Dedicado al vigésimo quinto aniversario de la RSS de Kasajstán
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Capítulo Primero
1
El sol acababa de salir de entre un “pabellón de rojas auroras”, y el cielo estaba tan claro, como el té. Junto al lejano puerto apenas se divisaba un punto negro - una pequeña caravana de Olzhabek. Aunque la caravana avanzaba no tan de prisa, entre una cortina de niebla esta parecía correr impetuosamente hacia adelante.
Olzhabek junto a su esposa e hijo emprendieron el viaje tan pronto empezó a apuntar. Ahora se han atravesado el Sary - Aldir. Delante de ellos, brillando al sol, como un espejo, se encontraba el lago Kurayly.
- ¿Entrar de paso o mejor pasar sin detenerse? —musitó meditando Olzhabek, — mientras miraba hacia el lago.
A pesar de que el Kurayly se encontraba en el distrito ajeno y del koljós (hacienda colectiva) <<Yklas>> los separaba ya una distancia de cuarenta kilómetros, Olzhabek aún observaba todo con mucha cautela. Pero a su esposa Zhamal esto no le gustaba.
- Y bien, ¿así vamos a escondernos de la gente? —replicó ella —.
- ¿A no ser que alguien a vaya a buscar tres pies al gato?..
— Pero, ¿quién nos conocerá aquí?
Al dejar el camino grande que va desde el Sary – Adyr hacia el lago, Olzhabek debía haberse dirigido hacia el sendero, pero, escuchando a Zhamal, nuevamente volvió al camino.
- Bien, — se regocijó ella—, — podría ser que encontráramos aquí un lugar conveniente, y nos quedaremos...
Olzhabek no volvió la cabeza y no respondió. Asintió con la cabeza en señal de afirmación o al menos eso parecía, pero Zhamal vio claramente, como se movió la punta de su tymak1.
Casi diez años habían vivido juntos, pero no podían decir que sabían todo lo que cada uno tenía guardado en lo profundo de su alma. ¡Qué profunda es el alma ajena! Por mucho que te sumerjas en ella, de todos modos no lograrás ver todos sus rincones secretos. Incluso embriagados con el vino del amor los recién casados, en algún aislado rincón del alma dejan, no del todo, descubiertos ciertos misterios, mas esto no hace mella en la franqueza de su amor.
Si ustedes pudieran deslizarse a través de los aposentos del alma de Zhamal, entonces verían que en el lugar más preciado dentro de su corazón brilla, como un diamante, la figura de su esposo, Olzhabek. No obstante Zhamal tiene sus secretos guardados, escondidos lejos de la vista de su adorado cónyuge. En realidad estos eran antiguos y ocultos secretos de mujer — ¡valdría la pena hablar de ellos!— Olzhabek también tiene en lo profundo los pensamientos secretos, mas esto no les impide ir amistosamente por el camino de la vida...
Olzhabek no respondió nada a Zhamal. El movimiento de la punta del tymak la hizo pensar ciertas cosas, pero no las pronunció, y así los esposos en silencio continuaban el camino.
Había unos labradores a las orillas del lago Kurayly, aguardando, mientras la tierra estuviera seca después de la lluvia de ayer, salieron al campo más tarde de lo acostumbrado. Se movían lentamente: había quienes iban en bueyes, quienes iban a caballo, quienes iban en camellos, y algunos —aparejando a un buey junto con un caballo o un camello con una vaca—. Olzhabek y Zhamal los observaban escuchando el ruido del aúl despertado.
- ¡Ey! ¡No olvides la afiladora!
- ¡So!, ¡para! ¡Ajusta la cincha!
- Los vecinos ya están arando y nosotros aquí ajustando la cincha.
- Maulekey, ¡ey!, ¡despiértate, Maulekey!..
<<Cuantos días ya están arando, y todos aún siguen gritando y ajetreados>>, — pensaba Olzhabek sin apartar los ojos y con aire sombrío mirando todo esto—.
- Nada les sale, — decía entre dientes él —, ¡Ni pies ni cabeza!
1 Tymak de piel: Gorro con orejeras una punta del que caye en la espalda.
Los labradores, habiendo aparejado un caballo con un camello y un buey con una vaca acababan de bajar las rejas de los arados, estaban haciendo los primeros surcos. Al alcanzarlos Olzhabek se detuvo inesperadamente y se puso a mirar detenidamente los extraños atelajes.
<< Y bien, diga por favor, ¿cómo ahora va a poder parir esta vaca? ¡Esto es un pecado! Están echando a perder el ganado>>, — pensó dolorido—.
- ¡Ey!, dzhiguit, ¡qué tengas buen viaje! — gritó un labrador de barba rala.
Olzhabek se dio cuenta de que no había saludado primero al mayor de edad.
- ¡Buenos días! — dijo intentando corregir su error—. Zhamal, sentada en un camello, se rió discretamente y volvió el rostro. El labrador también se sonrió.
- ¡Eso es! Parece que eres más joven, mi luz, — dijo él, extendiendo su alargado cuello, dirigiéndose a Zhamal: — ¡Buenos días, hija! ¿De dónde venís? No me suenatu cara, — dijo volviéndose hacia Olzhabek—.
Olzhabek no dijo ni una palabra acerca de sí mismo, pero rápidamente supo todo del anciano. Su interlocutor resultó ser un afilador típico de la aldea vecina.
El anciano le contaba con ganas todo lo que sabía sobre de los asuntos del lugar y Olzhabek preguntaba con insistencia:
- Entonces, ¿usted trabaja arando en el koljós, padre?
- Sí, mi luz, nos hemos puesto todos, ¡que tengamos suerte!
- ¿Significa que todos ustedes trabajan en el koljós?
- ¡Dónde estaríamos sin kojlós! ¿O puede ser que donde vosotros no se haya decidido?
- Pero bueno, no lo digas. Dicen que en todas partes el pueblo ha decidido trabajar en el kojlós, — Olzhabek permaneció callado. — Y bien, padre, no es fácil entregar con sus propias manos todo el ganado al kojlós. Lo han conseguido a sangre y sudor. << ¡Mi ternera pequeña es la mejor de todo el mundo!>> - Así se decía en el tiempo antiguo.
¡Ay, hijo! ¿Se puede acaso comparar aquel tiempo con el actual? No es correcto quedarse atrás de la vida.
Olzhabek no conversó mucho tiempo con el anciano locuaz. Se les acercaban dos hombres a caballo.
Al ver a los jinetes Olzhabek que apenas respondió a alguna pregunta del anciano, fustigó al caballo, tratando de parecer tranquilo, sin embargo involuntariamente miró inquieto a los jinetes.
Pero los jinetes seguían su camino. Olzhabek respiró profundamente y, poniendo hacia arriba la punta de su tymak, se puso en camino. Los viajeros iban sin pasar por los aúles por la orilla del lago. Lejos adelante se extendía una estepa desierta, y aquí, a tiro, se encontraban los aúles y a su alrededor iban y venían labradores y jinetes, se movía el ganado sin número.
Los viajeros poco a poco iban alejándose del ruido de la vida.
Zhamal no soportó más:
- Olzheke1 más adelante ya no se ven más aules.
- ¡Que más da! — respondió él con indiferencia—.
- ¡Vas, como si tuvieses un lugar preparado! Debíamos haber ido a través de los aules y preguntar, dónde y cómo viven.
- Yo mismo puedo verlo: en todas partes, como donde nosotros, hay koljóses.
Lo que los koljóses aquí eran los iguales a los de donde venían, Zhamal lo veía también. ¿Qué y dónde buscará Olzhabek? Ni el mismo Olzhabek sabía donde se hallaba un lugar libre del koljós.
1 Olzheke — forma respetuosa del nombre: Olzhabek
«Preguntando se llega a Roma», — dicen los ancianos. Si hay en algún sitio alguna tierra sin koljós, mi lengua me llevará hasta allí.
«¡No puede ser que no haya más tierras libres de koljós! El pueblo no es igual en todas partes, nunca las nubes cubren todo el cielo», — pensaba Olzhabek.
La angustia estaba abarcando más a Olzhabek, y Zhamal se preocupaba aún más.
- ¿Olzheke, qué estamos buscando al abandonar nuestra tierra natal? — de nuevo ella no se contuvo—.
Olzhabek se volvió hacia ella y la miró de forma amenazante, pero no respondió nada.
- « ¡Vaya, no le ha gustado!» —pensó ella—.
Pero la mirada mala de su marido no la enfadó. Se rió sordamente e intento distraerlo:
- ¡Por lo menos podrías decir algo! Desde ayer estás sin decir esta boca es mía. ¿O es que aún no te has calmado después de la riña?
Efectivamente él aún no había olvidado la riña de ayer.
Aunque a primera vista Olzhabek parecía más bondadoso que una oveja, pero al irritarse tardaba mucho tiempo en calmarse. Era un dzhiguit obstinado. La partida de su lugar natal, de los bienes adquiridos, hacia tierras desconocidas también fue provocada por la obstinación que como un caballo testarudo, se alborotó y no se entregaba a las manos del juicio asentado y hacendoso.
Con la persona tan testaruda y terca podía solo Zhamal. Olzhabek le creía y la amaba. En toda su vida él ni una sola vez se ha atrevido siquiera a tocarla con su kamcha1, incluso no la ha regañado en público. La más fuerte expresión de su ira era esa mirada mala y amenazadora.
- Estoy buscando la tranquilidad, — respondió él después de una larga pausa y suspiró silenciosamente.
Zhamal se echó a reír.
- ¿Y dónde esta esa tranquilidad?
- El mundo es ancho, en algún sitio la encontraremos.
- ¡A no ser que “nos muramos” en esta estepa vacía!
- Da lo mismo donde. ¡Quiero poseer a mi gusto por lo menos tres o cuatro cabezas de ganado, mi ganado! ¡Y otros que se enriquezcan en el koljós! — terminó Olzhabek con enfado.
Solamente ayer en compañía de cuatro vecinos de nuevo vino a verlo su primo Kemesh y trató de persuadirlo para que se inscribiera en el koljós. Al ver que los intentos de llegar a un acuerdo eran infructuosos, Kemesh exclamó irritadamente:
- ¡Tú y yo no somos más parientes !Mira y no olvides: ¡quién en lo poco mezquina, las grandes cosas no ha de conseguir!
- ¡Vete a casa! Que me importa tu parentesco, aunque seas el presidente del koljós! ¡Mi ternera pequeña es la mejor de todo el mundo! — le respondió Olzhabek y le dio las espaldas.
La furia hizo que incluso sus ojos se enrojecieron. Zhamal esta vez no se atrevió a tranquilizar al marido y sólo, dirigiéndose hacia Kemesh, repetía incoherentemente: «¡Moldazhan1 qué te pasa, cómo es posible, Moldazhan!»
Kemesh y sus camaradas se fueron irritados. Después de esta conversación al esperar la noche, cuando todos se tranquilizaron, Olzhabek recogió rápidamente sus cosas y emprendió el camino por una vía desconocida.
Según las últimas palabras de Olzhabek es comprensible, que su ira aún no se había apagado, pero Zhamal no dejaba de expresar sus pensamientos con precaución:
- Y bien, Olzheke, dime: ¿de quién has oído tú que aún quedan lugares sin kojlós?
- ¿Por qué no puede ser posible? ¡Las nubes son abigarradas, y las tierras son distintas!
- ¿Sí?, ¿dónde?
- Si lo supiera, hace mucho te lo habría dicho. ¡Quién sabe dónde! Preguntaremos y llegaremos.
- Aunque lleguemos, allí no seremos más que extraños para todos.¿Qué vida puede ser en tierra extraña?
1 Kamcha — fusta.
Olzhabek no respondió. Ante su mirada mente apareció la visión del triste vagabundeo lejos de su aúl natal. El remetido extremo de su tymak que sobresalía desde atrás, ahora se inclinaba hacia adelante, pero Olzhabek no pensaba arreglarlo.
Olzhabek bien sabía cómo los forasteros sufrían de los bay en los viejos aúles. «El kumís de la única yegua debes entregarlo. El único camello que tienes es de patrimonio común. Si no los adulas, te quitarán hasta lo último y te echarán fuera... ¿Qué clase de calma es esta? Pero en el koljós puede ser peor. ¡Dios mío! ¡Hasta los niños de un padre no se llevan bien en una familia y tratan de separarse, y aquí quieren reunir a los niños de cuarenta padres diferentes y de todos los confines, y que vivan con una sola hacienda!» — pensaba Olzhabek.
- Que esperar, cuándo te lo quitarán todo, más vale ser forastero, —le resondió al fin a su esposa—. — Es cierto que no es fácil vivir en la tierra extraña, pero arreglaremos el matrimonio del hijo: así es como encontraremos parientes y amigos.
1 Moldazhan — expresión afectuosa para referirse al hermano del marido al que, según la costumbre kazaja, la nuera no tiene el derecho de llamar por el nombre.
- ¿Qué estás diciendo? ¿Quién ahora arreglará el matrimonio de los pequeños?, —se enfadó Zhamal.
Olzhabek no discutía. Al arrear al caballo empezó a mirar fijamente a la lejanía esteparia.
Hace mucho que el Sary-Adyr quedó detrás. El lago Kurayly no se divisaba en absoluto. Alrededor, como una alfombra abigarrada se extendía la estepa despidiendo un olor espectacular. Parecía, como si nada perturbase su tranquilidad, sólo las mariposas revoloteaban de flor en flor, en lo alto planeaba un gavilán y se oía el canto de una alondra. El paso rítmico del camello hacía dormir a Zhamal, y la canción de la alondra la acariciaba, y ella misma silenciosamente se puso a cantar:
Detrás del río, detrás del Irtish, hay un barranco abrupto,
Allí está paciendo un potrillo morcillo.
Ha empezado a cantar la alondra en los cielos al amanecer
sobre la hierba verde.
Estoy cansada, me de pereza incluso moverme,
Y ella no para de cantar todo el día.
La sedosa estepa inmóvil en la dulce languidez, la canción, la tranquilidad alegre, parece han apaciguado incluso a Olzhabek. Él suspiró profundamente. La tierna voz de Zhamal interrumpió sus pensamientos:
- ¿Olzheke, estás enfermo?
- No. Es que estoy pensando en este maldito...
- ¿Aún sigues enfadado con Moldazhan? Él es comunista. ¿Cómo puede él pensar de otra manera?
- Como cuando el perro rabioso muerde a su amo, así él se lanzó hacia mí. Ahora que siembre la cebolla en mi lugar.
- ¡Eh, Olzheke, ojalá sus palabras no se hagan realidad!.
- ¡Que sabe él! «El koljós, el koljós...» ¡Se ha vuelto loco! Hasta ahora la gente ha vivido bien incluso sin koljós.
Atravesando razones sin malicia, el marido y la mujer llegaron a una alta colina. Por otro lado aparecieron nuevamente muchos labradores, y detrás de ellos se veían los aúles en la estepa.
Zhamal estaba cansada de viajar sin rumbo fijo, como llevada por el viento, como unos vagabundos, pensó para sus adentros: « ¡Ah, si tan solo existiera ese lugar sin koljós!»
Ella miraba atentamente a todos lados, pero no podía ver nada especial. La caravana de Olzhabek avanzaba sin detenerse. El marido y la mujer: ambos no apartaban la vista de los labradores. Era como si a propósito en su camino se extendiera aquella tierra virgen arada.
Despacio, muy separadas las piernas iba a su encuentro un hombre que diseminaba a manos llenas grandes granos del trigo. Los arados, aparejados con seis bueyes, surcaban la tierra como un cuchillo, dejaban atrás terrenos de la tierra negra. Arreando a los bueyes, saltaba un chico pequeño. Detrás del arado iba un hombre de barba abundante. Olzhabek no apartaba los ojos de las capas gruesas arrancadas. Apretando los dientes, intercambió una mirada con Zhamal.
- Tú, da la vuelta al labrado por allí, y, yo, aquí me detengo un poco, — dijo él —.
El labrador de barba negra que iba en silencio detrás del arado, de vez en cuando con un silbido giraba un látigo largo sobre los bueyes y gritaba:
-¡Arre!
A la reverencia de Olzhabek sólo respondió asintiendo con la cabeza, como si estuviera furioso con él y ni siquiera levantó la mirada. Continuó arando. Uno de los bueyes del atelaje medio tropezó y movió las piernas. En aquel mismo instante el látigo chocó contra su lomo, y el buey, reponiéndose, pronto volvió al yugo.
- ¿Padre, trabaja usted en el koljós? — preguntó Olzhabek caminando junto al anciano.
- El barbudo no respondió.
«Probablemente es duro de oído», — pensó Olzhabek.
— Para mí mismo, ―de pronto le respondió seca y agudamente el barbudo.
Olzhabek miró con asombro al labrador y a los bueyes.
- ¡Cómo es posible! Cuantas tierras... ¿Cómo es que ustedes no trabajan en el koljós?
Olzhabek nuevamente esperó la respuesta. Se sentía cohibido de importunar con sus preguntas al anciano.
Mirandóle con ojos enrojecidos del polvo fue como si el anciano sondeara a Olzhabek y con aires de una persona que no tiene tiempo para charlatanerías con holgazanes, le que dio la vuelta el arado y sacudió la tierra de las rejas de arado.
Los toros que caminan de reata, habiendo llegado a un lugar pedregoso, se detuvieron.
¡Arre! — levantó la voz el barbudo, y el látigo empezó a silbar encima de ellos. El anciano estaba tan centrado en su trabajo que hasta crujió con los dientes.
Olzhabek estaba harto de ir detrás del labrador. Sin esperar la respuesta a su pregunta respondió él mismo:
- Padre, usted, debe, haber bromeado: ¡esto parece el labrado koljosiano! — gritó él y giró al caballo, pero entonces el anciano se volvió hacia él y lo miró de hito a hito.
- ¡¿Acaso el labrado koljosiano no es mío?! ¡Lo aro yo, y yo como el pan - no tú! ¿Qué es lo que piensas?
- Yo no me propongo a comer su pan. ¿Acaso lo habré dicho?
Olzhabek se cortó. El anciano lo notó y se puso más suave:
- ¿No comprendes? Cuando acabemos completamente con los bay y holgazanes, comeremos todo el pan de nuestro labrado.
Olzhabek hizo como si lo comprendiera, asintió con la cabeza y al despedirse siguió su camino.
- «¡Me he encontrado con el activista más ferviente!» — pensó él.
Zhamal ya había pasado los labrados. Casi al lado del aúl la gente araba también. Pasando a su lado Olzhabek oyó la disputa en la que se habían enredado:
- ¡¿Por qué lo golpeas?!
- ¡Tú mismo ves, no tira en absoluto!
Justo en ese momento Olzhabek alcanzó a Zhamal.
- Espera, vamos a ver que está pasando aquí, — dijó él deteniendo su caballo.
- No vamos a divertirnos con las disputas ajenas, — dijo con enfado Zhamal, pero Olzhabek se detuvo escuchando a los altercadores.
Al parecer no había ninguna causa seria para que se diera la riña: dos bueyes, aparejados en el arado, pertenecían a dos amos diferentes, ― esa era la causa de la disputa―.
- ¿Por qué golpeas el ganado ajeno? ¡Así no vuelvas a ver el ganado jamás!
- Si en realidad es el maldito tuyo quien no quiere dar un paso. Mi buey no debe tirar por dos.
- ¡Antes eran suyos, ahora su dueño es el koljós, para qué discutir en vano! — trataban de tranquilizarlos los demás. —
Pero los acalorados altercadores no dejaban que les persuadieran.
- Al koljós le he dado el ganado, pero yo mismo lo vigilaré.
- ¿Entonces para qué colectivizar?..
- ¡Vaya, también sois los defensores del koljós! ¡Yo os conozco! Cada uno tiene escondido dos pares del ganado propio. ¡En primer lugar tú!
- ¿Por qué estás mintiendo? ¿Dónde, dónde lo tengo? — gritó agudamente una pequeña persona pelirroja, el comentario sobre la cual dio justo en el clavo.
Olzhabek lo comprendió, espoleó el caballo y se puso en marcha...
A lo lejos adelante iba por el camino un transeúnte solitario. Olzhabek quizo alcanzarlo y preguntarle acerca de estos lugares. El último encuentro con los altercadores le había alegrado. Se sentía como un caballo perdido que había encontrado su manada. De nuevo volvía a creer en su "verdad".
- « ¡Exactamente! — Pensaba él con cierta alegría maliciosa. — ¡Nada les saldrá a ellos con los koljóses, se ajetrean en vano!»
Sin embargo ante sus ojos estaba de forma obsesiva la tierra excavada negra, como si impregnada con grasa.
- ¡Ey!, — llamó Olzhabek con un grito callado largo tiempo bajo el peso de los pensamientos.
— ¡Ay! —respondió desde el camello Zhamal, -
- El anciano ha labrado el campo muy bien. ¿Lo has visto?
- No está mal. Bueno, ya que todo depende de la dedicación...
- Sí, de la dedicación, —coincidió con ella Olzhabek y, suspirando profundamente, dijo con disposición: - Si todos trabajaran así, como este anciano barbinegro, el koljós se enriquecería pronto. ¡Pero que se puede hacer, no todos son iguales! Tomando de ejemplo, a los que están discutiendo...
Alcanzaron al peatón solitario. Olzhabek sin acabar su pensamiento, se quedó callado.
- ¡Buenos días! —dijo el peatón echando una mirada y respirando con dificultad. Él apenas podía mover las piernas.
— ¡Buenos días! —respondió Olzhabek mirando al peatón—. ¿Y bien, cómo está la siembra? ¿Acabarán pronto?
El peatón, caminando fatigadamente, se movía en silencio y al final musitó de mala gana:
- Algún día terminarán...
Después de tal respuesta entre Olzhabek y el transeúnte se estableció una comprensión silenciosa. Intercambiaron miradas. Olzhabek se acercó al peatón y ahora iba casi empujándolo.
- ¿Y bien, todos aquí se han inscrito en el koljós? —preguntó Olzhabek—.
El transeúnte como si se hubiera espabilado y, despojado de su cansancio, comenzó a hablar con energía:
- Como decir... sí, casi todos.
- ¿Y el ganado lo han colectivizado?
- De colectivizar lo han colectivizado, y pero algo quedó para cada uno.
- ¿Y usted no ha oído hablar de algún lugar que no sea parte de un koljós?
Callando el transeúnte miró hacia algún lugar por encima de los aúles que se veían ante ellos, y agitó su bastón.
- Allí en aquellos parajes, — dijo él. — Al principio ahí había también koljóses, como aquí, y cuando ya no salió nada de ellos, todos se disolvieron.
- ¿Sí?, ¿dónde fue esto, dónde? — preguntó emocionado Olzhabek, mientras tomaba aliento.
-Allá, donde kshi-zhuzov. Sus cabecillas lograron escapar.
-¿Es cierto eso?
- Sin el viento la hierba no se mueve, así dicen. ¡Sí, ¿quién ha oído hablar antes sobre los koljós?! ¡En todas partes solo se oye del plan, el plan! Incluso a esta enorme estepa la han medido, y la jornada, la miden, y el pedazo de pan... ¡Como estar aquí!.. Puesto que el trabajo también es un asunto desigual, ahora sale, ahora no. Esto ellos no quieren tomarlo en cuenta, aunque revientas, ¡Debes cumplir la norma!.. He aquí yo, me he fingido enfermo, — confesó a media voz el interlocutor.
1 Khzi-zhuz — Literalmente; un centenar de jóvenes; una de tres tribus kazajas.
Al principio él tomó a Olzhabek por uno de los koljosianos de aquí y fue por esto que fingió estar enfermo ante él, mas ahora sabiendo quien era, dejó de fingirse de inmediato.
Zhamal que iba en silencio en su camello al oír la confesión del aparente enfermo, se echó a reír con regocijo.
- ¡Yapyray1! ¡Qué bien se ha fingido! De ningún modo lo hubiéramos sabido: ¡miras y parece como si tuviera la vida pendiendo de un hilo!
- ¡De otro modo no me creerán! Mientras no se termine este matadero de koljós, es necesario salvarse de algún modo...
- Es decir, ¿han creído en su enfermedad y lo han enviado a casa?
- ¡Y cómo retener a un enfermo!
- Si cada uno comienza a fingirse enfermo, ¿quién trabajará? — dijo Zhamal.
- Bueno, no todos pueden ingeniarse. Sí, además muchos se están acostumbrando a las reglas del koljós. He aquí mi yerno, ni siquiera es un joven komsomol. Él tenía un absceso, por mucho que le persuadiera, no me hizo caso y se fue al trabajo.
- ¿Bueno qué se puede decir ante esto? A un sano le es difícil estar sin hacer nada, — dijo en voz baja Zhamal.
Ella vio a un jinete que iba a su encuentro. Incluso el transeúnte lo vio. Volvió a quejarse y empezó a cojear.
- «¿Seguir adelante o esperar aquí en algún sitio, mientras se disuelvan los koljós?» — pensaba penosamente Olzhabek.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por su compañero de viaje:
- Mira, ahí viene el presidente de nuestro koljós. ¿Ves?, tiene prisa. De nuevo trae algún plan.
- ¡¿El presidente?! Entonces, adiós— se apresuró de repente Olzhabek. — ¿Y cómo se llega hasta ese lugar... kshi-zhuzov?
- Allí directamente hacia aquel punto oscuro, —respondió el pedestre, indicando a las montañas.
Las montañas estaban por lo menos a la distancia de la mitad del día de camino.
Encontraréis un camino grande, este os llevará hasta allá. Adiós. ¡Buen viaje! — les deseó finalmente el transeúnte y cojeando se quedó atrás.
Olzhabek y Zhamal de camino hacia el montecillo negro iban en silencio pero ambos se habían animado. Vislumbrándose en la cima de la montaña la esperanza les parecía próxima y fácilmente alcanzable. El resentimiento de Olzhabek contra su primo Kemesh y la Poder Soviético comenzó a sustituirse incluso un poco por la compasión.
- Claro, sus costumbres son aceptables, — dijo él escupiendo entre los dientes.
1 ¡Yapyray! - exclamación semejante a la exclamación ¡Dios mío!
El escupitajo entre los dientes significaba que estaba de buen humor. Esta vez escupió con un deleite especial, y Zhamal que había estudiado bien todas las costumbres de su esposo, comprendió que él se había aliviado.
- Ellos odian a los bay y a los rufianes e interceden por los pobres. No hablo de pecar, ellos están listos para asumir todos los tormentos de los pobres... ¡Si tan solamente no existieran los koljós! Es evidente no lo han reflexionado a fondo. Sería bueno, si cambiaran eso. ¡¿Cómo comerán todos de un mismo perol?! Pero no importa. Aún cambiará todo... pero que he reñido con este diablo de Kemesh...
- ¿Quieres decir que iremos de vuelta? — preguntó con esperanza Zhamal .
- Espera, antes hay que comprobar.
- Y dices que ya sabes lo todo.
- ¡No, en realidad deben cancelar! Cuanto vivo en el mundo, no he oído que los kazajos vivan en la artel... Cada uno trabajaba solamente para sí mismo...
- ¿Y si todo esto son mentiras?
— Intentaremos vivir de nuestra pequeña hacienda.
- ¿Y cuando todos se inscriban en los koljós?
- ¡Nos haremos un hueco!.
Zhamal apretó los labios y se inclinó hacia el niño.
El porvenir de la criatura dormida tranquilamente le pareció a ella nebuloso y sombrío... *
2
Es mediodía. El sol baña con su luz la tierra enternecedora. La vegetación densamente crecida renace, absorbiendo los rayos solares. Dos caballos y un camello pastan sin levantar sus cabezas las olorosas y jugosas hierbas.
En una choza construida apresuradamente, Olzhabek dormía con las manos extendidas ampliamente, de vez en cuando roncaba. Aquí mismo Sagintay que dormía abrigado tiene su pequeña nariz cubierta por gotas de sudor y la carita ruborizada como una jugosa manzana.
Zhamal no tuvo tiempo para dormir. Estaba a la orilla de un pequeño riachuelo, poniendo al sol su blanco pecho, se peinaba sus cabellos negros tirando a azul. El agua transparente le sustituía un espejo. Veía claramente en el agua el reflejo de su cuerpo puro... Su rostro se había tostado un poco del viento y el sol. Sus ojos grandes reflejan el alma y parecen los ojos de la cría de un camello. Resplandecen con la calma espiritual. Los espesos cabellos negros que le cubren toda la espalda, la protegen del sol.
Zhamal trenzaba su cabello, cuando hasta ella llegó un grito desesperado:
- ¡Oybay-ay! ¡Zhamal!
Asustada corrió hacia la choza. Olzhabek gemía, sosteniéndose con las dos manos el pie descalzo.
- ¿Qué pasa, qué ha sucedido?
- ¡Una serpiente!
- ¡Yapyray! ¡No quieres tú que muramos aquí, en el desierto!
Zhamal con los lamentos rompió una cinta de su vestido, se puso en cuclillas junto a su esposo, ciñó rápidamente el pie mordido. La serpiente le había mordido en la planta del pie. Rápidamente Jamal pegó sus los labios al pie para chupar el veneno.
- ¡Te envenenarás, déjalo! — le gritó Olzhabek, tratando de sacar el pie.
Aunque esa era su salvación, sintió pena por su Zhamal. Pero ella sólo apretó con más fuerza el pie hacia ella y se clavó en él con los labios.
- Mi vida no tiene más valor que la tuya, —dijo ella—, escupiendo el veneno extraído y volviendo a chupar.
Sagintay despertado por el grito fuerte del padre lloraba desconsoladamente. Olzhabek estaba pálido y secaba las gotas de sudor grandes y frías que cubrían su frente. Alargó las manos y tomó al niño.
- ¡Ha olido la desgracia, chiquitín! —dijo con la voz enronquecida, temblorosa,—.
- No llores, Sagintay, cálmate, — consolaba a su hijo Zhamal, pero no ni ella misma podía tranquilizarse: sus pupilas estaban dilatadas y apenas podía contener las lágrimas.
Zhamal succionaba el veneno de la planta hasta que le empezaron a doler los labios. Apartándolos, cogió la manta de debajo de la silla de montar de Olzhabek y la arrojó en la caldera sobre la hoguera.
- ¡Ah!, ojalá no haya escapado la serpiente... Puede ser, que se encuentre, —dijo ella y se dirigió hacia la estepa—.
- ¡No vayas en vano! — gritó Olzhabek.— ¡Ya que con la brujería te cegará los ojos y no la verás!
Al animarse Zhamal, miró a Olzhabek. Esta vez su voz sonaba como siempre vigorosa.
- ¿Y bien, cómo estás?, ¿mejor? Acuéstate, —dijo—.
- Gracias a Dios, mejor.
- ¡Si estrangularía y colgaría a esa serpiente! Dicen que entonces el veneno pierde rápidamente su fuerza... ¿Estabas durmiendo, o qué? ¿Cómo pasó?
- Me he dormido, por desgracia. De repente siento algo frío cerca del pie y no he alcanzado a abrir los ajos, cuando me ha mordido.
Habrías tenido que atraparla inmediatamente.
- ¡Cómo la habría atrapado! Por poco pierdo la memoria.
Zhamal sacó la manta de la caldera hirviente y apretando envolvió en ella el pie mordido de Olzhabek.
Los ancianos dicen que la manta que ha absorbido el sudor de un caballo, es el mejor remedio. Túmbate, te cubriré. Si sudas, será aún mejor. Espera, te traigo la almohada.
- Primero dame de beber.
Zhamal entró en la choza y después de agitar llenó la taza de kumís espumoso y fresco. Olzhabek se lo tomó de una vez. Viendo el sudor en su frente, Zhamal preguntó:
- ¿Quieres beber más?
Aceptando de sus manos la segunda taza, Olzhabek vio los granos de aceite derramado y dijo firmemente:
- ¡Parece el caldo de carne! ¡Qué puede ser más agradable y más curativo que el kumís! ¡Y tú aún estás descontenta porque nos hemos ido! En el koljós nuestra yegua trabajaría todo el tiempo. ¡Acaso podría ser ordeñada! ¡Y ahora bebe cuanto quieras!
- No, de todos modos en casa es mejor, — dijo Zhamal.
Sacó una bata de algodón y cubrió con ella a su esposo. Mientras Zhamal ordeñaba a la yegua, Olzhabek tranquilo se sumió en el sueño.
3
La montaña alta de cerca parecía formada por enormes bloques de granito rojo. Casi no había vegetación. Se veían por todas partes criptas de piedra semidestruídas, piedras de tumba. Debajo de los pies se encontraban destruidos por el viento, bañados por las lluvias, unos secos huesos humanos. Pero y en esta montaña deshabitada se veían las huellas frescas de la estancia de personas: sobre la peña había una torre de madera. Una parte del peñasco estaba excavada y entreabierta, como la entrada a una cueva. Alrededor rodaban pedazos de botellas, tarros vacíos de conservas. Olzhabek lo notaba todo. Las montañas le parecían admirables. Él nació y creció en la estepa, donde tan solo había pequeños montículos y colinas.
- ¡Ey! — llamó de repente él, dándose la vuelta en la silla de montar.
Su voz resonó más fuerte de lo regular, y, antes de que le contestara Zhamal, le respondió el eco.
- ¿Y bien? — dijo Zhamal fríamente.
Cuanto más se introducían en la profundidad de las montañas, más ansioso latía su corazón. Ella no sabía que temía y miraba con inquietud hacia los lados.
- ¿Quién podía erguir allí la torre y excavar este peñasco?
- A lo mejor los rusos.
- ¡Yapyray, han penetrado más allá de nosotros! ¿Y dónde al fin está la tierra de la que ha hablado aquel maldito?
A Olzhabek le era embarazoso justificarse ante su esposa y tranquilizarla por milésima vez con las mismas palabras. Él se calló. Ha pasado ya un mes y diecisiete días, desde cuando se han ido de su aúl natal y han errado sin cesar por los caminos. Han pasado a través de un montón de ríos, por muchos puertos, pero no han encontrado la tierra anhelada en ningún lugar. La naturaleza y el aire eran otros: ahora han entrado en la franja de las montañas.
«No es tan fácil que aquí, a estas escarpas, lleguen los koljós. ¿Puede ser que aquí este territorio esté libre de los koljós?» — reflexionaba Olzhabek—.
Sin saber a dónde, al azar, iba Olzhabek en búsqueda de su felicidad individual. Zhamal se ha cansado de esta búsqueda.
— ¡Hemos caído en alguna guarida de bestia! — dijo, tratando de asustar a Olzhabek—. Aquí, probablemente, viven los bandoleros.
- ¡De qué bandoleros estás hablando Hace mucho tiempo que todos ellos fueron aniquilados. Y si hay todavía en algún sitio una tierra libre de los koljós, entonces probablemente sea aquí.
- ¡Basta ya! ¡Oh, me tienes harta de todo esto! ¡Mejor sería llegar de nuevo a los pueblos, antes de perdernos en este lugar retirado! —respondió Zhamal—.
Olzhabek guardaba silencio. Las montañas se hacían más abruptas y altas. Sobre su cabeza se veía un pequeño pedazo del cielo. Las altas montañas que tropezaban con el cielo encerraban en sí la incertidumbre.
La minúscula caravana de Olzhabek se dirigía por los profundos barrancos y los estrechos desfiladeros. A Zhamal un día le parecía un año. ¿Y el niño? ¿Qué pasa con él? ¡Qué cansado está! El mismo Olzhabek ya estaba extenuado, pero la búsqueda no daba ningunos resultados.
- ¿Y bien que nos espera detrás de la vuelta? —dijo él doblando al desfiladero—.
Pero Olzhabek ni siquiera consiguió gritar o coger su bastón, cuando cinco jinetes gritando: «¡Bas kozindi!» 1 lo asaltaron y lo sacaron de su montura...
4
Olzhabek se volvió en sí por la noche. Estaba solo. Alrededor se ennegrecían las siluetas de las montañas. Su cuerpo estaba pesado, como una piedra, tenía sangre seca en la cabeza.
Olzhabek yacía sin fuerzas hasta el amanecer. Al fin amaneció, y se levantó con el esfuerzo la cabeza. Se le nublaban los ojos, Olzhabek intentó levantarse, pero se cayó al instante. Los bandidos le habían roto una rótula y una pierna. Se sentó. Quería beber, pero no había ni una gota de agua.
' Bas kozindi— literalmente: cierra los ojos; o es lo mismo que "ríndete".
«¡Aquí es dónde nos acechaba la suerte perversa! Ahora me volveré la presa de los animales y de los pájaros», —pensó él—.
Delante solo veía la muerte.
De repente de la profundidad del desfiladero se oyó el casqueteo de un caballo. Odzhabek volvió la cabeza y vio a una persona barbinegra con un fusil. Olzhabek agarró rápidamente una piedra que a mano y la levantó con amenaza. El jinete levantó el fusil. Los dos aguardaban, mirándose con hostilidad.
- ¡Dispara! — dijo Olzhabek.
- ¡Tírala! — respondió el jinete, frunciendo las cejas que parecía nubes amenazando con la lluvia.
Pero ninguno se decidía comenzar.
- ¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? —preguntó el desconocido.
- Tú sabrás mejor.
- ¿Qué te pasa, estás delirando? ¡Eh, hermano, si estás cubierto de sangre!
- ¡Eso es, la sangre! ¡Han capturado a mi mujer y al niño, y ahora — «estás ensangrentado»!.
- ¡Infeliz! — exclamó con compasión el jinete, apeándose.
Olzhabek se levantó un poco, sosteniendo preparado la piedra.
- ¡Déjala! Si quisiera tu muerte, hace mucho te habría disparado.
Olzhabek arrojó la piedra y comenzó a sollozar.
- ¿Yarypay, no serás Hyzyr, el santo, que ha venido a salvarme?
- No, no soy Hyzyr, pero con todo te ayudaré.
Se abrazaron y comenzaron a hablar amistosamente.
- ¿Cómo te llamas, padre? — preguntó Olzhabek al abrir su adolorida alma a su nuevo amigo.
- Shiganak. Yo también he recorrido muchas tierras en busca de la felicidad. Pero la buscas en unas tierras libres de koljós, y yo,estoy en el koljós—,
CAPÍTULO DOS
1
La atención de la gente está centrada en un hoyo que tenía las dimensiones de una pequeña kibitka.
Una aruana alazana de cuello largo trabaja sin descanso desde la madrugada hasta avanzada la noche. Dos teguershik que penetraban en la tierra con cada movimiento parecía como si se hundieran aún más en lo profundo de la tierra. Un extremo de un tronco grueso que se les sujetaba tiraba de la aruana hacia adelante, y otro extremo la tiraba hacia atrás, y el animal fuerte se ponía tieso del gran esfuerzo. Su lana rizada se cubrió de sudor. La enorme rueda en la que colgaban unos cubos, giraba despacio, volcando en el arik principal cada cubo del agua a cambio del sudor que bajaba rodando con dificultad desde la lana de la camella. La arena amarilla absorbía instántaneamente el agua que corre despacio, como una lágrima. Y como si tal cosa, todavía con mayor ansiedad abre la estepa sus fauces resecas. Se atormenta la tierra sin saciarse, se atormenta el animal, incapaz de saciarla.
Olzhabek, sosteniendo un largo látigo, está clavado. El sol le quema la cabeza. La tierra candente le abrasa los pies, pero él guarda silencio y no se mueve, clavados los ojos en el tegershik. Los colmillos de madera que se habían enganchado, rechinando frenéticamente, emiten una canción triste e infinita. La aruana alazana con los ojos vendados, sudando, continúa girando.
- ¡Agua, agua!
- ¡Se está secando! ¡Agua! — se oye por todas partes.
Olzhabek agita el látigo. La aruana haciendo un gran esfuerzo apenas se desgarra. El tegershik también está a punto de desmoronarse.
- ¡Se está secando! ¡Agua!—grita incesantemente desde arriba la gente—.
Olzhabek agarra un extremo del tronco y lo aprieta para ayudar a la camella. Al mismo instante saltan al hoyo Amantay y Zhanbota y lo ayudan a Olzhabek.
- ¡Muchacha joven, pero no ágil! ¿Que será, cuando te envejezcas? — bromeó Amantay.
- Y tú, dzhiguit, tampoco eres más rápido que una tortuga, ¡para qué sirves!
- ¡Para esto! — y Amantay empujando a Zhanbota, saltó hacia arriba y escapó.
Zhanbota se echó a correr tras él. Olzhabek agotado se detuvo.
¡Agua, agua! — se oyó desde arriba; las voces de los que gritaban llenaban la estepa ancha.
Olzhabek, irritándose de repente, batió el látigo. La aruana lanzó un rugido y se tumbó.
- ¡No azotes al ganado! —se oyó una voz autoritaria.
Levantado el látigo nuevamente, esta vez sin tocar a la camella se bajó. Encima del borde del hoyo apareció la cabeza de un hombre atezado y barbinegro. La nariz grande, barbilla estrecha, tenía las cejas enmarañadas, como las nubes listas para descargarse. Con el rabillo del ojo miró al camello y a Olzhabek y se sentó en el terraplén.
1 De acuerdo a la creencia musulmana, el santo Hyzyr ayuda a los mahometanos en la desgracia.
— ¡Desapareja! —dijo él—.
Lo dijo en voz baja y de mala gana, pero sus palabras cayeron como una piedra. El barbinegro volvió a mirar compasivo a la fatigada camella y tristemente extendió la vista alrededor de la estepa amarillenta y estéril.
Por la estepa llana, como un mantel, sin montañas y colinas, cubierta de ajenjo, ondulándose como una serpiente, fluye el río Uil. La estepa se encuentra en la elevación. El Uil está en la quebrada. El río no logra salir de su cauce.
La estepa desecada por el sol se ha endurecido.
«¡Seré tu sostén, la fuente de la vida!» —acariciándose susurraba el Uil, pero la estepa no ha permitido que sus aguas toquen su pecho alto. El Uil sin hallar el lugar en la estepa volvió a la maleza. Desde entonces han pasado muchos años. Muchas veces ha cambiado su cauce, los pueblos llegaban y se iban, pero nadie ha logrado unir a los dos testarudos.
Este anciano atezado, barbinegro, narigudo, el viejo Shiganak, también ha gastado muchas fuerzas para que se enlacen. Durante muchos años torció el Uil, juntos con su camello surcaba la estepa con el arado de madera —todo esto no ayudaba—, hoy ha aparejado a la noria una aruana fuerte, pero al verla salir del hoyo con los ojos húmedos y apenas pudiendo mover las patas temblorosas del cansancio, sudando, Shiganak comenzó a hablar enfadado:
— ¡Aruana con cola de seda! Tus patas no conocían el cansancio, y tu rapidez era semejante a la del viento. Cuando te aparejaba, entonces pensaba que la tierra sediente se saciaría y eructaría el agua, y los ojos no alcanazarían a seguir el movimiento de los engranajes. Pero apenas has podido arrastrarlos. ¡Mi buena aruana que no conoce el cansancio en estas arenas movedizas! Nunca te has quejado ni has reducido el paso, y ahora te has debilitado... Con todo estoy contento contigo: si la aruana viva ha resultado inútil, Shiganak intentará aparejar otra, la aruana de hierro: ¡aparejaremos una máquina!..
Al acompañar con una mirada afectuosa a la camella cansada, Shiganak se quedó sentado largo rato reflexionando, y no se reparó en Olzhabek que había llevado al animal y se encontraba parado a su lado. Sin contenerse Olzhabek tosió suavemente. Shiganak volvió un poco la cabeza:
- ¿Para qué azotas al ganado? Da todo lo que puede aún sin látigo.
- Se ha debilitado.
- ¿Qué? ¿Ha dicho que quiere salir del hoyo?
- ¡No lo sé! No he hablado con ella.
- Mejor di, que no la has entendido. Ha dicho que tu molino la había agotado y que te largaras.
- Y bien, la he desaparejado y me he largado.
- ¿Y cómo están las siembras? ¿Están contentas de que hayas desaparejado?
- ¡Y yo cómo lo voy a saber!
- ¡Es hora de que sepas algo! — gruñó Shiganak.
- Si sabes, dímelo tú mismo, — replicó Olzhabek sentándose a su lado.
- Te lo diré. El Uil dice: «Mientras no me tomes con la máquina, no te seguiré». Y la estepa se lamenta: «Tú, como una golondrina de tus alas, me rocias con los cubos del molino, y esto es poco, no me basta. ¡Me estoy secando!»
Hablando Shiganak miraba severamente. Olzhabek evitando su mirada movió la cabeza, pero Shiganak no apartaba de él sus ojos escrutadores.
-¡Pero de algún modo el pueblo ha vivido hasta ahora, y la noria regaba toda la estepa! — dijo Olzhabek.
Si él como siempre respondiera: « ¡Qué sé yo!» — y, habiéndose levantado, se iría, Shiganak solo se reiría. Pero ahora incluso no ha sonreído. Su rostro se ha oscurecido. Le parecía que todas sus buenas aspiraciones pisotea la gente, como Olzhabek, que no desea comprender su utilidad.
- ¡Eh, Olzhabek! — dijo él tras un silencio. — Es verdad que los abuelos y los bisabuelos rociaban la estepa con las norias que giraba un camello desdichado. Pero entonces una noria servía para tres o cuatro haciendas, y ahora todos han empezado a arar, nadie hace una vida nómada. ¿Has pensado en esto? ¿Acaso las norias satisfacerán la necesidad de los koljós?
- No solo las norias... El Dios mandará la lluvia...
- ¡El dios mandará la lluvia! Todos nosotros nos hemos desojado mirando el cielo. ¡Ojalá hubiera caído una gota de allá, y aquí, en el Uil, en las narices, mira, cuánta agua!
El mismo Olshabek ya no esperaba un milagro del cielo. De debajo de las alas del sombrero blanco miró sombrío la estepa hosca y, habiendo bajado los ojos, empezó a dibujar con el dedo en la arena encandecida.
- ¡De dónde sé qué monstruo de hierro es vuestra máquina, ya que vivíamos sin él!..
- ¡No es monstruo, — objetó Shiganak, — no es monstruo, sino la máquina, máquina! Si conoces su lengua, la conversación es más dulce que la miel. Su fuerza destruirá cualesquier conjuraciones y esta estepa parece hechizada; está tumbada y calla, no se apiada ni dará de comer por voluntad propia. Complácela con el agua fresca, entonces se apiadará. ¡Mira, cómo se ha secado, qué sed tiene!
- ¡¿Si el dios no da, cómo las personas la darán de beber?!
- No le das de beber y ella no te dará de comer.
- ¡Palabras huecas! ¡Acaso ahorramos nuestras fuerzas!
- ¿Y si no ahorras, por qué huyes de la máquina?
- ¿Por qué reparas en vano? — gruñó Olzhabek.
Shiganak lo miró de reojo y se echó a reír.
- ¿De nuevo quieres huir del koljós? ¿Y te has olvidado de nuestro arreglo, la amistad, fugitivo?
Olzhabek se volvió las espaldas. Su amigo ahora pronunció la palabra ofensiva "el fugitivo". Él no podía comprender por qué Shiganak reparaba tanto en él. Habiendo permanecido con la cara ofendida, dijo al fin:
- ¿Acaso la máquina está en mis manos?
- Claro, en las tuyas.
Olzhabek casi saltó de la sorpresa.
- ¿Por qué no hablas sobre el coche en la reunión? —preguntó.
- Tú mismo eres del koljos. ¡Si a ti, amigo, no te puedo convencer, quién más va a escuchar!
- Tú mismo sabes que no entiendo de esos asuntos. Di qué es necesario, y lo cumpliré. Ya que te soy fiel con toda el alma.
- ¡Para qué necesito el alma que teme a la palabra! — dijo Shiganak volviendo el rostro.
Olzhabek no comprendía cómo podía ofender a su viejo amigo y estaba desconcertado. Para sus adentros él aprobaba la idea de Shiganak, pero apoyarla delante de todos le faltaba el valor. «Las palabras son para otros, mi asunto es el trabajo. ¡Cada uno a lo suyo!» — pensaba él.
Hace mucho, cuando era el novio de Zhamal, las cuñadas curiosas, nueras y otras mujeres apenas lo golpearon que se hiciera más hablador.
Shiganak comprendía que atormentaba al amigo, pero de otra manera no era posible. Shiganak sabía que si sus proposiciones apoyaban los demás, sus palabras serían más fehacientes. Por eso él convencía uno a uno y ha logrado ya cierto éxito. Pero casi todos sus partidarios eran cohibidos y evitaban los discursos públicos.
- No sé hablar, — dijo Olzhabek. — En nuestro género todos son callados.
- En el momento decisivo di solamente: «¡Necesitamos la máquina!» Y es todo... ¿Comprendes? — le enseñaba con empeño Shiganak. — Nada más te pido.
- Delante de los desconocidos puedo llegar a olvidar y esto. ¿Entonces qué? ¿La palabra sigue a la palabra, y qué pasa si me hacen participar en la conversación?! ¿Qué hago entonces?
— Te ayudaré. Lo demostraré todo, tú solamente asiente con la cabeza.
— ¡Esto es de mi agrado! Yo asentiré, y tú hablarás, — dijo Olzhabek contento.
— No, no, para empezar, sin embargo, di: «Necesitamos la máquina», es imposible evitarlo.
— ¡Sabes que no soy un parlanchín, ya me estás cansando! — se irritó de repente Olzhabek.
Estaban sentados mirándose de reojo, con una silenciosa pregunta secreta: «¿No se habrá ofendido conmigo?.»
Era el mediodía. Los koljosianos se fueron a almorzar. Solamente Zhanbota con Amantay estaban todavía cerca del arik sin poder interrumpir la discusión acalorada. Shiganak habiendo echado una mirada a su alrededor se dirigió de nuevo a su amigo.
- Oye, — dijo con voz suave, — dime la verdad: ¿crees en el koljós?
- Hasta que no vea con mis ojos, no palpe con las manos, no creeré en nada, — dijo Olzhabek.
Shiganak se levantó y se alejó sin mirar a su compañero.
- ¿A dónde vas? ¡Espera!
Al quedarse solo Olzhabek pensó largo rato.
- ¡Yapyray! ¡Pensaba que nunca lo ofendería! ¡Y aquí está! «¡Para que necesito el alma que teme a la palabra!» Lo ha dicho muy bien. ¡Él es inteligente! — razonaba en voz alta Olzhabek.
Él no notó que Amantay se le había acercado cautelosamente y estaba al lado escuchando sus razonamientos.
Olzhabek mentalmente ya veía una reunión numerosa y a sí mismo delante...
Olzhabek que en la vida había intervenido en público, ahora sin desear ofender al amigo, decidió firmemente decir en la reunión esta única frase. Parecía la primera vez cuando él vino a ver a su novia Zhamal y estuvo mucho tiempo confuso sin encontrar las palabras adecuadas, y aquella callaba también sin ayudarle en nada...
Olzhabek estaba murmurado para sus adentros. A veces de sus labios se desprendía más claramente «Necesitamos la máquina». Al pasar así un largo rato se quitó el gorro, se ajustó el cuello de la bata, se acarició la barba, se levantó, incluso intentó toser como si empezara un discurso.
- ¡La máquina es necesaria! — dijo él. Pero lo dijo en voz bastante baja, y poco probable que el pueblo lo lograra oír. Es necesario más alto. Así: - ¡Necesitamos la máquina! ¡Ajá! ¡Ahora sí que ha salido bien! ¿Y cómo es necesario comportarse? La reunión no es una broma. Por ejemplo, aquí a mi alrededor hay gente, y allí está el bruzum1. Puede ser que asistan los jefes, yo me pondré de esta manera... Todos me miran y esperan... ¡Oh, hasta ahora cuánto me tiembla el corazón! Pero enseguida les diré: «¡Necesitamos la máquina!» ¡Uf! ¡Hasta he empezado a sudar!
1 Bruzum — el presidium.
Amantay que lo espiaba imperceptible no se contuvo y empezó a reír a carcajadas. Olzhabek quería que se lo tragara la tierra y en la confusión musitó:
- ¿Eres tú Amantay? ¡Yo estoy aquí en lo mío, sabes.! Estoy así y nada más...
— ¡Puedes, puedes estar como te dé la gana, pero se lo contaré a todos!
- ¿Qué te sucede, te has vuelto loco?
- Di lo que quieras, pero la gente llegará a saberlo.
- ¿Oye, para qué lo necesitas? ¡A quién se le va a interesar! ¡Déjalo, de verdad, déjalo!
- ¡Si encontrara un pedazo de oro, posiblemente lo dejaría, pero este asunto no lo dejaré de ningún modo! —sonriendo alegremente fastidiaba Amantay.
- ¿Bueno, pero cómo esto te beneficia?
- En primer lugar, tengo de qué reírme hasta la muerte y en segundo, que los demás también se rían. ¡¿Qué más voy a querer?
- ¡Estúpidas bromas! A ver, prueba mi tabaco.
Amantay nunca llevaba la petaca, sino siempre usaba el tabaco ajeno. Olzhabek siempre llevaba su propio tabaco, pero no le gustaba invitar. Hace unos meses Amantay le quitó una dedada y desde entonces Olzhabek como si se hubiera peleado con Amantay. Ahora él mismo se lo propuso. Amantay sin demostrar su satisfacción inmediatamente aceptó la petaca de las manos de Olzhabek, dio vueltas en las manos y apretó los labios como diciendo: «¡Solo con esto no me sobornarás!» Olzhabek lo comprendió en seguida.
- ¿Toma un poco? — con disposición dijo él.
Amantay desenvolvió el periódico y comenzó a vaciar la petaca. Sin embargo, su cara no expresaba ningún placer, como si echase la arena. Por más que echara Amantay, más gemía Olzhabek, pero no se atrevía a decir "basta". Amantay lo sentía, pero hacía caso omiso.
- Aquí tiene su petaca. En casa tiene con qué llenarla, — dijo Amantay pensando irse ya.
- ¡Espera!, ¿ A dónde vas con tanta prisa?
- ¡Cómo que a dónde! Hay que contarle a la gente sobre lo ocurrido...
- ¡Uf! ¡Míralo! ¡Te has llevado todo mi tabaco y sigues burlándote! Bueno, es fácil ofender a un forastero, —comenzó a ofenderse Olzhabek.
Amantay se volvió hacia él.
- No ofendemos a los forasteros. Así sea, por respeto a ti, como al mayor, no te voy a afligir. ¡Qué pena! ¡Toda la vida me alimentaría de este caso!
- Está bien. Desde hoy tu tabaco siempre estará en mi petaca, —dijo Olzhabek.
2
En el centro del aúl grande situado en la misma orilla del río, hay una kibitka gris, cuya puerta no tiene descanso, como si fuese la de una oficina del koljós. Allá va y viene la gente. Pero esta no es una oficina, esto se ve por un horno lleno de hollín y un camello atados. Una baibishe morena con el pañuelo en la cabeza siempre está ocupada ya con avivar el samovar, ya con mezclar el shubat graso, y ninguno de los que entran en la kibitka se va sin tomar té o una taza de shubat. Esta hospitalidad de los amos es la causa principal del número de los visitantes, aunque cerca de la kibitka no hay indicios de alguna riqueza visible. Una de las paredes de la kibitka cerca del umbral, por falta del fieltro está cubierta con la estera de mimbre.
La baibishe hoy ha agasajado y ha despedido ya a dos grupos de los invitados y acaba de acostarse para desacansar, pero se ha levantado de la almohada al oír las voces que se acercan. Eran Eleusin y sus amigos que regresaban del trabajo. La baibishe se levantó y quería ponerse a preparar el té, pero Eleusin la detuvo:
- No es necesario, acuéstate, estás cansada, — le dijo.
- No pasa nada, esta es mi casa, — le respondió la baibishe, pero Eleusin volvió a pararla con timidez.
Eleusin es la viuda del hermano menor de Shiganak. Ella y Zaru llevan mucho tiempo viviendo bajo el mismo techo y se llevan muy bien, como si fueran las hermanas carnales. Seis niños que la baibishe dio a luz son muy próximos a Eleusin, como si está fuera su madre natal, y el hijo único de Eleusin es el favorito de baibishe. En esta familia numerosa nunca se riñen.
- La alegría de la vida está en el respeto mutuo. Todos sois invitados tanto para uno como para otro. ¡Es necesario querer y respetar a los invitados! — dice el dueño de la casa, Shiganak. Y aquí todos creen en sus palabras. Respetando uno a otro, se han acostumbrado a ser corteses y con los extraños.
1 Nasybay — tabaco de mascar.
Eleusin, mirando a sus amigas, notó como Zhanbota se lamió los labios secos y sonrió.
- ¿Tienes sed?
- ¡Acaso no sabes que los labios sedientos siempre están inquietos, y se hinchan de la saciedad!
Todas las amigas comenzaron a chasquear los labios. Eleusin se acercó a un barril pequeño y lo sacudió. Zhanbota se apresuró a ayudarla.
- Déjame, serviré yo.
- Te lo dejaría, pero aquí no queda nada.
- Amantay ha estado aquí. Probablemente la haya acabado toda, — dijo baibishe, levantando la cabeza.
- ¡Dónde Amantay pone el pie, allí ya no crece la hierba! — dijo Zhanbota.
Todos se echaron a reír.
- ¡Querida mía, ninguna persona razonable se mezclaría en tus asuntos con Amantay! — hizo notar el anciano Kabysh, el coetáneo y el viejo amigo de Shiganak.
Zhanbota se enrojeció. Sus relaciones con Amantay consistían en que los dos siempre se intercambiaban muchas palabras malas y burlescas, y todos lo veían, pero también notaban que ambos no podían vivir el uno sin el otro.
Su confusión durante las conversaciones sobre Amantay Zhanbota intentaba disimular con una antigua canción o broma.
Entre dos Uil se ubica mi aúl,
¡Por la risa de muchacha quien me reprochará!
¡Oh, cuántos hay, que volarían sobre mí, como lo hace el gavilán!
He puesto alrededor la red de seda,
Digo —Enrédate, ¡mi amable amigo! —
Oh, si me encontrase con halcón.
Estoy esperando, llena de tormentos amorosos.
Esta tierna canción la compuso la misma Zhanbota, pero cuando otros la cantaban, esta sentía vergüenza.
Últimamente se ha cambiado, parece que ha tomado odio a los hombres y les decía a todos insolencias. Incluso ahora de su lengua estaba a punto de irse una palabra mala, ofensiva en respuesta al anciano, pero en ese momento unos hombres irrumpieron ruidosamente a la kibitka junto con su amo Shiganak. Eran: el presidente del comité ejecutivo regional Erzhan, el presidente del koljós Shangirey, el técnico hidráulico Token, Amantay y Olzhabek.
El presidente del comité ejecutivo regional Erzhan era escaso de palabras. Saludó a todos con pocas palabras y se hinchó como un saco lleno. No se sentó en el lugar ofrecido por el dueño, sino caminaba por la kibitka, pronunciando unas palabras intermitentes:
- ¡Qué escándalo! Todavía viven en las kibitkas de fieltro, llevan una vida nómada, comen besbarmak1... ¡No tienen platos ni cucharas pero quieren una máquina! ¡Una máquina!...
1 Bota-diminutivo del nombre Zhanbota; literalmente: la cría de un camello.
Él veía en el koljós joven que todavía no ha tomado fuerzas solo unos defectos y fallas y se enfadaba. Una oficina arreglada con elegancia, con los gabinetes limpios, una calle pavimentada que iba en línea recta, por ambos lados de la cual estaban construidas varias filas en las que se extendían pequeñas y hermosas casas iguales: este era su ideal. Aquí no había nada de esto. Pero el mismo Erzhan no podía enseñarle a nadie cómo hacer la vida más cómoda y con cultura. Él regañaba a todos, gruñía constantemente, no creía no sólo en las personas, sino incluso en sí mismo, y se limitaba a creer sólo en el papel con un claro sello fiscal. Tenía todo anotado, hasta «las señas especiales» de su caballo propio. Los burlones contaban que una vez el mozo de cuadra limpió a su caballo albazano hasta dejarlo resplandeciente, lo peinó y le cortó el flequillo. Erzhan por poco se asustó y, sacando rápidamente su agenda, empezó a comparar las señas especiales de su caballo con las de su anotación...
A Erzhan le enfadaba que la cultura y el bienestar sobre los que escribían los periódicos no llegaran a sus tierras por arte de magia y los koljós no se convirtiesen en aquel paraíso terrenal con el que soñaba...Erzhan estaba irritado.
El técnico hidráulico regional, Token, que parecía siempre amable esta vez también se encontraba taciturno y poco locuaz. Todos los demás, abatidos por su estado de ánimo, callaban.
La primera en romper el silencio deprimente fue la baibishe. Saludo a todos amablemente, tomó el samovar y se dirigió a la puerta.
- No vamos a esperar el té, - contestó bruscamente Erzhan.
- He aquí nuestros koljosianos, pueden preguntarlos, —dijo Shiganak, dirigiéndose a "las autoridades" y continuando la conversación antes interrumpida—.
Token lo interrumpió impacientemente:
- ¿Preguntar acerca de qué?! ¡La máquina no es una broma! Primeramente es necesario conocer la tierra.
- Conocemos la tierra. Nuestra tierra pide agua, y el agua dice: «¡Dame la máquina!»
- Y el pueblo dice: «¡Dame pan! ¿Podría tu tierra dar algo de pan?
- Hay que saber tomar, y ella puede dar mucho.
- Sin embargo, hasta ahora no ha dado nada. ¡¿Para que hacerse ilusiones en vano?! —dijo Token agitando las manos. — Aunque fuera posible poner la máquina, son necesarios mecánicos, el petróleo, un taller. ¿Y tienen por lo menos algo de eso? ¿Qué puede hacer la máquina en la estepa desierta? En efecto, alrededor hay arena, apta sólo para los pastos.
1 Besbarmak —literalmente: cinco dedos; la carne cocida que se comía con las manos de un plato común, razón por la cual se molestó Erzhan.
Token pisoteó las pequeñas esperanzas de Shiganak. Todos los demás parecían estar de acuerdo con los argumentos del técnico hidráulico.
En realidad, observando la estepa del Uil, era difícil objetar. Pero Shiganak no quería rendirse fácilmente. Él comenzó a hablar obstinada y bruscamente:
- Con el deseo es posible encender fuego en la nieve, sabiendo es posible hacer que las arenas den el pan. Nuestros kazajos conocen solamente la lana de la tierra, pero no conocen su profundidad. Ahora ha llegado la hora de mirar a su interior. Tú, Token, no te jactes tanto de tus conocimientos, y escúchanos alguna vez. La aruana nace sólo en la sexta generación del camello. Los ancianos se regocijan, mirando a un niño gateando y ven en él al futuro hombre. ¿Acaso para esto, para aprender a usar la máquina, es necesario mucho tiempo? Me parece que nuestra felicidad no está tan lejos. Todas estas personas pueden aprender a trabajar con cualquier máquina, y si te preocupa lo del petróleo, entonces golpea con el tacón allí, donde estés parado, y brotará una fuente. Lo principal es la decisión. Si no tienes suficiente firmeza, Olzhabek y yo la tenemos. ¡¿No es así, amigo Olzhabek?!
Olzhabek, sujeto a su promesa, asintió enérgicamente con la cabeza. Los rostros sombríos de los koljosianos se aclararon un poco. Desencogidos los hombros, los koljosianos se sentaron más cómodamente. Token arrugó la frente y musitó:
- ¿A qué puede llevar la decisión debajo de la cual no existe ningún fundamento?
- ¿Qué, según tú, la decisión también exige que la rieguen? — preguntó de forma irónica Amantay.
Todos se echaron a reír.
Token se ruborizó.
- ¿De qué os reis? Entre los hombres solamente las personas vacías son burlones, y entre las mujeres, — solamente las distraídas...
La risa se interrumpió.
Token, deseando ofender a Amantay, ofendió a todos. Zambota, como picada, se levantó de un salto.
- El alsakal ha vomitado, —dijo y empezó a sacudir su vestido, como si realmente allí hubiera caído una abominación.
- No importa, si vuelve a vomitar, le pondremos una cubeta, - la tranquilizó Amantay.
- No, será mejor taparle la boca, — objetó ella.
Shiganak vio que Token que se había metido en un berenjenal entre Amantay y Zhanbota no saldría bien, y se entrometió en su conversación:
- ¡Basta ya. Mirad. el pobre tanto se ha enfadado, parece que va a explotar!
Las bromas cesaron. Erzhan, cuyo apoyo Token esperaba, aún no estaba dispuesto a abrir la boca.
Para ganarlo para su causa, Token hizo notar:
- ¡No se ve el trabajo, todo es solamente habladurías y burlas! ¿No es así, compañero Erzhan?
- ¡Una broma es una broma! —dijo Erzhan—, deseando mostrar su imparcialidad. Sin cambiar esta expresión de importancia, miró seriamente al presidente del koljós, Shangirey.— ¿Qué dices tú, Shangirey? ¡Fíjate, cómo tus ancianos se han sobresaltado! ¡Pero al fin y al cabo tú responderás por todos ellos!
- ¿Acaso sé más que Token? En caso de no analizarlo todo como se debe, derrochar los medios koljosianos, y yo en primer lugar cargaría con la responsabilidad.
Como usted y Token decidan, así será, — dijo Shangirey.
- ¿Y tú personalmente cómo piensas?
- Más vale un pájaro en mano, que cien volando.
Erzhan de antemano decidió hacerse al lado del presidente del koljós, pero Shangirey, dándole a Shiganak “cien volando” y se quedó con “un pájaro en mano”.
Entre el silencio general se oyó el gemido de Kabysh. « ¿Qué puede decir él?» —pensaron los demás, dirigiérosele con sorpresa.
- ¡Shangirey ha dicho unas palabras dignas, — comenzó Kabysh—, ¡Acaso es posible tratar imprudentemente los medios de estado! También Shiganak tiene la razón; el habla a favor del pueblo. Y Token es longividente: piensa en las consecuencias. Quien no mira hacia adelante, siempre tropezará...
Amantay empezó a reírse a carcajadas;
- Kabeke es más astuto que un gato. ¡Ha salido de apuros con destreza: ha alabado a todos!
- ¡En cambio, tú eres menos ingenioso que un camello! — exclamó Zhanbota. —Como si hubiera dicho: «¡Anda! Seguid con la riña, y yo miraré quién gana!»
El mismo Shiganak se dirigió a Kabysh.
- Zhanbota ha acertado. «El uno y el otro están en lo cierto. Aquel que gane, lo seguiré yo», —dice Kabysh—. Sus palabras son redondas, pero el mismo es tosco, en seguida ha dado en la trampa. Kabysh está acostumbrado a dejarse caer. Yo no sé si en serio o de broma él está en contra del koljós, que lo diga claramente.
Kabysh se ofendió. Levantó despacio la cabeza.
- Tú mismo no tienes razón, si quieres saberlo. Cofundes al pueblo con las ilusiones como una duana.
- Si el koljós lo desea, renunciaré sin que me lo indiques. Ahora ya no son aquellos tiempos, cuando cambiaban a la persona por un caballo o un pedazo de cordero graso, que decida el pueblo, —concluyó Shiganak.
Kabish en los tiempos anteriores era mayor, y administrador del aúl, por eso se calló.
- ¿Y bien que vais a decir? — se dirigió Erzhan a los demás koljosianos.
Los koljosianos intercambiaban miradas y se empujaban el uno al otro, alentando a hablar primero.
Amantay fijó los ojos en los de Olzhabek y dijo:
- Se le concede la palabra a Olzhabek.
Olzhabek hace mucho sentía esta mala pasada, y su corazón estaba temblando. Ahora parecía que el corazón se le había acercado a la garganta y se le había oprimido la respiración, pero ya era tarde huir. Los ojos fijos en Olzhabek desde todos los lugares lo dejaron clavado y se enrojeció. Erzhan lo miró.
- ¡Hable!
Amantay le jugó una mala pasada a Olzhabek, pero él mismo acudió en su ayuda:
- Es muy tímido, permítanle volver en sí.
Había pasado mucho tiempo, pero Olzhabek seguía callado, su corazón no podía tranquilizarse. Erzhan lo apresuró:
- ¡Anda, no detenga a la gente!
Olzhabek se quitó el sombrero. Algún día en una de las reuniones un autorizado que había llegado de la región le hizo una observación al que hablaba con el sombrero puesto. Olsahbek lo recordó. Él tomó el aire y, encogido como el pájaro ante el vuelo disparó fuerte y claramente:
- Hablar no sé mucho. ¡Pero la máquina es necesaria!- y enrojeciendo aun más y sin mirar atrás salió corriendo de la kibitka...
Olzhabek desapareció detrás de la puerta, ante Erzhan seguía su cabeza rapada y se oía su voz fuerte.
- Olzhabek ha dicho lo justo: ¡no hay mucho de que hablar y sin la máquina no llegaremos a ningún lado! — gritó de repente Amantay.
- ¡Claro! La máquina trabajará, y ustedes holgazanearán,- dijo bruscamente Shangirey.
- ¡Oye, Shangirey! Si queremos sembrar, sembraremos -
1 Duana — chiflado.
exclamó Shiganak. — Miren; ¡sesenta dueños en todo el verano entero están escarbando seis hectáreas! Incluso si la cosecha es buena, no será suficiente para darles de comer a todos!
- ¿No es por tu iniciativa y la de Olzhabek que a Shangirey le firman el cheque? — con burla preguntó Erzhan.
- ¿Y si el pueblo exige? — preguntó Shiganak.
- Lo exige, vamos a ver.
- Y bien, sea lo que Dios quiera. Convoca la asamblea general. ¡Qué asistan los compañeros de la región! — concluyó Shiganak.
Token se encogió de hombros con aire de burla.
- ¿De nuevo es esta “resolución” suya?
Shiganak se irritó.
- ¡Sí, resolución! — dijo subiendo la voz. - «Al río de las audacias he soltado mi barca...» Token siempre trata de morder en el lugar menos protegido, — continuaba con irritación Shiganak. — Más de una vez nos habíamos encontrado en la fortaleza Kokzharsky . Ahora no sólo la fortaleza, sino su nombre se está olvidando, mientras que él recuerda todavía aquellos días...
Erzhan con insistencia interrumpió a Shiganak:
- ¡No zambullas profundo, que después no emergerás!
Shiganak se quedó callado, pero no podía librarse de los recuerdos, él con todo «había zambullido profundo».
En aquel entonces por las estepas del Uil hacían una vida nómada muchos géneros de los kazajos. La mayoría de los doce géneros de Bay-uly, incluso los de Aday, anualmente acampaban aquí y se bañaban en el azul transparente del Uil que era el sostén de la familia de muchas generaciones. El gobierno zarista tampoco dejó este río sin atención. A su orilla alta construyeron la ciudad Uil. Originariamente esta era una fortificación que le servía a la autocracia para realizar la política colonial en la estepa kazaja, en el último tiempo ante la revolución él se ha hecho una ciudad comercial.
Los comerciantes ávaros como las sanguijuelas se adherían a los aidansy analfabetos esteparios que llegaban a la feria, y de esto se hinchaban rápidamente sus capitales y sus vientres. Token era el nativo de esta ciudad de mercader, y el pobre Shiganak vivía en un barrio suburbio. Token pudo no haber conocido a Shiganak, uno de los hombres corrientes, pero Shiganak lo conocía muy bien. Lo conocía como un juerguista gordo gracias a las pitanzas de su padre o como un ricachón que explotaba a los rusos o kazajos pobres de los alrededores. Ahora Token llevaba la máscara del especialista-técnico hidráulico y quería mandar de nuevo. Aquí Shiganak no se aguantó. Él se acordó de las palabras del amigo difunto, el comisario Slamgali:
«Luchando contra los durzhigul y zhusupali, estás también obligado de luchar contra los token. Unos de ellos son lobos montañosos, y los otros los del bosque: entre los dos, no hay ningunadiferencia: ¡ambos aullarán y se entenderán!»
Durzhigul y Zhusupali eran los parientes ricos de Shiganak. «En las elecciones del personal», como se llamaban las elecciones de la dirección de vólost, llegaban a las aldeas y a fuerza de látigo hacían a los pobres votar por ellos. Solamente el anciano Berse, el padre de Shiganak, y tres sus hijos les ponían resistencia. El mayor, Shiganak, en su juventud participaba más de una vez en los pugilatos, su mano era pesada.
- Mira, golpea, pero no mates, — le decía su padre ante el combate.
Y en el trabajo era igual.
- ¡Ey, narigudo! ¿Qué, quieres que me dé con la cabeza en el cielo? — gritaba Berse desde la carreta del heno, a donde el hijo echaba casi unas garberas enteras.
A los diez años Shiganak por primera vez montó a caballo y pasó su primer surco con el arado de madera. El surco era recto, como una flecha.
- Tú, hijo, entenderás de estas cosas, — le decía el padre.
El niño que da esperanzas antes de todo les alegra a los padres, después a otros miembros de su familia, y luego a los vecinos y a los demás, dicen así. Pero hasta los cincuenta años Shiganak era conocido no más de a seis kilómetros en la circunferencia. Slamgali habiendo visto en él la decisión y la persistencia quería ofrecerlo para el trabajo en la región, pero cayó enfermo y luego murió. Y Shiganak quedó como era. El koljós donde trabaja Shiganak, se llama "Kurman", en honor a Slamgali Kurmanov. Aquí está la tumba de Slamgali, el ardiente comisario bolchevique que expulsó a los alashordinses de Dosmuhamedov del Uil que se consideraba uno de los baluartes del nacionalismo. Slamgali organizó el Comité Revolucionario y lo dirigía, pero vivió poco. En 1927 murió de tisis.
Ahora Shiganak se estaba acordando de Slamgali; él no se asustó de la prevención amenazante de Erzhan: «No te zambullas profundo», — pero estas palabras lo hicieron callar... “¿No será un lobo montañoso?” — pensó sobre Erzhan, pero ahuyentó este pensamiento y volvió de nuevo a la conversación.
- ¿Y bien, Shangirey, convocaremos la reunión?
- La convocaremos. Pero tales cosas no se hacen apresuradamente,
- ¡En conversaciones vacías se pierde el tiempo! —objetó Shiganak y miró a Erzhan. — Júzguenos con este asunto, de otro modo no nos calmaremos.
- En primer lugar analicen todo ustedes mismos, —dijo Erzhan.
A Erzhann se le cansaron los pies por el ir y venir sin sentido por la kibitka. Se sentó en la manta, y se golpeaba la bota con el látigo. A sus pies estaba acostado un perro sabueso. A cada golpe del látigo entreabría los ojos y los entornaba de nuevo.
Aunque a la baibishe no le había gustado el invitado terco, ella le puso una almohada cuando él se acodó, conservando la costumbre. El invitado ni se movió.
Shiganak se frunció y suspiró penosamente.
- No comprendo nada — dijo él.
La expresión de su rostro se cambió. Amantay y Zhanbota que comprendían el estado del amigo mayor intercambiaron las miradas.
- ¡Si no lo comprendes, qué hacer! — rudamente y con desafío respondió Erzhan. — De lo que te está claro, tampoco hay mucho provecho. Tenéis unas parcelas que hasta ahora no habéis regado ninguna vez. Los plazos fijados del riego hace mucho que han pasado, y vosotros andáis haciendo brujerías.
- Me fijo no en los plazos, sino en el mijo, — respondió Shiganak.
- ¡Y el mijo necesita de agua! —interceptó Erzhan.
- ¿Según usted, el agrónomo no sabe nada y ha establecido los plazos de riego incorrectamente? — mordazmente preguntó Token.
- El agrónomo debe llegar a saber muchas cosas más, — dijo Shiganak. – Antes de hacer el horario, dennos el agua.
- ¡¿Qué, te estás rebelando? — gritó Erzhan, levantándose bruscamente.
Su látigo le tocó por descuido al perro. El sabueso saltó, ladrando se echó contra Erzhan, lo agarró por la manga y se quedó esperando.
- ¡Suéltalo! ¡Suéltalo! ¡Surkiik! — le gritó Amantay a su perro. — Déjalo o se ofenderá. ¡Qué descortés eres!
El perro soltó a la víctima y refunfuñando salió corriendo de la kibitka. Erzhan, lleno de la cólera impotente les amenazó con el dedo a Amantay y Zhanbota.
- ¡Esperad, ya lo veréis! —dijo y se volvió hacia Schiganak:- Tú no especules con que dan carpetazo a una propuesta tan buena. Después veremos lo que puedes hacer. Por ahora cumple las instrucciones. -
Erzhan se dirigió hacia la salida. Amantay y Zhanbota le cerraron el paso.
- ¿Qué queréis?
- Usted quería enseñarnos algo. Y nosotros queremos ver...
- ¡Uf! ¡Mira que bribones infatigables! — exclamó Erzhan con una sonrisa involuntaria.
- No quiere ahora, se puede hacerlo después, — dijeron y como si nada con risas y bromas fueron a acompañar a los invitados.
Shiganak callaba taciturno. Su cara morena después de esta conversación oscureció completamente.
CAPÍTULO TRES
1
- ¿Si caemos enfermos Olzhabek y yo, o bien nos morimos, a quien pondrás en vez de nosotros, Shangirey? — preguntó Shiganak.
- ¡A Amantay y a Zhanbota, claro ¿a quién más?
Esto fue todo lo que dijeron después de estar callados mucho tiempo.
Después de que Shangirey se fue, Shiganak todavía no había desarrugado la frente fruncida. Después de su recién disputa con Erzhan, Shangirey y los demás él se volvió callado. Él no notó a Shangirey irse. Apoyada la frente en su mano, encorvado, él estaba, mirando hacia el suelo, girando con otra mano la punta de la barba; se la metía en la boca y mordía pensativamente. Al fin levantó la cabeza y solamente ahora se dio cuenta de que se había quedado solo. Él se estiró, tomó la dombra y empezó a tocar silenciosamente.
Los paisanos y los vecinos que volvían del trabajo como siempre iban pasando uno por uno. Graciosos dándose empujones y tirándose uno a otro aparecieron Zhanbota y Amantay, se acercaron Olzhabek y Karibay. Shiganak dejó la dombra y les sonrió alegre a los invitados. Olzhabek se parecía a un niño. Shiganak llegó a ser como su padre natal. Pero Olzhabek no era ahora un buscador obstinado de tierras sin koljós. Él no sabía nada de Zhamal. Huyendo del koljós, se encontró en el koljós y aquí cicatrizó las heridas y se hizo el miembro del koljós. Debido a la paliza de los bandoleros o de lo que añoraba a Zhamal y su hijo él se volvió más taciturno y callado. Pero la honestidad innata y su firmeza se fortalecieron aún más.
- Olzhabek, nos hemos conocido en las condiciones difíciles. Ahora de nuevo nos esperan las dificultades, —dijo Shiganak.
- Está bien, déjalo. ¡Para mí ya es suficiente! — lo interrumpió agitando las manos, Olzhabek.
- Esta vez el asunto es más fácil: firmarás un trozo de papel — y es todo, — dijo consolándolo con risa Shiganak.
- ¡Yapyray! ¡No quiero nada que ver con ningún papel! — gritó asustado Olzhabek.
Todos se echaron a reír.
Shiganak se dirigió al maestro Karibay que era el secretario del partido y el consejero en los asuntos difíciles. Shiganak miraba el partido no sólo como al maestro de sus hijos, sino también estudiaba con él el nuevo orden, aprendía a vivir en las nuevas condiciones. Habiéndose persuadido de la persistencia de Erzhan, Shiganak empezó a dudar que tuviera la razón y decidió dirigirse hacia el maestro para despejar sus dudas.
- Sabes cuando comencé mis diligencias, — le dijo a Karibay, — pero hasta ahora mis esfuerzos se han quedado una empresa inútil. No me apoyan, puede ser que yo mismo sea el culpable. Tú eres una persona letrada y honesta, dime sin ambages ni rodeos.
- ¿Qué dudáis, acaso puede ser malo ek deseo de hacer el koljós rico y cultural?
- ¡Si es así, Shiganak se quitará de los hombros sus sesenta años! No es posible aguantar más. Tengo cinco hijos y tres hijas. Si muero, entonces queda mi familia. La muerte del cuerpo es el asunto de Dios, pero mi pensamiento no lo dejaré enterrar. No quieren en la región, iré a la provincia. ¿Qué dices?
- ¡Si el koljós te deja, por qué no ir!
- Entonces, componme un papel donde todos los koljosianos deban firmar.
El coetáneo de Shiganak, Kabysh, comenzó a gemir como de costumbre. Aunque era el amigo Shiganak, pero en los asuntos importantes era irresoluto y le gustaba mirar a los demás y en particular a "los jefes".
Viendo la relación hostil a la empresa de Shiganak por parte de Token y Shangirey, él temía poner su firma bajo la exigencia de Shiganak. Sin atreverse a contradecir en los casos semejantes, o se esfumaba imperceptiblemente o abrazaba la causa de los que ganaban
— Firmar el papel es fácil. Ponte de acuerdo con Shangirey, arréglalo con él, entonces...
- Son tonterías, Kabeke, no hay que temer, — se entrometió Amantay.
Shiganak lo interrumpió:
- Karybay, firma papel, — dijo él. — Todos saben que con el látigo no hacen correr a los perros detrás del zorro. Quién tema, que esté con Kabysh. Y quien sea valiente, irá con nosotros.
Todos lo rodearon a Karibay, y solamente Kabysh y Olzhabek se quedaron aparte. Olzhabek no soportó la curiosidad y fue el primero en acercarse a la mesa. Entonces a Kabish no le quedaba otro remedio.
- ¡Con firmeza, escribe con más firmeza! ¡Escribe sobre los jefes regionales, que sepan! — todos hacían ruido alrededor de la mesa.
Habiendo encaramado en el asiento trasero del carro, Shiganak y Olzhabek iban hacia arriba por la orilla del Uil. El Camino Arenoso que va a lo largo del río, se ha dividido en dos, el izquierdo te lleva a KokZhar, a la región, el derecho, a las dunas.
Shiganak ha girado a la derecha. Olzhabek que dormitaba silenciosamente por poco se ha caído en una curva cerrada.
- ¡No has doblado a dónde tenías que! Querías ir a la región.
- No lo quiero. Erzhan ya lo sabe todo. Seguimos adelante.
El amanecer, habiéndose asomado encima de las dunas, ha llevado más lejos al occidente los restos de la bruma nocturna. Una racha súbita del viento frío al refrescar las caras de los viajeros se ha calmado de nuevo. Alrededor todo estaba en silencio. Todo dormita, solamente los pensamientos inquietos de Shiganak tranquilo en apariencia responden al chirrido de las ruedas por la arena. Cuando ha salido el sol, Shiganak se ha puesto a cantar en voz alta y fuerte. Olzhabek se ha estremecido despertado, y ha cerrado de nuevo los ojos. Algún tiempo ha estado en silencio, acordándose de los detalles del sueño.
- Sabes, como he visto como en realidad a Zhamal, hablaba con ella y tenía en brazos a Sagintay.
- Significa que os encontraréis felizmente. El sueño de la mañana siempre se cumple, — dijo Shiganak. — Y yo en realidad he tenido un sueño, como si a la orilla del Uil hubiera puesto la máquina y ésta ha comenzado a bombear el agua y la tierra ha florecido, como un jardín.
- ¿De dónde has llegado a saber sobre esta máquina?
- Es que he vagado mucho por el mundo, — dijo Shiganak espoleando al albazano. ¡— En aquellas montañas donde me he encontrado contigo, ví a los cateadores montañosos que tenían una. No era grande ni terrible, ¡pero que veloz!. Aquí entonces a mí se me vino la idea de hacerla dar de beber a nuestra tierra.
- Y entonces hablaste de ella todo el camino.
- ¡Sí, si la conseguimos instalar donde nosotros, podemos ponernos el tymak ladeado — inspirándose concluyó Shiganak.
- ¡Si tuviera la familia! El resto son tonterías, — le respondió Olzhabek siguiendo ocupado con su pensamiento triste.
Él suspiré penosamente, miró a Shiganak.
- Cuéntame algo, — pidió.
- ¿De qué quieres que te cuente? ¿Sobre el vagabundeo y la desgracia?
- Me da lo mismo, sobre lo que quieras, pueda que el alma se tranquilice.
Shiganak comenzó su relato desde los tiempos antiguos:
- Cuando empecé a recordarme, en nuestra familia había siete almas: el padre, la madre, los abuelos, mis hermanos y yo. Éramos muy pobres. Mi padre no tenía hermanos. Éramos pequeños, y el padre no podía ir en busca de trabajo. Yo tenía diez años, cuando una vez él ordeno a mi madre prepararlo todo para el camino. La madre tostó mijo, y al otro día lo limpio y para el mediodía ya lo tenía preparado.
Mi padre se montó a su caballo y yo en mi camello albardado nos pusimos en camino. El viaje me divertía mucho. Saboreándolo de antemano, no dormí toda la noche hasta la mañana. El camino resultó duro.
El balanceo en el camello daba sueño, pero el viento frío penetraba hasta los huesos.
- Tengo frío, - le dije a mi padre. El se quitó la bata y me cubrió con ella. A través de los desgarrones de su beshmet se veían sus hombros desnudos.
- ¡Qué habría podido hacer el pobre! ¡Como dejar al hijo, como no tener piedad! — con un suspiro dijo Olzhabek.
Shiganak continuaba:
- Al atardecer llegamos al labrado. Cada uno que trabajaba en el campo tenía su hogar. Había quienes tenían una choza, otros, una kibitka. Solamente nosotros no teníamos ningún amparo sobre nuestras cabezas. ¡Nosotros le pedimos al vecino que nos dejara entrar. En plena labranza cada uno estaba ocupado con lo suyo. Mi padre también empezó a fabricar algo con un pequeño destral.
- «¿Esto qué es ?» — le pregunté.
- "El arado", — respondió mi padre.
Habiendo puesto en la cabeza de la asta algo semejante a una pica, lo clavó.
- «El arado está preparado, hijo», —dijo él.
Con este arado salimos a arar. No comprendía nada ni en la labranza ni en el arado ni en las intenciones de mi padre. Pero por muy difícil que fuera, conocer lo nuevo para mí siempre era interesante. Mi padre era rudo o cariñoso conmigo, pero tanto su brutalidad como su caricia se manifestaban siempre inesperadamente. Cuando enganchamos al arado a nuestro rocín gris, mi padre me levantó y, montándome en la espalda del rocín, dijo:
- «Llévalo directamente hacia aquella colina».
El arado de madera de un solo diente y el rocín gris me parecía que alborotaban a todo el mundo. Deseando admirar este espectáculo, miré hacia atrás, pero mi padre me gritó:
- «¡Mira hacia adelante!»
Tuve que mirar hacia adelante y llevar el caballo, aunque para mí lo más interesante estaba justamente detrás.
- «¡Ahora regresa!» — gritó mi padre.
Al regresar noté la mirada cariñosa mi padre. Su sonrisa y el primer surco pasado me alegraron.
“¿Llevaré el arado?»— pregunté atreviéndome.
“¡Sí, sí, hijo!”— le animó el padre, pero aún así no permitió cogerlo. Pero digo sin hacerme el bravo que mi besana salió recta como una flecha.
“¡Has emprezado bien, hijo! - me alabó el padre y me besó.
Su voz sonaba con alegría pero su cara expresaba la piedad y los labios se torcían como si etuviera a punto de echarse a llorar.
Así me hice el labriego. Pero por mucho que cultives el labrado, si no hay lluvia, todo tu trabajo será en vano. En aquel entonces nada sabían del riego. En nuestra región el cielo era más seco que la misma tierra, por eso tuve que rodar por el mundo buscando el pan...
Sobre el bache el carro lanzó un chillido y el caballo se detuvo. Al saltar del carro Shiganak y Olzhabek empezaron a examinarlo. No encontraron ninguna rotura, solo la caja del carro se desalojó a un lado y empezó a rozar la rueda.
— ¡Vaya camino en estas tierras! ¡Es una tortura! - dijo Olzhabek.
Al echar un vistazo a su cara preocupada Shiganak se echó a reír.
— Para tí todas las tierras menos tu Arca y todas las mujeres menos Zhamal son malas, - dijo Olzhabek.
— ¿Qué dirás de Zhanbota? ¡Es una chica de sangre caliente!
— Es verdad, - consintió Olzhabek confuso.
— ¿Si está de acuerdo, te casarás con ella?
— ¡Qué va! Es cabezuda como este caballo.
Al poner la caja del carro en su sitio y atándola con una soga para que no se moviera los viajeros siguieron el camino.
3
Cuando al cabo de unos días Shiganak y Olzhabek llegaron a la cabeza de partido, su albazano era tan animado como a la hora de partirse. A ambos les encantaban los caballos y al llegar a la ciudad acordaron que de día cuando Shiganak fuera a las entidades, Olzhabek se pondría a pastorear su albazano en la orilla de Ilek.
La orilla de Ilek verdeaba con los jardines, huertos, melonares. Desde los mismos alrededores comenzaban los trigales. De sol al sol en los huertos y los campos hormigueaba el medio mundo de personas.
En la orilla, aparte de la gente Olzhabek dando con el cuerpo en la hierba razonaba consigo mismo:
“En esta región aún el color de la tierra es diferente que en Uil y parece a nuestra tierra. Solo aquí hay menos arbustos...”
La primera vez en su vida vio un tractor arrastrando los arados.
“Uno...dos...tres...cinco... - contaba sorprendido Olazhbek las rejas del arado. - ¡Solo en una hora que estoy aquí acostado ha labrado igual que araría todo el aúl durante todo el día!”
Olazhbek se levantó con una audacia sorprendente y se dirigió hacia el tractor. Lo examinaba con admiración y sorpresa, lo rodeaba chascando la lengua. El tractorista lo miraba sonriéndose y liando una tsigarka.
—Eh, tamyr, ¿por qué está tartaleándose?
— El motor está en marcha.
— ¿Y qué es eso?
— El corazón, - dijo el tractorista procurando explicar con más sensatez.
— ¿El corazón? Así pues...- demoró Olzhabek - Enséñame si se puede, - pidió atrevido.
El tractorista abrió el motor y contó lo más claro posible cómo funciona. Olzhabek escuchó atentamente y asentía con la cabeza como si entendiera todo.
— ¿Y tales piezas, se venden en el mercado?
— No, en una fábrica, - dijo el tractorista.
Echó la colilla y al pisotearla se puso al volante. Pero Olzhabek no quiso dejarle irse tan pronto.
—¡Eh, tamyr!¿Quiere vendérnoslo?
— ¿Cuánto darías? - preguntó el tractorista.
— Tu mercancía, pídelo tú.
— ¡Si das diez mil, es tuyo! - gritó el tractorista al poner ya en marcha el tractor.
Olzhabek no entendió si el tractorista hablaba en broma o en serio. Casi se echó a correr detrás del tractor pero se echó atrás y regresó a su albazano.
“Qué he encontrado, qué he ganado pensando salvar mi ganado del koljós que ahora está en las manos de los ladrones?” - meditaba Olzhabek.
Recordó el pasado próximo. Su corazón se hacía añicos de los recuerdos. Se ablandó, le salieron las lágrimas indiscretas y se tumbó cara abajo en la hierba.
“Mi palomita Zhamal, volveré a escuchar tu voz? ¡¿Qué es lo que han hecho contigo los malvados sin corazón?! Saguintay, cariño, ¿si te veré? ¡Diós mío! ¡Acaso pasan mucha pena los que viven con su familia y trabajan de buena fe! Temía el koljós y, mira, me acogieron como si fuera el suyo... Hasta puedo disputar con tales personas fuertes como Erzhan y Token. ¿Dónde podría alzarse tanto un pobre?”
Los pensamientos sobre el koljós y su fuerza distrajeron a Olzhabek de sus recuerdos dolorosos. Todo lo que le había parecido poco atrayente y lúgubre empezó a sonreír. El trabajo colectivo que antes no lograba a entender llegó a parecerle el camino único hacia la felicidad. Casi no dudaba que desde allí empezaba la vida justa y sin pena.
“Si Kamal está viva, algún día la veré...Los tiempos empiezan a mejorarse. Si seguimos así adelante, entonces nos levantaremos rápido y viviremos felices. Ahora tengo más de trescientas jornadas de trabajo y el respeto de toda la gente... ¡Viviremos así que no nos da vergüenza hospedar!”
Y volviéndose a pensar en Zhamal,Olzhabek ya no se desolaba, sino se sonreía soñando con una vida familiar tranquila.
4
En casa de Sagandyk donde se albergó Shiganak encendieron la luz. Shiganak estaba recostado sobre el sofá callado fijando la mirada en un punto y de vez en cuando acariciando su barbilla. De la calle a cada rato llegaba el ruido de los coches que corrían, se oía cómo se preparaba la cena en la cocina. Al penetrar por la ventanilla, un escarabajo estaba dando vueltas por la habitación zumbando y a veces chocando contra el vidrio de ventanas. Pero todo eso no perturbaba el curso de los pensamientos de Shiganak. De repente levantó la cabeza.
“¿Dónde se ha perdido mi Olzhabek? - pensó él.
Como respondiendo, la puerta se abrió y entró Olzhabek.
A la pregunta de Shiganak, dónde había estado perdido, Olzhabek contestó sonriéndose:
— Pues, andaba por la ciudad.
Shiganak no le preguntó nada más.
Con la cabeza entre las manos estaba sentado mirando con aire pensativo en el suelo. Olzhabek se acostumbró a que todos los días a esta hora Shiganak le tomaba el pelo a alguien y con sus bromas divertía a todo el mundo, pero hoy tenía cara de pocos amigos. Olzhabek se inquietó:
— ¿Acaso no te enfermaste?
— No, estoy bien,- dijo tardando en responder Shiganak.
- ¿Cuáles son los logros?
- Hasta ahora no se ha cambiado nada. Parece que Erzhan y Token también están aquí.
Olzhabek se sobresaltó.
- No importa. Quien sabe, puede que hayan venido por sus asuntos. Aunque su llegada claro no está a nuestro favor, — dijo Shiganak.
Ambos quedaron pensativos. En este momento de la cocina salió corriendo el hijo de Sagyndyk, el pequeño Erik, y, llorando, se quejó a Shiganak de su madre:
- ¡Abuelo, la mamá está golpeándome!
Shiganak sin decir nada empezó a vestirse, el niño llorando y Olzhabek que se puso triste de la noticia mala, estaban mirando sin entender. De la cocina apareció Zibagul, la madre de Erik.
- ¿A dónde va usted, padre? Ahora vamos a tomar té.
- No me quedaré.
- Aunque sea una tacita.¿Pero a dónde va usted?
- A buscar otro piso.
Zibagul se quedó perpejla y enmudecida fijó los ojos en él. Ella amaba al anciano, como a un padre, y le respetaba más que a todos los coterráneos que, llegando a Aktiubinsk, siempre se alojaban donde ellos. Y de repente este anciano silencioso y modesto se sublevó. Zibagul lo cuidaba, como su hija natal, y ahora, sin saber su culpa, solo susurró:
- ¡Qué se le va a hacer! La vida en la ciudad no permite mejores cosas...
Shiganak la interrumpió:
- Sobre esto, querida, no hables. Estoy contento con todo del todo corazón. ¿Pero por qué siempre haces llorar al niño?! Te lo he pedido por dios...
Zibagul se echó a reír alegremente y, acercándose rápidamente a Shiganak, comenzó a quitarle la ropa.
- Quédese, padre. Si lo golpeo una vez más, ¡entonces castígueme a mí!
Shiganak se dejó desvestir y comenzó a hablar sobre la educación de los niños, acariciando a Erik que en seguida subió sobre sus rodillas.
- ¡Cómo se puede alzar la mano para pegar a un pequeño! — dijo él. —¿De qué puede ser culpable? Lo que le muestras, eso hará él. Tú misma lo enseñas mal, y después lo golpeas. Cuando el niño pegado llora, compadeces, y los dos sois infelices.
Erik comprendía que la conversación era sobre él, y, arrugando la carita, escuchaba en silencio. Zibagul lo atrajo hacia sí y, apretándolo contra su pecho, lo besó con fuerza.
- Mimar al niño con caricias excesivas tampoco conviene, — continuó Shiganak—, crecerá melindroso, y no se adaptará a las dificultades de la vida. Un niño es un ser delicado, y su educación también lo es.
Zibagul aunque tenía cierta formación, comprendía que era posible aprender mucho del iletrado Shiganak, y memorizaba sus consejos.
«¡Si este hombre supiera leer y escribir y fuera más joven!» —reflexionaba ella—.
Notando su silencio y pensando en si ella se habría ofendido con sus palabras, Shiganak quiso distraerla.
- Zibagul, canta algo, alegra el alma, —le pidió.
- ¿Qué quiere que cante?
— Para empezar, por supuesto, canta "Zauresh". La melancolía de un anciano es próxima al otro anciano.
Zibagul, haciendo sentar al niño sobre sus rodillas, con una voz baja y penetrante cantó la cancioneta conocida "Zauresh". A Zhiganak le gustaba mucho.
- Con esta canción parece que el alma se ha entristecido aún más,— dijo él—. Anda, ahora canta "Aset".
Mientras cantaba "Aset", Shiganak se balanceaba al compás y repetía:
- ¡Paj, paj!. Ya se levantará en lo alto, ya cómo una piedra, hacia abajo... ¡Yapyray! ¡Bien!. ¡Oh, qué bien!
- «Aset» es la canción de los jóvenes, padre, y a usted también le gusta, —bromeó Zibagul, concluyendo su canto.
Shiganak sonrió.
- ¿Piensas que el padre nunca ha sido joven? La alegría de la juventud el hombre la disfruta a su tiempo, pero la aprecia mucho más tarde. He aquí yo la he estimado.
Entró Sagyndyk. Y Shiganak al verlo volvió de nuevo a sus pensamientos sobre la máquina, de la máquina anhelada. Zibagul le sirvió el té, pero aun tomándolo Shiganak a cada rato se quedaba meditando del asunto. Le parecía que la máquina se escapaba de él, como un zorro astuto.
- ¿Acaso no la cojo? — dijo Shiganak con un suspiro.
Olzhabek no comprendió sobre qué hablaba Shiganak, pero, siguiendo su mirada, vio un escarabajo entrar volando en la habitación.
- ¡¿Y a dónde se mete?! — exclamó Olzhabek atrapando ágilmente el escarabajo de una palmada.
- ¡Si tan fuera tan fácil con la máquina! —sonrió Shiganak.
- ¡Ah, tú otra vez con lo de la máquina! —respondió Olzhabek.
- ¿Ves es necesario contar con una solicitación de las organizaciones regionales, pero acaso Erzhan y Token nos darán el papel?
Olzhabek quedó reflexionando.
- ¿Y habrá dinero suficiente? — preguntó él.
- Incluso hay poco dinero.
- Tú, encuentra dinero, y yo conseguiré la máquina, — prometió Olzhabek.
- ¿De dónde? — se asombró el anciano, y todos lo miraron con sorpresa a Olzhabek.
- Aquí, en la orilla, será posible encontrarla.
- ¿De veras? ¿Y cuánto cuesta?
- Por un tractor me han pedido diez mil. ¿Tu máquina probablemente no será más cara? —preguntó Olzhabek—.
Shiganak dudoso miró a Sagyndyk. Este sonrió.
- Es evidente que alguien ha bromeado con Olzheke. ¡Será posible que estas máquinas se encuentren en la propiedad privada!
- ¿Qué vamos a hacer ahora? Sin papeles no conseguirás la máquina. Y Erzhan y Token, desde luego, no nos darán los documentos.
- ¡¿Qué gente es esta?! ¡En vez de apoyarnos en este asunto nos lo obstaculizan! —intervino Zibagul, mientras revolvía el té.
- ¡¿Por qué "obstaculizan"?! —objetó Sagyndyk pausadamente, como desatando un apretado nudo. — Nuestra industria aún no consigue producir muchas máquinas. Hacia cada máquina se le estrechan centenares de manos. Y los extranjeros por todos pagan con oro. Esperen, aprenderemos a hacer tantas que sean suficientes para todos, por ahora primero las máquinas se entregan a los que más las necesitan y a aquellos que pueden usarlas a toda su potencia. Se trata de los grandes koljós con cultivos enormes. Si decir la verdad, dudo que se afirme la máquina en el Uil.
Shiganak todavía en casa, sin salir del koljós, tenía en cuenta el apoyo de Sagyndyk en las organizaciones regionales: Sagyndyk era el jefe de una de ellas. Pero aquí, en Aktiubinsk, respetado por todos, antes tan cercano, como el hijo natal, Sagyndyk como si comenzara a dudar. En cuanto a la falta de las máquinas, él puede estar en lo cierto, ¿Pero cómo es que no ve a la gente que acucia usar este máquina en beneficio del koljós? Y Shiganak preguntó sin ambages ni rodeos:
- ¿No crees en mí o en mi tierra? ¿Por qué no nos darán nuestra parte, aunque sea una máquina?
- No se ofendan ustedes, pero diciendo la verdad, pero su tierra no es muy conveniente y buena, — dijo Sagyndyk con un sonrisa .
Shiganak se encendió:
- Soportaría, si hubieras dicho que yo soy malo, pero no dejaré que nadie ofenda mi tierra. En la tierra mala solamente soplan los vientos, y en la buena la gente hace una vida nómada. Por nuestras tierras caminaban incluso los abuelos de mis abuelos, hasta hoy día allí habitan generaciones enteras. Si esto es poco, entonces dicen que los científicos han encontrado justamente en nuestra tierra el mejor y el más resistente trigo. Las semillas de trigo americano blanco, según he oído, también se han exportado desde aquí. ¡¿Cómo te atreves a humillarla?!
- ¿Dónde ahora está la gloriosa calidad de su tierra? —preguntó irónicamente Sagyndyk—.
- ¡En en Uil! ¡Aquí! —exclamó apasionado el viejo testarudo, dándose una palmada en su bolsillo.
- Anda, déjeme ver.
- Primero paga por la demostración,danos la máquina y después verás. Volveré a mi koljós con la máquina o me enemistaré para siempre con todos ustedes y renunciaré entonces a todos...
- ¡Oyboy! ¡Shica pone la cuestión sobre el tapete! — dijo riéndose Sagyndyk.
Y aunque Sagyndyk no lo hizo notar, las palabras de Shiganak lo tocaron en lo más vivo. Quería y respetaba al anciano, sin embargo, para demostrar algo a otros, era necesario tener seguridad en sí mismo. Para sus adentros aprobaba la empresa de Shiganak, pero le era difícil confiar en el Uil. ¿No se echará a perder la máquina cara y deficitaria conla primera tormenta de arena en la estepa? ¿Podrá atraer al azul Uil, someterlo y hacer saciar la sed de la tierra secada? Shiganak declara con seguridad que puede obtener el éxito. ¿Pero si son iguales la habilidad y la destreza del anciano a su decisión?
- «La revolución sin víctimas no existe, —pensó para sí Sagyndyk—, y en el aúl ahora se está llevando a cabo una revolución. ¡Pero bien! ¡Qué una máquina sea su víctima!»
Y Sagyndyk llegó a la conclusión de que haría falta apoyar una buena empresa. Sin haber dicho nada a Shiganak, salió al cuarto contiguo y después de una breve conversación telefónica volvió atrás.
— Mañana iremos juntos al Comité regional y allí hablaremos de todo —dijo él.
5
A la orilla del Ilek, en el horizonte, hay una colina diminuta, como un botoncito que lleva el nombre de Aktobe. La ciudad construida a su alrededor se llama Aktyubinsk. En el límite oriental de la ciudad fluye el río Ilek, al occidente pasa el ferrocarril Oremburgo —Tashkent. Por una parte de la ciudad se extendían praderas verdes que halagaban la vista. Aquí hay silencio. Por otra parte, el estruendo de los trenes que pasan rápidamente y las secas arenas amarillas. Sobre los campos, cubiertos por capas plumosas, sobre la infinita estepa que extiende llena de colinas, planean libremente en el vasto espacio celestial los gavilanes.
Siendo el hogar de comerciantes y despeculadores durante decenas de años, Aktiubinsk ha dejado de ser su refugio. Las nuevas personas han echado a los viejos amos. La ciudad ha comenzado a crecer rápidamente. De momento su aspecto exterior no es particularmente atractivo. Desde arriba el sol quema, desde abajo la arena encandecida quema las suelas. Asfixiándose por el calor sofocante, agotado uno busca la frescura, anhela la brisa, pero si sopla el viento, volverá a implorar la gracia del cielo: el polvo mezclado con la arena fina en un instante se le mete en los ojos, obstruye la garganta.
Pero la gente está luchando con estas desgracias: se construyen los bloques de pisos que cierran el paso al viento de arena, tienen instalada la cañería, el agua recorre por los ariks. Han plantado arbustos jóvenes en el suelo arenoso y desnudo, en algunos lugares se puede ver álamos. La ciudad se ajetrea, se asemeja a un campamento de nómadas, al que acaba de llegar la gente que ruidosamente se está instalando.
Encorvada se levanta sobre las piedras una casucha antigua y acostada, es la primera construcción de la ciudad. En una de las habitaciones el técnico hidráulico regional, Token, está conversando con un joven agrónomo que ha llegado del centro hace poco. Token se queja de los nuevos órdenes que no comprende del todo. Él no solo regaña y gruñe, pero de ningún modo parece asustado o abatido. Él tiene su manera de ver las cosas.
- Nuestra época, es una época de grandes transformaciones. Es difícil ahora, pero con el tiempo todo se arreglará. Solo ahora hace falta decir su palabra. Esto terminará con que todos irán a los koljós. Pero es necesario tener en cuenta las condiciones individuales de cada región.
- ¡Cuando empieces a hablar sobre esas "condiciones", te atribuirán aquello, de lo cual más tarde no volverás en sí! —dijo Token.
- Y, usted, no tema, — objetó el agrónomo—. Somos las personas de ciencia, y la ciencia siempre debe decir la verdad.
Token no respondió.
- «Mocoso que no ha experimentado la aflicción, —pensaba para sus adentros—. — ¡Lo sabrás, cuando te golpeen en la cabeza!»
- «Ha envejecido, no siente la vida el anciano, para él incluso el verano bochornoso parece frío, como el invierno», —reflexionaba por su parte el agrónomo que miraba a Token fíjamente.
En realidad hablaban en distintos lenguajes: uno temía cruzar el borde de las tradiciones seculares, el otro, educado por la nueva administración y el tiempo moderno, se precipitaba tras el pensamiento progresista.
- El koljós está en los documentos, en la realidad no existe, —decía Token, echándose hacia atrás y desencajando los ojos opacos y viejos—. La distancia entre las casas es casi de un kilómetro. La tierra está encandecida, como el fuego. Excepto los ajenjos, todo se ha quemado. La gente y el ganado están vivos solamente gracias al Uil. Si rociar sus aguas por toda la estepa, no quedará agua incluso para que beba el gorrión. A este rincón perdido ni siquiera se puede llegar por vía aérea, y no hablamos de hacer el camino hacia aquí. ¿Qué utilidad puede allí tener una máquina?
- Sí, las condiciones de esta región de verdad parecen específicas, —dijo el agrónomo con aire pensativo—.
Token comprendió que estaba cediendo y empezó a presionar aún más.
- Desde la infancia estoy en estos lugares. Excepto un pequeño grupo de zhataks, los demás kazajos siguen vagando todavía en las estepas. ¡Si no te les acercas con cuidado, incluso también los asustarás! —dijo el anciano con una sonrisa—.
- ¡Y bien, parece, aquí se ha pasado! —le interrumpió bruscamente el agrónomo—.
- ¡No lo diga! Ya que incluso los zhataks no han dejado de llevar una vida nómada: dispersan por el labrado una vasija de mijo, dejan a los gorriones de guardia, y ellos mismos se van a la estepa...
- ¿Y los que está en las norias?
- Es verdad, en las norias todavía quedan algunos, —dijo de mala gana entre dientes el técnico hidráulico—.
— Allí pondremos la máquina.
- Vale, que sea como dice usted: llevará allá la máquina en camellos, la pondrán en la arena, y ¿qué puede dar?
- En esto reside la pregunta. Es necesario mirar el sitio. Quiero ir allá ahora. ¿Y qué piensa usted, qué le dará la máquina?
- Tengo tales objeciones contra la máquina, —dijo Token—. Una máquina allí no será suficiente y el agua del Uil no bastará para muchas máquinas. La tierra del Uil es salina y arenisca; aunque rocies leche sobre ella, más de lo que puede, no producirá. En el koljós no hay ni un mecánico. ¿Quién se hará cargo allí de la máquina? Si se pierde alguno de los más tornillos menos insignificantes, tendrás que esperar hasta que te lo lleven en camellos desde aquí. ¿Y el petróleo? ¿Dónde está el petróleo? Aquí tiene usted la última objeción: la estepa del Uil no ha sido lo suficientemente examinada por nosotros. Acaso no se debería primero estudiarla, y después determinar qué hacienda se debe implementar aquí.
Token miró al agrónomo victorioso.
El agrónomo estaba sentado reflexionando, dobladas las piernas, y despeluznando su cabello desorientado.
El iletrado Shiganak y el "instruido" Token tiran en diferentes direcciones: «Nuestra tierra es avara, pero con un enfoque hábil es impresionantemente fértil», —decía Shiganak—. Sus razones se fundamentan en una experiencia de vida de muchos años. Token juzga de lejos, puesto que es funcionario.
El joven agrónomo no respondió nada y se levantó de su lugar.
- Yo soy técnico hidráulico, y usted es agrónomo, pero parece que estamos de acuerdo, — dijo Token sonriendo con satisfacción.
- Ha llegado aquí un anciano de esos lugares. ¿Lo conoce? —preguntó repentinamente el agrónomo—.- Se llama Shiganak.
— Lo conozco, —respondió de mala gana Token. Le inundó la inquietud—. —¿Qué hace él aquí?
Ha llegado a gestionar sobre la noria y él dice sobre su estepa cosas totalmente diferentes.
- Una persona caprichosa y obstinada —dijo Token tras un silencio.
Lo dijo con un tono frío. Estaba impaciente por conocer más, pero lo disimuló.
- ¿Parece que tiene mucha experiencia? —preguntó el agrónomo—.
Esto obligó a Token a abrirse.
- ¡¿Por qué no ha demostrado "su experiencia" en el Uil y la ha traído aquí?! —sonrió Token, mostrando sus brillantes dientes de oro—. —Hasta hoy no ha hecho nada razonable. Él es mi coetáneo. ¿Será posible que siga creciendo aún? Denle la máquina, y entonces verán ustedes.
- A no ser que la cubra la arena, —expresó la duda el agrónomo.
Token empezó a reírse a carcajadas.
- ¡Ellos piensan, —dijo él, levantando la cabeza—, que la máquina les hará todo y ellos quieren estar tumbados! Aunque llores aquí, aunque te rías...
- Vale, veremos en su lugar, —concluyó el agrónomo, mientras consultaba el reloj.
6
Por la calle calurosa de la ciudad lentamente camina Shiganak. Sus ojos bajados hacia la tierra, y sus pensamientos acechan en las estepas del Uil. Está agitado y no habla con sus amigos y compañeros de viaje: Sagyndyk y Olzhabek. Ha llegado la hora decisiva que pondrá fin a esta larga lucha. Por primera vez en la vida Shiganak entra a través de las puertas del Comité regional. En las puertas se halla parado un militar.
Volviendo las cabezas los amigos han visto entrar a Token y Erzhan. Esto ha sido desagradable para ellos.
Pero al guardia, evidentemente, lo han advertido de antemano acerca de los visitantes. Al preguntarle algo a Sagyndyk, los ha dejado pasar.
El corazón de Shiganak latía con inquietud: ¿qué dirá el Comité regional en cuyas manos se encuentra el destino de sus ilusiones? ¿Cómo debe comportarse frente al juez severo e imparcial imparcial y cómo debe hablar acerca de sus necesidades? ¿Si comienza todo desde el inicio, entonces le escucharán, no le tomarán por un charlatán, y si lo dice en pocas palabras, entonces será capaz de expresar todo lo que es necesario?
Caminaban a través del pasillo, y a Shiganak le parecía que detrás de cada puerta cerrada se ocultaba algún secreto importante, y, como si deseando adivinarlo, lo miraba todo seriamente y con atención.
Algunos visitantes que estaban sentados en la sala de recepción hablaban en voz baja. Erzhan y Token que en el aúl le parecían a Shiganak unos elefantes, aquí se asemejaban a unos gorriones. Justo aquí, detrás de estas puertas, se encuentra «un gran hombre», que llama a los visitantes uno por uno.
El secretario dejaba entrar a los visitantes rigurosamente por turno.
Shiganak que lo observaba todo ávidamente, sacó mentalmente una conclusión:
«Sí, unos órdenes estrictos. ¡Qué órdenes tan buenos son!»
¡¿Pero si aquí hay un orden tan estricto, entonces cuál es allí, en el gabinete «de esa gran persona»?! Este pensamiento lo alarmó un poco. Cada vez que Olzhabek no estaba acostumbrado a una espera larga, trataba de moverse, Shiganak lo pellizcaba discretamente para que los demás no lo vieran y contaba pacientemente los minutos.
- ¿Quiénes son los del Uil? Pasen, — los llamó el secretario—.
Shiganak y Olzhabek fueron los últimos en entrar, cuando todos ya se habían sentado. Ellos se quedaron de pie sin hallar el lugar. Miraban en silencio a la persona que estaba sentada detrás de una mesa grande, era el secretario del Comité regional, Vasily Antonovich Shubin—. Pero él se levantó amablemente e hizo sentar a Shiganak y a Olzhabek cerca de él. En seguida los distinguió entre los demás y, como si fuera un viejo conocido, estableció la conversación.
- Siéntense, por favor. ¡No puedo llegar a olvidar el mijo del Uil! Compañero Olzhabek, si lo llevas contigo, entonces muéstralo, degustémoslo, —bromeó él.
Olzhabek le clavó los ojos con asombro: ¡este «gran hombre» sin preguntar sabía sus nombres! Sirviéndose el agua del garrafón, bromeó nuevamente:
- Yo sé, a Shiganak le gusta el té cargado.
A Shiganak realmente le apetecía tomar té, pero se mantuvo en silencio, Vasily Antonovich llamó al secretario.
- Que les sirvan a los compañeros el té cargado.
Cuando trajeron el té y panecillos, él bromeó de nuevo:
- Perdonen, no tenemos mijo.
El té aromático y cargado, trato amistoso y la broma le tranquilizaron a Shiganak, y él se puso de buen humor. Ahora sabía qué y cómo decir.
«¡Hace mucho debía haber venido hacia él!» — pensaba él.
Parece que Vasily Antonovich lo estaba esperando.
- Vale, ¿cuál es su disputa? – dijo y le miró a Erzhan. Erzhan se levantó de un salto.
Era el primer orador, juez y crítico en la región, sin embargo, aquí el orgulloso e inteligente Erzhan empezó a agitarse y a respirar con dificultad.
De todo su discurso «el gran hombre» solo anotó una frase: «Es una buena idea, pero la tierra es inservible».
¿Y qué será si crear las condiciones para esta tierra? ¿Se podría intentar? — preguntó Vasily Antónovich.
El técnico hidráulico lo sabe mejor que yo,— eludió Erzhan.
Qué se exprese el compañero Token.
Token se puso las gafas, abrió la cartera y empezó a hablar mirando sus anotaciones. Excluir de su discurso aunque sea una frase sin perjuicio para la razón era imposible. Cada uno de sus motivos eran lanzados, como piedras. Habló mucho tiempo y pudo haber continuado sin detenerse, pero el secretario lo interrumpió:
Todo está claro.
Token se quitó las gafas que se habían deslizado hasta la punta de su nariz pronunciada. A pesar de que Token se consideraba a sí mismo una persona invulnerable, Vasily Antonovich lo pilló también.
- ¿Cuál es la velocidad media de la corriente del Uil? —preguntó él—.
- Esto se puede investigar.
- ¿Significa que aún no lo han investigado? ¿De dónde pueden saber que el agua no bastará?
Token calló desconcertado.
- Bien. Investiguen, después me lo dirán. Aquí usted ha hablado mucho sobre la psicología de los kazajos, sobre sus capacidades y demás cosas. ¿Cómo se puede cambiarlas? ¿Será posible que no se pueda cambiarlas por completo?
- ¿Por qué? El socialismo lo cambia todo, —dijo Token—.
- ¿Y qué es para usted el socialismo?
Token se cortó de nuevo.
- ¿Existe, según usted, cualquier medio para transformar esta tierra avara y obtener de ella cosechas abundantes?
Token se quedó hecho una pieza.
- ¿Significa qué no?
¡— Por qué no, compañero, existe un medio! —exclamó impaciente Shiganak, saltando de su lugar—.
- ¡Bueno, bueno, hable usted!
- Hay muchas maneras... A la tierra la conoce el agricultor. ¿Token no es agricultor, de dónde puede él conocerla?! El padre de mi padre labró la tierra con el ketmén1. Mi padre Berse labraba con un arado de madera, y yo al arado de hierro le he añadido también la noria. Todo esto se hacía para obtener más mijo. El cultivo de la tierra con el arado de madera ha dado más que el cultivo con el ketmén, y la labranza mediante el arado de hierro, aun más. Así que no será ridículo dudar que el riego con una máquina dará más que el que se hace con una noria? — dijo Shiganak y volvió la vista.
1Ketmén sea un instrumento agrícola, es una azada.
Muchos de los presentes sonreían estando de acuerdo.
Viendo su éxito, Shiganak continuaba:
- Cuando apareció el río Uil, y cuando desaparecerá, puede ser que lo sepa Token, yo no lo sé, no fui yo quien cavó su curso. Con todo el Uil desde hace siglos da de beber a muchos pueblos y aún dará de beber. Pero ni el Uil ni la máquina no harán nada por si solos. Es necesario cuidar de manera especial la tierra del Uil y también para ella hace falta el grano especial. Quién supiera encontrar el enfoque a estas tierras, aquel haría unas montañas de mijo y transformaría las estepas en los campos...
- ¿Quién encontrará el enfoque? ¿Quién hará estas montañas? —interrumpió Vasily Antonovich—.
- Sin jactancia diré: ¡con la ayuda de Dios lo haré yo! —dijo Shiganak—. Esto es lo que no me da la tranquilidad. Tengo sesenta años y no busco distracciones. Si yo pensara solamente en mi estómago, regaría mi terreno y me alimentaría junto con mi familia. Pero por el bien del pueblo no puedo esperar más. ¡He aquí he venido ante usted, «el gran hombre»! Al ver su rostro claro he alcanzado ya la mitad del deseo. Como si estuviera en el hogar de los ancianos le doy aquí mi juramento. ¡Mi abuelo Majambet mantenía su palabra, puede usted confiar en! —concluyó Shiganak y se sentó en su lugar.
Las palabras de Shiganak han hecho reflexionar incluso a Erzhan y a Token. Todos estaban sentados en silencio, mirándose expectantes unos a otros.
- ¿Alguien quiere hablar todavía? —preguntó Vasily Antonovich, como cumpliendo con la formalidad—.
Pero respondió inesperadamente Sagyndyk:
- El compañero Olzhabek, puede ser que nos pueda decir algo...
- Sí, sí, que hable.
- ¡No, no, no! ¡Shiganak ha dicho todo, es suficiente, suficiente!. —se apresuró Olzhabek—.
- Yo he hablado por mí, —respondió Shiganak—.
Olzhabek lo miró suplicando.
El secretario había sido informado ya del carácter de Olzhabek y, premeditadamente tomando un aspecto importante, apoyó con un tono serio y eficiente:
- Ya que la mayoría desea escuchar la opinión del compañero Olzhabek, le concedo la palabra.
Olzhabek se desconcertó. Ya se enrojecía, ya palidecía. Shiganak, apresurándolo, lo pellizcó discretamente.
- ¿Y bien, qué debo decir yo? —le susurró a Shiganak, casi ahogándose—.
- ¿En serio lo has olvidado? Di que necesitamos una máquina.
Olzhabek se enrojeció aún más.
- Nosotros, compañero, necesitamos la máquina. Hemos venido a por ella... Esta es toda nuestra petición. Sin ella no sale nada. Sería bueno si nos la dieran. Y bien, eso es todo...- dijo él y, sentándose en su lugar, se secó con la palma la frente mojada.
Todos se echaron a reír— algunos alegremente, y otros guardando rencor.
Vasily Antonovich sonrió también.
«Las palabras de Shiganak son como una pepita de oro, y la intervención de Olzhabek, un mineral. Aquel tiene un pensamiento maduro, y el otro como un niño que hace poco ha aprendido a caminar».
Pensaba así el secretario del Comité regional, mirando a Olzhabek, que por primera vez en la vida había decidido intervenir en un discurso abierto. Pero era necesario llegar a una resolución.
- Lo que se ha establecido por los siglos, lo antiguo que se ha arraigado no fácilmente cede el paso a lo nuevo, —comenzó a hablar Vasily Antonovich.—
Lo nuevo conquista el lugar en la lucha encarnizada con lo viejo y lo vence.
Ante nosotros se han chocado ahora dos pensamientos, el viejo con el nuevo. No todo lo viejo parece malo. No todo lo nuevo brilla con hermosura. Es necesario saber distinguir uno de otro, es necesario saber comprender no sólo con la mente, sino también con el corazón. Que nuestro corazón lata más fuerte, que se precipite a la misma cima del sueño humano. Incluso si no alcanzas en esta vida aquella altura, hasta la que ha subido tu sueño, con todo sigue hacia adelante. En la infatigabilidad de “aquella aspiración” se encuentra lo nuevo, aquello que debe vencer. Esta aspiración hacia adelante yo la veo en Shiganak y Olzhabek. — Vasily Antonovich se detuvo ampliamente en los asuntos del koljós, y los presentes se asombraron de lo bueno que el secretario estaba informado de la situación en el koljós "Kurman"—. —No hay nada que discutir, —concluyó él—, —¡les daremos la máquina!
Shiganak se levantó bruscamente y lo cogió por la mano.
¡He venido aquí en un rocín perezoso, y usted me ha dado un tulpar. Si no alcanzo mi objetivo, que sea una deshonra para mí!
CAPÍTULO CUATRO 1
El camello alazán, balanceándose, iba rápidamente al trote. La fusta azotaba con frenesí sus muslos carnosos. Una cuerda hecha de cabello desgarraba espiadadamente sus fosas nasales. La persecución lo alcanzaba. Se movía rápidamente sin mirar hacia adelante. Sus largos pies tropezaron contra una piedra del camino y el pesado y encorvado cuerpo se derrumbó fuertemente, Zhamal y Sagintay volaron en diferentes direcciones. El pequeño Sagintay se golpeó con la cabeza contra un peñasco agudo, dio un grito y se calmó, a su grito lastimoso le respondió sólo el desfiladero. Zhamal yacía sin movimiento. De sus labios contraídos se escapaban gemidos. Alrededor había pedazos dispersos de la kibitka, cosas...
Los cinco bandidos, viendo todo esto, se detuvieron.
- ¿Qué debemos hacer? —dijo uno de ellos—.
Nadie respondió. Entonces comenzó a hablar con ensañamiento y rabia un hombre de unos cincuenta años:
- ¡No hay en qué pensar! ¡Son gente! Si pudiéramos llevarnos bien con la gente, no tendríamos nada que hacer en las montañas. El animal debe actuar como un animal. Dejad al cachorro bajo cualquier piedra, el mundo estará perfectamente aun sin él. Recoged las cosas. A la mujer átadla al camello. Y en marcha.
Al cumplir la orden del atamán los bandoleros se pusieron en camino. Iban por los desfiladeros y los barrancos, por senderos estrechos y poco frecuentados que se enroscaban como serpientes entre los peñascos y las rocas.
Cuando Zhamal abrió los ojos vio que se encontraba en la cima de un peñasco donde pueden llegar volando sólo las águilas. Bajo el peñasco se encuentra un abismo sin fondo. Zhamal oyó el murmullo del arroyo y volvió la cabeza. Allí había una cueva abierta. Los cinco bandidos, sentados cerca de la cueva, hablaban animadamente sobre algo. Zhamal suspiró silenciosamente.
- ¿Quién es ella? Pregúntale, si volvió en sí, — dijo el atamán—.
Los bandidos se acercaban uno por uno, le miraban el rostro inquisitivos y aguzaban el oído. Zhamal callaba. Cuando se alejaban, sus pestañas volvían a levantarse un poco.
Zhamal permaneció tumbada un día. Al segundo día se recobró definitivamente. Sus primeras palabras eran sobre Sagintay:
- ¿Dónde está mi niño?
Sin encontrar una respuesta los bandidos intercambiaron las miradas. El atamán reflexionó un poco y encontró la salida:
- Se quedó con su padre.
- ¿Es cierto eso?
— Fue Aybas quien le entregó al pequeño.
Zhamal sin saber si creerles, miraba ansiosamente al rostro de Aybas.
- Gracias a Dios que esté vivo. Tenía miedo de que que estuviera herido.
- Está vivo, como un cabrito. Tú misma levántate pronto. Enseguida celebraremos todas las bodas, —le dijo Aybas—.
Zhamal comprendió sobre que boda hablab, pero, como si no hubiera escuchado bien, preguntó.
- ¿Y qué le pasó al padre?
- Está sano y salvo. Él dijo: «El niño es lo más preciado para mí, el resto llevaos si queréis».
- Sí, lo ama, como su propia alma, —dijo Zhamal y las lágrimas brotaron de sus ojos—.
«¿Pero a dónde irán?— pensaba Zhamal—. Ojalá no hayan caído en las garras de alguna bestia. Si tan solo dios me llevara a morir junto con ellos...»,
Las lágrimas de la mujer parecía que ablandaron un poco a los homicidas. Miraban abatidos al suelo. Solamente en los ojos profundos y penetrantes del atamán brillaron unos rayos semejantes a la lengua de serpiente. El atamán levantó la cabeza y preguntó:
- ¿Cuántos años tienes, mujer?
- Voy a cumplir treinta.
- Si es así, entonces tienes un niño en el vientre, y tu marido está en camino. ¡No llores! A mí me han quitado todo, y mira, no he muerto, estoy vivo.
- ¿Otagasy, tendrá usted también una pena? —dijo Zhamal, volviendo la cabeza; se le animó un poco el alma—.
Dicen que su propia pena se alivia con la desgracia ajena, pero la desgracia del «otagasy» era de otro tipo. Zhamal se quedaba helada del horror causado por el relato del atamán.
- Primero me quitaron la tierra, después el ganado, la propiedad, la casa, todos mis bienes, y junto con ellos se fueron la mujer, niños, parientes. Y yo me caí en las montañas. Me he convertido en un lobo y degollo las ovejas...
- ¿Quiere decir que antes era usted muy adinerado?—preguntó Zhamal en voz baja—.
- En todo el vólosts nadie se atrevía a llamarme Ajmet, sino que me llamaban respetuosamente diciendo: "aghá".
- ¿Y quiénes son estas personas? ¿Todos ustedes son del mismo lugar? —preguntó Zhamal tomando coraje—.
- Pues, no, —respondió Ajmet. — Aquel, Aybas es un ladrón conocido en todo el alrededor. Cuando me llamaban todavía "aghá", me volvía la cabeza por la repugnancia, si él pasaba delante de nuestro aúl. ¡Ahora lo he tomado como compañero! Y este que no siente aprensión ni siquiera por la sangre humana, es el fugitivo Zhakyp. Ahora incluso yo me vuelto un fugitivo, pues nosotros tenemos el mismo destino. Aquel, con el bigote de gato, es Elemes. Él se aprovechaba del koljós, como una sanguijuela. Cuando lo desenmascararon, huyó hacia nosotros. Y aquel, de ojos rojos, ni yo sé quién es, pero cuando nos acompaña, siempre tenemos suerte, por eso lo hemos apodado como "el Afortunado".
«¡Ojalá uno de ellos fuera una persona! ¡Todos, como dos gotas, son malditos!» —pensó Zhamal y con todo le daba pena estas personas que habían condenado a sí mismos a tal vida.
1 Otagasy —literalmente: el amo del hogar; trato respetuoso a un hombre.
Ella misma experimentó el peso de la frialdad de la gente, y en sus ojos nada podía parecer más infeliz que esta suerte.
¡«Si tuviera la oportunidad de llegar a mi aúl, llorando recorrería todas las casas! ¡Les contaría a todos sobre todos estos tormentos y desgracias!»; —pensaba—.
Ni ella misma se dio cuenta, cómo se le escapó de la lengua:
- ¡De todas maneras en vano han abandonado ustedes sus lugares natales. ¡El hogar natal es la cuna de oro de un hombre!
- ¡Cállate! ¡Malditas sean las personas y la cuna! — gritó Ajmet con maldad—.Yo he renegado de los prójimos y de los ajenos. Una vez separada, el alma no volverá a la tranquilidad. El árbol caído no volverá a crecer. ¡Acaso hay lugares dónde no haya estos koljós! ¡A mí me han quitado lo que tenía y los estoy saqueando!
- ¡¿Oyboy, acaso nosotros éramos koljosianos?! ¡¿Por qué nos han atacado?! —exclamó Zhamal, levantando la cabeza—.
- ¡Eres astuta! Has dado en la trampa, ¿así que ahora quieres decir que eras una rica?
- No éramos ni los ricos ni los koljosianos. ¡Yapyray! ¡Entonces, hemos caído en la desgracia por equivocación!
- Si erais los campesinos de clase media, es peor. Por esos campesinos de clase media he tenido que pasar de todo.
- ¡Nosotros también estábamos buscando un lugar libre de los koljós y hemos caído aquí! —suspiró Zhamal—.
- ¡Qué tonterías! —se echó a reír uno de los bandidos—.
Los bandoleros empezaron a reírse a carcajadas.
- ¿Tu marido será un tonto del todo? — preguntó el atamán—, —No, no ibais por eso. Incluso los niños saben que no hay tierras sin koljós... ¡Confiesa de una vez, para qué andar de rodeos!
Zhamal juraba y aseguraba, pero de todos modos los bandoleros no le creían. Era difícil de creer. Sin contar a los pocos individuales, todas las personas han formado parte de los koljós. ¡Si lo supieran los bandidos que se escondían en las montañas, ¡cómo podían no saberlo Zhamal y su marido que habían hecho un viaje tan largo a través de la tierra koljosiana!
Zhamal, tomando este camino de desgracias, ya entonces para sus adentros no creía en la razón de su marido. Ahora, haciendo memoria de las pesadumbres y las pruebas soportadas, ofendida por las burlas de los bandoleros, se encolerizó con Olzhabek, pero inmediatamente, imaginándolo herido, vagabundeando en las montañas, con Sagintay sobre la espalda, se compadeció de él y se arrepintió de su debilidad momentánea.
- ¡Si no quieren, no crean, qué puedo hacer yo! Pero yo soy una mujer. ¿Por qué, usted, aghá, es tan cruel? ¡Estoy tan ofendida e infeliz a más no poder!
Ajmet se echó a reír.
Cuando una mujer se ríe,engaña, cuando llora, actúa con astucia. Como tú, querida. La gente me ofendió tres veces y dos de ellas lo hicieron las mujeres. A mí no me causarás piedad. Como el águila al zorro rojo, arrojaré yo sobre ti, mi pico frío hundiré en tu pecho cálido y solamente entonces me tranquilizaré.
- ¡Vamos a ver, perro viejo! — no se contuvo Zhamal—. —¡Si todos estos aquí no son hombres, sino mujeres, entonces eres fuerte, en otro caso no me alcanzarás!
- ¡Largaos todos de aquí! —levantándose bruscamente, como picado, comenzó a gritar el atamán; sus ojos se llenaron de sangre y se enturbiaron como los de un perro loco—.
Todos se levantaron de un salto sus lugares, solamente Aybas no se movió y permanecía sentado como antes.
- No vale la pena meterse con una mujer enferma, —dijo él—.
Ajmet se lanzó contra Aybas, ya por temor, ya por otra causa se paró y volvió a sentarse.
La montaña como si colgara encima de la cueva como y aplastara a todos. Callaba la piedra negra, callaban los bandoleros. Solamente, burbujeando, hervía algo en un cubo lleno de hollín. El tasajo estaba colgado sobre los travesaños largos, un torsuk viejo, mohoso estaba atado por la garganta hacia arriba a un leño enorme. Lo más honorable y de valor de toda la decoración de esta cueva era un rifle con culata agrietada y un revólver sin pistolera que colgaban de la pared sobre la cabeza de Ajmet. Algunas cosas de Olzhabek también se encontraban metidas debajo del atamán.
Acostada cerca del umbral, Zhamal lo podía ver todo. Sus ojos fijaron en la almohadilla de Sagnintay. Esto la conmovió. Se secó una lágrima y se asomó de la cueva. A la entrada, atado con un ronzal, aparejado se encontraba el caballito de Olzhabek. Le pareció a Zhamal próximo y familiar, y la mujer se le dirigió mentalmente:
- «Tú eras el amigo de mi amigo. Me desahogaría sobre tí mi melancolía, si no eras privado del don de la palabra. Cuantas veces yo te colgaba el morral con avena, te cosía mantas, y tú como si no me conocieras. ¿Por qué estás mirando tan triste? Yo, como tú, estoy atada con el ronzal. Olzhabek y Sagintay vagabundean en algún sitio sin armas, sin pan. ¿Cómo vivirán? Mi alma está ardiendo, se me está rompiendo el corazón. ¡Oh Diós mío!, ¡ojalá muera yo!»
La pena pesada la aplastó a Zhamal. Yacía sin moverse, sin hacer ruido. Y de repente ante ella apareció una esperanza. Vio un caballo bayo oscuro cubierto con gualdrapa y parado un poco más a lo lejos del bayo, el caballo de Olzhabek. Los ojos de Zhamal se fijaron en el lucero en su frente. Comenzando desde esta estrella Zhamal examinó lenta y atentamente todo el caballo. Su padre era aficionado a los buenos caballos, por eso entendía de ellos y enseguida pensó en el bayo oscuro: «¡Es rápido y de raza!»
A Zhamal le pareció que si conseguía montar a bayo oscuro, ella volaría como un pájaro,
«¿Y el rifle? ¡¿Y de dónde sabes que no tienen caballos aún mejores que este bayo oscuro?!» — se preguntaba a sí misma con un temor oculto.
Sin embargo, excepto el bayo oscuro, no tenía que esperar. Decidió mirar con atención, prepararse para la huida y alejarse galopando. Se palpó a sí misma. Sus huesos parecían estar enteros. Sólo había magulladuras. Esto le alegró. Se fingirá enferma hasta el momento oportuno. Su cabeza le daba vueltas de los pensamientos que la invadieron. ¿A dónde debo huir?
«¡Iré hacia el norte, tal vez encuentre a la gente!» —reflexionaba ella—.
Los bandidos por la mañana salieron en diferentes dirrecciones a "cazar" y ahora, habiendo vuelto, exponían sus botines.
Aybas al golpear contra la piedra con su shakhsa hecha de cuerno de vaca, y poniéndose en la boca el nasybay, le tiró la petaca a Ajmet. Ajmet se puso sombrío. Aún antes de su riña se dio cuenta de que Zhamal le había entregado algo a Aybas. ¡Resultaba que su conjetura era correcta: Olzhabek siempre llevaba dos petacas, y una de ellas se encontraba casualmente en el bolsillo de Zhamal!.
Zhamal la tiró como un hueso al perro, pero Aybas la aceptó como el signo de la atención de mujer. Ajmet sintió celos, sin embargo, se aprovechó del obsequio y puso el nasybay en la boca.
- ¿Qué haremos en invierno? —dijo pensativo Aybas—.
Todos se calmaron. Ajmet, habiendo callado, dijo de mala gana:
- ¡Qué le vamos a hacer! Seguiremos viviendo aquí.
Al decirlo se volvió de costado.
- Será difícil aquí, —comenzó a hablar de nuevo Aybas—.
- En esta cueva no te congelarás. Solamente hay que cerrar mejor la entrada, —reparó Elemes—.
- ¿Y dónde guardaremos el ganado, caballos, agua, leña?
- El ganado se pasta solo, abasteceremos la leña.
Se entrometió el Afortunado:
- No iré más por la leña, como queráis, muchachos. No tengo más que lo puesto.
- Si no nos separamos de antemano cada uno a su sitio, sobrevivir el invierno será difícil, —dijo Zhakyp—.
Ajmet se volvió. En su voz ahora se oía más bien la cólera que la tristeza:
- ¡Los granos de arena comprimidos no se hacen rocas, los esclavos, uniéndose, no se hacen caballeros!
Los ojos de Ajmet, veloces, como el mercurio, rozaron los rostros de los bandidos. «¡Ajá, se han quedado pensando!» —pensó él con una alegría maliciosa—. Pero él no estaba seguro más de su autoridad. En la expresión de sus rostros no se quedaba la rabia anterior, decisiva y porfiada, sino más bien solo la confusión. Ajmet no pudo acogerlo.
- Es vuestro asunto, muchachos. Esta cueva es mi casa y mi tumba. Ojalá viva. Veo a lo lejos se están aproximando unas nubes amenazantes. ¡Nuestro tiempo aún está por venir!..— dijo él y se volvió de costado—.
Todos estaban sentados en silencio, sin moverse, lúgubres e impenetrables.
Era como si las moles de las rocas los agobiaran.
2
La caída y la salida del sol. La salida y la caída. Estos eran todos los cambios en las montañas desiertas e inhabitadas.
Zhamal yacía como antes, como antes salía y se ponía el sol.
Los bandoleros de día son cautelosos, de noche son descuidados. De día buscan su presa y se guardan para no terminar siendo presas ellos mismos, por la noche descansan.
Los gemidos y ayes de Zhamal turbaban la tranquilidad de los bandoleros. Deseando librarse de ellos, llevaron la cama de la mujer enferma a la entrada en la cueva. Por las noches vigilaban al bayo oscuro por turnos. Para cada uno de ellos esto era un pretexto para salir a echarle un vistazo por la noche, acercarse furtivo a la cama de la enferma Zhamal y «preguntar sobre su salud».
No sólo está enfermo el cuerpo, sino incluso lo están mis huesos,— respondía con un gemido Zhamal—.
Del cansancio o por otra causa esta noche ninguno de ellos se le acercó. En la profundidad de la cueva se oían ronquidos y bufidos. Incluso Aybas que yacía más cerca a la salida para vigilar al bayo oscuro, roncaba de vez en cuando. Vigilaba al caballo más a menudo que los otros y más a menudo que los demás se enteraba sobre la salud de la enferma. Zhamal se quitó el chal de la cabeza y aguzó el oído.
«Sí, es él, —concluyó ella para sus adentros, pero no se decidió a levantarse de la cama—. — ¿No estarán fingiendo?» —reflexionaba ansiosamente, afinando aún más el oído.
Le parecía que todos dormían, pero con todo no podía levantarse. Su alma aspiraba la libertad, pero el corazón le temblaba: «¿Se despertarán de repente?» El miedo la inmovilizó. Mucho tiempo estuvo luchando con el miedo, pero la noche corta no quería esperar. Ya centelló la estrella de la mañana.
Zhamal no recordaba cómo se encontró sobre la espalda del bayo oscuro. De su casqueteo se despertó Aybas. La bala de su rifle silbó cerca a la oreja de Zhamal...
Parecía que gemían las montañas y se encendían las piedras. Se oía detrás el ruido de la persecución. El bayo oscuro que volaba como una bala no podía correr a la rapidez que deseaba Zhamal, y ella lo azotaba en todo momento con su fusta.
Uno de los perseguidores adelantó a otros. Tenía preparado el rifle, a veces se disponía para tirar y estaba listo para disparar a la primera posibilidad.
Zhamal apretándose contra la melena del caballo, continuaba corriendo rápidamente. El caballo, como una liebre, saltaba a través de las piedras que encontraba, pasaba volando encima de los flujos y los fosos. Es poco probable que la alcancen sus enemigos, pero es difícil salvarse de la bala. Si escondes la cabeza, los costados se quedan sin protección, y si te cubres los costados, la cabeza está bajo las balas...
Estaba apuntando el día, Zhamal quizo mirar a su perseguidor que la asustaba en la oscuridad de la noche. Se volvió. Pero no había nadie. Se apartaron las montañas, y alrededor quedó más espacio. ¡Uf!» — expiró y detuvo el caballo—. Echó una mirada tranquila y atenta alrededor. Zhamal se dio cuenta de que se había desviado un poco del camino hacia el este, —giró el caballo hacia el norte y empezó a ir a un trote suave—. El bayo oscuro, desbocándose, volaba de vez en cuando hacia adelante, pero ella lo detenía, dando palmadas y acariciando su humedecido. Adelante, en la cima de una colina, notó a dos personas: uno grande, otro pequeño... ¡Olzhabek con Sagintay!
Su mano palpó el cinturón. Por si acaso en sus pliegues escondió unos pedazos de carne cocida. Cuando ante sus ojos apaecieron Olzhabek y Sagintay, ell sintió hambre. Le parecía que con esta carne alimentaría durante algunos días a su hambriento esposo e hijo...
Pero las personas en la colina no se movían.
«¡A lo mejor están cansados y han desfallecido, pobres! ¿Me habrán visto? ¡Dios mío!, ¡sálvanos!» —pensó y arreó con impaciencia al caballo—.
Llegó rápidamente a este lugar. Pero de cerca resultó que estas no eran personas, sino piedras. Se paró confusa, entristecida, y, habiendo suspirado, de nuevo se puso en camino por la estepa desierta y colinosa, mirando a todos lados con ansiedad.
3
Despertado por el casqueteo Aybas primero que todo disparó detrás del raptor. Disparó solamente una vez sin atreverse a gastar el último cartucho, y en seguida fue tras el fugitivo. Con él se pusieron en marcha los bandidos que salieron corriendo de la cueva. Ellos, ahogándose del cansancio, apenas alcanzaron al pastor que pastaba sus caballos en el bajío. Resultó que él también estaba dormido. Mientras destrababan y ensillaban a los caballos, pasaba el tiempo salvador para Zhamal, y ella consiguió desaparecer de la vista...
- ¡Déjadlo! —dijo Ajmet a los dzhiguits listos para montar a caballos.— Al bayo oscuro lo alcanzará sólo una bala. El fugitivo se ha ido.
Después de sus palabras todos renunciaron a la persecución, y Zhamal suponiendo que detrás de ella iba volando la persecución, todavía continuaba galopando, azotando al caballo. El ruido de los cascos que llegaba desde lo lejos resultó el latido de su propio corazón.
Los bandoleros discutían ruidosamente, manoteando y haciendo conjeturas. Ajmet fue el primero en acordarse de Zhamal.
- ¿Y dónde estará la mujer enferma? —preguntó él—.
- Probablemente estará acostada, — respondió tranquilamente Aybas—.
- ¿La has visto?
- ¿Cuál de ellos pudo haberla visto? Abarcados por la duda, volvieron a la cueva y solamente ahora han descubierto la verdad.
Ajmet no dijo ni una palabra. Los músculos maxilares le temblaban. Los ojos pequeños y agudos, muy hundido profundamente brillaban. Estaba sentado, apartándose de los demás, sus fosas nasales temblaban, su rostro palideció. No se movía, como una serpiente hechizando su presa. A sus oídos no llegaban las disputas y conjeturas de sus compañeros.
- Aghá encontrará para sí un caballo mejor. Estas son pequeñeces, pero temo por las consecuencias... - dijo Aybas.
Después de largas disputas y altercados todos lo acusaron a él: el arma más segura estaba en sus manos. Le confiaron la vigilancia del mejor caballo, y él en aquella noche tan corta se durmió, y su mano que antes no había fallado el tiro, de repente erró rl blanco. Al dzhiguit valiente y temerario, por supuesto, nadie se atrevió a darle entre ceja y ceja sus dudas, pero las sospechas atormentaban a todos. Aquí se recordó la shaksha que Zhamal le dio y su intervención en la riña con Ajmet, y las visitas frecuentes por la noche donde Zhamal con el objetivo aparente de «visitar a la enferma».
Aybas sentía estas sospechas. Deseando orientar la conversación a otro tema, comenzó a hablar sobre el peligro posible:
- Muchachos, es necesario irnos lo más rápido posible. Nos revelará.
- ¿Irnos a dónde? ¡Denunciará, entonces buscarán en todas partes!
Esta montaña les parecía el único lugar seguro en todo el mundo. Ahora tampoco podía ser su refugio. El miedo ante el invierno cruel sembró la angustia en sus corazones y quebrantó la unidad.
Al fin y al cabo los bandoleros decidieron que lo mejor de todo sería desaparecer de entre la gente, como en un bosque frondoso.
Nos es posible quedarnos, — una vez más dijo Aybas—. —Se nos echa encima el invierno. Por nuestra alma llegará de improvisto la gente. ¿Con qué saldremos a su encuentro? Es mejor que nos escondamos entre el pueblo y nos hagamos invisibles.
Habiendo intercambiado las miradas, todos expectantes dirigieron sus miradas hacia el atamán. Ajmet callaba taciturno.
Sobre sus cabezas como un punto apenas visible estaba planeando un águila, preparado para arrojarse hacia abajo, sobre la presa. Detrás de sus espaldas colgaba el peñasco, como amenazando con desmoronarse sobre ellos. Bajo sus pies se abría el precipicio. Ajmet continuaba sentado como petrificado.
Bueno, dijo al fin y sin añadir nada más se levantó.
- ¿Quiere decir que hay que prepararse? —se le dirigió con la pregunta Aybas—.
- Sí, — profirió Ajmet y se retiró—.
Puestas las manos a la espalda y bajada mirada escalaba despacio hacia la cima del peñasco y poco tiempo después apareció encima de la cueva.
Los que se quedaron abajo no perdían el tiempo. Cada uno, habiendo tomando un bártulo y un caballo, se preparó para la huida. El camello alazán y la yegua baya del desdichado Olzhabek pasaron a ser la propiedad de Ajmet. El garañón de Aybas fue ensillado también para el atamán, pero Ajmet como si no pensara bajar.
No había ninguna esperanza de que se encontraran en el futuro. El destino de cada uno era desconocido. Pero no querían irse sin despedirse. Todos subieron al peñasco junto a Ajmet, esperando oír sus palabras de despedida. Pero el atamán no se ablandó, incluso no movió los labios y se limitó a darles las puntas de los dedos a cada uno en señal de la despedida.
Cuando todos montados a sus caballos empezaron a irse en diferentes direcciones por los barrancos, Aybas se quedó cerca de Ajmet. Solos entre las enormes rocas estuvieron sentados largo rato, sin pronunciar ni una palabra.
- ¡Agha! —dijo al fin Aybas, levantando la cabeza—.
Ajmet no emitió ningún sonido.
¿Puede ser que usted esté enfadado conmigo? Vamos a hablar. Nosotros hemos discutido por Zhamal. Usted no lo va a creer, pero no tengo que ver nada con esto. Su montura está sobre mi garañón. ¡Aquí tiene su fúsil!. ¡Vámonos pronto!
Ajmet no se movió.
— ¿Puede ser que usted piense que yo soy la causa de la desintegración de la pandilla? —comenzó a hablar de nuevo Aybas—. —Pero incluso sin mi ayuda estaba lista para desvanecerse, como la pelusa. Si usted me necesita, me quedaré con usted, voy a sufrir todas las privaciones. ¿Qué dice?
- Las conversaciones han acabado. Todo está decidido. Puedes irte, —respondió Ahmet de una manera entrecortada—.
- ¿No me cree usted?
- La fe se ha acabado también.
Aybas se ruborizó. Permaneció sentado un poco más, se levantó de un salto sin despedirse fue hacia abajo. Cuando se encontraba en la vuelta abajo, bajo el peñasco, Ajmet agarró el rifle que estaba cerca de él. Abriendo el cerrojo, examinó la única bala que quedaba en el fuste.
- Tú estás sola, y yo, solo. ¿Qué puede ser peor qué la soledad? Acomódate mientras tanto...—dijo y, habiendo quitando el cerrojo, apuntó.
Resonó un disparo. Aybas se tambaleó y se derrumbó al precipicio.
Ajmet permanecía de pie sin moverse sobre una roca con el rifle en las manos.
4
- ¡Ah, fieras malditas, lobos!..
- ¡Un perro loco no se detendrá ante nada!
- ¿Dices que la yegua baya también la tienen ellos?
- Hasta que no los atrapemos a todos, no tendremos tranquilidad.
Algunos venían corriendo, jadeando, y se paraban, mirando asombrados a Zhamal que se salvó milagrosamente. Otros, compadeciéndola, se lamentaban. Zhamal agobiada al mismo tiempo por la pena y la felicidad, tenía los ojos hinchados de las lágrimas.
- Ahora, gracias a Dios, —decía suspirando Zhamal—, —solo les pido que no olviden mi petición: pregunten donde sea posible. Si está vivo, entonces debe estar en estos lugares.
- Se encontrará. ¡Y tu pena se olvidará! — la tranquilizaba la gente—.
- ¡Qué Dios los oiga!, —respondió Zhamal con una alegría melancólica, agradeciendo a la gente por su compasión—.
Shainbay, un anciano de barba larga y poco hablador, fue el primero que encontró a Zhamal y la llevó a su casa. Ató con fuerza al bayo oscuro y lo examinó detenidamente.
- ¡No has elegido un caballo malo, hija! —dijo él—.
Con su grande y nudosa mano el anciano la invitá a pasar a la casa.
Sus manos le parecieron enormes a Zhamal. Moviendo sus piernas torcidas, iba delante. El anciano se parecía a un oso: voluminoso y torpe. Su caminar también era como el de un oso: se balanceaba.
Sin llegar aún al zaguán Zhamal sintió un olor fuerte a la piel. Enfrente de las puertas, en el suelo, se hallaba extendido un fieltro. En un rincón, cerca de la ventana, sobre un baúl grande estaban dos almohadas ahuecadas. La mayor parte de las cosas estaban colocadas en una parte de la casa. Una pared estaba cubierta completamente por colleras, ataharres, cuero crudo cortado en tiras. Sobre una máquina de madera se extendía la mitad de la piel de vaca.
El anciano sacudió la piel negra de un cabrito y, tirándola por encima del fieltro, se estiró para coger una de las almohadas.
- Acuéstate hija, descansa, — le dijo y salió en seguida—.
«Parece que vive solo, es solterón», —pensó Zhamal, examinando la habitación—.
Desde el patio entró una muchacha morena de unos doce años. Miró con atención a la huésped.
- ¿Eres de esta casa? —preguntó Zhamal—.
La muchacha asintió confusamente.
- ¿Y dónde está tu madre?
- Murió.
- ¿Quién lleva la casa?
- Yo misma sé hacerlo todo.
A la muchacha débil le cayó una carga pesada posible solamente para una mujer adulta. Zhamal imaginó los días tristes, el destino habitual de los huérfanos. Esto la hizo acordarse de Sagintay.
- Ven aquí, querida, —la llamó Zhamal extendidas las manos hacia ella—.
La muchacha quería sentarse a su lado, pero Zhamal la atrajo hacia ella, la apretó contra su pecho y la besó con fuerza.
- Mi Sagintay ha quedado huérfano aún antes que tú,—dijo con las lágrimas—.
Entró el anciano llevando en las manos un papel.
- Mayrazhan, ten, lee —dijo él, dándole el papel a su hija—.
- «Shainbay Zhalumbskov entregó al almacén cinco...»
- Son bridas,—explicó el anciano—. —¿Más?
- «Nueve...»
- Si son nueve, entonces, cejaderos.
- «Y dos colleras».
- Todo está correcto, las colleras son dos. Anda, dámelo.
Al doblar el papel y esconderlo en el bolsillo, el anciano se sentó y comenzó a trenzar un látigo inacabado.
- Niña, dale de beber a la tía, — le dijo a Mayre—, — y pon rápido el samovar.
Mayra al darle kumís a Zhamal, salió de nuevo. Zhamal miraba cómo trabaja Shainbay. Los dedos del anciano que parecían enormes y torpes, eran en realidad veloces y hábiles. Pasaban rápidamente entre las tiras finas de la carne cruda, como la aguja de una bordadora.
- Resulta que usted es un albardero, — dijo Zhamal alegremente. Olzhabek también se dedicaba un poco a este oficio, aunque parecía que el anciano era más hábil.
— Antes no lo tomaba por un oficio. Pero en la vejez esto nos alimenta, — respondió el anciano, rociando con agua los cinturones. — Junto con otro trabajo gano una jornada y media o dos al día.
- ¿Cuánto recibe por una jornada de trabajo?
- Esto depende. El año pasado no fue muy bueno para nuestros vecinos, en cambio nosotros recibimos lo suficiente. Compré una yegua y un potrillo. Gracias a Dios, estamos saciados. Todo depende de la cosecha. ¡El ganado da la cría, hay ingresos! ¡Crece el pan y estos son ingresos!
- ¿Usted desde el principio está en el koljós?
- Pues, no. Al principio temía, no lo comprendía. Solo me inscribí el año pasado.
Sosteniendo en las manos una collera rota, entró en la isba un muchacho e interrumpió la conversación.
- Repáreme esto pronto, — dijo apresuradamente él, bizqueando.
El anciano no tenía prisa. Examinó la collera sin tómarla de las manos del muchacho.
- ¡Cómo eres, la has roto de nuevo!
- ¡No lo he hecho con intención!
- Sé más cuidadoso.
— ¡Cómo que más cuidadoso! No me la voy a poner en mi cuello.
- No sirves para nada, muchacho. Déjamela.
- ¡Y a usted no le da lo mismo! De todos modos se lo pondrán en su jornada de trabajo.
- ¿Y para qué sirven, si alrededor hay solo pérdidas?
- Las pérdidas nos son para su bolsillo, —respondió con risa el jinete—.
- Eres completamente tonto, — agitó la mano desesperadamente, el anciano se volvió hacia Zhamal y, tomando una lezna gruesa, prosiguió: - Muchos no comprenden que si los bienes materiales se estropean, la cosecha será mala y habrá poco ganado, no tendrán con qué pagar las jornadas de trabajo. Algún día piénsalo.
- ¡No importa! El koljós no nos dejará morir.
- ¿Y bien, si te escogen presidente, dónde conseguirás lo que te haga falta?
- Iré a la región, lo traeré del tesoro público.
- ¿Y el tesoro público dónde lo conseguirá?
- Lo encontrará en algún sitio. Lo tomará de otro koljós.
- Eso está mal, —movió la cabeza el anciano —. — Si te quitan lo que tienes, y a mí me lo dan gratis, entonces no voy a trabajar. Aquí tienes tu collera, —dijo él, colocando la collera a un lado—. Oy, parece que está en lo cierto, arréglela pronto.
- Así es... - dijo el anciano y se dispuso a repararla.
Zhamal escuchaba con atención la conversación del anciano con el jinete. Sabía poco del koljós. Olzhabek más de una vez le hablaba acerca de los koljós: «¡Algunos trabajan, otros no, pero todo se lo dividen por la mitad!» Esta fue la causa por la que huyeron del koljós. Pero todo resulta distinto: aquí aprecian el trabajo de la persona y dividen justamente los ingresos... Sin embargo, en el fondo del corazón Zhamal albergaba cierta duda.
- ¿Y cuánto ganado tienen ustedes en la granja personal? — preguntó ella.
- ¡Otagasy tiene una yegua con un potrillo y una vaca y yo no tengo ni casa ni hogar! — respondió con gusto el jinete—.
- «¡Por el canto se conoce al ruiseñor!» — pensó Zhamal—.
- ¿Por qué usted no tiene nada? —preguntó—.
¡Yo soy una persona del artel, para qué necesito mis propios bienes! — dijo burlonamente el dzhiguit. — Ayer pernocté en aquella casa, ahora puedo pasar la noche incluso aquí. —le guiñó el ojo—.
- ¿Y hay muchos como usted?
- Si fuéramos muchos, no bastarían las casas para todos...
- Sí, sin embargo hay algunos, — se entrometió el anciano—. —Taybek, Borankul, Seydzhan y este, y todos los cuatro no se quitan de la tabla negra. ¡Qué les pase después, no sé!
- No importa. ¡Todo esto es porque nosotros estamos solteros! —respondió con una sonrisa el dzhiguit y le guiñó el ojo a Zhamal nuevamente—.
- ¡Pensaba que solamente tenía bizco el ojo, pero resulta que él tiene incluso bizco el cerebro! — dijo Zhamal sin cohibirse—.
El dzhiguit se enrojeció y no respondió nada. El anciano ocupado con la collera, no alcanzó a oír sus amonestaciones y la miró.
- ¿Has dicho algo? — preguntó él—.
- No, no. Estoy hablando sobre los dientes de aquella máquina: decía que tiene los dientes torcidos.
- Con prisas no lo he notado, estaba apresurado, —respondió el anciano—, — la máquina ya está viejecita.
- La máquina es coetáneo del amo, —dijo con aire de burla el dzhiguit—.
- «¡Quien es burlón desde la juventud, en la vejez es un ridículo!» —decían en el tiempo antiguo. ¡Piénsalo! — se dirigió el anciano al dzhiguit, dándole la collera arreglada.
El dzhiguit, musitando las palabras de agradecimiento, salió perplejo de allí.
- ¿Quién es él? —preguntó Zhamal después de que se fue—.
- Es nuestro Bekbau. Yo hago, él lo pierde. Yo reparo, él rompe. Y no tiene vergüenza. Yo no aguanto las pulgas. Se lo meto por los ojos. Y él a todo me dice "no importa", y nada más.
Zhamal se echó a reír.
Entró Mayra y puso el mantel. Zhamal seguía cada movimiento de la joven ama de casa. La niña hacía ágilmente cualquier trabajo. Las tazas estaban limpias, el samovar brillaba, sobre el plato había galletas calientes y el aceite brillaba. Habiendo preparado todo, tomó un jarro y un perol pequeño, y acercándose al padre, se inclinó ante él. Lavándose y secándose las manos, el anciano se sentó a la mesa.
- ¿No es hora de ordeñar a la yegua? —preguntó él—.
- Ustedes quédense sentados, ya se lo he pedido a Bekbau, me la ha ordeñado, —respondió la niña—.
5
Zhamal estaba en la cima de una colina. El sol logró ponerse sobre la estepa amarilla. El polvo espeso que se levantaba de todas partes, se dispersaba despacio en el aire silencioso. De algún lugar se oía a lo lejos una canción. La vida en el aúl hervía. Las manadas han llegado de la estepa. Volvía del trabajo la gente. La calle estaba llena de niños que jugaban y unas aves de corral.
Zhamal observaba todo lo que pasaba a su alrededor. Sus ojos se han detenido en una casa, cuyas ventanas brillaban con los rayos del sol poniente. La casa era completamente blanca, nueva, se veía alegre y confortable. A las puertas una mujer joven ordeñaba una vaca. En ese mismo lugar, a su lado, un niño arreglaba una cometa. Por el camino, del trabajo venía el amo, mirando despacio los árboles del jardín. El muchacho ha pegado un salto y a quien llega el primero con un perro de corral overo se ha lanzado al encuentro del padre. Los dos han saltado directamente a su pecho. El padre le ha dado un beso al muchacho, ha acariciado al perro, y los tres se han dirigido hacia la casa. Incluso la mujer que ordeñaba la vaca se ha puesto de pie.
Se sentaron. El perro de corral overo, poniendo la cabeza en las patas delanteras, escuchaba con atención las voces de los amos. Su conversación en voz alta llegaba claramente hasta Zhamal.
- Camino de casa he decidido, —dijo el amo —, — comprar una bicicleta. ¿Qué piensas?
La mujer no alcanzó a responder, cuando el muchacho comenzó a saltar y a dar volteretas del entusiasmo.
- ¡Hurra! ¡Yo voy a montar en la bicicleta! —exclamó él—.
Si ya lo habéis decidido con Serikzhan, que puedo hacer yo... ¿Solo con qué vamos a comprarla? —preguntó la mujer—.
- Gracias a Dios, la cosecha no es mala.
- También se necesita para vivir.
- Vamos a hacer cuentas. Tengo quinientas jornadas de trabajo, y tú tienes...
- Hasta ahora solamente doscientas cincuenta.
- Bueno, de alguna manera alcanzará cien más. ¡Haz cuenta! Ochocientas cincuenta jornadas de trabajo, un kilo por ocho, no menos... Nos quedarán doscientos puds de sobra.
- Primero cómprame un abrigo, y después ya será la bicicleta, —dijo la mujer—.
Era visible que la mujer era muy poco hábil en la aritmética, y el marido disputaba gracioso con ella bromeando.
Zhamal, escuchando su conversación, sonreía. Calculó para sus adentros los ingresos de esta familia y logró añadir ya a la bicicleta y el abrigo incluso un chal de seda y unas botas. «¿Dónde pondrán tanto pan?» —pensaba ella con envidia—. Le parecía como si ella trabajara ya en el koljós, como si ella fuera una obrera de choque. Ellos tienen con Olzhabek la misma casa de ladrillo nueva, ellos juntos con Sagintay están sentados del mismo modo junto a la casa y están hablando... De repente ha vuelto en sí y se ha visto solitaria. Se le han saltado las lágrimas, pero nadie oía su llanto. En el jardín, junto a la casa nueva, con una risa alegre estaba conversando la familia feliz.
Puestas las manos a la espalda, se le acercó lentamente el anciano Shainbay. Ella secó rápidamente las lágrimas. El sol ya se había puesto, el ruido en el aúl estaba apagando. El anciano se le acercó y poniéndose a su lado, sacó sus kumalaks1.
- Vamos a adivinar, hija, de esto peor no será.
- Está oscuro ya, no verás nada.
- Aún se ve.
Zhamal se extendió el faldón de su kaftán. El anciano para distraer a Zhamal de los pensamientos tristes tiró las piedrecillas.
- Por mucho que adivino sobre ti — siempre sale la realización de tus deseos. Otra vez ahora, mira, «el sector cinco» significa alegría y risa, "el corazón" de nuevo la alegría, "la corona" el éxito en tu oficio y tranquilidad. Significa que os veréis. Repetir la adivinación no vale la pena, —dijo el anciano, recogiendo las piedras—.
Los ojos de Zhamal comenzaron a brillar de la felicidad.
- ¡Si se cumplen sus palabras, ¡el bayo oscuro será suyo!
- ¿Para qué quiero yo tu caballo? Basta que dios me dé felicidad.
- ¿De quién es esa casa? —preguntó Zhamal, señalando la pequeña casa nueva de ladrillo que ocupaba sus pensamientos—.
- Es de Kerim. Él siempre va a la cabeza de todos. Es un dzhiguit hábil. Ha construido la casa, ha hecho muchas jornadas. Y su mujer es aún más hábil: es ama de casa, y trabaja en el campo. Dicen que la nombrarán la jefa de brigada.
- Ella hace mal las cuentas.
- Un contador la ayudará a hacer las cuentas. Es difícil saberlo todo. Cada trabajo tiene sus propio lenguaje. Muchos no lo comprenden. Allí está otra casa, es de Kudzhan. Se le acerqué una vez en el campo — ¿y qué es lo que veo? Está parado y sacudiendo el arado. Dice que la tierra se ha secado. Yo palpo la tierra, aún no se ha secado, se puede arar. Y la longitud de la reja de arado es de un dedo y los bueyes tienen los cuellos rozados por el yugo. ¿Pero bueno, cómo a le va a salir bien el trabajo? Y él culpa a otros: «El trigo no ha crecido, el koljós es malo...»
1Kumalaks— Cuarenta y una piedrecillas para la adivinación.
Siempre tranquilo, lento, sensato, Shainbay se hizo el maestro para Zhamal en su nueva vida. A Zhamal le parecía que se había trasladado del viejo campamento a un nuevo y este nuevo lugar es más puro y alegre. Sin embargo, los pensamientos sobre los desdichados Olzhabek y Sagintay no la dejaban ni un minuto. Veía a su marido e hijo andrajosos y hambrientos. Cansada de estas visiones, ella ensillaba el caballo, galopaba a la estepa, por los aúles vecinos, preguntaba, pero no podía encontrar ninguna pista. Y ahora, cuando estaba con el anciano, la inundó la desesperación. Se dirigió hacia él, como a un salvador.
- Aconséjeme padre, —dijo con aire suplicante—. — ¿A dónde debería ir ahora? ¿Dónde debo quedarme? ¿Qué debo hacer? Hay felicidad alrededor, la gente vive con alegría, en cambio yo tengo el alma sombría. Dígame... Su palabra para mí es un talismán, y su consejo, medicina.
Anocheció. El aúl se calmó. Solamente de vez en cuando se oía ladrar a los perros. El anciano se movió.
- Esta vida inconstante, hija, es el mercado de la alegría y la pena. Tú has tenido muchas desgracias. Necesitas paciencia. ¿Soportarás acaso? Entonces puedo decir una cosa.
- Lo soportaré todo padre, dígame.
- Si es así, entonces escucha. No te traslades a ninguna parte de este lugar. ¡¿Y bien, a dónde podrás ir?! ¿A buscar a tu marido e hijo? Pero, sin embargo, deben estar en algún sitio por aquí, en estos territorios. Incluso tus parientes están lejos, y el camino es peligroso. Los bandoleros pueden atacar de nuevo y te secuestrarán. Para mí no eres una carga, vive aquí tranquilamente. Sé una hermana para Mayra. Dios permite, volverás a ver a tu marido e hijo, y yo compartiré tu alegría. Ensilla cada día después del trabajo tu caballo y ve, busca. Conoce a la gente, nota lo bueno y lo malo. La gente apenas ha comenzado a vivir una nueva vida, no todo y no en todas partes está bien. Observarás y encontrarás tu lugar. Incluso el gorrión hace su nido. El anciano se levantó, y los dos fueron lentamente a la casa.
CAPÍTULO CINCO
1
En el claro cielo brilla el sol, todo lo vivo goza de la vida, y a lo lejos en el horizonte se reúnen las nubes negras, relampaguea, se aproxima una tormenta implacable. La amenaza del ataque de los fascistas está sobre el mundo. En este momento salió una disposición del estado mayor del país socialista, del Sóviet de Comisarios del Pueblo y del Comité Central del partido Comunista: garantizar una cosecha estable en las regiones áridas del sudeste de la URSS.
Estas palabras circunvolaron el país como un relámpago. Pasando de boca en boca, especialmente se discutían ampliamente en las regiones del sudeste...
Shiganak estaba solo en la era. El grano había sido trillado y metido en sacos. Se levantan alrededor pilas de residuos de la trilla y del polvo de los granos. Pero las preocupaciones de Shiganak no han acabado aún. Junto a él se encuentran abandonados dos haces de mijo sin trillar; él arranca unas espigas, las pela en la palma y sonríe mirando los granos. Él ha descascarillado ya un pequeño saquito y, como un niño que juega con la arena, examina los granos echados. Ha pasado tanto tiempo que incluso un niño atraído por el juego, hartándose, abandonaría este juego y se iría a casa, pero Shiganak continuaba todavía examinando el mijo, escogiendo algunos granos.
Detrás se le ha acercado silenciosamente Olzhabek. Sosteniendo una taza en cada mano, con una amplia sonrisa él le ha entregado ambas a Shiganak.
- ¿Qué pasa? —preguntó Shiganak—.
- No hay ninguna diferencia. Ten, prueba tú mismo.
Shiganak tomó las dos tazas de mijo limpio cocido en leche, se echó a reír alegremente.
- ¡La gente me llama duana, pero la verdadera duana eres tú!
- No, tú eres una duana. Pruébalo, primero bebe.
Bebiendo un poco de una y un poco de otra taza, Shiganak las vació ambas.
- Dame un poco más, no he logrado comprender.
- ¡Fíjate cómo eres! ¡No ha logrado! ¡Mejor confiesa que no tienes razón!.
Esta disputa surgió hace mucho. Cuando el mijo estaba madurando, Shiganak, dando una vuelta alrededor de los terrenos, arrancaba las espigas y las ponía en un saquito. Continuaba así varios días. Olzhabek que lo seguía a todas partes sin intuir de qué se trataba el asunto, no soportó y algún día le preguntó:
- ¿Para qué arrancas las espigas?
- ¿Cómo para qué? ¡Para comer!
- ¿Acaso no tienes suficiente mijo?
- Tú no comprendes. El mijo Arrancado y pelado con las manos a veces es más dulce que la miel, — como si entregara un gran misterio, explicó Shiganak.
- ¡Ya lo comprendo! — se asombró ingenuamente Olzhabek.
Él también anhelaba probar el mijo que era más dulce que la miel y volviendo del trabajo, arrancaba también, lo pelaba y hoy ha probado cocerlo con la leche. Pero no ha notado ninguna diferencia del mijo corriente. Y aquí él ha traído en dos tazas kozhe, el mijo limpio preparado del mijo corriente y del pelado con las manos para demostrarle a Shiganak su error.
- Siéntate, hablaremos en serio, — dijo Shiganak. — Aumentar la cosecha del mijo no significa aumentar solamente el área de la siembra, es necesario también escoger las semillas buenas. El mijo blanco del Uil no es puro: mira, aquí hay granos blancos, rojos, y algunos grisáceos. Cuando el mijo madura, unas espigas se hacen densas, como un repollo, y otras se desmoronan. El grano más germinativo es el de las espigas densas: y no se cae así, cuando madura, incluso en el calor sofocante permanece estable. Por eso escojo las mejores espigas.
- ¡Oh, Shiganak! ¡Qué se resequen todas tus entrañas! —dijo Olzhabek. —¡Has encontrado de nuevo una preocupación!
- En esto no hay una preocupación especial. Llevo cinco años seleccionando el grano y he recogido lo suficiente, pero sembraré este grano en nuevos terrenos. ¡Conviene trasladar la máquina a un nuevo lugar, con esto habrá más preocupaciones, tal vez!
- ¡E-e-e! — alargó Olzhabek, imaginándose ya el comienzo de nuevos trabajos duros. —¡Tú eres una persona intranquila! ¿A dónde llevaremos de nuevo la maquinaria? ¿Y cavaremos de nuevo los surcos?! ¡En mi opinión, donde has llegado, allí permanece firme!
- ¡Si te endureces, te romperás! —objetó Shiganak—.
- Que me rompa. ¿Para qué te doblas?
- ¡Ay, Olzhabek, Olzhabek! —dijo Shiganak—. —Es necesario, te rompes, es necesario, te doblas. Yo me doblo en beneficio de nuestra empresa.
- ¿Sí? ¿Qué malo para ti tiene el lugar viejo? La máquina da tanto, cuanto darían tres norias.
- ¿Por qué no da tanto, cuanto darían unas diez?
- ¡Y yo que sé!
- Tú no sabes, pero lo yo sé. La tierra es escabrosa, y el suelo es malo.
Olzhabek reflexionó. Shiganak continuaba separando el grano. Sin hacer caso a Shiganak y Olzhabek sentados en la era llegó volando una bandada de gorriones y se sentó en un montón de mijo. Shiganak al dejar su trabajo, se levantó del sitio silenciosamente y empezó a asustarlos cuidadosamente hacia el centro. En medio de la era había granos echados y colocadas las redes. Olzhabek no lo notó desde el principio.
- «¿A dónde va? — pensó Olzhabek siguiendo los movimientos de su amigo. Viéndolo cazar los pájaros, se alarmó seriamente: — ¿No habrá perdido la cabeza?»
Los gorriones se alejaron ruidosamente y desaparecieron. En el lugar, enredados se movían algunos pájaros. Shiganak los puso frente a Olzhabek junto con la red.
- ¿Qué, serás un niño para torturar a los pobrecillos?
- Ellos son nuestros enemigos principales, —objetó Shiganak—.
- Olzhabek reflexionó en el traslado de la máquina y en los nuevos canales.
- ¿Y qué dirá Token de esta ocurrencia?
- Token discutirá, por supuesto. Ya que él es quien puso la máquina allí donde está ahora.
- ¿Entonces que empezarás de nuevo la riña?
- No, parece que ahora se han vuelto más condescendientes. Puede ser que cedan sin ninguna riña.
- Si hacerlo, hay que hacerlo pronto, antes de que comiencen los fríos, —concluyó Olzhabek, rindiéndose ante su amigo obstinado.
- Los fríos no significan nada. Lo peor sería si se tuviera que trabajar durante los trabajos primaverales del campo. Puede ser que hoy aclararemos todo. Token y Shangirey fueron a examinar el nuevo lugar.
- Ahí vienen tres,— ¿mira, no serán ellos?
- Son ellos, —confirmó Shiganak—, —Ahora debes sostenerte con firmeza. Una pequeña desavenencia entre nosotros puede echarlo a perder todo. A Token solamente eso le es necesario.
Shiganak echó el mijo en el saquito nuevamente. Estaba anudando el saquito, cuando llegaron Token, Shangirey y Sergey Alexandrovich, un nuevo agrónomo.
- El águila real en la vejez ratones caza. ¡Dicen que Shiganak por ahora se ha puesto a atrapar gorriones! —bromeó Token—.
Después del viaje a Aktiubinsk Token y Shangirey se hicieron más afables con Shiganak. Su conversación de hoy no amenazaba con convertirse en una lucha encarnizada como antes, sino que debía transcurrir más pacífica y tranquilamente, aunque cada parte sabía la enemistad disimulada del adversario.
- No diferencio a los dañadores pequeños y grandes, —respondió Shiganak con una sonrisa.
- Hemos examinado tu tierra, —dijo Token—. — En realidad la vemos cada día. No voy a juzgar sobre el suelo, que hable el agrónomo, pero entre el río y el campo fijado hay un montículo .
- Pero no estamos pidiendo aquel lugar en absoluto.
— Y lo que ustedes piden, se lo hemos dado a "Karakol".
- Ustedes han tenido mucha prisa. ¿Significa, que según ustedes, nosotros no debemos mover la máquina del lugar anterior?
— Este es asunto suyo, he expresado mi opinión, —respondió Token—.
Shiganak reflexionó.
- Le han entregado a "Karakol" el terreno al que hemos hecho la demanda, —dijo Shangirey. —¿Por qué creen que ellos usarán esas tierras mejor que nosotros? —le preguntó a Token.
- ¡Ayer establecieron la máquina en un lugar, ¡hoy quieren trasladarla a otro! ¿Así van a cambiar de un lugar a otro? —objetó Token —.
— Anda, piensen ustedes mismos: ¡¿cómo vamos a quedarnos allí?! — persuadía Shiganak.
- Ustedes dijeron que para el regadío del agua esto sería lo mejor, y pusieron la máquina en la abierta estepa salífera. ¡Qué cosecha habrá ahí! —se entrometió Shangirey —.
- No les hacía ponerla allí. Ustedes estuvieron de acuerdo. ¿Acaso la máquina puede mejorar el suelo malo?
Shangirey no supo que responder.
- Es cierto que se acordaron todo con nosotros, , —dijo Shiganak—. — También es cierto que el suelo es malo, inservible. Dios sabe quién es el culpable aquí. Pero es necesario poner más mijo. Si con una máquina nueva, en una nueva tierra sembramos nuevas semillas, podemos lucirnos entre otros con la cosecha. Yo de todas maneras insisto que nos den el terreno que hemos pedido.
- He dicho que ya había sido entregado.
- Si es así, no hay nada que hacer. Tendremos que alisar e igualar nuestro montículo, —dijo Shiganak—.
Shangirey comenzó a agitar las manos.
- ¡Qué te pasa! ¿De dónde sacaremos tanta gente? Rellanar el montículo es poco, habrá que cavar los canales, alzar la tierra virgen. ¡Todo esto no es una broma!.
- El mijo es más costoso que todo lo demás, y las cosas costosas no se dan fácilmente, —objetó Shiganak—. Tú déjame a mí ese asunto. No me detendré en la mitad del camino.
- ¡Está bien, que sea como ustedes quieran! —consintió Shangirey después de una breve vacilación.
Shiganak lo miró a Token.
- Quiere decir que después de todo nos trasladaremos con la máquina. ¿Hay alguna objeción?
- No digan después que yo los he trasladado, —dijo Token—. — Sergey Alexandrovich, anote que yo estoy en contra, pero que les permito proceder a su manera. Sin embargo, de todas las pérdidas posibles tendrán la responsabilidad personalmente Shangirey y Shiganak, que den un recibo. Yo siento que esto no teminará nada bien.
- Sí, aquí es necesario pensar. Al empezar este trabajo, hace falta terminarlo, —respondió el agrónomo que antes callaba—.
La mención de un "recibo" se alarmó a Shangirey.
- ¿Qué recibo, Token? Das la autorización sin este.
- No, aquí el asunto es particular. Si no quieren darnos el recibo, traigan un papel con el permiso del comité ejecutivo regional.
- No puede ser, —objetó Shiganak. — ¿Acaso la región responderá por nosotros? ¿Si crees, denos así, sin no crees, tome el recibo.
Después, Shangirey, no me reproches, —dijo Token con amenaza, notando su vacilación, - Te he advertido: eres el presidente del koljós, te pedirán cuentas.
El asunto era serio, importante, y era necesario estudiarlo bien. Shiganak solicitaba, luchaba y con todo ha obtenido la máquina. Sin embargo, la máquinaria no ha dado el beneficio que se esperaba. Ahora, en relación al traslado de la máquina a un nuevo lugar, todavía les esperaba un gran trabajo. Si ellos no lo terminan hasta el invierno, el koljós se encontrará en una situación muy difícil. Token, como deseando enredar más el asunto, no se puso de acuerdo en concederles el terreno que ellos habían exigido y además les obligaba a rellanar el montículo bastante alto que estaba entre el río y el campo designado.
- ¡Shangirey! — dijo Shiganak, — si te has metido hasta la cintura, métete hasta la garganta, si te has metido hasta la garganta, métete hasta las orejas! Si me has encargado en serio este asunto, entonces, si fracaso, tú tampoco podrás evitar la desgracia. Dame la mano. Aquí no hay nada que temer. Con las mujeres y los niños nosotros somos cerca de doscientas personas. Todos trabajaremos.
- Siete pecados y una penitencia, — asintió Shangirey manoteando—.
Token en silencio sacó un trozo de papel y empezó a escribir.
El agrónomo estaba recostado al lado y no se entrometía en la conversación. Otros agrónomos, llegando al koljós, regañaban, alababan, daban consejos, y este permanecía como si fuera un espectador ajeno. Él mismo no dice nada, sino que hace hablar a otros, a veces saca su cuaderno y anota. Este día se vieron por segunda vez. Shiganak lo miraba todo el tiempo, entrecerrando los ojos, y al final no soportó:
- ¿Compañero agrónomo, cuál es su opinión? Ya que usted ha recorrido, ha visto.
- De momento no les diré nada, — objetó el agrónomo—, —Si es posible, denme solamente un puñado de sus nuevas semillas.
Shiganak le dio un puñado del mijo.
Karibay nunca antes había estado en tal apuro. Shiganak y Shangirey por su riesgo iban a llevar a cabo una empresa importante. De este asunto dependía el éxito o el fracaso de todo el trabajo koljosiano. En ambos casos, los culpables de la derrota o de la victoria serán los comunistas del koljós, y el primero de ellos, el secretario de la organización del Partido, Karibay.
Al volver después de las clases de la escuela, Karibay ya ha logrado organizar una reunión de los comunistas, redactaron un plan del trabajo, y se distribuyeron entre ellos las obligaciones. Mañana por la mañana se debe levantar a todos los koljosianos al trabajo. Karibay decidió hablar de nuevo esta noche con Shiganak y Shangirey y los invitó a su casa. El resplandeciente samovar lleva haciendo el ruido desde hace mucho, y Karibay está esperando a los invitados. Está pensativo.
En la calle aún no ha cesado el ruido de los cascos de caballos. El koljós no puede tranquilizarse. La mayoría de los koljosianos están en el pastadero, en la siega del heno. Shangirey y otras diez personas han puesto yurtas en un claro para el verano y ahora viven en ellas. Los pregoneros recorren las casas y las yurtas dispersadas y lejanas, informan a los koljosianos sobre la salida al trabajo mañana.
- ¡Buenas tardes! — se oyó la voz de Shiganak que entró por la puerta. Esta vez también trajo a Olzhabek consigo.
Karibay salió al encuentro de los huéspedes, invitándolos a pasar a la sala. Detrás de Shiganak y Olzhabek entró Shangirey. Todos se sentaron alrededor del mantel sobre el que había té cargado con nata y la harina de avena frita con crema de leche y huevos. Paulatinamente se entabló una conversación.
- ¿Se han preparado bien para el nuevo trabajo? ¿Todo lo han premeditado? —preguntó Karibay—.
- Pregúntale a Shik, —respondió Shangirey—, — Yo le he encargado todo el asunto a él.
- Yo solo sé una cosa: ¡no debe haber ni miedo, ni pereza! ¡Actúa unidamente y habrá éxito! —dijo Shiganak y movió la taza vacía—.
Shangirey le sirvió de nuevo el té.
- En mi opinión, —dijo Karibay—, — no conviene enviar a todos al trabajo y es necesario dividirlos en brigadas y a cada brigada darle su parte. La junta directiva del koljós pondrá la bandera roja circulante que estará siempre en la parte de la brigada delantera. Ustedes saben el proverbio: «No son necesarios mil elogios, que haya en las manos un premio». Yo invito a escoger dos terneras para premiar a las mejores brigadas.
Shangirey saltó.
- ¡Ni lo menciones!
Esta proposición no le gustó tampoco a Shiganak.
- ¿Dividir en brigadas y darles los terrenos, esto suena bien —dijo Shiganak, acariciándose la barba, — ¿pero un premio?! No lo comprendo. Cada uno trabaja para sí mismo. ¡Acaso puede haber algo mejor que este premio!
- No todas las personas creen en el deber, Shika. Sería mejor si hubiera algo que les ayudara a despertar el interés por el trabajo.
Los ojos de Shiganak brillaron.
- Quien no crea, no lo harás. ¿Qué nos quedará, si se reparte en regalos el ganado público? —dijo con irritación—.
La conversación se interrumpió. Todos se concentraron en el té. Cuando las grandes gotas de sudor comenzaron a descender de las frentes, Karibay volvió de nuevo a la conversación:
-Esto no lo he inventado yo, sobre esto se trata en el estatuto del artel, el partido y el gobierno prestan atención a esto. Ya que esto se hace para estimular a la gente. El estímulo eleva el deseo de trabajar, y todo va más alegremente.
- Habla correctamente. Con ganas removerás la montaña, —intervino Olzhabek que antes callaba.
- Ya era hora. ¡Nos han apretado desde dos lados! —sonrío Shiganak ablandándose. —Si Shangirey me ha dado el poder, entonces en este asunto yo se lo doy a Olzhabek.
Esta vez el callado Olzhabek no tardó:
- ¡Si asignan premios, yo seré el primero en participar en la competición!
- ¿Y tú por qué estás callado? ¿No te gusta? Habla sin ambages, —se dirigió Karibay a Shangirey—.
Shangirey estaba en una situació embarazosa. Le concedió todo a Shiganak y ahora no podía retirar su palabra. Y no retirarla tampoco es imposible, pueden escapar dos cabezas de ganado del rebaño koljosiano. ¿Cómo entonces reemplazarlos? Shangirey se desconcertó.
- Yapiray, Shika, —dijo él tras un silencio— parece, que ustedes no han pensado ¿Y cómo puede ser esto con el plan de ganadería?!
- No, lo he pensado, —objetó Shiganak—. —Si tu plan de la ganadería no se cumple, entonces me tomarás dos terneros. Sólo para que esto no afecte al asunto.
- ¡Está bien, estoy de acuerdo! —dijo Shangirey, serenándose—.
3
Gran cantidad de ketmens con enzañamiento rajan el pecho de la tierra, levantando unas nubes del polvo. La gente trabaja dividiéndose en grupos.
Con vehemencia trabajan dos grupos: uno femenino encabezado por Zhanbota, y el de los hombres que dirige Amantay.
Los dos van, cavando el montículo, al encuentro de uno a otro. En la cima del montículo, en el lugar de la meta de las brigadas que compiten, está colocada la bandera Roja.
Entre Zhanbota y Amantay las bromas, disputas y la rivalidad persistente en todo ahora se han convertido en una competencia en el trabajo. La victoria de la brigada del adversario en esta competencia cada uno ellos la tomaría por una derrota personal. La rivalidad entre Zhanbota y Amantay ahora se ha convertido en la rivalidad entre los hombres y las mujeres. Shiganak, Shangirey y Karibay, parados en la cima del montículo, cerca de la bandera, los incitaban a competir:
- ¡Las mujeres toman la delantera!
- ¡Los hombres, avancen, avancen!
Y los ketmens caían aún más exasperadamente. Bajo sus golpes se estremecía el montículo.
Ayislu, levantados los faldones del vestido al cinturón de los pantalones, subió corriendo al montículo y, dirigiéndose a los hombres que trabajaban en el fondo de la una zanja profunda, de la cual solo sobresalían sus cabezas, en voz alta empezó a cantar:
Aquí, en la montaña,
Una ternera viva muge...
¡A tí, seduce tu apariencia! —
Cualquiera procura obtener.
Delante de todos está Olzhabek,
Él atraparía a la ternera:
Sí, solo que parece que se ha olvidado,
¡Qué no hay agilidad y ni fuerzas!
Está parado Amantay, chillando,
Como un cachorro al elefante...
¿Y en el montículo, ¿de quién es la culpa? —
¡No se rellana la cima!
Amantay y Olzhabek,
¡No se esfuercen! Su trabajo es en vano:
Uno es tuerto, y otro, calvo... ¡Ambos— ayayay!
Amantay levantó una bola de arcilla y se lanzó hacia ella.
- ¡Fuera de aquí!
Ayslu huyó. Los que se encontraban parados en la colina empezaron a reírse a carcajadas.
Encima del ojo de Amantay estaba una huella del absceso, y en la cabeza de Olzhabek le quedaba una cicatriz después del golpe que le propiciaron los bandoleros con la maza. Ninguno de ellos era tuerto ni calvo, pero esta maldita Ayslu los deshonró. El honor de la brigada de Amantay fue ofendido.
- ¡Tuertos y calvos, pero de todos modos no son para tí! —le gritaron todos a la burlona—.
- No hagáis bulla, muchachos, —dijo Amantay—, —Esto le ha enseñado Zhambota. ¡Que muchacha tan temeraria! ¡He aquí como intenta ganar! Es que este asunto no es de mujeres.
La canción de Ayslu le ofendió incluso a Olzhabek. Se quitó el gorro y les mostraba su cabeza a todos:
- ¿Dónde tengo yo una calva? Esta cicatriz es la huella del garrote. ¿Por qué está mintiendo?
- No han adelantado un poco y por eso se han enfurecido, — los tranquilizó Amantay—.
Olzhabek agarró silenciosamente el ketmen y comenzó a horadar la tierra. Cada trabajador tenía su norma medida, y él ya estaba por concluirla. Ayislu estaba en lo cierto, cuando decía que él va delante de todos.
- Dame una norma más, —le dijo Olzhabek a Amantay—.
Amantay en seguida le midió dos, y Olzhabek no quiso discutir.
Sonriendo, a los hombres se les acercó Shiganak, mientras que Shangirey y Karibay se dirigieron a la brigada femenina.
- ¿Cómo es posible, muchachos? — dijo Shiganak. — ¿Las mujeres exigen la bandera?
No le respondieron, como si nadie lo hubiera oído. Inclinándose hacia abajo, los hombres levantaban y bajaban rápidamente los ketmnens pesados y retumbantes. Shiganak se acercaba a cada uno y examinaba el trabajo.
- No te apresures, —dijo él, acercándose a uno de los koljosianos — . —Quien corre mucho, se cansa pronto, quien va tranquilamente, no sudará en todo el día. Tú tiras lejos el ketmen. Déjamelo.
Volaba relajadamente y con precisión el ketmen en las manos de Shiganak. Él no se acaloraba, y se avanzaba tranquilamente adelante, disminuyendo con cada paso la distancia hacia la meta. A un observador extaño le parecería, mirando a Sahiganak, que no había nada más fácil que cavar la tierra con un ketmen.
Se les acercó Amantay y comenzó a regañar al koljosiano.
- ¡Trabajas peor que una mujer o que un anciano! Y por aquellos, como tú, se nos escapa la bandera. ¡Ofendes el honor de la brigada!
- ¡Espera, espera!, ¡tranquilízate! - lo detuvo Shiganak, levantando la mano—. —El jinete dirige al caballo. Un buen jinete no dirige así. Ordenar es lo más fácil de todo. Tú muéstrale, cómo trabajar. Mira al muchacho le sobran las fuerzas, no le falta la habilidad. ¿Mira tus cinco dedos, son acaso todos iguales? —Shiganak, abriendo los dedos, los puso delante la nariz de Amantay y se fue.
Pero sus palabras no le convencieron a Amantay. No lo gustaban los razonamientos tranquilos de Shiganak en la temporada de la actividad febril. Amantay fue tras el anciano. Ellos se pararon cerca de Olzhabek.
Si se tomara a toda la gente por los niños, como ustedes los toma, entonces es necesario enviarlos a la escuela. O es necesario dejar sus consejos cariñosos.
Shiganak lo miró fíjamente.
- ¿Qué daño te han causado mis consejos?
- Con ellos las personas comienzan a serenarse y pasar de la raya.
- ¿Y cómo, según tú, se debe actuar?
- Es necesario ser más firmes, sostener con más fuerza a las personas en las manos. Decisión tomada, norma medida, que las cumpla como quiera—.
La decisión es igual para todos, pero las personas son diferentes. Es necesario tenerle a cada uno su enfoque.
- En mi opinión, la persona debe poder hacer sola en el minuto más difícil.
Shiganak pensativo no respondió. Tenía las cejas enmarañadas penosamente. Suspiró silenciosamente y se sentó, observando a Amantay con una mirada tranquila.
- ¡Ay, querido! —dijo él—. —Tú no sabes sobre el pasado del kazajo. ¡Qué es lo que sobrevivió, infeliz! Fue atado de pies y manos, fue asaltado, y todo su camino de vida estaba cubierto con las piedras. ¡Incesante aflicción! Solo ahora empieza a recobrarse. Ayúdale, enseña. Lo que muestres, él lo aprenderá todo. ¡Mira, como trabajan! En verdad no se compadecen de sí mismos. Se requiere sólo la mente y la habilidad. Adáptate al carácter del pueblo. Con la mente vencerás a mil, y con la fusta no a más de uno.
- ¡Ey, Shyganak! Que carácter tienes... - dijo Olzhabek, levantando la cabeza. Sin haber acabado el pensamiento, sacó el tabaco y lo puso en su boca. —Piensas en todo. Si la gente fuera como tú, toda la vida sería otra... - Él se detuvo por una conmoción alegre sin encontrar palabras.
- ¿Qué saldría? —preguntó Amantay con un aire de burla—.
- Entonces sobre la espalda de la oveja las alondras harían sus nidos.
- ¿Y para qué necesitas las alondras? —continuaba Amantay—.
- ¡Déjate de burlar! —exclamó Olzhabek, amenazándolo con el ketmen.—
- ¡Anda, vamos, vamos a pelear! —le provocó Amantay y agarró el ketmen por el mango y al mismo instante lanzó un alarido—.
Todos alrededor volvieron la cabeza, pensando que de verdad habían comenzado una riña. Olzhabek nunca antes había armado alboroto bromeando. Él apretó a Amantay contra el suelo.
- ¡Suéltalo, suéltalo! —gritó Shyganak—, —Su alarido es peor que cualquier burla.
- ¡No lo sueltes, no lo sueltes, acaba con él! — se oyó una voz femenina—.
Todos vieron como Zhanbota, Shangirey y Karibay se acercaron desde la parte de la brigada femenina.
¡Pensaba que era una rata, y cuando he mirado, eras tú! —dijo Zhanbota y sin sacudirse el vestido manchado por la arcilla se sentó cerca de Shiganak—.
- ¡Bueno, sí, que soy yo! —respondió con desafío Amantay—.
- ¡Te vencen las mujeres y los ancianos! — dijo ella con burla—.
- ¡Las mujeres vencen a cualquiera, y a propósito de los ancianos habla en voz más baja, es un hércules!
- Para un ratoncito no existe nadie más fuerte que un gato, y para ti nadie más fuerte que Olzhabek, —dijo ella—. —Mientras tú aquí armas alboroto y aullas, yo tomo la bandera Roja.
- ¡¿Cómo es eso posible?! —exclamó Amantay con incredulidad mirando a todos—.
- ¡¿Zhanbota, lo dices en serio?! —dijo a quemarropa Olzhabek agitado, acercándose de un salto hacia ella—.
- De verdad, —respondió Zhanbota—.
- Hemos ido donde la brigada femenina, hemos estado donde la brigada de los hombres de Kabysh. Hasta ahora delante de todos va Zhanbota, —dijo Karibay—.
- ¿Cuántas normas da la mejor de ellas? —preguntó Olzhabek, sin imaginar que podría adelantarlo cualquier mujer—.
- Una y media.
- ¡Y yo tengo dos y media!.
- Sí, pero tu brigada se atrasa. ¿Acaso debo darte a ti solo la bandera? —objetó Karibay—.
Olzhabek permanecía sin comprender.
- ¿Quiere decir que juntos con la bandera tomarán las dos terneras?
- No, las terneras serán otorgadas, cuando todos los trabajos acaben, y la bandera siempre se encontrará en la brigada que avance más.
- No comprendo yo estos ardides, —dijo Olzhabek moviendo la cabeza—. — Shiganak, explícame.
- Amigo mío, el derecho está a su favor, —confirmó Shiganak. —¡¿Si no adelantarlos, acaso cederán?!, Karibay, has dicho qué brigada está adelante. Ahora di, cómo lo ha conseguido.
- Las mujeres vencen no por el número y sino con la astucia. En su brigada tienen la organización buena. Ellos tienen una bandera pequeña, y esta nunca permanece en el mismo lugar. Zhanbota la coloca constantemente cerca de la mujer que haya adelantado a las otras. Esto estimula a las trabajadoras.
- ¡Amantay, cae en la cuenta! —le aconsejó Shiganak—.
Shangirey, Karibay y Shiganak, tomando consigo a Zhanbota, se dirigieron al centro del montículo. En seguida después de su partida Amantay se acercó corriendo hacia Aytzhan y arrojó de su cabeza la cinta roja.
- No hagas travesuras, tendré una insolación, —protestó Aytzhan—.
- No hago travesuras. Tu pañuelo nos sustituirá la bandera.
Y, atando el pañuelo al extremo de una vera, Amantay la puso junto a Olzhabek. Pero el vencedor no estaba para los festejos, los pensamientos de Olzhabek estaban aún ocupados con la bandera grande y los dos terneras. Él ni siquiera miró la pequeña bandera, y se echó a correr hacia la grande. Adelantó a los demás y subió corriendo primero al montículo.
- ¡Anda, muchachos, mientras pasea por allí, vamos, adelantémoslo! ¡Qué estalle del enojo! —gritó Amantay—.
Estallaría Olzhabek o no, pero su partida resultó útil. Si no se hubiera ido, nadie se atrevería a tratar de adelantarlo, pero ahora, aún más rivalizando uno con otro, todos tomaron el ketmen.
Olzhabek se acercó corriendo hacia la bandera, desató a las terneras y las arreó.
« Zhanbota tal vez se apodere de la bandera y de las dos terneras junto con la bandera. ¡La bandera, por supuesto, puede ser que vuelva, pero estas terneras es poco probable que vuelvan atrás!» —pensaba Olzhabek—.
- ¿A dónde las has llevado? — gritó Shangirey reventando de risa—.
¡De todos modos una de ellas será mía! — respondió Olzhabek, sin mirar atrás—.
En la colina bajo la bandera, preparándose para entregársela a Zhanbota, Shiganak se echó a llorar por la alegría, su voz tembló, y dijo, deteniéndose ligeramente:
- Hija mío, te alegras de haber tomado la bandera, y estoy contento porque te la doy. El hombre siempre aspira la alegría y no puede saciarse de ella. Yo estoy lleno de la alegría y con todo esto anhelo más. Olzhabek se ha asustado, te ha robado las terneras. He aquí Amantay en su brigada ha puesto el bandera de brigada. Ustedes están contentos de aquello que ven ante sus ojos, y yo de adónde nos lleva todo esto. Yo quiero decir que es cualquier trabajo hay que hacer, de antemano sabiendo su importancia. Si crees en el futuro, entonces no te cansarás de ningún trabajo, esto te da la fuerza y el valor. Aquí estos ketméns que se levantan sobre la estepa desnuda no levantan el polvo, sino que espolvorean el mijo koljosiano. ¡Pero es necesario saber divisar el mijo en este polvo, aquí está la madre del cordero!
Zhambota, escuchando a Shiganak, no se movía, lo miraba a los ojos. Cuando acabó su discurso, se inclinó respetuosamente.
— Lo he comprendido, padre, —dijo y, aceptando la bandera Roja, se dirigió hacia la brigada—.
Amantay pensativo se encontraba de pie en la colina, pero al mirar a Zhambota, saliendo con la bandera levantada en las manos, se espabiló y juró:
«¡Si te dejo a ti esta bandera, que siempre permanezca abajo!»
4
La distancia entre la gente de la brigada de Kabysh era de un lazo entero entre uno y otro. Cuando cada uno ellos había cavado su norma, resultó el arik principal — el canal, cuya longitud era de una verstá. La bomba de agua levanta el agua del Uil y la trae al canal, y de él a través de una gran cantidad de pequeños cauces el agua se llega a los campos, a las siembras. En las regiones con los campos con regadío los koljosianos no dejan caer de las manos los ketméns desde la primavera incipiente hasta la recolección.
Parecía que Kabish había comenzado a rendirse. Él se apoyó en un montecillo de tierra, arrojada desde un arik, enfriando con su humedad su pecho acalorado. Aunque no era ni rico, ni bai, de todas maneras en tiempos antiguos no estaba acostumbrado al trabajo pesado. Hasta cuando entró en el koljós, no le forzaban hacer un trabajo particularmente duro. Y por falta de costumbre hoy él mismo, siendo el jefe de la brigada, le ha dado a la brigada un mal ejemplo: los otros miembros de su brigada se han extendido también a lo largo del arik excavado. Descansando, charlaban «de cosas diferentes».
Inquieta por el descuido inoportuno de los koljosianos tumbados, Eleusin se le acercó a Kabysh.
- ¡Kabish, la gente descansa en un momento inoportuno, es necesario que se levanten! — dijo ella—.
- ¡Hace calor, que descansen un poco! —respondió Kabysh, levantando la cabeza—. — Me temo que Shiganak haya pensado matar a todo el pueblo...
- ¿Acaso la gente trabaja para él?
- ¡Es una broma, una broma! — se dio cuenta Kabysh—. — Por supuesto, cada uno trabaja para sí mismo, pero de todos modos Shiganak es el que emprendió todo esto. Aquí extranjeros no hay. Y hablando entre nosotros: me temo que el pueblo no triunfará.
- ¿Qué estás diciendo? ¿Excavarán allí todo el montículo, y no acabaremos de cavar el canal? —volvió a preguntarle Eleusin con asombro—.
Kabish sonrió lúgubremente.
- En un año estamos cavando el segundo canal. Antes solo uno se hacía en algunos años. Cambiamos de terrenos. Nos trasladamos con la máquina... Antes había unas cinco hectáreas de riego. Y ahora se han puesto a regar cincuenta.
- ¿Qué piensas, no triunfaremos?
- ¡Triunfar y cumplir es aún peor! —dijo llorosamente Kabysh—.
- ¡¿Por qué?!
- Si no cumplimos, no pasa nada: ¡dónde no se perdiera nuestro trabajo! Y si lo cumplimos — seremos esclavizados. ¿Sembraremos y recogeremos más, no lo discuto, — ¿Cuál es el beneficio?
- ¡¿Te has vuelto loco? —exclamó asustada Eleusin—.
- Yo estoy sano, pero Shiganak es quien realmente ha perdido el juicio, —respondió Kabysh—. — Quiere dar de comer a todo el país con el mijo de kurman. Se levantó. —¡Ey, ya han descansado, levántense! continuemos escarbando.
La gente desmadejada al sol se levantó de mala gana y tomó sus ketméns. El sol ardía. En la estepa arenosa hace mucho todo ya se había desteñido. Cada movimiento hacía sudar, y uno como si se derritiera. Pero la voluntad y la fe ardiente en el futuro decuplicaron sus fuerzas, y los ketméns que se levantaban primero despacio, se movían más y más rápidamente.
Shiganak iba contoneándose, mirando por las partes y fijándose en todo. Sus ojos negros miraban con atención el futuro campo de la siembra por debajo de sus cejas enmarañadas. Se detuvo bruscamente junto a Kabysh.
- ¿Tendrás insolación o qué? —preguntó Shiganak—. —Tienes hundidos los ojos.
- Yo a tí no te pido la sombra, —respondió Kabysh con voz baja—.
- ¿La estepa es ancha, para qué debes pedirme a mí? ¡Quieres sentarte, siéntate!
- Si me siento yo solo, no pasa nada, pero ¿si todos se sientan?
- Una broma es una broma, pero te has pronunciado, —dijo Shiganak y llamó a Eleusin—. —¿No tendrás nada de beber? — le pidió—.
Eleusin trajo un torsuk negro que había enterrado en la tierra por la mañana. Al llenar la taza con shubat denso, frío y espumoso y se lo dio a Shiganak.
- Dáselo primero a él, —señaló Shiganak a Kabysh—. — Cuando tiene vacío el estómago, comienza a gruñir.
- Esta vez él gruñe no sin razón, —dijo Eleusin, vacilando si contarle a Shiganak sobre su conversación con Kabysh.
Kabish bebía el shubat en silencio.
Resulta que ustedes se han entendido bien sin ojos ajenos, —se burló un poco de Eleusin Shiganak—.
- ¡Casi nos hemos puesto de acuerdo, has llegado a tiempo! — respondió ella con una broma—, — Mejor di, ¿cuál es el beneficio para pueblo con estos tormentos?
- ¿Qué es lo que dices? ¿Se te ha recalentado la cabeza?
- Quiero saber qué recibiremos por este trabajo.
- Recibirás mucho mijo, y compra entonces lo que te sea necesario.
- ¿Puede ser que haya buena cosecha del mijo, y a mí que beneficio me traerá eso?
Shiganak arrojó la taza con enfado.
Eleusin sin haber dicho nada más se fue rápidamente. Shiganak, habiendo callado, se le dirigió a Kabysh:
- ¿Qué es lo que te molesta? —dilo francamente—,
- ¡Como si lo fueras a escuchar por primera vez! Ya te lo he dicho antes.
- Es verdad que lo dijiste hace mucho, —objetó Shiganak. — Es que yo pensaba que desde entonces te has cambiado. ¡¿O no?! Anda, vamos a penetrar en el asunto. Al principio huías del koljós. Después pedías y llorabas. Muchos estaban en contra de aceptarte, pero con todo te aceptamos. Después comenzó la lucha por la máquina. Tú apoyabas a Token. Token falló estrépitosamente. Cuando se levantó la pregunta sobre una nueva parte, tú solo moviste la cola y te quedaste aparte. ¿Puede ser que dudaras, pensaras que no triunfaríamos, y bien, ¿y ahora que dirás? Ahora dices que para obtener una gran cosecha se requieren muchas fuerzas. Esto es cierto. En el tiempo antiguo Durzhigul y Zhusupali para el invierno mataban tanto ganado, que ni siquiera mataba una tribu entera, pero ya que de esto ganaban nada, ellos cubrían sus gastos extorsionando al pueblo, y nosotros tomaremos nuestras inversiones de la tierra. ¿Por qué sigues temiendo?
- Temo al trabajo, —respondió Kabysh—. —El trabajo es duro, y aún lo añades. Es necesario darle al pueblo aunque sea un poco de tranquilidad. Que adquirir riquezas, como Durzhigul, es mejor quedarse pobre.
Shiganak calló mucho tiempo, meditando en las palabras de Kabysh, y al fin le respondió:
- ¡La raíz de tus palabras es una, y los retoños muchos: no lo comprenderás en seguida! Hablas correctamente: que ser bai, como Durzhigul, es mejor ser el pobre Kabysh. Durzhigul supo enriquecerse, pero no supo gozar de la riqueza y vivir, sin embargo Kabysh sabría vivir, pero no ha sabido enriquecerse. El koljós no es Durzhigul y no es Kabysh, él sabrá tanto enriquecerse como vivir. Tú quieres superar incluso la avaricia de Durzhigul: dices que el koljós no le dé nada a nadie, y en mi opinión, la alegría más grande de la vida — no es recibir, sino dar. Quién sepa dar, este recibirá, pero quien se haya acostumbrado solamente a tomar, este no puede gozar de la felicidad de un donante. En realidad trabajamos para nosotros mismos y solo le damos una pequeña parte al estado. Pero no estabas acostumbrado al trabajo desde la juventud. ¿Recuerdas, cuándo nuestros padres nos llevaron por primera vez a la siega del heno? Yo me acostumbré incluso antes del mediodía, y tú hasta el año siguiente seguías segando de mala gana. Incluso entonces te dejé como cosa perdida, y aún seguimos en el embrollo… Pronto cumpliremos los sesenta. Había muchos casos cuando podía renunciarte, pero me contenía. Haz lo que esté a tu alcance. No puedes trabajar en general, dilo. Puedes cazar, trabajar en la tienda, encargarte la recogida de la lana, el cabello, el acopio de la peletería. ¡Hay un montón de cosas! ¡Escoge lo que te apetezca! Y no soportaré más marranadas. ¡Piénsalo bien! - dijo Shiganak y con el paso ancho se dirigió a la bomba de agua—.
Kabysh continuaba sentado sin moverse como agobiado.
A pesar de que han pasado una vida larga juntos, Kabysh evitaba a Shiganak. «¡¿Qué ha visto él en la vida?! Él conoce solamente sus trabajos de campo y está satisfecho. El pobre tiene un alto concepto de sí mismo. ¡¿De qué entiende?! ¡Y cómo escuchar sus reproches! ¡¿Es posible que una persona que ha visto muchas cosas y gozaba de respeto los aguante?!
Detrás del montículo cercano apareció Token.
- ¿Y bien, como va nuestro trabajo? — preguntó Token, acercándose.
- Tirando. ¿Y cómo va a ir, puede ser que tú lo sepas? — respondió Kabysh, provocando a la sinceridad.
- Tú trabajas, y tú lo sabes. ¡De dónde voy a saberlo yo, cuando acabo de llegar!
- Yo puedo decir solamente lo que hay, y ustedes, las personas alfabetas, pueden juzgar lo que será.
- ¡Yo no soy Shiganak para predecir el futuro! — se echó a reír Token con frialdad.
Se miraron comprensivos.
- Token, has visto muchas cosas en tu vida. Quiero pedirte un consejo, —dijo Kabysh—.
- Pídelo, —respondió Token preparado. —Solo que no cada consejo ahora es conveniente. Bueno, no será úitl, lo arrojarás así.
- ¿Qué nos puede hacer la máquina? ¿Qué es lo que hace Shiganak? No puedo comprenderlo.
- Shiganak dice que tomará de la tierra lo que ella no puede dar, y la máquina lo ayudará.
- ¿Y es necesario atormentarse para esto?!
- ¡¿Por qué me lo estás diciendo a mí?! Yo ya dije lo que quería decir: «Los kazajos aún entienden poco de la agricultura. ¡No cojas lo que es imposible!» — les advertí. ¿Acaso me han escuchado? Ni siquiera ha pasado un año, y la máquina la están trasladando por segunda vez. Cambian de tierras para la siembra. Aunque se trasladen diez veces — siempre será la misma tierra, la misma estepa.
Kabish escuchaba inclinada la cabeza.
- La máquina en un mes devorará tanto como ustedes juntos en un año, —añadió Token—.
- ¡Oh, cuántos trámites! ¡Oh, cuánto trabajo! —gimió Kabysh.
- ¡Qué importa el trabajo! ¡¿Y si la estepa arenosa no les da nada a cambio, entonces qué pasará?!
- ¡Pues, no! Si hay agua, el trabajo no se perderá inútilmente, —respondió Kabysh, moviendo la cabeza.
Token se echó a reír con disgusto y se enrojeció.
- Me sorprende la gente, —dijo él, levantando la cabeza—. —¿Cuándo la arena daba lo que dan las tierras negras? ¡Y si el trabajo no es justificado, entonces para que gastarlo!
Kabysh se desconcertó: hace una hora temía que su abundante cosecha fuera dividida con otros, y ahora le parecía que no habría ninguna cosecha.
«¡Ay, maldita vida!» —pensaba él—.
- ¡Ey, Token! —dijo tras reflexionar un poco—. — Habrá o no la buena cosecha de este maldito mijo, de todos modos no se evitará la desgracia. Yo incluso sin mijo no me moriré. Dime, cómo es más fácil vivir.
- ¡Esto yo lo comprendo, un kazajo es un kazajo! —se echó a reír Token—, — Los kazajos somos ganaderos, nos hemos acostumbrado al vasto espacio de las estepas y a la vida despreocupada. El ganado pare sólo, se pasta sólo, y nosotros solo sabemos comer carne gratuita y beber el kumís. Nosotros no soportamos la vida sedentaria y no somos aptos para la agricultura. Ni siquiera vale la pena que nos involucren en esta ocupación. No, arar no es un asunto kazajo.
A Kabysh, sin embargo, tampoco le atraía la idea de la ganadería.
- Pastar el ganado también es un asunto difícil. Nombra cualquier otra cosa. Pastar el ganado es más difícil que cultivar la tierra. En la lluvia, el frío y la ventisca el pastor no conoce la calma. No quiero pasar frío en los años de mi vejez.
- Pues, entonces colócate como almacenero, solo si confían en ti.
- No, este también es un asunto inquieto.
- ¡Ya lo tengo! —exclamó Token—. — Ponte a cazar.
- Yo ni siquiera sé disparar.
A Kabysh no le gustaba ningún oficio, y reflexionó profundamente.
En ese momento en la estepa aparecieron el secretario del comité de distrito Ermagambet, Shangirey y Karyabay a caballos. Iban despacio, examinando el trabajo realizado. A su acercamiento los ketméns comenzaron a moverse más rápidamente. A los trabajadores se les comenzaron a hincharse las fosas nasales, y sobre sus frentes aparecieron las primeras gotas de sudor. Token y Kabysh se levantaron al encuentro de los jinetes.
- Aquí está Kabysh, nuestro jefe de brigada, —le presentó Shangirey a Ermagambet.
- ¿Cómo está el trabajo? —preguntó amistosamente Ermagambet—.
- Nada, va bien.
- ¿Quién es el primero en su brigada?
- Kabysh calló, pero Ermagambet no se detuvo:
- ¿O quién es el último?
- Todos son iguales, —musitó Kabysh, sin comprender el sentido de la pregunta sobre el primero y el último.
Las preguntas comenzaron a caer una detrás de otra:
- ¿Y en qué son iguales? ¿En los éxitos o en el atraso?
- Aún no se conoce, quién va delante.
- ¿Acaso están trabajando en parejas? —sonrió Ermagambet. ¿Cómo les va a ustedes en esta gran competencia? ¿Por qué la brigada no tiene una bandera cómo los demás?
Kabysh callaba fijados los ojos en el suelo. Si otro estuviera ante él, hablaría, pero a este le temía. Pero Ermagambet no lo dejaba en paz:
- ¿Cuáles son las dificultades en nuestro trabajo? ¿Cómo luchan contra ellas?
Kabysh tampoco supo responder a estas preguntas.
«¿No será el mismo jefe de brigadar la principal dificultad aquí?» —pensó Ermagambet, arreando al caballo.
Token y Kabysh fueron detrás de los jinetes, cruzando palabras silenciosamente.
- No le has caído bien al secretario del comité de distrito, —dijo Token—.
- ¿Y tú le gustas?
Token frotó la nuca.
Los jinetes iban un poco más adelante, despacio, examinando el trabajo, Ermagambet no se dirigía más a Kabysh. Los jinetes se detuvieron, se levantaron un poco sobre los estribos y de repente galoparon hacia adelante.
- ¡Incendio! ¡Incendio! —gritaron ellos—.
El humo espeso que se levantaba desde el lugar de la bomba de agua, se extendía despacio por el cielo, como una nube funesta, aunque la llama no se veía.
Shiganak hace mucho había llegado a pie a aquel lugar, a dónde todos solían ir a caballos, y se encontraba sentado encima del despeñadero junto con ayudante del mecánico Semby. Entre ellos sobre la hoguera había un perol.
- ¡En buena hora! —dijo Shiganak, mirando bajo la tapa del perol—.
El humo negro se levantaba de la leña verde, como de un tubo... De repente se oyeron ruido, gritos, el casqueteo de los caballos, y detrás del depósito de agua aparecieron los jinetes a sus caballos jadeantes, por poco derrumbando el perol y atropellando al mismo Shiganak. Al detener los caballos, volvieron a él.
- ¿Qué ha pasado? —preguntó Shiganak alarmado—.
- ¡He aquí lo que ha pasado! —explicó Ermagambet, indicando el humo de la hoguera—. — ¡Cómo nos han asustado! ¿Qué tienen ustedes aquí?
- Tenemos un poco de pescado. Estamos haciendo la sopa de pescado, —respondió Shiganak—.
El joven Semby apenas contenía la risa. Volvía las espaldas, daba vueltas con impaciencia por el lugar. Parecía que si alguien le tocara con un dedo, él estallaría de risa. Shiganak le guiñó el ojo a su compañero joven y empezó a colocar bajo el perol grandes trozos de estiércol seco.
- Pues, no hemos venido en vano. ¡De todos modos nos marcharemos después de comer la sopa de pescado! —dijo Ermagambet y se bajó del caballo.
Semby se sintió cohibido de repente, pero Shiganak confirmó como si nada:
- ¡Bueno, que el dios dé! No se irán hambrientos.
Mientras se hacía la sopa de pescado, todos se fueron a inspeccionar la máquina. Esta permanecía en reposo. El mecánico Fiodor, o "Shodyr", como lo llamaban los kazajos, no trabajaba ese día. Semby que no abría la boca cerca de él, ahora se sentía el dueño de la situación y hablaba sin parar:
- Encandecemos esta cabeza en el fuego, y entonces del tubo goteará el petróleo, y la cabeza se llenará de gas, y el gas aquí pasará a través del cilindro y empujará el émbolo hacia atrás. Y aquí esta rueda lo empujará al lado contrario...
Semby tocaba cada agujero, cada tornillo de la máquina, se ensució con el petróleo, pero no hacía caso de esto. Esto era el día de su festejo: no había nadie aquí que supiera más que él. La alegría del joven contagiaba incluso a Shiganak. Todos miraban la máquina, Shiganak miraba a Semby.
- Ahora él solo puede poner en funcionamiento la máquina. ¡No sé si Shodyr le enseña tan bien o él mismo resultó tan capaz! —dijo Shiganak—.
- ¿Pues por qué no? La máquina es simple, —respondió Token—.
- ¡Una vez dices que es difícil, otra que es simple! ¡Que dios te llame pronto, hasta que no hayas perdido el juicio! —dijo irritadamente Shiganak—.
- Dios ni siquiera piensa llamarme.
- Sí, también él toma solo a las personas buenas.
- ¡De nuevo los ancianos se han emprendido!—intervino Ermagambet—. —¿Quién de ustedes vencerá al fin?
- Si Token tuviera la razón, hace mucho lo habría dejado. ¡Cuántas veces lo han atrapado, y aún así no se rinde, maldito!
- ¿En qué me han atrapado? —se irritó el técnico hidráulico—.
-Cuando nadie veía la máquina, contabas sobre ella como si fuera algún dragón.
- Pero bueno, quien no la conoce, a este le parece terrible.
- ¡Y nuestro Semby la ha ensillado!
- Que lo haga. ¿Y qué provecho hay en ella?
- Espera y verás.
- Si antes ella no se muere de hambre.
- ¿Vaya? ¡Pues, eso lo veremos!
- ¡Quieres cultivar una montaña de mijo sobre el arena! —se echó a reír—
Semby que se había ido a alguna parte, volvió y algo le susurró a Shiganak. Su rostro resplandecía. Se ahogaba de la emoción. Shiganak se levantó.
- Vamos, —lo llamó a Token—. —Ahora dispersaré tus dudas.
Token y los demás lo siguieron.
El perol hervía sobre la hoguera. Sobre él se levantaba un vapor espeso. Todos se sentaron cerca de la hoguera, saboreando de antemano el ofrecimiento. Shiganak destapó el perol.
Todo nuestro pescado se ha derretido en la grasa, miren, —dijo Shiganak—.
Con el pescado graso siempre es así, —hizo notar alguien—.
Todos se reunieron cerca del perol y, volviéndose hacia atrás, miraron a Shiganak con asombro.
- ¡¿Qué es esta grasa?!
- ¿Para qué está aquí el petróleo?
- ¡Oyboy, pero en el fondo del perol hay arcilla!
- ¡Ay, otagasy, solamente nos ha abierto el apetito! —movió la cabeza Ermagambet. —¿Para qué hierven el petróleo?
- Allá, en la estepa, detrás de aquella isba pequeña que se halla en la cima de la cordillera, — indicó con la mano Shiganak—, —comienzan los terrenos salíferos descubiertos. He pensado que el dios en realidad no pudo haberlos creado sin alguna utilidad. El barro es pegajoso, se pega a las manos. En la superficie del agua salada que se acumula en los hoyos, flota la grasa. «¡No sin razón! ¡Sí, aquí debe haber algo!» —pensé yo—. Pues, ahora llámenme «duana». En el perol está hirviendo la arcilla de aquellos lugares. Solamente tienes que escarbar, y el petróleo pronto brotará violentamente... Y ahora vengan conmigo. ¡El petróleo se ha hallado, esto es un gran asunto! Y que Ermagambet no eche de menos la sopa de pesacado, degollaremos una oveja, celebraremos.
Todos montaron a sus caballos, y Ermagambet se acercó a Shiganak.
- ¡Shika, le prometo el apoyo de toda clase en este asunto! Puede confiar en mí.
5
La vasta estepa secada bajo el sol se ha entregado a la tranquilidad. Por la tierra se ha extendido la niebla azul. Resplandecía la luna. En el Uil jugaba los peces asemejándose con cada golpe de agua al sonido de los colgantes de las doncellas y el sonido de un beso. Estando en vela, croaban las ranas. Todo lo demás permanecía en silencio.
La gente que luchó todo el día con la tierra seca descansaba. La bandera roja se levantaba orgullosamente a la orilla del Uil en el campamento de la brigada de Zhanbota. La misma Zhanbota no dormía. Sin desvestirse, se encontraba recostada bajo la cortina, sus ojos brillaban en la niebla de la noche.
Amantay tampoco dormía. Yacía en la tierra desnuda bajo su cortina y no apartaba la mirada del lado del campamento de la brigada de Zhanbota. ¡Pues ella no le ha dado la bandera Roja! Quedarse atrás de una mujer era una deshonra, y quedarse atrás de Zhanbota, era aun peor. Ambos eran orgullosos, con lenguas acerbas, desde la infancia rivalizaban en todo. Como dicen, sus cabezas no cabían en un solo perol. Esta vieja rivalidad tomó un giro serio: la muchacha a la que mucho tiempo cortejeaba Amantay y a la cual todos consideraban su novia, por la incitación de Zhanbota lo dejó. Esta era aquella Ayslu que al salir corriendo al montículo con una canción mala se burlaba de los hombres. Zhanbota no se limitó tan solo a apoderarse de la bandera Roja, sino también se mofó de él y de su brigada. La partida de la muchacha amada le parecía ahora a Amantay como una desgracia menor que la concesión de la bandera a Zhanbota. Despojarla de la bandera ahora le parecía a él como el único objetivo de la vida...
Zhanbota se levantó y se dirigió hacia el río. Cada noche a la misma hora iba a tomar un baño. Esta era su costumbre.
Se aproximó al río. La noche tranquila, la luna brillante le recordaban a la muchacha aquello que ha comenzado a olvidarse ya... Se acordó del jinete que hace dos años la besó por primera vez, apretándola contra su pecho en la misma noche de luna clara. Era este el instante que valía más que todas las alegrías en el mundo. Una palabra suya era el deleite.
- ¡Sin ti la vida no me es agradable! —le dijo el dzhiguit—.
- Sin ti no existe la luz, —respondió ella—.
El dzhiguit la amó poco tiempo y una vez, sin haberse despedido, desapareció. Desde aquel día Zhanbota tomó odio a todos los hombres. Decidió para sus adentros no casarse nunca y no ceder en nada ante los hombres. La orilla del río le hizo recordar el pasado, avivando la herida que se estaba cicatrizando...
Amantay estaba distante de todos los pensamientos impropios. Él solo pensaba en esconder la bandera. Al notar que Zhanbota se había marchado al río él, de pie, esperaba su regreso. Siempre inquieto Amantay esta vez estaba paciente. Quería seguir a Zhanbota pero, más de una vez fue rechazado por ella, así que retiró esta idea.
«No me ama. Ella tiene a alguien. ¿Pero a quién? ¿Dónde está él? ¿Por qué nadie lo conoce? ¿O, puede ser que tenga ese carácter y ella pueda amar, solo después de pelearse?» —pensaba él—.
Amantay sabía muchos efugios de amor y los usaba con astucia. Olvidando sobre su intención de esconder la bandera, con cuidado empezó a deslizarse hacia el río. Él se arrastró hacia el borde de la orilla.
¡Ahí está!
Zhanbota estaba cerca. Él la veía claramente. Permaneciendo de pie ella empezó a desvestirse. Su cuerpó brilló a la luz de la luna. Se acercó al agua.
“¡Seguiría de pie un poco más!”—pensó Amaitay y, como si lo hubiera oído, Zhanbota se inclinó hacia el agua y contemplaba su reflejo cierto tiempo. Amantay la observaba.
“¡Es hermosa la diablilla!”—se maravilló para sus adentros—.
En realidad Zhanbota era hermosa. Era de buena presencia, de talle fino y piernas fuertes. A pesar de la estatura media parecía un álamo. Su rostro no se distinguía con una belleza especial, su mayor decoración eran sus ojos: no eran negros ni celestes, como el cielo, tampoco eran azules, como el rubí. No se parecían a los ojos oscuros y brillantes de una cría de camello, eran unos corrientes ojos de color marrón oscuro, pero se distinguían por sus especiales llamaradas: su mirada enfurecida, abrasaba como el fuego, y se clavaba en el corazón, y cuando miraba con rayos acariciantes el gozo iluminaba toda el alma. Amantay había sentido ambas miradas.
Él no podía decir si ella era buena o mala y quería examinar hasta el fin cómo era su carácter. No le importaba si tenía que perseguirla hasta la mañana y conseguiría lo suyo, aunque ella le sacara los ojos.
Zhanbota se lanzó al agua. Amantay en seguida cogió su vestido.
- ¡Oye, deshonesto! —gritó Zhanbota al notarlo—.
- La deshonesta eres tú, —respondió Amantay y se sentó encima de su ropa—.
- ¿Por qué soy deshonesta?
- ¿Por qué te desnudas frente a mí?
- Acabas de aparecer, como loco.
- No, llevo aquí mucho tiempo.
- Bueno, si has admirado, entonces dame mi vestido.
- Aún no he mirado lo suficiente. Ven aquí.
- Mejor sería que me comieran los peces.
- ¡Si es así, entonces continúa allí y mójate! —dijo Amantay y cogiendo su vestido se fue de allí—.
- ¡Espera, espera! —gritó sin haber soportado la muchacha—,
- Amantay regresó.
- ¿Qué vas a decir?
- Actúas según la costumbre antigua. ¿Es digno de ti?
- Otras viejas costumbres ahora no me conciernen, sin embargo esta me gusta.
- ¿Reniegas de la cultura?
- Alrededor de la cultura han crecido muchas cosas superfluas, yo lo estoy puliendo con hacha.
- ¿Y también con hacha enclavijarás el amor? Ya que el amor es una cosa delicada—.
- El amor es una cosa firme, a este no lo derribarás ni con hacha. Algunos, deseando darle una forma hermosa, lo fuerzan hasta que se quiebra y se rompe, y entonces lloran y se quejan. Mi amor, puede ser que incluso sea rústico, pero es fuerte. Ya no se romperá, bastará para siempre—.
- ¡Revoltoso! ¿Dirás la verdad? —preguntó Zhanbota—.
Le brillaron los ojos a la luz de la luna. En este instante le pareció que encontró a la persona que podía llegar a ser su amigo para toda la vida.
- Yo no tengo diferente forma de pensar sobre el mismo asunto. Que esta luna sea testigo, cree en mi conciencia, —dijo Amantay—.
Pero con estas palabras los ojos de Zhanbota que antes brillaban, se apagaron de nuevo.
- Yo no creo ni en la luna, ni en tu conciencia, —dijo ella hoscamente—.
Se acordó de nuevo del dzhiguit que en una noche como esa habiendo jurado con la luna y con su conciencia, la engañó. Amantay no lo sabía. Notando que su juramento no llegó al corazón de la muchacha, le preguntó:
- ¿Si no crees en mi juramento, con qué puedo persuadirte?
- Creeré, cuando lo vea.
- ¿Y cómo lo verás?
- Piénsalo tú mismo.
- Si no me abro el pecho y no te doy mi corazón en las manos, no creerás. ¿Qué debo hacer? — preguntó él—.
- Aun entonces no creería. Muchas personas se matan en el acaloramiento.
Amantay no respondió y se levantó del sitio sosteniendo su ropa.
- ¿A dónde vas? —gritó con enfado Zhanbota—.
- A tan dura piedra no se puede romper con palabras, —respondió Amantay, mientras se iba.
Solo después del tercer grito de Zhanbota se detuvo,
- ¿Pues bien y qué?
- ¡Aquí te he pillado en la mentira! Dices que eres honesto, impones la amistad eterna, juras en el amor. Yo te creeré solamente entonces, cuando me des mi vestido. Después hablaremos.
Amantay no respondió, pero permaneciendo de pie durante un minuto, dejó la ropa en la orilla.
Vuelve el rostro.
Amantay se volvió de espaldas. Zhanbota salió del agua y empezó a vestirse.
Ya habiéndose vestido, sin haber dicho ni el sonido, estaba de pie y sonreía calurosa y tiernamente.
- ¿Y bien, te has vestido? —preguntó Amantay que estaba impaciente—.
- ¡Espera un poco! —respondió apresuradamente y, alejándose, se escondió detrás de un bloque que estaba desmoronado—.
- ¿Pero bueno, ya? —preguntó y sin haber esperado miró furtivamente. — ¡Ah, bruja, me has engañado! - siseó y se puso en marcha hacia el campamento, pero Zhanbota le cerró el paso.
- Espera. ¡El hombre tiene la fuerza, la mujer, la astucia! Ahora podemos hablar seriamente, —dijo ella—.
- Dime enseguida: ¿habrá provecho de esta conversación?
Te planteo tres condiciones.
¿Y por qué no trece ni treinta?
No me prohibirás a mí hacer aquello que tú te permites, esta es una condición justa.
¿Quieres que yo no salga con otras mujeres?
Has adivinado.
¡Hum, celosa! Está bien, estoy de acuerdo.
Y no vamos a reprocharnos el uno a otro con lo pasado.
Y con eso estoy de acuerdo.
La tercera es que puedo casarme solo con aquel que me tome por su igual—.
- ¡Ay no sólo comola igual, sino que te pondré aun encima de mi cabeza! —gritó Amantay y la levantó en sus brazos—.
Así se la llevó al barranco, la llevó a la estepa y, alejándose de la orilla, bruscamente la puso sobre la tierra.
Zhanbota pegó un salto.
- ¡No, compañero, no saldrá! La igualdad es una cosa profunda, es necesario zambullirse en ella, y tú nadas por la superficie.
- Te he llamado querida, mi sol... ¡He aceptado todos tus deseos, he jurado con mi honor, y si con todo esto no he alcanzado tu "igualdad", entonces esta, probablemte, no sólo sea profunda, sino que simplemente no tiene fondo! —dijo Amantay—.
Él respiraba con dificultad y afligido se sentó dócilmente sobre la tierra. Zhanbota lo miraba en silencio.
La luna había recorrido tres cuartos de su camino.
Pasó más de la mitad de la noche, pero ninguno de ellos pensaba en el sueño ni en el descanso, o en el trabajo que les esperaba mañana. El calor del amor los hacía olvidarse de todo, excepto del mismo amor. Amantay no pensaba en el carácter de Zhanbota. Ella misma se le acercó y se sentó a su lado. Y su rostro y modales se transformaron. Otras eran incluso sus palabras.
- Amantay, —dijo ella—, — hemos crecido juntos desde la niñez, pero nuestros pensamientos crecían separadamente. ¡¿Si nos liamos, y nuestros pensamientos no coinciden, qué resultará de esto?! Pensemos en esto tranquilamente. El calor de la juventud que te ha calentado a ti, me ha encendido incluso a mí. ¿Pero qué es esto? ¿Es el calor de los carbones o de la hierba seca que se enfriará en seguida, tan pronto como extinga la llama? Si somos iguales, seremos la pareja y este calor nos abrasará aún entonces cuando se extinga la llama. En muchas cosas soy peor que tú y en el alma no puedo creer que me consideres igual. Pero la amistad y la afinidad verdaderos están en la igualdad, y la igualdad se alcanza, según yo, trabajando. Yo aún no he alcanzado lo que quiero. Me consideraré igual a ti cuando se igualen nuestras jornadas de trabajo. Entonces creeré aún sin todos esos juramentos.
Amantay solo entonces la comprendió.
«De una amiga, como Zhanbota, no todos son dignos. Será igual si estará más abajo que yo o igual... ¿Y si me superará?» —pensó él con inquietud—.
Él podía estar de acuerdo con todo, menos con esto.
- ¡Te amo más que nada en el mundo, pero estar inferior a una mujer —sería mejor caer en la cárcel! —dijo al fin—.
Zhanbota se echó a reír.
- También me parece así. ¡Quien querrá ser peor!
- Si es así, estoy de acuerdo. ¡Alcánzame con las jornadas de trabajo!
Ellos cogidos de las manos musitaban calurosamente palabras de promesas y juramentos y no habían notado que llegó desde atrás un jinete. El jinete tampoco se percató de los enamorados escondidos. El caballo asustado dio un salto hacia un lado. Solamente entonces los tres volvieron en sí...
- ¡Oyboy, Shika! —exclamó Zhanbota huyendo. Lo reconoció y se sintió cohibida—.
Shiganak que había salido a inspeccionar una vez más el lugar de trabajo alcanzó rápidamente a Zhanbota.
- ¿Quién está aquí?
- Soy yo...
Shiganak no se detuvo a preguntar nada más y continuó hacia adelante. Él supo que el hombre que se había marchado era Amantay y se puso en su camino.
«¡Ay, mi primavera ya ha pasado y el verano se ha terminado!--- suspiró él para sí mismo, —Ahora en el corazón reina el otoño...»
Las noches se volvieron frías. La bandera roja pasaba de brigada en brigada, y cuando esta fue levantada en la brigada de Amantay los trabajos se terminaron. Pero las disputas no paraban puesto que la brigada de Zhanbota había obtenido la bandera dos veces, y la brigada de Amantay se preguntaba quién se quedaría con la bandera definitivamente. Todos discutían fogosamente por este motivo.
Los enormes peroles fueron colocados en sus lugares. De una choza salía una columna de humo espeso que se levantaba con dificultad. Olzhabek estaba destripando un novillo recién degollado. Él no participaba en las disputas. Trabajando por tres, superó todas las normas y no dudaba que el primer premio sería suyo. De las dos terneras lozanas, aquella con manchas rojizas, le parecía más conveniente: esta aún no era adulta pero dentro de cinco o seis meses ¡incluso dará crías—Pensaba él—. — ¿A quién le daré de beber la leche?»
¡A la meta llegamos juntos, y el premio hay que dividirlo por la mitad! — oyó las palabras de Zhanbota—.
- ¡Tonterías, querida! —murmuró él entre dientes y se puso en cuclillas cerca del fuego—.
Pero Zhanbota no dejó esta idea y la repetía más obstinadamente.
Olzhabek no se dispusó a discutir. Rápidamente acabó con la res y, sin siquiera lavarse la sangre de las manos, se dirigió directamente hacia la comisión.
- ¿Qué ha pasado? — le preguntó Shiganak—.
Olzhabek, sin responder, lo tomó por la manga y lo llevó a un lado.
Esta muchacha loca otra vez está comenzando una disputa. Dice que el premio se da a la brigada y que se llevarán la mitad. Si es así, yo de su premio no tomaré ni un hilo de lana. ¡Dénselo a esa muchacha!.
- ¿Con quién precisamente estás ofendido? — ¿Con la muchacha o con nosotros?
Daré la vida, pero no aguantaré mentiras. ¡Ustedes me ofenden porque soy un extraño entre ustedes, porque soy un forastero! ¡Está bien, está bien, muéstrenme su verdadero rostro!
— Yo tengo un solo rostro para todos, y tú lo ves, —dijo Shigapak, frunciendo el ceño—. — ¡Eh, tú! La muchacha te ha pellizcado, y tú te has enfurecido. Ve tranquilamente. Entre nosotros se puede decir que el primer premio es todo tuyo.
Olzhabek tranquilizado se fue a trabajar, y Shiganak se vilvió de nuevo donde la comisión.
Shangirey ceñida la cabeza con un pañuelo permanecía de pie aparte. Si incluso antes no era hombre particularmente de muchas palabras, en esta ocasión ni siquiera había abierto la boca. Cuando Karibay se le acercó, él le volvió las espaldas.
- ¿Y bien, cómo está tu cabeza?
- Como estaba antes.
- Tómate un té más cargado.
- Eso no me ayudará...—respondió Shangirey y calló de nuevo—.
- Y bien, ve a casa y acuéstate. Los miembros del Consejo están aquí, podemos incluso sin ti.
- No, no me iré a acostar. Aún así pueden disponer lo que quieran sin mí.
Shangirey se alejó. Karibay se le acercó nuevamente con una sonrisa.
- ¿Por qué estás irritado? Dilo directamente.
- No estoy irritado. ¡Pueden seguir degollando cuantos novillos quieran!
- ¿Por qué callabas antes?
- ¿Acaso me dejaron hablar? Todos ustedes se pusieron de acuerdo. Nadie estaba en contra de degustar esta carne, y si el plan no se cumpla, entonces responde Shangirey—.
- Dices disparates, —dijo tranquilamente Karibay. —En el koljós hay muchos planes, uno sin otro no vale la pena. Si con tres terneras siempre se logra cumplir con tal trabajo, hasta el agua en el koljós se convertirá en la leche.
- Yo no estoy hablando sobre las primeras dos terneras. Pero el novillo, al que han degollado hoy para el agasajo... Nadie habló de esto antes. ¡Todo lo inventaste tú!
- El respeto a las personas es más preciado que un novillo, —respondió Karibay, alejándose.
«¡Respeto, respeto! ¡Hablan sobre el respeto, que desgracia!» — pensaba Shangirey, marchándose al depósito de agua—.
Cuando habían comenzado los trabajos en el terreno, Fiodor y Semby ya estaban en la máquina y ya habían logrado establecerla en un nuevo lugar. Ahora debía resolverse una de las dudas mayores: el canal profundo cavado con las manos de los koljosianos, ahora estaba lleno de agua hasta los bordes, ha vuelto hacia sí la corriente de Uil. Pero si irá el agua por la estepa que se elevada o no, hasta ahora aún es difícil decirlo. El trabajo lo dirigía no el ingeniero, sino más bien el ingenio de Shiganak. El técnico hidráulico Token estaba en contra de esto desde el principio. ¡Si el agua no va hacia arriba, no sólo todo el enorme trabajo resultará echado a perder sin utilidad, sino también atraerá la desgracia hacia la cabeza de Shiganak y, además, la de Shangirey! Si la máquina puede subir el agua del canal y llevarla al cauce del canal, entonces la alegría y la calma se desbordarán por todos los corazones, a medida que el agua se desborde por la estepa.
Shiganak pensaba en todo esto. Él se ha arriesgado y en contra de todos ha elegido una vía más difícil cuesta arriba que pueda llevar a una gran alegría.
Todos decían sobre él que Shiganak estaba loco, que si Shiganak no lograba dispersar sus pensamientos inquietos con el trabajo infatigable, puede ser que de verdad se hubiera vuelto loco.
Mientras los mecánicos se ocupaban de la máquina, disponiéndose a ponerla en marcha, acercándose por tercera vez a Karibay, repitiendo lo mismo. Shiganak esta vez fracasaría, Karibay trató de tranquilizarlo, pero Shiganak no expresaba ni desesperación, ni esperanza.
¡Sea lo que sea, el asunto está hecho! »—pensaba él—.
La máquina empezó a soñar débilmente. Las personas que se encontraban dispersas en la orilla, se acercaron hacia ella. Todos los ojos se centraron en la punta de un tubo grande. La gente aguardaba con impaciencia.
La máquina enseguida dio tanta agua cuanta podía estar en los cuarenta cubos de una noria. Los corazón se llenaron con la alegría, antes de que el agua llebara el canal. Al ruido del agua, se le añadió el susurro de las personas que se empujaban unas a otras hacia el canal. Los koljosianos emocionados, según una antigua costumbre, se arrojaban unos a otros al agua. Todos hablaban en voz alta y reían a carcajadas. Solamente Shiganak y Token estaban tranquilos, sin descubrir sus emociones. Todos, incluyendo al secretario del comité regional, se empaparon en las turbias aguas del canal.
¡Y el amo del canal está seco! —gritaron los koljosianos y se lanzaron a Token—.
Mientras Token forcejeaba en el agua, Olzhabek se acercó a Shiganak y lo agarró por detrás.
- ¿Te tiro?
- ¡Tírame! —respondió Shiganak, pero él mismo, espabilándose, agarró a Olzhabek por los hombros y con fuerza lo arrojó en el canal.
Olzhabek tan solo gritó. Muy fuerte, que hace el trabajo de tres hombres solo, ni siquiera podía comprender, cómo se encontró en el agua. Al salir no les quitaba los ojos asombrados de Shiganak.
- ¡Resulta, que tienes un buen puño! —dijo él y movió la cabeza—.
Shiganak no solo tenía «buen puño», sino tenía una enorme fuerza. En el tiempo pasado en las elecciones del "personal" Durzhigul y Zhusupali cumplían con todo el aúl, pero no podían vencer a los tres hijos del abuelo Berse. Y aunque desde entonces Shiganak ha envejecido, pero resulta que aún tenía fuerzas.
- ¿Ay tú, guerrero desgraciado del Arco, has bebido el agua del río? —se burlaba Shiganak de Olzhabek—.
La risa y las bromas incesantes continuaban y entonces, cuando todos se sentaron alrededor de los manteles extendidos. Tan pronto como el ruido se calmó un poco, se informó que la comisión declararía los resultados de la competición.
- Los trabajos ha sido terminados, —dijo el presidente de la comisión Shangirey. Esta vez, como siempre, también habló en breve— . —Se puede decir inmediatamente: una ternera la tomará Olzhabek, y la otra, Zhanbota.
Olzhabek grueso repente se levantó de un salto como un niño, se acercó corriendo hacia las terneras y tomó a una por el cuello, apresurándose a escoger la mejor antes de que se acercara Zhanbota.
- ¡Gracias al koljós! —exclamó él con los ojos resplandecientes, abrazando a la ternera por el cuello— . — ¡Qué siempre haya competiciones como esta!
En respuesta al breve discurso de Olzhabek se levantó un griterío, gritos de felicitación. Zhanbota se levantó de su lugar.
- ¡Espera, espera! —se escuchó de repente una exclamación perpleja de Amantay que solo ahora se dio cuenta de la decisión— , — ¿A qué está aquí Zhanbota? ¿Cómo qué Zhanbota? — gritó él—.
- ¡Ey!, déjala, llegaron al mismo tiempo. Además, ella es una mujer.
- ¡Zhanbota en el trabajo no se considera a sí misma una mujer! No estoy de acuerdo.
Los hombres comenzaron a hacer ruido, apoyando a Amantay:
- Amantay tiene razón. Esta muchacha no cederá ante cualquier hombre.
- ¡Qué primero gane, y después que reciba el premio!
Zhanbota que antes callaba pacientemente, de repente junto con Ayslu empezó a cantar fuertemente:
Mi aúl está entre dos ríos,
Y bajo nosotros el azul Uil...
Que «te ha vencido una muchacha» —
Esta gloria la has merecido.
Probablemente, vencernos,
¿Amantay, eso quisieras?
Pide pronto el perdón:
Para limosnas tenemos pan.
- ¡Ay, Amantay! ¿Dónde estás? ¿Estás vivo?!
La excitación y la alegría inundaron de nuevo a las personas.
Amantay aún al comienzo de la canción con las señas llamó a un dzhiguit para una intervención de respuesta. Este dio un paso hacia adelante, se puso en jarras y empezó a gritar:
¡Eeeeeeey!
Zhanbota, balbuceas allí algo inútil.
La bandera roja está de vuestro lado,
Puede ser que estés lista para entregarla, bien, entrégala.
Tómate, tómate, tómate: ¡No irá por ella Amantay!
¡Ay-a ay!
La canción hizo reír a todos. Cuando la risa terminó, Zhanbota cantó de nuevo, con aire de desafío:
Se ve que estás flojo de cabeza,
Aunque no eres un mal guerrero:
Si apoyas a alguien— Aquel no volará alto.
Mientras más largo es el plazo, más fácil es olvidar las deudas, —se echó a reír Zhanbota—.
Pero no es este el asunto, —objetó Ermagambet—, — Había poco tiempo, pero ellos supieron desenvolverse, y hasta el otoño que viene a todos, en especial al koljós "Kurmln", le queda un gran deber.
Ermagambet, sacando del bolsillo, le entregó a Shiganak una carta.
- ¿De quién es?
- ¡De la “gran persona”!
Shiganak se ruborizó y se desconcertó por la alegría. Muchos notaron cómo tiemblan ligeramente sus manos. Todos clavaron los ojos en la carta en silencio.
— Léela.
- «¡Shiganak!
Aunque poco he podido hablar con usted, pero he recordado mucho. Quisiera encontrarme con ustedes una vez más, pero ustedes, habiendo recibido la máquina, sin siquiera mirar hacia atrás, lo condujeron a toda prisa hacia el Uil. ¡Los felicito con la máquina! Sin embargo, mientras me disponía a felicitarlos, dicen que han logrado a trasladarla. Si lo han hecho por la costumbre de llevar la vida nómada o por otras causas, yo aún no lo he comprendido, pero sea como sea, ha pasado un año de preparación. Cuando otros decían sobre su tierra "de mala cosecha", ustedes confirmaban que ella era "fértil". El otoño siguiente no creerá en el crédito. ¿Cuánto realmente puede producir su tierra fértil para el próximo año?
Pídanle consejo a Ermagambet e háganmelo saber,
Con el saludo fraternal.
Vasily Shubin ».
- ¿Quién es este Vasily Shubin? —preguntó Amantay, cuando Ermagambet terminó la lectura de la carta—.
- El secretario del Comité regional, —respondió Shiganak—.
Ya fruncía el ceño, ya su expresión se aclaraba y fue como si hubiera salido de una gran profundidad. Sus ojos se hicieron completamente jóvenes, de sus labios se desprendió:
- De las mejores áreas daré cien quintales métricos de mijo de una hectárea, y del resto, cuarenta... He aquí mi promesa. Si recibimos más, nadie va a reñir.
Reinó el silencio. Los montones de carne en los platos que aún no habían puesto a los manteles, permanecían cerca de los peroles. Pasaron un largo rato en silencio. Después se oyó un murmullo en varios lugares. El oído no pudo diferenciar las palabras, pero el corazón de Shiganak sentía una confusión general.
- ¿Ustedes ha dicho esto tras meditar? —preguntó Ermagambet—.
- Sí, habiéndolo meditado, —respondió Shiganak—. —Abdullin de Uralsk obtuvo sesenta y ocho quintales métricos.
- Pero el mundo aún no ha visto cosecha de tal magnitud. ¿No nos deshonraremos?
- Yo conozco poco del mundo, mas el Uil lo conozco bien. Si lo que veo ahora, no es un sortilegio, cree en la palabra del pueblo, y si no la crees, de todas maneras gritaré en todas partes que el Uil es la riada de mijo...
- Si es así, estoy de acuerdo. ¡Y bien, traigan la carne! —dijo Ermagambet—.
Los koljosianos que escuchaban en silencio la conversación se tranquilizaron y de buen humor estiraron las manos hacia los platos. Solamente Shangirey estaba como antes hosco y molesto.
- ¡Esta promesa acabará de nuevo con la matanza del ganado y la devoración de la carne! —refunfuñó él—.
Shangirey miraba a los koljosianos comiendo, como si cada uno de ellos se comiera en seguida un novillo entero...
- ¡Come, Shangirey, come! —dijo fuertemente Shiganak, notando su estado. —¡No sólo al novillo gris, sino también a aquel toro sobre el cual se mantiene el mundo, lo degollarán en el día del juicio final!
Todos se echaron a reír, y Shangirey extendió la mano al plato.
Capítulo 6
Antes la primavera en el aúl era casi siempre una temporada muy dura. Hasta los amos que eran muy ahorrativos tenían de las reservas sólo unos huesos de la carne de caballo y un morral de mijo. La Tierra les alimentaba y de nuevo se congelaba. Todavía la hierba no aparecía, y en las casas los niños sentían frío, ni siquiera había leña, ni comida. Esto incluso abatía a los adultos.
El koljoz "Kurman" comenzaba a olvidarse ya la costumbre vieja de quedarse sin reservas en la primavera, pero esta primavera en el aúl había muchas dificultades imprevistas, y Shiganak se vio obligado a tomar del estado un préstamo de semillas.
Todo el invierno Shiganak pasó sumergido en su trabajo: estaba recogiendo los excrementos de los pájaros para el abono y últimos días estaba ocupado por algo misterioso, algo que entendía sólo él.
Hace dos días, cuando todos se durmieron, él salió de casa a hurtadillas. En el cielo se deslizaban las nubes, no se veía nada. Él desenterró el tonelete escondido y al sacarlo del hoyo, lo rodó hacia los alrededores de la aldea y lo soterró en un barranco pequeño, lo igualó con la tierra y enmascaró aquel lugar.
Por la mañana como si fuera por casualidad, él pasó por el barranco, pensó que el lugar no era seguro, la próxima noche y metió su tonelete bajo un almiar. Hoy aquella decisión también le ha parecido incorrecta. Se levantó antes de la salida del sol y volvió a rodar su tonelete hacia la estepa. El crujido de hielo y hasta su propia tos cada instante le hacían a Shiganak mirar a su alrededor en un temor que alguien le pudiera ver. Sólo estando a trescientos pasos de aúl, cerca de un cementerio antiguo, él se paró para descansar. Sintiendo ahogo, el viejo cansado no pudo notar la tos extraña que sonó desde la aldea. Al esconder su tonelete bajo la tierra de una zanja, él se fue sin esperar. Pero el ojo ajeno lo notó todo. Justo después de que Shiganak se fue, apareció un hombre, sacó el tonelete y lo trasladó al otro lugar.
Sólo por la tarde Shiganak descubrió la pérdida. Él mordió su dedo hasta que sintiera dolor y sin pasar allí mucho tiempo, fue a casa. Al regresar a casa empezó a visitar todas las haciendas como si quisiera felicitar a todos con el motivo de una fiesta. En dos días él recorrió todo el koljoz explicándolo como una preparación para la siembra. Parecía estar tranquilo, pero sufría por dentro. Estaba muy preocupado, se agitaba perplejamente, quiso visitar los aúles vecinos, pero de repente se encontró con un chiquillo que iba sin sospechar algo, simplemente goloseando un puño de mijo blanco.
— ¡Dámelo a probar, hijo!—le llamó Shiganak.
Después de la puesta del sol, Shiganak se echó a ir de tapadillo a lo largo de la orilla, como si fuera un cazador. Pasó por el juncar y se acercó a la parte trasera de la casa sospechosa y se escondió. Él esperó el momento cuando en la casa se sentaron para cenar y miró en la ventana. Dos hombres estaban a pie hablando de algo en voz baja. No se podía distinguir sus voces. Uno de ellos se inclinó hacia la lámpara y encendió el cigarrillo. Shiganak vio su cara. Su corazón empezó a latir con inquietud.
“¡Es Token! ¿Cómo él puede estar aquí? – se preguntó. –Si adivina que este es mi mijo que he seleccionado para la siembra, él lo destruirá.”
Shiganak siguió un rato, mirando.
Token rápidamente salió de casa. Después de que se fue, todos se sentaron para cenar. Ellos comían de una taza de que salía a bocanadas un vapor denso. Uno de los que comían se atragantó.
“¡Es el mijo!” – susurró Shiganak. - ¡Ay, perros!
Durante muchos años Shiganak recogía sin descanso aquel mijo para la siembra, grano por grano, y ahora, en el año decisivo esta gente comía el resultado de su duro trabajo. La gente se sentaba a la mesa le parecía peor que los monstruos más rabiosos.
“Con Ustedes hablaré después. ¡Ahora hay que encontrar el tonelete!” – pensó. En este momento una voz que sonó en el cuarto lleno de vapor llegó hasta él por una ventana rota. El hombre estaba sentado de tal manera que era muy difícil distinguir su cara en la frágil luz de la lámpara.
-¿No es la hora de salir? – preguntó el hombre.
- Espera que todos los vecinos se acuesten. – le respondió su mujer.
- ¿Adónde vas, papá?
- No voy a ninguna parte. Duerme, hijito. ¿Te has hartado?
El niño se tranquilizó. Las voces de los padres se hicieron más claros.
- Si un ladrón robó de otro ladrón, no pasa nada, ¿pero si robó de un pobre? Puede ser que está llorando ahora, desdichado. – dijo hombre.
- El pobre ya debía de buscarlo. Vale, pasó como pasó. – replicó la mujer. – Si vas a castigarte tanto, mejor tráelo a su dueño.
- Lo haría si pudieras decirme quién es el dueño. ¡Por ese maldito mijo se puede caer en los tribunales! – exclamó el marido, levantándose.
El cogió la pala y salió de la casa. Shiganak le estaba observando a escondidas.
Cerca de la esquina de la casa el hombre se echó a cavar un montón de ceniza. Al ver que el tonelete se deslizó de la casa hacia el hoyo, Shiganak apenas se detuvo para no salir de su emboscada. El dueño escondió el tonelete, y tranquilo, se dirigió a casa.
Shiganak esperó un rato antes de ponerse a trabajar. Quería a reunir a toda la gente, levantar acta, anunciar a la gente de distrito y destruir al ladrón…
“Lo recojo grano por grano, y él quiso cortar mi mano cuando la levanto para sembrar. ¡Lo que él ha robado no es mijo, sino puras perlas! Él robó toda la cosecha, todo el pan de cada día de nuestro koljoz. ¡No es demasiado fusilarle!” – se arrebató Shiganak con ira.
“¡Basta, basta, Shiganak! – Se calmaba – Parece que este pobre no lo hacía antes. Es obvio que lo pasa con dificultad. Mejor, Shiganak, que consigas más mijo, ¡si eres tan fuerte, gana a Token! – reflexionó él, sacó su tonelete sin hacer ruido y lo rodó por la calle de dormido aúl en completo silencio.
Hasta el final de su vida Shiganak no le reveló y no le deshonró a aquel hombre y a nadie le dijo su nombre.
2
La reunión de buró de Comité de Distrito donde se discutía la preparación para la siembra primaveral se retardó. Erzhan hablaba una hora, aunque solía ser cerrado y poco locuaz. Esta vez criticaba a todos sin decir nada malo sólo sobre sí. Lo único que le hizo recordar sobre el tiempo fue la llamada del secretario.
- Hay que juzgar a todos los desfalcadores de la reserva de semillas. – concluyó decisivamente Erzhan.
- ¿Hay que juzgar a todos?
- ¿Por qué tenemos que consentir el crimen?
Ermaganbet meneó su cabeza descontento.
- No puede ser que todos son desfalcadores incorregibles. Debemos encontrar al verdadero culpable y castigarle con la ley.
Ermagambet se volvió hacia los miembros de buró, entre otros, estaban presentes Karibay y Sergei Aleksandrovich.
- Llegué al distrito justo después de la limpieza. ¡Díganme!, ¿cómo pasó así que estamos en tan mal estado? ¿Quién es culpable? ¿Por qué en koljoz “Kurman” no hay semillas? Supongo que, - siguió él. – supongo que los culpables son no sólo los jefes de koljoz, sino también la administración de distrito. Tenemos que encontrar la verdad sin prestar atención al rango de la persona.
Karibay se levantó de su asiento.
- Si hablamos así, entonces hay que decir francamente que aquí no es culpable ni el poder, ni los granjeros. El culpable es Erzhan Bolenbaev. Él nos propuso un plan exagerado. Le decíamos que era más de lo que podíamos hacer. Él nos reprochaba que íbamos en la zaga, nos atrasábamos. El plan de siembra fue realizado según las normas de cantidad, por eso sufrió su calidad. Siendo presidente de la comisión de distrito de los cálculos de rendimiento, Erzhan de nuevo tomó la decisión incorrecta: en promedio el rendimiento era tres quintales por el metro cuadrado, pero él lo contaba como cinco. Ahora se ven los resultados de su política.
- ¡Pero no he cogido ni un grano para mi propio favor!
- ¡Estropear el trabajo bajo en nombre del poder es aún peor! – le cortó decisivamente Ermaganbet.
Pero incluso después de la brusca advertencia del secretario, Erzhan seguía afirmando que actuaba de tal manera para el bien de estado.
El último en tomar la palabra era Sergei Aleksandrovich.
- Nuestro distrito hasta ahora se considera ganaderil. En lugar de dar algo a estado, a menudo recibíamos algo de él. Bolenbaev quiere igualarse con los distritos agrícolas sin tener en cuenta las particularidades de esta zona. Para el progreso en la agricultura necesitamos un nuevo camino, camino creativo. Lo hace Shiganak. Al seguir ese camino tal vez nos encuentre la suerte. Bolenbaev no va a reconocer la iniciativa de Shiganak incluso después de las instrucciones de Comité de la provincia. El terreno pedido por el koljoz “Kurman” han dado a otro koljoz, por esa razón este año ya dos veces hemos trasladado la torre de agua y hemos reconstruido de nuevo el sistema de los canales de irrigación.
Su discurso concluyó Ermagambet:
- Estamos sembrando para nosotros mismos. Pero Bolenbaev dio parte a la administración de la provincia que nuestro distrito este año al satisfacer sus necesidades, podrá dar al estado lo que tendrá de sobra…
- No era el único en escribir esta parte, - le interrumpió Erzhan a Ermagambet. – el último secretario de comité de distrito lo escribía antes que yo.
- Lo sé – replicó Ermagambet. – Él ya está castigado. Ahora hablamos de Usted. Usted entendía que el plan propuesta esta exagerado. Todo eso, camaradas, nosotros tenemos que escribir en nuestra decisión de hoy y mandarlo al Comité de la provincia.
3
Se quedó poco tiempo. Les esperaba un montón del trabajo primaveral y claro que les afligían los desvelos excedentes que les dejaban sin muchos manos de obra.
Después de la llamada del secretario de Comité provincial, apareció Shiganak yendo a trote en un joven caballo gris.
4
- ¿quién escribió esta canción?
- Akyn Nurpesh. Una vez por casualidad estaba en la casa de Shangirey, y éste le ofreció una mejilla de caballo en vez de una cabeza de carnero. Cuando le sirvieron el plato, Nurpesh cogió la dombra en lugar de coger el cuchillo, y creó esta canción.
- ¡Basta, Shika, son todo es su fantasía! – gruñó Shangirey descontento.
Él se levantó como si quisiera salir.
Vasiliy Antonovich trataba de provocar más bromas y conversaciones. Pero ya era tarde y al levantarse, Vasiliy Antonovich salió con Shiganak al aire libre.
- Le llevaré yo mismo. – dijo Shiganak.
- No, quédese aquí. ¿Dónde está Olzhabek?
- Días y noches está llevando las semillas.
- Entonces, me encontraré con él en el distrito. Pero estoy cansado, no puede ir en caballo, enganchad el carro, Me van a llevar Amantay y Zhanbota.
Shiganak vaciló, era obvio que quería decir algo, Vasiliy Antonovich lo notó.
- ¿qué más pasa, Shiganak?
- Sólo quisiera agradecerle por habernos liberado de Erzhan. ..
- Era necesario hacerlo para el bien de todos. – replicó el secretario.
- Para el bien de todos se puede quitar una persona más. – todavía inseguro pero ya con más animo dijo Shiganak.
- ¿A quién? Llámalo directamente. Le ayudaremos.
- A nuestro técnico hidráulico Token.
- Le conozco muy bien. Trata de soportarlo.
- ¡Si lo conoce bien, entonces estoy tranquilo! – exclamó Shiganak contento y con ardor apretó la mano de secretario.
Ambos entraron en casa.
La carne ya estaba preparada. Al terminar de comer rápido, los tres salieron en un carro de dos asientos. A Amantay le faltaba el lugar. Apenas pudo sentarse en el borde de una caja y cogió las riendas. Aún no acabaron de salir de aúl cando él empezó una nueva disputa.
- Vamos a conducir por turnos.
Esa disputa no cesó incluso al llegar al Uil. Cuando ellos se calmaban, Vasiliy Antonovich les incitaba para avivarlo de nuevo.
El traqueteo, el camino curvado y la disputa animada de los jóvenes, le quietaron el sueño a Vasiliy Antonovich. Lo escuchaba y sonreía.
Los huéspedes que se quedaron en casa de Shiganak, le rodearon al dueño y apresuraron de enterarse de algo sobre aquel hombre que vino casualmente y se fue tan rápido.
- Era el secretario de Comité de distrito. – respondió tranquilamente Shiganak. Todos se quedaron inmóviles, sin atreverse de creerlo.
5
Llegó la primavera. La costra seca de la tierra se ablanda un poco. La estepa amarilla sonríe, cubierta con flores y un temblante humo ligero. El sol calienta como si dijera a la estepa: “¡Te quemaré!” – “¡No! Serás verde” replican los granjeros armados con sus azadas.
A lo largo de la orilla iba el agrónomo. Cada momento él se desmontaba de su caballo para probar el terreno con el extremo de su látigo. Su caballo bayo se cansó. En vez de cuando él lo montaba, después se desmontaba de nuevo, pero siempre lo escribía todo.
Hasta el momento que se acercó a los obreros de koljoz “Kurman” que trabajaban en el campo, él ya estaba cansado y corcovado, su cabeza meneaba de un lado a otro y sus pies abrazaban casi el cuello del caballo.
- ¡Hey! ¡Vas a romperte! – le gritó Amantay.
- Vas a romper tu nariz. – le apoyó Zhanbota a su amigo.
Pero no tenían más tiempo para burlar de él. Ellos volvían sus cabezas hacia él, lamentando que hubieran dejado ir a un blanco tan cómodo para las bromas.
Sergei sonrió y se enderezó en la silla. No se ofendió a un chiste alegre de los prosadores. “¡Qué hablen! Lo principal es conquistar su confianza y acercarse a ellos. Sin los conocimientos sobre la gente, la lengua y la tierra, no habrá trabajo real” – pensó él.
Él se detuvo ante un campo arado. Olzhabek, que trabajaba allí, no le hizo caso. Una manga de su bata estaba puesta, la otra estaba colada detrás, desnudando el hombro y la mano derecha. Caminaba sin prisa, sin volver la cabeza, en un surco, recto como una flecha. Sus movimientos eran calculados y medidos. Él sembraba como si pulverizara las semillas. Sus músculos trabajaban.
- Eso depende. A veces no nos importa tanto. - respondió Shiganak.
A Sergei aquello le desagradó:
- ¿Es que no quiere hacer caso a la ciencia?
- Consiste en el cuidado de la tierra y la siembra, ¿no? Usted depende de aquellos libros, mientras que el tiempo no sigue las reglas escritas allí: a veces hace sol, a veces está nublado, sucede que llueve o hace frío. Es imposible sembrar cuando hace tal tiempo, las semillas yacerán sin vida. Yo siembro cuando la tierra empieza a ablandándose de calor. Entonces los granos germinan más rápido.
El agrónomo se preocupó que ignorando el plazo necesario, ellos siembran en la tierra que ya se había airado, pero al escuchar la respuesta de Shiganak, se calmó un poquito.
Adelante, un poco aparte, estaba trabajando un gran grupo de personas. Los hombres y las mujeres se dividieron para parcelar el terreno. El campo parecía a un lugar de combate. El responsable de la organización del Partido Karibay paseaba como un juez entre dos lados como si quisiera reconcillarlos. Cuando Shiganak y Sergei llegaron hacia los trabajadores, las mujeres comenzaron a alborotar y les circularon.
- ¡Shangirey en primer lugar les da el agua a ellos! - dijo ofendida Akpal, la hija de Shiganak.
- ¡Si no puede darnos el agua, entonces no debe ser el jefe de grupo!- exclamó Eleusin.
- ¿Por qué tenemos que ser los últimos?
-¿Puede ser que no es verdad? - les incitó Shiganak.
- ¡Karibay va a confirmarlo!
- ¡ Shaigirey anda con rodeas!
- Ya no quiere darnos ni siquiera el agua.
- !Ahora viene Zhanbota y él va a entender que significa no darnos algo! - exclamaron las mujeres, blasfemando a Shangirey.
Las mujeres trabajaban en el terreno arado por Zhanbota y los hombres en el otro, arado por Amantay. El terreno que estaría regado más temprano, tendría sus semillas brotadas más rápido. La fertilidad de la siembra dependía del tiempo de los brotes e impregnación de humedad. Shiganak miraba por el cumplimento de aquellos puntos, Karibay analizaba el trabajo de cada persona, medía la norma y colocaba la gente cada uno a su lugar. Aparecerían los gérmenes o no, cada uno sería responsable por ello, cada uno se presentaría ante la sociedad con la cabeza alzada o con los ojos clavados en el suelo. Nadie quería avergonzarse por eso atacaban tanto a Shangirey. Pero Shangirey no tenía la culpa. El mismo "juez" Karibay confundía a todos.
- ¡De acuerdo! ¡Vale! ¡Trabajen con prisa! - gritó él al acercarse a ellos.
Las mujeres de nuevo empezaron a gritar:
- ¿Para qué hay que trabajar más rápido? ¡No tenemos las razones para la prisa!
- ¿Ellos han cambiado los turnos?
- Sí,sí, los han cambiado: el agua la obtendrán en primer lugar los quien termine su terreno más rápido.
- por fin, ¡qué dios esté contigo, Akpal, trabaja! - dijo Shiganak.
Las azadas de nuevo comenzaron a alzarse y bajarse rápidamente. Karibay y Shiganak se miraron con sonrisa como si fueran conspiradores y se alejaron.
Sergei sacó su cuaderno de notas para escribir algo. Casualmente una nota le cayó en sus ojos:"El abono para cuatro hectáreas".
6
7
— no es la hija original, pero de todos modos es mi hija. Ella misna creó cien madres que después crearon hasta ciento setenta y cinco ovejas
¿Casada? Que divina sea...
Ahora no.
Shigank de rerepente quizo que pasara lo que pasara casar a Olzhabekcon ella, pero no sabía como comenzar las conversación sobre este tema; y se queóo sentando pensando.
— ¡Se la podemos proponer a nuestro Olzhabek! ¡Ellos harían una buena pareja!— por fin dijó él.
— No, ella esta esperando a otro.
Esas palabras dejaron frío a Shiganak. En ese tiempo entró Olzhabek.
— ¿ que te pasa, eres un tonto, Shiganak? Por completo!..— grito él.— ¿por qué tú lo obligas a dibujar su portreto?
El mismo lo quiso.
¿pero si es tutyo?
— ¡Tú eres más joven que yo y guapo, que te dibuje a ti!— dijo riéndose Shiganak.
— él llegará adónde ti mañana,— murmuró Olzhabek.
— vamos a mi a mi casa a almorzar — los llamó un anciano enorme. La sala estaba repleta de viajeros. Aquí estaban los mejores hombres del Koljoz. Olzhabek, estando entre ellos se sentía cada vez más importante y honrado, más aun cuando era recordada su familia. «¿para qué me fuí? ¿A quién le era necesario?»— pensó apenadamente él, sentado entre dos ancianos. Una sensasión de pena de lo perdido, por su misma culpa no lo dejaba ni cuando entró en el cuarto del anciano hospítalario. Tenía los ojos puestos en el suelo.
Cuando entrarón los invitados, una de las mujeres, que estaba encargadas del buffet estaba detrás de la puerta con dos platos en las manos y cuando ella se dio vuelta hacia los invitados, soltó uno de los platos por nerviosismo, y este calló al suelo. Sus ojos negros se abrieron sorprendidos ella trato de alcanzarlo con su mano…
— ¡Ol-zhe-ke!..— apenas pudo decir ella. Olzhabek tambiйn se quedo perpejlo.
Zhamal!— gritó él con una voz ensordecedora, Y así se quedo bocaabierta.
¿estoy soñando o viva?! No, seguro es un sueño... Yo ahora me despierto...— suspiro la mujer y se dirigió a él, temblando y teniendo miedo de dejarlo, como si fuese un niño.
Olzhabek se lanzó con emoción hacia ella y la abrazó fuertemente.
Zhamal!.. mi Zhamal!..
No hubo más palabra. En eluigar de ellas corrieron ríos de lágrimas,-"como si estos dos cuerpos se fusieran en uno solo, como la nieve.
Poniendo su cabeza sobre el pecho de, Zhamal le miraba con cariño y silenciosamente le preguntó; ¿cómo está Saguintay? ¿Ha crecido? ¿Se ha hecho todo un jinete? Olzhabek se estremeció.
— ¿Saguintay? ¿Estás loca?!— Olzhabek tenía la boca atada no podía pronunciar ninguna palabra y con dificultad dijo:— pero si él se quedó contigo...
— ¡Cabrones! Me engañaron, los bandidos me engañaron, ¡perros! Gritó Zhamal, doblándose las manos.— ¿Dónde está mi Sanguintay?
— ¿Mi tierna que te pasa?—le mormuró con cariño él, sobándole la cabeza
Shiganak, bajo los ojos, con las mangas del mantel le limpió las lágrimas. Zhamal al sentir compasión se echo a llorar. Olzhabek seguía parado como una piedra, estaba petrificado...
— no llores, mi tesoro, no llores,— le decía Shainbay.— las lágrimas ajenas atormentan a mis huesos. ¿¡Vida maldita e irónica — te alegra y luego te apena! Cuando jodido se hartará de las desgracias de los demás?!
Zhamal puso la cabeza en el pecho del anciano y él con su mano grande y tostada le acariciaba su pelo con amor paternal.
Capitulo siete
Todo parecía que había comenzado la incursión del ángel de la muerte tronando sus clarines. La Tierra estaba en llamas. Había riós de sangre humana, montañas de muertos. Pero el enemigo aun quería más sangre. Él iba destruyendo todo por su camino, como Dazhzhdal, Él se tragó a París Praga, Borshaba, Belograd y llegando a las cercanías de Moscu se detuvo, para retomar fuerzas y preparase a la nueva sadicia. El mundo se conmocionó espantándose de lo terrible... estos eran tiempos difíciles para el pueblo sovietico que se encontraba ante una amenaza palpante y mortal
«¡Todo por la salvación de Moscú — nuestras vidas, nuestra riquezas!»— esa era la voz de todos los pueblos unidos.
En estos tiempos Shiganak estaba enfermo. A él lo atormentaban dos males. El primero — era físico: el tená un cáncer gastrointestinal; él segundo — era espiritual: una prueba muy dura, que sufría la Patria. Estos dos males quebraron al viejo hombre. Él se enflaqueció y se debilitó, pero todo
— no , todavía no te la ha quitado! Hay que cortar esa mano. El trigo solo tiene un dueño. ¿Tienes tú granos?.
encontramos. Ya he enviado una partida. ¿Oye no tenemos que abrir nuestro segundo granero?— preguntó Shanguirey.
Era difícil reconocer al avaro de Shanguirey.
Dárselo al estado es bueno,— refutó Karibay,— pero hay que dejar semillas y para comer. La guerra puede durar mucho tiempo. ¿Hay alguna disposición del centro regional, Shika? Shiganak se convulsionó:
¿disposición de la región? Tú mismo piensa. ¿Quíen puede dar orientaciones mejor que el partido y la región? Karibay se calló.
Zhanbota, todo el tiempo callaba fruncido, de prono preguntó:
— ¿usted ha encontrado a Token?
- lo encontré.
¿Él no le ha dicho nada?
- no tuvo tiempo. Yo le he dado un bastonazo. El bastón se rompió y se fue arreado.
— ¡concreto!— dijo sonriendose Zhanbota.— me parece que el anda lanzando rumores malos.
— es una pena que no este ahira nuestro Amantay,— respondió Shiganak,— el maestro lo meterÍa en la carcel ahora.
A Zhanbota se le achico corazón.
Oh, cuanto lo siento que usted no tuvo tiempo para ir a Moscú - Ella dijo con tristeza.
— ¿qué te pasa, solito mío, estás apeando? ¿Recuerdas a tus hermanos? ¿o estás pensando en mí? ¿o estás pensando en nuestros tiempos difíciles? Es temprano para ti.
— ¿Padre, cómo son los facistas?
— el tiene unos colmillos como el Jabalí, unas garras como las bestias y en medio de la frente solo un ojo, como la unitaza, — así es él.
¿él es un hombre?
Es un hombre sólo que salvaje.
De pronto llegó un empleado
Telegrama
De las afueras de Moscú
No, de los panfilos
Alñzhibek con una voz temblorosa leyó el telegrama, los habitantes de panfilos les dan las gracias por la ayuda ofrecida al ejercito rojo, les expresamos nuestra voluntad de triunfo les deseamos nuevos exitos.
Shiganak no sabía leer, pero cogió el telegrama y al revolverlo en sus manos, no lo devolvió a Akzhibek, como solía hacer con toda la correspondencia, sino la dobló con cuidado y lo puso en su bolsillo de pecho, lo cerró y lo tocó unas veces. Esperó un rato, ordenando sus pensamientos agitados, y al decir “me montó en mi caballo”, salió de casa.
Primeramnte él alegró a Zhanbota, Karibay y Shangirey y cuando aquella alegría ya no podía caber en su koljoz, se dirigió hacia “Kamer-shy”.
En “Kamer-shy” quiso alegrar a Zaura, en el koljoz vecino, “Karakol” a Kulmes, a la derecha de él, se encontraba el koljoz de su futuro consuegro Kashkyn. Todos ellos son los trabajadores excelentes, que sabían cultivar el mijo de un alto rendimiento, eran sus seguidores y sus alumnos. Ahora ya tenían sus propias máquinas y esperaban la primavera, dispuestos a trabajar.
Casi a galope, Shiganak llegó a “Kemer-shy”, para visitar Zaura, y aquí encontró a Kulmes. Ambas mujeres estaban apoyadas contra la pared de un cobertizo colectivo. Estaban sombrías y silenciosas. Zaure sin querer se dirigió a Shiganak y le saludó tristemente y cuando todos entraron en su casa, no apresuró de encender el samovar, como siempre lo hacía, sino se sentó cerca del umbral y suspiró con amargura.
-¿Cómo que alemanes?
- Si pudieron coger Moscú ¿Acaso les parecerá difícil de llegar hasta “Kurman” o “Kamer-shy”?
- ¿De dónde viene ese rumor? No lo han avisado por la radio o los periódicos.
- Claro, no lo han avisado. Pero el poder se fue de Moscú… Y de Leningrado también, lo sabe Usted…
- ¿Qué van a hacer Ustedes?
- Haremos lo mismo que hace la gente.
- Estoy enfermo. Casi no me encuentro con la gente. ¿Qué dicen?
- Cuando las mujeres se reúnen, hablan de todo. Ahora las pobres mujeres y lo piensan todo y lo hacen todo. No podemos dejar a nuestra tierra, nuestro koljoz. Pero los productos alimenticios debemos esconderlos. No hay que sembrar. Mandaremos el ganado hacia el desierto, prepararemos un veneno de las hierbas y con ello encontraremos a los alemanes. ¡Eso es de lo que hablan las mujeres! Aunque son sólo habladurías, pero yo misma ya me inclino a las mismas cosas. ¿Si cayó la capital, qué más podemos hacer?
- Si cayó la capital. ¡Pero no cayó y nunca caerá! – dijo Shiganak y al sacar un telegrama de su bolsillo, se la mostró.
3
La ventisca que duró sin parar unos días, por fin se cesó. La nieve brillante bajo los rayos del sol, adornó la tierra.
Por la estepa solitaria se mueve rápidamente un esquiador en careta antigás.
Entre las colinas de nieve pasan las mujeres, levantando los paranieves derribadas por la ventisca.
Saltando sobre los baches de nieve, el esquiador se acercó a las mujeres. Se quitó la careta antigás y resultó que era Zhanbota.
Las mujeres se agruparon y la rodearon.
¿Qué cosas buenas nos cuentas? ¿Qué tal en Moscú? ¿Hay cartas? – se oyeron las preguntas de todas las partes.
Hay una carta de Amantay. – sonrió Zhanbota.
¿Qué te escribe?
Zhanbota quiso contarles el contenido de la carta con sus propias palabras, pero sus amigas protestaron:
¡Léelo! ¡Léelo sin avergonzarse!
“¡Mujerona mía, hola!” – así comenzó su carta Amantay, eso hizo todos a reír. - “Zhanbota, no te enfades, que te he llamado mujerona. Ahora no podré sustituir hasta tu huella por una hurí viva. Pero si tú no me estarás fiel, no lamentes después.
Te contaré sobre los alemanes: entre nuestro y su aúl no hay más poblados. Pero sus perros son feroces, ladran sin calarse. Me refiero a sus fusiles. A pesar de eso los nuestro cada día traen la “lengua”. Me preguntarás qué es la lengua. Quiere decir que tienes que robar a un enemigo directamente de su cubil, si lo haces – te espera la honra, si caerás en sus manos – la muerte. Yo he dicho a mi jefe de batallón “a una oveja seré capaz de robarla” y él me dio el permiso.
La noche oscuro en el bosque mis compañeros y yo nos hundimos en la nieve como unos armiños. Eso es otra cosa, camarada, que hundirse contigo en el azul Uil: muere sin moverte, pero no te atrevas de alzar la cabeza antes de lo necesario. Pero llevando las batas blancas se puede sin ruido llegar allí donde están los enemigos. Por primera vez me alerté cuando te acerqué cautelosamente y te hice a estar con la cabeza en el agua, por la segunda vez me alerté aquí. Se me cortó la respiración cuando justo ante mi nariz se levantó un fascista robusto, pero alrededor no había nadie. Sólo se oía el ladrado de los fusiles. El cielo cada momento se alumbraba con las raquetas y los proyectores. Hay sólo fragor y ruido. Miro al fascista. Si me dispara – me quedaré sin lengua, pero tengo miedo de atraparlo. Si alguien dice que no tiene miedo, miente. El fascista también se comporta con más cuidado, que una cotorra. Parece que haya salido en su emboscada y se chocó contra mí. ¿Pero cómo pudo soportarlo? Me levanté y le agarré como un hurón. Él era muy fuerte. ¡No podía ganarlo! De repente aparecieron unos dos fascistas más. Me vio obligado de llamar a los míos. ¡Trac! – sonó el disparo. Resultó que los nuestros sólo esperaban a aquellos dos. Les mataron en seguida. Agarraron a mí hombre robusto, le cerraron la boca, le ataron sus manos y pies y lo llevaron a nuestro lugar.
¿Qué te puedo contar más de los fascistas? Son muy astutos. Ellos crearon unos tanques tan grandes como las casas para coger a Moscú. Pero nosotros no nos atrasamos de ellos.
Mujer, no se puede escribir con más detalles sobre el frente, pero te digo que no les bastará la fuerza para coger a Moscú.
Ahora todas las azadas están en tus manos, aprovéchalo. No olvides de regar mis terrenos también. He oído de que Shica está enfermo, pero tú no, entonces puede ser que ahora por fin serás mejor que cualquier hombre, ¡eres así!
Escríbeme más rápido, sonríeme aun de lo lejos, te echo de menos muchísimo. Adiós.
Tu Amantay.”
Las mujeres escuchaban la carta sonriendo pero de sus ojos caían las lágrimas. Amantay era un joven hábil, ágil, amistoso y simple, contagiaba con sus chistes todo el aúl. Después de su partid aúl se hizo vacío y aburrido. Zhanbota que se consideraba fuerte, también bajó las manos. “Ay, mi tonto, mi tonto…” repetía ella, pensando en Amantay.
No importaba cómo disputaban, cómo se irritaban, porque se valoraban mucho. Eran una pareja en las disputas, bromas y alegría y no podían vivir uno sin otro. Ahora él está allí, ella está aquí, y ella recordaba con melancolía los días despreocupados que pasaron juntos.
¡Le echo de menos muchísimo a Amantay! – suspiró Zhanbota. – Loe dejaría todo y me iría a dónde está él, pero ¡no puedo!..
Con aquella última frase Zhanbota reveló su secreto que sabían sólo ellos dos. Zhanbota esperaba a un niño, su vientre se redondeó notamente, el cuerpo no quería como antes moverse bruscamente, saltar, correr. Eso era lo que le hiso decir la frase “¡No puedo!”.
Cada mujer que estaba presente allí acordaba de su hijo, marido, o hermano. Ellos se entristecieron. Zhanbota se sacudió y se levantó.
¿Por qué han ablandado tanto? No se puede asustar a los fascistas con esas lágrimas. Se les puede matar sólo el trabajo. Hay que dar más pan, armas y granadas a nuestros soldados. Hay que cuidar sus padres y sus hijos. La mujer que amaba a sus padres, esposo e hijos, ahora debe amar sólo el trabajo. Somos las dueñas de los campos. ¡Qué su pena, su tristeza, su venganza – todo eso quepa en su trabajo! ¡Que nuestro lema sea “la lucha por el rendimiento en doscientos quintales”! ¡Levántense y a trabajar! Entonces nuestros soldados vuelvan más rápido.
Las mujeres se dispersaron, secando sus lágrimas, alguien seguía llorando. Zhanbota y Ayslu se fueron juntos. Zhanbota con el palo para esquiar medía la profundidad de la capa de nieve. Los paranieves se ponían por tercera vez. Las capas de nieve se hicieron más gruesos, pero eran desiguales.
¡Pero si hay la torre de agua! ¡Para qué paramos la nieve! – refunfuñó Ayslu. – ¡Es toda una fantasía del aquel larguirucho!
“Larguirucho” era el nombre que las mujeres dieron al agrónomo. Desde que Shiganak se convenció en el terreno “impuro” de la eficacia del abono, el comenzó a confiar en Sergei y tratarse con él con respeto. La parada de nieve se hacía en koljoz por primera vez. Zhanbota no le respondió. Al notar las cifras obtenidas, empezó a contar.
¡Basta eso! ¡Mejor siéntate, hablaremos un poco!
En promedio, en veinte hectáreas está detenido una capa de nieve de un medio metro…
¡Déjalo!
Espera. Shica nos dijo de conseguir un metro. Sólo una hectárea necesitará un mil y quinientos metro cúbico de agua. Hay que hacer una pared de agua…
Si vas a pensar sólo en la nieve, vas a morir de aburrimiento. Hablaremos de otro tema.
Vale, ¿qué quieres? – le preguntó Zhanbota, dejando el papel y el lápiz.
¡Quiero divertirme!
Haz la pared del nieve, para el agua, entonces vamos a tener más mijo – y te divertirás.
Tú te conviertes en un leño, sólo hablas del trabajo, pero yo estoy pensando en los hombres.
Zhanbota se echó a reír.
Pues, no hay nado malo en lo que piensas. Es muy difícil vivir sin ellos. Todo lo más pesado está en sus hombros.
No negaría ahora el galanteo de un cojo mula. – sonrió Ayslu. – ¡Pero me parece demasiado viejo!
¡Cómo eres! – también sonrió Zhanbota y añadió en tono más serio: - no humilles con tales pensamientos a tu hombre. Él es el padre, es el apoyo para la familia. Él es un soldado, un defensor de la patria y tu defensor. Así pienso en mi Amantay. Tu Aydzhan es demasiado modesto…
¡Qué dices! ¡Es que no están aquí! ¡Déjales en paz! Encontraremos a los otros.
¿Dices enserio o...? – le miró fijamente Zhanbota.
Ayslu no le respondió nada. Zhanbota se puso los esquís y se echó a correr. Los pensamientos y los recuerdos de Amantay la perseguían.
4
Los ojos de Ajmet que muchos años estaban dirigidos con la espera ansiosa hacia las montañas inhabitadas ahora se han hecho vivos y han empezado a brillar. La gente a la que temía, los koljosianos de los que se escondía agacharon las cabezas ante la amenaza. Ajmet ensilló al caballo estadizo y decidió atacar al descubierto a sus enemigos. Salió de su escondrijo. Pero el caballo viejo no aguantó el galope. Ajmet lo abandanó y furioso siguió a pie. Sabía poco de la guerra y la situación en los frentes y en el país. Pero los rumores sobre la ofensiva de los alemanes alcanzaron incluso las montañas desiertas dónde se escondía Ajmet. Llegó hasta el Uil. Ajmet no era de estas tierras, pero en los tiempos anteriores, visitando la feria del Uil, más de una vez se alojaba donde Token. Y esta vez se ha dirigido a casa de Token para solventar las dudas que le inundaban. Desde el momento de su último encuentro pasaron muchos años, pero Ajmet no olvidó el camino e incluso en una noche tan oscura, como ésta, no tardó en dar con la casa. Token acababa de regresar a casa y estaba en la cama después del golpe recibido de Shiganak. La llamada a la puerta a la hora insólita le preocupó a Token.
Ajmet entró, saludó, sacudió la nieve, limpió la cara, bigote y barba, y se quitó el gorro. Solo en este momento Token lo reconoció.
- ¡Ajmet! ¡No lo esperaba!
- ¿Pensabais que había muerto?
- Token gimiendo se levantó de la cama y abrazó al amigo.
- ¿Dónde has estado? ¿De dónde has salido? ¡Cúanto tiempo no nos hemos visto!
- Como ves... Todo el tiempo escondiéndome como una codorniz.
- Pues, todo ha terminado... ¡Has logrado salir!
- Dime con certeza qué es verdad, qué es mentira. Es que no sé nada.
- ¡Ahora no queda lugar para dudas! – rió alegremente Token. Ucrania lleva mucho tiempo en las manos de los alemanes. Ahora han invadido Moscú. Leningrado está rodeado.
- ¿Y el poder, sigue?
- ¡Aún sigue!
Ajmet entornando los ojos miraba la bombilla eléctrica sin apartar la vista.
¡Esta maldita luz, como se ve, ha llegado hasta el Uil!
- Tienes razón. Mientras estos “nuestros” perdían el tiempo con tales pequeñeces, los alemanes hacían más fuerte el material bélico. ¡Y todo ha salido como era debido!
— Tú, Token, estás alegre, pero he oído que los fascistas, excepto a sí mismos, a nadie toman por gente. Es verdad que mi pueblo y mi país son hostiles para mí, pero puede ser que sean mejores que los fascistas. A mí de la vida me queda como a una oveja vieja, ¡para qué lamentarla! Estoy listo para luchar, pero no he entendido bien a quién pegar y a quién defender.
— Estás en lo cierto, que ha llegado el día, - dijo Token animándose. – Los fascistas quieren gobernar a todo el mundo, es verdad. El zar blanco que reinó en Rusia trescientos años también se llamaba a sí mismo autócrata. Los kazajos y otros pueblos en Rusia nunca han vivido bien y no los han respetado, pero nosotros, Ajmet, también somos kazajos, ¿y quién te ofendía en los tiempos anteriores? El gobierno zarista aprovechaba de las mejores personas de cada nación, y los fascistas no se alejarán de este camino. Por fuerza se apoyarán en los token y los ajmet... Y, mira, este fascista se está acercando. Tenemos que demostrarle nuestra compasión y recibirlo como es debido.
— ¿Hay algunas noticias de los lugares tomados por los fascistas?
— No hablo al azar, sino con certeza.
Las palabras de Token llegaron hasta Ajmet, decisivo se pasó a los alemanes...
— Tú, siempre vives entre la gente y te has acostumbrado a todo, - dijo Ajmet, - y yo me sorprendo de todo. Me escondí en Orta-zhus y Kshi-zhus nueve años y aunque siempre vagabundeaba, pero me fijaba en muchas cosas: los caminos están llenos con coches, los campos, con tractores, en el cielo hay aviones y dicen que entre Kandagach y Guriev circulan trenes. A la orilla del Uil están las cañerías altas humeantes... El poder Soviético consiguió apoderarse de la mayoría del pueblo y será difícil vencerlo. ¿En qué podemos ayudar?
— Hay varios métodos, - dijo Token, - pánico, sabotaje, espionaje, asesinatos... ¿Cuál te gusta más?
— ¡Cualquiera! Dime solo cómo.
— Me encargaré del Uil, y tú, actúa en la estepa. Cerca hay Shiganak, es la corriente inagotable del mijo. El solo vale por cien.
— ¿Es aquel, el famoso?
— ¡No solo famoso, sino inapreciable!
— Vale, voy allá, - se puso de acuerdo Ajmet.
La vieja, la hermana de Token, les sirvió la cena. Ajmet permanecía hosco y silencioso. Token hablaba de cómo iban a comunicarse y cómo Ajmet podía llegar al aúl.
- ¿Cómo has llegado aquí?
- En coche de paso.
— Entonces, coge mi caballo. Sin llegar al aúl, te bajas y lo sueltas, volverá solo.
La reunión general de los comunistas de los koljós de los alrededores se demoró hasta pasada la medianoche. Hablaba Ermagambet sobre la tarea actual de los comunistas - vigilancia.
— ... En esta guerra nuestro país tiene que demostrar las mejores cualidades del pueblo soviético. El destino nunca ha cargado a los comunistas que dirigen el país con tal peso. El país se ha apretado en un puño. No nos pararemos ante cualesquier víctimas necesarias para alcanzar la victoria. Pero los fascistas están no solo en el frente, traen a nuestra profunda retaguardia a sus saboteadores y espías, y los tiran en paracaídas. No se puede dejar sin atención incluso las dunas de nuestras estepas. Solo cuando nuestra vigilancia alcance nuestra potencia, venceremos. Hace falta hacer caso de cualquier palabra ambigua. El amigo más peligroso de nosotros es el descuido...
En la reunion crearon las brigadas para luchar contra el enemigo interno. Cada comunista llevaba la responsabilidad.
Karibay iba rápido a casa. Durante el camino de vuelta su imaginación se desencadenó: clavaba los ojos en cada punto negro. Las palabras dichas por Ermagambet revivían en su imaginación. Empezó a pensar que al lado, en la estepa perdida, se econdían los fascistas, por eso sacó del bolsillo la pistola y la metió en la caña de la bota, lo que le tranquilizó un poco. Los enemigos son astutos, pueden llevar el uniforme del ejército rojo o la ropa kazaja. ¡¿Cómo adivinar?!
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el ruido que procedía del aúl, primero iban los camellos, llevados a la ciudad, al puerto, los seguían ovejas que balaban, vacas que mugían. La cabeza de la caravana se perdía a lo lejos en la oscuridad, dirigiéndose al Uil y su cola todavía seguía en el aúl.
“¿Han dejado algo?” – pensó alarmado Karibay. Y al espolear el caballo fue corriendo al granero del koljós.
En aquel mismo instante Shangirey estaba abriendo las puertas de la segunda mitad del granero dónde permanecía la ración de reserva del koljós.
- ¿Qué estás haciendo? – preguntó Karibay sin apearse.
- Quiero enviar uno o dos carros más.
- Deja, no hace falta.
- Si no se puede en este tiempo, ¿entonces para cuándo guardarlo?
- De momento no ha habido indicaciones de entregarlo todo, hasta el último grano. Déjalo.
Pero esta vez era difícil convencer a Shangirey.
Karibay no sabía cómo detener al comerciante que en exceso había abierto la mano. Se les acercó Zhanbota, Shangirey les volvió la espalda sintiendo que los dos iban a disuadirlo.
Karibay y Zhanbota permanecían a ambos lados y Shangirey no sabía dónde volver la cabeza. .
— ¿Qué queréis?— preguntó con aire hosco.
— Hace falta hacerlo todo juntos. Ambos somos miembros de la junta. ¿Por qué no has hablado con nadie?
— ¿Y qué? ¿Tacañear el tesoro para el tesoro?
— Hay tesoro y tesoro. Hace falta saber entregar. La guerra durará mucho todavía.
— ¡Mira, qué listos! ¿Queréis desviar la conversación? ¡A ver, intentadlo! – murmuró obstinadamente Shangirey.
— No lo vamos a intentar. Si no lo dejas, enseguida iré al comité regional. ¡Ermagambet no mandó tocar el granero! – dijo Karibay y se dirigió a la salida.
Shangirey se rindió. Se volvió, salió y al cerrar las puertas del granero, con las llaves en las manos refunfuñó:
- ¡Ahorras el tesoro para el tesoro y si es para ellos mismos, entonces solo da: ya para la competición, ya para los premios, ya para el banquete piden o un saco de mijo o un carnero!.. ¡Ahora ni me pidáis! ¡Cuando venga incluso el padre carnal, no le daré ni papa!
Cerrando la puerta con ruido, la puso bajo llave que guardó en el bolsillo y se fue refunfuñando.
6
El aúl dormía. La noche era oscura y tranquila. Muy a lo lejos se oía el chirrido de los patines, relincho de los caballos o un grito del camello de la caravana que se alejaba.
Karibay y Zhanbota quedaron mucho tiempo juntos hablando de la vigilancia, de las atrocidades de los fascistas. Soñaban con el poder sobrenatural, con cualquier ardid para eliminar lo más rápido posible a los fascistas. Buscaban un castigo para Hitler y no lograban encontrarlo.
- ¡Quien fuera invisible! - soñaba Zhanbota.- ¡Me colaría donde Hitler sin que me vieran y lo estrangularía con mis propias manos y acabaría con la guerra!
— ¿Y las ciudades destruidas, bienes del pueblo robados y destrozados?- suspiró Karibay.
— Después de la guerra les haremos a los invasores construir, reparar y devolver lo robado para que todo se quede como era.
— Después de vengar en los fascistas todo se quedará como antes, ¿pero qué hacer con los torturados y asesinados?
Zhanbota no supo responder.
En la oscuridad de la noche se oyeron unos pasos cautelosos. Los dos se quedaron petrificados. Apareció un peatón solitario. Iba lentamente mirando a los lados y parándose.
- Alto, ¿quién va?
La figura que se dislumbraba en la oscuridad se paró.
- Soy yo, - contestó el desconocido.
Karibay y Zhanbota se acercaron más, miraron fijamente, pero no reconocieron al viajero.
- ¿A dónde va a estas horas?- preguntó Karibay con severidad. . .
— He salido tarde de Uil,— explicó el desconocido.
— ¿A dónde va?
— En estos lugares tengo parientes. Iba donde ellos. Me he cansado. ¿Puedo descansar en alguna parte, queridos?
— Se puede. Sígame. Karibay llevó al desconocido a su casa. Al llegar lo examinó detalladamente. La cara del caminante provocaba los pensamientos inquietantes. Por mucho que intentara parecer una persona atemorizada, pobre, enseguida llamó la atención con su comportamiento extraño. Karibay, como el dueño de la casa, según la costumbre, le invitó al tori. Ajmet seguro y acostumbrado hizo un paso al tori y se sentó en el centro como si estuviera sentado aquí toda la vida.
Karibay lo observaba de reojo estudiando su cara y sus maneras.
- Aksakal, vamos a conocernos. ¿Quién es usted, de dónde viene?
- Vengo de Aktiubinsk. Soy del género de Aday. Me llamo Suleiman.
- ¿A dónde se dirige?
- En Taysogan vive mi hermana, voy donde ella.
- ¿De noche?
- He oído que aquí está de visita la gente de allí. Pensaba que me llevaría.
- ¿Ha vivido en el mismo Aktiubinsk?
- Sí, en la ciudad. Al hijo se lo llevaron al ejército. La vieja murió. Así que voy a buscar a la hermana.
- ¿Qué dicen en la ciudad sobre la guerra?
- Todos están asustados. Dicen que los alemanes matan a todos.
En la puerta apareció la mujer de Karibay y lo llamó. Karibay salió. Al quedarse solo Ajmet examinó la habitación. Se fijó en las anchas botas kazajas. En una bota vio la pistola. Ajmet rápidamente la puso en su bolsillo.
Karibay se había olvidado de sacar el arma de la bota, pero de repente se acordó, volvió de la cocina y cogió con prisas la bota. Su cara se cambió. ¿Dónde habría perdido el revólver? No había podido caer de detrás de la caña...
Karibay miró fijamente al huésped. Aquel seguía tranquilo como si no notara nada.
— Por muy cansado que esté, pero quiero encontrar a mis compañeros de viaje. He entrado un poco en calor y seguiré el camino,— dijo el invitado.— Acompáñame.
— ¿No se quedará para dormir?
— Pueden marcharse. Mejor me voy.
— Aksakal, me acaba de desaparecer el revólver,— dijo Karibay.
— ¿Soy yo quien lo ha robado? ¡Piénsalo tú!
— ¡Devuélvamelo!
— Desde cuando estoy sentado, no he cambiado de sitio. ¡Cachea, puede ser que lo encuentres!
Karibay se le acercó y le sacó del bolsillo su revólver.
Ajmet sin sentirse cohibido sonrió.
— ¿Acaso se puede dejar el revólver así? Quería asustarte.
— ¡No hables, canalla! ¡Espía!— gritó Karibay apuntando el revólver a Ajmet.— ¡Levántate, espía!
Ajmet se levantó sin prisa y con la sorpresa fingida murmuró:
— ¿“Espía”? ¿Qué es esto — “espía”? ¿A dónde voy?
— ¡Ahora llegarás a saber, adónde!
Dejando pasar a Ajmet, Karibay se fue. La mujer de Karibay que estaba preparando el samovar se quedó petrificada con la tetera en las manos, aturdida por tal infracción de la hospitalidad.
7
En la habitación trasera de una casa diminuta en la cama niquelada duerme resoplando un huésped pequeño. Con cuidado sin que la puerta hubiera crujido entró Zhamal, se inclinó sobre el niño y cariñosamente rozó con los labios la frente clara. Al taparlo mejor, ella, moviéndose por la habitación como una gata, se puso a limpiar. Poniendo al armario un abrigo que estaba tirado sobre la silla, se miró en el espejo de la puerta y paso los dedos por las arrugas pensativa.
“Lo vertido, no se llenará. No me veré joven nunca más”, - suspiró ella.
Este pensamiento pasó por su cabeza como la luna entre las nubes negras y volvió a sumergir en la oscuridad. Zhamal quitó el polvo de la maleta, cerró la caja del gramófono, recogió las agujas desparramadas y al fin cogiendo el despertador para que con su sonido anticipado no despertara al invitado precioso, salió de la habitación.
El silbido y el hervor del agua le dieron a conocer que había hervido el samovar. Cogiendo la tetera, corrió a hacer el té y de repente se quedó de piedra en la puerta.
- ¡Olzheke!
Olzhabek estaba en el umbral con el kaftán cubierto de nieve, una capa de lona encima de la piel, carámbanos en la barba y bigotes. Sin saludar, en silencio, por la vieja costumbre, desde la puerta le extendió el gorro.
- La enfermedad pasa, pero la costumbre se queda, - con una sonrisa dijo Zhamal y cogió el gorro. Olzhabek no contestó. Guardando silencio empezó a quitarse la ropa. Al colgar el gorro en un clavo, Zhamal se acercó al samovar hirviendo. Sin notar que se había ido Olzhabek le extendió el cinturón y volviendo Zhamal lo vio así, inmóvil, con la mano extendida. Se puso a reír tomando sus cosas.
- ¡Mi vieja hoy está de buen humor! – por fin pronunció Olzhabek sonriendo. Muchos jóvenes fuertes estaban ahora en el frente. Y pastar los caballos en invierno no puede hacerlo cualquiera, se necesita una persona enérgica, fuerte, por eso Shiganak y recomendó a Olzhabek para este trabajo. Vivía con su compañero en una cabaña cubierta con nieve en medio del pasto a unas decenas de kilómetros del koljós. A veces llegaba atravesando la superficie lisa de nieve. Zhamal ahora dirigía la granja de cría de ovejas.
Los esposos intercambiaron algunas preguntas sobre la salud. Pero Olzhabek impaciente entreabrió la puerta que llevaba a la habitación trasera, donde estaba el pequeño huésped.
No entres allí después de la calle. Está durmiendo.
Olzhabek, sacando el hielo del bigote, introdujo la cabeza a medias y con una sonrisa silenciosa largo rato miró la cama.
Si Dios quiere, todo se arreglará poco a poco, - susurró conmovido y emocionado Olzhabek a su mujer.
La tiró a Zhamal por los faldones.
- Siéntate un rato, - dijo insistiendo. - ¿Qué noticias hay del frente, qué dicen sobre Moscú?
- Aún no ha ocurrido la desgracia, - dijo ella sin querer pronunciar: “Mientras Moscú no ha rendido”.
- ¿Y que hay de Shiganak?
- Ayer vino a verme Zhanbota. Las dos lloramos. Dicen que para Shika no hay esperanza.
Olzhabek afligido se quedó pensativo. Delante de sus ojos estaba el camino que Shiganak recorrió. Sin soltar los faldones de Zhamal permanecía como petrificado. Compadeciéndolo, Zhamal también guardaba silencio.
- Tienes el pómulo helado, - al mirar al marido le dijo Zhamal.
- Sí, - contestó distraído Olzhabek.
Se había olvidado de la cara helada, se había olvidado de relatar que hacía tres días estaba a punto de morir durante la tempestad de nieve junto con la manada de caballos.
En la estepa ancha de colinas, sin tener la posibilidad de esconderse en las montañas o desfiladeros profundos, afrontó la ventisca terrible. Los caballos indefensos retrocedían bajo la presión del viento. Olzhabek los detenía solo, sin ausentarse para levantar a su compañero que se había dormido profundamente en la cabaña. El viento de nieve como si con la navaja le cortara la cara. Los caballos iban perdiendo la capacidad de resistir. El hombre no lograba detenerlos ni con grito ni con látigo. Salían a la estepa y se iban a la oscuridad cegadora de la ventisca nocturna de cara a la muerte. La larga noche de invierno prolongada aun más por la lucha horrible no lo dejó a Olzhabek en paz hasta la mañana, pero tampoco la mañana le prometía algo bueno: sabía que la ventisca llevaba a la manada al pantano salífero que no se helaba. Con las temperaturas bajas en la plasta de hielo y salmuera espesa todo lo vivo seguramente moriría. La muerte acechaba a los caballos junto con el pastor.
Hacia la madrugada la ventisca se puso a gemir y aullar incluso más fuerte. Olzhabek se desconcertó.
“¿Qué hago ahora? ¡¿Qué hago?! – repetía para sí mismo corriendo entre los caballos e intentando agruparlos en una manada para apartar del pantano...
- “¡Ajá! ¡Aquí está la salvación! ¡La tengo! – de repente gritó en voz alta, pero el viento terrible volvió a meter estas palabras en la boca.
Olzhabek se acordó que hace algunos días, atrás, al lado en la estepa se quedó un valle que en verano era rico en hierba verde. Hace unos días quería cambiar el lugar del campamento y trasladar allí la manada de los lugares abiertos, recorridos. Enseguida levantó el kuruk y tiró su nudo a un rápido caballo alazán. Al atrapar al caballo lo ensilló de prisa en vez de su caballo agotado, esta era la última medida. El caballo de raza fresco se guarda en la manada como un refugio en la desgracia: rápido, incansable, estaba acostumbrado a domar junto con el hombre a los salvajes caballos no amaestrados, y estos, muchas veces pegados por el pastor hasta desmayarse por su rebeldía, temblaban ante el aliado del pastor poderoso. Viendo al hombre montado al caballo alazán los abarcaba el temblor de la impaciencia y su tenacidad se desvanecía. Se sumían ante el silbido del látigo y corrían hacia la manada para esconderse entre otros caballos.
Al montar al alazán Olzhabek adelantó a la manada y, asustando con el grito y los movimientos del palo, logró girar a los caballos frente al viento y la nieve cegadora. El guión de la manada, un caballo morcillo viejo, giró antes que los demás. La yegua albazana de huesos anchos, su fiel amiga, lo siguió. Ellos como si hubieran entendido el pensamiento de Olzhabek, se dirigieron al valle y la manada fluyó detrás de ellos. Algunas veces los caballos jóvenes que no tenían fuerzas de afrontar la ventisca rompían el orden, intentando huir, pero Olzhabek los alcanzaba enseguida y azotaba sin piedad, y estos, invadidos por el miedo, se dirigían a la manada.
Ni la tempestad ni la noche oscura doblegaron la voluntad del pastor osado. La manada llegó al valle salvador. Enseguida los caballos se calmaron. Bufando, respirando con dificultad se pusieron a cavar la nieve en busca de la hierba alta y espesa. Olzhabek montando al alazán recorrió la manada como si trazara un límite. Se paró delante de la manada y se quedó dormido apoyándose en el caballo...
Al entreabrir los ojos vio un desgreñado potrillo alazán. Ridículo y torpe golpeaba con la pierna, se inclinaba hacia la hierba sorprendido, pero no podía atravesar el grosor de la nieve y llegar a la hierba, y volvía a golpear con tenacidad.
Olzhabek sintió compasión, se bajó del caballo y desató de la silla de montar un ketmen que llevaba consigo para cazar. Con algunos golpes limpió de la nieve un lugar estrecho y llevó al portillo a la hierba que había aparecido. Así hasta que terminó la ventisca, cuidaba del portillo agotado por la tempestad, preparándole nuevos lugares limpios en vez de los ya ramoneados, y el portillo lo seguía con confianza como a una niñera.
La ventisca se quedó solo por la tarde. Olzhabek examinó la manada. Parecía que todo estaba bien. Desensilló al caballo, ató la rienda lagra a la punta de kuruk, cavó en la nieve su lecho y se acostó, dejando al caballo pastar y poniendo debajo de sí la punta gruesa del palo. Debajo de la nieve no sentía el frío creciente y se quedó dormido. De repente la punta del kuruk debajo de él empezó a moverse. Se dio cuenta de que el caballo se puso a moverse en el atadero. Olzhabek salió corriendo con un grito de su refugio y montó a caballo. Los caballos se amontonaron en la manada relinchando asustados.
“¡Lobos!” – entendió el pastor.
Cinco lobos atacaron la manada, pero el caballo morcillo rebatía sus ataques. Los lobos asustados por la arremetida impetuosa de Olzhabek y su grito se echaron a correr. El alazán acostumbrado a la caza se lanzó tras ellos. Los perseguían de una colina a otra, de un valle a otro. Olzhabek alcanzó la manada y con un golpe acertado a la nariz volcó al lobo a la nieve.
En aquel mismo instante en la estepa apareció un jinete gritando.
Olzhabek reconoció a su compañero que desde la mañana lo llevaba buscando por la estepa para sustutuir. “¡Has llegado, maldito, cuando no hace falta! De noche, durante la ventisca, no estuviste!” – pensó Olzhabek para sus adentros.
- Vale, toma, tienes más suerte que el perro, - dijo en voz alta.
Fue durante la tempestad cuando Olzhabek se helo el pómulo.
Zhamal trajo la crema agria; inclinándose untó con cuidado la piel helada. Solo ahora Olzhabek volvió en sí de los pensamientos de Shiganak enfermo.
- ¿Qué tal tus ovejas? – preguntó.
- Bien. Si no pasa nada, de cada cien hembras podré tener hasta ciento sesenta y cinco corderos. Por cierto, vuelven a enviar los regalos al frente. Nos hemos quedado al lado.
- ¿Qué ha dado Shiganak?
- ¡Ey! – dijo Olzhabek poniendo su mano ancha en su rodilla. – Shiganak es más listo que nosotros, pero es más rico. ¡Vamos a vencerlo por lo menos una vez!
Zhamal se rió tierna y entrecortadamente.
- ¿Acaso alguna vez he discutido contigo? Incluso entonces cuando “debajo del cielo ancho buscábamos las nubes rasgadas”, yo no discutía.
- Si es así, - dijo Olzhabek agitando bruscamente la mano, - yo doy cinco carneros, un caballo y cincuenta puds del mijo. Eso será una cuarta parte de lo que tenemos. Nos bastará lo que queda.
- ¡Que se lo des todo, ojalá los enemigos no venzan!
- Esto, nunca lo he pensado. Como van a vencer los Consejos y los koljós...
8
El pequeño huésped se despertó y chapaleando con los pies desnudos se asomó de la puerta. Zhamal lo cogió en brazos y al cabo de unos minutos los tres se sentaron a tomar té. Los dueños pusieron sobre la mesa todos los platos sabrosos que lograron encontrar. Aquí había mantequilla, carne y frutos secos. Al lado del invitado estaba ronroneando un gato y saltaba un conejito. Zhamal llevaba unos días ocupándose con el niño, cuidándolo, pero no pudo hacerlo decir su nombre. Con insistencia y cariño lo rogaba: Querido, dime: ¿de dónde eres?
El niño se hinchó y de pronto gritó:
¡A-lar-ma!
Los dueños lo miraban sorprendidos; sabiendo pocas palabras en ruso, no conocían esta palabra.
¡Bomba! Sshhh.... ¡pum! – anadió el niño y su cara expresaba el miedo.
¡Lo tengo! ¡Lo tengo! ¡Está hablando de la guerra! – animado exclamó Olzhabek con alegría.
Ambos no apartaban sus ojos del niño, pero él acabó así la conversación, les volvió las espaldas, cogió un pedazo de la carne, lo masticó un poco y tiró.
¿Por qué no la has cocido bien? – dijo Olzhabek con reproche y le acercó al invitado un plato con mantequilla.
Pero el niño tampoco se dejó seducir con este plato. No obstante, Zhamal en unos días logró a conocer su carácter. Rompió un pedazo de pan y le dio la lechera. Mojando el pan en la leche, el niño con mucho apetito empezó a comer. Los adultos lo observaban conmovidos. El huésped apartó la lechera, extendió los brazos y abriendo los dedos miró a los dueños. El gesto era tan elocuente que Zhamal y Olzhabek a la vez se le acercaron, y a cual más se pusieron a limpiar sus manos y labios. Cuando Zhamal intentaba limpiarle los labios, se volvía la cabeza y le acercaba los labios rollizos a Olzhabek, y cuando Olzhabek quería hacerlo, él se volvía hacia Zhamal y los tres reían alegres. Pero de repente la risa del niño se cortó, su mirada fijó en el gato y el conejo. Extendió ambos brazos para cogerlos, pero los brazos resultaron cortos.
Olzhabek los atrapó y puso en sus rodillas.
- En kazajo este es mysyk, y este es kozhek, - explicó Olzhabek.
El niño durante los últimos días, escuchando a Zhamal, ya se había acostumbrado a estos nombres y repitió:
- ¡Mysyk! ¡Kozhek!
Olzhabek no se alegraría más a dos caballos regalados que a estas dos palabras kazajas.
- El idioma kazajo es fácil, aprenderá pronto. ¡Ojalá tenga una vida larga y feliz!
Zhamal y Olzhabek mirando al niño se acordaban del niño perdido, y Olzhabek conmovido escuchaba los relatos sobre las travesuras del pequeño, sonriendo como un niño.
- Veo que no está... He corrido a la cocina, he abierto con cuidado la puerta y ¡veo que está en el orinal!..
- ¡Qué listo! – sonreía Olzhabek.
- ...Siento que alguien se arrastra por la cama. Me he asustado. ¡Veo que es él! – se acuerda Zhamal de la noche anterior.
El niño jugaba con el gato y el conejo. Zhamal quedó mirándolo unos instantes y sin apartar los ojos de repente exclamó:
- ¡Puede ser que fuera también el hijo único de su madre! ¡Como una camella bramaba la madre despidiéndose de su cría, y ahora la pobre tal vez haya muerto a manos de los violadores!
- Sí, - suspiró a su vez Olzhabek, - han llegado los tiempos duros. ¡Cuanta sangre se está derramando! Sobre el pueblo hay nubes, y han separado a las madres de los hijos... ¿Quién tiene la culpa? Sin conciencia y honor, los malditos fascistas. ¿Cómo no tener piedad de tal niño? Quien no se apiade de él, de este la gente no compadecerá...
El niño miraba a Zhamal y Olzhabek y, aunque no entendía las palabras, pero como si sintiera su sentido. Dejó de reír, se les acercó y al abrazar a Zhamal por el cuello, echaba miradas a uno y a otro. Parecía que sus ojos claros les decían: “¡No os aflijáis, con vosotros seré feliz!”
Y ellos dos lo miraban con amor y cariño y en estos minutos se sentían felices.
9
El aúl hace mucho que se durmió, pero en una habitación de la oficina del koljós seguían Serguey, Akzhibek y Zhanbota con el artículo de Shiganak. Shiganak dictaba, escuchaba lo apuntado. A veces le parecía que los pensamientos no eran traducidos debidamente, exigía que los volvieran a apuntar. Acababan de terminar el artículo, tras escribirlo tres veces. Akzhibek, desperezándose, bostezó. Zhanbota se levantó del taburete y se puso a examinar los nuevos carteles de la guerra, Serguey estaba sentado envuelto en el humo del cigarillo.
- Los deseos de la persona parecen collados. Pasas uno, delante de ti, aparece otro, - dijo Shiganak.- Así tengo yo dos nuevas preocupaciones. En la primavera temprana durante la siembra del lado de Kaspiya sopla el viento. Saber qué hectárea, qué fecha fue sembrada y cómo crecía es poco. Es necesario saber qué tiempo hacía. Me pareció que el mijo sembrado antes de que soplara este viento, da menos cosecha que lo sembrado después del viento. Este año intentaremos sembrar después.
Serguey abrió rápido el bloc de notas y se puso a apuntar. Shiganak estaba sentado con los ojos cerrados, apoyándose con todo su peso en el bastón. Hablaba sin parar, como si se apresurara a expresar su conocimiento de muchos años sobre la tierra y sobre la siembra, antes de que él mismo se fuera a la tierra.
Otro mi deseo es hacer que el mijo no caiga. Zhanbota prometía cultivarlo mucho. Pero si no fortalecer las espigas de alguna manera, no soportarán el peso de la cosecha de doscientos quintales métricos y sin duda caerán.
¿Cómo fortalecerlos entonces? – preguntó Zhanbota.
Tendrás que preparar horcas para cada espiga. Dijo Shiganak con aire serio y solo ahora abrió un poco los ojos y la miró con malicia.
Serguey dejó caer el bolígrafo y con pavor fingido se tapó las orejas. Shiganak se rió.
¡No temas, Serguey, no temas, es una broma! El académico me dijo y comparto esta idea: cuando hace calor, la gente bebe ávidamente, y cuando hace frío, sin prisas. Lo bebido con la frescura es más agradable y sano.
Con los cultivos es así. El año pasado los cultivos regados con la frescura de la mañana o de la tarde eran firmes, y los regados con el calor, cayeron todos. Vamos a intentar cuando hace fresco.
Fuera se oyó el casqueteo de los caballos y el chirrido de los patines. Todos los que estaban en la habitación corrieron sorprendidos hacia la ventana, alguien corrió a la puerta, pero no tuvo tiempo para abrirla. A la casa del frío entraron Ermagambet, Token y Vasiliy Antonovich.
- ¡Han echado a los fascistas de Moscú! – exclamó Vasiliy Antonovich desde la puerta.
Shiganak se levantó apresurado y abrazó al “gran hombre”.
Vasiliy Antonovich alegremente hablaba de las pérdidas del enemigo, de los prisioneros y de los trofeos, de la huida del enemigo de Moscú. La habitación como si se llenara con la luz.
Shiganak ruborizó.
Serguey se besó con Ermagambet.
Akzhibek y Zhanbota como volando salieron de la casa para comunicarles a todos la gran noticia.
Token cogía y estrechaba las manos de los presentes, alargó la mano hacia Shiganak, pero éste se apartó.
- ¡Pobre! ¡¿De qué te alegras?!- exclamó el viejo rechazando su mano.
- ¡Eres vengativo, Shiganak! Sigues sin olvidar nuestra riña. Yo quiero olvidarlo todo para la alegría tan grande. ¡Mira, he sido primero en llegar a hacer paces contigo!
Las palabras del técnico hidráulico parecían lógicas, pero Shiganak no se ablandó viendo la piel de oveja en este lobo.
- No sé qué estás ideando, pero tu palabra “pobre” me ha helado el corazón. No soy maligno por mi naturaleza, pero qué hago si aquí no se hace más calor? – dijo Shiganak indicando a su pecho. – No sé obrar con astucia.
Con un suspiro pesado Token se sentó al banco.
Después de las palabras de Shiganak la conversación se interrumpió de repente.
Vasiliy Antonovich no apartaba los ojos de Shiganak. Habían pasado unos tres o cuatro meses desde su último encuentro, y el viejo adelgazó mucho.
El mismo Shiganak no sentía cómo se estaba consumiendo, y las preguntas del médico sobre la salud contestaba: “¡No pasa nada, nada!” Siempre pensaba en su campo y mijo. Si antes su sueño era encarnar en los granos dorados sus conocimientos de muchos años, su experiencia, entonces ahora el sueño aspiraba más: la gloria de los campos del koljós “Kurman” no lograba saciar a Shiganak, él quería que su mijo se extendiera por todas las estepas infinitas de Kazajstán.
Ahora iguales que en el “Kurman” máquinas tenían muchos koljóses de la región. Los discípulos de Shiganak: Kashkyn, Kulmes, Zaure ya han alcanzado el primer récord de Shiganak.
“Mis experimentos se convirtieron en la escuela, mi barrio llega a ser la fuente potente del mijo”, pensaba Shiganak.
Vasiliy Antonovich vino aquí no solo con la noticia alegre sobre la retirada del enemigo de Moscú. Quería enviar al viejo maestro del mijo a otras regiones dónde su visita les inspirara a los agricultores a nuevos alcances. De todas partes enviaban muchas cartas pidiendo que Shiganak viniera a hablar de sus éxitos... Pero al mirar a la cara de Shiganak, al oír su voz débil y al ver los movimientos inseguros Vasiliy Antonovich rechazó esta idea.
- He venido para preguntar de su salud, - dijo Vasiliy Antonovich a Shiganak, - pero veo que no la cuida.
Shiganak sonrió.
Si abrigar el alma como a un niño, malcriará, - objetó él.
- Y si no abrigar, entonces te despedirás de ella.
- ¡Oh! Abriga o no abriga, da igual, algún día tendrás que despedirte de ella. ¡Ya he visto y he oído mucho en este mundo!
- Cuanto más vives, más ves.
- Sí, cuanto más ves, más hambre tienes. ¡No hay suficientes milagros en el mundo para una persona viva, requiere más y más! – se puso de acuerdo Shiganak.
“En realidad el viejo no cuida de su salud”, - pensó Vasiliy Antonovich durante esta conversación medio en broma.
- Esta vez tendrá que acompañarme a Aktiubinsk. Que lo médicos lo examinen algunos días, - le dijo a Shiganak.
- Déjeme en paz, Vasiliy Antonovich. Me siento bien. Cada día recibo las cartas del frente y de la retaguardia, y todos hablan del mijo. Además he dado mi palabra. Hasta que no alcance doscientos quintales métricos, ahora no me pararé... Y tengo que prepararme ahora. Hay muchísimo trabajo y poco tiempo.
Vasiliy Antonovich se dio cuenta de que Shiganak no iría a ninguna parte.
- Vale. Entonces le asignaremos un médico. Le pido que siga sus consejos en todo. Y cuando acabe con sus promesas, se irá a Moscú para recibir el tratamiento. ¿De acuerdo?
- Que sea, como diga – se puso de acuerdo el anciano.
A la oficina de todas partes llegaba la gente. Esta reunión nocturna era un espectáculo extraordinario. La gente sombría durante la guerra, desacostumbrada a la alegría, la expresaba cada uno a su manera: unos con los ojos brillantes y las sonrisas relucientes, otros con lágrimas, los terceros con puñetazos entusiastas.
Entraron Olzhabek y Zhamal.
- ¡Pero Olzhabek está pastando los caballos!- exclamó sorprendido Vasiliy Antonovich.
- Han llegado para verme y hoy por la noche tienen que irse. ¡Que suerte han tenido!
Olzhabek le extendió su mano enorme a Vasiliy Antonovich.
- ¿Las ventiscas y los lobos no te han torturado, Olzhabek? – respondiendo con un apretón fuerte, preguntó aquel.
- No es la primera vez que los veo.
- ¿Y fuera del plan cuántas cabezas hay?
- Treinta.
- ¡Y Zhamal tiene cincuenta! ¿Entonces te estás quedando atrás?
- Un portillo mío vale diez corderos, - objetó Olzhabek.
- De acuerdo. Es cierto. Y Shiganak dice que no has dejado de cortejear a las chicas.
Olzhabek sorprendido miró a Shiganak.
- ¡Válgame Dios! – exclamó odendido e indignado.
Shiganak se rió y dijo dirigiéndose a Zhamal:
- Querida, ¿cómo has elegido a este oso tan torpe?
Zhamal sonrió.
- Mírelo con mis ojos, - dijo ella.
- No hay palabras, - consintió Shiganak, - ¡no es atractivo por ser bueno, sino es bueno por ser amado!
La larga noche de invierno pasó en las discusiones acaloradas espontáneas, sin que las hubieran preparado de antemano. A veces la lengua inexperta, no acostumbrada se trababa y el pensamiento se cortaba, pero apoyado por los demás seguía ardiendo en la boca del orador siguiente. Cada uno acababa con las palabras de que iba a dar al fondo de la defensa: “¡Doy un ternero!, “¡Doy dos corderos!”, “¡Doy un quintal métrico del mijo!”...
Token también tomó la palabra. Estaba acostumbrado a hablar en público.
- ¡Doy al fondo de defensa mi salario mensual! – terminó su discurso.
Zhanbota que todo el tiempo permanecía en silencio no aguantó y se levantó de un salto.
- ¡Guarda su salario en el bolsillo! ¡Mejor repita lo que le dijo ayer a Ayslu!
- ¿Qué, qué dije? – quedó estupefacto el técnico hidráulico.
- ¡Anda, hazlo recordar, Ayslu! – se le dirigió Zhanbota.
- Ayer Token llegó a nuestra brigada. Estaba muy alegre. Nos preguntaba para quién quitábamos la nieve – para el koljós o para los alemanes. Le dije: “¡Qué diablos necesitamos a los alemanes!”
Y él dice: “¡Qué diablos, qué diablos!.. Han tomado Moscú y van hacia aquí”. Yo eché a correr donde Zhanbota, le dije que los alemanes se dirigen hacia aquí, pero ella no quiso escucharlo...
De repente Token echó a reír a carcajadas.
- Lo dije en broma. ¡Quería ponerlos a prueba, y me creyeron!
- ¡No podrá justificarse con risa ni con el salario! – exclamó Zhanbota. Ya enrojecía, ya se ponía pálida y no le quitaba de Token la mirada fija. Quería decir algo más, pero sin añadir nada de repente concluyó: - Que hable Karibay.
- Token, ¿conoces a Ajmet? – preguntó Karibay.
- ¿Qué Ajmet?
- Al fugitivo Ajmet. A Ajmet bandolero.
- ¡Ah, a este! ¡Quien no lo conoce! Muchas veces me he encontrado con él. Todavía nos vimos de jóvenes.
Entonces Token ha sido joven hace poco – dijo Karibay. Esta navaja de la última cosecha te llegó de mi parte, cuando cortaban las espigas en el campo. Y ahora la he sacado del bolsillo del bandolero Ajmet. Tómala, aksakal, te la he regalado... – Le extendió la navaja a Token.
El técnico hidráulico la miró y se puso pálido sin atreverse a coger la navaja.
Zhamal no podía permanecer en su sitio más.
-Olzheke, ¿acaso este perro es el amigo de Ajmet? ¡¿Por qué estará aquí?! ¡Es el enemigo del koljós!
Olzhabek se levantó en silencio, pisando pesadamente se le acercó a Token y su puño enorme inesperadamente cayó al técnico hidráulico. Aquel dio un grito y se escondió en la muchedumbre. Algunas personas se lanzaron sobre él. Les hizo una mala jugada a todos, todos sabían y sentían que era enemigo y ahora dieron rienda suelta al corazón.
¡Para! ¡Para! ¡Apartaos! ¡Para esto hay poder y ley! – gritó Shiganak.
La gente se apartó. Token se sentó.
Vasiliy Antonovich le estrechó la mano a Zhanbota y le besó la frente tomándola de la barbilla.
Tienes los ojos de águila, - dijo él, - pero no son como antes. ¿Echas de menos a Amantay?
- No, - dijo ella, pero la traicionaron las lágrimas que se le saltaron.
- Creo que usted no tiene nada que hacer aquí, - dijo Vasiliy Antonovich, dirigiéndose al técnico hidráulico.
- Sí, sí, - respondió Token y salió apresuradamente de la oficina.
- Karibay y Serguey al intercambiar las miradas lo siguieron.
10
Los fascistas después del ataque muy fuerte cerca de Moscú no lograron recobrarse y empezaron a huir. Llegó la primavera y era más fácil respirar. Parecía que las dificultades mayores se iban junto con el invierno severo. La seguridad en la victoria que abarcó el país elevó incluso más el entusiasmo de los obreros.
El koljós “Kurman” este año ha terminado antes de lo previsto la arada primaveral. Para empezar a sembrar esperaban las indicaciones de Shiganak, cuya enfermedad se iba agraviando. Cada día se sentía peor, aunque todavía no ha caído en cama, pero ya no podía trabajar.
Zhanbota hoy tenía que superar una prueba importante: Shiganak deseó personalmente examinar los campos de siembra y valorar el trabajo realizado bajo su dirección. Zhanbota recorría a caballo los terrenos de siembra, miraba fijamente y pensaba ansiosa de qué Shiganak podía reprocharla. No ha encontrado nada. Contenta se levantó en el estribo, volvió el caballo y se dirigió al aúl.
La alegría doble como las alas la llevaba hacia la casa: ahora verá a su niño y lo apretará contra el pecho, es la primera; la segunda es la seguridad de que superará la prueba con una nota sobresaliente y obtendrá una alabanza de Shiganak. Al acercarse a la casa oyó una canción. Su madre estaba cantando una canción de cuna que compuso ella misma. Zhanbota se paró aguzando el oído.
Eres mi luna clara, niño.
Alégrate, ríete.
¡Duérmete!
La carta ha enviado, ay,
Llegará la cría de camello...
¡Duérmete!
De estos dos salvajes Acuna al tercero –
Que es tampoco de los dóciles,
¡Duérmete!
No me separes de él
¡Dios mío!
¡Duérmete!
Zhanbota entró corriendo a la yurta. Se dio cuenta de que la madre no sin razón cantaba al nieto sobre la carta de la cría de camello.
- Mamá, ¿hay carta de Tay?
- Sí, sí, Zhan, - respondió la madre y se la dio.
- ¡Qué calor! ¡Levante la punta del fieltro! – dijo Zhanbota que de repente se ahogó de la inquietud.
- ¡Vas a resfriar al niño! – objetó la vieja.
- ¡Ocultando del aire fresco, lo resfriarás más rápido!
La madre salió de la yurta. Zhanbota, habiendo olvidado sentarse, de pie leía la carta.
“Bota, en vano estás preocupándote por mí. Te escribo enseguida después del ataque. Hasta que no llegue a Berlin, no esperes a Amantay. Aunque revientes, aguanta. Antes iba de reconocimiento, traía a “los lenguas” y me concedieron una condecoración. Pero estoy harto de arrastrarme por el suelo. Pedí participar en los combates. Ahora soy ametrallador. Si estoy vivo, llegaré con condecoraciones en todo el pecho. No sé cómo lo verás. Ya que según tus convicciones, el amor es posible entre dos personas iguales, y yo, me parece, empiezo a adelantarte. ¡No puedo esperar mientras te pongas a obtener las órdenes! ¡No es la hora, camarada, de reconsiderar tus puntos de vista! Cuanto más crezco, cuánto más crece mi amor hacia ti. Escribe más. Chuléame, Botazhan. Eh, me reiría como un niño pequeño..”
Zhanbota, conteniendo las lágrimas que se le habían saltado, las enjugó con cuidado y se puso a escribir la respuesta:
“¡Mi portillo no amaestrado! Todavía no te has conformado, -empezó ella. – Solo ahora he entendido que el hombre es más fuerte que la mujer. Todo lo que te pasa siempre está delante de mis ojos, ni un minuto lo olvido, ni en realidad ni en sueños. No me he puesto el capote gris, no he sufrido del frío insoportable y de las dificultades de la vida en trincheras, pero lo siento todo a través de ti. ¡Pero eres incansable, inflexible, de acero, eres mío!
Ahora soy la madre y mi título de la madre lo igualo a tus órdenes. Hablas de la superioridad sin entender: cada vez que beso a mi pequeño, me pongo en el pecho una condecoración. Las obligaciones de la madre no terminan con dar a luz al niño.
Ya he prometido no quedarme atrás de ti en el trabajo. Llega la temporada de valorar esta promesa, pensamos dar la cosecha de doscientos quintales métricos. Shika está enfermo. Todo cae en mis hombros. Si lo aguanto, estoy segura de que domaré a mi potrillo no amaestrado...
No sé por qué – con todo mi deseo de tomarte el pelo como antes, no puedo. Los dientes se habrán embotado...
He escrito con prisas. Ahora voy a dar de comer a nuestro Amangueldi y saldré para atacar. ¡Cuando vea el encuentro del padre-soldado con el niño nacido de él, no sé si lo soportaré, que no se me estalle el corazón! Son así los pensamientos de tu Bota...”
Al terminar apresuradamente la carta Zhanbota se puso a dar de mamar al niño, contando a la madre que acababa de entrar el contenido de la carta. El héroe que iba bajo la lluvia de las balas se les veía de forma diferente.
- ¡Dios, tome ni alma antes que a los tres mis hijos! – suspiró baibishe y de repente acordándose añadió: - Zhan, allí Zhiganak con un montón de gente está montando a caballos.
Zhanbota al apretar a Amangeldi contra su pecho lo besó y salió corriendo a la calle.
Shiganak rodeado de la gente se dirigía al campo. El director de cine con el grupo de rodaje y aparátos llevaba aquí varios días. Se les unieron los jefes de la región y los miembros de la dirección del koljós. Los peliculeros llevaban dos o tres días zumbando con sus máquinas al lado de Shiganak enfermo y hoy han salido al campo.
- ¡Qué cosa tan sorprendente! – el director le dijo pensativo al agrónomo. - ¡Una persona analfabeta ha establecido un record mundial!
- Esta persona, - notó Serguey, - aprendía de la vida. Trabaja sin cansancio, todo lo memoriza y no deja nada sin analizarlo a fondo. Si le añadimos la inteligencia nativa y talento, sale un gran científico.
- Dicen que últimamente ha hecho cosas raras....
Serguey sonrió.
- El año pasado yo regresaba a la región, era ya de noche. La noche era clara. De pronto veo que alguien está sentado entre el mijo y murmura algo... “¿No será un ladrón? – pensé. Me acerco y resulta que era el mismo viejo inquieto. “¿Qué está haciendo aquí, Shika?” – le pregunté. “Observo si no influye la luz de la luna en el crecimiento del mijo”,- respondió. Llevaba un cubo. Al medir con precisión un metro cuadrado lo regó y se sentó. Claro que a alguien que no entienda del asunto, esto le puede parecer una locura. Pero si cada uno fuera tan loco, todo el mundo llegaría a ser el mundo de los científicos.
Shiganak iba observando la arada en silencio. Pero se apeó. Los cámaras se ocuparon de las máquinas de rodaje. Seguían a Shiganak, cada su paso.
Shiganak al recorrer los terrenos midió la profundidad de la arada y amasando la tierra en la mano se le acercó a Zhanbota. Sus cejas fruncidas se alisaron. La besó y dio unas palmadas en la espalda.
- Ha acabado el viento. Ahora siembra. Riega con la frescura. Ha llegado un telegrama: llevaremos los regalos a Leningrad. Yo me quedo en Moscú para curarme, y todo esto te encargaré a ti...
Acompañado del crujido y chasquido de las máquinas de rodaje, Shiganak sin decir ni una sola palabra más, montó con dificultad a caballo y encorvado se dirigió al aúl.
11
Llegó la hora de la cosecha. El campo amplio situado entre el Uil y un río pequeño en la orilla del cual está el koljós se agita como el mar. El mijo se parece al junqueral. Entras en él - las espigas cierran de la vista todo lo que te rodea y verás solo el cielo azul encima de la cabeza. De vez en cuando pasa corriendo el viento susurrando con las espigas.
Shiganak está dando vueltas por los campos, su caballo no se ve en el matorral de mijo y parece que está nadando encima del trigal agitado. Al aflojar las riendas Shiganak sale a la campa abierta. De allí se dirige despacio adelante. El enorme aúl se instaló en forma de hemicírculo. A la izquierda de él está la era. En un extremo de la era están arcinando los enormes haces del mijo. En el otro - se cargan sin cesar los camiones vacíos que se van cargados hasta el tope. En medio de la era está el mijo trillado de color perlado blanco. Encima de la carretera desenrollada a lo largo de la orilla del Uil vuela el polvo blanco levantado por los coches.
Shiganak miraba con cariño al fruto de su trabajo.
“ ¡Vida, vida! ¡Eres tan bella y deseada! Los viejos y los jóvenes - todos te ansian...”
Últimamente Shiganak se cambió mucho: los pómulos y las mejillas se sumieron profundamente, los ojos se hundieron. Al llegar lentamente a casa apenas se apeó del caballo. Junto al crío de camello atado a la yurta estaba la aruana alazana y miraba a Shiganak con los ojos blandos.
— Aruana, ¡mi fiel amiga! En tu sudor quería cultivar las toneladas de mijo. Ahora te he liberado de la correa, - dijo Shiganak, acarició su pelo largo, y permaneció de pie un poco, entró en la yurta.
Baibishe Zaru y la médica Mariam descansaban. Al ver la cara dolorosa de Shiganak ambas se levantaron a su encuentro y apoyándolo de ambos lados lo llevaron a la cama. Mariam se puso a tomar el pulso.
— Padre, vamos a hacerle otra inyección.
—Parece que no tiene sentido, palomita. No es necesario.
— ¿Tiene hambre?
— ¡Poco importa lo que uno quiere! El estómago es más tragón que Kabysh.
— Nada, se mejorará. Está cansado.
— Sí, me recuperaré, cariño, claro que me recuperaré, - asintió.
Parecía que Mariam convenció a Shiganak pero en su interior ambos no creían en su curación. Solo Zaru creyó.
Hace poco que Shiganak regresó de su viaje a Moscú. Estuvo allí mucho rato. Leningrado seguía copado y el escalón con los regalos de Kazajistán para Leningrado fue recibido en Moscú por el secretario del Comité provincial de Leningrado.
En Moscú Shiganak se consultó con las celebridades médicas. Ninguno de ellos encontró la posibilidad de curar su enfermedad grave. La edad de Shiganak no permitió operarse. Pero ningún médico le dijo que era incurable.
— Se recuperará. Reposo absoluto y observe la dieta, - le dijeron. — Si se siente peor, vendrá a vernos...
Shiganak no confió en las palabras de los médicos pero convenció a Zara poco perspicaz y otros miembros de la familia que se encontraba mejor y iba recobrando la salud. A veces, para calmar a la familia y a los koljosianos montaba a caballo y su aparición en el campo era un placer no solo para el koljós “Kurman”, sino para toda la región de Uil. Sin su presencia parecía que el Uil se hacía más bajo, corría más lentamente y, cuando estaba, se hacía fuerte, caudaloso y alegre. Shiganak lo sentía e intentaba parecer sano y animado.
Zhanbota que dirigía la trilla desde lejos notó que Shiganak había regresado del campo especialmente encorvado y aprovechando el momento echó a correr hacia el aúl.
Al darle de comer de prisa al niño entró en la yurta de Shiganak y se detuvo en el umbral. Su quepi se ladeó, el pelo se despeinó un poco. Estaba con la fusta doblada en las manos. La guerrera amarilla y los zaragüelles anchos estaban arrugados. El cinturón se aflojó. Sus ojos brillaban mirando fijamente a Shiganak.
— Botazhan, ¿has adelgazado, no? - le preguntó sonriéndose Shiganak en voz baja. - ¿Es dificil alcanzar doscientos quintales métricos, no?
Shiganak disminuyó un poco: este año de cada hectárea trillaron 1232 puds de mijo.
Al arreglar su vestido Zhanbota se acercó a Shiganak y se sentó a su cabecera.
— ¿Ha vuelto a encamarse?
— Solo me acosté a descansar. Es la maldita vejez.
— Dominó la estepa tan cruel, ¿cómo no se apoderará de la vejez?
— ¡Ay, cariño! Tiene un poderoso apoyo...
Con la palabra “poderoso” Shiganak insinuó al Dios. No le gustaba cuando hablaban del Dios sin respeto con lo cual Zhanbota tragó sus reparos y solo pensó para sus adentros:
“¡Este “poder” no ayuda a quien lo necesita!”
— ¿Ha enviado usted el telegrama con Serguey?—preguntó Shuganak.
— El mismo día.
— Empiece a pensar ahora del próximo año.
— ¡Para qué pensar! ¡Doscientos quintales métricos es ya nuestra norma!
— ¿Acaso no piensa aumentar más?
— ¡Vaya! ¡Shika no sabe dónde pararse! - se río Zhanbota.— ¡La gente no puede recobrarse aún de esta cosecha y usted quiere más!
— En nuestros días hay muchos recordistas en la tierra de koljós soviética,— dijo sonriéndose Shiganak.— No hace falta ser uno de la mayoría. El verdadero caballo de carreras nunca perderá la primacía. La gente adquiere tu experiencia. Nuestro éxito consiste en que los centenares de koljós procuran alcanzarnos. No hay límite para la audacia humana. Mañana alguién podrá adelantarte. ¿Y entonces qué? No se puede ser Kabysh que se pavonea que una vez había estado sentado a la mesa de Durzhitul...
En este momento se abrió la puerta y entró Kabysh.
¡Buenos días! - gritó ruidosamente.
Shiganak se echó a reir:
— ¡Hablando del rey de Roma por la puerta asoma! Zaru, sirve una taza de shubat. Cuando tiene hambre, siempre se saluda tan ruidosamente.
— ¡En cambio a ti no te entra el hambre!
— Porque no voy recogiendo la porquería en el muladar como tú.
— Vale. Tampoco te apoderará la enfermedad. ¡Quién soy yo para discutir contigo! - contestó Kabysh y se puso a beber a sorbos el shubat apetitoso chasqueando.
Vació rápidamente la taza y la tendió a Zara. Ella volvió a llenarla. Esta taza la bebía lentamente sin prisa.
— ¡Eh! ¡Estoy lleno!
— Bebe una más por mí, — propuso Shiganak y cuando aquel empezó a beber lo miraba con satisfación como si bebiera el mismo.
— ¿Vienes del centro o de casa?
— Todavía no he estado en casa. Del centro - a su casa.
— ¡No tienes a nadie más! ¡Ya has pasado de los sesenta y quién te necesita, el vejete desgraciado!
— Estaba desgraciado y ahora en la vejez espero la felicidad.
— ¡¿Acaso has encontrado un montón de estiércol?!
— ¡Para qué estiércol! ¡Pronto morirás - ocuparé tu lugar!
— ¡Qué se te pudra la lengua! — escupió Zaru.
Shiganak y Kabysh se echaron a reír. Kabysh sacó del bolsillo una carta y se la entregó a Shiganak.
— ¿De parte de quién?
— No lo sé. Me la han dado en los correos.
Zhanbota abrió el sobre y leyó para sí la carta firmada por el famoso académico. Fue en ruso y Zhanbota la tradujo al kazajo:
“¡Estimado camarada Shiganak Bersiev! Al recibir su telegrama andaba emocionado sin saber si creerlo o no. Los científicos más importantes determinaron el mayor límite del rendimiento del mijo en doscientos quintales métricos y esta limitación se fijó no sin motivo. Antes habían calculado la potencia de los rayos de sol que se toman por las plantas. Usted superó este cálculo más exacto y demostró que el rendimiento depende de la misma persona.
Le admiro a usted como a un maestro genial de las cosechas nunca vistas en el mundo y para el futuro le deseo la prosperidad en los asuntos y la salud para muchos años”.
Shiganak acostado escuchaba atentamente y respiraba con dificultad. Zhanbota se agitaba en su sitio por la emoción que la apoderó y miraba a Shiganak como esperando cuando por fin diría su nombre. Parecía que Kabysh también llegó a fondo de la carta y echaba miradas a escondidas a su connato de fama.
— Brtugan, ¿estás como si te reventaras de cansancio?— dijo mirando directamente a Shiganak.
En este instante le pareció que había visto la sombra de la muerte en el rostro del viejo. Los ojos de Kabysh se le llenaron de lágrimas y volvió el rostro.
— ¡Deseos! ¡Sueños! ¡Bellos sueños!—dijo Shaganak en voz baja.— ¿Y si nuestra Bota se pone a cultivar doscientos cuarenta quintales métricos? Nuesto mijo se hizo la materia y para la ciencia.
En su interior Zhanbota se alegró pero no dijo nada y se quedó profundamente pensativa. Shiganak se volvió al costado derecho de cara a la pared.
Todos cambiaron una mirada y callados deseándole el reposo y el descanso abandonaron la kibitka sin ruido.
Solo Zaru seguía en su sitio como un palo clavado en la tierra y sin moverse, sin pronunciar la palabra, guardaba el sosiego de su antiguo compañero de la vida.