A cada uno quien franquee el umbral de la casa de Ayranbay se hará claro en seguida cúal es la ocupación del dueño. En las rodillas de Ayranbay está una tableta negra, sucia; a su alrededor están en desorden unos pedazos de cuero, trozos de hilos hechos de tendones, están aquí una lezna, un cuchillo, un afilador, unas hormas, una aguja.
Ayranbay, vestido de chaqueta sin mangas hecha de piel de oveja puesta sobre su cuerpo desnudo, está pegando a una caña vieja una cabezada nueva. A sus pies, examinando los trozos de formas raras, está jugando una chica despeinada.
No es nada hermosa la cara de Ayranbay, pero ésta casi no se ve detrás de la barba azabachada despeluzada. Al encontrarse por primera vez con Ayranbay uno piensa sin querer: “Unos quinienta años tendrá el shaytán[1]”. Las cejas están fruncidas sombríamente y parece que tanta rabia está hirviendo en este shaytán, que está dispuesto a destrozar a cualquier enemigo desconocido. Aquí tendió fuertemente el filete y chocó con el codo a la nena que le cayó a mano. Por poco conteniéndose, la empujó a un lado:
- ¡Vaya, pobrecita! Cuántas veces te había dicho: no me acercas cuando estoy trabajando.
La chica le miró al padre con aire de culpabilidad, brillaron en sus ojos unas lágrimas.
- Ellos... no juegan conmigo... Me maltratan, - susurró ella como si pidiendo perdón por tener que estar en casa.
Se irrumpió a la chavola como un torbellino en la estepa una tía enorme irritada.
- ¡Así son, esos de la parentela tuya! ¡Igual puedes reventarse – ni te van a mirar!..
La tía está vestida de un traje viejo, reparado descuidadosamente, un pañuelo manchado todo cubierto en remiendos, en los pies tiene unas botas crudas, usadas hasta ponerse todas blancas. A juzgar por su aire furioso, ella ha peleado seriamente con Ayranbay y está preparada para asirse con él en cuanto llegue una primera ocasión oportuna. Es su esposa – Raushán.
Muy inesperadamente, de buenas a primeras le impusieron a Ayranbay un impuesto de diez pud[2] de trigo, y él decidió ir a la ciudad para quejarse. Sí que lo decidió, pero no hay nada que ponerse, las botas se deshicieron completamente. No hay modo de componer una nueva cabezada de los trozos y pedazos, y él la mandó a Raushán a Kemelbay por un trozo de cuero. Kemelbay y Ayranbay son parientes. Al carecer alguna cosa Ayranbay en seguida se dirige a Kemelbay. Esta vez mandó a él a su esposa. Y ella se había enemistado seriamente con la mujer de Kemelbay. Resulta que en el útlimo toy[3] las tías estaban sentadas al mismo tabak[4] – y se pelearon por un trozo de carne. Y no era Raushán quien armó este escándalo. La mujer de Kemelbay, indignada de que la habían sentado cerca de una pelagatos, se puso a repartir la carne – aún antes de que todos comenzaran de comer – entre los niños que remolinaban cerca de la puerta. Al sentir que la carne está yendo de la manos directamente ante de sus ojos, Raushán agarró de la bandeja un hueso de cuello y estaba a punto de meterlo en las manos de su hija cuando la mujer de Kemelbay gritó: “¡Déjalo! ¿De dónde vienes, tú, glotona advenediza? ¡Por tu culpa nadie tendrá ni un solo pedacito!” – y arrebató el hueso. Las viejas que estaban sentadas con solemnidad al tabak principal también se echaron todas a Raushán. “¡Desgraciada! ¿Vaya, vienes de región estéril o qué? ¡¿A qué te lanzaste sobre la carne?!” Resultó que era ella, Raushán, la culpable de todo. Desde aquel tiempo ella no se acerca a tiro de ballesta a la casa de Kemelbay. Todo el aúl va allá para tomar kumís[5], y Raushán – ni por esas. La mujer de Taybagar, la vieja compañera de Raushán, le trae de vez en cuando los rumores de la casa de bai. “Esta vejarrona, por lo visto, está a punto de perder la chaveta. Me ladró a la oreja mientras que yo trasegué un tostagán[6] de kumís. No habla nada más que tú. Vaya, dice, que se rabie, hija puta... Qué otra cosa me puede hacer, dice...” Con esas noticias Raushán se exaltaba aún más.
- ¡Ojalá nunca venga esa canalla ante los ojos míos! ¡Mejor me muero de hambre que franqueo el umbral de su casa!
Y ahora se le ocurrió de repente a su marido mandarla a Kemelbay. “¡Ni por el oro del mundo!” – se obstinó Raushán. Y entonces Ayranbay asestó una cabezada contra ella. Al entender que no se limitaría a esto, Raushán se dirigió a la casa odiosa. Y ahora, altamente enfurrecida, se volvió.
Ella se sentó cerca de la estufa, y en seguida su mirada cayó sobre la horma negra, aquella misma con la cual Ayranbay le había pegado la rodilla. La agarró con rabia como si ésta era la causa de todos los males, y la tiró en dirección de la pared, donde sobre una alza paticoja estaba puesto – solitario como un diente roído en la boca de un carcamal – un cajón. La horma se pegó con estrépito contra éste.
Ayranbay se estremeció, levanto la cabeza:
¡Uh, perra! ¡Bate, quiebra!..
***
Por qué Kemelbay no le había dado un trozo de cuero y qué le había contestado su mujer, de eso Ayranbay no le preguntó en detalles a Raushán. ¿Para qué? La tía de Kemelbay es muy pero muy rabiosa. Una tía como ella facilmente puede darte un rodillazo en vez de cuero, además, Raushán fue a ella sin ganas, porque tenía miedo de azotes. Pues ahora puede calumniar de cólera cualquier cosa. Cada palabra la va a trastornar así que uno ni entenderá cúal es mentira y cúal es verdad. Y reñir con un pariente por los rumores mujeriles es una cosa más indecente. Esa verdad la aprendió Ayranbay muy bien del difunto Zhake. Éste solía de decir: una tía es Azrael que siembra cizaña entre los hombres.
Y como Ayranbay mismo no daba importancia a la chismorrería de mujeres, él preferiría que los demás hicieran lo mismo. Kemelbay podría haberle hecho un favor. Cada vez que pensaba en esto Ayranbay sintía un enojo extraño. Últimamente esta sensación se le ocurriá más y más a menudo. Muchas veces ya, al ofenderse, Ayranbay decidía para sí no tener relaciones con Kemelbay, pero al dormir bien olvidaba en seguida tanto la ofensa como esta decisión suya, e iba a visitarle para tomar kumís. Además, tenía Kemelbay una peculiaridad: al observar que Ayranbay está de morros, de una vez se pone a hacer la pelota, adular y decir a su hijo desavisado: “¿Has saludado al tío? ¡Vaya, sirve un kumís para tu tío!” Después de esto desaparecía del alma de Ayranbay toda la ofensa, e inlcuso se pensaba afortunado teniendo como pariente a un hombre tan rico y respetable como Kemelbay.
Y esta vez Ayranbay intentaba de consolar a sí mismo pensando que eso fue toda una incomprensión, mas en vez de consolación emergía una irritación tenaz. Y la causa de esto ya no era Raushán, como él lo quisiera, sino Kemelbay mismo. Y de pronto se acordó que en la comisión que le había sometido a impuesto sobre la cosecha no existente estaba Kemelbay. Y él sí que sabía perfectamente que esta vez Ayranbay no había brotado nada, que no había crecido ni un manojo de millo. Llevaba seis meses hablando de eso – empezaba esta conversación cada vez que visitaba a Kemelbay para tomar kumís. Los que habían sementado unos diez-veinte parcelas de tierra facilmente pagaron el impuesto, y Ayranbay cayó en desgracia, y de eso reprochaba en primer lugar a Kemelbay. Cuando el aulnay[7] vino para recoger el impuesto, Ayranbay se echó corriendo al pariente y le echó en cara muchas palabras amargas. Y ahora Kemelbay no le quiso desprenderse de un trocito de cuero. Eso completamente le sacó a Ayranbay de sus casillas. Él sacó el nasybay[8] de debajo de su labio, lo arrojó fuera con un capirotazo y preguntó:
- ¿Entonces no estaba en casa?
- Estaba.
- ¿Y no te lo dió?
- ¡Puedes esperar! Ya te lo dará... Era precisamente él, el pariente tuyo, quien dijo: “Estos tragasopas pronto nos dejarán sin camisa...” ¿Pero acaso me vas a creer? Sólo eres capaz para ladrar. Y no lo ves nada, no lo entiendes. Pues era Kemelbay quien te sometió al impuesto. ¡Sí, si! El otro día Marzhán de nuevo estaba tomando kumís en su casa, y él, el pariente tuyo, decía: “¡¿Qué significa diez pud de trigo para él?! Nos desolló más que esto por el trabajo que hizo.” ¿Lo has oído?.. ¿Y qué nos dió? Toda la vida estás cosiendo para él, y no recibimos de su parte ni un hilo pasado...
Ayranbay suspiró:
- ¿Habrase visto que los perros recuerden lo bueno que uno hace para ellos?
Al desanudar los hilos hechos de tendones, de nuevo se puso a coser. Sus pensamientos se encontraban lejos. Empezó a refrescar en memoria todo el bien y el mal que le había caído en suerte de la parte de Kemelbay y otros varios baies.
Todo su pasado es una sombra. Y a lo mejor no había en esta sombra ni un solo rayito de luz. Desde que se acuerda, siempre está currando para Kemelbay y otros como él, pero no adquirió nada por su trabajo. Ni se sabe qué hizo, qué consiguió, en qué gastó su fuerza, salud, afán... Pensando así, Ayranbay acordó de repente al instructor que había visitado el aúl una semana atrás. Muy jovencito todavía, pero cuando comienza de hablar, ni se corta. Cada segunda palabra es sobre los pobres, a decir que los frutos de su trabajo los reciben los baies. ¿Quién pasta el ganado de un bai? ¡Un pobre! ¿Quién siega el forraje para los ricos? ¡Un pobre! ¿Y quién usufructa este forraje? ¡Un bai! El pobre trabaja, el rico disfruta. ¡Pues piensa, pobre, cómo están las cosas! ¡Vaya, para tus mientes!..
Pero es cierto. Ayranbay tiene cuarenta años ahora. Digamos, la primera mitad de la vida no se cuenta, pero los veinte años seguidos está currelando sin descansar. ¿Y qué es lo que adquirió? Está esforzando de día y de noche, y todavía no es comido ni vestido ni calzado. Y Kemelbay no recogió ni una manada de hierba en toda su vida. Mas vive en abundancia, en bienestar, y lo tiene todo hasta hartarse...
Estaba pensando Ayranbay un largo rato y llegó a la conclusión: “La labor de los pobres se la apropia el bai. El instructor tiene rázon”. Y le dió ganas de expresar estos pensamientos en palabras, para consolar a la mujer.
- ¡Mujer! – dijo Ayranbay solemnemente. – Con Kemelbay rompí definitivamente. Desde hoy tú y yo ni nos acercamos a su puerta. Dios mediante, no moriremos de hambre. Nos inscribiremos en comenestas[9]. Hoy día un pobre es una persona honrada. Ahora no se oye nada más que “¡Kedey[10]!”, “¡Kedey!”. Los comenestas no nos alimentarán peor que Kemelbay. Las autoridades no los abandonarán.
Raushán se puso más alegre. Le dijo a la hija:
- Tráeme una turba, cariño. Tu padre a lo mejor tiene hambre. Le preparo aunque sea un té.
Ayranbay se animó como si hubiera quitado de sus hombros un peso grande y acabado de recobrarse. Sonriendo a la mujer, se puso a entonar una canción traviesa llamada “Cuclillo”:
Canta el cuclillo,
Trota mi caballo...
1924