Novela
Alma-Atá “Zhazuzhi” 1977
Kaz2 М91
Traducción autorizada del kazajo por Stepán Zlobin
Artículo de introducción: Z.Krajmálnikova
Printado según la edición de “Soldado de Kazajstán”, editorial “Bellas letras”, Moscú, 1969
Musrépov Gabit
М91 Soldado de Kazajstán. Novela. Traducción autorizada del kazajo por S. Zlobin
Alma-Atá, “Zhazushi”, 1977
208 pág.
Kazajstán
70303 — 026
М 9Т — 77
402(07) 77
(*)Traducción del kazajo, “Zhazushi”, 1977
GABIT MUSRÉPOV Y SU NOVELA
¨Los kazajos no tienen novela ni los lectores de novelas – había dicho con amargura el hijo talentoso del pueblo kazajo, el poeta-demócrata Sultanmajmut Torajgyrov hace medio siglo. Sabit Mukaánov quien citó estas palabras de Torajgyrov en uno de sus artículos hace unos años, observa: “Aquella fue una verdad dura”.
En aquel entonces sólo la poesía de Abái pudo estar puesta en una línea con la poesía de otros países – antes prosa no existía practicalmente, principalmente debido a que realmente no habían lectores. En el país gigante, donde cabrían unos cuantos países como Francia y Bélgica, era posible calcular con los dedos a las personas alfabetizadas.
Pero desde entonces muchas cosas se han cambiado en las estepas kazajas y en la vida de la gente de Kazajstán. En las editoriales francesas ha aparecido ya “Abái” de Mujtar Auézov. Louis Aragon, el autor del prólogo de la novela escribía: “Siento mi gran honor de poder estar el popularizador de su obra en mi país. En mi opinión, la novela épica “Abái” es una de las obras más sublimes del siglo XX ...” La novela goza de gran éxito, la traducen al rumano, polaco, búlgaro, eslovaco, checo, húngaro, alemán, inglés y chino. Traducen también a “Karaganda” de G.Mustafin, “Años terribles” de T.Ajtánov... Los artículos sobre la literatura kazaja aparecen no sólo en el idioma kazajo, los críticos kazajos escriben de la prosa moderna en Moscú, París, Leipzig, Bruselas... Las palabras amargas de Sultanmajmut Torajgyrov se han convertido sólo en una parte de historia. Publicada en Kazajstán en 1948, la novela de Gabit Musrepov “Soldado de Kazajstán” apareció al cabo de un año en la traducción al ruso, y en 1958 su publicación fue realizada en Francia y Bélgica.
En marzo de 1951, “Periódico literario” publicó una nota pequeña acerca de la conferencia de los lectores en el campo de Pyotróleo Dossor, sobre cómo los lectores se reunieron con el Héroe de la Unión Soviética Konstantín Ismagúlov, que se había convertido en el prototipo del héroe de la novela de G.Musrépov “Soldado de Kazajstán” Kayrush - Kostya Sartaléyev. Konstantín Ismagúlov les contaba a los lectores sobre su vida, sobre la guerra, y la novela “Soldado de Kazajstán” que conocían y amaban los lectores, se les abrió de un lado completamente nuevo.
Sin embargo, el héroe de la novela de G.Musrépov nada por algo, ni de repente se encontró con la persona de la vida real. La obra de Gabit Musrépov tiene su origen en el terreno natal. Esta relación podría ser remontada a primeras historias y novelas de Musrépov que aparecieron a finales de los años 20: “En vorágine”, “Cos Shalkar”, “Los vecinos de la casa verde”, “La hociquirroma”; en una serie de relatos cortos “Leyenda sobre la madre”; en sus piezas: “Amangeldy”, “Kozy-Korpesh y Bayán Sulu”, ”La tragedia del poeta”; y, por último, en su famosa novela “La tierra despertada” – la obra gradual de la literatura kazaja.
Incluso entonces, los críticos notaban que, a pesar de la base histórica documental de la novela, aquella era esencialmente una novela que describía costumbres, incluso condiciones de vida, y advertían en aquello la peculiaridad de la personalidad del escritor G. Musrépov1. Y de hecho, cualquiera de que escribía G. Musrépov – maestro fino de la tipificación social y motivaciones sociales - veía delante de sí su tierra natal, la vida real de las personas le preocupaba en primer lugar. Precisamente este interés apasionado, necesidad de aportar con su creatividad en una nueva vida de Kazajstán determinan la inspiración de la obra de Gabit Musrépov, su orientación, pasiones artísticas, incluso el estilo.
Los críticos de nuestro país y en el extranjero escribían mucho y de maneras diferentes sobre dos elementos estilísticos de la novela “Soldado de Kazajstán”: el lírico-romántico en la primera parte - una exposición original de toda la narración (la niñez y la adolescencia del protagonista) y la segunda parte, dura-realística que a algunas personas les apareció una poco seca la que le había salido bien menos al escritor.
(B. P y n y n. “Periódico Literario” 04 de abril 1959)
Se negaba también la necesidad artística, justificación de la diferencia de aquel tipo estilístico. Mientras tanto, en la novela se trata de los cambios en la vida completa del país, que fue acometido con la guerra horrible, de cómo se maduraba el alma del joven que resultó no sólo un testigo, sino un participante activo de todos sus acontecimientos trágicos y heroicos – del camino que pasó con todo nuestro país un soldado joven de Kazajstán. ¿No podría afectar aquel tipo de perturbación a todos los aspectos de nuestra vida en la novela que trataba de interpretar con una precisión realística el mismo proceso de maduración del alma del protagonista que pasó todas las pruebas que cayeron al hombre soviético durante la Segunda Guerra Mundial? Y por lo tanto, siempre y cuando estamos hablando de una obra de arte orgánica, ¿no podría cambiarse en este sentido todo el estilo de la narración en la segunda parte del libro, que estaba relacionado no sólo con otras formas del material vital y humano, sino que también reflejaba la disposición anímica del autor?
Por cierto, incluso la primera parte, en que se da “sólo” la exposición del contenido principal de la historia, que narra de los sentimientos de los niños, el amor de los jóvenes y la amistad, y mientras detiene la atención con el lirismo delicado, esta parte de la novela de Musrépov no es nada idílica. El lector verá que el camino del protagonista desde el mismo principio no fue cubierto con rosas, que especialmente allí, al principio, en el origen, se condicionaba su carácter, que aparecía más adelante en pleno acuerdo con la lógica de su desarrollo.
“Casi no me acuerdo de los detalles de mi infancia, - dice el protagonista – aquello voló como una pelota lanzada, se dio contra la pared, rebotó, dio un salto en un sitio y se quedó inmóvil... Y tengo diez años ya. Me presento ante una vacada que se dispersa por la orilla del río como los guisanos por un árbol. Sobre la arena está mi propia sombra de madrugada, larga, extraordinariamente distinta, y, como yo mismo, observa con asombro mi primer encuentro con la vida. Está vestida del misno malajai de orejeras caídas, el mismo chöpön del padre que llevo yo, y en sus manos tiene mi palo de pastor, que he recibido de mi hermano mayor, quien se ha ido a la construcción de Gúryev...”
Pero el choque del pequeño héroe con la vida que observa su sombra con la “mirada sorprendida”, por su parte, es bastante grave: un “activista” de diez años de koljós que tres veces obtuvo ya el acceso para la reunión en el rincón rojo, donde dormía felizmente detrás de la estufa, sin entender el concepto de estas reuniones, sin embargo, ha chocado con el todopoderoso Kara-Murt, quien se declaró el presidente del koljós, y creía que desde aquel momento ¨todo el aúl - la gente, y todo lo bueno – estaría en su plena disposición¨. Pero si se puede nombrarlo un ¨conflicto¨: un niño está fascinado con el poder formidable mágico del presidente terrible que le ha prometido un castigo siniestro - ¨al cobertizo para cuarenta noches¨ - por cualquier delito, el chico huye a la desbandada de su aúl natal no sabe dónde, sólo lo más lejos de este hombre, su bigote cerdoso raro y la mirada glacial de sus ojos incoloros. ¡Se perdió una ternera joven en la vacada confiada al chico! Si un lobo fue culpable de aquella pérdida, si aquella ternera se adentró a un lugar desconocido– no había ningún razón para pensarlo – y el chico puso a correr, sin atreverse siquiera a pensar en lo que Kara-Murt haría con él. Sin embargo, puede ser que no sólo el miedo le apresuraba al muchacho: ¨Tal vez, yo huía de la terrible amenaza de Kara-Murt, tal vez la vida del aúl, monótona como una estepa durmiente, estaba corriendo en mis pies a la novedad de la ciudad, donde las olas azules del espejismo daban luz a las mares que nunca se podría conseguir. ¿Quién sabe? Podría ser¨.
En el aúl de Kairakty se quedaba la madre, que más de una vez vendría a su hijo, donde quiera que sea, allí estaba ¨regordeta¨ Akbota, una niña de siete años, - ¨camello pequeño¨, el niño llevaría su amor hacia ella a través de toda su vida; atrás había dejado su pueblo natal, la estepa con vacadas y rebaños pastados... No, por supuesto, no sólo el temor ante el omnipotente Kara Murt le apresuraba al chico llevándole más y más lejos hasta el río Ural, y aún más lejos - al viejo mar Caspio, junto con él parecía estar corriendo y la ¨vida del aúl estancada durante los siglos, monótona, como la estepa durmiente...¨.
Fuera lo que fuera, pero un ¨activista¨pequeño de koljós no volvió a su aúl natal: ¨las universidades¨ de Kayrush Sartaleev comenzaron en el mercado de la ciudad de Gúryev, después durante la amistad con un adolescente mayor Sheguén y pequeño Borash, a continuación, en un orfanato; con las personas que le ayudaban a descubrir sus cualidades y rasgos no sospechadas por ¨un gualdapero inimaginablemente sucio, con cara hinchada¨, que una vez había llegado a correr para buscar salvación en la ciudad nunca vista.
Pero Kayrush, al encontrarse en el orfanato y al haber despedirse de su aúl natal para siempre, no lo borró de su corazón. Se echa en brazos de su madre, inhala con arrebatamiento el olor natal de la estepa, a pesar del miedo pánico de que su madre que le ha encontrado en el orfanato, ahora le llevará consigo, y él volverá a caer a Kara-Murt. Siente el dolor de la pérdida irrecuperable de su madre y el aúl cuando el orfanato se transfiere a Uralsk, el coche se mueve rápidamente más allá de sus lugares natales cada vez más lejos del aúl: ¨Si el coche se moviera más despacio, tal vez yo podría saltar y correr a casa. Pero el coche aceleraba por la carretera. Nadie me entendía, todos cantaban sin preocuparse, y yo, apoyándome contra el adral de carrocería lado y ocultando mis lágrimas de toda la gente, lloraba silenciosamente y sin ruido hasta quedarme dormido, acunado por el parpadeado monótono de las colinas de otoño¨.
Precisamente esta sensación de su origen que ha existido siempre en Kayrush, le hace que sea tan rico internamente, que sienta y piensa profundamente sobre lo que está sucediendo a su alrededor. De ahí proviene su insatisfacción constante consigo mismo (¨¿Qué es una cosa buena y sensata que has hecho en tu vida?¨ - se pregunta, resumiendo su juventud), la aspiración a realizar algo considerable para la gente nativa, con tan ávido interés escucha las novedades sobre los cambios que tuvieron lugar en su pueblo natal; por eso con tanta ansiedad espera las cartas de su amigo mayor Sheguén del ejército, le dan esperanza, infunden fe en él mismo, la disposición romántica de su amigo le ayuda a Kayrush librarse de la timidez e inseguridad, estas cartas se hacen un pilar importante para sus dudas juveniles, le ayudan a encontrar las fuerzas propias para sobrevivir al drama personal, quedarse fiel al amor a Akbota, la que han casado...
Kostya Kayrush se hace mayor ante nuestros ojos, el autor escribe sobre él con amor y ternura, no oculta sus puntos débiles, no hace silencio sobre las dificultades que aquel ve obligado a enfrentar. Precisamente por eso el lector percibe confianza en el autor; la imagen de la vida que recrea en su novela permanece en la memoria, y el protagonista inspira ya la compasión como una persona conocida y parecida por espíritu.
¨- Usted no callará nada, y yo no añadiré nada .- “¡Vale! Yo no callaré, pero Usted no añada entonces.- Estamos de acuerdo con eso¨. Estas palabras han sido hecho por G.Musrépov el epígrafe de la primera parte de ¨Soldado de Kazajstán¨. Podrían ser un epígrafe a todo el libro. Pero expresan con precisión particular el patetismo interior de la historia sobre la infancia y juventud del protagonista: el autor ha ocultado nada de su carácter.
Uno de los protagonistas de la obra de G.Musrépov ¨Amangeldy¨, recuerda el decreto abusivo de Nicolás II: ¨¡Allí se trata de que nosotros, los kazajos, no tenemos la patria, que mientras vivimos en nuestra tierra natal somos alienígenas en ella, ajenos! No nos hemos merecido del zar ser llamados como la gente: los kazajos, kirguises, turcmenos... Y nosotros no somos el pueblo para el zar, sino el ganado, ha decidido deshacerse de nosotros como deganado: arrear al rebaño para los trabajos no especializados. Ni a la delantera, ni a la lucha – ha tenido miedo de darnos las armas. ¡Aún así lo haría! Ya que somos alie-ní ge-nas!..
Mencionada actitud a los pueblos de Rusia terminó en octubre de 1917. El trágico 1941 Kayrush Sartaleev lo recibió con arma en manos, siendo combatiente de las unidades fronterizas, incluso había tenido tiempo para acumular experiencia de combate hasta aquel momento: en en su cuenta había tenido dos delincuentes detenidos. Y si el protagonista de la obra ¨Amangeldy¨ decía con rabia y amargura que los kazajos no tenían patria y, en consecuencia, no tenían el derecho a defenderla, entonces los derechos de Kayrush habían sido ganagos para él por la revolución, y en aquel momento, en los tiempos difíciles él mismo defendía aquellos derechos.
Ayrush Sartaleev del aúl kazajo Kairakty, situado no lejos de Gúryev se convierte en un soldado de Kazajstán - uno de las millones de personas soviéticas que sobrevivieron en una batalla sangrienta contra el fascismo, cumpliendo su deber de defender las conquistas de la revolución.
La guerra ¨llega¨ al libro de G.Musrépov de una manera simple y cotidiana: Kayrush en el departamento de los combatientes que mantienen orden en la travesía. El rugido de los motores, los gritos de las sirenas avtomóviles, disputas e injurias - no es nada aquello para que hace falta prepararse ni lo que espera un joven de ánimo romántico en los primeros días de la batalla de muerte: ¨Estamos luchando por las cosas más simples e innegables – por el turno en la travesía y prevención de atascamiento durante el mover y pasar el puente. Este trabajo cotidiano nos iguala a nuestros milicianos - controladores del tráfico. ¡Dónde está aquí el heroísmo o algún caso de hazaña!¨Pero a través del ¨puente desconocido¨ van y vienen miles de personas, cientos de coches, los alemanes bombardean la travesía, el teniente está herido gravemente, el sargento Kayrush sigue siendo el único comandante, hasta en su primer informe a la sede comunicando de la herida de teniente, pone su firma como ¨Jefe de travesía" y él mismo se encuentra con ¨el orgullo juvenil de esta firma¨. Mientras tanto, en la travesía surgen atascos, uno tras otro, y hay que tomar de inmediato resoluciones para los problemas nuevos, dada la situación y obstáculos para cada unidad. Y bombardeos constantes de la aviación fascista, dominante en el aire, que finalmente quemarán y romperán la travesía.
De aquel modo tuvo lugar el bautismo de fuego de Kayrush Sartaléyev. Por delante aún esperarían peleas interminables, la amargura de retirada, la Batalla de Rostov, cuando los combatientes ¨fueron acometidos con las palabras: ¨¡Moscú está en peligro!¨, y allí, en el puente cerca de Rostov, un soldado de Kazajstán defendería Moscú, encontrándose como como si fuera ¨una parte del país enorme¨. Y entonces las luchas nuevas, una herida grave, un hospital, y de nuevo la parte delantera y, por último, la batalla por Crimea, donde Kayrush Sartaléyev y sus amigos realizaría su hazaña.
Para este momento detrás del protagonista de G.Musrépov se han quedado la infancia y la adolescencia, de las que nunca no se irá a ninguna parte, y no podrá ir – es su riqueza y fuerza: una chabola en su aúl natal, la ciudad llena de gente, agobiante, ruidosa, como una multitud de mercado, la ciudad en la que se ha encontrado una vez; su madre, Sheguén, Akbota... Tiene en su pasado la comprensión de lo que Moscú es en la vida de un pequeño aúl Kairakty, un sentido de continuidad y relaciones. Tiene sobre sus espaldas los caminos graves de la guerra, la muerte de amigos, crímenes del fascismo, que Kayrush no se enfrenta a base de las historias ni de los libros – es su propia experiencia. Así que cuando el destino militar le lanza a nuestro héroe a la península de Tamán, cubierto de rayas de las orugas de los tanques, de los montículos de fosas comunes, de los montones de las máquinas rotas, cuando él y sus compañeros se preparan para saltar a través del estrecho de Kerch, que ya tenemos a una persona formada, fuerte, lista para lo que le espera.
Lo mencionado arriba radica una de las razones de la historia de éxito de G.Musrépov - el autor no narra pintorescamente, no ilustra el lienzo de la biografía de su protagonista, sino introduce al lector en el mismo proceso de su evolución espiritual, su madurez, el lector como si se convierte en un hombre de confianza del protagonista que comparta cada uno de sus pasos.
Pero detrás de él se han quedado las cosas siguientes: el lanzamiento desde el aire, una batalla corta de noche en la orilla, la fortificación fascista en la altitud ya ha sido tomada, el capitán había sido matado, y Kayrush con un puñado de combatientes se queda el representante de su país en la Crimea invadida por los alemanes. Paracaidistas no van a retirarse, cualquiera que sea la batalla, equivalente o fantástica: ¨¡Demostremos a los alemanes que somos los amos de nuestra tierra, que se retiren de nosotros!¨ Y nos probarán: desplegarán una bandera roja encima de la fortificación, en la colina, la bandera roja, rechazará un ataque feroz tras otro...
¨Sobre el terreno, no podría encontrar ningún lugar que fuera mejor que aquel donde naciste y creciste" - estas palabras de Jodzhá Nasreddín el protagonista recuerda al final de la novela. Expresan su idea con mucha precisión - Kayrush sentía su razón al principio de la novela cuando hacía los primeros pasos en la vida, los entiende profundamente al final, se les mantendrá fiel a ellos a lo largo de su vida.
El éxito de la novela de Gabit Musrépov ¨El soldado de Kazajstán¨ consiste precisamente en lo que el autor no declara esta idea, esta es una conclusión totalmente orgánica de la narración, expresa su énfasis y está comprobada con el destino de los protagonistas de la novela.
Sin embargo, esta idea tampoco agota la intención del autor. ¨Sobre el terreno, no podría encontrar ningún lugar que fuera mejor que aquel donde naciste y creciste, - recuerda Kayrush Sartaléyev pensando en su novia, la que le ha encontrado por fin en los caminos de la guerra.- Quiero que sea aún mejor para los que tú misma amamantarás...¨
La guerra ha terminado para el protagonista de la novela de G.Musrépov, pero la vida sigue continuando. Y tiene que ser aún mejor por haber estado defendida al precio demasiado alto.
Z. Krajmálnikova
PRIMERA PARTE:
- Usted no callará nada, y yo no añadiré nada .-
“¡Vale! Yo no callaré, pero Usted no añada entonces.- Estamos de acuerdo con eso.
I
Yo sigo y sigo corriendo. Estipa plumosa de la estepa ya azota suavemente mis pies descalzos con sus colas esponjosas, ya pincha con agujas.
Hace calor ... Hace tanta calor que ni siquiera tu sombra trata de esconderse del sol debajo de tí. Todas las cosas a tu alrededor están tan tranquilas e inmóviles como puede estar en el reino del mediodía caliente de saltamontes y langostas cantando constantemente su canción crujiente en todas las partes.
Sigo corriendo, mirando con timidez a todos los lados. Sigo corriendo porque he decidido escapar en la ciudad. Y miro a todos los lados porque tengo miedo de la persecución y el castigo. Una vacada grande que habían sido confiada a mí y la que yo he dejado a la orilla del río, ha comenzado a dispersarse rápidamente por el campo dorado de los cereales no segados.
Tengo justamente diez años de edad. Ya soy un ciudadano consciente e incluso un activista: hasta tres veces me han dado permiso para la reunión en la esquina roja, al parecer creyendo que ayudaré a llegar a comprender la cuestión difícil - lo qué es un koljós y cómo debe estar organizado realmente. No me acuerdo de lo que yo era capaz de entender. Sólo recuerdo que después de cada reunión, por alguna razón me despertaba en el rincón detrás de la estufa enorme, donde por la mañana Altai, mi perro negro, de nariz rosada, me despertaba con aullidos tristes, como si reprochándome amistosamente por lo que me dormía en un lugar público.
Y el mismo ¨activista salía corriendo en aquel tiempo a Gúryev, mirando temerosamente atrás. Las palabras imponentes de Kara-Murt silbaban claramente sus oídos, y Kara-Murt le advertía solemnemente al ¨activista¨, confiándole la vacada:
- ¡Por la pérdida de un ternero caerás al cobertizo para cuarenta noches! ¿Entiendes?
Su bigote parecía expresamente amenazante. Justo por aquel bigote le habían llamado Kara Murt antes, y aquella primavera, cuando le empezaron a llamar ¨presidente¨, su bigote comenzó a tener un aspecto más amenazado. Me parecía el único dueño de nuestras estepas amplias, en cuyas bordes se apoyaba el cielo.
De hecho, Kara-Murt no fue el presidente de koljós por la sencilla razón de que en realidad koljós no existía. Y casi nadie en nuestro pueblo lo elegiría como presidente - siempre Kara-Murt fue precisamente aquel de los que se cantaba en la canción kazaja:
Las lágrimas han llenado nuestra región triste, porque en cada aúl de estepa existe su Adrakbay...
Aquello tuvo lugar en los años lejanos, cuando la colectivización sólo había empezado en la estepa kazaja y cuando toda clase de adrakbay, salvando sus rebaños y vacadas, trataban de convertir todas las iniciativas del gobierno Soviético joven a su favor. Y una noche, cuando las personas subieron agarrándose a los tejados de las casas bajas de arcilla para recuperar el aliento después de los trabajos y del calor sofocante de la primavera, aquel nuestro ¨Adrakbay¨ llegó no se sabía de donde, montado a su corcel hartó, lo tiró de las riendas cerca de las casas, salpicado el barro, y, agitando el látigo, echó a gritar para todo el aúl:
- ¡He ido y vuelto!.. ¡Gracias a Dios, he llegado a un acuerdo! ¡El aúl Kairakty no existe más en el mundo, el koljós Kairakty existe, y yo soy su presidente!
Según las explicación siguientes de Kara-Murt resultaba que en aquel tiempo todo el aúl - la gente y todos los bienes estarían íntegramente a su disposición. Y aunque desde aquel día comenzaron los debates sin fin sobre lo que era el koljós y cómo debía estar organizado, las mujeres de nuestro aúl, incluyendo a mi madre, empezaron a llamarle a Kara Murt ¨el presidente¨, y al aúl- ¨el koljós¨. Los niños suelen repetir las palabras de su madre, y aún más los que no tienen padre. Así que para mí Kara-Murt se hizo ¨un presidente¨misterioso que podía hacer lo que quisiera, y en mis ojos se volvió aún más corpulento y más alto, y todos los demás se quedaron en nada ante su majestad terrible .
En aquel momento me pareció que su mirada penetrante se había dado cuenta de mi fuga vergonzosa ya hacía mucho, y emprendía a mi persecución en ¨su corcel aguileño¨ tordo. Yo imaginaba claramente su cara excitada de ira. en aquellos casos su bigote cerdoso raro solía abrir recordando a una tarántula marrón irritada, la mirada fría de sus ojos incoloros clavaba en tí y como si te ingestaba vivo. Entonces por causa de la línea de dientes de color marrón, mezclados con los de oro, volaron las palabras poco halagüeñas referidas a tu nacimiento ¨de la raza naja¨. Los recuerdos de aquellas cosas no me presagían nada bueno.
Incluso antes, en los momentos de reflexiones ociosas, más de una vez yo había tratado de imaginar lo que había significado aquella amenaza de ¨para cuarenta noches al cobertizo", y el pensamiento siempre me había llevado al cobertizo de ladrillo pertenecido al mismo Kara-Murt, lleno de harina, cordero y los bienes de toda clase. A veces, en los momentos de debilidad, casi había querido meterme en aquel cobertizo de abundancia. A veces, hasta ne había parecido que sería más cómodo y tranquilo estar en el cobertizo del presidente que en casa, sobre todo si me meterían solo al aquel cobertizo, sino junto con mi amiga.
No sin cierta modestia, pero debo confesar que en aquellos días yo amaba a Akbota regordeta que tenía siete años. Ella me redamaba plenamente: ya me pellizcaba la mejilla, ya me empujaba en el pecho con sus dos puños, ya demostraba la lengua y de inmediato se ocultaba en una yurta . Ella sonreía enojosamente, enojaba con una sonrisa, y yo pensaba en serio que ella tenía algo de un cabrito. La amaba con todo mi corazón y me apresuraba para llegar a la edad de veinte años para pedir su mano. Por aquel caso yo había previsto casamenteros. Por ejemplo, el jefe del rincón rojo, que era una persona muy experimentada en aquellos asuntos y apoyaba la lírica de toda clase de aúl, o el gerente de la tienda del consumo regional. El último podía pronunciar los discursos más ardientes en las bodas: un viejo se casa con una joven – encontrará en aquello la ansiedad eterna de la humanidad a la primavera joven; un joven se casa con una mujer entrada en años – él hará lo contrario y empezará a hablar de la aspiración de juventud a aprender rápidamente la sabiduría de la madurez. La boda de dos jóvenes daba origen a los cuentos de Shejerezada y una serie de historias sobre su propia juventud en su imaginación, como si guardaba la juventud a lo largo de muchos siglos, y estaba enamorado por lo menos setenta veces. Todo el mundo sabía sus historias, estaban acostumbradas a ellas y se las perdonaban como las personas perdonaban una a otra las debilidades pequeñas.
En resumidas cuentas, yo tenía a los casamenteros fijados, y sentía respeto espontáneo no sólo a ellos mismos, sino a sus vacas, que tenía que pastar. En aquel tiempo lo más importante era llegar lo más rápido a la edad necesaria. Más de una vez yo soñaba con lo que una vez por la mañana me despertaría siendo un joven de veinte años. Pero a veces los giros vertiginosos tenían lugar en mi imaginación: ¡si de repente Akbota antes de mí po¨dría llegar a la edad de veinte y se casaría con uno de los ¨activistas"! Era más fácil para una chica. Sin embargo, yo era tres años mayor que ella, e incluso, como un mayor, dos veces en vida la golpeé. Luego llorábamos juntos. Pero ella, mi futura esposa, siempre me parecía más astuta que yo.
En aquellos días no sabíamos todavía la ley según la cual los dieciocho años se consideraban la mayoridad civil, y un joven se incluía en las listas de votantes - se convertía en un adulto. La ley kazaja no escrita decía: ¨Eres un adulto cuando te cumplen los veinte años desde el momento de tu primer grito dado sobre la tierra...¨ Y para llegar a aquel límite antes de que llegara Akbota, eché a correr para los viajes por los espacios de la vida.
No, por supuesto estoy bromeando. La razón era la otra.
Casi no recuerdo los detalles de mi infancia. Pasó como la pelota lanzada, llamó a la pared, rebotó, rebotó en el suelo y se quedó inmóvil ... Y tengo diez años ya. Me presento ante una vacada que se dispersa por la orilla del río como los guisanos por un árbol. Sobre la arena está mi propia sombra de madrugada, larga, extraordinariamente distinta, y, como yo mismo, observa con asombro mi primer encuentro con la vida. Está vestida del misno malajai de orejeras caídas, el mismo chöpön del padre que llevo yo, y en sus manos tiene mi palo de pastor, que he recibido de mi hermano mayor, quien se ha ido a la construcción de Gúryev. Después de examinar mi sombra, vestido del chöpön de mi padre, me parecí a mí mismo una persona bastante respetable y caminé con orgullo hacia el río, apoyado en un palo largo. Pero Kara Murt me acercó y expresó claramente el concepto: “Para cuarenta noches al cobertizo”. De repente todo mi orgullo fue abatido, yo lloré, y mi sombra, como si contrahiciera, también comenzó a frotarse los ojos.
Hasta aquel día, todo había ido bien. Yo había sido un sucesor digno de mi hermano mayor. Para la tarde todas mis vacas siempre habían estado en sus lugares. Nunca me había desviado de la cuenta. Pero aquel día, después de haber contado yo de diferentes maneras, me faltó una ternera joven. Lo peor de todo fue el hecho de que la ternera que faltaba le pertenecía al mismo Kara-Murt (de hecho, igual que la buena mitad de nuestra “vacada ”de koljós”). Si un ladrón, si un lobo fue culpable de aquella pérdida – en cualquier caso, faltaba una ternera. Me consideré un gran maestro y no podía equivocarme. Tal vez fue cuando volé a algún lugar lejano en el corcel ardiente de los sueños. Maldita ternera desapareció como si nunca hubiera existido, un peligro de carcelación inmediata en el cobertizo amenazó sobre mi cabeza, y me dí a la fuga. Tal vez me escapaba de la amenaza terrible de Kara Murt, tal vez en mis pies la vida de aúl, estancada durante los siglos, monótona, como la estepa durmiente, pasaba corriendo a la novedad de la ciudad, donde las olas azules del espejismo daban luz a los mares que nunca serían alcanzados. ¿Quién sabe? Tal vez.
De todos modos, empecé a correr a lo largo del río Ural, pero cerca de la cima de la colina me volví hacia atrás. La vacada dejada por mí estaba nadando en los cereales altos como en el mar. Fue necesario volver y llevarlas, y sólo después, con la conciencia tranquila viajar de nuevo. Así que lo hice.
Mientras yo estaba limpiando mi conciencia, llevando vacas de cereales, el sol ya había pasado el cenit y miró de reojo a mi figura pequeña. Quité el chöpön apegado a mi cuerpo, torcí a lo más alto posible los calzones de caballería de mi padre y dí un cambiazo. Mi corazón latía con fuerzacontra mis costillas, y sentí admiración por mi autodeterminación que me había empujado a tal audacia atrevida, como era el escape del aúl a la ciudad. Sin embargo, aquello también se mezclaba con el miedo del futuro desconocido.
El sol me quemaba, y la nube de mosquitos volaba como una columna balanceando sobre mi cabeza.
- ¡A-quí está él, a-quí está él! ¡Aquí está! ¡El fugitivo está aquí! – gritaban los mosquitos, dándo la noticia sobre mí “al presidente”.
El zumbido constante de la poderosa respiración de Caspio azul ya estaba pareciéndo delante de mí. Apresurando a caer en sus brazos, el río Ural enderezaba su camino, pero después de golpear contra las colinas ondulantes se retiraba hacia el valle.
Por la noche, cuando el sol ardiente descendía perezosamente sobre el mar, quemando su marejada plateada, toda mi piel parecía rígida de las picaduras de mosquitos y enlazaba los movimientos. Sobre el mar apareció una penumbra plomiza amenazadora, como un enorme monstruo oscuro. Bajo su peso excesivo el mar se hundía más y más. A través de la oscuridad las estrellas solitarias asomaban en algunas partes, recordando los ojos del lobo que brillaban en la oscuridad. Era cierto que yo no los había visto ya, pero podía imaginarlos vívidamente. Una vez que aquel pensamiento pérfido sobre lobos y sus ojos punzantes me tocó, aquellos comenzaron a parecerme a mí de repente casi detrás de cada arbusto.
Una lechuza asustada se agitó. El resplandor azul-rosado de sus alas por alguna razón me recordó el diablo. Según atestiguaban competentemente las ancianas del aúl, nuestra estepa abundaba de los demonios, que se habían reproducido principalmente desde el momento cuando murió el molá Ogap. En aquel entonces cada noche ellos jugaban al corro cerca de su tumba, triunfando su victoria sobre él. No sabía exactamente donde estaba aquella tumba: sólo sabía que estaba en algún lugar allí, cerca de la misma ciudad, y por eso cada momento yo arriesgaba tropezármela. Y la noche seguía profundizando. Apartándome atrás de un monstruo, quizás de un arbusto, caí a plomo desde una alta orilla del río. Una corriente poderosa empezó a voltearme y me llevó velozmente a mí como una astilla. Mi malajai cayó de mi cabeza y voló de prisa delante de mí. Apenas tuve tiempo para agarrarlo. Me llevó a la derecha directamente a Gúryev. Los mosquitos retrasaron, entonces me hice inaccesible también para los lobos y demonios, pero el agua me inundaba. De alguna manera, salí más cerca de la orilla y mojado, empecé a caminar, chapoteando por el agua.
Más y más cerca se percibían los profundos suspiros melancólicos del Caspio viejo. En el silencio de la noche los golpes del oleaje y el rugido de la ola retirada llegaban cada vez más claramente. El monstruo grande de color negro que antes de la noche se había elevado sobre el mar ya no era visible, y pensé con alivio que aquel se había hundido con todo.
Cuando por fin salí a la orilla cerca del puente infinitamente largo, la ciudad dormía pacíficamente. Los sonidos temblantes de los barcos de pesca llegaban desde lejos. Cerca de un puesto de madera me bajé sobre el suelo caliente y de inmediato me quedé dormido.
II
Por supuesto, hasta en el sueño, yo todavía seguía corriendo. Delante de mí estaba corriendo mi doble, que se burlaba de mí y gritaba: "¡Un fugitivo, un fugitivo!" Yo perseguía a aquel pillete descarado, finalmente lo superé, me arrojé sobre él y me desperté.
El enjambre ruidoso de moscas azules eché a volar de mi cara.
- ¡Sal de aquí! Y ¿de dónde ha aparecido este mendigo?..- Susurraba furiosamente el tendero hacia mi lado, abriendo un puesto, cerca del cual me encaramó.
En la ciudad olía a pescado ahumado. El sol, entornándose con timidez, se miraba fijamente a la superficie brillante de la mar en calma de la mañana. Había acabado de subir sobre la estepa temblando ya con la niebla, y sus largas pestañas doradas asomaban de las casas grises de madera.
Ural soplaba un frescor suave a la ciudad.
El puesto estaba al borde del mercado impregnado del olor de pescado, y el fuerte olor del pescado comenzó una conversación astuta y seductor con mi estómago. Mis pies, que ayer recibieron aquel trabajo se convirtieron en una especie de palos, y parecía que crujían con cada movimiento. Me puse de pie y dije la única palabra que conocía bien en ruso:
- Zdryasti... (Hola...)
- Vete a la mierda...- le contesté elocuentemente el tendero kazajo.
Entonces, a pesar de su fríaldad, pasé a la lengua kazaja nativa.
- ¿Por qué hay que decir “vete a la mierda”? – empecé yo. – Primero dame agua y un pedazo de pan, después muéstrame donde está la escuela para los pobres.
Nuestros ojos se encontraron. El tendero no era kazajo ni ruso, sino una nacionalidad desconocida para mí. Sin embargo, por la mirada de sus ojos, me dí cuenta de que le alcanzó el sentido lastimero de mis palabras.
- ¡Allí hay agua! - Él me señaló el río con su mano peluda.
Quedé desconcertado. ¡En efecto, era ridículo pedir apagar la sed estando cerca del río! Al parecer, sonreí de timidez o irresistible deseo de pedir algo de él, a pesar de todo. No sé lo atractivo que se hizo gracias a la sonrisa mi cara hinchada y sucia, pero el tendero arrugó la nariz y escupió con sonoridad y desprecio.
- ¡Pues cree gran dios tal jeta! - fijo en kazajo, un tanto distorsionando un poco las palabras.
Sacudió la cabeza con amargura y chasqueó la lengua con aflicción.
Su rostro propio tampoco podría ser llamado atractivo. La nariz larga azulada, con algunos borrones pequeños, la boca ancha con los labios vueltos del revés y la barbilla bifurcada azul-negra – todo lo mencionado pedía comparaciones diferentes, poco halagüeñas, que vienen fácilmente a la mente en niñez. Yo estaba listo para responderle adecuadamente, pero él, después de hacer su conclusión sobre mi rostro, se volvió al mostrador y sacó un gran frasco de cristal con caviar rojo. Aún no había comenzado el comercio y por lo tanto no estaba de buen humor.
- ¡Pues, vete! - repitió en un arranque de cólera.
- Habla calurosamente con una persona, y complacerás a Alá más que el molá que predica fríamente, - contesté usando el proverbio kazajo.
Aquel proverbio le gustó claramente.
- En vista de que tú eres un principiante si no sabes las costumbres, - dijo muy suavemente para su apariencia sombría.- ¿Quién te dará dinero si no empiezas a vender? ¿Tienes bolsillos? - le preguntó de repente.
- Tengo un bolsillo.
- Bueno, empuja tu mano allá... ¡que no sea la izquierda, la derecha!
Yo obedientemente puse la mano en el bolsillo de mi pantalón abotinado, sin entender que quería él.
- ¡Dinero, dame dinero, así, vamos! - ordenó.
- No hay dinero – dije con perplejidad triste, extendiéndole mi mano vacía.
- ¡Que mastuerzo eres! ¡En broma, como si pagues! ¡Dame cien rublos!
Apretó mis dedos en un puño, después lo abrió y cogiendo “cien rublos” imaginados, me contó habilmente, con movimiento habitual de los dedos peludos, “la vuelta”.
- ¡Churumbel, de esa manera estarás completamente perdido! – concluyó amistosamente, entregándome un pedazo de pan, vobla ahumada y un poco de caviar en el extremo de un cuchillo ancho.
Las calles estrechas, con baches, estaban llenadas de la multitud abigarrada del mercado que se arrastraba lentamente. Las mercaderas, ganando cada pulgada una a otra, ocupaban con cacareo sus asientos en largos mostradores, exponían las mercancías. Mi comerciante salió de su puesto y miraba con orgullo a su alrededor, como un gallo.
Caminé por el mercado, e instruido por el comerciante, yo metía la mano derecha en el bolsillo más de una vez, pero de cualquier modo cien rublos no aparecían allí. Ya retirándome del mercado al río, oí un desafío suave detrás de mí:
- ¡Oye, hijo! ¡Mi pobre huerfanito! ¡Eh!
Mirando hacia atrás, en la fila extrema ví a una anciana con el cubo de madera. Al acercarme, ella quitó el saco del cubo y virtió airan en una taza de madera.
- Toma, querido, - dijo ella, al pasarme la taza con su mano huesuda temblando.
Ella estaba sentada doblando su pierna derecha y pusiendo de punta la rodilla izquierda, precisamente como solía estar sentada mi madre, tan compasiva como ella.
- ¿Vagabundeas con Borash? – preguntó la vieja.
- Vagabundeamos juntos, abuelita, - dije yo, sollozando, y rugí, ya no pudiendo contenerme de autocompasión.
- ¡Sois calaveras, pobrecitos! - la anciana me regaño con una cálida compasión.- Una madrastra es, por supuesto, una madrastra. Esta mujer es como si la suya propia para un hombre, pero, de hecho, es una persona ajena para los niños siempre. ¡Acaso el querido Borash se habría ido de la casa si tuviera su madre carnal
La anciana se sintió triste junto conmigo y limpió las ramas con su palma.
¿Cómo está su pierna, ha ido mejorando? – preguntó ella.
- Se ha recuperado completamente, - le dije rápidamente, sin tener ninguna idea sobre Borash y sus piernas. Sólo quería decirle algo agradable a la anciana y yo le conté una historia completa acerca de la recuperación del niño.
- Venid juntos. Dile que ya no estoy enojada con él - ha acabado la anciana, al pasar la mano por mi cabeza.
- Bueno, abuela, - dije con dificultad entre las lágrimas y, al retirar la mano que me acariciaba, eché a correr de aquella criatura buena.
El espejo largo adjuntado al puesto azul llamó mi atención con la visión horrible de un pequeño rvagabundo, increiblemente sucio, con la cara hinchada. Hasta aquel día a menudo yo había admirado su reflejo en el agua. Y en aquel momento ante mis ojos apareció un jovencito desconocido en que apenas conocí algunos rasgos de mi rostro. ¿Acaso hubiera podido cambiarme tanto en una noche?
Detrás algo hizo clic agudo como él de el látigo largo de pastor, y a mi cabeza cayó el pelo negro y pelirojo recortado. Dándome la vuelta, le vi a un peluquero grueso con el peinado suavizado de raya a un lado y la barriga flaccida, él reía de que sacudió sobre mí la sábana que había cubierto al visitante. Igual que un uigur le empujé su barriga con mi cabeza y eché a correr.
Corrí hacia el río. Todo el cuerpo estaba ardiendo y sentía picazón insoportable de las picaduras de mosquitos, lo que requería el manejo de todas las diez uñas. Al doblar cuidadosamente su ropa debajo de barranco abrupto y al mirar los alrededores, entré en el agua.
- ¿Habías sido tú quien estaba tumbado allí, al puesto, como un hombre muerto? – oí la voz.
Miré a mi alrededor. Dos muchachos caminaban como patos hacia el río. Uno de ellos era un adolescente alto, delgado, desnudo hasta la cintura, el otro era de mi edad, y cojo.
- No estoy muerto todavía, - respondí yo y les miré esperando, como si me preparara a una pelea. La soledad hace la gente prudente y firme. No he tenido mucho miedo de ellos. Después de sacar del agua un objeto duro que resultó ser el hueso de un camello, yo estaba esperando el ataque.
- ¡Anda! ¡Tan pequeño! ¡Ciertamente es nuestro! – respondió el mayor y bailando con destreza, comenzó a bajar de sí algo parecido a sus pantalones cortos, y después de aquello se puso a quitar ropa de su compañero joven. Entonces con una patada hábil arrojó su ropa al precipicio, sorprendiéndome con un magnífico descuido con que trataba sus bienes.
III
Con el chiquito lisiado en sus manos, el mayor bajó al río. Pensé que eran los hermanos, y recordé a su hermano mayor, él también estaba en algún lugar allí en Gúryev. ¿Cómo podía encontrarlo allí?..
El adolescente, al bajar con cuidado al menor en el agua, me preguntó:
- ¿Qué ha pasado, te han atormentado los lobos?
- Los mosquitos son más terribles que los lobos! - respondí.
Los arañazos estaban en todo mi cuerpo. Mirando con envidia a la piel lisa de color marrón del interlocutor, yo contaba mi historia.
- ¿Te pica? - preguntó el menor, tocando con compasión mi hombro con sus dedos pálidos delgados.
- ¡Oh, pica! – confirmé yo.
- ¡Vamos, Boráshik, que rastreemos!..- Y el mayor se puso a tratarme con sus diez uñas!
- ¿Cómo te llamas? – preguntó él.
- Kairgáliy, – contesté con viveza. '¿Y a tí?
- Me llamo Sheguén y se llama Borash, Borya. No inventaras nada para cambiar mi nombre para que sea cariñoso. Llámame simplemente – Sheguén-aga: es que soy mayor que los ambos de vosotros.
Sheguén comenzó a pronunciar todas las formas mi nombre, buscando una forma cariñosa: Kairgaliy, Kayrush, Kair...
- ¡No! - dijo con convicción.- No resultará nada de eso. Molá ha estropeado tu nombre, pero a tal muchacho como eres tú, es necesario tener un buen nombre.
Se llevó las manos a las orejas, al igual que los molás hacen durante el nombramiento de los recién nacidos, y pronunció solemnemente:
- A partir de ahora, te llaman Kostya. ¡Irás como Kostya por el camino de la vida, como Kostya tendrás que responder ante Alá y su profeta!
- ¿Y qué dirá la madre? Es que Kostya es un nombre ruso... ¿Y dónde está tu madre?
- En aúl, en Kairakty.
- ¿Vas a volver a la casa de tu madre? - preguntó Sheguén al terminar de repente sus operaciones sobre mi espalda.
- ¡No-o! - le dije sin mucha seguridad. Yo no quería afligirle.
Sheguén volvió a su trabajo con nuevo celo . A partir de aquel momento me hice Kostya.
Borash estaba pálido y delicado como una niña. Sus ojos buenos, de color azul-negro, como los de un ternero recién nacido, miraban con asombro todo lo nuevo. Para él era fácil alegrarse, y se afligía fácilmente. Mirándole a él, se podía entender cómo su madrastra le ajustaba cuentas. No era capaz de trabajar duro. En la expresión de su rostro se veía un matiz de algúna tristeza cordial que no desaparecía hasta con una sonrisa.
Le comuniqué lo que había dicho la anciana, vendedora de airan. Borash sonrió, pero la chispa de la alegría que resplandeció en sus ojos profundos para un momento, se apagó inmediatamente.
- ¡Mira qué mimado estás! ¡Basta!.. ¡Ya es bastante para tí, vete! - exclamó Sheguén y me dio una palmada en la espalda.
Sheguén levantó a Borya y comenzó a trepar la orilla. También le agarré por detrás. Él sólo nos sacó a ambos sin decir ninguna palabra. Le puso a Borash sobre la arena, con cuidado, y me tiró con la risa de tal modo que volé a unos cuantos pasos.
Desde la mañana Ural se había fruncido, pero en aquel entonces puso suavemente su pecho abierto al sol . Cerca del puente chapoteaban los chiquitos numerosos de la aldea obrera, y sus amigos de cuatro patas – los perritos. El bullicio de loa niños sobre el río se mezclaba con los gritos de las gaviotas.
Sheguén era delgado, su cuerpo bronceado era elástico y flexible. Riendo en voz alta, él abría una fila de los dientes blancos. En su frente alta no se reflejaba ni una sombra de la insatisfacción con la vida. Al parecer, el sentido de independencia y el sentido de libertad fueron la alegría principal de su vida. Mirando con envidia a su alrededor, decidí definitivamente hacerme exactamente el mismo que era él.
Sheguén examinó cuidadosamente mis piernas heridas. Sin embargo, razonaba como un filósofo:
- En primer lugar y principalmente, necesitamos una cabeza – pronunciaba solemnemente.- Sin ella, la vida está oscura como una tumba del molá Ogap o una página del Corán. En segundo lugar, necesitamos piernas. Las piernas son necesarias para alcanzarle a alquien alguien o huir de alguien, considerando lo que es útil. En tercer lugar, toda tu piel arañada tiene que estar arrancada y tienes que estar cubierto con rocío.
Y Sheguén anunció que iba para obtener las medicinas necesarias. Borash miraba con admiración al Sheguén que se retiraba.
- ¡Te curará en dos días! - exclamó él con la seguridad inquebrantable.
- ¿Qué ha pasado con tu pierna? - le pregunté, después de palpar su rodilla que dolía.
- La madrastra me empujó desde el techo, y caí al arado. Sheguén me habría sanado ciertamente, pero hace frío en nuestro "patio", por eso vuelve a doler.
- ¿Y por qué Sheguén ha huido de su casa? – pregunté yo.
- No ha huido de su casa, sino de molá. Durante tres semanas no podía pronunciar en árabe según fuera necesario: Alef-ki-ku-sin-an... Pues, a lo largo de tres semanas le azotaron hasta que se ha huido... Ha vivido aquí durante un año, y yo he estado con él durante un mes...
Los dos, Sheguén y él, me pintaban con yodo y me cubrían con algunos linimientos de varios colores; me gustaba aquel cuidado, yo estaba completamente feliz, rodeado de su atención amistosa.
Fuimos al mercado.
- Yo soy un circo, y nuestro Boris es una ópera real. ¡Si le oyeras cantando "Zauresh" o "Aynamkoz"!
- También sé cantar "Zauresh" - le dije.
- ¡Oh, no! Nadie sabe cantar de la manera que canta nuestro Borash, - interrumpió Sheguén mi jactancia.
A él mismo le habían pasado quince años. Él estaba endurecido y flexible. Podía dar volteretas por el mercado, podría convertirse fácilmente en un ciego o sordo. Su sonrisa encantaba a todo el mundo, a cada uno quien no tenía la corazón endurecida. Sabía un montón de las historias que provocaban lágrimas y risas.
- ¡No tire las manos! - me advirtió al llegar nosotros al mercado.
La misma gente del mercado les pagaba generosamente por su arte - por el cantar de Borya y por los trucos de Sheguén. Les tocaban empanadillas, pasteles y pececillo.
- ¡La ópera mía! - exclamó Sheguén le abrazando a Borya con un brazo, y a mí - con el otro. Yo no entendí lo que era la “ópera”.
Desde el mercado me llevaron a su “palacio”. Fue una cueva espaciosa en un acantilado del río Ural, formada por medio de la extracción de arcilla para las construcciones. El suelo de “palacio” estaba cubierto de junco fresco. Allí estaba bastante espacioso, la luz uniforme provenía de la entrada. En un nido especial excavado en la pared, quince libros estaban en una fila, los conté de un vistazo. Calcular es un hábito de un pastor, sin el que éste pueda permanecer en una gran pérdida.
- ¿Sabes leer? - pregunta Sheguén, después de captar mi mirada.
- No. Sé contar.
- Esto es malo.
La ofensa se inflamó en mí. Quería preguntarle, si él no pensaba que un analfabeto no es un amigo para los alfabetizados, pero me retuve.
Aquellos primeros días en la ciudad transcurrían para mí con las colisiones continuas con los hábitos extraños y conceptos ajenos para mí. Era imposible dar un paso allí, para no tropezar con nada “urbano”. Mi deseo celoso de no atrasar de mis amigos me ponía a menudo en una situación ridícula. Yo estaba enojado conmigo mismo y envidiaba a mis compañeros. Sheguén lo notó de inmediato y dijo con firmeza:
- ¡Tienes el plazo de tres días para aprender a estar feliz y enojarte junto con nosotros, pero no separadamente!
Le prometí que aprendiera. Sheguén era un sabio que había pasado muchas pruebas de la vida.
Borya puso la tetera negra ahumada en el fuego y comenzó a cantar. Sus ojos tristes fijados en el río reflejaban la tristeza. Cantaba sobre su madre. No la recordaba, pero el corazón del huérfano le sugería que había tenido la madre una vez. Con aquella canción no curaba su corazón huérfano, sólo lo arañaba más profundo con el objetivo de capturar el nombre de su madre para toda la vida. Sheguén y yo le escuchábamos encantados.
Pensé en mi madre, y mis labios ya se pusieron a dilatar para emitir el primer sonido del lloro triste, pero Shegúen atrapó la mueca del traicionero y me amenazó con su dedo. Me contuve. Borya continuaba cantando su canción. La tetera se inclinó e inundaba el fuego.
De aquella manera comenzaron mis nuevos días inquietos. Yo estaba contento de que inmediatamente había encontrado a los amigos buenos. Pero yo no había captado todavía en que consistía es el verdadero significado de aquel encuentro. Aún no me daba cuenta de que me había puesto en el camino de las pruebas, donde una alegría diminuta era capaz de redimir la corazón del niño de miles de problemas y aflicciones.
IV
Mi vida libre terminó el tercer día, cuando no había tenido oportunidad de experimentar plenamente sus encantos. Nuestra pasión de la estepa kazaja a la canción nos destruyó: les gustaba cantar en la estepa, y a Gúryev llegó el teatro llamado por Shegúen la opera de Sarátov. La opera actuaba en las tablas al aire libre, rodeadas con los dientes afilados de los costeros de abeto. Durante dos noches escuchábamos la música y el canto a la distancia, desde el tejado de la escuela, a la distancia no menos que cien metros. El delgado y fríolero Borash estaba sentado en medio, entre mí y Sheguén. Tan pronto como el telón se abrió, él olvidaba completamente de nosotros, convirtiéndose en una bola pequeña, y escuchaba el canto y la música con todo su ser.
Me quedaba sorprendido con lo otro en la escena: la riqueza de colores y pinturas. Por primera vez en mi vida vi lo que era realmente el color blanco - claro y limpio. Hasta aquel momento, me había parecido que conocía bien el cielo, azul o azul claro, pero nunca había visto todavía en el cielo real el azul claro - tornasolando de todos los matizes y conservando ligereza y suavidad - que yo veía en aquella escena. Oro y plata, terciopelo y seda, después de perder su propiedad más desagradable - el precio, se convertían en una combinación de colores...
El tercer día ninguno de nosotros era capaz de quedarse lejos de la opera. Tan pronto como el telón se abrió, aparecimos en los dientes afilados del cercado. Un viento frío soplaba del mar, el cielo se puso más pesado, las estrellas bajaron. La visera de plata de la luna nueva deslizaba sobre el río. Estaba ahogándose en las nubes, y luego volvía a aparecer, parpadeando. Aérea como su vestido de brillo, la bella de los ojos azules cantaba encantándonos a nosotros y a los que estaban sentados en el cercado, debajo de nosotros. Al terminar de cantar ella, la gente estaba como estallada, palmoteaba sin escatimar esfuerzos , gritó de alegría. De repente, a través de todo aquel ruido vino a nosotros un silbato cauteloso, tres milicianos dieron una vuelta desde la parte trasera, y en aquel momento se acercaban cautelosamente para agarrar las piernas.
- ¡A saltar! - nos mandó Sheguén y saltó ágilmente lejos a un lado sobre las cabezas.
Borash también saltó, pero cayó justo en frente de un miliciano y gimió lastimeramente:
- ¡Oh, la pierna! ¡Oh, la pierna!..
Resultó que yo era el más torpe: al volver atrás para saltar, me enganché con mi pantalón en el diente agudo del cercado y perneando ridículo se colgó sobre el suelo. No fue un dolor ni un susto, sino la vergüenza por lo que me colgaba, tan ridículo y tonto, en el aire, me hizo llorar a gritos; yo daba golpes en el cercado con mis talones, como si sintiera un dolorón. Detrás del cercado, donde continuaba la acción de la ópera, sonaban los gritos indignados del público. Borash, acercando a mí a la fuerza, me tiró de pierna.
- ¡No grites, allí están cantando! – él exigió rigurosamente como el mayor.
El miliciano entendió mi astucia ingenua.
- Estás mintiendo, no te duele nada - dijo y examinó en tranquilidad completa si yo había sido atrapado seguramente.
Así que nos cogieron: a Borash y a mí. Pero en algún lugar en la oscuridad se vislumbraba a menudo la sombra ágil de nuestro amigo viejo - inteligente y veloz Sheguén. Dos milicianos le estaban persiguiendo. Él estaba corriendo alrededor de las tablas, dándonos a entender que no nos dejaría en apuro. El adolescente hábil y astuto atormentaba a sus perseguidores corpulentos con las vueltas inesperadas. Tranquilos al principio, se hicieron más irritables, de la oscuridad se oyeron sus silbatos que nos demostraban que Sheguén no había sido cogido todavía.
Un silbido largo de la oscuridad le llamó a nuestro guardia, y él corrió rápidamente para ayudar a sus compañeros. En aquel mismo momento de la oscuridad de la noche cayó Sheguén como un águila, agarró a Borya y desapareció inmediatamente, después de lanzar corriendo:
- ¡No tengas miedo, Kostya, te acudiré en ayuda!
Reprochando uno a otro por el fracaso común, los milicianos se me acercaron lentamente y me descolgaron cortésmente.
Me llevaron a un orfanato en un camión y me entregaron a una mujer gorda y corpulenta.
- ¿Tu nombre? – preguntó ella.- Kostya.
- Cada uno de vosotros se llama Kostya, - dijo con cansancio y tomó la pluma para inscribirme.
- ¡Déjelo, vaya! – le dejó ir al miliciano.
Por el semblante severo del miliciano quien la advertía en ruso sobre alguna cosa, me dí cuenta que hablaban de mí. Luego el miliciano se volvió hacia mí, con la sonrisa pinchó el dedo en la punta de mi nariz y salió.
Pasé la noche en una habitación separada. La cama pintada en verde y las sábanas blancas limpias me desconcertaron mucho. Las encontré por primera vez. ¡Hagan el favor de comprender de que manera manejan esta blancura insólita! Las mujeres que me habían lavado con desparpajo antes de aquello, riéndose de mi timidez, me aseguraban que yo desde entonces yo sería limpio, bueno e inteligente. Sus manos, hábiles y suaves, me arreglaron parsimoniosamente, y en aquel momento el “limpio e inteligente” estaba sentado en el borde de la cama, reflexionando intensamente sobre cómo tenía que proceder con las sábanas blancas.
La habitación pequeña en la que yo pasaba las noches, estaba impregnada del olor de todo tipo de desinfección típica para orfanato. Inusualmente una bombilla eléctrica brillaba fuertemente en el techo. Hasta aquel momento yo había visto las luces de la ciudad sólo a la distancia. ¡Así que aquella fue lo que brillaba tan intensamente por las noches, haciendo guiños a nuestro aúl! Con los ojos abiertos, yo reflexionaba si la bombilla se extinguiría hasta la mañana. Pero más tarde mejor, más brillante se encendía. Me levanté y la examiné observando de todos los lados. Resultó que todo era muy simple. Tender los cordoncitos torcidos de la puerta al centro de yurta y atar a ellas un frasquito de vidrio – aquella fue toda la luz de la ciudad. Me dije a mí mismo que, al regresar al aúl, yo mismo arreglaría obligatoriamente la luz semejante: inextinguible e inagotable. Mi madre torcería cordoncitos, y las burbujas de cristal estaban esparcidas en abundancia por todas las partes de la ciudad.
En las paredes blanqueadas desmanteladas de la habitación pequeña sobresaltaba única cosa notable – un sello metálico brillante con botón. Lo toqué, nada interesante ocurrió. Pero apropiarme de aquella cosa me pareció nada malo. La sacarías, mostrarías a los chavales - ¡mire! - y la ocultarías... Yo toqué aquella cosa interesante un cierto objetivo de codicia. De repente - ¡pum! La cosita chasqueó desapareció al instante. Yo no entendió cómo lo había sucedido - primero se había oído el chasquido, y luego la luz había desaparecido de repente, o viceversa -, pero grité de espanto.
- ¿Por qué has apagado? – gritó una voz desde el pasillo.
Entonces alguien entró en la habitación y en silencio encendió la luz. Era el vigilante.
- Tío, ¿adónde se ha escapado la luz? - pregunté.
Pero no me respondió nada, me miró con el ceño fruncido y salió.
Afuera, el mar suspiraba rítmicamente, con una pesadez sonora. Las holas como si golpeaban tronando contra los mismos muros de la casa y retrocedían tronando. La noche que era habitualmente tranquila y silenciosa en la estepa, allí, cerca del mar, resultó vociferante y de muchos ojos. Provocando el horror, zumbaban numerosos buques pesqueros. Los rayos de los reflectores distantes a veces se quedaron inmóviles en mi ventana, iluminando las crestas plateadas de las olas que rodaban como enormes golpes de mar hacia la orilla.
Primera ofensa por lo que yo había sido atrapado tan fácilmente y encerrado en aquella habitación, había desaparecido para aquel momento, y mis pensamientos volvieron al principio de la noche que se marchaba. La opera... Ligera como nublosa, una cantante bella... Me pregunté ¿si tenía aquella mujer marido o hijo?.. ¡Por supuesto que no! ¡No podía ser! Yo como si tenía celos de ella por todo el sexo masculino, y mi imaginación la protegía cuidadosamente de su marido igual que de su hijo: ¡ya que no podía la misma esta encantadora aérea con la voz milagrosa ordeñar vacas y lavar la ropa o regañar a los pastores! Pero entonces mis pensamientos volvían una y otra vez al aúl...
Por la mañana, cuando yo estaba levantando mis pies hacia arriba y apoyándome con ellas contra la pared, aprendía a caminar sobre las manos como lo hacía Sheguén, de repente oí una exclamación:
- ¡Oh, bien hecho!
Alguien me agarró de las piernas, me volvió y me hizo caer a la cama. Vi a Sheguén.
- ¡Aquí estamos! – dijo él.
- ¿Has venido para ayudarme? - le pregunté, encantado con su aparición repentina.
- No, sólo hemos decidido venir al orfanato. ´Tú has sido cogido, Borash ha multilado su pierna...
- ¿Y dónde está?
- En la habitación contigua, la del médico. Él tiene cuidado, porque pronto llegará el invierno...
- ¿Y tú?
- Y yo estaré con vosotros.
En éxtasis le mordí en la rodilla.
Al mediodía, almorzamos en el aire libre, en el patio. María Víktorovna, la mujer corpulenta que me había recibido un día antes, movía entre nosotros sorprendentemente fácil. Su gordura parecía incluso algo acogedor. En orfanato la llamaban educadora, pero ella parecía la madre de todas aquellas ocho decenas de los chicos rusos, tártaros y kazajos. Sus pupilos nos miraban como a los invitados: críticamente franco - a mí y Borash, y con timidez respetuosa y astuta – a Sheguén.
Durante la cena hubo un ruido, y mi corazón empezó a latir con alarma, incluso antes de que finalmente aproveché en conocer la voz de mi madre. Dejé caer la cuchara, salpicando con sopa a los vecinos. Con un llanto lastimero, como un torbellino, irrumpió en el patio mi madre en zhaulik (un tocado) blanco que ondeaba en su cabeza y en el vestido amplio y colorido. Ella inmediatamente se apresuró a las mesas, Buscándome con avidez en aquel agolpamiento de chicos pelados y vestidos igualmente.
- ¡Mamá! – yo dí un chillido lastimero al ver que ella miraba desconcertaba a su alrededor.
¡Cómo me entregó sus manos! ¡Con qué rapidez se inclinó hacia mí, balanceando la mesa, derramando los platos, y me levantó arriba! Superando la vergüenza delante de los chicos, me estreché contra sus pechos, y yo me encontré envuelto inmediatamente con el olor natal de la estepa...
Los chicos, que estaban ruidosos y juguetones a la mesa, de repente se callaron y quedaron inmóviles.
¡Qué feliz serían muchos de ellos, si pudieran estrecharse contra sus madres! Pero no todos, como yo, se habían ido corriendo de la casa: la mayoría no se acordaba de ella – unos se quedaron huérfanos a causa de la guerra civil, los otros – a causa del hambre, el compañero eterno del aúl viejo. Desde la edad muy temprana ellos no sabían el cariño materno, y cuando veían desde un lado, como una madre abraza a su hijo, toda la amargura de la pérdida de infancia subía desde el fondo de sus corazones y les hizo observar ávidamente la expresión de ternura maternal poco conocida para ellos.
Sin embargo, en aquel momento para la madre ellos no eran los huérfanos iguales, sino eran los enemigos, que habían seducido a su querido hijo para irse de su aúl natal a la ciudad. Ella se derrumbó con reproches a aquellos “enemigos”, acusándoles a todos y cada uno de ellos.
Borash me guiñó amistosamente sin decir palabra. Sheguén dio las espaldas.
Al emitir su indignación por descarga, su madre comenzó a callarse. Sólo entonces María Víktorovna intervino an la conversación con ella. Ella empezó a hablar con benevolencia, la invitó a la mesa y le sirvió té. Pero la madre retiró té con un gesto decisivo y se hirvió de nuevo.
- Usted, madre, no se preocupe. Si usted ha tomado la decisión firme de llevar a su hijo a casa, no le retendré ni para un minuto. Mire, cuantos hijos tengo aquí, - la cuidadora la persuadía cariñosamente, en silencio volviendo té y las dulces cerca a la madre.- Por favor siéntese, hablaremos...
Pero ella retiraba obstinadamente un tazón de té, gritando con pasión que no dejaría a su propio hijo, incluso para una hora, en aquella casa.
Y luego ambas a la vez, al darse cuenta de que la disputa no existía entre ellos y que hablaban de la misma cosa, se quedaron en silencio. El té volvió a mi madre y finalizó su derrota completa.
- ¡No iré al aúl! Kara Murth me encerrará en el cobertizo! – exclamé de repente.
Todo el mundo alrededor se rió, a excepción de María Viktorovna.
- Entonces pide a tu madre que te deje aquí para estudiar...- dijo ella.
Por lo inesperado que era aquella propuesta mi madre se calló, parpadeando perpleja; no encontró una respuesta inmediata, pero sus manos, que me apretaban contra su pecho caluroso, se debilitaron de repente. Si ella no me había liberado de su abrazo, me gustaría volver con ella al aúl, porque yo oía el latido del corazón de la madre, temblando por el destino de su hijo. Sus lamentos fuertes me tocaban menos que el golpe tímido en su pecho.
La educadora la tomó a mi madre por el brazo y la llevó a su habitación. Al día siguiente, mi madre se fue al aúl en un drozhki de orfanato.
- Oh, hijo mío, tienes miedo innecesario. Le rogaría a Kara Murth- Pero estudia bien aquí, - dijo ella, besándome en la despedida.
Ella era razonable y parecía bastante tranquila por mi destino. A decir verdad, en el fondo de mi alma aquella cosa aún me afligió.
V
El cielo, de día en día perdiendo su claridad y color azulado, se hundía más y más en el suelo. Sobre el mar descendían las nubes densas grises, algo similares a la ropa del orfanato, colgado en el patio después del gran lavado. Ural rondaba más y más pesadamente las olas de plomo. Diciendo adiós al verano de mala gana, la gente saludaba con una lástima el otoño inminente, y la niebla de otoño se amontonaba en sus caras. El otoño entraba en la vida más y más persistente y convincentemente. Allí, donde últimamente habían verdeado alegremente los prados, eran verdes prados diversión, los tallos amarillos susurraban ya. En las colinas desnudas que se habían hecho pardas, como jorobas de camellos durmientes, negreaban las águilas reales solitarias frunciendo los ceños oscuros.
El cristal en el ventanillo de la gran sala de orfanato fue roto. Desde aquella parte llegaba la canción aburrida de otoño. En aúl en aquella canción se trataba de los lobos que se acercaban cautelosamente a las ovelas. En el orfanato, ella nos cantaba que las estufas echaban de menos sin leña. Haciendo montones en literas, acurrucado apretándonos uno a otro, discutíamos de una manera tonta y divertida sobre lo quién tenía más mente – los calvos o pelados. Estábamos charlando juntos, y cada uno sin escuchar a los otros, se reía de su propia invención. Como aquello sucedía entre los chicos, la conversación pasaba de los de barba larga a los que conocíamos mejor - de alguna manera siempre era convincente y bien discutir las acciones de los que estaban cerca. Ya surgía la pregunta: ¿quién era más inteligente y más importante – el jefe de orfanato o el jefe de contabilidad?
El jefe que teníamos era una persona a la que era igualmente difícil sentir simpatía y enemistad igualmente. Por lo general, entraba silenciosamente en la habitación de los chicos, preguntaba sobre lo quién había movido una mesita de noche o una cama. Por supuesto, nunca nadie podía nombrarle al culpable. De acuerdo con deslucidez imperturbable del jefe, todas las cosas se arreglaban de una manera desluz e imperturbable como antes. Sin denunciarle por la conducta desordenada, sin elogiarle por su recuperación, él se retiraba de nosotros tan silenciosamente como aparecía. De día en día siempre era monótono en todo. Su apellido era Koybagarov, nombre - Kudayberdí. Aquellos nombres propios estaban pidiendo la traducción, especialmente entre los niños. Traducido al ruso obtuvimos textualmente: “Dios ha dado a los que pastaban los carneros”. Parecía que era única chiquillada que los chicos se permitían hacia él.
Vimos al contable en raras ocasiones, él apareció sólo dos o tres veces a la semana, hablaba a toda prisa, siempre apresuraba a algún sitio, y desaparecía de nuevo. Todos notaban su gran habilidad en el fumar el tabaco, daba una fumada tan profunda como si ingeriyera el humo que desaparecía con la misma rapidez con la que desaparecía la colita de un súslik que coló en el agujero. Luego, tras una pausa, el contable empezaba a hablar disparando con bocaradas contra la nariz del interlocutor. Especialmente ágil le salía cuando argumentaba en el patio ante el jefe de nuestro orfanato la necesidad de obtener dinero para los materiales de construcción. Para aprender aquel gran arte, una vez nos apoderamos de los cigarrillos y algunos chicos practicaban por la tarde entera. Durante el fumar nos encontró Sheguén y nos ha dado un jabón. Así que todos estábamos enojados con el contable y esperamos algún caso para ajustarle alguna travesura alegre. Pero así como nuestro jefe sin decir ninguna palabra escuchaba sus declaraciones, a veces muy duras, nos inclinábamos a creer que el contador debería ser más inteligente que su jefe.
Aquel día de otoño María Víktorovna. estaba algo confundida. Ella relataba con entusiasmo a una de las criadoras de que el jefe estaba en la cosecha de cereales, el contable - Dios sabía dónde, y en el Departamento de Educación la jugaban de codillo. En aquel entonces tofavía yo no entendía el sentido figurado de aquella frase. Por lo tanto, al echar una mirada a su nariz enrojecida por el frío, la pregunté:
- ¿Directamente de codillo?
Sentí una lástima hacia aquella buena mujer. La rodeamos amistosamente.
- ¿Tal vez podríamos hacer leña para Usted?
- Tal vez podríamos ir para llevar el heno? – le ofrecían los chicos favorablemente.
- No, los niños, todas estas cosas son tonterías...
- ¿Qué cosas, entonces, no son tonterías?
María Víktorovna nos comunicó con tristeza como el resultado amargo de sus negociaciones con las autoridades, de que a nosotros, los chicos mayores “nos trasladan” a la ciudad de Uralsk. Por qué era tan triste, ninguno de nosotros entendía. Hasta nos pareció divertido: tal vez el jefe de allí tendría apellido diferente.
Los más mayores encabezados por Sheguén volvieron después de trabajar en la era. María Víktorovna les explicó lo todo desde el mismo principio y con la tristeza más grande.
- Hemos trabajado con vosotros sin levantar mano. Bueno, hemos trabajado bien, ¡y qué más da! ¡Nos trasladan! - En busca de la simpatía, exclamaba ella.
Sheguén la escuchaba atentamente, como si expresara el dolor, y de repente concluyó agudo y divertido:
- Por supuesto, está mal cuando trabajan mal, y yo creo que está aún peor cuando las personas creen que están trabajando bien. A veces, incluso sucede que ellas mismassaben que lo todo no sirve para nada, pero gritan a toda garganta que todo está bien...
Entendimos que Sheguén decía la verdad triste, pero su coraje y alegría nos sorprendieron.
- ¿Pues, tenemos que decir adiós a los lugares conocidos? - preguntó Sheguén.
- Resulta que es así. Mañana por la mañana, nos servirán los coches, - dijo María Víktorovna.
Sheguén me llamó para decir adiós a la ciudad. Boris empezó a prepararse para salir, y nos fuimos lentamente a los lugares conocidos. Hacía lluvia pequeña mezclada con nieve. Nuestro “palacio” estaba inundado. Un charco de agua verde revuelta se había derramado allá desde el Ural agitado. Sheguén chapalateó por un charco al rincón lejano de la cueva pequeña, rebuscó y sacó de los juncos una hermosa cajita negra, donde estaba un escarabajo grande de color oro-marrón.
- Este es escarabajo camello - me declaró convincentemente Sheguén – Es que yo mismo he inventado el nombre, creo que es apropiado. Mira, cómo parece a un camello. Tal vez más tarde, los científicos le darían otro nombre, pero ahora que se quede así – “camello”.
Sheguén me regaló el escarabajo. - Yo lo he guardado durante tres años - me dijo - y cuídalo también. Me lo conservaron en alcohol en una farmacia.
De aquella manera Shegúen se despedía de las últimas aficiones de su infancia movediza, entrando en una nueva tierra firme de la juventud de conciencia.
Caminamos pasando con indiferencia el mercado - ya no nos levaba allá. No muy lejos del mercado de alguna puerta desvencijada una mujer vestida de colores variados salió con un niño en sus brazos; detrás de ella iba su marido, un miliciano, en un largo capote negro.
- ¡Es él! – al empujarme al costado, exclamó Sheguén en silencio.
- ¿Quién es “él”?
- El que me cazaba un año entero.
La cara de Sheguén cambió al instante, las chispas de astucia brillaron en sus ojos marrones, y él se se convirtió en el travieso de antes, casi olvidado por mí. Me asusté, ojalá que mi amigo daría un chasco. Pero sus ojos se serenaron rápidamente, y él me dijo en un tono serio:
- Vamos a acercarnos a él... Tengo que darle las gracias.
Sin estar completamente seguro de sus intenciones, yo le seguí en silencio.
- Hola...- dijo Sheguén al acercarse al miliciano. El miliciano se sorprendió.
- ¿Quién eres tú?
Sheguén sonrió suave y cariñosamente como sabía hacerlo. Entonces, después de agarrar tan suavemente el codo del miliciano, él dijo:
- ¿Recuerda cómo me perseguía Usted? Entonces yo era él quien buscaba un orfanato, y Usted dio tras mí como si yo fuera una caza menor. Si era así, decidí por contrariarle: “¡Oh, no, no me cogerán!” En aquel tiempo el orfanato me recordaba de molá... hasta el momento cuando he crecido, me he hecho más juicioso...- concluyó Sheguén, extendiendo sus manos. Ahora he estado durante mucho tiempo en el orfanato, nadie me ha llevado - he venido a mi gusto...
Sheguén le pasó su mano al hombre vestido del capote negro, como un igual al otro. El miliciano le apretó la mano pasada con mucho gusto también.
- Entonces, significa que se estudias, ¿verdad? – le preguntó a Sheguén con emoción y calidez.
- ¡Sheguén es un alumno sobresaliente en todos los sentidos! - exclamé yo con impaciencia para complacer a aquel buen hombre.
Él abrazó los hombros de ambos nosotros y nos atrajo.
- Bueno, que estudiéis, estudiéis, chicos,- dijo casi con el cariño paternal.- Es que antes un kazajo no podía aprender nada como se debía. ¡Alcanzad ahora!
Nos despedimos.
Por la mañana llegaron los camiones cerrados – nos fuimos a Uralsk.
¡A quién de los chicos no le gusta cambiar de lugar, caer en una casa nueva, en una ciudad nueva! Yo hacía ruido junto con los otros y no menos que otros, tratando en medida de lo posible de aumentar el barullo, previo a la partida, que se se estableció en el orfanato aquella mañana. Todos nosotros gritamos, fingiendo que sin aquello la carga de nuestras cosas iría mal, y los automóviles no serían capaces de moverse.
Cuando finalmente nos irrumpimos a los coches y nos sentamos empujando ruidosamente, empezó a llover. La lluvia tamborileaba en la lona impermeabilizada. Escapándonos del frío, bajamos la cortina trasera y cantamos. Del sacudir del coche, nuestras voces temblaban ridículamente, y nos divertíamos con aquellas cosas, pero de repente me acordé de que el camino hacia Uralsk pasaba cerca de mi pueblo natal, cerca de la casa de la familia, donde en aquel tiempo se quedaba la madre que no podría como se había prometido, venir a visitarme - y me eché a la parte trasera de la carrocería. Me retenían, me gritaban que yo había pisado el pie de alguien, me abusaban, empujaban, pero sin explicar nada a nadie, me esforzaba para aunque con la mirada despedirme de mi casa, que de repente se hizo lamentable para mí.
Cuando por fin tuve la oportunidad de mirar hacia fuera del coche, vi nada más que una vacía y desnuda estepa de otoño. Por el árbol solitario que yo conocía, me di cuenta de que nuestro aúl se quedó lejos atrás. Sólo entonces sentí el dolor de la pérdida de mi madre y mi hogar que parecía irrecuperable para siempre. Si el coche fuera más lentamente, yo tal vez habría saltado y correría a mi casa. Pero el coche aceleraba por la carretera. Nadie me entendía, todos cantaban sin preocupaciones, e inclinándome a un lado de la carrocería y ocultando mis lágrimas de todos, lloraba en silencio y sin decir ninguna palabra, hasta que me quedara dormido, arrullado con las monótonas apariciones y desapariciones de las colinas otoñales.
VI
Sólo el día de la salida de Sheguén al ejército, me acordé de que me cayeron los quince años de edad, pero yo todavía vivía bajo la protección del orfanato y en el seno del “tío jefe”. Había terminado el sexto grado y era considerado un excelente deportista. Antes del comienzo del año escolar nos quedaban unos tres meses. ¿Acaso era que debíamos dar vueltas en barras fijas y llevar pelotas durante todo el verano? ¡Basta la chiquillada!
Inmediatamente me sentí más mayor, y la vida, que estaba hirviendo dentro de las paredes del orfanato, me atrajo con una fuerza. Todo lo más común y simple, pero no experimentados por mí, me llevó de repente adquirió un encanto especial.
Las ventanas de nuestro orfanato daban al jardín urbano. Lanzaba las miradas a los vestidos coloridos de las muchachas caminando, escuchaba su risa sonora con gusto. Ellas me atraían. ¡A correr hacia ellas allá! Pero algo me detenía. Me volvía de la ventana, y allí me atrapaba el espejo.
A decir verdad, andaba mucho en admirarme a mí mismo. La piel de color marrón oscuro, brillante, como la de un león de mar. Los fuertes músculos elásticos... ¡Qué bueno soy!.. Sin embargo, en aquella cara ancha estaría suficiente espacio para los ojos más grandes; por supuesto, sería posible que no fuera de pómulos tan salientes, y la nariz podría ser más orgulloso y menos chata... Pero todas aquellas cosas eran tonterías. ¡Pero el pelo oscuro formaba una ola hermosa!.. Stop. Me cogé en algunos sueños prohibidos. Me vuelvo de espejo, y a mi lado está una ventana al jardín abigarrado trisando, riendo sonoramente, y llamando. No se podría ir de la primavera y de la juventud...
Una vez más me miro en el espejo. ¡Qué serio soy yo! Como si fuera el mismo Sheguén. ¡Qué profunda es la expresión! ¿Eres tú, Sheguén? ¡Hola, amigo! Empiezo a hablar lo más serio con mi interlocutor del espejo. Primero me sale bien, pero luego me pongo a picardear: mis preguntas se hacen más insolentes ofensivas, y sus respuestas a se vuelven más pálidos y menos convincentes. Estoy dispuesto a pegarle un golpe demoledor y final.
- Pues, la vejez tiene larga duración mientras vivimos en el este. ¿Para qué es necesario atrasa la época en que los jóvenes entran en posición de sus derechos? - hago la pregunta y con orgullo le miro a “Sheguén” satisfecho de mí mismo y cómo lo he desconcertado. No es ninguna broma – ¡“La vejez vive durante largo tiempo en el este”! ¡Con qué libertad yo estoy manipulando con el espacio y los siglos!
Pero mi amigo del espejo tampoco resultó simple:
- Si das los derechos de los jóvenes prematuramente, tú mismo apresuras tu vejez.
Obviamente, a aquella edad yo era impresionable, y la respuesta del imaginario Sheguén me tranquilizó para toda la noche.
El exceso de la energía juvenil se hizo sentir a cada paso. Tuve que colocarme a algún negocio. Fui al Departamento Regional de Educación.
En el gabinete fresco, recién lavado, me recibió el jefe - una persona con una cara obesa, blanducha e inclinación a los bostezos injustificadamente frecuentes . Su cara afeitada limpio y su traje blanco de tusor destacaron las canas en su cabello negro.
- Hola, - dije yo, al entrar en el gabinete. El jefe no reaccionaba nada, incluso con un simple movimiento de los labios.
Era apenas algo pedagógico. Se permanecía sentado en silencio, me quedé en silencio delante de él. El jefe volvió a bostezar.
"¿Por qué no iría él a nadar?" - pensé.
- Aga, - finalmente me decidí a hablar con él en kazajo. Soy del orfanato número uno.
- Sí...- respondió él, sin cambiar la posición y sin mirarme.
- Quiero trabajar en algún lugar durante las vacaciones.
- Hmm...- las comisuras de sus labios descendieron.
El silencio reinó otra vez.
- Nuestro orfanato, - le dije – los dos años sucesivos fue premiado por el trabajo educativo ejemplar. Incluso muchos de los residentes de la ciudad nos envían a estudiar a sus hijos,
- Bueno, tú mismo eres de aquellos.., los de antes...
- ¿De los vagabundos? – sugerí yo. – Yo era un vagabundo sólo tres días...
- ¿Marcas?
- Un alumno sobresaliente.
- ¿Y qué trabajo prefieres?
- El de adónde me envíe. Pero sin abandonar la escuela.
- Hmm, Hmm... Así que, bueno... ¿Cuántos años tienes?
- Diecisiete, - mintió para obtener más solidez. El jefe sacó una hoja rayada del cajón y empezó a listar para sí mismo: los cursos de secretarios para las áreas rurales,.. tipógrafos... y bibliotecarios,.. peluqueros,.. milicianos,.. montadores,.. ajustadores... El lápiz rojo afilado se detuvo después de oler con su nariz aguda todos los cuadrados.
- Vas a estudiar tres horas al día y recibir un salario de trece rublos al mes. ¿Vale?
- ¡Anda! – se escapó inadvertidamente de mí! - ¡Claro que sí, completamente! – respondí yo con entusiasmo restringido, ni siquiera preguntando sobre la profesión elegida por él para mí.. A decir verdad, aquella elección mía se basaba más en el Departamento Regional de Educación, y trece rublos al mes me sonreían amablemente.
- El futuro está en otro lugar, allí, delante, y mientras tanto no debes desdeñar ningún trabajo; nuestro proverbio kazajo dice: “A pesar de lavar culo al burro, te quedarás con el dinero” - oído?
- He oído hablar, - gruñí y me avergoncé. Aquel proverbio y no me gustó mucho.
- También se necesitan buenos peluqueros, - dijo él.
Sólo me quedé aturdido por la sorpresa. ¿Por qué decidió él que yo debería ser un peluquero, yo no entendía entonces, ni después.
- Ven, y conseguirás un mandato.
Salí en silencio. Mis entrañas hervían en ira. Ya que parecía que me ponía el mundo por montera. Yo podía dirigir cualquier cosa, podía ser comandante general de ejército... y de repente – ¡a los peluqueros!
La primavera se descoloró, la luz se oscureció en mis ojos. Durante unos cuantos días los avisos me perseguían. Por último, el quinto consiguió a llevarme a la peluquería de la Cruz Roja.
Yo iba allá, menospreciando a mí mismo.
Pero Sheguén ya está en su camino. Muchos de sus coetáneos también dejaron las paredes del orfanato y estudian o trabajan en lugares diferentes. Entre los que salieron de nuestra casa y escriben a los chicos que se han quedado aquí, hay los marineros flotando en las aguas del norte poco accesibles, y los exploradores geológicos andando con martillos en los estribos de Tian-Shan, y los técnicos abriendo caminos en los desiertos. Hay incluso un inventor condecorado con el Orden de Lenin por alguna cosa que debe quedarse un misterio para los que no tienen relación directa con él. Entre ellos hay también un operador de radio de la invernada polar, cuyas señales de llamada captan nuestros aficionados-especialistas de las ondas cortas del Norte Lejano. Los chicos con orgullo muestran uno a otro sus cartas, las cartas de los hijos del pueblo de Kazajstán, que se han convertido en las personas notables de la inmensa Patria Soviética.
Borash, pequeño y tranquilo, también encontró su futuro. Él asiste a la escuela de música y ya se había convertido en uno de los favoritos del público, incluso fuera de los conciertos escolares. No se entiende, qué voz tiene – la del hombre o la de mujer. Pero cuando canta, le escuchan con algún tipo de deleite abrumador. Al mismo tiempo se le da a todo a la canción.
Una canción popular kazaja – amplia, apasionada, emocionante y expresiva - transmite toda la riqueza de los sentimientos humanos: la tristeza y la alegría, el amor y el odio, la desesperación y la esperanza. Cada melodía todavía no ha perdido leyendas sobre su origen. “Esta canción ha sido compuesta por un huérfano expulsado por su madrastra de la casa, - afirma la gente, ésta – por la chica casada con un rico no querido, y aquélla – por una madre cuyo hijo se había perdido en las montañas... Ésta nació en la boca del pastor, cuando estaba en el desierto salvado su manada de la tormenta, y aquella canción está cantada por un viejo echando de menos a su poder pasado y su atrevimiento.”
Cuando Borash canta, no se limita a transmitir el motivo, sino que ve delante de sí a estas personas, se le da todo a la canción, se aflige y está contento junto con las personas de las cuales está cantando. ¡Qué feliz debe ser cuando sus canciones hacen a la gente llorar o aplaudir alegremente, golpeando dolorosamente las palmas.
Él ya estaba soñando acerca de cómo ir a Moscú para estudiar en el conservatorio y hacerse un verdadero artista. ¿Pero yo? Mientras tanto, me hice un discípulo de peluquero.
Me pelaron gratis y me dieron una bata blanca.
- Agite, por favor, la sábana, y luego barra - fue la primera orden, que me dio el maestro mayor en tono específico, demasiado educado, y al mismo tiempo un poco ofensivo.
VII
En aquellos tiempos tales cosas sucedían todavía: resultó que la peluquería era casi privada a principios de mes y casi estatal a su final. Ambos aquellos conceptos de "casi" combinaban felizmente en los bolsillos del maestro mayor. Él, como todos los demás, tenía dos bolsillos descollados en su bata blanca, pero uno de ellos era el estatal, y el otro era estrictamente personal. ¿Sobre qué base y qué parte de nuestras ganancias caía en uno u otro de sus bolsillos – sólo él mismo lo sabía. Pero la suma perdida por cada uno de nosotros, los aprendices, en forma de “deducción” por nuestra falta de experiencia, la sabíamos nosotros también.
Katyusha – la cajera, a la que debía llegar la ganancia del “sector público”, en la primera mitad del mes venía una hora antes de que terminara el trabajo para hacerse cargo del bolsillo izquierdo del maestro y sacar cheques antedatados. Malacostumbrado a causa de la libertad, Katyusha a veces no tenía tiempo para diversificar los talones y escribía cheques para un solo corte, de acuerdo con la suma de los rublos que había recibido,
- ¡Te has hecho absolutamente un peluquero, Kostya! – una vez le dijo el maestro mayor.- ¿A cuántas personas has afeitado hoy?
- Hoy no he afeitado a nadie, - gruñí con provocación.
- ¿Cómo que no? He visto.
- ¿Verisícalo según los cheques.
- Ah ...- Se sonrió mordazmente y con comprensión, y me dio palmaditas en el hombro obsequiosamente.
- ¡Eres un perspicaz! Bueno, bueno, nada. ¿Quién los comprueba por ahí... hoy día has cortadodo el pelo y mañana les afeitarás a todos.
- Así que, ¿no traigo las tijeras mañana?
- ¡Qué camorrista eres! ¿Qué te preocupa? Obtendrás una caractéristica y el salario... ¡Vamos, que voy a comprarte una cerveza!
Yo rechacé indignado aquella propuesta y le dije al maestro unas palabras ofensivas, pero justas.
Ha pasado por mis manos el primer mil de mejillas, cabezas, barbillas, cuellos... Habían casos cuando algunos de ellos se resultaron estropeados.
- ¿Qué moño es aquel? – te preguntará la cabeza con aire descontento y severo.
- Espera un minuto! – exclamarás en confusión.
Zis, zis, zis...- han chasqueado las tijeras , y allí donde un moño se ha encontrado hace un momento, aparece un sector brillante notable. Ahora, la cabeza se enoja más violentamente.
- Le he cortado el pelo, pero Usted ha movido la cabeza, - echas tu culpa a otro. Yo envidiaba a nuestro segundo maestro. Sin embargo, debo confesar que en cualquier trabajo siempre sentía celos de la capacidad de otras personas. La justificación de esta sensación de que la gente se esconde, sólo más tarde he encontrado de una persona con quien no tengo ninguna profesión de parientes – de Púshkin, quien dijo que envidia era la hermana carnal de la competencia, por lo tanto, algo de buen género.
El segundo maestro era un hombre extravagante, currutaco. Se vestía absurdamente "de moda", en la mano izquierda llevaba una pulsera de oro, cada día peinaba su cabello oscuro suave a la manera nueva y se iba a casar con nuestra Katyusha que por algo le llamaba “el príncipe de la sangre”, añadiendo "lacayuna" . Pero yo sentía envidia, en realidad, no a sus calidades diversos, sino que, trabajando, él podía hablar sin cesar. ¡Por lo tanto, él es un verdadero maestro!
- ¿Katyusha, has visitado a Nastya? – preguntará él, enjabonando el rostro de su cliente.
- La visité ayer.
- ¿Y qué? Quien estuvo ahí?
- Sasha Mujin, mi príncipe amado.
- ¿Y qué tal es?
- Va a casarse.
- ¿Con quién?
- Con Nastya.
- ¿Con Nastya? – La brocha de afeitar se apoya en la nariz de cliente nariz y hace una parada.
El cliente satisfecho mueve la cabeza con aire descontento.
- Estoy bromeando, es una broma, no con ella.
- ¿Y con quién?..
- Todo su día pasaba en tal habladuría.
- Hablaba sólo para mostrar a los clientes y a nosotros, adolescentes, que él es un gran maestro, y puede ser trabajar sin mirar.
- - ¿Sabes lo que podría llegar a ser yo? - a veces, nos decía, cuando no estaba el maestro mayor en la peluquería.
- ¿Qué? ¿Qué?
- - Eso es...- respondió él enigmáticamente.
- Pero poco a poco, yo también comencé a sentirme orgulloso de mi trabajo. Aún no se trataba de nada, pero de una cabeza humana, una materia que respetaban todos. Yo trataba de adivinar que contenía aquel artículo, identificándome las aficiones, habilidades y despertaba el carácter de los clientes. Aquella actividad me divertía más despertaba más y más mi interés por la raza humana.
- Pero poco a poco lo “casi privado” en nuestra empresa comenzó a decaer. Katyusha se hizo más exacta y oficial, ella incluso comenzó a considerar el trabajo de cada uno de nosotros y todo el trabajo por separado. El segundo maestro se ha vuelto menos hablador, por lo que su trabajo comenzó a ser contado por separado también. Las “deducciones” extrañas se finalizaron y trece rublos ya entraron firmemente en mi vida mensual. Más de una vez yo enviaba el dinero a mi madre que, aburrida sin sus hijos, se había trasladado a Gúryev y vivía con mi hermano mayor, trabajando en obras de construcción.
Mi “práctica” en la peluquería empezó con dos dos horas al día. Hasta aquella hora, casi todos los días, yo estaba trabajando en el campo de la comuna del orfanato en aquel tiempo. La comuna había sido organizada por el comité de komsomol, y no le faltaba mucho tiempo para que nosotros que habíamos acabado de unirnos al komsomol, entendiéramos el significado de aquel trabajo. Allí trabajábamos con entusiasmo, aunque los resultados aún no eran tan altos como podrían ser. La palabra "comuna" era para mí sagrada y me llenaba de orgullo. Así que el pastor de estepa de ayerque voló en avión, se siente orgulloso de su arte de volar mucho más que aquél a quien la técnica era familiar y cercana desde su infancia. Al hijo del peón que construía una comuna y no entendía el significado ideológico de laaquella palabra, el orgullo no conocía límites. Yo soy el hijo de la gente que antes de los alemanes, franceses, americanos e ingleses construye la nueva sociedad a la aspira toda la humanidad razonable.
El trabajo en la peluquería no me atraía, era un trabajo habitual, el trabajo desagradable, forzado. Al margen de nuestra comuna, me convertí en un creador de una nueva vida, y mi trabajo - en un poema del orgullo humano.
El Primero de Mayo me apoderó la desilución final por mi profesión. Irónicamente, esto ocurrió en el momento solemne de otorgarme un premio por mi trabajo excelente.
- A Konstantín Sartaléyev, un maestro excelente - dijo nuestro maestro mayor, - por la ejecución excelente delplan semestral en cuatro meses otorgó cincuenta rublos en efectivo, un traje de verano blanco y las botas...
Como otros, llegué gradualmente al maestro mayor, tomé mi premio y decidí que era necesario decir algo a la congregación que aplaudisaba, comencé algo largo y torpe. Sólo recuerdo el final de mi discurso.
- ¡Vivan los peluqueros premiados, que han cumplido y superado su plan! – solté sen pensar.
”¡Qué estúpido... tuve que decir algo más!" – pensé yo el mismo momento. Estallé, me enrojecé hasta las orejas y salí rápidamente, regañando a mí mismo.
Yo siempre estaba enojado cuando algún callejero en las afueras sucias lo llaman de Púshkin o le llaman a un recién nacido con un nombre que consta de las letras iniciales de los nombres de los gran genios de la humanidad. Es my importante ser capaz de proteger de la pequeña tontería cotidiana lo sagrado y grande. Y de repente yo mismo dirigí solemne y resonante “Vivan” a un grupo de lo peluqueros famosos para mí con su vulgaridad y riñas.
Es fácil imaginar que volví al orfanato en ánimo de mierda.
Borash se disponía a salir para Moscú. Para la partida él compró una maleta de color rojo brillante y con mucho cuidado colocaba sus cosas en ella. Sobre la mesa había una plancha caliente y una pila de calcetines y pañuelos planchados.
- ¿Entonces serás artista, Borash?¿Has decidido finalmente? - Mirando a su maleta roja, le dije.
- ¡Esta es mi vocación, Kostya! - Borash dijo con orgullo.
- ¡Sin duda, nos reuniremos en otoño en Moscú! – No le consolé, sino a mi mismo.
Me sentí un poco más fácil con la esperanza de que me sentaría toda la noche con Borís, al amanecer le acompañaría a la estación, y mientras tanto, podría olvidarme de mi discurso ridículo en una reunión de los peluqueros.
Pero la juventud es impresionable. No podía deshacerme de la vergüenza por mi actuación y después de la partida de Borya. Todo me daba asco en la peluquería. Perdí el interés en frentes altas y cabello hermoso. Al gastar exactamente cinco minutos en el afeitado de un cliente, gritaba secamente: - ¡El siguiente!Con una sensación de pesadez yo estaba contando los días pasados en el taller.
”¿Y qué bueno y sensato has hecho en tu vida? - me pregunté.- ¿Has terminado los estudios en la escuela de siete años? ¿Y después? ¿Qué has visto, qué has sentido durante diecisiete años?.. ¡Después de todo, no has enamorado!..“
Llegué a la conclusión de que no se podía calcular la vida por pasos. Si todos los días se parecen tanto, ¿para qué hay que calcularlos? Y de todos modos, durante un año siempre tropezarás con algo notable. Es que la gente piensa así: es fácil – los años de estudio, o - el año cuando fue a Moscú, el año de la entrada en el komsomol, el año de su matrimonio. Pero y este modo que diferencia un año del otro, demostró ser inadecuado para mi vida. Me atormentaba la conciencia de la inutilidad de los días y años que había vivido yo. Me parecía que yo no era interesante a mí mismo y a la gente.
¿Era aquella la causa por la Sheguén ya menudo escribía desde la escuela militar no para mí, sino a Borash?
Yo estaba enamorado de mi amigo mayor, pleno de extremidades, activo, travieso y un burlador, y al mismo tiempo un amante de los libros, y un amigo fiel, y un hombre sensible con las decisiones firmes. El hecho de que él no quería escribirme cartas, sólo demostraba mi incapacidad para contestar a las preguntas que ocupaban siempre su mente inquieta.
Yo estaba preocupado y celoso.
¡Ahora, cuando Borya se ha ido, Sheguén me olvidará por completo! Yo mismo tengo que escribirle, relatarle de mis dudas y escucharle a él era para mí una persona más cercana en el mundo y el modelo más digno de emular, sin saberlo él.
Yo definitivamente decidí dejar su peluquería, pero no sabía adonde me metería a continuación. Hasta el otoño se quedaban muchos días para seleccionar mi camino, y aquella cosa no me disturbaba.
El cursar de la escuela de siete años y el inicio de la primavera despertaron en mí los recuerdos de infancia y los sueños perezosos.
Los recuerdos me trajeron desde la lejanía de los últimos años la imágen linda de la pequeña Akbota la que había amado tan vergonzosamente en el aúl. Durante todo el día la vi frente a mí de la manera que ella había sido a la edad de siete años. Sólo al anochecer me dí cuenta de añadirle tantos años, cuantos habían pasado desde nuestra separación - y de repente ella creció en seguida, las trenzas largas se extendieron sobre su hombro, los pendientes brillaron en sus oídos. Su imagen lejana con cada minuto se hacía más querida y más atractiva. ¡Mi camello blanco pequeño! Recordé su hábito divertido de comunicarse por medio de puñetazos. Sería bien, si aquel habito se conservara: serviría para mi ventaja – al encontrarnos, Akbota me empujaría por medio de puñetazo, y yo agarraría su mano y la traería a mí mismo. ¡Un sueño dulce!
No, con todo, no me preocupaba aquel sueño. Fue que Sheguén ya era un piloto, Borash se fue a Moscú y se haría un artista. ¡Pero yo era peluquero! ¡A demonio!
Me acordé de los versos de Abái:
En la gran obra de construcción mundial y tú eres una piedra segura. Sólo encuentra un lugar, te fija - y vivirás por siglos...
¡Es bastante mirar al mundo desde la ventana! Es la hora para que yo busque mi lugar.
Por la mañana, yo llegué corriendo al Departamento Regional de Educación y puse a la vez dos argumentos de peso para demostrar mi derecho a buscar mi lugar en el mundo: el título de maestro-peluquero y el documento de excelente terminación de la escuela de siete años. Yo pedí que me enviaran a estudiar a Moscú.
El mismo jefe que una vez había unido mi destino con la navaja y tijeras, y por aquello era mi viejo enemigo, con la tranquilidad olímpica llevó sus ojos de mis papeles, y luego se los movió y resueltamente puso una resolución: “Matricular en los cursos preparatorios para el Instituto Pedagógico ". Horrorizado, yo acerqué mi mano a mi solicitud, pero mis documentos desaparecieron al instante en un cajón de la mesa.
- ¿Por qué has dejado la peluquería?
- ¡Ya basta de ser un peluquero para mí!
- ¿No quieres trabajar?
- No, por qué no...
- ¡Tú mismo sabes por qué! Vosotros creéis que sólo Moscú está esperando a todos vosotros... Entiendo que quieres estudiar. ¿Y para qué? Sólo para elevarte. Pero el pueblo te criaba. El pueblo mantenía el orfanato, el pueblo te daba calzados, vestidos y alimentos; el pueblo pagaba a tus maestros. ¡Tienes diecisiete años, es la hora de pensar en el pueblo! - con la energía inesperada me reprendió el jefe grueso y, como parecía, tan indiferente.
Sus reproches me parecieron injustos. ¿Por qué me acusa en un esfuerzo para ser educado sólo para mi? Sheguén se hizo un piloto para el pueblo. Borash, cuando se hiciera un artista, también serviría al pueblo. Él le traería sus canciones y alegría de corazón, pero yo... Pero había un punto débil allí: todavía yo no sabía quién quería ser, y me imaginaba vagamente mi propia grandeza futura. No creía tanto en los beneficios de mis actividades, como en el respeto universal a mí, en la admiración por mí a causa de aquella actividad.
- Es que quiero conseguir una educación para hacerme un sabio, para que el pueblo esté orgulloso de mí, - dije finalmente con seguridad.
El jefe sonrió.
- El pueblo va a estar orgulloso de tí cuando seas útil para él. Aquí mira.- Extendió sobre la mesa una enorme rayada hoja de papel, la que claramente me recordó la tabla que a su tiempo me había llevado a la profesión odiosa de peluquero.- Mira, aquí está nuestro plan para el desarrollo de la red escolar. Querías tener la lectura y la escritura, te aspiraba a ellas, pero todo nuestro pueblo, aplastado durante los últimos años de oscuridad, también quiere ser alfabetizado. No se puede entrar en komunizmo con los analfabetos. Necesitamos decenas de miles de pedagogos ordinarios. ¿Pero, dónde vamos a tomarlos, si todos vosotros, a quienes habíamos crecido, os haréis profesores famosos? Los maestros te daban conocimientos a la base de los fondos del pueblo. Tienes que pagar la deuda al pueblo y darle un profesor digno que conduzca a nuestros hijos a la educación... ¿Eres komsomol?
Asenti sin decir ninguna palabra.
- Cuanto más tienes que entenderme. Desperdiciamos irreflexivamente a los últimos graduados. Este año, vamos a dirigir a noventa por ciento de los kazajos graduados de la escuela al instituto pedagógico local. Es la hora de aprender a verlo todo de un monte alto, y no de la colina pequeña de los intereses propios. ¿Has entendido?
¿Qué podía objetarle? No dije nada, pero no asentí.
- ¡Bueno, excelente! Te aconsejaría que volvieras al taller para el verano. No vale perder el hábito de trabajo. Un mes antes del inicio de clases tomarás vacaciones y harás un viaje a tus lugares de origen para tomar kumís .
Yo, lóbrego, volví al orfanato. Allí me esperaba la alegría súbita – una carta larga de Sheguén.
Mis lágrimas brotaron, cuando vi un sobre azul con una escritura firme y conocida de Sheguén. En el sello de correos miraba severamente el piloto en el casco, con grandes gafas en la frente.
Mis ojos deslizaban con entusiasmo a lo largo de las líneas, arrebatando las frases separadas y los fragmentos de pensamientos. Me faltaba la paciencia de leer toda la carta continuamente. A través de mis lágrimas, yo captaba las locuciones altas y proverbiales de mi amigo mayor, y por lo tanto las más correctas palabras para mí en el mundo.
Sólo a la orilla de Ural, en soledad absoluta, pude leer completamente toda aquella carta que me sirvió como el certificado decisivo para el camino de la vida.
”Hola, boxeador!” – fue el principio de la carta de Sheguén. Después seguían todos mis títulos y grados, como el incentivo “corredor”, el cordial “tonto”, el burlón “filósofo”... Sheguén me había llamado “boxeador” desde el día cuando yo, unos tres años atrás, con cardenales, maltratado considerablemente, había vuelto después de un encuentro amistoso de boxeo con el equipo de FZU.
Todo que Sheguén escribía a sucesión era más parecido a los extractos de la “Canción del Halcón”, que le gustaba y la que conocía de memoria. Como piloto, probablemente, en su corazón comparaba a sí mismo con un halcón que estaba acostumbrado a ver el mundo desde la altura del vuelo.
“El mundo es hermoso cuando el horizonte es ancho, - escribió, - y el horizonte es ancho desde una altura. No pienses que yo, como piloto, creo que sólo mi profesión da una amplia visión del mundo. No, sobreentiendo no sólo el horizonte físico y no sólo la altura de vuelo. Yo mismo estoy volando en un sentido directo, pero admito que podrán volar y los que nunca se han sentado y no va a sentarse en la cabina. Pero arrastrarse siempre es malo. Nuestro tiempo es la era de las velocidades y altitudes que enriquecen la mente y el corazón. Hoy he vuelto de un vuelo largo, que duró diez días, y a lo largo de aquellos diez días vi a diferentes personas en los lugares adonde nuestros padres no hubieron sido capaces de conseguir en toda su vida.
Ya sabes cómo soy mayor que tú, pero ahora me he hecho muchas veces más. Creo que he vivido mucho tiempo. Conocemos el mundo a otros ritmos. Todo lo que nuestros padres vieron y aprendieron en toda su vida, sería colocado en un curso modesto de la escuela de siete años que aprendiera sin esfuerzo cada chico soviético. Y para un ciudadano soviético adulto ya sería una ración para los que se mueren de hambre.
No la tomes como una frase bonita y vacía, pero confieso que prefiero vivir plenamente con mi alma cada instante que ahorrar un kopek cada día. Me lo enseña el mismo halcón, que me encanta desde la infancia, pero al que he sido capaz de comprender sólo ahora, en mis alas de acero.
No eres de las culebreas. Sé que volarás, pero ¿dónde se puede encontrar las alas para tí? Pensé en esto después de tu última carta, pero¿cómo puedo aconsejarte, si escribes tan poco acerca de tus propias inclinaciones y sueños? ¿Adónde tú mismo quieres más? Los espacios abiertos del vuelo son sin límites, pero no hay que cometer un error durante elección. Luchar por nuestro futuro podrás en todas partes. No sólo en nuestra aviación conocerás las batallas. No sólo aquí se manifiesta la “locura de los valientes...”.
Aquella carta romántica terminó inesperadamente en serio y de manera significativa: Sheguén escribía que el partido abrió ante él camino por que iría hasta el final de su vida. ¡Por lo tanto, había ingresado en el partido, pero era komsomol todavía! Sheguén siempre caminaba delante de mí - y otra vez me señalaba el camino.
Pasé toda la noche pensando en aquella carta, tan similar a una canción. Me emborrachó.
Para la madrugada tomé la decisión de la que escribió a mi amigo después de su realización.
Por la mañana me fui inmediatamente a la comisaría militar. Sheguén me ayudó a encontrar las objeciones al discurso largo, pero no bastante romántico y caluroso del jefe del Departamento Regional de Educación. El corazón joven respondió con calor al ardor poético de Sheguén, y yo tarareaba a la manera militante, metiendo mis bártulos sencillos a la maleta.
Con el primer silbido persistente del barco yo fui al puerto.
Envuelta en una gruesa azul del amanecer, la ciudad poco a poco se despertaba. Aquí y allá oscilaron las luces pálidas en las ventanas solitarias. Como un diamante enorme, del tamaño de puño, brillaba Venus, guiñando a los suspiros amorosos tardíos y susurros en el jardín. Respondiendo al solemne coro de ranas sobre el río, los cientos perros de corral ladraban inquietos.
Lanzando sobre una superficie tranquila del río el reflejo largo del proyecto, temblando por latidos de su propio corazón, estaba la motonave “Kazajstán”. Con la maleta en la mano, subí rápidamente a la cubierta superior.
VIII
En un orgullo tranquilo se desliza un azul barco, dejando un triángulo de plata del agua hirviendo detrás. Las olas corren alegremente a las costas, y al tirar el traje de espuma, chispeando al sol, retroceden., Una tarde brillante de mayo permanece llena de placer. El humo lanudo del barco, similar a la caravana extendida de camellos, está colgando sobre el río durante largo tiempo, derritiendo lentamente y convirtiéndose en una serie de bestias y monstruos fantásticos.
Aquel movimiento rápido y constante de nuestra motonave, que llevaba a bordo el nombre de la república nativa ”Kazajstán”, al mar, me parecía simbólico.
- “Kazajstán! - disfrutando de los sonidos melodiosos de aquella palabra, repito en voz alta.
En la cubierta superior de la motonave, éste se extiende ante mis ojos como un océano de estepa sin límites.
- ¡Kazajstán!
Sus aules, sus rebaños... Aquí están las construcciones de un nuevo ferrocarril.. Aquí, en la estepa vacía, gruñendo, la excavadoras muerden el suelo, y las grúas, tejidas de encaje de acero estiran sus cuellos largos. Aquí, en la estepa salvaje levantan los edificios altos, ocultos por andamios. Sí, Kazajstán es una gran obra de construcción. Estamos construyendo para nosotros mismos, para nuestros padres, abuelos y bisabuelos, ¡que sean sus almas en paz!
Muy pegados al río, a la orilla derecha, verdean los rectángulos de los huertos de los asentamientos rusos. A la izquierda corren las estepas de Kazajstán con los aules de koljós, con innumerables manadas de caballos, con los camellos que sobresalen sorprendente aquí y allá.
El barco lleva el grano, las piezas intrincadas y oscuros de algunos coches, dos ajalquetines de color gris oscuro, y dos gigantes camellos de un solo joroba a las cuencas inferiores.
- ¡Qué buenos son los caballos! ¡Se puede dar una vuelta alrededor del todo el mundo a ellos! – se arroba un kazajo joven.
- ¿Todo el mundo? ¿Y usted ha estado más allá de Uralsk? – su amigo le fastidia.
- No, ¡que mires a éste! ¡Aquí, mira! - Exclama el tercero kazajo, mirando con admiración a los majestuosos “barcos del desierto”.- ¡Cuarenta días por la arena caliente sin un sorbo de agua, sin una sola hierbecita!
- Nuestros, los de Turkmenistán, - intervino un compañero de viaje, con papaja.
- ¿Cómo son vuestros? – ha subido el hombre en beshmét de terciopelo negro.
- Por supuesto, son nuestros.
- ¿Cómo son los vuestros? Son los camellos de nuestro koljós! Yo soy jefe del koljós “Kairakty”!
El ha nombrado nuestro koljós, y de inmediato me puse tenso.
- ¡Que bicho raro! ¿Y de dónde son? – replica el primero.
- ¡Ah, de dónde! Bueno, puede ser que son de la tierra kazaja, desde algún lugar de Boz-Ata, y de hecho - sólo los de Turkmenistán!
- Bueno, ¿ y qué? Puede ser que tú también, naciste en la valle de cuarenta pozos de Turkmenistán, pero se ve que - solamente eres kazajo.
- Y, ¿cómo sabes de dónde estoy?
- ¿Y cómo lo sabes tú?
Se rieron, dándose cuenta de que ambos nacieron en aquellas tierras que durante mucho tiempo habían sido habitada por dos pueblos, y durante siglos habían sido objeto de la discordia entre ellos, y en aquel tiempo se convirtieron en el lugar de estrecha fusión amistosa entre las dos culturas.
Ya estaban sentados en el suelo, y cada uno desataba su jurdzhún de alfombra.
- ¡Come, come, mi querido turkmeno!
- ¡Bebe, bebe, por favor, mi querido kazajo!
Me los imagino que bajaron a caballo por dos partes al pozo de estepa hace veinte años. Entre ellos se pusieron los siglos de la enemistad salvaje, los ríos de sangre derramada por las quejas de otras personas y por la fama ajena, no deseada. Desiertos y estepasno fueran lo suficientemente amplias para garantizar que aquellas dos se dispersaran pacíficamente., En el pozo rico de agua dulce habría sido demasiado poco de agua para ellos y sus caballos. Primero cambiaran de burlas e insultos, a continuación se hicieran cargo de los garrotes.
Ahora ellos están sentados de lado a lado, bromean sin maldad, ríen juntos de las cosas que antes fuera la causa para que se metieran a muerte.
Estoy observándoles y espero que vuelvan al tema de “sólo kazajo”, “sólo turkmeno”. Si tienen ningún rastro de esta enemistad antigua salvaje, ¿qué significan entonces sus palabras?
Me di cuenta sólo escuchando la conversación siguiente: ser “sólo kazajo”, “sólo turkmeno” significaba saber hacer precisamente lo que sabían hacer los padres y abuelos - es decir, ser el señor de las manadas de la estepa y el súbdito obediente de la estepa. Pero aquello ya no podía satisfacer a los ambos.
- Mira, que está puesto allí, - dice el kazajo. – ¡Coches! Pero qué tipo de coche, qué hay que hacer con ellos - no lo sabemos, ni yo, ni tú...
- ¡Tienes razón! – suspiró el turkmeno. – El ojo ve, y la mente no coja. O aquí – has subido al barco, has pagado doce rublos, pero ¡cómo y por qué va, no sabes!
Chasqueando amargamente las lenguas, ellos, afligidos, sacuden cabezas. Admiro el hecho de que ambos no quieren seguir siendo lo que eran sus abuelos. Me he sentido atraído hacia ellos como por un magneto, y me acerco.
- Ellos son los que deben saberlo todo - me señaló el kazajo, que se ha nombrado el presidente de nuestro koljós “Kairakty”. Algo conocido, pero olvidado estaba en su cara, a pesar de que por primera vez vi aquel bigote descendido y cabello gris plateado. Y de repente, imaginándole sin el bigote, le reconocí como el miliciano, quien una vez me había llevado al orfanato, y con quién el día de nuestra partida nos habíamos encontrado, Sheguén y yo, cuando nos despedimos de la ciudad.
Agarré con gratitud su mano.
- ¡Uh!.. ¡Uh!.. ¡Ah!.. – co aquellos sonidos interrumía mi relato detallada de las aspiraciones y hazañas nobles de mi amigo, y cuando terminé, exclamó: - ¡Ah! ¡Eres así, qué te has convertido ahora! ¡No en vano, he intentado!
Me abrazó y apretó con su barba mojada contra mi cara.
- ¡Entrarás en koljós en este Akhal-Teke! - dijo él, al parecer, queriendo ser orgulloso de mí, como de la obra de sus manos.
- No, es que voy a Gúryev a visitar a mi madre, - le afligí. "Kazajstán" dio un círculo amplio por el agua y llegó a la orilla.
El ex miliciano, en aquel tiempo el presidente del koljós, empezó a llevar sus caballos y camellos de pura sangre.
En la multitud que esperaba en el muelle, una figura de la mujer jóven con un bebé pasó rápidamente, y a su lado estaba la tapa azul derribada estrechamente en la cabeza de un hombre delgado. Me estremecí y me detuve a la salida. Dos flujos contrarios de las personas estaban moviendo del barco y al barco empujándome y maldiciéndome por lo que no detuve en el lugar apropiado. La multitud vociferante de los pasajeros, presionando en los que salían, y como si estuviera en un remolino, girando a una joven madre con su niño, irrumpió en el piso inferior. La mujer levantaba a su niño casi sobre la cabeza, salvándole de la presión de la multitud, el bebé piaba indefenso. Su marido apartado de su mujer por la muchedumbre, le gritaba desde lejos. Un bulto enorme en la espalda fuerte de un pasajero que entraba apretó a la madre joven contra la pared. Empujé el bulto a un lado, liberé a la mujer y tomé al bebé de sus brazos.
- Dios mío, ¿eres t,ú Kayrush? - ella me reconoció inmediatamente.
Enrojecida, rebosante de frescura de la juventud, ella era increíblemente guapa. En niñez Akbota había sido regordeta, de cara amplia, con una nariz blanda y puños duros. Para aquel momento su cara se había hecho ovalada de la regordeta, la nariz había adquirido la rectitud noble, ella misma había perdido peso y se había convertido en delgada.
Sus ojos negros miraron directamente a mí. Yo callaba, al bajar los ojos.
- ¿Kayrush, eres tú? - ya repitió su pregunta con incertidumbre.
- Ves tú misma, Akbota...
- Es que han dicho que te habías convertido en Kostya...
- ¿Y acaso no se puede llamarte suave - Bota?
- Pero decían que nunca vendrías al aúl, que habías dejado a tu madre, - dijo ella, mirando con reproche a su marido que se acercó.
Me di cuenta de que precisamente de aquel hombre desagradable, de la frente baja, habían provenido los rumores. Yo estaba dispuesto a aplastarle inmediatamente. Era evidente, también, que me comprendió, sus ojos se movieron furtivamente por las caras que estaban alrededor, rápidamente puso su maleta y su saco en la cubierta, cogí al niño de mis manos y lo entregó a su madre. Luego, levantando sus cosas, él movió su barbilla hendida hacia adelante y gritó:
- ¡Oye, katyn (esposa), vamos!
- ¿Qué muñequita fuiste tú, Bota! - Yo dije en silencio.
- ¡Oye, has llegado tarde para jugar con esta muñequita! - de repente gritó a mi oído su marido y se escapó apresuradamente a la vuelta. - ¡Oye, katyn! – su grito se oyó de nuevo.
Akbota estalló moderamente sus ojos, en silencio me apretó la mano y le siguió obedientemente.
¡Ella había alcanzado sus veinte años antes que yo!..
Yo viajaba solo en una cabina de cuatro plazas. Mientras iba a mi cabina, vi que ya admitían a Akbota y a su marido. Decidí pasar el resto del viaje en la cubierta y nunca la encontré. A veces podía escuchar a un niño llorando, entonces me mudaba a otro lado. Si yo notaba una estrecha flaca espalda del señor alfeñique de Akbota, empezaba a buscar un sitio nuevo.
IX
A la edad joven, se ve tantas muchas cosas que no se puede entendelo todo a la vez. Las impresiones te capturan como las olas que se cubren: una a la otra. Te chocas con todo lo nuevo, y otra vea con todo lo nuevo, y sin duda cada vez cuando tus pensamientos están ocupados todavía con algo de antes. Y tus pensamientos nunca son libres, porque tienen como alimento lo todo a que lances tu mirada. La mente joven quiere abrazarlo todo, estudiar y apoderarlo todo, y agarra lo todo con entusiasmo y apresuradamente, para no llegar tarde y captar la siguiente cosa que viene en su camino.
Por el camino a casa de madre, traté de pensar en ella, en nuestra cita, pero los nuevos lugares y encuentros me agarraban y arrastraban hacia el mar de un mundo rico y amplio como las olas que llevaban a u n nadador inexperto de una orilla. Cuando bajé en el muelle de Gúryev y acercaba a un puente conocido sobre Ural, volví a mi madre con mis pensamientos. Pero allí también me vigilaban las noticias: no había el puente conocido, hecho de madera, siempre temblando bajo las ruedas de los carros cargados, como si no había existido nunca - en su lugar estaba el otro, el de hierro. Desde aquel se ofrecía una vista amplia.
Bajo e incoloro antes, Gúryev en aquellos tiempos subió y creció, en ambas orillas de Ural se elevaban construcciones, relucían con cristal las casas de los edificios grandes, y el río conocido como si quedó en silencio y se instaló. El rugido de los coches que rodaban a través del puente mezclaba con un sonido melodioso de las sierras eléctrica, con estrépito discordante en obras de construcción.
Lejos, sobre la mantel ancha del mar de color plata estaban ahumando los vapores, y abanicaban las velas blancas de numerosos barcos de los pescadores.
”¡Kazajstán..!” - cantó mi corazón otra vez.
Encontré a mi madre en un sitio de construcción de un edificio de muchos pisos: ella daba los ladrillos a la cinta transportadora actual.
- ¡Mamá!..
Cuando me vio, o más bien, reconoció mi voz, ella dejó caer el ladrillo, y él se rotó a sus pies. Ella se aferró a mí, y sólo en sus brazos, de repente me sentí un montón de pensar en ella - y no había hecho nada, nada para que no ella...
Todavía yo no sabía qué era la felicidad de las madres, lo que era una obligación santa de los hijos, pero de repente yo quise crear para ella lo todo que ella no había visto en su vida - la prosperidad, la calidez y tranquilidad. Yo besaba sus manos. ¡Que endurecidos y ásperos eran sus dedos trabajadores en comparación con los míos, que no sabían aquel trabajo! ¡Que arrugada se había hecho su cara cubierta de la capa fina del polvo marrón de ladrillos que hacía hincapié en cada pliegue de la piel! Me gustaría darle algo con lo que ella hasta no soñaba en su vida.
Mi madre me abrazaba y, mirando a mis hombros anchos, estaba contenta con mi salud, mis fuerzas jóvenes, no gastadas, y me repetía a mí mismo como un juramento que haría por ella “lo todo, todo, todo”, y qué significaba aquello “todo” - todavía no podía imaginarme. Yo estaba seguro de que sería algo interminable y fabuloso...
- ¡Pequeñito mío! - mi madre murmuraba, apretando su cabeza contra mi pecho, y el “pequeñito” se inclinaba hacia ella para que ella pudiera conseguir y acariciar el cabello en su cabeza.
En casa de su madre todo era viejo, pero al mismo tiempo estaba la huella de novedad en lo todo. Aúl todavía se sentía en la vida de mi madre, pero la ciudad ya estaba tomando posesión de ella, puso su marca en toda su vida. Aquello afectó en ropa y calzado, y la atmósfera.
Las vecinas, tales trabajadores como era mi madre, llegaban a verme y la alegría de mi madre; pero su conversación no giraba en torno al ordeño de las vacas y alrededor del hogar como antes. Hablaban de “nuestra” planta, de “nuestra” construcción, de “nuestro” jefe y del club.
Pero mi hermano mayor tenía aspecto diferente, él estaba en el último piso del mismo edificio de la pared, construyendo la pared usando los ladrillos que su madre alimentaba al transportador. Él se había hecho más severo, más oficial. Él era el capataz de los constructores y hablaba de la competiciones socialísticas, del plan y de cumplimiento de las normas.
Por la noche en honor de mi llegada toda nuestra familia se reunió. Yo era el centro de atención, pero me daba vergüenza de hablar de mí mismo. ¿Qué podía relatarles? ¿Sobre mi profesión de peluquero, de que también era capaz de superar los planes para afeitar las barbas y pelar cabezas, y hasta había ganado un premio por aquello?
Sólo les dije que había graduado después de estudiar y reclutado en el ejército. En aquel momento había un montón de rumores alarmantes sobre la próxima guerra a gran escala, y yo oculté de mi madre que yo iba a ser voluntario. Ella se alarmó, pero mi hermano la consoló diciendo que, desde que me había graduado de la escuela secundaria, me tenían que enviar a los cursos de los comandantes, donde iba a estudiar unos cuantos años antes de meterme en la guerra.
La conversación giró en torno a la aldea, en los conocidos, yo relaté de mi reunión con el presidente de hoy de nuestro koljós, pero guardé silencio sobre el hecho de que me arañaba más mi corazón - mi reunión con Akbota. Pero mi madre de repente se volvió hacia mí:
- ¿Te acuerdas de Kayrush, Akbota? Hace poco la han casado.
- ¿Cómo hace poco? ¡Ya tiene un bebé! - escapó de mí.
- Es el bebé de su hermana muerta. Ella fue la primera esposa de su marido...
Mi madre relató una historia larga y enredada de cómo el marido de Akbota, el contador del departamento comercial urbano, después de la muerte de su mujer tomó a sus manos los de su familia, y luego se hizo cargo de misma Akbota. ¡Yo tenía sólo una cosa clara que Akbota había llegado a la edad de veinte años antes de mí! ¿Qué me importa que el esposo había falsificado los documentos y le había añadido unos años para poder casarse con ella? Sólo me quedaba una cosa - reducir mis vacaciones y salir corriendo tan pronto como fuera posible.
El día de mi partida la madre reunió a los familiares y amigos, y organizó una despedida familiar. Pasada de mano en mano, la cabeza tradicional carnero ya se dirigía a las personas mayores, extendiendo las orejas quemadas y cerrando los ojos, como si previera la inminencia de futura violencia inminente.
De la puerta entreabierta se extendió una mano con una taza de kumis. Todos miraron a su alrededor.
- Es para tí, para tí, mi Kayrush, - me sugirió mi madre.
Me levanté, me acerqué y tomé el tazón de la mano femenina regordeta. Detrás de la puerta ya estaba oscuro y yo no veía el rostro de la mujer. Tomando la taza con la mano derecha, apreté su mano izquierda que me dio la taza y sentí un golpeo suave e intenso de su sangre joven. Bebí. La mano caliente me dio sólo una vez un breve aprieto y se alejó, al dejar en mi palma un pedazo pequeño, de papel plegado en un triángulo.
Con aquel talismán y con una bebida taza de amistad y tal vez de amor y la lealtad, otra vez abandoné mis tierras natales y me fui.
Mi madre me bendencía al camino con los nombres de los Santos antepasados y todos los antiguos batires (guerreros). Aquellas cosas calentaban su corazón. Pero aún más me quemaba la mascota guardada en el pecho, cerca del corazón una nota pequeña que contenía sólo cuatro palabras: “No me olvides, no te olvidaré." Pero que no nos hacía falta olvidar, era comprensible sólo para dos corazones nuestros
SEGUNDA PARTE
I
Kolya Shurup y yo llegamos a la unidad fronteriza al mismo día. Pronto cumplirán dos años ya que hemos dormido en las camas de al lado, y somos amigos inseparables. La ayuda de compañero en una situación de combate es una ley inmutable del soldado de Ejército Rojo, pero si a los dos luchadores les une la amistad fraternal, les mejora aún más su capacidad de resistencia y coraje. Lo entendía bien nuestro jefe de puesto, quien habitualmente nos enviaba a patrulla con Kolya juntos.
Nos confiábamos uno al otro los sueños y aspiraciones ocultas. Durante aquellos dos años aprendí todo lo que se podía conocer sobre la vida de Kolya, y él de la mía. Nuestra amistad fue fortificada por una cosa más: los dos éramos boxeadores con la misma experiencia, en el mismo peso y entrenamos juntos; por lo que merecemos el apodo “Ajax” en el puesto.
Así que intercambiamos un golpe de la despedida amistosa antes de partir.. “Mykola” como le llamaban a Shurup nuestros compañeros por su acento ucraniano, curando la herida encima de mi ceja izquierda, con entusiasmo elogiaba los golpes de mi mano derecha, aunque la herida fue obtenida por mí, no por él. “Oh, este Kolya” - Así que a las amigas les gusta hablar de él.
Mañana, después de otro cambio, tenemos que despedirnos. Kolya va a la sede de la división. ¿Para cuánto tiempo, para qué - no sabe él mismo. Los intentos de veriguar algo de su jefe u organizador de komsomol se han quedado sin éxito. Sin embargo, el organizador de komsomol ha hecho mención de que aprender es bueno siempre. Así que hemos decidido que probablemente no nos separamos para días, sino para semanas y, tal vez, incluso para meses.
Justo aquel día recibí mi mes de vacaciones. Algún tiempo antes yo había sido capaz de atrapar a dos espías, uno tras otro. Al primero yo le había cogido sin ningún ruido, y sus jefes de aquel lado de la frontera habían estado bastante seguros de que aquella sección de la frontera tenía un paso seguro. Y dos días después, de la misma manera ellos habían dejado pasar al segundo, más valioso: el primero había sido sólo un “globo sonda”. Las vacaciones adquiridos por mí por aquellos dos bribones, tuve que pasar en uno de los sanatorios a la orilla del Mar Negro. Pero una idea que de repente me cayó en la mente, me obligó a pedir al jefe que en lugar de sanatorio me permitiera ir a mi casa, a mi Gúryev natal.
Y así empezamos a pensar, Kolya y yo, ante las maletas abiertas en cómo poner nuestros bártulos modestos.
Cada luchador, al salir de sus lugares al ejército, capta consigo algo privado y caro. Al dar por entero al servicio para la patria, él guarda un tesoro en las profundidades de su corazón. Así que yo llevaba en mí mismo a través de aquellos dos años una adivinanza inquietante y complicada: ¿Adónde desapareció mi Akbota?
Aquella adivinanza fue puesta para mí por el hombre delgado, de la frente baja, en la conocida visera azul repugnante. Aquello sucedió en Uralsk, el quince día de mi estancia en el ejército. Nuestra compañía regresaba de las clases. En la espalda de cada uno - una raya de sudor, en el hombro - un capote enrollado como una salchicha voluminosa, en los pies – las botas polvorientas, y en los labios - una canción alegre.
A las puertas de la ciudad frente a nosotros pasó un hombre “civil”, pero yo, como muchos otros, no le presté atención. Y de pronto, apenas habíamos puesto los fusiles en una pirámide, me gritó el empleado de guardia...
- Un relativo le está esperando a la puerta, - dijo - ha aguardado todo el día, ¡pobre hombre!
Sólo al acercarme ir y hacer cortésmente el saludo militar al invitado, lo reconocí como al marido de pequeña Akbota. Sus ojos me miraron con ira, y la expresión facial fue como si él iba a apuñalarme con sus caninos de oro.
- ¿Dónde está la mujer... dónde está mi esposa? – gruñó él.
- ¿Qué mujer? - dije, pensando desconcertado que sus palabras podían significar alguna desgracia que le había pasado con Akbota.
- ¿Qué esposa?.. ¡La que tú has robado! - gritó frenético.
Empecé a explicarle que los soldados del Ejército Rojo, no roban a las mujeres, y que, además del Estatuto, para evitarlo no existe la mitad femenina en los cuarteles. Me he dado cuenta de que Akbota huyó de él, y la conciencia gozosa de aquel hecho, probablemente, dio a mis argumentos corteses un matiz de burla. A causa de aquello él se hizo completamente loco, y me lanzó con los puños.
Para mí, un buen boxeador, era fácil rechazar los impactos de su largas pero escasas manos. Sin embargo, no era tan fácil quitarle más lejos de la ciudad. Se ponía en cuclillas, gritaba, se derrumbaba al suelo, apoyándose. Sólo ví obligado a agarrarle en mis brazos y tirar a cien pasos de la ciudad, a un terreno baldío, donde tiraban la basura. Deteniéndole sin esfuerzo mediante su corbata aquí, lejos de la gente, le dije unas pocas palabras amables, y le dejé suelto.
La misma noche encontré en mi cama la primera carta de mi madre, escrita por mi hermano. Cuatro páginas arrancadas de un cuaderno contenían poco más de cincuenta palabras. Cada palabra como un lagarto fósil, estaba girando a lo largo de toda la línea, por alguna razón, con la separación obligatoria de la última letra de cada palabra en una nueva línea. Por primera vez que vi la enemistad del lápiz para las manos callosas de mi hermano mayor. Pero aún no había recibido las cartas más caros que aquella
Entre otra noticias mi madre me informó que Akbota había desaparecido de su casa el mismo día cuando yo había salido de Gúryev. ¡Si hubiera sabido entonces!..
Con el corazón oprimido recordé como había saltado de la cama del vapor al ver deslizar una figura femenina, en un pañuelo de seda azul sobre sus hombros, frente a la ventana de la cabina. Ya había sido la noche, y la luz de la cabina iluminada sólo un cuadrado estrecho en la oscuridad total de la cubierta. La mayoría de los pasajeros se acostó ya. “¡Akbota!” - me exclamé a mí mismo y corrí a la cubierta, pero no encontré a nadie y me limité a sonreír por mi estupidez y seguridad en mí mismo... Pero sería alegre darme cuenta de que Akbota viaja conmigo en un vapor, al dejarle a su marido, estaba claro para quién.
La carta de mi madre confirmó que yo tenía razon en aquel entonces.
Pocos días después de la llegada del invitado inesperado y aquella carta yo vivía orgulloso del pensamiento que Akbota me amaba y para mí había dejado a su marido. Yo mismo noté que mi paso se hizo más seguro y firme en aquellos días. Cada día le miraba al empleado de guardia con insistencia y seguridad, esperando que finalmente me comunicara que me esperaba una “relativa” a la puerta de la ciudad, y admiraba la determinación extraordinaria y el coraje de Akbota. Pero luego pensé, ¿dónde iba a arreglar su vida aquí? Ella no es un rifle ni una mochila.
Pero yo no tenía que buscar lugar en el cuartel para mi esposa. El empleado de guardia no comunicaba sobre una visitante. Una desconocidad triste la escondió mi Akbota.
Es que tan lejos de mi tierra natal, en los lugares nuevos, yo estoy a mi servicio diario para la protección de la frontera. De vez en cuando recibo las cartas de mi madre, pero no contienen ninguna palabra sobre Akbota. Cuando le pregunto, mi madre responde lo mismo: “Yo no sé nada más sobre ella, mi querido, no lo sé.” La joven, que en lugar de mi hermano ocupado con el trabajo a veces escribe cartas maternas con una escritura bonita, firmando con la letra "C", probablemente, no conocía nunca a mi Akbota.
Eso es una enigma en la que sigo pensando. Puede ser, que aquí no existe tan gran porción de verdadero amor y fidelidad, quizá el amor propio de juventud juegue un papel importante, pero todavía no puedo escapar del rompecabezas “Adónde, al final, se había ido ella? "Parecería que el tiempo tenía que curarme de aquella obsesión, pero resultó al revés - cada día más y más a menudo volvía a ella, la imagen suave de la desaparecida Akbota me hacía cada día más cara y más querida.
El día antes de ayer, cuando iba del puesto al cuartel, me pareció que entre las nubes rosadas de la mañana de repente brilló un rayo claro de la solución deseada. A mi cabeza llegó una opción completamente nueva, y por lo tanto, más convincente.
Aquella opción era que aquella desconocida para mí, “C”, que escribía las cartas de mi madre y que me consolía en la oscuridad que envolvía a Akbota, y decía que podía encontrar en el aúl y en laciudad y muchas chicas guapas, ¡no podía ser ninguna otra, pero la misma Akbota!
Puse todas las cartas recibidas de mi madre y firmadas con la letra"C". Algunas líneas respiraban con la astucia amable y pudorosa, la picardía inocente y celosa femenina. Me di cuenta de que cada una de aquellas frases y líneas trataba de saber sobre mi sentimiento - era serio o no. De alguna manera me acordé de que mis veinte años habían cumplido ya.
Fue entonces cuando me fui al jefe para pedir permiso para pasar sus vacaciones en la casa de mi madre. Voy para ver a mi madre, - dije yo a mi Mykola y a mis compañeros... Y aquí estoy delante de la maleta abierta, compruebo con mis ojos si las cartas han sido retiradas seguramente, pero mi corazón grita: “¡A Akbota! ¡A mi Akbota!”
Kolya miró su reloj y llamó:
- Vamos...
II
No, ahora cuando me he preparado para ir a verla a “ella”, no he ansiado nada ningunas emocionantes aventuras fronterizas.
Sólo con un deseo de paz y prosperidad me acercaba a un guardián silencioso de nuestras fronteras, al puesto fronterizo, que de manera tan convincente, firme estaba en su lugar. Muchas veces he pensado ya que para él, este guardián, han vuelto sus miradas millones de personas del país vecino. Unos lo miran con el odio y la malicia, la envidia, el enfado de impotencia, otros - con la esperanza y la fe.
Durante aquellos dos años, me acostumbré al hecho de que en el puesto se debía concentrarse y agudizar su atención. Aquella costumbre alejó todos los pensamientos extraños, tan pronto como entré en la zona anhelada. Por supuesto, no me negué de los recuerdos y sueños, simplemente los aplazé para un momento más apropiado.
A mi lado se ha apostado, mi amigo fiel, el cauteloso Rex; él también está mirando a una cosa adelante, afuera de este poste, pinchando sus oídos sensibles. En sus ojos inteligentes fijando hacia adelante, juega la llama sutil de un “pensamiento” especial de un perro.
Por centésima vez yo pensé que todos nuestros agradablessueños y esperanzas, la sensación segura de ser hombre y ciudadano - todo esto es posible sólo en este lado del signo fronterizo. Este poste no sólo significa una frontera terrestre de dos estados vecinos: es una frontera entre dos diferentes sensaciones del mundo. Imagina que estés al otro lado de este poste - y perdirás inmediatamente el suelo bajo todos tus pensamientos, perdirás los sueños que han sido habituales desde tu infancia, los que te ha educado la patria, te encontrarás en el ámbito de un pasado lejano, en el reino triste de abuelos y bisabuelos. Las caravanas de los siglos irán al paso lento delante de tí, llevando su carga pesada antigua que hemos arrojado ya. Así fue mi país también en otros tiempos.
Los siglos asiáticos se arrastraron tediosamente lento. En la quietud muerta las estepas fueron aplanadas . La idea que había nacido en la era de flecha y lanza, Ketmen y Omach, tendía a vivir en la era de la electricidad, a vivir como una verdad eterna, manteniendo dominación del pasado sobre el presente. Los siglos echaron a plomo como una mole sobre la espalda del pueblo, y lo obligaron a alimentar con su sangre y sudor las raíces podridas de la antigüedad que quitaba los jugos de la juventud, sin dejarle experimentar la felicidad de floración. La dombra de cantante rascaba tristemente, lamentando el dolor de la gente. Sus llamadas solitarias a la lucha eran impotentes.
De aquel momento, que se ha ido para siempre, acordaba el país encontrado detrás del poste fronterizo de rayas. Todo lo viejo se considera santo allí. Esto explica su odio hacia nosotros, tienen miedo de que su pueblo, al ver que nosotros hemos arrojado la severidad del siglo, se endurece.
Gris, espinoso como un erizo, un arbusto que crece por nuestro lado del poste, te sirve como un refugio confiable de los ojos observadores del enemigo, es nuestro y natal. Y un arbusto exactamente igual está detrás del poste, se eriza como un tarántula inquieto y está lleno de sorpresas traicioneras.
Rex está observando con atención estos arbustos, parece que constantemente les vuelva a calcular.
Profundamente grabada en la pie ún de piedra de las montañas rocosas, el río espumoso de montaña corre saltando de piedra en piedra. De hecho, ella es nuestro límite. Tanto en sus bancos,como en los pliegues de piedra de las pendientes abruptas corren al agua los árboles espesos solitarios con follaje denso de color gris plateado. Ya hace mucho yo calculé y recalculé los árboles. También conozco cada pliegue y cada repisa cerca del signo fronterizo por el lado natal y por el lado ajeno.
Los guardias fronterizos de nuestro vecino, que había sido amante de la paz hace poco, al recibir recientemente las nuevas instrucciones de sus superiores, se desataron evidentemente. De repente se volvieron extraordinariamente belicosos. Se ha sentido especialmente durante los últimos dos o tres meses. Cada viernes por la mañana, haciendo cabriolas en hermosos caballos árabes, a lo largo de la frontera pasan sus oficiales haciendo alarde de galones de la ropa y arneses de plata. Por lo visto, el aire gallardo de estos jinetes audaces da a los soldados el espíritu bélico y frívola, que no corresponde nada a la monotonía triste de la naturaleza que está alrededor. Al sacar de las vainas las espadas curvas de los abuelos, ellos golpean el aire, amenazándonos mímicamente con la derrota y la destrucción.
Tal vez la destrucción de un pueblo de mayor tamaño y poder, les parece fácil y divertida. Sus gestos son suficientemente elocuentes y claros, y sus gritos se ahogan en el estrépito del río rugiente abajo. Yo también más de una vez he querido gritarles algo mal y fuerte, pero me detiene el estatuto y la sentencia de Abái “Él que grita de rabia es divertido, él que calla de rabia es terrible.”
Conozco bastante bien la tierra de nuestros vecinos. Además de los conocimientos, que me dio la escuela, leí mucho de mis ganas, recordando las palabras del jefe del puesto sobre lo que se debe saber bien a su vecino. ¿Qué nuevo había sido añadido a la vida de aquel país en la última década? Habían dejado llevar el tocado de la cabeza, el de antes, llamativo y sobresaliente insolemne, pero trataban de mantener los mismos pensamientos en sus cabezas. A la historia sin gloria del pasado reciente se añadió la industria textil de la cualidad media, la cual los vecinos no crearon ellos mismos. Sin embargo, recientemente recibieron un regalo de Hitler:
el nuevo “fon” con la reputación del intrigante del imperialista consumado. Aproximadamente desde aquel momento sus soldados nos muestran su insolencia, al parecer considerándola el valor.
Lo nuevo que trajo consigo el nuevo “fon” a aquel país viejo, con cada día se hacía más claro a cada combatiente sencillo de nuestro puesto. Todos nosotros comprendíamos que no eran casuales los intentos de espías y saboteadores de penetrar a través de la frontera. Hace unos días en los estudios políticos por el cargo del organizador del partido, yo hice una presentación sobre las nuevas influencias extranjeras en nuestro vecino de frontera, por lo que me imaginaba con claridad el significado pleno de nuestra vida.
Pero mi relevo se terminó. La calma no habían sido violada, y yo estaba volviendo a mi puesto para abandonarla para un mes dentro de unas pocas horas. Todos mis sueños felices, prohibidos durante las horas de servicio, volvieron a inundarme. Rex aulló ligeramente. Yo le calmé, llamándole a mi pierna.
El aire de la montaña clara y azulada, el haz rosado de las nubes descuidadamente arrojado al cielo despejado, emborrachaban con silencio acariciante. El pobre pastizal de la colina pedregosa después de pasar toda la noche temblando, empezó a entrar en calor y abría hacia la caricia de la madrugada del sol de la mañana las estrellitas amarillas vivas y azules. El rugido del río de montaña vino aquí como una respiración calmante regular. Me entregaba otra vez a la corriente fluida y ancha de mis sueños.
De repente un tiro se estrelló en el silencio. Yo y Rex nos metimos volviendo sobre las piedras y salientes desiguales al río. Unos cuantos tiros más sonaron desde el lado del poste fronterizo.
Kolya Shurup, al volver corriendo de la mitad de su camino, igual que yo, estaba en la sombra de un árbol y maldecía sordamente, mirando a través del follaje. Yo lancé una mirada en aquella dirección. Deslizando sobre las piedras, casi tumbada por la corriente espumosa, una mujer joven con un bebé en sus brazos cruzaba el río y gritaba:
- ¡Alá! ¡Alá! Los disparos sacudieron su espalda, pero ninguna de las balas no la había tocado todavía.En otra orilla un grupo de jinetes rodeó a su guardia de fronteras, gritando algo gritos y amenazando con revólveres hacia nuestra orilla. Dos de ellos, al encabritar los caballos bruscamente, los dejaron ir en el río en pos de la fugitiva. Pero el tiro de nuestro guardia fronterizo les paró.
La mujer finalmente subió a la orilla y se echó directamente a nosotros. Al llegar corriendo, ella cayó al suelo agotada, estrechando a su niño que lloraba contra su pecho.
Ella era joven y bonita. Sus amplios pantalones de seda estaban despedazadas con las piedras, sus piernas estaban rotas hasta la sangre. Llorando y jadeando, ella trataba de explicarnos algo, ayudando a sí misma con gestos y algunas palabras en ruso. De su balbuceo emocionado pudimos entender algo: su padre, un comunista, como si corriera a Azerbaiyán Soviético, y nos rogaba que ayudáramos a encontrarle. Exhortó a nosotros el nombre de Alá, mirando con horror atrás, a sus perseguidores, que todavía gritaban y se endemoniaban en otra orilla, y nos extendía a su niño.
Le di la correa de Rex a Kolya.
- Toma, la llevaré al puesto... Un teniente llegaba a nosotros.
- ¿Qué ha pasado aquí? - preguntó.
De repente Rex con un gruñido sordo, apenas audible, se precipitó por el río tan persistentemente que Kolya echó a correr tras él en seguida. Dejando a la fugitiva a carga del teniente, yo también corrí a la espesura. Corrí a su paso, escuchando el crujido de las ramas. De pronto sonaron disparos de los arbustos, muy cerca. Yo oí un grito salvaje, y luego el rugido de Rex y la voz de Kolya:
- ¡Toma, Rex, toma!
En el arbusto denso un extraño estaba echado boca abajo. Rex puso su pata derecha sobre su nuca, le agarró la mano con su bocaza terrible. Kolya estaba cerca, sosteniendo la pistola en la mano izquierda. De su mano derecha la sangre escurría abundantemente a la tierra.
- ¿Estás herido? - Exclamé.
De ambos lados nueatos compañeros-fronterizos corrían a ayudarnos. Aprovechando de la confusión que levantaron la bella con su bebé, nuestros queridos vecinos intentaron lanzar a su persona deseada en la sección adyacente de la frontera.
De aquella manera se volvió mi destino. Mi amigo Mykola Shurup fue enviado al hospital. En vez de él, yo me iba para estar a cargo del jefe del cuartel general de la división. Con mi corazón yo sentía que aquel giro brusco me llevaba para mucho tiempo del encuentro alegre con mi camello blanco pequeño.
Sólo después de viajar muchos cientos de kilómetros por ferrocarril y llegar al lugar de mi destino, me enteré de que estaba inscrito en los cursos que a mi, un deportista, resultaron ser muy a gusto. Vivíamos en un campo alejado de las ciudades, que llamaban en broma un “balneario”. Deportes, culturafísica,las ciencias interesantes y diferentes que nos daban conocimientos especiales, - aquellas eran nuestras lecciones. En breve, en nuestro programa había un poco de álgebra, pero las ecuaciones con un montón de incógnitas - las había más que suficiente.
Una de las actividades de diversión en los cursos eran los saltos de la torre de lanzamiento de paracaídas, que ya cesaron de inquietar y se convirtieron en una diversión de cada día, igual que descenso en trineo para los niños. Pero fueron traídos los paracaídasverdaderos, a la noche nuestro campo de fútbol se convirtió en un campo de aviación, donde pusieron la letra “T” de tela. El avión verde de transportación rugió del bosque cercano, dio un círculo sobre nuestro “balneario” y aterrizó en el campo de fútbol. Nos echamos a correr al avión, pero en aquel momento sonó la canción alegre del clarín:
Toma una cuchara, toma un recipiente. Si no tienes cuchara – simplemente corre.
Aquella señal, que nos llamaba para tomar comida, ya había creado un reflejo condicionado en nosotros: de los sueños cortos de una danza nos empezaba a chupar en el estómago. Antes de llegar al avión, nos colocamos en filas para la cena, durante la cual todas las conversaciones se concertaron en el salto del avión de mañana. Él me inquietaba un poco a mí también. También lo esperaban con inquietud otros compañeros.
- Tengo miedo de una cosa - expresó con franqueza sus temores el más joven de nosotros, Volodya Tolstov.- Me parece que tiraré el anillo antes de la hora a causa del temor...
- Tonterías - dijo Pyotr Ushakov que ya con orgullo llevaba en su pecho el badge de paracaídas.- Sólo piensas así, pero tirarás justo cuando es necesario...
Yo tenía miedo de la otra cosa, cómo no perder el valor en el ala del avión en el momento del orden. El instructor da el orden: “¡Salta!” - y yo estoy de pie, no me atrevo... ¡Sería un escándalo!
Pero, de hecho, todo pasó bien. Sólo Volodya hizo justo lo contrario a lo que había temido: tenía tanto miedo a colgarse en la cola del avión, que todos pensamos si tendría un paracaídas estropeado - su paraguas no se abría durante largo tiempo.
A pesar de la inquietud, yo no podía quitarme de mi manera de observar a las personas. Tratando de adivinar sus sentimientos, yo llevaba ojos de un compañero al otro, y un par de veces mi mirada se paraba en la espalda amplia y tranquila del piloto que conducía el avión sobre la plazoleta del campamento. Algo en aquella espalda amplia y tranquila me atraía, y yo volvía mis ojos hacia ella una y otra vez. Yo quería ver la cara del piloto. Y en el mismo momento en que el instructor me dijo que me preparara, el comandante de la nave se volvió.
- ¡Sheguén! - grité.
Por supuesto, él no oyó mi voz en el rugido de motor, pero nuestras miradas se encontraron, y él se movió ligeramente sus cejas, en señal de saludo.
Aquel encuentro me hizo olvidar la inquietud con la que pensaba en saltar. En aquel tiempo en mi vivía sólo la alegría, el deseo de abrazarme con mi amigo y la decepción que yo no le podía decir por lo menos una de las miles de aquellas palabras calientes, que pululaban en mi cabeza.
Con hacer un salto valiente del avión, me decidí a informar a mi amigo sobre el camino pasado por mí sin él. Se dice que la presencia de la mujer amada cree en un hombre coraje y firmeza. No, ninguna mujer en el mundo podría haberme causado mayor deseo de demostrar mi valentía. Me he separado fácilmente de la nave.
- ¡Cómo un halcón de la roca! - sin modestia excesiva yo grité en voz alta, era bien que nadie a mi alrededor podía oírme.Por encima de mí estaba el cielo, muy por debajo estaba la tierra.
- ¡Como un halcón! - una y otra vez gritaba de alegría, aterrizando al prado cerca de nuestras tiendas.
Vladímir Tolstov ya iba corriendo hacia mi.
- ¡Belleza-a! – aprobó él a plena garganta, alegre y feliz.Yo aspiraba a Sheguén y de inmediato corrí a todo correr al estadio de fútbol, donde se suponía que el avión aterrizara. Allí estaba, pesado y fuerte, pasó por encima de mi cabeza, tocó el suelo con sus ruedas, a continuación, rebotó y rodó por la pradera plana hasta el lindero. Pero yo no tenía tiempo para llegar a Sheguén: el instructor se apresuraba para recibirnos. Enfilamos al borde de la plazoleta para analizar los saltos hechos por nosotros. El teniente, comandante de la unidad, que observaba a cada uno de nosotros desde la tierra, se acercaba a nosotros expresando su aprobación con todo su aire.
Yo sabía que yo había aterrizado con belleza y precisión, y esperaba una alabanza, pero yo quisiera que Sheguén oyera al comandante llamar mi nombre y a mí dritando: “¡Sirvo a la Unión Soviética!” Esperando que Sheguén estaba a punto de parecer en la escotilla, yo siempre lanzaba mi mirada al avión, pero aquél de repente se estremeció, corrió por el campo cerca de nosotros, a la velocidad creciente, se separó de la tierra, balanceó y giró hacia el cielo.
”¡Sheguén! – le gritaba mi corazón mientras él se iba, gritaba al cielo.- ¡Sheguén! ¿Adónde vas?.. ¡Para! Vuelve!..”
Pero el avión voló en círculos sobre nosotros, sacudió su ala y se escapó detrás de los árboles.
Sin embargo, por la noche Sheguén me encontró en la tienda del club. Ya era capitán. Él estaba a la entrada de la tienda, tranquilo, ancho, hermoso.
Estirándome amistosamente su mano, él con un aprieto firme previno mí truco infantil potencial. Mientras yo estaba buscando las palabras adecuadas en la confusión, se había familiarizado con los demás y felicitó a todos nosotros con el primer salto desde el avión.
Ya estamos sentados juntos con él en un banco al lado de la mesa cubierta con la tela rojovivo. Él está hojeando distraídamente el ejemplar ensuciado de “Cocodrilo”, y yo estoy sonriendo con cierta confusión. Entiendo que mi sonrisa puede parecer tonta. Nos estan observando mis compañeros, el encuentro de dos amigos viejos les parece interesante. Incluso la conciencia de que yo soy el objeto de atención total me está ayudando a superar la confusión. ¡Cuántos poemas y novelas guardaba yo en el alma para mi encuentro con Sheguén, qué pensamientos tenía que compartir con él! Pero una obstrucción se formó en algún lugar de mi corazón, y no podía comenzar. Todo lo que venía a la mente se refería al tiempo demasiado lejano, y parecía tan ingenuo e infantil, que aún era vergonzoso compartirlo con Sheguén. Resultó que todos mis ahorros eran compuestos de algunos sueños infantiles y recuerdos de la niñez, indignos de la atención de un adulto, quien otra vez, en comparación conmigo, resultó Sheguén. Precisamente aquello provocó mi sonrisa disparatada, por lo tanto se llegó a tan seca historia mía sobre un servicio de dos años en el ejército, de la que él ya estaba al tanto de mis cartas.
Despidiéndome de Sheguén, sentí como su brazo rodeó mi hombro. Era como un abrazo, pero no era aquel que nos había calentado a ambos en otros tiempos.
- No te turbes, Kostya. Tu silencio dice solamente que ambos nosotros habíamos crecido. Lo nuevo no ha acumulado todavía, y lo viejo tiene demasiado olor de la infancia. ¿No es así? Pero para mí, todo lo que has experimentado durante estos dos años, es lo más interesante, - me Sheguén en la despedida.- Malana es un día de descanso – nos encontraremos y charlaremos más detalladamente. Iremos a la ciudad, al teatro. Después del primer salto, te organizaré un día del descanso maravilloso, cultural.
- He recibido un voto de gracias por el primer salto – me alabé.
- He observado tu salto - respondió seriamente Sheguén.- Un enemigo fusilará a tal paracaidista cinco veces en el aire. Te pavoneas n el aire, Kostya, pero no estamos en ballet – hay que caer rápidamente. Sheguén se fue, pero en mi alma algo dolía toda la noche. Yo sentía mucho que una reunión con mi amigo no fue como antes. ¿Por qué no me había arrojado a su cuello? ¿Acaso no era necesario guardar nada de las riquezas de nuestra infancia? Después de todo, yo podía hablar con mi Mykola durante las noches enteras, y nos revelábamos uno a otro, aunque no habíamos tenido una niñez común. Tal vez nos unimos exactamente por lo que compartimos con él la vida adulta y los peligros del Servicio Fronterizo. Yo le relataba de mi Akbota, y él de su amor a la muchacha Maya. Pero una vez mi sueño tocó mi amor, me asusté, porque Akbota significa la niñez más distante que Sheguén. ¿Acaso estoy guardando con tantos celos sólo su imagen de niña y el recuerdo de su sentimiento infantil?.. No, era completamente diferente, permanente, inmutable. Aquel pensamiento me tranquilizó y me quedó dormido, al decidir que yo revelaría a Sheguén secreto de mi amor de la que nunca le había escrito.
IV
El día feliz, sin nube, comenzó con una canción alegre. Era domingo, y aquellos que no tomaron un permiso para ir a la ciudad, se preparaban para pasar un día de descanso a la orilla de mar, a donde era necesario viajar cerca de una hora en tren desde nuestro lugar. El sol nos amenazaba con bochorno inminente. El olor de miel de las flores se evaporó con el rocío y consiguió llenar aquella mañana de verano con placer agotador.
Acabamos de marcharnos a las tiendas y empezamos a limpiarnos y afeitarnos. ¡Traté especialmente porque tendría que ir por la ciudad con capitán!
De repente, la voz de alarma sonó en el campamento.
- ¡Diablo! ¡Han encontrado tiempo!..- gritó alguno de los cadetes.
- ¡Un día de descanso estropeado! - suspiró el segundo, afligido, al meter el cepillo de zapatos en la mesita y apretando apresuradamente el cinturón.Las alarmas últimamente nos habían convertido en un fenómeno cotidiano. Era, como solía decir, la finalización habitual del curso de estudio. Estábamos acostumbrados a las alarmas por la mañana, el día y la noche, especialmente enojosas cuando el señal de la alarma sonaba media hora después del toque de silencio por la noche.
Pero no sonaban todavía la alarmas los días de descanso.
Con apresuramiento involuntario nos apresuramos para formación, verificamos preparación uno a otro, ajustamos los cinturones. Todo el mundo quiere que este juego termine tan pronto como sea posible.
- El primero, el segundo, el primero, el segundo...- está resbalando la corriente discordante del cálculo de la derecha a la izquierda.
- ¡A la dere-cha! - ordena claramente y bravo el jefe de la unidad. Nos reúnen a todos juntos en la plazoleta deportiva, a todo el batallón.
Mientras nos formamos, oimos la alarma trompeta en el campamento cercano de la artillería, en las montañas, a dos kilómetros de nosotros. Encima de nuestras cabezas vuelan velozmente, rugiendo, los aviones del aeropuerto cercano. Se ha ido ya el nuestro, el de ayer... Creo que veo a Sheguén, pero después de él vuelan las iguales, poderosas naves - cuatro, seis, nueve... Aullando, vuelan los aviones de caza.
- ¡Firmes! ¡Alineación!
El comandante de nuestros cursos, el mayor Demkin, y el comisario Somov, excitados, pasan a lo largo de las filas, subir la torre del árbitro deportivo.
Y a través del rugido de una más escuadrilla de los aviones de bombardeo que volaron a toda velocidad sobre el campamento, como el estruendo de una bomba estallada se arrojaron las palabras del comisario sobre lo que aquella noche los fascistas habían bombardearon bestialmente el oeste y sur de nuestro país y que los combates ferroces ya tenían lugar en la frontera occidental en aquellos momentos.
La formación congeló. Además del latido de su propio corazón, cada uno oía el latido del corazón de su vecino.
- ¡Guerra!
Y entonces ya con otros ojos acompañábamos con los ojos las escuadrillas que volaban a toda velocidad hacia el oeste.
¡Adiós, mi Sheguén! ¡Suertes felices y victoria rápida, mi amigo Sheguén!
Sólo un día antes, en nuestra tienda habíamos estado todos juntos demostrando a un oponente inexistente que en el futuro próximo no evitaríamos una batalla. Pero aquel día, cuando nos habían dicho ya la palabra “guerra”, no podíamos creer en lo que ella había empezado.
En las primeras horas sentimos con dificultad la realidad de lo que sucedía. Todo el mundo se sentía listo para la pelea, pero a cada uno de nosotros todavía les gustaba ver cómo sus amigos eran preparados, y por lo tanto los ojos de cada examinaban estrictamente a todos.
Creo que en aquella hora mis pensamientos no eran diferentes a los de otros soldados: yo reflexionaba qué lugar sería tomado personalmente para mí en las grandes filas del Ejército Rojo por los acontecimientos que aproximaron de repente.
El juramento que pronunciábamos penetrando en el significado de cada palabra sonó majestuosamente.
Una hora más tarde, yo, junto con otros compañeros míos, iba a velocidad en un camión por el camino sinuoso asfaltado de la montaña para llegar a cargo de la gran unidad para que nos habían preparado.
En el paso yo estaba tan acostumbrado al rugido incesante de los motores, al grito de los claxones de los coches, con agitación de las disputas y los gritos estridentes que con sólo unos cien pasos de la carretera, sentí silencio en seguida. Liberado del caos habitual de los sonidos, mi oído comenzó a percibir la coriente del río refunfuñando, y la respiración del bosque ribereño, y el maullido lastimero de una gata huérfana. Allí al otro lado del río, advirtiendo del alba inminente, persistente, igual que en los tiempos de paz, gritó el gallo, y de inmediato en algún lugar cercano sonó el grito contestador de un gallo vocinglero desde un carro.
Cayendo en los hoyos y las trincheras, tropezando con los árboles arrancados con raíces en la oscuridad, estoy buscando en el bosque a dos compañeros heridos ubicados en el embudo profundo de una bomba.
No, en los primeros días de la guerra, nos encontramos allí, donde no habíamos esperado conseguir, y luchábamos de una manera diferente de la que habíamos pensado.
En nuestros cursos yo, junto con otros compañeros creía que nos preparaban para los primeros combates activos pecho a pecho con el enemigo, que se atreviera a cruzar las fronteras de nuestra Patria. Estábamos esperando a que tendríamos que meternos a la batalla el primer día, a la primera hora, en el primer momento de una batalla mortal. Cada uno de nuestros soldados pensaba lo mismo. Pero el enemigo avanzaba, él pisoteaba descaradamente nuestra tierra, y todos nosotros prestábamos servicio de la retaguardia.
Así que ahora, ya durante la segunda jornada en vez de sangrientas batallas y hazaña dirigimos todas nuestras fuerzas para mantener el orden en uno de los puentes desconocidos de un río perdido en las llanuras del mar de Azov.
Estamos luchando por lo más básico e innegable – por el turno en el paso e inadmisión de los atascos de tráfico durante el atravesar del puente . Este trabajo cotidiano nos asimila a los milicianos-controladores del tráfico. ¿Dónde está un heroísmo o algún caso para hazaña aquí?
Sin embargo, el coronel Ozimin ha tenido razón cuando nos ha consolado diciendo que durante estos días en todo el frente no será parte más pesada que aquí en este puente desconocido.
Estamos aquí sólo una unidad de los combatientes, y a través de los puente corren miles de personas. ¡Cuántos miles pasaron al otro lado la noche pasada, la misma cantidad ha acumulado otra vez aquí por la noche!
Ahora yo soy el jefe de paso. Al principio él era el teniente Gorkin, el comandante de nuestra unidad de exploración. Ayer, en el anochecer, cuando ya no estábamos esperando un nuevo allanamiento de los fascistas, tres naves bombarderas fascistas lanzaron bombas al grupo de coches y la gente al puente. Una de las bombas estalló no muy lejos del lugar, cerca de la orilla. El teniente fue arrojado por la ola explosiva a uno de los coches. Él se levantó rápidamente y gritó energéticamente gritó a un conductor:
- ¡Atrás!
- Camarada teniente, ¿no está herido Usted? - le pregunté, como solía preguntar cada uno de nosotros cuando pasa el momento de un peligro fuerte.
El teniente sólo hizo un ademán y siguió a mandar en el paso. Su voz ronca, forzada ya hacía mucho tiempo, pero alta todavía resonaba hasta casi la medianoche, pero de repente se rompió a media palabra, y nuestro comandante, sin poder hacer nada apoyándose en el guardabarros del camión, comenzó a caer. Yo le cogí. Debajo de la capa-tienda mi brazo sintió sólo una masa viscosa de la sangre que ya había impregnado la ropa interior y guerrera.
Él gimió.
- Toma el mando, Sartaléyev – tuvo tiempo para decir él antes de perder la conciencia.
Le escondimos en el embudo. Yo quería evacuarle del paso inmediatamente, pero él se negó, a pesar de que su espalda estaba llena de los cascos pequeños, y su hombro era disecado fuertemente. Enviamos a las decenas de heridos durante una noche, pero él continuaba a negarse de abandonar el paso. A veces él caía en desvanecimiento, pero al recuperarle la conciencia, preguntaba cuidadosamente cómo yo cumplía el asunto, cómo iban las cosas en el paso, y me ayudaba con instrucciones.
Hoy día, al anochecer, se ha alfeñicado por lo que ha parecido un muerto y ha estado tumbado inmóvil. He tratado de convencerle en pasar. El doctor de convoy sanitario ha llegado a verle dos veces, ofreciendo transportarle al coche de antemano. Él se ha negado, diciendo que morirá de calor allí, pero es más fresco y más ligero estar en el bosque, en el embudo. Y ahora, justo delante del puente se ha encontrado el coche en el cual dentro de dos o tres horas él podrá estar trasladado al tren sanitario. Al verlo en el convoy al lado de paso, he hechado a correr por mi camandante.
Yo mismo ha transportado al teniente Gorkin, y mis compañeros – a un combatiente más, herido por un casco en la rodilla. Ahora yo, un sargento, me he quedado el único comandante. He enviado a un mensajero a la sede para informar de la herida del teniente. Yo he firmado el informe como el jefe del paso, y yo mismo me he atrapado en el orgullo juvenil por esta firma. Pero ser un jefe no es una broma: por poco que das la espalda, los conductores rompen nuestro puesto de avanzada y van a toda veloz amenazando destruir el mismo puente. Puede ser que destruir está dicho muy fuerte, pero formar un atascamiento considerable – está seguro. Incluso los comandantes mayores a menudo no piensan en el orden, tratando de arrebatar su parte atollada en primer lugar.
-¿Sabes, sargento, lo que significa la organización correcta de la retiración? – me grita un mayor de artillería, sombrío y no afeitado, con la capa-tienda echada sobre su hombro.- ¡Es una prenda de ofensiva! ¡Mantenimiento de la técnica es ante todo! ¡Te ordeno dejar pasar a mi unidad en primer lugar! – Él indica los coches, penetrando de costado en el movimiento de toda la columna.
Veo su unidad extendida a lo largo de la carretera. Sus cañones, tractores y camiones con pertrechos disfrazados con árboles enteros y, por tanto, muy similares a una larga cadena de los bosques plantados, terminan en algún lugar detrás de las colinas. Y aquí, en frente del mismo puente, tanquetas, cañones, coches, tractores se han aglomerado también; los convoyes de caballos acurrucados al puente se han amontonado, y todos juntos amenazan con crear un lío inimaginable. Nuestra tarea consiste precisamente en no darles embrollarse en un pelotón apretado, evitar atascos.
- No puedo, camarada mayor. Aléjese de la carretera.
Abro el camino a la ambulancia que lleva a nuestro teniente y a varios carros de dos caballos con los soldados heridos. El mayor irritado, al parecer convencido en mi razón, va a distancia y, mirando de reojo a la puente, maldice y lía un cigarrillo.
Entiendo toda la importancia de los requisitos del mayor. Yo mismo creo que es necesario dejarles pasar a sus pertrechos en primer lugar. Pero si les dan meterse del flanco, todo será mezclado. Yo estaría encantado de darles pasar a todos los coches a la vez, e incluso a aquella viejecita sentada cerca del lindero de boscaje en arbá, aparejada por los bueyes azulados. Aún desde el anochecer le he visto a ella agitando la mano nudosa en mi dirección, pero sé seguramente que durante el último día ella no se ha acercado ni un paso más hacia el puente, e incluso ha tenido que volver, apartada a presión de un montón de los carros.
Si no se nos arrojara el rugido vociferante de la guerra, si las personas cumplieran con la orden, que era habitual para ellos mismos en la vida cotidiana, si todos los coches fueran tan tranquilos como aquella docena de los vehículos sanitarios, que pasa en este minuto, yo, por supuesto, en primer lugar dejaría pasar al mayor - el representante del “dios de la guerra”. Yo podría encontrar bastante simpatía de corazón y abrir el camino a esta anciana humilde y resignada...
La congestión se ha disuelto sólo para un momento. La punta del pelotón se ha empezado a desenrollarse, como muy contentos del tráfico cerca del puente, los conductores de coches, de los carros de caballos y peatones de nuevo se han apresurado impetuosamente a la plazoleta que está antes del puente y la que con tanta persistencia defienden los combatientes de nuestro departamento.
La amenaza del atasco otra vez era inminente a la aglomeración de muchos miles.
Los combatientes de mi departamento, bajo la presión de las máquinas rugientes se vieron obligados a retirarse hacia el puente. Nuestra plazoleta “de clasificación” que estaba ante del puente se hizo dos metros enteros más corta.
- ¡Camarada Tolstov, no haga ni un paso atrás! – mandé yo, al notar que Volodya se retiró al río más profundo que los otros.
- ¡Pare! - gritó Volodya al conductor.
El coche se paró, refunfuñando sordamente con el motor conectado. Inmediatamente después de él se detuvieron y otras máquinas.
Tuvimos que resolver de forma rápida y correctamente el problema de cómo había que sacar la punta del pelotón para que se desovillara tranquilamente.
Yo sabía que las partes retrocedidas iban a ocupar la defensa cerca de Taganrog. En primer lugar, era necesario dejarles pasar a las mismas personas que iban a Taganrog, pero de vez en cuando era necesario dar preferencia a los toros y carritos que llevaban artículos para el hogar ante los cañones y las tanquetas para abrir más pronto el camino para aquellos mismos cañones y tanquetas.Cuando con la mirada de gerente yo observaba el lío cercano al puente, de repente en un lugar cerca se oyeron los sonidos tan extraños para aquella situación que al principio yo simplemente no creí a mis propios oídos. Tal vez ni siquiera percibiendo con el oído, más bien por las caras de la gente, por sus ojos que habían puesto más cálidos me di cuenta de que aquello no era un sueño, que realmente oía una melodía simple,habitual y familiar:
Una canción nos ayuda construir y vivir, ella como un amigo llama y dirige...
Aquella melodía sonaba, cubriendo el rugido de motores y los claxones de los coches. No estaba claro cómo un pequeño sonido de aquel tipo podía superar el rugido de los miles de voces de los motores, pero, sin embargo, todo se calmaba y obedecía ante él. Mirando hacia atrás, vi un camión clavado en la costa y un grupo de las muchachas-estudiantes ucranianas de las cejas negras, que alzaron un gramófono sobre un montón de sus cestas y maletas.
Después de encontrar una solución, señalé silenciosamente el camino a una de las máquinas que estaban cerca del puente. Su conductor dio el gas, y el tráfico en el puente adquirió de repente un aspecto tranquilo y ordenado. Pero desde algún lugar del final de la columna ya se acercaba el rugido de los cientos de motores.
- ¡Camarada mayor, ayuda a detener la presión! - grité yo al mayor de artillería.
Mayor me dio la comprensión con su mirada de comprensión y aprobación claramente explícita y se puso a mi lado en la plazoleta.
- Vamos, camarada sargento, a poner adelante, a cincuenta metros, a otra cadena de combatientes. Yo enviaré a mis tiradores de automático, - me dijo amistosamente, como a una persona igual.
Lió un nuevo cigarrillo y estaba a punto de fumar, pero luego cambió de opinión y se lo puso en mi boca.
- Fuma, - dijo, acercándome el mechero.- ¿Cansado? La medida adoptada por el mayor afectó de inmediato al movimiento:
los coches movieron más recto en el medio del puente, las unidades de la infantería cansada y los refugiados con sus bultos se estiraron a lo largo de los bordes como las cuerdas sin límites.
El Oriente aclarado advertía que pronto deberían llegar los exploradores fascistas y era necesario dejar pasar rápidamente a las unidades militares, y allí todo el día tendrían que ocuparse con la evacuación de población.
El río comenzó a adquirir el brillo metálico. La brisa del amanecer fresco sopló en la estepa, y el aire oscuro empezó a perder la densidad gruesa de la noche. Las nubes doradas se encendieron en este.
El mayor que ya estaba de pie a mi lado notó que muy pronto llegaría mañana y que era la hora para los coches militares de entrar en la garganta para enmascararse. Cambié una mirada con él, adivinando su picardía no complicada: el mayor esperaba empujar su unidad en el último momento antes de una ataque inevitable de los aviones del enemigo.
Ya durante dos días seguidos, ella no dejaba el puente en paz desde el amanecer hasta el anochecer. Sin embargo, situada en un barranco, la batería antiaérea y los cañones antiaéreos situados en los arbustos no dejaban al enemigo bajarse para el bombardeo, y tal objetivo como un puente no era fácilmente perceptible desde la gran altura. El ataque aéreo era más peligroso para las personas y vehículos en la carretera cerca del puente. Por la tarde manejábamos el paso de manera muy diferente, colocando a los controladores en los barrancos cerca de las aldeas y dejando pasar de vez en cuando sólo a los pequeños grupos de los coches e individuos entre las incursiones enemigas.
Apenas el mayor tuvo tiempo para hacer su advertencia, el primer rugido de los aviones fascistas se oyó.
- ¡Aire!¡ Aire! – se oyeron las exclamaciones. Apareció una escuadra de los bombarderos fascistas, que descendían abruptamente a la izquierda de nosotros, como un trineo de la montaña, y trataban de encontrar el paso.
Las ametralladoras antiaéreas hicieron ruido desde las colinas, una batería de cañones antiaéreos tronó estremeciendo en el barranco detrás del río.
Los coches sin ninguna orden de repente salieron de la carretera en diferentes direcciones para enmascararse. Los soldados de infantería dispersaron a lados, las mujeres corrieron en grupos. El camino se hizo casi vacío, y sólo los coches del regimiento de artillería, enmascarados con árboles enteros y mandados por el mayor, se acercaron con calma más cerca del puente, liberando por fin de los coches y carros extranjeros metidos en su columna.
El sol no había aparecido todavía, y bajo la luz pálida del amanecer los aviones no podían ver el paso, pero orientándose obviamente a las curvas del río, ellos decidieron arrojar su carga al azar. Llegaron las primeras explosiones, y dos columnas de agua se dispararon por encima del río. Una vez más una bomba que caía dio un chillido y explotó al otro lado del paso, lejos de la carretera. Mayor y yo estábamos en una trinchera, al lado del puente. Una de las bombas cayó en una aldea abandonada por los habitantes al otro lado del río. Una columna de llamas subió en seguida, probablemente la paja estalló. Por último, dos bombas rompedoras más cayeron cerca de una colina donde había una ametralladora antiaérea. Me levanté un poco, inquieto, de la trinchera, con ganas de ver lo que estaba pasando allí. Pero los artilleros antiaéreos inmediatamente nos alertaron de su pleno bienestar con las explosiones ametralladoras. Las chispas de las explosiones destellaban alrededor del avión, dando origen a las brumas suaves y no dejando que el enemigo descendiera. Al hacer dos círculos sobre el mismo paso, los buitres torcieron al oeste y desaparecieron rápidamente en lo alto.
El regimiento de artillería se precipitó al puente movió con toda la columna de los coches y armas en una orden de marcha pacífica. Todos entendían que era necesario darse prisa, que la escuadrilla de los bombardeadores pesados de fascistas estaba a punto de seguir a los exploradores. Entonces tendremos que poner fin a todo movimiento.
Al salir de las grietas del refugio, mis soldados tomaron posiciones defensivas lejos del puente, asegurando una plazoleta más amplia para la clasificación.
Los coches del frente del regimiento de la artillería ya habían cruzado la colina en el otro lado del río, cuando un automóvil se acercó suavemente después de sus últimos camiones. Un suboficial con orejas que salían puerilmente abrió la puerta, invitando al comandante que entrara.
Mayor me miró directamente a los ojos y sonriendo maliciosamente, dijo:
- Adiós, sargento... Si nos vemos, te venganzaré sin duda alguna...
El coche de mayor rodó lentamente superando el regimiento, y a su encuentro derramaron los primeros rayos del sol, que iluminaban la estepa y y brillaron en las ventanas de los coches, apresurados al paso del boscaje y otros refugios. Los pasamos rápidamente.
- ¡Aire! – se oyeron de nuevo los gritos.Empecé a buscar la causa de la alarma en el cielo y reconocí inmediatamente nuestro “halcón”, el de ayer, dando vueltas por encima de nosotros en medio de los bombardeos. Un día antes alguien había sugerido que él vigilaba el aeródromo que se encuentra cerca.
Un torrente de coches y cañones rodaba uniformemente por el puente.
La anciana conocida para mí estaba sentada en su arbá desgarbada en la misma posición que ayer. Sus bueyes yacían pacíficamente y masticaban su chicle. Pensé que si el bombardeo no durara mucho tiempo, yo trataría dejarles pasar a la anciana y el camión con las muchachas de cejas negras con un gramófono.
Volodya me acercó.
- Toma, da un mordizco, - dijo y puso a mi boca un extremo de la salchicha, ya mordida, apretada en la mano negra de suciedad.
- El río está cercano. ¡Que te laves las manos! – dije yo, mordiendo un pedazo, y sólo en aquel momento sentí que había tenido hambre ya durante mucho tiempo.
- El mayor nos dejó una carretada. ¡Vive y no llores! - explicó Volodya, dándome un pedazo de pan con la otra mano.
Así que comimos, cambiando alternativamente nuestras riquezas inesperadas: ya él comía el pan, y yo - salchicha, ya comía el pan, y él - salchicha... Al notar aquello, nos reímos a carcajadas.
Miré a mi alrededor. Los otros chicos, masticaban también. El movimiento silencioso de los coches era nuestro descanso. Pero el desayuno no era largo: de repente nuestro “halcón” rugió, penetró hacia abajo y alineándose casi afeitado, justo por encima del mismo paso se apresuró al este. De la experiencia de un día antes se podía decir con certeza que se trataba de una incursión de fascistas. Incluso sin ver los aviones, pero absolutamente convencido de que aparecerían de inmediato, grité:
- ¡Aire!
Mi grito fue recogido en cualquier lugar en la carretera y en el lado – en los arbustos. Los nuestros signalizaron a los coches que salieron a la carretera, y aquellos se arrastraron atrás, bajo los arbustos y árboles. Hubo un rugido aullido de los motores, y los coches alemanes pesados se lanzaron a la carretera. Las columnas de agua y tierra, los restos de los coches, las nubes de humo volaban por toda la llanura, pero era más caliente sólo allí, al lado del puente: volando sobre el paso, cada avión como si lo picoteaba y dejaba caer las bombas silbando. Lo todo alrededor de paso gemía, chillaba y aullaba. En la tempestad negra de humo y polvo, en el estruendo de las explosiones apareció el sol como un pequeño platillo rojo pálido detrás del borde de la colina. Aquel rugido y aullar como aplastó y presionó a la tierra a todo ser viviente, penetrando en el hombre a la vez. Parecía que le oías con los oídos y la boca, e incluso con las suelas de las botas.
Resultó que mi cabeza estaba presionando con fuerza a un rincón de la trinchera, y el cuerpo como si temblara, o como si zumbara con toda la tierra. Aquel fue el momento cuando, abarcado por un entumecimiento físico, no probado hasta aquel momento, no sólo podías sentir el miedo con el corazón, sino lo estudiabas como un objeto ajeno que clavaba en tu ser.
Con un esfuerzo increíble yo saqué mi cabeza desde el rincón de la trinchera y ví a Volodya. Él estaba sentado con la espalda contra la pared y observaba lo que estaba sucediendo arriba. Cambiamos una mirada conocedora y sonreímos.
- ¿Te zumba la espalda? - me preguntó.
- ¡Canta, Satanás!
- Y me simplemente marea, amigos, - comentó el gigante de dos metros Sema Zonin, un trabajador de Stalingrado.
¡Era lo más afligido de todo, que ellos podían dar círculos sobre nosotros tan descaradamente, con tanta impunidad! Los motores zumbían y aullaban continuamente, en una y otra parte levantaban las columnas de la tierra y los trozos, y nosotros sólo esperábamos en silencio.
Corriendo a la grieta después las primeras explosiones de bombas, vi a mi anciana que se dirigía allá también. Ella iba lentamente e indiferente, como si bajo coacción. La ayudé a descender la zanja pequeña.
Y en aquel momento de calma entre las explosiones, oí
gemido y me eché hacia ella.
- ¿Está herida Usted, abuela?
- No, querido, estoy intacta...
- Me ha parecido que está gimiendo,
- ¡Mi corazón está gimiendo, querido! – dijo ella.
Yo quería consolarla y decirle que aquel mismo día le daría pasar al otro lado, pero no dije nada.
Sus ojos seniles estaban fijados en el este como en oración. Parecía que no había oído aquel rugido, y susurraba en voz baja. Me di cuenta de que ella no tenía miedo por su vida. De repente, sus ojos sin brillo, al ver algo nuevo y remarcable en el cielo, se animaron. Miré en la misma dirección. Como en respuesta a su oración, del este en nuestra dirección volaba a toda prisa un “halcón” de plata, y el segundo, y el tercero.
El primero de ellos voló rápidamente en lo más profundo de los fascistas. De repente, las explosiones se hicieron escasas, un breve crujido de fuego de ametralladoras sonó en el cielo. Sin respirar, estábamos observando los aviones. Como una cucaracha enorme, pesado, indefenso, colgado en su propia tripa con el vientre descosido, un bombardero fascista caía abajo, arrastrando la corriente de humo.
La anciana y yo cruzamos miradas. En sus mejillas amarillas rodaban lágrimas abundantes. Ella ya había entendido lo todo, pero para asegurarse más fuerte, ella necesitaba oír confirmación.
- ¿Cayó un alemán? - me preguntó ella.
- ¡Un alemán, abuela, un alemán! - exclamó Volodya. La anciana se santiguó.
Como los relámpagos plateados, planeaban nuestros “halcones” valientes, subiendo hacia arriba, pasando en una caída fuerte, y volando hacia arriba otra vez. Pero todavía eran pocos, y se ahogaban en lo más profundo de las bandas fascistas.
En aquel tiempo para los ataques aéreos, las manos de los alemanes eran todavía más largas que las nuestras.
V!
Por aquella misma mañana nuestro paso no se quedó. Una hora después del primer bombardeo tres escuadrillas más de bombarderos alemanes llegaron, ellos quemaron y destruyeron el puente.
La carretera se cado casi vacía. Todos torcieron hacia el norte: a buscar un paso en curso superior. De tiempo en tiempo los coches llegaban, la mayoría de ellos era civil, los carros de caballos - y torcían a lo largo del río en busca de un lugar para pasar.
Sobre el puente quemado daba vueltas descaradamente un explorador alemán – “corvina”, aparentemente fotografiaba el paso destruido.
En un embudo profundo, donde ayer estuvo el teniente Gorkin, duermen tres de mis soldados sobrevivientes. Yo he enviado a los dos a explorar y determinar si las unidades alemanes están lejos, le he enviado a uno como un enlace al estado mayor para informar sobre la destrucción del paso y pedir la unidad de zapadores o la de pontoneros para que recuperen el puente.
Estoy esperando el regreso de mis soldados.
En este silencio inusual las agujas del reloj van lentamente.
”¡Así es lo que realmente significa la guerra! - surge un pensamiento en mi mente.- ¡Cuántos misterios inexplorados por mí tiene todavía, cuántos trabajos duros cotidianos lleva para un soldado..!”
”La gravedad de pensamiento tiende hacia abajo tu cabeza, camarada sargento!” - Como si oigo la broma habitual de Volodya Tolstov, que a quien le gustaba parodiar mis locuciones rusas pesadas.
Está tan tranquilo alrededor que me dan ganas de gritar, romper el silencio opresivo. Desde algún sitio lejano llegan los primeros sonidos de explosiones sordos, y aquí todo está en la oscuridad muerte: las flores pisoteadas y marchitadas, los árboles arrancados que apenas susurran con la ojeada, un grito solitario de un pájaro que ha perdido su nido, los gemidos apagados de una muchacha herida que e tumbada bajo un arbusto en un centenar de pasos de nosotros - todo aquello es deprimente, pero significa tranquilidad. El viento trae el olor del fuego.
Miro atrás a la carretera, en los bordes de la cual se encuentran las máquinas rotas, miran a la tierra arruinada y oigo claramente los gemidos de la moribunda.
Recuerdo involuntariamente la canción alegre que escuché del camión ayer:
Y él que camina con una canción por la vida...
No, no quiero ésta – quisiera alguna otra, una canción más grave. Mis chicos están cansados, con las barbas sin afeitar, impregnados de olor a sudor agrio, quema y pólvora, ellos han quedado dormidos tan pronto como han rendido el último homenaje a los compañeros caídos. Agotados, enternecedores como niños cansados, han dormido en las más incómodas posiciones. Uno de ellos ronca muy fuerte, y esto aún me gusta: me hace pensar en su calma y fuerza. Qué valientes eran aquellos chicos en el paso y qué indefensos parecen estar ahora. Ellos duermen inquietos y con dificultad, pero temo que no me incorporen en la tentación, con la que luchaba durante varios días seguidos.
Para no quedarme dormido, estoy buscando algo que hacer. La mano se ha alargado para coger la última carta de mi madre, ocultada bien en el bolsillo de mi guerrera con el billete de komsomol.
Sé la carta a memoria, pero vuelvo a leerla. Mi madre echa de menos. Mi hermano mayor también fue reclutado lucha contra los fascistas en alguna parte. Incapaz de soportar la soledad, ella volvió de Gúryev en Kairakty - y no reconoció a su aúl natal: allí había el koljós poderoso y rico. Pero la añoranza por mí la atormenta. Mi madre escribe que corriera para verme con la misma facilidad con que una vez llegó a la comuna de niños cuando me echó de menos. Pero ella no sabe qué ciudad es esta, con un número largo, y la única letra al final de la carta, de donde le estoy escribiendo. ¿Está lejos? ¿En las montañas o en la estepa de estipa plumosa? ¿Hay que viajar en tren para llegar a verme o simplemente pedir al presidente del colectivo una pareja de los trotones para encontrar a su hijo?
La veo en la cabecera de mi cama en una habitación luminosa de la comuna de niños, siento su aliento, el olor natal de madre. Sus dedos rústicos de obra acarician suavemente mi cabeza, me besa primero en la frente, y luego a mí todo: no le importa - la frente, la nariz, los ojos, las manos o los pies. Al despertar, yo no abrí mis ojos en aquel entonces. Yo me consideraba como un adulto, me sentía incómodo acariciarme a mi madre con los ojos abiertos cuando era niño, y me estreché con el indescriptible placer contra sus pechos, y al quedarme inmóvil escuchaba el latir feliz de su corazón.
- ¡Qué grande te has hecho, mi Kayrush! – podría decírmelo ahora.
La alegría superior de la madre es admirar a su pajarillo crecido ya, y ella va y da vueltas a mi alrededor, cuidándoselo como una gallina. Para ella sigo siendo el mismo niño, el mismo Kayrush, que una vez había huido a la ciudad. Y el niño crecía, de vez en cuando ella le visitó, y le besó, asombrándose de su rápido crecimiento, pero en separación siempre acordaba de mí tal como había salido a la ciudad.
El chisporroteo ligero de los ramos detrás de mí me arrancó del abrazo materno. Me desperté en el bosque por encima del embudo, donde seguían durmiendo tres compañeros.
Nuestra anciana se me acercó hacia mí.
- El puente ya no está, - dijo ella, o preguntándome, o expresando su compasión.- mira, se ha calmado... ¡Pero allí sigue y sigue batiendo! - Ella señaló en una dirección, hacia el oeste, de donde se oían los sonidos de los bombardeos.
Me alegré de que ella sobrevivió y vino a decirnos algunas palabras a la manera maternal.
- ¿Dónde están sus toros? - le pregunté, sin encontrar nada mejor para la conversación.
- ¡Están intactos, hijito, intactos! – respondió ella. - ¡Sin embargo, no siempre supera él, un maldito!.. Y las gallinas se han quedado intactas.- y ella me entregó tres pequeños huevos templados. Las tres han puesto los huevos y la cuarta es perezosa, descarada...
Desperté a los combatientes. Teníamos muchos productos, obsequiamos a la abuela también.
Nuestros exploradores regresaron, y Volodya Tolstov, al ponerse firme según el estatuto y dando saludo informó del cumplimiento de la tarea.
Con orgullo, él dijo que no sólo reconoció la disposición de los alemanes, sino él mismo les vió con sus propios ojos. Fue el primer asunto militar de Volodya. Vio al enemigo a la cara. Sus ojos grises brillaban azulados.
Al esconder la ropa, él intervino en las multitudes de los refugiados, se fingió cojo y ciego. Quedando invisible, él miraba al tumulto de los alemanes, que rodaba sobre los hombros de la población civil.
- Bueno, ¿cómo están? - Le pregunté, mirando con envidia a sus ojos alientes que habían visto lo que los míos no habían visto todavía.
- Descarados y bandidos - dijo Volodya. - ¿Has visto a los alguaciles?
- No. ¿Acaso los has visto tú?
- Bueno, no importa que no he visto, así ya lo sé... Una masa de tanques, los coches están rodando por las carreteras. La infantería no va a pie, sino en coches, y se trata con la gente peor que con los perros.
- ¿Los injuriosos, desolladores? - preguntó la anciana.
- ¡Aún peor! – respondió Volodya , de pronto su tono desapareció, su voz tembló.- ¡Perros, canallas, cerdos! – exclamó él.- Echan a las mujeres y a los niños como a ganado, golpean con botas... y tú, explorador, ¡que seas paciente! Te enseñaron a verlo todo y casi no ver nada, no estar sorprendente de nada, controlarte... Pues, intenta realmente controlarte cuando ellos cometen atrocidades en frente de tí... Solo trátalo tú mismo...
- ¿Y qué? - Le pregunté, poniéndole la mano sobre el hombro. Entendí sin palabras lo que había sucedido.
- Bueno...- dijo, al tirar de su bolsillo una cartera amarilla, que yo nunca había visto en sus manos.
Todos se inclinaron con curiosidad sobre los papeles cuando empecé a desplegarlos. En primer lugar, vimos a un joven valiente, en la gorra y con bigote, que miraba de la foto con jactancia y descaradamente. A continuación, examinando el texto, leí: Capitane Alberto Nicolo Pietro Karpni”.
- Él debe ser un italiano, - dije yo.
- Él era un hijo de puta de ninguna nación, simplemente un verdugo fascista y... un violador...
- ¿Y con qué lo has matado?
- Simplemente – con el puño y por la garganta...- Volodya se calló inquieto.
Le mirábamos a nuestro amigo querido, el menor, con admiración y respeto no disimulados.
- ¿Por lo tanto, le has vengado por las lágrimas de las mujeres? - le preguntó la anciana, al intervenir de pronto. Acarició el hombro de Volodya con un movimiento materno.
- Volodya, tendrás que venir con esta cartera al estado mayor. Tal vez, es importante para tí saber que en nuestro sector hay los italianos – le dije, moviendo las fotos de las mujeres, cartas, algunos documentos.
- Bueno, yo pasaré a nado, - dijo Volodya.
El segundo explorador, Seryozha, miraba a su amigo con la envidia: no había ido tan lejos como Volodya y se había limitado con las preguntas a los refugiados.
- ¡Toma un bocado, y te irás! - dijo Volodya.
- Yo iré así, - dijo, levantándose de la hierba.
- Camarada Tolstov, le he ordenado tomar un bocado, - le exigí oficialmente, a la manera del comandante.
- A sus ordenes, tomar un bocado, camarada sargento, - respondió Vladimir. Mientras hablábamos, nos llegó el crepúsculo profundo, y al mismo tiempo
uno tras otro los coches comenzaron a llegar por el camino al puente de antes.
- He, camaradas, ¿dónde está el paso ahora? - Grité uno de los conductores, acercándose a nosotros.
- ¡El paso - adiós! - bromeó Serguey. Usted tendrá que quitar los pantalones y marcharse a nado.
- Bueno, hermano, usted está mintiendo. Vuestros chistes son malos... ¿Pero no habéis buscado un vado? - preguntó el conductor.
- Los lugares son profundos aquí. ¡Quién sabe dónde puede estar un vado! – le respondí.
Yo sabía que en aquella orilla se quedaron muchas personas, muchos caballos y coches. Un vado sería para ellos para una salvación de vidas y honor. Un vado sería también una salvación de violencia para aquella parte de la población civil que no había tenido tiempo de escapar de los fascistas.
- ¿Quién sabe cómo está el vado Zakhárovsky este verano? - de repente dijo la anciana. – Es probable que sea necesario ir allá.
- ¿Qué vado, abuela? – nos reanimamos todos.
- El vado Zakhárovsky. Los Zakhárovy eran pañeros, ¿has oído? La fábrica estaba aquí, más lejos. En la guerra civil, él, maldito, la encendió para no darla a la gente, y él mismo huyó a los ingleses. Su gerente un inglés, casado con su hija mayorcita, después ella no se ha hecho Katenka, sino Kitya...
- ¿Y qué?
- La fabrica estaba aquí, pero lavaban lana en otro lado: mi difunto trabajaba allí en su juventud . Y el vado fue arreglado. El mismo Zajárov él no se apartaba de la construcción. Durante todo el verano llevaban piedras al fondo del río, luego la arena lo tragó...
El conductor quería llevar a la abuela consigo en el coche, pero ella se negó despedirse de bueyes. Alrededor de la vieja los comandantes de las unidades y partes acumuladas reunieron y la preguntaban cómo conocer un vado.
- ¿Y por qué, abuelita, estaba sentada Usted aquí durante tres días? – La pregunté.- ¿Por qué no fue a través del vado?
- ¿Adónde puedo ir sola? ¡Como la gente! - dijo inocentemente.
Los tractores y tanquetas sacudieron a lo largo de la orilla abriendo el camino a través de los arbustos, prados y campos.
Disparos de armas de fuego se podía oír cada vez más cerca. Al oscurecer, vimos como en el occidente parecían brillar los reflejos de relámpagos rompiendo el cielo.
Ayudamos a la anciana a enganchar a sus toros y salir al camino junto con los todos.
En la oscuridad de aquel lado del río desde el paso destruido se oyó un grito. Aquel fue nuestro mensajero regresando del estado mayor. Él estaba ocupado mucho tiempo en aquella orilla tirando algo pesado, y por fin vimos cómo se apartó de la orilla y su silueta oscuro empezó a acercarse hacia nosotros. Estaba de pie en posición vertical, empujándose con la vara. Resultó que flotaba en la parte inferior de la carrocería rota del camión.
Él nos trajo una orden para que volvamos a la disposición de la unidad, pero primero teníamos que examinar el vado, de que nos acabó de decir la anciana. Resultó que en el estado mayor se lo habían conocido antes de nosotros. En uno de los coches de paso en diez minutos alcanzamos a nuestra abuela que aguijaba a sus bueyes. Ella besó a cada uno como a su nieto nativo para buen camino, sobre todo abrazando cariñosamente y firme a Volodya.
- ¡Eres bueno! Tienes buen corazón, - dijo ella.- Vamos, adiós, queridos míos, buen viaje, gracias... permítalo Dios...
Saltamos en el coche y marchamos a toda velocidad.
Cuando acercamos al vado a través de ya rodaban los coches, arrastraban los animales de koljós y un largo convoy de los carros de campesinos llenos de niños y bultos.
La tierra alrededor estremecía sonoro. Desde el oeste el resplandor purpúreo se levantaba.
VII
Entré en nuevo blindaje del nuevo comandante de la sección de exploración, teniente Miróshnik. Mientras él estaba terminando un informe, yo habitualmente trataba de verlo y averiguar qué tipo de persona era él. El flotador de la candileja sobre la mesa frente a él flotaba como una boya en la superficie plana del lago graso. El fueguecito se agitaba en todas las direcciones, como si tuviera ganas de volar y molestaba desceñir la cara de teniente. Fue divertido ver como las sombras grandes de la gente se agitaban en la pared por el capricho de aquel fueguecito descolorido. La sombra del comandante, amplia y encabezada, o subía al techo, o se escondía detrás de su dueño. Una mariposa dorada del campo revolaba importunadamente encima de la candileja.
El comandante estaba a la mesa, construida de algunas cajas, ocultas cuidadosamente con la capa-tienda para la comodidad de trinchera. Bien formado, moreno, bien afeitado, aseado, con cejas gruesas, oscuras, casi convergidas en el entrecejo, llamaba el respeto de los combatientes con toda su apariencia. No me gustan las miradas penetrantes o las de perforación. La mirada de los grandes ojos negros del teniente Miróshnik no preguntaba, no experimentaba, sino expresaba su confianza simplemente y sin restricciones.
- Bueno, dígame, camarada sargento.
Informé al comandante de todo lo había sucedido durante aquellos días en el paso encomendado a nosotros, relaté también sobre el vado. El teniente me escuchaba atentamente, y como me parecía a mí, de vez en cuando en sus ojos se deslizaba una chispa de la sonrisa apenas perceptible, causada por las locuciones incorrectas de mi lenguaje ruso. Y cuando quiero hablar bien y correctamente, siempre me sale algo confundido y confuso.
- Siéntese, - me dijo él para concluir, cuando después de haber superado todos los obstáculos complicados del sintaxis de la lengua rusa, llegué hasta el final de mi informe.
Pero no había nada para poder sentarme, y yo, permaneciendo en pie, pedí que escuchara a un combatiente de mi departamento, a Tolstov.
- ¿Y qué tipo de informe especial tiene él?
- Él ha ido a explorar.
Volodya estaba emocionado y hablaba con la voz más entrecortada que la mía. Informó de todo lo que había visto, enumeró en detalle toda la situación. Yo tenía miedo de que él olvidaría por completo o no querería hablar del capitán fascista. Resultó la situación: Volodya no podía hablar de aquello. De repente su rostro se cambió, los labios se curvaron y temblaron, se calló en la mitad de una palabra, sacó una cartera amarillo del oficial matado por él y la puso sobre la mesa en silencio.
El teniente, también en silencio, miró atentamente los papeles, nos abarcó con su mirada, se levantó y al apretarnos las manos nos dijo:
- Id a descansar y afeitarse.
Yo sentí y acordé aquella mano firme, flaca, crédula y fraterna.
- ¡Por qué me has fallado de tal modo! - me dijo Volodya con sensibilidad cuando salimos de la habitación del teniente.
- ¿Con qué te he fallado?
- Es que sabes que yo no sé cómo informar. ¿Qué ha sucedido ahora? He confundido, he confundido, pero no he podido decir nada claro...
- ¿Cómo no has podido? Has comunicado todo lo que me relatabas, aún más.
- ¿Y no he olvidado de los tanques?
- Cálmate, por favor, no has olvidado nada - le consolé a mi amigo.
Al amanecer nos despertamos al mismo tiempo. Volodya me hizo la misma pregunta que yo iba a hacerle.
- ¿Qué pontigo?
Con la misma pregunta el enorme Zonin se fijó en Serguey, y Serguey se fijó en él: cada uno de nosotros pensó que su vecino le despertó con un empujón brusco y torpe.
La tierra volvió a estremecer, y como si del susto el fueguecito de la candileja parpadeó.
Desde las grietas de la tarima el polvo marrón se derramaba lentamente a nosotros - igual que fluye la arena en el reloj de arena que está en hospital. Pero el sueño de los jovenes cansados era tan fuerte que no oimos la primera, al parecer, muy cercana explosión y sentimos sólo un empujo. Yo salí del blindaje y vi que en varios lugares la tierra encabritada bajaba con las jorobas oscuras y pesadas en unos lugares.
El rugido y estruendo, mezclado con un aullido de proyectiles, se acercaron a nosotros. Los alemanes transferían las armas de fuego, sondeando una meta.
Muy cerca una negra nube rota de humo y tierra fue levantada por un golpe de un proyectil , y sólo un minuto más tarde comenzaron a aparecer los contornos del roble desnudo a causa de una explosión, como si el otoño repentino caída hubiera llevado su follaje.
En aquel momento, los fascistas no nos atacaban con aviación, sino con las armas de largo alcance. El aullido de huracán había por encima del bosque. A veces con un crujido agudo, como el ruido de las alas de los pájaros, volaban las bandadas de los fragmentos.
Volví al blindaje. Todos nos escondimos.
- ¡Hola, compañeros! - oimos la voz del teniente Miróshnik y vimos sus botas pulidas en las escaleras.
El comandante no vino solo, sino con el instructor político Revyakin. Nos levantamos. Encorvando torpemente, apoyando con su espalda el techo poderoso del blindaje, Zonin permanecía de pie.
- ¿Habéis descansado? - preguntó el teniente.
- Hemos descansado, camarada teniente, - respondí yo por todos mis chicos.
El instructor político Revyakin, conocido para todos nosotros desde los primeros días de la guerra, nos relató de los combates cerca de Smolensk, donde los alemanes no sólo disminuyeron el progreso, sino que quedaron inmóviles en sus posiciones y no podían mover ni un solo paso más.
A lo largo de algunos días que habíamos estado en el paso, nosotros habíamos permanecido separados de la información, y en aquel momento percibíamos ansiosamente las últimas noticias. Hacíamos preguntas sobre la marcha de los fascistas en todas las direcciones. El ejército fascista me parecía como una horca de cuatro dientes, adentellando en el cuerpo de nuestro país natal.
Cada uno de aquellos dientes comenzó a apoyarse en algo sólido e irresistible, incluso empezó a arquearse un poco.
Durante nuestra conversación el ataque de artillería de los fascistas fue suspendido. Teniente Miróschnik y nuestro instructor político, después de formar toda la sección , nos llevaron al bosque. El comandante de la división nos esperaba allí. Grueso y fornido, con sienes canosos y un tipo de tristes ojos azules como las de mujeres, él estaba rodeado de los comandantes desconocidos, entre los cuales yo reconocí de inmediato al mayor de artillería, aquel que había estado en el paso. Él informó brevemente a coronel de algo , mientras estábamos esperando después del orden “firmes”, luego saludó y se fue.
El coronel nos miró y nos ordenó que sentáramos la hierba.
- La mayoría de vosotros que no ha visto con sus propios ojos el ejército alemán, - empezó lentamente, con pausa, - puede tener conceptos erróneos sobre el enemigo. Pero para luchar contra él hay que conocerle bien. Sin duda, el enemigo supera todavía con su técnica. Es la técnica fascista, la técnica de agresor. Está adaptada para el ataque...
Miré a Volodya. En sus ojos ardía un fueguecito de orgullo que parecía decir que había visto al enemigo, y el fue el primero de toda la división quien había entrado ya en un duelo y venció.
- Bueno, - continuaba el coronel. - Ahora se forman los grupos para la destrucción de esta técnica. Vamos a actuar no sólo en el frente, sino también en la retaguardia del enemigo. Estos grupos especiales están encargados también con las tareas de la exploración operativa.
En nuestra opinión, con cada frase del coronel la esfera de actividad de aquellos grupos se hacía más amplia, adquiriendo las más diversas formas. El coronel hablaba de todo aquello como de algo habitual, conocido para todos nosotros, y por lo tanto todo aquello nos pareció no tan difícil.
- Designo al probado y experimentado compañero Borin, el sargento mayor, al puesto del comandante del primer grupo.
Toda nuestra sección buscó con los ojos a aquel comandante experimentado. De nuestras filas levantó un combatiente joven con la cara bronceada y los ojos grises brillantes. Se levantó con rapidez y sin vacilar, pero en sus ojos brillaba claramente la pregunta: “¿Soy yo aquel comandante con la mayor experiencia?”
- El comandante del segundo grupo será un explotador excelente, un guardafronteras profesional, el sargento mayor Sartaléyev.
Me sorprendí, preguntándome: ¿Acaso me había llamado? En la sección de exploración podría estar mi homónimo – un tártaro o un uzbeko. Además, yo era sólo un sargento, y no era un sargento mayor como dijo el coronel. Y yo pensé que el comante de la división no podía recordar quien era un sargento, y quien era un sargento mayor. Y para no estar en una situación bastante incómoda, hice un movimiento como si estaba a punto de levantarme.
- Siéntese, siéntese, camarada sargento mayor - mirándome directamente a los ojos, dijo el coronel.
Me quedé convencido de que estaba hablando de mí, y salté.
Luego nuestro instructor político dijo los nombres de los organizadores de komsomol y partido. El organizador de komsomol de mi grupo fue nombrado Vladimir Tolstov, y yo, por supuesto, fue encantado con aquello. Algún sentimiento me dijo que no era casualidad que Volodya y yo nos encontramos en el mismo grupo – uno como un comandante, el otro como un organizador de komsomol, pero yo no podía explicarme la causa de aquel sentimiento. Lo comprendí sólo cuando después de la conversación el coronel con su propia mano prendió la medalla “Por coraje” a mí y a Volodya.
¡Y de repente las explosiones de proyectiles que destruían el bosque cercano me parecieron tan insignificantes! ¿Qué significa el bombardeo cuando nosotros todos juntos estamos preparando una muerte segura al enemigo, cuando lo hemos adivinado y sabemos que él está poderoso sólo con técnica fuerte, pero nosotros – con la creencia, el poder de una gran idea y voluntad de ganar?
Por la noche, mi grupo de nueve hombres se detuvo en la disposición de las baterías de la defensa antitanques que se adelantaron para atacar al enemigo con la puntería directa en cuanto él asomara su frente blindada de la colina.
Nos detuvimos para movernos más adelante en el crepúsculo porque detrás de nuestra parte delantera podían encontrarse las posiciones enemigas que notarían en seguida nuestro movimiento hacia el oeste, inusual para aquellos días. Esperábamos al amigo de los exploradores - la oscuridad.
En la disposición de las baterías de la defensa antitanques, encubiertas entre los arbustos, nos encontramos con un viejo conocido, el mayor - comandante del regimiento de artillería, que había deslumbrado aquel día durante nuestra reunión con el comandante de la división.
El mayor Pyotr Grigóryevich Rusakov felicitó a mí y a Volodya con la condecoración y lanzó lamirada al nuevo triángulo que apareció en mis galones.
- Y a Usted, camarada sargento mayor, ¿puedo felicitarle con el rango además? – dijo él, como si sorprendido, pero por la astucia amigable de su mirada me di cuenta de que él tenía alguna relación con nuestras medallas y con mis triángulos en los galones.- ¡Yo no sabía, no sabía! ¡Yo quisiera decir al coronel cómo durante mucho tiempo no dejabas pasar a mi regimiento al paso! – bromeaba él.
Pero a través de su tono humorístico y animoso una preocupación pesada se translucía aún. Era claro que todo borboteaba en él.
- Mirad mejor, amigos, - si se han quedado muchos de nuestra gente allí, cómo va el torrente de evacuados. Todas las áreas de fuego, según los datos de exploración, que están ocupadas con la población pacífica. Los alemanes mueven sus columnas en medio de ellos. ¡Qué canallas son!.. Si no fuera por eso, les golpeáramos con los de largo alcance, pero ahora hay que esperar cuando ellos mismos se echen a la defensa de los tanques!
De hecho, a pesar de los ataques violentos de artillería fascista, nuestro “dios de la guerra” guardaba silencio. Teníamos suficientes municiones. Los artilleristas podrían destruir a los invasores a los pasos, explorando sus acumulaciones con la ayuda de la aviación, pero los tanques fascistas se movían en las multitud de miles de las mujeres con niños, los ancianos y los enfermos que huían precisamente de ellos.
La destrucción de pasos tampoco estaba en nuestros intereses: muchas unidades nuestras no tenían tiempo para retroceder. Ellas eran alcanzadas por las columnas rápidas antitanques de fascistas. Se observaron algunos casos cuando nuestras tropas cruzaban el puente y se conectaban con el frente ya después de que las primeras unidades de fascistas pasaron por aquellos mismos puentes. Incluso en aquel momento muchas unidades nuestras se movían por los caminos de vastas extensiones: ellas se movían en paralelo con los alemanes, sin tocar ni chocar con ellos.
Mientras hablábamos, el crepúsculo se echó encima.
- Buena suerte, compañeros, volved vivos - dijo cordialmente el mayor Rusakov, y bromeando, que se hizo típico para su tratamiento a mí, me dijo: - No me has dejado ir al este, pero yo te abro el camino al oeste. ¡Que vayas! Esta vez no te deseo recibir una medalla, sino la orden.
Juntándonos a los arbustos, a la hierba fría, cubierta de rocío, nos dirigimos al encuentro de los bandidos de Hitler.
VIII
Las masas de personas se movían todavía por la carretera. La región del mar Azov dejó sus lugares habituales, y con el hato y garabato iba hacia el este. Y desde todos los lados fluían las hilas de las telegas de campesinos y convoyes del ejército. Nosotros, quienes debían tener prisa, teníamos que torcer a un lado de la carretera y encaminarnos por arboledas, campos y jardines; gracias a los arbustos y bosquecillos endurecíamos nuestro camino.
El movimiento de un explorador no se puede continuar al mismo ritmo. A veces, cuando se ve obligado a caer a la tierra y arrastrarse o estar congelado, pierde horas de tiempo precioso; pero en la guerra, como sabemos, la pérdida de una parte es la ganancia de al otra. El enemigo gana el tiempo perdido por nosotros.. Por eso allí en el territorio ocupado por el enemigo, donde puede pasar un explador, el último se apresura como una gamuza.
Podríamos ir al lado de la borde de la carretera, sin escondernos de la población civil que salía a nuestro encuentro, pero nos enseñaban que nunca asumiéramos que el enemigo fuera más estúpido que nosotros mismos. ¿Acaso un grupo de combatientes soviéticos moviendo contra la torrente, no prestara atención del enemigo a sí mismo? Era necesario tener en cuenta que en aquellas multitudes de las personas y en las hilas de los carros había más de un espía alemán. Por lo tanto, preferimos dar una vuelta alrededor de aquel torrente por un lado, por los prados, bosques, campos.
Los cereales sin cosechar se extienden como un mar infinito, están pisoteados sin piedad, estragados por los caballos, arrugados por las abolladas de los tanques y tractores, susurran quejumbrosos, espinosos y se desgranan. Los jardines de koljós con sus riquezas están abandonados. Cuando pasas, las manzanas demasiado maduras caen de las ramas con un golpe sordo aquí y allí. No ladran los perros de guardia - sus dueños los han retirado, o ellos se han ido a correr por sí mismos. Desde la carretera llega el traquetear continuo y estruendo de las telegas, tachankas, carros, coches y tractores, el relincho de caballos, los cortos claxones discordantes de los coches. Las hojas comienzan a caer de los árboles.
A la izquierda del nosotros se encuentra el mar, pero no lo vemos, hasta no lo oimos, pero lo sentimos por la humedad del aire, por la bruma blanquecina apenas visible que suaviza la lana negra de la noche con las canas grises.
En el oeste, frente a nosotros, el cielo se ilumina con un brillo siniestro de incendios lejanos en diferentes lugares. ¿Si ha encendido nuestros hogares el enemigo o no quiere dejar a los invasores odiados sus posesiones el pueblo, alejándose del enemigo?
Los breves fogonazos de los misiles alzados al cielo - verdes, rojos, blancos – brillaron allí. Nos detuvimos y marcamos en el mapa el lugar donde por primera vez vimos las señales de las uniones alemanes que fluían directamente a nosotros.
A juzgar por el crujido de los carros, el golpeteo de las ruedas de madera y el estruendo de los balancines - los refugiados iban ya. En un lugar allí, en aquel atardecer canoso, por aquel camino polvoriento los bueyes azulados de abuelita iban, quizás, y las gallinas abigarradas ponían en la cesta mientras la arbá ancha y desproporcionada se movía.
El sonido de hierro, rodando sobre las piedras de la carretera y retumbando encima de la estepa, casi se detuvo en aquel momento, pero la masa del torrente de gente se hizo más espesa y más negra. Agotada por un camino largo, sin saber dónde estaba el final, la gente iba en silencio y ásperamente, y el zumbido de se movimiento estaba colgado sobre la estepa que había sufrido.
La oscuridad la noche comenzó a diluirse cuando llegamos a nuestro objetivo - el puente sobre el río que era para los alemanes el último obstáculo suficiente antes de la línea de defensa formada apresuradamente cerca de Taganrog.
A la izquierda, al otro lado del puente, estaba un pueblo grande. Ya veíamos a través de la niebla del amanecer su contorno, los techos altos como pajares. Pero la aldea era muda y ciega. Las telegas, los peatones con los paquetes, mochilas, algunos cofres caminaban a la hila poco espesa por el puente.
Nos acercamos a la carretera y salimos al puente por la orilla.
Nuestra tarea consistía en separar los tanques fascistas de vanguardia de los torrentes de refugiados y no dejarles pasar.
No era tan difícil minar y hacer volar el puente. Ya lo habíamos hecho varias veces en el camino de la ofensiva de los fascistas, deteniéndolos, frustrando el calendario de su ofensiva y prestando tiempo extra a nuestras unidades para fortalecer sus posiciones.
En la penumbra nosotros juntos y en silencio hacíamos lo nuestro cuando percibimos como si la respiración infernal de hierro. Nos sentimos la pesada marcha de los tanques en el temblor del puente a que ataban la tolita.
Ya era necesario corrernos a un lado y apostarnos en los arbustos, en el lado del puente, donde yo había elegido de antemano una fosa cubierta con arbustos. Corrimos hacia atrás y nos apostamos, observando la carretera.
Por la carretera una columna de tanques, con estruendo, rugido y sonido metálico movía por la carretera. En la neblina fangosa de la aurora, aún no dispersada, no pudimos ver – eran fascistas o nuestros. La columna paró a unos cientos de metros. El sonido metálico terminó, sólo los motores refunfuñaban sordamente. Pero y ellos se quedaron en silencio.
- ¿Qué pasará si nado y me acerco? - sugirió tentativamente Volodya.
- Mientras que nadas, ellos estarán en el puente, - le repliqué.
El cielo se iluminaba poco a poco, y en su fondo las tortugas bajas de acero se veían con cada minuto más distintamente.
- Sabes, pero no son los nuestros. ¿Por qué los nuestros van a tener miedo del puente? ¡Son los alemanes! - susurró Ushakov.
- Yo también creo que son los alemanes - dijo Zonin.
Dejando conmigo a Tolstov, Zonin y Ushakov, yo le ordené a Zonin ocupar el puesto de observación en un árbol alto, donde se vería claramente el río. Para cubrir nuestra retirada del puente después de la explosión, yo puse la escuadra de ametralladora de mano en una de las numerosas trincheras pequeñas previamente excavadas.
En la quietud de la madrugada una pequeña ave migratoria gorjeó.
Yo todavía estaba atormentado por las dudas sembradas por Volodya: ¿No era nuestra columna? Pero ¿por qué iba detrás de las unidades últimas de infantería, cocinas de campo y detrás de los bueyes azulados de la abuela?.. Teníamos que tomar una decisión bastante responsable.
”Pero si de repente, - pensaba yo, sin ninguna lógica, y a pesar de la lógica – ¡resulta que es nuestra columna y cortaremos su camino..!”
Mi corazón latía tan fuerte, como no había latido bajo bombardeo aéreo en el paso o bajo los proyectiles de las piezas de artillería de largo alcance.
Roncando duro, amortiguando con sonido metálico ante nosotros apareció una manada de los monstruos de nuestro siglo. Pero, tal vez, ¿eran amigos aquellos monstruos?..
- ¿Por qué no vienen? - susurró con impaciencia Volodya.
- Están consultándose, tienen miedo.
- Pero nuestros tanquistas también podrían tener cuidado de las minas. Si durante las batallas se han alejado de la ruta prevista y se han acercado al paso desconocido, ¡cómo saben si el puente está seguro!
El tanque delantero rugió de repente, se estremeció y se arrastró solo hacia adelante, justo al puente. Se movía con cautelación, como si tocando cada vershok de la carretera, como lo hacía una persona que se había hecho ciega hace poco.
Si aquel era un enemigo, nadie me alabaría por ser lento y vacilante en llevar a cabo nuestra tarea.
El tanque llegó a la cubierta del puente, él estaba cerca de nosotros, pero la luz del día no era suficiente para que pudiéramos verlo bien.
Sheguén siempre se había reído de mí, de que yo a veces había expresado un pensamiento ingenioso tardíamente. Él había llamado a tales ideas la “ocurrencia en las escaleras” cuando una persona, saliendo de una casa visitada había inventado una palabra apta que no le había venido durante la conversación con los amigos... ¿Acaso aquel día mi decisión llegaría tarde? Era necesario tomar una decisión de inmediato.
Le ordené a Zonin que llegara al tanque de exploración y mirara bien sus signos. Entonces, de repente dudé: Zonin era engorroso, lento. Hice volverle. Él se detuvo de mala gana.
- Sería mejor que irías tú, Volodya. Les has visto antes, - le dije a Tolstov.
Volodya sin decir palabra se deslizó en la hierba, como un lagarto. Dentro de diez pasos le perdimos de vista aún nosotros, los que le seguíamos observando.
El tanque llegó al puente... Pasó casi la mitad... Y en aquel momento se produjo una explosión. Me di cuenta de que Volodya arrojó un atado de granadas bajo el tanque.
- ¡Arranca! – grité yo.
En el mismo momento una explosión ensordecedora golpeó desde debajo del puente, arrojando arriba, con fuerza terrible, junto con la llama, los troncos, vigas, tablones, accesorios de hierro, el humo y la nube de polvo. En la oscuridad purpúrea que se entreabría como una llama de nube, el tanque se encabritó, hundiéndose con su parte trasera, y se estrelló en el agua.
Los sujetadores de hierro, troncos y tablones se derrumbaban, cayendo en el río y en la orilla.
- Genial, ¿eh? – dijo Volodya , emergiendo de la hierba de repente. Nos levantamos bruscamente y corrimos, agachándonos a la tierra. En otra orilla las ametralladoras empezaron a crujir, pero las balas no silbaban cerca de nosotros. Al parecer, la nube de explosión envolvió a nosotros, y los hitlerianos estaban disparando al azar bajo el despeñadero de arcilla, pensando que todavía estábamos allí. Al llegar corriendo hasta los arbustos cercanos, nos arrojamos a la tierra.
La blancura turbia del amanecer se pintó con el resplandor verde y rojo de los misiles. A la luz de ellos, a través de la nebulosidad descendida de la niebla y llovizna, vimos una columna de tanques alemanes retrocediendo.
Algunos tanques empezaron a ir fuera de la carretera, en dirección a los jardines, que se encontraban fuera del pueblo, y hacia la colina boscosa.
- Más de un centenar – al calcular, dijo Zonin.
- ¿Tal vez dos? – le fastidió Ushakov.
Estaba claro que en aquel tiempo ellos irían a buscar un puente o un vado y se quedarían allí para todo el día, enmascarándose debajo de los árboles. Era necesario confirmar aquello aún más, y observamos, tumbados boca abajo, cubiertos con las tiendas de campaña.
Le envié a Ushakov a Zvezdin para que aquél determinara con más precisión un lugar de estación del tanque y luego descendiera del árbol para llegar a nosotros.
La llovizna cesó, el cielo se pintó de la nube de color rosa, el sol de la mañana salió cariñosamente. Sólo por el temblor de follaje, nos dimos cuenta de cómo Serguey Zvezdin se deslizó de árbol. Se metió por el tronco, como un gato, y desapareció entre el centeno. Y en aquelmomento, cuando la visibilidad llegó a ser mejor, los alemanes, dando cuenta de que nadie estaba por debajo de despeñadero, comenzaron a verter con las pistolas el campo de cereales. Un minuto más tarde vimos a Ushakov, quien se dirigía hacia nosotros llevando a Seryozha sobre su espalda. Seryozha estaba herido.
- Seryozha, ¿adónde? – le pregunté yo.
- Espalda...- gimiendo, respondió Serguey.
- ¿Lo has notado todo?
Me entregó una hoja de papel con un diseño hecho a lápiz. Allí se veía todo como en la palma de la mano. Zvezdin era un topógrafo según su profesión, la topografía era su asunto, e incluso allí, en el árbol hizo un dibujo que yo no podría hacer sobre la mesa.
- Arrástrate hacia los arbustos, si puedes. ¿Puedes? – pregunté yo.
- Puedo...
Pero Seryozha no podía arrastrarse, era necesario llevarle en la tienda.
La columna de tanques se escondió en los jardines y las colinas boscosas. Al hacer una copia para mí mismo, le di a Petya un plan diseñado por Serguey, y lo envié al estado mayor.
Pasaron menos que tres horas después de la partida de Ushakov ya que oimos un silbato potente de los proyectiles que volaron sobre nuestras cabezas, y después golpeó el estruendo de los disparos de artillería en algún lugar detrás de nosotros e inmediatamente el eco retumbante respondió en otra orilla del río, en los jardines. Las nubes negras de explosiones se levantaron allí.
- ¡Empezó a hablar la pesada! - dijo Zonin.
Con un silbido poderoso los proyectiles volaron de nuevo sobre nosotros, y otra vez oimos por primero los golpes sordos y distantes de los disparos, y a continuación, las explosiones resonantes en otra orilla.
- ¿Qué piensa el comandante sobre el futuro de estos tanques? - me preguntó Volodya.
- ¡Que serán gastados! – respondí yo.
- ¿No se irán?- No se atreverán en pleno día.
Silbido y susurro del aire por encima de nuestras cabezas se repetía una y otra vez. La artillería de largo alcance de mayor Rusakov ha comenzado a destruir los tanques fascistas. Nos quedaba volver a nuestra unidad.
IX
Nuestra división había entrado en un combate hace un mes. Los días difíciles de la retirada fueron reemplazados por las semanas de duras batallas con el enemigo.
Los fascistas se enfurecían: aquellas distancias relativamente pequeñas que normalmente pasaban en Europa en dos o tres días, les detenían para las semanas largas.
Un paso adelante, un paso atrás... Ya durante un mes estamos cambiando las trincheras y blindajes con ellos.
Y hoy, el Día del aniversario de la Revolución de Octubre, estoy sentado con mi grupo en un blindaje cómodo. Aún ayer un comandante del regimiento o división de Hitler, o un “fon” estuvo sentado aquí. Hoy día aquí se ha acomodado un ciudadano del koljós “Kairakty” que está en las afueras de Gúryev, un kazajo, sargento Kayrush Sartaléyev y está afeitándose delante de un espejo en un marco de plata, que le dejó en un apuro aquel fascista de rango importante. Todos los accesorios para afeitar dejados por el “fon” sobre la mesa nos causaron un deseo alegre de afeitarnos para una fiesta. Pasando suavemente la brocha de afeitar de tejón por las mejillas, me siento bien qué placer fue privado el amo de la casa.
Es evidente que le gusta la comodidad. Aquí han dejado un montón de cosas, que no son necesarias en la guerra.
Acabo de quitar de la pared un retrato del Führer que me miraba con la maldad sombría. Por lo visto, Hítler está convencido de que en esta mirada hay algo hipnótico a la manera imperativa. He oído que uno de los zares también estaba seguro en su capacidad de detener la sangre en las venas de la gente con su mirada. Pero aquella seguridad fue establecida en él por los aduladores cortesanos, que fingían ser terriblemente asustados... En las trincheras de fascistas hemos tropezado repetidamente con el retrato de Hítler, ¡y no me equivocaré cuando llegaré a él mismo! ¡Pero quién de las combatintes soviéticos no está soñando con esta reunión! Y el sueño se hará realidad a pesar de todo.
El blindaje, obviamente, primero había sido nuestro. Aquello estaba indicado por su entrada de antes que fue llenado por los fascistas que hicieron para sí una nueva, del otro lado. Pero lo que era conveniente para el enemigo, no valía para nosotros. Cerramos la entrada fascista y abrimos la nuestra, la de antes.
Después de afeitarme y acordarme de mi profesión, me puse a afeitar a Zonin, cuyos manos eran creados para las cosas más ponderables que la maquinilla de afeitar.
- Su excelencia respeta mucho a las mujeres – de repente dijo Zonin.- ¡Mira, cuántas ha colgado!
Por encima de la cama de “fon” se asentaron abundantemente las “frau” de diferentes tipos. Todas ellas, a juzgar por las fotos, no tenían suficiente materia para un vestido.
Ushakov miró el equipo de blindaje. Allí había una maleta llena de pieles; un joyero con relojes, broches, anillos, - era, probablemente, una huella de la estancia de “fon” en cualquiera tienda de joyas; una caja entera de las medias finas de damas y algunas toallas con el bordado ucraniano. Cada una de las damas vestidas insuficientemente que adornaban la pared de blindaje, al parecer, esperaba para sí misma un regalo de bienvenida.
El hecho de que todas aquellas cosas estaban en nuestras manos, era, por supuesto, la culpa de un ordenanza poco despabilado. Cuando la última noche muy cerca de nuestro blindaje tronó nuestro “hurra” de komsomol, cuando en la retaguardia alemana Volodya abrió la“salva de octubre” de la ametralladora y cada uno de nosotros, en honor de aniversario, lanzó dos o tres granadas en los blindajes y las trincheras cercanas, - nuestro “fon”, por supuesto, se apresuró a retirarse, pero un soldado no tuvo tiempo. Saliendo al encuentro con nosotros, levantó ambas manos.
Pedro sacó de algún lugar las botas de oficial de invierno, protegidas con plumón contra el frío.
- ¿Qué se calzó cuando fue corriendo? ¡Me da mucho miedo su salud!
Hoy todos estamos alegres. Este es nuestro grupo que al alcanzar el estado mayor del enemigo y levantando un alboroto aquí, distrajo alos alemanes y preparó el éxito del ataque de regimiento – el golpe que lleva el nombre del 24o aniversario del Gran Octubre.¡ Está bien!
A los alemanes no les gusta una bayoneta, especialmente por la noche cuando les quitan con bayonetas de una trinchera. Ellos no apagan las luces y lanzan misiles durante toda la noche. No es tan fácil pasar por el campo iluminado, pero si nos hemos deslizado lo suficientemente cerca para un bayonetazo, no hay duda de que los alemanes rendirán sus trincheras.
Me complace afeitarle a Semyón. Me gusta este hombre enorme y fuerte, siempre admiro sus hombros anchos, sus músculos en relieve. Con estos hombros él fácilmente levanta la carga bajo la cual podrá encorvarse una lanza. Estas manos hacían tractores en Stalingrado. Ahora, levantándoles a los enemigos con una bayoneta, les amontonan. De los golpes de Semyón los cuerpos de los enemigos vuelan al aire como las plumillas.
Ahora él está sentado, apretándose todo, tratando de no tocarme con un codazo accidental: tiene miedo a tropezar con alguien y magullarle.
- ¡Basta, camarada sargento mayor, basta ya!.. De todos modos, desde esta cara de caballo no se hará nada decente – protesta lastimeramente él, sin saber cómo simpática es su “cara de caballo”.
- Syoma, es la más conveniente. El de los alemanes que la ve en acción, la recordará para siempre.
- ¿Tal vez, dejo crecer un bigote, será más amenazado?
- ¿Bigote?
- Sí. ¡Entonces el mismo diablo le va a tener miedo!
- No, Syoma, no hace falta. Entonces te parecerás mucho más mayor, pero tenemos que volver de la guerra siendo los mismos komsomoles como hemos salido de la casa. Así que nuestras mujeres y chicas nos esperarán.
- Bueno, está bien así, afeítame- está de acuerdo Semyón.
- Y tú, Syoma, ¿has amado a una chica en tu casa?
- ¿Yo? - Él nunca contestará, sin repetir una parte de su pregunta. - Por supuesto, he amado... Todavía la quiero...
- Cuéntame, Syoma, ¿eh?
- ¿Contar?
- Cuéntame - le pedí, al terminar afeitándole y sin escatimar la colonia de oficiales para mi amigo.
- Bueno, bueno... las cosas no se pusieron tan bien para mí - comenzó tímidamente Semyon. Por supuesto, me enamoré de una niña, así...
- ¿Por qué “por supuesto”? – le inrrupió Ushakov.
- ¿Por qué? ¡Y cómo debo tener una alta! Yo mismo, gracias a Dios, tengo una superreserva... Y, pues, - resulta así, ¡acaso lo piensas de antemano!..- Ella mandaba libros en nuestra planta... Una vez yo tomé un libro sobre los tractores en su biblioteca. Pues bien, desde entonces se continuó: te gusta o no, cada día vas paracoger un libro. Y ella, una malvada, de repente te meta “Pedro el Grande” o “Stepán Razin”. Un día no es suficiente para esto. Así que lees durante toda la noche, para llevarlo a cambio. Entonces ella se dio cuenta de que era necesario. Sigieron Zemfiras, Meries, Tamaras y Tanyas... Leo y veo que la bibliotecaria se parece a ellas, cada día más y más, cada mañana, se hace mejor y mejor, ¿qué puedo hacer con esto? Después del trabajo, donde empecé a mover montañas, voy corriendo a la biblioteca, llevo a Tamara, cojo a Zemfira... Y ella, la de ojos negros, me mira, ríe...
- Pero, ¿cómo se llama? - preguntó Ushakov.
- ¿Cómo se llama? Nina... Pues, ella me mira, ríe: “Usted, Semyón, tal vez, esté enamorado, tales libros está cogiendo”. Por supuesto, lo ve, pero aún me pregunta... Bueno, ¿qué puedo decirle?..
- Nada – está burlando Petya.
- ¡Exacto! No lo sabía nada. Yo digo: “Me ha gustado un lugar en el libro. Quiero leerlo mejor una vez más”. – “¿Puedo conocer que lugar?” “Yo estaba sorprendido y, paf, le dije: pues, la página cuarenta y dos... Ella aína en seguida y se rió, vió que el joven le dijo mentira... Sin embargo me dio el libro... Y hubo un caso cuando yo no la encontré. Bueno, puedes imaginarte lo vacío que era allí, en la biblioteca...
- Como en una trinchera.
- ¡Qué más da! Aquí estamos todos juntos, pero allí... ¡Vaya, yo estaba corriendo por la ciudad!.. Como una locomotora. Busqué en el parque, contaba a todas las personas que salieron del cine, corrí lo largo del Volga... ¡En ninguna parte!.. Pero la encontré... Era tarde, pero después de todo la encontré - ella bailaba en el club...
- ¿Con quién? – le interrumpió Ushakov.
- Con quién? Bueno, con su amiga... ¡Si danzara con alguien de los chicos, le haría perder a él aquella costumbre para siempre! Bueno, me paro sin respirar y le miro a ella bailar. ¡No es una chica – es aire! Como ves, los bailes me son contraindicados a mí. Pero entonces quiero comenzar a girar...
Al recordar aquella imagen, Semyón suspiró. Fascinado por la narración de Semyón, Petka se inclinó por completo sobre él.
Cuando un compañero nos cuenta una historia tan conmovedora sobre sí mismo, se quiere ésta toque pronto a su fin feliz. No es un libro, no es una invención, sino la suerte de tu amigo de batalla a quien deseas buena suerte en todo, la deseas con todo tu corazón, como a tí mismo. Cediendo a aquel sentimiento, de repente perdí la paciencia.
- Bueno, ¿y dónde está tu ahora tu Nina? - le pregunté. Tal vez yo tuviera que adivinarlo por los ojos tristes de Semyón.
No era necesario preguntarlo, pero, no obstante, lo pregunté... Pues, nuestro destino se hizó común. Era necesario compartir con un amigo no sólo sus éxitos y alegrías, sino tristeza también.
Cada uno de nosotros dejó en su casa algo con lo que habíamos vivido y queríamos vivir. Allí se quedaron planes, acciones y sueños, se quedaron madres, chicas queridas... Lo que había caletado antes de la guerra, en aquel tiempo quemaba simplemente. Las semanas y los meses llenos de tensión y peligros permiten entregarnos a recuerdos sólo para un momento, y justo en ese momento se hace insoportablemente triste... Aquello sucedió con Semyón, y nosotros mismos le empujamos a aquello con nuestras preguntas.
- Se fue de vacaciones a Odessa para visitar a su hermana... Ahora realmente, quién sabe...
Hizo un gesto sombrío con su mano.
Nos dimos cuenta de todo...
Podía ser que entre los miles de refugiados se movía aquella pequeña Nina, la de ojos negros, soñando con llegar a Stalingrado, a que los fascistas ya dirigían uno de los dientes de hierro de su horca. Si pudiéramos mirar en lo más profundo de aquel torrente de muchos miles y ver en él aquel grano de arena! Solamente ver para que Semyon se consolara de que ella no se había quedado con el enemigo...
Sí, nos encontramos con un montón de ellas, las hermanas de ojos negros y azules, guapas y feas, pero infinitamente lindas... Ellas caminaban en los zapatos gastados, rotos, e incluso sin calzado, con los pies ensangrentados.
- ¡Vamos a buscarla y la encontraremos! – le dije con seguridad a Semyón.
Saqué mi exfoliador y escribí el nombre y el apellido de la pequeña bibliotecaria de Stalingrado. Con aquella cosa dejamos nuestra conversación triste.
Entró Volodya. Él fue convocado al estado mayor, y yo sabía que él tenía un secreto, por el cual se sentiría desconcertado hasta la tarde, hasta el momento cuando el instructor político llegara y le expusiera a todos... Volodya nos entregó las cartas a todos de una manera particularmente afectuosa y bajó los ojos. Pero Revyakin ya me había dicho que el episodio relacionado con el italiano de Volodya ya hubo sido incluido en el comunicado del Buró de Información y publicado en todos los periódicos. Yo sabía que junto con la correspondencia Revyakin le dio también el periódico, pero Volodya no la presentó a nosotros.
Con aquella correspondencia yo recibí una carta de mi hermano mayor de las trincheras frías, llenas de agua y ya congeladas un poco, que se encontraban cerca de Leningrado. Mi hermano, como el mayor, siempre trata de apoyarme moral cuidadosamente. Por eso siempre escribe un poco pomposo, un poco ridículo. Al parecer, él no sospecha que aquí en el sur, el otoño de oro se ha alejado también, y aquí las trincheras no son un sueño de la vida. La última vez me escribía que en su trinchera aparicieron las setas de otoño. Aquello significaba que ellos estaban sin retroceder ni solo paso ya durante mucho tiempo. Ahora me escribe cómo él está acostumbrado a la vida difícil en trinchera y durante semanas permanece tumbado sobre la tierra fría, regada por la llovizna pequeña. Como un asunto bastante fácil, él describe un combate contra los tanque que se abrieron paso.
”Tu primer enemigo es tu miedo” - me escribe. Me muestra que para apoyarme mi hermano simplifica muchas cosas, pero él mismo todavía no está libre de temor. Sin embargo, yo tamoco puedo deshacerme de este sentimiento desagradable. Si es necesario, subes a los cuernos del diablo, pero estás congelado. Te salva sólo una cosa - cuando estás enfadado. Pero se puede enfadarse en una batalla, pero ni siquiera se pueda estar enfadado en una exploración, ¡no te ahogarás el alma! Te ves obligado a pensar por tí mismo y por tus compañeros, e incluso a no mostrar miedo a los otros - ¡porque eres un comandante..!
Aparentementei hermano lucha bien: en la foto pequeña, pegada con cuidado a su carta, veo dos medallas y una orden. No me escribe nada de ellas se dice - ¡pues, mira con tus propios ojos! Su bigote sale con valentía y audacia...
De la carta de mi hermano, mis pensamientos vuelven a Volodya, de él - a mi hermano. Uno me mira un poco jactanciosamente, el otro con confusión. Y su confusión proviene del hecho de que llegó a la página del periódico antes que los demás. Él cree que correspondiente tuvo que describir toda nuestra operación cerca del puente. Él piensa que los compañeros le envidiarán... Entiendo que hay que liberarle del sentimiento de incomodidad.
Petya resultó ser más directo que yo. Mientras yo estaba pensando en cómo mejor y más delicado tenía que hablar con Volodya sobre aquel tema, él se acercó y simplemente dijo:
- ¿Por qué cometes tonterías, organizador de komsomol? ¡Danos el periódico!
Rodeamos a Volodya, hicimos ruido divertido, nos pusimos a felicitarle. Yo quería decir que la gloria de Volodya hacía honor para todos nosotros, cuando de repente sonó el rugido de las armas de largo alcance, y de inmediato los morteros empezaron a ladrar cerca... Era una señal de que los momentos de la lírica de los soldados se habían terminado...
Fuimos convocados para llegar al instructor político. Toda la sección estaba reunida.
Como un golpe de un proyectil, las palabras de Revyákin nos cayeron:
- ¡Moscú está en peligro!
Nosotros somos combatientes. En la guerra estamos en el fuego siempre. Pero un combatiente no es un leño, no se quema simplemente en el fuego, sino da origen al fuego. Ante él está el mapa de su área, pero él no ha olvidado el mapa de su país. Los combatientes sabían que todo el país está bajo la amenaza de un peligro mortal. Pero simplemente no estábamos esperando el peligro de que nos dijo Revyakin. Nos resultó difícil creerlo...
Por encima de nosotros estaba un duelo feroz de artillería, de la que el cielo crujía. Dondequiera que mires de una trinchera, en todas las partes se alzan las fuentes negras de la tierra echada. Pero en este momento no oimos ni vemos nada. Para nosotros, esto es sólo una repetición de una combinación terrible de tres palabras sencillas y claras: “¡Moscú está en peligro!”
- ¡Moscú está en peligro! - resuena en el cielo por encima de nosotros.
- ¡Moscú está en peligro! – la tierra está tronando con el eco de explosiones.
Estas palabras son tan simples que si quisieras escapar de su sentido claro, aún no te podrías ocultar. Dan directamente en tu corazón.
Revjakin habla tranquilamente con nosotros. Sus cejas están un poco fruncidas, sus ojos enrojecidos por las noches de insomnio y el viento están serios. Pero él está lleno de esperanza confiada, y todos nosotros le escuchamos con todo nuestro ser.Revyakin hablaba de la defensa de Moscú. Parece que estaba trazado el esquema de las líneas defensivas, que pasaban por todas las partes - cerca de Moscú y por el territorio ocupado por el enemigo en aquel tiempo, en las estepas de Ucrania y los bosques pantanosos de Belarús; Ellos estaban allí, en el sur, y en el norte lejano. Las ciudades, fábricas y minas se rebelaban. Uzbekistán disparaba con algodón, Siberia – con granos.
La línea defensiva pasaba a lo largo del Balkhash y Leninogorsk, Dzhezkazgán y Shymkent; pasaba por Karagandá que daba carbón en vez de Donbass ocupado por los enemigos, por los poemas y canciones de nuestros poetas akines de estepa. Pasó por los corazones de millones de personas soviéticas, porque defendía el corazón del país Soviético.
- ¡Por Moscú!
- ¡Por Moscú!
- ¡Por Moscú!- tronaban las escuadras de las armas.
De inmediato aquel ambiente festivo, a que le dimos después de ganar nuestra victoria nocturna, desapareció, todas las bromas, los recuerdos lejanos y deseados sobre el hogar, la familia, los asuntos personales se eclipsaron.
El instructor político nos trajo la grabación del discurso de compañero Stálin pronunciada en el desfile aquel mismo día por la mañana. El radista del estado mayor de la división consiguió grabarlo. Sólo el día siguiente sería publicado en los periódicos, pero nuestro Revyákin siempre tenía tiempo para entrar en contacto con los radistas y conocer todas las noticias antes de que las printaran en la impresión de nuestra “la de división” como llamábamos simplemente nuestro periódico pequeño.
Descontentos con no tener todavía un texto completo del discurso, tratábamos de preservar algo que nos había dado el instructor político, pero todos sin excepción recordaban las palabras tranquilas de esperanza y confianza: “Victoria será nuestra”.
El instructor político miró su reloj y se levantó decisivamente.
- La exploración aérea observó un gran movimiento de las columnas de tanques, - dijo él. Su tarea es penetrar en la retaguardia fascista hoy, los puntos serán indicados por la Fuerza Aérea. Las acumulaciones de los tanques deben estar registradas en el mapa. ¿Está claro? Vamos al comandante ahora.
Fuimos, pero el fuego de la artillería fascista se hacía más intensivo: las minas daban en la vanguardia de nuestra defensa, aquí y allá los proyectiles empezaron a caer en nuestras trincheras.
- ¡No sin motivo! – refunfuñó Zonin.
- ¿A qué se refiere no sin motivo? - le pregunté.
- A este ataque de artillería. Creo que no tenemos tiempo...
- ¿Por qué no tenemos tiempo?
- Ahora ellos empezarán el ataque... Uno de los proyectiles ha caído a cien pasos de nosotros.
- ¡Cuerpo a tierra! – ordenó el instructor político.
Y luego los otros tres proyectiles silbaron sobre nuestras cabezas y cayeron un poco atrás. Si no hubiéramos tenido tiempo para caer en la trinchera, habríamos, nos harían pedazos. Los terrones caían a nosotros desde arriba. Desde el borde delantero se podía oír el traqueteo de las ametralladoras. Crecía con cada minuto. Así sucedía en la estepa durmiente: un saltamontes crujía, el otro continuaba, el tercero y el cuarto le respondían, y luego toda la estepa se llenaba con el crujido seco hasta el borde.
Las balas volaban sobre nuestras cabezas. Por todas las partes, donde quiera que miraras, se levantaban las nubes negras de explosiones. Todos nosotros nos apretamos a la tierra antes de aquel torbellino... No podíamos levantarnos. La tierra temblaba por el estruendo de las explosiones, y de repente desde algún lugar, como si de la misma tierra, se oyó el fragor creciente de una columna de los tanques de fascistas.
No, en aquel momento no sólo yo pensé que después de todo eramos chicos livianos. Toda nuestra conversación y todas mis reflecciones mientras nos afeitábamos, de repente todos los pensamientos infantiles parecían una chanza vacía en un momento tan difícil.
Entonces yo no podía ni siquiera darme cuenta de que nuestra alegría fugaz y nuestra tristeza cálida de soldado por nuestro compañero eran las características de la juventud y vitalidad del corazón humano. Entonces yo todavía no entendía que con aquellos sentimientos como si hubiéramos lavado el hollín de las peleas anteriores, que aquella sonrisa, la sonrisa y broma, un suspiro de simpatía amistosa nos dio fuerzas para la nueva lucha. Y por delante había una lucha grande.
Escuchábamos el zumbido creciente.
Semyón resultó tener razón: que llegamos tarde para la exploración. En pleno día los tanques fascistas iban a penetrar en defensa descanso, en el ataque...
- ¡Tanques! - gritó Volodya.
- ¡Prepara granadas, botellas! – ordenó el instructor político.
Él era el primero que saltó de la trinchera y corrió a ponerse a la defensiva en la línea que guardaba el estado mayor de la división...
X
Rostov está suspirando enojado y dolorosamente con los golpes de explosión. Todo lo que los fascistas eran capaces de ahorrar en el sur, durante dos semanas seguidas ellos han volcado en ella a fuego de artillería. Durante la segunda semana la ciudad está combatiendo, erizándose con todos sus cañones. Cada proyectil disparado por los alemanes da en ella, y la ciudad está obligada a dispersar los suyos en todas las direcciones de sus espacios amplios: en las carreteras, las quebradas, los barrancos, los jardines de las afueras espaciosas que la alimentaban durante toda su vida, atraídos a la ciudad con el entrelazado de carreteras y vivían su vida. El humo espeso y tapado envolvió el cielo como una nube pesada.
El estruendo de las explosiones y el rugido de los motores de la ciudad se mezclan en un zumbido continuo y sordo sobre la ciudad. Las hordas enteras de la artillería del enemigo están presionando sobre ella. El objetivo es bastante grande para que cada proyectil lo dé, no importa - durante el día o la noche.
El bombardeo ejerce presión sobre el oído, la vista, los vasos de la sangre. La gente habla con los gritos entrecortados ayudando a las palabras con mímica, movimientos de la mano, expresiones de los ojos.
Estamos ya mucho tiempo, viendo la guerra cada día, pero ahora ella se ha aparecido ante nosotros en toda su longitud. Con un rugido, se hace bajar las paredes de casonas, dispersa los cuartos a la basura, baila a fuego.
Pero hoy en nuestros corazones está no sólo la conciencia de este peligro que amenaza a Rostov. Sentimos las nubes pesadas que se mueven a Moscú. Sobre nuestros hombros está el peso severo del cielo de Leningrado, impregnado de olor del humo de la pólvora. El toque de alarma en Moscú se oye en todo el país, repercute en las trincheras, en un latido de los corazones de los soldados... Es difícil leer los nombres de las ciudades en las informes: Volokolamsk, Klin, Maloyaroslavets, Tula, Kalinin.
Nuestra sección a menudo está encargada con los puentes: siempre nos envían a las áreas más críticas. Un puente es un cuello de botella en los campos amplios de guerra. A veces durante un día y una noche a un puente nada extraordinario cae como tanta cantidad del metal, que no puede dar cada planta, tal vez, hasta durante un mes.
Pero esta vez no estamos solos en el puente. En un pequeño espacio al puente , hay muchas subdivisiones. Nos apoye también la artillería montada en el otro lado del puente. Decenas de ametralladoras cruzan sus trazas en los accesos al paso: un mortero está en cada bache, en cada barranco... Toda la tierra alrededor está cavada como un campo de patatas: las ametralladoras la estaba escarbando y siguen escarbar, la estaba cavando y sigue cavar la herramienta de zapa – la pala de combate de un soldado. En todas las partes están los embudos, trincheras,espaldones. Las construcciones a lo largo del lugar están destruidas. Cerca de la costa, bajo la pendiente están los blindajes cubiertos. Ahora estamos llevando el final de la trinchera a los tubos de hormigón para hacer pasar el agua, por los que se comunicarán ambos lados del camino real.
Ahora el puente ha resultado ser necesario tanto para nosotros como a los alemanes. Después de la ocupación de la ciudad los fascistas esperan poner en él y dirigir al Cáucaso sus tanques y todo su ejército, junto con la técnica. Pero nuestros comandantes también sabe por qué tenemos que salvar este puente. Al parecer, pronto empezará nuestra contraofensiva. Por eso, contrariamente a la costumbre, ninguna de las partes no da en el puente.
El silencio relativo está guardado en esta sección estrecha.
Después de dejar la pala y secarme el sudor de la frente, lío un cigarrillo. Junto con una hoja del periódico del que arranco un trozo para el torcedero, cae un pequeño recorte de periódico. En el suelto se trata sobre los esfuerzos laborales de los Pyotroleros de Gúryev. Me relata de mis lugares natales donde la gente trabaja en la retaguardia, ayudándonos a obtener la victoria. Se trata de una kazaja joven que en lugar de su marido-combatiente se puso a extraer Pyotróleo. Aún el día antes de ayer yo corté el suelto y lo saco sin pensar cada vez cuando quiero fumar. Cada vez leo involuntariamente unas pocas líneas. Estas líneas sobre mi patria alimentan mi corazón con calor. Así que cada uno de nuestros soldados captura amorosamente los granos de noticias sobre sus lugares natales en un periódico ordinario.
Nuestras últimas unidades retroceden en un movimiento ordenado por el puente para ocupar una línea nueva, para crear una nueva barrera a la puerta del Cáucaso. En un automóvil cerrado por el camino junto a nosotros pasa el mariscal Semyón Mijáilovich Budyónniy. Le reconocí de inmediato. Su bigote formidable y su mirada aguileña de repente obligan a recordar todo lo que sabes acerca de las hazañas de la Caballería Primera. Ha detenido el coche y en silencio ha mirado atentamente a nuestro trabajo. Al meter en el bolsillo el cigarrillo no liado al final, me he puesto como un palo y me he sentido enrojecer. ¿Qué debo hacer? ¿Acercarme corriendo, reportar? ¿En tales circunstancias, llegará el sargento mayor con un reporte al mariscal?.. Tonterías. ¡Acaso es posible!..
Por lo visto, convencido de que nuestro trabajo no está dirigido a la destrucción del puente, él ha ordenado pasar más allá con un movimiento de la cabeza. El coche pasó por el puente.
Recuerdo el famoso episodio como en el año décimo octavo con una espada desnuda en su mano delante de su caballo él estalló en plena luz del día de Bataysk a Rostov, en aquel entonces también ocupada por los alemanes, y quité los invasores de la ciudad que ahora tiene que abandonar. Ahora ha dirigido su coche a Bataysk. ¿No es este episodio ha sido aquel que él ha recordado también, pasando tristemente, como me ha parecido, por el puente? Le deseo el mismo regreso victorioso como fue aquel, del año dieciocho.
Saqué un cigarrillo arrugado de mi bolsillo, y empecé a liar un nuevo. Zonin se me acercó. Él nos amaba a todos, y le tratábamos particularmente calurosamente después de su historia sobre una chica pequeña de Stalingrado. Todos nosotros recordamos su nombre - Nina. Yo ya sabía de antemano por qué se me acercó, y de buena gana le pasé mi bolsa con un doblado ejemplar del periódico viejo para soldados. Dentro del centro del periódico volvió a caer mi querido recorte. Al cogerla, Semyón sonrió cariñosamente.
- Sigue guardando, camarada sargento mayor...
Yo no creía que alguien de mis amigos notaba aquel recorte, particularmente Semyón, tan indiferente y por lo general silencioso. Pero resultó que aquel joven no sólo notó, sino se dio cuenta de mi actitud hacia aquel sencillo artículo de prensa.
- Yo también a menudo pienso, ¿cómo van las cosas ahora en Stalingrado? - dijo él tristemente.- Pues, después de todo nuestros quicos deben enviarnos buenos tanques, que no sean peores que los alemanes.
- Enviarán – dije yo con seguridad. Tal vez ya estén enviando, pero lo primero es ahora Moscú... Tal vez envíen para la defensa de Moscú.
- Sí, por supuesto, porque entiendo... ¡Acaso no nos da igual de dónde, sino habrían tanques! Pero quisiéramos ver los nuestros.- Él sonrió, hizo una pausa, y luego añadió: - Como si sean los natales...
Le endendía bien. Si viera tanque de Stalingrado, él vería su ciudad, sus casas.
Hace dos días, me dijo que en el camino en la ambulancia él había visto a una hermana-kazaja, y estaba seguro de que era mi Akbota. Sin embargo, su descripción no me convenció de que era ella, yo no desearía a ella que tuviera nuestro destino de soldados, y sin embargo pensé: “¡Bueno, de repente! De pronto, de hecho, por estos caminos pasará un coche de que se oírá una voz: “¡Kayrush! ¡Kostya!.. El coche, por supuesto, no se detendrá en el puente, él pasará a gran velocidad, pero estoy de acuerdo con oír sólo un sonido de esta dulce voz...”
La imaginación del soldado puede hacerlo todo. Ya los senté a los dos en un coche - a Akbota y Nina de Stalingrado. Ellos ya relataban una a otra sobre nosotros, cómo habíamos hablado de ellos, y de repente nos vieron a nosotros en el camino.
Pero nadie nos gritó de las ambulancias que pasaban.
Por la tarde segunda escuadra de nuestra sección ocupó los puestos de guardia del puente. Nos reunimos en la cueva. Como siempre, Revyakin llegó a vernos y trajo un resumen de noticias de Buró de Información. Una vez más oimos los nombres de las afueras de Moscú. Empezamos a preguntar. Él no ocultaba. Él nos dijo simple y directamente:
- Sí, Moscú sigue estando en peligro. Además, a juzgar por los nombres de las localidades en los informes, hoy los alemanes están todavía más cerca de Moscú en comparación con las posiciones donde habían estado antes. En nuestro frente hoy día tiene lugar una batalla grande, una batalla gigante, y esta batalla es por Moscú.
Le preguntábamos en detalles, a cuántos kilómetros de Moscú estaba situada la ciudad de Volokolamsk, dónde se encontraba Maloyaroslavets, dónde se encontraba Klin.
”Moscú está en peligro de nuevo. Los alemanes que están cerca de Moscú han emprendido la ofensiva una vez más”.
Estas palabras aplastan con su sencillez y claridad opresiva del sentido terrible. Pero sabemos que en nuestro frente, al oeste de Rostov, ya durante tres días pasa la derrota del ejército del general fascista Kleist, desde otros frentes los informes llevan las noticias de las pérdidas enormes de la técnica fascista – tanques y aviones. ¡Pues, no sacarán miles de nuevos tanques para reemplazar los perdidos de un saco roto! Sólo tenemos que observar cierta actitud hasta que agoten el poder del ataque ofensivo. Así nos dicen Revyakin.
- Hoy detrás del Don, detrás de nuestras espaldas, está Moscú. ¡No rendiremos Moscú!
- ¡No la rendiremos, camarada instructor político! ¡Moriremos, pero no la rendiremos! - le gritamos juntos y con entusiasmo.
- No es necesario morir. ¡Viviremos para la victoria! - concluye él y sale.
Diez minutos más tarde, me llama el mensajero para que yo llegue al comandante de la sección. Inmediatamente acá vienen también los otras jefes de las escuadras.
- Protección del puente se encomienda a nosotros. Tal vez dentro de un mes, o tal vez mañana él serviría para la victoria de nuestro Ejército de Obreros y Campesinos. Sea cual sea el tiempo cuando tengamos que estar aquí, es necesario mantenernos hasta el último hombre - nos dice el teniente.
En su mirada directa resplandece la confianza en nosotros, la creencia en lo que no vamos a retroceder. Nos muestra la ubicación de las subdivisiones contiguas. Nosotros estamos en segundo escalón. En el primero está la tercera sección, que se encuentra en frente de nosotros bajo la ventisca de nieve cerca de la barrera de golpe. Nuestra sección está de guardia hoy. Está guardando el puente directamente.
Por la noche nuestras tropas se retiraron totalmente de Rostov. Bombardeo de la ciudad por los alemanes también cesó. Se hizo el silencio. Huele de humo. Las luces no son visibles. En algún lugar a la izquierda en las ruinas de los suburbios de la ciudad, un perro está aullando, puede ser encima del cadáver de su dueño o dueña...
Es difícil sentir la proximidad de una ciudad grande, que acaba de caer y se encuentra bajo la bota del enemigo. Se encuentra sin fuerzas y está hoscamente silencioso. Este silencio es más fuerte que un grito de reclutamiento, despierta en nosotros el deseo de venganza.
Y en este silencio opresivo, perturbado sólo con los golpes sordos del rumor distante, como si subterráneo, de algunas batallas invisibles, oimos el llamar de toque alarmado de Moscú.
XI
Por la noche los alemanes se lanzaron hacia delante. Ellos querían demostrar que tenían fuerzas suficientes para un golpe nuevo, y aunque Rostov les había costado caro, nos pareció que la rabia de aquella bestia enfurecida por las pérdidas sería suficiente para avanzar adelante aún más... Pero no la dejaríamos pasar. Detrás de nosotros se encontraba Moscú. Moscú estaba detrás de aquel puente sobre el Don. Teníamos que estar allí defendiendo hasta la muerte...
No dormimos aquella noche. Había ventisca, levantando la nieve espinosa. Nos calentábamos por turno en la cueva. Cuando yo, congelado, entré en blindaje, donde el agua estaba hirviendo en la estufa, los chicos permanecían hablando de Moscú. Volodya Tolstov había estado en Moscú en el Congreso de la Unión de Comunistas Jóvenes. Durante unos cuantos días los delegados habían observado la capital con sus monumentos antiguos, con sus edificios sorprendentes.
- ¿Has visitado Kremlin? ¿Has visitado Kremlin? ¡Cuéntanos!.. Volodya contaba.
El instructor político de nuevo vino a nosotros: sentimos que para verificar en qué humor estamos, apoyarnos. Tal vez lamentara que haya hablado demasiado lúgubremente de Moscú.
- Y tú, Syoma, ¿por qué estás callando? – le preguntó a Zónin pensativo.
- ¡Él recuerda poemas! - dijo Petya en tono de broma.
Semyón en realidad estaba sentado con aire ausente, pero pero en su ausencia se translucía algún tipo de inquietud. De repente se animó:
- ¿Poemas? ¿Y cómo lo sabes?
- ¿Pues, lo he adivinado?
Todos le miramos con reproche: no podías hacer por una burla lo que tu compañero había compartido contigo en el minuto de la tristeza.
- Lo has adivinado, - aceptó Zonin. Y, mirando a las brasas de la estufa, él comenzó a leer en voz baja:
Dime, tío, ¿es que es por nada Moscú quemada por el fuego, ha sido dada a un francés?
Semyón se alejó de la estufita, y luego se puso de pie, su voz se hizo imperceptiblemente más fuerte. No podía erguirse debajo de la tarima baja de nuestra cueva. Los versos nos capturaron a todos. No oimos más ningún sonido molesto del traqueteo de las ametralladoras llevado por el viento o golpes raros de las minas. Le mirábamos a él como a un nuevo hombre que nos trajo una palabra nueva...
...Y dijo él, al brillar con los los ojos: - ¡Chicos! ¿No es Moscú que está detrás de nosotros? Pues, moriremos cerca de Moscú...
Todos nosotros nos levantamos bruscamente al oír aquellas palabras. Se me formó un nudo en la garganta...
- ¡No es Moscú que está detrás de nosotros! – grité Volodya , incapaz de contenerse.
...¡Bueno, moriremos cerca de Moscú como nuestros hermanos morían! –
seguía leyendo Zonin. Hizo una pausa pequeña, y nadie respiró.
Y prometimos a morir,
Y guardamos el juramento de lealtad
En la batalla de Borodinó...
Mirando a Zonin, nosotros creíamos que aquellos eran los bogatires precisamente iguales a Zonin...
A nuestro instructor político le apoderó el mismo entusiasmo que nos abarcó a nosotros. Él me llamó aparte.
- Bueno, ¡cómo recita! Yo no lo esperaba, - dijo él.- Que pase él conmigo, que recite a los jóvenes de reemplazo... ¡Bien hecho! ¡Vaya, un buen muchacho! Ven conmigo, Zonin, te voy a dar una misión de combate, - le llamó.
- ¿Sólo a mí? – Semyon se sorprendió.
Estábamos acostumbrados a lo que para cumplir cualquiera cosa secreta nos envían por lo menos a los dos.
- Iré contigo, - dijo Revyákin.
Se fueron.
”A los jóvenes de reemplazo...” - dijo el instructor político. Pero sentimos que con nosotros estaban no sólo los de aquel reemplazo de los compañeros jóvenes. Con nosotros estaban Belinski y Chernishevski, Tolstoy y Glinka, Tchaikovsky, Gorki, Suvórov, Donskoy, Kutúzov - todo el Estado Mayor General del pensamiento de Rusia de los siglos pasados y de nuestro siglo. Nos miraban con esperanza... ¡Y aquel día con nosotros estaba Lenin – el que siempre nos inspiraba al heroísmo, con cuyo nombre estaba indisolublemente relacionado nuestro amor a Moscú!
En aquellos días, se installó un combate especial. En aquel entonces ella estaba pasando en todos los frentes a la vez, en todas las vastas extensiones. Mente, habilidad, coraje y honor de los pueblos soviéticos entraron en combate. Combate en el aire, combate en la tierra, en el agua, en el etér...
Las primeras líneas de Pushkin vinieron a mí en mi idioma natal en la traducción de Abái. Con nosotros estaban Pushkin y Abái, y detrás de él - en una bata abierta, con dombra en la mano, llamando el viento de victoria a las trincheras, iba akín Jambul, el de cien años y sabio... En aquellos días grandes personas de todos nuestros pueblos estuvieron con nosotros. Y, además, aquel día precisamente, Semyón llamó a Lérmontov y a los bogatires de Borodinó para que nos ayudaran. Llevamos sus nombres en nuestros corazones, como banderas de lucha contra los bárbaros presuntuosos que no reconocían otras culturas, distintas al puño de hierro, que no conocían a otra poesía sino el delirio repugnante y maloliente del librito de Hítler “Mein Kampf.
Semyón volvió con Revyákin. El instructor político dijo en voz baja:
- Camaradas, en el sector de la sección tercera existe una amenaza de un rotura. Allí los alemanes presionaron fuerte y los chicos se quebrantaron un poco. ¡Komsomoles, seguidme!
Salimos por la noche, cuando hacía ventisca. A la derecha del puente había el tiroteo intensivo. Tiran las ametralladoras alemanas, delineando los límites del avance previsto con una corriente continua de balas trazadoras, indicando la vista de noche a sus morteros e infantería. En el mismo sector las minas caen y se explotan.
Por la noche todo aquello tenía el aspecto más siniestro que a la luz del día. Explosiones de las minas, el vuelo fogoso de las balas resplandecientes hacían la muerte que se elevaba sobre un campo más evidente que durante el día. Los enjambres de abejorros de fuego volaban de prisa, al parecer, justo a la cara...
Pero la confusión no se percibía durante mucho tiempo. Se llevó a cabo a medida que empezamos a arrastrarnos, superando los obstáculos: las partes de los carros y coches rotos, embudos de minas y proyectiles. Ellos también servían de refugio y a veces ofrecían la oportunidad de acercarse a la vanguardia no a cuatro patas, sino a saltos cortos... Avanzamos a las trincheras vacías. Allí podía haber una buena línea defensiva, pero todavía teníamos que ir adelante...
Sin embargo, las balas trazadoras que volaban sobre la trinchera, actuaban desagradable. Intentabas convencerte de que durante el día no los había menos, pero no se veían, que a rodaje - un tiro con los fueguecitos era sólo un medio de la influencia mental para pegarnos a la tierra. Pero aún era desagradable...
Ya hicimos perder a los fascistas la costumbre de una de aquellas experiencias: ya no se metían a nuestras trincheras erguiéndose. Les enseñamos temer, les vimos huirse. Aquella era nuestra educación, en Europa no les podían enseñar huirse. Pero tendremos que darles un montón de otras lecciones...
Saltamos fuera de las trincheras precisamente bajo la lluvia de los fueguecitos volantes, avanzamos a un salto, otra vez nos pusimos a arrastrar... El segundo abanico rojo de los fueguecitos mortales se elevó sobre el campo. Allí se fue directamente hacia nosotros – los alemanes trasladaban la vista. Nos detenemos para un momento, nos sentimos atraídos hacia la trinchera recién abandonada. Pero aquel día no se podía dudar...
- ¡Adelante! – nos llamó la voz baja de nuestro teniente de la oscuridad.
Y precisamente en nuestro camino una mina y la otra explotaron...
- ¡Adelante! - nos animó el instructor político.
Por supuesto, era de aquel modo. Las siguientes minas caerían en algún otro lugar.
Se oía un gemido. Algunos de nuestros chicos inadvertidamente se quemaron con uno de los fueguecitos que volaron. ¿Tal vez de muerte? ¿Quién? Yo les listaba en la mente a los que habían estado cerca de mí en la trinchera... No sabía - tal vez Zonin, le era tan difícil aplastarse, él no sabía nada cómo hacerlo.
Allí estaba el desenfreno principal: casi al lado de la tercera sección se emboscaron los tiradores de automático alemanes. Ellos inesperadamente nos recibieron con una explosión salvaje de cincuenta cañones. ¡Ah, diablos!..
Nuestro combate con los tiradores de automático empezó por la zona que nos separaba de la línea de trincheras ocupadas por ellos en aquel tiempo. Ellos sabían la fuerza de nuestras bayonetas y trataban no dejarnos pasar a la distancia de bayonetazo...
Ya estaba amaneciendo.
Llegamos a una vieja trinchera semicubierta con la nieve, con ala derecha rota. Cerca de mí Zonin saltó felizmente abajo. Resultó encontrarse muy a propósito: nadie podía competir con sus potente tiro de granadas. Al recibir la orden, Semyón, como siempre, de una manera un poco lenta, apoyó su rifle contra la pared de la trinchera, se quitó el capote, se apoyó en el parapeto, y antes de que pudiera detenerlo, saltó de la trinchera y estando de pie bajo una lluvia de balas lanzó una tras otra dos granadas y luego cayó. Una de las granadas se explotó en la trinchera de los alemanes, la otra - más cerca.Agarré las piernas de Zonin y le tiré a mí, creyendo que él era muerto o herido.
- ¡Déjame, déjame, quién hace travesuras! - Oí una voz tranquila, y Semyón se deslizó “retrocediendo” a la trinchera. Él se encontró intacto.
Los tiradores de automático alemanes se quedaron confundidos. Sus balas volaban desordenadamente arriba. ¡Aún más tendríamos una granada! Pero en aquel momento de la trinchera en nuestra dirección volaron arriba dos cohetes rojos... ¡Qué pena! Oimos el ruido de los tanques ... Mientras no nos alcanzaron, tendríamos que cambiar la trinchera lo más pronto posible.
- ¡Al ataque, camaradas! - oí la voz de Revyákin.
Corrimos fuera de la trinchera. En tal momento siempre era más fuerte él que era más audaz,
Alguien volvió a gritar:
- ¡Chicos! ¿No es Moscú que está detrás de nosotros?
Ya nadie tuvo nada que ver con el hecho de si apuntaba contra él un tirador de automático. Todo el mundo buscaba a su enemigo para el duelo, trazaba a su enemigo y se lanzaba contra él. Vencer... Morir si sería necesario para nuestra victoria... Allí gritaría aquellas palabras sagradas que no lanzaban al viento:
- ¡Por la Patria!
- ¡Por Moscú!
Todo aquello sucedió en unos pocos segundos. El estallido de los fusiles se calló de inmediato. De la oscuridad, iluminada por el resplandor de los misiles lejanos, los dientes se mostraron, los ojos feroces brillaron desde debajo de los cascos... Una bayoneta... Una culata. Un casco de acero tintineó. Un crujido. Gritos, gemidos... En el fondo del cielo llenado con el resplandor Zonin se destacaba como una mole: él estaba enojado y despiadado... Forcejeados y golpeando entre sí, entrelazados sin armas, llegaban a las gargantas con los brazos... Caían bajo los pies de los demás... Simple y fríamente una bayoneta se clavó en uno de los cuerpos...
Un cohete brilló por encima de las cabezas. No habíamos terminado todavía las luchas, como un tanque se echó a plomo con estrépito sobre la trinchera tomada por nosotros. En el fragor de un combate no tuvimos tiempo para recibir a aquel monstruo con las granadas.
- ¡Cuerpo a la tierra!
Zonin derribó a un tirón debajo de sí a un fascista enorme sobreviviente y lo estrangulaba. Por encima de nosotros un tanque plancheaba la trinchera con el ronquido feroz, empolvando los bordes. Todos nosotros estábamos cubiertos, nos escondimos...
El tanque arruga con la oruga nuestra trinchera. El fascista debajo de Zonin se calló y estiró las piernas con botas forjadas en mi dirección. Zonin estaba tumbado sobre él.
Caí al fondo de la trinchera en el momento cuando la oruga con dientes ya se encasquetaba, y yo estaba tumbado al lado del tirador de automático matado por mí. Yo quería arrastrarme lejos de mí, pero temía que Zonin, sin verme, podría golpearme en la cara con su talón.
Oruga del tanque arrugaba nuestra trinchera. Sin embargo, aquel blanco no podía patalear en un sitio durante mucho tiempo. Ante el temor de granadas, él no se atrevía a colgar sobre nuestra trinchera sin ningún movimiento - y él cayó de su sitio. Pero de nuevo el fuego le salpicó en la espalda: el grupo vecino envió un avión de caza contra él. No nos retrocedíamos. Desde nuestra trinchera voló una botella... El tanque en llamas, se apresuró a volver, pero un atado de las granadas de Semyón voló debajo de la oruga. Una explosión. El monstruo se detuvo en llamas...
Detrás de mí sonó un disparo. Los chicos corrieron a levantarle a Zonin que se asentaba por la pared de la trinchera. Él gimió. Resultó que el fascista estiró las piernas y sólo fingió ser callado para que los dedos de Semyón no le ahogaran la garganta. Luego, cuando Zonin lanzó su atado de granadas, el fascista, después de contener el aliento y sacar su pistola imperceptíblemente, disparó desde abajo.
Zonin fue herido en el pecho.
- ¡Syoma! ¡Syoma! - corrí hacia él.
Petya disparó a quemarropa a la cabeza del alemano, sobre que Zonin estaba tumbado recientemente.
La línea defensiva está rectificada. Les dejamos a los alemanes muertos en las trincheras y nos alejamos, llevando a nuestros heridos. La red de nieve y la oscuridad azul de la mañana nos cubren. Yo ayudo a llevar a Semyón. Así que nos hemos bajado a la orilla. No nos ven aquí. Nos dirigimos a nuestro blindaje. Casi cada uno tiene un trofeo - las ametralladoras alemanas.
- Semyón, aquí tienes una ametralladora – se le acerca Tolstov. Como si no le parezca que Zonin esté herido gravemente.
- Bueno... ¡Qué el diablo se la lleve! ¿Para qué la necesito?... Para qué lo uso... es ligero para un combate cuerpo a cuerpo...- Es que Semyón no cree que se ha puesto fuera de la fila.- ¡Tengo sed! – pide él.
Le estiraron varios frascos. Él tomó uno, lo llevó sin ayuda a la boca, lo dejó caer y gimió, poniendo los ojos en blanco.
- ¡Syoma! ¡Syoma!.. ¡Chicos, ponedle en el coche y llevadle pronto al otro lado! - grité. Nos acercó Revyakin, le miró a Semyón y se quitó su gorro gris de orejeras.
- ¡Semyón! - gritó Volodya pasmado, todavía no creyendo en aquel gesto elocuente.
Los soldados le rodearon a Zónin. Se quedó inmóvil, enorme. Ya habíamos aprendido a reconocer el rostro de la muerte.
Además de Zónin, tuvimos a los tres muertos y a los cinco heridos.
Durante todo el día los alemanes sondeaban nuestro punto débil para la rotura. Donde sentían una fuerte resistencia, no se atrevían a presionar y comenzaban a buscar un nuevo lugar. Sus aviones de caza volaban de prisa muy bajo sobre nuestras posiciones, cubriendo de la lluvia de ametralladoras. Pero no bombardeaban el paso. Ellos veían que allí estábamos bastante pocos. Estaban seguros de que el puente les sería necesario, y ellos esperaban vencer a nosotros si no hoy, entonces mañana...
Por la tarde los alemanes se calmaron poco a poco.
Llegamos a la sepultura definitiva en la orilla, donde estaban nuestros camaradas muertos y no enterrados todavía. Se reunió toda la sección.
Se acercaron teniente Miróschnik y nuestro instructor político.
Para un momento todos nosotros desnudamos nuestras cabezas. Yo no podía apartar los ojos del rostro de Semyón, pero las lágrimas me impedían verle.
Después el teniente nos ordenó formar una fila. Formamos una fila por el orden “firmes”.
El instructor político Revyakin salió a la cabecera de los muertos. En vez del discurso fúnebre, simplemente dijo:
- Ellos perecieron defendiendo Moscú...
Y acompañados por la salva triple les bajamos en la tierra...
En aquellos días en la batalla por Rostov nacía nuestra primera victoria en el sur. Bajo la presión desde sur, norte y este comenzó la primera retirada grande de los alemanes, la primera fuga de los hitlerianos.
Ya sabíamos de los informes de Buró de Noticias que una gran batalla tenía lugar en nuestra frente. Varias noches sucesivas vimos el resplandor y los fogonazos de las explosiones temblorosas en el horizonte. Oimos un nuevo zumbido en nuestra frente, como un estruendo del trueno de los timbales gigantes, - el sonido de los estallidos de “katyusha”, que hasta aquel momento, sólo habíamos conocido de los relatos de los soldados que habían llegado de otro frente.
Y luego vino la noche oscura, decisiva, la noche de odio. Para nosotros su tormenta era el más cierto encumbramiento, ella llevaba muerte a los enemigos.
De este a oeste algo corrió como un huracán de ira y rabia. En la oscuridad, por el hielo fino, hundiendo y saliendo a la superficie, nuestra infantería se trasladaba desde aquella orilla, a veces estando hasta el pecho en el agua helada de noviembre que quemaba.
De repente en medio de la noche en el centro de la ciudad resonó la exclamación rusa “¡hurra!” y las calles se quedaron inundadas con la corriente continua incontrolable.
Por las carreteras a la ciudad corría el río de los sables desnudos de nuestra caballería. Bajo la luz de los cohetes sígnales resplandecieron sus láminas de acero como relámpagos.
Junto con todo el país hemos esperado aquella hora alegre durante cinco meses largos. ¿Cuántos camaradas y amigos nuestros han caído en las líneas de defensa que se movían sólo en una dirección - más y más hacia el este... Querían vivir tanto hasta el momento de la victoria...
¡Y cómo fácilmente te llevan tus pies por la noche así! ¡Qué justo es el ojo de soldado, qué fuerte y firme es la mano! ¡Cómo te aplasta el espasmo de las lágrimas de alegría por causa de los miles de gritos “¡Hurra!”
Ellos vuelan a través de la ciudad – los sables de caballería brillan a la luz de los cohetes. Las bayonetas implacables se mueven con amenaza rápidamente en las manos de la infantería avanzando.
Bajo un golpe repentino y poderoso desde el sur dejan las afueras del sur de la ciudad y se mueven a todo correr a los suburbios del norte... Pero desde el norte ellos están golpeados también. Les echan fuera y golpean, y aquellos se apresuran locamente de nuevo al sur, donde la muerte segura que les espera en las bayonetas.
Así que durante una tormenta de montaña de otoño las manadas de caballos, espantosos y perturbados, pasan muy de prisa, chocando y presionando uno al otro en los caminos estrechos, tropezando con una roca, rehuyen de miedo, se deslizan por el precipicio y caen en abismo...
Lo mismo sucedió aquella noche con los alemanes en Rostov. Ellos pensaron ya que se establecieron allí para todo el invierno, - y de repente irrumpió el huracán... Dejando coches en los patios de sus estados mayores, ellos huían. Tropezados uno con el otro, tumbados, enganchándose con las ruedas, con los motores rotos, los coches y camiones, armas y carros destrozados estaban puestos y tumbados en las calles y plazas...
Y en el fragor de los disparos, en el fuego de las explosiones de los proyectiles, el rugido de los motores el incesante "hurra" se estaba extendiendo más y más ancho, como el mar.
La parte de nuestra sección estaba también en aquella victoria. No siempre tendríamos que vigilar los puentes. En aquella posición una sección sencilla de los tiradores compuesto de los hombres jóvenes nos sustituyó, ellos habían llegado de algún lugar de la retaguardia y nunca habían estado en ningún combate.
Teniente Miroschnik me llamó y me dio instrucciones para entrar en la ciudad y explorar las calles de los suburbios del sur.
Salimos por la tarde, arrastrábamos por las afueras, escalábamos las vallas, sumergíamos en algunas brechas, examinábamos los patios y nos asomábamos a la calle - todo estaba oscuro y desierto. En un lugar estaba una tranvía volcada, inmediatamente cerca de ella, extendiendo las manos sobre el pavimento, estaba tumbado el tranviario fusilado. Un par de veces nos hemos encontrado con las patrullas hoscas de los alemanes. Volodya aguzó el oído y dijo que estaban hablando del frío. ¿Acaso hacía frío? ¡Si llegarían a algún lugar nuestro, el de Kustanai!
Entramos en la ciudad ocupada por los fascistas, a la distancia no menos de un kilómetro. La pequeña plaza de la iglesia estaba bloqueada a través de la calle por una barricada, que se elevaba como una montaña negra entre las casas. Nos arrastramos muy pegado a ella y escuchábamos durante mucho tiempo. Desde el otro lado un coche de pasajeros llegó a la barricada. Alguien apareció a su encuentro, informó. Volodya me empujó, y acompañados con el sonido del coche que se alejaba, nos arrastramos hasta la puerta más cercana.
- E la barricada hay tres ametralladoras y diez soldados, - dijo Volodya, comunicándome el sentido del informe de un soldado.
Le dejé observar, y me apresuré a volver, poniendo a mis exploradores por el camino.
Teniente Miroschnik esperaba mi regreso. Los comandantes de otras escuadras ya se habían reunido allí. Ellos exploraron las calles vecinas de la ciudad junto conmigo e informaron al comandante de la sección sobre la situación. Tan pronto como yo pude informarle de mis resultados, en el blindaje del teniente entró el comandante del regimiento, y después entró también el mismo coronel.
- Bueno, Sartaléyev, ¿qué noticias ha llevado Usted? - me preguntó él.
- Buenas noticias, camarada coronel. Mis combatientes se encuentran a un kilómetro a lo largo de la calle.
- ¡Buenas noticias! - aprobó el coronel.
Nos dejaron ir. La administración se quedó en el blindaje del comandante de la sección.
Al ver muchas personas, pasando por el hielo, me di cuenta de todo: aquella misma iríamos a volver a Rostov... Quisiera gritar “hurra”. Pero las personas se movían sin decir palabra, el silencio permanecía, y nadie la rompía. Sólo desde el flanco derecho no cesaba obstinadamente el fuego de ametralladora y las minas estallaban ocasionalmente.
El batallón o tal vez regimiento que se había pasado estaba situado justo debajo de la orilla... Se oían las voces sordas y apagadas, los gritos de los separados “Conversaciones!” En la oscuridad, oí el habla kazajo natal y me puse a buscar a mis compatriotas, pero en aquel momento la voz alta del teniente Miróshnik me llamó.
Una vez más, nos arrastrábamos y pasábamos por el mismo camino recorrido por la exploración. Permanecía el mismo silencio, pero ya sabíamos que detrás de nosotros en aquel tiempo estaba moviéndonosendo un batallón, quizás seguido por un regimiento o división...
En el lugar designado me recibió Ushakov, que había sido dejado allí para observar, me apretó la mano, comunicando que todo estaba bien y que podíamos seguir adelante.
Dejamos la sección de cabeza en una emboscada a cincuenta pasos de la barricada. Nuestro teniente atravesaba conmigo, hombro al hombro. Volodya se alejó de la pared a nuestro encuentro y nos comunicó susurrando que una escuadra de soldados acabó de llegar como un refuerzo a la barricada.
Nos arrastramos, apoyándonos con las manos en morrillos helados del pavimento, y toda nuestra escuadra se tumbó debajo de algunos barriles de hierro y coches volcados.
- ¡Tira! – se oyó la orden de Miróshnik.
Cada uno de nosotros tiró dos granadas en el otro lado de la barricada. Después saltamos encima de barriles. El alambre espinoso me clavó la mano y la pierna, y me arrancó la pierna del pantalón, pero ya nos habíamos lanzado a los ametralladoristas fascistas. Cientos de combatientes corrían allá, a la barricada, detrás de nosotros desde la oscuridad de la calle. Sin detenerse, ellos subían a la barricada, se extendían por la plaza y ocupaban las casas. A lo largo de las calles se explosionaban las granadas y crujían las ametralladoras. Los sonidos de la batalla golpearon por la noche...
Me parecía que yo ni siquiera oía cómo se intensificaba la batalla. Ella se hervía en toda la parte sur de la ciudad. Se burbujeaba y se extendía con el poderoso grito de victoria. En las calles las minas caían y los proyectiles estallaban... Los fascistas mantenían en su poder el centro de la ciudad, nos disparando abundantemente de las ametralladoras. De repente, de la retaguardia se oyó el estruendo de los tanques a lo largo de las calles.
- ¡Granadas! – grité yo. – ¡Los tanques van desde retaguardia!
- Silencio, Sartaléyev – me paró el teniente Es que van los nuestros.
”Tal vez, son “los de Stalingrado "- pensé yo y recordé a Zónin.
Sin prestar atención a las minas que se explotaban, a las explosiones frecuentes de los proyectiles y el fuego de las ametralladoras, los tanques sumergieron audazmente en las calles oscuras de la ciudad, perforando el paso a la infantería, rompiendo escombros y derribando el alambre espinoso.
Amanece. Las unidades avanzadas están luchando por ahí, detrás de las casas, detrás de los jardines, bulevares, detrás de lalínea de las calles de la ciudad.
Alguien grita al oído que nuestras unidades han empezado también el ataque del norte y los alemanes están huyendo, dejando sus armas.
”Los alemanes están huyendo” – qué divertido es escuchar estas palabras...
Vemos un edificio alto, sobre el techo del que una bandera grande de los alemanes, con tarántula negro y siniestre, extendiendo sus patas, trepita lúgubre y deteriamente... Las horcas en la plaza y cadáveres mutilados de los soviéticos en las calles es su cosa vil...
Como reacción a los poderosos sonidos retumbantes de nuestro “hurra” las cabezas se asoman de las ventanas rotas de las casas. Los residentes salen a las calles, se meten a nosotros, pero los combatientes no tienen tiempo para detenerse. El viento de victoria nos lleva más adelante - para atacar al enemigo, vencerle, aplastar y borrarle de la faz de la tierra.
Ya está volando, volando la caballería... Ya sobre los tejados los aviones están arrastrándose pesadamente al oeste... La mañana ya nos permite ver las cargas de bombas colgadas por debajo de los fuselajes. Lo tirarár en medio de los coches y soldados fascistas que se retiran por las carreteras.
Alguien ha subido ya, antes que nosotros, al techo de un edificio alto, y de allí a nuestros pies, la isla abajo, vuela la bandera fascista con una tarántula negra, y en su lugar se alza la bandera soviética roja. Como si a causa de eso se aclarará más rápido. El viento del este quita una cortina de nube para un momento, y un rayo de sol ilumina orgullosamente la bandera soviética. Ella se ha dado al oeste, indicándonos el camino de la persecución.
Sacudiendo las calles y casas con el paso pesado de acero, una columna de tanques retumbantes pasa del este. Ella perseguirá y aplastará al enemigo que busca salvación... ¡Aquí están también nuestros coches natales, los coches de guerra, llevando la muerte a los invasores!..
Corrimos todo el camino Desde algún callejón un chico en las botas de fieltro grandes, que, por supuesto, no son las suyas, corre hacia nosotros por el atajo. Por la manera con que él agita su sombrero, no es difícil de entender que está todo lleno de felicidad. Él nos debe decir algo muy importante y urgente. Toda su apariencia que expresa demanda y valentía lo grita:
- ¡A la fábrica! ¡Id a nuestra fábrica, camaradas. Ellos están allí... ¡Hay un montón de ellos! - ahogado con su emoción feliz comunica él, como si en algún lugar en el bosque haya encontrado una gran cantidad de setas y bayas... Por supuesto, lo más importante para él es lo que él había visto con sus propios ojos. – Mi padre me ha enviado. Él está allí custodiándoles ahora...
- ¡Oh, si tu padre les está custodiando, ellos no se irán! – ha dicho Volodya con una sonrisa.
El muchacho le ha mirado con resentimiento y no le ha respondido...
Estos son nuestros barrios. Limpiarlos de los restos de los alemanes es nuestro asunto vital. Damos la vuelta en el callejón detrás del chico. Él va valiente. Aún no se ha detenido cuando la mina se explotó cerca.
- Aquí está nuestra fábrica, - ha indicado él.
Los edificios altos de la fábrica - carentes de ventanas y ciegos – permanecen callados. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde el momento cuando todo estaba lleno de movimiento y el zumbido de los trabajadores aquí!
- Aquí es donde se puede simplemente saltar – yendo adelante, nos propone nuestro guía pequeño, y al instante nos muestra cómo hacerlo.
Un enorme agujero está abierto por encima de la entrada principal de la fábrica. El patio está lleno de las vagonetas volcadas, algunos bultos, piezas de metal, alambre grueso, ladrillo roto.
En los rincones y cerca de las paredes de los talleres desiertos ya se ha acumulado la nieve a través de la puerta abierta y los cristales destrozados. Igual que algunos fantasmas negros, las máquinas inmóviles se alzan. Las correas de transmisión quitadas de poleas se confunden bajo nuestros pies como las boas muertas grises.
El chico nos hace una señal para que no hagamos ruido. Cerca de la columna de hormigón vemos a la persona con la apariencia característica de un obrero viejo. De bigote gris, con el ceño fruncido, en un su chaqueta negra, corta y tibia, con una granada en su mano, él nos ha asentido con la cabeza, señalando a un taller cercano a través de ventana.
Desde el fondo del taller, uno tras otro, pocos obreros se han acercado con los fusiles, con los automáticos alemanes.
- Los estamos guardando. Aquí hay dos docenas de ellos, desde el estado mayor de las SS... Todo el barrio ha sido cortado; ellos no han tenido tiempo para escapar del club de la fábrica y han corrido acá.
- ¿Cómo lo habéis conocido?
- Mi puesto estaba debajo del techo, en el desván, el del destacamento guerrillero de la fábrica... Era necesario estallar el estado mayor de los SS, el comité del partido lo encargó a nosotros, - explica el padre del mocito.
Nosotros, los exploradores, somos siete, los guerrilleros son cinco, y allí están veinte personas de SS. Les he dado a los combatientes un señal con los ojos y he cogido una granada. De pronto una granada ha aparecido en las manos de cada uno. El chico me ha mirado suplicante. En silencio le he dado un fusil a su mano y con los ojos le he indicado su sitio. De inmediato, agarrando el fusil, él se ha puesto de pie como un centinela. Su padre me ha mirado con ojos agradecidos.
Con cuidado, como si pasando por encima de los charcos, con los pasos amplios corremos de puntillas por el patio detrás del taller. Las puertas pesadas de hierro están cerradas por dentro. Durante unos momentos nos permanecemos con perplejidad. De repente, uno de los trabajadores señala arriba y sin ningún sonido, sólo con labios, susurra algo a sus compañeros. Aquellos se han animado. Dejando a los guardias con granadas a la puerta, subimos tranquilamente al tercer piso por las escaleras de incendio, y luego bajamos por la escalera interior, oscura y estrecha. Desde aquí podemos oír las voces.
Los alemanes se sienten sitiados y se preparan para la defensa. Se han colocado ametralladoras a las ventanas. Han asegurado la puerta de hierro, ante la cual hemos dejado a los guardias, con una máquina dentro. Ocasionalmente se cambian de una o dos palabras y vuelven a callar, escuchando la ciudad. No sospechan nuestra presencia, pero nosotros no sólo les oimos, sino les vemos a través de los agujeros para las transmisiones hechas en el suelo. A ninguno de ellos no le llega el pensamiento sobre el levantar de los ojos al techo, es que nos podríamos encontrar con las miradas.
Pruebo el diámetro de la granada – si sea conveniente para el agujero. Volodya ocupa el paso a las escaleras al primer piso. Él está detrás de la puerta en un rincón, sosteniendo el automático preparado.
En el suelo de cemento hay cuatro agujeros. Ellos no son grandes, pero al mismo tiempo se puede lanzar dos granadas. Lanzamos abajo cuatro de ellas a la vez, y de nuevo – las cuatro... Debajo se oyen los gritos y gemidos desesperados y embrutecidos. Alguien grita salvajemente:
- ¡Caput!
Volodya baja por las escaleras, sosteniendo una ametralladora preparada en la mano. Le seguimos. En la sala inferior aproximadamente una docena de fascistas permanece inmóvil, casi todo el resto resultan heridos. Gimiendo, levantan las manos arriba. Patéticos, suplicantes, piden gracia.
- ¡Hítler caput! - grita con una emoción especial uno de los hitlerianos.
Por supuesto, él entiende que todavía están lejos del “capút” de Hítler, pero todo su ser renuncia a su führer para quedarse vivo...
A los presos les han dado señales de que empujen la máquina que apoya la puerta entreabierta, ellos han cumplido la exigencia con mucho gusto.
- ¡Llévales! – ordené yo.
Ellos mismos se pusieron en parejas. Tres de ellos no podían levantarse.
- Luego invitad a los sanitarios, - le dije a los trabajadores, - ¡Pero ahora recoged el arma! ¡Rebuscad el sitio!
Yo mismo empecé a rebuscar, y de repente alguien me empujó en el pecho como si con un golpe de un taco de billar... Todo el taller se alborotó ante mis ojos, y me caí. Pero mientras caía, yo vi la cabeza de la serpiente de anteojos que estaba escondida detrás de una mole de la máquina de acero. Después oí el fuego de ametralladora... Yo endendí que Volodya o Petya mataron al reptil.
Me levantaron. Me senté, apoyado en el hombro del obrero viejo. Él apoyaba mi espalda con su mano. Apoyándose con las manos en sus rodillas frente a mí estaba nuestro guía – el mocito. Él me miraba a los ojos desde abajo con una mirada de compasión. Él me quería preguntar: “¿Tío, te duele?”
Obviamente, para consolarme, Volodya sacó de un rincón a un oficial matado de las SS, con gafas, en mal estado, de pelo amarillo, con el cuello fino, y le arrojó cerca de un montón de las virutas de hierro.
Le miré con curiosidad a su enemigo - ¿quién era? ¿Capitán de las SS?
Cerca de mí pusieron la tienda de campaña. Los chicos me llevaron y me echaron cautelosamente... Yo guardaba silencio... Yo guardaba silencio durante todo el tiempo aunque veía lo todo... Pero mi vista se hacía nebulosa con cada segundo que pasaba, y en mis oídos como si estuviera la lana. Me parecía oír las palabras, pero ellas flotaban de alguna manera, y yo no podía comprender su significado...
Volodya me miraba a la cara y movía los labios, pero ya no oía nada su voz, aunque trataba de mirar y mantener la conciencia. Hay algo también que yo le quería decir a Volodya. Quería decir algo necesario y muy amable, y al reunir todos los pensamientos, todas las fuerzas, le dije:
- Toma el mando...
Cuando me levantaron para llevar, de repente yo quise mirar una vez más al hombre que me había disparado. Él ya estaba tumbado, volviendo la espalda a mí, con el rostro enterrado en un montón de nieve, su guerrera corta se subió hacia arriba, su camisa se levantó, y a su espalda flaca el viento amontonaba la menuda nieve fría...
Me llevan... Oigo el ruido metálico de las orugas de los tanques. Todavía están pasando los “de Stalingrado”. Quisiera decirles a los tanquistas de la muerte de Semyón... Tal vez, le conocieran muchas personas all – él era tan grande y bueno.
Todavía me están llevando. Los aviones vuelan a lo largo de la calle por encima de nosotros.
Estos son similares a los de transporte, igual que aquel de que saltábamos con paraguas. Tal vez su piloto sea Sheguén. ¿Cómo puede saber él que yo veo su avión?..
Sí, durante estos meses, querido Sheguén, he acumulado muchas cosas. Se podría hablar de muchas cosas, camarada capitán. No, yo no sería confuso y silencioso ahora... Creo que soy tu amigo digno...
Dolor en el pecho se hace más agudo. Quiero decir a mis compañeros de lo todo, de qué hablábamos tan poco... No nos dábamos cuenta, pero aquello era lo más importante... ¿Qué era lo más importante?.. ¡Acabo de pensar en algo tan importante! Y lo he perdido... Se me ha olvidado...
Como en un sueño, oigo la voz de una mujer:
- Grave... al coche, al hospital de evacuación... Urgente ... ¿Quién está herido? ¿Tal vez, Volodya? ¡Un chico descuidado, caliente!.. ¿Pero, cómo no lo he vigilado? ¿Adónde le envían ahora? Es que es necesario tomar la dirección...
- Tú, Kostya, mira, asegúrese de que te envíen de nuevo a nosotros, - dice Revjakin.
Akbota en un vestido blanco toma suavemente mi mano, me sostiene más alto que la mano. Cierro los ojos. Quiero volver a abrirlos, quiero preguntar algo, pero un entramado de voces ahoga mi balbuceo - alguien está herido, alguien debe ser enviado. Mis pensamientos se han hecho algo cortos también, están moviendo a tirones... incluso los veo saltando: “Dirección... Volodya... Semyón... Akbota...”
- Hitler no estará en Moscú. Nosotros le rompimos el desfile - está seguro.
Yo sé que Revyákin lo ha dicho. Siempre habla corto y firme.
"¡Nunca! ¡Nunca estará! "- quiero gritar, pero siento que no tengo la voz.
Oigo la ventisca aullando sobre Rostov. Oigo y veo cómo la ventisca produce aullidos y da vueltas sobre Moscú... Pero aquí, enterrado con la cara en la nieve está tumbado él de las SS Hitlerianas. Viento fuerte revuelve su pelo de paja y, soplando su corta camisa levantada, acumula en su flaca espalda la fría nieve fina...
TERCERA PARTE
I
- ¡Karagandá! - anunció el conductor del vagón, que extendía todas las cuatro “a” encerradas en aquella palabra melodiosa. - ¡Así que estéis en casa! ¿Pues, te van a recibir los parientes? – ya se dirigió directamente a mí.
¡En casa!.. “Casa” en mi comprensión es tan vasta que en el área de Karagandá a Gúryev se puede posicionar libremente dos países como Francia o una docena de Suiza y Bélgica, y tal cosa, como el “estado” de Luxemburgo, cabría fácilmente en los pastos de verano de dos o tres koljoses de la estepa. Desde París o Londres a Berlín es mucho más cerca de lo que es de Gúryev a Karagandá.
La inmensidad de nuestros espacios kazajos, por lo visto, pasó por manteca también a los del hospital de evacuación quienes querían enviarme a una cura más cerca de mi casa, de mis familiares y parientes. Sus buenas intenciones me llevaron a Karagandá en vez de Gúryev.
En nuestro escalón habían kazajos y siberianos, y los que no podían ser enviados a sus regiones, capturadas en aquel tiempo por los fascistas. Yo noté las ideas muy vagas e indeterminadas sobre Kazajstán en los los que nunca habían estado en él. Sobre aquel tema habían interminables conversaciones durante todo el tiempo, tan pronto como pasamos Oremburgo.
El estudiante-geológo Grishin, herido en la pierna, está convencido de que el corriente de aire eterno sigue soplando en nuestras estepas y, como si fuera para no coger un resfriado, él de vez en cuando sube a su barbilla el capote cubierto sobre la manta de franela gris. Y a la ventana del vagón, como si a propósito, la tormenta de pelos de erizo está batiendo todos los días enteros, confirmando las ideas de Grishin sobre Kazajstán, y él se encoja de frío y pide al conductor que caliente mejor...
Es difícil todavía argumentar para mí. El habla fuerte y emocionante provoca mi tos dolorosa, y yo no le puedo decir que casi la misma tormenta torcía en Rostov aquel día cuando yo era herido.
El otro soldado con la cabeza vendada está pensando en Kazajstán, pero no como en un país del sol. Parece que está pensando que no tenemos un sol, sino varios a la vez – así él quiere calentarse en todos estos soles, asarse suficiente para expulsar el frío de las trincheras congeladas, que sigue estando en él sin abandonar.
- Y ahora están sembrando en nuestros lugares, cerca de Chimkent, – le replica a Grishin el cuarto vecino, un koljosiano del Kazajstán de Sur.
- ¿Están sembrando? ¿En febrero?
- Están sembrando... Ya durante dos semanitas, tal vez...
Detrás de las ventanas del vagón toca una orquesta. La delegación de la “carbonera kazaja” que recibe nuestro escalón, entra en el vagón. Un kazajo joven, fornido, de estatura mediana, obviamente, encabeza diversas organizaciones de Karagandá - en su discurso de bienvenida las palabras “comité regional” han sonado repetidamente. Detrás de él está una mujer joven de Kazajstán, en un abrigo negro con el cuello de caracul. Su cara ovalada, morena y suave se ha enrojecido del hielo. Muy a menudo sus ojos marrones vivos cambian su expresión, se estallan también rápidamente con una sonrisa, igual que se cubren con tristeza o se brillan con alarma. Ella mira atentamente a cada uno de nosotros, quien tiene la cabeza vendada y cuyas características no se puede conocer de inmediato. Sus ojos marrones se hacen más húmedas y apelan a cada uno con la misma pregunta: “¿Por qué eres tú y no es él?”
Por supuesto, ella recibe no sólo a nosotros. Ella no pierde esperanza de encontrar entre nosotros al quién le importa tanto...
Sí, querida, ¡no le vamos a ver a alguien, no le encontraremos! ¡Que le consolen y le ayuden a vivir sus hazañas honestas, el orgullo de su heroísmo, la memoria sagrada del aquel quien fue el padre de sus hijos y un hijo fiel de nuestra gran Patria. Por sus ojos se puede ver que Usted no quiere que soportar esta pérdida, Usted le está esperando, le está buscando en cada escalón. Deseo de todo mi corazón que le encuentre a pesar de todo...
- Es tu jefe, - nos presentó a ella el representante del comité regional.- Ella está ocupada del mando de cultura en la región, camarada Kulyái Daniyálova.
Una vez en la plataforma, cuando nos llevaban en los coches, sentimos el respiro de la ciudad de medio millón. Como las cadenas de las colinas altas desplazadas estrechamente, los vaciladeros se alzaban encima de las minas que se encontraban cerca, una de la otra. En aquel tiempo, por la noche, ellos se brillaban con miles de luces azuladas, guiñándose con los fuegos de la ciudad. Con aquello parecía que la ciudad se encontraba en muchas colinas y en los desfiladeros entre ellas...
- ¿Qué es? ¿Acaso está Karagandá en las montañas? - me preguntó Grishin sorprendido.
- No. Las montañas fueron construidas para la protección contra corrientes de aire, – dije yo.
Daniyálova que nos acompañaba empezó a explicarle voluntariamente que aquellos eran los vaciladeros de las rocas arrojadas, donde sucedía la inflamación espontánea de las partículas finas de carbón.
- ¡Cómo no lo entendí yo mismo, qué tosco! – se reprochó Grishin en voz alta.
- ¿Y cuál es su especialidad? - la mujer le preguntó con precaución.
-¿La mía?..- Grishin se quedó confuso. Después de meter la pata con vaciladeros, le daba vergüenza llamarse a sí mismo un geólogo, y vagándose, como si pidiendo disculpas, contestó: - Pero yo todavía soy... un estudiante...
Los coches se pararon cerca de un edificio grande en Karagandá nueva. Nos alegraba que la ciudad estaba iluminada fuertemente como en los tiempos de paz. Ninguno de nosotros esperaba ver allí, en la estepa, una ciudad tan enorme - incluso yo. Uno de los estudiantes de nuestra comuna para los niños, el hijo de un minero fallecido, me relataba de Karagandá. Pero la conocía como hubo hace diez años, pero según nuestra aritmética soviética diez años eran dos quinquenios y medio, cada uno de los cuales equivale a cien años de los tiempo del rey. Por supuesto, durante el período de dos siglos y medio las nuevas ciudades se alzan en los sitios de las chabolitas de asentamientos... Caminando fácil a través de los siglos, la gente de la estepa, como mi madre, construían aquella ciudad para mucho tiempo, la construían para si mismos, para su país soviético.
- No es peor que los barrios centrales de Moscú, - admitió Grishin.
- ¿No le molesta corriente de aire? - le pregunté.
Nos fluimos por los pisos y pasillos anchos del hospital situado en un edificio nuevo, uno – sobre una camilla, los otros - con muletas, los terceros – apoyándose en las manos cuidadosas y fuertes de las hermanas.
Nuestro grupo obtuvo la Sala Sexta, y cada uno comenzó a recordar algo la “Sala número 6” de Chéjov. Pero entre aquellas salas había no sólo el tiempo, sino también su contenido, diferente en espíritu y significado.
La sala era acogedora. En el centro se encontraba atentamente una mesa cubierta de un mantel de una manera de casa, decorada con flores en macetas. Las lámparas estaban con las pantallas mates suaves, las voces de las hermanas eran cariñosas, sus movimientos eran ligeras y jóvenes, y todo aquello nos dio calor y tranquilidad.
Por la mañana, después de la visitación de los médicos, nuestra “jefe” Kulyái la que alteramos rápidamente en Gulya. Ella preguntó quién y qué carecía, entonces empezó a preguntar a cada uno de qué frente era. Por la forma en que ella estaba interesada en Ucrania, especialmente Kharkiv, me di cuenta de que él a quien ella había perdido, había luchado contra los alemanes en algún lugar en la tierra ucraniana.
- Después de todo, ¿pueden surgir errores en las notificaciones? – sin poder retenerse, preguntó ella.
- ¡Bueno, aún así, un montón! - Grishin y yo decimos a la vez y de manera tan convincente, como si ya acabamos de experimentar el mismo error.
Pero yo sabía que en la notificación sobre Zonin, por ejemplo, no sería una falta, por desgracia...
Queríamos que aquella mujer, muy joven todavía, nos creyera y viviera con una esperanza. Y todos nosotros, cada uno según sus capacidades, le decíamos con qué facilidad una persona podía obtener problemas y, a veces salía de el, ni siquiera tocada con una bala (entendíamos que era más seguro hablar de las balas, que de proyectiles y bombas aéreas).
La respiración grave de la guerra se sentía también allí, en la retaguardia profunda. La mujer de un solo golpe de sus pestañas espesas, aunque no muy largas, quitó la tristeza de sus ojos y se puso seria y diligente.
- ¿Quién necesita, compañeros, escribir una carta a casa a sus amigos, al frente? – preguntó ella.
Estaba claro que no eramos los primeros quien pasaba por sus manos pequeñas.
La bala del de las SS me pegó y pasó oblicuamente a través del pecho y se alojó en el omóplato. Todavía yo tenía que estar acostado quieto, y no podía escribir sin ayuda. Lo quería o no, yo confíaba mis cartas a otras personas.
Mi primera carta fue dirigida a Volodya Tolstov. Le relaté dónde estaba, y le pedí que recurriera a Revyákin para que después de la recuperación él me ayudara a volver a mi unidad.
Escribíamos la segunda carta durante mucho tiempo, pero no pudimos terminarla. Fue dirigida a mi madre, pero a veces hacía vuelta evidente a alguna otra dirección: era necesario clarificar finalmente que pasaba con Akbota, pero mi lengua no era capaz de pronunciar su nombre delante de otra mujer, que, como me parecía a mí, estaba observando cuidadosamente cada doblo ingenioso de mis pensamientos. Las mujeres entendían unas cosas mucho más rápido y más profundo que los hombres. La mirada de Gulya animaba e insistía inocentemente: “Bueno, llámala. No hay nada malo en eso... Bueno, lámala, y yo encontraré para ella las palabras más cariñosas y cordiales...”
Aquel caso terminó con el hecho de que escribimos un telegrama a mi madre: “Estoy curando hospital Karagandá Venid Kostya”. Cuando Gulya escribió “venid”, ella me miró con una astucia sutil, pero yo sobreviví aún...
El resto de los compañeros escribían independientemente y, por supuesto, sonreían, viendo mis dificultades.
Un koljosiano del Kazajstán de Sur, Aben, ya de mediana edad, un ovejero antes de la guerra, y en aquel tiempo un combatiente ordinatio, era un poco ingenuo e incapaz de ocultar su confusión.
- ¿Puedo escribir “linda” a mi mujer? – se dirigió hacia mí.
- ¿Por qué no puedes? ¿Y a quién más se puede nombrar con tales palabras? - intervino rápidamente Gulya.
Por supuesto, Aben le amaba a su esposa, pero él, al igual que todos los kazajos, no estaba acostumbrado a nombrarla a su esposa “linda”. “Karagím katin” (sonaba como “mujer linda”), ¡divertido y torpe!.. Él permabecía sentado durante mucho tiempo, pensando, y al encontrar finalmente una salida, compartió su hallazgo con todos:
- ¡Lo he escrito! Bueno, escuchad: ¡Linda Batnya!
Para él aquella cosa fue un gran descubrimiento, escribió la palabra, que perforó la corteza de los siglos de las relaciones habituales pertenecidas al sistema de los bais y esclavos que se hubieron ido ya. ¡Era un gran hallazgo, en efecto!..
Pero nuestra preocupación común, concluida en la palabra “guerra” no podía dejarnos para un período largo.
Gulya nos lee los informes desde los frentes y la retaguardia. Las cosas van bastante bien. Ofensiva alemana a Moscú ya ha recibido el nombre de “La derrota de los hitlerianos cerca de Moscú”. La guerra se había empujado hacia atrás bajo nuestro poderoso golpe, pero todavía no había ido al oeste de nuevo.
Un periódico en el hospital era un invitado constante y favorito, y fervientemente discutimos todo lo que había pasado en los frentes últimamente, y en particular lo que había pasado cerca de Moscú.
- ¡Esto es el comienzo de la caída del imperio fascista! - concluyó solemnemente Vasya Grishin y, avergonzado, se recuperó: - ¡Hitler empezó a diñarla, es cierto!
- - Un perro nunca morirá a ojos vistos... Se irá a su casa a morir. ¡Así que corrirá, con la lengua sacada! ¡Y yo después de él!- exclamó calurosamente Aben que estaba dispuesto a ver un propósito práctico.
- ¿Y para qué corrirás tú? – se quedó Grishin sorprendido.
- ¡Alcanzar! ¡Es imposible saltarle! Es tenaz como una serpiente, hay que acabar con él!..
Con curiosidad, mezclada con una ansiedad, yo esperaba que Gulya diría de aquellos eventos. ¿Qué dirá esta kazaja joven? ¿Si puede evaluar el sentido de la derrota fascista cerca de Moscú en toda su profundidad histórica? ¿O será limitada con la victoria y reemplazará un pensamiento serio con una sonrisa encantadora?
No, pensamiento de Gulya funcionaba bien, y en su pecho se estremecía el corazón caliente de la hija de su Patria. Ella sentía a su manera los acontecimientos que sacudían el mundo.
El desprecio del pueblo libre e invencible sonó en sus palabras, cuando ella empezó a hablar sobre los que abrían traicionamente las puertas de las capitales europeas ante Hitler.
- ¡Y la vergüenza no les ha estrangulado cuando, cayendo de rodillas, ellos lamían sus botas!.. Por lo visto, tenemos diferentes interpretaciones de la palabra “orgullo” y “honor”.
Suavemente y silenciosamente se mudó a otra imagen. Entre las olas rugientes una roca poderosa se encontraba firmemente. Las olas chocando, se recuperaban de aquella fortaleza, cuyo nombre era Moscú. La bandera del comunismo estaba volando sobre ella, y por aquella cosa no se podía conquistarla.
Y de repente, volviéndose a Grishin, le preguntó:
- ¿Y por qué ha cambiado tanto sus primeras palabras Usted? Me parece que ha dicho exacto: “!El comienzo del colapso de la imperia fascista!”
- Puede ser - vaciló Grishin,-, pero me ha parecido que es un poco pomposamente...
- Pomposamente, pero correcto... Ya no tienen ningún lugar para irse de una derrota. Una grieta ha aparecido, un campo fascista está rompiéndose...
Todos nosotros sabíamos por delante estaban los días y meses duros de la guerra difícil y terrible Nos dimos cuenta de lo que con qué enemigo fuerte la historia nos había hecho tropezar, pero también sabíamos que la derrota cerca de Moscú ya había causado la descomposición de aquellas hordas de diferentes idiomas.
Gulya y Vasya Grishin repitían lo que había sido la cosa de seguridad para nuestro país ya durante mucho tiempo. Y, por supuesto, todos nosotros aprobamos por unanimidad aquella fórmula: “la derrota cerca de Moscú es el comienzo del colapso de fascismo”.
En la retaguardia observan bien todos los eventos. Aquí ya saben que Hitler quería que las ofensas contra nuestro país y nuestra capital fueran inmortalizadas mediante un monumento. Él llevaba consigo una columna de mármol de la altura de diecisiete metros con las vetas de color plata y verde, para izarla en Moscú en honor de la victoria del reino de las fieras del fascismo sobre el país de las grandes esperanzas de toda la humanidad.
Él tenía también un regalo reservado para nosotros, los kazajos. En la cola de su convoy el bandido descarado dio lugar al Khan Chokaev, el ex коканд-скому, para ponerlo sobre el cuello del pueblo kazajo cuando Kazajstán se convertiría en una colonia de los banqueros “arios”. Ël espera que el “khan” podría humillar a los que habían olvidado la obediencia servil de los “asiáticos” y ya habían desacostumbrado del yugo.
Los informes de retaguardia nos agradaban también: la retaguardia soviética daba a la frente no sólo lo que poseía antes de la guerra, pero lo que, según los planes de los tiempos de paz ten´dría que nacer en nuestro país sólo unos pocos años más tarde. La gente hacía cosas que parecían imposibles.
- La capacidad de producción de cada hora en Karagandá se ha triplicado, - nos informa Gulya.
Y nosotros comprendemos que cuando estábamos combatiendo en la frente, aquí la gente tampoco tenía piedad de sí misma para ganar victoria.
Mientras pasan lista de las sirenas de las fábricas y minas de Karagandá, oimos la estricta orden de nuestra Patria. Las palabras sencillas de Gulya nos revelan las riquezas de la región, los días y las noches del trabajo humano implacable como las páginas de un libro grande. Esta pequeña mujer kazaja puede hablar de Karagandá tanto que la vida intensa y complicada de la carbonera de toda la Unión Soviética se ve muy detalladamente a nosotros.
Gulya no debilita su trabajo encomendado a ella por el partido en este momento difícil; pues, los temas culturales no son relegados a segundo plano por la guerra. La gente tiene que aprender a entender muchas cosas, y esta mujer sencilla, joven y bonita, forma el curso para conocerlas. Sin embargo, casi cada día ella tiene tiempo para llegar también a vernos, por lo menos.
- Vivo muy cerca de aquí -, explica ella, cuando alguien, al ver su fatiga, dice que sería mejor si ella durmiera y no gastara su tiempo para preocuparse de nosotros., - y yo vengo para visitaros por el camino a casa...
Sobre todo, Grishin ha tomado afecto a ella. Él le hace preguntas a ella, como si ella fuera alguna ejecutiva de negocios a gran escala o un profesor de geología.
- ¿Y han asimilado ya todas aquellas riquezas?
- ¡Bueno, todavía no, no todas! –responde ella con indulgencia. – Es que nuestra estepa parece monótona a primera vista, ¡pero en realidad hay tanta variedad! Los geólogos todavía tienen que trabajar mucho...
- ¿Y trabajan ellos? – la pregunta Grishin con indigencia e impaciencia.
- Claro. Pero es imposible estudiarlo todo a la vez.
¿De qué está preocupándose Grishin? ¿Ya sea que ante sus ojos hayan aparecido los espacios vastos para el trabajo, los misterios geológicos, cuya divulgación es muy tentador para cualquier geólogo, ya sea una kazaja pequeña se oriente tan libremente sobre los secretos más íntimos de su país natal?
De repente Gulya añade:
- Usted, siendo un geólogo, debe haber oído sobre la carta del capitalista inglés Leslie Urquhart al gobierno soviético. Él ha pedido permiso de “escarbar” precisamente en estas estepas. Según él, nosotros mismos podríamos llegar a estos recursos no antes que dentro de cincuenta y hasta cien años...
Grishin se vuelve hacia mí con tanta expresión como si yo haya ocultado de él todas estas cosas. Yo no he podido resistir. El orgullo por Kazajstán natal me alza.
- Bueno, ¿qué tal? – he preguntado triunfalmente yo, sin pensar qué significa la mía: “¿Qué tal?”
Pero Grishin me ha entendido.
- ¡Increíble!
- ‘Está bien! Tal vez después de la guerra tendrías ganas de venir acá...
- ¡Qué más da! ¡Precisamente para mí se encontrará el trabajo aquí! Serán necesarias tantas personas aquí...
Por alguna razón, inmediatamente después de eso, él me ha empezado a llamar Kostya, y yo he empezado a llamarle Vasya.
II
Durante los últimos días, las cosas iban muy diferentede lo que esperaba y confiaba. Las aflicciones caían sobre mí, una tras otra. Por alguna razón, a los desagrados no les gustaba caminar a solas. El tercero trata de engancharse con los dos. Yo estaba esperando con interés la tercera.
Akbota que me escribía tres veces al día que llegaría a verme, no ha llegado. Yo llevaría conmigo del hospital solamente sus treinta cartas y siete telegramas que me daban alegría y felicidad del grado diferente, y el final, el octavo, que ha derribado la raíz de todas mis esperanzas y expectativas. Todo esto puede ser considerado modestamente como un fracaso.
El segundo problema me ha acontecido en mis intentos de salir lo más pronto posible del hospital. Durante varios días he tenido negociaciones con mi médico. Los he tenido en términos de bien y muy delicadamente. Antes de eso, yo era inteligente y disciplinado, un modelo de apetito sano y el mejor cantante del hospital. Me permitían gimnasia y las excursiones a la ciudad - todo era sin problemas. Pero ahora el médico ha cambiado de opinión: él sospecha que yo “estaba practicando” todo sólo para obtener el alta temprano... La gimnasia está cancelada, la medida estricta de la temperatura ha sido introducida, mi disciplina está sometida a crítica y provoca desconfianza. y lo que como por los tres, no le interesa nada. Él dice que “esto sucede”. Incluso las indicaciones de tal testigo objetivo como los rayos X, expone a duda y quiere “comprobarlo él mismo”.
Este es mi segundo fracaso. Sin embargo, yo todavía tengo prescripción para pasar la comisión. Pero, ¿quién sabe lo que decidirán allí? Mientras tanto, mi persistencia provocó el descontento de las autoridades del hospital.
Además, Vasya, que vino conmigo, Vasya Grishin, que tuvo serias complicaciones y cuya herida no pudo cerrarse, se encontró sano y mañana va a obtener el alta...
Pues, durante la guerra tan a menudo pierdes a tus amigos. Yo no quiero despedirme de Vasya. Tal vez si nos den el alta a ambos a la vez, nos enviarán a la misma unidad. Si tenemos suerte, nos volverán a mi unidad, a mis amigos viejos a los que desde hace mucho tiempo Vasya tuvo tiempo para conocer.
¡Pero tan bien iban las cosas al principio!
“Madre ha salido, llegaré obligatoriamente después de terminar cursos, - me telegrafiaba Akbota. – Enviaré carta detallada”.
Luego llegó mi mamá. Ella estaba llena de alegría, sus bolsas de alfombras tapizadas estaban repletas de diferentes cosas.
- Eso es para tí, mi potrito... Y esto es también para tí, mi corderito... Aquí tienes más, mi corvatito...
Además, yo fue convertido en cabrito y en una variedad de otras pequeñas criaturas gentiles... ¡Qué significaban para mi madre el régimen y reglamentos del hospital! Ella voló aquí como una águila, después de escuchar a través de las montañas altas y estepas vastas que su pollo había gritado de dolor.
Mi madre corrió hacia mí a la puerta principal del segundo piso del hospital, adonde yo bajé de contrabando a su encuentro. Aquello sucedió dos semanas después del momento cuando me habían sacado la bala, y yo pensé que era capaz de bajar las escaleras. Mientras hacía aquel delito, yo tenía miedo de los médicos y enfermeras, pero mi madre resultó ser la más peligrosa de todos ellos: ella se enojó que me cuidaban mal allí y me permitían salir de la cama. Ella casi me llevaba en sus brazos por las escaleras y el pasillo a la nuestra sala.
Le dije a mi madre que yo estaba sano ya, nada sentía dolor, y me mantenían allí simplemente para que yo descansara.
Pero sus ojos ya desvanecidos me miraban largo e inquisidoramente a mí. Confiaban sólo a sí mismos. Sin embargo, yo soporté aquella prueba difícil: las fuerzas realmente estaban regresando a mí con una velocidad increíble y mi costilla, rota por una bala, ya no sólo me permitía respirar, sino mover, y mi aspecto demostraba que yo estaba completamente sano.
Mamá me miraba durante largo tiempo, y después de convencerse se secó los ojos con sonriendo.
- Lo sabía, - susurró.
Las madres siempre están pensando sólo en lo bueno de sus hijos. No pueden permitirle a una desgracia superar a su bebé, y si ocurre, siempre creen sagradamente que todo lo malo pasara...
Mi madre llevó consigo el remedio más seguro para mi curación definitiva: su amor de la madre, y varias cartas de Akbota a la vez. Al parecer, tan pronto como mi madre había empezado a prepararse para el viaje, Akbota me los había escrito todos los días y los había entregado a mi madre, como a un cartero fiel. Cada carta de Akbota aún carecía de alguna palabra amable, y ella empezaba a escribir la nueva para expresarla.
Y así, estoy leyendo las cartas, y mi madre está sentada a mi lado y lee todo lo que se refleja en mi cara. Y, tal vez, ella entiende más según mi inquietud que yo mismo endiendo de la carta.
- Primero Akbota y yo te hemos tejido una camiseta de camello, y luego ella ha dicho: “Lleva esto también”. Bueno, por supuesto, ella debe saberlo mejor...
Contando sobre todas las cosas, mi madre no dice “yo”, sino “Akbota y yo”. Y ahora resulta que, Akbota “debe saber mejor” lo que necesito, y no mi madre.
Ya estábamos en primavera, y mi madre era el capataz que se ocupaba del jardín en koljós. Le enmendaron exactamente cuarenta y cuatro hectáreas. Los días de gran afluencia de siembra de primavera le esperaban a mi madre. Por lo tanto, ella no podía estar mucho tiempo allí.
- ¡Ahora estamos en tales tiempos - la guerra, mi Kayrush! – dijo ella, tan fácil y habitualmente que yo ni siquiera permaneciera sorprendido.
Todo el país daba sus fuerzas para la victoria. Por supuesto, la viuda del inválido de la guerra civil y la madre del soldado joven soldado también tenía que trabajar para nuestra victoria común. Su visitas me daban alegría. Yo sentía el calor de su caricia maternal, y no me cansaba de preguntarle acerca de mi Akbota, la que ella ya había considerado su hija. Además, mi madre no me daba tiempo para las preguntas. Todo el tiempo ella me intentaba convencer a favor del “camello blanco pequeño”, al parecer, todavía no estando muy segura de mi total acuerdo con ella sobre aquel tema complicado y delicado.
Yo no quería que ella se fuera, pero no me atreví a detenerla aún.
- Y, además, Akbota se ha quedado sola allí, - añadió mi madre. – Ella ha acabado de regresar de algunos cursos de la ciudad, hemos vivido juntas durante poco tiempo, y me he ido... Tengo que cuidarla y decirle de tí - ¡sabes cómo te espera!.. Ella ha dicho, que tan pronto como arregla sus asuntos también vendrá a verte...
Mi madre frunció suavemente la boca y me miró con curiosidad, como pidiendo mi respuesta final y directa.
- Que Akbota cuide bien de tí, mamá. Se le estoy escribiendo. Ella te lo leyerá en voz alta, - dije yo para tranquilizarla definitivamente.
Tranquilizada y avivada, la madre se fue a casa.
Cómo me gustaría regalarles a ambas las cosas más preciosas, pero un soldado no tenía nada, excepto las fotos ocasionales de color grisáceo. Sin embargo, le di lo que más quisiera obtener su corazón de madre: le confirmé mi amor a Akbota.
Pero Akbota no salió para verme. Ella no pudo venir. Ella era la jefe de la estación meteorológica regional. Y mi madre entendía que toda la vida en el koljós se pararía sin los informes meteorológicos. Parecía que ella estaba imaginando que con la sabiduría adquirida en los cursos su querida Akbota podía disponer de las lluvias, los vientos y el sol.
Dos semanas más tarde, después de la salida de mi madre, yo empecé a esperar mi nueva invitada. Ella no apareció. Esperé durante la tercera semana, un mes... Pero en vez de ella esperé la llegada de su octavo telegrama, el final, el que tenía una frase cruel e incomprensible: “No puedo”. ¿Qué sucedió?
¿Si entendía Akbota que con aquella “no puedo” suya ella revoloteó todo lo que había escrito tan apasionadamente antes? En aquel momento la misma palabra “no” suya se encontraba en frente de cada una de sus treinta y cinco cartas. Todo lo que antes me había susurrado su palabra suave y seductora “sí”, se convirtió en una “no” gritante en aquel momento.
Creo que aquello era lo que me hizo apresurar particularmente para tomar el alta, pero aquello hizo también la impresión incorrecta a los médicos... Por supuesto, me puse triste de aflicción, no me incumbía comer ni bromear. En realidad, me hice un poco demacrado. Y de repente, los médicos sospecharon que la herida en el pulmón no me había pasado sin consecuencias. De nuevo, ellos emprendieron a comprobar la temperatura, análisis de expectoración, rayos X...
Durante aquellos días mi único consuelo se consistía en las cartas frecuentes del escritor político y Volodya. Revyákin no se preocupaba de toda aquella agitación espiritual que experimentaba su sargento mayor lejos de la unidad nativa. Parecía que él dejaba libre mi lugar en cada nueva trinchera y me apresuraba que me recuperara y llegara. ¡Pero no era tan fácil como parecía desde lejos!
Volodya me escribe que Serguey ha regresado del hospital. Él mismo, junto con Serguey y Petya ha ingresado en el partido, y Petya ha recibido la Orden de la Gran Guerra Patria. No escribe ni palabra de sus recompensas, pero alude a lo que me espera algo de placer, relacionado con Rostov.
-. Bueno, dance, aquí tiene Usted, - me dice el médico jefe una sonrisa amable, saliendo del gabinete donde hemos estado pasando la comisión. Me entrega el noveno telegrama sellado. - Y Usted puede ir con su amigo fiel Grishin. Le damos el alta. Felicitaciones...
Yo, por supuesto, taconeé alegremente el zapateado no tanto por el telegrama, para que no tenía tiempo para leer, sino por una recuperación completa y preparación para ir...
Médicos son la gente excepcionales. Ellos te están cuidando y están celosos a tí, pero sólo mientras estas enfermo. Entonces les provocas interés, incluso piensan sobre el contenido de tus cartas y telegramas, preguntan cómo van las cosas en tu casa, qué escribe tu novia. Todo esto pasa mientras tú eres su paciente. Pero una vez que te recuperes, pierden interés de tí, y otro herido ocupa tu lugar, él cae en una ola de preocupación y participación.
El médico principal me ha alegrado, pero en ese mismo momento he dejado de existir para él, y él se ha ido..
“Una alegría a la otra alegría!” – suplico según la costumbre de orfanato y abro cuidadosamente el telegrama, seguro de que es de Akbota.
Y de repente, como si aquí, en Karagandá, precisamente frente al hospital, haya explotado un proyectil alemán, - así me ha impresionado su contenido:
“He salido a frente. Comunicaré la dirección a casa, a madre”, - ha telegrafiado Akbota.
“A casa”, - esto está ciertamente bien, incluso muy cordialmente... Pero aún así, ¿por qué “el presidente de las lluvias, el comandante de los vientos y el jefe del calor y el frío”, como yo la llamaba en medio centena de cartas de respuesta, para qué este organizador sabio de clima ha galopado de repente al frente? ¿No golpería a los alemanes con un trueno celestial?
¿Dónde y cómo alcanzaré yo a mi Akbota ahora en los caminos innumerables y difíciles de la guerra?
Por la mañana Grishin y yo salimos al puesto de “remisión”, como lo llamaban los combatientes.
En primer lugar, apelé a la conciencia de partido del comisario del puesto, el instructor mayor Tarásenko, asegurándole que nos era absolutamente necesario conseguir precisamente nuestra unidad, donde me conocían y donde tenía que ingresar en las filas del partido, si no fuera por aquella herida maldita y tonta.
Trato de enfrentarle inteligentemente, restaurando el porte militar de un combatiente de la División de Guardias, perdido durante los meses de la estancia en el hospital.
Él hojeó atentamente mis documentos con su única mano sobreviviente.
- ¡A los cursos de los comandantes, a estudiar, sargento mayor! - concluyó.
- ¡Camarada instructor político mayor! – grité solicitando y sentí algo ridículo e infantil an mi propia entonación. - ¿Pero cómo voy a ser..?
Yo estaba dispuesto a prometerle finalizar los estudios en una academia militar, por lo menos, pero si fuera sólo después de la guerra, después de la expugnación de Berlín...
Pero era imposible sorprender a comisario con aquello. Cada soldado del Ejército Rojo, incluso retirando, aún sin poder hacer nada, prendido con el fuego a la parte inferior fangosa de la trinchera, derrubiada con las lluvias, pensaba obligatoriamente que él tenía que estar en Berlín, y que sin el no tomarían Berlín... El instructor político mayor Tarasenko, por supuesto, se lo había pensado también, hasta que perdió su mano derecha y resultó llegar a aquel puesto de tránsito, lejano y aburrido.
- ¡Es necesario preparar a los comandantes de kazajos! Usted es una persona con educación secundaria. Me asombra cómo sucedió que de repente Usted se encontró en el rango de soldado en ejército! – el comisario dijo implacablemente, y su brazo derecho, no destetado del hábito de trabajo todavía, hizo un movimiento para alcanzar una pluma para firmar su resolución. Pero el muñón se agitó ligeramente en la manga y se conformó.- ¡”Nuestra unidad” está en todas las partes!! – dijo él bastante bruscamente a todos mis argumentos y concluyó: - No me pida. No le salirá nada
Aquello me hizo recurrir al último medio: saqué todas las cartas de mis compañeros – de Volodya, Petya, Serguey que que había regresado del hospital, y instructor político Serguey Revyákin. Los puse sobre la mesa como una evidencia contundente en mi favor.
- Aquí está una de alguna mujer, - dijo él con una sonrisa levemente notable, mirando de reojo a la carta que estaba arriba.
Me apresuré a ocultar la última carta de Akbota.
- Perdone, camarada comisario.
Por extraño que pareciera, pero aquella carta era la que hizo un cambio en el estado de ánimo del comisario. Él sonrió, sus ojos se suavizaron, y sul tono cambió. La esposa y los niños suavizan siempre el corazón de los militares. Tal vez, precisamente por lo que experimentaban el temor de perder la gravedad necesaria, sobre todo no les gustaba hablar de aquellos temas personales.
Yo obtuve una esperanza de poder persuadirle.
Superando su falta de deseo, el comisario explícitamente para no estar de acuerdo conmigo, movió el fajo de mis cartas y, casi sin mirar, los escogía.
- ¿El instructor político Revyákin? - de repente me miró interrogativamente el comisario.
- Sí, seguro, camarada instructor político mayor, el instructor político Revyákin.
- ¿Misha Revyákin? ¿Cómo se llama - Mijail?
- Sí, seguro, camarada comisario, el instructor político Mijail Ivánovich Revyákin.
- ¡Allí está, maldito! ¿Entonces, está sentado en Rostov?
- Sí, en Rostov.
- ¡Es que estamos muy buenos amigos con él!
- Sí, seguro...
- Atendimos juntos los cursos en Kharkov. ¿Es de Kursk?..
- ¡Sí, seguro!
No tuve tiempo para contestar, porque el comisario alegrado soltaba sus frases con la velocidad de ametralladora. Pero yo quería comprobar cada su palabra, ya que él quería convencerse en su descubrimiento. Supongo que yo le contestara con afirmación, incluso si se tratara del otro Revyákin, según el tono de la voz del comisario, me di cuenta de que aquel nombre me abría el camino para el regreso a nuestra unidad.
Afortunadamente, nuestro instructor político era precisamente el a quien Tarásenko conocía tan bien.
- ¿Por qué me seguías agotando el alma? Si en seguida me hubieras dicho que Revyákin te había ordenado regresar...
Los amigos de combate, una recompensa que me estaba esperando, ingreso en el partido - todo aquello se acercaba hacia mí. Era difícil de responder con sensatez a su nota final, y de alguna manera yo murmuré:
- Sí, seguro... él me ordenó...
- Si él te aprecia y si realmente eres necesario allí, vaya. Misha necesita ayuda... Vaya... ¿Le llevarás una carta mía?
- Se la llevaré, camarada comisario.
- Pero, siéntate, siéntate, dime, ¿cómo está él allí? ¿Cómo habéis luchado contra los alemanes? ¿En qué lugares? Relátamelo todo en orden.
De pronto todo me quedó claro y simple.
Nos estábamos sentados con él durante más de una hora. Le relaté sobre todo nuestro camino pasado junto con Revyákin. Pero yo tuve otra tarea - ayudarele a Grishin.
De la conversación me enteré de que Tarásenko era un minero, un trabajador del partido en Donbass, y sólo en los últimos años se encontró en el servicio militar, quedándose minero en su alma. Después de la guerra él no iba a dejar Karagandá, por el contrario - la amaba, veía su futuro. Su familia que había logrado evacuarse a tiempo vivía allí mismo, y su esposa, técnico de minería, durante la guerra se hizo la capataz de minas en Karagandá. Le vi como a un patriota de Karagandá y comprendí que Vasya Grishin tenía sus ventajas, porque él también tuvo tiempo para enamorarse de Karagandá y de una de las trabajadoras de Karagandá.
No, por supuesto, Vasya no había lanzado una sola mirada indiscreta a nuestra inteligente Gulya no había dicho una sola palabra que saliera fuera de los límites de la conversación general. Pero cuando ella iba a salir de la sala, él nos miraba tan suplicante, a mí y nuestras camaradas, que yo le hacía una nueva pregunta sobre el frente, la economía kazaja o las relaciones internacionales para dejarla para unos minutos más.
Yo creía que incluso si el hombre a que ella amaba se encontrara y si ella volviera a ser feliz con él, Vasya volvería allá a pesar de todo.
El día de nuestra salida del hospital, cuando nos habían formalizado todos los documentos, nos estábamos preparando y arreglando el uniforme durante un buen rato, hasta que oimos la sirena conocida de su coche azul. Vasya saltó fuera, a pesar de que no logró elegir unas botas...
Durante nuestra última conversación con la pequeña Gulya yo pedí su permiso para que nosotros ambos le escribiéramos de vez en cuando sobre nosotros mismos y le preguntáramos cómo iban las cosas suyas. Ella grabó la dirección en mi libro.
Con la esperanza de llegar a un acuerdo con el comisario acerca de Vasya, yo esperaba encontrar el sincero interés de mi amigo hacia el desarrollo del subsuelo de Karagandá. Yo pensaba que si Vasya hablará con Tarásenko, ellos encontrarían un lenguaje común y llegarían a un acuerdo. Empecé a hablar de Vasya con el comisario.
- ¡Toma, por favor! ¡Si le dejes entrar a una mujer en el paraíso, ella llevará consigo una vaca! - exclamó Tarásenko con un reproche tan amistoso que yo dejé de dudar sobre el éxito de mi nueva aventura.
Tarásenko me reveló. Sin embargo, Grishin fue llamado a la oficina del comisario y recibió un paquete cerrado, igual que yo...
Así como habíamos llegado – por la noche, pero la noche suave, de verano, nos íbamos dejando a Karagandá, levantando con dificultad la vista de los vaciladeros majestuosos, cubiertos con el mar de luces. En la ventana del vagón una vez más brilló la cara de Gulya. Ella nos saludó con su mano pequeña. Y sus ojos brillaban con calidez y transmitían saludos a todo nuestro frente y a aquel único a quien, tal vez, encontraríamos...
¡Pues, pueden surgir errores en las notificaciones de muerte!..
Si yo fuera un escritor, probablemente pensaría que no valía la pena describir una situación similar. Especialmente evitaría repeticiones en la descripción de las operaciones tan desagradables y pesadas para un combatiente como un retiro.
Pero la peculiaridad de las grandes guerras consiste en no considerar a un lector, ni a un escritor y en no estar exento de una cierta monotonía y repetición.
Sin embargo, estas repeticiones son sólo aparentes siempre. En cada etapa siguiente un lado está más cerca de la victoria, el otro - a la derrota. Un lado está más débil, el otro está acumulando fuerzas. Pero el lado del debilitamiento también está apresurándose y hace intentos desesperados para derrotar al enemigo antes de que él se prepare bastante para hacer un golpe de respuesta, bastante poderoso...
Regresé a mi unidad en uno de los días sombríos de nuestro retiro en el Cáucaso. Mis compañeros ni siquiera tenían tiempo para mirarme adecuadamente y admirarme suficiente. Yo pensaba que les gustaría preguntarme sobre la retaguardia profunda, cómo se veía, con qué respiraba, si su corazón latía seguro y tranquilamente.
Yo mismo iba con la idea de que estaba llevando de la retaguardia la seguridad en nuestras fuerzas. Por el camino yo veía pasar avanzando delante de nosotros los escalones de los combatientes grandes y fuertes, los trenes largos y pesados, ante los cuales se abrían los semáforos fuera del turno. En la retaguardia más profunda en las carreteras carretera yo veía cómo Dios sabe donde, lejos del frente, dando vueltas en el cielo, brillando en el sol, giraban docenas de los aviones zumbando con los motores. Yo vi los campos de trigo alto y espigado, e incluso saltaba fuera del coche lleno de gente para tocar con la palma sus espigas erizadas y pesadas... Yo le estaba tomando tantas historias tan vigorizante sobre el carbón de Karagandá, de cobre, de manganeso... Pero no. Claro, dejé aquel último tema para Vasya que vino conmigo. Yo temía un poco, si él se encontraría en nuestra sección, pero todo aquello pasó perfecto. En aquellos días nadie daba ninguna recompensa, y los combatientes enviados directamente a aquella unidad, estaban admitidos sin alguna conversación excesiva. A ambos nosotros nos enviaron en seguida a la sección de Miróshnik, y sin perder tiempo Miroschnik me pidió:
- Camarada sargento mayor, tome su escuadra...
La guerra se apoyó en las estribaciones del Cáucaso. La mole de Kazbek miraba de reojo, sus ceños canosos fruncidos estuvieron dislocados bajo la papaja blanca, y su respiración se daba a rugido terrible en los barrancos, rebotando con trueno en las rocas. Los cañones daban golpes del pecho de piedra al enemigo avanzado. Pero de cada paso cómodo y por poco que sea suficientemente amplio, un hocico de cerdo torpe de un tanque se avanzaba hacia nosotros con un gruñido amenazador.
Herido gravemente cerca de Moscú, el enemigo se recuperó, de nuevo cobró sus fuerzas y tiraba sus garras a Stalingrado, al Volga. Los tanques rabiaban por entrar al Don y a través de las gargantas del Cáucaso - a Grózniy.
Mi nuevo lugar se encontró entre mis viejos amigos. En aquel tiempo nos enviaron ya a una partida de los perros de combate, bien entrenados. Aquel equipo dócil, aunque sin palabras, de los exterminadores de los tanques consistía de los perros de coral, dulces desde mi infancia, no muy de raza, no de puros arios, pero normales, de diferentes pelares.
Mirándome fijamente con sus ojos hambrientos rogando, todos ellos estaban esperando cuando yo los llevaría e indicaría debajo del cuál de los tanques alemanes tenían que buscar la comida.
Estábamos sentamos casi a la misma carretera en una cueva maravillosa, protegida de todos los lados, situada entre las rocas y cubierta de arbustos grises y poco atrayentes. Nos colamos allá por la noche y tomamos aquella posición por delante de la ubicación de barreras de defensa. Nosotros eramos la extrema retaguardia del ejército en retirada, y eramos también la línea principal de nuestra barrera.
En nuestra cueva pequeña hay nuestro propio milagro pequeño: precisamente en su parte inferior el agua de manantial se acumula en un hueco – es suficiente sólo para un frasco de soldado. El agua no se eleva por encima del mismo nivel, pero no caiga por debajo. Sólo lo vacías al fondo, como en seguida parece el mismo frasco de agua inagotable.
A la derecha y en frente de nosotros se ha establecido la infantería alemán, y verte fuego a nuestra nuestra ubicación encima de nuestras cabezas. No no hay necesidad de cavar trincheras aquí. A lo largo de muchos siglos las aguas de montaña de primavera han formado aquí tantos pliegues que ahora se puede ocultar exitosa- y seguramente toda la división en ellas.
Hoy los alemanes están allí donde nosotros estuvimos ayer. Detrás de ellos se extiende un amplio valle con los campos de koljós, y más lejos el aúl se encuentra en los jardines sombreados y durmientes de árboles frutales.
Serguey y Vasya Grishin se han apostado con sus fusiles de francotiradores detrás de una gran piedra precisamente a la entrada de la cueva y, sin apresurarse, les quitan a los oficiales alemanes, que ni siquiera miren en nuestra dirección, perturbados por la extinción del fuego de las unidades que están apostadas detrás de nosotros.Ellos no saben que la línea delantera de la defensiva puede ser mucho más cerca de ellos.
A la izquierda, con los fusiles antitanques, se encuentran Petya y otro nuevo amigo, a quien no he conocido por no tener tiempo.
Bajo el fuego de nuestra artillería a través de la amplia llanura los tanques alemanes están arrastrándose, preparándose para el salto siguiente. Cuando se meten a nuestra posición, se acercarán de la derecha e izquierda de nosotros: nuestro refugio entre dos alturas pequeñas es inaccesible para los tanques. Nos espera de ellos.
- ¿Por qué, Kostya, te has curado durante tanto tiempo? ¿Te has casado o algo así? - Volodya me ha hecho una pregunta durante nuestro primer encuentro. Me sigue hacer esta misma pregunta ahora.
De hecho, ¿estoy casado o no? Y esta vez, he guardado silencio lamentablemente, porque creo que he perdido a Akbota para siempre.
- ¿Cambio de algún tipo? ¿Una traición? – está recabando él.
- No, peor...
Volodya que, como yo sé, no conoce nada peor en el mundo que la traición en cualquiera de sus manifestaciones, se ha callado, desconcertado, asustado de tocar mi herida sin querer.
Nuestra artillería con una precisión sorprendente encuentra los tanques alemanes en cualquiera de sus refugios y les quita la posibilidad de concentrarse. Obviamente, esta es la razón por la que los tanques del enemigo han avanzado hacia nuestras posiciones en una formación de batalla no conocida a nosotros: ellos se han amontonado delante de la línea delantera y, gruñendo, se han avanzado al ataque.
Los tanques han estado a la derecha y la izquierda.
No se nos permite detectar nuestro nido. Aunque está protegido magníficamente contra los tanques, podemos encontrarnos bajo el ataque de la infantería numerosa.
Los estribos del Cáucaso se salpican de los tanques en llamas. Además, nuestros cañones antitanques y fusiles dan golpes en los tanques.
Pero los tanques alemanes aparecen una y otra vez desde el horizonte y subir la pendiente más y más arriba.
Por la tarde, los alemanes abrieron nuestro refugio. Se nos derrumbaron las toneladas de proyectiles. A la entrada de la cueva se acumuló un montón de los fragmentos de piedra. Aún sin tener tiempo para zumbar, las balas sonaban con golpes secos cayendo sobre la piedra, rotaban ramas de los arbustos cercanos. Era suficiente levantar el casco en una bayoneta para que los francotiradores fascistas comenzaran a dar golpes en él desde varios puntos.
Nuestros puestos de ametralladoras se vieron obligados a guardar silencio para no ser aplastados antes del tiempo fijado y para poder prestarnos ayuda cuando la infantería de Hítler se lanzaría sobre nosotros. Y ella debería pasar a la ofensiva pronto.
- Nos dan la vuelta de la derecha, - dijo Vasya Grishin la segunda vez.
- De la izquierda también - le contesté yo No se atreverán a meterse, no saben qué fuerzas hay aquí...
Me equivoqué: cerca, con un poco de movimiento de una danza, un grupo pequeño de los tiradores de automático de repente se puso de pie descaradamente. Les recibimos con el fuego.
Ya empezaron a saber un poco más sobre nosotros. Ellos sabían que también teníamos automáticos.
No tendrían éxito con darnos vuelta de la izquierda: allí estábamos defendidos por el fuego de nuestra primera línea de fuego. Los tiradores de automático empezaron a bajar a saltos a la quebrada. Se acumularon allí, pero cada vez que intentaron salir al otro lado, ellos se caían de nuevo a la quebrada, donde les conseguíamos con nuestro fuego.
Nuestro lado derecho era más desnudo. Los tiradores de automáticos alemanes ya se apostaron allí con un grupo grande. No había duda de que ellos estaban colándose hacia nosotros como un cazador a los arbustos, bajo los cuales esaban sentados las codornices.
Se acercaba el momento más difícil. En semicírculo del cerco un grupo pequeño de nueve soldados recibía a toda la compañía, y moriríamos si no resistiéramos, nos apresuráramos, no nos tomáramos en cuenta la distancia o, por el contrario, perdiéramos el momento. Debía existir el cálculo exacto. No era necesario repelerle al enemigo, sino aniquilarle cerca de nuestra posición.
La distancia entre nosotros estaba reduciéndose. Lo más difícil era contar aquella distancia y aquellos segundos. Temblabas no por lo que te quedaste sobrecogido de espanto, sino por la tensión que era necesario contener en tí mismo ya durante dos segundos más.
- Ciento cincuenta... ciento treinta... Ciento veinte pasos...
Pero necesario permitirles acercarse a otros veinte... aquel era el momento cuando, como con evidencia, recordabas a Anka de la película favorita “Chapáyev” ante el “ataque psíquico” de los guardias blancos. Aquel era el momento con que un combatiente se encontraba casi en cada batalla...
Yo temía por mi tenor escaso, temía que en aquellas condiciones nerviosas una orden dada por mí no sonara con la incertidumbre de alarma. Un soldado percibía magníficamente el tono de una orden: su sonido le producía una confianza o una alarma...
Y mi orden “¡fuego!” sonó tan firmemente como si delante de mí habían los regimientos, y no sólo una escuadra de nueve combatientes.
Para ser justos - las filas de los tiradores de automáticos alemanes no se estremecieron de aquella orden, ni del fuego fuerte de nuestra ametralladora y automáticos. Ellos sólo añadieron paso continuando regarnos fuertemente con fuego... En el mismo momento crítico en la parte delantera, justo en la frente, el segundo grupo de fascistas se metió a nosotros.
Yo todavía veía un brillo feroz en los ojos de mis compañeros cuando - uno contra una docena de enemigos, - ennegrecidos por la ira hirviente, nosotros estábamos pegando firmemente a nuestros automáticos.
- ¡Ni un paso atrás! - les recordé a mis compañeros la orden firme del Mando Supremo. Era una orden de la Patria. Un combatiente honesto no podía violarla.
A los alemanes también se les prohibían retirarse, pero con otros medios. Aquel mismo día nosotros pudimos comprobársenos.
Los tiradores de automático que nos atacaban, presionados a la tierra por nuestro fuego, se apostaron frente a nuestro refugio, a no más de veinte metros. Ya estamos disparando a los que estaban apostados. Y entonces, por primera vez pasó lo que en un futuro nos veríamos más de una vez: el soldado que estaba detrás de una piedra a la distancia de tres decenas de pasos de nosotros, de repente se levantó de un salto con un grito, tiró el arma y corrió hacia nosotros, alzando ambas manos. Se cayó con fuerza a nuestro nido de piedra. Yo le impedí a Volodya que disparara a tiempo. Pero después los tiros le alcanzaron al desertor por detrás. Fue herido en la espalda, el hombro y el talón.
Él no era nada de aquellos rubio “de aria”, el húngaro moreno, delgado, de la estatura baja. Él entendía que le sería difícil sobrevivir con .tres balas en el cuerpo, y tal vez precisamente por aquello tenía prisa para darnos sus ideas más queridas. Él hablaba apresurándose, y cada sonido de sus labios salía afuera con un silbato malo. A menudo se lamiaba los labios con su lengua seca. Yo le pasé mi frasco, y le dejé solo para algún tiempo.
El grupo que nos tiraron en la frente, se apostó y no levantaba cabezas durante mucho tiempo, y los que subían de la derecha, se arrastraron hacia atrás y desaparecieron en la quebrada.
- Están esperando la noche, - dijo Vladimir.
- Pero él dice lo otro, - señalando al desertor, dijo Vasya Grishin, que sabía bien el alemán.- Él dice que todos estos son los húngaros y rumanos. No van a seguir adelante hasta que las ametralladoras alemanas no les caigan detrás... En el ataque buscan más el refugio para que nosotros o los alemanes no les toquen con el fuego...
- ¿Cómo cómo? ¿De qué está hablando?
Mientras Grishin trataba de aclarar la respuesta, todos nosotros vimos de hecho que de dos puntos las ametralladoras empezaron a disparar con el fuego cruzado a los tiradores de automático apuestos. Cada tirador de automático se volvía atrás con una expresión clara de la ira y corría adelante para chocarse con nuestro fuego. Sin protección alguna, impulsados por un látigo mortal de una ametralladora alemana, ellos perecían sin senso y objetivo – las criaturas indefensas, confusas, tristes. Aquel grupo de los tiradores de automático pereció sin causarnos daño, y hasta sin tocar los bordes de nuestra cueva con su fuego desordenado, sin blanco.
Si la gente no ve ningún senso en la guerra para sí, y no la quiere, se puede hacerla perecer. Pero es imposible hacerla vencer.
El húngaro seguía balbuceando todavía y gesticulando como si para explicar le contestaba a la pregunta de Vasya.
- Yo quería ser capturado desde el otoño del año pasado, - nos traducía Grishin.- Sé que nosotros, los húngaros, no necesitamos nada Rusia... Sin embargo, los nuestros también están desenfrenando, robando aquí... Un hombre con los brazos y sin idea se convierte fácilmente en un bandido, y los hitlerianos estimulan el robo... Soy cristiano. Antes de mi muerte no mentiré a Ustedes. Un húngaro no quiere la guerra... Ya durante mucho tiempo no no la quiere...
Él hizo una mueca de dolor. Le hacía cada vez más difícil de decir. Las palabras se hicieron indolentes, como si perezosos. La traducción que hacía Grishin resultaba más entrecortada. Vasya con una dificultad creciente capturaba el habla extranjera, y finalmente se quedó inmóvil como un sacerdote, que administraba los “últimos sacramentos” sobre un moribundo e involuntariamente se calló, al notar el momento de la muerte que llegó...
Por la noche nuestro comandante me llamó. Sólo entonces yo noté un cubito de sobra en las solapas de su guerrera.
- ¡Camarada teniente mayor, sargento Sartaléyev ha llegado por su orden! - le anuncié según la forma.
Miróschnik con una sonrisa me apretó la mano y asintió con la cabeza, invitándome a sentar.
Él y Revyákin estaban sentados en una cavidad de piedra bien protegida. Cubriendo un rincón pequeño con su capa-tienda, ellos incluso encendieron la candileja, con la luz de la cual Miroschnik casi cayendo con sus ojos al papel, trataba de leer las letras descoloridas de la orden recién recibida. Le entregué una linterna, tomada de nuestro húngaro difunto, y le relaté sobre aquel incidente que fortaleció la valentía de nuestros chicos.
Miroschnik informó sobre la situación. La línea total de nuestra defensiva volvió a arquearse, y el día siguiente no esperaban el enderezamiento. ¡Sin embargo, no lo dijo, pero quién y cuándo hablaba! Pero sólo un soldado malo no sentía qué día siguiente le esperaba. Lo mejor era no dormir en absoluto que ir a dormir en la oscuridad que se refería a las circunstancias guerreras del día siguiente.
Nuestro objetivo era un día más mantener aquella horquilla de las carreteras de las montañas. Incluso durante el día, nuestra posición seguía siendo importante, entonces, si estuvieramos vivos, podríamos dejar nuestros refugios y concentrarnos después de todo en la unidad más cerca al corazón del Cáucaso. Así que nos retirábamos de nuevo, y aquello era lo peor...
Recordé mi última noche antes de la herida. ¡Qué gran noche fue, a pesar de su oscuridad impenetrable, el frío, la tormenta de nieve!.. ¡Con qué facilidad y felicidad pasamos todas las privaciones en aquel entonces!.. Entonces nos atacamos...
Le di a Revyákin la carta del comisario del punto de tránsito Tarásenko. Cuando me iba, los chicos me pedían que yo conociera el resumen.
- ¡Qué es un resumen! - dijo el instructor político.- Hoy no la tenemos, no nos la han enviado con la orden. Esperaremos hasta mañana. ¡Van arrastrándose a Stalingrado, hijos de puta! - dijo él con un suspiro.
- ¡Y aquí les romperémos los dientes! ¿Acaso el pueblo soviético les dará el Volga? - contestó Mnroshnik.- ¿Crees Kostya, que les dará?
- ¿Qué dice usted, camarada teniente mayor! – se escapó de mí incluso con cierto espanto.
- Bueno, sí, y yo lo digo - ¡no les dará! - confirmó Mirosh-nik.- Entiendo nuestra tarea ahora así: retrasar más fuerzas. Resistir hasta el final. Colgarnos sobre sus hombros lo más posible pesado. Así Sartaléyev, sigue resistiendo veinicuatro horas... ¡Hay que resistir!..- terminó él y cortó en medio de la frase.
No valía la pena decir más. Todo estaba claro. Cada uno de nosotros entendía que para nuestra sección mañana será un día muy difícil...
El comandante me estrechó la mano.
Miré a Revyákin, y en mi cabeza aparecieron instantáneamente las palabras que iba a escribir en seguida y entregarle: “En caso de la muerte pido que me consideren...”
Pero al estrechar la mano, Revyákin me interrumpió:
- Mañana, camarada sargento mayor, cuando regresamos a nuestra unidad, Usted obtendrá la orden, que le ha estado esperando largo tiempo... y mañana te admitiremos a los candidatos del partido.
El estatuto no suponía abrazo con el instructor político, pero yo le abracé.
Nos despedimos, y en la oscuridad, por las piedras, de un arbusto al otro, me arrastré de nuevo a nuestro nido, donde los chicos me esperaban con impaciencia.
En un lugar, las balas, silbando bajo, me hicieron apretar contra la piedra y esperar. Me quedaba tumbado allí y me imaginaba la reunión del partido del día siguiente. Se iba a pasar en el pabellón espacioso, donde en lugar de columnas se encontraban los acantilados rocosos y el techo era el cielo azul oscuro del Cáucaso. Voy a estar admitido en el partido bajo sus estrellas brillantes y grandes.
Llegué a mi cueva pequeña en el momento cuando Petya trajo allá una nueva perrería los destructores de tanques de cuatro patas. Todavía estaba oscuro y silencioso. En la quebrada, más cerca de la carretera, estaban apostados nuestros observadores. Los alemanes que temían la oscuridad, de vez en cuando disparaban cohetes de iluminación. En algún lugar se oían los disparos solos. Un día de disparos se terminó.
Él nos demostró que nuestra escuadra sería capaz de permanecer allí un día y un día más, y tal vez los tres días enteros. Aquello le costará a Hitler setenta y dos horas de retraso. Y será el resto para los alemanes.
IV
- Kostya, ¿dónde está tu mujer ahora?
- Allí mismo.
- ¿Y qué escribe?
- No es de ella.
Descanso y reforma están a punto de terminar. Estamos lavados, afeitados, vestidos, como se suele decir, de marca. La ropa interior nueva y la nueva túnica con hombreras inusuales huelen fresco y agradable. Las botas están crujiendo: tienen tan gruesas suelas que podremos llegar con ellas a Berlín.
Vasya está en una nueva uniforme con las órdenes y medallas, descansado, fresco - definitivamente hermoso. Pocos días de descanso han arreglado su estado lírico y él hace las preguntas ociosas distraídamente. A pesar de su rigor habitual, se ha olvidado arrojar los zapatos pisoteados que estaban tirando debajo de su cama, con boca abierta como un hipopótamo joven; incluso nuestro sargento cuidadoso negó a llevarlos a cambio y los dejó a Vasya “para la memoria”.
Yo sigo leyendo la carta, pero las líneas están esparciéndose, y cada palabra, huyendo de mí como una hormiga, también me está preguntando junto con Vasíliy: “¿Pero dónde está tu mujer?”
De hecho, ¿dónde está mi mujer?
Finalmente me he acostumbrado a la idea de que Akbota es mi mujer. Mis compañeros me están convenciendo también en esto:
- ¡Qué más da! ¿Cómo puedes dudar cuando ella te escribe tales cartas? ¡Solamente la esposa escribe así, es un hecho!
Ninguno de nuestros chicos no está casado y nadie sabe cómo están escribiendo las esposas a sus maridos, pero todos están convencidos de que es la única forma de escribir de una esposa a su marido.
Y mi mamá cada vez se hace más angustiada por Akbota que por mí. Ella cree que el trabajo como una guerra se da fácilmente a los chicos, pero ¡cómo lo pasa la pobre chica Akbota!.. Después de comunicarme su número de la estafeta de campaña, mamá se ha quedado convencida de que me fui “allá” y me he areglado la vida junto con mi Akbota... Me pregunta si Akbota toma té con leche, como le gusta. Lo único es que se imagina bien que que en la guerra no hay airán ni kumís. Ella insista que yo cuide mejor a Akbota... Ella piensa que si estamos en una guerra, es algo parecido a una brigada de koljós.
Pero yo no conozco nada sobre Akbota, excepto su número de la estafeta de campaña y concepto aproximado del puesto de Akbota...
- ¿Pero de quién es, entonces? – repite persistentemente Vasya la segunda vez.
- De Gulya, de Karagandá.
Vasya estalló, dio media vuelta y volvió a escribir algo, moviendo intesificadamente el hombro derecho.- ¡Así qué va a ser el Canal de Ferganá! ¿Eh? ¿Lo has visto, camarada sargento mayor? ¿Lo has visto, eh? - exclama Samed Abduláev, un uzbeko, que acaba de venir a nosotros entre los de reemplazo. - ¿Pues, lo has visto? - Bueno, por supuesto, lo he visto... – al separarme de mis propios pensamientos, le he confirmado.Nosotros juntos hemos mirado el noticiario sobre el canal grandioso construido por Uzbekistán en el momento. De la misma forma hemos estado presentes en el acontecimiento cuando el pueblo uzbeko ha prometido aumentar la productividad de la cosecha y superar el plan del algodón. Samed ha estado ardiendo de impaciencia para que nosotros confirmemos una vez más nuestra admiración por los trabajos de sus paisanos.
- ¿Y qué juramento relacionado con algodón han dado, eh? - continúa Samed. Lo confirmo todo y le añado en el mismo tono:
- Y nuestra Karagandá ha alzado para reemplazar Donbass ahora.
Samed, convirtiéndose serio repentinamente, algunas veces me lo ha asentido con la cabeza.
Al darse cuenta de lo que le he contestado a Samed con una línea de la carta de Gulya, de repente se ha vuelto hacia mí:
- ¿Y qué escribe ella acerca de la nueva planta, de que estaba aficionada en aquel tiempo?
- La construcción acabará pronto.
Vasya despedaza ferozmente la siguiente hoja de papel, al reconocer, tal vez, indignos los pensamientos expuestos en ella. En su torno se hallan tirados los pedazos rotos y arrugados como si el esté escribiendo una novela. Su lápiz está golpeando ligeramente en la mesa, como si golpeen desde la habitación de al lado.
Supongo Vasya escribe una carta Gulya. Por supuesto, él ha tenido la intención de escribirle una carta lírica, pero puedo decir seguramente que él tratará de hacerlo en la forma de confesiones de su amor a Karagandá, transferirá sus riquezas minerales, y su lírica va a salir geológica...
Ushakov, sonando con las medallas, ha entrado. Parece que incluso su casquillo de campo sonríe.
- ¡Es que, chicos, les he dado el primer plano! – irradiando con una fila de dientes blancos bajo el bigote negro valiente, declara él. - ¡Que vayas, Vasya, al primer plano!
- ¿Y cómo sabes lo qué plano “has dado”? - sonríe Grishin.
- ¡Lo ha dicho el mismo operador! Dice que el icono de la guardia será del tamaño de una palma en la pantalla...
Sí, los compañeros han merecido ser mostrados en el primer plano en la pantallas de su país. Desde la primera noche del nuevo, el cuadragésimo tercer año hasta este descanso hemos ido en el fuego de las luchas ofensivas implacables. Hemos caminado, hemos ido en coches, tanques, los nuestros y los extraños, persiguiendo al enemigo que se ha huido.
¡El año nuevo empezó bien para nosotros! ¡Con qué alegría sonrió él a los soldados! ¡Qué divertido brillaban los picos de plata del Cáucaso, cuando, apresurando a los que huían, pasando por encima de los cadáveres de los enemigos muertos, cada soldado gritó: “¡Feliz Año Nuevo, viejo Cáucaso!”
En la niebla gris azulada de la mañana se elevaba majestuosamente el Elbrús, el juez y el recuerdo de la historia. Él era el testigo de cómo la gente soviética defendía el Cáucaso, él nos vio a nosotros barrer las hordas fascistas de todas las quebradas y gargantas...
Hasta aquel día ya habíamos conocido que un aro de acero había estado puesto por completo al aquel collar de Stalingrado que se llevaba apretando la garganta del ejército fascista. Sabíamos que el campamento hitleriano, aislado del resto de horda en Stalingrado, contaba sus últimos días. Las arterias ya fueron cortadas y no alimentaban más la cabeza de reptil que estaba muriendo, aunque ella continuaba hacer mueca y enseñar los dientes.
Celebramos el Año Nuevo en el estado del mayor Krueger, en una compañía no tan brillante de sus seis oficiales, que estaban sentados humildemente cerca de la estufa, guardados por nuestros soldados.
Para animar el estado cayente de los soldados, que comenzaron a perder la fe en su invencibilidad, el señor mayor decidió celebrar su último Año Nuevo con iluminación. Las luces multicolores de los cohetes y balas trazadoras como serpentinas volaban encima de la aldea pequeña, a la que el señor mayor se había retirado antes del Año Nuevo.
Aún un día antes, en estado de pánico ellos habían escapado de un fuego abrasador de “katyushas”. Y aquel día de repente decidimos celebrar despreocupadamente y valientemente el Año Nuevo en la aldea de la que se habían dejado sólo los fragmentos.
- ¿Quieren mostrar el valor? - dijo Petya, con quien nos llamaron a Revyákin.
- En mi opinión, piden que les hagan prisioneros, - replicó Revyaákin. – Id, amigos, echad un vistazo para verificar su situación.
Fuimos a explorar. Un mes atrás, les habíamos dejado aquella aldea después de una batalla. Allí conocíamos cada piedra. No era complicado colarnos entre las ruinas, no eran difíciles, y en media hora ya podíamos reportar al teniente Miróshnik que todos tomaban alcohol – los soldados y los oficiales.
- ¡Les capturemos a los insolentes! – dijo Miróshnik lanzando las miradas a las iluminaciones de los fascistas borrachos que olvidaron toda precaución.
Revyákin con nuestra escuadra desde el oeste, Miróschnik con otros dos departamentos desde el sur, acercaron a sólo cien metros, golpearon de nuevo de las ametralladoras y gritando “¡hurra!” que estremeció todo el barrio, se lanzaron al ataque. Los hitlerianos aturdidos, dejando sus ejercicios con lucitos, empezaron a gritar sin disparar: “¡Caput! ¡Caput!”.
Los soldados alemanes estaban apostados de cada montón de estiércol, de cada ruina, pero en lugar de disparar, alzaban las manos.
Y ya Miróschnik estaba sentado en la mesa del Año Nuevo cubierta en el lado a sotavento de una gran estufa rusa, de hecho – directamente en la calle, ya que no había la cabaña, sólo se quedaban sus dos paredes, incluso sin techo. Sin embargo, para el festín del Año Nuevo los fragmentos fueron retirados y el suelo fue barrido limpiamente por los rangos inferiores para los señores oficiales alemanes.
En el rincón detrás de la estufa en aquel piso limpio estaban sentados los organizadores de la fiesta. Rodillas dobladas incómodamente, todos los seis señores oficiales, al pasarse de la borrachera por la novedad de la situación, se volvían las cabezas tímidas de los cañones de dos automáticos, mirando obstinadamente a su lado. ¡Qué más da!, - era la sensación desagradable cuando te miraba de cerca aquella nariz torpe. En el centro del grupo estaba el mismo mayor Kruger y lanzaba miradas hostiles de sus ojos blanquecinos a nuestro teniente mayor.
En la calle, acurrucados en un montón oscuro, como carneros cerca de un pozo, estaban sentados los soldados alemanes.
- Hemos rendido voluntariamente... ¡Yo mismo he tirado el arma! ¡Yo mismo he tirado la pistola..! – gritaban ellos a Vasya Grishin.
- ¡No queremos guerrear! ¡No somos sus enemigos! –cortaban uno al otro.
En otro grupo de presos, guardados sólo por Serguey, de repente surgió un volcado. Los presos maldecían en todas las lenguas de Europa.
- ¿Qué tienes? - le pregunté a Serguey.
- Están ajustando las cuentas, - respondió con calma, sin moverse de su sitio.
En el centro del grupo ya estaban tunbados sobre la tierra dos hitlerianos maltratado. Un montón de manos les señalaba a ellos, y la muchedumbre multilingüe gritaba: “¡Fascista! ¡Fascista!” Los ojos de los que gritaban se iluminaron con odio.
Un rumano negro y peludo, con una destreza artística representó con gestos y expresiones faciales como aquellos tiradores de automático que ya estaban tirados sobre la tierra, le llevaron a la batalla, empujándole al fuego, y ellos mismos se escondían en el refugio. Luego, tomando el aspecto de altiva, se acercó altiva y lentamente a los tumbados y, sin mirar, pisó a uno de ellos. Antes de que yo pudiera detenerle, él, cambiando sus posiciones, gritó con furia en alemán: “¡Levántate, cerdo rumano! ¡Adelante!”
Yo quería agarrarle, pero él rebotó inmediatamente hacia atrás y, fresco como el infierno, y gesticulando tremendamente, comenzó a explicarme algo en un lenguaje incomprensible, señalando en turno a sí mismo y a los alemanes. Sin embargo, la reconstrucción era clara aún sin palabras... “¡Esa es la forma de su trato con nosotros!” – decía aquella.
- De este modo él muestra la “amistad fascista entre los pueblos” - con una sonrisa comentó Serguey.
Temiendo por la vida de aquellos dos alemanes que podrían ser útiles para las interrogaciones en el estado, le dije a Serguey que cuidara por lo que los aliados no expresaran más sus sentimientos “amistosas”. Ël nos recordó el episodio de con el húngaro.
A partir de aquel día ya no sabíamos paradas. Nosotros avanzábamos, dejando atrás los espacios más y más amplios, liberados de los hitlerianos. Todos los días las noticias, de que aquellos estaban bajo la expulsión en todos los frentes, llegaban a nosotros. En invierno ellos corrían por las estepas desoladas por ellos mismos y morían en las nieves... Les estábamos persiguiendo a ellos, sin quedarnos detrás de ellos, y allí por el camino los “de tres ejes” pesados, que llevaban a los combatientes jóvenes en uniforme nuevo, nos empezaron a adelantar. Nos adelantaban los tanques con estrellas rojas y las palabras – “¡A Berlín!”, “¡Muerte al fascismo!”, “¡Adelante, hasta la victoria!”.
Estábamos acompañando con los ojos llenos de envidia a aquellos chicos...
A nosotros mismos nos mandaron para limpiar la retaguardia.
Nuestra parada siguiente fue cerca de aquel manantial donde Mary compasiva, furtivamente de los mayores, hubo subido el vaso dejado caer por Grushnítskiy. Pero con nosotros no teníamos a los de Petchórin, ni a los de Grushnítskiy, teníamos a nuestros propios héroes de nuestro tiempo, y a nuestras propias Maries.
Precisamente a aquellos héroes de nuestro tiempo, estaban invitando a protagonizar de primer plano en una película.
Vasya se dirigió a la puerta. Él, pobre hombre, por lo que tensaba su pensamiento, el pliegue profundo se le extendió entre las cejas. Ví que de nuevo él no está satisfecho con su trabajo y, por supuesto, no escribió ninguna línea más o menos adecuada... Aquello podía reflejarse en la calidad del primer plano. Yo no seguía torturándole y le entregué una carta de Gulya, tan esperada y dirigida a ambos nosotros.
Serguey convirtió sus vacaciones en un tormento. En una de las aldeas ocupadas por nosotros los alemanes tiraron un montón de diferentes cosas robadas, entre ellas - lienzo, pinceles y pinturas. Aquello abrió un punto débil de nuestro agrimensor. Seryozha resultó ser un aficionado a pintura. Él abrió aquella pasión suya cuando estudiaba ya en la escuela técnica. Después de la muerte de su padre él tuvo que cuidar a su madre y a sus dos hermanas pequeñas en aquel entonces. Él tenía que mantenerles, y no tenía posibilidad para ingresar en la escuela de arte. Al ver pinceles y pinturas, él estuvo fuera de sí, y aunque en aquellos días, nos parecía que nuestra ofensiva no perdería ritmo obtenido hasta la toma de Berlín – no obstante, é llevó aquellas cosas consigo.
Ya estaba pagando por aquello.El descanso le pone más pesadez que los combates: está sentado delante de un lienzo de la mañana a la noche.
Nosotros aprobamos por unanimidad el primero de sus cuadros, y lo regalamos al director del balneario donde en aquel tiempo se encontraba toda nuestra unidad para el descanso y el reemplazo.
En aquel lienzo Serguey pinto la escapada de los alemanes. Paisaje ámplio de la estepa, y en todas las partes, como las calabazas de color verde apagado, estaban tirados los cascos alemanes con una esvástica. En el plano frontal estaba una cabeza de un muerto, con las aperturas oscuras de las cuencas y emblema de la muerte en el casco, y un cuervo estaba sentado frente a ella, como si quisiera asegurarse de que no le caían más ojos en suerte. Mirando furtivamente de reojo a la cabeza y al cuervo, encorvados y envueltos en algo horrible, se deslizaban al lado las sombras de los soldados alemanes, que recordaba vívidamente la huida de los franceses en 1812.
Serguey empezó a pintar inmediatamente el segundo cuadro, no terminado todavía. Volodya, encaramado detrás del artista le criticaba.
- ¿Qué simbolismo es este? Los rayos de la mañana siempre están cayendo primero a las cimas de las montañas. ¿Acaso has olvidado cómo se queman en las cumbres nevadas?.. ¡Como los relámpagos congelados!
- Vale, vale, bien. Admito este punto, - se compromete Seryozha.
- ¿Y esto, no la reconoces? - Volodya señala provocativamente con el extremo del pincel el desfiladero que está encima de Terek, conocido a todos. - ¿No lo reconoces?
¡Serguey nos alza miradas, como pidiendo ayuda contra un crítico despiadado que considera que su realismo es simbolismo!
- ¿Por qué está aquí una multitud de gualdraperos y mendigos? - pregunta Volodya.
- Y los prisioneros, ¿recuerdas?
- ¡Que se vayan hitlerianos del cuadro! ¿Por qué te has agarrado a ellos? ¡Pinta a nuestros chicos! ¡Para que el sol brille en sus ojos, para que sigan adelante!
Todos tomamos parte activa en los sufrimientos creativos del pobre artista: a uno no le gusta la pintura, el otro quiere ver toda nuestra vida en el Cáucaso, expresar todo este invierno en un lienzo.
El tema de esta pintura, que le hemos dado ha sifo “Despedida”. Somos nosotros mismos, es nuestra escuadra antes de que todo el frente precipite hacia adelante a la ofensiva. Terek – es última línea, la que hemos contenido en las manos durante largo tiempo.
En el cuadro reconocemos el río turbulento, saltando de piedra a piedra. En aquellos días él se nos convirtió en una hermana para nosotros, es la hija captichosa de dos viejos canosos - Kazbek y el Mar Caspio. Nos encantaba y lo protegíamos del enemigo. Aquellos acantilados eran nuestros hermanos, nos defendían con sus hombros de piedra de balas y proyectiles...
Incluso en las batallas nuestra juventud no nos ha dejado. En los pliegues de piedra de las montañas leíamos aquellas líneas que también una vez hubo leido Lérmontov. Escuchábamos en la canción del Terek aquellas palabras que una vez hubo oído Pushkin... Decidimos que nuestro poeta favorito estaba de pie allí, en aquella roca de color sangre negro y su mirada pensativa se deslizaba de aquellos picos plateados a este desfiladero oscuro sombrío.
Aquello pasó el Día de Año Nuevo. Nuestra unidad se adelantó y se trasladaba combatiendo, y nos ordenaron que esperáramos unas instrucciones específicas. Miróschnik fue convocado al estado, al comandante de la división. Nuestra escuadra se quedó en el desfiladero cerca de una carretera de montaña. Las dos primeras secciones se instalaron más bajo, y nosotros estábamos en el terreno cerca de la roca oscura.
- ¡Qué poderoso era el poeta! - anunció Volodya después de terminar de leer “Mtsiri”. Él bajó al río y sacó agua del Terek con el casco de acero.
- Un descubrimiento tardío, - dijo Grishin, - lo hemos oldo antes.
- ¡Excéntrico! ¡Lo hemos oído, y aquí lo ves con tus propios ojos!
Pasamos allí todo el invierno, y no pudimos sentir todo aquello. Ya una hora era suficiente para nosotros, para poder sentir el Cáucaso poético de Lérmontov. La alegría de la victoria la noche, los informes magníficos del Buró de Informaciones Soviético, la conciencia de lo que ibamos a la ofensiva - todas aquellas cosas nos hacían felices y jóvenes, y lo que había vivido en nuestros corazones desde la niñez, pero olvidadas en los combates difíciles, se revivían en aquellos tiempos. Yo mismo tuve que aprender por primera vez los versos de Lérmontov traducidos por Abái, pero a mí me sonaban lo mismo que para los otros en ruso. Los poetas se hicieron eco a través del espacio, a través de las décadas largas. Si su consonancia se resonaba tan profundamente en los corazones de la gente, ella se originaba en los destinos de las naciones.
Serguey levantó una bayoneta de la pila de trofeos, y esbozó con ella el retrato del poeta en la piedra oscura de la roca. Vimos por primera vez su destreza en aquel arte y nos quedamos impresionados.
Al esbozar con arañazos sólo los contornos, él empezó a esculpirlos. Entonces Volodya y yo empezamos a escribir simultáneamente en el peñasco pulido con la lluvia las palabras que cada uno de nosotros quería dejar al Cáucaso para la memoria.
Miróschnik no regresaba. Continuábamos haciendo nuestro trabajo sin decir una palabra y con atención, como si estuviéramos haciendo algún acto sagrado.
Cuando yo, al terminar de escribir, me acerqué a Volodya, él también estaba poniendo el último punto. Leí, quizás distorsionando un poco las palabras, pero manteniendo el significado completo:
...Y Terek, saltando como una leona, con la melena peluda en el lomo, grunía - y la bestia de la montaña,
y la ave, dando vueltas en la altura de azul, escuchaban las palabras de sus aguas...
No había nada extraño en lo que en otro lado de la roca aparecía la traducción de aquellas mismas líneas, hecha por Abái, garabateada en el kazajo. Para darme gusto, Volodya comenzó a leer en kazajo, tropezando con cada letra:
Asau Terek doldanip buircanip, Taydi
Buzip, zhon salgan, tasti zharip...
Sí, Lérmontov dejó una profunda huella en el alma y la obra del poeta kazajo. Se sentía el soplo de la grandeza no sólo de las traducciones, sino también de las poesías originales de Abái.
Yo de la cumbre de una roca al mundo de las palabras gritaba; Eco me respondía a distancia...
En aquel tiempo ante nosotros no estaba sólo un peñasco simple. Aquella era una roca sagrada con el retrato y las palabras del gran Lérmontov, a la que un enemigo nunca se acercaría. En ella yo dejé el nombre de Abái. Ella se elevaba como un poste fronterizo, en aquel punto adonde los alemanes habían llegado y donde un poco antes del año nuevo, del 1943, ellos habían comenzado su retirada, transformado rápidamente en una fuga...
Me acordé de mi servicio fronterizo y el poste de rayas que he guardado. Allí, también, el río fluía rápidamente, saltando de piedra a piedra. En aquel tiempo desde aquel lugar se levantaba la amenaza. Mykola Shurup, que todavía estaba guardando la misma frontera, un mes antes me había escrito que él también había estado esperando, cuando él tendría que probar su suerte de combate. Si las ondas de la ofensiva alemana no rompieran contra aquella piedra, sino pasaran más lejos, aquellas muñecas anticuadas con sables curvos se lanzarían a Mykola. Pero en aquel tiempo Mijail Ivánovich Revyákin consideraba que “aquella opción histórica era excluida”.
- Ahora ya es tarde para ellos. ¡No son nada tontos, lo comprenden! – dice él.
Pero, ¿quién sabe qué otras “opciones históricas” nos preparaban enemigos (y tal vez, algunos “amigos íntimos”) con la esperanza de que la rocas del Cáucaso no soportarían ataques fascistas, que el acantilado Razin no podría resistirlos, que los hitlerianos serían capaces de romper el Volga?
En pleno de las batallas de Stalingrado, cuando la palabra “Volga” en los corazones de los combatientes como un dolor grave, cuando cada uno de nosotros, dondequiera que nos ha puesto el destino, estaba volando con el corazón a Stalingrado, nuestros “amigos” y aliados solamente hacían las preguntas: “¿Cómo creéis, podéis resistir todavía?” Pero ellos recibieron una respuesta clara y dura dirigida no sólo a los fascistas hitlerianos, pero por si acaso y a los que les seguían atreviéndose a dudar en nuestra capacidad para la resistencia – a cualquier agresor, a cualquiera persona que quisiera asegurar la dominación del mundo para sí.
En aquel tiempo al otro lado del poste conocido para mí y mi amigo Mykola, probablemente empezaron a agitar sables más tranquilo. Probablemente, en lugar del trueno de tambor, Mykola oía llegar desde aquel lado los sonidos suaves y sensible de la flauta, que ya estaba tratando de elegir un tema lírico...
Afluyeron tantos eventos, se había cambiado tanto desde el último otoño, que, si miráramos hacia atrás, nos podría deslumbrar... ¡Acaso era sorprendente que nuestro artista, todavía inexperto, se quedó confundido frente a aquella riqueza de motivos y temas!
En el fondo de un paisaje amplio, él pintó las hilas de tanques que en aquel entonces se habían metido como una corriente sinfín por todas las carreteras del Cáucaso. En aquellos días parecía que cada garganta de la montaña, cada pliegue de la montaña daban luz a las columnas de tanques. Sin experimentar temor ante el bombardeo aéreo de los fascistas, en plena luz del día los camiones pesados con las tropas frescas y los soldados con hombreras empezaron a rodar de nuestras retaguardias... Pero en aquel tiempo nosotros nos quedábamos a la roca, vestidos del uniforme viejo, abrigos atravesados de un balazo, con las manchas de nuestra sangre y la sangre de nuestros enemigos, y mirábamos con envidia a aquellos muchachos valientes que nos gritaban “¡hurra!” y agitaban sus gorras. Las rocas contestaban con el estruendo impresionante al ruido sordo de los motores, retumbando en el cielo y en la tierra...
Seryozha intenta abarcar a la vez todo lo que estallaba en su memoria, y por lo tanto perdía lo importante por causa de las bagatelas.
- ¿Qué tanques son estos? Estos son algunos de las cucarachas corriendo, - se pone frenético Volodya despiadado.
- Volodya, entiende la idea general... Pues, es un fondo, un estado de humor, y en el centro del cuadro está nuestra roca, - le replica Serguey con confusión, poniéndose rojo como un escolar ante un profesor.
- ¿Una roca? - le vuelve a preguntar críticamente Volodya. – La roca está simplemente copiada de la de Lérmontov. Aquí no has añadido nada tuyo.
Todos, por supuesto, en aquel tiempo vimos el Cáucaso con los ojos de Lérmontov. Después de todo, él mismo Volodya empezó a leernos “Mtsiri” en aquel entonces.
- Usted, camarada artista, tiene que buscar su propio camino creativo, y mientras Usted está en el cautiverio de un gran artista y copia... Dicen que esta manera no lleva a la gloria, - Volodya hacía travesuras, tomando el pelo del “venerable”.
Serguey veía que detrás de las palabras chistosas de Volodya estaba ocultándose la verdad. Desde luego, él no esperaba de ninguno de nosotros tanta habilidad crítica e incluso alzaba el gallo de su habilidad de dibujar, y allí - ¡toma! Serguey se quedó confundido. Si yo fuera él, yo le diría que ¡mi camino de artista, respetado crítico, había pasado por las trincheras, por los tanques, por los blindajes durante los últimos años!
- Sin duda, camarada artista, Usted tiene talento, Usted creará grandes lienzos, pero todavía le falta su propia cara, - concluye Volodya.
Él le abrazó a Serguey y se sentó junto a él.
- Bueno, no te enojes, Seryózhka. Vamos a crear contigo una obra colectiva de soldados... Mírale a este chico. ¿Qué guapo le has pintarrajeado? Se puede pensar que es Pechorin, personalmente, pero él es nuestro amigo común... Si digamos que él sea muy guapo, ¡sería una calumnia! Vamos a pintarle así como es, y ¡que no esté afligido con nosotros, sino con Dios! Recuerdo cuando él estaba vestido del capote enorme “de combate”, todo agujereado. Ya estando en un coche, él trataba de coser algo...
Yo fingía no escuchar, y no recordar que Volódka estaba relatando todo aquello de mí.
- Ves, Seryózhenka, - se entusiasmó Volodya, - es que la mujer de alcalde Vasilisa entró en la historia no por ser hermosa... Creo que incluso su esposa no estará enojada contigo por eso.
Esposa... ¡Sí, mi esposa!.. Aquí, mientras descansaba, yo empecé a recibir sus cartas tres o cuatro días antes de lo que antes, pero todavía yo no sabía nada dónde estaba y qué hacía ella. A juzgar por las noticias informativas, en sus lugares hacía calor, los frutos ya estaban maduros, y aquellas cosas significaban que ella también estaba allí, en algún lugar del Frente de Sur...
Un señal toca el alarma. Una orden de capitán Miróshnick, que brilla con su nuevo uniforme y cuatro estrellas en sus hombreras, está sonando.
Ante de nosotros está el avión de transporte. Entramos a la derecha, uno tras uno, subimos con nuestro equipaje...
El avión está sacudiendo, girando un remolino de polvo. Las hierbas amarillentas de otoño se arriman a la tierra por un viento fuerte, levantada por la hélice.
Nuestra compañía se dividió en dos partes. Con nosotros está volando el viceinstructor político, capitán Revyákin. Miróschnik cogerá a los demás a otra nave aérea.
Sin un ritual de despedida el avión se dirige hacia el sur...
V
Es muy complicado describir lo que sucede durante la gran batalla de la noche, y cuando es difícil de describir algo, para mayor claridad recurrimos a comparaciones con las cosas bien conocidas a todos, o (por extraño que parezca) con lo que nadie conoce - como, por ejemplo, con tales cosas como el infierno.
Así, aquella noche el infierno estaba hirviendo en una ciudad en llamas y sus afueras. Todo estaba cubierto con un fuego continuo, y parecía que de los golpes de los proyectiles no se derrumbaban edificios, sino algunas rocas ardientes. En las nubes de humo, en el humo asfixiante a la izquierda de nosotros, sobre el mar, el cielo negro pesado estaba colgando sin una sola estrella, y sólo a veces en algún lugar, muy lejos, la luna se elevaba como una burbuja grisácea descolorida.
Los proyectiles y minas estaban volando a nosotros desde la ciudad en llamas, caían constantemente en el campo, por un momento brillaban como los enormes arbustos carmesí con amplias hojas fogosas, que se envolvían de inmediato de la oscuridad del humo y de la nube de la tierra que estaba volando.
A la derecha de nosotros, como de un volcán, se vomitaba la lava de fuego: cubriendo la noche con el humo negro, una gran fábrica de cemento estaba ardiendo. Hasta la última noche su territorio se había quedado “de nadie”. Y en aquel momento él estaba ocupado de la llama devoradora.
Aquella fue la ciudad natal de Volodya Tolstov. Allí él había nacido y crecido. Su padre había trabajado en aquella fábrica antes.
Más a la derecha, detrás de la planta, había una cresta de las colinas altas. Por la tarde aquellas eran las montañas grises desnudas, aparentemente como una manada de las pendientes gigantescas. No habían señales de vida en sus pendientes suaves. Durante la noche como si creciera en ellas una nueva ciudad, que se estrellaba con las luces como en las ventanas de los cientos de casas, donde encendían y apagaban la luz. Al anochecer nuestra artillería pesada se instaló en aquellas alturas.
Nos estamos colando a la ciudad por la costa del mar. En la luz resplandeciente de los cohetes y proyectiles, a la izquierda, vemos las olas altas, pero su murmullo habitual está ahogándose en el fragor de la batalla. Nos han ordenado que averigüemos la posición del desembarco marítimo que aterrizó ayer cerca del muelle y con que la comunicación ha sido estropeada.
A cada paso, tropezando con los cadáveres de hombres y caballos, bajo un fuego abundante de artillería y ametralladoras, nos acercamos lentamente a los límites de la ciudad. Aplastando de un embudo a otro, de un cadáver humano a otro, hemos dejado cinco kilómetros detrás de nosotros.
En mi espalda están fijados los extremos de dos cordones, cada uno es de veinte metros. En los otros extremos de estos cordones están Samed y Volodya, que conoce bien la ciudad. Los cordones nos sirven para las negociaciones silenciosas y para no perder uno al otro entre los cientos de los cuerpos humanos, que en los momentos de la iluminación errónea del campo con las luces de los cohetes también parecen arrastrándose una vez con nosotros - a la ciudad, otra vez a nuestro encuentro – al mar, dependiendo del momento del ataque, cuándo nuestros soldados y los soldados de enemigos.que están mezclados aquí, han sido segados con el fuego de batalla. Del olor pútrido, el aire sobre el campo está pesado, incluso el viento no puede limpiarlo.
Volodya me tiró del cordón: “¡Alto!”
“¡Qué pasa!” - le pregunto de la misma manera.
“¡Ven acá!” – me llama el cordón rápidamente...
Nos acercamos arrastrando a la llamada.
Cerca del cadáver negro de un caballo muerto está tumbado un soldado del Ejército Rojo, junto a él está Volodya.
- ¿Qué pasa?
- Los alemanes-exploradores están por delante.
- En el embudo... a unos cincuenta pasos de aquí, no más, - ha añadido el herido.
- ¿Y quién eres?
- Un explorador.
- ¿Te ha herido gravemente?
- Ambas piernas... Yo les sigo espiando siempre... Han acercado aún entre dos luces, y no se han atrevido adelante... Están sentados allá, en el embudo... fumando... se ha llevado el humo acá...
Era difícil de encontrar en tanta situación a un luchador, que necesitara ayuda, pero no podías... Tuvimos que dejarle, limitándonos a colocar los compresores a sus heridas.
- Si estemos vivos, vamos a volver y recogerle, - prometía Volodya al explorador.
- Muy bien, chicos... Gracias, id... Sólo apóyame contra aquel caballo... para verlo todo... De todos los modos, no soy un combatiente...
Le era difícil hablar. El susurro volaba de sus labios con interrupciones. Quería ver un combate por lo menos una vez más, si ya no podía participar en él. Quería ver una más victoria nuestra. Hablaba en voz baja y simplemente, sin aquellas palabras nobles, que usan los protagonistas agonizantes de las novelas. Me incliné para lanzar una mirada a su rostro, pero, como por desgracia, ninguno de los cohetes no se desató en esos breves minutos.
Le dimos una botella de agua y unos cuantos cigarrillos.
- Chicos, sería mejor que me daríais mayorka y un periódico – que mis manos hagan algo... Eso es aburrido...
Aldejarles, nos arrastramos más cerca al embudo indicado por ellos.
No teníamos que tener miedo del ruido o disparo: aquella noche la ráfaga intermitente o una sola explosión de una granada se oirían no más que los aplausos de los niños.
Ya cerca del mismo embudo notamos un grupo de las personas que se acurrucaron.
- ¡Ya, hannan! - gritó Samed.- ¡Así que os habíamos derrotado en Stalingrado!..
Nos apostamos, pero después de dos explosiones de granadas en un embutido no había más movimiento, ni gemido.
Más tarde le pregunté a Samed, qué significbaa en su idioma: “¡Ya, hannan!“
- ¡Quién sabe! Así gritaba Nasreddin Hodja cuando golpeaba con un pértigo al visir de Kan que robó a su esposa...
El desembarco marítimo se mantenía, apretado estrechamente contra la orilla del mar. Volodya nos llevó muy cerca de ella. En aquel sitio desmenuzado se oía un rugido continuo como si un granizo golpeara el techo. Las explosiones frecuentes de las granadas de mano, los gritos fuertes y el crepitar incesante de ametralladoras y automáticos hablaban de muchas cosas, pero un pequeño espacio que nos separaba del desembarco, estaba completamente ocupado por la infantería enemiga y los puntos de morteros y ametralladoras. Era increible acercarse, establecer una conexión...
Por el camino de regreso nos encncontramos al combatiente dejado en el campo: todavía estaba sentado, apoyado contra un caballo muerto. Tenía los ojos abiertos, y en ellos reflejaban los relámpagos de las luces y explosiones , pero él no las veía más...
Cuando regresé, el capitán Miróshnik no estaba en el blindaje.
- Él le esperaba mucho tiempo... se fue al estado de la artillería costera y le ordenó que Usted llegara allá. Es la tercera cueva de nuestro lugar sobre la orilla.
Los estados de nuestras unidades que se avanzaban se encontraban en las antiguas canteras sobre la escarpada orilla del mar. Allí hasta se oía el chapoteo del oleaje. Al mar daban las aperturas que durante el día servían para la observación, pero por la noche no era imposible encender un fuego allí, para no detectar los puntos de observación. En la oscuridad de la cueva a través de los sonidos del mar, yo oí la voz de nuestro capitán:
- Sí, camarada coronel de la Guardia, ya envié hace mucho tiempo. De un momento a otro espero su regreso.
Comprendí que estaba diciendo sobre nosotros. Sería una locura para mí esperar en la oscuridad que me prestaran atención.
- Camarada coronel de la Guardia, permítame dirigir a capitán de la Guardia Miróshnik, - di la voz.
- ¿Quién esta ahí? - Una vez dijo una voz del coronel desde la oscuridad.
- El comandante de la primera escuadra de la primera sección de exploración, sargento mayor de Guardia Sartaléyev ha llegado según la orden del comandante de la compañía, Capitán de Guardia Miróshnik – respondí yo como le gustaba a Miróschnik. Exactamente según el estatuto.
- ¿Kostya? ¿Mi amigo de paso? ¡Pero decían que habías desaparecido en hospital! - Exclamó el coronel, y yo reconocí en él a mi viejo conocido Mayor Rusakov.- Bueno, informa, Kostya.
Informé de lo todo que consideraba importante de los resultados de la exploración.
Me hacían preguntas una vez nuestro capitán, otra vez coronel, clarificando posición de nuestros desembarcos.
- Bueno, gracias, amigo mío, - me dijo el coronel. Su brazo fuerte cogió mi mano izquierda, y en la oscuridad la apretó con un movimiento brusco.- ¡Oh, chico, chico! – añadió él no sólo abrazándome, sino poniéndome a su lado muy cerca.
Yo quería ver su cara, pero era bastante oscuro... El teléfono sonó.
- Yo soy “Pepino”, Rusakov, - dijo el coronel. – Le estoy escuchando, Irákliy Gueórguiyevich. Voy... me llama general teniente, dentro de cinco minutos volveré, esperad, - dijo Rusakov saliendo ya de la cueva pequeña.- Tú, Kostya, también...
Me acordé el paso. Un cigarrillo, que él hubo metido en mi boca a la manera amistosa. Yo estaba contento de aquel encuentro con el testimonio de nuestros primeros pasos por los caminos de la guerra...
A la salida de la cueva el coronel gritó a alguien: “¡Cuerpo a tierra!” En aquel momento, justo frente a la cueva se derrumbó con el rugido el proyectil de enemigo. La luz ligera azulada de la entrada se eclipsó, se golpeó con polvo y humo.
Las piedras y terrones de tierra caían intermitente en algún lugar cercano. Luego el silencio que se hizo volvió a sonar el roción de oleaja, y una voz gritó silenciosamente y con espanto:
- ¡Coronel está matado!
“Matado...” ¡Cuántas veces hemos oído y pronunciado aquella palabra corta y pesada .. ¡Cuántas veces tuvimos que decir adiós para siempre a un amigo, con quien habíamos fumado de mano en mano el último cigarrillo, quien te calentaba con la participación y cuidado cordiales. con quien tú habías compartido su tristeza y alegría de frente. Con cada compañero caído en la batalla tú pareces enterrar tu propia partícula.
La palabra “muerto” pronunciada en voz baja en aquella cueva oscura para mí sonó más fuerte que si hubiera sido gritada por la sección completa.
Tan pronto como el capitán Miróschnik informó sobre el desembarco al nuevo comandante que tomó el mando en lugar de Rusakov, tan pronto como tuvimos tiempo para volver a nuestro sitio, nuestra sección se dirigió a la cabeza de infantería que avanzaba por la orilla del mar.
Por encima de nosotros se colgaba el fuego doble: fascistas nos atacaban con artillería, el fuego de ametralladoras y morteros, y encima de nuestras cabezas nuestra propia artillería nos despejaba el camino. Caminábamos por las huellas de nuestros proyectiles detrás de la cortina de fuego, a veces casi adelantadola, nos apostábamos. Entonces nuestros proyectiles estallaban ante nosotros sólo a un ciento de metros... Y de nuevo el fuego se extendía hacia adelante y hacia adelante, liberándonos el camino para un salto nuevo.
Novorossiysk, la ciudad natal de Volodya, fue el último baluarte poderoso de los hitlerianos en la orilla oriental del Mar Negro. Los alemanes resistían con fiereza, pero el súbito de choque de la infantería revocaba su cálculo metódico. Ellos esperaban una preparación habitual de infantería, y después de ella – un salto de infantería. Las expectativas no se comprobaron. La infantería se lanzaba a ellos casi con sus proyectiles, La valentía desesperada se unía con la precisión sorprendente de nuestra artillería.
- ¡Ya, hannan! - Samad Abduláyev dejaba saber de sí.- ¡Os hemos atacado así en Stalingrado! – añadía él después de explosión de cada su granada.
- ¡Hemos atacado así, atacamos así! – le respondía Vasya Grishin.
Las divisiones se mezclaban a veces, por supuesto. Muy a menudo una voz desconocida respondía a su grito. Un lema lanzado en algún lugar en el flanco, recogido por los vecinos, vuela lejos al otro flanco, y, muchas veces cambiando su significado exacto, se vuelve a tí, adquiriendo de nuevo contenido.
En algún lugar un soldado recordaría a su amigo perdido en la lucha, y gritaría:
- ¡Por Grisha!
En aquel momento sintió la llegada del minuto de la venganza digna por su amigo de combate.
- ¡Por Olga! - cogió el vecino, recordando a su amiga perdida.
Y de pronto, como los fogonazos de disparos de fusil, pasarían por las filas de la infantería los nombres femeninos:
- ¡Por Shura!.. ¡Por Lyuba!..
Todas ellas estaban allí con nosotros, ellas eran el apoyo invisible del alma de soldado: defendemos a unas, vengamos por otras al enemigo - y ya todas ellas vinieron a ayudarnos en la batalla...
- ¡Por Zhenya!..- se nos llevó desde algún lugar a la izquierda.
- ¡Por la esposa! - inmediatamente transmitió la poderosa voz de Samed.
Pero hay llamadas que en la batalla más calurosa se pronuncian con precisión, y al pasar un frente entero y a repetirse la infinidad de veces, se vuelven sin cambios. Llevan nuestros sentimientos sagrados de los hijos por su patria...
Sin esperar la transferencia de fuego de artillería, la infantería se precipitó con entusiasmo a la convergencia con nuestro desembarco marítimo. Les costaba mucho allí. Luchaban, con el último sangrado arterial, que nuestro “¡hurra!” les añadiera fuerza, les apoyara...
- ¡Hur-ra-ah-ah-ah-ah!..
Tú no estabas corriendo ya – estabas volando en una poderosa ola, te llevaba más adelante la tensión que crecía en cada luchador y estallaba en aquel grito en aquel entonces. Era el momento, que a veces esperabas durante semanas. En aquellos minutos de la batalla cada soldado dejaba de sentirse separado de los demás. Su “yo” se disolvió, fusionó con todos los que estaban metiendo hacia adelante a través de las lluvias fuertes de fuego con el grito incesante, arrancado de su pecho y su garganta:
- ¡Ur-ra-ah!...
Más de una vez tuve la oportunidad de asegurarme de que el eje de la poderosa “¡hurra!” de la ofensiva que se hervía de una ola potente es uno de los más terribles dioses de la guerra.
Cuando nos lanzamos a la zona del club náutico, los hitlerianos se corrieron a todas las direcciones, tirando armas... A la luz de resplandor, yo vi a un marinero que persiguiéndoles, lanzó una granada detrás de ellos, a correr, luego se volvió hacia nosotros y cogiendo seriamente, fue a nuestra dirección. Tenía la cabeza vendada con el vendaje empapado con la sangre, debajo del cual miraba el único ojo derecho. Él levantó la mano con el automático como si para un abrazo, pero de repente, apoyando contra mi pecho con la mano derecha, como si estuviera dormido al instante... Le abracé.
- Retira la mano... Espalda... No había lugar vivo, - ronqueó el.
Retiré la mano. La palma estaba cubierta de sangre. Cerca de nuestros marines abrazado la gente de mar. Pero la expresión de los sentimientos no tenía tiempo...
- Vamos! - Escuché un grito.
Pensé que era la voz de Volodya.
- ¡Golpea! ¡Corren! ¡Golpea! – se oían los gritos de muchas voces por delante.
El marinero apoyó pesadamente sobre mí, me di cuenta de que las fuerzas le abandonaban y suavemente lo puse sobre una caja.
- ¡Bueno, compañero, descansa aquí!... – se oyó detrás. – Yo también iré adelante... ¡Adelante!
- Mira, cómo estás: ¡descansa!..- se oyó detrás.- Yo también iré hacia adelante... ¡Adelante!
Y, casi junto a mí, él se puso a perseguir a los fugitivos alemanes, andando con el paso pesado e incorrecto...
Por la mañana, los alemanes abandonaron la ciudad “según los temas estratégicos”, como Guébbels había calmado a los hitlerianos que se inquietaban por su destino.
Como siempre, nos pasó a nosotros el aplastamiento de los focos dispersos de fuego, limpieza de sótanos y desvanes...
Petya Ushakov corrió al encuentro del coche enemigo de pasajeros que chocó contra una farola de hierro en la intersección de dos calles. Al abrir la puerta, dio un puntapié al culo que salía de debajo del asiento de atrás...
- ¡Fuera, perro!
Un oficial vestido del uniforme de las SS, conocido para nosotros, bajó del coche, con las manos alzadas.
- Prisión, prisión...- murmuró asustado.
Tan pronto como Serguey gritó “¡Alto!”, Petya cosió el pecho del de las SS a ráfaga de automático.
- ¡Qué pasa, Petya!..
La primera vez que vi la cara de Petya Ushakov as:í sus labios se torcieron, su bigote se erizó, los blancos de sus ojos se llenaron con sangre, sus fosas nasales se inflaron. Respiraba pesadamente y resplandeciendo con rabia con sus ojos mientras miraba a Serguey, comenzó a sacar de su bolsillo unos documentos fascistas, sin decir ninguna palabra.
- Toma, es que e gusta el “Vellocino de Oro”. Aquí tienes nuestro tabaquito - fuma - él puso una caja en las manos de Volodya Tolstov.
Ella parecía demasiado pesada a Tolstov. La abrió: había unas pocas parejas de relojes, anillos, pendientes, dientes de oro y puentes, sacados por romper de las personas muertes o vivas todavía - quién sabía...
La ciudad que estaba en ruinas, todavía se encontraba en llamas. Unas casas intactas parecían extrañas. Caminamos por decenas de las calles, y no encontramos a residentes allí... La ciudad estaba muerta, y cada pila de escombros aspiraba a venganza.
Pasando por los restos de una casa de ladrillo en el barrio del sur de la ciudad, Volodya dijo con voz temblorosa de repente:
- Kostya... Vamos a entrar.
Me di cuenta en seguida: nos chocamos con la misma cosa que cada uno de nosotros evitaba hablar con él durante todos aquellos días. Sabíamos que Volodya había nacido allí y que sus padres habían vivido allí. Él sabía que podrían salvarse del ataque de las hordas fascistas, pero sus huellas siguientes se perdieron.
En aquel momento miraba a las ruinas y decía: “Vamos a entrar”, después de la cual se oía con mucha claridad “a nuestra casa”... Pero ya no había ningún lugar para entrar.
Ante nosotros, al igual que la antigua tumba, se encontraban las ruinas de una pared derrumbada, cerca de la cual estaba asomando de una manera absurda la estufa redonda pintada...
- Aquí... aquí vivieron mis...- dijo Volodya. Sus labios formaron una sonrisa de que dolía el corazón.
Se inclinó hacia delante, mirando a la esquina de la pared, aunque pasó un dedo por ella. Era como buscando algo. Con un poco de vergüenza y la incomodidad él raspó los escombros en el suelo de la habitación y señaló una mancha violeta.
- Aquí mi hermanita Tanyusha derramó mi tinta...- sonrió de nuevo.- Le gustaba “escribir”, pero todavía no creció hasta la edad escolar... por supuesto, yo le dé azotes... Mira – hay garabatos en la estufa: “P” significa “papá”, y “M” – ”mamá”... y tacó “V”... por azotarla... Hicimos la paz sólo cuando yo iba al frente – de todos los modos, tuve tiempo para llegar a casa...- Él seguía examinando la estufa y de repente, encantado, exclamó: - ¡Kostya, Kostya, mira eso! ¡Una vez escrito! ¡Aquí, mira: ”V”, ”V” y ”V”! ¡Ves, cuántas veces! Él no pudo soportar, su voz empezó a temblar.
Parecía que le era más fácil poder soportar el aspecto de la ciudad en ruinas, el nido natal destruido que ver aquel rastro de la tristeza infantil.
Una hora más tarde, cuando ya estábamos en el coche y fuimos a Tamán, Volodya se hizo aquel como era siempre. Bromeaba, se reía, pero nunca volvió la cabeza a su ciudad en ruinas.
VI
La península de Tamán no es el lugar más hermoso y acogedor en la Tierra. Agua podrida está goteando siempre de su terreno. El área de sus estuarios es, tal vez, superior al área de la tierra. Las piernas de los soldados caen una y otra vez en el fangal de pantano aquí. Si te arrastras – te mojarás, si saltas a correr – te atollarás... Es especialmente malo si estés aquí en marzo, cuando la nieve se derrite y llueve sin cesar.
A través de toda la península los tanques alemanes y columnas de automóviles alemanes pasaron de la marcha pesada, después pasaron los nuestros; y ya se quedó, todo cortado en barras con sus huellas, cubierto con las colinas de fosas comunes, montones de coches destrozados y siluetas jorobadas de los tanques quemados. Por las rodadas de las carreteras militares pesadas, profundamente hundidas, fluyen perezosamente las aguas revueltas y soñolientas.
Después de la mezcla de colores del Cáucaso y Kubán parece que esta aburrida península ha sido arrastrada de alguna parte de fuera, y dejada aquí, a la puerta occidental del Cáucaso, como una vieja alfombra.
La península de Tamán está separada solamente por un estrecho angosto de Kerch, todavía ocupado por los hitlerianos. Se ve que nuestra vida de soldados nos prepara a saltar a través del estrecho a Crimea. Por supuesto, nadie no lo dice a nosotros. Pero hemos llegado a los límites extremos de la tierra. Hemos arrojado al mar a los fascistas queno han sidoaniquilados por nosotros. No hay ningún lugar adelante para una ofensiva.
La justicia de nuestras sospechas de los soldados está comprobada también por el hecho que nos enseñan un arte nuevo: subimos a una lancha, ésta hace un semicírculo en el mar a cincuenta metros de la orilla, y, al saltar por encima del borde, debemos salir a la playa y empezar el fuego inmediato. No se permite nada ahogarse, cualquiera que sean los obstáculos. Nadar en la ropa no es fácil. Algunas herramientas que pueden salvar de la muerte, no ayudan contra el agua helada. Pero lo más sorprendente de todo es que hemos olvidado de cómo coger un resfriado, mientras estamos bañándonos así.
Basta pensar, ¡cómo sería el gemir de las madres, esposas, hermanas, si aparecieras mojado en casa después de caer accidentalmente de un en esta época del año! Habrían llamado a amparo todo el poder de la ciencia moderna y todas las drogas de antepasados, estarías acostado bajo las sábanas, bajo los abrigos de piel y colchones de pluma, te darían a tomar té caliente, te alimentarían con frambuesas, te frotarían y suspirarían... Y aquí te dan un trago de vodka y nuevo baño de mañana. Eso es todo... Quizás una mitad de las enfermedades de la raza humana tiene lugar sólo porque los temen tanto...
Es difícil quele toca a Petya Ushakov, él decidió tomar una ametralladora de mano y tomó un par de los discos adicionales, sin contar granadas. Así que saltó fuera del agua, rechazó son el fuego y al quitarse la ropa rápidamente empezó a exprimir su guerrera. De Kerch está volando un proyectil... “¡Cuerpo a tierra!” Todos cayeron. Él fuente de agua subió cerca de la orilla. Subimos no tan limpios, pero sobre todo Petya ha tenido la suerte: se pone tan negro como un negro por causa del barro pegajoso de la orilla, borra la suciedad que se ha pegado al bigote que estimamos todos nosotros.
- ¡Qué sinvergüencería! – está refunfuñando él.
Cuando los proyectiles te atacan durante el fuego, tú distingues cuáles son peligrosos, y a tiempo caes al suelo. Pero cuando cae tal único, loco, todo el mundo piensa que la salvación de él es un poco de suerte especial. La animación alegre abarca a todos.
- Esto prueba, querido Pyotr Afanásievich, como diría nuestro querido sargento mayor de guardia Konstantin Sar-taléyevich – está bromeando intencionadamente largo y difícil Volodya, - ¡que sería necesario ponerle a tal enemigo inmediatamente delante de vosotros para que le arranquen con un puntapié de Crimea y con el otro - de Berlín!
El mismo Volodya, el residente marítimo, el miembro de aquel club náutico, en cuyo territorio se realizó nuestra reunión con los infantes de marina durante la toma de Novorossíysk, es un nadador bueno. Fue el primero en salir del agua, dándose maña para no mojar los bolsillos en el pecho, y fue el primer en cambiar de ropa.
- Resulta que el agua de mar es como el agua... No es bueno que es muy fría...- responde Samed.- En nuestro Uzbekistán pasar por el agua es una alegría. Pero no me gusta el frío.
- Nada, Samed, ¡si sales del frío al calor . te calentarás en seguida! – promete Vasya.
Volodya está bromeando con todo el mundo. Él llama al bigote de Petya los de una morsa, él está fastidiando a mí, a Serguey y Vasya, y a forestal de Ural Yegórushka, un robusto de la altura que es no menos que fue nuestro Zonin. Volodya confirme que no va a hundir a cualquiera profundidad, porque su cabeza va a asomarse del agua en cualquier caso. Sus bromas no causan daño a nadie, y sólo Petya, al rizar el bigote, ha enseñado los dientes sin una sonrisa y comenzó a limpiar su agenda. Él la salvó de agua, pusiéndola en una gorra, pero no la salvó de barro al caer. Él hojeaba y limpiaba afanosamente cada página.
- ¿Qué, Pedro, se ha lavado tu cuenta? – le involvió Volodya en tono juguetón general.
- No, no podrás lavar mi cuenta, se mantendrá – contesta Petya enojado todavía.
Petya mantiene su propia cuenta según las columnas: soldados, oficiales, coches y tanques. Después de cada batalla él confirma cuidadosamente los asuntos de lucha y sólo después de recibir la confirmación de sus compañeros, escribe en su librito. Hace tiempo su cuenta pasó más de doscientos, pero, según le parece, no ha añadido nada a la lista durante una batalla de noche en Novorossíysk. Por lo general, en una gran batalla, especialmente por la noche, es difícil tomar en cuenta a los enemigos matados por tí, pero es desagradable atribuir toda la ciudad a sí mismo.
Creo que nuestro Petya regresará a casa de la guerra cruel e inaccesible para las bromas, y muy exigente consigo mismo y con las personas.
- ¡En tu brigada, no importa dónde tú trabajaras, todo estaría arreglado! - dice Serguey.
- ¿Y en la tuya, no estaría? No, hermano, vas a trabajar también como trabajo yo ahora. Vamos, Kostya, vuelve a leerle una carta de tu madre. Que recuerde cómo las mujeres trabajan ahora, una por tres.
De lo que se toca a este tema, Pedro puede hablar de manera tan convincente, como si durante la guerra él sólo pensara en el trabajo de koljós, como si mañana toda la escuadra fuera a sembrar...
- ¿Pero dónde está este Guelendzhik? ¿Probablemente, será mejor allí? – pregunta Volodya a Samed.
- El agua será más profunda, y la orilla será más alta.
- ¿Y la suciedad?
- No, la suciedad no habrá.
Por las filas de los soldados se extiende el rumor de que nos transportan a entrenar en Gelendzhik. De esto podemos concluir que en algún lugar nos esperan las orillas altas y el mar real. No tengo miedo del mar o altas orillas, pero tengo un motivo para lamentar del hecho de que vamos a partir de la península de Tamán. Durante los últimos días, he estado muy cerca para oír la voz de Akbota: sus cartas me llegan el segundo día. En algún lugar detrás de estos estuarios o colinas bajas enrojecidas vive Akbota. Además, ahora canto las canciones kazajas para que ella las escuche si pase por mi lado ocasionalmente. Yo canto las canciones más conmovedoras, pero se puede cantar sólo durante el descanso en blindaje. Tal vez, precisamente por eso Akbota no me oye... Qué le valdría pasar accidentalmente por nuestro blindaje y, al oír una canción conocida, entrar y saludando según el estatuto, gritar en voz alta y divertido:
- ¡Camarada sargento mayor de guardia, permítame que le dirige!..
Sin embargo, no importa lo bien que sea la opción del encuentro entre los esposos, creo que no es la más brillante. Pero si de repente delante de mí estaría una mujer vestida de la capa de un oficial, ajustada bien, y yo tendría que pedir permiso para apelar... ¡Fuera!.. Prefiero que ella me conteste con una canción similar... Sin embargo, la guerra no es una ópera, y esa opción está desapareciendo rápidamente. Quiero verla dolorosamente, pero ¿cómo?..
La guerra arruinó a millones de familias. En nuestro nido familiar la única madre vieja está viviendo y armándose de valor. Mi hermano está en el norte extremo, yo estoy en el sur extremo... Y ahora sientes en un lugar por aquí, cerca, la presencia de un ser familiar, se podría decir - tu esposa, pero ella se encontraría tan lejos de tí como si viviera en casa...
- ¿Puedo preguntar con qué se ha ensombrecido su rostro, jefe mío? - dice Volodya que está alegre siempre.
- Un verdadero guerrero siempre superá el dolor y la tristeza de su corazón, - tratando de caer en el tono, le contesto.
- Samed, háblame de molá Nasreddín, - pide Seryozha.
- Después, ahora será una retreta.
- ¡Tendrás tiempo! Allá, detrás de la lengua de tierra los chicos todavía están saliendo del agua.
Samed ha sentado más conveniente y de inmediato ha tomado el aspecto más serio.
Él sabe incontables historias sobre molá Nasreddín y tiene un gran sentido de humor. En sus historias molá Nasreddín renace en las trincheras de la Segunda Guerra Mundial, se encuentra entre los exploradores y resulta llegar al estado hitleriano, les ahoga a los fascistas en un pozo, donde se les ven las “curcas” y “yaykas”, él encuentra a Roosevelt y Churchill en una calle de Teherán y les hace las preguntas astutas sobre el segundo frente...
La señal a la asamblea. En las lanchas volvemos a los blindajes...
Todos aquellos días yo vigilaba atentamente a Samed. Él vino a nuestra sección desde el hospital en las últimas horas antes de embarcar en el avión, que nos llevaba a Novorossiysk. Ya tres veces iba con nosotros a la exploración y se distinguió como un soldado valiente e inteligente. En la batalla por Novorossíysk saltaba en toda su estatura, tirando una granada, disparaba justo, y en los combates cuerpo a cuerpo luchaba con lo que podía - hasta la culata. Delgado, seco, flaco... Yo trataba de adivinar quién era de profesión: ¿contador de koljós, maestro de la escuela primaria, tal vez, agrónomo o técnico constructor?.. En realidad era operador de cine que en su moto visitaba las casas de té y los koljoses y gestionaba mostrar una película en tres o cuatro pantallas durante una noche. Quizás aquello influyó a su operatividad vital y la precisión con la que cumplñia las misiones de combate, y los pedidos más pequeños.
Lo hace todo con cierta facilidad especial, que a veces da la impresión de descuido. En los momentos de peligro dos hileras de sus dientes blancos brillan a sus compañeros sonriemdo, como si no hay amenaza de peligro a él mismo nunca. Samed convergíó simplemente con todos, a una manera de soldados de “tú”. Sólo conmigo mantiene el trato estatutario de “usted” y el tono de un subordinado, pero sus agudos ojos marrones en este momento me dicen alegre y amistosamente: “Vamos a pasar a tratar de ·tú”. La broma rompe su lengua incluso cuando, al parecer, no es el momento para bromear. En cualquier caso, ciertamente recordará al sabio nacional Molá Nassredín y su sentencia. Pero su falta de cuidado y la alegría no irritan a nadie, al contrario - todos le están agradecidos...
Cuando regresamos a su blindaje después del baño ordinatio, me acerqué a él y le tendí la bolsa de tabaco.
- Molá Nassredín no siempre aconseja seguir Korán - dijo Samed, empezando a girar la “patita de perro”.
Entrecerrando los ojos, me miró directamente a los ojos y dijo no en tono de suposiciones, sino de declaraciones:
- Camarada sargento mayor de guardia ha decidido averiguar lo excéntrico que estoy... ¿Verdad?
- No, no, - murmuré, un tanto sorprendido por la pregunta directa.- Sólo me gustaría saber de dónde usted tiene muchas historias interesantes...
- De un viejo amigo, a quien conocí una vez durante un combate, - respondió Samed.
- He oído que Usted es del frente de Stalingrado...
- Sí, me ví obligado...- dijo, y su cara sombría reflejó la oscuridad de lo experimentado.
- ¿Por qué no nos dices acerca de la batalla de Stalingrado? - le pregunté, sintiendo que a él mismo le gustaría compartir los recuerdos. - Stalingrado para nosotros es también una ciudad natal, en el Cáucaso, también luchamos por ella... ¡Dime!
- No te va a decirlo ni un solo soldado - respondió Samed.- quizás, un regimiento entero de soldados no lo diría. A menos que, si usted recoga un batallón de los generales, de alguna manera ellos pueden arreglarlo...
- Pero dime lo que has visto tú.
- No tan muchas cosas... Porque un soldado sólo ve lo que está en su línea de visión... Durante tres meses y tres días yo casi no movía de un sitio. Mantuvimos una casa. Fue una casa excelente con arcos de piedra, con pilares de hormigón, podría estar durante los siglos. A nuestra derecha se encontraba un hermoso teatro grande, y detrás de él se veía una hermosa ciudad. Al principio, yo estaba sentado con una ametralladora en el ático. Tres días más tarde demolieron la planta superior. Nos bajamos un poco, en lugar de una ametralladora rota ponemos la otra. Entonces se veía menos él teatro que estaba delante de todos, lo cerró todo, a excepción de la calle más cercana. Entonces, un día tras otro nos derrumbaban un piso tras otro, y nos encontramos en el sótano. Encima nosotros se colgaba una bóveda medio cubierta y salían los conjuntos de pilares de hormigón – y nosotros los defendíamos... ¿Has estado en Samarkand? ¿No?.. Para la vuelta de Aksak-Temir de la guerra su esposa más guapa Bibi Janum ordenó que construyeran un mezquita increible. Cuando la miras, siempre te arrepientes que el tiempo destruyó aquella belleza maravillosa. Pero el tiempo trabajaba durante seis siglos, y allí frente a nosotros toda la ciudad se convirtió en kas ruinas peores que la mezquita de Bibi Janum... En tres meses de nuestra sección se quedaron nueve personas... Olvidamos lo que era la cara de una persona, cuando rie... olvidamos el sonido de la voz cuando la una persona está bromeando... Cuando nos quedamos siete, los alemanes lanzaron directamente a nosotros el ataque de un batallón. El comandante me envió a pedir refuerzos. Mientras yo metía a través de las piedras, hierro y hierro fundido, llegó la noche... No me daron refuerzos, yo regresaba y oía cómo los alemanes atacaban a nos nuestros. En aquel momento pensé más que era necesario llegar vivo al lugar donde estaban nuestros chicos - porque yo era para ellos refuerzos... Y entonces cuando me encontré con un viejo amigo que le susurró unas palabras y él me hizo sonreír. Era el molá Nasreddín. Así que estábamos con él y arrastrábamos por las ruinas, discutiendo su consejo. Cuando llegamos al lugar de los nuestros, sólo hubo tres sobrevivientes. Los fascistas continuaban atacando... Pero Nasreddín y yo les estropeamos todo. "¡Ya, Hannah!" - gritó Nasreddín, lanzó una granada y saltó fuera del refugio con con una ametralladora hacia los fascistas... Le seguí, y los chicos detrás de mí - y los alemanes huyeron. Nasreddín les engañó: ellos creyeron que teníamos una compañía fresca entera. Nasreddín y yo obtuvimos la Orden de la Gran Guerra Patria por aquella actividad, y desde entonces nos acordamos no separarse...
Samad sonreía con alegría y gusto. Después de escuchar, apreté firmemente su mano.
- Muy bien, querido Samed, revuelva con frecuencia a molá Nasreddín. Que luche con nosotros. ¡Un buen soldado en la guerra nunca es superfluo!
Los rumores de soldados se comprobaron. A la madrugada nuestra lancha a una velocidad muy alta hizo un semicírculo regular en nuevo lugar – debajo de la costa alta de Guelendzhik.
- Es Guelendzhik falsa - Volodya me susurró al oído, pero no explicó lo que significaba “falsa”, y saltó por la borda.
Detrás de él - Samed, Yegórushka, Petya, Serguey, Vasiliy...
Llegaba la segunda lancha...
Samed e Yegórushka, llegando al fondo con los pies, querían ir a la costa.
- ¡Nadar! – grité yo.
Hasta la madrugada atacamos tres veces desde la orilla del mar bajo el crepitar de los automáticos y explosiones de las “granadas” de la orilla, donde se encontraba el “enemigo” convencional.
Volodya era el mejor nadador, pero Petya le adelantaba y abría fuego rápidamente. Al salir del agua helada como de debajo una manta pesada, él disparaba de la ametralladora de manos antes que todos, aplastando el fuego costero de “enemigo”. Serguey resultó ser el más débil. Era el último que salía del agua y el último que escalaba las piedras.
- ¡Por la noche, me encontraré con todo el mundo, sólo cambiaré mis botas, son grandes! – se jactaba Serguey.
El sol frío se levantaba de la cresta, cuando nosotros, al escurrir rápidamente la ropa, nos vestimos y cogimos los frascos.
- ¡Mohammed dijo que no vomitárais vino! - reía Samed, dando dientes con el cuello del frasco.
Después de beber un sorbo, Seryozha hizo un “correr en su lugar”, y Ushakov todavía escurría su guerrera.
- ¡Escurre mejor para que no se moje más! - animaban ellos unos a otros.
Ya todos nos vestimos y derramamos el agua de nuestras botas, y aunque el calor se extendía ya por el cuerpo de un trago de alcohol, pero los dientes aún estaban castañeteando y nos faltaba una risa alegre para calentarnos. Risa es el fuego interior de la persona.
- Alá tuvo dos esposos... - de repente, a propósito distorsionando el lenguaje, Samed comienza una de sus anécdotas.
Las carcajadas generales surgieron de lo inesperado.
Nuestra risa amistosa, resonando an las rocas costeras desnudas, ha llamado la atención de las tres personas que estaban sentadas en las piedras cerca. Se dirigen a nosotros. Hemos reconocido a capitán Miróshnik. Junto a él, están otros dos en los monos holgados de avión. Después de dar la orden “¡Atención!”, estoy esperando a que el capitán se acerca. Superando escalofríos los chicos se han estirado. Y luego, en uno de los pilotos, con las hombreras de teniente coronel de aviación, he reconocido a una persona más familiar para mí: Sheguén se ha ido acercándose a nosotros.
Yo, mojado, helado estaba frente a él, pero yo estaba lleno de orgullo por el camino bueno pasado por mí. Sus ojos se encontraron con los míos, y me calentaron en seguida. Sheguén como un oficial de alto rango, dio la orden “¡en su lugar, descanso!” y apeló a Miróshnik.
- Aquí está mi hermanito con Usted, camarada capitán de la guardia.
No, no nos lanzamos al cuello, no nos besamos. Nada de aquello ocurrió. Ni siquiera nos cambiamos de palmadas por los hombros...
Cada uno de nosotros, al mirar más cerca al otro, endendió cómo combatía él mismo y cómo luchaba el otro.
Nuestros caminos se cruzaban muchas veces cuando Sheguén volaba sobre mi cabeza. Sucedía, como se vio, tan a menudo, que todo lo que yo podía relatar, él sabía de memoria.
Obviamente recordando su actitud anterior hacia mí, Sheguén comentó casualmente:
- Bueno, has visto en esta guerra más de lo que yo he visto de mi altura...
Yo no le dije nada.
Detrás de las escenas tocamos el temas, que antes me parecía infantil para una conversación con Sheguén.
- ¿Recuerdas tu primer día en Gúryev? - me preguntó, y en sus ojos leí todo nuestro verano en Gúryev.
Ante de mí surgió la ciudad de la manera en que yo la vi por primera vez: hacinado, estrecho, ruidoso, como la multitud del mercado. Me pareció entonces que las casas eran puestas una a la otra tan cerca porque todas las personas vivían en el mercado, y la ciudad es un mercado. El aúl no era así... Kara Murt te envió a llamar a tío Sabit. Y frente a tí estaba todo un campo - no habían calles o callejones. Corrías a través de todos los patios, saltabas por encima de un perro familiar, doblabas a aun lado con intención para saltar encima de un ternero atado, corrías a lo largo del techo de una chabola... Ahora incluso me pregunto cómo aquella chabola no se caía sobre sus habitantes. En una chabola así nací y viví yo, en una chabola semejante nació y vivió durante su infancia Sheguén. Podíamos recordar incluso lo que habíamos experimentado aparte en aquel entonces – tantas cosas comunes numerosas habíamos tenido en el comienzo de la vida...
Interrumpiéndonos, recordamos entonces lo que ya habíamos vivido juntos.
- ¿Te acuerdas de nuestro miliciano? - recuerda Sheguén para aclarar el punto de vista de los estrictos ojos fríos y sin esperar la respuesta, respondió con un toque de emoción: - ¡Cómo quería él que estudiáramos!..
- Ahora es el presidente en nuestro koljós.
- ¿Verdad
¿Verdad? Dame su dirección. Le voy a escribir y le enviaré una foto. - Sheguén saca su agenda.- A propósito, mira aquí...- me ha tendido una pequeña fotografía de una mujer con una niña en rodillas, - mi esposa y mi hija. Mi esposa te conoce no peor que yo. Todo el mes durante mis vacaciones le relataba de nuestra infancia.
Sheguén escribió en su libro la dirección de nuestro koljós, después la mía, arrancó una hoja y escribió el número de su estafeta de campaña. Al plegar una hojita de papel, me la entregó a mí, y yo la escondí detrás de la vuelta del gorro.
- Sabes, no vamos a perder de vista uno a otro. Tal vez juntos lleguemos a Berlín... Hasta la próxima, - dijo Sheguén.
- ¿En Berlín?
- ¡Qué más da! Nos verémos antes. Ahora sé que siempre somos vecinos y combatimos juntos.
Dos días más tarde, nos aprendemos subir rápidamente del agua a la orilla, e incluso Serguey no cedía a los demás.
Nos dieron uniformes nuevos. Las botas tenían las suelas tan gruesas, que se podía pasar con ellas más lejos de Berlín.
Por la noche, antes de la formación de toda la compañía el comandante nos leyó una orden del Comandante Supremo de nuestra unidad, para aquella noche un desembarco a la península de Kerch fue fijado. Kerch.
En la hoja de la orden escribimos nuestro juramento de la misión de combate.
VII
La costa negra del mar bullido. El viento cortante nos pasa, y no nos da gracia pensar que además tendremos que bañarnos en este agua fría gemiendo. Estamos esperando a las lanchas llegando.
- ¡Preparáos! – se oye el mando de Revyákin a dos docenas de metros de nosotros, en la disposición de la escuadra vecina.
Hemos estado listos ya durante mucho tiempo. Los cargos de soldados no son complicados. A través de la brisa del mar refunfuñando, el viento nos trae el rugido de los motores. ¿Van? No, es un engaño de oído...
Le escribía a Sheguén cuando Revyákin apareció en el blindaje. Él ha llegado para hablar de la próxima misión.
- Usted tendrá un desembarco detrás a la retaguardia enemiga. Para algún tiempo, este desembarco se puede estar cortado...
Revyákin nos preparaba para las mayores sorpresas.
Se trataba de lo que Volodya decía a Ushakov: tirar al enemigo de Crimea con un puntapié fuerte. Para ello, en primer lugar, era necesario establecer un campo de operaciones. Nuestra tarea consistía en subir a la península de Kerch de su lado meridional. En el lado de norte el otro grupo se había mantenido ya durante mucho tiempo...
Concluyendo la conversación, Revyákin sacó de la bolsa y puso ante sí unos triángulos plegados – las cartas. Y por la forma en que sus ojos se centraron en mí, me di cuenta de que una de ellas era de Akbota. Revyákin hace tiempo hubo aprendido a adivinar sus cartas por la escritura.
Y era seguro: cuando él nos dio cartas, una de ellas era para Vasya, y yo conseguí la otra... Al abrirla, me levanté de un salto: la carta de Akbota fue escrita por la mañana del mismo día...
- Escribid respuestas a las cartas hoy, ahora sería mejor, - subrayó Revyákin con aire significativo.
Pero nosotros mismos entendíamos que después de aquella conversación antes de la operación militar podría pasar poco tiempo.
Pues, Akbota estaba en un lugar cercano. Tal vez a pocas centenas de metros... Tal vez mañana yo podría encontrarla.
¡Y si realmente todavía no dejáramos aquel mismo día! De hecho, ¿podía ser que la operación no se emprendería aquel mismo día, pero el día siguiente?..
Pero por si acaso, le escribí una carta, encargándola a correspondencia para el cuidado de Sheguén, presentándosele a ella como a mi hermano mayor. En una carta a Sheguén atribuí la solicitud para encontrar Akbota y comuniqué su dirección. Sin reparar en expresiones, yo relaté qué doloroso era conocer que ells estaba muy cerca, y yo no tenía tiempo ni la oportunidad para encontrarla. Por supuesto, no escribía nada sobre el desembarco próximo.
Cuando termine las dos cartas, saqué de la vuelta del gorro la hoja de Sheguén en la que grabó su número de la estafeta de campaña... Lo miré y cerré los ojos como por el relámpago: era el mismo número de cuatro dígitos como en la dirección de Akbota, Sólo después del número en lugar de la habitual “A” había la lítera “D”...
La guerra nos prohibía comunicar la ubicación exacta de la residencia y la naturaleza de la unidad. Realmente escribí a Akbota que yo era un explorador, pero ella, como una mujer, estaba más pedantesca que yo y no escribía nada... ¡Pero cómo yo todavía no podía adivinar dónde se colocaban en el ejército los “comandantes de vientos” y “dueños de nubes”!.. “Tendría que ser muy tonto y estúpido para no entender que ella estuviera en aviación!" - me reprochaba yo en aquelmomento.
- ¡En el primer trimestre el plan ha sido superado a veintitrés! - exclamó Grishin.
- ¿A veintitrés? -? no entendí lo que me informaba. – Ven, ¿cuál es este plan?..
- ¡Cómo que cuál es este plan! ¿De dónde te has caído? ¡Trimestral!
- ¿Trimestral?
Él asintió.
- ¡El de Karagandá! ¡Cómo no puedes entender! Y han puesto en marcha la fábrica...
- Ah... sí, sí... Felicitaciones...
Vasya respondió: “Gracias”. Él se había pegado con Karagandá tanto que mi incomprensión le afligió. Él pensaba que yo estuviera contento con la noticia de la patria, y le parecía que yo no aceptaba sus noticias con una alegría suficiente...
Pero yo estaba pensando en otra cosa. Si todavía nos quedaba el día que venía, le pediría a Miróshnik el permiso para ir al aeródromo en un coche pasajero. Yo sabía que él estaba allí, sólo a unas decenas de kilómetros...
Sin embargo, justo en aquel momento, nos formaron, y ya estábamos allí, esperando la llegada de las lanchas.
Le dije a Volodya qué había sucedido, confesando que me temía que podría otra vez estar lejos de mi esposa. Acabé de crear una ilusión de proximidad y bienestar relativo en la “familia” de Akbota y mí – y aquello pasó...
- Jodzhá Nasreddín me dijo una vez - intervino Samed: - “Le da mal al marido cuando él no sabe donde está su esposa a y lo que ella estña haciendo. Pero alá da a los maridos tales pruebas para que sepan que sus esposas tampoco gustan la incertidumbre sobre la suerte de sus maridos...”
Samed interrumpió su pasaje extrasabio, escuchando atentamente las olas produciendo estruendo. Sí, aquello no era sólo un rumor de las olas, sino son los motores... Así que venían las lanchas.
Los motores zumbían más fuerte. En la ola negra brillaron las siluetas de barcos a la luz de la luna que se metió entre las nubes . Ellas volaban en las crestas y luego se volvían otra vez, teniendo miedo de las piedras.
- ¡Preparaos! – se oyó cerca de nosotros el mando de Capitán Miróshnik.
Colgada de la ola, la lancha se emergió del mar y se detuvo a la orilla.
- ¡Ya, Hannán! - exclamó Samed, irrumpiéndose a la lancha. A su lado veo a la enorme figura de su vecino, Yegórushka.
Reconozco a los demás que saltan a bordo. Todos nos mantenemos por las pasamanos. La ola lanza la lancha con nosotros, ya se hace más pesado y más estable por nuestra carga. El capitán ya está en la lancha.
- Sartaléyev, se han cargado todos?
- ¡Seguro!..
- Gorin, ¿los vuestros también?
- Seguro.
A cortar las olas de crin, subiendo en ellas y deslizando como de una montaña, va nuestra lancha. Cuando se arrastra como un escarabajo, subiendo a la cresta de una ola, para un momento nos llegan a ser visibles otras lanchas. Primero los hemos visto juntas, ahora están se alejan en diferentes direcciones y desaparecen.
El mar golpea nuestro barquito por delante, por atrás, a las caderas, lo levanta a golpe arriba y arroja al abismo...
- El fondo del infierno no es más profundo, - dice Samed.
- ¿Lo has visto?
- Yo no he visto. Jodzhá Nasreddín me escribió una carta de allí...
Todos estamos calados hasta los huesos. La estanqueidad no nos permite calentar con los movimientos. Los dedos entumecidos no sienten los pasamanos, los cuales cogemos firmemente. El timonel corta olas audazmente.
- ¿Y qué más escribe Jodzhá Nasreddín? Dinos, Samed...
En el mar abierto las lanchas se detuvieron, se acercaron. De nuevo, vimos a la luz de la luna qué armada militar formidable somos. Y así, girando bruscamente, las lanchas corrieron a la orilla...
No importaba qué fuerte era el rugido del mar, los alemanes atraparon el sonido de los motores y abrieron fuego. Por encima de nuestras cabezas rugieron los aviones fascistas, y de repente por encima de nosotros empezaron a encender las luces colgantes de las bombas de iluminación, iluminando brillantemente nuestra flota. Los tiros de la costa se intensificaron. Los proyectiles estaban cayendo entre los barcos, levantando las fuentes de agua.
- ¡Ya, Hannán! ¡Acierta!
Samed ajustó y con un disparo golpeó una luz brillante colgada por encima de nosotros...
Los fuegos de las balas trazadoras resbalaron de las lanchas golpeando en los cohetes, apagando las luces. Pero los proyectiles y aviabombas llovieron sobre el partido de desembarco.
Nuestra lancha iba rápido a la costa. Detrás de ella, a la luz de los cohetes se extendían dos largas resacas grises. En la costa había un muro de fuego - cohetes, balas trazadoras, las explosiones de proyectiles y bombas. Pero nuestra lancha estaba de alguna manera fuera de aquella zona, como si la batalla no estaba con nosotros: las balas silbaban por encima de nuestras cabezas, los aviones bombardeaban atrás...
- Nos separamos del resto, - dijo tranquilamente Miróshnik, - pero para nosotros es mejor...
Era fácil entender el concepto del capitán. Las fuentes de agua se quedaron atrás. Al pasar la línea iluminada la lancha se volvió a la oscuridad espesa. Pasamos de prisa a través de la zona de fuego, ya frente a nosotros se ennegrecía la costa...
- ¿No está herido ninguno? - preguntó el capitán.
- Parece que ninguno.
Y sólo un minuto más tarde, superando la vergüenza, admitió Seryozha:
- Me ha tocado un poco...
Resultó herido en el brazo derecho. Cualquiera otra herida no nos molestaría como aquella. Supusiéramos que era un soldado, pero le veíamos como el artista futuro.
- Absolutamente nada...- murmuraba él, cuando le vendaban la herida.
- ¡Volveréis en el mismo barco! - ordenó Miróshnik.
No muy lejos de la costa el barco hizo su semicírculo de costumbre.
- ¡Salta! – mandó el capitán y el primero se metió en el agua...
De aquel modo nos despedimos de Serguey, sin ni siquiera tener tiempo para decir adiós. Quién sabía cómo llegaría, sería mejor estar junto con todos... Sólo Petya, quitándole el automico y las granadas, tuvo tiempo para darle un abrazo antes de saltar en el mar, que hervía como una caldera a la costa.
El saltar, sentí bajo mis pies el fondo del mar, pero sobre mi cabeza profunda cerró agua helada, que en primer momento simplemente encadenó mis movimientos. El instinto empujño mi cuerpo hacia arriba. Salté fuera del agua hasta los hombros y con el pecho entero tragué el aire de la noche. Una ola me atrapó, llevó y yo sentí que estaban las piedras bajo mis pies, pero un golpe duro me arrajó otra vez y me condujo a la profundidad. El siguiente golpe de ola me tiró de nuevo a las piedras. Yo las cogí, y en el momento de la marea baja tuve tiempo para alejarme corriendo de las olas...
Ante de mí en la oscuridad crecieron los dos. De repente me acordé de mi automático y me lo eché a la cara.
- ¡Déjalo! - me detuvo en voz baja el capitán Miróshnik.
Cada uno a su propia manera superaba la astucia de las olas, todos salieron fuera del agua. Gorros, bolsos y otros cargos de se quedaron en el mar. Los automáticos y municiones se conservaron totalmente. El mar soltaba por uno y dos combatientes. Samed, soltado entre los últimos, se apresuró a Volodya.
- ¡Ya, Janián! – gritó él.
Frente a nosotros alzaba una orilla pedregosa empinada. Casi encima de nuestras cabezas, dos ametralladoras alemanes, como sin querer, envían con pausas las ráfagas al espacio marítimo. Los alemanes veían que las lanchas se habían ido, pensaron que el desembarco había sido rechazado y aparentemente enseñaban dientes por si acaso. Así los perros de un aúl respondían perezosamente a una pelea en un aúl cercano.
- Aquí es un paraíso - dijo Samed, - ¡sólo falta un plov!Pero aún sin tener plov, tomamos cada uno un sorbo de alcohol de nuestros frascos...
En algún lugar, más lejos a la izquierda de nosotros, se continuaba el fuego de artillería almar, y no se debilitaba. En el mar ya no se veían las lanchas que vinieran en nuestra dirección. Por los movimientos de las luces de los cohetes, por las explosiones de la metrallas y las balas trazadoras de la orilla se podía suponer que el desembarco se volvió. La batalla en el mar no estaba en las tareas ni en las posibilidades de nuestro desembarco.
Acostados boca abajo debajo de la línea de costa más fresca nosotros abrimos el primer “consejo militar” según la propuesta del capitán Miróshnik...
Esperando que los alemanes empezarían en aquel momento “recorrer” la orilla, enviamos en ambas direcciones a lo largo de la estrecha franja costera a un hombre de patrulla.
- La anchura de la zona nuestra es exactamente cinco metros. Por encima de nosotros se encontraban piedras, y detrás - el mar. Era precisamente lo que se llamaba “apretados, pero contentos”, - dijo el capitán en tono vigoroso y aún más divertido.- Mis amigos, como se puede ver, no hay lugar para retroceder. Pero para un ataque hay espacio demasiado, cuanto queréis. Por lo tanto, vamos a ir a la ofensiva. La península es nuestra, soviética. Comprobemos a los alemanes que somos los dueños de nuestra tierra, y ¡que se retiren de nosotros!
Recordábamos el juramento dado durante el anuncio de la orden. Nuestro "consejo militar" decidió atacar.
Cada uno de nosotros sabía que el desembarco compuesto de dos docenas de combatientes no era capaz de tomar una ciudad. Pero para mantener el área de la que daría asistencia al desembarco siguiente, más grande, él podía, si no perdiera la cabeza. Esto para nosotros aquella cabeza fue capitán Miróschnik. Y veinte combatientes que conocían su precio, bajo el mando de un comandante inteligente y valiente podían hacerse una fuerza. Sabíamos que no habíamos venido allá para dar un paseo. Touvimos preparados al hecho de que allí, tal vez, iríamos a tener que dar nuestras vidas por la patria. Pero aquello no significaba que íbamos a perecer de todos modos...
Las ametralladoras de la guardia costera alemán seguía bombardeando por si acaso el mar oscuro que hacía ruido, de vez en cuando iluminando ocasionalmente la franja costera.
Mientras estábamos debajo de la costa rocosa, con las piernas alzadas para que fluya el agua, nuestras capas habían secado, las armas fueron inspeccionadas y puestas en alerta. El capitán dividió nuestro partido en dos grupos. Él mismo mandó la ala izquierda, y me entregó la derecha.
- Si no nos hemos desviado tanto, en tres kilómetros de aquí debe estar el pueblo que tenemos que pasar con la velocidad de bala. En medio kilómetro al norte hay un montículo. De acuerdo con el plan de un gran aterrizaje, nuestra compañía fue designada para coger aquel montículo. Actuamos así como fue dada la orden. La tarea de combate sigue siendo la misma: capturar la altura dominante sobre la orilla al norte de la aldea. ¿Está claro a todos?
- Sí, seguro, está claro.
Entonces el capitán le dio a cada soldado un lema especial para que pareciera que la cantidad de las voces fuera más numerosa: “¡Muerte a la serpiente fascista!”, “¡Por la tierra soviética!”, “¡Muerte a los invasores!”, “¡Por Crimea!”, hasta Sevastópol!” En cuanto el capitán gritara su lema “¡Por la patria!” - las voces de los combatientes no tenían que cesar, hasta que llegáramos al montículo previsto.
Además, el capitán Miróschnik distribuyó entre nosotros los mandos:
“¡Batallón ucraniano, adelante!” “¡Batallón kazajo, adelante!” “¡Batallón uzbeko, sígame!”
Y a nadie le pareció ridículo que en cada uno de aquellos "batallones" sería una sola persona. Teníamos que sustituir un regimiento completo.
- Avanzar en silencio hasta que choquemos con resistencia. Orientados por mí, - concluyó el capitán.
Yo caminaba con mi escuadra, adhiriéndome el intervalo de diez metros determinado por capitán entre los combatientes. A cincuenta metros a la izquierda iba con sus hombres nuestro capitán.
Llegamos arriba en silencio, pero en los primeros cincuenta pasos del acantilado costero un nido de avispas zumbó, y comenzó una pelea.
Nuestro capitán gritó su lema. Yo di el mando más prolongado en el mundo:
- ¡Escuadra kazaja, adelante!
Los comandantes de nuestra “escuadra” gritaron un mando que era no menos terrible, se oyó “¡Hurra!" tronando, y nuestro “regimiento” se apresuró al ataque bajo el estallito de los automáticos...
Realmente atacamos al enemigo como un regimiento entero, pero al mismo tiempo buscamos el destino como un refugio. La experiencia nos decía que en el montículo debían estar ser trincheras, y tal vez, los nidos de ametralladoras...
Nuestras voces se oían sin cesar. Samed gritaba su extraña y feroz: “¡Ya, Hannán!” Nosotros lanzamos granadas en varias trincheras alemanes y, sin entrar en una lucha cuerpo a cuerpo, corrieron encima de ellos a la meta. Cogidos desapercibidos, los alemanes lanzaban granadas que se explotaban detrás de nosotros ya a una distancia segura. Los otros, asustados con el ruido y explosiones, se apresuraron a huir.
Según lo ordenado, “con la velocidad de una bala” pasamos de prisa a través del pueblo, dejando caer las ráfagas de automático, como un abanico, por las calles.
Ante nosotros una joroba de la altura fijada se esbozaba en el cielo. Las ametralladoras empezaron a tirar a la oscuridad desde la altura. Pero no sólo aquellas dos ametralladoras tiraban a nosotros: tiraban a la derecha y a la izquierda, delante, detrás, a las voces, a las explosiones de granadas, al sonido de los disparos producidos por nosotros.
La confusión criada por los alemanes nos salvó: desde un lado se daba impresión de que ser tenía lugar el poderoso fuego cruzado de una gran batalla nocturna. Nuestro fuego allí era lo menos de todo. Pero el tiroteo alemán nos ayudaba - ya corríamos por la ubicación del enemigo, y el tiroteo resucitado detrás de nosotros, mataba a los propios alemanes, que, por supuesto, pensaban que era el fuego de enemigo.
Llegamos al montículo con tal velocidad que las ametralladoras dispararon sólo nuestra huella. Como si despertándose lentamente, las ametralladoras ya respondían en todo el barrio. Los alemanes, nerviosos, empezabana el fuego por toda la isla, como parecía. Como el capitán Miróschnik confesó después, que para unos minutos, igual que a mí, le surgió una esperanza de que no estábamos solos, que tal vez, después de nosotros fueron a atacar los combatientes que desembarcaron a lo largo de toda la costa...
Ya estábamos al pie del montículo, y encima de nuestras cabezas sólo silbaban las balas casuales. Subimos al montículo, sin disparar un tiro, bajo el amparo de la oscuridad, y luego, al ponernos de pie, atacamos la cumbre con un grito repentino... Unas cuantas figuras grises saltaron de las trincheras oscuras bajo nuestro fuego automático.
- ¡Cuerpo a tierra! - nos mandó Miroschnik.
Se oyeron los disparos. Unas granadas volaron a la grieta del fortín.
- ¡Hände hoch! (Manos arriba! (alemán)¡Ya, Hannan!..
La guarmición de fortín alemán fue aniquilada.
- ¡Ni para un momento no cesar a bombardear las laderas dei montículo! ¡Encontrad cohetes, lanzadlas en todas las direcciones! Que crean que el montículo esté en sus manos...
Volodya y Yegórushka empezaron a disparar de las ametralladoras dejadas por los alemanes.
- ¡Sartaléyev, va a observar la ubicación e informa qué equipo tenemos!
Los combatientes trabajaban con rapidez y claridad. El fortín fue limpiado de los alemanes muertos, los cohetes se elevaron hacia el cielo...
Petya y yo examinábamos los fortalecimientos, el capitán se familiarizaba con el equipo en el blindaje.
La altura resultó ser bien fortificada, aunque aún no terminada con equipos. El local principal del fortín del hierro hormigón fue conectado por túneles subterráneos con dos nidos laterales de ametralladoras de hormigón. Las trincheras profundas llevaban a las células militantes enmascaradas de los tiradores de automático.
Informé lo todo. Capitán Miróschnik escogió los hombros con perplejidad.
- ¿Qué demonios son que tan barato nos han dado todas estas cosas?
- No esté afligido con ellos, por favor, camarada capitán – dio una voz Samed, que calculaba las municiones de trofeos.
Analizando los trofeos restantes encontramos un plan de fortificación capturada. Contamos nuestras pérdidas. Siete personas no llegaron a la cumbre del montículo. Estábamos seguros de que entre nuestras personas no habían los que se entregaron a enemigo. Para tres kilómetros y medio del camino de batalla y para tal operación como el fortalecimiento de la altura fortalecida en el corazón del territorio del enemigo, aquellas era increíblemente pequeñas pérdidas. Si aquella operación se hubiera llevado a cabo por el batallón completo y ls altura hubiera sido capturada con la pérdida de la tercera parte de los combatientes, la podríamos considerar perfectamente completa.
Capitán esbozó en el plan dónde colocar los emplazamientos de armas.
Nuestra compañía militar, como las tropas de vanguardia del desembarco, tuvo que alzar la bandera sobre el montículo. Petya sacó de debajo de su capote la bandera confiada del Comité de Komsomol de Rostov.
- Camarada Capitán, ¿permítame alzar nuestra bandera sobre el fortín?
- Habrá que esperar, sargento Ushakov.
El teléfono zumbaba constantemente.
- ¡Sartaléyev, llámame a Grishin! – ordenó el capitán, mirando los documentos de los alemanes muertos.
Vasya apareció.
- Coja el auricular. Usted será el obergefreiter Grubbe... Diga todo está tranquilo aquí, hemos rechazad el ataque.
Vasya cogió el auricular y empezó a hablar en alemán:
- ¡Hola! Sí, seguro... Obergefreiter Grubbe... Sí, seguro... Todo está tranquilo aquí... Sí, sí...¿Mi voz? ¿No soy Grubbe? – la cara de Vasya se adelantó. - Primer teniente Weisberg está durmiendo... Sí... ¿No soy Grubbe? Soy un cerdo? - Y de repente Grishin finalizó en ruso - ¡Tu mismo eres cabrón, perro! ¡Trata de meterte!
- ¿Qué pasa contigo? - salté en un sitio Miróschnik.
- No lo cree a pesar de todo. ¡Maldice en ruso, cabrón! – explicó Vasíliy y continuó gritando en el teléfono: ¡Yo soy un bolchevique y tú, hijo de puta, un fascista! ¡Aquí os aplastaremos ahora!.. ¿A cautiverio? ¡Ya verás! ¡No habéis atacado a aquellos!.. ¡Pero, aquí estamos suficientes! ¿Qué? Eres un tonto! Por primero, toma el montículo, y luego veremos... Cuerdas no serán suficientes para todos. ¡Te las deja para estrangularse!
- Bueno, más bien, ¡que vayan a los perros! - Ordenó Miróshnik.
- Nuestro en general ordenó que te envíe a... – se desenfrenó Grishin. - ¡Perdone, camarada capitán! – saltó él ante Miróshnik, tirando el auricular.
Miróschnik hizo un ademán.
- ¡Ushakov! – llamó él. – Despliega la bandera soviética encima delfortín...
VIII
La primera noche pasó en un silencio y alarma fatigosa. Ella no dio nada nuevo a nuestra existir en el mundo, sin darse cuenta de que sucedía alrededor y qué esperaba por la mañana, se quedó un puñado de soldados soviéticos.
El desembarco fracasó. Si nuestras lanchas fueron hundidas o rechazadas, se volvieron atrás o la mitad de ellas yacían en el fondo del mar, sabíamos nada. En nuestra dirección no no se oía ni un disparo, sólo las luces de los cohetes coloridos de los signales se lanzaban ocasionalmente del mundo hostiles que nos rodeaba. Nuestras guardias, a su vez, también emitieron los cohetes de iluminación – los tuvimos suficientes.
Estuvimos siete en el local centralde fortín...
También emiten las luces - Samed notó en voz alta, mirando a través de una grieta.
Nadie le respondió. Los pensamientos de todos nosotros estaban ocupados de otras cosas. Todos nos estábamos sentados en silencio y sin mover, como si cada uno se pegó a su sitio.
Sólo un día antes cada uno de nosotros había soñado con llegar a Berlín en aquellas mismas botas. Pero en aquel momento estábamos sentados en un silencio opresivo inusual, separados de nuestro mundo natal soviético. Cada uno fingía que quería dormir, y era necesario dormir para ser más capaz de alarma y combate: dos horas más tarde teníamos que reemplazar a los soldados apostados en los nidos. Pero el sueño no nos lleva.
- Camarada Nasreddín me dijo una vez: “Tú enemigo puede pensar lo que piensas tú” - Samed se dirigió a Volodya. - ¿Cuáles son tus pensamientos, mi amigo?
- Que los alemanes piensan que nuestros minutos están contados y ya sólo estamos en su bolsillo.
- ¡Ay-yay-yay! ¡Nunca considera que tu enemigo es más estúpido que tú! - replicó Samed.- ¡Enemigo no es tonto, sabe que en este bolsillo pueden perder su propia mano! – pasó Samed en su tono habitual. – Y tú, mi querido Volodya, tú lo dices, porque tienes miedo. Pero molá Nasreddín dice lo contrario: “Si quieres parecer terrible al enemigo, en primer lugar no tengas miedo tu mismo.”
- Y en cuanto a nosotros, ¿no dijo nada él? - con una sonrisa interrumpió Vasya.
- ¡Dijo esto acerca nosotros..!
- Y tu molá estaba en una guerra? – apeló Yegórushka a Saméd.
Sin haber oído antes el nombre del bromista sabio, Yegórushka todavía no podía averiguar quién era aquel Nasreddín. Sin embargo, incluso yo, un kazajo, no me di cuenta en seguida lo que estaba pasando. Al principio supuse que Samed recordaba cada vez las sentencias de molá, tomadas de las anécdotas sobre él, populares entre la gente, las cuales yo había oído. Pero con pasar el tiempo me di cuenta de que estaba equivocado. Samed no citaba nada, él hizo su propia imagen de Jodjá Nasreddín, iluminando de una manera nueva su imagen creada por padres y abuelos. Así que, tal vez, durante siglos, mediante la boca de la gente progresista audaz nació Nasreddín – el combatiente alegre por la verdad, que odiaba a cada déspota, un filósofo rústico, astuto y alegre, ayudando a la gente mantenerse en forma y confianza en cada asunto grave. Y en aquel tiempo nuestro Samed llamó a Jodzhá Nasreddín a ejército, y él servía a la gente ayudándonos en nuestro trabajo serio de los soldados...
- Uh, molá Nasreddín es un combatiente así - uno luchó toda su vida contra los miles! – le respondió a Yegórushka Samed. - No tenía miedo de nadie...
- ¡Así es como! - dijo con respeto. - ¡Probablemente obtuvo el título de héroe? - Por qué debe tener miedo un héroe, por eso es un héroe...
- ¿No eres un héroe? – bromeó Samed.
- ¿Qué héroe soy yo? - Yegor desestimó. - ¿Acaso estoy jactándome? Aún mi esposa me da miedo. Mientras se enfurece ella, yo dejo la cabaña y voy al bosque...
- ¡Pero en el bosque hay un oso! – sonrió Volodya.
- Oso no me importa. Sacrifiqué a los tres y maté a los cinco.
- ¿Has ido solo para cazar el oso? – intervino Petya.
- Bueno, ¡llevaría conmigo una mujer para cazar el oso o algo!.. Resulta buen jamón de él, - de repente concluyó Yegor.
- ¡Sería bien para nosotros!
- Camarada Jodzhá Nasreddín no aconseja soñar con lo que no puedes conseguir. En la península de Kerch no encontrarás ni un pedazo del oso.
- Por la mañana te darán galletas, - le dije. – El capitán ha ordenado a anunciar que las reservas le permiten dar a cada sólo trescientos gramos.
- ¿Y para cuántos días será suficiente? – preguntó Petya.
Era cuestión descuidada. Las reservas de productos de la guarnición es un secreto militar siempre. ¿Pero para qué era necesario ocultar el secreto de estos chicos? Eran combatientes fiables, experimentados.
- La reserva es para dos días, - le dije.
- Entonces hay que reducir. Que sea suficiente al menos para tres días, - dijo Petya enfáticamente.
- Nuestros frascos nos darán dos días más - resulta cinco, - Samed se sonrió entre los dientes.
- ¿Y el agua? - preguntó Volodya.
- ¿Agua? Cuando no hay agua, dice Jodzhá Nasreddín, piensa en saxaul: ¡vive en el desierto, nunca ve el agua, pero lo resiste y crece!
Nos acordamos con él.
Me hago la pregunta: ¿qué es - el deseo de vivir dos días más o un deseo de permanecer más de dos días en una pelea? Pero, en esencia, se trata de una pregunta vacía. Como dice Sheguén, es una “metafísica”. Después de todo, no importa cómo ver, resulta lo mismo: un día extra de la vida es un día más en el combate.
Por la mañana hemos definido nuestra posición. Resultó que ocupábamos la cumbre de uno de los montículos situados de un círculo ancho a lo largo de la costa alrededor del antiguo asentamiento de Kerch. Si aún cada uno de ellos tuviera un fortín parecido, el nuestro gozara de una ventaja: dominaba sobre los demás.
Por la noche nos pareció que fuimos muy lejos de la orilla, pero del montículo vimos el mar muy cerca - a menos de un kilómetro en línea recta. Se veía que los jardines de koljós se habían extendido desde las colinas al mar antes. En aquel momento todo estaba cavado y quemado. Las ruinas quemadas yacían en algúnos lugares entre los solares. Al norte de nosotros un lago brillaba como una calva fría, al este de nosotros se encontraba la ciudad de Kerch. Los barrios pobres nos confirmaban la enésima vez que Hitler quería convertir todo nuestro país en un desierto.
Alrededor de la altura ocupada por nosotros marchaban los soldados alemanes.
- ¡Aquí está el frente, y ellos se ocupan de la formación! – se quedó sorprendido Yegor. Miróschnik, que miraba al telescopio trofeo, explicó:
- Quieren demostrar que no tienen miedo de nosotros... Se ve que ellos han entendido qué broma son nuestros terribles “batallones” de noche.
- ¡Qué descarados! - exclamó Petya y se pegó a su ametralladora.
La altura estaba rodeada por una doble fila de trincheras, cuya tarea era protegerla. En aquel momento ellas también la rodeaban por un anillo del asedio. Los alemanes marchaban a aquellas trincheras.
No estamos acostumbrados a ver al enemigo tan cerca y no dispararle a él. Todo el mundo estaba esperando la orden “fuego” y todo el mundo estaba preparado para el disparo, ocupando las troneras. Pero el capitán dio tranquilamente la otra orden:
- ¡Dejadlo! Quieren provocar un incendio, y nos guardaremos silencio, mientras que es posible guardar silencio. ¿Está claro?
- ¡Eso es correcto, está bien!
El capitán continuaba observación. Él negó con la cabeza, el tornillo en su mano empezó a girar más nervioso.
- ¿Qué demonios? ¿Qué demonios? – murmuraba él, transfiriendo observación a un nuevo punto. Y de nuevo:
- ¿Qué diablos es este?..
- Camarada capitán, ¿qué pasó? - me atreví a dirigirme a él.
- Mira a las cumbres de los montículos, - dijo. Comencé a observar.
Por encima de cada una de las alturas, como por encima de nuestra propia, ondeaban nuestras banderas rojas natales. Significaba que el alborote fascista no era vano; significaba que detrás de nuestros gritos y disparos no oíamos cómo nuestros compañeros de otras lanchas atacaban a otros montículos...
- Andrey Denísovich, los nuestros están por todas las partes. ¡Hurra! – exclamé yo. ¡Los nuestros! Por todos los montículos...
- ¡Hurra! – continuaron los chicos, corriendo a las troneras de la batalla para comprobarlo con sus propios ojos.
El capitán sigue torciendo su tornillo. Sus dedos secos nerviosos se han movido con impaciencia.
- Tonterías, - por último, dice - una falsificación... ¡Si tantos puntos fueran ocupados por los nuestros, los alemanes no habrían metido en el alboroto! ¡Oh, les habríamos dado un temor!..
- ¿Cree que ellos mismos han alzado banderas rojas? ¿Para qué? - me quedo sorprendido por su declaración.
- Tal vez ellos están esperando el desembarco y quieren que los nuestros no entiendan dónde estamos... Quieren desconcertar las cartas.
- Jodzhá Nasreddín era capaz de hacer un as de cualquiera carta, - murmura tímidamente Samed.
No se atreve a relatar de Jodzhá al capitán, pero el capitán ha sido durante mucho tiempo familiarizado con Jodzhá Nasreddín. Acoge con la aparente simpatía a aquel compañero con gran experiencia y está listo para incluirle a su compañía militar, mediante la adopción de todo su arsenal de la sabiduría de combate.
- Intentaremos aprender de Jodzhá Nasreddín – dice capitán en el tono de Samed. – Lo principal es observación. Tomaremos una de las alturas bajo nuestra vigilancia fuerte. Vaya, compañero Samed. Siéntase aquí, y mira sin parar.
Samed ocupa el puesto de vigilancia.
Sin embargo, todos nosotros estamos observando lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Observación es ahora nuestra única ocupación.
Ya ha surgido animación entre los alemanes. Han empezado a correr. Los otros han clavado sus miradas al horizonte... ¡Avión! ¡El nuestro! Toda la península se ha estremecido por el ruido. Un explorador está volando. Como los copos de lana, surgen alrededor las nubes blancas de la explosión de los proyectiles antiaéreos. Las chispas están resplandeciendo... Pero el avión está maniobrando, pierde altitud instantáneamente, desciende en picado sobre montículos, ya no alzando y apretándose contra la tierra se va al mar.
- ¡Cuarenta y tres doce! - con entusiasmo gritó Grishin que logró ver el número de explorador.
Lo exclamó como si se encontró con un amigo.
Y de nuevo, todos sentimos que no estábamos en una islita abandonada, sino en las filas invencibles del Ejército Rojo.
De nuevo el explorador voló velozmente como un torbellino y desapareció de nuevo. Como si oyéramos el grito del piloto: “¿Dónde estáis, camaradas?”
- Es necesario poner un señal de distinción en la misma altura, que no pudieran llegar a la conclusión los alemanes,
- ordena Miróschnik.
Volodya salió del búnker, se arrastró por la cumbre cubierta con hierbas malas, y puso el número de nuestra división mediante las vendas, que no fueran capaz de poner los alemanes...
Volodya regresó sano y salvo, sin ser notado por los alemanes.
El explorador apareció de nuevo a gran altura, entre las pausas de las explosiones antiaéreas hizo un círculo sobre la área de montículos, y agitando un poco el ala, se fue al este. – Él dijo: “Le veo!”
- Él dijo: “¡Buenos días!” – tradujeron los chicos la señal del explorador.
Por supuesto, él dijo ambas cosas. Pero él dijo aún mucho más que aquellos saludos, dijo las cosas que no pudieran caber en palabras. Para entenderlo, era necesario estar sentadò en aquel montículo, rodeado de miles de enemigos.
Alrededor del mediodía, en dirección de nuestra altura de la ciudad salió el tanque de fascistas, con una bandera blanca de las “buenas intenciones”.
Durante la guerra habíamos oído hablar mucho de las "buenas intenciones" fascistas, y conocíamos muy bien su carácter.
- Un parlamentario... Tendremos que acogerle... - dijo el capitán, - Grishin, prepárate.
Vasya arregló el cuello, se enderezó, se puso el gorro de Volodya, el único que nos quedaba, y se miró en el espejo de bolsillo.
- ¡Indecente! - dijo cómicamente, mirando a su rostro que ya empezó a embarbecer.
- ¡Tuviste que afeitarte ayer! - notó Volodya. Junto con el capitán, bajaron a la trinchera, a cinco metros más bajo que nuestro fortín.
- ¿No matarán a los nuestros? – preguntó cautelosamente Petya.
- ¡¿Con la bandera blanca?! - exclamó Samed.
- ¡Pero son los fascistas! ¿Qué significa la bandera blanca para ellos?
- Prepara granadas para cualquier caso, - dije yo.
- Y yo dirigiré la puntería a aquel mismo “parlamentario”, - respondió Volodya.
La escotilla de tanque se abrió, y apareció la cabeza de un oficial. Ella me recordó vívidamente la “serpiente de anteojos”, la que me hubo picado en el taller de la planta de Rostov. Además, la serpiente sonreía levemente y empezó a hablar en tal tono como si nos deseaba buenos días.
- Él pregunta si quisiéramos iniciar las negociaciones con el mando alemán, - traduce Vasya.
- Dígale, camarada sargento, - dice el capitán distintamente, para que podamos oír sus palabras.- Dígale que no estamos autorizados por nuestro gobierno para entablar las negociaciones de paz con la Alemania fascista.
El oficial alemán sonríe amablemente y finge que aplaude.
- ¡Bravo, bravo! – ha exclamado él. Dice algo largo y rebuscado.
Pero Grishin ha interpretado muy corto.
- Ofrece que nos ha dicho sobre Berlín?
- Promesa enviarnos a Berlín en avión.
- Dile que vamos a venir allá muy pronto. Que esperen.
Vasya, con un orgullo especial, pronuncia con firmeza las palabras del capitán en alemán. El rostro del oficial está cambiándose. En cambio de la sonrisa tiene la expresión de tristeza y pesar.
- Os ofrezco lo más precioso. Ustedes pueden conservar sus vidas, - dice el oficial. - ¿Acaso no es preciosa para Ustedes?
- Es por eso no nos rendimos, porque la vida es preciosa. ¡Llegaremos a Alemania y explicaremos a todos Ustedes que la vida es una cosa preciosa! - dice el capitán.
El oficial se vuelve frío. Él acerca el reloj a sus ojos y en el tono de la parte fuerte concluye:
- Una hora de tiempo. Pueden pensar durante una hora entera.
- No hemos venido acá para una hora. Somos los dueños de este país. El montículo, donde estamos ubicados, ha sido liberado finalmente y para siempre de los invasores fascistas. La conversación está terminada, - ha respondido con firmeza Miróschnik.
El oficial hizo un gesto con la mano, bajando en la escotilla. En el mismo momento por la trinchera inferior, donde estaba el capitán, golpeó la ráfaga del automático alemán, y, al tambalear, el capitán cayó.
- ¡Fuego! – grité yo.
Petya tiró un atado de granadas. Volodya y yo tiramos de los automáticos, pero la escotilla cerró de golpe.
- ¡Destruir el tanque! – ordené yo, sin hablar con nadie, pero con aquella exclamación me dí cuenta de que yo ya había tomado el mando.
Todos a la vez se apresuraron por la trinchera para cumplir mi orden.
- ¡Dejadlo! ¿A dónde vais todos vosotros? - tuve que gritar yo.
- ¡Yo! - exclamó Petya ya desde la trinchera del nivel superior.
- ¡Va!
Petya se apresuró a saltos y de un salto se encontró en la zanja antigua, cubierta con la hierba, igual a las que rodeaban todos los montículos. Cayó cerca del tanque, que ya puso en marcha el motor. Petya ya estaba fuera del fuego de su ametralladora, pero no tuvo lugar para esconderse de los fragmentos de sus granadas. Sin embargo, sin pensarlo, lanzó el atado de granadas, se inclinó hacia atrás. Por causa de explosión, el tanque se movió en su lugar. Ushakov se levantó de un salto y empezó a golpear con el puño contra la pared de acero.
- ¡Fuera, hijo de puta fascista!.. ¡De cualquier modo, no te volverás a Berlín!
- ¡Petka, cuerpo abajo! – grité yo, al ver desde la parte superior que el hitleriano levantó la granada sobre la escotilla.
Petya cayó bocaabajo y, como me pareció, lloró de rabia. Volodya tuvo tiempo para matar a un soldado con una granada, y ella explotó en el otro lado del tanque.
Corrí abajo por la trinchera. El capitán yacía herido en el pecho y el hombro, respiraba de una manera entrecortada y ronca. Me incliné hacia él.
- ¡Capitán! ¡Andrey Denísovich! – grité yo.
Me miró con una mirada severa de sus grandes ojos negros, sus párpados cayeron y se congelaron. Él dejó de respirar. Yegor y yo le llevamos arriba.
- ¡Van! - me dijo Samed y asintió con la cabeza hacia adelante. Me aferré a la hendidura de visión.
Echar fuego al montículo, de todos los lados nos atacaban los tiradores de automático fascistas.
Ellos se acercaban corriendo hacia nosotros. Sería mejor matarles a todos para el infierno, pero no podñiamos dar a conocer nuestras fuerzas. Además, Petya todavía no podía levantarse, él podría saltar sólo después de rechazar nosotros el ataque.
Yo ordené concentrar la alza de tres ametralladoras de mano, pero no disparar, permitir acercarse más.
- ¡Un grupo de los tiradores de automático del oeste están atacando!
- ¡Del norte!
- ¡Del este! – me transmitían continuamente a mi puesto de mando del fortín.
- Veo. ¡Mantente firme!
Samed y Volodya apuntaron a los treinta metros delante del tanque. Yo mismo, también, cogí la ametralladora y estaba esperando...
- ¡Del Sur!
- Veo. ¡Quédate en tu lugar!
¡Dios mío! Pero, ¿quién eres tú mismo? ¿Sí te serán suficientes la inteligencia y la resistencia para no destruir el don de la vida de estas personas valientes, para no dar al enemigo este pedazo de nuestra patria liberada? El capitán había dicho que liberamos este montículo de los fascistas. Su palabra debe ser más duro que el acero. Él ha sido capaz de mantener su palabra...
- ¡Fuego!
Hemos echado el fuego en sus hocicos... Caen, diablo... ¡Se meten hacia adelante!
- ¡Fuego! – doy una orden innecesariamente para animar a los combatientes - ¡Atacad a los canallas fascistas más precisamente! ¡Resis-ti-mos..!
Esta orden no está en el estatuto, pero ayuda.
- ¡Hurra! - Oigo desde el flanco izquierdo, donde los tiradores de automático se han estremecido y corrido.
- ¡Hurra! – hemos recogido todos nosotros...
Aprovechando la confusión y la huida de los fascistas, Petya les ha tirado en la espalda su última granada y ha logrado batir de la zanja a la trinchera.
Dejando a una persona cerca de las ametralladoras para observar a cada lado, yo convoqué el segundo “consejo de guerra” de Kerch.
No teníamos exceso de municiones para los automáticos. Tampoco teníamos muchos trofeos.
- Disparar sólo del fuego separado de los automáticos, propuso Volodya.
- Tirar solamente a corta distancia de las ametralladoras - dijo Samed.
- Desde el norte, se puede dejarles pasar sólo a un lanzamiento de granadas de mano. Hay una trinchera conveniente para granadas allí. Deja la banda para la ametralladora en la ladera del norte. Me apostaré allí con granadas. ¡Dulce trato! - bromeó Petya con aire sombrío.
Aquelos fueron los principales puntos de las decisiones del “consejo”.
Tuvimos que dividir nuestro “frente” pequeño en direcciones: oeste, norte, sur y este. Cada dirección tuvo de tres a cinco combatientes. Además, usamos el teléfono alemano que funcionaba bien, conectaba todos los puntos con el puesto de mando.
El ataque de los fascistas comenzó a intensificar de nuevo.
- “Si no te sale sudor, no trabajas!” - dijo el molá Nasreddín, - se animaba Samed.
Desde el norte, los alemanes subían el montículo, y Petya con dos combatientes les esperaban, con las granadas puestas, cuando el aire de repente zumbó con el sonido pesado de nuestros bombarderos, que aparecieron muy lejos sobre el mar.
Las naves ligeras alemanes alzaron a cortarles, pero cuando nuestros bombarderos se acercaron, se hizo evidente que estaban bajo la protección de los grupos de aviones de caza. Los alemanes no se, nos volvimos al oeste y atrevieron a combatir contra nosotros, doblaron al oeste y desaparecieron.
- ¡Ah! ¿Recuerdas, Kostya, cómo en el año cuadragésimo primero nos atacaron? ¡Por supuesto, ahora se han tranquilizado! - gritó alegremente Volodya, a cuyo “nido pequeño” de hormigón para ametralladora, como él lo llamaba cariñosamente a su puesto de tiro bajé yo...
El corazón palpitaba de alegría al ver cómo las bombas de aviación destruían las trincheras alemanas alrededor de nuestro fortín. ¡Una más escuadrilla, y una más! Está buscando al enemigo... Vemos mejor el montículo, donde hay que bombardear – durante la mañana nos espiamos dónde podíamos asumir el estado mayor, dónde la batería de mortero. En uno de los montículos vecinos estaba, evidentemente, el fortín similar al que estaba en nuestras manos.
- ¡Volodya, con las trazadoras! Muestra dirección a aquel montículo con un fortín - grité.
Volodya reemplazó la cinta y dio una larga ráfaga de las balas rojas. Los aviones no las vieron. - ¡Dales más, más largo! El arroyo de fuego transmitido empezó a correr por el aire.
¡Hurra! Un grupo de bombarderos se apartó, y una y otra vez las poderosas explosiones golpearon en el montículo indicado por nosotros.
- ¡Vamos a atacar el estado mayor, aquel jardín pequeño cerca de la escuela! – le animé yo a Volodya.
Él alzó un cohete allá.
Más y más fuego de los aviones... La llama apoderó de una casa. Veíamos cómo los oficiales fascistas se echaron a correr en diferentes direcciones...
Como si se quedó extinguido todo ante nosotros. Los fascistas se escondieron en las grietas.
Además, señalamos la batería de mortero, a la que a la vez cayeron unas cuantas bombas. Me parecía que yo hablaba con Sheguén, él escuchaba mis consejos y hacía lo que yo creía necesario.
”Sheguén, ¿me oyes?”
El me oía. Él ya destruyó tres blindajes bien enmascaradas, que no se podía ver desde el aire. Bajo los golpes de aviabombas los rollos de las plantas escapadas, las tablas se arrancaban de la tierra, y junto con la tierra se elevaban hacia el cielo... Cómo yo quisiera más que las bombas cayeran más cerca, para que aniquilaran aquel tanque destruido, con una serpiente de anteojos dentro, que ellas cayeran en aquellas trincheras pequeñas, llenas de alemanes que irían al ataque de nuevo tan pronto como los aviones desaparecieran...
Sheguén tendría algo para decirle a Akbota de nuestra lucha conjunta.
- ¡Aquí sí! ¡Aquí sí! - exclama Yegor admirando el trabajo de la aviación.
”Adiós, Sheguén! ¿Me oyes?”
Los aviones se desaparecieron, dejándonos la seguridad de que no estábamos solos, que no eramos sólo una unidad rodeada, sino la guarnición soviética en la retaguardia de los hitlerianos.
Antes de la noche los alemanes subían varias veces para atacarnos en la frente, pero se encontraban bajo el fuego entrecerrado de las ametralladoras.
Durante uno de aquellos ataques alemanes, justo antes del anochecer, de nuevo apareció un grupo de los “azoritos”, y ya en el nivel de vuelo, empezaron a segar de las ametralladoras a los fascistas que nos atacaban... Como si los amigos nos dijeran que mantuviéramos, que eramos necesarios allí. Aquello nos dio la fuerza, a pesar de que todos estuvimos cansados, tuvimos hambre y sed fatal.
El sol se puso detrás de la nube negra las olas de crin salieron, alzando, por el mar.
- ¡Eh, empezará una tormenta enorme! - me susurró Volodya. - Con este tiempo las lanchas no pasarán... No será el desembarco esta noche...Antes de caer la noche nos atacó el fuego de artillería. Los proyectiles pesados llegaban uno tras otro, cayendo alrededor de una tapa de hormigón, debajo del cual albergamos nosotros. A su alrededor todo estaba cubierto con fragmentos y la tierra, como si del cielo llovía con hierro, piedras y arena... En aquel momento, no se debía tener miedo de los ataques de infantería...
- Chicos, vamos a tomar un descanso en el nivel inferior. No golpeará tanto allí. Aquí se puede hacer sordo, - llamé a Volodya y Samed, que no se apartaban de las troneras.
- Espera, camarada sargento, no iré – se negó disciplinado y preciso Samed.
- ¿Por qué no irás? - me quedé sorprendido.
- Estoy vigilando el tanque. La escotilla se ha levantado dos veces. Se ve que tienen miedo de salir bajo los proyectiles. Si se atreven, les lanzaré una granada.
- ¿Cuánto tiempo vas a esperar?
- Jodzhá Nasreddín cocinó una vez la sopa de gallina para su amigo, luego tuvo que estar sentado en los huevos hasta que trajeron pollos. Yo estaré sentado así también...
Atacaron la altura con el fuego durante dos horas sucesivas. Pero aquel hormigón se puso firmemente en la tierra. Ellos no pudieron vencerlo, y por la noche empezaron un ataque nuevo.
- No escatimad cohetes, chicos, - mirad, cuántos son: gastaremos menos balas, - aconsejé yo.
De repente vinieron una tras otra dos explosiones.
- ¡Pollos, pollos! - gritó Samed.- ¡Él ha pensado que está oscuro, no puedo ver! ¡Pero yo veo! Todo está oscuro, tan oscuro. Me he vuelto como un gato. Él ha abierto la escotilla, sale fuera. Guardo silencio. El otro sale - guardo silencio. El tercero sale... ¡Le tiro tanto! ¡Tiro una vez más!.. ¡Los tres están tumbados! - Samed relató triunfalmente de su caza.
En silencio, yo apreté su mano larga y delgada. Nosotros lanzamos un cohete. Iluminó tres cadáveres de los fascistas cerca del tanque.
Sin embargo, alrededor de la altura ya no habían docenas, sino centenas de aquellos cadáveres. Pero los alemanes decidieron seriamente ajustar cuentas con nosotros. En la oscuridad ellos se arrastraban atacándonos. Las ametralladoras se calentaron por un fuego continuo.
- ¡Atacan del oeste!
- ¡Atacan del sur!- se nos caían los informes.
- Quédate en tu lugar, - respondí yo a cada uno.
- ¡Faltan los cartuchos, vamos!
- Vitya, llévalos, - enviaba yo al mensajero, el voluntario joven Gorin.
Vitya constantemente iba y venía por los pasos de comunicación, llevando cartuchos.
- ¡Nos aprietan la frente, son más de cien! - comunicó por teléfono Volodya.
- ¿Hay cintas?
- Sí, hay.
- Bueno, resiste...
IX
El día terminado empeoró significativamente nuestro estado. En primer lugar, nos dejó un oficial, capitán Miróschnik, y aunque tuvimos un grupo de los combatientes activos y con experiencia, pero ni yo, ni ninguno de los compañeros podíamos sustituirle. En segundo lugar, nos quedamos sólo nueve personas. En tercer lugar, durante el ataque alemán pereció el comandante de la segunda escuadra Fedya Gorin. En aquel momento en vez de él Petya Ushakov mandaba la escuadra, en la que se quedaron sólo los cuatro, incluido él mismo. En mi escuadra también se quedaron los cuatro, yo era el quinto.
Lo más difícil era que cada dirección tenía dos combatientes que se guedaron.
- Una de las areas que necesitamos reducir - propuso Petya, - es crear la defensa por las trincheras.
El plan de fortalecer el montículo nos hubo dado aquel pensamiento hace mucho, pero antes no habíamos tenido tiempo para reagruparnos. Acepté su oferta.
El cálculo de municiones era aún menos reconfortante. Un montón de cohetes dejados por los antiguos propietarios, no reemplazaba los cartuchos de ametralladora ni de automático. Nos consolaba sólo la idea de que los alemanes la segunda vez no emprenderían tales sacrificios. Decidimos que tuvimos suficiente munición para dos días de la defensa.
Nadíe decía nada sobre las granadas. En acuerdo silencioso las ponemos al final, cuando tendríamos que defender nuestros últimos momentos en una trinchera en la cumbre.
Distribuíamos dos rifles de francotiradores alemanes entre dos divisiones. Distribuíamos en serio como si se trataba del batallón de artillería dotal.Vasya miró su reloj, despertó a Samed que estaba acostado en la tarima. Ellos iban a sustituir a los de puestos de avanzada.
- No he dormido mucho tiempo en un buen colchón ... Jodzhá Nasreddín dice: “Has dormido bien, vas a trabajar bien”.
- ¿Adónde se ha ido? - Petya suspira con tristeza.
- Me temo que está muerto – contesto yo.
Estamos hablando de Yegórushka que dos horas antes se fue para llevar agua, pero no regresó.
Después de aquel día de una lucha tan caliente, bebimos toda el agua encontrada en latas. Obtuvimos no más que una mitad de una taza para una persona. Samed distribuía, y Petya aseguraba de que todos obtuvieran igual. Yegor decidió bajar para llevar agua - y ya no estaba.
- ¿Y sabía exactamente dónde estaba el agua?
- Absolutamente correcto.
Por la tarde, observando el barrio a través de un telescopio, como en una palma vimos un arroyo que fluía a través del fondo del barranco, cerca de la aldea. Yegor afirmaba que un día antes por nuestro camino hacia el montículo, él casi se hubo caído en él. Además, aquel arroyo estaba indicado en nuestro mapa. Si resultara ser que los alemanes vigilaban el manantial, Yegor tenía que retrasar.
Por lo que le conocíamos a Yegor, sus conceptos de valor no eran los de niño, y se orientaba en un lugar mejor que todos nosotros. En nuestra situación era fácil entender qué difícil sería el día siguiente, si nos quedáramos absolutamente sin agua. Y la noche era el único tiempo para su búsqueda.
Es porque sin agua no podrás ir allá ni acá... –
cantó Yegórushka, levantándose de su asiento.
Y ya no estaba. Perderle a uno de los nueve restantes en aquel momento era más difícil que en cualquier otro momento.
- ¿Qué piensas, Kostya? - repentinamente me preguntó Petya. - ¿Crees que todavía puede suceder que seremos los primeros de los que entrarán a las calles de Berlín?
- Por qué no, claro que sí...
- ¿No, en serio? Cuando nos retrocedíamos, siempre estábamos en retaguardia... ¿verdad?
- Bien, ¿y qué?
- Y cuando pasamos a la ofensiva, siempre estuvimos en vanguardia.
- ¿Y qué?
- Por lo tanto, el carácter de nuestra compañía es que siempre está más cerca al enemigo que las otras.
- Correcto.
- Así que, tal vez podríamos ser capaces de ser primeros en alzar la bandera soviética sobre Berlín... Sabes, he encontrado aquí el cuaderno de notas de un oficial, con el plan de Berlín. Es posible estudiar todas las calles para llegar al centro por el camino más corto. ¡Sería muy bien si podríamos llevar esta misma bandera que llevamos de Rostov!.. La han acribillado hoy en día, que no sería muy agradable...
- No te preocupes. Las heridas en la bandera no hacen vergüenza a los combatientes.
- Y sin embargo, pueden preguntar, ¿qué bandera es esa? Tendrás que informar al mariscal, ¿vas a cobardear?
- ¿Por qué voy a cobardear? Diré así: “Camarada Mariscal de la Unión Soviética, la bandera de la sección de exploración del regimiento N de la división de desembarco N ha sido alzada por el Héroe de la Unión Soviética Pyotr Ushakov...”
Petya silbó:
- Oh, ¡adónde he volado!
Tal vez en toda aquella charla estuviera una gran cantidad de lo de niñez, pero así nacían los sueños de soldados en los momentos más difíciles.
Al regresar del puesto de guardia, Volodya nos miró y preguntó:
- ¿Por qué estáis tan contentos? ¿Ha regresado Yegor?- ¡Hemos tomado Berlín! ¡Caput al fascismo! - con pasión exclamó Petya.
-¿Caput al fascismo? Bueno, al alemán - sí - dijo seriamente Vasíliy. Pero el fascismo proviene de la palabra “fajina” - conexión. ¿Cuya conexión? Por supuesto, la de los capitalistas, los banqueros. Y por eso, mientras el capital está vivo, él va a aspirar al fascismo.
- Entonces, ¿qué, camarada profesor, después de Berlín nos mandarás mantener el automático listo?
- Tal vez, no todo el mundo tendrá que devolver los automáticos.
- ¡Pero yo quisiera ir directamente al campo! - exclamó Petya. - Maldita sea, siempre estropearás el estado de ánimo...
- Yo mismo no soy aficionado al servicio militar. Es necesario estudiar, pero el tiempo se va. Bueno, ¿acaso me hago ingeniero a la edad de cuarenta años, o algo así? ¡Que más da! – Vasya se quedó echo una pieza.
- Fuera los sonidos de ráfagas de automático y ametralladora llegaron a blindaje.
- - ¡Qué canallas! ¡Una vez más nos atacan!
- Todos nos levantamos de un salto y corrimos a los lugares.
Resultó que no disparaban en nosotros. Desde el pueblo, siguiendo adelante, más y más cerca del montículo cayeron los cohetes de luces, y en el centro de la llanura de luces Yegor estaba corriendo con una lata. Había tanta luz como durante el día, y vimos como debajo de la figura brillante de Yegor se agitaba su sombra. En aquel momento, cuando fue capturado por la luz, le era inútil apostar, y él se apresuraba en zigzag, echándose hacia la derecha y hacia la izquierda. Enjambres de balas brillantes volaban muy cerca de él. Petya y Vasya abrieron el fuego de ametralladoras, cubriendo la retirada de Yegórushka. Pero ellos no podían ver los blancos. A Yegor le quedaban sólo veinte pasos hasta la trinchera. Él cayó, y la lata fue arrojada a un lado. Si cayera simplemente, no dejaría caer la lata. “Así que está herido” - pensé. Pero Yegor saltó, agarró su carga y a paso inseguro se dirigió obstinadamente hacia nosotros. Su sombra balanceaba en todas las direcciones. Al llegar a la trinchera, lanzó en ella una lata y cayó allá, pero desde arriba, vimos que una pierna se azomaba inmóvil sobre la trinchera... Está matado...
- Las luces se desvanecieron, pero parecía a mí que veía aquella pierna larga e inmóvil en la oscuridad.
- - Ocho combatientes restantes, - Vasya suspiró.
- Sí, nos quedamos sólo ocho. El rollo no toma mucho tiempo.
- Volodya entró con lata. La vajilla galvanizada fue atrevezadade un balazo en tres lugares, y el agua en ella casi ha desaparecido... Era el agua cara. Por ella nuestro compalero valiente ha muerto.
- No oimos las últimas palabras de nuestro Yegórushka. No expresó a nosotros su última y acariciada idea, pero la conocíamos: él, herido, en vez de saltar a un refugio, principalmente echó allá su presa, para aumentar la fuerza para lucha a sus compañeros. Conocíamos todos sus pensamientos y sentimientos – eran nuestros sentimientos y pensamientos. Conocíamos su sueño - era nuestro sueño...
- - Yo he dicho que habrá una tormenta. No menos de nueve puntos. ¡Rugidos! - Volodya dijo, poniendo la lata.
- No se oían los disparos, e incluso allí en el silencio, a aquella distancia, podíamos oír el mar embravecido.
- Permanecíamos en silencio. Miramos a Volodya, esperando que dijera algo sobre Yegor. Pero él concluyó:
- - Las lanchas no pasarán.
- Estaba claro que la noche no prometía nada bueno. Petya contaba tranquilamente las cápsulas de los cartuchos disparados él y Vasya para cubrir a Yegor.
- - Menos cincuenta y siete, - dijo él.
- Nuestro personal se redujo a un combatiente. A una parte significante se disminuyó la reserva de los medios de fuego. Al notar que todos estaban en silencio, Volodya añadió de pronto:
- - Es que yo conozco el Mar Negro. Se calmará al amanecer, lo veréis con vuestros propios ojos.
- Sus ojos suaves brillaban incluso cuando la luz se desvanecía bajo la luz de una linterna floja. Él quería que alemán seguros y creyeramos que un desembarco poderoso tendría tiempo para venir a nuestro amparo.
- Con nuestra bandera, atravesada de un balazo y desgarrada, entró Samed.
- ¡Dio justo en el eje, un maldito! Hay que atar mejor...
- El amanecer despertó la altura de un golpe fuerte. A quinientos metros de nosotros se alinearon cinco cañones autopropulsores, los “ferdinandes”, y a fuego directo comenzaron a destrozar nuestro fortín. Los alemanes pudieron asegurarse de que su tiempo de trabajo no pasó en vano: la fortificación podía resistir los golpes de los proyectiles perforantes. Los alemanes daban a la “frente”, tratando de dar a la tronera...
- - Sí...- dijo enfáticamente Vasya, - decidieron hurgar.
- Sabíamos que teníamos sobre nuestras cabezas dos o tres filas de carriles, colocados con hormigón, y la parte superior todavía se cubría con aquella misma cúpula de hormigón fiable. A los alemanes era más fácil, por supuesto, comenzar a hurgar de la tronera, pero aquella actividad no era corta y cara. Pero aquel efecto de hurgar era abrumador para los nervios.
- Para ayudar a los “ferdinandes” salieron tres “tigres”, y también entraron en el juego.
- ¡Dios sabe lo que es el estado de ánimo vil cuando no puedes responder al enemigo! Es divertido golpear en los tanques de las ametralladoras.
- El hurgar metódico empezó a actuar. O el polvo alzara ante la misma tronera, o un trozo de hormigón se pellizcara de su lado.
- La cumbre del montículo empezó a envolverse con la nube. Ella crecía y se oscurecía.
- -¡Kostya, Kostya! - comunicó Vasily, gritando directamente en la oreja..El nido de ametralladora en la dirección de norte ha sido demolido. ¡Junto con Vitya!..
- Resultó que no había un luchador, uno más.
- Estoy observando el mar. La tormenta dormía, pero en el horizonte no había nadie, - dijo Volodya.
- - Esperas en vano. Pero no atacarán durante el día... No vale la pena mirar allá hasta la noche... Si resistimos...
- Un proyectil golpeó en algún lugar en la parte inferior, debajo de la pared del fortín. La montaña de la tierra se voló en el aire delante de la tronera y abarrotó la vista. Del golpe, en el techo, como sobre cáscaras de huevo, se originó una grieta. Era hora de salir. Al coger el arma y los anteojos, abandonamos el centro y nos fuimos a un punto lateral.
- Los cañones han cesado gruñendo. Los alemanes quieren comprobar qué pasa con nosotros. La compañía de los tiradores de automático aparece fuera de la trinchera y va en todas las direcciones a nosotros.- ¡Ametralladoras! – mando yo.
- - En este caso, nos hemos ahorrado municiones, - prudentemente nota Petya.- Ahora tenemos derecho a gastar un poco... ¡Oh! Mira, Kostya, cuál se ha hecho la vista del nido! Ellos cortaron la cornisa del montículo y abrieron un alcance amplio...
- Miro a los fascistas atacando.
- ¡Fuego!
- Hemos cortado de tres ametralladoras.
- Resulta que ha sido una provocación: querían solamente llamar nuestro fuego. Retroceden, dejando a siete muertos... Y sólo siete personas nuestras han sobrevivido.
- Los “ferdinandes” se han acercado descaradamente. Pronto van a romper el lado de ametralladora. Entonces nuestros asuntos van a salir más de prisa...
- Kostya, les veo a dos apuntadores de los “ferdinandes”, dame un francotirador aquí, - pide Petya.
- Con sus binoculares se ha pegado a la tronera, mirando el blanco,
- Le doy un rifle de francotirador, pero Petya se ha acomodado sobre su cuerpo de repente.
- ¡Petya! – ha exclamado Volodya, apoyándole. La cabeza de Ushakov se ha hundido sin remedio. Justo en medio de su frente ha sido el agujero negro. La sangre no ha manado de él. Ha sido un golpe de los “ferdinandes”, uno más y más...
- La tronera se ha llenado de tierra, - comunicó el artillero del equipo de la punta de la ametralladora occidental.
- ¡Lleva la ametralladora fuera, a una trinchera!
- Somos seis personas. El único fiable nido de ametralladora se ha quedado.
- ”Tal vez ya no golpearían el fortín central. Y en las ruinas se podría encontrar un refugio para el fuego de ametralladora”,- le apodera el pensamiento a Volodya.
- ¿Iré yo?
- Mira, - digo.
- Ahora no vemos a los “ferdinandes”. Nuestra vista es muy estrecha. Los cañones se han quedado en silencio de nuevo. Tal vez cambien la posición.
- ¡Suben del oeste! – se oye la voz de Samed.
- ¡Chicos! ¡Un desembarco!.. ¡Compañeros! ¡Una batalla está en el mar! - grita desde arriba Volodya.
- ¡Samed, resiste!
- Falta t iempo incluso para mirar al mar. Samed, escondiéndose en una trinchera, se ha construido un nuevo nido para ametralladora en un embudo fresco cerca.
- Resiste, Samed! ¡Un desembarco! – he gritado yo, acercándome a él.
- ¡Un desembarco! ¡Un desembarco! - nos gritamos uno al otro, sin levantar la vista de las ametralladoras.
- Los “ferdinandes” se han ido al mar! - Volodya grita desde su improvisado puesto de observación donde, como le parece, no se siente mal.
- A través del rugido de nuestras ametralladoras y el chisporroteo de los automáticos debajo, nosotros adivinamos más de lo que escuchamos sus palabras.
- ¡Por la Patria! – gritamos nosotros.
- ¡Muerte a los invasores!
- ¡Ataca a los canallas fascistas!
- De un lado, nuestra altura se parezca, probablemente, al volcán, que ya ha dejado de tirar la lava, pero aún sigue humear. Usando el hecho de que vemos mal a través del humo que ha cubierto la altura, los tiradores de automático han subido con fuerza, pero su fuego en el humo también ha perdido avistamiento. Samed tuvo tiempo para ponerle a uno de ellos golpeando en la cabeza con la culata, cuando aquel ha alcanzado hacia su embudo, y luego ha caído al fondo.
- ¡Granadas!
- Las granadas era un último recurso, a que hemos decidido recurrir en las trinchera, en la cima del montículo.
- Nos tiramos en una fila a eso de una docena de granadas. Vasya se aferró a la ametralladora de Samed.
- Corrí hacia mi amigo. Samed estaba tumbado, sonriendo.
- ¿A dónde, Samed?
- Probablemente a un lugar adonde fueron todos, - con una sonrisa respondió él.
- ¿A dónde estás herido, te pregunto?
- No sé ... Es una lástima que yo no haya llegado a Berlín... Jodzhá Nasreddín... – se calló.
Nos quedamos sólo cinco.
Los alemanes nos respondieron a nosotros con lanzamientos de granadas a las granadas.
Teníamos suficientes granadas, pero los alemanes habían más que nosotros. Nos extendimos a lo largo de la trinchera, y tratamos de no darles volver en sí. La pelea fue en la suave pendiente del montículo, favorable para nosotros y desfavorable para el enemigo.
El humo comenzó a disiparse.
- ¿Kostya, voy a darles de una ametralladora? – preguntó Vasiliy.
- ¿Les ves?
- Veo.
- ¡Que vayas!
La ametralladora que los alemanes consideraban aparentemente la apagada por falta de municiones, les echó en la frente.
- ¡Por Petka! - gritó Vasíliy. ¡Corren! ¡Vamos a correr! Además, tomad por Samed!..
Soltó una. larga ráfaga en los que estaban corriendo.
- ¡Han retrocedido, perros! Dame la nueva cinta. No puedo ponerme a pie, me dirigen la puntería...
Le lancé una nueva cinta.
En aquel momento, desde el fondo, muy lejos del mar, “hurra” llegó a nosotros...
¡Era la primera “hurra” del desembarco nuevo!
Si las armas tuvieran un alma, yo la habría extraido y la habría sacudido para que nuestra ametralladora pudiera aprender a producir mil balas en un minuto para vencer a los alemanes desde la retaguardia para apoyar el desembarco.
Y de repente me sentí algo que no se notaba en el calor de tensión: la pierna derecha se hizo pesada, y moviendo los dedos de ella, sentí un dolor agudo. Me di cuenta que estaba herido.
- ¡Volodya, un cohete! ¡Samed, la bandera! – ordené yo y comprendiendo que daba orden a un soldads muerto, recuperé: - ¡Kolya, la bandera!
El combatiente de la unidad de Gorin, Kolya Lyubímov, se lanzó a un montón de fragmentos de hormigón para encontrar entre ellos nuestra bandera derribada por un proyectil. Lyonya Shtankó, el segundo sobreviviente de su unidad, herido levemente en la cabeza, a escondidas iba arriba, a Volodya, con un rifle de francotirador.
- Sé que el fracaso del comandante puede ser alarmado para los compañeros. Por eso yo intentaba exprimir el máximo trueno de la orden de mí mismo, él para que sólo habían sido capaces mis pulmones y garganta.
- ¡Centraos todos en la cumbre!¡ Recoged las municiones allí mismo!
- ¡Kostya, he encontrado aquí un refugio para la metralladora! ¡Sube aquí! - gritó con entusiasmo desde el fortín roto Volodya.
Él no sabía que yo estaba herido.
La lucha se extendió a la orilla. Nos quedaron en paz: no caían los proyectiles grandes sobre nosotros, los tiradores de automático también se fueron a las posiciones anteriores detrás de las trincheras. Aquella vez en la ladera se quedaron unos treinta fascistas asesinados por nuestras granadas y ametralladoras.
Vasya salió del embudo de Samed y puso arrastrando la ametralladora en el esqueleto destrozado del fortín de hormigón. Volodya arrelaba a poner la segunda ametralladora en la grieta estrecha en la la pared de hormigón que resultó durante la destrucción del fortín.
Me arrastré hacia ellos. Desde allí, a la grieta entre los bloques de hormigón en ruinas, se veía toda la costa del mar. Nuestros golpean a los alemanes de los morteros y ametralladoras. El viento dispersó el humo por encima de nosotros, y ya veíamos la avanzada de nuestro nuevo desembarco.
Me senté junto a Volodya y tomé los binoculares.
Los alemanes parecían creer que estábamos bastante impotentes. Yo veía desde allí que ellos se agrupaban para atacar el flanco de desembarco.
Kolya Lyubimov saltó de entre los restos del hormigón con una bandera.
- ¡La he encontrado! ¡Aquí está! - gritó alegremente asomando la asta en el hueco estrecho entre las piedras.
¡Pobre nuestra bandera! ¡Cómo estaba lacerada!
En aquel momento, con un rugido de triunfo, a partir de un día antes, al campo de batalla llegaron los aviones soviéticos. Cañones antiaéreos de los fascistas atacaron desde fuera del pueblo. Las nubes blancas de las explosiones se rizaron en el cielo.
En aquel momento nos enfrentamos a una misión de combate activo. No habíamos dado tantos luchadores que nos salvaran como a los chiquitos de un apuro. Nosotros eramos los soldados y sabíamos cómo hacer la guerra.
- ¡Cohetes! - ordeno a Kolya.
De inmediato se llevó una bolsa de los cohetes de trinchera.
- ¡Chicos! Voy a especificar el objetivo a los aviones, los fascistas van a subir de nuevo ahora... ¡Preparad granadas!
En aquel momento estábamos todos juntos en un refugio de hormigón sin forma. Eramos cinco. Dos tiradores de automático vigilaban de las grietas en las laderas de la colina para evitar que nos tocaran los tiradores de máquina. Dos soldados estaban tumbados preparando las granadas para la batalla. Yo estaba observando con binoculares.
Allí al flanco de derecha de nuestro nuevo desembarco se acercaban los tiradores de automático alemanes. ¡Un cohete!
Él lanzó una raya roja, lo que indicaba una meta. Tres bombarderos separaron de la manada de los pájaros de acero y cayeron de buceo sobre un montón de los capotes de ratones, amontonados sobre la colina. En un puñado de tierra se levantó de golpe la tierra, se dispararon alto unos trapos rasgados. Otros golpes. Los otrós más.
Los cañones antiaéreos disparaban por los aviones desde el pueblo. En el fondo del montículo vecino tuve la oportunidad de ver al instante el flash deslizado. Miré a través de binoculares y vi a la gente que estaba amontonada arriba, en los arbustos. Allí, por supuesto, estaba situaba la batería antiaérea. ¡Allí!
El cohete señaló como el dedo apuntando a la batería antiaérea escondida entre arbustos y árboles. Nuevo picotazo - y allí también surgieron explosiones, explosiones, explosiones...
- ¿Ataque! - gritó Volodya y apretó el gatillo de su ametralladora.
Los tiradores de máquina alemanes que corrían hacia nosotros tuvieron que apostarse de nuevo.
Estuve buscando un nuevo objetivo. ¿Qué más puedo indicar a los aviones?
¿Los “ferdinandes”? ¿Tanques?.. Se arrastraron bajo los árboles... ¡Tomadles!
- ¡Un cohete!
La aviabomba lanzada desde aquel lado provocó rugido extraordinario: era evidente que el coche con las municiones de los “ferdinandes”se explotaron.
Los aviones se fueron a la profundidad de la península –tal vez, para bombardear la carretera en las afueras de la costa para evitar la llegada de las reservas de fascistas. Los alemanes estaban presionados a lo largo de la costa hasta el suelo. Los otros se mezclaron, corriendo. El desembarco estaba moviendo más cerca de nosotros, se acercaba...
Nuestro ataque era diferente de la alemán por la rapidez de la lanza. Ya los nuestros corrieron “con hostilidad”...
”Hurra” estaba creciendo y llegando a nosotros. Veíamos a los combatientes corriendo, conocíamos a los oficiales sin binoculares algunos.
- ¡Revyákin! ¡Revyákin! - Volodya gritó, señalando al lado del ataque soviético que se acercaba.
Alemanes saltaron y corrieron más allá de nuestra montículo...
- ¡Hur-ra! – gritábamos con las voces líquidas en respuesta.
- ¡Las ametralladoras! ¡Fuego contra los fascistas! – mando yo, y empezamos la persecución de los que huían, con el fuego desde arriba. Yo disparo cohetes, uno tras otro hacia arriba.
- ¡Kostya, vamos! ¡Más bien, vamos! Los nuestros ya están en la trinchera... ¡Vamos adelante! – me apresura Volodya.
Trato de levantarme, pero ya no puedo confiar en mi pierna.
- ¿Qué pasa? ¿Herido?
¡Hurra!.. Los combatientes están fluyendo alrededor de nuestra colina, ocupan la trinchera en nuestro montículo y abren fuego inmediatamente contra las trincheras de fascistas. De nuestra altura en los alemanes ha golpeado el fuego de mortero.
Revjakin entra rápidamente en los restos de nuestro fortín y ve las sobras orgullosos de nuestra bandera de nosotros, tan orgullosos. Él nos mira un poco perplejo. Abraza a cada uno. Se ha inclinado hacia mí:
- ¿Qué pasa?
- Pierna.
Revyñakin de nuevo nos ha observado a todos, ha mirado a las caras sonriendo, mojadas de lágrimas, agotadas, pero felices. Nos ha calculado con los ojos.
- ¿Todos están aquí?
- Todos, Mijail Ivánovich... camarada capitán...
- Todos, - ha repetido él en voz baja y ha quitado su gorro...
X
Cada día la plaza de armas se ampliaba. Los propietarios de la tierra soviética cada día se convertían más firmes pisando en aquella plaza. Sin embargo, no había mucho de la tierra liberada, pero cada día nos hicimos más fuertes y nos pusimos más profundo en ella. Ya se trataba de un espacio con dos alturas de mando, con un amplio paso al mar, y los días en que había que esperar a que “vomitaran” comida aire y municiones de aire, se habían ido. Aviones ligeros ya podían aterrizar en su plazoleta pequeña del aeródromo privado. El desembarco se recuperaba desde el mar y desde el aire.
En la profundidad del montículo, que era nuestro primer campo de operaciones, fue construida una cadena de blindajes y refugios - un barrio subterráneo completo: cuartel, hospital, planta de energía, almacenes de alimentos para combatientes, incluso un periódico.
En nuestra habitación en el hospital hay siete heridos. Hace calor. El olor ahogante de las drogas, la luz pálida de la bombilla “liliputiense”. Es cierto que estamos entretenidos por la radio. A partir de la edición nos han instalado auriculares, y escuchamos Moscú todo el día...
Por la mañana me he perdido y no he escuchado por la radio una noticia importante para mí. Dicen que he dormido. Ahora, por centésima vez, quizás, la he releido en el periódico.
La lista de las veinte personas por orden alfabético comienza por Samed Abduláyev.
Yo ya sé de memoria, palabra por palabra, y por la orden puedo enumerar todos los nombres de veinte, que fueron galardonados con el título de Héroe de la Unión Soviética. Pero tan pronto como el periódico que está a mi lado, se me mete en los ojos, una y otra vez leo todo una vez más, desde principio hasta el fin.
Mi mirada tiene una parada larga en nombre de Samed, un jovial de dientes blancos, con él era más fácil combatir, en nombre del capitán Miróshnik. Él confiaba en nuestra juventud, y nos daba tareas difíciles y responsables. Él no se hizo cargo de nosotros y no tenía miedo por nosotros. Él creía que dominamos lo todo. El nombre de Petya me importa mucho. Cuando le dije que en el momento de la toma de Berlín, él sería un héroe de la Unión Soviética, ¡cómo silbó entonces! Mientras tanto, él había sido un Héroe en aquel entonces, a pesar de que no se consideraba digno de tal título. Yegórushka, Fedya Gorin...
Mis queridos amigos Volodya y Vasya, por supuesto, también están a mi lado en la lista. Volodya y yo somos, además, vecinos según alfabeto.
Revyákin nos dijo que Seryozha regresó sano y salvo a la orilla y estaba curándose en algún lugar cerca, en la retaguardia; si él estuviera con nosotros en aquel asalto, sin duda habría ganado también alto rango...
- Prepárese para ser enviado, - me ha dicho hoy nuestro médico, el mayor del servicio médico.
Le he pedido que me deje aquí hasta la recuperación. Él se ha hecho sombrío.
- No bromea con esas cosas, - me ha parado. - Le diré con franqueza que la situación es muy grave. Es posible que le van a tomar la pierna. Yo mismo no puedo decidir definitivamente. Se le mandarán a la retaguardia, a los buenos cirujanos...
Tendré que irme. Nunca se sabe, ¿si sea capaz de volver a mi unidad? Los chicos me consolan: dicen que al Héroe de la Unión Soviética le enviarán a donde él pida. Vasya y Volodya, sin duda, llegarán a Berlín. Y ¿dónde estaré yo este día? ¿Acaso en muletas, sin una pierna? ..
- Yo no doy mi pierna para cortar. Necesito las piernas para ir de marcha en Berlín, - le ha contestado al médico.
- Ya veremos. Verán y tomarán una decisión. Nadie va a cortarla en vano. Si se puede dejarla – la dejarán.
- ¡No la des en cualquier caso! - dice Volodya. Las piernas son buenas si están en pareja.
Pero Revyákin que ahora manda nuestra compañía, justo me ha dado la orden y ha dicho:
- Lanza fuera de su cabeza la amputación. ¡Tonterías! Nos alcanzarás en Oder. ¡Mira, en Sprey no te admitiré a la compañía!..
Sólo Vasya me dice de manera diferente. Él ve la parte delantera y en la retaguardia, incluso después de la guerra.
- No se apresures, recupérate, - me ha dicho. – ¡Te recuperas, ya sabes cómo vas a necesitar por todas partes! ¡Cuántas manos y cabezas se necesitarán! ¡Tendrás que estudiar, por supuesto... todos tendrán que estudiar..
Vasya quiere meterme silenciosamente un consuelo si los cirujanos me dejan sin una pierna. Me ha dicho lo contento que será mi madre que su hijo es el Héroe, hasta me ha descrito el encuentro con ella, y entre tanto ha saltado silenciosamente a su tema querido. Chupando intensificamente un cigarrillo y envuelto en una neblina azulada, me insinúa que puedo volver al hospital en Karagandá.
Se ha quedado atrapado y se ha enrojecido.
- ¿Y qué escribe ella? - le he preguntado.
- ¿Quién?
- ¡Karagandá, por supuesto! - me he puesto a reír.
- ¡Venga, vamos de prisa, a una camilla – ha ordenado el médico en la habitación contigua.
Los sanitarios han entrado.
- Camarada mayor, déjeme... - oigo la voz de Volodya.
Me han trasladado en una camilla.
- Prisa, prisa, - nos apresura al médico. - El avión médico se ha aterrizado cuando ha volado un espía alemán.
Se cargará y volará rápidamente de vuelta al continente...
Vasya y Volodya, enfrentándose, me besan en ambas mejillas.
- Bien, cúrate, recupérate...
- Esperaremos...
- Escribe cada día...
- ¿Cómo no podría escribir yo? ¿Dónde más podría encontrar a tales amigos?..
La camilla está nadando bajo la lámpara colgante, bajo la segunda, bajo la tercera. El se ha hecho más fresco y frío. ¡Qué bueno es respirar el aire fresco después de oler la cripta llena de olores de medicinas!
En el cielo suena el rugido de los motores. Varios de nuestros “azoritos” vigilan este pedazo de tierra recuperada por nosotros. Resultó comó hubo dicho Miróschnik entonces: no iríamos a ninguna parte, este montículo era liberado de los invasores fascistas para siempre. Los fascistas lo mataron, pero mantuvimos su palabra de hierro. Mantuvimos, a pesar de todas las cosas...
Temblando con cuerpo espumoso, el avión de ambulancia aérea con cruces rojas en los costados está. El capitán de la nava, esperando, se permanece a su lado.
Vasya se ha puesto firme delante de alguien y respetuosamente ha dado un saludo. Me he vuelto mis ojos. Cerca de la camilla ha surgido Sheguén.
- Deliberadamente he volado hacia tí, muchacho... Avión ha sido enviado especialmente por tí, por orden del General del Ejército... No pasa nada, te recuperán. Los nuestros lo saben bien. Nuestros hermanos, aviadores, sucede que rompen las cuatro patas... ¡Van a curarlo todo! – me consuela Sheguén caminando a mi lado, con la mano en la camilla.
Los compañeros se han reunido frente a la aeronave. El rugido del motor no permite oír gritos de despedida y lo digo al azar:
- ¡Hasta la vista! ¡Me volveré rápidamente!
Los sanitarios me colocan y me ponen las correas. A este avión llevan aún más, la segunda y la tercera camilla, la cuarta y la quinta. Entra el médico. Una mujer en la bata blanca entra rápidamente en la cabina del piloto. Entonces veo una cara amable y sonriente de Sheguén, él pasa a la cabina. Le sigo con la mirada...
El avión ha corrido, ha pateado, ha saltado de nuevo... y ha volado suavemente. Estamos en vuelo... Tranquilo y bién.
Involuntariamente, he cerrado los ojos, pero algo me ha hecho recojer otra vez...
No, no es un sueño y no el delirio: ¡los ojos negros mojados, llenos de ternura dulce, una calidez me han mirado!.. Me han mirado con tanto cariño increíble...
Sólo entonces me he dado cuenta de astucia deslizada por la sonrisa de Sheguén cuando él ha entrado en la cabina.
Tuve miedo de que las lágrimas inundaran mis mejillas y volví a cerrar los ojos para ocultar la emoción. Creía que ella podía escuchar el sonido de mi corazón, incluso a través del rugido del motor. Yo quería decir su nombre, pero mi garganta estaba seca, y la voz se había ido. Me temblaron los labios y de repente, por primera vez en mi vida yo sentí el sabor tan maravilloso, refrescante, no parecido a nada, el sabor de su beso.
Ella me besaba la cara sin afeitar , pálida, la frente, el pelo, sin incomodarse. Después de todo, ella me encontró a mí, como yo a ella, entre los millones.
- ¡Kayrush! – susurró ella.
- ¡Bota! - respondieron sólo mis labios mudos con un movimiento.
Cerré los ojos otra vez. Su mano se me puso con un frío suave, acariciando mis párpados, y yo tenía miedo de abrirlos de nuevo, para que aquel sueño cálido y alegre no se disipara...
¿Me llevaba el avión o el sueño me llevaba en las alas?..
Ella estaba sentada a mi lado, y yo no quería hablar de cualquier cosa. Tal vez necesitara algo que preguntar, responder... ¡Por favor, después, por favor, después! Quiero saber lo todo de tí, pero en aquel momento quería un poco de silencio junto contigo.
Y después nos sentaríamos y lo diríamos uno a otra - ¡por tantos años!
Entonces vamos a ir contigo a través de los años y años por todos los caminos del mundo, y si fuera necesario, - los caminos de la guerra. Después de todo, nosotros ya habíamos ido por ellos juntos, aunque no en la misma compañía, pero ¿qué más daba? Así sería mejor. No soportarías tanto, mi pequeño camello!..
Mi madre probablemente se había sido vieja, ya durante mucho tiempo había querido hacerse abuela. La consolaríamos... ¡No, no iba a decirte aquello en voz alta, mi pequeño camello!
Mis compañeros miran con envidia cómo te habías inclinado hacia mí y has puesto tu cabeza sobre mi pecho. Ya mi mano toca tu pelo y tu espalda. Te parece un ligero toque tímido... Pero yo no soy tímido. Tengo miedo de dar espanto a tus pestañas, que temblando con sus alas tocan mi barbilla sin afeitar. Son mojadas... Pero yo, a través de tu bata blanca, puesta según una orden, he tocado en tu hombro una hombrera, pero no la de un soldado. Es que a una oficial no parece bien llorar...
Ni siquiera me atrevo a preguntar cuántas estrellas hay en tus hombreras. Y de repente habría alguna constelación no vista todavía - un signo de tu autoridad sobre las esferas celestiales...
No voy a decírtelo en voz alta, es que pensarás que es una broma, pero yo no tengo otros sentimientos particulares hacia tí, sino el amor... Y no voy a decírtelo.
Esto debería cantar en una canción, y no estoy en mi voz hoy. Una persona, a que le van a tomar una de sus pocas extremidades, no puede cantar bien.
Yo estoy interesado en lo todo de tí, aprecio lo todo en tí. Pero no me has escrito ni una palabra sobre tus hombreras oficiales. Si me atreviera a tocar con la mano tu pecho, tal vez yo sentiría allí tus insignias de combate. Y si llegara a la corazón... ¿Acaso no está claro allí como en este cielo despejado que está sacudiendo detrás de la ventana del avión?
No, no voy a dar mi pierna a los cirujanos. Quiero ir al lado de tí con un paso firme por cualquier, por todos los espacios hasta Berlín.
Como camarada Jodzhá Nasreddín dijo: “En la tierra no hay un lugar que sea mejor que él donde naciste y creciste”. Quiero que sea aún mejor para aquellos a los que tu misma alimentes con tus sienes. Pero mientras tanto no te lo diré en voz alta.
No te estoy preguntando cuándo me dejas. Tal vez eso va a pasar en unos pocos minutos, en cuanto el motor se pare de zumbido y la máquina se deslice suavemente en el suelo. Entonces el sueño se volverá roto. Tú de nuevo tocarás con tus labios los míos, te quitarás la bata blanca y te convertirás en una guerrera. No me atreviera para llamarte por el amor del campo de batalla...
¡Mi esposa! ¡Mi pequeño camello con los ojos negros! Cómo debo recuperarme pronto, para terminar la guerra con una victoria y volver a casa... Nuestra casa... A una vida pacífica, al estudio, al trabajo, al amor...
Eso es lo que voy a decirte en voz alta... En la despedida.
1949