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Esenberlin Ilias "El ave de oro"

01.07.2015 2039

Esenberlin Ilias "El ave de oro"

Язык оригинала: El ave de oro (Sp)

Автор оригинала: Ilias Yesenberlin -

Автор перевода: not specified

Дата: 01.07.2015


Испан тіліне аудармасы


(Traducción autorizada del kazajo de G. Sadóvnikov)
Casa editora “Kochévniki”
Almaty, 2002

PREFACIO

La trilogía “Nómadas” gozó de fama en nuestro país y en el extranjero. Esa novela ocupa el lugar de gran importancia en la literatura kazaja. Su autor, el escritor kazajo distinguido, el laureato con el premio estatal Iliás Yesenberlin también escribió una multitud de obras sobre nuestra vida. 
Prestemos atención a la obra del escritor. Todos sus composiciones difieren considerablemente. Ellas dan muestras de un gran talento y el estilo único e incomparable de escribir propio sólo de Iliás Yesenberlin. Exactamente por eso se puede decir que sus obras ocupan uno de los lugares más dignos en la literatura kazaja. La actividad creativa de Iliás Yesenberlin, la actualidad y la tempestividad de sus composiciones manifiestan la afición y la devoción del escritor a su obra. Se puede decir que Iliás Yesenberlin iba a paso con su época. Eso muestran también los últimos años de su trabajo creador. Sus obras numerosas se destacan por la novedad, en ellas se ve el resultado del trabajo meticuloso, de la búsqueda continua de ideas nuevas que satisfagan las necesidades de la época. Así, en una composición se describe la vida de los científicos, su actividad, su guerra intestina. En otra está representada la intelectualidad kazaja en los años de la Revolución de Octubre. En la tercera el escritor cuenta de los tiempos de la roturación de las tierras vírgenes.Es interesante que Yesenberlin fue uno de los primeros escritores soviéticos que empezaron a describir la vida de los trabajadores de las tierras vírgenes. Muchas de las obras de Yesenberlin son dedicadas a la vida de mineros también.
En sus trabajos Iliás Yesenberlin describe la vida espiritual, doméstica y familiar de sus contemporáneos, así como su carácter y pensamiento. Por eso los lectores conocen a Yesenberlin como a uno de los escritores más destacados de su época. 
El coraje creativo y el sentido complejo son propios de todas las obras de Iliás Yesenberlin. Los carácteres contradictorios de los protagonistas de esas obras, su vida personal cuentan de la colisión de puntos de vista e intereses personales con los costumbres de la época. 
En sus novelas y narraciones el escritor muestra hábilmente los carácteresde individuos, su vida social y personal, sus deseos, pensamientos y sueños. 
Iliás Yesenberlin podía mostrar en sus libros con realismo el espíritu de la época, las debilidades y las demasías de aquella sociedad y su impacto sobre los individuos. Describiendo aquellos tiempos sin afectación Yesenberlin, no obstante, enfatizaba los lados positivos de la época, así como los negativos. 
Nosotros proponemos al lector la novela de Iliás Yesenberlin “El ave de oro”. Aquí el autor cuenta de la vida de un minero. El protagonista de la novela – Sabyr – empezó su camino como un simple obrero, había visto mucho en la vida y más tarde obtuvo el título de Héroe del Trabajo. 
El escritor muestra la vida de los años cuarenta tras los ojos de un pensador. Esa imagen refleja la vida y el camino creativo del mismo escritor. El contenido de la novela estimula al lector a reflexionar sobre el sentido de la vida. En el corazón de la novela es la antigua verdad universal – no es oro todo lo que reluce. Lo que Sabyr piensa de Akbayán es el ejemplo para la juventud contemporánea. Se muestra muy bienqué consequencias tiene la búsqueda de placeros de hoy día y la vida sin sentido. Esperamos que los ejemplos de la vida de los protagonistas de este libro sean de interés para nuestros lectores.  
¿Durante cuánto tiempo estoy inmóvil, boca arriba? ¿Un mes? ¿Un año? ¿Una eternidad? Yo sé: solamente doce días. Pero a mí me parece cada vez más: el tiempo ha cesado su marcha. Los médicos han advertido estrictamente que no puedo moverme, y yo, siguiendo su mandamiento a conciencia, estoy tendido. Sólo con los ojos no puedo hacer nada. Siguen buscando por todos lados, tratando de hallar la conexión con todo lo dejado fuera de las paredes de le sala del hospital. Pero mi mirada desliza por las paredes pintadas de blanco, por el techo blanco lechado y luego, intentando a aferrarse a cortinas blancas, cae a mi cama. Aquí todo es blanco, blanquísimo... Como para acentuar la blancura de la sala, el verde de un abedul joven mira por la ventana abierta. Sus hojas están temblando un poco en el viento suave. Y cada día así, cada día...
Así sería hoy también, pero de repente, delante de la ventana, en el parque del hospital, un ruiseñor se puso a cantar. Esto es como un regalo: de día, el canto del ruiseñor.Estas cosas son raras, parece cantar especialmente para mí. Como si supiera que soy un poquito sentimental...
Sonrío. No, a pesar de los pesares, la vida es bella. Incluso ahora. «Te agradezco, la vida, te agradezco por todo, - digo mentalmente. – Es que este día ya podría pasar sin mí. Sin mí cantaría el ruiseñor, palpitaría el follaje del abedul jovencito. ¿Quién pensaría que la felicidad también pueda suponer el peligro mortal?Llega la edad cuando pareces a un hombre que camina por el borde de un abismo. Un paso falso–y te caes...»
Sí, la muerte ha puesto otra trampa en mi sendero. Pero por agudos y fuertes que sean los dientes de la trampa, logré escaparme de ellos.
Cierro los ojos, y ante mí, minuto tras minuto, pasa aquel día...
...Vine a Akbayán. Nos separamos hace muchos años, pero seguía guardando su imagen en mi corazón. Quién sabe, quizá me haya amparado durante todos esos años, como un talismán...
Excitado como un joven que vino a su primera cita, apreté el botón del timbre. Akbayán abrió la puerta inmediatamente. Como si estuviera esperándome, como si oyera mis pasos. 
- ¿Eres tú?.. Pasa, - dijo Akbayán y cerró la puerta apresuradamente delante de mí. 
Sus ojos grandes, como los de un camellito, brillaban febrilmente. Entendí: hasta el último momento temía que yo no viniera.
Perplejos, desairados, permanecíamos parados uno frente al otro. Akbayán se recobró primera. 
- Vamos, - susurró ella.
Y tomando mi mano me llevó adentro del apartamento. Su paso parecía tan ligero y suave como en los tiempos cuando paseábamos por la estepa, y su cuerpo permanecía cimbreño y esbelto. La palma seca y caliente apretaba mis dedos.
Entramos en el salón, nos sentamos en el sofá cubiertode una cobertura chiné. La abracé por los hombros y estreché contra mí. Ella estribó débilmente su mano contra mi pecho, resistiéndome como si rindiendo los últimos honores a lo que quedaba entre nosotros. 
Los ojos negros de Akbayán se nublaron, sus labios respondieron a mi beso con un beso insaciable. Estreché a Akbayán fuertemente entre mis brazos… Y en este momento el dolor agudo taladró mi corazón. Así como alguien ledio un bayonetazo de repente. La habitación balanceó, y las paredes y el techo empezaron a girar ante mis ojos. 
Volví en mí en el hospital, al ver a un rubio barbudo de gafas que estaba inclinándose sobre mí. Me estaba mirando amistosamente. La cara del doctor era vaga, como un poco difuminadа. Lo rodeaba el lucimiento blanco y vacilante de la sala de un hospital. 
El doctor esperó para darme la posibilidad de recobrarme y dijo:
- Sí, sí, Usted está en el hospital. Parece que se ha excitado demasiado, es que su corazón, como entiende Usted, no está en la primera juventud. Y aquí tiene el infarto. Casi le volvimos del otro mundo… Pero todo esto ya ha pasado. ¡Goce la vida! Pero no olvide que tiene que mantenerse absolutamente calmado durante un tiempo. Por eso, estimado camarada, ármese de paciencia.
El doctor tocó mi mano para alentarme. Debía de saber de mi historia clínica que trabajé casi treinta años en la mina y había sufrido mucho durante la Guerra. Dudo quelepudieseocurrir que mi corazón, después de pasar tantas pruebas, no logró de tenerse firme en el momento de felicidad… Y yo mismo me callaba de eso.
La gente sana, cuando se pone enferma, normalmente se da al pánico, sobrecogida por la enfermedad. Lo mismo debería pasar conmigo. Pero yo no pensaba del final lúgubre. Estaba feliz a pesar de todo lo que decían los médicos y esperaba el nuevo encuentro con Akbayán. La enfermedad era sólo un retraso lamentable. En lo que toca a mi corazón, esperaba que esta vez pudiese soportar el exceso de la felicidad…
La espalda se entumece por estar inmóvil. Como si no fuera mi espalda, sino una plancha de madera. Pongo la mano sobre mi pecho cuidadosamente. Si antes solía buscar largo rato con la palma para sentir los latidos del corazón, - y late sin prisa, como un trabajador que sabe su obra, - ahora lo encuentro inmediatamente. Esta área está señalada por el dolor. Ya se embotó. O yo me he acostumbrado. Pero los ataques, cuando el dolor travesaba el corazón como una decena de agujas, - esos ataques ya desaparecieron, en esto veo el señal de curación.
No dejo de palpar mi pulso, cuento los latidos. Toc – toc – toc.Uno – dos – tres. Mi corazón parece a un reloj caprichoso. Igual, yo cuento cada latido. Al llegar a “diecisiete” me pierdo. En el pasillo, justamente delante de mi puerta, se paran los pasos rápidos de alguien. Por cierto, sé quién es: han llegado para hacerme la inyección. Quito el dedo del pulso, no sin desagrado – a mí me pareció que hoy mi corazón funcionaba considerablemente mejor que ayer.
La enfermera Batimá entró en la sala trayendo una bandeja niquelada con una fila de ampollas y un esterilizador brillante con jeringas y agujas que todavía no se habíaresfriado. Batimá tiene la cara redonda y simpática y la estatura un poco carniseca y fina. Aunque tiene casi treinta años, no está casada. Según entendemos nosotros kazajos, Batimá es una solterona. 
- ¿Recibe Usted? – bromea Batimá.
- ¿Y qué es lo que queda al pobre preso? – refunfuño.
- ¿Es Usted ese pobre?.. – sonríe Batimá.
Nos conocemos desde hace mucho tiempo, y antes de mi enfermedad teníamos relaciones buenas. Pero ahora me encuentro avergonzado ante ella, porque sabe las circunstancias de mi infarto. Y por alguna razón está enojada conmigo. Puede ser, me equivoco. Pero si la inyección me parece más dolorosa de lo habitual, pienso que lo hizo con intención.Y ahora – la sonrisa en sus labios.
Batimá también se da cuenta de su tropezón y pregunta con tono oficial: - ¿Como se siente Usted, paciente?
- Bien, - digo. – Totalmente soportable. – Y sonrío sin querer, es que sutransición ha sido muy graciosa.
Batimá, como si no hubiera notado mi sonrisa, pone la bandeja con instrumentos médicos sobre la mesita, se acerca a la ventana y abriendo las cortinas más ampliamente avisa, como entre otras cosas:
- Hoy otra vez vino la hermosa Alzhekena.
En su voz hay un desprecio mal oculto hacia Akbayán. Batimá la conoce bien, pero durante esos días no la oí llamarla por el nombre ni una vez. Sólo así: “La hermosa Alzhekena”. O: “La que se separó con el marido-director”. Al parecer, quiere hacer burla de mí. 
- ¿Por qué no la dejaron entrar? – pregunto, apenas reprimiendo la ira. 
- Mijaíl Kuzmich no permitió. Ningunas citas hasta la recuperación completa, - informa Batimá casi triunfante al respecto.
- ¿No es demasiado duro?.. La lengua sí puedo mover…
- Se puede o no se puede – el doctor lo sabe mejor, - pronuncia Batimá con tono moralizador, diciendo cada palabra casi silabeando. 
- Pero hay casos excepcionales, de los que el médico más experimentado no puede saber nada. ¿Quizá mi enfermedad seatal caso? – remarco diplomáticamente.
Dicen que el lobo reconoce al chabán  por su gorro. Batimá lo mismo – mi diplomacia ingenua no la engaña. 
- No, paciente, no hay nada de misterio en su enfermedad para el doctor. Lo único que no está claro todavía es como curarla, - remarca Batimá con aire significativo e, incapaz de contenerse, añade: - Y ahora ármese de paciencia. Esa, que se separó con el director, no se irá a ninguna parte de Usted. Y, en todo caso, nosotros charlamos demasiado. Venga, deme el brazo izquierdo. 
Ella junta la jeringa hábilmente y la llena de líquido claro de la ampolla. Remanga el brazo de mi pijama. De inyecciones innumerables la vena en la dobladura de mi brazo izquierdo se ha endurecido como un callo. Espero que ahora Batimá me escarmiente por mi motín pequeño y me preparo para el dolor. Pero la enfermera clava la aguja con tanto cuidado, como si su propia vida dependiera de esa inyección.
Mientras ella aprieta lentamente el émbolo de la jeringa, observo su cara, sus ojos. En ellos se veel miedo de causarme otro sufrimiento. Ahora veo que Batimá no siente animadversión hacia mí. Entonces, esas puntadas que tira hacia mi amada no son para mí, pero para Akbayán. ¿Pero qué de malo la hizo Akbayán?
Quiero preguntar a Batimá sobre esto, pero mientras estoy pensando cómo hacerlo de un modo más delicado, Batimá acaba con el tratamiento y sale de la sala. No puedo más que esperar para satisfacer mi curiosidad.
La verdad es que, en general, eso no me preocupa mucho. No hay nada extraño si una de las mujeres tomó antipatía a otra, más guapa y con más suerte en la vida... A veces, mujeres envidian una a otra por nada absolutamente. Un vestido a la moda puede ser la causa, o unas botas importadas. Y un perfume, y un peinado, y una lunar encantadora en lamejilla - ¡eh! ¿acaso lo contarás todo?
No estoy enfadado con Batimá. Hasta estoy agradecido. Es que gracias a Batimá ahora estoy más feliz que nunca. Ella dijo que hoy Akbayán vino otra vez. 
Si alguien entrara en la sala en aquel momento, me tomaría por loco. El enfermo, es decir, acaba de salir de la tumba, pero en la cara tiene la alegría completamente irresponsable. Y aún dicen que si llegó la muerte, no te esconderías de ella en una arca de oro. ¿O lo dicen por nada? Para mí personalmente no es la enfermedad que fue inesperada, sino la felicidad... “Vino otra vez”. Quién sabríacuánto sentido oculto llevan estas palabras para mí... Ya viene la tercera vez. Eso significa que su corazón duele también. Por mí...
- Te agradezco, el ave de oro, - susurro agradecido.
¿El ave de oro? ¿De dónde viene de repente esta imagen mágica? Así como el viento juega con las hojas muertas, levantó, remolineó en mi memoria los acontecimientos remotos. Me acordé de aquella noche lejana de verano cuando sonaron por primera vez estas palabras: “El ave de oro...”


La minería Myskazgán en aquellos años no era grande: cinco o seis minas construidas pos los ingleses, y cuatro nuevas que aparecieron ya en los años del poder Soviético. La profundidad de estas minas, creo, no excedía ciento cincuenta metros. Tampoco había muchas cajas de ascensores. Y la gente que trabajaba aquí en estos tiempos, no había mucha. No más que mil personas. Nuestro Myskazgán, lo consideraban un lugar apartado industrialantes de la guerra. Las luchas titánicas de plan quinquenal parecían eludirlo. Y los depósitos incalculables de mineral esperaban su hora con paciencia. Mientras tanto, la estepa gris se extendía encima de ellos, cubierta de ajenjo y hierba de plumas seca. Ese panorama no despertaría un entusiasmo especial en un ocioso apreciador de bellezas de la naturaleza. Aquí sólo se aclimatía la gente dedicada a su trabajo de minero. Como si intentando hacer el paisaje escaso que los rodeaba más variado, ellos construyeron a lo largo de los cerros las barracas residenciales cubiertas de arcilla grisácea, y en la bajura elevaron el edificio de la central eléctrica y el depósito de mineral. Luego tendieron en la estepa sesenta kilómetros de ferrocarril de vía estrecha que unió la minería con la planta de fundición de cobre en Kaskyrsai, y los “Poppeles” y “Kukushkas” de voces sonoras empezaron a correr por la estepa tirando laboriosamente los trenes del mineral...
...Nosotros llegamos a Myskazgán en el año treinta. “Nosotros” quiere decir mi padre, mi madre y yo. Hasta este momento nuestra familia vivía en Atbasar y, según recuerdo, mis padres no iban a dejar la tierra natal. Pero poco a poco los acontecimientos que agitaban todo el paíscautivaron a mi padre. Por las noches, después de ponerme a cama, cuchicheaba de algo con mi madre. Una vez antes de dormirme oí la palabra “Myskazgán”.
Cuando nos trasladamos a la minería, mi padre fue a trabajar en la mina y yo entré en la escuela local. Al comienzo vivíamos sin preocupaciones especiales, y en el consejo familiar fue decidido que después de la escuela yo iría a estudiar en el instituto. Pero exactamente en el año de graduación las desdichas – una después de otra – comenzaron a caer sobrenosotros. Primero, mi madre se enfermó, luego durante un accidente mi padre perdió la pierna, y yo, el hijo mayor, tuve que ir a trabajar. Me coloqué en la misma mina donde mi padre trabajaba antes. 
Durante todo este tiempo Akbayán vivía cerca de mí. Ella vino a Myskazgán con sus padres y el hermano Sadyk dos años antes de nosotros. Poco tiempo después el padre de Akbayán murió. En la aldea decían que lo deskulakizaron en Bayanaúl y él no pudo soportar la pérdida de la riqueza. Su madre Bibigaisha, una mujer corpulenta, de cara dura e imperiosa, conducía la locomotora eléctrica y tenía fama de uno de los mejores maquinistas de la minería.Con Sadyk, el hermano de Akbayán, éramos amigos inseparables. Al principio, estudiábamos juntos en la misma clase, luego trabajábamos de pegadores en la misma mina. Yo visitaba a menudo la casa de la familia de Akbayán, pero casi no la hacía caso, era tres años menor que yo. Y si la hacía caso, era porque crecía una chica caprichosa, y Bibigaisha y Sadyk, en vez de azotarla bien, la mimaban. Akbayán necesita esto, Akbayán necesita aquello. Un lazo para ella, bonbones para ella. ¿No está aburrida la pequeña Akbayán? Se puede pensar que dos adultos trabajan solamente para satisfacer otro capricho de esta muchacha. Y además, su nombre al nacer era simplemente Bayán. Es Bibigaisha que la llamaba Akbayán, por su tez clara. Pero cuando creció la muchacha, todos entendieron qué buen ojo tenía su madre. 
Yo personalmente lo entendí el la primavera del año cuarenta y uno, cuando vine una vez a Sadyk y de repente vi en su casa a una beldad de diecisiete años. La cara más blanca que la nieve. Y en la cara – los ojos negros, profundos como un pozo rodeado de totora aterciopelada. La sonrisa resplandece en ellos como una luz del sol. Y ella toda era esbelta y cimbreña como un junco. Y la cintura era tan fina, que parecía poder romperse de un viento ligero. En una palabra, era guapa, guapísima. Yo sabía, claro, que eso era Akbayán, no obstante tenía una sensación de que la veía por la primera vez. 
Sadyk me decía algo, pero yo tenía mis ojos clavados a Akbayán que estaba leyendo un libro sentada a la mesa, y no oía nada.
- ¿Qué te pasa? – se asombró Sadyk. – Es Akbayán. 
- Sadyk, ¿ha pasado algo con tu amigo? – dijo Akbayán con una sonrisa risueña.
Y conmigo sí pasó algo de verdad: de repente, como una lluvia del sol, el amor cayó sobre mí.
Cuando Sadyk y yo salíamos de la casa, Akbayán nos acompañó hasta la puerta y dijo:
- Sabyr, ven a visitarnos más a menudo.
Desde entonces no pasé ni un día sin ir a Sadyk. Y cada mi visita Akbayán estaba en casa. Discutimos nuestras cosas con su hermano o charlamos de esto y aquello, y ella estaba aquí mismo con un libro o la costura, y yo captaba su mirada hacia mí, ora pensativa, ora alegre. Una mañana cuando nos encontramos por el camino a la mina, Sadyk dijo con una sonrisa:
- Has hecho perder la cabeza a mi hermanita. No se oye más que: “Sabyr, Sabyr, Sabyr está en la tabla de honor. Sabyr juega al voleibol mejor que todos. Y de todos modos, Sabyr es sin par”.
Mi cara ardió de fiebre.
- ¿Estás burlando? – pregunté con dificultad, porque la lengua no me obedecía.
- Sí es verdad. ¿Y por qué estás tan agitado de repente?
- Sadyk, amo a Akbayán, - dije, reuniendo toda mi determinación. Nosotros paramos en medio del camino.
- Qué cosas... – dijo Sadyk alargando las palabras. – Entonces, estoy feliz por mi hermana. Creo que también te ama.
Así surgió nuestro amor. No era la afinidad espiritual que nos había llevado a este sentimiento, como yo entendí más tarde – para esto no conocíamos suficiente uno al otro, - nilas pruebas duras que habríamos sufrido hombro con hombro. Todo había sido más simple: ella era linda, yo también era un dzhiguit  gallardo. Nos parecía que estábamos hechos uno para el otro.Este tipo de amor es como un día de verano que pasa festivamente, sin nubes y tormentas. Akbayán seguía siendo una chica caprichosa, y a mí me gustaba cumplir todos sus deseos. Nunca peleábamos. Nos enconbtrábamos cada noche e íbamos a la estepa para pasear juntos hasta la medianoche. Así duraba casi hasta la mitad del verano, y yo creía que eso era para siempre.
Aquella noche era tan maravillosa como las otras...
... Cerré los ojos e imaginé el sol enorme de color frambuesa, medio escondido por el cumbre obtuso de la mambla, el boscaje de abedules en el borde de la minería y a nosotros sentados lado a lado...
Esta noche ella me parecía especialmente bella. Su cara, clara en el crepúsculo de la tarde temprana, solamente podía comparar con la luna ascendiente. El boscaje que nos rodeaba estaba lleno de sonidos extraños. O mejor – mi alma estaba repleta de una melodía suave de kui – la música de palabras. Yo era el único que la oía. Eso era la música de mi amor. Quizá me expreso demasiado oratoriamente. Pero exactamente esto sentía aquella noche cuando estábamos sentados en un banco en el boscaje de abedules. 
Yo abracé a Akbayán, y ella puso su cabeza en mi hombro, como una flor que se inclina bajo el soplo del viento. 
- Cálmate, Sabyr, cálmate, - dijo Akbayán, aunque supropia voz temblaba fuertemente. – Sabes, a veces pienso, con qué puedo comparar mi amor...
Y en aquel momento yo dije para decir una belleza:
- Con el ave de oro.
- ¿Con el ave de oro? – se asombró ella. - ¿Por qué con el ave de oro?..
Akbayán levantó la cabeza y se apartó un poco tratando dever mi cara en el crepúsculo que se hizo más denso. 
- Su amor es igualmente difícil de captar, - bromeé yo sin darme cuenta,quécerca era la verdad.
Akbayán se echó a reír.
- ¡Pero no tienes para qué captarla! El ave de oro está en tus manos.
- Pero puede escaparse y volar de aquí, - dije para continuar el juego.
- Entonces no la dejes escapar. Aférrate fuerte.
- Esto no es suficiente. Para estas cosas necesito una red especial. Creo que de oro, también.
- Y tu amor – ¿no es más fuerte? ¡Aférrate bien a mí, Sabyr!
Al decirlo, Akbayán se rió. Pero yo estoy pensando ahora, ¿acaso había algo más que una broma en sus palabras?..
...Abrí los ojos. Los recuerdos me emocionaban, y ahora esto no me servía para nada. “Tranquilo, tranquilo, todo ha pasado ya. Mejor cuida tu corazón, no es fácil para él, aún sin tonterías tuyas”, - dije a mí mismo. Pero, por lo visto, no bastante persuasivamente. Los recuerdos ya me ataron al pasado con sus cadenas. 
“El ave de oro, ¿es posible imaginarlo? – pensaba de mí mismo con ironía. - ¿Quién me habría sugerido este idea?.. Por otra parte... ¿Acaso, como el ave de oro, no se hizo inalcanzable para mí el amor de Akbayán poco tiempo después? ¿Y acaso no extendía mi red de oro para retenerla? Puse toda mi pasión en ella, toda mi alma, pero se voló Akbayán. ¿Lo hizo por su propia voluntad? ¿O la llevó una fuerza ciega?.. Ciega y sin piedad, como un elemento...” Pero, ¿que pasó luego aquella noche?
... Nos besábamos frenéticamente, como si supiéramos que esto era nuestra última cita. Susurrábamos palabras apasionadas uno al otro sin saber que en aquel momento nos iban acercando laspersonas cuyas suertesse unirían con nuestras suertes en un lazo indisoluble. Ni las oímos llegar. 
- Y los escépticos dicen, que en nuestros tiempos la gente ha olvidado como querer, - dijo burlonamente una voz de hombre.
Parecía sonar del cielo y enfrió nuestro ardor enseguida. Nos apartamos bruscamente uno del otro. Mientrasel causador de nuestro susto estaba a unos pasos y nos contemplaba impúdicamente. Ya lo vi una vez, y, a decir verdad, su aspecto me había impresionado.
Era alto, ancho de espaldas. Su cara morena, de facciones acentuadas, con la nariz aguileña no grande, estaba marcada, como lo escriben a veces en los libros, de masculinidad. Su cabello espeso parecía a un gorro negro hecho de un cordero joven. 
El dzhiguit no estaba solo. Al su lado vi a una chica delgadita de cabello dorado. A diferencia de su compañero que seguía mirándonos sin ceremonia, ella se sentía incómoda.
- Alzhán, vámonos. Molestamos aquí, - susurró ella al dzhiguit tocando su manga.
- ¡Qué chica tan bella! Mire, Tania, las peris  como ella solamente viven en nuestrasfábulas, - dijo él ni pensando moverse. 
Yo sabía mejor que nadie qué bella era Akbayán, pero ahora no pude resistir y la miré. Ora la admiración manifiesta de su belleza, ora alguna otra cosa tuvo efecto sobre ella, pero sus ojos brillaron de curiosidad. No obstante, en el siguiente momento se apagaron. Y yo sentí sus dedos finos y largos apretar mi mano.
- Vámonos, Alzhán, - repitió la chica de cabello dorado. – No molestemos. Puede ser, todo solamente comienza para estos chicos. Para ellos apenas acaba de amanecer, - dijo ella tratando inexpertamente de dar la matiz oriental a su dicho. El dzhiguit bromeó:
- Al contrario, me parece que esta cayendo la noche...
...Parece, lo sabía todo de antemano cuando decía estas palabras. En aquella misma noche el amanecer claro de nuestro amor – que me perdone Tania – fue sustituido por la noche negra...
- No hablo de la parte del día, sino de los sentimientos... el amanecer del amor, - murmuró Tania, turbada. 
- Ah, en este caso sí, molestamos, - dijo el dzhiguit y se dirigió a nosotros por la primera vez como si acabara de advertir que éramos seres animados. – Perdóneme por la indiscreción, pero su novia es tan hermosa, que nosotros,lagente artística, no pudimos pasar de largo.
Se dirigió a mí, pero tenía sus ojos clavados a Akbayán. Y cuando la chica de cabello dorado lo tomó del brazo, por fin, y lo llevó de aquí, otra vez volvió la cabeza para mirar a Akbayán como si quisiera recordarla para siempre.
- ¿Quién es esta chica? – preguntó a su compañera sin preocuparse de que todavía podíamos oírlo.
La muchacha de cabello dorado le dijo algo, bajando la voz.
- Vi a este hombre feliz en alguna parte. ¿Quién es? – preguntó el dzhiguit. Esta vez tampoco oí lo que respondió la chica, pero me llegó la exclamación burlona:
- ¡Y nada más! Pensé que el caballero de una belleza como ella sería un batyr  de fábulas, nada menos...
Yo conocía a su acompañanta. Trabajaba de médico en el hospital de la aldea. Pero, ¿cómo podría conocer quién soy?En otro momento eso me sorprendería e incluso me lisonjearía. Pero entonces no estaba para eso. Un sentimiento mixto de inquietud y resentimiento se apoderó de mi alma. 
- ¿Quién es este dzhiguit? – preguntó Akbayán siguiendo con la mirada a la pareja que se alejaba.
“Qué hay que decir, este Alzhán es un bravo, ya ha alcanzado mucho en la vida. Pero yo tampoco tengo de que avergonzarme”, - pensé para calmarme y dije:
- Es nuestro nuevo ingeniero jefe Bekénov. Dicen que acaba de graduar del instituto en Moscú.  
- Tan joven – ¿y ya es el ingeniero jefe? – se asombró Akbayán. 
Yo entendía su sorpresa. En aquellos años entre nosotros kazajos no había tantos ingenieros simples. Y él era ingeniero jefe, y por demás un dzhiguit joven y gallardo.
Oí otra cosa halagüeña de Alzhán. Decían: antes trabajó enuna de la minas norteñas y se dio a conocer como un hombre enérgico y decisivo. Y ayer me convencí de que era así cuando Alzhán entró (o, mejor dicho, irrumpió como una tormenta) en el depósito de explosivos. ¡Cómo increpaba a los administradores pesados! 
- ¡Ritmo, ritmo! ¡El país ahora vive en el ritmo nuevo!..
Después de decir “hum” Akbayán dijo:
- Es un poco raro. No es como los demás.
El nuevo ingeniero jefe pertenecía a este tipo de personas que inevitablemente despiertan en la gente que las rodea el interés particular. Pero el interés de Akbayán me provocó la angustia. Era ridículo, claro, tener celosde ella por el hombre que ella vio durante algunos minutos. Pero yo conocía su carácter. ¿Por qué se enamoró de mí? A ella, yo también parecía un hombre extraordinario...
En una palabra, no sabía todavía que el águila caudal había puesto la mira en la presa, pero no obstante me asemejaba a una liebre que corre de un lado a otro por la estepa sintiendo una sombra encima.
- Qué pesado estás hoy, - me dijo Akbayán riendo. Ella se volvió de cara a mí y tocó mi nuca con sus dedos. Pero en su voz oí la indiferencia, y el tocamiento me pareció frío. Como si mentalmente fuera en algún sitio lejos de mí. 
“El diablo sabe lo que te estás imaginando ya, - dije a mí mismo. – Saca estas tonterías de la cabeza ahora mismo. Tú quieres a ella, y ella te quiere a ti. Y esto es lo más importante.” La cogí por la cintura y la abracé de nuevo. Akbayán era dócil, como un juguete de trapo. La besé en los labios, pero ella no me respondió. 
- ¿Pues, vámonos a casa? – pregunté yo,enfadado e intentando despertar el sentido de arrepentimiento en ella.
Esperaba que se diera cuenta de que no había sido muy cariñosa conmigo hoy. Y que dijera que todavía era temprano y que quería estar conmigo, pero ella aceptó gustosamente:
- Vámonos.
Nunca nos regresábamos a casa tan temprano, que hubiera luz en las calles. Me tranquilizaba a mí, inculcaba que Akbayán estaba cansada hoy. Y trataba de encontrar señales de fatiga en su cara. Pero al principio Akbayán charlaba animadamente, diciendo todo tipo de tonterías. Como si tuviera fiebre. Luego se calló de repente, y en sus labios apareció una sonrisa vaga de una persona que está soñando. 
¿De qué soñaba en los crepúsculos tranquilos de verano, cuando regresábamos a la aldea? ¿A qué sonreía con aire pensativo? Hasta ahora quiero creer que en aquel momento todavía pensaba en mí, soñaba de nuestro futuro...
Pero cuando nos acercamos a la casa de la viuda Bibigaisha, decidí acabar con mis dudas de un tiro y tomando la mano de Akbayán pregunté sin ambages:
- Dime, Akbayán, ¿me quieres como antes?
- Sí, claro, - respondió Akbayán distraídamente. – Ya me voy. Quizá mamá está esperando, - y desasiendo su mano se fue a casa.
Me puse a vagar por la aldea como si eso pudiera ayudarme. Ya me roían los celos. Trataba de convencer a mí mismo que este sentimiento no era noble, sino vergonzoso, que deshonraba nuestro amor. Si aparece la desconfianza, todo va a derrumbar entre nosotros. No habrá la pureza, la claridad de antes. Pero el presentimiento malo roía la fe con la que yo quería engañarme...
La oscuridad de la noche cayó poco a poco sobre las calles, los techos de casas, luego salió la luna y separó bruscamente el mundo en negro y blanco. En las calles parecía no quedar nadie más que yo y los perros errantes, pero yo seguía corriendo por el territorio despoblado de la aldea.
Mis vagabundos me llevaron al hospital. Era hundido en mis pensamientos, por eso no me di cuenta al principio que oía algunos voces. En los escalones del porche del hospital estaban un hombre y una mujer. La luna los iluminaba, por eso reconocí a los que hablaban sin esfuerzo. Eran Alzhán y Tania. Yo estaba en la parte oscura de la calle, por eso no podían verme. 
- No, no, tengo que irme. Quiero ver cómo está el nuevo paciente, - dijo Tania.
- No va a pasar nada con su paciente. Usted misma ha dicho: la crisis ha pasado ya, - objetó Alzhán e intentó tomar la mano de Tania. – Quédese por lo menos diez minutos, - su voz sonó con el matiz autoritario. 
- Hasta una hora no cambiará nada. Y además, a Usted le gusta otramuchacha, - dijo la chica con picardía, retirándose a la baranda del porche.
- Usted tiene razón, - consintió Alzhán riendo. – Pero hay algo que no encaja en mi cabeza. ¿Qué podría encontrar ella en un simple pegador? No puedo creer en este amor. 
- Alzhán, Alzhán, piense que Usted está diciendo, - lo llamó a orden Tania. - ¿Acaso aman por un cargo?.. Aman por otra cosa, y a menudo no lo entienden los ajenos. Puede ser, que ella es la única persona en el mundo que sabe cómo él es de verdad. Usted entendería todo si pudiera mirarlo a través de sus ojos de ella. Pero para Usted es imposible. Mientras que yo, puede ser...
No sé qué mas quería decir de mí, de nuestro amor. Me fui, ardiendo de vergüenza. Quiera o no quiera, resultaba que yo había sorprendido su conversación de propósito. Exactamente por esta razón después no me atreví a preguntar a Tania qué más decía a Alzhán.
Rápido, casi a la carrera, andaba por la calle y discutía con Alzhán mentalmente. “¿Por qué es que la bella Akbayán no puede amar a un simple chico obrero? Si no soy la pareja para ella, ¿no me atrevo a amarla? ¿Eso es lo que opinas? ¿Y qué hago con mi corazón? Sí cree en amor...”
Ahora, desde la distancia de veinticinco años, miro con una calma moderación a los acontecimientos de aquel día. Me trajeron mucha amargura. Sin embargo, eran los tiempos maravillosos, cuando el alma ardía, aspiraba a lo bello, deseaba amar. Y si el amor fuera verdadera, no la destruiría ningún tercero del decantado “triángulo”. ¿Y si no había nunca? Dicen: mil ladrones no desvestirán al desnudo. ¿Y puede ser que Alzhán tenía razón: Akbayán nunca me amaba de verdad? ¿Y puede ser que yo mismo no creía en los sentimientos de mi amada? Verdad era que todavía, en aquella noche, por lo menos, no había pasado nada...
...La mañana siguiente, al llegar a la mina, enseguida me enfrenté con el ingeniero jefe. Nos encontramos en el plato subterráneo. Llevaba el traje de lona y el casco. Estábamos lejos de la lámpara eléctrica, nuestros rostros eran cubiertos de una sombra densa, por eso no reconocimos uno al otro enseguida. Luego Alazhán levantó su lámpara de carburo e iluminó mi cara.  
- ¿Es Usted que estaba ayer con la chica guapa? – preguntó al saludarme. 
Arreglé la mochila con explosivo que tenía a mis espaldas y respondí mirándolo directamente en los ojos:
- Si con la guapa, fui yo. Lo ha adivinado Usted. 
- Sí, la chica es muy guapa. ¿Cómo se llama? – él no preguntaba, sino exigía.
- Akbayán. 
- Y el nombre la conviene, - dijo Alzhán con satisfacción.
Entendí que él ya la consideraba como suya. Que estaba seguro: el mundo pertenece a la gente decidida, como él. Y yo no tengo derecho a nada. Incluso a Akbayán. Ya que me faltó la fuerza de carácter para subir en esta vida impetuosa más alto que a un cargo simple de obrero. Pero dudo que él razonara tan largo. Simplemente en un momento, al acercarse, concluyó que yo no era rival para él. 
Más exactamente, todo eso entiendo ahora, sino en aquel momento me ericé, apenas pude contenerme: 
- Entonces, ¿está seguro, completamente convencido de que no la merezco?
Me miró sorprendido y respondió tranquilamente:
- Está bien que Usted mismo lo entiende.
- ¡Es que no lo entiendo! – grité yo.
Algo parecido a lástima se reflejó en sus ojos. Así se mira al gusano aplastado. 
- Para nada, - dijo. – Los rusos tienen un dicho: zapatero a tus zapatos.
- No me conviene nada, -rechacé yo.
En este momento nos separó la electromotriz con el mineral. La cara seria de Bibigaisha me pasó rápidamente de largo. Cuando la electromotriz se fue vi a Alzhán alejarse. El pensaba que no teníamos más de qué hablar.
Ahora Alzhán no me gustaba nada por cierto. Y no sólo porque el día anterior causó en mí el sentimiento ridículo de celos. Yo creía que una persona buena no podía tratar a otra persona con arrogancia sólo porque era un simple obrero. Y en lo que toca a los celos, ahora me sentía tranquilo. Este tipo no ganará el corazón de Akbayán. Si trata de aprobar su suerte, Akbayán le enseñará la puerta enseguida.
Decidí que había dedicado demasiado pensamientos a este hombre y me dirigí a buscar al secretario de la organización del Partido, Akshálov. Akshálovtrabajaba de minero simple desde el día de fundación de la minería, durante este tiempo fue condecorado con dos órdenes de la Bandeja Roja de Trabajo. Pero su virtud más importante era la cordialidad con la cual trataba a la gente, y por eso hasta los trabajadores de otras minas venían a él para pedir consejo. Yo también, al inventar la nueva mochila para el explosivo, quería mostrársela primero a Akshálov.
Pero el secretario del Partido se fue a la reunión al comité de distrito, y al cabo de tres días empezó la guerra y me reclutaron.
Según la ley era dispensado de la movilización como el único sustentador de los padres viejos y enfermos, por eso la citación que llegó de la comisaría militar me fue un poco inesperada. Aquella misma noche una conocida corrió a nuestra casa, de la que decían que “sabe lo todo sobre todos”, y dijo, que el ingeniero jefe me puso en la lista de obreros no sujetos a reserva. La mujer llamaba al Cielo y al Poder Soviético para que castigaran a Alzhán y dijo que yo debía obtener el certificado en el Consejo de la aldea, mostrarla a los trabajadores de la comisaría militar. Cuando se calló, mi padre dijo:
- Gracias por su consejo. Pero Sabyr irá al frente. No es peor que los demás. – Luego se volvió hacia mí y añadió: - Tienes que cumplir con tu deber. Y de nosotros viejos no te preocupes. Hay mucha gente buena en el mundo. ¿Estás de acuerdo, madre?
Y mi madre, que no quitaba los ojos de mí, dijo en voz baja:
- Hijito mío, tu padre ha dicho bien.
Las palabras de mis padres aliviaron mi alma. Creía que debía estar en el frente, y en ninguna otra parte. Y me molestaba que algún otro ocupaba mi lugar en aquel momento.
El resto del día pasé preparándome. Como mucha gente creía entonces que en poco tiempo derrotaríamos el fascismo, acabaríamos la guerra en Berlín, y por eso sentía una alta excepcional. Solamente un asunto hacía sombra sobre mi humor excelente en general – el desafío abierto que me lanzó Alzhán. Quería quitarme de en medio, abriéndose el camino a Akbayán. Pero, de otro lado, eso me alegraba. Eso quiere decir que él está mintiendo tratando de convencerme que no soy nada más que una nulidad, quiere decir, sabe en realidad que hay que hacer caso de mí. Yo no dudaba la fidelidad de Akbayán. Por la mañana encontré un momento para correr a casa de la viuda Bibigaisha, pero no hallé a Akbayán. Sadyk no sabía donde estaba su hermana. También se preparaba para ir al frente, no estaba para nuestros sentimientos. Mientras Bibigaisha me miró un poco raro y dijo algo incomprensible, como que su hija se fue a tratar un asunto urgente. No vine a buscar a Akbayán y regresé a casa sin preocuparme en absoluto, seguro de que vendría después de acabar con su asunto. 
Pero Akbayán no vino. Ni siquiera apareció en la estación de carga de donde salíamos a la comisaría militar. Sadyk, al que sólo despedía su madre, dijo que Akbayán se enfermó y él la dijo adiós en casa. Mi amigo era tan agitado, – como todos los demás dzhiguites movilizados, - que resultó imposible sacar de él de qué se enfermó su hermana. De su madre había aún menos provecho, estaba llorando y abrazando a Sadyk. 
Luego nos despedimos de nuestros familiares y allegados, subimos vagones rojos, el tren pequeño “Poppel” silbó agudito, casi como un miliciano, y partió llevándonos al punto de reunión en Kaskyrsai. Mientras tomaba carrera resoplando, la gente que nos despedía, los más jóvenes, corrían al lado de la formación y nosotros los saludábamos con las manos asomándonos en las ventanas. Yo no dejaba de contar con un milagro, buscaba a Akbayán con la mirada, esperando que apareciera en el último momento y se echara a correr detrás de los vagones. O por lo menos me dijera adiós con la mano desde lejos. 
El tren pasaba suave al lado de los edificios en la periferia de Myskazgán, y nosotros nos despedíamos de nuestra aldea. La aldea no era de buen aspecto, pero la separación próxima la hizo especialmente preciosa para nosotros. Nuestra estepa kazaja modesta, adusta, rigurosa en invierno, despiadada en el bochorno de verano, ahora nos parecía bondadosa y acogedora como la casa de los padres. Y nosotros, apiñándonos en las puertas de los vagones calefaccionados, nosdespedíamos de la tierra natal. 


¡El camino! ¡El camino, sin fin, sin límites, como la esperanza!
El tren pasa por la estepa, soltando el vapor por las narices como un pequeño buey obstinado. Los postes telegráficos corren uno detrás del otro y desaparecen en el lado donde se quedó Myskazgán. Y alrededor se estira la estepa infinita.La estepa kazaja. La estepa de mis hijos y padres. ¡Mi estepa natal!
Cuando vas por la estepa, oyes en los vientos que vagan por su llanura el sonido de dombra , esta música sin palabras te dispone a un modo especial, casi solemne, tus pensamientos te llevan alto y lejos. Se están equivocando los que piensan que la estepa es fastidiosa, monótona. A mí, me parece un libro vivo y sabio que produce imágenes asombrosos. Esta ladera cubierta de flores de varios colores parece una prenda de cabeza de una chica joven. Y la arenisca grietada en el sol, cubierta de la hierba triste, recuerda de la cara rugosa de una abuelita vieja. ¿Mi abuela, quizá?.. 
Mi abuela murió el año pasado en nuestro aúl  natal, de donde nos trasladamos a Myskazgán. Por su inteligencia y honradez la quería todo el aúl. En los años de la universal eliminación del analfabetismo aprendió a leer y escribir. En breve podía manejar la pluma y el libro con tanta viveza, como si supiera escribir y leer toda su vida. A mi abuela no le gustaba estar mano sobre mano y siempre andaba ocupada. Cuando empezó el movimiento por la igualdad de la mujer, tomó parte activa en él, y los habitantes de nuestro aúl consiguieron que la eligieran en el Consejo del aúl. Y solamente cuando sus hijos tuvieron nietos, ella se calmó un poco, se asentó y se dedicó al hogar familiar. Pero y en aquel tiempo la abuela se encontró un trabajo social. Ella estaba suscrita a un montón de periódicos y revistas y relataba las noticias a sus allegados y vecinos. Hijas y nueras la llamaron con respeto “periódico-apá ”, y cuando yo recuerdo a la abuela la imagino sentada en el banquillo bajo cerca de la casa, con una pila de periódicos en su regazo. 
Por costumbre kazajo vivía entonces con mi abuela, me enseñaba el alfabeto, y de ella oí por primera vez la palabra “Lenin”.  
A la abuela le gustaba hacer alarde de las palabras nuevas del lenguaje hablado, y algunas inventaba ella misma.Si las nueras olvidaban de economía en su administración de casa, decía algo parecido a: “Cariño, la próxima vez que te vas al quiosco para comprar productos, no te olvides del Irgimec”. Nosotros, sus nietos, conjeturábamos, quién era este Irgimec, y decidimos que debía de ser algún forastero: entre los antiguos habitantes del aúl no había nadie con este nombre. Sólo unos años después conocí que irgimec era el término “régimen de economía, de ahorro” rehecho por la abuela a su modo. 
Cuando ella pronunció la palabra “Lenin”, me pareció misterioso y luminoso, porque la abuela toda se iluminó de la luz suave y bondadosa. Al ver sonreír su cara, pensé que hablaba de una persona que consideraba muy buena. “Debe de ser su pariente muy querido”, - pensé yo y, a dejarnos solos, pregunté:
- Abuela, ¿quién es – Lenin?
- Lenin es el caudillo de los necesitados, la luz de toda la humanidad, - respondió la abuela y con cariño pasó la mano calurosa y áspera por mi cara.
Quiénes eran los necesitados yo no sabía entonces, pero qué era la luz y qué significaba para los hombres – sí sabía. 
- ¿Y es grande? ¿La luz? ¿Como nuestra lámpara? 
La abuela se rió.
- Como una estrella. ¿Acaso la lámpara puede dar luz a toda la humanidad?.. Pero la muerte apagó la estrella cuando tú apenas empezaste a andar. Esas cosas pueden ocurrir: la estrella se fue, pero su luz sigue iluminando el camino a la gente. Y brillará mucho tiempo. ¡Siempre!
- Abuela, ¿acaso puede brillar la estrella si la apagaron? – me parecía a mí que se había confundido.
- “No digas que murió el hombre si dejó su obra inmortal”, - respondió la abuela con un verso. – Eso dijo Abái. Te conté de él. 
En vez de responder a mi pregunta, me dio otra adivinanza. ¿Cómo puede ser inmortal la obra, si el hombre mismo murió? ¿Y acaso puede vivir la obra sin el hombre?
Viendo que yo estaba completamente confuso, la abuela rió de nuevo y dijo:
- Vete, querido, a jugar. Todavía eres pequeño.Cuando te vas a estudiar en la escuela, entenderás lo todo. Y quién es Lenin, y qué es una obra inmortal. 
Pero una vez, ya de cara a nuestra partida para Myskazgán, yo no podía aguantar más y, sin esperar mi tiempo, fui a la escuela solo. Me acerqué al edificio nuevo construido de ladrillo y empizarrado, pasé el umbral valerosamente y vi frente a la entrada el retrato de un hombre de barbilla y ojos alegres entornados, dibujo de cuerpo entero. Llevaba un abrigo negro con el cuello de terciopelo echado sobre los hombros y un lazo rojo en su pecho. Apretando la gorra de visera en una mano, el hombre avanzaba todo el cuerpo mostrando con la otra mano el camino a la gente. Encima del cuadro estaba colgada una tela roja con algo escrito sobre ella de letras blancas. 
Un poco aparte estaba sentada una vieja que bebía té.
- ¿Quién es? – pregunté señalando con el dedo al cuadro. La vieja puso el tazón sobre la mesa y explicó con aire de importancia:
- Es Lenin. Dijo que hay que estudiar. Lo dijo tres veces. 
Como entendí después esto era el famoso llamamiento de Lenin, dirigido a nuestra juventud: “Estudiar, estudiar y estudiar más”.
El hombre de barbilla parecía decir, dirigiéndose a mí: “Hijo, soy tu apoyo. ¡Anda por la vida con audacia y con orgullo!”Desde aquel tiempo vi muchos otros retratos de Lenin, pero este se hizo el más precioso para mí...
Aunque una más figura del caudillo se grabó en mi memoria por toda la vida. Eso era la escultura de Leninfundida de bronce, y la vi en uno de los días más ardientes de la guerra. 
Esto ocurrió en la cuidad de la cual nuestras unidades se replegaron después del contrachoque hecho por el enemigo. El día siguiente nos llamó a mí y a otros dos dzhiguites de nuestra compañía el jefe de inteligencia del regimiento y nos ordenó penetrar en la ciudad. El designó superior a mi compañero, nativo de esta ciudad. Cuando de noche pasábamos la línea del frente, nos rodeaba tanta oscuridad que podía ver nada a un brazo de distancia. Pero en cuanto alcanzamos el suburbio de la cuidad, salió la luna, deslumbrante como un farol, e iluminó las calles y las casas. Hizo nuestro camino más difícil, pero al mismo tiempo gracias a ella vimos lo que no puedo olvidar hasta ahora. 
Era mi primera ida de reconocimiento y, a decir verdad, no me encontraba bien pensando que estábamos en la misma guarida del enemigo, que nos rodeaban los soldados adversarios. 
Pero el superior nos llevaba con seguridad por callejas despobladas. Cruzábamos patios abiertos, corrimos a través de las calles y nos esfumábamos en la sombra de casas y vallas. Las acciones calmas y calculadas de nuestro jefe nos devolvieron pronto laseguridad en nosotros mismos. Y yo, ya sin agitación, repetía sus movimientos. 
Por el aspecto de las casas, por desaparecer las callejas torcidas y hacerse más amplias las calles entendí que nos acercábamos al centro de la ciudad. Justo – en breve nuestro guión se paró y cuchicheó:
- Nos queda andar alrededor de la plaza. Tened aún más cuidado. Aquí debe de estar su cuartel, por eso habrán patrullas a cada paso. Tratemos de pasar por el parque.
Encontró una abertura en la valle de hierro fundido, y nosotros entrábamos en el parque. Nos colábamos al lado de árboles, al lado de matorrales. De repente el superior se paró, casi me di contra él. 
- ¿Oyes? – preguntó.
Un motor comenzó a traquetear delante de nosotros. Luego sus chasquidos se callaron, y hasta nosotros llegaron las palabras de órdenes alemanes. 
- ¿Qué están haciendo allí? – se sorprendió nuestro guía. – Allí está el monumento a Lenin... No puede ser, canallas...
No acabó la frase y al mostrarnos con el movimiento de cabeza que lo siguiéramos, se movió atrás sin ruido como un leopardo que ha escogido su presa. Después de una serie de saltos nos asomamos tras los matorrales y vimos una plazoleta inundada de luz de proyectores.   
En el centro erguía la figura de Lenin de bronce. Ilyich estaba de pie, pensando con el pulgar en el borde del chaleco, y a sus pies se ajetreaban los soldados encabezados por el sargento alto y delgado. El sargento gritaba algo con el tono brusco y descontento, mientras que los soldados ataban el cable tendido a dos carrocetas alrededor del pedestal. Luego los soldados se dispersaron, el sargento señalo con la mano, como si fuera esperando nuestra llegada. 
Las carrocetas rugieron con los motores y se lanzaron hacia la arboleda ancha. 
Mis manos agarraron el automático espontáneamente.
- ¡Alto! – susurró el superior al discernir mi movimiento en la oscuridad.–Vas a frustrar la misión de combate. 
- Permítame, - supliqué yo. – No puedo mirarlo...
- Sí mira. Recuérdalo. Si pones un monumento, hay que ponerlo para la eternidad.
De verdad, las carrocetas movieron sólo a la longitud del cable. Los motores rugían de tensión. Las carrocetas parecían a los perros atados sólidamente al poste, gimiendo de furia impotente. Mientras el monumento permanecía inconmovible en su lugar. Ilyich parecía decir al enemigo: “Por mucho que intentéis, no lograréis vencer”.
- Vámonos, - susurró el superior.
El día siguiente los ocupantes fueron desalojados de la ciudad. Cuando cesaron los combates de calle, corrí al parque de la ciudad. 
El monumento estaba en el mismo lugar. Solamente las mellas en el pedestal hacían acordarse de lo que había pasado aquí la noche anterior. Desde entonces el monumento a Lenin de bronce se convirtió para mí en el símbolo de nuestra invencibilidad para todos los años de la guerra.
...De la escuela corrí directamente a casa y me arrojé al cuello de la abuela. 
- Abuela, ¡acabo de ver a Lenin!
- ¿Dónde lo viste? – sonrió la abuela.
- En la escuela. Tiene el lazo rojo y grande en el pecho. Dijo que estudiara. Dijo tres veces. 
La abuela se dio cuenta de que yo sobreentendía el retrato que estaba en la escuela. Me besó en la frente. 
- Dijo bien. ¿Cumplirás su orden?
- Claro, cumpliré. ¿Quieres que te jure? – y yo juré: - ¡Ol-laji-bellaji !
La abuela se moría de risa. 
- No, querido, si quieres jurar, no hay que hacerlo a lo antiguo, sino de la manera nueva.
- ¿Y cómo se hace de la manera nueva?
Me besó en la frente otra vez.
- De la manera nueva se dice: “Juro en el nombre de Lenin”, - me apretó contra su pecho. – Llegará el tiempo, y tu prestarás este juramento. Te harás un pionero, luego un komsomol... Y por ahora quiero solamente una cosa de ti. 
- ¿Qué?
- Nosotros kazajos decimos: enseña al niño desde la infancia. Escúchame. Quiero, querido, que siempre mantengas tu palabra, como el abuelo Lenin, y luches por la felicidad del pueblo, como él. Si su obra se convierte en la obra de tu vida, a tu abuela vieja no hará falta nada más. 
Recordé sus palabras más de una vez en los momentos duros de mi vida. Me prestaban apoyo, ayudaban a guardar la pureza de mi honra y conciencia. 
Mi querida, mi buena abuelita parecía saber que su nieto tendría que pasar más de una prueba dura y me preparaba de antemano para ellas.
Pero de esto más tarde, las pruebas me esperaban en el futuro. Mientras el tren nos llevaba a la guerra...
Nuestro escalón corre de prisa el oeste. Los postes telegráficos desaparecen allá detrás del vagón, como si cayeran uno por otro. En una de las estaciones, mientras se cambia el tren, un ferrocarrilero mayor dice que ya dejamos atrás una media del camino. Una media,calculando hasta la frontera del estado. Al lado de nuestro vagón calefaccionado pasan rápidamente los bosques rusos, ríos tortuosos y pueblos tan diferentes de nuestros aúles de estepa. La fiebre abrasador de la guerra todavía no ha llegado hasta aquí. Vemos pasar delante de nuestros ojos los imágenes de vida pacífica. Allí en la orilla de un riachuelo estrecho un pescador parece dormitar con su caña, luego tras su curva suave una mujer está lavando la ropa blanca, y allí mismo chapotean los muchachitos hábiles, ya bronceados. Y aquí, a lo largo de la vía se estrecha la muchedumbre, encabezada por un joven con acordeón. Tira los fuelles con tanta fuerza como si quisiera desgarrarlos. De la muchedumbre se separa una mujer con un pañuelo y, gritando algo, bailotea ante el joven. Hallo en le espalda del acordeonista una bolsa, y todo se hace claro: el joven también va a la guerra.  
Y a veces, al ver nuestro tren del campo, las chicas corren al ferrocarril, abandonando sus azadas o bieldas.Ellas quitan los pañuelos de las cabezas, nos saludan, agitándolos, gritan algo. Puede ser, a ellas les parece que en nuestros vagones van sus prometidos, y ellas corren, corren para mandar sus palabras de despedida una vez más. 
En estos minutos siento amargura, es que mi amada no vino a  despedirme. Mis compañeros de armas cantan las canciones bravas del Ejército Rojo aprendidas en el primer día del camino, y yo, al subirme a la litera superior, estoy pensando, qué importante es que, cuando te estás preparando para el camino peligroso, te diga la persona más querida en el mundo: “Vuelve pronto”. Puedo adivinar quién me robó aquel día aún. Aprieto los puños y amenazo a Alzhán puerilmente: “Me lo pagarás, me vuelvo de la guerra, te enseñaré, como dice el sargento, lo que es bueno.” Por otra parte, ¿qué hago con él?..
No, yo no levantaré la mano a Alzhán, no diré ni una palabra mala. El amo sabe el temperamento de su caballo, y yo sé bien mi carácter poco rencoroso. Muchas veces ocurría así que me agraviaron, pero yo demostraba fácilmente a mí mismo que todo había pasado por accidente, que mi agraviador no tenía intenciones malas. Ahuyento los pensamientos de Akbayán, me repito que los sentimientos personales deben retroceder ante tal acontecimiento como la guerra. Pero,¿cómo puedes olvidar la canción que resuena de tu garganta? Así es el hombre, cuando te prohíbes pensar en algo, esos pensamientos empiezan a meterse importunamente en tu cabeza.Continuaba viendo a Akbayán ante mi ojo interior...
- ¿Por qué estás suspirando, muchacho? – me pregunta una vez el sargento, el superior en el vagón. 
Nuestro sargento es un hombre muy corrido, nos educa en su propia manera. Cuenta de las batallas en Jaljin Gol , en las que tuvo ocasión de participar. 
Y ahora, al ver mi estado, corta otro cuento suyo.
- Es que, camarada sargento, su bien amada le dijo: si vuelves sin orden, no te dejaré atravesar los umbrales, - responde por mi parte un rubio delgado, el primer burlón del vagón. 
El vagón se rompe a carcajadas. Busco a Sadyk con la mirada, el ríe junto con los demás. 
- Es verdad que la bien amada de Sabyr tiene carácter, - dice con dificultad, riendo. – Pues la conozco bien.
- ¿La conoces? – pregunta el rubio сon incredulidad.  
- Claro, es mi hermana carnal, - lanza Sadyk al descuido.
Esta noticia hecha leña al fuego de alegría. Un poco más – y el vagón, parece, se descarrillaría.
Yo río también. Ellos todos también tienen despedidas difíciles sobre las espaldas, y todos se divierten para quitar la inquietud del corazón. 
El sargento es el único que se queda serio. 
- Pues bien, muchacho, si tienes amargura en el corazón, échala, deja en la tierra pacífica, - dice después de esperar al que cese la explosión de alegría. – La pena en la guerra es la ayuda mala. Impide luchar al soldado. El enemigo no teme tu pena, sino tu furia. Deja de estar tumbado en la litera, bájate aquí. Y escucha lo que contaré. Acaso mi experiencia te será útil.
Me bajo y me siento al lado de Sadyk sobre una caja vacía de ración seca. ¿Soy dzhiguit o no soy?  - me avergüenzo a mí mentalmente. ¡Basta de andar con cara de vinagre por causa de una muchacha tonta!
- ¿Y luego qué, camarada sargento? – pregunta el rubio con ansiedad. 
- No te apures: al buen cuento no le gustan oyentes escopetados, - le dice el sargento con el tono de mentor.
Después de la guerra encontraba ese tipo de narradores fogueados, de bigote, de caras rojas ásperas del sol y viento, en las pantallas de cine y en los cuadros de pintores. Y como aquellos narradores, nuestro sargento ante todo sacaba el tabaco macuche de la bolsa bordada de flores, lo envolvía en un trozo de periódico sin darse prisa y apretándolo entre los dientes desiguales, pero fuertes, miraba expectante al rubio. Este saca precipitadamente del bolsillo un cerillero y, rompiendo de fervor las cerillas, lleva el fuego a la punta del pitillo. El sargento da una fumada con gusto, suelta bocanadas del humo hacia la puerta abierta y dice pensativo, como si empezando otra narración:
- En aquel tiempo aún no sabíamos que era un automático. Laescopeta, la bayoneta y unas técnicas de sambo convenientes para el combate cuerpo a cuerpo. 
- ¿Y acaso no es suficiente? En el combate cuerpo a cuerpo debe ser así, ¿no? El más fuerte gana la victoria. Y a nosotros es imposible vencer de viva fuerza, - interrumpe alguien. 
- Claro, en la guerra no vencerás de fuerza bruta, - el sargento sonríe un poquito. – En la guerra, los puños hacen segundos papeles. Aquí el seso y la astucia son más importantes. Y lo que se llama dominio de sí mismo. Teníamos un explorador. A propósito, era tu compatriota, Sabyr, un kazajo. Se llamaba Jasén. Y el apellido Bekezhánov. Un joven alto, moreno. ¡Ay qué astuto y listo era, muchachos! Me acuerdo, nos mandaron de reconocimiento. Después de andar tres o cuatro kilómetros hallamosuna población. ¿Hay japoneses allí? ¿No hay? Podíamos sólo conjeturar, no había ni una alma en las calles. Y no podíamos esperar – sólo se da un tiempo corto para el reconocimiento. Pues Jasén pidió permiso del capitán para ver el poblazo de cerca. 
Y el terreno delante de él era descubierto: el campo, y solamente delante de la casita al borde del poblazo había matorral bajito. Pues, pateó nuestro Jasén a banderas desplegadas. Alcanzó los matorrales – y allí tres japoneses se echaron sobre él.  Se tropezó con avanzadas de combate, eso es. Se lo arrancaron laescopeta, lo rodearon para llevar a su cuartel japonés. Pensamos, cogieron al Jasén, está perdido, el pobre. Pero nuestro amigo se levantó la cabeza al cielo, muestra arriba con el dedo diciendo algo,como, mira allá. Los japoneses también levantaron mentones hacia el cielo, bajaron la guardia. Pensaban, somos tres, y el preso solamente uno y desarmado. Es decir, tenían la mayoría... Y luego, mientras ellos papaban moscas, Jasén dio una patada en la panza a uno, una cornada al otro, y al tercero – un puñetazo en el pómulo. Quitó su escopetay comenzó a actuar como durante los ejercicios militares. A uno – con la culata, al otro – con la bayoneta. Y el tercero se cayó a la tierra por su voluntad propia.Y Jasén – a todo correr hacia el barranco, a nosotros. 
Interrumpiendo uno al otro, nosotros discutimos lo que nos había contado. Hoy día me parece que el sargento mintió un rato con fines pedagógicos. Pero entonces nosotros tomábamos todo por oro de ley. 
- Venga, levántate, Sabyr, - dice Sadyk. 
Me levanto, y Sadyk intenta mostrar cómo actuaría en el lugar de Jasén, pero se cae él mismo en la litera inferior. ¡Si yo supiera en aquellos minutos que al cabo de dos meses me encontraría en la misma situación que Jasén!
Nuestra excitación no cesa durante largo rato. Un joven con el aspecto de un intelectual saca de su maleta un violín y toca la marcha enérgicamente. Y nosotros vociferamos a pleno pulmón:  

¡A echarnos juntos bajo las balas! 
¡No nos da miedo ir al combate! 
¡Llevamos aquí, en el pecho robusto
 El sentimiento de venganza justa!

Oigo refunfuñar el sargento:
- ¿Por qué no da miedo? Siempre da miedo ir al combate. Pero hace falta. ¿Y para qué echarse bajo las balas? Son los sin cabeza que se meten bajo las balas. O arrapiezos como esos. Mientras un hombre corrido andará alrededor, rateará donde pueda. Se conservará y vencerá al enemigo. Son mozalbetes aún, mozalbetes. ¿Qué les pasará allí? La guerra no es juego de niños. 
Y como en apoyo del sargento, grita ansiosamente la locomotora que corre en la cabeza de la formación. 
Pero nosotros ya estamos borrachos del sentimiento de nuestra audacia. Miro en las caras de los chicos y me parece: si nos soltaran al enemigo en este momento, nuestro puñado de reclutes enseguida, quitando todo en su camino, andará hasta Berlín. Así por primera vez empiezo a sentir la fuerza de la fraternidad guerrera. Y siento vergüenza por haber pensado de mi dolor personal todo el tiempo. 
El sol está en su cenit. Detrás de la puerta del vagón pasan los edificios de la estación. Las ruedas suenan sobre las juntas cerca de agujas...


- Buenos días, - así me saluda Batimá al entrar en la sala. ¿Ha dormido bien?
- He dormido como un tronco. A decir verdad, estoy harto de guardar cama ya. Nunca imaginaba qué fatigoso es. Antes solía pensar al final del turno: qué bien sería irme a cama y acostarme de lado.Y ahora – ni por esas, es mejor trabajar otro turno. 
Batimá se rió. 
- Es porque Usted es un hombre de trabajo. No tenía la ocasión de permanecer tanto en la cama.Tampoco tenía tiempo.
- Tiempo no, no tenía, pero quedarme en cama sí tuve la ocasión. En el hospital.
- Bien, eran otros tiempos. La guerra. Y su herida resollaba. Mientras que ahora a Usted le parece que Usted es un hombre completamente sano. 
- No me parece. Y el doctor dijo que en cuanto esté sano, no me retendría en el hospital ni un día más. 
Batimá me puso el termómetro y luego me miró con una sonrisa incrédula. Por lo visto, ya se ha acostumbrado a mi carácter disciplinado, ese alboroto pequeño la sorprendió. 
- Eso significa que el doctor piensa que Usted no está sano ni mucho menos, - dijo Batimá conel tono ejemplar.– A propósito, otra vez no permitió dejarla entrar a Akbayán a verle.
- ¿Ella vino? 
- Ayer, después de la cena. Durante el mes que Usted está aquí es su sexto intento, - dijo Batimá con indignación. 
No pude contenerme y sonreí con abundancia. Quiere verme. Me necesita. No se dice por nada: “Es mejor tener la ropa nueva, pero el amigo viejo”. Y no importa qué ha pasado durante todos estos años, soy su amigo más viejo. Qué digo: a lo mejor ahora no tiene anadie más que yo.
Pero, ¡tanto no le gusta Akbayán a Batimá!Batima frunció el ceño mirándome. Mientras que yo estoy por besarla. ¡Si supiera qué importancia tiene para mi cada esa noticia! Es evidente que quiere decir de Akbayán alguna otra cosa mala. No, Batimá, me da igual qué me digas, no lo creeré. Ah, mujeres, ¿por qué gustáis una a otra tan rara vez?..
Batimá, parece que por ver mi expresión obstinada de la cara, se contuvo. Solamente, encogiéndose de hombros, dijo un poco vagamente:
- Bueno, cada uno tiene su sueño. 
Puede ser, quería decir que cada uno tiene su modo de luchar. Así como yo, por ejemplo, no hallé nada mejor que enamorarme de Akbayán...
Quería hacer burla de Batimá y dije:
-¿Y con qué sueño yo, que le parece? 
- ¿Cómo lo podría saber? – Batimámenea el hombro otra vez.  
- ¿Pero de qué?
- Acaso, cada uno sueña con alguna cosa suya, inalcanzable, - dijo Batimá con aire pensativo. – Así un jorobado sueña con estar acostado boca arriba una vez. 
Entendí que Batimá hablaba de sí. Algo no resultaba en su vida como ella lo quería. 
- Pero con todo y con eso, ¿por qué el doctor no permite que venga Akbayán?
- Acaso hay una razón para esto, - respondió Batimá secamente. 
- ¿Cuál podría ser la razón? 
- El doctor sabe lo que hace, no es doctor por nada. 
Batima se rió de repente. 
- ¿Acaba de acordarse de algo divertido? – pregunté.
- Pues no, es más triste. 
- ¿Por qué no? Eso puede ocurrir. Cuando lloras y ríes al mismo tiempo.
- Risa entre sollozos. Verdad, eso puede ocurrir, - consentí yo. 
- Sí, claro. Y acaso no es para reír cuando un hombre inteligente, que había visto mucho, no puede distinguir el amor verdadero del falso.   
- ¿Habla Usted de mí? ¿Es una insinuación?
- Ajá, como dicen los rusos, quien se pica, ajos come, ¿no? Entonces, ¿se ha enamorado Usted?
- No lo dije, - respondí rápidamente, evadiendo la respuesta.
- Pero se ha ruborizado, - dijo Batimá con severidad. 
Lo sentía yo mismo. 
- No se preocupe, no estoy hablando de Usted. Me acordé de un caso que me contó un dzhiguit de la sala número cuatro. 
- Pues cuénteme. Acaso me enseñará algo, - pedí bromeando. 
Hoy estaba de buenísimo humor y no podía hacer nada con esto. 
- Lo dudo, - dijo Batimá. – Es una historia vieja como las montañas. Pero, por desgracia, abrió los ojos a poca gente. De todos modos, no tiene nada que ver con Usted. Usted está siguiendo su camino. 
Discerní ironía en su voz. Como si supiera algo. ¿Cómo? Sí, me he ruborizado, pero eso no prueba el hecho. No dije a nadie de mis sentimientos a Akbayán. 
- Pero le estoy escuchando, - dije tratando de no mostrar mi confusión. 
- En pocas palabras, un hombre mayor y respetable se enamoró de su secretaria. Era treinta años menos que él. Es decir, muy jovencita. Pero parecía enamorarse de él también. Y como si todo esto ya dura muchos años. El tiene familia, la mujer enferma, por eso no puede divorciarse y casarse con la secretaria. Y ella está ofendida... No creo en esta fábula. 
- ¿Y qué de increíble hay? Con la edad los hombres tienden a constancia. 
- No estoy hablando de ellos. Es que no creo en el amor de una jovencita al hombre mayor. Creo que en realidad está jugándosela de codillo. Es beneficioso para ella, por eso lo hace. Debe de ser por interés.
- ¿Y qué si es amor verdadero? 
Ella soltó un bufido despreciativo. 
- Batimá, ¿quiere decir que Usted nunca se enamoraría de un hombre mucho mayor que Usted? 
- Viejo o joven, a mí me da igual – no necesito a nadie. Vaya, otra vez he hablado demasiado con Usted, - advirtió ella de repente y sacó mi termómetro. – Cada vez que vengo a su sala, hay una discusión sin falta. Le temperatura hoy es normal, treinta y seis enteros, seisdécimas, a pedir de boca.
- ¡Dígalo al doctor! – exclamé con triunfo. Pero Batimá ya ha salido de la sala. 
Parece que ella no cree mucho en amor. Acaso se engañó con alguien una vez, y ahora le parece que todos tienen la mala intención. Y lo más importante, no cree que pueda amar... Pero si no ama Batimá, acaso quiere decir esto, que no puede amar Akbayán...
No, no, dije mentalmente a Batimá, la gente puede y debe amar. Es el amor que hizo bueno y noble al hombre. Si no hubiera sido por él, puede ser que ahora no se diferenciaría en carácter de animales carnívoros. Y quién sabe: ¿habría vivido hasta nuestros días sin amor a su mujer de confianza, a su madre, a la tribu que lo había criado?A veces ocurre, Batimá, que el amor no es fácil. El camino hacia él a veces se mide en años de pruebas. Como lo ocurrió para Akbayán y yo...
“Pero, entonces, ¿quién era Tatiana para ti? – me pregunté a mí de repente. – ¿Por qué te casaste con ella, y vivisteis juntos un plazo bastante grande, como se dice, en armonía? ¿Qué dirás, Sabyr? Es que el corazón no es un dastarkhan , no puedes extenderlo ante cualquiera mujer. Y tú lo diste. Ardiendo del amor insaciado a Akbayán, lo diste a Tatiana – para que lo tratara, lo curara de esta enfermedad. Había el tiempo cuando considerabas el sentimiento imperecedero a Akbayán como una enfermedad grave, ¿no, Sabyr? Y Tatiana parecía esa persona necesaria de confianza que podría ayudarte recuperar. Tú y Tatiana estimábais uno al otro, y luego decidiste enteramente que la enfermedad se había acabado, y entre ti y tu mujer lo apareció, el amor único, verdadero. Pensabas así durante muchos años, hasta que te encontraste de nuevo a Akbayán. Cara a cara”.


Era un día suave y soleado, lo que es raro en verano. Del este soplaba el viento fresco que resfriaba y calmaba la ciudad incandescente. Sí-sí, nuestra aldea de Myskazgán se convirtió en una ciudad industrial grande con grandes edificios de cuatro pisos y con calles estrechas asfaltadas en vez de barracas y callejones torcidos. Normalmente en este tiempo aquí soplan los vientos. Parecen producidos por fuelles invisibles de un hogar gigantesco en algún sitio en el fondo de la estepa. Se encandecen y asfalto, y los muros de edificios y los cerros que rodean la ciudad de todos lados. En este calor los ciudadanos se refugian a la orilla del lago artificial que se produjo después de que habían atajado el río Ondir. El agua del lago es transparente como una lágrima, azul como el cielo del Arco. Los constructores cubrieron la orilla suave de arena amarilla. En los días de domingo toda la ciudad se trasladaba al lago – y la playa, y el cristal del agua se convirtieron en un vergel enorme de trajes de baño de colores brillantes. 
En vida de Tatiana nosotros también pasábamos nuestro día de descanso en el lago. Nos despertábamos temprano y, al poner la comida y cosas de baño en la bolsa, nos trasladábamos a la playa para todo el día. Después de bañarme, me acomodaba en la arena, dormitaba o leía un libro, y a Tatiana no era posible sacarla del agua. Su piel blanca resistía al bronceado, bajo el sol sólo tomaba color de rosa. Y yo reposaba plácidamente sobre la toalla rusa, espaciosa como una alfombra, oía su risa sonora, y al levantar la cabeza enseguida podía encontrarla, rosa entre otros bañadores bronceados. Después de la muerte de mi mujer hasta este día no fui al lago ni una vez. Aquí todo está asociado con la memoria de Tatiana. La mera mención del lago suscitaba dolor en mi alma. 
Pero una mañana de domingo pensé que Tania misma no aprobaría mi reclusión, subí un autobús suburbano y al cabo de una media hora ya estaba andando a lo largo de la orilla, hundiéndome en la arena hasta los tobillos. Aquí había mucha gente, como antes, y aunque me parecía extraño, después de la muerte de Tania la vida no paró su fiesta perpetua. Como antes,los niñoscon la barriga al aire corrían entre mis piernas, los chicos y chicas atléticos jugaban al voleibol en un círculo, alguien llamaba a alguien, otro empujaba al agua al que estaba chillando de susto afectado. Los mismos colores alegres brillaban alrededor, resplandecían las gotas del agua. 
Yo buscaba un sitio apartado mucho tiempo. Pero en todas partes aparecían cuerpos jóvenes bronceados, relumbraban sonrisas de dientes blancos, y por alguna razón sentí vergüenza por mi edad. Parecía que mi presencia rompería la armonía de la playa. 
Al captar mi inseguridad, una muchacha de pelo rojizo que estaba echada boca abajo, levantó la cabeza y gritó traviesamente:
- ¡No sea tímido, tío! Aquí hay bastante espacio para todos. ¡Y aún más!
Sus amigas, tendidas en la arena, clavaron los ojos en mí – las chicas buenas, crédulas. Pero alguien envidioso y dispuesto a sospechar a todo el mundo por cierto me tomaría por un Don Juan viejo, que se había introducido entre las chicas inocentes. Hay un dicho para esta ocasión: si un buey viejo entró en el ganado de novillada, no espera nada bueno de él. 
Doblé a la calle de árboles y me dirigí al pabellón donde vendían bebidas y helado.
Delante de mí andaba una mujer joven de vestido playero de colores. Sus hombros y brazos abiertos morenos conservaban aún la frescura del agua. En la espalda, colgaban libremente dos coletas negras y espesas, largas, hasta la cadera. Me había acostumbrado ya a los peinados modernos, parecidos a papajas  peludas o colas de caballos atados, y por eso estas coletas preciosas en su simpleza natural me parecieron un milagro. Los kazajos dicen: “El ave es bella por sus alas, y la mujer – por su cabello”. De repente sentí el deseo de mirar en la cara de esta mujer. Así manda la naturaleza: el lago hondo tiene el lecho, y el cumbre de montañas altas es supunto extremo. Así mismo la pena – por dura que sea, también tiene sus límites. 
La mujer andaba sin prisa, balanceando a compás de los pasos su maleta negra pequeña. En la maleta exactamente igual mi Tatiana guardaba medicinas e instrumentos médicos cuando iba a visitar a los enfermos. Y aunque la mujer salió de la playa y lo más probable era que tenía allí el traje de baño y la toalla, me ocurrió que también tenía relación con medicina. Alargué el paso. 
“¿Y quizá estas coletas las compró en la tienda? En estos días no es fácil comprender: si es el cabello propio de la mujer o una peluca. Y yo estoy aquí tomando carrera como Tuleguén a la caravana Kyz-Zhibek ”, - dije a mí mismo con una sonrisa. 
Alcancé a la mujer y ella, como si sentía mi curiosidad, me miró también. No, no era bella, pero en la cara morena de esta kazaja había algo tan atractivo que no pude quitar los ojos. Ella sostuvo mi mirada tranquilamente. 
- Le saludo a Usted, hermanita, - dije ateniéndome a nuestro costumbre. 
- Le  saludo a Ustedtambién, Sabyr-agái , - respondió la mujer con benevolencia. 
¿Cómo sabe mi nombre? Yo personalmente la veía por primera vez...
- ¿Acaso no le reconocí? – pregunté con diplomacia. 
- No es asombroso. Usted nunca me ha visto. Pero yo vi a Usted. Y más de una vez. – La desconocida se rió.
- ¿Pero dónde? – pregunté sin entender nada. 
- Por ahora en nuestra ciudad hay solamente un Héroe del Trabajo Socialista. Y se llama Sabyr Shakírov, ¿verdad? – dijo la mujer con una sonrisa. – En Myskazgán no hay ni una sola tabla de Honor sin su retrato. 
- ¡Ah, ya lo comprendo! – yo reí también aunque, a decir verdad, sus palabras suscitaron todo tipo de sentimientos en mí. Sería mentira si yo dijera que no eran halagüeños. Pero, por otra parte, discerní en ellos una ironía suave(y justa). Por mis méritos ya obtuve la mejor condecoración con la que puede soñar un trabajador. ¿Acaso sea necesario destacarme así de otra gente, también concienzuda, ponerme en un lugar especial? Es mal estar solo cuando te ejecutan, pero cuando te premian probablemente también es mejor estar juntos con los compañeros. 
- Pero le conozco a Usted aparte de esto, - dijo la desconocida, divirtiéndose sin malicia de mi confusión. 
- ¿Y por qué más me conoce?– pregunte no sabiendo qué podía esperar de ella. 
- Trabajo en el hospital de urgencia. Eramos amigas con su mujer. Sí, acaso ella le contaba de mí. Me llamo Batimá. ¿Ha oído?
- No. En todo caso, no me acuerdo de que Tania hablara de Usted.
Un tiempo andábamos en silencio e iba a despedirme, pero ella pronunció con aire pensativo:
- Una vez, en el período muy difícil para mí, ella me cuidaba como la madre. 
- Tania casi no contaba de asuntos de otros.
- Las mujeres suelen asesorarse con el hombre querido. Y yo le causé muchas preocupaciones, creo... Ella le amaba mucho a Usted. 
- ¿Se lo dijo a Usted ella misma?– Con toda su sociabilidad, Tatiana se avergonzaba de hablar de sus sentimientos incluso conmigo. 
- ¡Qué va! Eso guardaba en sí. Pero si quiere saber algo de una mujer, pregunta de ella aotra mujer. 
Pero yo mismo sabía que Tatiana me amaba durante toda nuestra vida juntos. 
- Su mujer era una persona extraordinaria, - seguía Batimá. – Ella podía amar con tanta profundidad como puede poca gente. La gente da por amor todo lo que quiere, a veces un enamoramiento más insignificante. 
Esta conclusión me pareció discutible. Pero estaba agradecido a Batimá por palabras cordiales de Tatiana y pregunté de otra cosa:
-  Entonces, ¿Usted también es doctora? 
- No lo ha adivinado. Soy enfermera. Aquí tenemos la unidad de socorro de urgencia. Pronto tengo mi guardia. 
El pabellón colorado del restaurante de verano apareció delante de nosotros. Propuse:
- ¿Por qué no sentamos, tomamos algo? No creo que Usted tenga tiempo más tarde.
Batimá miró su reloj.
- Está bien. Pero sólo un rato, ¿sí?
El tiempo de comida no llegó aún, a los bañadores les bastaban el sol, el aire y el agua, por eso en el restaurante estaban solamente algunas parejas. A una de ellas conocí. El trabajaba en mi cartel, ella era su mujer. A media vista los percibí cambiar una mirada, así como diciendo: “¿Lo viste? No se desesperaba durante largo rato. Parece, aún no ha pasado un año. Pero ella podría ser su hija”.
Escogimos una mesa en el rincón lejano, y resultó que Batimá se sentó de cara, y yo de espalda a la sala. 
Nos acercó de mala gana una camarera mayor. Contuvo un bostezo con esfuerzo y preguntó, mirando a Batimá de reojo con desaprobación:
- ¿Ya saben lo que van a pedir?
Pasé el menú a Batimá. 
- De primero plato sólo tenemos filetes, - nos anunció de antemano la camarera no sin goce maligno. Ella positivamentedesaprobaba nuestra alianza. 
Nosotros pedimos humildemente los filetes, la ensalada y té. 
- ¿Quieren beber? – se informó la camarera casi con ultimátum, dejándonos la última oportunidad para justificarnos en sus ojos. Esto me hizo gracia. 
- Una botella de vino blanco seco. ¿Sí, Batimá?
- Yo no puedo. Tengo que ir al trabajo pronto. ¿Y Usted no debería, creo? Hace calor, - notó con tono particular de un trabajador sanitario.
- Está bien, yo beberé. A decir verdad, hoy estoy de buen humor.Tráigame doscientos gramos del seco, - dije a la camarera. Ella tiró una mirada aniquiladora a Batimá y se fue a la cocina. 
- ¿Comprende Usted, qué pasa? Ella decidió que nosotros éramos amantes, - dije a Batimá. 
- Qué no, - no creyó mi interlocutora, - tenemos tanta diferencia de edades.  
Aunque yo no pensaba de flirteo, estе recuerdo de mi edad me molestó. Enojado conmigo por eso, bromeé:
- Si esto es tan visible, entonces, su marido no va a encelarse, aunque toda la ciudad hablara de nuestra cita.
Batimá se encogió de hombros al descuido, - como lo advertí luego, siempre expresaba así su rechazo de algo, - y dijo:
- No lo temo. Y además, no hay nadie que tenga celos de mí. 
- ¡No es posible!¿Cómo que nadie tenga celos?¿De una mujer tan simpática? – me asombré y, dándome cuenta enseguida de que me porté indelicado, añadí: - Perdóneme, quizá he tocado algo penoso para Usted. – Otra vez este movimiento descuidado de hombros. Y una risa bondadosa. 
- ¿El marido indiferente que se desenamoró de mí? ¿O un divorcio con el marido amado? Pues no. Nada de esto. Gracias a Alá, nunca he estado casada. Y ahora no lo deseo. 
- ¡No es posible! – repetí yo.
- Sólo los muertos no reviven, y aparte de esto todo puede ocurrir en nuestra vida, - dijo Batimá tranquilamente. – Es verdad, había tiempo, cuando quería casarme. Pero, afortunadamente, intervino la suerte sabia. No lo entendía entonces, me atormentaba, como una tontita, de lágrimas. Y si no fuera por su mujer, no sé qué habría hecho conmigo, cometería tonterías...
Luego me acordé de todo. Una vez Tatiana me contó de una amiga suya. 
“Pobrecita, - decía Tatiana preocupadamente. – Tiene mucho más de veinte años, pero aún no está casada. Y es bonita de cara, y buena de alma. Cualquier soltero sería feliz con una mujer así. Pero vaya, no quiere mirar a nadie. Vive como una monja.”
“Entonces, no es normal, es todo”, - comenté yo, según recuerdo, ocupado de pensamientos de la futura reunión en el cartel. 
“Es igualmente normal que nosotros. Pero ofendida de todo el mundo. Y por la causa parecida a lo que te había pasado con Akbayán. Eso ocurre con mucha gente en la juventud. Y para muchos, como para ti, la desilusión pasa con el tiempo. Mientras Batimá ha perdido la fe en la pureza de sentimientos humanos”, - dijo Tatiana, pensando que mi amor a Akbayán desapareció sin dejar rastros ya hace mucho. Consideraba sencillamenteesta historia como un caso clínico. Y yo también creía más o menos lo mismo. 
En pocas palabras, Tatiana contó que Batimá, cuando estaba estudiando en la escuela de enfermería, se enamoró de su compañero de curso. El también parecía no poder vivir sin Batimá. El dzhiguit y la chica eran inseparables. Una vez todo el curso oyó la noticia de que decidieron casarse después de la graduación de la escuela. Antes de la boda, el novio se fue a su aúl natal para recibir la bendición de sus padres. Pasó una semana, un mes, transcurrió el verano, Batimá se colocó a trabajar en el hospital, pero el novio no regresaba. Se desapareció. Como si nunca hubiera existido. Y en invierno le dijeron a ella, que Abdrahmán se casó con otra en su aúl. Batimá no creía durante largo tiempo. Pero llevaron al hospital a un paciente de aquel aúl y él confirmó que Abdrahmán estaba casado de verdad. Batimá quería suicidarse, y entonces mi mujer la tomó bajo su ala. La chica se resignó con su dolor. Pero su corazón se quedó petrificado. Durante los tres años que trabajó en el hospital, más de un dzhiguit trataba de abordarla, pero Batimá no miraba a nadie. 
“Le digo: ¿vas a vivir de solterona toda tu vida?” – contaba Tatiana. – Y elle dice: “¿Para qué casarme? ¿Para maldecir a mí misma el día siguiente? Todos son traidores. Incluso Abdrahmán – él también... No existe el amor. Lo inventaron, como si hubiera”.
Y ahora esta chica estaba sentada conmigo en la mesa. Pero a mí parecía tan segura de sí misma. La persona que tiene todo lo que necesita. ¿No será de ella el dicho: “La chica es una arca con la llave perdida”?Y nadie sabe, qué está en el arca. ¿Quién encontrará la llave del arca? ¿Quién recalentará el corazón de Batimá? Y si alguien lo encuentra, ¿qué tesoro está esperando a este dzhiguit?.. Mientras hay el corazón amante, no desaparece la esperanza. ¿Pero habrá el corazón tan persistente que volvería a Batimá a la vida?
Nos unía la soledad. Yo estaba a punto de decir a Batimá las palabras de consolación – las palabras regulares, hueras, de que todo lo bueno aún estaba en el porvenir. ¿Pero qué importancia tenían estas palabras para ella?..
- ¿Qué escribe Aída? ¿En qué año esta? ¿Debe de ser el segundo?.. – preguntó Batimá. 
Aída es nuestra única hija con Tatiana. Después de la escuela de diez grados consigió, al pasar la selectividad con otros aspirantes como ella, ingresar en el instituto de lenguas extranjeras de Almaty, ahora ella de verdad estudiaba en el segundo año. Me tocó que Batimá se acordó de mi hija.
- ¡En el segundo! – confirmé yo, - Acaba de enviar una carta. Escribe que estudia bien, está bien, tiene tiempo para actuar en el círculo del arte dramático. 
- Creo, es un vivo retrato de su madre. Solían cargarla a Tatianaun montón de trabajos sociales. Piensas: ¡está perdida la pobre! Pero miras, ella ya hizo este y aquello. Lleva bolsas llenas de la tienda. Y pregunta: “¿Te ayudo, Batimá?”
Sí, Tatiana era maestra en todo. Y lo que Batimá había advertido esto, también me cayó en gracia. 
- Tatiana contó qué unida familia teníais, - siguió Batimá. 
- Viviríamos cien años más sin cansarnos, - confirmé.
Era muy extraño: las memorias no suscitaban tristeza en mí, sino una alegría suave. 
- Ha tenido suerte. Más a menudo ocurre lo contrario. 
Mi edad y lo que era el marido de Tatiana inspiraron en ella la confianza casi filial. Y yo objeté con tono completamente paternal:
- Bueno, bueno, es prematuro generalizar. Usted es demasiado joven para esto. 
- La juventud puede ser larga, cuando la persona está bien. Y si a uno llega la pena, pronto se hace un verdadero viejo.
- Claro, le ha ocurrido una pena. Pero de todos modos es temprano borrar toda la vida. No juzgue por una persona de todos los demás. 
Batimá entendió que yo sabía todo de ella.
- A veces a un sabio que ha visto mucho es difícil sentir incluso una pequeña pena de otra persona…
- Entonces, ¿para entenderle a Usted, uno debe estar, perdóneme, en su pellejo? – pregunté y por poco me confesé que era yo exactamente la persona que la entendía. 
Batimá sonrió:
- ¿Sabe Usted que dijo un mal sastre? “Si vendiera mis tubeteicas , la gente preferiría nacer sin cabeza”. Así, si yo fuera el juez, a muchos les costaría caro. 
- ¿Y a mí también? – bromeé.
- ¿Y Usted tiene de qué temer? –Batimá de repente se puso en guardia. ¡Qué raspa! La suerte la habría dañado muy fuerte, si todo el tiempo está en guardia. 
- Nosotros todos somos un poco pecadores. Ante otros, pero, probablemente, aún más ante nosotros mismos, - respondí lo más descuidado posible. 
Y sentí de repente una inquietud, como si fuera culpable de algo de verdad. Pero, por suerte, vino la camarera, por poco perdida en lo profundo de la cocina, y con traqueo demostrativo puso sobre la mesa nuestro pedido: las ensaladas y la garrafa de vino. 
Llené de vino la copa y la levanté con la intención de beber a la salud de Batimá. Y en aquel momento ella dijo, mirando la sala por encima de mi hombro:
- No sé por qué Akbayán nos está mirando todo el tiempo. 
Volví el rostro y extendí la vista alrededor de la sala. Akbayán estaba sentada cerca de la entrada con algún dzhiguit moreno. Estaba sentada de cara a mí y me miraba. No la vi desde el día del entierro de Tatiana, pero no ha cambiado en este medio año. 
Al cruzar la mirada conmigo, me sonrió amistosamente. Incliné la cabeza para saludarla, como si apenas nos conociéramos, y me volví. Pero mi corazón de repente empezó a latir frenéticamente en el pecho.
- Probablemente, está mirando por nada. Para pasar el tiempo. ¿Quién es este, con ella? – pregunté yo.
Es que todo se acabó hace mucho. Me dije cien veces que dejé de querer a Akbayán completamente. Y de repente esta emoción. ¿Podría ser que es bastante que ella aparezca ante mí para rajarse toda mi defensa en profundidad, que había creado durante todos estos años tan escrupulosamente?..
- ¿Quién es? No sé. Siempre acuden mariposas a una flor como esta, - sonrió Batimá. 
Es verdad. Akbayán es una flor brillante. Aunque ya tiene muchos años de edad, la piel de su cara despertaría envidia en cualquiera chica. Y es esbelto su cuerpo como antes. Y los movimientos son flexibles, como los de una pez dorada que pasa entre los juncos. Sí, ¿qué mariposa podría resistir esta flor? 
- Usted tiene razón, Akbayán es una mujer bella, - consentí con la impasibilidad afectada. 
- Este tipo de mujeres solamente piensa en sí. Y esta en especial, - dijo Batimá con un desafecto abierto. 
- ¿Usted la conoce bien?
- A decir verdad, no muy bien. Nos vimos algunas veces. Pero a veces una sola acción está suficiente para verque es la persona mercantil y egoísta.
- Pero, ¿qué es lo que hizo Akbayán?
- Dejó a su marido en la desgracia. Mientras ocupaba puestos importantes, había tanto amor, como uña y carne. Pero una vez tropezó – ¡vaya! No lo necesita más. Ahora está buscando un blanco más grande. 
Yo sabía qué había pasado con Alzhán. Subió rápidamente el escalafón y hasta hace poco tiempo dirigía el cartel. Pero poco a poco Alzhán se quedó rígido, empezó a impedir la implantación de tecnologías modernas, recientemente lo destituyeron del cargo, y él fue a otra minería de un simple ingeniero. Esto podría ocurrir con cualquier de nosotros si quedáramos atrás de las exigencias de la época. 
- ¿Akbayán ha dejado a Alzhán? – pregunté no dando crédito a mis oídos. 
- Ya hace una semana que toda la ciudad habla de esto. 
El resentimiento a Akbayán vivía en mi corazón hasta este momento. Podría odiarla por haberse portado tan cruelmente conmigo. Pero, ¿acaso es su culpa que se enamoró de alguien más que de mí? A los sentimientos no se manda. Y en lo que Akbayán hubiera dejado al marido por causas mercantiles no podía creer. 
- Usted se equivoca, Batimá. Akbayán no es ese tipo de persona. No es un cálculo, debe de ser alguna otra cosa. 
- ¿Y sabe Usted con quién ella vino aquí? – Batimá sonrió mordazmente. – Es…
No la dejaron acabar. Un dzhiguit chaparro en la camiseta de marino, descolorida por el sol, entró precipitadamente en el restaurante y corrió a  nuestra mesa. Una hora atrás lo vi en la lancha del salvador de guardia con un megáfono en las manos. 
- Apái , me han dicho que Usted está aquí, - comenzó a parlotear al respirar. – Un tipo fue nadando detrás de la baliza, y luego una convulsión…
- Me contarás de camino, - lo interrumpió Batimá, levantándose bruscamente de la mesa.  
Agarró su maletita y, sin despedirse de mí, corrió detrás del salvador del restaurante. Desde entonces no la vi ni una vez. Hasta el día cuando ella me llevó de la casa de Akbayán al hospital…


Hoy Batimá está de servicio. Después de la cena me lleva medicinas que tengo que tomar antes de dormir. En su cara, en vez de su habitual seguridad en sí misma, está la tristeza. Toca mi frente con su palma fresca y dice:
- La temperatura es un poco elevada. Y los ojos brillan. Seguramente, está pensando, pensando. Se está agitando. No es bueno para Usted ahora. ¿Y le molesta el corazón?
- Bueno, esta cosa me molesta toda mi vida, - bromeo yo.
Pero hoy Batimá no percibe el humor, suspira y dice:
- No es nada sorprendente: vivir la vida así. El trabajo en la mina. La guerra. Y dicen que durante la guerra Usted pasabapor más pruebas que muchos…  
Como un trabajador sanitario es inexperta. En general, todavía es una muchacha. Discuta olvidando que es médico, y yo soy el enfermo, para quien toda emoción está contraindicada. Y ahora olvide de sus propias sermones y pide:
- Sabyr  Shakírovich, cuénteme de la guerra. 
Creo que es mejor no recordarlo a una persona sana, mucho menos después del infarto. Por otra parte, ¿acaso sonrecuerdos? Se acuerda de lo pasado. Mientras en este caso la losatodavía se queda en el corazón. Cuando cuentas, parece que estás quitando una parte de esta presura – sólo es lástima que no se ve el fin.
- Siéntese, - digo. 
- Voy a decirla a la enfermera, que estoy aquí, ¿vale? – pide Batimá, gozosa. – Me regreso enseguida. ¡Quiero saber todo de Usted! – se le escapan las palabras. 


El mismo primer día después de nuestra llegada al regimiento nos separaron a mí y Sadyk, dirigiéndonos a batallones diferentes, y nosotros perdimos uno al otro de vista.
Nuestro batallón se agregó al regimiento de tanques que perdió en las batallas con fuerzas superiores del enemigo todos los tanques y ahora solamente llevaba este nombre. Sus soldados, abriéndose paso del cerco, se equiparon de armas ligeras, y solamente los almetes y monos quemados los diferenciaban de la infantería. A todos que quedaron vivos enviaron para la reformación a la retaguardia. Aquí ingresamos al regimiento como un reemplazo. Esto ocurrió cerca de la estación Lychkovo, entre Nóvgorody Stáraya Russa. 
Los sargentos y tenientes, mozalbetes como nosotros, que terminaron escuelas y cursos de prisa y corriendo, nos enseñaban a atrincherarnos, disparar la escopeta, tirar granadas y botellas con la mezcla combustible. Lo que enseñaban a los soldados durante meses en el tiempo pacífico, nosotros pasábamos durante días contados. Pero a nosotros, nos parecía que la preparación duraba un insoportablemente largo rato, que antes de nosotros con los fascistas luchaba la gente demasiado indecisa, y en cuanto nos encontráramos en la avanzada, el enemigo correría atrás. Así un perrito, mirando su sombra enorme, parece un león a sí mismo. Los veteranos cabeceaban escuchando nuestros discursos. Ellos sabían que la guerra nos moderaría. A los que sobrevivirían en la primera batalla. 
Y por fin llegó este momento. Libramos nuestro primero combate cerca de la estación Lychkovo. Eso pasó el dos de septiembre del año cuarenta y uno en el frente del noroeste. Para mi vergüenza, no cometí nada heroico, solamente tiraba de mi fusil hacia el lado, donde se hallaba el enemigo. Consumí toda la reserva de municiones que me había dado el sargento. A mi lado disparaban mis nuevos compañeros. Pensábamos que habíamos hecho riza con nuestro fuego. Y qué confundidos éramos cuando nos dijeron que el enemigo nos había envuelto de flancos, y teníamos que irnos antes que el regimiento cayera en el cerco otra vez. 
Durante tres días uno puede acostumbrarse incluso a su tumba, se dice entre los kazajos. Pronto aprendí a aterrarme y esperar hasta que cesara el bombardeo de artillería del enemigo. Durante el ataque de fascistas ya noapresuraba a liberar al mundo mi reserva de batalla, sino buscaba un blanco y trataba de tirar al seguro. 
Pero al cabo de dos semanas la guerra para mí tomó un giro imprevisto.
Durante cierto tiempo nosotros lográbamos contener el empuje de los alemanes en nuestra parte del frente. Luego el enemigo trasladó fuerzas frescas a la aldea Sujoy Log, сerca de la cual nuestro batallón ocupaba posiciones defensivas. Su nuevo avance empezó del fuego masivo de morteros y artillería. El capitán de la sección me mandó adelante como un observador, y yo estaba en el fondo de mi trincherita individual tratando de imaginar qué pasaba en aquel momento en las trincheras y blindajes de nuestra compañía. Terrones pesados de arcilla caían sobre mí. La tierra se estremecía tanto, como si los fascistas hubieron mandado aquí todas las piezas de artillería de su ejército. Ellas sobaban nuetras posiciones durante dos horas. Me quedé sordo del trueno, por eso no oí el traqueteo de motores. Y cuando me levanté, sacudiendo la cabeza y tratando de librarme del zumbido en los oídos, los tanques alemanes ya se deslizaban cerca de mí hacia nuestras trincheras, seguidos por los cordones de tiradores de automático. Salí de la trincherita. Quise gritar: “¡Por la Patria!..” Pero un ronquido incomprensible se escapó de mi garganta. Más tarde entendí que había sufrido una contusión de la onda explosiva. En aquel tiempo no lo sabía y no sabía que mi compañía ya se había replegado. Al ver que yo ya no era ningún luchador, el soldado al cual dirigí la bayoneta no quiso gastar la bala en mí y solamente me empujó en el pecho con el cañón. Caí boca arriba y perdí el sentido. Me parecía: una caballada va corriendo sobre mí. Loscascos de acero me golpeaban el pecho, los costados.
Después de volverme en mí, oí la habla alemana y vi que estuve en las parihuelas llevadas por hombres mayores de casacas verdes – los soldados del equipo funeral. 
En mi aúl natal, Atbasar, vivían algunas familias alemanas. Eranla gente buena, bondadosa. Me mimaban a menudo, jugaba con sus niños, por eso aprendí bastante bien el alemán. Ahora intentaba discernir de qué hablaban los soldados que me llevaban.
- ¿Para qué nos hace falta ese espantajo? – dijo uno con enfado.  - ¿Acaso no tenemos de qué preocuparnos? Permita el Dios que enterremos a nuestros chicos para la noche. Y que este espiche en su maldita tierra. 
- Eres un mal amo, Karl, - objetó su compañero. – Sólo quieres disparar, nada más. ¿Pero quién trabajará en los campos y fábricas rusos cuando sean nuestros, eh?
- No resultará nada bueno de tu asiático, - gruñó él que se llamaba Karl. – Pronto partirá para el otro mundo, eso es lo que te diré. Tiene los días contados.  
- Venga, un buen látigo cura todas las enfermedades. Un látigo fuerte es mejor que un doctor…
Dos meses pasé en el campamento de prisioneros. Y aunque el hambre, las humillaciones, la ofensa a la suerte, la vergüenza ante los que combatían con el arma en los manos en aquel momento, podían sólo arruinar los restos de la salud, pero el organismo joven venció todas las enfermedades. Como entendía, que no todo aún estaba perdido, que necesitaría fuerzas para luchar. Y al cabo de un poco más de un mes empecé a andar. Y luego a todos que eran, desde el punto de vista de los jefes del campo, físicamente aptos para trabajos forzados por el bien de reich, cargaron en los vagones y llevaron a la cuidad pequeña de Kúpperman situada en el este de Alemania. Cuando nos empujaron fuera de los vagones, vi los puntos de escombreras detrás de los techos de la estación y entendí que aquí extraían la hulla. En esto también vi una burla de suerte. Me gustaba el trabajo de minero. Solíamos alegrarnos al ver cada tonelada del mineral extraída por encima del plan. ¡Y ahora tengo que abastecer de la hulla a nuestro enemigo a muerte!..
Nos llevaron al territorio de la mina e hicieron entrar por cincuenta o sesenta personas a barracas largas y bajas. Eran húmedas y austeras, sin acomodamientos incluso los más primitivos como la tarima. A lo largo de la pared había paja podrida para que nosotros durmiéramos incluso en el frío más atroz. Ocupé el sitio cerca de la puerta – aquí soplaba, pero el corriente servía de algo parecido a ventilación – y miré a mis compañeros de fatigas con los cuales iba a compartir las penas de trabajos forzados fascistas y, puede ser, luchar con el enemigo. La primera impresión había sido poco consoladora. Generalmente eran adolescentes o viejos llevados por los fascistas de regiones ocupados. Y solamente había una decena de prisioneros de guerra, como yo. Pero nosotros también presentábamos un aspecto deplorable. Nuestro equipo se hizo harapos. Algunos de nosotros todavía llevaban vendas sucias. 
Pronto después de nuestro estreno en la barraca aparecieron el teniente gordo de bigote rojo y el traductor – un hombre flaco de edad indeterminado con mirada asustada y huidiza, ellos anunciaron que podíamos salir de la barraca solamente por necesidad o para coger agua. El resto del territorio de la mina estaba prohibido para nosotros. “¡Los perturbadores serán fusilados sin aviso! ¡Enseguida, en el sitio!” – dijo el oficial. 
Su amenaza era reforzada por el aire temible de torres de observación y los facciones que se veían detrás de las ametralladoras como los ídolos de piedra.
El principio del invierno del año cuarenta y dos era sin nieve. El viento penetrantesoplaba casi sin cesar y llovía. El frío no tenía piedad a los hombres hambrientos. Parecíamosa ovejas que sobrevivieron el dzhut .
Al cabo de algunos días los hitlerianos trajeron a otro partido. La misma noche al lado de la cisterna con el agua vi a Sadyk. Encontrar a una persona conocida en la desgracia es igual que encontrar a un hermano carnal. ¡Y Sadyk era un amigo mío! Nos abrazamos. En dos pasos de nosotros estaba el soldado que repetía automáticamente “schnell, schnell”, es decir “pronto, pronto”. Por eso pudimos atravesar sólo unas palabras: ¿cuándo y dónde caíste prisionero? ¿Qué eran las últimas noticias de Myskazgán?..
Sadyk combatió solamente una mes más que yo y cayó en el cerco. Había consumido todos los cartuchos, y… Sadyk apartó la mirada.
- Sabyr, la madre me escribió de Akbayán. Que Alzhán quiere casarla… Pero no lo pienses. Hay que derrotar a los fascistas – y todo será bien. Os encontraréis… Y todo será bien, - repitió golpeándome el hombro. 
La noticia traída por Sadyk me aturdió. Pero la vida presidiaria del campo no permitía perder el control sobre sí. No se puede pensar sólo en tus propias penas cuando alrededor hay tanto sufrimiento de otros.
El día siguiente después de nuestro encuentro con Sadyk, al empezar a amanecer, nos levantaron de nuestras camas de paja, echaron a las escudillas un poco de líquido zurraposo, dieron a cada uno cincuenta gramos de pan negro parecido al barro y nos llevaron a la plaza. Nunca había visto en el territorio del campo tantos soldados y convoyantes con mastines. Los soldados tenían preparados los automáticos. Los perros ladraban furiosamente, listos de hacer pedazos de cualquier de nosotros. Nunca había encontrado perros tan feroces. Aún su pelo no estaba gris, como él de nuestros mastines, sino con matiz rojo. 
Nos colocaron en dos filas a lo largo del perímetro de la plaza. Mil hombres – miserables, descarnados, vestidos de harapos, calzados de botas desgastadas o zapatos rotos… Por poco empecé a llorar al pensar que hace poco eran hombres fuertes, llenos de dignidad. Ante la fila se paseaba el teniente gordo de bigote corto y rojo. A cada rato miraba su reloj de pulsera y golpeteaba con impaciencia la caña con el latiguillo fino.Detrás de él, como un perrito doméstico a la pie de su amo, corría el traductor. Por su aspecto preocupado entendí que esperábamos a alguna persona importante.   
Y luego, cuando ya había amanecido, en la puerta que se abrió de par en par, en el pasillo estrecho limitado con alambre de espino, entró un cortejo extraño. Al frente rodaba despacio un “Mercedes” seguido por un coche – un lindo caballo blanco enganchado en un birlocho elegante. 
El teniente se enderezó y graznó órdenes en su lengua. 
- ¡Firmes! ¡Vista a la derecha! – dijo con voz fina el traductor, asustado. 
El cortejo llegó al centro de la plaza y se paró. Del auto saltó un oficial joven de uniforme negro de SS y abrió servicialmente la portezuela. Del auto salió un SS alto y carniseco de grado más alto. El teniente del campo dio cuenta a los recién llegados, y los oficiales se dirigieron al birlocho. Para entonces el cochero viró el coche, y yo vi en él a una mujer joven. El SS mayor la ofreció la mano y ella se apeó. Llevaba un pañuelo de plumón que revelaba los bucles dorados, un abrigo corto de piel de ardilla y pantalones estrechos de color azul claro. Un cautivo a mi lado me dio un codazo:
- Mira, la tía de pantalones del hombre. 
Hace poco para nosotros los pantalones de mujeres eran insólitos, que hay que decir de los tiempos del comienzo de la guerra… Pero no era el caso. Es que era raro ver a una mujer – sobre todo, a una mujer bella – entre las barracas que nos rodeaban, entre el alambre de espino, las torres de observación, los automáticos…
Los oficiales uno tras otro besaron la mano de la belleza pelirrubia y sólo después de esto se acordaron de nosotros. En el centro de la plaza había un andamio de madera – algo medio entre una tribuna y un cadalso. Los cuatro subieron el andamio, y el teniente dijo:
- Pues, ¡hoy es un gran día para vosotros! Hoy empezáis a trabajar en la mina del hijo leal de Reich, el conde Vanter. El señor Vanter hizo la merced de visitarnos personalmente y con eso los hizo el honor. Y vosotros, en vuestro turno, ¡debéis agradecerlo con el trabajo honesto y concienzudo!
Se retiró a un lado cediendo el sitio respetuosamente al SS mayor. Este hombre tenía alrededor de sesenta años. Las arrugas, la piel pálida, fláccida… Hablaba de una voz inmutable, tranquila, sin gruñir como nuestro teniente. Y parecía tener lástima de nosotros – aunque, como de la gente de segunda categoría. A distinción de los otros, resultaba, teníamos suerte: teníamos la oportunidad de laborar por el bien del Reich milenario… En conclusión Vanter dijo que la lucha con los enemigos de Alemania exigía que él se volviera al ejército activo, por eso su mujer, la condesa Huassi Vanter andaría en los negocios de la mina, y teníamos que obedecer sus órdenes. La mínima desobediencia resultaría en fusilamiento.
Nuestra ama decidió mostrarnos enseguida que era persona de acción. 
Bajó del andamio y se puso a andar a lo largo de nuestra fila, diciendo:
- Conozco el ruso, no necesito traductor. A los que trabajan mal, sin entusiasmo voy a tratar yo misma. Viví en Rusia y conozco el carácter de vuestro pueblo. Estáis obstinados, pero nosotros tenemos bastante fuerza para romper cualquiera obstinación. Trabajaréis en dos turnos. Cada de doce horas. Arrepentirá él que trabaje con desgana y sabotee los órdenes de la administración. Que se condenen ellosa sí mismos. Pues, consideremos que estáis listos para la cooperación.Y por ahora necesito un caballerizo experimentado. Quien sabe сuidar los caballos, que salga de la fila. 
La línea larga de reclusos no se movió. 
- ¿Resulta que he tenido suerte? – dijo la condesa con aire de burla. - ¿Entre tal agolpamiento de patanes del país campesino no hay ni uno que sepa tratar los caballos?
Ella se puso a сaminar sin prisa a lo largo de la fila, mirando la gente, como la mercadería. Del andamio corrió el teniente y empezó a andar al lado de ella, meneando el bastón con aire amenazador. 
Un silencio penoso quedó en la plaza. Hasta los perros cesaron de gruñir y sonar las cadenas.
- ¿Quién eres? – oí la pregunta de la condesa. 
- Sadyk Ashímov.
- Esto no me interesa. Veo que eres asiático y pregunto: ¿quién eres?
- Kazajo, - respondió tranquilamente Sadyk. 
- ¿Y tú, manadero bárbaro, quieres engañarme? ¿Piensas que no sé que toda la vida pasáis con los caballos? ¿Tal vez el trabajo del caballerizo es demasiado sucio para ti?
Dijo en alemán al teniente que envíe a “este asiático” a la caballeriza. El látigo chasqueó bajo. De la fila salió Sadyk, frotando el hombro.
Pero la condesa continuaba a escoger empleados para su casa. 
-¿Te gustan los perros? – preguntó a uno de los vecinos de Sadyk. 
- Eso depende. Los perros son diferentes, - resonó confuso la voz senil. 
- Lo sé. Tú, por ejemplo, eres de la peor especie.  
Tradujo su broma a los oficiales, ellos rieron.
- Sal, serás miperrero. ¿Espero que no vas a dañar a tus semejantes?..
De la fila salió y se unió a Sadyk un hombre de cabellos blancos. 
- ¿Y tú, quién eres? ¿De Cáucaso? – siguió la condesa. A juzgar por todo, le gustaba a ella ese juego en que ella desempeñaba el papel de un conocedor de etnografía y un psicólogo. 
- ¡Soy judío! – respondió con desgarro la voz gutural.No vi al que respondía, pero por su acento particular entendí que la condesa no gastaba tiempo en vano cuando vivía en nuestro país. Hablaba la lengua rusa tan genuína que podíamos envidiar su pronunciación y yo, y Sadyk, y este joven de las montañas que se llamó judío. 
- ¡Mentira! – objetó la condesa triunfante. – Si fueras judío, dirías que eras georgiano o cualquiera cosa. Para salvar tu vida. 
- ¡Solamente los chacales cobardes salvan sus vidas a este precio!..
- ¿Veo, te das prisa para morir? – rió ominosamente la condesa. – Te ayudaremos сon gusto. Pero primero trabajarás en la mina. Vosotros decís: como un corderito.
Con eso terminó nuestro conocimiento. Nos separaron en dos turnos. Y en aquel mismo día sentimos en nuestro propio pellejo qué era el presidio fascista.  
Si ese lugar de perdición situado a la profundidad de seiscientos metros se llamaba una mina, ¿cómo es el infierno? El trabajo del minero es peligroso por sí mismo.  Es el combate cuerpo a cuerpo con la naturaleza, no se puede tener en cuenta todo, incluso con el nivel de seguridad muy alto. Y en la mina de Vanter la misma palabra “seguridad” sonaba con ironía amarga. El techo de los tajos podía derrumbarse en cualquier momento. Los apoyos viejos de madera crujían bajo la presión de las capas de tierra, en los tajos se veían por aquí y por allá los señales de desmoronamiento. Nos movimos por los carrejos bajos y medio terraplenos casi a cuatro patas, como un perro que entra en su caseta. Y además la hulla pardusca no era de primera calidad y daba más cenizas que calor. 
Aquí trabajábamos, encorvados o aún sentados. Del techo y por las paredes corrían aguas subterráneas. Bajo los pies chapotearon las pozas, la hulla mojada que echábamos a las vagonetas no se diferenciaba nada del fango. 
Después de doce horas de martirios nos daban de comer un líquido fétido en la cual a veces se encontraba una rajita de nabo o una aleta pasada del pescado.  
Hasta hoy día me pregunto, cómo sobrevivimos en estas condiciones. Parecía, hasta un organismo humano más sano debería sucumbir aquí. Pero nos manteníamos. Porque esperábamos regresar a la tierra paterna. Si alguien empezaba a flaquear, cada uno de nosotros dejaba para él una parte de su ración miserable. Hay un dicho: un chico preguntó a su pobre padre: “Padre, ¿cuánto tiempos vamos a sufrir?”El respondió a su hijo: “Cuarenta días”. – “¿Y luego qué pasará?” – preguntó el chico. “Luego nos acostumbraremos”… No, no nos acostumbramos a los ultrajes, trabajo duro y hambre. Aprendimos a soportar. A conservar las fuerzas. A confiar. Y – a esperar. 
Por fino que sea el mecanismo de la cerradura, siempre habrá una llave para abrirla. Pero no teníamos derecho de estar mano sobre mano esperando hasta que alguien procurara esa llave salvadora para nosotros. Y en aquel tiempo no había nadie que pudiera rescatarnos. Estábamos lejos en la retaguardia del enemigo, y debíamos contar en primer lugar con nuestras propias fuerzas. Pero para que ocurra el pedrisco, alguien tiene que subir al cumbre de la montaña y empujar la primera piedra. 
Ahora estaba pensando en cómo hacerlo todo el tiempo. ¿Qué hace falta hacer para poner en marcha la avalancha? Y resultó que otros presos del campo también estaban pensando de eso. De repente empecé a notar el fuego vivo en sus ojos. Lo sin que un hombre parece a un enfermo que se resignó a la suerte irreparable. En sus ojos está la angustia desesperada, o, aún peor, la apatía deslucida. Mis compañeros de fatigas también tenían ojos hundidos, rodeados de ojeras. Pero en ellos brillaba la esperanza. 
No obstante, todos callaban, y, si empezaba a hablar de esto yo, mis interlocutores cortaban la conversación. Pero con todo eso, me parecía a veces que en la mina ya existía un misterio que unía a la gente. Me atormentaba haciendo conjeturas, pero preguntas sólo suscitarían recelos. 
Como se supo después, la intuición no me había engañado. Pero lo conocí de un hombre que, a mi ver, no tenía nada en común con el movimiento clandestino. 
El vivía en nuestra barraca, se llamaba Andrei. Era un chico todavía joven, pelirrojo, como si fuera envuelto en llamas. Cayó prisionero en Letonia, en el combate por el puerto Libava: parecía que después del bombazo lo sepultaron los despojos de una casa. Y que desde entonces perdió la chaveta. Era verdad o no, pero una sonrisa sencilla nunca desaparecía de sus labios finos y azulados, incluso cuando lo apuraba con la culata un convoyante o su propio compañero alocado se desahogaba golpeándolo. Lo considerábamos tonto, llamábamos “chiflado”. Pronto los carceleros también llegaron a la misma conclusión y dejaron de hacer caso de Andrei. Y él, aprovechándolo, andaba por todo el territorio del campo, a donde quisiera. Vagaba de una barraca a otra. 
Era difícil entender, cuándo dormía. Al regresar después del turno, nos tumbábamos sobre nuestras camas miserables, y el “chiflado” se iba a alguna parte, regresaba y se iba de nuevo y, si alguien se ponía malo, era el primero que aparecía al lado del enfermo. Su cuerpo esbelto, musculoso parecía no conocer el cansancio, y la bondad – los límites. Si solo con todo esto no estaría mal de cabeza… 
Y un día este tonto se acercó a mí después del turno y preguntó:
- ¿Estás cansado, hermanito?
Sólo un verdadero flaco de cabeza podría preguntarlo de un hombre que apenas se mantenía en píes. Pero no quise maltratarlo, porque él mismo acababa de regresar del tajo… Y yo dije:
- Cansado - ¡claro que sí! – y, olvidando de que hablaba con un loco, añadí con amargura: - Sería mejor morirme más pronto.
- No te des prisa, siempre tendrás tiempo para morir. ¿No es lo que dijo nuestra bella condesa? – Me recordó Andrei con su sonrisa bobalicona y radiante. – El Dios te dio la vida, y él te la quitará cuando sea necesario, - me guiñó como si dios fuera nuestro amigo común. – Pero hay que vivir tu tiempo con provecho. Y si la bella condesa se preocupe por su provecho, nosotros nos preocupamos por lo nuestro, ¿eh? ¿Y hay que se encuentre mal su provecho y el de toda la maldita canalla fascista?.. 
En aquel momento advertí que él estaba diciendo gilipollas de siempre, pero sus ojos parecían normales, y este delirio suyo contenía algo razonable. 
- ¿Qué se puede hacer con las manos y los pies encadenados? – dije yo.
- Una lima serrará las cadenas.
-¿Y de dónde sacarla?
- Eso sabrás en su tiempo. Y por ahora – mañana, una hora después de que termine el turno, ven a la tercera galería.
Más tarde entendí que Andrei observaba largo rato antes de empezar esa conversación. Pero no tenía posibilidad de comprobarme previamente, por eso arrostró un riesgo. 
La tercera galería era casi inundada y considerada inútil para los trabajos. Los fajados se han deteriorado, y los convoyantes temían meterse aquí.
Cuando vine a la galería a la hora marcada, allí ya se reunían acerca de veinte personas. Acogieron con tranquilidad mi llegada, pues ya me conocían de vista. Andrei levantó la lámpara de carburo como si registrando si todos hubieran llegado, y dijo:
- Camaradas, hoy a nosotros vino otro compañero. Es kazajo y, creo, con su ayuda para nosotros será más fácil trabajar entre los presos que hablan túrquico. Y además antes era minero. Y para hacer sabotaje a buena luz, hay que conocer la industria minera… Ahora regresemos a lo más importante. La mina de Vanter había sido abandonada una vez – eso está claro. ¿Por qué la abrieron de nuevo? ¿Aparecieron los esclavos, la fuerza de trabajo casi gratuita? No, todo es mucho más serio. Esta mina abastece de combustible la central termoeléctrica que alimenta con energía eléctrica las importantes fábricas militares. ¿Ahora entendéis, camaradas, qué significa en estas condiciones frustrar la extracción planificada de hulla?
Así es el “chiflado”… - me maravillaba yo. Y nosotros, y nuestros carceleros lo consideraban como un tonto, mientras resultó que Andrei era un caudillo determinado y un virtuoso conspirador. 


- ¿Y entre vosotros no había ni un traidor? – preguntó Batimá, como si hubiera vuelto en sí. 
Estaba sentada en la silla al pie de mi cama y escuchaba mi historia, fascinada. 
¿Por qué la contaba de la guerra, de la cautividad? Es que ella se guiaba por mera curiosidad. ¿Acaso empezaría a desenterrar mi pasado solamente para eso? Claro que no. Contaba como si a mí mismo…
- ¿Un traidor? – repetí. – Al serpiente venenosa reconoces enseguida, mientras que al hombre, si se ha escondido… 
Del pasillo llamaron:
- ¡Enfermera, enfermera!
-Es Nurzhán, creo, - Batimá se levantó de prisa. – Otra vez el pobre no puede dormir. – Salió corriendo al pasillo.
Nurzhán estaba en la sala vecina. Nunca lo vi, solo oía que era joven y un buen chófer. Pero contaba demasiado con su juventud y calificación alta de chófer y se puso borracho al volante. Gracias a dios, no había otras víctimas. Sufrió él solamente. Y ahora allí, detrás de la pared, se está retorciendo de dolor, y Batimá lo está cuidando…
¿Por qué el hombre a menudo empieza a apreciar la vidacuando se desliza de él?..
Sin notarlo me dormí mientras que esperaba a Batimá. 
Pude hablar con ella sólo dentro de dos días. En la sección se enfermó una de las enfermeras, Batimá tuvo que cuidar sus pacientes también. Ahora no tenía ni un minuto libre. Al dar me la medicina o al poner el termómetro ella desaparecía de la sala enseguida. 
Pero el tercer día Batimá se detuvo para decir:
- Le felicito, su última electrocardiograma parece mucho mejor. Unos días más, y el doctor le permitirá andar. 
- ¿Y Usted está muy cansada, no? – dije yo. Su cara de verdad parecía acecinarse en estos dos días. 
Batimá me miró con incredulidad, como si, según su opinión, yo no fuera capaz de compasión. 
- Si, tuve que correr un montón. Se puede decir que estoy sola en toda la sección.
- Batimá, ¿y ella no vino en estos días? – pregunté como si de improviso.
- ¿Akbayán? – Batimá se sonrió. Probablemente, pensó: “Vaya un diplomático…”. – No, no vino, - respondió ella casi triunfante.
Probablemente, tanta desilusión se pintó en mi cara que la enfermera decidió que tenía que animar un poco al paciente:
- No se preocupe, paciente. No va a ninguna parte su Akbayán. Vendrá pronto. Y si no vino en estos dos días, pues, estaba ocupada. –E, incapaz de contenerse, añadió: - Ahora Akbayán está libre como un cisneen el vuelo. 
Lo que es verdad, es verdad. Ahora Akbayán está libre como un ave. Y, como un ave, puede volar a cualquier sitio y a cualquiera.  
En mi alma poco a poco comenzaron a hormiguear los celos.  
Se podía pensar que en nuestro tiempo ilustrado esté claro a cada uno: no se puede culpar a una persona si se enamoró de otro. De verdad, no mataba yo a Akbayán que me había sido infiel, no me suicidé como Romeo que perdió a Julieta, o Kozykorpesh al perder a Bayán. Todo salió bien… ¿Qué derecho tengo ahora a sospechar a Akbayán?No la vi desde el día de nuestro último encuentro. ¿En qué piensa ella, con qué vive?.. Y como quiera que sea, pero, ¿qué tipo de amor es este, Sabyr Shakírov, si no crees a tu persona querida? Pero ella sí te ama. Por supuesto, te ama. ¿No te ha dicho ella misma?..
- Sabyr-agá , - se metió en mis pensamientos Batimá. - ¿Y qué pasó con su amigo Sadyk? 
Ella mencionó a Sadyk, y otra vez ante mí surgió el antiguo problema: ¿quién era, quién llegó a ser para mí? ¿Un remordimiento eterno?..

Vi a Sadyk algunos días después del encuentro con los luchadoresclandestinos. 
Hasta este momento conocí que nuestro grupo era solamente una de las células de la extensa organización clandestina. Era encabezada por un cuartel, pero los luchadores de filas conocían solamente a sus compañeros de la célula, hasta el jefe que ejecutaba la comunicacíon de la célula con el cuartel, sólo conocía a uno de los oficiales del cuartel. Esa estructura protegía a la organización de la destrucción en caso de fracaso de una de las células. 
Al principio la intención principal de los clandestinos se contenía en la preparación de la evasión de los prisioneros de guerra y el sabotaje en la mina. Pero luego decidieron de hacer explotar la central eléctrica y por lo tanto inutilizar la fábrica militar que producía lanzagranadas faust. Y además, la explosión de la central eléctrica causará el pánico entre nuestros carceleros, durante la cual será más fácil realizar la evasión masiva. 
El fin era muy tentadora, qué hay que decir. Pero como un pegador profesional entendía qué difícil era la misión. El espíritu de venganza no es bastante. Necesitamos la amonita o dinamita. Y mucha. Pero, ¿de dónde las sacarás si todos los trabajos de explosión en lostajos y galerías eran conducidos por los alemanes mismos? Bueno, supongamos que ocurra un milagro y el explosivo esté en nuestras manos. Entonces aparece otro obstáculo: ¿cómo traerlo al territorio de la central eléctrica, rodeada de alambre de espino, cada metro cuadrado de la cual por la noche está iluminado por la luz de los proyectores? 
Así pensaba yo mientras Andrei explicaba a nuestra célula la decisión del cuartel. Nos reunimos, como siempre, en la galería abandonada número tres. 
- Es todo para hoy, compañeros. Y tened cuidado para que la guardia no os coja, - dijo Andrei al terminar el consejo, - Y tú, Sabyr, detente. Tengo que hablar contigo. 
Nos paramos uno frente al otro. Nuestros rostros eran cubiertos de la sombra. Pero sentía que Andrei me estaba evaluando de nuevo. 
- No podemos pasar al territorio de la eléctrica, - dijo él, confirmando mis pensamientos. – Tendremos que abrir un tajo. Saldremos a la eléctrica de debajo de la tierra. Como los diablos del infierno, - no pudo sostener la risa. – Empecemos de aquí. Es difícil el trabajo, tendrás que conducirlo tú con tus compatriotas. Para la guardia sois todos parecidos como gotas de agua, es más fácil para vosotros ausentaros del turno. Cada vez enviaremos tres personas. Y, claro, el resto tendrá que cumplir la norma en vez de ellos. Para no despertar sospechas, ¿entiendes?
- No del todo, - confesé yo. – De aquí a la central eléctrica es seiscientos metros. Uno va a cortar la roca, dos la llevarána la galería. Pues, tendremos que remolonear durante cinco meses. ¿No es mucho, Andrei? 
- Es mucho, - consintió Andrei tranquilamente. – Pero el juego vale la pena. 
- ¿Y qué del explosivo? ¿De donde sacarlo?
- Es lo más importante de que quería hablar contigo, - puso la mano sobre mi hombro. – Sabyr, tienes que trabajar de pegador con los alemanes. Por ahora no tenemos otro acceso al explosivo. Piensa en cómo ganar su confianza. No eres niño y entiendes: es peligroso. ¡Es más difícil que cavar un túnel!..
Apretó mi hombro y se fue a la oscuridad. Bajo sus pies chapoteó el agua. En este momento pensé de Sadyk. 
Después del turno, pasando al lado del edificio donde se hallaba la administración de la mina, vi el coche de caballos de la condesa Vanter. Al lado del caballo blanco de espaldas a mí estaba un hombre alto y esbelto vestido de librea. Era Sadyk. 
No podía decir que no había oído nada de su destino últimamente. Corrían los rumores que por cuidado diligente a caballos le promovieron a Sadyk de caballerizo a cochero, y que ahora vive no en la caballeriza, sino en las habitaciones para los servidores en la misma casa del conde. Pero yo no creí que mi compañero pudiera convertirse en un gorrón del enemigo. Pero los rumores se repetían, luego aparecieron testigos que habían visto a Sadyk sentado en el pescante… Trataba de explicarme a mí, qué le había pasado a Sadyk. Me ocurrió que fue al servicio del enemigo voluntariamente. ¿Es que acaso no era el hijo de un rico deskulakizado? Y ahora se le presentó la ocasión de vengarse por su padre. Rechazaba esos pensamientos, pero no podía inventar nada que explicaría la conducta de Sadyk. 
Y ahora, pasando al lado de la coche de caballos de la condesa, sabía que este hombre de libreo antes era mi amigo, que ahora se había hecho un servilón del amo. 
- Sabyr, para, - oí el susurro delante de mí. Fingí no oírlo. 
- ¡Sabyr! 
En su voz había algo que me hizo responder a su llamamiento. Yo debería inventar algo para no atraer la atención de la guardia – por ejemplo, arreglar la bota. Pero estaba parado como un poste, mirando atentamente a Sadyk y tratando inútilmente de encontrar algo que ayudara desmentir los rumores vergonzosos. 
Pero él era vestido con una chaqueta con tachonería, un gorro de piel de un animal desconocido por mí, de buena calidad, y botas negras de becerro. Su cara redondeada daba muestras de la vida abundante. Sólo el brillo ansioso de los ojos decía que su conciencia se inquietó un poco al ver a su viejo amigo…
- Sabyr, - dijo con prisa, parado de medio perfil a mí y arreglando con diligencia afectada los arneses en el caballo. – Te explicaré todo… más tarde… Y por ahora tienes que creerme. ¿Oyes, Sabyr?..
Me estremecí de asco. Quería irme enseguida, pero me acordé de la tarea de Andrei. 
- Escucha, Sadyk. En vez de justificarte, por qué no ayudas a su compañero, - dije con una sonrisa maliciosa. 
- Sabyr, para ti, yo…
- Entonces, intercede por mí. – dije. 
- ¿De qué hablas? – no entendió Sadyk. O fingió no entender. 
- Dile. Al que hace falta, - dile, que Sabyr Shakirov es un pegador bueno. Necesitan pegadores buenos, ¿eh? Entonces diles eso. – Yo guiñé. 
- Sabyr, ¿qué dices? – se aterrorizó Sadyk. “Qué artista, - sonreí yo mentalmente. – Pero si hace falta, yo también seré un artista. Y haré el papel no peor”.
- ¿Y qué hay de malo? ¡Estoy harto de partirme la espalda en la mina y papar la mierda de nabo! Quiero vivir al calor y jamar bien. ¿Qué me estás mirando? No te preocupes, no quitaré tu pedazo de pan. ¡Les bastará para la gente como nosotros!
- Vete, - dijo silbando Sadyk y volvió la espalda a mí. 
Aquella misma noche encontré a Andrei. Al escuchar mi relato, frotó el entrecejo con el aire pensativo y dijo: 
- Sabyr, sabes, me parece que tu amigo no es tan simple, ¿eh? Algo no está claro en su conducta. ¿Por qué es tan importante para Sadyk que lo creas como antes? ¿Porque fuisteis amigos durante tantos años? Esto también es la razón. Pero ahora, cuando les sirve a ellos, ¿puede ser que tú no eres solamente su amigo? Para todos él es el lacayo de fascistas, y Sadyk entiende – no lo vamos a creer a él.  Y tú en este caso… - cortando sus razonamientos, dijo decididamente: - Hablaré con él yo mismo. 
- ¿Estás seguro? –objeté yo, avergonzado de que tenía que prevenir contra el hombre que antes había sido mi amigo de confianza. 
Pero ni el segundo, ni el tercer día él no logró hablar con Sadyk. Durante las visitas de la condesa a la mina su cochero estaba de plantón al calor, en la casita de la administración de minas, o vagaba cerca de los soldados de guardia, cogía cigarrillos caídos y obsequiosamente les daba fuego – para fumar.  
Más de una vez, pasando al lado de esta compañía, yo tratabade captar la mirada de Sadyk, pero él retiraba los ojos. Y además, de la casa del conde venían los rumores de que Sadyk se estabaganando los favores de la señora Vanter con diligencia especial, en una palabra, se hizo uno de los suyos entre los hitlerianos. 
Entendimos que no podíamos contar con su cooperación. Una vez durante el turno me acerqué al agrimensor de minas alemán y, al movilizar todo mi conocimiento de la lengua, dije que en aquel lugar estaría bien hacer una cata y dinamitar la roca con laexplosión direccional. El agrimensor me miró con sorpresa y preguntó si yo había trabajado con el explosivo antes y notó mi apellido. El día siguiente un convoyante vino por mí y me trajo a la administración de la mina. Así de nuevo comencé a trabajar de pegador. 
Pero en vano esperábamos que ahora lograríamos conseguir la amonita, y en cantidad necesaria con esto. Dos convoyantes con automáticos me seguían continuamente. Tenían los ojos tenaces fijos en mí. Y cuando recibía el explosivo en el depósito, y cuando lo ponía en las catas… No era posible ni siquiera poner la mano en el bolsillo, mucho menos esconder una parte de amonita entregada exactamente según la norma. 
Y además, al territorio del depósito de explosivo empezó a venir Sadyk. Rebuía mi mirada, como antes, pero pasándolo con mi escolta sentía que Sadyk como si calculaba a ojo el peso de mi mochila con la amonita recibida, miraba atentamente mi capote roto – si no abultaran los bolsillos y el pecho. 
En este tiempo mis compañeros trasminaban, metro tras metro acercándose al fin. Y yo no lograba conseguir ni un gramo del explosivo.
Decidí que no pasaría sin riesgo directo y, recibiendo el explosivo otra vez, anuncié al suboficial mayor que entregaba la amonita, que las cargas de antes no me bastarían.  
- ¿Qué tonterías dices? ¿Te bastaba antes lo que te daban? – se frunció el suboficial. 
- Formaciones duras, señor suboficial, - comuniqué yo, mirándole fielmente en los ojos. 
- ¿De dónde han aparecido estas formaciones duras? – juró el suboficial, perplejo, porque según la instrucción que determinaba la norma del explosivo, no debían de haber otras formaciones en esta localidad.  
El alargó la mano hacia el auricular, aparentemente, con intención de consultar la administración de la mina, y yo entendí que me cogieron. 
- Señor suboficial, ¿cuánta amonita recibía este hombre? - sonó detrás de mi espalda la voz conocida. 
Justo: en el umbral estaban Sadyk y el traductor del comandante del campo.  
- ¿Y cuánto pide ahora? – continuaba Sadyk, mirando al suboficial. 
En otra situación el viejo veterano no discutiría los asuntos oficiales con un prisionero de guerra, incluso con uno que se ganó confianza de la administración de la mina. Pero ahora era un poco desatalentado, por eso dijo las cifras a Sadyk. 
- Bueno, - dijo Sadyk. – Este hombre debe decir la verdad y en realidad necesita esta cantidad de explosivo. Es un mal pegador. Al pegador bueno, le basta la carga menor. 
El traductor empezó a barbotar en alemán, y Sadyk por primera vez después de nuestra conversación me miró. Directamente en los ojos. Con un escarnio abierto. 
- ¿Y tú, de dónde lo sabes, caramba? – preguntó el suboficial con rudeza. 
- También soy un pegador. Trabajábamos juntos en la mina en Myskazgán. Es decir, trabajaba yo, y él vino a nosotros como un novato poco antes de la guerra. Se esfuerza, claro, pero en realidad no sabe nada. Mándelo a la mina, señor oficial. Su única culpa es que es demasiado diligente. Y además está harto de papar aguate, y aquí, pensaba, le darían de comer en el comedor de los oficiales. 
Otra vez un escarnio abierto. 
- Aquí contamos cada pegador, - se frunció el suboficial. – Y además, conocí últimamente, que la administración necesitaría pegadores de los presos. 
Bajo la tierrahabía áreas dónde los pegadores alemanes renunciaban a trabajar. Yo contaba mucho con una área como esta. Me dejarían ir allí sólo, quiera o no quiera. Sin convoyantes meticulosos. 
Pero Sadyk se metió en mis planes. Los arruinaba como si supiera mis pensamientos. 
- Yo ocuparé su lugar, - decía Sadyk. – Aunque mi ama es una gran mujer, no es trabajo del hombre estar sentado en el pescante. Usted, señor suboficial, es un verdadero hombre, Usted me comprenderá. 
El suboficial rió abruptamente, satisfecho, y dijo al traductor: - En lo que toca a mí, estoy de acuerdo, diles a los señores civiles de la administración. Si tiene ganas, déjalo trabajar. Y a este, que lo envíen a la mina, - y el alemán mostró con el movimiento de la cabeza a mí. 
- ¡Señor suboficial! – grité yo desesperadamente. - ¡Conozco la obra mejor, que él! Yo mismo le enseñaba trabajar con el explosivo. 
- Llévenselo. Que corte la hulla, - ordenó el suboficial a los convoyantes, como si borrándome de la vida. 
Entonces traté de responder a Sadyk con la mirada abierta, pero él retiraba los ojos, mirando a alguna parte sobre mi hombro. 
- Traidor, - le dije en kazajo y marché delante de los soldados. 

Esta vez tampoco conseguí llevar a cabo mi historia. Batimá tocó suavemente mi mano:
- Todo esto es muy interesante, Sabyr-agá. Pero Usted comenzó a agitarse. Si supiera que había tales horrores en su vida…
- No es nada, Batimá. Me siento mejor cuando hablo sobre esto. Si no, como una losa, está aquí, - mostré al pecho, donde, como se suele imaginar, está la sustancia efímera que nosotros llamamos alma. 
- Pero, con todo eso, debe Usted dormir. Lo contará… alguna otra vez. 
Dio un paso hacia la puerta y no pudo contenerse, se volvió la cabeza:
- ¡Yapyrmái ! ¿Será cierto que Sadyk se adivinóde sus fines?..

Ya me había acostumbrado a Batimá y, cuando ella tenía un día de descanso, sentía que me faltaba su voz gruñón. Refunfuñaba a todos y a todo, pero bajo eso se escondía el corazón de gran bondad. Para convencerse sólo hay que mirar en su cara cuando se apura al enfermo que la había llamado. Y es posible que ella es áspera porque la suerte había privado a Batimá de un hombre al cual su corazón podría dar todos sus recursos riquísimos de la bondad. 
Batimá también tomó cariño a mí. Recuerdo que después de dos días de ausencia ella entró en la sala diciendo:
- ¿Cómo ha estado Usted aquí sin mí? Ya le hecho de menos a Usted. 
¡Y qué feliz era, cuando el doctor me permitió estar sentado! Ahuecando las almohadas, no pudo contenerse y dijo que en el sitio del doctor esperaría más para permitirlo. Mientras su cara resplandecía de alegría sincera. 
Este día dejaron pasar los visitantes a mí. Los primeros en la sala entraron los viejos amigos, junto con los cuales durante veinticinco años extrajimos la mena en Myskazgán que se había hecho natal para mí y para ellos. El más joven de ellos, Kaisar, era mi coetáneo. Los otros se consideraban veteranos en los días cuando Kaisar, Sadyk y yo llegamos a la mina. Y el más viejo de ellos era Akshálov. En cierto tiempo podía torcer herraduras, el martillo picador en sus manos fuertes entraba en la roca, como el cuchillo en la manteca. Pero ya hace quince años que el antiguo minero y secretario de la organizacíon del partido está jubilado. Y, parece, la vejez ha pedido lo suyo – ha desecado la piel de Akshálov, ha enervado la vista, ha agobiado el espinazo. Pero ante su alma se ha quedado impotente. Y cuando llegan minutos y los pensamientos poco alegres de la vejez que se acercóse meten en mi cabeza, trato de pensar en mi amigo mayor. 
No hay por qué ocultar, aunque se respeta entre nosotros la vejez – como lo cantan en canciones, - pero de todos modos es el tiempo de la decrepitud humana. Los restos del fuego en que apenas arde débilmente el último carbón. Por más que respetas al viejo, nada le volverá la agilidad y flexibilidad de un cabrito que brinca de una piedra a otra encimadel abismo. Es amargo saber que no tienes fuerza para ser útil para la gente.  Pero Akshálov… Me consuelo con lo que, posiblemente, en la vejez sería parecido a Akshálov.
Me alegré al verlo aparecer en la puerta de la sala y preguntar bromeando:
- Bueno, ¿dónde está este chaval que simula estar enfermo? 
Detrás de él entró mi amigo Kaisar, un roblizo moreno de pelo híspido, de punta, como las espinas de erizo. Más exactamente, no entró, sino irrumpió como una ráfaga. Parece algo a Hodja Nasreddin. Si encuentra a un burócrata, un comerciante o un holgazán, Kaisar no dejará pasar la oportunidad para darle un escarmiento. Habla así de sí mismo: “Un jefe de la mina teme a despedirme del trabajo, otro – a contratarme”. Pero con la gente honrada y buena, no hay nadie más cordial que mi amigo Kaisar. Cuando vino por primera vez a Myskazgán y se colocó a trabajar en la agencia de transportes, toda la ciudad se enteró de esto. Es decir, la gente se enteró de que en Myskazgán había aparecido un excéntrico obstinadoo un obstinado excéntrico. 
Me acuerdo de una ocurrencia. 
Le mandaron a Kaisar a llevar una carretada de heno a una cierta dirección. Kaisar gritó a su yegua pequeña y salió del patio. Las calles estaban cubiertas de nieve, y el carretero joven dirigió su narria por el carril de tranvía limpiada de la nieve con una máquina especial. No acababa de ir una centena de metros, cuando encontró un tranvía vacíoque iba directamente del depósito. El conductor del tranvía tocó el señal exigiendo que le abren camino. Pero Kaisar seguía ir a contramano. El conductor paró el tranvía, salió y llovió insultos sobre la cabeza de Kaisar.Los pasadores se reunían al oír el alboroto y rodearon la lugar del acontecimiento. Kaisar escuchó al conductor hasta el final y dijo: “¿No te da vergüenza causar escándalo? Mira, a cuántas personas has distraído del trabajo. Mientras yo traigo un cargo importante, tu arbá  está completamente vacía. Entonces, ¿quién debe ceder el paso a quién?”
Kaisar es laborioso, como un elefante, tiene manos de oro. Y mejor que nadie puede alegrar a la gente cansada después del trabajo. Conoce un montón de historias graciosas, a veces puede inventar algo, completamente increíble.
Y ahora, al entrar en la sala, la llenó de risa. Y en seguida entraron cuatro más compañeros míos, y la sala estrecha, prevista para un enfermo, parecía abrir las paredes. 
- Querido, - dijo Kaisar riendo bondadosamente. – Antes fuiste fuerte, como el acero, con el cual se podía cortar cualquiera roca. Pero cuando pusiste la Estrella de Oro cerca del corazón, empezó a doler. ¿No pudo soportar la fama, eh? Pero, ¿qué vas a hacer si te condecoren con otra Estrella? Está bien, amigo, la tomaré yo. ¡Es mejor que esté enfermo yo y no tú!
Nos reímos, luego la conversación se movió en la dirección diferente. Es el costumbre entre los hombres: cuando se encuentran los cazadores, hablan de la caza, los pescadores – de la pesca. Y los mineros hablan ante todo de su mina. Así hicimos nosotros. Y el causante era Kaisar mismo. 
- ¿Qué es sesenta años?.. Solamente ahora entendí que por fin puedo sacar la luna del cielo. Inventé el nuevo método del laboreo del tajo. Me deja precisar algo, y vais a asombraros al ver, qué fácil y simple es todo…
- Mira que no pase como el año pasado cuando cazaste un saco de liebres y un lobo gris, - le acordó con una sonrisa Akshálov. 
Su comentario suscitó nueva risotada entre nosotros. 
El invierno pasado Kaisar se fue a la caza. Vagaba por la estepa cubierta de nieve durante dos días y se volvió con las manos vacías. Pero cuando le preguntaron de la preda, Kaisar respondía sin pestañear: 
- Nada especial. Cogí un saco de liebres y un lobo gris. 
- ¿Cómo lo hiciste? – se asombraban los simplones. - ¿Acaso los cogiste con la trampa simple? 
- ¡La trampa ya es menuda novedad! Tengo mi propio método, - decía Kaisar de manera enigmática. 
- Cuéntalo, Kaisar. No seas tacaño, - pedían los simplones. Después de entercarse por ceremonia, para excitar aún más la curiosidad en los locutores, Kaisar comenzaba:  
- Sólo yo podía inventar algo así, claro. Traje al campo seis ladrillos rojos cocidos. Los puse en la nieve así que se vieran mejor y los polvoreé de pimienta roja. Las liebres, claro, de lejos tomaron los ladrillos por zanahorias y se echaron a correr a mi aliciente. Llegaron, probaron: qué diablo, es tan duro que no se puede morder. Empezaron a olfatear los ladrillos. Y la pimienta, claro,se los сayó en las narices. Las liebres empezaron a estornudar. Y mientras estornudaban, las cogía por las orejas y ponía en el saco. 
- ¿Y cómo cogiste al lobo? ¿Por los ladrillos también?
- No, el lobo no es tan simplón, - decía Kaisar, aludiendo a la simpleza de los locutores. – Hay que tratarlo con astucia. Para él corté del contrachapado la silueta de un ternero y la pinté de pardo. La puse en la nieve y me escondí detrás de la maqueta. Estoy acostado, espero. Por fin llegó el lobo hambriento y se agarró del contrachapado tanto que tuve que traerlo a casa junto con la maqueta.
Después de estas palabras los simplones, al advertir que Kaisar los estaba toreando, reían o echaban pestes de él, ofendidos…
- No, - respondió Kaisar a Akshálov, - esta vez no estoy bromeando. Me daría vergüenza después de trabajar en la mina un cuarto de siglo irme sin dejar nada atrás. 
- ¿Acaso el mineral que picaste durante más de veinte años no será bastante para que la gente se acuerda de ti? – objeté yo a Kaisar. 
- Es así. Pero sabes, Sabyr, quiero hacer algo especial. Para que digan durante mucho tiempo: “Ah, eso inventó Kaisar para hacer más fácil nuestro trabajo. ¡Era hombre de cabeza!”
- Por qué no, inténtalo, hijo. Puede ser, resultará algo bueno. Pero mira que no ocurra como con la “arbá de Zhakípov”, - rió Akshálov otra vez.
Nos acordábamos bien de esta historia. Una vez a la mina llegó un científico con el apellido Zhakípov. Llevó la idea de “carrillo” para la perforación de la roca. Durante la primera prueba se aclaró que el “carrillo” sólo dificultaba el trabajo. Al “carrillo” llamaron “arbá” y rechazaron el servicio de Zhakípov. Pronto a Myskazgán llegaron rumores que este aventurero ya había visitado algunas minas, tratando de introducir a la industria minera su “idea”, pero cada vez su “arbá” no pasaba incluso la primera prueba. En una palabra, Zhakípov nos acordó de una anécdota, en la cual una ciudadana que visitaba el aúl por primera vez, vio a un camellito pequeño y dijo: “Pobrecito, probablemente quería mucho hacerse un camello pero no pudo crecer”. Zhakípov quería mucho ser un inventor, pero sólo resultaba que la gente gastaba el tiempo y el dinero en su empresa inútil. Desde entonces era nuestro costumbre: si alguien planteaba una propuesta aventurera, la llamábamos “arbá de Zhakípov”. 
- No, Nureke, estoy trabajando en esta idea hace mucho, - objetó Kaisar sin ofenderse. – Pero basta de partirme el espinazo solo. Puede ser, vosotros me ayudaríais. Porque, a decir verdad, he pegado un patinazo un poquito.  
Su idea nos pareció interesante, nos metimos de cabeza en la discusión. Nuestra conferencia improvisada era de carácter especialmente técnico, y dudo que sería necesario contar aquí todo que decíamos durante los debates. Sería bastante decir, que Batimá que entró en la sala, no podía entender de qué estábamos discutiendo acalorándonos e interrumpiendo uno al otro. Ella estaba parada cerca de la puerta un largo rato, inadvertida por nosotros, y luego dijo con una sonrisa:
- Compañeros visitantes, ¿no es la hora para descansar para Sabyr-agá?
- Traducido del médico eso significa: lárguense de aquí, - comentó alegremente Kaisar. 
- Yo no lo dije, - se turbó Batimá. 
- Niña, sabes cómo es Kaisar, - dijo Akshálov dulcemente. – Pero tienes razón. Nosotros también apreciamos la salud de Sabyr-agá. 
Mis amigos empezaron a despedirse:
- Mejórate pronto, Sabyr. Y muévete, quédate tumbado menos. 
- Si guardas cama, nunca te mejorarás.
- Y no piensa en la enfermedad. Las enfermedades fueron inventadas por los médicos. 
Mis buenos compañeros me lo decían de todo corazón. Ellos todos todavía eran hombres físicamente sanos, cómo podrían saber que mi enfermedad sí exigía reposo. Incluso Akshálov nunca había estado en el hospital. 
Kaisar salió el último. Antes de dejar la sala dijo a Batimá:
- Querida Batesh, mira: cúidate bien a Sabyr. Si lo repones pronto, te lo daremos de marido. Todavía es un dzhiguit fuerte. Y muy galán. Cualquiera belleza se casaría con él.  
La cara de Batimá se sonrojó de repente. Yo también me sentí cohibido, no sé porque. Puede ser, porque sabía qué infeliz era la vida personal de Batimá.   
No se dice por nada que una kazaja es muy entendida en bromas. Puede distinguir insinuación maliciosa de humor bondadoso. Y si la broma es oportuna, según costumbre, puede responder con lo mismo hasta a la persona mucho mayor que ella. 
Así Batimá, al entender que no había mala intención en la broma de Kaisar, halló rápidamente la respuesta y dijo:
- Kaisar-agá, no podré Usted casarme con su amigo, por mucho que me esfuerce, por mucho que lo cuide. Su corazón ya está ocupado por la bella Akbayán. 
- ¡Vaya! – gritó Kaisar con asombro. - ¿Qué Akbayán es esta? ¿No estarás hablando de la ex mujer de Alzhán?  
Kaisar no fingía.  Resultaba, no oyó nada de mis relaciones con Akbayán. Mientras yo pensaba que toda la ciudad lo sabía. No contaba a Kaisar de lo que teníamos con Akbayán. A él le gustaba la gente de carácter fuerte, que rompe todos contactos si hace falta. Seguro, dejaría en ridículo mi amor de muchos años considerándola la manifestación de debilidad. 
- Si es aquella Akbayán, tú, Batesh, no tienes de que preocuparte. ¿Acaso puede una divorciada competir con la belleza como tú? Entonces, no pierdas la esperanza. Cúralo pronto. ¡Y yo me encargaré de todo lo demás!
Kaisar de despidió y se fue. 
- Pues, nos casaron sin preguntar, - dijo Batimá.
Quería bromear, pero su voz sonabaun poco cohibido. Yo quería aliviar esa incomodidad que apareció por alguna razón, pero no respondí de mejor modo posible:
- No pasa nada, Batesh, no me da miedo. 
De repente Batimá tenía que ocuparse de algo. 
- Han movido las sillas por toda la sala, -murmuró ella. Puso las sillas, una a la pared, otra al lado de mi cama. Abrió la ventana más ampliamente y, al inventar algo más para sí, salió de la sala con el aspecto más preocupado. 
“No, Kaisar no es un buen consejero, no me entenderá”, - pensé yo. ¿Cómo puede entender el dolor del otro él que no siente el dolor sí mismo? 
Y de repente otra vez se revolvió en mí esta repulsiva, deslizante, como un serpiente, celosía. ¿Por qué Akbayán no venía en los últimos días? ¿Por qué no vino hoy, cuando permitieron entrar a los visitantes? Conocí la razón más tarde, cuando salí del hospital… Y en aquel momento esto me torturaba: “¿Por qué? ¿Qué ha pasado?” ¿Puede ser, ella vino, pero al enterarse de que mis compañeros estaban aquí, se sintió cohibida y se fue? Podía preguntar a Batimá sobre esto, pero, ¿entonces cuándo vendría a mi sala?Qué demonio empujo a Kaisar a burlarse de ella… No podría inventar una broma más desairada.
Mi humor, que se despejó con la visita de los amigos, empezaba a anublarse.
Batimá vino solamente antes de la cena. Trajo, como siempre, las medicinas. 
- ¿Cómo está? ¿Espero, Usted haya descansado después de la invasión de los amigos? Sin costumbre eso puede ser fatigoso, - dijo ella poniendo sobre la mesita la dosis de medicinas de la noche.
- Todo va bien. Me siento bien, Bateshzhán, - dije sorprendido por mí mismo.
Antes la llamaba “hermanita” o “Batesh”, y ahora he añadido lisonjeramente el respetuoso “zhan”.
- Bateshzhán, - empecé otra vez. – Y nadie más… Sabe que, venga a visitarme después de la cena. Cuando termina los tratamientos. Le contaré algo más. 
- Si no es difícil, aquella historia, de Sadyk. 

“¿Será cierto que Sadyk se adivinó de sus fines?..” – supuso Batimá. 
Nosotros también lo pensamos, cuando informé a Andrei del intento de acercarme a las reservas de amonita. Los encuentros con Sadyk cerca del depósito del explosivo eran demasiado sospechosos. Y si sería posible сonsiderarlos como coincidencias casuales, la intervención de Sadyk a mi conversación con el suboficial eliminaba las últimas dudas. Me estaba espiando para neutralizar. Y lo consiguió. 
Pero Sadyk – y es lo que dije a Andrei –podía adivinar sin un gran esfuerzo que detrás de mí estaba una organización clandestina. Quién sabe, qué hará después. ¿Puede ser, está esperando, contando con que reciba pruebas más sólidas de la existencia de la clandestinidad?En una palabra, Sadyk es peligroso, exactamente eso dije a Andrei. Y añadí que teníamos que destru… mat… eliminar al traidor, quiere decir, y eso tengo que hacer yo. Y que Andrei lo diga exactamente a la jefatura de la organización clandestina. 
- ¿Por qué tú? ¿Y por qué tienes que? – se sorprendió Andrei. 
- ¡Porque yo lo hice sospechar! Tenía que actuar paulatinamente. Pedir que me admitan a la cocina, a la caballeriza. Y luego… Mientras yo decidí coger el toro por los cuernos. “Ayúdame conseguir el puesto de pegador”. ¿Quién busca la vida fácil en los trabajos de explosión?Pues él entendió que algo estaba pasando.
Podría añadir que Sadyk holló la ley de la estepa, deslustró el honor de su hermana. Por eso tengo que vengarme de él yo – un kazajo y el hombre que aprecia el honor de Akbayán más que nada en el mundo…
- Con todo eso, no nos apresuremos, - dijo Andrei. – Es lástima que yo no haya logrado hablar con ese chico. Hay algo intencional en su conducta. Un desafío abierto, casi pueril, a nosotros. Un traidor que quiere revelar una organización clandestina, juega un juego oculto. Esperemos, tenemos tiempo. Y además, la ejecución de Sadyk alarmaría a la guardia, entenderán que algo pasa en el campo. Pero tú, Sabyr, tendrás que estar doblemente alerto. Y cortar contactos con él por un rato. 
¿Y qué Sadyk? Por primero llevaba el explosivo vigilado por un convoyante. Pero pronto la confianza de los amos de que gozaba cumplió su papel, y el comandante le permitió trabajar sin el convoy. Ahora podía ver a Sadyk aún más rara vez y de lejos. Entonces todo en mí rebullía de la ira frenética. Pero la interdicción del jefe y los soldados de guardia que no quitaban los ojos de nosotros lo hacían inalcanzable para mi venganza. 
Para la mitad del verano la mina fue acabada. Pero nos faltaba el explosivo como antes. Algunos de nuestra célula empezaron a decir: quizá sea posible usar la mina para escapar del campo si no es posible de destruir la central termoeléctrica. Pero Andrei al oírlo nos reunió y probó que sin la explosión en la central termoeléctrica no podríamos escapar de todos modos – el territorio está guardado por una gran cantidad de soldados. Es decir, todo topaba contra el explosivo. 
Es difícil decir ahora, con qué terminarían nuestros intentos de procurar amonita. Pronto después de que me volvieron al tajo, sucedió lo que cambió en una hora la suerte de todos los presos. 
Aquel día nos ordenaron inesperadamente a terminar el trabajo algunas horas antes del fin del turnoy nos arrearon arriba, a la plaza del campo. Aquí ya estaban alineados los que tenían que bajarse a la mina por la noche. Y otra vez, como en uno de los primeros días, vi a soldados con perros, la administración del campo y de la mina encabezado por el coronel Vanter y entendí que había pasado algo importante. 
La guardia gritaba a nosotros, nos amenazaba con los automáticos, ladraban los perros enfurecidos. El polvo, candente del bochorno, levantado por nuestras suelas e invisible ya en los crepúsculos que se agrumaban, nos batía en las narices. Luego uno de los oficiales subalternos se acercó a Vanter y comunicó algo. Vanter movió la mano y de repente todo se calló. Las cabezas de los alemanes volvieron al lado izquierdo de la plaza.
De allí apareció una procesión siniestra: cuatro soldados llevaban al hombre descalzo con camisa y pantalones abotinados rotos. Era Sadyk. Ya no ha quedado nada del guapo dzhiguit de ayer. Su cara mate y morena era cubierta de cardenales. Tras la camisa rota se veían las estigmas bermejas. Y a diferencia del Sadyk de ayer, del hombre con la mirada insegura e huidiza, ese llevaba la cabeza con orgullo, mirando a los ojos de amigos y enemigos con audacia. 
Sadyk fue llevado a Vanter, aquí la procesión se paró. Estuve cerca de ellos, por eso vi cruzar las miradas de Vanter y Sadyk. El SS no pudo contenerse, se volvió al traductor y empezó a hablar enojado. 
Era una granizada de insultos, una explosión de rabia impotente. En la forma más o menos ordenada, el discurso de Vanter, dirigido a nosotros, sonaba así:
- ¡Sois cerdos desagradecidos! Os, canallas,llevéa la mina y salvé de la muerte por hambre en el campo de concentración.Pero me respondisteis de negra ingratitud. De sabotaje y diversiones. Dos tercios de cada tonelada de hulla consistía de piedra. Es otra prueba de que sois los representantes de la raza inferior y hay que fusilaros, fusilar y fusilar más. No merecéis vivir en el mundo civilizado. ¡Porque sois salvajes! Este asiático, - aquí Vanter mostró a Sadyk, - en el cual nosotros confiamos tanto, robó doscientos kilogramos de amonita y compró de un papamoscas, que no es digno de ser llamado orgullosamente un alemán y será castigado severamente, una mina de acción retardada. Oculta dónde está escondida la carga. Niega a nombrar sus cómplices. Por eso os advierto: si se explota la mina, ante todo allí morirán sus compañeros. A prevención dejamos una parte del turno en la mina. 
Vanter no trataba de intimidarnos, decía la verdad. Cuando nos formaban en la plaza, advertí que algunos de nuestros compañeros no estaban con nosotros. 
- ¡Escuchad, canallas! – continuaba Vanter mientras tanto. – Nos diréis dónde está escondido el explosivo o lo fusilamos a ojos vistas. ¡Tenéis cinco minutos para pensar! 
Para este tiempo los crepúsculos se condensaron hasta las tinieblas, encima del campo se encendían los proyectores, inundando todo de luz blanca y muerta. 
Los minutos dados a nosotros pasaron en nuestro silencio sepulcral. Sólo se oía cruzarse palabras los oficiales alemanes. 
Yo miraba ávidamente la cara de Sadyk, tratando de entender, qué había pasado. ¿Por qué me equivoqué tanto, no creí en el hombre al cual debería creer hasta el fin? ¿Y por qué escondió sus fines reales de mí? Pero la cara de Sadyk era desapasionada. Solamente los ojos brillaban más que normalmente. 
- Han expirado los cinco minutos, - dijo Vanter. Bajo su piel seca y gris acerca de la boca se hincharon los músculos. – Pues bien, a mí también me gusta jugar al “quién dominará a quién”. Ahora haremos todo al revés. Escucha, asiático, la nueva condición del juego. A ti también te doy cinco minutos. Si no dices dónde está la carga, no nombras tus cómplices, fusilaremos a diez compañeros tuyos. Luego te daré otro minuto y media, y nosotros fusilaremos a diez más. Eso es muy ingenioso, ¿verdad? ¡Y ahora escoja!
Levantó la mano con el reloj. El teniente dio una orden y los soldados, que estaban frente a nuestro flanco derecho, prepararon sus automáticos. Sadyk no dijo nada. Sólo volvió los ojos al reloj del coronel. Como si estaba escuchando, fascinado, el latir placentero del mecanismo escondido en el reloj. Pero luego Sadyk pasó la mano lentamente por su cara, como si quitando la máscara invisible. Yo conocía esta moción casi desde la niñez. 
La mano de Sadyk se deslizó del mentón, y casi en el mismo tiempo, como si hubiera dado una señal, allí, detrás del alambre de espino, donde se hallaba la central térmica, sonó una explosión poderosa. El adoquín se estremeció bajo los pies, en algún sitio cerca tintineó el cristal, roto por la onda explosiva. El campo se quedó sumido por la oscuridad. 
La guardia que consistía de trabajadores de la retaguardia, comenzó a moverse a tinieblas. 
- ¡Camaradas! ¡Desarmen la guardia cuando posible! ¡Salgan en grupos según nuestro plan! – se oyó la voz imperativa de alguien. 
Sí, cada célula sabía cómo y cuándoirse después de la explosión de la central eléctrica. Pero nadie pensaba que ese momento vendría tan pronto y tan inesperadamente. 
Andrei me tocó por el codo:
- ¡Vámonos!
Pero mi atención era fijada al centro de la plaza oculta ahora en la oscuridad. Entre los gritos, ladrido y pataleo capté algunos disparos solitarios que sonaron en el sitio donde vi a Sadyk en los últimos rayos de los proyectores. 
- No me esperes, vete, - dije bruscamente a Andrei.
Me eché a la oscuridad y me tropecé con Sadyk. Estaba de costado, encorvado. Probablemente, la bala le fue a dar en el vientre. Me puse de rodillas ante él y lo volví cuidadosamente boca arriba. 
- ¡Sadyk! ¿Me oyes? – lo llamé. 
- Sabyr, ¿eres tú? –respondió entre dientes, apretados de dolor irresistible. 
- Te llevaré. A salvo. Sólo espera, - decía yo, levantándolo por los hombros. 
- No hace falta, Sabyr. Ya estoy acabado. Corre, no pierdas tiempo, - susurraba Sadyk. – Volverás a casa, dales recuerdos... Diles a mamá, a mi hermana que hice todo que debía hacer.
Estaba oscuro, pero yo sentía que él estaba sonriendo débilmente. 
- ¿Por qué no nos dijiste nada? – pregunté yo, casi llorando. 
- Temía que no me creeríais. El hijo de un antiguo bai  al servicio del enemigo...¡Haberlo contado todo antes, al principio! Luego era tarde. Incluso tú no me creíste... Ahora todo ya pasó... Corre, Sabyr... Tienes que vivir. ¡Te espera Akbayán!.. Y yo...
Sadyk quería decir algo más, pero su garganta ronqueó y él se calló para siempre.
Corríamos entre el alboroto y fuego desordenado. Escalamos las alambradas que se hicieron no peligrosos después de que se había cortado la electricidad, y nos fuimos al bosque situado tres kilómetros de la ciudad. 
Toda la noche andábamos a través del bosque, hacíamos vueltas por los riachuelos para alejarnos de los perseguidores y despistar los perros. Y solamente de día, cuando nos escondíamos en el barranco hondo, cubierto de matorrales, volví a los pensamientos de Sadyk. Al lado de mí estaban mis compañeros sumidos en el sueño pesado y semiinconsciente, y yo pensaba que Sadyk actuaba lógicamente cuando se encargaba de mi tarea. Para él era más fácil hacer lo que para mí se quedaba imposible. Yo imaginaba qué desespero se apoderaba de él a tiempos, es que tenía que luchar solo...
No voy a contar, como nuestro grupo pequeño se encaminaba hacia Polonia. Era el camino largo y peligroso, que exige un cuento especial. Por fin nosotros, dos tercios de nuestros compañeros perdidos, nos encontramos en la tierra de Polonia. Los patriotas de allí nos ayudaron a alcanzar la región donde actuaba un destacamento de guerrilleros. Lo que conseguimos hacer, llamaron un milagro. Cuando nos llevaron a la chabola del comandante barbudo de los guerrilleros, nuestra alegría no tuvo límites. Y aún así al lado de la alegría una carga pesada había en mi corazón – mi culpa ante Sadyk…

- ¡Sabyr-agá! – dijo Batimá. – No se atormente. Cualquiera podría equivocarse así. Eran circunstancias especiales. El hambre, la desesperación, la amenaza permanente de muerte. 
- ¡Pero él sí me creía! – objeté yo con amargura. Batimá decidió de distraerme de las reflexiones tristes. 
- ¿Y luego qué pasó?
- Gracias, Batesh. Luego combatía en las filas del ejército regular, junto con Andrei – hombro con hombro. El mando nos condecoraba más de una vez con órdenes de Guerra. Y nosotros en realidad combatíamos sin escatimar fuerzas. Queríamos vengarnos por Sadyk, por muchos compañeros nuestros. Verdaderamente soñábamos con encontrarnos con Vanter para entregarlo a la justicia. Pero la guerra, como un océano sin fin, había invadido las naciones y los países. Era imposible encontrar a una persona... Y luego yo fui malherido. Me llevaron al hospital de retaguardia. Balanceaba, se puede decir, en la cuerda entre la vida y la muerte. Y mi médico era Tatiana. 
- ¡Así se conocieron!
- Es poco decir que nos conocimos. Me salvó, me donó la vida. Claro, que no la sirvió en la bandeja de plata. Le di mucho que hacer antes de que ella me volvió del otro mundo a este... 
- Pues, no sólo era el amor que les unía a Ustedes, - dijo Batimá con aire pensativo. 
- Sí, no sólo el amor, - confirmé yo. 
Batimá se calló, tratando, por los visto, de entender qué unía a Tania y a mí. Yo también me abstraje. ¿Qué más puede hacer el hombre inmovilizado en la camaque analizar lo que hacía cuando podía moverse libremente por la tierra?..
Sí, Tania me volvió a la vida. ¿Y qué es la vida? ¿Una forma de existencia de proteína? ¿Algo más? Tania no pensaba en esto. Era médico y luchaba por mi vida. Y ganó - ¡yo estoy vivo! ¿Y cuánto más viviré? No lo sabe nadie. Y eso no tiene importancia. Lo importante no es “cuánto”, sino “cómo”. Puede ser, en nuestros tiempos los científicos inventarán un preparado maravilloso, y yo viviré mil años. Pero, ¿será mil años del mismo valor que la vida corta de veinte años de Sadyk? ¡Esa es la cuestión, Sabyr Shakírov!
¡Qué personas no encontramos en la vida: buenas y malas! A muchos olvidamos después. Y sólo algunos se quedan en nuestra memoria para siempre. La imagen de ellos parece fundido del oro. No sólo porque el oro es un metal precioso, sino porque no se desluce. Es caluroso, como si fuera vivo... Así se hizo para mí Sadyk. Y cuando tengo que tomar una decisión difícil pienso: “¿Qué haría él en mi lugar?” Cierro los ojos, y veo ante mi, como en la juventud, la imagen de Sadyk: alto, esbelto, muy parecido a Akbayán, pero con las facciones masculinos. Y suenan en mis oídos sus últimas palabras: “Cuando vuelves a la patria, dales recuerdos...”
Yo sabía a quién él quería dar sus recuerdos.Entre las personas queridas por Sadyk había una chica llamada Sakypzhamal. O Sakish, como la llamó Sadyk con cariño – una chica morena con labios llenos y ojos risueños. 
Ya dije que Sadyk se cachondeaba un poco de mi amor ardiente a su hermana. Y cortejaba a Sakish como si por juego. Pero era claro a todos que ella era infinitamente querida por él. Una vez, herido por sus bromas, dije:
- Sadyk, confesa, también estás loco de amor.
- ¿Por quién? – se fingió sorprendido Sadyk. 
- Por Sakish.
- ¡Venga, Sabyr! El amor sólo se manifiestaen pruebas. ¿Acaso es amor cuando todo va bien y fácil en la vida?
Mi amigo orgulloso y lleno de amor propio pensaba, parecía, que un verdadero dzhguit tenía que ocultar sus sentimientos. Mientras que Sakish nunca mascaba su amor hacia Sadyk. Sus ojos, su sonrisa decían a todos: “Sí, lo amo. Mirad que feliz estoy”.Antes de nuestra partida al frente ella dijo: 
- Sabyr, si algo pasa con él, no viviré ni un día. 
Y durante mi tiempo en el hospital en Karagandá pensé más de una vez: ¿cómo vive Sakish? ¿Está digna de la memoria de Sadyk?
Cuando volví a Myskazgán después del tratamiento, Sakish vino a verme, y yo conté cómo su dzhiguit sacrificó su vida para ayudar a sus compañeros y vengarse del enemigo. Sakish sollozaba tapando la cara con las manos. Salía de mi casa tambaleándose. No detenía a la chica, uno tiene que vivir los primeros minutos de dolor consigo mismo. Pero luego me ocurrió de repente, me acordé de que Sakish decía que no sobreviviría la muerte de Sadyk. 
Por suerte, Sakish no cometía nada. Sólo se hizo silenciosa y callada. Y al cabo de algunos días se fue de Myscazgán. A dónde, nunca me enteré bien. Y con el tiempo olvidé de Sakish, como se olvide de una estrella apagada. De verdad era la estrella que daba luz a Sadyk. Parecía, con la muerte de Sadyk se apagó su estrella. 
Y sólo el año pasado de nuevo encontré a Sakish completamente por incidente. Eso ocurrió en Almaty, adonde vine para los asuntos de mi cartel.Estuve en una reunión larga y decidí andar al hotel a pie, para respirar aire fresco. Y en este momento en la calle me llamó Sarsén, con el cual solía estudiar en la escuela y al cual no vi dios sabe cuántos años. A primera vista se notaba que mi antiguo camarada de clase quedó bien en la vida. Llevaba un traje gris de calidad excelente, zapatos a la moda, gafas con armadura de oro. Y en la mano Sarsén traía una cartera gorda y lujosa hecha del piel de cocodrilo. Pero la prueba más importante de su bienestar era la expresión de tranquilidad que parecía irradiar cada partícula de su cara.
Nunca teníamos nada en común, por lo general, pero de todos modos nos alegramos de vernos. Sarsén me invitó a su casa. Por el camino contó de sí en breve, de que después de la escuela cursó los estudios en el politécnico, y acababa de sostener la tesis de doctorado. Intenté acordarme si había oído su apellido en relación a los últimos avances científicos, pero no pude y lamenté que seguía poco el desarrollo de la ciencia. 
Mientras tanto, Sarsén ya estaba contando de su familia. 
- Y, entre otras cosas, mi mujer es de los nuestros, de Myskazgán, - dijo, entendiendo que para mí eso sería suyunshi – una noticia buena.
Y empezó a halagar su mujer. 
Nos paramos delante de una casa de muchos pisos, rodeada del césped, de álamos y abedules. 
- Aquí vivo, - anunció Sarsén con excitación. – Entre otras cosas, esa casa fue construida según diseño especial. Y el Soviet urbano adjudicó cuatro apartamentos para la Acadimia de Ciencias. Y uno de ellos, como lo ves, tocó al servidor tuyo. 
Al oír nuestro ruido, una mujer atractiva de aspecto joven salió a la antesala. Su cara me pareció conocida. 
- Es mi Sakish, - dijo Sarsén. 
Y su nombre me hizo acordarme de algo lejano, casi olvidado. Yo iba a preguntar, dónde nos habíamos encontrado, pero Sarsén ya me llevaba del brazo por el apartamento con el suelo que brillaba de limpieza, como si lo hubieran lamido detenidamente los gatos. 
El amo me llevaba de una habitación a otra, como una guía, llamando mi atención a los muebles importados y alfombras hechas a mano. De la cocina llegaba el aroma de carne joven y fresca, cocida en el horno. 
Cuando entramos en el comedor, nos esperaba la mesa puesta y la dueña sonriente.
“Sakish, Sakish”, - yo estuve revisando los nombres en el fichero de mi memoria. ¿A quién me hace acordarme este nombre y esos ojos que siempre parecen risueños? 
- Oi-boi, Sabyr-agá, ¿no me reconoce Usted?
En este momento la reconocí. Pero no parecía a aquella chica lejana, que sollozaba amargamente al oír de la muerte de Sadyk... El tiempo y la felicidad conyugal cambiaron a Sakish. Mientras que yo pensaba por algo que tenía que pasar todos sus años en angustia.
“Bueno, - me dije filosóficamente, - la vida debe ir por sus pasos contados”.
Me sentaron a la mesa. Traté de preguntar a Sarsén otra vez de sus asuntos científicos, pero él seguía esquivando la conversación seria y сon encanto charlaba de los trapos deficitarios que se podía conseguir en alguna parte, de las conexiones en en mundo de comercio... Entendí que a mi lado estaba sentado un pancista típico para quien las cosas se convirtieron en el sentido de la vida. Puede ser, allí, en su instituto de investigación científica él realizaba el trabajo útil y necesario, pero ese mundo de aparadores, juegos de mesa y trapos deficitarios era más próximo, más familiar para él.
Yo miraba atentamente a Sakish. Estaba feliz. El mundo de su marido era su mundo. Cuando él desenvolvía ante mí sus planes cotidianos miserables, sus ojos brillaban con excitación. Fue ella, Sakish, que me anunció con orgullo, que les quedaba un poco más hasta la compra de un coche. 
Me negué la segunda taza de té – ahora me parecía veneno, - me despedí de los amos y, alegando la falta de tiempo, me fui. 


- Así ocurre en la vida: la guerra, la herida grave. Y como resultado Usted conoció a la persona maravillosa. A Tatiana, - dijo Batimá con aire pensativo. 
- Aquí se equivoca Usted. La conocía antes. Aún antes de la guerra, - dije yo y sonreí al ver la sorpresa de Batimá.
¡Dios mío, qué fácil es intrigar a una mujer! Sólo baja la cortina de la tienda de la campaña, y ella enseguida decidirá que detrás de la cortina se esconde el misterio. 


Me levanté y corrí a través de la calle. Al lado izquierdo y derecho de mí pataleaban los soldados de nuestra sección. Sólo tenía que alcanzar corriendo las ruinas de la casa y meterme allí. Pero el ametrallador alemán tuvo bastante tiempo. Dio una ráfaga por la calle de su MG y tocó mis ambas piernas. Pero de todos modos podría considerarme como un afortunado, porque los huesos se quedaron intactos, si no se metiera la suciedad en las heridas y si no empezara la gangrena. Eso todo ya se descubrió en el tren hospital... 
De la fiebre fuerte estaba sin conocimiento y no recordaba como me llevaban de la estación al hospital, traían en las camillas por el pasillo, ponían en la cama. Un largo rato no recordaba nada, no entendía nada. Y cuando volví en mí y empecé a comprender, vi a una joven mujer rubia que se inclinaba hacia mí. Cual día era – el segundo, tercero, décimo – no lo sé. 
- Hola, Sabyr. Bueno, lo peor ya pasó. Vas a andar en tus propias pies, - dijo la mujer riendo con felicidad, como si se trataba de ella misma. En aquel momento yo todavía no sabía que los cirujanos iban a amputar mis ambas piernas, pero Tatiana insistió en el tratamiento conservador. 
- No me reconoce, claro. De todos modos, ahora no está para eso, - dijo ella, arreglando mi almohada. 
Mi cabeza era pesada, como si hecha de hierro colado.
- Por qué no, sí le reconocí, - dije yo, apenas capaz de mover la lengua, - Usted es Tatiánazhan, Tania, Taniusha. 
“Tatiánazhan, Tania, Taniusha”, - así de diferentes maneras llamaban a la doctora joven por su carácter suave, bondadoso en nustro Myskazgán.Pero yo también tenía razones personales que me hicieron recordarla. Ella, Tania, estaba con Alzhán cuando él se interesó de Akbayán. Y todo que pasó aquella noche, fatal para mí, quedó en mi memoria hasta los mínimos detalles.
- ¿Pues, las piernas son intactas? Gracias. ¿Y dónde estoy?  ¿Qué ciudad es? – pregunté yo, tratando de levantar la cabeza de la almohada y mirar alrededor. 
- Descansa, descansa. Usted está en Karagandá, - respondió Tatiana poniendo la palma fresca en mi frente.
Cerré los ojos en silencio. Por fin estoy en casa. Allí, en Alemania, no tenía sueño más grande que besar un puñado de la tierra de estepa. En nuestro planeta todos los lugares son bellos, pero no hay lugar más bello que su propio hogar para uno, aún si parece riguroso y áspero. ¡En aquel momento no había, creo, en nuestra sala ni una persona más feliz que yo!
¡Y mi cabeza ya no era de hierro colado, no era ajena! Como si hallara mi vida de nuevo!
- Cuando le trajeron a Usted, escribí a Myskazgán. Y hoy ya venían sus compatriotas. Preguntaban de su salud. 
Me parecía que su voz llegaba de algún sitio en el cielo, adonde se solía colocar a los ángeles buenos en los tiempos pasados, tan loco de felicidad era yo. 
- ¿Quién fue eso? – pregunté yo ya sin asombrarmede otra sorpresa. 
- Su vieja conocida Akbayán junto con su marido. 
Yo me disolvía, como si fuera hecho de azúcar. Tanta felicidad en un día: las piernas, Karagandá, y ahora Akbayán. ¡Es fácil volverse loco así!
- ¿Usted dice – con su marido? –me di cuenta repentinamente.
- Se llama Alzhán Bekénov. ¿Lo recuerda, quizá? Era el ingeniero jefe en la mina cuando Usted partía al frente. Alzhán pidió enviarle un saludo más cordial. 
Pues, pasó lo que yo temía tanto: ella se casó. Y por esperarlo todo el tiempo ansiosamente, el mismo hecho no me causó impresión especial. Todos los años de la guerra yo vivía сon la esperanza de que tuvo lugar una incomprensión, que en realidad mi ave de oro me estaba esperando. La esperanza vivía en mí, y yo me aferraba a ella como a un salvavidas. Y me salvaba. Pero ahora, cuando me encontraba fuera de peligro y la necesidad de ella parecía desaparecer, ella se esfumó como un miraje. 
- Akbayán prometió escribirle, - dijo Tatiana.
¿De qué puede escribir ahora? ¿O se ha desengañado de Alzhán? ¿Pero por qué venían juntos y santo de qué me envía saludos cordiales?
Todos los días que seguían me trataba de сonvencer que Akbayán ya me era indiferente, pero al mismo tiempo secretamente esperaba la carta. Llegó dos semanas después, cuando ya abandoné la cama y podía andar al comedor sin ayuda. 
“Sabyr, - escribía Akbayån. – Hace poco vine a visitarte con mi marido, con mi yer...”
¡Para! ¿Qué escribe? Yer es la silla de montar. Si Alzhán es la silla de montar, pues ella, Akbayán, es sillonera. ¿Qué es, un lamento o una humillación a sí misma? 
Pero enseguida sonreí con amargura, pensando, que la palabra “yer” también puede significar el coraje, la audacia. Y Akbayán quería decir que su marido era exactamente ese gallardo. 
“Recibía cartas que me escribiste del frente, - continuaba Akbayán. – Pero no podía responder. No quería causarte dolor. Es bastante duro sin eso en el frente. Pero ahora, creo, ya te has desenfadado, y decidí escribirte. ¿Qué hay de nuevo? Me casé con Alzhán Bekénov, quizá lo recuerdas. Era el ingeniero jefe en vuestra mina. Vivimos bien. En Myskazgán ha cambiado mucho durante esos años. Ultimamente fundaron tres carteles aquí, Alzhán fue nombrado el administrador de uno de ellos. Yo nunca entré en el instituto. No estaba para eso. Mi marido ocupa el puesto responsable, y es mi deber hacer en casa todo para que pueda descansar bien. Y, a decir verdad, no quería estudiar en realidad. La vida es corta, ¿acaso vale la pena pasarla perdiendo el tiempo con los estudios, si es poco probable que necesite el diploma? Mientras que está vivo Alzhán tendré todo lo que necesito. De tus amigos que fueron al frente, no sé nada. Los demás siguen trabajando en la mina de simples obreros. No han inventado la pólvora, en resumen. Verás cuando vuelves.
Es todo. Yo y Alzhán te deseamos rápida convalecencia. Akbayán.”

Releía la carta sobradas veces, tratando de encontrar entre las líneas una chispita de cordialidad. Pero la carta me hacía acordar de un aviso oficial. Akbayán entendía que tenía que explicar mucho a mí y escogió la forma más segura (para sí, claro). Después de esta carta yo no podía dormir toda la noche. Hasta derramé unas lágrimas escasas de hombre, como se dice. Y está bien que nadie vio llorar al hombre que se encontraba con la muerte más de una vez en el frente. Es que sólo en aquel momento entendí que había perdido a Akbayán. No hay nada peor, creo, que el entendimiento de que engañabas a ti mismo durante esos años. Querías a una persona inventada por ti. Mi ave de oro resultó nada más que un cuervo con el antojo de carne. En mi alma tenía guardadas muchas palabras, como si tejidas de perlas y diamantes. Pero ahora no tenía la mujer para quién podría dárselas.
Por la mañana durante la ronda de los heridos Tatiana advirtió que algo pasaba conmigo.Miró el gráfico de la temperatura, tomó el pulso. 
- Hoy no me gusta su estado. ¿Ha pasado algo, Sabyr? – preguntó ella mirándome atentamente en la cara. 
Respondí a su pregunta con otra pregunta:
- Dígame, Tania, ¿qué tipo de persona es Alzhán? 
- No tengo ni idea. Nos vimos sólo por asuntos de nuestro hospital. Pero como un empleado es muy enérgico. ¿Qué más?.. Dicen, es un ingeniero no malo...
- Pensaba que lo conoce Usted más íntimamente. 
Luego en la cara de Tatiana apareció la expresión “ah, eso es lo que quiere decir”. Se acordó de la noche cuando ella y Alzhán vieron a mí con Akbayán. 
- ¿Decidí Usted que tuve la cita con él? No, hablábamos de algo en relación con la jefatura. Entonces su mina era el jefe de nuestro hospital. 
- De todos modos, no puede ser que Alzhán no tratara de cortejarle a Usted entonces, - dije yo casi con triunfo. 
En mi imaginación él se pintaba algo como un seductor experimentado. 
- El no trataba. 
- No puede ser, - repetí. 
- Sólo andábamos por la aldea, hablábamos de los asuntos. Y el resto... Es que somos muy diferentes. Ya no me cayó bien durante nuestro primero encuentro. Se dice entre su pueblo: no se puede esconder a un camello bajo la alfombra, se puede conocer a una persona mala en una tarde. No sólo el amor se nace de la primera vista, pero el desamor también. Creo, lo sintió. 
- Ya ve Usted. Comprendió enseguida que era una mala persona. 
- No lo dije. Yo sobreentendía el desamor, - me corrigió Tatiana. 
- ¡Y Akbayán no lo ve! – dije yo amargamente. Tatiana me miró fijamente otra vez. 
- Pero, ¿puede ser, Akbayán no quiere verlo?No se dice por nada que nosotras, mujeres, somos criaturas llenas de misterios, - bromeó ella. – Algunas son accesibles a los dientes, como una manzana madura. Otras son duras como una nuez. Y parece más a menudo que la mujer es una manzana, mientras que en realidad es una nuez dura... Y además, cada uno ve el amor a su propio modo, busca en ella lo que necesita él mismo...
- Sí, es verdad. Cada uno interpreta de su modo la noción como el amor. 
- Sabyr, ¿quizá ama Usted a Akbayán? Si yo supiera que Usted... – Tatiana se turbó. 
- Nada de eso. Para mí sólo es la hermana de mi amigo caído.
Parece, con esto la convencí de lo contrario. 
- Entonces, no hablemos de Alzhán. Eso le disturba demasiado. Alegrémonos de que todo vaya bien con Usted. 
En aquel momento mis nervios fallaron. Saltó todo que iba acumulándose durante esos años: y el encarcelamiento, y la guerra, y el amor infeliz. 
-¡Pues no quiero que todo vaya bien! ¿Y para qué diablo necesitaría piernas ahora? ¡Todos sus esfuerzos eran en vano, doctora! ¡En vano!
No me recuerdo si continuaba decir esas tonterías un largo rato. Después nunca hablábamos de ese arrebato, como si nunca hubiera pasado. Pero en aquel momento perdí el control de mí mismo, y Tania sin ninguna culpa resultó ser el blanco. 
- Cálmese, Sabyr, cálmese, - persuadía ella suavemente. – Le ha pasado algo, y Usted no se da cuenta de que está diciendo.
- ¡No, es Usted!.. ¿De dónde saca el derecho de meterse en mi vida? – gritaba yo, ya entendiendo en el fondo del alma que estaba diciendo palabras ofensivas einjustas a la persona que no las merecía en absoluto. 
- Bueno, Sabyr, me voy. No esté tan nervioso, - dijo Tatiana, poniéndose un poco pálida. 
Volvió bruscamente y salió de la sala. 
¡Aquí que todo eso pasó ante mi vecino de sala! Ese bondadoso ucraniano esperaba que le den de alta y pasaba casi todo el tiempo en el pasillo con los convalecientes. Pero en aquel momento, como a propósito, entróal final de nuestra conversación.
- ¡Ya te vale! Has agraviado a la mujer tan cordial, ella hizo tanto para ti. ¿Qué tipo de minero serías sin piernas? Y ella misma te hizo las inyecciones... de ese... ese penicilina. 
Yo sentía vergüenza ya sin sus reproches. Me callaba al volverme de cara a la pared. 
Ora Tatiana se ofendió, ora no quería irritarme, y puede ser, tenía razones de servicio, pero no vino a nuestra sala acerca de diez días, y en vez de ella nos visitaba otro médico. ¡Qué palabras me llamaba a mí mismo! Decía mentalmente: “Te ha ocurrido una desgracia, ¿pero qué derecho tienes de ofender a otra persona? Ahora hay la guerra, y ¿cuántos desdichados, como nosotros, hay sólo en nuestro hospital? Uno tiene un problema, otro – otro problema. ¿Y qué pasará si cada uno empieza a descargar su pena sobre el doctor?..”
Pregunté a las enfermeras, por qué nos curaba el nuevo doctor, y ellos respondieron que ahora Tatiana tenía que trabajar mucho en la sala de operaciones, en el hospital faltaban cirujanos, mientras que el flujo de los heridos seguía creciendo. Y a cada uno que seguía los acontecimientos en el frente era claro, que nuestros ejércitos sostenían grandes operaciones ofensivas. Y donde hay una ofensiva, hay víctimas. Es la ley de la guerra. 
Traté de acechar a Tatiana en el pasillo, cerca de la sala de operaciones. Pero cada vez ella pasaba tan cansada, que no atrevía pararla. Entendía que para ella lo mejor en aquel momento era llegar a cama y dormirse. Y cuanto más pensaba en ella, tanto más crecía mi simpatía hacia esa buena chica. 
Creo, eso ocurre a menudo: cuando piensas mucho en la persona que te parece amable, la simpatía se transforma en un sentimiento más profundo. Así me pasó con Tatiana. Empecé a sentir que la necesitaba. Pensaba en ella, evocaba su imagen, su sonrisa y el giro de la cabeza. La ofendí, la herí, y eso me hacía, además del sentimiento de la culpa, sentir ternura hacia ella, la ternura hacia una persona que no tenía nadie, como me parecía, que pudiera defenderla. 
Y luego vino el día cuando Tatiana entró en nuestra sala. Pasaba de una cama a otra, preguntaba a los heridos, los auscultaba con el estetoscopio, medía la tensión. Y yo esperaba mi turno. Y aquí está Tatiana ante mí.
- Hola, Sabyr. ¿Como se siente Usted? – En su voz no había ni rastro de ofensa.  
- Tania, - supliqué yo. – Perdóneme, por dios. Entiendo cuanto trabajo le ha costado restablecerme. Y yo, en vez de agradecerle, actuaba como un rematado... un...
Mientras yo buscaba una palabra conveniente, Tatiana me interrumpió:
- No se preocupe Usted por mí, Sabyr, - ella sonrió, - es que no era fácil para Usted, ¿verdad? Pero hay que luchar la desesperación. Usted tiene que curarse a sí mismo de las cosas que le atormentan. La medicina no ayudará con esto.
Ella adivinó que mi ataque de histeria tenía que ver con la visita de Akbayán, con mi amor a esa mujer.
- ¿Cree Usted que es posible curarse de esto? – pregunté con incredulidad. 
- No lo sé, - confesó Tatiana sinceramente. – Pero Usted es joven, lleno de fuerzas. Y la juventud puede curar a uno de muchas enfermedades. Es toda por delante. 
- Doctor, ¿y qué tiene? – se  mezcló mi vecino, curioso sin medida.
- Quién sabe. La medicina todavía no ha encontrado la explicación, - bromeó Tatiana. 
- A-ah, - dijo él respetuoso, alargando lossonidos.
Tatiana tenía razón. El sufrimiento es un serpiente gris que se esconde dentro de ti y te muerde, te muerde. Es posible liberarse de él sólo con la causa de tu pena. ¿Y si es imposible hacerlo? Pues, uno se acostumbra a su sufrimiento. Te sigue royendo, pero te finges, no quieres advertirlo. Y a veces parece de verdad que todo está bien. Hasta que el serpiente de repente se recuerda de nuevo...
Así ocurría conmigo. Yo me hacía olvidar a Akbayán. Hasta su nombre. Y más a menudo, como si para protegerme, pronunciaba el otro – Tatiana, Tania, Taniusha... “¿Qué te pasa? – preguntaba a mí mismo. ¿No era tú quien pensaba que el amor era eterno? ¿Acaso dejaste de amar a Akbayán? ¿Y te enamoraste de otra tan pronto?” – “Akbayán está muerta para mí, - me respondí. – Y no soy un ternero a quien se puede engañar mostrándole un zamarro enrollado en vez de una vaca. Mi vida empieza de nuevo”. 
Y empezar la vida nueva significaba amar de nuevo, porque no hay vida sin amor. En aquel tiempo yo creía de verdad que mi gratitud hacia Tatiana, el deseo de verla – eso era el amor. Y no podía creer que tuviera tanta suerte...
Claro, el amor nuevo (por ahora lo llamaré así) no me hacía arder, como eso pasaba con Akbayán. Era inmutable y tranquila. Me expliqué la diferencia por ser antes el mozalbete apasionado, mientras que ahora me hice un soldado lleno de experiencia de la vida, que sobrevivía los peligros de ataques, las torturas de encarcelamiento y la astucia de mujeres. Es decir, un hombre que entendía la esencia de cosas. 
Para el dzhiguit que estuvo más de una vez en los brazos de muerte y que llevó las heridas de la guerra, no hay mejor medicina que el amor. Iba recobrando la salud a buen paso. Pedía que me dieran de alta antes de lo sugerido y me mandaran al frente, pero la enfermera dijo, que según la opinión de los médicos, tenía que quedarme en el hospital una semana más. Dijo, se resentían las consecuencias de gangrena. 
No lo creí y fui a Tatiana con la queja. 
Estaba en la sala de médicos sola, llenaba una historia clínica. Parecía tan cansada que se me heló el corazón. 
Pero vine para persuadirla que me ayudara a ir al frente. Aún debía ajustar cuentas con los fascistas, no tenía derecho de permanecer en la sala jugando una partida de ajedrez o pasear por la calle de árboles del parque del hospital. 
Tatiana escuchó mi discurso y, sin levantar la cabeza, dijo:
- Sabyr, ayer ya tenías que salir del hospital. Pero yo insistí en que te dejen por una semana más. 
Me pareció que había oído mal. ¡Los médicos consideraban que ya todo era bien con mi salud, y Tatiana, Tatiana misma, me retuvo por siete días enteros! ¡Y eso cuando yo rabiaba por irme al frente, y en el hospital los heridos estaban acostados no sólo en las salas, sino también en las camas puestas en los pasillos del segundo y tercer piso!
- ¿Por qué lo hice? – pregunté yo sin entender nada. Y en este momento ella me miró y dijo simplemente:
- Porque tengo en mucha estima su salud. 
Eso sonó como una declaración amorosa. Me azoré, pero luego mi mano, sin querer, por su propia voluntad tocó su pelo, acariciándolo. 
- ¡Qué pelo tan suave!
Ella me tomó por la mano y laapretó a su mejilla ardiente. Me incliné hacia ella, la volví de cara a mí y la besé en los labios. Ella me respondió débilmente. Luego apreté su cabeza contra mi pecho. 
- Cómo late tu corazón, - dijo ella. – Ya muy rápido, ya como si no lo tuvieras. 
- ¿Es mal, doctora? – pregunté yo fingiendo la ansiedad. 
- En general, sí. Pero en ese caso particular, paciente, yo no me preocupo por alguna razón, - respondió con una broma. – Pero será mejor si Usted se siente en esta silla desocupada. 
Más tarde me confesará que le había gustado antes de que empezó la guerra, cuando ella llegó a Myskazgán, y yo, de parte del comité de la Unión de Jóvenes Comunistas, vine a invitarla a dar una conferencia a nuestra juventud. Pero de eso contará luego, y en aquel momento nos estábamos sentados uno frente al otro – el médico y el paciente que vino a la consulta, - en silencio. 
- Tengo que tomar el alta lo más pronto posible, - dije yo, levantándome. 
- Ya puedes hacerlo mañana. De todos modos, no te permitirán ir al frente. Por ahora tendrás que pasar uno o dos meses con tu familia. Como ves, no es tan grande mi culpa, - dijo ella con una sonrisa triste. 
Así resultó todo. Directamente del hospital fui a la comisaría militar. Pedía, daba puñetazos en la mesa. Pero me seguían repitiendo, que la gente aquí no era nada peor que yo, también aspiraba al frente, pero prohibido significaba prohibido, y con mis documentos tenía el único camino – a descansar con mis padres. Si mejora mi salud, luego hablaremos. 
En aquel mismo día Tatiana me acompañó a la estación, tomé el tren y llegué a Myskazgán. ¿Cómo se describe la felicidad de los padres, cuyo único hijo regresó del frente vivo?.. Su agitación alegre no tenía límites, ponían toda la provisión en el dastarkhan e invitaron huéspedes.
Probablemente, cualquiera puede imaginar, cómo pasaba nuestra fiesta familiar, qué se decía en el dastarkhan, cuántas lágrimas felices se derramaron.
Yo ocupaba el lugar de honor y de vez en cuando miraba la puerta, esperando que de un momento a otro entrarían la madre de Sadyk Bibigaisha y Akbayán. Durante todo el camino de Karagandá a Myskazgán me atormentaba el pensamiento: cómo contarlas de la muerte de su hijo y hermano. Esa obligación dolorosa me roía en secreto de los demás, aguaba la felicidad del encuentro con la familia y los amigos. Pero ellas no venían, aunque la noticia de mi vuelta ya se extendió entre todos nuestros conocidos. Y los visitantes seguían llegando uno tras otro... Sólo no había Bibigaisha y Akbayán. 
Mi madre se dio cuenta de mi estado y me preguntó bajito de qué me preocupaba. Cuando yo confesé, ella suspiró:
- No las esperes, hijito. La madre de Sadyk murió el año pasado. Y su hermana... Dudo que venga a casa de un simple minero. Ahora es una dama muy importante. No es sorprendente: su marido administra un cartel entero. 
No creí que eso era la razón que retuvo a Akbayán. Lo más probable era que ella pensaba que ahora teníamos todo en el pasado y nuestras relaciones no necesitaban prisa. Y además, ¿cómo podía saber que yo había presenciado la muerte de su hermano? Sea como fuere, Akbayán no vino ni ese día, ni el día siguiente. Y a mi convidabana casas a cual más. Y cada vez, sentado entre la gente conocida y desconocida, yo contaba de Sadyk. Es difícil ocultar una mala noticia,va a penetrar hasta en una rendija, mientras que la buena tiene alas leves, no hace falta proclamarla por todo el mundo.Así la noticia de la hazaña de Sadyk recorrió todo Myskazgán. Llegó y hasta Akbayán, al parecer, y ella junto con su marido Alzhán vino a verme un día. 
Era de noche. Mi padre se fue al depósito donde trabajaba de guarda, y mi madre, la limpiadora, no acababa de regresar de la escuela. Y yo mismo me preparaba sin prisa para ir a casa de mis viejos amigos. Pero, porque llegaron mis propios huéspedes, tuve que suspender la visita. 
Los senté a la mesa y empecé a preparar té. Mientras tanto, miraba a Akbayán a escondidas. Entre nuestro último encuentro y hoy día se estiraban años. ¡Y qué años! Los años de la guerra. La guerra puso su sello sobre las caras y la conducta de la gente. Pero parecía que la pena nacional pasóde largo a ese matrimonio. La cara morena de Alzhán, como me pareció, se hizo aún más arrogante. Y Akbayán de cara clara, se podía pensar, sólo se preocupaba con su belleza. Se hizo aún más femenina, en sus ojos grandes, negros como las zarzaparrillas, apareció la confianza propia de mujeres que tienen un alto concepto de sí mismas. Y se emperejiló como si su vida fuera una fiesta continua. Demostraba un pañuelo de plumón, un vestido de lana con el cuello negro de piel de zorro y botas blancas y elegantes. 
Ahora entiendo que me conducía la hostilidad a esa pareja, y no tenía base para acusarlos de que no vivían como toda la gente soviética. Alzhán, el director de un gran cartel, sin duda, tuvo que partirse la espalda. El frente demandaba de la retaguardia los esfuerzos extremos. Y en lo que toca a Akbayán, ella se hizo más bella porque así es la ley de la naturaleza: entró en la edad cuando la belleza de la mujer madura. ¿Y qué hay de vergonzoso en llevar un vestido a la moda? Sería extraño si la mujer del director del cartel llevara el mismo vestido en el cual corría cuando era muchacha. 
Yo sabía que me encontraría con Akbayán tarde o temprano, y temía que perdería la cabeza de emoción. Pero resultó que tomé su llegada con tranquilidad. Mi corazón latía regularmente, y la voz sonaba seco, como si la gente desconocida hubiera venido a mi casa. 
Y yo de nuevo, otra vez contaba de Sadyk. Akbayán otorgaba la cabeza, apretaba el pañuelo a los ojos y decía: “Claro, Sadyk no podía hacer otra cosa”. Cuando el cuento llegó al momento de la explosión de la central térmica, Akbayán echó una mirada orgullosa al marido, como si quería decir: “Mira, cómo es mi hermano”.
Esperaba un arroyo de lágrimas de Akbayán, pero ella sólo lloró un poco. Probablemente, ya se había acostumbrado a la muerte de Sadyk, y mis memorias solamente agitaron el dolor que ya se había calmado hace mucho.  
Cuando Akbayán, al secarse la última lágrima metió el pañuelo en el bolso, Alzhán entró en la conversación y me preguntó:
- ¿Te han dado de baja en definitiva?
- Espero que no. Dijeron, dentro de acerca de tres meses, si todo va bien, puedo ir al frente. Pero esperaré un par de semanas e iré a la comisión.
-¿Y para qué darte prisa? – se sorprendió Alzhán. – La victoria ya no está lejos. Mientras que llegas hasta el frente, los fascistas ya estirarán las patitas. Se puede ayudar a nuestro ejército aquí. Si te sientes bien, venga a trabajar en la mina. Ahora la retaguardia es como el frente. Y nosotros no tenemos bastantes manos de obra. No somos la gente orgullosa, pero podemos decir, que nueve de cada diez balas que vosotros tiráis al enemigo, son fundidas del metal de Kazajstán. Y el cobre se usa de aquí también, nuestro de Myskazgán. 
- Bueno, extraíais el cobre sin mi ayuda. Y mi lugar es en el frente. No acabo de decir a fascistas todo lo que quería.
- No pienses, Sabyr, que sólo se quedan los cobardes en la retaguardia, - se enfadó Alzhán. – Cada uno de nosotros tienecuentas con el fascismo. ¿Crees que yo no iría al frente? Si me permitieran, hoy mismo llevaría la declaración a la comisaría militar. Y lo llevé más de una vez, entre otras cosas. ¿Pero sabes qué me decían? “Te necesitamos en Myskazgán aún más que en el frente. ¡En el frente pasaremos sin ti, y aquí no!” Y a ti también necesita Myskazgán, Sabyr. Trabaja mientras tienes tiempo, y luego regresa al ejército si te permiten, no vamos a detenerte. Aunque nos habían dado derecho de no dejarir a los obreros de reserva.
Me acordé cómo en el inicio de la guerra él me incluyó en la lista sin pensar si había reserva o no, pero no se lo dije. Era la hora inconveniente para tales conversaciones cuando se trataba de Sadyk. Y era asunto viejo. Alzhán, por cierto, ya lo había olvidado todo hace mucho. Y si me incluyó en la lista o no – eso daba lo mismo. De todos modos yo hubiera pedido mandarme al frente. 
- Yo pensaré de la mina. Claro que no voy a estar con los brazos cruzados. 
- Pues, está bien. Por cierto, no esperaba otra cosa de ti, - Alzhán me golpeó en el hombro y añadió: - Es que Akbayán me contó mucho bueno de ti. ¿Verdad, Akbayán?
Ella bajó los ojos, como si él hubiera revelado su secreto. “Se lo agradezco mucho”, - pensé yo, sombrío.
Pero aún después de eso no tuvo simpatía especial a Alzhán. Al fin y al cabo, proveer las manos de obra a la mina era su obligación directa. Y él procuró otra par de manos. 
Claro que no podía estar ocioso en casa. Y además, mi padre se puso muy enfermo. La pulmonía entonces ya no era una enfermedad peligrosa. Pero no para la gente vieja y débil como él. Yo no podía echar toda la carga de cuidarlo sobre las espaldas de mi madre – sus fuerzas ya no eran como antes. Por eso tuve que posponer mi empresa devolver al ejército con anticipación y detener en Myskazgán hasta el tiempo determinado. 
No quería trabajar a las órdenes de Alzhán, por eso quería irme a la mina que pertenecía a otro cartel. Pero Akshálov dijo que eso sería un error. “Sería mejor si regreses a tus viejos compañeros, - dijo. – Te has desacostumbrado del trabajo de minero durante ese tiempo, y la técnica ahora es más complicada. Y los amigos te ayudarán. En lo que toca a Alzhán, el cartel pertenece a él así como a ti. ¡Te comportas como un muchachito ofendido, Sabyr!”
Así regresé a mi mina. Y quedé allí no para un mes o dos como iba a hacerlo al principio. Porque pronto apareció la orden de la Comisión de Defensa del Estado que prohibía dejar a los mineros partir de Myskazgán, y la promesa de Alzhán - no detenerme en la mina - había dejado de ser actual. 
Después de mi salida del hospital Tatiana y yo escribíamos cartas uno al otro. Con cada su carta crecía en mí la seguridad de que amaba a Tatiana y ya no imaginaba mi vida sin ella...
Una vez la escribí de esto. Pero después de enviar la carta, me di cuenta de repente. Aquí se dice: ¿qué es más rápido – un pensamiento o un argamak ? Pero a veces más rápidas son las palabras dichas sin pensar.Así, pensé yo, ocurrió conmigo. Es que Tatiana es un médico, una persona educada. Mientras que yo soy un simple minero, que sólo tiene la escuela secundaria en el pasado – y nada más. Para ser amigos o para un romance corto eso, puede ser, sería bastante. Pero, ¿qué si propones a una persona que viva toda su vida a tu  lado? Claro que mi profesión es honorable y gano más que algunos candidatos a doctor de ciencias. Pero todo eso no importa...
Ya pasó bastante mucho tiempo, pero Tania guardaba silencio. Empecé a pensar que con su silencio me dejaba claro que no podía haber nada serio entre nosotros. Pero un día la vi cerca de nuestra entrada de control. Permanecía con una maletita ligera en la mano buscando ansiosamente сon la vista a alguien entre los mineros que salían de la entrada de control. Me vio y se arrojó a mi cuello. 
Por el camino a mi casa Tania explicó que tomó el descanso para algunos días, pero tuvo que demorarse con la salida, porque tenía mucho trabajo. 
No pude sostenerme y la conté de mis temores. 
- Es muy bien que has pensado en eso. Pero has olvidado una cosa, te haré estudiar, - dijo Tatiana, riendo. 
En una semana se fue para arreglar su traslado a Myskazgán. Nos casamos pronto, y uno de los años de nuestra vida familiar Tatiana dio a luz a mi niña bonita. Así yo también me hice un feliz padre. 
A veces la vida parece tan larga. Y es verdad: un cuarto del siglo es un rato largo. Pero cuando recuerdas, el pasado vuela ante ti, como un ave arrebatado...

- ¿Quiere preguntarme algo y no se atreve? ¿Es verdad? – pregunté a Batimá. 
La curiosidad siempre traiciona a una mujer. Y en la cara de Batimá se pintaba la lucha entre la delicadeza y la impaciencia. 
- Sí... en realidad... – murmuró ella culpablemente, sobrecogida. 
- ¡Vaya, Batesh, pregunte! – permití generosamente. 
- No sé... si es conveniente...
- ¿Acaso no somos gente nuestra? Usted es una de los que me sacaban, sin escatimar esfuerzos, de esa hoya lúgubre a la que llaman la muerte. 
- ¿No va a ofenderse? ¿De verdad?.. Aún entonces, cuando estábamos en el restaurante, pensé que había tenido algo con Akbayán. No-no, - se asustó Batimá, - no pienso en nada malo. Sé cómo amaba Usted a Tatiana y no habría permitido nada así... Ya ve Usted, ¿parece, pregunto de algo indebido? ¡Perdóneme, Sabyr-agá!
- No, no pasa nada. Es la historia vieja, como las montañas. Cuando yo era un mozalbete, me enamoré de Akbayán. Y ella de mí. Así me parecía. Pero luego ella se casó con otro. 
- ¿Con Alzhán? 
- Justo. Y luego había muchos otros “luegos”. Encontré a Tatiana. 
- ¿Y qué pasó con Akbayán? Usted debería verla a menudo. Vivían todo el tiempo en la misma ciudad... ¿Es posible que se desenamoró Usted de Akbayán tan pronto?
- Bueno, no tan pronto como piensa. ¿Y si me desenamoré? ¡Es una cuestión!A veces, a decir francamente, la desdeñaba. La cosa era en que se había casado con Alzhán. ¡Si fuera alguien otro!
¿Qué me ha pasado? ¿Santo de qué abro mi corazón a Batimá? En comparación conmigo todavía es una muchachita...

Akshálov tenía ojos azules – eso no se encuentra a menudo entre kazajos. Era roblizo, ancho de espaldas y parecía a un luchador preparadopara salir al cuadrilátero. Y aunque ya ha pasado de los cincuenta, trabajaba mejor que algunos dzhiguites. Solía apretar una perforadora con un peso de veinticinco kilogramos a la parte derecha del pecho, y adelante – a las paredes de la roca, azules, sólidos como el granito. Adentellaba en ella así que todos los demás se quedaron atrás. Y descansaba, con eso, no más que otros. Quita el polvo azulenco del rostro, da uno o dos tragos de la botella de leche de su bolso, y de nuevo coge la perforadora. 
¿Y es posible? Los taladros de otros ya se atrancan en las fisuras entre los bloques de la piedra, ya se desafilan. Mientras que el aparato de Akshálov zurre sin callar, como si lo hubieran fabricado de metal especial y por encargo especial.   
Una vez no me contuve y, cuando mi perforadora se paró, pregunté a Akshálov:
- Temeke, ¿son su perforadora y el taladro encantados? ¿O conoce Usted una palabra mágica? 
Akshálov se sonrió:
- Lo has adivinado. En realidad conozco una palabra.
- ¡Por qué no lo revela, Temeke!
- Eso puedo. Aquí está la palabra: el caballo necesita avena, y la máquina necesita cuidado. ¿Dónde estaban tus ojos antes? ¿Es posible que nunca advertiste que cada tres días limpio la perforadora del polvo y la aceito? Tú, Sabyr, fuiste soldado, ¿y por cierto ponías más cuidado en tu fusil que en ti mismo? Pues, el amigo fiel del soldado es su fusil, y del obrero – la máquina. No la cuidas – no será tu amiga.
El carácter de Akshálov es sincero y abierto. Si estás mal – vete a él, se desvivirá, pero te ayudará. Pero si cometes algo, actúas con doblez – te lo dirá todo directamente, no se andará con rodeos. Por eso todos lo temían un poquito. Pero lo respetaban y apreciaban su experiencia. Y, creo, por eso eligieron el secretario de la organización del Partido de la mina a Akshálov.
Y nunca más conocían paz los burócratas, prestigiadores y los directores que sólo tenían en cuenta su propia opinión. Los chupatintas indiferentes a la suerte de simples obreros sufrían especialmente del nuevo secretario de la organización del Partido. Se dice, que en el primero reunión del Partido Akshálov se puso a criticar a Bekénov mismo. Y como si éste agradeció a Temeke por su ayuda, pero todos veían que el discurso del secretario no le gustó. 
Pues, Akshálov me tomó consigo de asistente al tajo:
- En un mes te haré un verdadero perforador. Pero soy estricto: no me gustan holgazanes y la gente indiferente a su obra...
Diez días antes de nuestra conversación tomó a Kaisar también. Hasta este tiempo mi compañero, como ya conté, trabajaba de cochero en la agencia de transportes, y después del conflicto con el conductor de tranvía fue a trabajar en la mina. Le parecía a este joven del aúl que no había que hacer nada en la mina. Sólo cobra tu salario a tiempo, sin demora. Diez días no es un largo rato, pero Kaisar me miraba con el descuello casi de un veterano y trataba de darme órdenes. Al principio me entretenía. “Esperaré, pensaba, lo entenderá todo luego. Es chico parece tener el sentido de humor”. Pero mis concesiones lo provocaron a Kaisar, y decidió de convertirme en el chico de los recados. “Me las pagarás, - dije para mí. – El barquero que toma rauta sin saber nada de la hondura del río, a menudo se embanca”.
No tuve que esperar mucho. Teníamos que pasar a otrotajo, y Kaisar dijo al descuido:
- Entonces, chico, llevarás dos perforadoras. La tuya y la mía. Y yo, de acuerdo, llevaré ambos taladros y las gomas.
Aún preparado para la resistencia, yo no esperaba tal desgarro. Una perforadora pesaba mucho más que la carga que iba a llevar él como un favor. 
- Pues, no lo aguantas, hermanito, no lo aguantas. Te plantas en la mina en vano. No te harás perforador, - dije yo, mirándolo de pies a cabeza con escepticismo. 
- ¿Por qué no? – Kaisar se pasmó. 
- Pregunta al ratoncito: ¿por qué eres tan pequeño? Y te responderá: no crecí porque me asusté del gato. 
- Y yo, ¿de qué me asusté? – preguntó Kaisaraún más confundido. 
- Del trabajo, - dije yo y levanté mi perforadora al hombro.
- ¿Tener miedo de trabajo, yo?..
Akshálov que ya empezó a moverse hacía la salida, volvió la cabeza y dijo, riendo:
- ¿Qué, Kaisar, has cobrado? ¡Te está bien merecido!
- ¿Cómo así? ¿Pensáis que yo, un trabajador, tengo miedo de trabajo?..
Después de esa ocurrencia Kaisar dejó de echar una parte de su trabajo a mí y empezó a trabajar con tal energía, como si sólo esperaba hasta que le permitieron llegar a la perforadora. Y resultó un hombre fuerte, yo por poco podía seguir su ritmo. Así entre Kaisar y yo empezó algo parecido a una competición. Si uno de nosotros se adelantaba, el otro, estimulado por el orgullo, se echaba en persecución. Y si añado a esto que nuestro maestro era Akshálov, se puede decir sin falsa modestia: al cabo de un medio año Kaisar y yo nos hicimos perforadores consumados. 
Y en el tiempo cuando se terminó esta historia, la suerte otra vez me aproximó a Alzhán. Eso pasó en las siguientes circunstancias dramáticas...
Pero primero tengo que hacer aquí una breve digresión geológica. Si, Myskazgán es rico en la mena cuprífera, y, es probable, a muchos les parece que está bajo la tierra en un monolito. Pero en realidad la mena está desparramada en isletas aquí y allí, como un invisible archipiélago subterráneo, la capa de la mena alcanza cincuenta o sesenta metros. En los sitios donde ya habían extraído la mena enteramente, están abiertas la cavernas gigantescas, y donde se queda intacta, sólo hay que alcanzar la hebra – se descubre la piedra grisácea, rica en cobre. Pero no es fácil alcanzar la hebra. Hay que cortar tajos, abrir galerías, construir vías para las electromotrices. Las rocas, que deben superar los perforadores, son extremadamente sólidas. Y parece que si las has pasado, el asunto ya está terminado. Y no hace falta fortalecer los pasillos con los apoyos de madera: sus bóvedas resistentes están listas para soportar el peso de la tierra durante muchos años. Y lo soportan durante decenas de años. Pero no se dice por nada que detrás de la simpleza a menudo se oculta la astucia. En algún sitio detrás de la bóveda que parece resistente poco a poco se acumula el agua – la cantidad de aguas subterráneas en nuestro Myskazgán de estepa sí es asombrosa. El agua roe la bóveda durante años enteros, con paciencia, micrón tras micrón, y de repente en la galería se derriban toneladas de roca, enterrando bajo sí todo lo vivo. Y aunque esta catástrofe pasa una vez en decenas de años, se estudia el movimiento de aguas subterráneas en Myskazgán. 
Los depósitos minerales de nuestra mina se estiraban al este de la ciudad exactamente en la región rica en aguas. Por eso los especialistas tomaron en serio la explotación de estas hebras. Pero una vez el director del cartel Alzhán Bekénov organizó la reunión y planteó la cuestión del aumento de extracción de hebra en la región oriental. 
En aquel momento nadie, quizá, pensaba que eso parecía una aventura. La guerra tomaba a su fin, pero la industria necesitaba el cobre cada vez más. Y además, antes de la reunión Alzhán con un grupo de ingenieros y técnicos anduvo por todas las galerías existentes. La inspección mostró que, a pesar de una gran cantidad de aguas, las capas de techo protegen seguramente las galerías de desmoronamientos. 
A la reunión Alzhán invitó no sólo a los representantes del cuerpo de ingenieros, sino también a los perforadores avanzados. Para el asombro de Kaisar y yo, nosotros éramos entre ellos. Huelga decir que Akshálov estaba allí, sentado a derecha del director. 
Al comenzar la reunión, Alzhán enseguida montó en su caballo de batalla: planteó la tarea – llegar al yacimiento rico por el camino más corto. Hablaba claro y determinado, sirviéndose del mapa geológico, como un general que esboza el avance de sus ejércitos.
Cuando terminó, en la sala de reuniones se hizo el silencio. Qué había que decir, la tarea parecía atrevida. Luego tomó la palabra el ingeniero jefe: en las capas superiores de la ruta planeada hay especialmente mucho agua, es arriesgado cortar la galería aquí por la posibilidad de desmoronamientos... Algunos hablaron de sus asientos para soportar sus recelos. 
Alzhán se levantó bruscamente, como un muelle fuerte de acero:
- Quiero preguntar a los que están hablando del peligro aquí. ¿Y acaso no es peligroso en el frente lanzarse al ataque al fortín del enemigo? ¡No hay victoria sin riesgo! Y la Patria espera las hazañas no sólo allí, en el frente, - Alzhán mostró hacia la ventana enérgicamente, - ¡pero y aquí, en la retaguardia!– y él clavó el dedo en su escritorio. 
Al decirlo, Alzhán pasó a tono oficial. 
- Hemos estudiado escrupulosamente todos los pros y los contras. Además, el método rápido de excavación ya había sido elaborado e implementado por nosotros...
Y eso era verdad. Alzhán una vez ya había excavado la galería en el área con riesgo de desmoronamientos. Pero no en nuestra región, sino en otra, del sur. Ese experimento prometía el récord de excavación de toda la Unión Soviética, y el éxito inspiró a Alzhán. 
- Sí, sí, somos capaces de un récord nacional. ¡Y lo lograremos! – continuó Alzhán. – Bueno, y para que sepan los que temen la responsabilidad, yo me encargo de la dirección de la excavación. Y, entre otras cosas, aprecio mi vida no menos que los demás, - concluyó con una sonrisa. 
Pues, si te es predestinado tener un enemigo, es mejor que sea inteligente. La enemistad con un tonto humilla. No sé si tenía derecho de considerar al hombre que me quitó la novia como mi enemigo personal, pero, de todos modos, nunca lo llamaría un amigo. Pero, por lo que era Alzhán para mí, a decir verdad, me gustó la audacia y energía con los cuales él empezó a dirigir el asunto donde se intimidaron los ingenieros experimentados. Quiera o no quiera tuve que admitir que Akbayán se había escogido un marido digno.Y de todo mi corazón le deseé suerte. Porque esta vez su suerte sería nuestra suerte común. 
- Y ahora de las actividades concretas. Empecemos de los perforadores. De ellos en primer lugar depende nuestro éxito. Y tenemos que destacar los mejores de los mejores a esa parte importante, - dijo Alzhán. 
Y nombró la primera tres de los perforadores. Eran Akshálov, Kaisar y yo. Al principio pensé que había oído mal. Pero cuando el director nombró mi apellido otra vez, sentí un agradecimiento involuntario hacia él. A pesar de todo eso era el reconocimiento de que yo ya había conseguido algo. Y era doblemente agradable oírlo de Alzhán. 
La reunión se acabó, salimos de la sala los tres – Akshálov, Kaisar y yo. Kaisar y yo estábamos radiantes de orgullo. Mientras que Temeke se portaba algo extraño, refunfuñaba:
- ¡Un récord!.. No me gusta, ay no me gusta esa busca de récords. No es serio. ¿Qué quiere? ¿La fama? Hay que pensar más aquí, hay que pensar...
La noticia de que se preparaba otro récord, que será abierto un camino más corto a los yacimientos orientales, inquietó la ciudad. Decían que el asunto audaz fue encabezado por el director del cartel Alzhán Bekénov. Corrían los rumores que encontró errores en los cálculos de otros ingenieros y probó que era posible hacer lo que hasta aquel momento parecía imposible...
- Si el gallo bate las alas, pues va a volar. ¿Y por qué Bekénov se ha metido personalmente en este asunto? Porque ha sentido que es cierto, - cotilleaban los amantes de chismes. 
Mientras tanto, nos concedían la mejor técnica. En los primeros veinticuatro horas nueve perforadores en tres turnos pasaron veinte metros. Eso ya era un récord. Aunque, por ahora – un récord sólo para Myskazgán. 
¡Y entonces empezó! Eldía siguiente la radio y el periódico local “El minero rojo” repetían nuestros nombres de diferentes maneras. Alguien dijo que en uno de los periódicos centrales apareció una entrevista con Bekénov que contaba como su cartel ayuda al frente. Pero yo personalmente no vi este periódico. No estaba para esto, cuando nos subimos después del turno. El récord futuro ganábamosal precio de tantos esfuerzos, que queríamos llegar a casa lo más pronto posible y tumbarnos en la cama. 
Alzhán nos visitaba de vez en cuando, se informaba si nos abastecían de todo lo necesario a tiempo. A nuestra galería tendían las vías para las carreteras, después de detonar los pozos, enseguida extrajeron los gases con trompas potentes, y pronto quitaban la roca explotada. En una palabra, hacían todo para nosotros, sólo teníamos que perforar. Parecía, que el nuevo récord nacional ya estaba al caer.
- Batiréis el récord, a todos propondremos el orden, - prometió Alzhán durante una de sus visitas. 
El trabajo iba bien. Todos estábamos de buen talante. Y sólo Temeke que andaba por las galerías abiertas por nosotros, dijo preocupadamente:
- Se ha acumulado demasiado agua, demasiado. Creo que allí, - mostró con el movimiento de cabeza arriba, - apareció una fisura. Tendremos que instalar fajados, chicos. No me gusta la bóveda en esta galería.
- ¿Qué es lo que no te gusta, Temeke? – preguntó Kaisar despreocupadamente y me susurró: - Se hace viejo, no cesa de gruñir. Ya no le gusta eso, ya aquello.
- Hay más gotera, eso es, - rezongó Akshálov. 
- Vaya, esas galerías viejas ya tienen tantos años - ¡y nada! ¿Aguantarán algunos meses más? Durante ese tiempo sacaremos toda la mena como dos mas tres son cinco. ¡Y luego que vengan abajo al diablo! – declaró Kaisar igualmente despreocupadamente. 
- Ignorar el peligro no significa ser héroe, - respondió Akshálov con enfado. 
Pero Kaisar, ensordecido por el ruido de su perforadora ya no oía nada. 
Resultó que Akshálov tenía razón. Y el catástrofe, como eso siempre pasa no sólo en los libros de aventuras, sino también en realidad, ocurrió de repente y exactamente cuando había gente en la galería. 
Poco antes de eso los pegadores vinieron para explosionar la roca en el tajo. Nos fuimos un poco más lejos, a la galería y, aprovechando de la interrupción, son sentamos sobre los bloques de la roca y nos ocupamos de nuestra comida poco pretenciosa. Y en aquel momento, como si según las leyes de dramaturgia, llegó Alzhán – el protagonista de los acontecimientos que se aproximaban.
- Bueno, incluso el batyr de las fábulas necesita la comida terrenal, - bromeó él después del intercambio de saludos. 
- Mientras que el agua sigue acumulando, - dijo Akshálov lúgubremente, no haciendo caso de la broma de Alzhán. 
- Ay-ay-ay, Temeke, otra vez Usted vuelve a las andadas, - Alzhán movió la cabeza. – El agua llega aquí del tajo vecino. ¡El error de agrimensores! Eltajo vecino está calculado incorrectamente. Está situado más alto que elsuyo. ¿Entiende? Entre otras cosas, ya he ordenado que pongan otra trompa aquí. Ahora habrá menos agua. 
- Es bueno que pondrán la trompa. Pero el agua viene de arriba, - repitió Akshálov obstinadamente.
Alzhán nos mostró con un movimiento a Temeke: “¡Qué, dice, se puede hacer con ese testarudo!” Yo quise decir que Akshálov tenía en el pasado una gran experiencia de minero, y que, posiblemente, en realidad había que parar los trabajos hasta que los especialistas verificaran si no había fisuras. Pero en aquel momento corrieron los pegadores, el mayor de ellos nos previno:
- Nadie sale del abrigo. ¡Explotamos ahora!
Alzhán iba a salir con los pegadores, pero сambió de opinión. Probablemente, decidió que tenía que despejar nuestras dudas, hacer cambiar de opinión al minero viejo. 
- Temeke, Usted sólo tiene suposiciones, la intuición ciega. Y de nuestra parte tenemos la ciencia, - dijo Alzhán, sentándose al lado de Akshálov. - A mí me parece que Usted alega a la ciencia en vano. A ella no le gustan los aventureros, - objetó Akshálov. 
Alzhán se rió y dijo:
- ¿Soy yo el aventurero? Bueno. El tiempo dirá que tengo razón. 
- Si fuera así, - suspiró Akshálov. – Pero temo que no lo tendríamos mucho, el tiempo. 
- Todo será bien, Temeke, - dijo Alzhán y se levantó pensando que ya había ganado la disputa. 
- Camarada Bekénov, ¿a dónde va? Explotará ahora, - se alarmó Kaisar y cogió a Alzhán de la mano. 
En aquel segundo con el tronido ensordecedor se explotó la primera carga, luego la segunda, y después de la segunda sonó la tercera. 
- Cuarta... quinta... sexta... undécima, - contaba Kaisar, doblando el dedo con cada carga siguiente. - ¿Y dónde está la duodécima? Deben ser doce. 
No tuvo que preocuparse. Después de una pausa corta también explotó la duodécima carga. 
- ¡Aquí está! ¡La duodécima! – anunció Kaisar, triunfante. 
Nosotros ya nos habíamos acostumbrado a explosiones hace mucho. Mientras que Kaisar cada vez que explotaban la roca se agitaba y exultaba como un niño. 
Pero la alegría de nuestro compañero no era larga. El techo en la galería de repente se estremeció una vez y otra, como durante un terremoto. Nuestro refugio temblaba como un azogue. Y los golpes seguían uno tras otro. Pronto se cortó la electricidad, y luego una onda aérea apagó nuestras lámparas de carburo. Se hizo completamente oscuro en la galería, como boca de lobo. Cada uno de nosotros sentía, probablemente, que había pasado algo horrible, - bajo la tierra nada se acaba de poca monta.Y, como me pareció, sólo al cabo de un largo rato se oyó la voz enronquecida de alguien:
- Camaradas, ¿qué ha pasado?
No reconocíal principio que era Alzhán, tan cambiada era su voz.
- Bueno, mozada, ¿quién tiene cerillas? – pronuncio Temeke tranquilamente, sin responder la pregunta de Bekénov.
- ¡Qué diablo, es que yo dejé de fumar ayer mismo! – Y esa voz no se cambió. Reconocí a Kaisar enseguida. Seguía bromeando hasta ahora, como si no hubiera pasado nada. Aún se oía en la oscuridad como él batía por sus bolsillos. 
- Temeke, yo tengo cerillas.
Saqué del bolsillo unacaja de cerillas y las sacudí en el aire. 
- Dámelas, - dijo Akshálov con espíritu practicista. 
Tendí la caja a la oscuridad, orientándome hacia su voz. Nuestras manos se encontraron, y Akshálov detuvo mis dedos en los suyos por un segundo. Apretó un poquito y soltó. Eso quería decir: mantente firme, dzhiguit, no te dejes abatir. 
El frotó la cerilla y llevó el fuego a su lámpara de carburo. Nuestro rincón se iluminó de la luz débil. Y así ocurrió que el primer que yo vi era Alzhán. Estaba a la entrada de nuestro refugio – él parecía erizado, pequeño. Me sonreí sin querer, sintiendo enfado y el triunfo lúgubre: ya ves, Temeke te dijo, y tú no querías escuchar. Pero la galería separada del mundo no era el sitio para entregarse a alegría maliciosadurante un largo rato. Y además cuando Alzhán se encontró junto con nosotros en esta situación poco envidiable, así castigándose a sí mismo. 
- Quedáos aquí por ahora, y yo voy a ver, - dijo Akshálov y se fue a la oscuridad, hacia la galería. 
Nosotros oímos el agua chapotear bajo sus pies. Por esos sonidos podíamos determinar donde Akshálov estaba en aquel momento. Luego ellos se callaron, pues Temeke se paró, está mirando que había pasado. Nosotros sólo podíamos adivinar qué vieron sus ojos. Aunque, en general, no era difícil adivinar... Especialmente a Alzhán. 
El escondía la vista, temía mirarnos en los ojos. El agua se chapoteó de nuevo. Más cerca, más cerca... Temeke se volvía a nosotros. De la oscuridad apareció el fuego de la lámpara, seguido por Akshálov mismo. 
Yo esperabaque él empezaría por las palabras: “Bueno, que os dije”o “como era de esperar”, pero él simplemente dijo: 
- Se derrumbó toda la capa, cegó el pasillo por cuarenta o cincuenta metros. Estamos atajados en esta cámara. Para alcanzarnos necesitarán acerca de dos días. Dos días es nada, invernaremos. 
- Sí, claro, soportaremos, - repitió Alzhán vivamente. Por cierto, estaba verdaderamente agradecido a Akshálov por portarse Temeke así como si no estuviéramos entre la espada y la pared por la culpa de Alzhán, sino por otras razones dependientes de la naturaleza sola. 
- Soportaremos, - consintió Akshálov. – Pero todo depende del agua, y ella sigue creciendo. Dentro de diez horas el agua llenará la galería. 
Nosotros callábamos, digiriendo cada uno esa comunicación de Temeke poco agradable, por decirlo suavemente. 
- Es lástima que las trompas han sido aplastadas por el desmoronamiento. Podríamos bombear, - dijo Akshálov con aire pensativo. 
El cerebro del minero viejo remaba llamando en ayuda toda su experiencia enorme.  
Kaisar dio un brinco, como si haciendo tonterías.
- ¡Oh, ella siempre está a punto!
Yo miré bajo los pies. No, Kaisar no estaba de burlas. La línea del agua ya iba acercándose a nuestras pies. 
- ¿Por qué no buscamos un sitio más arriba? ¿Hay ese sitio en la galería? ¿Eh, Temeke? – preguntó Kaisar. 
- Es demasiado temprano irnos a la galería. Es mejor esperar hasta que se disipe el gas después de la explosión, - explicó Akshálov. 
Nos callamos de nuevo. No queríamos amontonar palabras.
- Temeke, - Kaisar, el más impulsivo de nosotros, interrumpió el silencio, - Usted ha vivido una vida larga. ¿Ha visto algo así?
- Durante treinta años de la vida de minero qué no habré visto, - respondió Akshálov con un suspiro. 
- Pues cuéntenos de alguna ocurrencia, - pidió Kaisar, - el tiempo pasará más rápido. 
- Ay, Kaisar, ¿cuándo te calmarás? – preguntó Temeke con una sonrisa involuntaria. - ¿Acaso es el tiempo para cuentos? 
- De verdad, no es el tiempo, - lo soportó Alzhán con tonoservicial. 
Yo entendía que no era fácil para Kaisar. Y, claro, se le encoge el corazón de angustia. Pero con sus bromas quería levantarnos el ánimo, y yo personalmente era muy agradecido por esto. 
Y otra vez ese silencio tenso, que separaba a nosotros. Cuando callábamos, cada uno de repente parecía hallarse en soledad. Hacía falta hablar, hablar sin parar. ¿Pero de qué?
- ¿Por qué no es el tiempo? – se indignó Kaisar. – Sabyr, ¿qué hora tienes en tu reloj?
- Siete menos cinco, - dije yo mirando mi reloj. 
- ¿Y anda preciso? ¿O a la birlonga? – se inquietó Kaisar, chanceando. 
- Lo verifico cada día con la radio. 
- ¡Siete menos cinco! ¿Y por qué nos quedamos aquí? ¿Es que ya se acabó el turno? 
Kaisar salió con la suya. Aunque la broma no resplandecía de humor fino, Temeke y yo nos echamos a reír. Alzhán nos miró perplejo – si estamos en sano juicio – se encogió de hombros y dijo:
-¿De qué se reís? No hay que reír, sino llorar aquí. ¿Acaso no entendéis todavía que nos espera? 
“¡Buen pájaro está echo! – me sorprendí mentalmente. – Si por lo menos se alegrara, que nos mantenemos firmes, no nos ponemos nerviosos, no buscamos al culpable...” Por mí respondió Kaisar: 
- Si el dios regalara a los que lloran, yo lloraría de la mañana a la noche, y de la noche a la mañana, como decía un pobre. ¡Vaya, camarada Bekénov! Ahora mismo nos falta agua en la galería.  
Eso era el inicio de la riña. Y la desunión y discordia no son los mejores aliados para la gente en desgracia. Y Alzhán, siendo un hombre inteligente, se dio cuenta de que pasaba y dominó su amor propio:
- Yo sobreentendía otra cosa. Me ha entendido demasiado a la letra... ¡Pero hay que hacer algo! O nos ahogamos en ese calabozo.
Nadie respondió a Alzhán. ¿Y de qué teníamos que hablar? Claro que si nuestros compañeros allí, arriba, no operan un milagro, no soportaremos. 
Pasó una hora y media. El agua iba llenando nuestro refugio poco a poco. Ya era imposible estar sentado, estábamos de pie, apoyándonos ya en un pie, ya en otro, y mirábamos interrogativamente a Temeke. Como si él y no Alzhán Bekénov fuera nuestra autoridad más alta. 
Por fin Akshálov dijo:
- Ya debe de haber disipado el gas. Podemos pasar al final de la galería. 
En recua seguimos la lámpara de Akshálov. El pasillo subía, y en el final del pasillo todavía era seco. El gas casi desapareció, una parte se fue en las fisuras, otra fue absorbida por el agua. Pero todavía picaba agriamente los ojos y las narices.
Nos sentamos en un bloque de la roca, separado por la explosión, y Akshálov apagó la lámpara. 
- Vamos a ahorrar el oxígeno, - dijo Temeke. 
De nuevo nos rodeó el silencio penoso. Se oía muy distinto murmullar, balbucir el agua que seguía creciendo. Esos sonidos, normalmente apacibles, ahora inquietaban el alma, nos recordaban de que se acercaba nuestra última hora. ¡Ah, si en vez de ellos nos llegara una voz humana! La voz viva espanta por la noche a los enemigos invisibles, que están esperando tras cada esquina, tras cada árbol, - eso sabe cada uno desde la niñez. Y ahora hay un silencio muerto, el acólito de la muerte, y parece que nos acerca deslizando, como un serpiente gris. Hay que decir algo, no importa qué, sólo para ahuyentarlo. ¡Que sepa que aún estamos vivos!..
Temeke parecía leer en mis pensamientos:
- Venga, Kaisar, habla de algo. ¿En qué estás pensando ahora, por ejemplo? 
No, eso no lo vi... Para eso era demasiado oscuro... Sentí brillar en una sonrisa los dientes blancos de Kaisar. 
- De la boda, Temeke, - respondió como si no tuviera nada más de qué pensar y era extraño que Akshálov no lo supiera. 
- ¿De la boda? ¿De quién? – intervino yo, representando una completa ignorancia. 
- ¡Sabyr! – dijo Kaisar con reproche. – De mi boda. ¿De quién más? ¡Vaya un toi  haré! Myscazgán lo recordará un largo rato. Cada uno tendrá el ofrecimiento a su sabor. Los kazajos – las cabezas de cordero, los rusos – la carne de cerdo joven. ¡Y el vino que corra a raudales!..
- Pues, ¿pronto es tu boda? Es bueno, - aprobó Akshálov. - ¿Y quién es tu novia, Kaisar? 
- ¿Quién es mi novia? Vais a abobaros cuando os cuento, - aseguró Kaisar. – También trabaja en la mina. Conduce vagonetas de mena. Fuertísima – que dé el dios tanta fuerza a cada dzhiguit. ¡La habéis visto ya! Lleva el mismo mono de la lona como nosotros. Calzada de botas, número cuarenta y tres...
- ¿No encontró una novia mejor? – interrumpió Alzhán. Yo conozco a la novia de Kaisar – una criatura frágil y delicada con ojos grandes y cariñosos. Y trabaja arriba. Entrega la ropa a los mineros. Kaisar sólo quiere divertirnos, ahuyentar la astucia. 
Aquí encontró palpando en la oscuridad mi rodilla y apretó un poco, - quiere decir, estate callado, no impidas. 
- No todos, camarada Bekénov, tienen mujeres como la suya, - dijo Kaisar y suspiró. – No bastará las bellezas como su Akbayán para todos. Tengo que coger lo que se queda. Hay que acomodar a las feúchas también. Algunos son más afortunados que otros. Uno se procura una belleza, y otro cogerá la que nadie más necesite.
¡Vaya artista! Se compenetraba tantocon su papel, que parecía – un poco más, y Kaisar empezaría a llorar, maldiciendo la suerte. HastaTemeke picó en su anzuelo.
- Kaisar, ¿de verdad tienes la novia así? – se inquietó Akshálov, chafado.
- No me quejo. Cada uno tiene su gusto, - respondió Kaisar, despreocupado.
- Arrea. Quieres que te crea, - rió Temeke. 
- Sólo tiene bromas en la cabeza, - se quejó Alzhán. 
Y de repente yo parecía mirarlo con otros ojos. Aún ayer pensaba que era un verdadero halcón, valiente, arrebatado. De verdad digno de Akbayán. Y ajora era piojoso, como un pollo mojado.
“¡Vaya una jugada! – pensé yo. - ¿Cómo consiguió convencera todos, que era una personalidad fuerte?
Y Bekénov continuaba:
- ¿Acaso moriremos así, por nada? Si yo supiera... Es lástima, Temeke, que Usted no me había hecho cambiar de opinión.
Akshálov no dijo ni una palabra. En vez de él respondió Kaisar:
- Temeke lo intentó más de una vez... Pero a Usted, camarada Bekénov, es imposible hacer desviarse del camino...
- Sí, me apresuré. Pero Akshálov tenía que insistir, conseguir su fin, - objetó Alzhán. – Es un minero experimentado. Y el secretario de la organización del Partido, por fin...
La oscuridad alrededor parecía hacerse más espesa. Yo no podía ver mis propios dedos, mucho menos a Alzhán. Pero yo seguía mirando hacia el lado de donde sonaba su voz. Con la mente entendía que en aquel momento él mismo no comprendía que estaba diciendo. De miedo se había descontrolado y por eso trataba de recargar la culpa sobre Akshálov. Lo entendía con la mente, pero mi corazón no podía justificarlo. 
Mientras que Temeke guardaba silencio. Ora escatimaba al hombre aplastado por el miedo, ora pensaba que responder sus acusaciones ridículas significaba perder la dignidad...
Por otra parte, para qué ocultar, yo mismo no daba diente con diente. Que no es fácil morir – no hay que probar esa verdad. Todos aprecian la vida igualmente: los que más de una vez miraban la muerte en los ojos en la guerra y los que vivían todos los años la vida fácil y calma. Pero la gente muere de maneras diferentes. Algunos caen del cielo, como un halcón herido de muerte, que se echa contra el enemigo con atrevimiento. Prefieren la muerte en el cielo a vegetación miserable en la tierra. Así murió mi amigo inolvidable, Sadyk. Y otros parecen a un pollo que, muriendo, sigue mirando a los granos con glotonería. 
Sí, a pesar de los pesares, no es fácil morir. Especialmente cuando eres incapaz, privado de la posibilidad de luchar por tu vida. Es mucho más fácil morir en presencia de otros, en el combate. Los rusos dicen que “con la gente no es temible la muerte”. ¿Puede ser, en campo abierto Alzhán resultaría un batallador valeroso? Y ahora teníamos que quedarnos ahí y esperar dócilmente hasta que la descarnada nos asga por el cuello... 
¿Pero qué es lo que había pasado con Alzhán? ¿Acaso el miedo de muerte cambió tanto al hombre que parecía siempre tan seguro de sí mismo? ¿O siempre era así, y el miedo sólo quitó los velos en los que se disfrazaba con tanta diligencia?
¿Y qué de Akbayán? ¿Será posible que no lo reconoció en Alzhán? ¿O no lo amaba y se casó con él con algún fin desconocido por mí?..
- Temeke, ¿y Usted tiene miedo de la muerte? – preguntó Kaisar. 
- ¿Quién no tiene miedo de ella? – respondió Akshálov con aire pensativo. – Cada uno quiere vivir. 
- Pues, ¿cuál es la diferencia entre un cobarde y un audaz?
- Pregúntame algo más simple, - suspiró Akshálov. – Probablemente, uno piensa más de la muerte, otro menos. Y no se agarra a la vida tanto, no por todos los medios. 
- “No por todos los medios...” Es fácil decirlo para Usted, - refunfuñó Alzhán. 
- ¿Por qué es fácil? ¿Acaso no soy un hombre igual que Usted? – preguntó Temeke simplemente. 
- Igual sí. Pero Usted ya vivió la vida. Ha gozado de todo en la vida. ¿Y nosotros?..
- Goce y Usted. No tengo nada en contra. Pero yo tampoco no he gozado de todo de que quería, - dijo Akshálov. 
“¡Alzhán se atreve a asegurar que no ha visto nada en la vida! – pensaba yo. – ¡Y eso dice el hombre, al cual Akbayán susurraba las palabras de amor! ¡Al cual abrazó con sus manos blancos y suaves! ¡Es insuficiente para él!..”
- Y yo podría no tener miedo de la muerte, - dijo Kaisar. - ¡Justo, podría! Si tuviera tiempo para hacer lo con que sueño todo el tiempo. Lo haría, y luego podría morirme. 
- ¿Y qué es lo que tienes que hacer? – pregunté yo, tratando de adivinar, qué misterios podría tener Kaisar, es que él estabatodo a la vista. 
Y luego Kaisar atarantó a todos.
- Sueño con escribir un poema, - dijo él a quemarropa. 
No creí mis oídos. Akshálov no pudo contenerse y soltó un bufido:
- ¡Vaya, chico!
- ¿Un poema? – repetí yo. 
- Exactamente eso, - confirmó Kaisar. - ¿Y qué hay de asombroso? ¿Pensáis, que si soy un minero, no pienso en nada más que la mena? Si queréis saber, ya empecé a escribirlo. ¡Y hace mucho! Es lástima que puedo no terminarlo. ¡Por ese mismo desmoronamiento! ¡Que se lo lleve el diablo!..
“Querido Kaisar, ¡si supieras qué buen dzhiguit eres! – quería decir a mi amigo. - ¡Qué buen hombre! Si estás bromeando o lo dices en serio, pero otra vez llevaste nuestros pensamientos más lejos del monstruo cuyo nombre es la muerte. Incluso Alzhán, caído de ánimo, se sonrió... Aunque no sea verdad que escribes versos a escondidas. Lo más probable es que no es verdad. Porque si escribieras versos, toda la mina sabría de eso. Porque eres todo abierto a la gente. Pero, sea lo que fuere, ¡ya eres un poeta por naturaleza! ¡Te agradezco, amigo!”
Pero resultó que esta vez Kaisar decía en serio. 
- Ajá, no me creéis. ¿Pensáis que Kaisar está gastando bromas, como siempre? – dijo Kaisar. 
Imaginé en la oscuridad, cómo él se sonrió con satisfacción. 
- Justo. ¿He adivinado?.. Pues, escuchad. 
Kaisar empezó a recitar, copiando poetas reales. Los versos que había escrito no eran tan bonitos, eso era claro aún para mí, poco entendido en poesía. Pero más tarde los aprendí de memoria. Nos venían mucho a propósito en aquel momento. 
Aquí están los versos de Kaisar:

Yo, como un carbón caliente,
Voy a arder hasta el fin, no miento.
En mundo de mortales atrevidos
No hay y no habrá eterna vida.

No sabe los remordimientos
El hombre puro y lleno de bondad.
Amaba yo la vida siempre,
Y de eso nace mi felicidad.

¡Vaya, amigos! ¡Nos ayudará la suerte! 
¡Es tiempo de hazaña, de verdad! 
¡No permitamos que se burle la muerte 
Del nombre orgulloso de humanidad. 


- Kaisar, hijo, ¿quizá, copiaste de alguien?– preguntó Akshálov con incredulidad. - ¡Confesa! 
- ¡Son mis versos! ¡Los escribí yo mismo! – respondió Kaisar con orgullo. 
- Se ve, - dio una voz Alzhán. – Pero por mucho que untes la cola del perro con mantequilla, no se hará más largo. Hay que nacer poeta, aún los antiguos romanos lo sabían...
Alzhán no quería admitir nada. Ni que Kaisar nunca iba a hacerse poeta profesional, ni que si uno tiene la afición a la creatividad, eso enriquece su vida. 
Pero yo temía en vacío que Kaisar se ofendería. El aún no hizo caso del ataque de Bekénov. Y él, y Akshálov lo trataban como a un enfermo. ¿Apreciará esto Alzhán algún día? 
- Sabyr, ¿qué hora tienes en tu reloj de trofeo? – preguntó Kaisar.
Miré las manecillas fluorescentes del reloj. 
- Son la diez de la noche, - respondí yo y me eché a reír.
- ¿Qué hay de divertido? – se sorprendió Temeke. 
- ¿No es obvio? Sabyr ya está volviéndose loco, - explicó Alzhán. Yo también decidí no enfadarme con Alzhán. 
- No es nada, me recordé de algo, Temeke, - dije yo respondiendo la pregunta de Akshálov. – Había tiempo, cuando Sadyk y yo esperábamos las diez de la noche así mismo. 
Me reí de nuevo. 
- ¿Para que esperabais? – se interesó Akshálov. 
- A ese tiempo, Temeke, empezaba su turno de la noche en la mina. Cuando se iba Usted, nosotros nos colábamos en su jardín y recogíamos manzanas. Pero, para que no se enterara Usted, cogíamos sólo una manzana de cada árbol. Y Usted los tenía – ¿se acuerda? – diez. Y nosotros conseguíamos cinco manzanas por cabeza. 
Eso eran los primeros manzanales que fructificaban en Myskazgán. Y además Akshálov era el primero que plantó un huerto frutal en la ciudad (entonces la aldea). Los ramos de diez manzanales se agobiaban bajo el peso de los frutos jugosos y sonrosados - ¡una gran tentación para los muchachos! Sadyk y yo, cediendo a la tentación, hacíamos incursiones nocturnas. Eso seguía dos años...
- Temeke, hasta ahora me acuerdo del sabor de sus manzanas. Son divinas, - dije yo, riendo. 
Akshálov se golpeó por las caderas (o por los lomos) y empezó a carcajear.   
- ¡Ya lo comprendo! – pronunció Temeke después de reír. – Y yo pensaba todo el tiempo, ¿qué es eso? Cada vez que me regreso del trabajo, faltan diez manzanas. Sólo a vosotros parecía que si cogéis solamente una manzana, el amo no notará nada. Mientras que yo me acordaba, dónde colgaba cada manzana. Y me preguntaba, a dónde se desaparecían.Pensaba, ¿quizá eran los pájaros especialmente comilones? ¿Pero quién conoce los pájaros que sepan contar? ¡Pues, vosotros, lospícaros pequeños, me robabais las manzanas! No importa, no se dice por nada que la deuda pagada tarde cuesta dos veces más caro. Mañana, cuando nos regresamos a casa, me pagarás por todas las manzanas enteramente. 
- ¿Todavía esperáis escaparos de esa tumba? – dijo Alzhán, enfadado por la seguridad de Temeke en que mañana ya estaría en casa. – Dentro de dos horas nos ahogamos en el agua, como... las liebres. ¿No sentéis que ya está aquí?
Y él, respirando con dificultad, empezó a arrastrarse por el declive al rincón superior de la galería. De debajo de su cuerpo se soltó una piedra y se revolcó al agua. “Sí, eso es todo”, - pensé yo. 
- Querido, qué deseode vivir tienes, - dijo Akshálov con reproche a Alzhán, arrebatándose por primera vez. – Aún nuestros abuelos decían que al que en un momento duro pueda comandar tres personas, se puede confiar tres mil personas en circunstancias normales. ¡¿Cómo podías hasta ahora administrar un entero cartel?!
- ¿Y por qué Usted lo permitió? Si es tan clarividente. Entonces no hubiera pasado nada de eso, - respondió Alzhán a regañadientes casi desde el techo. 
- ¡Un pato asustado se zambulle de cola hacia adelante! – dijo Kaisar. – Bekénov, no eche la culpa por sus errores a otros. Entre otras cosas, se nos puede agotar la paciencia...
Alzhán se calló, esta vez para largo.
... En cuanto el narrador tiene la posibilidad de contar de lo que pasó algún día en la galería desmoronada que iba llenándose del agua, no es difícil adivinar, que lo hace por haberse quedado vivo. Y si está vivo, pues, aquella noche horrible bajo la tierra se concluyó felizmente, aunque entonces no sabíamos cómo se dispondría de nosotros la suerte, y nuestros nervios estaban al borde. 
Yo sentía repugnancia física hacia Alzhán. 
“¿Por qué, por qué Akbayán se enamoró de ese hombre? – me preguntaba por enésima vez. – No, no podía enamorarse de él. En todo caso, de él así. Entonces, hay muchas cosas que no sabe. Y él la engañó como a un niño crédulo. La engañó, llevó a sus redes puestas expertamente y tejidas con destreza... ¡Alzhán que no llega a la suela de su zapato! Somos todos nosotros, incluso yo, culpables de que ella se permitió engañar al hombre falso...
¿Y si sabe quién es Alzhán?.. Igual, tengo que salvarla. Desenredar el nudo en el que se envolvió. ¿Cómo lo hago?..”
Pero lo más importante era que perdoné a Akbayán. 

Cuando miré de nuevo mi reloj de trofeo, las manecillas mostraban después de las doce. Y el agua fría, como el hielo, seguía llegando a nosotros. Nos trasladamos bajo el techo, a Alzhán, pero allí también alcanzó las suelas de nuestras botas... Nos quedaba vivir dos horas a lo más. Pero a mí me consolaba que yo entendí la error de Akbayán y perdoné a ella y a Alzhán Bekénov. Hasta sentía lástima hacia él. Pobre hombre, perdió la estimación de sí mismo. ¿Acaso hay un castigo más grave para un orgulloso? Y además, no está bien enfurruñarse con un hombre, con el cual pronto vas a compartir la fosa común. 
Pero en esos minutos las manecillas del reloj ya mostraban el tiempo de nuestra salvación. El agua que hace poco acercaba cautelosamente como un asesino despiadado, se paró de repente, y luego empezó a descrecer. Se deslizó al fondo de la galería con un silbido descontento. Y luego, dando un sonido bajo y profundo, salió en el embudo invisible. 
- ¡Somos salvados! ¿Oísteis? ¡Salvados! – gritaba Alzhán. Se alegraba como un niño, invitando a compartir su alegría. Claro que nosotros también éramos listos de empezar a bailar de felicidad. 
- Así es: abrieron el vaciadero en el socavón viejo, - dijo Temeke. – Yo pensaba, generalmente, que harán esto.
- Imagino, qué caro les ha salido. Mientras que nosotros holgazaneábamos como los bais, ellos insudaban allí, - dijo Kaisar con un  arrepentimiento afectado. 
Temeke encendió la lámpara y la levantó, iluminando nuestras caras. Como si verificó si todo estaba bien con nosotros. Sí, teníamos el aspectocomo si nos hubieran bajado de la cruz. ¡Pero cuánta alegría, cuánto fuego vivo había en el brillo de los ojos, en la sonrisa blanca de Kaisar! Temeke era, como siempre, respetablemente calmo. Y sólo Alzhán parecía sentirse cohibido, como si ya no fuera feliz de su salvación. 
- Camarada Bekénov, ¿se puede encender todas las lámparas, creo? – preguntó Akshálov, haciendo recordar que Alzhán de nuevo es el mayor de oficio. 
- Por favor, Temeke, por favor, - respondió Alzhán, turbado. 
Temeke me tocó el hombroy dijo con una sonrisa:
- Sabyr, no olvides pagar por las manzanas que robaste de mi jardín junto con Sadyk. O te cojo y te caliento las orejas. No me importará que ya eres grande. 

No sólo quedamos vivos, sino también, a despecho de la suerte, tres años después de esa ocurrencia celebrábamos solemnemente el cincuentenario de nuestro Temeke. Primeramente Akshálov iba a celebrar esa fecha en el círculo privado de amigos. Pero en Myskazgán casi cada décimo habitante era su amigo o alumno. Y cuando Temeke calculó aproximadamente a quién invitar, ese “círculo privado” encerró acerca de cien personas. Al entender, que no podría escapar una verdadera fiesta, Temeke invitó otra centena de huéspedes enviando billetes de invitación que decían: estimado señor, le invito a Usted y a su esposa a la fiesta de mi cincuentenario a tantos de septiembre al rincón rojo de la mina. 
Como nos enteramos después, Alzhán Bekénov mismo insistió en que el cincuentenario de Temeke se celebrara en el rincón rojo de la mina. Y texto de la invitación era escrito por él personalmente. 
Tatiana y yo y Kaisar con su mujer Nurzhamal (él celebró la boda, como había prometido) llegamos entre los primeros, como debían los amigos más íntimos. Digo “entre los primeros”, porque, sin embargo, nos adelantó Alzhán. Andaba alrededor de la mesa de fiesta, dando órdenes a la trabajadora de la cantina. Y luego empezaron a llegar los demás – nadie hizo caso omiso de la invitación. En las caras de la gente se veía, que para ellos no era solamente un día de cumpleaños de alguien, sino una festividad para toda nuestra mina. Y aquí cada uno quería salir con la cabeza alta – traer un regalo más caro para Temeke. Alguien trajo una alfombra, otro un juego de té, y alguien trajo una radiogramola que emplearon enseguida para divertir a la gente. 
La mesa de fiesta parecía digna de la solemnidad. Y aunque en los primeros años de posguerra todavía faltaban productos, la mesa estaba llena de todo tipo de comida y vino. Esa abundancia también resultó la obra de manos de Alzhán. El consiguió el permiso de efectuar las compras tras el departamento de abastecimiento de trabajo. 
Después de aquella ocurrencia en la mina entre Alzhán y yo se establecieron relaciones extraños. Dejó de embizarrarse ante mí y ante otros obreros. Como si aún adulaba a los que habían estado con él en la prisión bajo la tierra. Ora se avergonzaba de sí, ora temía que contaríamos qué pánico tenía en esas horas aciagas.A veces quería acercarme a él y decir:
- Basta ya, camarada Bekénov.No vamos a chantajearle. 
Tampoco hablé con Akbayán de lo que iba allí en la galería inundada. El día siguiente me recobré, pensé con qué ella me respondería, que diría que yo la había perdido y ahora trataba de vengarme de Alzhán, inventando dios sabe qué... Tampoco parecía ella una mujer que se quejara de la falta de felicidad familiar...Poco a poco mi intención desapareció como el agua absorbida por la arena.   
Y además: después de la ocurrencia en la mina yo entendí que Tania tenía razón, yo debía estudiar. Para no depender de decisiones equívocas, tengo que entender detalladamente la industria minera yo mismo. Y luego quería volver a la explotación del yacimiento oriental, que había sido conservado después del catástrofe. Claro, nadie va a esperar durante años mientras que yo estudio. En este tiempo la ciencia encontrará caminos a esos yacimientos riquísimos. ¿Pero quién ha dicho que no habrá bastante caminos difíciles para mí? Y yo ingresé al curso a distancia del instituto minero de Almaty...
... Por fin se reunió toda la gente, y los convidados empezaron a sentarse en sus sitios. A la cabecera de la mesa sentaron a Temeke y su familia de muchas caras – su mujer y ocho hijos.Al lado se sentaron Alzhán y Akbayán que acababa de llegar.
Eran la pareja más guapa en la mesa. En el cabello espeso y ondulado de Alzhán apareció una mecha de canicie temprana, que le quedaba muy biencon su terno negro y la camisa blanca como la nieve. Y yo simplemente admiraba su comporte. He aquí él se levantó y acercó la silla para la mujer que se sentó a su otro lado, puso la ensalada en su plato. Luego propuso probar algo a la mujer de Temeke. Y a la izquierda de él estaba sentada... Por poco dije “una belleza”. Y si una belleza, entonces, claro, la de las fábulas. En una palabra, a la izquierda de Alzhán estaba sentada la peri de un cuento maravilloso, a la cual no cuesta nada volver loco al mortal de la primera vista. ¡Eso, claro, era Akbayán!
Tenía el aspecto igual fresco que en la edad de dieciocho. Como si no hubiera los diez años que pasaron del momento cuando se había casado con Alzhán. ¿O sólo me parece que el tiempo no tiene poder sobre ella? No, noto que otros hombres todo el tiempo miran a Akbayán con admiración. ¿Quién ha visto un cisne nadando por la superficie lisa de un lago entre los simples gansos? Así parecía Akbayán entre nosotros. Ella resplandecía toda: de cara blanca y de vestido blanco como la nieve. Y por eso en su cara se destacaban los ojos grandes, negros como el carbón. En el cuello de Akbayán irisaba un collar de dos hilos de perlas. En las orejas pequeñas y delicadas brillaban los pendientesde rubíes. Y el chal blanco y fino resaltaba los contornos esculturales del cuello fino y suave. 
- Sabyr, mira a Akbayán. Es tan bella hoy, - me susurró Tatiana. 
Ah, Tania, ¿acaso piensas que no lo veo?
“Y yo, loco, esperaba que ella se casaría con un chico tan ordinario y no pulido como yo”, - dije a mí mismo y en este momento fijé la vista en Alzhán y me acordé de nuestro subterráneo... Puede ser que las bellezas de fábulas no son tan inabordables, y no es tan infalible su elección. 
Pero eso no importa, cursaré los estudios en el instituto y también me haré ingeniero. Alzhán ahora no hace ni mención del yacimiento oriental, y yo escogí la explotación de esas capas como el tema de mi tesis. Sólo tengo que graduar del instituto, y luego hablaremos contigo, Alzhán, como iguales. Probablemente, yo razonaba como un muchachito. Pero quería, entre otras cosas, probar a Akbayán, que podía competir con su marido en todo...
Mientras tanto, Alzhán se encargó de las responsabilidades del maestro de brindis y golpeando la garrafa de vino con el tenedor para llamar la atención de todos, se levantó con la copa en la mano.
- ¡Camaradas! ¡Amigos! – empezó Bekénov, al cerciorarse de que todos estaban esperando sus palabras. – Hoy nos hemos reunido para celebrar el cincuentenario de nuestro querido Temeke...
Alzhán hablaba despacio, con aire imponente, con pausas expresivas entre las oraciones, como si dejando que los locutores ponderaran cada su palabra. Enumeró los méritos laborales de Akshálov, las virtudes de su carácter. Al describir su honradez, firmeza de principios y bondad, Bekénov dijo:
- Pero especialmente quisiera subrayar la sabiduría natural y el coraje de nuestro Temeke. Cualquier que había pasado pruebas con él, hombro con hombro, lo sabe. ¿Recuerdan Ustedes el incidente trágico que pasó en el sector oriental hace tres años? Entonces Temeke, yo y dos otros camaradas, que están aquí, se puede decir, éramos sepultados en una tumba.
Apenas dijo esas palabras, en el silencio sonó claramente la risa breve de Kaisar. 
“¿Para qué mencionó Alzhán nuestra prisión bajo la tierra? De eso en particular no debería hablar”, - pensé yo, preocupándome por Alzhán por alguna razón. Puede ser, por saber demasiado bien el carácter de mi amigo Kaisar. Por cierto aprovechará del error de Alzhán, ese amante de la verdad y bromista no dejará pasar la oportunidad. 
Alzhán también notó su error. Pero esta vez no le falló el dominio de sí, solamente se cortó un poco, probablemente notable sólo para los que tomaban parte en esta historia, y continuó:
- A decir verdad, nos desconcertamos. Pero teníamos a nuestro Temeke junto con nosotros. Para nosotros era elejemplo de serenidad y coraje. – Alzhán temerosamente miró de reojo a Kaisar. - ¡Gracias a Temeke vencimos la muerte! Propongo un brindis para que el mejor de los mineros de Myskazgán, nuestro estimado Temeke, añada a sus cincuenta años cincuenta años más. ¡Y le deseo nuevos éxitos en el trabajo y en la vida personal! 
Bueno, en general, todo era verdad. Y si se contuviera y no dijo que él, Alzhán, personalmente también tomaba parte en la victoria sobre la muerte, para él esa noche podría terminarse sin incidencias. ¿Pero acaso es posible retener a un hombre, que jugaba el papel de la personalidad fuerte toda su vida?..
Yo di palmadas junto con los demás. Luego empezaron a chocar las copas con Temeke, y la sala pequeña y acogedora se llenó de sonidos propios de un festín grande y solemne, el retinte melodioso de copas, traqueteo de platos y murmullo excitado de la gente. 
Alzhán desempeñaba el papel del maestro de brindis frescamente y con facilidad. Expertamente, bromeando y animando, persuadió a un tímido minero mayor a decir el segundo brindis, y él pronunció las palabras inarticuladas pero sinceras del parte de viejos compañeros de Temeke que vinieron a la mina en el mismo tiempo que él. Alzhán dirigía el festín, despertando en mí la envidia involuntaria. El segundo brindis fue seguido por el tercer, el cuarto... Tomaban la palabra los coetáneos de Akshálov, sus alumnos, los representantes de otras minas, invitados a toi. Alzhán, con la aprobación de todos, hizo brindar a la mujer del homenajeado. Después de ella yo también pronuncié un brindis, como si de parte de nuestra juventud. 
Y todo eso pasaba en el ambiente relajado y alegre. Yo sólo temía una cosa: que Kaisar ensartara tontería y amargara la fiesta con un escándalo. Toda la noche no quitaba los ojos de Alzhán, como si siguiéndolo con la punta de pistola.
Y, por fin, llegó el momento cuando Alzhán ya había tocado todos los familiares de Temeke y llegó el turno de Kaisar. El de repente se negó, explicando que lo avergonzaba la multitud de los invitados, pero él ama tan tiernamente a Temeke, que le diría de sus sentimientos a solas... Alzhán y yo suspiramos con alivio, de la cara de nuestro maestro de brindis desapareció la inquietud, que a veces se veía en sus ojos. 
Pero yo conocía a Kaisar mejor y sentía que él con paciencia, como un luchador experimentado, esperaba el momento para el golpe decisivo. Aunque Kaisar tenía el aspecto completamente inofensivo, reía y bebía de buena mente. “¿Cuándo más se bebe, si no en el día de cumpleaños de Temeke?” – repetía, brillando sus dientes blancos. Pero bebía menos que hablaba de eso. A lo más tomó un par de copas a la salud de Temeke, y una vez alargó la mano con la copa a través de la mesa a Akbayán, diciendo:
- Eh, zheneshe , Usted es tan bella, pero aún no ha tocado el vino. No está bien, - y me guiñó de manera conspirativa.
Akbayán empezó a protestar, pero hizo un trago de su copa. 
- Beba, no deje ni una gota. O en el fondo dejará su felicidad, - amenazó Kaisar. 
- Ah, si eso fuera así en realidad. Bebiste – y estás verdaderamente feliz, - se rió Akbayán y bebió hasta el fin. 
Ya era un poco borracha. Sus mejillas se sonrojaron. En los ojos negros y brillantes apareció un diablillo risueño. A veces Akbayán lanzaba hacia mí ojeadas chuscas y reventaba de risa en su palma pequeña. Al principio me parecía que estaba riendo de mí. Pero luego me acordé de nuestra juventud. Así alegremente reía ella, cuando jugábamos al escondite en las afueras de la aldea y, cuando yo la encontraba, Akbayán no podía contenerse y reía en su puño pequeño. 
Akbayán amenazó a Kaisar con el dedo, bromeando:
- Si me emborracho hoy, será su culpa. 
- Entonces, mejor no lo haga.Ya tengo demasiado pecados, - se asustó Kaisar fingidamente. 
Pero con Kaisar, siempre tienes que estar en guardia. En un segundo todo con él puede volcarse, volver lo de abajo arriba. Parece a un caballo que acaba de acostumbrarse a arbá. En un momento anda por la calle, arrastrando el carro, como es debido de un caballo trabajador. Y de repente, asustado por algo, se echa a un lado y corre sin distinguir el camino. Pero eso sólo parece. Kaisar, en cambio, no teme nada. Y si le metió algo en la cabeza, no es posible pararlo...
Mientras tanto fue decidido hacer una pausa en el festín para cantar, bailar o simplemente salir al aire libre, fumar un cigarrillo. Los amantes de canciones se apiñaron en un lado de la mesa. Y los bailadores, generalmente la juventud, sacaron la radiogramola al pasillo espacioso, alguien empezó a tocar el disco con el fox-trot del filme “Bajo los techos de París”. Kaisar era el primero que saltó al círculo. ¿Y cómo piensa, a quién invitó a ser su pareja? ¡A Akbayán misma! Dije “misma” no sólo porque era la mujer del director. A mí, me parecía una reina, aún tocar a la cual era un sacrilegio. Y Kaisar la giraba ya de una manera, ya de otra. Luego ellos, quedándose en el centro del círculo, bailaron un tango y un bostón. 
Puede ser que yo también invitaría a Akbayán a bailar, pero no sabía bailar. Y por eso estaba apoyándome contra la pared y miraba bailar figuras alambicadas a mi compañero y Akbayan. Lo hacían genial, mejor que todos los demás. Y si Akbayán era creada por la naturaleza misma para los movimientos graciosos, para mi era un misterio, cuándo Kaisar se hizo cursado en los bailes. 
Tatiana se acercó a mí, me tomó de bracero.
- Sabyr, ¿estás aburrido? Mejor vete a Temeke. Preguntaba di ti...
De verdad, ¿para qué estar de plantón y sufrir de envidia? Regresé a la sala. 
Temeke estaba en la mesa en su sitio. Lo rodeaba una compañía pequeña. Vi a Alzhán, Nurzhamal, Kalampyr – la mujer de Temeke – y algunos obreros mayores, coetáneos del homenajeado. La cabeza de esta compañía era, naturalmente, Alzhán. Se podía pensar, que no Temeke, sino él era el héroe de la fiesta. Bekénov echaba párrafos empeñadamente, pero al verme levantó la botella de vino abierta y dijo:
- Sabyr, ¿a dónde ha desaparecido Usted? Venga a beber al futuro de nuestra mina. 
Eso merecía un brindis. Me uní al entorno de Temeke, Alzhán llenó mi copa. 
El champán me subió en la cabeza agradablemente. No acababa de poner la copa vacía sobre la mesa, cuando oí la voz de Kaisar detrás de mí:
- ¡Anda, de eso ni hablar! Llene nuestras copas también. 
Kaisar y Akbayán, rosados de los bailes, se acercaron a la mesa. Sin esperar hasta que alguien lo hiciera, Kaisar tomó una botella sellada, la abrió, disparando el tapón hacia el techo, y llenó las copas de champán hábilmente. 
Algunos minutos antes él me parecía un poco alumbrado. Pero ahora se portaba como si no hubiera bebido ni una gota. 
Kaisar puso la botella que se quedó vacía sobre la mesa, cogió una de la copas rellenas y entregó a Akbayán. 
- Beba, zheneshe. Amigos, vosotros también coged las copas, - llamó Kaisar, levantando otra copa. – Me negué del brindis que me concedió camarada Bekénov. Espero que Temeke no sehubiera ofendido, es que no le gustan las alabanzas. En vez de un brindis os contaré una historia increíble, completamente fantástica. Akbayán, está destinada para Usted, en primer lugar. Por eso no deslice su copa. 
- ¿Por qué para mí? – se asombró Akbayán. - ¿Es mi culpa? ¿O mi mérito?
- Eso veremos, - respondió Kaisar con aire de misterio. 
Eso es, ¡ya empezó! – pensé yo. No sin motivo se dirigió Kaisar a Akbayán, la mujer de Alzhán. Entonces, apunta a Bekénov. Esperó hasta que él olvidara del error hecho durante el brindis, distrajera la atención. Y no hay un golpe más astuto y doloroso que en el momento, cuando uno no lo espera y reposa plácidamente. 
Alzhán todavía no entendió qué pasaba, pero un sentido le dictó que ahora pasaría algo – y, al parecer, poco agradable para él. 
- Espera, Kaisar, hoy es un día especial, aguanta hasta otra vez, - dije yo, acentuando la palabra “aguanta” para que entendiera mi alusión. 
- No, que lo cuente, - se metió en la conversación Akbayán, intrigada. - ¡Alzhán! ¡Sabyr! Es cruel – despertar la curiosidad en la mujer y luego dejarla en ignorancia completa. No me dormiré hasta la mañana si no me entero de qué es esa historia fantástica y qué es lo que tiene que hacer conmigo. Y Temeke no se ofenderáde nosotros. ¿Verdad, Temeke?  
- Querida Akbayán, ahora yo también quiero escuchar a Kaisar, - se sonrió Temeke. 
- Como Usted quiera, - murmuró Alzhán y se hizo a un lado. 
- ¡Empiece, Kaisar! – dijo Akbayán con impaciencia. 
Yo capté su mirada, echada a Alzhán. Parecía, que ella ya se adivinó a quién apuntaba Kaisar. Y era preparada para proteger a su marido. 
Kaisar también notó esta mirada, y en sus labios apareció una sonrisa casi vergonzosa. Pero yo sabía que esa sonrisa no presagiaba nada bueno a los que él escogía como su blanco.
- No voy a maltratar a nadie, - empezó Kaisar con la voz apacible. – Si quieres que la joroba del camello se haga menos visible, hambréalo un rato... Entre otras cosas, nos gusta acercarnos a la esencia desde lejos. Nos gustan alusiones, comparaciones. Y, a decir verdad, tampoco carezco de esa predilección. Entonces, amigos, mi historia pasó no en ese mundo, donde nosotros vivimos, sino en el otro mundo, - y Kaisar levantó los ojos hacia el techo. – Y empezó de que me encontré en la plaza delante de la entrada al paraíso. Allí, a la puerta, se unió una cola larga. Pero la puerta era guardada más estrictamente que ciertas puertas de directores. A la entrada estaban con cachiporras pesadas los ángeles ayudantes Ankir, Mankir y el mismo Azretali. Aquí mismo estaban de servicio los demonios Izraíl y Zhabraíl; se sentaron en el hombro del siguiente solicitante y llevaban la cuenta de sus pecados y méritos. Mientras que el ángel Mutuali pesaba en la balanza de precisión las acciones de esas personas y miraba, ¿qué inclinará la balanza: lo bueno o lo malo? Si lo bueno pesaba más, la guardia se apartaba, dejando al solicitante entrar en el paraíso. Si lo malo – lo enviaban al infierno, al entregar una copia de la conclusión judicial. Sólo se oía – brevemente y con espíritu practicista:
- ¡Al infierno!.. ¡Al paraíso!..¡Al paraíso!..¡Al infierno!..
Cuando llegó mi turno en esa cadena, Mutuali silbó y dijo:
- ¡Al infierno, claro!
- Yo no quiero al infierno. Soy un hombre alegre, me gusta estar en la compañía de mis amigos, y allí no tendré nadie conocido, - dije a los jueces. – Hagan lo que quieren conmigo, no iré al infierno. 
- Lleva a algunos compañeros tuyos, - respondieron los jueces con impasibilidad. – Y tendrás tu compañía. 
- ¿A quién puedo llevar, estimados jueces? – pregunté ojeando la cola y viendo sólo las caras desconocidas. 
Me miraron con enfado, como si diciendo: “¿Acaso no lo sabes?”, y dijeron: 
- Lleva a Temeke y tu amigo Sabyr. Y de la administración coge a Alzhán Bekénov. Y vete, chico, no detengas. Ya ves, cuánto trabajo tenemos. 
- No se apuren, - dije yo. – No se puede trinchar así. Bueno, es todo claro en lo que toca a mí: en vez de vivir como toda la gente normal, empecé a escribir versos... ¿Y de qué son culpables esos tres? Trabajan, partiéndose la espalda, para el bueno del pueblo.
Especialmente me sorprendió el nombre de Temeke. Vaya, - pensé yo, - puede ser que nuestro aksakal  también hiciera algo malo. ¡Hala, qué mala suerte tuvo Temeke – caer al infierno exactamente en el día de su cincuentenario. Hasta el título del minero de honor no lo salvó. 
- ¿Cuál es la culpa de Temeke? – pregunté yo, incapaz de contenerme. 
- Eres torpe, como una gata, - movió la cabeza el ángel superior del grado. – El violó el testamento del profeta Mahoma, hizo beber hasta ver visiones en el día de su cincuentenario a los estimados ciudadanos de Myskazgán. 
Encontramos con la risa esas palabras de Kaisar. Sólo Alzhán esperaba intensamente, qué quería dar a entender el narrador. Mientras que Kaisar continuaba imperturbablemente:
- Bueno, pienso yo, - el crimen es verdaderamente grave. Qué le vamos a hacer, el estimado Temeke tendrá que pagar. Y en voz alta dije: bueno, me rindo. Con Akshálov todo está claro ahora. ¿Pero qué culpa tiene mi amigo Sabyr Shakírov?
Mutuali me miró cejijunto y suspiró:
- Conoces mal a tus amigos. Tu culpa no es nada en comparación con el pecado de Sabyr. Su mujer es una buena mujer, y él sueña con una peri de fábulas. ¿Para qué lo necesita, no sabes, Kaisar? Y yo dije: “No sé”. ¿Y qué más  podíadecir?
Yo fue asombrado. ¿Cómo sabe de Akbayán? Y si lo ha adivinado de cualquier manera, ¿para qué decirlo en voz alta? ¿Qué es – una advertencia? Es que él respeta mucho a mi mujer. 
Pero mientras yo pensaba qué hacer, se oían las voces:
- Bueno, Kaisar, ¡ya has pasado de la raya!
- Podrías inventar algo mejor. 
- Sí, podría. Pero eso no dije yo, sino Mutuali, - objetó Kaisar, mirándome con los ojos inocentes. – Yo tampoco era de acuerdo con él. Pero qué había que hacer, tenía lafuerza de su parte. Al pobre mí no quedaba nada más que interesarme: ¿y por qué pecados ellos mandan al infierno al mismo camarada Bekénov? Me parecía que nuestro cartel había cumplido todas las obligaciones ante el estado... Pero Mutuali aún no me dejó terminar y gritó: “¡Lárgate de aquí, si aún no sabes que ha hecho el director del cartel!” Y yo me largué de allí, es decir me fui al infierno. Y allí me esperaban todos los tres: Temeke, Sabyr y camarada Bekénov.


- ¿Y qué pasó luego? – preguntó Batimá, riendo. - ¿Con qué terminó su cuento Kaisar-agá?
- Y luego nos mandaron a la mina. En el infierno, como apareció, había su propia mina. Porque los diablos calentaban sus calderas con carbón, - dije yo, reavivando en la memoria los acontecimientos de aquel día y sonriendo sin querer, aunque no estaba para risa. – Y luego Kaisar expuso todo lo que ocurrió con nosotros tres años antes, cuando nos encontramos en el desmoronamiento. Superó a sí mismo, pintando cada uno de nosotros no peor que un verdadero artista. Y los que no sabían nada se descoyuntaban de risa. Sólo callábamos Temeke, yo, Alzhán y Akbayán. 
- Imagino, qué duro era para Bekénov, - movió la cabeza Batimá. 
- Se hizo el protagonista del cuento. El centro. Todos los acontecimientos giraban alrededor de él. La risotada era inmensa. Temeke trataba de interrumpir a Kaisar, pero ese ya se desató completamente, describiendo cómo se corría Alzhán de miedo. 
- Sí, no se apiadó de Bekénov, - dijo Batimá. Pero yo no entendí, si reprobaba a Kaisar o no. 
- Siempre es así. Despiadado de los que, de su punto de vista, cometieron por lo menos una bajeza insignificante, - dije yo y añadí mentalmente: “Por eso es tan difícil con él. Como si siempre se encuentras ante un juez duro. Sólo hay un problema, que juzga por sus leyes. Y no son siempre imparciales”. Más de una vez me cansaba la amistad de Kaisar, pero no puedo romper con él, porque lo amo como a un hermano. 
- ¿Y qué pasó con Akbayán? ¿Cómo se comportaba? – sonrió Batimá. Y esa sonrisa la traicionó. Eso era lo más importante que la interesaba. 
- Se portaba algo extraño. Me parecía que sentiría amargura por su marido. Tenía amor propio a más no poder. Pero entonces estaba sentada en la silla recta como una cuerda. Fría y orgullosa. Como si su marido no hubiera cometido nada ignominioso, sino una hazaña. 
- ¿Y qué hay de extraño en esto? – pronunció Batimá con desprecio, al menear los hombros. 
¡Oh, cómo no le gustaba Akbayán! ¿Pero para qué? 
- Kaisar terminaba su historia en silencio casi sepulcral. Los que acababan de reírse hasta no poder más decidieron que Kaisar había cogido una curda en la mesa y perdió el sentido de la medida. Cuando Kaisar se calló, Akbayán se levantó de la mesa y dijo a Alzhán: “Hay de todo en el otro mundo. Pero, gracias a dios, está lejos de nosotros, vivimos en este mundo. Aquí también tenemos que hacer mucho. Vámonos a casa, es tarde”. Y ella junto con su marido obediente salió sin despedirse. Alguien dijo, desalentado: “Ele, no ha salido bien”. Yo llevé a Kaisar al lado y pregunté, para qué lo había comenzado. “Me esforzaba para ti, - respondió Kaisar con una sonrisa torcida, y luego se le brotó el enfado. – Quería que ella supiera, por fin, qué tipo era su marido. ¡Quería abrirle los ojos!”
- ¿Puede ser, ella no entendió que esa historia había pasado de verdad? – supuso Batimá inseguramente. 
- No pienso así. Por un lado, yo desaprobaba a Kaisar por su crueldad. Y por otro... Quería creer que el alma de Akbayán era clara como un chortal. Que se unió con Alzhán por una mera casualidad. Y yo observaba la expresión de su cara. Cada movimiento de músculos. Claro, no se podía esperar que enseguida armaría un escándalo a su marido.¿Pero algo debía pintarse en su cara? Una sorpresa... Una protesta oculta... En el movimiento de cejas... De labios... En la mirada dirigida a Alzhán. 
- ¿Puede ser, son... dos patas de un mismo banco? – notó Batimá con cuidado. 
- Yo también lo decidí. Y hacía todo para oprimir en mí cualquier sentimiento bueno hacia Akbayán. Pero me equivocaba. Y entendí mi error sólo al cabo de diez años. 
Batimá sonrió, y su sonrisa era impregnada de desconfianza. Y de lástima hacia mí. 
- ¿Entonces, dice que entendió su error sólo al cabo de diez años? – repitió ella. 
Como se dice en las novelas viejas, mi suspiro afligido era la respuesta a ella. 
- ¿Acaso lo entendió en el día cuando olvidó Usted la chaqueta en la casa de Akbayán? – preguntó Batimá burlonamente. 
¡Qué raro! ¿Qué está diciendo? Yo colgué la chaqueta en el respaldar de la silla en la habitación de Akbayán. Eso ocurrió un minuto antes del ataque de dolor punzante de corazón. No sé que pasó después de que me había desmayado, pero acuerdo muy bien, que la chaqueta estaba colgada en el respaldar de la silla. Y debían llevarnos juntos al hospital: a mí y a mi chaqueta. Entonces, ¿por qué dice Batimá que la dejé en la habitación de Akbayán? 
- ¿De qué está hablando, Batimá? – pregunté yo, perplejo. 
- ¿Es posible que Usted?.. – entonces Batimá rió de una manera incomprensible, dijo: - Perdóneme, Sabyr-agá, eso fue una broma. Quería decir otra cosa. Son nosotros que olvidamos la chaqueta en la casa de Akbayán, tuvimos que mandar un coche para cogerla. Es que pensábamos que Akbayán lo traería misma. Y ella, probablemente, pensaba...
Batimá se confundió, se ruborizó. 
“Se ve que se cansó de trabajar demasiado, pobrecita”, - pensé yo, pero aún así ella despertó en mí una ansiedad vaga. 
- Por lo demás, hace poco ella vino otra vez. Y Usted temía que Akbayán no vendría de nuevo, - dijo Batimá, como si tratando de corregirse. 
Desapareció la sombra vaga. Para mi el sol empezó a brillar otra vez...
Y Batimá pareció decidir que si empezó a levantar mi ánimo, entonces lo haría a la altura debida, como se dice en los términos oficiales. 
- Resulta que Akbayán se iba a Karagandá. Para algunos asuntos urgentes. Por eso no venía, - comunicó Batimá. – Y sabe qué, durante ese tiempo se puso aún más guapa, - añadió ella casi con reprobación. 
- ¿Es verdad? – se me escapó. 
Batimá me miró con aire pensativo, como si quería decir: “Sí, este es desahuciado”.
- Usted la ama aún más que antes. Dígame lo que quiera Usted, pero es así, - dijo Batimá con tristeza. - ¿Y ella?
Esa pregunta directa e inocente me mordió. ¿Me ama Akbayán? Tomé conciencia de que hasta este momento trataba de no pensar en esto. Para mí era suficiente que ella venía al hospital para enterarse de mi salud. Eso me bastaba para el engaño de mí mismo. Como a un avestruz – todo va bien con tal de que se esconda la cabeza bajo su propia ala. Está oscuro pero parece seguro. 
Bueno, mi querido amigo Sabyr, ¿te ama Akbayán? Para comenzar, cuando después de tantos años de ser conocidos el amor se inflama de repente, como una cerilla, por lo menos es extraño. ¿Acaso es amor? Veinte años y pico - ¿no es demasiado largo el rato para que madure el sentimiento? Claro, el amor no se nace siempre a primera vista. ¿Pero el período de incubación de dos decenas de años? Cuando yo era joven, lleno de energía, cuando ante mi se abría el futuro, eso no la interesaba. Se enamoró de mí cuando me hice un hombre mayor, un viudo, un padre soltero, y mi vida empezó a aproximarse al ocaso. Dime francamente, Sabyr, ¿crees en esa versión? 
¿Y qué si eso exactamente es el amor a primera vista? Pero ella sólo echó esta vista ahora, y yo, viejo y сonocido al dedillo, me presenté a Akbayán de un lado nuevo y desconocido. ¿Pero cuándo podría pasar esto? ¿Allí, en el restaurante, cerca de la playa de la ciudad? ¿Cuando yo estaba sentado con Batimá en la mesa y ella estaba con algún hombre? Akbayán te miró, perpleja, y de repente le vino a las mientes...
Pero hay tercera versión, Sabyr. Eres un hombre de gran posición, conocido en la ciudad. Para una mujer mercantil eres una gollería. Ya supusiste que Akbayán se hubiera casado con Alzhán no por amor, sino por alguna otra razón. Y la conveniencia simple también podía ser la razón... ¡No, todo menos esto! Si el ave de oro baja volando en mis manos por interés, eso no me dará suerte. 
- Sabyr-agá, ¿me oye? – llegó hacia mí la voz de Batimá. 
Yo parecía despertarme. 
- Perdóneme, Batesh. 
- Dije que aunque Alzhán y Akbayán habían vivido veinte años juntos, es poco probable que su vida familiar hubiera sido feliz. 
- ¿Cómo lo sabe? 
- ¿Y qué hay de saber aquí? Una arbá mala se revela por el chirrío, y un hombre malo – por sus acciones. Sí tuvieran el amor verdadero... – Batimá se calló, movió la cabeza con aire pensativo. – Si Akbayán amara a Alzhán de verdad, no lo habría dejado sólo en el momento tan duro. Ella compartiría la pena con él sin miedo. Por eso no creo en todos estos... 
Y de nuevo se calló Batimá. Pero esta vez no eran las reflexiones de las suertes de Akbayán y Alzhán que la interrumpieron. Ella aguzó el oído a los sonidos que llegaban del pasillo. Según mi parecer, allí no pasaba nada especial. Alguien dio un tos, otro chancleteaba con zapatillas del hospital. Pero el oído fino de la enfermera percibió algo malo. Así, probablemente, el maestro capta en una canción la desafinación imperceptible para los demás. 
Batimá se levantó bruscamente. Y enseguida se entreabrió la puerta, y una cabeza pelada se asomó en la sala. 
- Hermanita, le piden en la sala siete. 
Batimá salió, y yo volví a mis pensamientos de antes. Cuando estás enfermo tú mismo, te acostumbras a los sufrimientos de otros...
Pobre Batimá, quiere tanto probar que Akbayán es una persona mala. Quiere salvarme. ¿Pero para qué? Claro que no se puede contemplar indiferentemente a un hombre perecerdelante de tus ojos. Pero aquí el caso es diferente. Aquí no se puede coger de la mano, arrastrar del abismo. Sólo se puede decir una vez o dos, y, desgraciadamente, hacerse a un lado. Pero Batimá no se va...

A decir verdad, el trabajo en la mina no me agradaba tanto al principio. Me acostumbraba a él paso a paso, a sus dificultades, complicaciones que llevaban a veces el peligro de la vida. Y era con esa necesidad de superarlos que me encantó el trabajo de minero. Es que aquí cada victoria en primer lugar era la victoria sobre sí mismo. Sobre sus vacilaciones, debilidades. Regresando a casa después del turno, marchando por las calles de Myskazgán, me sentía un hombre que había conquistado el derecho de vivir en la tierra. 
Mucho tiempo extraía mineral en la galería, y el trabajo del perforador me daba satisfacción. Pero con los años llegó el sentimiento que no era suficiente para mí. La extracción de la mena es un proceso complejo, en el cual también participa mucha gente en la superficie, y empieza mucho antes de que el primer perforador se baje bajo la tierra y penetre con su taladro la primera, más fresca capa de la mena. En una palabra, llegué a interesarme en el lado de la ingeniería de la minería metalífera. Empecé a pensar del instituto. Y después de la “prisión subterránea” mi decisión se fortaleció. 
Durante mis estudios en el instituto empecé a buscar el método más seguro de explotación del yacimiento oriental. Era lástima que bajo nuestras narices estaban las reservas riquísimas del mineral, pero no podíamos sacarlas sin arriesgar las vidas de la gente. Durante el curso y al recibir el diploma del ingeniero yo leí decenas de librossoviéticos y extranjeros, esperando que conseguiría hallar un método parecido, me puse a estudiar inglés, сonversaba con obreros experimentados e ingenieros. Y entendí que necesitaba un método nuevo, nuestro de Myskazgán. 
Pero otra vez Alzhán Bekénov se puso en mi camino.
No me propongo explicar, por qué era así. Ora lo incitó a ese camino el miedo que la gente diría: mira, él, Alzhán Bekénov, no había logrado explotar el yacimiento oriental, mientras que los otros lo hicieron como es debido. Ora creía completamente sinceramente que la técnica contemporánea todavía no podía ayudar al hombre a alcanzar los yacimientos de mena insidiosa, que se ciñó de aguas. Y que mis pruebas de resolver ese problema espinosa no eran más que una aventura como aquella con la cual había fracasado él mismo.
Me inclinaba hacia la segunda explicación de su acción.En los últimos años cambiaron las formas de dirección, pero Alzhán no lo entendió. Por extraño que sea, en los años más difíciles de la guerra para Alzhán era más fácil administrar su cartel. Entonces podía dar un puñetazo en la mesa y decir: “¿Dices, la técnica no puede hacerlo? ¡Pues hazla! ¡Y puede tú mismo!” O: “En la guerra, lo ves, los jóvenes como tú vierten su sangre, y tú aquí, ¿con quién estás luchando? ¿Conmigo?” Entonces, probablemente, ese tipo de dirección tenía sus ventajas evidentes. La gente hacía cosas que sobrepasaban los límites de fuerzas humanas normales. Y la dura voluntad del director los ayudaba superar ese límite. 
Pero ahora el conocimiento de la industria y de psicología humana decidía todo. Pero Bekénov creía como antes que sólo debía presionar para obtener el resultado. Los conceptos de ingeniería experimentaron cambios drásticos, se nacían nuevas ideas audaces, mientras que él creía obstinadamente que el carácter diamantino del director determinaba todo. 
Eso era notable no sólo para mí. Akshálovtrataba de hablar con Alzhán. ¡Pero qué va! Alzhán respetaba a Temeke, pero pensaba que él no sabía nada del trabajo de organización. Y cuánto más lo trataban de advertir, más inabordable se hacía su ambición. Creo que Alzhán imaginó que nosotros conspiramos contra él y buscaba pasadas en cada nuestra palabra. 
Y con ese Alzhán Bekénos, siempre enfadado, obstinado tuve que encararme durante la búsqueda del nuevo método de explotación del yacimiento oriental. En esa lucha no teníamos piedad uno al otro. La balanza se inclinaba ya en su lado, ya en el mío. Alzhán resistía como si hubiera puesto toda su vida a la carta. Pero después de todo Bekénov perdió.A instancias de la administración regional del partido fue establecido un cartel especial para la explotación a cielo abierto del yacimiento oriental. Me nombraron el ingeniero jefe del nuevo cartel, y ahora soy el director del cartel. El año pasado vino mi turno: como alguna vez Temeke yo cumplí cincuenta años. En aquel día en los periódicos apareció el decreto de la adjudicación a mí de un título del Héroe del Trabajo Socialista. La condecoración inesperada y la más alta de las con que puede soñar un trabajador. Podría decir que hacia este momento mi vida se puso muy feliz, si en este tiempo no muriera mi amiga fiel y cuidadosa, Tatiana. Y si no me molestara a tiempos el pensamiento del ave de oro que yo no había captado.
Después de que yo dejé el cartel de Bekénov, Alzhán y yo nos veíamos sólo en las reuniones. A veces oía rumores que él cometía errores cada vez más a menudo, que no soportaba ningún criticismo como antes, trabajando según el principio: si eres el jefe, eres el juez. Y que se quedaba todavía en el puesto directivo solamente gracias a sus méritos de antes. Por otra parte, también lo oí en las reuniones, cuando criticaban a Alzhán. 
Yo sentía que todo esto terminaría mal para él. Es que a veces un pasito falso parece a esa piedra pequeña que, cuando cae del cumbre, provoca un derrumbe. Decidí hablar con Bekénov y una vez le llamé al cartel para convenir en verse. Me respondieron que el director todavía no se había presentado al trabajo. Miré el reloj – recuerdo que era alrededor del mediodía – y marqué su número de casa, rogando al dios inexistente que no se ponga al habla Akbayán. Me respondió Alzhán. 
- ¿Quién es? – preguntó Alzhán rudamente. 
- Es Sabyr, - respondí yo. – Tenemos que vernos. 
Sonó una risa temblorosa. 
- Alzhán, ¿qué le pasa? – pregunté yo, preocupado. 
- ¿Quiere ver a qué se convirtió Bekénov? No le daré esa oportunidad. ¿Está claro? – dijo él, triunfante, y echó el auricular. 
Yo entendí que él era borracho como un cuba. 
El presentimiento no me traicionó. El mismo día conocí que el buró del comité urbano destituyó a Bekénov de la administración del cartel, y Alzhán se fue como un simple ingeniero a una de las minerías cerca de Karagandá. Y un mes después oí que Akbayán se había separado de él.Como si, chismaban las cotillas, porque no podía tener hijos con Alzhán...
Esa noticia me agitó, despertando sentimientos contrarios. ¿Dónde está Akbayán ahora? ¿Qué le ha pasado? Es que no tiene a nadie además que a Alzhán. Después de la muerte de su madre y su hermano se quedó solita. 
En el mismo tiempo me daba mucha pena por Bekénov mismo, aunque hasta ahora no podía olvidar que alguna vez él había raptado fácilmente a mi novia. Es que si no hubiera aparecido en aquel tiempo, si no hubiera conquistado a Akbayán con sus encantos falsos, puede ser que para ambos de nosotros la vida habría sido muy diferente. Pero de todos modos, que dios nos guarde, no desearía la pena, como había pasado con Alzhán, aún al enemigo más acérrimo. Es que Akbayán dejó a Alzhán en el tiempo más duro. 
Una vez en aquellos días vine a visitar a Akshálov. Pero Temeke no estaba en casa. 
- Espera, llegará pronto, - dijo su mujer. - ¿Oíste que dicen las lenguas largas de Akbayán? Nadie sabe qué ha pasado allí. Y yo pienso así: ¡se separó e hizo bueno! No le dio felicidad el matrimonio, sólo gastó su juventud en vano. No quería a Alzhán, eso es lo que te diré. 
Yo meneé los hombros indefinidamente. 
- ¿No lo crees? Pues escucha. No quería decírtelo, pero veo que tendré que hacerlo. He aquí: ¿te acuerdas, como caísteis en el desmoronamiento? No te imaginas, qué alboroto se armó arriba. Toda la ciudad se enteró de eso enseguida. Cuando yo llegué corriendo al territorio de la mina, Akbayán ya estaba allí. Se echó hacia mí, y me pareció que se había vuelto loca. Akbayán seguía repitiendo: “El está allí, va a morir”. ¿Y sabes por quién temía tanto? ¡Por ti! ¡Sí-sí, por ti, Sabyr! ¡Una mujer siempre se descubre en estos momentos! No lo dije a nadie, no quería revelar a Akbayán. Pensaba, que se calme, que comprenda todo ella misma. Y si se atreve, te lo dirá. Y no quería confundirte. Ella tenía a Alzhán. Tú a Tatiana. Y no se sabía cómo lo acogerías tú mismo. Y yo amaba mucho a Tatiana. ¡Bueno, pero ahora es un hecho pasado! Con los años pasó todo...
¡Si supiera ella, que no había pasado nada! Que los años sólo esfuminaban mi sentimiento a Akbayán, pero les faltó fuerzas para exterminarlo. Pero de todos modos la mujer de Temeke no arriesgaba tanto. No creí su cuento y decidí que después de tantos años ella se había confundido algo. A veces ocurre que sólo parece algo a uno, pero dentro de uno o dos años ya está seguro de que lo había pasado así. Si Akbayán me amara, en este largo rato no podría no revelarse. Bien con una palabra, bien con una mirada... Yo lo habría notado  enseguida. 
Y en los días cuando Alzhán se fue y las cotillas roían los zancajos de su ex mujer, la vi en el restaurante pequeño cerca de la playa. 
Entonces Batimá se fue a su turno en el puesto de asistencia médica y yo me quedé en la mesita sólo, algunos metros de Akbayán que estaba sentada con un dzhiguit desconocido por mí. 
Yo trataba de no mirar a Akbayán. Pero mi vista a cada rato, en contra de mi voluntad, se salía hacia ella. Y ella decía algo a su colocutor mirándome de vez en cuanto. Cuando nuestras miradas cruzaban, una sonrisa aparecía en sus labios. Como si nosotros fuéramos conspiradoresy supiéramos algo desconocido por otros. Luego se levantó de la mesa, cogió su bolso y tendió su palma pequeña al dzhiguit. Entendí que se despedía y se iba sola. El dzhiguit empezó a decir algo, probablemente, paraconvencerla quedarse, pero Akbayán movió la cabeza, retiró su mano de la pata amplia del hombre y se dirigió directamente... a mi mesa. 
Fascinado, yo la observaba acercarse a mi, radiante, con una sonrisa amistosa, y en mi mente pulsaba febrilmente: “¿De qué hablo con ella? ¿De qué?”
La última vez que nos vimos era cuando después de la muerte de Tatiana ella vino a mi casa para expresar su simpatía. Akbayán se sentó en el borde de la silla y decía algo, probablemente, consolador. Pero yo todavía no me había recobrado, por eso no la veía y no la oía. Luego se levantó y se fue hacia la salida, diciendo algo, y yo la acompañé a la puerta, entre duerme y vela.
Y ahora Akbayán me acercaba, sonriendo amistosamente. Una tormenta acababa de pasar encima de su cabeza, pero en la cara de Akbayán no dejó ni un rastro. Eso era Akbayán de antes, como la vi en el tiempo del florecimiento. 
Una vez leí en alguna parte que la mujer que amabas en la juventud, retiene su poder mágico sobre ti para siempre. Era dicho, puede ser, un poco pretencioso. Pero en lo que toca a mí, eso me conviene justamente. Y por eso, probablemente, esas palabras se me metían en la cabeza tan fijamente. Parecía que yo tendría que odiar a Akbayán. No por enamorarse del otro, sino por tratar mis sentimientos con desprecio en un tiempo. Pero aún así al verla pierdo toda mi voluntad. Aparentemente, no siempre eleva el amor al hombre. A veces lo rebaja. Me parece, que eso es lo que pasa conmigo. Pero no puedo hacer nada conmigo. A veces mi amor a Akbayán me hace acordar de la superficie lisa de un lago, espejada y tranquila, pero sopla el viento – y empiezan a correr las ondas inquietas en el lago. Eso pasa conmigo también. Parece que ya había pasado todo, el alma está calma y serena. Pero aparece Akbayán, y me pasa el diablo sabe qué.
A veces me pregunto: ¿es posible amar a una persona por la eternidad? ¿Y qué pasaría con el amor de Romeo y Julieta si para ellos todo acabara felizmente y se quedaran vivos? ¿Resistiría al tiempo y a lo que llamamos la prosa de la vida? Imagino, cuánto grito se armaría: “¡Ajá, lo visteis! ¡Así fue y así será! ¡Y aún escriben piezas, dirigen espectáculos, ruedan películas de ellos! Y yo sabía que acabaría con esto. ¡No existe el amor eterno!”
En el mundo hay bastante gente, cuyos sentimientos están listos de enardecerse incluso de una chispita pequeña. Pero, probablemente, no hay muchos que pueden llevar su amor a través de toda su vida. Se inveteran ellos mismos, se envejecensus amados, pero aún en sus corazones marcados por las lacras de infartos, sigue ardiendo el amor joven. Se puede llamar guardianes del amor eterno a esos hombres fieles toda su vida a su amor. No, no me atrevía atribuirme a esos hombres. En términos gráficos, mi amor a Akbayán parecía a una línea punteada que ya desaparecía, ya aparecía de nuevo. 
Claro, que en los segundos contados mientras que Akbayán atravesaba la sala del restaurante, dirigiéndose hacia mí, yo no habría podido pensar en tantas cosas. Eso, es decir, es una digresión del cuento. Tenemos, sí tenemos ese pecadito nosotros kazajos. Nos gusta a veces apartarnos de la esencia del asunto y pronunciar un diálogo pequeño ante los locutores. Y tratar de abarcar lo infinito en él. 
Ahora bien, Akbayán me acercaba con una sonrisa, y yo trataba en vano de recobrar el dominio de mí mismo. Probablemente, esa lucha interna desesperada se reflejó en mi cara, porque Akbayán, al pararse ante mi mesa ante todo se informó cuidadosamente: 
- ¿Cómo te sientes, Sabyr? ¿Estás bien?
- Gracias... Completamente bien. ¿Y tú? – respondí yo, algo chafado. 
- ¿Me permites sentar? – preguntó Akbayán, observándome con la misma sonrisa amistosa. 
- ¡Por supuesto! – moví la silla y por incomodidad la puse tanto que ella tenía que ir alrededor de la mesa. 
Cuando se sentó, inesperadamente para mí mismo la pregunté sin ambages: 
- Akbayán, ¿quién es ese dzhiguit con el cual estabas ahora? 
- Es el director de una tienda, - dijo Akbayán al descuido. – Iba al lago en su coche y me llevó por el caminó. ¿Y por qué te interesa? ¿Tienes celos de mí? ¿De verdad? – se alegró niñamente. 
Me turbé, murmuré:
- ¿De dónde has cogido esto? Me pareció que nos conocíamos, es todo. Pero olvidé quién era. 
Akbayán chistosamente amenazó con el dedo.
- ¡No mientas! Veo que tienes celos. Siempre lo llevabas todo escrito en la cara. ¿Y para qué esconderlo? No hay nada de malo en esto... Yo también tengo celos de ti y no temo confesarlo. 
¡Vaya una noticia! Pero no, se está burlando de mí. Desde que Akbayán se casó con Bekénov, no me diferenciaba de otros conocidos suyos. Me trataba con amistad, con benevolencia, y nada más. 
- ¿Tienes celos de mí? No me hagas reír, - dije yo tratando de parecer indiferente. 
- ¿No me crees? Tenía celos de ti durante todos esos veinte años. Y aún ahora tenía celos a aquella mujer que estaba contigo ahora mismo. 
Su voz parecía sonar sinceramente. Pero a mí, a pesar de todo, parecía que estaba riéndose de mí. 
- Entiendo que es extraño oírlo para ti, - suspiró Akbayán. 
¡Qué difícil es resistir las palabras de la mujer que sabe que la quieres! 
- Se tiene celos de los queridos. Y tú nunca me querías, - objeté yo desesperadamente. 
Ella guardaba silencio un rato y se sonrió:
- No sólo de los queridos. También de sus admiradores, de perros fieles. Hasta se puede tener celos de cosas a sus amos nuevos. Pero creo que te amaba. Por eso me prohibía ir a los lugares donde estabas, hasta me prohibía pensar en ti. 
- ¿Pero por qué casaste con Alzhán? – pregunte con enfado, dominándome por fin. – Según lo que conozco, normalmente se hace otra cosa en la vida: se casa con él a que se ama. 
Y otra vez esta sonrisa triste y protector. 
- Te equivocas de nuevo. A veces las mujeres prefieren el interés al amor. Así me casé con Alzhán – por interés. Sólo tenía otro tipo de interés. Te amaba, pero eres un hombre simple, tenías tus debilidades. Y yo quería encontrar a un hombre fuerte, que me llevaría consigo. Y de repente apareció Alzhán. El hombre, para quien no había obstáculos... No vine a despedirme de ti porque temía que en el último minuto no aguantaría, me arrojaría a tu cuello. Y luego vi que Alzhán era simplemente un presuntuoso, una trompeta que cubría su debilidad con el poder que lo habían entregado sin saber quién era de verdad. Lo vi, pero era tarde. Pero te equivocas si piensas que no obstante decidí de tratar de salirme con la mía y vine a pedirte perdón y arrepentirme. Lo que era ya pasó. El pasado no se puede cambiar. Pero cuando te vi hoy, me pasó algo...  No te enfades a mí por eso, Sabyr. 
Yo no tenía derecho de no creerla. 
- ¿Pero por qué dejaste a Alzhán? 
- Seguro, oíste que dice la gente, - dijo ella con una sonrisa amarga. – No les creas... no debes creerles, aún si quieras. Ellos no me conocen, como me conoces tú, Sabyr. 
Ante mis ojos por un momento apareció la imagen de una chica delgada y caprichosa. Sentí el hálito de nuestra juventud. Cerré los ojos involuntariamente tratando de retener ese sentimiento. Pero desapareció enseguida. Ante mí estaba sentada una mujer de cuarenta años poco conocida por mí, en realidad. 
- Akbayán, eso era hace mucho. Muchos años pasaron desde entonces, - la recordé suavemente. 
- Y para mí esto no es simplemente “mucho”. Para mí desde entonces pasó una vida entera. Pero no me he cambiado, Sabyr.
- Te creo, - dije yo. – Creo que no podrías dejar a Alzhán. Y si te separastede él, era por una razón grave.
Akbayán suspiró con satisfacción. 
- Pero no pienses que me separé de él porque mi amor hacia ti prevaleció por fin. Si ocurrió así que me casé con Alzhán, viviría con él hasta el fin y compartiría su pena. Si me fui es porque así sería mejor para él. 
- ¿Solo? – dije con duda. - ¿Sin ti?
- No estará solo. El quería mucho tener un niño. Pero la suerte me castigó, y yo no podía regalarle esa felicidad. Ahora tiene un hijo.
- ¿Qué dices, Akbayán? 
- Es verdad, Sabyr. Alzhán se lió con una chica que trabajaba en su cartel, ella quedó embarazada. Cuando eso se puso en claro, Alzhán se asustó por su reputación y la mandó a sus padres. Viven cerca de Karagandá, en la minería Uspenskiy. Ahora él también trabaja allí. ¿Y qué me quedaba hacer a mí? Decidí no molestarlo. ¡Que se case con la madre de su niño y sea feliz! Toda mi vida yo pensé sólo de mí, por qué no pensar una vez de otros. 
Nunca me ocurrió que Alzhán y Akbayán podrían tener dificultades algunas en la vida. Siempre parecían una familia bienafortunada, pero resulta que detrás de la fachada de color de rosa acontecía undrama penoso. 
Me daba vergüenza que por mi pregunta inaprensiva irrité sus heridas del alma.
- Perdóname, Akbayán. Nunca pensaba que...
- ¿Que yo podría ser una heroína de la tragedia? No importa, - me interrumpió Akbayán. – Puede ser, es mejor que lo preguntaste. De todos modos, tenía que contarte todo para que no creas los rumores. Y además, no es tan a menudo que yo tenía la ocasión de hacer bienes. Puede ser que me mejoraré un poco en tus ojos, - terminó con una sonrisa débil. 
Los veinte años pasados nos parecieron veinte días. Como si volvimos de nuevo a nuestra juventud. Y aún no había guerra, no había Alzhán. A mí de nuevo se bajó volando mi ave de oro. No quitaba sus ojos enormes de mí, y se aclaraban poco a poco. Los dejaba la tristeza. 
Un largo rato estábamos en silencio mirando uno al otro en los ojos. Como alguna vez – felices y jóvenes. Aún no advertí en qué momento se derrumbó el muro entre nosotros.  
- Sabyr, yo no puedo creer que estamos aquí así, hablando, - ella suspiró con satisfacción.  
- Yotampoco, - reconocí yo. - ¿Puede ser, eso sólo nos parece?..
Akbayán de repente se acordó de algo, miró alrededor con inquietud. 
- Es mejor que nos vayamos de aquí. Todos nos están mirando, - dijo ella preocupadamente. 
- Déjales mirar, buen provecho, - respondí yo despreocupadamente. 
- ¿Qué dices? ¿Que quiere decir “déjales”? Aún no sabes qué son los chismes. “¡Mira, esa fiera ya tiene clavado el ojo en el pobre viudo Shakírov!” Sabyr, vámonos afuera, te lo ruego, - dijo ella, inquietándose aún más. 
- Una buena persona no lo dirá, y de personas malas no hagas caso. Pero si quieres... – respondí yo y también me levanté de la mesa. 
Anduvimos por la calle de árboles y, como hace veinte años, nos sentamos en un banco. Encima de nosotros los árboles agitaban sus ramas como entonces, el viento ligero trataba de resfriar nuestras caras ardientes. Como entonces, nos cogimos de las manos – y de nuevo nuestros corazones empezaron a latir más rápidamente. Empezaron a brillar los ojos de Akbayán. Ahora sólo faltaba Alzhán... Pero yo sabía que no iría más, no arruinaría mi felicidad.
Pero ese regreso al pasado no se volvía a repetir, aunque ahora nos veíamos casi cada día. 
Al cabo de un mes pedí su mano. Y ella consintió sin vacilar. Y el día siguiente Akbayán me invitó a su casa por primera vez. 
Al abrirme la puerta, ella miró atentamente encima de mi hombro: si no había nadie en el descansillo. Me pareció divertida su cautela excesiva. Pasarán algunos días, nos haremos marido y mujer, y Akbayán no tendrá que temer los rumores malos. 
- Pasa, pronto, - susurró ella. 
Y, al dejarme entrar en la antesala, cerró la puerta de prisa. 
Y luego... Luego me desperté aquí, en esta sala del hospital...

Su voz, parecido al sonido de trompeta, oí cuando él estaba marchando por el pasillo. Luego se abrió la puerta, y Kaisar vestido con una bata blanca sentada con torpeza en sus hombros entro en la sala. 
- ¿Se  puede? – preguntó de manera algo extraña. 
- Haga el favor, - respondí yo, alegrándome de su visita. 
Al fin y al cabo, Kaisar es mi mejor amigo, y a él tendré que contar de mis relaciones con Akbayán. Y es mejor hacerlo ahora mismo. Puede ser, me aconsejará algo. Y si algo no está bien, me lo dirá directamente en la cara sin ceremonias. Son sus palabras, de Kaisar: “El que teme el bisturí, no se curará de la enfermedad, el corazón que teme la verdad, no se liberará del dolor”.
Normalmente, cuando viene, las bromas, dichos y jácaras siguen cayendo de su lengua. Pero esta vez la cara de Kaisar era grave. Mientras que yo, por costumbre, no lo tomé en serio. 
- Bueno, ¿de qué empezarás? – preguntó él.
Luego se inclinó hacia mí y preguntó con cuidado:
- ¿Cómo te sientes? 
- ¡Excelente! – dije yo.
- ¿Justo? – preguntó Kaisar por si acaso. 
- La temperatura, la presión, en una palabra, todo está normal, - informé yo. 
- Bueno, si es así, puedo decirte todo lo que pienso al respecto, - comunicó Kaisar. - ¿Somos amigos? 
- Inseparables, - lo aseguré. 
- ¿Y me dirás la verdad si te pregunto? – continuó Kaisar sin hacer caso de mi ironía. 
- Ya te dije. 
- Pues, bien. 
Kaisar suspiró profundamente, como si abasteciéndose del aire. 
- Escucha, ¿por qué diablo te líes con la ex mujer de Bekénov? ¿Esperas encontrar consuelo en ella? ¡De ni por esas! ¡Si traicionó al marido con quien vivió tantos años, te venderá más aún!
- ¡Kaisar! 
- Espera. Escucha lo que te diré. 
Quería cortarlo, pero no había manera. 
- Me decían antes que te habían visto con Akbayán, - continuó Kaisar, enardeciéndose cada vez más. – Y yo, imbécil, pensé: ¿y qué? Aún en el cielo inmenso cruzan los caminos de pájaros. Sabyr podía encontrar a Akbayán en la calle por accidente. Y hablar con ella. Son viejos conocidos, después de todo. ¿Por qué no atravesar una o dos palabras? Si yo supiera que estarías tumbado en el descansillo ante la puerta de Akbayán... Pero sólo lo conocí ayer.
“¿Está borracho? ¿O se volvió loco?” – pasó por mi mente. 
- ¡Cállate, Kaisar! ¿De qué estás hablando?..
El fijó la vista en mí. 
- ¡No me digas! ¿No sabes nada? ¿No te acuerdas? La ambulancia te cogió del descansillo ante la puerta de Akbayán. ¿Es posible que nadie te lo contó?.. Mientras que Akbayán misma estaba en la tienda. Y como si llegaste en aquel momento. Llamabas, llamabas. No te respondió nadie, y tú perdiste la conciencia. Por afligirte de que no estara en casa. Sólo una cosa no está clara: ¿cómo resultaste sin chaqueta? ¿Y cómo ella apareció en aquel mismo tiempo en la silla en el apartamento de Akbayán? ¿Cómo penetró tras la puerta cerrada? 
Yo no entendía nada y sólo miraba a Kaisar desencajando los ojos. El debería de empezar a sospechar que me había desmemoriado completamente. 
- Sabyr, ¿cómo te encontraste en el descansillo? ¿Os reñisteis y tu saliste en un arranque de cólera, olvidando de poner la chaqueta?
Yo moví la cabeza. 
 - Pues, ¿te arrastró Akbayán misma al descansillo?..
Me acordé como Batimá ya me dijo una vez que yo había olvidado mi chaqueta en el apartamento de Akbayán, pero cuando entendió que yo no sabía nada, renunció a sus palabras. Entonces, era verdad...
Kaisar se acercó a la ventana, se volvió de espalda a mí para darme la oportunidad para tomar conciencia de la amarga verdad del ave de oro. Luego, sin dar la vuelta, dijo:
- Quizá todavía guardas sentimientos hacia esa casquivana. Pero ya no eres un alumno de décimo grado, te consideras un hombre maduro, hay que controlarte. No eres joven, necesitas una mujer que te cuide, que guarde tu salud. Tal como, por ejemplo, Batimá. 
- ¿Qué tiene que ver Batimá con eso?..
- No conoces las mujeres, - me interrumpió Kaisar. – Y lo que ocurrió con Akbayán lo prueba otra vez...
Yo trataba de disculparla de algún modo, pero la voz de Kaisar llegó como si de lejos. Luego oí:
- Sabyr, ¿qué te pasa? ¡Enfermera!.. ¡Enfermera!..
Al volver en mí vi a Batimá, la jeringa en sus manos. Ella me miraba ansiosamente. Y a mis pies estaba sentado Kaisar. No reconocí a mi amigo enseguida, tanto cambió su cara. Los labios de Kaisar temblaban, y él mismo era más blanco que mi sábana. 
Quizá por primera vez en todos los años de nuestra comunicación despertó en mi el sentimiento de piedad. 
- Cálmate, Kaisar. Ya ha pasado todo... Es mi culpa, - dije yo, tratando de animarlo con una sonrisa. 
- Me dijiste que se te sentías bien, - murmuró Kaisar. 
- Pues te digo, que todo está bien. 
- Sabyr-agá, Usted debería estar quieto, - se metió Batimá en la conversación, enfadada, pero no pudo contenerse  y se sonrió. – Sí, claro. No hay nada serio. Sólo un desmayo ligero. Eso pasa con los hombres contemporáneos. Y Usted, Kaisar-agá, váyase a casa, descanse. No puedo concebir, ¿quién de Ustedes es el paciente? 
- ¡A sus órdenes! Me voy. Gracias, hermanita, - se acordó Kaisar con complacencia extraordinaria.
En la puerta se sonrió, mostró con los ojos a Batimá y levantó el pulgar como signo de aprobación. Tanto quiere casarme con Batimá. Y la opinión de Batimá misma por algo no lo interesa.
Unos días después yo ya paseaba pos las calles de árboles del parque del hospital. Tuvo efecto el tratamiento, establecido por los médicos experimentados y el cuidado atento de Batimá. Y había otra cosa que contribuyó a mi restablecimiento. Me libré del fantasma del ave de oro, que atormentaba mi alma durante tantos años. Mi estado parecía a un despertamiento de una pesadilla. 
“Como no hay alegría infinita, así la pena no puede ser sin fin, - dije a mí mismo. – Ha pasado todo, y gracias a dios. Claro, no es posible empezar la vida de nuevo. Pero se puede vivir el resto de la vida con dignidad. Tienes una hija, la buena chica Aída...” Me pintaba las escenas del idilio “La hija y el padre”. Y bromeaba de mí mismo: quien sabe, puede ser, habrá una mujer cariñosa y simpática a quien no repugne el idea de casarse con un viudo mayor. En una palabra, no todo estaba perdido, todavía quedaban en mi vida las cosas con cuales podía soñar. Pero, cosa extraña, mis sueños parecían a un caballo trabado, que saltaba torpemente e incapazmente en el mismo sitio. No había vuelo en ellos. El alma no se precipitaba a las nubes, como antes.
Un día, cuando andaba por el parque y me adentró en su parte más lejana, despoblada y calma, ante mí, como por encanto, apareció Kaisar. Me estremecí al oír entre el canto de los pájaros y el susurro de las hojas su voz alta y agitada. 
- ¡Apenas te encontré! – gritó de un modo tan atronador, como si nos separaban cien metros. – Ahora veo que estás bien. Acabas de levantarte de la cama, y ya estás corriendo por el parque como el viento. ¡Vamos, viento! ¡La tormenta! ¡El huracán!
Vino desgreñado, excitado, y si alguien parecía al huracán, era él, Kaisar. Entendí enseguida: no vino sin razón. Había pasado algo extraordinario, que lo descarriló. 
- Bueno, ¿qué hay de nuevo en la mina? – pregunté yo para empujarlo hacia el fondo de la cuestión. 
Estaba seguro que la ocurrencia extraordinaria tenía que ver con la mina. 
- ¿En la mina? – repitió Kaisar, cambiando sus pensamientos con un esfuerzo. - ¡Todo en regla en la mina! 
Nos echamos a andar lentamente por la calle de árboles, y Kaisar comenzó a contar cómo marchaban los asuntos en la mina. Pero yo sentía que sus pensamientos estaban en algún otro lugar. 
De repente cortó su cuento y me paró, poniendo la mano sobre mi hombro. 
- Escucha, Sabyr, hoy vi a Akbayán, - me informó casi desafiante. 
Me estremecí ante lo inesperado. Creo, no he conseguido desacostumbrarme del nombre que llevaba en mi corazón como un amuleto. Pero eso pasó pronto. 
- ¿Y qué? – pregunté con indiferencia. – Eso no me interesa. Pues, ¿hablemos de algo más?..
- Ando yo delante de la farmacia y encuentro a Akbayán. No la reconocí al principio.Se alfeñicó, adelgazó durante ese tiempo, está hecha un bacalao, - continuaba Kaisar sin escucharme. – En realidad, me quedé de piedra. “¿Qué te ha pasado, digo? ¿Quizá te has enfermado?..” Pues, me contó todo. De ti, de Alzhán… Anduvimos por las calles un largo rato, y ella no hablaba más que de cómo te quiere. Sufre muchísimo, te digo.   
- ¿Y creiste? – sonreí yo. 
- Hablaba tan sinceramente… No es posible inventar nada parecido, - dijo Kaisar con seriedad. 
Me quedé sorprendido: ¿qué le pasa?..
- Abrió todo su corazón a mí, - añadió Kaisar. – Y, sabes, otra diría: “El es mi vida”, “No puedo vivir sin él”. Ella – no. Todo eso tiene dentro de sí, creo. Y se atormenta terriblemente, sufre después de todo que había pasado. Algo la sucedió, está claro, se asustó horrorosamente, no se daba cuenta de que hacía… Y cuando volvió en sí, cobró miedo de nuevo. Esta vez por ti. Corrió a casa, y allí ya estaba la ambulancia. 
- ¿Qué es eso? ¿Resulta que la estás defendiendo? ¿Te entendí bien?..
- Llegar a comprender la acción aún no significa perdonarla, - respondió Kaisar. 
- ¡Ya ves!
- Te estoy diciendo otra cosa. Está como alma en pena. Está agobiada por la culpa. Le da vergüenza por lo que te hizo. ¿Entiendes?.. La escuché y entendí que Akbayán no era la mujer completamente perdida…
- ¿Y eso me dices tú?..
Kaisar de repente sonrió con abundancia, me tomó del brazo y llevó por la calle de árboles hacia el edificio del hospital. 
- En nuestro aúl antes de la revolución vivía un pastor que se llamaba Zhaubasar. Casi toda su vida, desde niño, pastaba camellos. Tenía un hermano menor que se llamaba Kopzhasar. Ya se ha cumplido cuarenta el hermano menor, pero se quedaba soltero. Nadie quería casar a su hija con un bracero, que no tenía nada más que un par de pantalones rotos. Pero le gustó Kapzhasar a una viuda rica. Decidió casarse con él y empezó a preparar el toi de boda. Invitó a todos sus parientes, a los parientes del novio – al hermano mayor y a su mujer. La mujer de Zhaubasar compró con el último dinero una pastilla de jabón y dio a su marido para que lave las manos, que se agrietaron, se hicieron negras después de muchos años de cuidado de camellos y del barro mordiente de la estepa. “Lávalos bien, no deshonres a tu hermano”, - dijo ella. Zhaubasar cogió el jabón y se puso a frotar las palmas. El jabón hizo espuma y empezó a morder las heridas en sus manos. Zhaubasar empezó a rechinar los dientes, gimió e, incapaz de sostenerse, dijo a su mujer, que vertía el agua a sus manos: “¿Para qué me atormentas tanto?.. ¡Se puede pensar, soy yo quien se casa con la viuda y no Kopzhasar!” Exactamente así, Sabyr, te diría Zhaubasar, te habías enamorado de Akbayán tú, y ella – de ti. Y no soy yo, sino tú quien debe desenredar la madeja hasta el fin.Cómo lo haces es de tu incumbencia.
Kaisar parecía pensar que había cumplido con su deber. Me acompañó a la entrada al edificio del hospital, y aquí nos despedimos. 
- Mira, no olvides de Akbayán, - me recordó Kaisar, despidiéndose. 
Pero ya no había lugar para Akbayán en mi corazón. Se cerró a piedra y lodo para ella. Desapareció el ave de oro, en vez de ella se quedo un trozo de cobre simple. Y por más que llames oro al cobre, no sería más precioso. 
“¿Qué es lo que pasó con Akbayán?” –preguntaba a mí mismo. 
La recordaba muy diferente. 

Era la primavera de preguerra, cuando encima de la minería volaban las bandadas de gansos y patos salvajes que volvían de los países lejanos a las superficies lisas de los lagos natales, a las llanuras verdes del Arco. Su graznido se oía en la aldea, en la estepa, como si anunciando a todo lo vivo de la llegada de primavera. Y la estepa misma se cambió hasta no ser reconocida. Recalentada después del invierno, enternecida del calor, normalmente gris y quemada por el bochorno, ahora se estiraba como una alfombra festiva de muchísimos colores. Sus escasos arbolillos se cubrieron de hojas fresquitas. Hasta el verde brillante de la hierba simple en ese tiempo competía con los colores rojos, azules, amarillos de las flores. 
Me acuerdo, era el día feriado. Mi amigo inseparable Sadyk se fue en comisión de servicio a la fábrica de Kaskyrsai. Después de estar tumbado leyendo un libro hasta el mediodía, salí de casa y me eché a andar por la aldea adonde lleve el viento. Me llevó a la estepa. 
Y aquí, en la estepa, olvidé de mi aburrición, de que hacía poco no sabía cómo matar el tiempo. Encima de mi cabeza se pendía bajoel cielo claro azul. La serenidad era llena del canto de los pájaros escondidos en la hierba espesa, el chirrido diligente de caballetas. Y luego de detrás de un cerro, como en una fábula, aparecieron chicas con ramos de flores. Delante de todos iba la hermana de Sadyk – Akbayán. La veía casi cada día cuando visitaba a mi amigo, pero hasta aquel momento no la hacía caso. ¿Y qué de interesante podría haber en esa muchacha desgarbada y angulosa? Y cuando Sadyk, riendo, me aseguraba de que yo había hecho perder la cabeza a su hermana, yo reía junto con él. 
Y ahora Akbayán, ese patito feo, andaba directamente hacia mí, como durmiendo velando. Un poco más, y nos chocaríamos de frente. 
- Hola, Akbayán, despiértate, - la llamé alegremente y me corté. Se podía pensar que Akbayán se haya embellecido en una noche y esa mañana. Nunca he visto una chica tan bella. Hasta las campanillas de las nieves en sus manos me parecieron un ramo de chispas domadas por Akbayán. 
Las amigas de Akbayán, riéndose, nos pasaron, y nos dejamos solos. Permanecíamos parados uno frente al otro. Akbayán podía dar una vuelta alrededor de mí, pero algo no la permitía hacerlo, y ella no se movió. 
- ¿Por qué está solo, Sabyr-agá? – preguntó Akbayán, y sus grandes ojos negros resplandecieron, risueños. 
Y su voz se hizo diferente, suave, profunda.No como antes – bronca, casi como la voz de un chico… Mi corazón empezó a palpitar.
- ¿Acaso estoy solo? – pregunté.
Akbayán entró con mucho gusto en el juego propuesto y miró alrededor atentamente, como si alguien pudiera acompañarme de verdad:
- Sólo veo su sombra, nadie más…
- ¿Y el cielo?¿Y los pájaros? ¿Y las flores? – expliqué yo, como si triunfando en su falta de perspicacia. 
Akbayán se rió. 
- Es verdad. No lo he pensado, - confesó ella. – Pero eso significa… Pues, todos esos escarabajos, hormiguitas – son todos con Usted?..
- ¡Son grandes amigos míos!
- Le envidio a Usted, Sabyr-agá, - dijo Akbayán, fingiendo un suspiro. 
- No importa, voy a presentarte. ¡Hola, todos, venid aquí! – grité yo, dirigiéndome a todo lo que volaba y deslizaba en la estepa.
- No vienen, - se afligió Akbayán, ora en broma, ora en serio. 
- Tienen vergüenza. Hoy estás tan bella. No es nada, te presentarás otra vez, - consolaba yo a Akbayán. - ¿Puedes esperar?
- Sí, esperaré. 
Nosotros levantamos las cabezas al unísono, como si esperábamos ver algo en el azul intenso del cielo. Y luego pregunté:
- ¿De dónde vas, Akbayán? 
- Fuimos a coger flores con mis amigas. ¿No lo ves? – preguntó ella, pasando muy fácil y naturalmente al tuteo. Como si en este momento cruzó la frontera, delante de la cual se quedó la chica adolescente, y empezó la vida de una chica completamente independiente. 
- ¿Y para quién cogiste flores, Akbayán? ¿Para mí?
Lo dije y enseguida lo lamenté. La broma resultó no sólo ramplona, sino también impertinente. 
Akbayán se ruborizó, bajó los ojos:
- Las cogía para mamá y Sadyk, - después de un corto silencio añadió: - Y esta, la más bonita, es para ti.
- Gracias, Akbayán. ¿Para qué estás esperando? Dámela. 
Akbayán escogió del ramo la campanilla más grande, más hermosa, y sin levantar los ojos, me la dio. Cogí la flor cuidadosamente y la fijé sobre mi pecho, metiéndola en el ojete. 
- Esa flor parece a ti. Es igualmente bella. 
Akbayán se turbó otra vez, inclinó la cabeza. Y luego cautelosamente, como si a escondidas, me miró con el ojo grande y negro. 
- ¿Es verdad que soy bella, como una flor? ¿O estás bromeando, porque piensas que todavía soy pequeña? 
- No, me he equivocado. Eres más bella. Ella es tan deslucida cerca de ti. 
- Pues... – Akbayán vaciló. 
No sabía cómo decirlo. Cómo expresar su agradecimiento por el primer cumplimiento (aunque nada fino). A mí también me pasaba algo desconocido.Quería decir a Akbayán las palabras extraordinarias, tales que ningún dzhiguit había dicho a una chica antes.
- Akbayán, - dije o. - ¿Sabes, qué quiero por encima de todo? ¡Que seas más bella que todas las flores del mundo! ¡Que seas la chica más bella del mundo! 
- ¿Es verdad? – se le escapó. 
- Sí. ¿Y sabes, por qué lo quiero?.. 
- No. 
- Pues, escucha. 
Conté a Akbayán de mi abuela: un día, cuando yo tenía catorce años, me sentó a su lado en el banco y, acariciando mi cabeza por su palma áspera, me contó esta parábola.
- Hace mucho tiempo vivía un chico batyr, y se llamaba Yerkindik. Era muy fuerte y precoz, muy valiente. Y amaba a su pueblo mucho. Cuando un enemigo agredió a su patria, Yerkindik se echó al combate atrevidamente, y nadie podía resistirle. Durante una de las batallas sangrientas con el enemigo cruel Yerkindik mostró heroísmo excepcional. Y el profeta Baba Tukti Aziz decidió que era el tiempo a rendir homenaje al chico batyr, a condecorarlo por su hazaña. El profeta lo llamó y dijo: “Querido, quiero premiarte. ¿Qué escogerás: la belleza, la inteligencia o la felicidad? Puedo darte uno de los tres. ¡Escoge!” El chico batyr Yerkindik pensó y preguntó al profeta: “Y puede Usted  cumplir otro deseo mío?” El profeta Baba Tukti Aziz respondió: “Bueno, compliré cualquier otro deseo tuyo. Pero ni piensas pedirme que te de la inmortalidad. No te la daré”.“¿Por qué?” – se sorprendió el chico batyr. “En la tierra y en el cielo sólo el altísimo es inmortal. Y pedir la vida eterna para sí es un pecado para los simples mortales”, - respondió el profeta, enfadado un poco con Yerkindik por no entenderlo antes. “No necesito la inmortalidad para nada, sólo pregunté por curiosidad, - notó el batyr pequeño. - ¿Qué hay de bueno si mueren todos mis compañeros, amigos, y yo me quedo solísimo en el mundo?” “Pues, ¿qué más quieres?” – se asombró el profeta. “Tengo un solo deseo”, - dijo Yerkindik con aire pensativo. “Dímelo pronto. ¡Lo cumpliré!” – gritó el profeta Baba Tukti Aziz, perdiendo la paciencia. “Entonces, el profeta poderoso, - empezó el batyr pequeño, - deme la acompañanta fiel para toda la vida, y que tenga todas las tres virtudes que Usted ha nombrado: la belleza, la inteligencia y la felicidad”. El profeta, que prometió cumplir un deseo del chico batyr, reconoció que él le había dado chasco con destreza, y dio a Yerkindik la mujer bella, inteligente y feliz. Gracias a su acompañanta fiel el batyr toda su vida era el hombre más feliz del mundo”. 
- Pues yo pediría al profeta Baba Tukti Aziz que seas la más bella en el mundo, - expliqué yo. 
- ¿Cómo puedes decirlo? No te gusto ni una gota. Cuando vienes a visitarnos, no me miras, - protestó Akbayán. 
- Te amo, - dije yo, o, más exactamente, algo me hizo decirlo, porque hace un momento ni lo pensaba. 
Y al decirlo, entendí que era verdad. Las mejillas de Akbayán se enrojecieron. 
- Sigues burlando, gastándome bromas, - murmuró Akbayán, confundida. 
- ¿No me crees? ¡No estoy bromeando, Akbayán! Y para demostrártelo, voy a besarte ahora mismo, - dije, riendo. 
Abracé a Akbayán por los hombros, la tiré hacia mí y apreté mis labios contra sus labios cálidos y llenos. Y ensiguida, asustado por mi propio atrevimiento, abrí el abrazo.  
La chica tapó la cara con las manos de vergüenza y empezó a llorar. Yo estaba de plantón sin saber cómo consolarla. Es que para mí eso también era el primer beso en mi vida. Por eso pataleaba al lado de Akbayán, repitiendo: 
- No llores, Akbayán... No llores... Perdóname...
- Y yo... No estoy enfadada, - respondió con lágrimas y se echó a llorar aún más fuertemente. 
Es posible, no era así. Puede ser, me enamoré de ella un día antes, un día después. Puede ser, decíamos otras palabras. Y si decíamos, no era entonces… Pero, sea como sea, lo esencial quedaba lo mismo: los pensamientos de Akbayán en aquel tiempo eran puros como un chortal. 
¿Qué es lo que pasó luego con Akbayán?.. Por otra parte, ¿acaso pasó algo?.. Es que de la niñez la cuidaban con ternura, como una flor rara, la protegían de vientos ásperos. La llevaban en palmas su madre Bibigaisha y su hermano Sadyk. Y se acostumbró a la idea que para vivir la vida sin adversidades y agitaciones tenía que encontrar una espalda fuerte, confiable de alguien. Puede ser, que no tomó conciencia de esto enseguida, y al principio este idea vivía en ella en secreto, se anidaba en el rincón oscuro de su alma. Pero luego Alzhán Bekénov apareció en el horizonte…
Durante veinte años Akbayán vivió en condiciones de invernadero, sin mover los dedos. No tenía ni un día cuando trabajaba o estaba estudiando. No sabía las ansiedades de maternidad: no se despertaba por la noche al niño que lloraba, no lavaba sus pañales, no sufría por no tener bastante leche en los senos. “La saciedad y la ociosidad arruinan al hombre”, - dijo el gran Abái.
¿Qué se puede decir de una persona débil, como Akbayán, si a veces vemos a derrumbarse un poderoso roble secular? 
Yergue orgulloso, abierto a todos los elementos. Las lluvias, los ventiscos y tormentas son impotentes ante él. Sus fuertes raíces nudosos, como los dedos, se han hundido en las entrañas de la tierra. Pasan los años, las décadas, pero el roble sólo madura bajo los golpes del enemigo. Y de repente en un día claro, sereno, se viene abajo por un hálito de aire suave. ¿Qué es lo que pudiera derrumbar a un gigante en la flor de la edad, ante el cual se retrocedían los fríos crudos, los ventiscos vehementes y las tormentas violentas? 
¿Puede ser que el roble se debilitó en esta lucha? No, no cayó por debilidad. Lo arruinó un gusano pequeño, que ya penetró a la tripa del roble en la juventud… Así el gusano del egoísmo año tras año picaba el alma de Akbayán, que quería a cambio de su belleza obtener la vida calma y tranquila. Se suele comparar la vida con el océano, donde tras los días de claridad y de bonanza llegan las tormentas repentinas. Solamente él que maneja su vela con osadía vencerá a este océano. ¡Desdichado es el cobarde que entrega su vida en las manos del barquero y se esconde al fondo de la nave para no ver las ondas amenazantes! El barquero Alzhán falló a su pasajera. Mientras conducía su nave con velas desplegadas por la superficie lisa, serena y azul, todo iba bien. Pero la primera ráfaga echó a Akbayán del barco… Y Akbayán forcejea, desamparada, y busca, acaso aparezca en las ondas de la vida alguna naveta lista a tomarla a bordo. 
No, yo no me alegraba de su desgracia, no celebraba. No decía a mí mismo: “Lo tienes bien merecido, Akbayán, lo tienes bien merecido”. Sabía que la esperaba.No es fácil empezar la vida en la edad de cuarenta. Se ajará pronto la belleza de Akbayán – su único triunfo. Y será parecida a un argamak que estaba delante durante toda la baigá , pero después se debilitó y se se atrasó. Y ahora no le queda nada más que mirar con angustia como lo dejan atrás y se arrojan a la meta otros corceles que han distribuido sus fuerzas con sabiduría.

Cuando estas tumbado en la cama del hospital, por algo los pensamientos se van al pasado todo el tiempo. A menudo pensaba en que después de salir del hospital, durante la vacación más próxima iría a los lugares donde había pasado mi niñez, me iría a la orilla de Ishim y miraría sus ondas azules durante un largo rato. No tenía tiempo aún para pensar en la tierra que me había nacido, mis deudos ycompañeros de infancia. Como si perteneciera a hoy día. La enfermedadrevivió el pasado para mí. En mí se despertó el sentido de patria, propio, creo, de cada ser vivo. Sea un animal o un ave. Un cazador me contaba que el cisne antes de morir, se acuesta con la cabezahacia la dirección donde se halla el nido en el cual lo empolló la madre. Y, puede ser, no es culpable la enfermedad, sino la vejez que se acerca.Cuanto mayor se hace el hombre, tanto más agudo es el sentido de la casa natal. Esto es la única explicación del costumbre que apareció en los tiempos lejanos: dondequiera que muriera el kazajo, mandaba que lo enterraran donde yacían sus antepasados. Claro, no cada uno podía permitirse ese lujo. Para eso necesitaban caballos y dinero. 
Pues, planeé la visita al aúl natal. Luego decidí de encontrar la tumba de Sadyk. Luego de buscar tras el periódico a mis amigos de frente, a los compañeros con los cuales compartíamos la prisión fascista. En una palabra, estaba completamente bajo el dominio del pasado. 
Y los pensamientos de Akbayán ya eran relacionados al pasado. 
Pero se acercaba la hora de salir del hospital, y detrás de su verja me esperaba mi futuro –venía el tiempo de pensar en ello. 
Al salir del hospital, el día siguiente no pude sostenerme y, aunque no me han dado de alta todavía, vine al cartel. Y enseguida me tragó el raudal de la vida de hoy día que se deslizaba impetuosamente al día de mañana. 
Creo, ya dije que en Myskazgán extraían el mineral según el sistema “de cámara”. Como en muchas minerías del país. Este método tiene sus beneficios y sus faltas. Y la falta más tangible era que después de la extracción bajo la tierra se quedaban pilares de apoyo monumentales de la misma roca metalífera cara. Había tantos pilares que en general ellos constituían una verdadera riqueza, tirada, es decir, por la ventana, si se trataría de las honduras subterráneas. Claro que nuestras tierras son ricas en mineral, pero sus depósitos no son infinitos. Y los ritmos de producción crecen. Si hoy día allí, bajo la tierra, como por las avenidas de un ciudad, corren las electromotrices y basculadores, mañana el mineral será levantado simplemente por un transportador. Y después de cerca de cincuenta años el transportador llevará de las entrañas vacías la última tonelada del mineral.
Es verdad, si no pensamos de los tiempos cuando nuestros descendientes vendrán a la mina, no tenemos nada de que preocuparnos. Para mi vida sobrará el mineral el Myskazgán. Sobrará para cumplir los planes, los contraplanes y planes elevados, para recibir premios  y condecoraciones. Pero me indignaban siempre los funcionarios parecidos al monarca de sobra conocido, que dijo: “Después, ¡que arda Troya!” Por supuesto, aquí las palabras no eran tan explícitas. Eran veladas por la fórmula: “El país necesita el mineral ahora, y es mi obligación darlo al país en los tiempos acelerados y cuanto más posible. Cueste lo que cueste. Y qué será en ciento años, de esto pensarán los organismos de planificación. Ellos allí, arriba, lo saben mejor. Y luego nuestros nietos podrán cuidarse”.Todo parece bien – no hay de qué reprochar. Pero, ya por allá, ya por aquí, ¿no son devastadas las tierras con demasiada estupidez?..
Amo Myskazgán y quiero que florezca no sólo para mí, sino también para mi hija Aída, para mis nietos y bisnietos. Deseo a mi ciudad tantos años de vida, cuantos viviría la raza humana en la tierra. Por eso últimamente estoy pensando en cómo extraer el mineral sin pérdidas, sacándola de los yacimientos hasta la última miga. Y de nuevo, como el los tiempos lejanos cuando tenía que luchar con Alzhán por el levantamiento del yacimiento oriental, no dejaba en paz a los especialistas, los asediaba a preguntas, leía revistas y libros científicos. Me llamaron “nimio” y “pesimista” a espaldas. “¿De qué se preocupe? – se sorprendían los “optimistas”. – Hay cantidades innumerables de mineral. Cada año los geólogos descubren nuevas hebras delante de nuestras narices”.
Era verdad. Las riquezas de Myskazgán parecían multiplicarse cada año. Y ayer por poco terminé una conversación larga con el ingeniero jefe del cartel, a mi despacho por delante de la secretaria sobrecogida irrumpió un geólogo joven. Ese chico trabajaba en el grupo que conducía la búsqueda de hebra en Bozshatás, situado cuarenta kilómetros de la ciudad. El geólogo irrumpió no afeitado, vestido con la cazadora, con la mochila en la mano, como si acababa de salir del coche de paso que le dio aventón a Myskazgán. Los ojos del chico resplandecían como dos platillos y yo entendí que no vino con las manos vacías, que en su vida, todavía no rica en acontecimientos había pasado algo increíble.    
El joven marchó a mi escritorio y puso su mochila ante mí con ruido. 
- ¡Todo bien! – anunció lacónicamente. 
- ¿Ha encontrado la nueva hebra? ¿Todo se ha confirmado? – pregunté, mirando la mochila de reojo.
- ¡La hebra! ¡Y qué hebra! Pero no es nueva. Eso no ha adivinado Usted. Ve Usted, el hombre ya había extraído el mineral allí. ¡En la antigüedad! ¿Oye? Nuestros antecesores antiguos extraían el mineral. ¡Y no sólo esto! Ellos lo fundían allí mismo. ¿No me cree? ¡Mira! – dijo el geólogo, exultando.
  Echó su pata, oscura del sol y polvo, dentro de la mochila y sacó algo. 
- Por el momento no veo, - le recordé con una sonrisa. 
- ¡He aquí! ¡Un ave! Fundida de cobre. ¡Y de fuera era cubierta de oro!
Abrió el puño. En su palma ancha, como una pala, había una imagen minúscula de un ave extraña. El ave fue fundida de cobre, pero en su plumaje en algunas partes había el resto de la doradura.
- ¿Es la misma… ave de oro? – musité yo, turulato. Hasta este momento consideraba que el ave de oro sólo existía en la leyenda que me contaba la abuela. Y aquí está, ante mí, fundida por un escultor antiguo. 
- ¿Qué quiere decir – “la misma”? – empezó a inquietarse el geólogo. – Esa cosa había pasado siglos en la tierra antes de que la hallamos. Y somos los primeros de los contemporáneos en verla. 
- No se preocupe. Me acordé de una leyenda. Hay esa leyenda de un ave de oro, - tranquilicé al geólogo. 
- Es interesante. Cuénteme, - pidió el chico, sentándose en la silla y poniendo la mochila al suelo cerca. 
Yo tenía que volver a mis asuntos. Y no era Scheherezade. Pero los ojos del joven ya brillaban de curiosidad. Y era él que trajo el ave de oro. Bueno, si puedo limitarme a cinco minutos, ¿por qué no intentarlo? 
- Hace mucho tiempo en nuestra tierra vivía un ave de oro, - empecé con las palabras de mi abuela. – El Dios la dio la belleza y la libertad. Pero solamente era de oro de fuera. El Dios creó el ave de simple cobre y cubrió de fuera de una capa fina de oro. “Pero un día vas a convertirte en una verdadera ave de oro, - la consoló el altísimo. – Es verdad, que para esto tendrás que cumplir una de dos condiciones”.
- Sabyr-agá, y ¿qué condiciones ha puesto el altísimo? – me interrumpió con impaciencia el joven, exactamente como lo hacía yo con la abuela en mi niñez.
- “La primera condición – dijo el dios. – Aunque todo el mundo pensará que estás hecha de oro, tú no debes olvidar que en realidad te han creado de cobre”.
- ¿Y el segundo? – el geólogo no pudo contenerse otra vez, lo que me hizo sonreír.
- “Y aquí está la segunda condición: la gente pensará que estás hecha de oro, pero tú no escondas de ellos que estás hecha de cobre. Un hombre es bueno de nacimiento. Al descubrir la verdad, te deseará de toda su alma que tú transformes en una verdadera ave de oro. Y yo lo tendré en cuenta, te prometo”. 
- ¿Y qué hizo el ave? – preguntó el joven. 
- El ave hecha de cobre y cubierta de oro no cumplió ni una de las condiciones puestas para ella por el creador. Ella racionaba así: si el hombre quiere pensar que soy de oro, ¿para qué desilusionarlo? Quién sabe, podría perder el interés en mí. Y además, no veo nada malo en ser de cobre. Y al hombre doblemente no es necesario saber, cómo soy de verdad. 
- ¿Y con qué terminó todo? – preguntó el geólogo.
- El altísimo decidió revelar al ave ante el hombre. Para que él entienda, que bajo la capa del oro está el cobre. Que así es la esencia del ave. 
- ¿Y qué hizo?
- Borró de ella la doradura engañadora. Y el cobre enseguida se cubrió del óxido verde. Pobre ave que resplandecía ayer, se convirtió en un trozo del metal deslucido. Así es, hijo mío… Sé siempre sincero, no escondas tus faltas de la gente, no te jactes. Y la gente te ayudará ser un buen hombre, - terminé otra vez con las palabras de la abuela. 
- Es verdad, - asintió el geólogo y añadió en confianza: - Conocía a una ave así. ¿Entiende lo que estoy pensando?
¡Vaya, la juventud! Ese mozalbete daba a entender que, aunque sea joven, también conocía la vida.  
- ¿Puedo verla? – pregunté yo. El joven comenzó a trajinar. 
- Claro, claro. Para eso la traigo. 
Y aquí tengo esta ave en mi mano. Es de cobre. Alguien trataba de limpiarla, pero las manchas verdosas del óxido se han enraizado fuertemente en el cuerpo del ave. Pues, yo pasé toda mi vida en busca del ave de oro, habiendo olvidado de la leyenda. Y resultó que ella también era de cobre… Quién sabe, puede ser, que es de esta ave falsa, que estaba ahora en mi mano, que fue compuesto en los tiempos antiguos el cuento, que llegó a nosotros en forma de una leyenda. ¿Y quién es él, ese artesano que había creado una cosa tan fina?
- Me interesaba por arqueología un poco. Como un aficionado, claro, - al descuido, con la cómica modestia afectada, dijo el geólogo. – Me parece que tiene que ver con los Saka  de la región del Mar Negro. Y luego Usted sabe: el intercambio comercial, vías de caravanas etcétera. Pero esperemos que dirán los profesionales. Quiero entregarla al museo. 
“Bueno, hasta la próxima en el museo”, - me despedí mentalmente del ave de oro, devolviéndola a su propietario temporario. 
- ¿Es buena la hebra? – pregunté volviendo al inicio de la conversación, su parte oficial. 
- ¡La mena es de primera calidad! ¡Puro cobre! – anunció el geólogo con orgullo, poniendo el ave en la mochila. - Perderá el habla al ver la documentación. 
Echó la mochila sobre el hombro y salió del despacho tan luminoso, radiante. 
Y yo expuse mis apuntes y extractos, decidí hacer el resumen de mi búsqueda. El día estaba declinando, el día de trabajo se acabó, y yo esperaba que nadie me molestara ahora. Pero cuando cogí la pluma, alguien llamó a la puerta con exigencia. 
La secretaria ya se fue, y además ella llamaba de otro modo, con disimulo. “¿A quién le ha ocurrido venir?”– pensé con enfado y grité:
- ¡Entre!
Kaisar entró en el despacho. Ultimamente no parecía a sí mismo, y su aspecto de hoy no era la excepción. Yo tenía la lámpara de mesa encendida, por eso su rostro en el crepúsculo cerca de la puerta parecía una mancha blanca.
- ¿Por qué estás aquí? – se asombró Kaisar como si yo debería estar en cualquier otro lugar en este momento.
- Voy a trabajar un poco. Quiero escribir sobre mis consideraciones al ministerio, - dije esperando que apreciara la seriedad de mis intenciones y no me molestara.
- ¿Puedes trabajar tan tranquilamente ahora? – se asombró Kaisar aún más. 
- ¿Y por qué no? – me asombré en mi turno.
- ¡Qué me dices! ¿No sabes qué pasó con Akbayán?..
Una mano fría e invisible apretó mi corazón. 
- ¿Con Akbayán?.. – volví a preguntar, presintiendo algo malo. 
- Tomó el somnífero, y tanto que… Voy del hospital, - anunció Kaisar con aire sombrío. 
Me eché hacia él, agarré por las solapas de la chaqueta y lo remecí. 
- ¿Está viva? Te pregunto: ¿está viva Akbayán?
- Por ahora sí, no sé que pasará luego… Te dejó una carta. ¡He aquí!
Me dio una hoja de papel doblada con la inscripción: “Para Sabyr Shakírov personalmente”.
Leía como si caminando a través de la niebla. La escritura de Akbayán fue ilegible. Solía escribir muy claro, detallando cada letra. Y aquí las palabras montaban frenéticamente sobre otras palabras, las letras perdieron la precisión de siempre. 
“Sabyr, - escribía Akbayán, - ¿te acuerdas de nuestra cita en la estepa? ¿Antes de la guerra? ¿En primavera? Aquel día nosotras, las chicas, íbamos a coger flores y cuando regresábamos, te encontrábamos a ti. ¿Te acuerdas? Me contaste la fábula del batyr pequeño. Y querías que yo fuera más bella que todas las flores del mundo. Quiero que sepas: eso fue el día más feliz de mi vida. Ultimamente yo llevaba soñando en salvarte si cayeras en desgracia, pero en vez de esto casi te destruí. Y todo eso por mi maldito miedo. Sí, sí, temía la vida, tal como era. Sus penas, los trámites que trae. Aunque, ¿no son demasiados los pecados para una persona? ¿No es el tiempo para pagar por todo?.. Te pido una cosa. Si bien nunca me perdones, igual – un día en primavera coge en nuestra estepa un ramito de campanillas de las nieves (las mismas) y pon sobre mi tumba… Adiós. Akbayán”.
No sé cuánto tiempo pasé con esta carta, leyéndola sobradas veces. Cuando levanté la cabeza, Kaisar ya no estaba allí…
Akbayán quedó viva.  
En una semana por el camino al cartel por falta de campanillas de las nieves compré un ramo de tulipas y fui a verla en el hospital. 
La enfermera de turno me acompañó a la sala y señaló en silencio con la mirada a la cama cerca de la pared. Akbayán estaba acostada boca arriba, con los ojos cerrados. Sus mejillas se pusieron pálidas y un poco hundidas. Solamente las pestañas largas temblaban suavemente, así como diciendo que no estaba durmiendo.  
Dos mujeres de batas del hospital que estaban sentadas en las camas, se levantaron juntas y, guardando silencio como la enfermera, salieron de la sala. Quedé a solas con Akbayán. 
Como si sintiendo mi presencia, ella abrió los ojos. En su cara pálida y adelgazada parecían aún más grandes. Y algo más: perdieron su resplandor habitual. De los ojos de Akbayán, de su hondura oscura me miraba la angustia misma.
Se sonrió dolorosamente:
- Tú ves, ni siquiera pude morir. 
- Venga, para nosotros aún no es el tiempo para morir, - dije yo, haciendo de tripas corazón. – Es que no hay campanillas de las nieves. No es la temporada. Hay que esperar hasta la primavera. Y por ahora traigo esto.
Puse el ramo sobre la mesita al lado de su cama. El asombro, la alegría surgieron en los ojos de Akbayán. Y se apagaron. Akbayán cerró los ojos, cansada. Me volví y salí de la sala. 
Este día pasó increíblemente inquieto. Disputábamos hasta enronquecer en el consejo técnico, discutiendo mi propuesta de pasar a la extracción abierta de mena en una de las minas lejanas. Luego fui al buró del comité urbano del partido, con el asunto de nuestro cartel. Cuando regresé, en la sala de recepción había una verdadera cola… Luego empezó la reunión del comité de vivienda en la cual se repartían los apartamentos en casas nuevas… Luego… había muchos otros luegos. Pero más de una vez entre los asuntos urgentes e impetuosos me acordaba de la luz de asombro y alegría que brilló en los ojos oscuros y cansados de Akbayán, cuando le recordé de las campanillas de las nieves.