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Ахмет Байтурсынов
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Mailin Beyimbet "Mukush, hijo de Arystanbay"

02.12.2013 1451

Mailin Beyimbet "Mukush, hijo de Arystanbay"

Язык оригинала: hijo de Arystanbay

Автор оригинала: Mukush,

Автор перевода: not specified

Дата: 02.12.2013

            Si alguna vez os encontréis con un hombruco achaparrado, de ojos saltones, con cara amarilla ahíla, que conste que eso es Mukush, hijo de Arystanbay. 

            También es verdad que él mismo gustosamente va a hacer acordarse sobre sí en cuanto venga al aúl alguno de los delegados: se pondrá a hacer la rosca y ya no le va a ceder ni un paso.

- ¡Qué bien que por fin has llegado, querido! ¡Ya nos cansamos de esperarte! – dice él, poniendo bajo uno, como suelen decir los kazajos, una almohada de lisonja.

- ¡Al poder soviético le estoy dispuesto a servir hasta la última gota de la sangre! – declara fogosamente en otra ocasión.

Pero si hasta después de oir estas palabras uno exprese de improviso su perplejidad, Mukush se pone a darse golpes de pecho. 

- ¡Que soy un pobre, un activista! ¡Que soy Mukush, hijo de Arystanbay! ¿Habéis oído?

Y entonces uno tiene que creer que está ante él este mismo Mukush.

Por primera vez lo encontré en el consejo de aúl. Entonces los activistas y komsomoles del aúl estaban componiendo el plan de producción del koljós. Y de repente como si un bloque de hielo furioso durante la inundación irrumpió al cuarto. 

- ¿Dónde está el apoderado? ¿Es usted o qué? – alguien se aproximó a mí.

- ¿Y qué quiere usted?

- Aquí está: son un activista, un pobre. En este canto todos me conocen. ¡Soy Mukush, hijo de Arystanbay! A la reunión nuestro koljós tiene que mandar a un representante suyo. Les pedía mandarme a mí, pero nuestro presidente no lo desea. En general es un saboteador. Su abuelo cometió una peregrinación a la tumba del profeta. No me voy a tranquilizar hasta que lo desenmascare y destituya del trabajo... 

No lo entendí todo en seguida y por eso le hice unas cuantas preguntas. Entonces Mukush en seguida se puso a buscar tres pies al gato: 

- ¡Pero eso es burocratismo! – gritó. – ¡Eso es desviación derecha e izquierda! ¡Pero ya sé a dónde dirigirme! ¡A usted también le voy a meter en cintura!

Un koljós maneja sus negocios por sí mismo. Y si cada delegado se ponga a mandar, ¿de qué trabajo se puede hablar? Intenté de explicárselo a Mukush, pero éste ni siquiera me escuchó. Solamente se desenfrenó aún más:

- ¡No, no, eso claramente es una exageración! ¡Es usted un exagerado!

Aunque sea tres veces limpio y honesto, pero siendo acusado de tal cosa uno va a perderse sin querer. 

Cuando Mukush se retiró, empecé a preguntar sobre él a los presentes, pero ellos solamente cambiaban miradas y seguían callados. Por fin un peón llamado Dosán se indignó:  

- ¿Por qué estáis todos silenciosos? ¡Hablad!

- ¿Y tú mismo? – se echaron sobre él los demás. Dosán miró a su alrededor y al asegurarse que Mukush en efecto se había ido y no estaba debajo de las puertas, dijo silenciosamente: 

- ¡Basta con que Mukush nos haga mofa de nosotros! ¡Ya es tiempo de sacarle en claro! ¿Sabéis vosotros quién es?

- ¡Claro que lo sabemos! – respiraron todos.

Pero entonces la conversación tuvo inesperadamente otra dirección. Todos tenían urgencias hasta los ojos. La siembra estaba delante de las narices. El plan de producción debía de ser terminado cueste lo que cueste. Por tanto, no había tiempo para hablar sobre Mukush.

Con el fin de la explicación del decreto del Comité Central del partido los instructores y delegados invadieron los aúles. Yo también tuve que visitar una vez más el koljós “Enbek”. La junta directiva del koljós estaba situada en una casa de madera de una habitación. A lo largo de las paredes estaban una sillas. El presidente del koljós resultó ser un dzhiguit joven llamado Salim. Para saludarme me extendió una mano encallecida grande con los dedos nudosos, tenaces. Lo miré de pies a cabeza y pensé: “Seguramente antes era un peón”. Resultó que eso era verdad: de su cuestionario conocí que Salim estaba trabajando como un peón durante diez años. 

- Yo sé leer y escribir. Sólo en el año pasado me liberé del peonaje. Los miembros del koljós me eligieron como un presidente, pues estoy trabajando, – se me presentó Salim.  

Otro miembro de la junta directiva era un joven garboso, de cara roja, vestido de una manera urbana, un maestro, – según me dijo, – que había venido al koljós para la eliminación del analfabetismo. 

- Camarada Salim está muy ocupado, tiene asuntos a porrillo, – dijo él.  

Sobre la mesa había una hoja de papel. Encima con letras grandes, toscas estaba escrito: “Reporte.” “El koljós “Enbek” se preparó para la siembra primaveral en el cien por cien”, – leí en este reporte. Abajo estaba una firma también tosca: “Salim”. Los dedos torpes que toda la vida sólo conocían bieldos y palas habían garrapateado a tuerto y a derecho unas cuantas letras.

- Teníamos un tal activista – Mukush. ¿A lo mejor ha oído usted? – sonrió Salim.   

Al oir este nombre me puse en guardia.

- ¿Pues y dónde está?

- En casa. Salió del koljós. Ahora es un campesino individual.

Celebraron una reunión general de todo el aúl. Mukush también vino. 

Parecía que él se había calmado, adquirido prudencia. No veía en él la perseverancia que tenía antes. Pero sin embargo encontró tiempo para acercarse a mí y soplar al oído en confianza: 

- Está muy bien que ha llegado usted. Le esperábamos con impaciencia...

Después del reporte Mukush fue el primero que levantó la mano:

- ¿Está permitido salir del koljós y vivir como un individual?

- ¿Y quién dice que no está permitido? – se lanzó en seguida Salim.

La cara de Mukush se puso gris. Se le saltaron los ojos como a un cabrón topetudo. Se estremeció con todo su cuerpo, quitó de la cabeza su gorro de añino con orejeras y lo golpeó con fuerza contra el suelo. Se levantó polvo como de una alfombra vieja pudrida.  

- ¡Salim me calla la boca! ¡No me deja decir ni una palabra! ¡Eso es una desviación! ¡Eso es un atropello! ¡Burocratismo! ¡Me voy a quejar!.. – gritó él.

- ¿Quejar de qué? Nadie te estaba oprimiendo.

Y entonces todos se pusieron a hablar.

Los miembros del koljós “Enbek” tan bien se adiestraron en hablar en las frecuentes reuniones, que no le dejaron a Mukush títere con cabeza. De sus discursos agitados entendí lo siguiente: 

1. Su padre – Arystanbay – es un perturbador y buscón. En su tiempo era un lameculos del bay y se dejaba sobornar. Mukush siguió los pisos de su padre.

2. Antes de la creación del koljós Mukush tenía bajo miedo todo el aúl.

3. Tenía dieciocho reses de ganado mayor, pero entró al koljós con tres. El demás ganado lo vendió, mató, dió a otra gente.

4. Siendo un miembro del koljós, sembraba discordias y cizaña entre los koljosianos. Todo el tiempo los azuzaba a todos.

5. Interpretaba a su modo la carta del Comité Central del partido y llevó consigo del koljós doce familias.

6. Divulgaba sobre la construcción de koljoses unos rumores mentirosos e invenciones dañosas... 

Todo eso la reunión general del aúl se lo dijo a Mukush directamente en faz. Mukush se enfureció, se llenó de ira como un camelo rabioso: 

- ¡Eso es una desviación tanto derecha como izquierda! ¡Eso es abuso de poder! ¡Una exageración! ¡Una tergiversación! ¡Opresión de un individual! ¡Yo protesto! ¡Me voy a quejar! Yo...

Pero le contestaron brevemente:

- ¡Quéjate cuanto quieras! ¡Y ahora piérdete!

Los doce pobres que habían cedido a la incitación de Mukush confesaron su culpa y pidieron la reunión aceptarlos de nuevo al koljós. Su pedido fue satisfecho.  

Cuando me iba, me encontré con Mukush en la bifurcación de caminos. Él también se dirigía a algún lado en un jaco albazano y lo atondaba con los talones, y al acercarse a mí, él gritó:

- Camarada, ya veo que eres un exagerado. Haces propaganda incorrecta entre los individuales. ¡Los empujas a los koljoses de viva fuerza!

Mukush está convencido: si yo hago propaganda entre la población, eso quiere decir que también soy un exagerado. Y yo dije para mi capote: este gritón que los está etiquetando a todos como “exagerado”, “desviacionista derecho”, “izquierdista”, “burócrata”, por lo visto ya había trastornado la cabeza a muchos.

            1930