, otro está apenas vivo. ¡Ha decidido encerrarme en la cárcel para toda la vida, y el mismo se alegra en la libertad! — gritó él y echó de nuevo a Muhtar.

Tres detenidos vigorosos apenas lo han retuvieron y empezaron a pedir:

¡Tranquilízate, cariño, tranquilízate, lo haremos caer a nuestros pies, tranquilízate!

¡Haremos a Muhtar declararse culpable y prestar el juramento que no te tocará!.

Bilal se paró. Muhtar cayó a sus pies y juró: ¡Seré tu amigo hasta la muerte! Si salgo de la cárcel antes que tú, conseguiré tu liberación durante cinco días.

Bilal se sentó a escribir la carta a Sunitskiy con la petición de liberar a Muhtar.

La carta la entregó el amigo de Muhtar, Ergali, el hijo del rico Zhylki-bay. Pero antes de entregar él vendió dos caballos, y el dinero obenido lo registró en GPU. A Sunitskiy el hijo de bay le trajo la carta junto con dinero. El instructor enseguida se dio cuenta qué pasaba.

— Pasa, por favor, a otra habitación y espera, — le dijo a Ergali, e inmediatamente escribió la decisión sobre el arresto de Ergali por que aquel proponía el soborno con el objetivo de liberar al criminal Muhtar. Sunitskiy levantó el acta respecto al dinero, Ergali que no sospechaba nada lo firmó, después Sunitskiy le dijo a Ergali: -Dejo libre a Muhtar. He aquí el sobre, llévalo a la cárcel.

Ergali se fue muy contento que con un tiro había matado dos liebres: liberó a Muhtar, y encarceló a Sunitskiy. Con la sonrisa alegre llegó a la cárcel, dio el sobre y supo sobre el tiro perdido solamente entonces, cuando el jefe de la cárcel lo cerró en la cámara.

Al salir a la libertad Muhtar se escondióo inmediatamente. Olvidó de su juramento, de Bilal y de Ergali. Sarybala tuvo que gestionar de nuevo por lo del hermano. Por medio de mismo Sunitskiy el médico de la cárcel lo trasladó a Bilal al hospital. Aquí Bilal consiguió el permiso de salir para tres días para visitar al pariente de la mujer. Habiendo salido del hospital, él se fue al aúl y se escondió. Así mojó la oreja a Sunitsky, al médico y a Sarybala.

Si Ergali ha caído en prisión por culpa de Muhtar, ahora la amenaza del arresto ha surgido sobre Sunitskiy y el médico por Bilal.

“¡Canalla! — pensaba Sarybala. — El favor prestado al canalla se vuelve el escorpión”.

Por la noche, durante la guardia en la administració, él estaba solo pensaba mucho tiempo en su destino.

“... En el aúl y en la ciudad hay soborno, mentiras, violencia. Los granos de la honestidad y la imparcialidad se ahogan en el mar de la mentira. Luchar con esto a mí me fallan las fuerzas. ¿Para qué estoy aquí?! ¡¿A quién y qué utilidad traigo?!”

Sarybala ha comenzado a añorar el aúl y ha tomado una decisión firme de irse.

Habiendo vuelto de Akmolinsk a la tierra natal, Sarybala vivió en el aúl más de dos años. Él componía las canciones para las muchachas y los coetáneos dzhuiguits. Se aficionaba como antes a las carrerras de los caballos, a la caza con el galgo rápido, le gustaban los juegos alegres.

El padre no aprobaba las aspiraciones del hijo, pero el hijo no podía complacer a su padre.

El gobierno soviético llamó reforzar la influencia de los Consejos en el pueblo estepario. Comenzó el trabajo de la destitución del poder a los ricos, sus lacayos, sobornadores, los que abusan del cargo.

Uno de los primeros destituyeron a Adilov Bayseit. Salvando su pellejo, Bilal se fue a estudiar a Orenburgo. Sintiendo el acercamiento de la tormenta, Orynbek se esfumó a otro distrito.

A Sarybala lo llamaron de nuevo a Akmolinsk y nombraron el jefe de la milicia del municipio. En los aúles lo llaman “nashandik”. La milicia es todavía más poderosa que el comité ejecutivo. Si en este trabajo se encuentra una persona con el carácter firme, su autoridad subirá aún más.

Habiendo comenzado el trabajo, Sarybala le ha declarado categóricamente al secretario del comité ejecutivo:

El pueblo no levantará la cabeza hasta que lo sigan oprimiendo como antes los sobornadores, mientras manden los ricos, los parásitos, mientras haya una desigualdad de bienes. Tenemos que destruir estos obstáculos en nuestro camino, si tenemos la intención de llevar a cabo en el aúl la línea del poder soviético.

No es posible decir que Sarybala se guiara por por las ideas grande y la conciencia de clase. Él hacía lo que el mismo consideraba correcto, justo, hacía como le soplaba la conciencia. Resultaba que sus acciones correspondían a los intereses del estado, la clase obrera y campesinos. Desde la infancia estaba acostumbrado a actuar deliberadamente en cualquier caso. Él siempre planteaba ante sí mismo tales preguntas: “¡Si he decidido que esto es bueno, piensa, en qué es bueno y por qué? Si crees que esto es malo, en qué es malo y por qué”. Una vez para siempre él ha decidido que algo sabe, pero lo que no sabe, lo supera en muchas veces.

El carácter de Sarybala con los años se hacía más firme y más determinado. Si él cree en alguien o en algo, es difícil desengañarlo. Sarybala aceptaba atrevidamente las decisiones, que le parecían correctas, no se vacilaba allí, donde otros maniobraban. La fuerza escondida en él como si dormitara y esperara la oportunidad para desplegarse en toda la plenitud.

Por la mañana apenas él ocupaba el lugar a la mesa en el gabinete, le iban ya con las quejas los solicitantes. Buscaban la verdad, la justicia, esperando la imparcialidad y la generosidad. Los ofensores son pocos, pero las ofensas son muchas. Con frecuencia Sarybala caía en la desesperación, pero de apariencia permanecía tranquilo.

Aquí al gabinete han entrado dos hombres, piden devolver por fuerza del poder a la novia que habían llevado.

- ¡Cómo podían quitarte la novia, si ella no lo quería! — ha preguntado Sarybala. — Tú eres herrero, trabajador, vivimos en el tiempo soviético.

- No soy de aquí, he llegado de otros lugares, — ha respondido el solicitante. — Aquí nadie me tiene en cuenta. Quien sea fuerte e insolente, aquel le tomará al foraneo no sólo la novia, sino también la mujer.

- ¿Lo sabía el jefe de la milicia que trabajó antes?

- Claro, sabía. Ellos son amigos con Muhtar, así dejó mi queja sin atención. ¡Y bien, confirma, Kasym por qué estás callado! — ha empujado el herrero al compañero.

Kasym ha graznado y ha comenzado a charlatanear animadamente:

- Debes conocerlo, es nuestro yerno. Después de la muerte de mi hermana le hemos prometido de novia a la hija de un pariente, la honrada muchacha Damesh. Él no podía pagar el rescate en seguida, pagaba en partes. Todo lo que ganaba, obtenía, daba por ella. El rescate era de diecisiete cabezas de ganado. El novio había pagado por completo. Una vez por la noche el malo sobrino de Muhtar que vive bajo su amparo, la metió por fuerza a la muchacha en el trineo y la llevó. Así el pobre diablo perdió la novia, y el ganado, y la familia. Me dio pena, por eso lo he llevado a la milicia. Mi padre te saluda y dice que tu madre también es del género de Sali y que escuches la queja de este infeliz y castigues a Muhtar. Si, dice, nashandik no lo hace, mejor que vaya a pastar a las ovejas, que así dirigir a las personas.

- La lengua del género de Sali es viperina, a tu padre lo han apodado el Tuerto y tiene un carácter malo, — ha respondido Sarybala y se ha echado a reír.

Pero su risa era triste. “A Muhtar le han quitado el sello, han privado del poder, y su influencia sigue la misma... Si le queda la autoridad al ex jefe del vólost, entonces la gente como antes lo apoyará. Las discordias más grandes entre los kazajos ocurren por la novia, por la tierra, por la persona matada. La novia robada se hizo la nuera en la casa de Muhtar. Dar a la nuera de la casa es una vergüenza y la deshonra no sólo para Muhtar, sino también para todo el género, y no sólo para el género, sino también para todos los partidarios barrigudos del tiempo antiguo. ¿Quién puede vencer tal fuerza? ¿Resulta que no vale la pena meterse con los violadores? ¿Pero alguien debe proteger a los ofendidos, humillados, ultrajados? ¿O manotear, y que todo se quede como antes? ¿Dónde entonces está la justicia, el honor y la dureza de las leyes soviéticas? ¡No, no es posible olvidar el deber, preocuparse sólo por su pellejo! ¡Que vivir en la deshonra, más vale yacer bajo la tierra!”

- ¡Abdilda! — ha gritado Sarybala.

Ha entrado el miliciano bigotudo.

- Trae aquí a la nuera de Muhtar. ¡Si no es posible pacíficamente, aplica la fuerza!

Muhtar a nadie le da el carro de su aúl, acaso la dará a la nuera? ¡Y además me azotará!

- ¡Ali! — ha llamado Sarybala.

Ha entrado un dzhiguit rechoncho moreno. Si no le falla el valor, él tiene bastantes fuerzas: los hombros de cargador, el cuello de buey.

- Los descendientes de Igilik toda la vida estaban sobre la giba de tus antepasados, y solamente con el poder soviético les opuso la resistencia el difunto Talken. ¿De veras no existe más ni un jinete valiente en el género de Karamurat? ¿Se ha extinguido de veras el género Karamurat, no?

- Karamurat era un género numeroso, ¿cómo puede extinguirse? — se ha ofendido Ali. - ¡Tus palabras me causan un dolor más fuerte que el palo de Muhtar! ¡Mándame aunque al infierno, cumpliré cualquier orden!

- Abdilda, dale el arma a Ali. El cobarde deshonra el arma. Puedes irte a casa y ocuparte de tus cosas. Y tú, Ali, ve y trae a la nuera de Muhtar junto con el marido. Si no los traes, no me presentes. Puede ser que te detengan y peguen, aguanta. Ayudar llegaré yo mismo.

Armado con el sable y el revólver Ali ha salido al aúl de Muhtar. Él ha colgado la correa del sable a través del hombro, pero incorrectamente, el sable se encontraba no a la izquierda, como es debido, sino a la derecha. Nunca ha disparado del revólver. Pero el caballo bajo él es muy bueno.

La nieve se derrite, el caballo corre con desigualdad, ya por el camino firme, ya derrumbándose, pero Ali corre, sin disminuir el trote. Él jubila, está excitado que le hayan confiado el sable. ¿Quién de los jinetes, excepto él, lleva el sable en todo el género de Karamurat? El aspecto de Ali es tal orgulloso, intrépido, presuntuoso, como si a sus espaldas en una fila galopara un centenar de amigos. Habiendo llegado al aúl de Muhtar, Ali ha jineteado un poco en kotan, y ha bajado del caballo y ha entrado volando en la casa de dueño.

Muhtar ha desencajado los ojos.

— ¿Qué ha pasado? ¡Pasa al lugar delantero!.

- Vengo por el asunto. No tengo tiempo no solo de pasar al lugar delantero, sino para sentarse. Nashandik llama a su nuera, — Ali se ha vuelto a la mujer joven: “-Levántate, querida, vístete! ¿Dónde está tu marido? Él irá también.

Habiendo oído estas palabras del miliciano, el marido en un ataque de miedo se ha arrojado a la salida. La nuera asustada mira el suegro. Y el suegro se ha desconcertado más que ella, primero ha palidecido instántaneamente, se ha enrojecido después. Calla, como si se hubiera tragado la lengua. Primero ha comenzado a hablar su viejo amigo, el anciano Balpetek:

- Paciencia, Muhtar, paciencia. El puchero se rompe no mil, sino una vez. Aquí lo tienes roto. ¿De qué sirve tu indignación? Nashandik y su milicia hacen buena pareja. Te sometes a la ira, el asunto llegará al derramamiento de sangre. No tendrán repugnancia de tu sangre, como no han tenido repugnancia de la sangre de Nikolay. Da oídos a la voz de la razón. Con la nuera a la milicia iremos todos. Pondremos en marcha nuestra autoridad, y el ganado. Por mucho que digan, el jefe, sin embargo, es el descendiente de Kydyr, aunque se ha hecho infiel, pero algo kazajo se le ha quedado. Y si se le ha quedado, él nos tratará con simpatía. Si renuncia, echa, no muestres que estás descontento. Para quitar a Bilal, hicieron falta sesenta quejas y para librarse de este, serán necesarias unas cien quejas, no más. Escribiremos mil, lo ahogaremos con las quejas.

Por muy enfadado que estuviera Muhtar, le hizo caso al anciano.

Habiendo llevado consigo al hijo de Mazhit, el primo de Mahmet, el anciano Balpetek, él ha seguido al miliciano. Ali ha ordenado a la nuera ir delante y ha soltado de nuevo al caballo al trote rápido. Cuatro jinetes lo seguían al trote. En el camino estrecho, deteriorado con la nieve derretida los caballo resbalaban, ya uno, ya otro jinete volaba cabeza abajo a través de la cabeza del caballo. Pronto la cadenita se dispersó, pero Ali no se volvió. Cuando ha aparecido a lo lejos el centro de distrito, Muhtar ha cambiado de opinión de seguir la marcha.

- ¡Altos! — ha gritado él a los suyos. — He decidido volver. Hace mucho he perdido la esperanza en este monstruo, él puede encarcelar hasta a mí. Mazhit, es tu coetáneo, con él estudiabas, trata de hablar con él.

- Ah, si tiene bastante poder de encarcelarte a ti, ¿acaso no me encarcelará a mí?

- ¡Ay, que cobarde! A tu edad no temíamos ni el agua, ni fuego. ¡No hables, vete! El tiempo es tuyo y el coetáneo es tuyo también.

- El mismo teme, y me dice "no temas", — ha comenzado a refunfuñar Mazhit, de un modo indeciso arreando al caballo.

Muhtar con Balpetek han vuelto.

Cuando Ali ha traído a la mujer joven al gabinete, Sarybala hasta ha saltado de la alegría, él no esperaba tal éxito.

- ¿Dios mío, volabas allá o ibas?

- Saltaba más rápidamente que el viento.

- ¿Han Resistido?

— Querían, pero no han podido.

Muhtar sabe a quién es necesario oponer la resistencia, a quién no vale la pena. ¿Y dónde está el marido?.

- Ha huido...

El herrero y Kasym han rodeado cuidadosamente a Damesh. Está triste, de los ojos negros ruedan las grandes lágrimas.

- ¿Ay, por qué está llorando? — le ha dirigido a ella Sarybala perplejamente.

En la respuesta ha suspirado sólo penosamente.

- Usted misma ha hecho una solicitud, pedía liberarla, le han liberado, y ahora está llorando. ¿Cómo comprenderlo?

- No he dado ningunas declaraciones.

- ¿Y esto qué es? — Sarybala ha leído en voz alta el papel traído por el herrero y Kasym. ¿— Está correctamente escrito?

- Verdad, todo es verdad. Me han envuelto en el fieltro, ha atado la boca así que no podía ni piar, y me han llevado. Sin embargo, no he dado ninguna declaración.

- Bien. ¿Qué puede añadir a esta declaración?

- ¿Qué voy a añadir? ¡Soy infeliz, me he quedado con las manos vacías y sin recibir nada! — ha dicho amargamente y ha comenzado a llorar de nuevo.

El herrero ha empezado a tranquilizarla, dándole palmadas en los hombros.

- No llores, Damesh, no llores, — suplicaba y el mismo ha comenzado a llorar. — Por mucho que beba un perro el agua corriente, no lo manchará. Todo se olvidará, se olvidará... ¡Debemos sobrevivir juntos la pena, si queremos ser felices! ¡Es necesario olvidar todo esto!

Sarybala con la piedad profunda les miraba a los ofendidos por el destino y también, como podía, los tranquilizaba:

- Les alarma la deshonra, les da vergüenza, pero todo esto pasará, sobre su desgracia olvidarán pronto. A Muhtar con el sobrino los entregaré a los tribunales, conforme a la ley soviética. En lo sucesivo, tú y ellos, todos deben recordar que tiene lugar la sovietización de los aúles. ¡Ningunas concesiones a los bay! Ali, acompáñalos hasta su casa. Vigila que no los ataquen. Asistirás a su boda.

Sin golpear, sin permiso al gabinete ha entrado Aydarbek, un hombre gallardo de edad avanzada. En seguida, habiéndose acercado a Sarybala, lo ha abrazado y lo ha besado en la mejilla. Aydarbek, el hijo de Manat, es el jugador empedernido a las cartas, conocido en todos los alrededores, y el juerguista. Perdiendo el juego le pide la ayuda a los ladrones de la estepa lejana. Vive constantemente en la fábrica de Spassk. A Sarybala lo conoce desde la infancia. Aydarbek tiene más de los cuarenta años, pero él todavía anda tras las muchachas. Garboso, sociable, astuto, con el olfato de sabueso a cualquier novedad e idea secreta. Habla con seguridad, con aplomo, pero es cobarde.

Viendo que el asunto ha sido arreglado, Damesh, Kasym y el herrero, agradeciendo a cual mejor al jefe, han salido del gabinete tras Ali. Los cómplices de Muhtar, Mazhit y Mahmet, que estaban en el recibidor no han esperado la llamada del jefe y se han ido a casa.

- ¡Te felicito, querido, con el puesto importante! — ha comenzado a hablar Aydarbek. — He oído y me he alegrado tanto, como si a mí mismo me hubieran nombrado el jefe de la milicia. Nos ponemos por completo a tu disposición. Úsanos, cuando lo creas necesario, no te renunciaremos nunca.

- Usaremos. La milicia especialmente ahora necesita la ayuda.

- Para empezar, te diré que a Zhoken y Shagyr, excepto yo, nadie los encontrará. Estoy listo para ir contigo a la captura.

Sarybala sorprendido ha mirado a Aydarbek. Zhoken y Shagyr hasta la muerte le han importunado a la población de cuatro distritos: Sietepalatin, Karkaralin, de Pavlodar y Akmolin. Siempre huyen, es imposible detenerlos. Según las noticias secretas los esconden y mandan a robar los bay de los géneros de Karek y Bargan del municipio de Karagand. Justamente hoy por la noche Sarybala debía ir oara cogerles. Sobre esto él no dicho a nadie y ahora se ha sorprendido: ¿de dónde podía llegar a saberlo Aydarbek? ¿Adivinar o alguien se lo ha dichor? Es necesario comprobar.

- ¿Acaso es posible perseguir ahora a los fugitivos? Ha comenzado la temporada de malos caminos. Después del invierno los caballos han enflaquecido, es difícil encontrar un carro bueno. ¿De dónde has sacado que voy a buscar a los ladrones?

- ¿Entonces, no me crees, querido? Bueno, si no he sido digno de tu confianza, iré a casa. Pero si quieres realmente detener a Zhoken y Shagyr, tómame contigo, no lamentarás. ¿Si no los atrapo, pondré mi cabeza. Creo que escondes algo, ¿pero acaso te he engañado alguna vez?

- Está bien, intentaremos buscar a los ladrones.

Han salido con la llegada de la noche, habiendo tomado consigo a cuatro dzhiguits bien armados. La noche es oscura, no se ve ni un burro. El camino es firme, pero con baches. Los caballos van a paso lento, tímido, tropezando y dando traspiés en los hoyos. Las nubes han cubierto todo el cielo enteramente: nevará o lloverá. La noche larga y el viaje lento les han fatigado a los viajeros, Sarybala le ha pedido a uno de los compañeros:

- Bitimbay, canta para nosotros algo, desahógate.

El bizco Bitimbay es un cantante bueno. No suele cantar sin armónica, pero hoy no puede escapar, ha comenzado a cantar "Gauhartas" — "la Piedra preciosa":

La belleza tuya cuando amanece es más clara,

Los ojos son el resplandor de los rayos del sol.

La boca es el pétalo, clara y alta es la frente.

¡Bendición de tu madre!

Gauhartas, mi coetánea,

Tu voz sonora —es la canción del ruiseñor,

Tu sonrisa tímida me cautivó,

Sobre todo olvido en el mundo.

A Sarybala le ha gustado la canción, él ha empezado a cantarla sin ganas, pero rápido se ha quedado en silencio: su propia voz le afligía. Cuando Bitimbay ha callado, él ha comenzado a hablar con pasión:

- ¡Si estás de buen humor, entonces las nubes sobre la cabeza no importan! ¡Una buena canción no es peor que una chica hermosa! El alma se alegra. ¡Canta más, Bitimbay! Si Dios quiere, que te haga turto del segundo ojo, pero que no te quite este don. La nobleza y la elegancia del hombre probablemente no están en la apariencia, sino en la capacidad de hacer algo bien. Ahora no te cambiaría por cualquier belleza.

- ¡Tampoco las bellas me cambiarán por alguien más! — ha respondido Bitimbay y se ha reido.

El dzhiguit entusiasmado por la atención general cantaba mucho tiempo. Sus compañeros, escuchando la canción, han olvidado de la tristeza y el cansancio.

De repente delante ha brillado en la oscuridad el hielo. “No es un río ni un lago, un charco temer?” – han decidido los jinetes y han seguido el camino. Pero desde el primer paso el hielo bajo los cascos de los caballos se ha roto. Dos apenas han logrado salir, dos han forcejeado mucho tiempo riendo, se han alegrado de una aventura inesperada. Excepto Aidarbek todos los policías son jóvenes. Ellos no conocen los caminos de la estepa en la temporada de malos caminos ni las condiciones de vida en los aúles actuales.

Habiendo contorneado el lago helado, se han dirigido directamente al aúl Jeanir en Karamuryn, decidiendo pasar las montañas Kulzhumyr y Soran, y no pararse en la fábrica de Spassk para coger a los fugitivos por sorpresa. Basta detenerse un poco durante el camino, como uzun-kulak — la oreja larga — llevará por los aúles la noticia sobre su acercamiento. A los ladrones han albergado, según Aydarbek, el hijo de Nurlan, Bimende, el molá Sayabek, el bay Alibek, le ciego hadzhi Abish. Todos los cuatro son los hombres más poderosos de los géneros de Karek y Bargan. Si han tomado realmente a los ladrones bajo su protección, no les entregarán fácilmente. Es necesario con fuerza pegarlos a la pared.

Si las exigencias y las amenazas no ayudan, tendrá que arrestar a los bay. Pero el arresto es el extremo, capaz de llamar el descontento de todo el género.

Cuando han llegado al aúl, Sarybala les ha advertido a los compañeros:

— ¡No ceder ante nadie!

En el aúl famoso había sólo tres yurtas, apretadas contra el pie de Karamuryn, a la orilla de Nury. Aunque no hay poca vivienda, pero las personas aquí hay demasiadas. Al jefe de la milicia que ha llegado inesperadamente lo han recibido en tropel como al invitado esperado mucho tiempo. Encabezaba la muchedumbre la mujer corpulenta, hermosa, de unos cuarenta años, con la cara sonrosada. Ha saludado a Sarybala con un abrazo. Los ancianos, especialmente el anciano Tynki, le ha preguntado detalladamente sobre la salud y el bienestar de la familia de Mustafa.

Cuando han entrado en la yurta y se han sentado, Tynki no les ha dado a los demás la posibilidad de hablar. Al preguntar sobre Mustafa, él ha empezadó a interesarse seguidamente por todas las familias del género de Elibay. Sarybala ha comprendido que en esto se oculta algo. Tynki es uno de muchos hijos de Zhumabek, el gran representante de la nobleza esteparia. Ha crecido él entre los miembros del género de Elibay. A Mustafa Tynki le es coetáneo y un viejo amigo. Trabajando de contratista en las fábricas de Karaganda y Spassk, Zhumabek se enriqueció, se hizo una persona respetada y conocida. Más tarde cuando envejeció y se debilitó, se trasladó a las tribus lejanas esteparias de Aktau y Ortau. La mujer hermosa que ha encontrado a Sarybala, era la hija de Zhumabek. Se ha quedado la viuda a los veinte cinco años. Su marido difunto, Altín, era el descendiente del famoso kan Ablay. Sin haber encontrado a la persona conveniente y sin desear dejar a los pies del primero que llegue la riqueza enorme, Batima no se ha vuelto a casar y vivía con su único hijo, Sultán. Se ve que ha recogido y ha unido a su alrededor a muchos parientes empobrecidos.

Todo esto Sarybala lo ha llegado a saber solamente ahora. Le ha sorprendido no tanto riqueza de Batima, como su humanidad y la generosidad. En sus maneras, gestos, en su habla Sarybala no ha logrado captar algo torpe, todo en ella era femenino. Bondadosa, la cara gentil, colorada. Cuando se ha echado a reír fuerte y con aire de desafío, Aydarbek gordo ha perdido en seguida el dominio de sí mismo.

Un kazajo raro no encontrará con la alegría y no agasajará de buena gana a aquel, a quien le pertenece el poder. Pero Batima, Tynki y otros, además de la hospitalidad según la costumbre, han aceptado a Sarybala con el amor sincero, llamándolo “su muchacho”. ¡Es muy difícil no tener en cuenta tal amor, con esta simplicidad y la sinceridad que han manifestado hacia Sarybala!

Pero si los lamentas, te dejarás caer en los ojos de muchos la autoridad del trabajador soviético. Sarybala se ha sentido en una situación difícil.

“¿Cómo actúo ahora con Bimende?” — ha reflexionado él, habiendo notado que aquel ha desaparecido a algún lugar al mismo principio de la conversación.

Poco tiempo después Bimende ha vuelto. Es un dzhiguit vovaz, magro, de estatura mediana, el único hijo de Nurlan, que se jactaba a su tiempo que en la mente y la riqueza había superado a todos los kazajos. Después de la muerte del padre, habiendo perdido su riqueza y la gloria, Bimende encontró el refugio donde los parientes de la mujer. Cuando ha debilitado la prole de Ablay y Nurlan, el único apoyo de sus conterráneos se ha hecho la viuda Batima. Durante la nueva política económica Bimende de nuevo levantó la cabeza, descubría hábitos de un noble rico de alta alcurnia, aunque se quedaba como antes bajo el amparo de Batima. Bromeaba a menudo y fuera de lugar y se reía solo. Conociendo una decenas de las palabras rusas, él las ponía acertado y desacertado y se desvivía para parecer elocuente. Las palabras del padre que se han convertido en el proverbio, las prohijó y pronunciaba en una pose arrogante: “En cada aúl bastan perros. Pero no cada perro puede coger al zorro”. Pero si su padre era el águila real, él solamente, el gorrión.

Habiendo vuelto a la yurta, Bimende se veía tranquilo, seguro. A Sarybala lo adulaba, a Aydarbek lo corneaba escarnecedoramente.

- ¿Es verdad o no que Aydarbek me confunde con Zhoken y Shigyr? - con una sonrisa ha preguntado.

Se siente que las relaciones entre ellos son muy tirantes. Al fin y al cabo Bimende ha ofendido seriamente a Aydarbek:

- Los vagabundos de Karakesek a cada rato que atacan el pueblo y causan tantas desgracias a las personas. ¿Es interesante qué harán esta vez?

Zhandarbek ha respondido irritadamente:

- Oye, mirza, aunque la lengua la tienes larga, deja de meterte conmigo. Para mí se encontrará el lugar no sólo entre Karakesek, sino también entre Kuandyk, hasta entre los rusos. Cualquier género me aceptará. Tú mismo no te has llevado bien en la patria y has acudido en busca de la ayuda a otra tribu. ¡No me toques a lo vivo! ¡Mi nudo está en tu cuello! ¡Se queda solamente apretar con más fuerza!.

- Oybay-ay! Del mismo modo me amenazabas en los tiempos de Kolchak y en la comida de exequias de mi padre. Entonces te apoyaba en Aubakir, y ahora, tal vez, te apoya tu jefe?

- ¿Y bien, qué, si me apoyo? Mi jefe divide a las personas no según Karakesek y Kuandyk, como tú, sino en los sucios y los puros.

- ¿Entonces el puro eres tú, y el sucio, yo, no? — ha exclamado Bimende y, habiendo doblado la higa, la ha llevado a la cara de Aydarbek.

- “¡Mira, cómo él ha reventado!” — ha pensado Sarybaila tocado en lo vivo. En el alma de Sarybala ha comenzado a bullir la ira. Él se ha acordado de aquellos siniestros y los sufrimientos que le han causado a la gente los bandoleros imperceptibles. Y Bimende desenfrenado se hizo su protector.

- Las higas las hace una mujer jactanciosa, — ha notado hoscamente Sarybala. –El hombre honrado no va a imitarla, si no es contundido por la infatuación o la desvergüenza. ¿Qué le importan Karakesek y Kuandyk? A cualquiera no le estaría más aprender a ir por su camino y vivir de su ingenio. Basta, Bimende, dar vueltas a la noria, mejor ayuda a encontrar a Zhoken y Shagyr. No voy a ocultar, hemos llegado a este aúl a verte. Sabes dónde ahora están dos ladrónes.

- ¡¿De dónde lo sabré?!

- Sabes. Te aconsejo no revolcarse.

- ¡Si no me crees, querido, puedes despellejarme y mirar en el alma!

- No te voy a desollar. ¡Si no indicas dónde están los ladrones, te arrestaré y tendré encarcelado hasta que no cojamos a aquellos!

La conversación desenvuelta en seguida se ha callado. Tynki ha fijado los ojos en Sarybala sin comprender en serio él habla o bromea. Batima ha mirado de reojo al jefe y ha bajado la mirada. “Su muchacho” ha resultado forastero, y las caras sonrientes recientemente se han vuelto sombrías. Un cordero graso ya ha sido degollado, y la carne se cocía en el perol. Han preparado kazi graso, la carne odorífera curada. Cerca del vaso del kumís de las yeguas de dos años había algunas botellas de vino y aguardiente sacadas para el invitado de honor. Todos los honores se han ido por el desagüe.

- ¡— Vámonos! — ha dicho el jefe y se ha levantado. — Bimende, vístete. Ahmed, lo acompañas a la región, cerrarás bajo la guardia y nos alcanzarás. Otagasy Tynki, Batima-apa, hasta la vista. Estamos muy contentos con su recepción y el ofrecimiento. Por el respeto a usted no quisiera disgustara su yerno, pero el deber exige.

Batima ha tomado la mano de Sarybala y despidiéndose ha dicho:

- Recuerda, querido, mientras viva, ningún ladrón podrá hacer un nidos en mi hogar. Me pesa no porque se lo lleves al yerno, sino porque se lo llevas con deshonra.

- No quiero deshonrarle.

- Entonces hay una petición.

- Estoy listo a escuchar.

- No haré hacer algo imposible, estoy de acuerdo de cumplir la voluntad del poder. ¿Si no me das a Bimende en la fianza? Nosotros solos, sin un miliciano lo llevaremos, donde ordenes.

Sarybala no podía renunciar a tal petición. Cualquiera que respete a la madre, no se atrevería a dejar sin atención la petición de tal madre, como Batima... Sarybala ha creído inoportuno tomar de ella una suscripción y bligación. Hasta mañana Bimende lo han dejado en la fianza a su hijo Sultán. Mañana Sultán debe llevarlo y entregar bajo la guardia. Si no lo da, debe ser encarcelado en vez de él.

Ante la salida de los milicianos al aúl jadeante ha llegado uno de los peones.

- ¡El agua está desbordando!.

Todos se han reunido cerca del río. Nura habitualmente silenciosa, a través del que pasaban fácilmente a caballo, bullía locamente, corría impetuosamente, amenazando desbordar. Los bloques de hielo del tamaño de una yurta se movían rápidamente, como las gavillas del heno ligeras. Las personas que saciaban del río la sed, se bañaban y se tumbaban en él no se atrevían a acercarse ahora. La naturaleza es el enemigo terrible, mudo, lo más terrible en el mundo. Los milicianos tienen que cruzar hasta otra orilla.

- Entre los bloques de hielo es posible pasar vivamente, — ha expresado la opinión Bimende, claramente empujando a los invitados a la muerte. — Sus caballos son fuertes.

Batima con la agitación ha objetado:

- ¡No, la desgracia puede ocurrir!

- ¡Ohh! Es más fácil pasar por encima de la boa, que cruzar tal río, — ha notado Aydarbek.

La mayoría aconsejaba esperar la inundación en el aúl, hasta que se se tranquilizara el río y se abriera el paso. Pero entonces se perdía el sentido de coger a los ladrones inesperadamente. La tierra se llena de rumores, esperas y los fugitivos mientras tanto huirán al otro confín del mundo.

¿Sarybala ha comenzado a vacilar: arriesgar o esperar? El aksakal Tynki ha encontrado otra salida:

- Más cerca a la cabecera el río es más ancho y es más igual. Aquí al lado, a dos pasos. Subirán contra la corriente y allí cruzarán el río.

Aidarbek ha caído en la aflicción.

- Si subimos, llegaremos a la tierra Karkaral. ¡A no ser que los guardianes de las leyes de Koyanyshtagay no nos quiten los caballos y no nos han envíen de vuelta a pie!.

Sarybala no compartía sus recelos y ha decidido ir contra la corriente. Aidarbek que siempre iba delante ahora se ha puesto a la cola. Donde se ha metido su presencia, el aspecto arrogante, está agachado y se ha desalentado. Y la causa de aquello es Koyanyshtagay, uno de los géneros numerosos de Karakesek en el distrito de Karkaralin, en la vecindad con los kazajos de Akmola. Las expoliaciones remotas y las riñas entre las tribus vecinas se amoldaron al robo corriente. La bendición al robo la dieron los mismos jefes de los géneros. Aidarbek aunque no robaba, pero en la repartición de la presa ladrona no estaba aparte, por que el año antepasado recibió lo merecido. Con un miliciano él se arriesgó a llegar a Koyanyshtagay y comenzó a conocer un pleito viejo entre dos géneros. Los jinetes de Koyanyshtagay escuchaban, escuchaban, después los azotaron y echaron a la tierra de Akmola. ¿Acaso puede Aydarbek olvidarloo? Pero donde ahora se meterá, se ha ofrecido a ayudar.

Aydarbek arrastraba destrás de Sarybai como atado. Cuando entraron a las tierras de Koyanyshtagay, él miraba a todos lados sin cesar. En todas partes ve a un barbudo enorme negro con un látigo grande. Han pasado a través de dos o tres aúles, pero al barbudo terrible no han encontrado.

En los aúles dispersados por la estepa hay una, dos, más raras veces tres, cuatro yurtas. ¡Como no se aburren! Estos lejano géneros estepario no siembran pan en absoluto, no siegan el heno, pastan sólo el ganado, hacen una vida nómada por la estepa, buscan, donde se derrita antes la nieve. Aquí la tierra se ha cubierto ya con la hierba verde, los aúles se están trasladando a dzhayliyau. Van en general en los camellos, los carros son pocos, pero el ganado hay mucho, la estepa está invadida de cabo a rabo. A los milicianos les atajan el camino ya una manada de las ovejas, ya un rebaño de los caballos, ya un rebaño de las vacas. La gente está de buen humor y el ganado va animosamente, aunque el invierno era largo, frío y hambriento.

La visión alegre de la trashumación evidentemente le ha influido en Aydarbek y admirado ha exclamado:

- ¡Oh, cuánto se han enriquecido, canallas!

Habiendo cruzado el río, han salido las tierras de Akmola, y el peligro del encuentro con un espantajo negro para Aydarbek ha pasado.

Sarybala no ha apoyado su admiración:

- La riqueza, sí frágil. Una ventisca puede devorarlo todo.

Por muy asombroso que sea, pero en medio de las manadas veían a la gente que iba a dzhayliayu lejano a pie. ¡Tienen tantos caballos y van andando! Va aquí un anciano moreno. Él ha cargado su chabola hollinada en la vaca negra y ha atado a su cola también al ternero. Otro ha cargado los bártulos al camello, ha puesto arriba a los niños y la mujer, y el mismo va de costado.

“¿Qué hacer en dzhaylyau a un pobre sin ganado, para qué se arrastran allá?! — pensaba perplejo Sarybala. — Dzhaylyau existe para aquellos que tienen mucho ganado, y para un pobre es mejor la invernada vacía. Sé pobre en el ganado, y no pobre en la mente. ¿Pues bien, supongamos, los pobres se quedarán en zhatak, — continuaba reflexionando Sarybala, — qué harán allí? ¿Arar la tierra? No saben ni quieren. Al ganado en zhatak le molestan eternamente los roedores, las moscas están listas a comer al mismo amo, más vale salir juntos con todos en dzhaylyau, beber leche fresca, comer como es debido... “Una vez hartarse al pobre, es la mitad de la riqueza”. Para el pobre una golosina es el pedazo de bofes de carnero fácil en las manos, que la grasa del rabo de cordero en el perol ajeno. Antes de aconsejar al pobre quedarse en la invernada, es necesario saber de qué él se ocupará allí, qué va a comer. ¡Y no existen hasta ahora las condiciones soportables para la vida en la invernada!»

Sarybala ha suspirado. A la vida nómada habitual miraba a veces con indiferencia, ya con respeto, pero ahora, cuando ha crecido, él ha empezado a estimar críticamente muchas costumbres de su pueblo.

Sarybala iba en silencio fruncido el ceño. Él no podía compartir sus pensamientos con los compañeros. El compañero, dicen, se conoce durante el camino y en un asunto. Él ponía a prueba a sus compañeros. Aidarbek en el silencio del jefe ha sospechado algo malo, le parecía que el jefe poco locuaz ha pensado un plan, pero lo oculta. Se preocupa en vano, el jefe no piensa nada malo sobre ellos y no les desea nada malo. Simplemente es que, observando la vida del pueblo, Sarybala impresionable siempre frunce el ceño y piensa, piensa.

Durmiendo poco, olvidada la risa, moviéndose con la precaución felina una semana entera buscaron a Zhoken y Shagyr. Pero los ladrones han desaparecido como si los hubiese tragado la tierra. Extenuado, habiendo perdido la esperanza, Sarybala ha decidido apretar a la pared a aquellos influyentes ancianos que antes estaban vinculados con los ladrones.

De noche han rodeado el aúl del invidente Abisha. Una parte del aúl ha abandonado el lugar ya, otros esperaban el amanecer para moverse. Los bártulos estaban atados ya en los bultos.

Abish juraba por todos los santos que no sabe nada de los ladrones Zhoken y Shagyr y él no se ha comunicado con ellos nunca.

Cuando Sarybala interrogaba a Abish en la yurta, se ha oído afuera la voz enojada del miliciano Ahmed. El miliciano ha azotado a alguien con el látigo de cuero.

— ¡Diré, agatay, lo diré! — ha dicho una voz fina desconocida. - ¡Han estado en este aúl, hoy después del mediodía han salido! Los encontraréis donde Alibeka, donde Alibeka los encontraréis...

Sarybala ha llevado consigo al muchacho que había dicho sobre los ladrones, a Abish, a los dos los ha subido a un camello y ha ido al aúl de Alibek.

Sarybala está muy cansado, tiene sueño, pero, si te acuestas, te dormirás, y todos los tormentos serán vanos, los ladrones se irán.

Pero el encuentro con ellos tampoco será mutuamente alegre. Aidarbek sabía que los bandidos están bien armados y sin combate no se rendirán. Y mientras tanto ni los milicianos, ni el jefe mismo no sabían disparar como se debe. Un vez de camino han intentado disparar al blanco. Sarybala acertó más veces que otros. Esto le ha infundido la seguridad. Aidarbek temía el encuentro con los ladrones y no lo disimulaba.

- ¡No dejaré que me vean! ¡Si me ven, en primer lugar me dispararán a mí!

Han ido toda la noche larga sin descanso, solamente al amanecer han llegado al lugar. Amaneció, se hicieron visibles los alrededores. Habiendo pasado una elevación, los milicianos han rodeado la aldea de Alibek. Todo el aúl estaba de pie, hasta los niños. Con la aparición de los jinetes la yurta blanca que estaba en medio del aúl, de repente empezó a moverse hacia el suburbio.

- ¡Dios mío, estos canallas ya han olfateado! — ha exclamado Ahmet. — La yurta la llevan para nosotros en brazos. ¡Significa, todo está perdida, aquí los fugitivos ya no están!

- Si no están, sácale el alma a Alibek, — ha ordenado Sarybala.

Han entrado al aúl. A su encuentro han salido unas diez personas. Delante iba un hombre de la estatura media, ancho de hombros, de pómulos salientes, con los ojos profundamente plantados, con la barba negra como el carbón. Él ha extendido las manos y se ha dirigido al jefe.

- Permíteme saludarte y abrazar como al hijo del aúl noble.

- Sarybala un poco ha retrocedido y ha respondido fríamente:

- Sobre la generosidad hablaremos después. ¡Dadnos primero a Zhoken y Shagyr!

- ¿Dónde los encontraré, querido!? Cógelo del rabo.

- ¡Sabéis, donde están ellos! Su obstinación es conocida, y os desacostumbraremos a esconder a los bandidos.

- Ya nos hemos acostumbrado a esto. Haz, como te dé la gana. Por ahora pido entrar en mi aúl. Para vosotros hemos puesta la yurta, probad nuestro ofrecimiento. A Alibek no le ha quedado nada, excepto el pan y la sal.

- Alibek tiene el ganado. Y quien tiene el ganado, aquel tiene la fuerza y la influencia. Además tenéis todavía mucha astucia y la habilidad. Son violentos y de boca tranquilos. Es probable más de una vez hayáis engañado con su humildad. Pero no quiero ser engañado. !Exijo que encontréis a Zhoken y Shagyr!

- Si sabes, encuéntralos tú, querido. Para qué le molestas al anciano con los ladrones, es suficiente que se atormenta con la riqueza...

Alibek ha pronunciado la palabra “querido” así, como si quisiera pellizcar con ella. Detrás de la máscara obediente del anciano se esconde la crueldad y el odio. Sarybala se ha acordado de nuevo, como un malo anciano Kungugan despellejaba al lobo vivo. El lobo entonces no ha producido ni un sonido. Sarybala ha pensado que si hacer lo mismo con Alibek, tampoco entonces dirá nada. En general ha estimado la obstinación del anciano y ha lamentado solamente que el anciano no ha manifestado su carácter allí, donde es necesario. Sarybala ha saludado a Ahmed, y ha entrado en la yurta blanca.

Habiendo recibido el signo permisivo el jefe, Ahmet ha dado rienda suelta a las manos.

Pero Alibek callaba. Entonces el miliciano lo ha encadenado con el de hierro grillete, con el que cojean a los caballos, a los dos han sido detenidos antes. Sarybala adivinaba todo lo que pasaba fuera de la yurta y se reprochaba: “¡Ilegalmente estamos actuando!.”

Y en seguida se tranquilizaba: “Pero esto lo exigen los intereses del pueblo. Entonces, es legal, entonces es necesario así”.

Afuera se ha oído una voz femenina:

- ¡Déjame en paz! ¡Todavía no he vuelto loca que por los ladrones jurar y tener el Corán! Acaban de huir aquella cañada. En el aúl no había caballos, y se han ido a pie. Es una pena que no hayáis llegado antes, los habríais cogido...

Los milicianos han echado en la persecución, divulgando por la estepa el casqueteo de los caballos. Han galopadoron hacia arriba por la cañada, han escalado a la cordillera y han visto a dos peatones en la llanura, a lo lejos. Al notar a los perseguidores los ladrones incluso no trataban de correr, y en seguida han levantado las manos.

Ahmet encolerizado, ahogándose de la carrera rápida, como de costumbre ha levantado el látigo, pero se ha contenido y, hasta sin blasfemar, callado ha hecho subir a los dos al caballo y los ha traído donde el jefe. Y solamente ahora a él se le han picado las manos. La pasión de pegar a los monstruos, vengar sus tormentos no le deja a Ahmed tranquilo. Le está comiendo con los ojos al jefe que aquel le dé rienda suelta para descargar la rabia. Pero Sarybala ha movido la cabeza prohibiendo. Toda la furia y la ira con las que perseguía a los bandidos, ha desaparecido, cuando los han cogido.

En la yurta ha comenzado el interrogatorio. El aspecto de los criminales no corresponde a su fama de bandoleros: ambos son pequeños, magros, están mal vestidos, son parcos en palabras. Zhoken no habla. Shagyr a duras penas respondía a las preguntas. Los dos no se atrevían a mirar a Sarybala en los ojos, han bajado las cabezas, miran al suelo. Pero en la obstinación, el carácter reservado son iguales, no es fácil arrancar su reconocimiento.

Sarybaila se ha armado de paciencia y continuaba el interrogatorio;

- ¿Dónde están vuestros rifles?

- Los hemos echado hace mucho.

- ¿Por qué?

- Los cartuchos se han agotado, y pesan.

- ¿Dónde están los revólveres?

- También los cartuchos se han agotado. Cuando hemos comprendido que nos atraparán, hemos echado los revólveres.

- ¿Quién os ha informado de nuestra llegada?

- Nadie. He visto un sueño, me he despertado y me he puesto a correr, gritando: “¡Oyboy, van a por nosotros!” Zhoken se ha asustado y ha echado a correr detrás de mí. Hemos alarmado a todo el aúl.

- ¿Con qué soñabas?

- Con la serpiente de cascabel. Volaba directamente hacia nosotros...

— ¡Que presentimiento admirable tienes! No tenéis mujer, ni hijos, ni un hogar constante, ni la tranquilidad, ni las alegrías. Os dedicáis al asunto abominable. En el mundo tan espacioso para vosotros no hay donde vivir, os escondéis. ¿Por qué tu presentimiento no podía dictar antes que acabarías mal y que era hora de vivir honestamente?

- Me lo decía, — ha respondido con indolencia Shagyr. — Sí hemos tomado afición.

- El lobo también a la carne tiene una propensión grande. Sin embargo, si el lobo ha notado cerca de la carne el cepo, allá no dará ni un paso. El peligro es más fuerte que cualquier propensión.

- Nosotros al contrario...

- ¡Entonces no sois los lobos, sino los verdaderos chacales! — enfadado ha dicho Sarybala.

Shagyr ha asintido flojamente.

- Di la verdad, de una vez por todas, di la verdad, — continuaba Sarybala. ¿Alibek les daba refugio?

- No.

- ¿Y Bimende?

- No.

- ¿El invidente Abish?

- No.

- ¿El molá Sayabek?

- No.

- ¿Quién os dejaba pernoctar?

- Gente, ladrones, estepa desierta.

- Y la gente, y la montañas, y la estepa os maldicen!

- ¡No todos maldicen!

- De ellos pregunto.

- Tenemos la ley, jefe, es mejor morir, que denunciar.

Con esto el interrogatorio ha acabado.

“La paciencia es una la cualidad apreciable. Es inherente a una persona buena, y a la mala, — pensaba para sus adentros Sarybala. — Un bueno hace el bien con paciencia, y el malo así con paciencia, lo malo”.

A Zhoken y Shagyra los han encadenado a otros detenidos y a todos han cerrado en una yurta separada. Sarybala se ha acostado aunque sea poco a tomar una siesta, cuando en la yurta ha entrado un hombre moreno de edad media y le ha saludado:

- ¡Muy buenas!

A juzgar por la amonestación escrupulosa del saludo musulmán, era molá. Parece tranquilo, habla despacio, es afable. Mientras Sarybala pensaba quién podría ser este desconocido, se ha presentado:

- Soy el molá Sayabek. Aunque en nuestros tiempos la suciedad fácilmente se le pega al molá, malas lenguas no decían el molá ha trabado amistad con el ladrón. Sin embargo, he tenido que oír y esto. Dos malvados que desgarraban esta tierra, resulta que no han tenido piedad de mí. Pero por su naturaleza son humanos. Hazme una conversación cara a cara con ellos, querido, ¿de veras no tropezarán?

- ¿Para qué necesita verlos cara a cara? No le han mencionado y no lo han ensuciado.

- ¡Así es! Entonces permíteme equivocarme una vez más. Entonces este rumor malo lo ha hecho correr el calumniador Aydarbek.

- Aydarbek no es calumniador.

- Ojo con él, querido, ojo. Si te aprovechas de su servicio una vez, no notarás, cómo él se aprovechará de tu servicio diez veces.

- Se ha equivocado una vez más. No ha pedido nada para sí mismo. Pero si me los pide, a decir verdad, no le renunciaré.

- Pronto él no pedirá, sino areglarrá sus asintos detrás de tu espalda, cubriéndose con tu puesto. Da oídos solamente al susurro en el patio, hasta te pones harto.

Sarybala se ha acercado a la puerta y se ha asomado afuera.

Aidarbek estaba rodeado de la gente. Ya uno lo llama aparte, ya otro. “Así él nos habría ayudado a coger a los ladrones. ¿Pero para qué sirve ahora este susurro?” — ha pensado perplejamente Sarybala y ha vuelto a su lugar. Sayabek ahora hablaba más atrevidamente y seguro:

- Aydarbek tiene su costumbre. Él se hace acompañar voluntariamente a un representante cualquiera del poder para vengar a los ofensores. Él insaciable y ávido, como el lobo. Ha adquirido la costumbre de tomar a otros, se ha descarado, me ha querido quitar el caballo rucio. No se lo he dado, así él ahora trata de calumniar y asustarme, y de todos modos quitarme el caballo. ¿Tememos al poder, respetamos el poder, pero para qué temera Aidarbek? “¿Por qué respetarlo?! Él sirve a tal persona de cuyo poder se pueda aprovecharse. Es ignorante, ratero, vive con los restos de la comida ajena y además asusta a otros. No puedes no respetarme como al molá pero, querido, te daré un consejo paternal: no detengas a Bimende, Alibek y Abish por la instigación de Aydarbek. Libéralos. ¿Los criminales se han encontrado, están en sus manos, para qué después de esto tener bajo el arresto a los ancianos, agraviar las relaciones entre los géneros? No los juzgarán igual, el pueblo todavía los respeta, aunque para el poder Soviético son las últimas personas. Libéralos, que haya un honor para ti, y no para otros...

Sayabek hablaba con facilidad, sin titubeos.

“Tiene razón, — reflexionaba Sarybala. — Puedo arrestar a estos parásitos, pero en la cárcel no los tendrán, los liberarán. La sovietización del aúl no tiene por fin la destrucción completa de los bay. Luchamos sólo por la restricción de su influencia. Sayabek y Mukash no son aquellos molás vetustos y torpes, sino la gente inteligente, que comprende los órdenes nuevos y que sabe adaptarse. ¡Es una pena que sean molás!”

A la petición larga de Sayabek, Sarybala ha dado una respuesta corta: “¡Bueno! Los liberaré”.

Las susurros en el patio han cesado. Aidarbek ha quedado con un palmo de narices. Los bay puestos en libertad enseguida se han vuelto las espaldas y no le han dado ni una moneda.

Es extraño que de repente hayan dejado de temer al jefe, le han ensillado a un rocín magro del pastor. Alibek acaba de gritar, pidiendo la liberación, y ahora de repente ha asimilado un aspecto tan arrogante que no se puede acercar.

“¿Qué pasa?" — quedaba perplejo Sarybala.

El grupo estaba para salir ya, cuando ha llegado a saltos un jinete a caballo cubierto de espuma. Parece que habrá traído o una alegría grande, o una pena pesada.

Ha Resultado otra cosa. Al llamar a Sarybala aparte, el recadero le ha entregado el sobre con la inscripción en la esquina: “Urgentemente”. Sarybala ha abierto la carta:

“... De tu honestidad no dudo... Trabajar en los lugares natales hoy en día es muy difícil. Nos han colmado con las quejas. Por eso se ha decidido trasladarte al vólost de Ereymenskaya. No te ofendas, querido, no pienses nada malo”.

Shabdan Eralin.

Por mucha prisa que tuviera el recadero, la noticia sobre el traslado del jefe había llegado aquí antes. Sobre su suerte Sarybala ha llegado a saber sólo ahora. Pero Alibek lo ha sabido antes y, habiendo ladeado el gorro, andaba con aire importante cerca de la yurta.

Sarybala se ha puesto furioso.

- Eh, perro negro, ven aquí – ha gritado. - ¿Crees que si me trasladan, me ha llegado el fin? ¡Me llegará el fin, cuando llegue el fin del poder soviético! Oye, Ahmed, ponle los grilletes de hierro de nuevo. ¡Y a meter junto con los ladrones! ¡Dar al rocín al pastor y ensillarme al caballo de Alibek!

Aydarbek engañado ha levantado de nuevo la cabeza. El jefe poco tiempo después se ha tranquilizado, y él, al contrario, se ha desatado, como si aquí lo hubieran deshonestado de muerte. A Alibek lo ha hecho sentar a un camello junto con los ladrones, han envuelto a los tres con los grilletes de hierro. Cuando han salido, Aydarbek se ha acercado volando al camello y ha gritado a Alibek:

- ¡Canalla! ¡Sabes a qué huele la ortiga!

- ¡Cállate, ortiga! ¿Mejor dime, cuánto cuesta tu hediondo “arrestar”? ¡Lamías más de una vez el vómito echado del estómago hediondo a través de la garganta hedionda! Bueno haznos vomitar y después lame, — ha respondido Alibek, tranquilamente balanceándose sobre el camello.

- ¡Vaya la lengua, vaya la lengua, perderías la lengua! — ha comenzado a charlatanear Aydarbek, aún más irritado porque no ha podido responder con más mordacidad.

Los milicianos han salido. Unos cincuenta jinetes han ido junto con ellos. Nada exigen, de nada hablan y no se atrasan.

Sarybala ha salido adelante y ha soltado al caballo al trote. Monta al caballo de raza bayo de Alibek. El jefe está en la silla recta y directamente como una estaca plantada.

Por el camino de los aúles salía la gente al encuentro, invitaba a su casa ya uno, ya otro, se presentaban a Sarybala como “el yerno”, “la tiíta”, por “los sobrinos”. Él no ha aceptado ni una invitación, habiendo decidido no pararse.

Se ha puesto el sol, se ha hecho más denso el crepúsculo. Los aúles atraían con lucecitas. Los jinetes pasaban de largo a las muchachas y las jóvenes que cantan las canciones, vigilan las ovejas en los kotan. Sarybala iba en silencio, habiéndose sumido en los pensamientos, hosco, como la noche caída. Aidarbek le ha alcanzado, ha pronunciado en voz baja:

- Nos acercamos al aúl de Irsimbet hadzhi. ¡Su hijo Shaimerden tiene una hija encantadora! El mismo Shaimerden ha llegado con la invitación. Descansaremos un poco, querido, todos se han fatigado del viaje... Y a la muchacha verás, te desmayerás.

Parecía que ningún motivo, ninguna causa válida e imaginaria podría hoy hacer parar a Sarybala. Pero la mención de una muchacha hermosa ha debilitado su decisión. Sarybala se ha dirigido al caballo hacia el aúl de Irsimbet.

Shaimerden ha acogido a los invitados en la yurta y les servía de pie. Su hijo ha resultado no tan bella: muy jovencita, delgaducha, era simplemente gentil. Por la juventud, de la timidez o a la instancia del mismo hadzhi ha desaparecido enseguida, tan pronto como han llegado los invitados. Al carnero lo han degollado ya, han puesto la mesa. Sarybaly se ha puesto de mal humor porque no podía inventar el motivo conveniente para salir más de prisa. Habiendo tomado un tazón del kumís, él ha dicho: “Descanzaré un poco”, — y se ha acostado.

Ha cerrado los ojos, pero no ha logrado dormirse. Estaba extenuado, se ha cansado de la falta de sueño, del camino largo inquieto, de la obstinación y los hechos diferentes de los compatriotas...

Apenas él se ha adormecido, cuando alguien por los signos ha llamado a Aydarbek afuera. Primero en la yurta había mucha gente, pero poco a poco iba quedándose vacía, y pronto allí solo dormitaba el jefe en el lugar delantero, y a la puerta Alibek, Zhoken y Shagyr enredados.

...Cerca de la vivienda una muchedumbre pequeña lo ha rodeado a Aydarbek. Hablaban a media voz. Quien sabe, cuanto engaño, perfidia a unos y la avidez a otros contienen estos innumerables acuerdos y susuros. Pasados algunos minutos Aydarbek con Shaymerden se han apresurado a la yurta.

- Realmente, ahora está durmiendo como un tronco. Se ha fatigado terriblemente, — aseguraba Aydarbek de paso.

Al entrar en la yurta alegremente ha dicho:

- Exactamente como he dicho. — Y ha sonreído engreído.

Shaymerden le ha metido en la mano una llave. Aydarbek se ha sentado cerca

de los detenidos, ha abierto vivamente con la llave los grilletes de hierro y les ha guiñado: huid de prisa. Los ladrones se han intercambiado las miradas, sin saber que emprender, y sin creer en la liberación. Alibek no se ha movido.

Sarybala se ha levantado de un salto.

- ¡Manos arriba!

Al levantar las manos Aydarbek ha comenzado a temblar, como con la fiebre, no da diente con diente.

- ¡Cobarde, canalla! ¡¿Para qué metes la mano en el fuego, si tienes miedo?!

- ¡Perdona, querido! ¡Perdona, seré un siglo tu esclavo! Los grilletes les cortan los pies, ha lamentado...

- ¡Mientes! ¡¿Di mejor, te han sobornado?!

- Sí-sí, me lo han dado...

- Y ahora di, escupiré!

- ¡Escupiré, escupiré! Pondré en ellos los grilletes de nuevo.

- No, ahora no se los pondrás. E-eh, si tú estuvieras solo, canalla Aydarbek, te mataría, como el perro en su sitio. ¡Pero que le vas a hacer, sois todavía muchos!. Si los has lamentado, te doy a los tres hasta mañana en la fianza. Por la mañana me los entregarás. Si no los entregas, te pondré a ti los grilletes no en los pies, sino al cuello.

- ¡Оh, no, no los tomaré en la fianza, no los tomaré!

- No los tomas, te encadenaré.

Aydarbek ha tenido que extender el recibo y tomar a los ladrones en la fianza, y el jefe ha prohibido atarlos y encadenar.

Sarybala se ha dormido tranquilamente. Alibek, Zhoken y Shagyr están cerca y miran "al liberador" de Aydarbek. Las manos y su pie están libres, haz lo que quieras. Pero no pueden salir ni por la necesidad, Aydarbek no se lo permite. En sus manos está el puñal. Aydarbek está en cuclillas, apoyada la espalda contra la puerta, y de vez en cuando advierte amenazadoramente;

- No os atreváis a moveros. ¡Quien se mueva, lo acuchillaré!

Así ha estado hasta la mañana, hasta que se ha levantado el sol y mientras el jefe no se ha despertado.

- ¿Cómo comprenderlo? — se le ha dirigido a él Sarybala, habiendo levantado la cabeza. - ¡A los detenidos los liberas, y a los liberados los vigilas!

- Querido, no puedo más, no me tengo en los pies. ¡Permite poneless los grilletes, libérame! — ha comenzado a gimotear Aydarbek.

Un fuerte hombre gordo, se ha convertido en el calzonazos. Realmente se ha debilitado por camino largo y por la guardia de toda la noche. Además, como una burbuja de jabón se han reventado sus esperanzas de regresar a casa glorificado y con la presa rica.

Pero Alibek ha perdido más de Aydarbek.

- Dios me ha turbado y engañado, — ha comenzado a hablar Alibek. —He visto a muchos autorizados que llegaban a los aúles. Los comparaba con el perro que ladra. Le dejas a tal perro un hueso, en seguida empezará a mover la cola. ¡Muchos han llegado donde nosotros con su “¡arrestar!” Algo le meterás en los dientes, te dejaba en paz y se iba. Creía primero que tú eras uno de esos. Creía, suponía y estoy aquí con los grilletes en los pies. Ha oído muchas palabras ofensivas, ha recibido un puñetazo en los costados. Muchas veces en la vida he sufrido los tormentos espirituales, muchas veces han atentado mi honor y mi autoridad. ¡Pero esto no me ha pasado nunca! Ahora solamente comienzo a comprender que la sovietización del aúl y una nueva política no es una charlatanería, sino es un asunto firme. Esto parece el juego de la gata con el ratoncito, que está condenado. Si todavía no me has vengado, no aguardes, aquí está mi cuello, — ha dicho Alibek y ha inclinado la cabeza, tocando la tierra con la barba negra.

- Mereces las venganzas o no, no lo juzgaré yo, pero sólo por estas palabras tuyas, te dejo libre. Y para ti, Aydarbek, es bastante por primera vez, te pongo en plena libertad.

Después de la liberación de Alibek los jinetes del aúl se han atrasado, el grupo pequeño sin paradas se ha dirigido hacia el centro del distrito. En los pies de los ladrones resonaban los grilletes de hierro. Los milicianos esta noche han dormido y se sentían mucho más animosos que antes. Solamente Aydarbek sufría, le daba vueltas la cabeza.

A mediodía han ido a un aúl de bay para saciar la sed. En medio del aúl había una yurta blanca adornada con el ornamento. Cerca de la yurta lastimosamente gritaba una camella blanca, en sus ojos de ella se veían las lágrimas transparentes. De la yurta ha salido una joven mujer gentil, llevando un camello blanco. Su cabeza estaba adornada con las plumas. La mujer vestía el vestido azul, como el cielo, el kamzol negro de felpa, el sombrero de la mujer joven. Ha dejado al camello acercarse y ha secado cuidadosamente los ojos a la camella, se ha apretado con la mejilla contra su cabeza y ha comenzado a llorar.

Al ver a los extranjeros, los ha mirado fijamente. Por su cara corrían las lágrimas, y sobre la mejilla había un cardenal oscuro.

Sarybala sin querer ha fijado los ojos en la mujer joven, ha bajado del caballo y se le ha acercado despacio.

- ¡Realmente, la he visto en algún sitio! — ha exclamado él.

- Me llamo Asiya.

- ¡Asiya.! ¡Dios mío, ya que banqueteé en su boda!.

- ¡Ahora también me he acordado de usted! — ha exclamado con alegría Asiya y ha sonreído.

Su cara pálida ha sonrojado, y el cardenal, el indicio rudo de la vida triste, se ha hecho aún más visible.

Justamente en este momento en la yurta vecina estaban el presidente del comité ejecutivo del municipio con algunos trabajadores del vólost. En honor a la llegada de los invitados han degollado al carnero y la gente se ha reunido a escuchar las novedades. A unos les interesa la carne sabrosa, a otros las conversaciones. Alguien ha llegado con una petición, alguien con una queja. Todos los seguidores Sarybala los ha dirigido al presidente del comité ejecutivo del municipio. Habiéndose quedado a solas con Asiya, él ha preguntado:

- ¿Dónde está su marido?

Él recordaba, cómo hace dos o tres años su marido en la boda se mostró como una persona tonta.

Asiya ha respondido sin ganas:

- Se nos ha perdido el caballo. Ha ido a buscarlo.

- Hasta ahora recuerdo la canción de despedida, que cantaba, cuando le acompañaba el aúl. Cuando con el llanto se iba alejando del pueblo, el padre lloraba en casa a moco tendido. Llora y al mismo tiempo tranquiliza: “¡Aguanta, querida, aguanta! ¡Te acostumbrarás pronto, tu madre se ha acostumbrado también!” Y bien, y como... ¿Se ha acostumbrado?

- ¿Acaso puede una persona acostumbrarse al infierno? Y me encontré en el infierno. Los cardenales en la cara no son del casco de caballo, sino de la bota del marido. Mis padres han muerto. La felicidad junto con la riqueza se les fue todavía en vida. Entre los parientes no se ha encontrado ninguno que me ayude a librarme de este tormento. ¡Sufría, ocultaba los maltratos físicos y las burlas del marido, pero más no tengo fuerzas! La única amiga con la que comparto la tristeza, es la camella blanca. Pobrecilla, llama con gritos a su cachorro, y me hace llorar...

- ¿Por qué él le pega?!.

- Me he casado, solamente para no ofender a mi padre. Ahora este canalla me venga por la aversión. Y además todavía no tengo hijos. “La mujer sin hijos, la yegua en la manada”, — me reprocha él constantemente. A cada rato riñe, me ofende, me pega...

Bajada la mirada Asiya desahogaba la pena. De los ojos negros en chorros corrían las lágrimas por las mejillas pálidas y goteaban al vestido.

Ante la mirada de Sarybala de repente han aparecido dos Asiyas. Una lo miraba de la profundidad del pasado, habiendo levantado el velo de seda de la novia y modestamente sonriendo cuando aceptaba el anillito de Sarybala. Aquella Asiya parecía a la luna pura clara que se ha asomado entre las nubes. Otra Asiya estaba al lado y le recordaba a Sarybala un candil improvisado que se extingue.

“¿Acaso es posible permitir que en la época soviética se burlen al descubierto de la mujer, una persona con inteligencia, belleza, modestia y dulzura de carácter?! Ya que no le causa mal a nadie”, — se indignaba Sarybala.

- Las lágrimas no quitan penas, es necesario actuar, — ha dicho Sarybala.

- Temo, — ha respondido Asiya. — Mientras esperes el tribunal, mientras él me dé el divorcio — pasará mucho el tiempo. Y además el marido no me dejará ir, me matará.

- Haga la solicitud a mi nombre, descríbalo todo como es. Inmediatamente le permitiré ir, donde quiera. Además, le puedo acompañar. Todo el resto decidirá el tribunal.

- ¿Dios mío, será realidad o un sueño?! Recuerdo que despidiéndose de mí entonces decía: “Ha comenzado una mañana hermosa, sale el sol, el mundo se alegra de la luz y del calor”. ¡Ahora para mí usted es este sol! — ha exclamado Asiya a través de las lágrimas.

Sin haber conocido la pena, no conoceras la alegría, pero en la alegría de los ojos bajan rodando no las lágrimas, sino las perla.

El jefe que tenía intención de salir justamente después de un descanso corto, se ha detenido hasta la tarde. Él no ha ido a saludar al presidente del comité ejecutivo del municipio, Amanbay, y aquel, por lo visto, ha decidido el mismo visitar al jefe de la milicia. El dzhiguit oblicuo, de frente ancha, aseadamente puesto, ha saludado a Sarybala silenciosamente y con una sonrisa amistosa.

“!Dios nos asista!”, —con susto decían muchos kazajos al oír el nombre del comisario de policía Sokolov. Ahora he oído decir las mismas palabras el Sokolov soviético, — ha comenzado a hablar burlonamente el presidente.

- Sokolov zarista lo respetaban aquellas personas, cuyos intereses defendía. Si a Sokolov soviético lo va a respetar la gente honesta, me da igual la charlatanería de otro. ¿Di de quiénes has oído estas palabras, de los pobres o de los ricos?

- Los suyos las dicen. ¿De veras te levantan la sospecha?

- A veces llamas a los suyos los que son extraños al poder Soviético.

- ¡Que cauteloso eres, Sarybala, incrédulo!Son tontos los que ponen cepos en tu camino.

El presidente y el jefe de la milicia han salido los dos fuera del aúl para hablar a solas.

Amanbay conocía al pueblo de aquí hace mucho, tartaba a las personas igualmente. Esa persona de edad avanzada, sabia. Habiendo olfateado que la milicia ha liberado a Asiya, los ancianos del aúl se han dirigido a Amanbay.

- Por muchas veces que haya llegado aquí, Asiya no decía ni una palabra sobre la vida mala, — ha comenzado Amanbay. ¿No serás tú quien la ha turbado? Tú eres joven, ella es joven...

¿Para qué yo voy a turbarla? Yo tengo una querida...

- ¿Entonces por qué ha decidido salir tan rápidamente?

- Ha decidido salir no ahora, no hoy, sino hace mucho... Oía sobre las leyes soviéticas, pero no podía aprovecharse de los derechos. La he ayudado solamente, le ha aconsejado y prometía tomar bajo la defensa.

- Es por eso que los ancianos no se han atrevido a llegar donde tú, sino han llegado a mí. Me conocen y piden dejar a Asiya, hasta el tribunal. El aúl nos ha preparado de regalo dos fieltros y dos yeguas.

- Que regalan. Aceptaremos el soborno y los arrestaremos.

- No es necesario bromear con ellos Sarybala. Y sin ellos tienes enemigos. No te aconsejo detenerte aquí mucho tiempo. Todos los alrededores saben que has hecho una parada en este pueblo, y alguien ofendido puede ajustar cuentas contigo. La nueva política económica ha eliminado a los bay, y algunos empezaban a escandalizar, no se paran ni ante el asesinato.

- Entonces, es necesario un poco apretarlos.

- Oh, cuanto las personas harían, si les diera rienda suelta. Es bueno que el poder esté en tus manos y las de los bay.

- ¿Según tú, estoy inclinado a las exageraciones oportunistas de izquierda? Y en mi opinión, tú eres desviacionista derecho. Quien de nosotros tiene razón, lo demostrará el futuro.

- Vamos a dejar esta disputa. Si te has obstinado, se sabe, no te persuadiré, — ha dicho Amanbay y ha invitado a volver a la aldea. — Pronto probablemente y me traslade a otro lugar.

- Quédate aquí, y a los ladrones los envía más adelante con los compañeros. Por la noche hablaremos a solas a discreción y sobre todo.

- Cuando han vuelto al aúl, ya atardecía . Las ovejas volvían a los rediles, los caballos iban en pasto. Alrededor es ruidoso, agitado. Es inquieto y en el alma de los ancianos, sobre cuyos hombros están los preceptos antiguos sobre la seguridad del honor de aúl. Con el esfuerzo guardan la calma aparente. Se sienten incómodos y les da vergüenza tanto ante el espíritu de los antepasados, como ante los parientes porque de su pueblo se va la mujer joven, su nuera, por la que Mirza del gran género dió el rescate más rico — sesenta y siete cabezas de ganado. Los ancianos más arriesgados están listos a dar rienda suelta a la ira: «¡Basta, no puedo más!» ¿Pero quién se atreverá a echarse en el remolino perdiendo la cabeza? Los lobos viejos, que un día se atrevieron a sacarle al jefe de distrito del faetón y pegarlo hasta la muerte, ahora se portan tímidamente ante el jefe soviético. Aunque es joven, pero sabe que los ricos tienen los dientes rotos, se porta con atrevimiento y seguridad.

- Amanbay regresó a los ancianos, y Sarybal pasó directamente a la yurta de Asiya. Aquí él ejecutó toda la propiedad y ordenó a Asiya que se vistiera para el camino. Se avió rápidamente sin despedirse del pueblo en que vivía más de dos años, solo acarició a la camella blanca y su crío y salió junto con el jefe. Amanbay se los unió también.

- Había una noche clara sin ninguna nubecilla. Era claro como de día en la tierra y en el cielo por el resplandor de la luna llena. El alma de Asiya está más clara que el mundo bajo la luna, es más ancha y espaciosa que la estepa natal inmensa. Está lista a sacrificarse para el jefe, que cortó de un golpe las cadenas que la habían atado durante muchos días.

-

- Como si no notara su humor, Sarybal se entusiasmó con la conversación con Amanbay. Es evidente que su conversación durará mucho. Se acusan mutuamente en «el izquierdismo», en "el derechismo" y en otros pecados incomprensibles a Asiya.

- La escolta de milicia con los ladrones y los jefes de Amanbay, tan pronto de salir del aúl se dirigieron al centro de distrito.

- Al pasar medianoche llagaron a casa de Amanbay y se fueron a dormir en seguida. En una pequeña yurta de tres rejillas se acomodaron para trasnochar los cuatro — en el lugar delantero Sarybal y Asiya, y al lado de una de las rejillas laterales — Amanbay con su mujer. Amanbay se quedó dormido en seguida, tan pronto como llegó a la cama y Sarybal no podía dormirse.

-

- Él tendió la mano a Asiya. Tampoco dormía.

- La voz interior dijo: «¡Apártate la mano!»

- Pero la otra, por la espalda, lo tranquilizó: «¿Qué hay para reprochar?! ¿ Acaso los jóvenes y las jovenes no se entregan a los sentimientos? A lo mejor Asiya está esperando y por eso no puede dormir».

-

- Sarybal tendió más atrevidamente la mano, pero la primera voz volvió a decir: «¡Desvergonzado! ¡Si ha hecho el bien, no lo empeores! ¡No ofenda a la inocente! Tiene las desgracias de sobra. ¡Si quieres amar, entonces quiere seriamente, para siempre!»

- Sarybal no puede quererla a Asiya porque quiere a la otra. Asiya sentía su agitación, veía, cómo él tendía dos veces la mano, pero no oía aquellas voces que sonaban en el corazón de Sarybal. Esto fue la lucha entre su conciencia y el deseo.

- Los invitados se leventaron temprano aunque pasaron casi toda la noche en vela. La mujer de Amanbay se levantó antes que todos y preparó el desayuno.

- — ¿Cómo habéis dormido? — Se interesó con una sonrisa.

- Los invitados respondían algo inarticulado. Dentro de poco llegaron tres parientes de Asiya. Empezaron a desahogarse y expresaban su voluntad de proteger el honor de su género. Asiya se fue con ellos para el aúl natal, y Sarybal se quedó solo. Para llegar al centro de distrito es la marcha diaria completa. Apurando al buen caballo, Sarybal ya a la mediodía estuvo cerca de su oficina. Sus compañeros, excepto Aydarbek, llegaron por la noche y encerraron a los ladrones en la cámara. Consiguió llegar y un nuevo jefe que se llamaba Gaziz. Sin hacer entrega de los asuntos, Sarybal envió a los ladrones detenidos en Akmolinsk. Luego por última vez se sentó a la mesa y escribió una carta al jefe de la milicia de distrito:

- «... Trabajé un mes y medio. En este tiempo hice poco, pero merecí muchos reproches y reprobaciones. Le agradezco mucho por haberme librado de ellos, tío Shabdan. Y ahora pido que no me moleste. No iré al municipio de Ereymen. Allí igual hay tropellos, violencias e ignorancias que aquí. Me basta a los enemigos adquiridos aquí por mis acciones honestas. Que sigan pegándome con las quejas. Pueden herirme. Estas heridas se cicatrizarán, pero mi alma, mi conciencia no envenenarán nunca. Quien es fuerte del espíritu, gana al batir. Quien es hermoso de alma, aquel es más hermoso de todas las guapas ¿no? En esta verdad creo con firmeza. No es lo quería decir. Ahora tengo dos sueños: hacerme con la familia e ir a la capital de Kazajistán para estudiar. Ahora no puedo ocuparme de otros asuntos ya que sueño con otra cosa».

- Sarybal entregó los asuntos al nuevo jefe y salió al pueblo.

- Completamente solo cabalgaba sobre una amplia estepa tranquila. Su alma está turbada. La chica juguetona, joven, no tan guapa, sino muy bonita está ante sus ojos. Es habladora, juguetona, sus palabras fluidas no salen de la memoria de Sarybal ...

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- Fin del primer libro

- La herencia creadora del gran escritor es el mundo polifacético, original que implica y algunos cuadros de la vida, y las enteras épocas históricas, y las numerosas imágenes ...

- La base del trabajo creador de muchos escritores son los fenómenos de la vida y los períodos de la historia más significativos. Pero no todas las obras se quedan en el fondo de oro de la literatura. La memoria del pueblo conserva solo las mejores. El pueblo elogia a los autores de estas obras y menciona sus nombres con respeto y estimación.

- Uno de tales escritores es Gabiden Mustafin, el maestro de la palabra, que ha sabido mostrar en sus obras los grandes cambios que han pasado en la estepa kazaja. Sus novelas están dedicadas a los períodos más considerables en la vida del pueblo kazajo de la época soviética. Así, la novela «Después de la tormenta» narra del despertar postrevolucionario del pueblo, nueva política económica y la confiscación de la propiedad de los ricos, es decir se recrea la verdad de los años veinte; en la novela "Karaganda" — sobre la apertura en Kazajistán de los nuevos centros industriales, el proceso de formación de la clase obrera, o sea aquí se trata de los acontecimientos de los años treinta. En "Shiganak Bersiev" el pueblo nómada, pasando a la vida sedentaria, se reúne en el koljós; en "el Millonario" está reflejado un nuevo aspecto del aúl de posguerra con sus mejores representantes conscientes. En el prefacio al "Testigo " el autor escribía: «He decidido mostrar lo que he visto y he sobrevivido por sí mismo. Pero hay tantas cosas que no pude abarcarlas en un libro. Por eso tuve que seleccionar y escoger lo más necesario».

- Entonces, en sus novelas el escritor G.Mustafin no entra en detalles del pasado, sino demuestra la verdad histórica del tiempo vista por él mismo, cubriendo los acontecimientos significativos de toda una época.

- Él en toda la extensión de la palabra - es el escritor de su tiempo.

- En sus obras el tiempo, la persona, el ambiente social se describen muy prominente, desde el punto de vista de las posiciones precisas realistas. Es propio exclusivamente a un gran pintor.

- Los temas, los rasgos ideológicos y artísticos y de estilo, la maestría de G.Mustafin no aguantan la mirada superficial, sino exigen la gran conversación, la investigación profunda. Claro que un pequeño epílogo no puede pretender que el trabajo creador del escritor sea analizado detalladamente. Pero nos agradaría que el lector lo conozca más a fondo.

- Al pasar la prueba por el tiempo, las novelas de Gabiden Mustafin que se reeditaban más de una vez , se han mostrado viables. El buen don de cada maestro reconocido consiste en que se puede volver a leer sus libros, abriendo para sí mismo las partes nuevas de su obra que antes no se notaban. Este don posee G.Mustafin que se ha hecho para nosotros realmente querido escritor público. ¿Cuál es la historia que precedía la aparición de sus libros? ¿Cómo se escribían?

- - Ninguna de mis obras nacía por casualidad. Cada una de ellas — es el fruto de las grandes agitaciones y reflexiones, — decía G.Mustafin. ¿— Qué es creado en la literatura? ¿Dónde se notan mejor las manchas blancas? ¿Qué aspectos de la vida no son resaltados por los escritores? Desde el punto de vista de estas posiciones tuve que tratar a mi trabajo creador. En los años treinta trabajé de minero en Karaganda. Mucho me dió mi comunicación en aquel entonces con los obreros. En adelante, cuando colaboraba en un periódico, empezé a preocuparme: «¿De qué escribir?» El tema de la clase obrera seguía intacta— todos nosotros éramos las personas procedentes de la estepa y escribíamos exclusivamente del aúl. En 1938, en seguida después de mi llegada a Alma-Ata, me puse a escribir la novela «La Vida y la Muerte» en la que describía los cuadros conocidos y claros de la vida de los obreros, junto con los cuales tuve que trabajar. Luego he pasado a «Shiganak Bersiev», quería reconstituir al espíritu del período de la colectivización. Escribía con mucha dedicación y el amor. Durante la colectivización afrontaba el embaucamiento, exageraciones, infracciones de diferente naturaleza. Comprendiendo su inconsistencia , intentaba llevar esta idea al lector. En la novela “Shiganak Bersiev” logré expresar mi opinión personal hacia aquel entonces. Es imposible hacerse el escritor, si no tienes tu propia opinión y el credo. Escribiendo un libro intento expresar a través del personaje la idea necesaria concreta. En la imagen del viejo sabio Shiganak que tiene mucho mundo y está enamorado del trabajo, aspiraba a concentrar las mejores calidades de mi pueblo. Así, escribí mi novela «La Vida y la Muerte» y la novela corta« Shiganak Bersiev ».

- Gabeke, pero «La Vida y la Muerte» se reescribía, con que los lectores han conocido una nueva novela — "Karaganda".

- - Sí, la novela « La Vida y la Muerte» se reescribía. Por más que intentes, la vida siempre adelanta la idea del escritor. Mientras terminaba «la Vida y la muerte», Karaganda se cambió hasta no ser conocida. He sentido que la novela se ha atrasado el crecimiento rápido de la Karaganda industrial y no puede corresponder a las exigencias del lector contemporráneo. Me puse a escribir «La Vida y la Muerte» cuando trabajaba de funcionario literario de la revista «la Literatura y el arte» (ahora "Zhulduz"). La novela se publicó en algunos números de la revista. En los momentos libres conseguía publicarme de un número al otro. El libro nacía demasiado rápidamente. Además, «La Vida y la Muerte» fue mi paso de prueba en la creación de la novela. Fijé después que en el libro hubo muchas omisiones y faltas. Dandome cuenta de que la obra no es posible dejarla así como es, he vuelto a escribir. ¿Y qué? Cada imagen ha encontrado una nueva interpretación. En general, "Karaganda" — es una obra singular aunque en ella son usados muchos detalles de la novela «La Vida y la Muerte». Escribiendo "Karaganda" he gastado más tiempo que en la creación del resto de mis libros. Pero de todos modos el trabajo más largo lo ha exigido la novela «Después de la tormenta».

- - ¿Qué objetivo ha puesto ante sí mismo durante la preparación de su última novela?

- - Siempre he intentado interpretar la realidad actual, y en la medida de lo posible mirar en el futuro. Nunca he vuelto al pasado. En la novela «Después de la tormenta» tuve que saltarme intencionalmente la tradición corriente y hacer un paso atrás. Al echar una mirada mental a la literatura kazaja, he notado el blanco en el período más interesante de la vida de la sociedad kazaja — es la nueva política económica, los acontecimientos relacionados con la confiscación de la propiedad de los ricos. El escritor es el intérprete de la época. Si él no nota los cambios globales o, hasta viendo, no los interpreta, entonces él queda en gran deuda ante la sociedad. Mo me gusta ser el deudor. Los escritores de mi generación no iban a abordar estos temas, y los jóvenes aunque entendían perfectamente en la actualidad, no sabía tan a fondo sobre el pasado. Los pensamientos de este tipo me empujaron a escribir la novela «Después de la tormenta».

- La biografía personal desempeña el papel considerable en el destino del escritor, ayuda a especificar los temas de su obra. Porque la biografía del escritor es la biografía de su época, de la gente que vive a su lado. La obra de cualquier escritor es su biografía, su manera de ver la vida. Las reflexiones del escritor sobre la vida, los valores eternos, inextinguibles, su actitud personal a los problemas sociales, la noción de la ciudadanía se materializan en las páginas de sus libros...

- Gabiden Mustafin nació cerca de Karaganda, al pie de la montaña Zhauyr situada en la orilla del río Nury.

- Antes de hacerse el escritor, conoció la vida de aquel territorio, asimiló los relatos de los ancianos, examinó los carácteres y las acciones de los representantes de las diversas capas sociales. Al hacerse mayor, participaba activamente en la revalidación de la vida nueva, encontrándose en su entraña. En los años veinte cumplió el servicio en el aparato de los órganos soviéticos. Luego a principios de los años treinta, trabajaba de un simple obrero en las minas de Karaganda. Al comenzar la actividad laboral como obrero no especializado , con el tiempo iba dominando la profesión del tornero.

- Así es el camino de la vida de Gabiden Mustafin antes de su llegada a gran literatura. Y a la literatura trajo consigo la verdad de la vida del país natal, historia de la estepa kazaja de los años veinte y treinta. Las novelas «Después de la tormenta» y "Karaganda" incluyen el rico material real tomado por el autor de su propia experiencia de la vida. Pero en este plan el libro más cercano a la biografía del autor es "Testigo ".

- En el cuento « Reflexiones durante el camino» G.Mustafin escribe sobre sí mismo:

- «Las personas existen de un modo distinto, dejan memoria después de sí de una manera diferente. En ambos casos no deseaba y no buscaba nada mejor que el trabajo de escritor. El trabajo de escritor —es el trabajo más respetado, difícil y responsable».

- Estas palabras de Gabiden Mustafin dan la definición más justa de su credo vital y el camino de escritor. Sobre cualquier asunto se expresa exactamente y claramente. Para él el trabajo del escritor es ante todo un verdadero trabajo. «Cuando termino el libro, me canso completamente, — confesaba él. — Por una página en limpio lleno escribiendo las docenas de páginas. Escribo, borro, vuelvo a leer y luego todo de nuevo. Cambio de nuevo la oración. No me gusta. Estoy contento si durante el día encuentro una oración que me satisfaga».

- Dondequiera que estuviera y en cualesquiera encuentros se presentara G.Mustafin él hablaba principalmente sobre la literatura. Si estimaba necesario, no se cansaba repetir lo dicho. A veces sin querer surgía la pregunta: «¿De veras no tiene nada más que decirnos?» Pero inmediatamente tenemos que negarnos a tal conclusión infundada. El gran escritor que ha esctiro las crónicas artísticas de los períodos más considerables de la época soviética, indudablemente ha visto, ha sufrido y ha conocido mucho. Aún así, como si conteniéndose intencionalmente, pronunciaba raramente: «Esto pasaba así, esto pasó de esa manera». Como decía él mismo, la literatura era el oficio de toda su vida. Por lo tanto, abordando las preguntas de la obra literaria, él miraba alrededor de la altura del crecimiento alcanzado por él y con el convencimiento hablaba sobre la responsabilidad del escritor ante la sociedad, sobre la humanidad, sobre las exigencias respecto al talento.

- Sabemos que G.Mustafin ha recibido la formación incompleta.« En 1916 durante un año aprendía el ruso a Zhusup Maukumov que trabajaba de listero en la fábrica de Spassky. El año siguiente entró en la cuarta clase del colegio ruso-kazajo de formación de cinco años que se encontraba adjunto a la misma fábrica. Al terminar la cuarta clase a causa del tiempo inquieto ha cesado la formación ulterior», — escribía sobre sí mismo. Y a pesar de esto, Gabiden Mustafin crea las novelas a gran escala que se traducen a muchas lenguas del mundo. Junto con otros grandes maestros de la palabra está al frente del proceso literario en la república. Sus ideas expresadas a base de su experiencia de escritor, suenan en el unísono con las opiniones de los representantes de la gran literatura. Reflexionando de la literatura profundamente y emocionalmente, él hace las conclusiones justas y exactas. ¿Pues, cómo es? pregunten. ¿Es posible que es aquí donde se oculta la fuerza del talento? ¿Puede que junto con la leche de la madre él absorbía las mejores calidades de su pueblo? ¿O es el resultado del don natural? Sea como sea, pero indudablemente uno se puede constatar: de verdad él tenía todos estos peculiaridades. Lo principal es, comprendiendo la dificultad y la complicación del trabajo de escritor, no torcer el camino fijado, y llevando sobre sí toda la carga, conservar en el corazón una llama brillante. «No aguanto el enfoque superficial de otros al asunto. Tales personas no llevan a cabo lo pensado y no pueden seguir a los demás. Como el resultado, se quedan en el medio del camino”, - subrayaba varias veces G.Mustafin.

- Todo el aspecto de Gabiden Mustafin como si daba la respuesta a la pregunta: “¿Cómo debe ser el escritor?”

- En general, era reservado y hablaba poco. En cierta medida la reticencia le iba bien. El guradaba todo en el alma sin abrirse a la gente de golpe. Siempre hablaba escogiendo y midiendo sus palabras. Todo esto confrirmaba la procedencia real de su mundo de escritor. Porque a menudo la vida personal del escritor encontaba la continuación en la vida descrita por él en sus libros, o era similar.

- En sus viajes por el territorio natal a Gabiden Mustafin no le gustaba organizar las fiestas fragorosas ni los encuentros ruidosos. Intentaba no alterar el curso corriente de la vida. No le importaba quién lo recibió y qué honores le rindieron. Le alborotaba el deseo de ver aquellos cambios que tuvieron lugar en el aúl contemporráneo. Comparando el pasado con el presente, experimentaba una gran alegría humana.

- Hace unos años G.Mustafin y yo fuimos a Karaganda. Al visitar los aúles junto con él me hize el testigo involuntario de tal alegría. Lo que ví y escuché en aquel entonces ahora lo estoy comparando con los acontecimientos descritos en las páginas de sus novelas. Procuro encontrar entre la gente con la que me encontraba personalmente los prototipos de los personajes de sus libros, reanimando sus cuadros, carácteres, palabras que dijo en aquel entonces.

- Como ya he dicho G.Mustafin nació y creció en los espacios de Karaganda. Y muchos acontecimientos de sus obras pasaron precisamente aquí.

- De la importancia para un escritor de ver todo con sus propios ojos y sobrevivirlo dicen la vida de G.Mustafin y las páginas de sus libros. Empezó a escribir al recibir el temple de la vida. Trasladó a la literatura la vida entera que había visto con sus propios ojos, los aconticimientos en los que había participado, las personas que lo habían rodeado en la vida ordinaria. Después desarrolló y enriqueció lo visto y sobrevivido con la fantasía de escritor. Pero transformando la verdad de la vida en la verdad artística él usó enteramente su experiencia personal. Y no por casualidad aseguraba más tarde. “La impresión de lo visto puede ser especial. Se escribe con ligereza porque entiendes muy bien la psicología del personaje. Es difícil crear los libros si uno no se preocupaba suficiente, no veía mucho en la vida. De lo corriente lo acumulado en el alma se escribe con el cariño y dedicación”.

- ...Durante el camino a Temirtau paramos al pie de la montaña Zhauyr dónde en 1902 nació Mustafin. “Apenas empecé a concebir lo que me rodeaba, cuando nuestras tierras pasaron a las manos de los emigrantes y todo nuestro aúl se marchó de Zhauyr y se trasladó a un domicilio nuevo a Kyzylkuduk. El llanto y los gemidos de la gente que se despedía de la tierra natal, riñas con los emigrantes, víctimas - todo, todo dejó una huella imborrable en mi alma”, - recordaba de aquel tiempo remoto.

- En la psicología de la obra hay muchos misterios no descubiertos. Es difícil indicar exactamente el momento del despertar en una persona del don de escritor. Y no es casual que los acontecimientos de aquel tiempo remoto dejaron la huella imborrable en el alma del muchacho de siete años. Es posible que aquel entonces fue el estímulo para la percepción de escritor del medio ambiente.

- Cada persona aprecia su infancia, los caminos del lugar donde nació y creció. Uno tiene ganas involuntariamente ver a las personas con las cuales se encontraba y se comunicaba en el pasado. «No hace falta descuidar los acontecimientos del pasado. El camino recorrido debe hacerse la base para un buen comienzo. Kyzylkuduk es el pasto de verano de nuestro aúl. Empecemos nuestro viaje desde allá, terminaremos el camino en Spassk», — me pidió en aquel entonces G.Mustafin, deseando una vez más ver los lugares de su infancia. Él quería ver que es lo que se quedó del pasado, que cambios han pasado hoy. Aunque en aquell territorio todo le fue conocido, pero entre "ayer" y "hoy" hubo tiempo enorme. El pueblo se cambió mucho y las personas ya eran como antes.

- La literatura es la segunda vida de la persona. La literatura aprende de la vida, por otro lado, influye en los cambios que pasan en la vida. Y, como se sabe, la vida no se estanca, se mueve adelante constantemente. El escritor no sólo debe pensar en el futuro, sino es obligado a prever el futuro. Para que escribir de los tiempos remotos, que ya hace mucho que se había atrasado de la caravana incontenible de la vida rápida. Probablemente en esto pensaba el escritor que callaba largo tiempo durante el camino.

- Gabiden Mustafin en sus viajes por el pueblo siempre preguntaba por los viejos conocidos y obligatoriamente se encontraba con ellos. Durante tales encuentros la conversación duraba mucho tiempo, de nuevo y de nuevo se acordaban de unas u otras personas, los acontecimientos olvidados. A veces me sentía como si estuviera entre los personajes creados por el escritor. Cuando se contaba una historia, G.Mustafin conseguía exclamar: «¡Lo he mostrado en«Testigo»! O precisaba de paso:« se puede encontrar las acciones de su padre en la novela «Después de la tormenta». Entre los sentados hubo unos prototipos de "Karaganda". Parecía que toda la estepa, sin perder el aspecto prístino, se trasladó desde aquí directamente a las páginas de sus libros.

- Normalmente las alegrías y las penas de las pequeñas personas no están a la vista. Pero las notan los escritores. En los libros de Gabiden Mustafin encontramos la multitud de tales personajes cuyos rasgos del carácter inconfundibles y las acciones ayudan no sólo a comprender las imágenes de los protagonistas, sino también reconstituir el aspecto del tiempo.

- A Gabiden Mustafin le gustaba escribir de las innovaciones, de los lados positivos de nuestra vida. Sus libros están llenos del movimiento perpetuo, la renovación eterna incontenible. La base y su fuerza motriz las compuestan las ideas comunistas y el trabajo socialista que aportan los grandes cambios en los destinos de las personas del tiempo moderno.