PARTE PRIMERA
1
La reunión duró mucho en el koljós "Amangueldí". Hasta el viejo Mamet, el guarda del koljós, que normalmente prefería callar en público, llegó a decir su palabra. Y el charlatán Beisén logró intervenir dos veces. La disputa dividió a los participantes. Una parte estaba por Zhaquip, la otra, por Zhomart.
Zhomart. Nuestro Zhaquip mide con su patrón chico. Con su suficiencia nos tira para atrás. Las ambiciones grandes exigen un patrón grande para medir. ¡Adelante, camaradas, sólo adelante! El camino largo se supera con pasos grandes, y nosotros tenemos que andar lejos, muy lejos, camaradas.
Zhaquip. ¿Por qué estás rabiando, loco? Que estás al borde de un abismo.
Beisén (a Zhomart). ¡Primero sube los pasos montañosos que Zhaquip ya ha superado!
Todos en la reunión estaban muy agitados, pero Zhaquip-otagasí[i], el presidente, no se apresuraba a poner la cuestión a votación.
— Hablad hasta hartarse, — dijo, y no estaba claro con qué matiz sonó su voz: de burla o aprobación.
Se ensimismó en cierto modo, estaba sentado con los ojos bajos, como de costumbre, y parecía escuchar con la misma indiferencia tanto a sus oponentes como a los que lo apoyaban, mas su rostro enjuto moreno se puso pardo.
— Zhaqué, mejor dinos qué decidimos, — se oyeron las voces por fin.
Entonces, Zhaquip se levantó despacio y dijo distintamente:
La mayoría decidirá. Quienes están por la redacción del plan que la dirección ha homologado, alzad las manos.
El plan que Zhaquip había propuesto de nombre de la dirección fue aprobado. Zhaquip clausuró la reunión. Una vez solo, se puso sombrío. Sí, la reunión lo apoyó, pero la discusión acalorada dejó una sombra en su alma: muchos koljosianos votaron contra este plan. Estaba sentado pensando en lo pasado en la reunión cuando Zhomart volvió a la oficina.
— No se enfade de mí, — dijo Zhomart, aproximándose decisivo al presidente, — pero me voy a la administración regional y haré todo lo posible para que la decisión de la reunión no sea validada.
Zhaquip le mostró una silla:
— Siéntate para un rato.
Zhomart se sentó dócilmente. El ardor de la disputa no le ha desaparecido todavía, y la sangre le coloraba las mejillas. Estaba ardiendo de impaciencia de escuchar lo que diría Zhaquip e irse. No obstante, Zhaquip no tenía nada de prisa. Estaba sentado sin moverse y no hacía más que castañetearse los dedos. Silencio. Hasta los perros del aúl[ii] dejaron de ladrar.
— Tengo cincuenta y dos años, — pronunció Zhaquip al fin y al cabo. La expresión sombría de su cara no desaparecía: se entornaba los ojos un poco, y cada su palabra sonaba clara y sólida. — Estoy de presidente de nuestro koljós durante quince años de éstos. Cuando me encargué del koljós, aquí no había más que treinta casas, ahora, son ciento cincuenta. Había treinta cabezas de ganado, ahora, diez mil; había treinta hectáreas de mies, ahora, su número ha llegado a mil quinientas. Dime: ¿es verdad lo que digo?
— Verdad, — no tardó en contestar Zhomart.
— Entonces, ¿de qué patrón chico se ha hablado aquí? ¿De dónde lo habéis sacado que estoy tirando el koljós atrás?
— Los logros no se estiman sólo por lo pasado, sino hay que estimarlos por lo futuro también.
La conversación se cortó como si con cuchillo.
— No, por lo que veo, es imposible que nos entendamos. Bueno, vete a visitar la administración regional, — Zhaquip concluyó y salió de la oficina.
Las estrellas brillaban fuertemente en el cielo sin luna. Las Pléyadas ya han pasado el zenit. Zhaquip andaba, aspirando el aire fresco con avidez. Silencio, sólo la nieve crujía bajo los pies. El aúl estaba durmiendo en el medio de la estepa vasta como un bebé empañado en su cuna. Al aminorar el paso, Zhaquip miraba a su alrededor con atención. En este instante parecía a una madre a la cuna. Los cuadros de la construcción de cada casa le volvían a surgir en su mente. Los árboles le recordaban de los tiempos cuando aún habían sido plantones.
— Que no había nada de eso, y ahora... — se decía Zhaquip pensativo.
Sí, todo esto ha crecido ante sus ojos. Era encargado de todo esto, todo pormenor estaba lleno de importancia y sentido que sólo él entendía. Estaba convencido francamente de que en su koljós no había defecto. Hasta aquel día no había oído nada sino palabras de agradecimiento, ni de los koljosianos, ni del gobierno. Dos órdenes, testigos de su gloria, relucían en el pecho de Zhaquip. Estaba convencido incluso en aquel momento de que su autoridad era inquebrantable. Sin embardo, cierta inquietud no lo abandonaba.
El comportamiento de Zhomart le atareaba. Porque Zhomart era su adjunto y un amigo de confianza. Pero, ¿por qué dejó de entenderlo a Zhaquip?
Zhaquip nunca actuaba al azar; antes de cortar, medía muchas veces. Estaba seguro de que su experiencia de muchos años era impecable, y el koljós que había criado con tanto cariño no tenía igual. Y por eso cada uno que decía que había que alzar el koljós aún más, le parecía un león enloquecido que se lanza contra la luna en su arrojo desatinado.
"Uno no tiene más que dar rienda suelta a esta idea loca, — Zhaquip pensaba, — y, ¡seguro, caerá en un precipicio!
Hundido en sus pensamientos, tropezó de repente. Se inclinó y sacó una madeja de alambre de debajo de la nieve.
— Será útil para algo, — dijo y llevó el hallazgo a la herrería.
Se detuvo allí para inspeccionar las máquinas. Las reparadas estaban en lo lejos, eran notablemente más que las por reparar.
"Manejan bien la cosa. ¡Bravo de Ajmet, lo aprovecha todo!" — pensó Zhaquip, satisfecho.
De improviso oyó el roncar silencioso. Zhaquip se puso a moverse cuidado hacia al granero de donde se oía el roncar, y vio a su compañero y coetáneo, el guarda del koljós Mamet. Mamet estaba durmiendo apacible. Zhaquip se acercó cautelosamente y se echó de plomo sobre su amigo durmiente.
— ¡Socorro! ¡Socorro! — se puso a vociferar Mamet.
— ¡Uf, diablo! Estás gritando como un asno, — dijo Zhaquip, levantándose.
— ¿Y tú, te has vuelto loco o qué? ¿Por qué me das tanto susto?
— ¿Y sirve esto para algo, dormir como un tronco?
— Pues, me he adormecido y no sé cómo, — se justificaba Mamet azorado.
— ¡Hay que dormir en casa, holgazán viejo!
— Y tú, parrandero viejo, ¡no tienes otra que corretear por la noche!
— Bueno, ¡mira! ¡Que no duermes más! — dijo Zhaquip y, al comprobar la cerradura del granero, dio una vuelta al edificio despacio. Mamet le seguía.
— ¿Qué habéis decidido en la reunión? — preguntó. — Hace mucho que fui, y os quedasteis más.
— ¿Y con qué ha podido terminar? Han aprobado nuestro plan, — respondió Zhaquip.
— Y así debe ser. Y Zhomart este se mantenía en sus trece.
— ¡No me digas: se mantenía!
— ¡Sin duda! ¿No dijo que medías con su patrón chico y que tirabas el koljós para atrás? ¡Ay, desgracia! Y ahora dime: ¿quién hizo prosperar a nuestro koljós?
— No es nada, Mamet, es todo por su edad joven.
— ¿Y Ajmet qué? ¿O volvió a hacerse joven también? No, han inventado algo siniestro.
Zhaquip no contestó nada y siguió su trayecto. Al pasar por al lado de la casa del herrero Ajmet a quien Mamet había mencionado, Zhaquip se acordó de que Ajmet no había asistido a la reunión. ¿Estará enfermo? En las ventanas de la casa del herrero había luz, y Zhaquip decidió entrar a verlo.
Al acercarse más, Zhaquip vio un caballo atado a la puerta. Reconoció la yegua pía de Ajmet; estaba cubierta de sudor y toda escarchada. El mastín se puso a ladrar, y Ajmet mismo salió a aquel ladrido.
— ¿Quién es? — preguntó. — ¿eres tú, Zhaquip? ¿Qué ha pasado?
— Todo bien, — le respondió Zhaquip en voz alta. — Y tú, rico nuestro, ¿por qué derrengaste al caballo tanto?
— ¡Ay, maldita sea mi riqueza! — refunfuñó Ajmet e hizo a Zhaquip entrar en su casa.
La mesa estaba puesta ya y el samovar brillante estaba bullendo alegremente. La mujer de Ajmet, Zilija, trajo los pinchos y se puso a servir el té.
— Danos un trago de amarga. — dijo Ajmet, — que estoy helado y cansado.
Zilija salió y regresó en un rato, trayendo una botella empezada de vodka y un trozo de cordero cebado.
— Parece que hoy los dos estás de mal humor, — dijo ella con alegría, — bebed para consolaros.
— ¿Y por qué está nuestro rico malhumorado? — preguntó Zhaquip.
Y Zilija apenas abrió su boca para responder cuando Ajmet dijo:
— ¡Qué lo trague la tierra esta riqueza! No hay quien lo cuide. Los niños están pequeños todavía, yo con mi mujer estoy en el koljós desde la mañana, y tenemos mucho ganado. Cosa bien sabida: el ganado se pierde sin cuidado. Al contar las vacas, me ha faltado una hoy. La busqué, y volví a buscar por toda la estepa — en vano. ¡Ni esperar! No hay otra explicación que un torbellino o el diablo la haya llevado.
— Se encontrará. Está andando por algún sitio.
— No puedo dejar la herrería por ella, para correr tras ella. Con ese hocico baboso, ¿qué le faltaba?
Zhaquip se rio, moviéndose con todo su cuerpo.
— ¿caso puede uno enfadarse del ganado?
Ajmet estaba callado un rato, como si pensara en algo, y de repente dijo decisivo:
— Si quieres la verdad, no estoy enojado del ganado, sino de ti, Zhaquip. Si la vaca no se hubiera ido, de toda forma yo y mi mujer habríamos perdido tranquilidad. Este ganado nos ha privado de tranquilidad y reposo.
Zhaquip seguía riendo.
¡¿Y cómo podría uno quedarse complacido! Te has enriquecido y no estás contento; de no haberte enriquecido, tampoco habrías estado contento.
— Eso sí que no, ¡espera, hombre! — lo interrumpió Ajmet. — No me entiendes. El koljós se ha desarrollado, se ha hecho rico. Pero, dime: ¿Administramos bien nuestras riquezas?
— Pero, ¿qué quieres, querido mío? Dime tú, que no caigo.
— Y te lo diré. ¡Escucha! Pongamos que disponemos de dinero y lo depositamos en la caja de ahorros, y, cuando lo necesitamos, vamos y lo retiramos. También depositamos los bonos y pagamos por su depósito. ¿Por qué no harán nuestras granjas lo mismo? Que la granja coja el rebaño personal de los koljosianos, lo paste, lo cuide, lo críe, y tú nos lo cobre. — ¡Oibay-ay[iii]! ¿Qué dice? — se asombró Zilija y se pellizcó la mejilla.
— Quieren junto con Zhomart llegar al comunismo en un salto, — respondió Zhaquip.
— Cariña mía, tú no comprendes, — dijo Ajmet con enfado, — ahora eres esclava de sus bienes. La riqueza adquirida debe dar alegría, pero nos da tanto que hacer... ¿Sufrir adquiriéndolo, y al adquirir, seguir sufriendo? No sirve para nada.
Se callaron. Ajmet volvió a llenar las copas. El llanto se oyó del cuarto vecino, y Zilija salió para sosegar al niño. Cuando volvió a la sala, Ajmet reanudó la conversación cortada:
— A todos vosotros os gusta burlaros de mí. Me llamáis el rico koljosiano. Pero aprendí todas estas ideas de mi riqueza.
— ¿No será Zhomart quien te ha enseñado esas ideas? — le interrumpió Zhaquip bruscamente.
Ajmet lo miró a Zhaquip y siguió tranquilo:
— No ha sido Zhomart sino nuestra vida koljosiana me ha enseñado a pensar en lo que tenemos que hacer mañana. Y Zhomart, pues, también propone mucha cosa práctica. Hace poco el niño se puso a llorar.
Y en seguida me acordé de Zhomart. Él tiene razón: no hemos organizado bien la enseñanza de nuestros niños todavía. Y debemos hacerlo. Que podríamos convertir nuestros jardines de infancia y casas-cunas en un paraíso. Zhomart tiene razón en otra cosa también: es hora para nuestro koljós de empezar a usar la electricidad que va a forjar y cocinar, e incluso ordeñar las vacas. ¿Por qué no hemos hecho la electricidad trabajar para nosotros hasta ahora? Mucho de lo que Zhomart dice, me gusta.
— ¿Terminaste? — preguntó Zhaquip. Apenas podía contenerse.
Al echar un vistazo a Zhaquip, Zilija entendió su condición.
— Mejor que lo dejes ya... — susurró en voz muy baja al oído de su marido.
— Me callo, — contestó Ajmet.
Y entonces Zhaquip dijo:
— Hay un refrán: "la oveja sufre por grasa que está". Y vi una oveja que sufre de sus grasas. Tú estás sufriendo de la vida rica. ¿Estáis soñando o qué? ¿Exiges que yo establezca el comunismo a partir de mañana? Pero hay que apañar las tareas factibles. Mira bien, recuerda lo que teníamos hace quince años. ¿Quién hacía el caballo girar hacia tu patio? Pero hoy estás presumido ya. Con todo ello no andamos a paso normal sino al trote. Y de pasar al galope, ¡ojalá no nos caigamos! Y si andamos despacio, seguro que superamos el paso.
— E-e-eh... — Ajmet alargó el suspiro, — Nací el mismo año que tú, crecí contigo, y resulta que hasta ahora no te he calado. Pensaba que eras acero que se dobla pero no se rompe, y resultas ser frágil como el hierro fundido.
Zilija se quedó perpleja de asombro.
— Ay, ¡qué vergüenza! — apenas pudo pronunciar ella. — En su vida se han dicho una palabra ofensiva, y ¿ahora? ¿Están bromeando o cómo?
— Ajmet está hablando en broma o en serio, ¡qué más da!, mas hemos contado uno al otro todo lo que se nos acumuló en el alma, — dijo Zhaquip y se levantó.
Zilija se confundió aún más:
— Zilcará, hombre, quédate sentado un poco más...
(Zilcará, que quiere decir "la piedra negra", así apodaron en broma a Zhaquip en su aúl por su cara morena y carácter persistente).
— No, Zilija, ya son las tres. Mi vieja debe de cansarse de esperarme, — dijo Zhaquip, dirigiéndose a la puerta.
Tras la reunión, el charlatán Beisén fue a acompañar a la mujer de Zhaquip, Iriszhán, y entró en su casa, siguiendo la conversación entablada por el camino. En la cocina se cocinaba carne de caballo, y su olor apetitoso producía el picor agradable en la nariz de Beisén. Pero, ya que Zhaquip no volvía, la carne no se sacaba de la caldera, y Beisén seguía charlando sin parar.
— Yo que sí que entiendo a lo que Zhomart tiende... — decía.
Iriszhán callaba todo el tiempo y parecía escuchar a Beisén sin interés, aguzó el oído, al oír tales palabras:
— Pues, ¿a qué?
— ¿A qué? Es obvio: quiere hacerse el presidente.
— ¿De dónde lo has cogido?
— ¿No has oído a Baimaquén decir en la reunión: "Zhaquip se convirtió en la traba en los pies del koljós". Dime: ¿a quién quería ofrecer el puesto de Zhaquip? A Zhomart, por claro. Y ¡cuánta cosa buena Zhaquip ha hecho para Baimaquén! A lo mejor no haya hecho tanto ni para otro más. Y me calló de lo que Zhaquip ayudaba a la familia de Baimaquén cuando esté estaba en el frente. Y cuando Baimaquén regresó del ejército, Zhaquip le dio una vaca con un ternero y treinta pudes[iv] de pan. Pero, por lo visto, éste se infatuará y se olvidará de todo lo bueno.
Iriszhán dejó de escucharlo. Su rostro amarillento, todo en surcos, se puso oscuro. Con las cejas fruncidas, se levantó y empezó a poner la mesa. Beisén comprendió haber metido la pata y cambió de tema, comenzó a contar sus novedades habituales. Beisén siempre se reventaba de las novedades. Siempre se enteraba antes que todo el mundo de que alguna vaca parió, alguien trajo las compras de la ciudad y alguien recibe a sus parientes.
— Y la mujer de Baimaquén resulta estar embarazada, — dijo él de golpe y porrazo.
Iriszhán se puso a reír sin querer:
— ¡Otra vez tus rumores, libertino!
— Te lo juro. Hoy llegó a ver a mi mujer y la pidió un poco de queso agrio.
— ¡Déjalo ya, te digo! No te conviene a tu edad.
— ¿Qué quieres decir: no te conviene? Que no estoy diciendo injurias ni hablillas.
Allí su conversa se cortó. De un cuarto vecino vino Zhanat. Una moza bien adulta, la única hija. No era sólo la hija querida sino un hijo y el huésped de honor. Ahora parecía cansada; habría de leer sus libros mucho. Al mirar con sus ojos negros, como la casis, y serios a su madre y Beisén, se puso a andar por la habitación.
Parecía que la lámpara daba la luz sólo para ella. El brillo de la pantalla hacía su cara rosada blanquina aún más blanca, y el lunar negro en su mejilla derecha parecía más encantador. A veces, sus cejas negras y extensas como las alas abiertas de una golondrina, se juntaban y el sobreceño apenas divisible se aparecía. Al ponerse las manos detrás de la espalda a la masculina, con los dedos tocaba pasando sus trenzas que le llegaban hasta más bajo de las rodillas. La cara un poco alargada y la nariz recta y fina eran de su madre; pero la blancura de su tez y lo negro límpido de sus ojos daban el encanto especial a su cara que no era propia ni de su padre, ni de la madre. Su andar era pausado, exactamente igual al de su padre. Y por su carácter, parecía tanto a la madre como al padre: a veces, severa, otras, apacible; a veces, demasiado seria, otras, alegre y despreocupada. Tenía vente años. Por su edad, debía de seguir cursando los estudios, pero pasó dos cursos en un año. Al terminar el instituto un año antes del plazo debido, el otoño pasado fue encargada de la jefatura de estudios en la escuela secundaria que estaba en su koljós natal "Amangueldí". Zhanat era, de verdad, exigente consigo misma. Y ahora también: en las altas horas de la noche se permitió levantarse del escritorio y los pensamientos que la preocupaban no habían de soltarla de su abrazo. La madre, acostumbrada a entender a su hija al instante, la seguía en silencio sin atreverse a romper su meditación. Hasta Beisén se mordió la lengua. Pero, he allí Zhanat miró el reloj.
— ¿Por qué Zhaquém tarda tanto en llegar? — dijo sin dirigir sus palabras a nadie en particular.
Todo el mundo lo llamaba a Zhaquip "Zhaqué[v]" en el koljós, y en los últimos años Zhanat empezó a llamarlo Zhaquém ("mi Zhaqué").
Aunque la pregunta no se dirigía a nadie, Iriszhán dijo en voz baja:
— ¿Ha visto alguien el fin de sus labores?
En la casa de tres cuartos de pertenecía a Zhaquip, el cuarto intermedio, donde conversaban, era la más espaciosa, y por eso no servía sólo del comedor sino de la sala para recibir a los visitas. La gente frecuentaba a su casa. A lo largo de las paredes de este cuarto había bancos bajos que dejaban espacio sólo para entrar en los demás cuartos. Los bancos estaban cubiertos de fieltro de dibujos de producción suyunduquiana y de la alfombra grande de dibujo sofisticado tejida por las alfombreras artesanas de Alma-Ata. Uno podía estar sentado en los bancos sin ensuciar el fieltro con su calzado.
Iriszhán estaba sentada al fondo de los bancos, cerca del lugar de honor. Zhanat se la acercó y se sentó a su lado, estirando las piernas e intentando a no arrugar el vestido. Al estirar el cuello blanco y redondo que le salia del cuello bajo de su vestido gris a cuadros, observó a su madre atentamente. El amor tierno brillaba en esta mirada. Y no era la mirada de una niña chica que mira a su madre, sino de una madre que mira a su hija querida. Y de verdad, eran las veces cuando Zhanat miraba a sus padres como si fueran sus hijos. Ya habían andado un camino largo, pero les esperaba otro más, difícil, desconocido. Ella veía cómo les faltaban conocimientos e intentaba a pasarles todo lo que ella misma conocía. Zhanat era el orgullo y el regocijo para Zhaquip e Iriszhán, ellos la cuidaban como a un bebé, diciéndose que no tenía experiencia, no había probado lo amargo de la vida que les había tocado a ellos.
En esta familia unida no había que pronunciar mucha cosa, porque aquí se adivinaban los humores y deseos por las miradas, movimientos de los labios o cejas. En aquella ocasión, también, al mirar la cara de su madre atentamente, Zhanat la notó algo inquietarla. Zhanat tomó a su madre por la barbilla, la hizo girar su cara hacia sí y preguntó, sonriendo:
— ¿Por qué estás afligida, mamá?
— No estoy afligida, hija...
— ¿Quieres que te toque algo?
— Vale, tócame algo...
— Zhanat se levantó rápido, pasó a su cuarto, y el sonido del piano sonó desde allí.
— Está tardando... — Iriszhán dijo en voz baja y se levantó también.
Salió a la cocina y, al regresar, trajo un plato con carne cocida. Beisén, que ya se había acostado en el borde de los bancos, se levantó la cabeza. Se levantó sin esperar la invitación, se lavó las manos con cuidado y se puso a cortar la carne con gran aplicación sin olvidarse, con ello, de enviar cada segundo trozo a su boca y sin parar su charla.
— ¿Cuándo por fin arreglamos el futuro de Zhanat-zhan? — Las dos mejillas suyas subían y bajaban velozmente. Masticaba la carne rápido.
— ¿Habrías encontrado a un novio para ella ya? — preguntó Iriszhán burlonamente.
Beisén se dio caso de la burla.
— Parece llevarse bien con Zhomart... — seguía él. — Pues, Zhomart es un dzhiguit bueno. Sería bueno llevar a cabo este asunto.
— ¡Qué cosa dices! ¡¿Debe hacerse su otra mujer o qué?!
— No puede seguir viviendo con Alma. Su vida joven está perdida.
— ¡Qué tonterías dices! Zhanat y Alma son amigas, viven en plena armonía. Que nadie, salvo yo, oiga tus palabras. — dijo Iriszhán indignada.
Ella sabía qué decía: Alma y Zhanat vivían como dos hijas de la misma madre en el aúl, eran amigas desde niñas, iban juntas a la escuela, se confiaban sus secretos, compartían los pensamientos más recónditos una a la otra.
¡Si Zhanat se entera de lo que has dicho se Alma, — añadió Iriszhán, mirando a Beisén severamente, — no te atreverás a meterte tus narices en nuestra casa!
Beisén frecuentaba a esta casa y siempre llegaba, como adrede, a la hora comer. A Zhaquip no le gastaban holgazanes, pero, sabiendo lo ingenuo de Beisén, no lo reprochaba por su pereza y hasta mandaba a por él y, al escuchar sus "novedades", se reía hasta hartarse. Y como Zhaquip no tenía tiempo libre de día, Beisén solía venir por la noche. Pero aquel día Zhaquip tardó en llegar más de lo habitual, y Beisén se fue sin verlo.
Iriszhán estaba en la habitación de Zhanat y estaba escuchando la música, cuando la nieve del patio crujió y Zhaquip entró a casa a paso firme. Zhanat salió corriendo para recibir al padre. Le ayudó a quitarse la ropa y y la colgó.
— ¿Y por qué llega Usted tan tarde, Zhaquém? — preguntó a su padre.
— Quehaceres... Y además, pasé por la casa de este infatuado y pasé allí un largo rato, — contestó Zhaquip.
Zhanat adivinó a quién su padre llamaba "infatuado", pero no pudo definir si lo decía en broma o en serio.
— No voy a comer, tráeme mejor un cojín, — dijo Zhaquip a su mujer que iba ya a servir la cena.
Al echar una mirada al padre, Zhanat entendió que algo le apenaba. Iriszhán trajo un cojín para su marido y se quedó inmóvil como si esperando a que él le dijera algo importante. Zhaquip se frotó la cara con las manos, se acodó sobre el cojín y miró a Zhanat.
— Zhanat-zhan, ¿tienes sueño?
— No.
— Y tú, vieja, ¿has dormido un poco ya?
— No, no he conseguido hacerlo. Este holgazán de Beisén no me lo dejó con su charla. Acaba de irse.
— Él, por claro, te ha saturado de las noticias. Pues, si estás llena de las novedades, vete a la cama. Y tú, Zhanat-zhan, ven aquí.
Zhanat cambió su posición para estar más cerca a su padre. Zhaquip estaba callado, pasando la mano por su cabello y besándola en la frente de vez en cuando. Sí, estaba contento con su hija y daba gracias a la suerte por ella. Le prestaba a ella un cariño especial los días como aquél cuando los pensamientos pesados lo dominaban. Iriszhán conocía esta costumbre de su marido y, alarmada, no se iba, a pesar de que tenía mucho sueño.
— ¡Qué tiempos han llegado! — por fin se puso a hablar Zhaquip. — Cada uno tiende a morderte la pierna. ¿A ver si tengo fuerza suficiente para luchar, si tengo firmeza suficiente para defender mi cabeza? ¿Qué me responderá Usted? Buen juicio se da a uno de joven, pues, dime tu palabra, hija. Y tú, viejita mía, que has visto bastante en la vida, ¿qué me dirás?
La respuesta no vino al instante. El reloj de pared grande hacía tictac en el silencio. Zhaquip estaba recostado en el cojín y estudiaba el ornamento bonito alrededor de la lámpara colgante. Parecía haber contestado por sí mismo a sus preguntas.
Zhanat dijo por fin:
— No caigo en lo que Usted está diciendo. ¿Quién le intenta a agarrar por las piernas?
Mientras Zhaquip iba a contestar a su hija, Iriszhán no pudo contenerse y dijo:
— ¿Acaso no has entendido, hija, a nuestro Zhaqué? Está hablando de Zhomart y Baimaquén.
— ¿Y qué culpa echan a nuestro Zhaqué? — preguntó Zhanat.
— Pero, ¡¿Qué culpa ha de tener tu padre?! Simplemente están indignados. Uno quiere hacerse presidente, el otro, parece, vicepresidente.
— Pues, si toda la gente va a aspirarlo, que sea así, — respondió Zhanat. — Si serán elegidos por la mayoría, que sea así. ¿De qué lucha y ofensa se puede tratar?
— Eh, habéis cogido el cauce erróneo, — las interrumpió Zhaquip. Hasta se levantó la cabeza del cojín y frunció las cejas. — ¿Voy a disputar por el puesto? Que la gente tienda a ocupar el puesto del presidente, estoy dispuesto para trabajar incluso del guarda. No es eso de lo que se trata. Quiero a nuestro koljós tanto como te quiero a ti, niña de mis ojos. Lo he criado y ha llegado el tiempo cuando se repletó fuerzas. ¿Dime, Zhanat, si encuentras a un amigo impropio o tomas un camino malo en la vida, me será fácil soportarlo? Y entregar la rienda a la gente cuyos pensamientos son imprudentes e inmaduros es más difícil. Uno no tiene que ser cortador para poder reñir al sastre. Hay muchos lameplatos para la comida preparada. Mas ¿son los lameplatos gente invitada? Y si uno echa a alguien, se ofende: no toleras las críticas, dicen. Y yo ¿qué: tengo miedo por mi cabeza? ¿O me preocupo por mi gloria? Que no, tengo miedo por nuestro futuro, por nuestro aúl nuevo, por el mundo que hemos creado aportando nuestras labores y noches sin dormir.
Se calló. Zhanat se sonrió levemente, dos hoyuelos redondos chicos aparecieron para un instante en sus mejillas y desaparecieron en seguida. Zhaquip la notó sonreír.
— ¿Qué, hija? ¿No tengo razón? — preguntó.
No, lo tiene, Zhaquém, siga. ¿No le parece que Usted se ha hecho demasiado celoso?
— Pues, puede... He dedicado los mejores años de mi vida a nuestro koljós. Llevo diecisiete años en el koljós, y quince de éstos como su presidente. Los años más fructíferos de mi vida. Estoy contemplando los frutos de mi trabajo. ¿Cómo no me hago celoso y reservado?
— Si es así como lo dice, ¿por qué viene Usted tan preocupado? O ¿le han criticado mucho en la reunión de hoy? Que no sé nada. Estaba ocupada y no fui a la reunión.
— Ya estoy acostumbrado a la crítica, pero hay críticas y críticas.
— ¿De qué hablaron pues?
— Resumiendo, era justo de lo que hablaron. Además, tomaron la decisión correcta — aprobar el plano. Pero Zhomart y Baimaquén me gritaron: "¡Mides con el patrón chico, tiras al koljós para atrás!" Se proponen ir al centro regional y conseguir que revoquen la decisión, quieren romper la unanimidad en el koljós.
— ¿Quién va a revocar la decisión correcta? ¿Puede alguien destruir la unanimidad verdadera?
— No me entiendes. No es eso que le pesa a tu Zhaqué. Sé que no consigan la revocación de la decisión y destruir la unanimidad en nuestro koljós. Pero me pesa oír que mido con el patrón inconveniente y tiro para atrás. Son, mi cariño, gente consciente, — y con eso ¿no ven lo mucho que he hecho? O ¿no quieren verlo? — dijo Zhaquip con despecho y calló.
A Zhanat le pareció que llegó a comprender a su padre. Y aunque no llegó a explicar con toda claridad lo que le perturbaba, ella captó el hilo de sus pensamientos y dijo:
— Lo ven o no — es imposible hundir la obra importante. La gente ha apreciado su trabajo muchas veces. Por supuesto, Usted no puede permitirse no ser reservado y celoso. Sólo permítame decirle una cosa, Zhaqué...
— ¡Dime, mi cariño, dime!
— Nuestra caravana superó el primer paso montañoso de la historia, Usted lo dirigió, pero tras él, un nuevo camino se abre y hace falta volver a arreglar las cargas. Usted ha superado el primer paso con honor. Ahora, hay que adaptarse al camino nuevo, las habilidades viejas ya no sirven, que con ellas, seguro que todo se parará. Usted, de verdad, correrá el riesgo de "medir con el patrón chico y tirarnos atrás", como ya se dice de Usted. Eso es de lo que se debe tener miedo. No sé si Zhomart se pasa, proponiendo introducir diferentes innovaciones. Hay que pensarlo bien. ¿Quiere que yo lo piense todo y les juzgue.
— Eres muy sencilla, Zhanat-zhan. — contestó Zhaquip y le dio palmadas en el hombro. — ¿Dónde se ha visto que al tener disputa con el padre, elijan a su hijo para juzgar?
— Nada puede resistir ante la justeza y los conocimientos. ¿Puede que cree que me faltan justeza y conocimientos? — dijo Zhanat y se puso a reír.
— Quedo vencido y acepto tu propuesta, querida, — dijo Zhaquip y se levantó.
Al día siguiente de la reunión, Zhomart se propuso ir al centro regional.
Con veintiséis años, Zhomart no tenía miedo de ningunos obstáculos, se reputaba invulnerable aunque la vida le había dado ya dos golpes en su presunción. Al terminar el instituto de agricultura, Zhomart volvió a su patria. Todas las puertas se abrieron ante él de par en par. No obstante, los primeros pasos de Zhomart provocaron cierta perplejidad. El agrónomo joven no aceptó la propuesta de quedarse en un puesto directivo en el comité ejecutivo regional y expresó su deseo de regresar al koljós. Fue a trabajar del vicepresidente del koljós "Amangueldí". Fue el primer paso para cumplir su sueño de la actividad social, y el manzanar de su corazón era Alma. Cultivaba este manzano bajo la sombra de su corazón durante cinco años, cuidaba su amor.
Zhomart la conoció en Alma-Ata. En víspera de la Gran Guerra Patria murió la madre de Alma, y pronto, el padre pereció en el frente. La moza se fue a Alma-Ata. Allí se matriculo en el conservatorio y, al terminar la clase de violín, volvió al koljós junto con Zhomart el año pasado. Él creía que la posesión eterna del corazón de Alma constituiría la felicidad de toda su vida. He allí, como caído del cielo, el destino le hizo un golpe tremendo.
Recién celebrada la boda, Alma se fue en avión a Alma-Ata. El avión tuvo avería, se produjo un incendio. Alma sobrevivió, pero las llamas le quemaron los ojos. Estuvo medio año en el hospital, pero perdió la vista para siempre. No hacía mucho que Alma había regresado. Con ello, Zhomart resultó tener la felicidad en una mano y la desgracia, en la otra. A Zhomart le parecía que, al entregarle las dos cosas a la vez, el destino cruel le miraba severamente y decía: "¡Venga! ¿Qué vas a hacer?
En comparación con este mal terrible, las discrepancias que tenía con Zhaquip, le parecían a Zhomart nada más que un montículo pequeño en el camino de su vida. En la reunión, le pareció que el viejo Zhaquip, que alcanzó promover su plan, no es nada del montículo sino un roble secular que se arraigó en lo muy profundo de la tierra. Sí, el día anterior le había dado un capirotazo sonoro en la frente como si diciendo: "¡Ojo! ¡Ni te atreves a obrar a su antojo!" Pero tampoco ese golpe pudo poner al dzhiguit joven de rodillas.
Iba, hundido en el mar de sus pensamientos, sus ojos brillaban con obstinación y parecía que ninguna fuerza era capaz de hacerlo girar de su trayecto planeado.
A su alrededor, hasta dónde podría alcanzar la vista, había estepa blanca, vasta. La nieve era profunda, y a Zhomart le parecía que navegaba a solas por este mar blanco. El caballo bien cuidado tiraba el trineo ligero rápidamente, haciéndolo bambolear rítmicamente, por un camino trillado. La estepa inmensa y el correr del caballo requemaban los pensamientos de Zhomart.
— ¡Lo alcanzaremos todo! ¡Todo! — se dijo de improviso e inesperadamente para sí mismo en voz alta.
Y cuando el caballo gris negro se lanzó adelante, al espantarse de su voz, a Zhomart le pareció que se despertó. Al mirar por los lados, vio a la gente distante que se movían a caballo o a pie por el campo. "Retención de las nieves", — comprendió Zhomart. Allí y allá se veían las barreras hechas de nieve. La llanura estaba cubierta de montones de nieve y la gente o aparecían encima de ellos, o se escondían. Como una lancha por entre las ondas, bien apareciendo, bien desapareciendo, el jefe de la brigada de campo corría en esquís rápido. Al alcanzar a Zhomart, corrió al lado del trineo.
— ¡Buen viaje, Zhomart!
— ¡Que se cumplan tus palabras!
— Hay que poner la cuestión decididamente, a la militar.
Zhomart miró de reojo a Baimaquén y sonrió. Pero Baimaquén no notó su sonrisa. Por lo demás, aquel día no parecía darse cuenta de nada, incluso el escalofrío, — su gorro con orejas estaba desatada, la cara estaba rubia como una manzana madura.
— ¿Fumaremos? — propuso Zhomart.
El caballo como aguardaba tales palabras y paró en seguida.
— ¡Como que esta gente abastecía todo lo necesario a las tropas del frente! — se asombraba Baimaquén. — ¿Por qué se han desatado tanto después de la guerra? — Y ¿qué? ¿No cumplen tus órdenes?
— ¡No es eso! Escuchan, cumplen, pero lo hacen todo indolentemente, — hay poca disciplina. Uno les manda — lo cumplirán, pero no lo hacen siempre exacto, justo y a tiempo. Que todo el asunto depende de la exactitud del cumplimiento. En el ejército, el comandante ha dicho y basta, y aquí, otra cosa. Exijo disciplina, y Zhaquip lo hace todo a la suya...
— Pues, ¿qué? ¿Ha vuelto a interferir?
— Eso es. Ayer, el charlatán este Beisén no cumplió la norma, y su mujer, aunque cumplió, mas hizo la barrera más baja de lo debido. Los eché a los dos, no les registré unas jornadas [vi]de trabajo. Hoy viene Zhaquip y dice: "¿Quieres hacer perderse a esta gente, ¿no? No se puede. Hay que educar a la gente." Este Zhaquip es como la traba en los pies.
Zhomart no se contuvo y se rio.
— Juzgar a la tuya, también soy roncero.
— Eres otra cosa. Posees de sagacidad y conocimientos. Además, estás joven, y los jóvenes tenemos las mismas ideas; por ejemplo, tu plan se ha metido en mi cabeza tan firme como que yo mismo lo hubiera preparado. Tienes que conseguir sin falta que lo acepten. En un año alzaremos a nuestro koljós a tal altura...
— Ya lo veremos, — dijo Zhomart con reserva y, al acabar el cigarrillo, subió el trineo.
Baimaquén se creía un camarada allegado de Zhomart, sin embargo, Zhomart no compartió con él ni uno de aquellos pensamientos que se le habían ocurrido durante el viaje. Baimaquén era muy rápido de comprender y aún más rápido de trabajar. Gozaba de carácter sincero y sus palabras eran bruscas a veces. Pasó cinco años en la tropa del frente y se acostumbró a la disciplina severa. De darle rienda suelta, es capaz de establecer la disciplina militar en el koljós en un solo día. La verdad es que ni Zhaquip, ni tampoco los koljosianos le prestaban apoyo en tal cosa. No les entró en el ojo derecho y Baimaquén se quedó el jefe de la brigada sólo a instancia de Zhomart. No obstante, en lo profundo de su corazón, a Zhomart tampoco le gustaba Baimaquén. "Zhaquip es demasiado lento, y éste es demasiado escopetado y riguroso." — pensaba el. Pero en aquel momento la impetuosidad de Baimaquén correspondía mejor a las ideas de Zhomart, — y es por qué Zhomart se hacía conformarse con sus defectos.
El trineo volvió a ponerse en marcha por la estepa, y Zhomart oyó a Baimaquén gritar de detrás:
— Primero vete al comité regional. Yermékov apoya a Zhaquip.
Yeszhán Yermekov estaba del presidente del comité ejecutivo regional. Zhomart mismo tenía ganas de ver primero al secretario del comité regional Satán Saguinbáyev, pero, sin saber cómo Yeszhán lo encontrara, decidió pasar por el comité ejecutivo a pesar de todo. No obstante, al aproximarse al pueblo, volvió a vacilar. A él, recién llegado, le saltaban sin querer los pormenores que los habitantes veían todos los días y habían dejado de hacerse caso. Estos pormenores irritaban a Zhomart. Cuando pasaba por el puente cruzando el Kará-Nura a las orillas del cual se extendía el pueblo, la pierna de su caballo por poco se hundió en una hendidura entre las tablas. "¡Buenos dueños! — se indignó Zhomart, — ¡De esta manera se puede dejar todos los caballos en la región con las piernas rotas!" Al avanzar más, vio una decena de caballos llevados al aguadero, al claro en el hielo. Los caballos estaban temblando del frío. Una, extremamente flaca, tenía todas las costillas a la vista; la segunda, el pecho rozado; la tercera, la espalda desollada; unos tenían la piel rozada por los tirantes no sólo en las caderas sino hasta en el bajo vientre. Zhomart sabía que aquellos eran los caballos del comité ejecutivo regional.
— ¡Ay, pobres míos! — le dio lástima al pasarlos por al lado. — No tenéis un dueño normal. ¿Para qué cuidarán de los caballos si hay tantos caballos bien cuidados en los koljoses vecinos?
El comité regional del Partido y el comité ejecutivo regional estaban en el mismo edificio. El edificio de paredes encaladas y techo tejado saltaba a los ojos desde lejos, parecía bonito e incluso majestuoso. Pero el territorio a su alrededor estaba desnudo como la cara del imberbe. A Zhomart le gustó el edificio, más criticó a los dueños en seguida: "Habría que plantar árboles alrededor. Que no necesita mucho dinero y habrá bastante mano de obra.
De repente vio que una parte del tejado estaba recubierta con un haz entero de paja.
— ¡¿Qué escándalo es éste?! — se indignó y recordó en seguida que un otoño, al entrar en el despacho de Yeszhán, se fijó en que el agua goteaba cayendo del techo pintado al óleo de manera bonita.
Zhomart paró su caballo, bajó el trineo y entró en el comité regional.
Satán e Yeszhán estaban los dos reunidos en el despacho de Yeszhán. Estaban hablando de Zhaquip, se trataba de recomendarlo para conceder el Orden de Lenin.
Zhomart no vio a la moza secretaria en su puesto habitual y entreabrió la puerta del despacho.
— ¡Pase, pase! — Satán invitó a Zhomart.
Al saludarlo, Satán preguntó primero por la salud de Alma, y cuando Zhomart empezó a contar, la cara de Satán expresaba lo profundo que se compadecía a Alma. Parecía que dos mozas estaban ante sus ojos: una, Alma de ayer, lozana; la otra, de hoy, desgraciada, ciega.
— Hay que cuidarla. Hemos hecho todo lo posible para ella. Dinos: ¿qué hay que hacer más? — preguntó cuando Zhomart terminó de contar. — Cuenta: ¿por qué llegas?
— Llego para quejarme del viejo, — dijo Zhomart.
Satán miró para un lado y Yeszhán bajó los ojos.
Zhomart se lo dio cuenta pero siguió firme:
— Ayer obtuvo la mayoría de los votos y su plan rebajado fue adoptado en la reunión.
Yeszhán abrió la carpeta que yacía encima de su escritorio, sacó una hoja de papel grande y lo echó sobre el escritorio.
— ¿Es este plan que adoptaron? — preguntó.
— Sí, es éste.
— ¿Acaso es un plan rebajado? ¿Qué hay de rebajado aquí? Las cabezas de ganado crecerán quince por ciento, el sembrado aumentará quince por ciento también. Si el koljós cumple este plan, Zhaquip volverá a ocupar el primer lugar en la región.
— Tenemos mucho más posibilidades — reparó Zhomart. — El plan sólo prevé el aumento cuantitativo, yo añadiría a estos quince por ciento más veinte-veinticinco del crecimiento cualitativo. Digan, ¿está mal no obtener cinco o diez litros de una vaca sino veinte-veinticinco? ¿No obtener diez-quince quintales métricos de grano de una hectárea sino veinticinco-treinta? En el plan de Zhaquip no hay nada de eso. ¿Y la subida continua del nivel cultural? ¿Y el aligeramiento del trabajo y el aumento de productividad a través de la electrificación?
— Camarada Nurlánov, lo que está proponiendo no es un plan para un solo año sino para todo un quinquenio, — dijo Yeszhán. — El plan de Usted es perfecto, sin duda, pero lo tiene que darle carpetazo por el momento.
— No son sueños imposibles, — dijo Zhomart. — Nuestras posibilidades son obvias.
Yeszhán volvió a llamarlo.
— No son todas las posibilidades realizables. Hay que tener en cuenta el tiempo y fuerzas. Que el koljós primero consiga la abundancia de comestibles y materias primas. Es lo primero que exige la economía del país destruida durante la guerra. Y luego, pasaremos a la etapa con que Usted sueña.
— Según mi plan, la primera tarea se cumple con superación, y a la vez, el koljós pasa a una nueva etapa. He aquí, miren — dijo Zhomart y extendió su plan encima del escritorio.
Eran cálculos y diagramas complejos que mostraban lo realizables que eran sus ideas. Yeszhán se inclinó sobre el escritorio pero por su cara se notaba que no se concentró. Hace unos días él con Satán estudió el plan de Zhaquip y quedó muy contento. Y es bien sabido que no es siempre fácil desistir de lo aceptado ya.
— Cuénteme en breve, — dijo a Zhomart.
— Es imposible contarlo más breve que las cifras, — respondió Zhomart, sonriendo. — No es un plan quinquenal, como dice, sino para un solo año. Si veinticinco vacas de cien lecheras fueran de raza, las vacas de raza aportarían tanta ganancia cuanta estamos obteniendo de cien vacas. Por lo tanto, la ganancia de setenta y cinco vacas sería nuestro beneficio neto. Si en cincuenta de cien hectáreas de sembrado aplicáramos la agronomía debidamente, las cincuenta hectáreas darían lo mismo que cien hectáreas están dando. Eso quiere decir que la cosecha de las cincuenta restantes constituiría el beneficio neto. Aquí está, la primera y la segunda tablas demuestran los cálculos precisos. Ahora toca a la electrificación. De electrificar los molinos, herrerías, granjas animales y las casas de koljosianos, ahorraríamos como mínimo doscientos mil horas de trabajo en un año. Calculen cuántas jornadas de trabajo serán. ¿Puede uno estar callado si ve tanta riqueza? ¿Puede uno negarse a luchar por tal riqueza?
— Eso sí, pero esta riqueza está sólo en el papel y en tu cabeza todavía, — dijo Yeszhán.
Zhomart se ofendió.
— La riqueza real siempre está en la cabeza desde inicio, igual que la pobreza, — replicó.
Satán, que hasta aquel momento guardaba silencio, preguntó de improviso:
— ¿Tendrá el koljós mano de obra suficiente para realizar sus ideas este año?
— En la primera etapa, claro que no, pediremos ayuda al gobierno, como también las máquinas.
— Por lo visto, también necesitaréis subsidios. Ya que hay que pagar por las máquinas, ganado de raza, materiales de construcción...
— El koljós no carece de dinero, — Zhomart contestó a Satán, — Acabo de hablar de millones de ganancia. Si traemos las yeguas koljosianas de los pastizales, cobraremos cinco mil rublos diarios por un solo kumís. Además, los huertos, melonares y sandiales ocupan poco espacio en los koljoses locales. Si sembramos las culturas leguminosas y cucurbitáceas en cuarenta-cincuenta hectáreas, cobraremos un millón de rublos más. Con este dinero sólo cubriremos todos nuestros gastos.
— Muchas fábricas trabajaron para el frente durante la guerra. La producción de máquinas está reducida todavía. Puede que no se las den. Diga: ¿qué haría Usted si no recibiera la ayuda con la que contara? — Satán seguía el interrogatorio.
— Aún así, el koljós podría cumplir como mínimo cincuenta por ciento de mi plan, y estos cincuenta cubrirán los cien por cien de Zhaquíp.
Zhomart se calló. Satán miró a Yeszhán como que preguntando: "¿Qué dirás?" Yeszhán se vacilaba visiblemente. Los argumentos de Zhomart sonaron persuasivos. No obstante, le faltaba valentía de decir "sí". "Estaría bien si todo saliera bien, — meditaba, — ¿a que no?"
Yeszhán creía que los planes grandes y las ideas nuevas pueden sólo llegar de arriba, y cuando llegaron de repente desde abajo, buscaba un pretexto para inhibirse en la decisión, para apartarse de la responsabilidad. Por eso estaba callado, sintiendo su impotencia absoluta.
Satán estaba callado también. "¿Será soñador?" — era primero lo que pensó de Zhomart. Pero, al escuchar los razonamientos de Zhomart, ver sus memorias de cálculo, entendió que había de esperar mucho de este joven.
— Sus ideas son de mucho interés, — dijo finalmente, — mas no tenga prisa. Tenemos que estudiar sus propuestas detalladamente. Entretanto, vuelva a su aúl y cumpla el plan de Zhaquip.
Tras ida de Zhomart, Yeszhán se animó en seguida.
— Zhomart quiere pasar por encima de Zhaquip y las directivas para la región en estas cuestiones. — dijo, excitado.
— ¿Qué hay de malo aquí?
— Está mal cuando uno se dedica a demagogia y proyectomania, — soltó Yeszhán.
— En cuanto a Zhomart en especial, no lo diría, — pronunció Satán, pensativo. — Este joven nos ha dado una idea fresca digna de estudio. Y más que un mero estudio, merece ser puesta en práctica. Este joven tiene mente lúcida y corazón apasionado. Hay que entenderlo, Yeszhán.
4
La tristeza se apoderó de Alma. Andaba despacio por el cuarto y hablaba consigo misma:
— ¿Qué será más caro? ¿Qué será más alegre que tú, mi juventud? ¿Qué eres? Y yo contestaba: la juventud es luz, mis ojos que me iluminan el mundo. ¿Y cómo es eso para ti vivir sin poder ver? Y yo contestaba: para mí, es como vivir en una tumba oscura sin poder ver. Pero ¿qué milagro me ha ocurrido ahora? ¿Acaso hay sentido más agudo que la vista? Cuando podía ver, veía y no me daba caso, y ahora todo me emociona, atrae, parece excelente. Antes nadaba por la superficie de la vida sin saber lo profundo que estaba. Y acabo de medirla ahora mismo. Si me preguntasen: "¿Hay algo más caro y alegre de todo?" Contestaría: "¡La vida!" ¡Oh, vida, infinitamente profunda, inmensa, incomparablemente bella! Me asombro de la gente que te abandonan por su voluntad. Viviré. Quiero estar alegre. Todos que me rodean, — Zhomart, Zhanat, mi pueblo que me ha criado, — todos me llaman a la vida.
Detrás de la puerta se oyeron unos pasos.
— Zhanat. — dijo Alma en voz baja.
Al perder la vista, Alma llegó a reconocer a la gente por su modo de andar, su manera de abrir la puerta. Y los humores de sus amigos los reconocía sin errores por la entonación. Y esta vez tampoco erró — entró Zhanat. Puso algo sobre la mesa rápido y se echó a Alma. Las amigas se abrazaron y besaron con tanta ternura como sin haberse visto por siglos.
— ¡Las gafas te quedan muy bien! — se puso a hablar Zhanat animada. — Hoy estás igual que antes.
— ¿Verdad? ¿Me quedan bien las gafas? — preguntó Alma alegre, y la sonrisa de antes surgió en su cara, pero se apagó en seguida.
— ¡No sabes cómo te quedan! Son tan bonitos. ¿De dónde las has sacado?
— Valentina Ivánovna me las ha enviado.
— ¿Quién es?
— La profesora del instituto oftalmológico de Alma-Ata. "Las he pedido especialmente para ti", — me escribe. Dime, ¿de qué color son?
— Azul oscuro.
— ¡Oye! Vamos a dar un paseo, — propuso Alma a quema ropa.
— Vamos, pues, que pareces llevar ya mucho tiempo en casa.
— ¿Qué llevas?
— El abrigo y la gorra de caracul, y las botas.
— Vale, me pongo lo mismo.
A Alma le gustaba llevar la ropa igual a la de Zhanat. Se vistió rápido, y las dos salieron fuera. Parecían una a la otra, como dos corderos gemelos, las gafas eran la única prenda en distinto. Las amigas paseaban cogidas de brazo despacio y platicaban en voz baja.
— Subamos el Sirgabay, — propuso Alma.
Sirgabay, el único cerro en este lado del río, como un centinela solitario, se erguía justo en el medio del aúl. El cerro parecía establecerse aquí tras haber escapado de las colinas enormes que se encontraban en la otra orilla del Nura.
Cuando las amigas subieron el Sirgabay, Alma preguntó:
— Hoy parece hacer tiempo despejado, ¿no?
— Despejado, sí, — contestó Zhanat y las lágrimas aparecieron en sus ojos.
De verdad, el día era sereno, majestuoso y jovial, acariciaba la vista y brindaba alegría. ¡Cuántas veces contemplaban Alma y Zhanat el paisaje espléndido desde la cumbre del cerro los días iguales a éste; cuántas veces confiaban una a la otra sus secretos de amor aquí! "Y ahora, Álechka[vii] no puede ver todo esto", — pensó Zhanat y las lágrimas volvieron a saltarle.
Pero Alma estaba distraída por sus pensamientos y no se dio caso de su emoción.
— Cuéntame, Zhanechka, de todo lo que está pasando en el aúl. — dijo.
— Pero, no soy poeta. No sé si podré transmitir todo lo bonito que nos está rodeando.
Y, al enjugarse las lágrimas, Zhanat extendió la vista sobre todo en sus contornos. Se le imaginó que Sirgabay era una montaña mágica en la vecindad de la cual se extendió un mundo fantástico. A Zhanat le faltaban palabras, y empezó a relatar, tartamudeando y parando:
— El cielo está despejado... El sol está subiendo despacito a su zenit. Arriba, todo está azul transparente. Y el suelo está blanco por la nieve, y encima se ve todo muy claro. Ahora, estamos con las caras dando al oeste. He allí un rebaño regresando del abrevadero sin darse prisa. Las primeras vacas ya han entrado en el aúl, y las últimas están saliendo todavía a la orilla. El rebaño se tendió en una fila larga... Ah, no, la fila se ha roto. Los caballos del koljós salieron corriendo a la orilla y, con los rabos enderezados, están volando al aúl, espantando a las vacas. Una ternera se hundió en el monte de nieve de espanto.
— ¿Quién ha soltado el ganado sin custodia? — interrumpió Alma a su amiga.
— Tal vez lo hayan dejado correr un poco, desperezarse. He allí el "No charle" mismo ha aparecido.
Alma se puso a reír. El "No charle", de que se trataba, era Amanbek, de la misma edad que las chicas. El hombre respetable, jefe de la brigada ganadera, asumió la costumbre, oportuna e inoportunamente, decir a menudo: "¡No charle!" De niño, era pendenciero, y quitaba las muñecas a Zhanat y Alma muchas veces, haciéndolas llorar. Pero cuando ellas regresaron, una vez terminados los estudios, al aúl natal, él mismo lloró de alegría.
— Fue una vez cuando me lo dijo a mí también: "¡No charle!" ¡Qué excéntrico! Alma seguía riendo.
— "No charles" sería correcto, sin necesidad de esta urbanidad excesiva... ¡Ay, ay! — gritó Zhanat de repente, — Alma, ¡qué está haciendo! Está amansando un caballo.
Amanbek subió un tresañal gris en un salto. El gris con la cabeza muy bajada estaba coceando a todo poder en el intento de arrojar al jinete. Su relincho violento atrajo la atención de toda la caballada que, alarmada, se volvió y empezó a seguir la lucha. Al apretar firme el cuerpo con las piernas y agarrar la crin con la mano fuerte, Amanbek parecía estar pegado a la grupa del caballo encolerizado. Al encabritarse y hacer un par de saltos feroces más, el tresañal no pudo arrojar al jinete. Sus costados temblaban. Al darle de buen aire unas veces, Amanbek se alejó a galope.
— ¡Qué bravo! ¡Verdadero caballero! — se admiraba Zhanat, describiendo a Alma lo que pasaba en la llanura nevada.
— Es bueno, — dijo Alma. — ¿Recuerdas cómo Amanbek rastralló el látigo y echó del aúl a un joven descarado que le dijo alguna inmundicia sobre nosotras?
— Le sobra la valentía. Trabajando, está igual. Si obtuviera la educación, resultaría gran hombre.
— Parece querer ser zootécnico.
— ¡Buen mozo será!
— ¡Qué bonito es nuestro aúl! — seguía Zhanat, mirando los alrededores con cariño. — Las casitas blancas aseadas están en tranquilidad, los humos azules salen de las chimeneas. Cerca de las casas hay árboles tras cuales están brillando las ventanas. En las afueras del aúl se encuentran los corrales, y más lejos hay niaras. Sabes, por grandes que son nuestros corrales, igual que las fábricas, todo el ganado del koljós no cabe y una parte se manda al careo.
— Sería bueno arreglar la comunicación continua por radio con los pastores del careo. ¿Por qué no lo propones a Zhaqué? — observó Alma.
— Se lo he dicho, pero no tiene tiempo. En nuestro aúl hay dos casas especialmente arregladas, querida Alma.
— Son la escuela y el club, — adivinó Alma.
Y las amigas se callaron, al recordar el pasado tan reciente y tan feliz. Obtuvieron los primeros conocimientos en estos edificios, ataron las corbatas rojas por primera vez aquí y desfilaron con cantos triunfantes por las calles del aúl. Luego, crecieron, oyeron el ruido de la metrópoli. No obstante, el encanto de los años infantiles se han grabado para siempre en su memoria. Alma suspiró profundo:
— ¡Ojalá mis ojos se abran para un rato solo para poder ver si el mundo está tan bonito de verdad! O, a lo mejor, al quedarme ciega, lo embellezco. Te gustaba filosofar, Zhanechka. Dime ¿qué piensas de esto?
— Los ojos ven, y el alma imagina. Pero ¿se puede imaginar lo que no existe?
— Por supuesto... Venga, sigue, ¿qué más puedes ver?
— Cerca del desfiladero Sholak-Ucek, donde recogíamos fresas siempre, quedan apilados los grandes montones de nieve blancos. Allí hay gente, mucha gente que está instalando los paranieves y construyendo las barreras, acumulando agua para los campos.
— Están acumulado el agua hoy, van a recoger la cosecha después. — dijo Alma.
— Y justo por debajo de nosotros, al pie del cerro donde estamos están pasando los esquiadores. Son los alumnos del bachillerato. Tal vez hayan pasado las competiciones y ahora están regresando cansados, despacio... Ahora, los primeros esquiadores han bajado al hielo. Y en el río, los niños están patinando sobre el hielo brillante. Están mirando acá, manoteando y gritándonos algo. Parecen habernos reconocido.
— Chicos felices, — dijo Alma y agitó la mano para los chicos. El rayo de alegría y amor corrió por su cara.
Zhanat se volvió para el norte. Por la otra orilla del río se extendió la cadena de cerros rojizos, se ven claros desde sus faldas hasta las cumbres. En el más rojo y alto se alteaba el cazador Dos Karbásov, a caballo y con un águila real sobre su brazo.
Dos ya había pasado de los ochenta. Mientras la nieve está blanda, él caza con un galgo, y cuando endurece, con el águila. Al viejo Doseque le gustaba más cazar los lobos.
Los zorros, que llevaban mucho sin aparecer aquí, se habían reproducido en los últimos años tanto que el viejo cazador reanimó su pasión de juventud, y ahora cumple el plan del koljós para los pieles no menos de ciento cincuenta e incluso doscientos por ciento. Doseque se mantiene en la silla como un dzhiguit joven.
— En la cumbre del Zhauír, como una estátua, está campeando Doseque — dijo Zhanat. Algo se le vino a la memoria de repente y se rio. — Me parece que Doseque sigue ofendido, — añadió.
— ¿Quién le ha ofendido?
— Un tejón. El verano pasado Doseque con una escopeta en el hombro y acompañado por sus mejores galgos daba vueltas por la estepa. De pronto, se enfrentó con un tejón. Pero, ¿pueden los perros capaces de coger un lobo, dejar escapar el tejón? En seguida lo alcanzaron y querían captarlo. Doseque se entusiasmó tanto por el espectáculo de persecución que no tiraba. De repente, observó la madriguera del tejón en la cercanía. Al entender que el tejón corría allí, Doseque se apeó y se acuclilló bloqueando la entrada de la madriguera. He allí el tejón enloquecido dio contra el viejo por impulso.
— ¿Qué hizo Doseque entonces?
— No le dio tiempo para tirar, sacó el cuchillo, pegó el tejón en el costado gordo. ¡Y el tejón lo mordió en la cadera! Doseque dio un salto de dolor y el animal se escapó en la madriguera en seguida.
— ¡Qué pena! ¡Ay, qué pena! — se reía Alma.
— ¡Ay, que cae, cae! — se espantó Zhanat de súbito.
— ¿Qué ha pasado? ¿Quién cae?
— ¡Doseque! Está corriendo por el borde del precipicio. Si se desliza, rodará abajo, al río. ¡Ay, ha soltado al águila! El águila está volando rápido como una estrella fugaz. Ahora ha alcanzado... se ha metido con el zorro.
— ¿Ha sorprendido al zorro? ¿Sorprendido?
— Recuerdas qué cantó Abay, — contestó Zhanat:
La nieve llana ciega los ojos con su blancura,
El águila negra revolea sobre el zorro rojo.
Como una guapa juega en el agua clara,
Bate con sus alas, lo estruja por su abajo.
— Anda, dime: ¿lo ha sorprendido o no? ¿Y los ha alcanzado Doseque?
— Que sí, ha sorprendido. ¡Doseque ha cogido el zorro ya y lo está batiendo contra el suelo!
— Y tal vez esté bisbisando el conjuro: "Qué yo se me pille toda la banda tres veces por nueve..." ¿Verdad?
— ¿Cómo lo sabes, Álechka?
— ¡Venga! Incluso Doseque me ha regalado el pelo de zorro. ¡Y cuántas historias de caza he oído! Es sorprendente: ¿es todo tan hermoso en la vida? No puedo recordar más que lo bueno.
En el aire sereno y frío se oyó un sonido igual y monótono. El sonido llegaba desde lejos y parecía a una canción de cuna de la madre, como si adormeciera la estepa inmensa. Zhanat miró el reloj. Eran las cinco y las amigas entendieron en seguida: lejos, tras los pasos montañosos, a treinta-cuarenta kilómetros estaba sonando la voz baja de Karagandá. En el siguiente instante otra onda más potente de sonidos vino — son las fábricas de Temirtáu que empezaron a zumbar. En el mismo horizonte flotaba, como una neblina azul, el humo que subía sobre las chimeneas de las fábricas. El camino ancho se extendió entre las fábricas y los koljoses, los coches, carros y los peatones iban y volvían por ella sin parar.
Estas ondas de los sonidos, llegando desde lejos, ayudaban a Alma hacer más vivo todo lo que Zhanat trataba de contarle. La cara fina de Alma se hizo concentrado, y se soltó su mano de la de su amiga suavemente. Ahora iba sin su ayuda, sin mucha confianza, parando de vez en cuando y entonando los fragmentos de algunas melodías con voz queda. De esta manera, paso a paso, sin darse cuenta, se apartaba de Zhanat. AL aguzar el oído a lo que Alma estaba entonando, Zhanat seguía controlando a su amiga con mucha atención, le daba miedo de que Alma pudiera tropezar y caer.
— ¡Sueños son como las nubes en lo alto azul! — de repente, Alma se puso a cantar alegre en voz alta como si hubiera encontrado algo, toda enderezada y con la cabeza alzada.
— Alma, cariño, ¡ten cuidado: la piedra! — gritó Zhanat, corrió hacia Alma y la agarró por el brazo.
— Ay, ¿Qué me pasa? — Alma volvió en sí.
Cogidas de manos, bajaron. Enfrente de ellas se extendió una calle ancha del aúl koljosiano. La gente las saludaba y despedían con las miradas cariñosas. Todos estaban especialmente amables y atentos a Alma. Cada uno la invitaba a su casa. "Tu parte del agasajo te está aguardando, cariño" — de oía venir de todas las partes. Los paisanos conocían a los padres de Alma, muchos recordaban el nacimiento de ella. Alma ha crecido ante sus ojos. Ponían mucha esperanza en esta moza bella, letrada, y ahora les pesaba mucho su desgracia. Alma lo sabía. Cuando sentía frío en su corazón y a veces se sentía como separada de todo el mundo, este amor total la convencía que lo más precioso en la vida es la vida. Alma sonreía afablemente, meneaba la cabeza y saludaba a todos.
Al dejar a su espalda los huertos de koljós, Zhanat y Alma llegaron a la tienda "Selpó[viii]". La algarabía animada de compradores que se agruparon ante los escaparates atrayentes, acompañaba a las amigas hasta la casa. A la puerta, Zhanat vio un caballo escarchado.
— ¡Zhomart ha llegado! — exclamó.
Dicho esto, Alma recordó lo que iba a contar a Zhanat. — ¿Sabes por qué ha ido al centro regional? — preguntó. — No se lleva bien con Zhaqué por no sé qué.
— Sí, lo sé, pero espero reconciliarles.
— ¡Intenta! Sabes, el plan de Zhomart me parece completamente realizable.
Cuando entraron en la habitación, Zhomart descansaba en el sofá blando con las manos tras la cabeza. Al verlas, se levantó a salto y les ayudó a quitarse la ropa: primero a Alma, luego, a Zhanat. Al colgar el abrigo, las sentó en el sofá y se sentó entre ellas. Pomuloso, de labios gordos y nariz larga y un poco chata, parecería un negro si no por sus ojos pequeños y la tez amarilla de trigo. Incluso el pelo lo tenía rizado. Por tal apariencia, sus amigos lo llamaban el Moro. Ahora tenía la cara oscurecida por el frío, y la semejanza con el negro se hizo más evidente.
— Pues, Moro, cuéntanos, — dijo Zhanat.
La cara sombría de Zhomart se avivó y él sonrió. Se levantó ligero, sacó la pitillera del bolsillo del abrigo y se volvió a sentar.
— Para Desdemona, el Moro está dispuesto para todo, — dijo por fin, dando una chupada ávida. — ¿Qué os gustaría oír?
— Cuenta sobre tu viaje, — dijo Alma.
— No han aprobado mi plan.
— ¿Por qué?
— No sé gestionar probablemente, y tengo aún poca autoridad.
Y si el plan hubiera sido propuesto por Zhaqué y aprobado unánimemente en la reunión, sería otra cosa. Han decidido estudiar mi plan por el momento, — decía con enojo.
Zhanat seguía preguntando:
— ¿No habrá otra cosa cualquiera? ¡La falta de autoridad no es razón absoluta!
— Depende de quién lo mire. Por mucho que se afile el cuchillo de hierro, acabará con desafilarse.
— Y ¿quién es culpable: el cuchillo, la afiladera o el afilador?
Alma sonrió, lo abrazó y pasó la mano por su cara como a un niño ofendido.
— No tienes que quejarte, lucha, gana la autoridad.
— Eso sí, la autoridad se gana. Lo sé muy bien. Pero hasta que uno la gane, puede envejecer. ¿Y el tiempo? Si no diera pena por el tiempo, nuestra Zhanat trabajaría una mitad de su vida y la otra la gastaría para los amoríos.
— Déjame llevar tus memorias a casa, también quiero verlas, — pidió Zhanat.
Alma tomó el violín y pasó el arco por las cuerdas unas veces. Luego, sacudió la cabeza y, como si se decidiera a lago, empezó a tocar "Zhas-kazaj[ix]". Los sonidos suaves, acariciadores bien subían, intensificándose, bien bajaban, cesando. Alma tocaba bien antes también, pero ahora parecía que su corazón agitado bien se fundía como el oro, bien se inflamaba. Tocaba como si la inspiración que llevaba mucho tiempo llenando su alma, resultó desbordarse como el caudal violento, y las cuerdas del violín se convirtieran el su cauce.
— El talento verdadero, — dijo Zhomart cuando ella terminó de tocar. — ¿Has tocado alguna cosa tuya?
— No es sólo música, sino compositora también. — añadió Zhanat.
— Ay, quisiera ser compositora... — se le escapó a Alma. De mucha emoción no era capaz de seguir.
5
Apoyado en la horca, Ajmet estaba cerca de su corral. Era un día frío, pero Ajmet echaba vaho.
Tenía buen ganado, salubre. Dos vacas de raza estaban en un establo, en el otro había quince ovejas kazajas con grasa del rabo grande y redonda. En el establo separado personal había una yegua pía grande. Todo el ganado parecía a punto de reventar de grasa. Lodos los pesebres estaban llenos de avena y pienso concentrado. Los conocidos y los amigos llamaban a Ajmet de ninguna otra manera que "bay-eque", es decir "nuestro rico", y todos los koljosianos lo nombraban de "Ajmet estajanovista". Era un técnico hábil y se apasionaba por esta cosa que exigía tanto fuerza como maña. Era ingenioso, infatigable, estaba en búsqueda perpetua. Era el primero en Introducir las innovaciones de las que se enteraba de los periódicos o a través de los ciudadanos. De joven, trató de construir la "shaitán-arbá[x]", como los kazajos llamaban la bicicleta en los tiempos viejos, y por eso se hizo el hazmerreír del aúl. Y ahora no iba sólo en una bicicleta sino incluso en una moto. Muchos koljosianos seguían dando el heno a su ganado, y el ganado de Ajmet recibía avena y piensos concentrados. A su vez, si alguna vaca común daba entre cinco y diez litros de leche, una vaca de Ajmet daba veinticinco-treinta litros. Por lo demás, Zilija era la que cuidaba las vacas, pero el día anterior se había ido a Karagandá y seguía sin regresar.
Ajmet madrugó hoy. Dio al ganado de beber, echó pienso y retiró el estiércol, recogió la nieve enfrente de la portería y barrió las sendas. No tuvo ocasión ni siquiera para sentarse, se cansó mucho, mas aún tenía trabajo de sobra. Había que dar de comer a las aves, pasar la leche por la desnatadora, preparar la comida y limpiar las habitaciones, y ¡pasado el mediodía, casi todo se repetiría! Y para el día siguiente, lo mismo. Ajmet estaba irritado. Había terminado los trabajos de reparación en el koljós antes del plazo y se proponía descansar un día aquel fin de semana, mas aquí tienes, todos los quehaceres domésticos se cayeron sobre su cabeza. Y Ajmet estaba refunfuñando por Zilija, por las vacas, por toda su riqueza.
— ¡Que voy a mandarlo todo al carajo! Y me pongo a leer el periódico.
Pero no llegó a tener la oportunidad de leerlo. Los gansos empezaron a graznar, los patos se pusieron a parpar — había que ir a darle el pienso.
— ¡Me faltaban sólo estos malditos! — refunfuñó Ajmet.
Al echar el pienso para las aves, oyó el gruñido lastimero. Ajmet no comía carne de cerdo, pero consideraba que tener cerdos era más provechoso que algún otro ganado, y decía que eran "el dinero vivo". Mientras echando la mezcla para los cerdos, se acordó de los conejos. A más tardar, su hijo regresó de la escuela, había que darle de comer también.
— ¿Con qué vienes hoy? — recibió al hijo con su pregunta habitual. El chico contestó, tartamudeando:
— Con el regular en la aritmética.
— ¡Hombre! ¿Qué te pasa hoy?
— Es que mamá no me dejó ir a preparar la tarea de casa ayer, pues...
— ¡Ay, qué madre! — la voz de Ajmet retumbó para todo el patio. — ¡Que sólo venga! — voy a hacer las herraduras de ella. Y tú, no vas a jugar hasta que corrijas el regular. Ajmet andaba por la casa, luego, desató al perro, lo puso el bozal y salió con él fuera del patio. Alrededor de la casa había un huerto — la obra predilecta de Ajmet. Allí, él había plantado los manzanos, frambuesos, groselleros que normalmente no crecían en aquella tierra. Cuando la lila florecía, su aroma hacía a los transeúntes parar cerca de su portezuela.
El perro pastor corría por el huerto. Ajmet la seguía despacio, observando los árboles plantados. Cada arbusto le parecía vivo y él revisaba cada rama con atención. Mientras Ajmet daba vueltas por el huerto, su barba se cubrió de escarcha como las ramas de sus favoritos; pero seguía tener calor y no se ataba su gorra de orejas. Ajmet se acercó al estiercolero que echaba vapores densos.
Tras el cerco, vio al jefe de brigada Baimaquén que estaba encima del montón de nieve. Ajmet y Baimaquén eran vecinos pero se veían rara vez. Al verlo a Ajmet, Baimaquén bajó del montón de nieve y se le aproximó.
— Salém, camarada Ajmet estajanovista, — dijo respetuosamente, haciendo el saludo militar.
El saludo del jefe de brigada no contenía la forma establecida por tradición para nombrar a uno mayor, pero Ajmet no se ofendió de Baimaquén.
— ¡Salém, salém, camarada! — respondió Ajmet amablemente, tendiéndole la mano.
El pastor ya quería echarse a Baimaquén, pero el dueño lo detuvo y, tras reír, dijo:
— No tengas miedo, que no te va a morder. El bozal es fuerte.
Baimaquén preguntó sin darse caso del perro pastor:
— Camarada Ajmet Barantáyev, ¿ha pasado el servicio militar?
— No.
— ¿Ha leído las obras de Michúrin[xi]?
— No he leído, pero he oído decir alguna cosa.
— Es sorprendente. No ha pasado el servicio militar, mas trabaja a la manera militar. No ha leído los libros de Michúrin, mas ¡qué huerto ha plantado! Ha terminado los trabajos de reparación antes del plazo, el estiércol para abono, aquí está, preparado ya. ¡Ojalá todo el mundo trabaje como Usted! Pero para eso, sobre todo, es necesario establecer el orden y la disciplina militares. ¡No los tenemos en nuestro koljós! Que conseguimos evacuar rápido las fábricas e incluso las ciudades enteras durante la guerra, y más que evacuar, construir nuevas en un par de meses. Eso se llama disciplina. Y echarlo todo al viento no necesita más que un rato corto, y tampoco necesita ninguna disciplina. Hay que asumir la disciplina con todo su ser, no vale sólo dejarlo entrar en una oreja. Por ejemplo, Usted ha acabado las reparaciones y hoy está libre y, a pesar de todo, ha madrugado por costumbre. Yo, también. Ya he tenido tiempo de dar una vuelta por todo el koljós y sus vecindades en esquís. No estoy acostumbrado a tumbarme a la bartola. "Una costumbre buena lleva a la felicidad, una mala, a la desgracia" — como decía nuestro comandante. Y si la indisciplina se hiciera una costumbre, fuera la desgracia. Aquí, mucha gente no lo comprende. Hay que luchar por el orden y la disciplina.
Ajmet, tranquilo, escuchaba a Baimaquén hablar con tanta pasión, y cuando aquél terminó, le dijo sin alzar los ojos:
— Todo de lo que Usted dice, lo habrá, y algo de eso ya lo tenemos ahora. Pero te voy a decir otra cosa.
Paró y echó un vistazo a Baimaquén. Aquél estaba vestido ligeramente: las orejas de su gorra estaban en alto, y en las mangas de la guerrera asomaban las manos rojas de estar heladas.
— Vamos mejor a mi casa, a hablar allí — propuso Ajmet.
Cuando se acercaban a la casa, el jefe de la brigada ganadera Amanbek pasó lento por su lado. Baimaquén no pudo sin decir su palabra con el motivo:
— Los caballos son buenos, pero mírelos: no están limpios, colas y copetes sin cortar, crin está enmarañado — falta de disciplina y cultura.
— Amanbek lo oyó.
— ¡No charle! — gritó, pasando, — Primero tiene que acabar con sus cosas.
Ajmet se rio a carcajadas. Lo habitual en la boca de Amanbek "¡No charle!" parecía por primera vez ser dicho oportunamente. No obstante, Ajmet se vio obligado a calmar a Baimaquén:
— Tal es su costumbre. Cuando cualquier discurso lo empiezas con la palabra "disciplina", Amanbek lo comienza todo con la "no charle".
Al mostrarle su ganado a Baimaquén y atar el pastor, Ajmet llevó a Baimaquén adentro. La casa de Ajmet, igual que la de Zhaquip, tenía tres cuartos. El cuarto intermedio también estaba ocupada con los bancos. Merece mencionar que Ajmet era el primero en toda la aldea de instalar estos bancos. Al verlos, Baimaquén preguntó:
— ¿Qué es lo que Usted tiene: lo ha hecho a la manera uzbeca?
— En cuanto Beisén deje de manchar el lugar de honor de la habitación con sus pies sucios, quitaré los bancos, — respondió Ajmet, riendo. — Pues, querido mío, el agua estará hirviendo, vamos a tomar té, ya que ¿cómo platicar con la boca seca? La vieja ha dicho que dejó la carne cocida, así que tenemos algo para picar; a lo mejor haya un poco de amarga[xii] también. Sólo tienes que echarme una mano, que para estas cosas, soy torpe. Mejor no toquemos al hijo, ¡qué se prepare para las clases! Vale, vamos a la cocina. Ayúdame.
Los dos juntos prepararon la comida y pusieron la mesa rápido. Una vez sentados, Ajmet empezó la conversación:
— Ya son las doce, — dijo, — y sigo sin comer ni una migaja. Y ¿por qué? ¡No he podido deshacerme del trabajo! Acabas de decir que soy una persona disciplinada, ¿de qué disciplina se trata si ando con hambre desde la mañana?
— Por supuesto, hay que comer y descansar a su hora.
— ¿Y quién va a cuidar del ganado entonces? En la cocina, ante la desnatadora hay todo un cubo de leche, ya que nuestra vaca ha parido, hay que tratarlo, pero ¿cuándo puedo hacerlo?
— Pero la gente consigue hacerlo...
— La gente consigue hacerlo a cuenta de otros trabajos, o se deshace por hacerlo. ¿Y para qué me sirve a mí todo eso? Quiero dedicarme a mi propia obra y gozarme. Si yo pudiera entregar mi ganado al koljós que lo cuidara, sería otra cosa.
— ¿Acaso puede el koljós encargarse del ganado individual de los koljosianos? Tampoco está previsto por el estatuto.
— Veo que tú, querido mío, estás nadando en aguas poco profundas como el resto. Zhaquip dice: "Es el comunismo ya", y mi vieja tiene miedo: ¡¿cómo es eso que su ganado no estará siempre ante sus ojos?! Los dos tienen el alma de liebre. — Ajmet se acaloró:
— Mi opinión es la siguiente: la tarea fundamental del estatuto es crear los koljoses ricos. Para cumplir con la tarea, hace falta, sobre todo, usar la mano de obra de manera correcta y que la productividad crezca de manera constante. Si todos los esfuerzos que se gastan ahora para cuidar el ganado individual, fueran dirigidos para la obra común, nuestro koljós habría subido ya a nivel de aquella montaña Zhauír. Con ello, no tendrías que gritar: "¡Disciplina, disciplina!"
— Pues, ¿qué quieres, entonces? ¿Eliminar la economía individual de los koljosianos?
Ajmet se entornó los ojos y volvió las espaldas a Baimaquén. Actuaba de esta manera siempre cuando el interlocutor dejaba de gustarle. Había veces cuando Ajmet daba las espaldas al interlocutor y se iba.
— ¿Quieres torcer mi idea? — dijo. — Piensas: "Un viejo sin educación, sin partido me está hablando, si le hago un hincapié, en seguida cae". ¡Eso no-o-o! Nunca olvidaré que el partido ha dicho que hay que liquidar la ausencia de vacas en las haciendas de los koljosianos. Pero no se trata de privar al koljosiano de su vaca, sino de lo que la vaca no debe devorar la gran parte de los esfuerzos que su dueño pudiera dedicar para el koljós. El último hombre de nuestro koljós es Beisén, mas también tiene una vaca y terneros. Piensa en esto: para pastar decenas de miles de las cabezas del ganado koljosiano sería necesaria decena y media o como máximo dos decenas de gente. Y ahora pregunto: ¿por qué, para pastar centenas del ganado individual, es necesario el trabajo de centenas de gente, propietarios de este ganado? ¿Por qué no lo hacemos caso?
— ¿Y qué propone Usted?
— ¿Quiere decir que no has entendido? Si la granja coge mi ganado estoy dispuesto a pagar por el trabajo de la granja de cualquier forma, sólo para soltarme las manos para otros asuntos.
— Dudo que todos los koljosianos estén de acuerdo con tales usos.
— No hace falta que todos lo estén. No se debe obligar a nadie. Cuando quería crear la "shaitán-arbá", la gente se reía de mí también. Y ahora soy yo quien se ríe de ellos. Paso en la moto por las calles del aúl por la mañana o por la tarde y lo hago adrede.
— A lo verás, Ajmet saldrá con la suya. Si no lo consigo aquí, me voy para el centro regional, el centro no me apoya — voy para el centro provincial. Mi coche está bien. Y si mi idea no encuentra apoyo allí, Ajmet va en avión a Moscú.
— Y ¿ha hablado Usted con Zhomart? — preguntó Baimaquén.
— Sí, he hablado, — contestó Ajmet. — Mas, ¿qué puede hacer?
Él mismo se empeña en realizar su proyecto y no puede. De boca, me apoya, y de hecho...
— Entonces, vaya al centro regional, — lo interrumpió Baimaquén. — De otra forma, se perderá si cuenta con Zhaquip.
No pudo aconsejar nada más a Ajmet. Los dos juntos quitaron la mesa y Baimaquén se fue. Ajmet pasó a la cocina y echó la leche en la desnatadora. Al separar una taza entera de natas, Ajmet decidió ponerla en el sótano y sólo luego, limpiar la desnatadora. El sótano era profundo. Al bajar un par de peldaños, Ajmet se estiró a por la taza de natas y de repente, al deslizarse, perdió el equilibrio. la taza se inclinó y las natas cayeron sobre su cabeza.
— ¡Caray! — riñó no se sabe a quién.
— ¡No faltaba más!
En aquel momento, Zilija llegó de la ciudad. Al entrar en la cocina vio el pecho y la barba negra de su marido estar blancas de natas y se echó a reír:
— ¡Pobrecito! ¿Qué te pasa?
— ¡Mejor no te acerques! — Ajmet se hizo una furia. — Te he dicho mil veces: hay que recibir la mantequilla hecha ya, sin estas molestias.
— Pues, anda, entrega las vacas a la granja, si las reciben allí, porque estoy harta de escucharlo. ¡Harta!
Ajmet se calmó. Zilija le ayudó a quitar la camisa y echó agua para que se lavara. Al regresar a la habitación, Ajmet cogió en los brazos a su hija de dos años que había acompañado a su mamá en la ciudad.
— Venga, cuéntame las novedades y muestra qué regalos has traído.
— Me he puesto los dientes, — dijo Zilija y abrió la boca. Antes le habían faltado dos dientes inferiores, y ahora en su lugar estaban brillando dos dientes de oro.
— Pues, ya tienes la boca arreglada, — dijo Ajmet. — Y ¿qué compraste más?
— He comprado un piano. Mañana lo traerán.
— Eso sí que está bien. ¡Que los hijos aprendan!
— Y ¿dónde está este charlatán Beisén? — preguntó Ajmet al cabo de un rato. — Parece haber ido contigo, ¿no?
— Vendrá más tarde, he llegado en un coche de paso.
Zilija abrió la maleta y se puso a sacar las compras.
Esto es para el hijo, y esto, para la hija, — decía, sacando una cosa tras otra. — Y esto es para mí, — dijo con orgullo y tendió un sombrero femenino a Ajmet.
Desde joven, Zilija era muy lechuguina, incluso obtuvo el apodo la "de ocho pulseras". La verdad era que para aquel momento llevaba sólo cuatro pulseras; en cambio, adoptó otra manía: cuando Zilija veía alguna cosa nueva que los koljosianos, y en especial la familia de Zhaquip, adquirían, no se sosegaba hasta que compraba otra igual. El gramófono, la radio, tapicería tendida en el lugar de honor — todas las cosas eran iguales a las de la casa de Zhaquip. Zhanat tenía un abrigo de astrakán, y Zilija compró otro igual aunque no se lo puso nunca. Tenía el reloj de oro igualito al que Zhanat llevaba. Faltaba sólo un piano, y se lo compró aquel día. Sin embargo, Zilija no entendía a veces si alguna cosa quedaba bien y a quién quedaba. Pero no quería ni pensar en esto. Aquel día tampoco pensó si el nuevo sombrero le sentaba bien.
Ajmet daba vueltas con el sombrero.
— Venga, ponlo, muéstrate, que no consigo orientarme con ello. — dijo riendo y devolviéndolo a su mujer.
Pero cuando Zilija se quitó el pañuelo y se puso el sombrero con coquetería, Ajmet no se contuvo y gritó:
— ¡Déjalo!
Él quitó el sombrero de su cabeza y lo tiró al umbral en un arranque de cólera. Aunque a Ajmet le gustaba toda cosa nueva, siempre exigía que las cosas, más que todo, fueran duraderas y cómodas. La más preocupación de Zilija, al contrario, era que todas sus compras fuesen más caras y chillonas.
— Hay que copiar pensando, — Ajmet repetía siempre. Copiarlo todo que salte a los ojos es uno de los indicios de estupidez.
Zilija ni abrió la boca. En los casos parecidos vencía con su callar. Beisén entró, haciendo crujido con sus botas. En cuanto cruzó el umbral se puso a contar sobre otra compra más de Zilija.
— ¡Qué esta compra brinde felicidad a su familia! Esa ternera gris vale las dos vacas de Ustedes.
— ¡Espera, hombre! ¿De qué estás hablando? — Ajmet miró a Beisén con asombro.
— De la ternera.
— ¿De cuál?
— ¿No te ha dicho Zilija todavía? En vez de aquella vaca perdida, hemos comprado una ternera perfecta. Dios es misericordioso, y si entiendo algo de vacas, entonces esta ternera no tiene otra en comparación.
— E-e-eh, — Ajmet lo interrumpió. — Por lo que veo: os proponéis convertirme en aquel Itberguén miserable del cuento quien no podía ni dormir, ni comer por su avaricia.
Se levantó de su sitio y empezó a vestirse sin pronunciar una palabra.
— ¿A dónde vas? — Zilija clavó sus ojos alarmados en él.
— Al centro regional. Tengo que deshacerme de este ganado.
Y Ajmet se movió hacia la puerta. Zilija se saltó con presteza y bloqueó la salida.
— Espera, escúchame, — dijo ella. — Diste cien mil rublos al gobierno durante la guerra, ¿estuve en contra? Que no escatimo nada y lo sabes bien. Gracias a Dios, no me falta nada. Pero si miro nuestro patio y, Dios guarde, lo veo vacío es igual que el vacío en mi estómago.
— Desde niña me crecí junto con el ganado. Para mí, la vida no es vida sin ganado. Y si dejas el patio vacío, no sabré a qué aplicar mis manos.
— ¡La cabra siempre tira al monte! — y Ajmet se echó a reír a carcajadas. — Vete también, junto con tu ganado a la granja.
— ¡Míralo! Que el ganado dejará de ser nuestro allí.
— ¡Ah! — se puso a hablar Beisén, dirigiéndose a Ajmet. — Si os es difícil cuidar del ganado, vamos que os ayudo.
Ajmet miró a Beisén con malevolencia.
— ¡Cómo! ¿Te falta trabajo en el koljós? Mejor vete a ayudar al koljós. Yo no necesito peones. No es que es difícil cuidar del ganado. Si todas los esfuerzos que hago para mi ganado redirijo al koljós, no sólo el koljós prosperará sino yo también junto con él. Y Zhaquip tiene miedo de hacer un paso grande adelante, no se mueve del sitio.
Enfurecido a colmo, Ajmet paró su diatriba, meneó la mano e hizo un paso a la puerta. Zilija lo agarró por el faldón.
— ¡Hombre! ¡Cuenta por lo menos cómo vas a entregar el ganado al koljós en alquiler!
— Seré capaz de llegar al acuerdo con el koljós.
Y salió.
Zhanat estudió el plan de Zhomart durante una semana entera, aunque solía tragar los tochos en un día. Leyó su memoria hasta el último punto repetitivamente. Escrito sin emoción y lacónicamente, el plan le parecía más fascinante que la novela más divertida. La rotación de cultivos correcta, cambio del ganado regular por el de raza, la electrificación del koljós — todo no le parecía un futuro lejano, sino un presente espléndido y realizado. Zhanat dirigía unos círculos del koljós, daba clases de la historia del Partido, y a menudo hacía informes sobre la situación internacional. Cada semana llevaba las reuniones de los ancianos experimentadores. No era sólo la maestra de niños, no, sino se veía obligada a ser una maestra y tutora de los adultos. No sabía sólo transferir sus conocimientos a otros sino sabía aprender de la gente. Por eso aceptó las ideas de Zhomart con tanto entusiasmo.
— ¡Listo, pero ay qué listo es! — repetía ella y sus ojos brillaban.
— Le daba la gana de compartir su alegría con su padre, pero de pensar una sola cosa, paraba. "No vayas, — se decía ella, — que el padre puede interpretar tu alegría de manera diferente."
La verdad puede ser derramada de las bocas como un chubasco, pero los rumores malos se divulgan a la velocidad de luz. Desde que Alma perdió la vista, las conversaciones parecidas a la que que Beisén mantuvo con la madre de Zhanat, surgían en el aúl muchas veces. Alma, Zhanat y Zhomart estaban bien enterados de esas conversaciones. Pero cada uno de ellos fingía no haber oído nada. Ellos se confiaban todos sus secretos pero no se atrevían a ponerse a hablar sobre aquellas hablillas. Ése fue el pensamiento que la paró a Zhanat cuando se proponía ir a hablar con su padre. Sabía que a Zhaquip no le gustaba tanto el plan de Zhomart como Zhomart mismo. Su padre también se enteraba de los rumores que corrían por el aúl. ¿No fue que él aludía a Zhomart cuando dijo a Zhanat: "Si encuentras a un amigo impropio o tomas un camino malo en la vida, me dará pena, mucha pena". Por muy valiente y decidida que era, no violaría jamás la tradición antigua kazaja de respeto a los mayores y no violaría este respeto con la conversación franca de sus asuntos amorosos. La joven consciente, libre de prejuicios estaba pensando un largo rato en cómo iba a defenderse sin ofender a su padre a la vez. En su interior, ya había preparado todo un discurso acalorado para explicarse, pero por más vueltas que daba a la conversación futura, con más claridad entendía que ningún discurso no le serían de ayuda para expresar al padre lo que llevaba adentro.
Zhanat, por su costumbre, se puso a dar vueltas por la habitación con las manos tras la espalda y tirando las puntas de sus trenzas largas.
— No, — dijo por fin, — habrá que resolver la cuestión del plano a través del partido.
Al arreglar su escritorio, Zhanat recogió los papeles y fue a visitar a Zhomart y Alma. Quería ver a Alma con quien llevaba toda una semana sin verse, y decir su opinión sobre el plan a Zhomart. Andaba por la calle rápido, excitada y alegre.
Zhomart se fue al trabajo, y sólo la abuela Damet que desde joven era conocida como una mujer locuaz y muy avispada, se quedó con Alma. Los rusos llaman a este tipo de mujeres: "de pelo en pecho". En la presencia de Alma, Damet trataba de comportarse con cuidado, hablaba con ella con rodeos y circunloquios. Aquel día tuvieron la siguiente conversación:
— Sin viento ni las hierbas se agita, querida mía, — dijo Damet con cariño.
Alma estaba intranquila, se estrepitó como si alguien acertara con un golpe a su lado débil.
— ¿Qué quiere decir, abuelita?
— Aún eres tonta, mi niña, — contestó Damet. — Escúchame que te digo, — y, al sentar a Alma a su lado, se puso a contar el cuento conocido sobre una mujer pérfida que engañó a una amiga suya.
Alma escuchó el cuento y le pareció que había tragado el veneno dulce. Se quedó pensativa y suspiró.
— Quiere decir, abuelita, que Zhanat es "pérfida".
Y eso que lo compartimos todo entre nosotras. Aunque esas hablillas se conviertan en un incendio, lo soportaré todo, — dijo ella, pero en su voz se oía el dolor.
La abuela no contestó nada. Así estaban entadas, en silencio cuando detrás de la puerta se oyeron pasos menudos y entraron Zhanat y Zhomart, hablando animadamente.
— Te falta diligencia de un funcionario de partido, — decía Zhanat.
— No ha pasado más que un mes que soy secretario, — respondió Zhomart.
— ¿Se debe estar de secretario para eso? Que en mi vida he sido secretaria.
— Y está muy bien que no lo hayas sido, — respondió Zhomart, riendo, — pues nos harías sudar la gota gorda.
Al sentar a Alma entre sí, se colocaron en el sofá. Y cuando la abrazaron y se pusieron decirle palabras cariñosas a cual más, Alma los abrazó también y suspiró profundo. Zhanat se dio cuenta del estado de ánimo de su amiga en seguida.
— Álechka, ¿por qué suspiras? — preguntó.
— ¡Ay! ¡Quisiera yo que estos abrazos continuaran eternamente! — contestó Alma, sonriendo tristemente.
Se esforzaba hablar tranquila y cariñosamente. Las miradas de Zhomart y Zhanat se cruzaron sin querer y ellos bajaron los ojos en seguida. "Por lo visto, Alma ha llegado a enterarse de estas hablillas también" — pensó cada uno de ellos pero ni Zhanat, ni Zhomart se atrevieron a empezar a hablar de ello. ¿Y cómo es posible? En los jóvenes, la vergüenza delicada cubre el corazón con la telaraña fina, y mejor no tocarlo, — y nosotros tampoco lo vamos a hacer; mejor vamos a escuchar de qué están hablando estos tres.
— ¿Qué podría separarnos? — dijo Zhanat tras un rato de silencio. — No caigo por qué estás suspirando con tanta tristeza, Alma, cariño, y francamente dicho, me alegro de no entenderlo.
— Sólo la muerte nos separará. Álechka habrá pensado en eso, — la interrumpió Zhomart.
Alma los abrazó a los dos con más fuerza y dio un beso a cada uno. En su voz se oía mucha emoción.
— Vuestras palabras me suenan compasivas. Pero estoy muy pero muy alegre... Pues, dejémoslo... Vamos a hablar de otra cosa. ¿De qué habéis discutido al entrar?
Zhomart y Zhanat se animaron en seguida.
— A Zhanat le ha gustado mi plan, y ella propone ponerlo en discusión en la reunión del buró del partido. Por mí, no sé si se puede ahora ponerlo en cuestión.
Antes, no lo ponías por demasiada confianza en ti mismo, — dijo Zhanat. — Pero ¿qué te impide hacerlo ahora? Que la organización del Partido siempre tiene derecho de expresar su opinión. Además, el centro regional no ha homologado la decisión de la reunión todavía.
— No la ha homologado y ¿qué? Ya conozco su opinión.
— Zhanat tiene razón, — intervino Alma, interrumpiendo a Zhomart. — La organización del Partido debe dar su opinión sobre una cuestión de tanta importancia.
Zhomart dejó de seguir discutiendo. Decidieron que él sometiera el plan a examen del buró de la organización del partido aquel mismo día. Zhomart mismo haría el informe, Zhanat y Alma se encargaron de la preparación del proyecto de resolución.
A las ocho de la tarde todos los miembros del buró del Partido se reunieron en el despacho del secretario de la organización del Partido. Zhomart, el jefe de la brigada Baimaquén licenciado hacía poco, Zhaquip, Zhanat y el estajanovista Isjak. A la reunión fueron invitados también Alma, el jefe de la brigada ganadera Dmanbek y el viejo porquero Baimagambet. Zhomart anunció la agenda.
— Aunque con tardanza, — pero hemos decidido que la cuestión del plan tiene que ser puesto al examen del buró.
— Pero si ya hemos tenido discutido el plan. — objetó Zhaquip. — ¿Acaso vamos a revisar nuestras decisiones anteriores a cada rotación del secretario de la organización del Partido?
Todos guardaban silencio. Incluso Zhomart no supo qué responder a Zhaquip. El plan de Zhaquip resultaba aprobado ya tanto por la reunión del Partido como en la del koljós. Se quedaba sólo aguardar a la aprobación final del plan en el centro regional.
Era difícil intervenir contra Zhaquip y disputar su plan aprobado por la mayoría. Fue Zhanat sola quien replicó a su padre:
— El plan de Zhomart debe ser discutido, Zhaqué. Dado que es una cuestión discutible y el buró no lo ha examinado antes. ¿Será justo si, al despachar el plan de Usted, no hacemos caso al plan de Zhomart? Puede que este plan no sirve para nada, entonces, que el buró lo diga, y su discusión no contradice a la tradición del Partido de ninguna manera.
Zhaquip, que no solía abandonar sus decisiones, tampoco cedió aquella vez. Sin embargo, por su parte, no fue más que una treta. En primer lugar, no quería ofender a su hija; por segundo lugar, creía que dos miembros del buró, Zhanat e Isjak, eran su gente, y Zhaquip esperaba vencer a Zhomart y Baimaquén con su ayuda; n tercer lugar, estaba seguro del apoyo del centro regional. "Será aun mejor si el plan nuevo se someterá a discusión ahora, — pensaba. — Se acaba ésto y dejarán ya de obstinarse".
Zhomart estaba preocupado de que su discurso no pareciera a un informe sino un cuento fascinante. Y cuando Zhomart mostraba los dibujos y las diagramas haciendo vivas las cifras aburridas, Zhaquip mismo se levantaba la cabeza y prestaba su oído a sus palabras involuntariamente. Una de las diagramas mostraba las vacas de las especies simmental, orlov, sueca roja y kazaja. Comparada con las vacas de raza, la kazaja parecía una ternera. El rendimiento lechero de las vacas estaba mostrado por barriles, y el rendimiento de la kazaja cabía en un cubo. Al ver el diagrama, Amanbek preguntó:
— Nuestros kazajos dicen: vaca-desastre. Pero ¿dónde están la vaca y el desastre aquí?
Zhomart no entendió la pregunta y callaba embarazoso, y Amanbek mismo contestó a su pregunta:
— Resulta que estas tres son vacas verdaderas, y nuestra vaca koljosiana es así, un desastre. Acabo de comprenderlo.
Todos se pusieron a reír, menos Zhaquip que observó con aire de burla:
— Al bien comido la carne de carnero parecerá podrida, y al presuntuoso el cielo le aprieta por encima.
Zhomart tomó el mapa de las tierras en propiedad del koljós y la mostró a los reunidos. Este mapa fue revisado. Los macizos enormes bajo mies alegraban los ojos. Los campos sembrados conforme a todas las reglas de la rotación de cultivos estaban divididos en las parcelas bajo cereales, hierbas y legumbres.
— Cada actividad exige el cumplimiento exacto con las reglas. la manera incorrecta de trabajar es el agua que se vierte en la arena, y la tierra labrada conforme a todas las reglas es bondadosa como una madre atenta: dará tanto de comer como de beber. Como se dice: "De apilar la nieve bien, su montón se encenderá". En este refrán se contiene gran filosofía. El mundo no está construido de los ladrillos iguales, uno tiene que ser capaz de encajarlos uno con otro. Ésta es la tarea eternamente nueva del ser creador. Contentarse con lo que está, por mí, es el síntoma de una idea atrofiada.
Zhaquip no pudo contenerse y volvió a decir burlonamente:
— Los koljosianos no se dedican a las filosofías sino a la explotación agrícola. El pedazo de pan seguro vale más que la idea más luminosa.
— Entonces, según su punto de vista ¿qué diferencia hay entre el ser humano y animales? — preguntó Zhomart. — Por lo que veo, Usted no entiende ni a los demás, ni es capaz de entender a sí mismo tampoco.
Y Zhomart pasó a la tercera parte de su informe.
Desplegó y mostró a los miembros del buró un proyecto más, un proyecto de un aúl nuevo, aúl futuro con las cercanías transformadas casi desconocidas. En las calles muy pobladas con los árboles había postes de líneas eléctricas. Por el medio del aúl pasaba una autopista que avanzaba hasta el koljós vecino y, desde allí, se convertía en una carretera natural. La herrería y los corrales estaban dibujados en una hoja de papel diferente. Los martillos y los fuelles de la herrería funcionaban automáticamente, el proyecto dibujaba las chispas que se difundían escupidas por los martillazos. Y un solo herrero controlaba todos los procesos. En las granjas animales, el agua corría por sí misma por los abrevaderos, las vacas se ordeñaban eléctricamente, y casi no se veía el personal.
— Todo esto no es fantasía. — dijo Zhomart, resumiendo. — Lo tendremos todo en el futuro más cercano. Incluso la comida la vamos a preparar usando la electricidad. La cuenca del río Nura no sólo va a abastecer la energía eléctrica para Karagandá y Temirtáu sino cubrirá nuestras necesidades. Ha llegado, camaradas, el tiempo cuando nuestro koljós tiene que subir al nivel siguiente de riqueza y cultura — al nivel de electrificación de casa y trabajo.
El jefe de la brigada Baimaquén se puso a aplaudir ruidosamente.
El viejo Baimagambet levantó la mano con los dedos torcidos y pidió la palabra.
— No se olvide de los cerdos, de los cerdos no se olvide, — dijo él. — Es que la porqueriza también necesita electro, aunque de cerdos, pero electro.
— Lo habrá de todo, en la porqueriza también habrá electricidad. — Zhomart lo sosegó.
— Pues, es un plan verdadero, un plan bueno. — dijo el viejo y se sentó a su sitio.
El informe gustó. Nadie pudo decir algo en contra de los argumentos apoyados con la multitud de cifras. Sin embargo, parecía más fácil hacer una brecha en una montaña que romper la obstinación de Zhaquip.
— Estoy por el plan que ha sido aprobado en la reunión general de los koljosianos. Este plan será homologado por el centro regional. No obstante, quienes se fíen en sus propias fuerzas puede ir contra, — dijo y se sentó cejijunto.
Su fe en la fuerza de su autoridad era fuerte. Porque hasta aquel momento, nadie en el koljós ni en el centro regional no había discutido con sus palabras nunca. Ni le cabía en la cabeza la idea que sería vencido. Y cuando se llegó a la votación (primero, se votó por el plan de Zhaquip), Zhaquip levantó la mano y dijo en voz alta:
— Aquí está mi mano. — Y como si preguntando "¿quién se atreve a no seguirme?", echó una mirada escrutadora a todos los presentes.
No obstante, Isjak fue el único en levantar la mano tras él.
Zhaquip se puso rojo cuando se votó por el plan nuevo. Vio a Zhanat con los ojos abajo votar junto con Zhomart y Baimaquén. A Zhaquip le parecía que había deslizado y caído, dándose un golpe doloroso en la nuca. No obstante, no perdió dominio de sí mismo.
— Pues, — se expresó, — ahora me toca a mí gestionar en el comité regional.
7
En toda la noche Zhaquip no pegó los ojos. No dijo ni una sola palabra a sus familiares. Los últimos días tuvo un catarro y ahora tosía de vez en cuando, guardando la cama. Amaba a Zhanat fuerte y estaba muy resentido contra ella.
"No tengo un hijo, — pensaba Zhaquip, — si tuviese, no actuaría de esa manera. Y se sabe desde hace mucho que la hija nace para otra familia".
Pero es extraño: entre los pensamientos más enojosas sobre Zhanat aparecían un recuerdo tras otro de sus hechos buenos.
"Créame, padre, aquí hay un secreto que Usted mismo tiene que desentrañar", — Zhanat parecía decirle, dándole un abrazo.
Y Zhaquip buscó la adivinanza hasta la madrugada, pero no llegó a encontrarla. A pesar de todo, le parecía que Zhomart "superrápido" quería derramar la copa llena de la riqueza del koljós con su plan y, saltándose a Zhaquip, pisotear el trabajo tenaz de muchos años de los koljosianos que sólo empezó a dar dividendos abundantes.
Pese a la noche sin dormir, Zhaquip se levantó fresco de la cama. Al lavarse de prisa y sin desayunar, salió de casa con el amanecer, montó el caballo y fue al centro regional. Aunque ya hacía tiempo que se instaló la costumbre de ir en drozhki[xiii] acoplados, Zhaquip no aparejo a los caballos alazanes esta vez tampoco. Los alazanes se prestaban a los invitados de honor, y él mismo solía ir al caballo amblador bayo oscuro bien cuidado, rollizo como un fruslero. Y ahora el bayo estaba llevando a su dueño. Zhaquip estaba sentado enderezado, sin encorvarse, tendiendo las estriberas hasta no más. La distancia hasta el centro regional era entre treinta y cuarenta kilómetros y al poco tiempo Zhaquip ya paró cerca de la casa de Yeszhán.
La familia de Yeszhán sólo se sentaba para tomar té de mañana. Al ver a Zhaquip, Yeszhán se saltó y le ayudó a quitarse la ropa. Al saludar a Zhaquip amistosamente, lo sentó a la mesa y empezó a hacer preguntas de cómo andaban las cosas en el koljós.
— ¿Han terminado las reparaciones?
— Sí, las hemos hecho.
— Y ¿qué tal las semillas?
— Las semillas quedan todas limpiadas y clasificadas.
— Y ¿los animales de tiro?
— Bien, los caballos están carnosos, se tratan con el cuidado especial.
— ¡Bravo, Zhaqué! — dijo Yeszhán. — Resulta que Usted ha terminado todos los trabajos y ahora ha decidido descansar, dar un paseo. Y ¿sabes una cosa? Hoy viene el cantor Zhusupbek, dará un concierto. ¡Quédese, que vamos a escucharlo!
— He llegado aquí con mi propio "concierto", — dijo Zhaquip.
Yeszhán miró al visita con interrogación. Pero la cara morena de Zhaquip permanecía tranquila.
— ¿De qué concierto se trata?
— Del mismo: Otra vez Zhomart y su grupo. Esta disputa acerca del plan no me deja levantar la cabeza. Estoy por el cumplimiento de las directivas del centro regional, defendiendo la opinión de la mayoría, — pero que no, debo aceptar su plan y no hay otra. Traté de resistir, y ¿qué? ¡Este chaval me agarró por la barba, derrumbó y se me saltó!
Yeszhán lo interrumpió:
— Pues y ¿qué? ¿Ha pasado el plan de Zhomart?
— Anoche ese plan fue aprobado en la reunión del buró del Partido, pues, resulta haber pasado.
— Vamos a ver a Satán, — dijo Yeszhán y se puso a vestirse de prisa.
El secretario del comité regional del Partido estaba sentado a la mesa y despachaba la correspondencia de mañana. Se concentró en leer algún papel y no reparó en los entrantes. Pero, apenas cruzado el umbral y sin saludar, Yeszhán se puso a hablar:
— Zhaqué ha llegado. Este Zhomart no deja a nadie trabajar en el "Amangueldí".
Satán alzó la cabeza, saludó a los entrantes y preguntó sin prisas:
— ¿Qué ha pasado?
— Zhomart hizo pasar su plan en la reunión de la organización del Partido.
— ¡Qué escándalo! No ha esperado a la decisión del centro regional e ido contra la reunión general de los koljosianos. Según mi opinión, hay que reprender a Zhomart por tal cosa.
— Y según mi opinión, tenemos que agradecer tanto a Zhomart como al buró, — dijo Satán y tendió un papel que acababa de leer, a Yeszhán.
Yeszhán lo leyó, meneó la cabeza, chasqueó con la lengua y, perplejo, bajó a la silla.
— No hay por qué menear la cabeza, hay que hacer gestos afirmativos, — dijo Satán. — Es nuestro error que no hemos apreciado el plan de Zhomart a tiempo. Mira, en la carta del comité provincial se dice: "El plan de Zhomart es el inicio del auge nuevo del movimiento de koljoses". Resulta que somos culpables por haber retrasado la aprobación del plan y ahora debemos corregir nuestro error y preparar el camino ancho para este movimiento.
Zhaquip y Yeszhán estaban sentados con las cabezas muy bajas y sin decir una palabra. Al mirarlos, Satán repitió:
— Sí, la idea nueva ha vencido, y hoy, si este plan fracasa, el culpable no será Zhomart, sino nosotros. Ahora no tenemos que pensar en lo que hemos errado, sino en cómo realizar su plan. La decisión del buró de la organización del Partido tiene que ser discutida en la reunión general de los koljosianos mañana mismo. Tú, Yeszhán, convoca la reunión del presidio para hoy, y Usted, Zhaqué, vuelva al koljós lo más rápido posible y ¡manos a la obra!
Zhaquip salió silencioso. Llegó de prisa y tenía que volver con más prisa. El día era frío. El caballo cuidado corría suavemente como el mercurio fruido por la carretera apisonada, levantando, como se dice, el torbellino enfrente y dejando la tormenta detrás. Las cejas de Zhaquip se cubrieron de escarcha, las lágrimas brillaban en las mejillas. Con la gorra de zorro de tres picos colada profundo, iba por la estepa y de repente, como el grito alarmado de un camello líder de cabeza cana, tronó su voz:
— ¡Qué maravilla! Resulta que me echarán la culpa a mí si Zhomart no cumple su plan.
Cuando Zhaquip llegó a casa, Zhanat, que acababa de regresar de la escuela, estaba sentada en la habitación. Zhaquip no entró en su cuarto sino giró a la parte de su hija. Zhanat, asombrada, se saltó y le ayudo a quitar la ropa.
— Hace frío hoy. ¿Ha de estar aterido, Zhaqué? — preguntó. — ¿Le traigo la ropa abrigada?
— No, no estoy aterido, cariño, — replicó Zhaquip. — Toda esta noche te reproché en mi corazón, y mi alma se puso negra de estos reproches. Y ahora, ha vuelto a hacerse blanca. Y he venido a verte para confesar mi culpa. Resulta que lo has previsto todo, mi gavilán blanco, — y, al dar un beso a su hija, la atrajo a su pecho.
Por la puerta se asomó el charlatán Beisén. Estaba muy irritado. Una vez pisado el umbral, se puso a gritar:
— ¿Soy koljosiano o algún tipo ajeno? ¿Por qué me ataca el jefe de la brigada Baimaquén, como un gallo, cada instante? Si nuestras cuarenta casas del clan Sarmantay no pueden darle cara a él solo, el descendente ajeno de Murat, ¡qué nos expulse de nuestras tierras de una vez! Como quieran, pero ¡no voy a vivir bajo su tacón!
— ¡Tranquilo, hombre, tranquilo! En vez de calcular las orejas de Murates y Sarmantayes, mejor calcules tus jornadas de trabajo. — notó Zhaquip con sonrisa. — ¡Aquí tienes! A la menor cosa me hacen recordar de mis jornadas. Que no voy a morir de hambre aunque dejo de trabajar para siempre. De prosperar, el koljós siempre cuidará de Beisén.
— Deja tu charlatanería, — lo interrumpió Zhaquip. — Bien sabemos de tus labores en beneficio del pueblo. Mejor dime: ¿Por qué os habéis reñido?
Beisén echó una mirada a Zhanat y aquella entendió que no quería hablar en su presencia y se fue de la habitación.
— Si tienes tanta confianza en Zhaquip como en Dios, — me dijo Baimaquén, — y lo tienes por todopoderoso, ¡que tu dios Zhaquip trate de refrenar a su única hija!". Sí, me ha dicho esto, pero también yo eché mi lengua al aire. ¡Escucha, Zhaqué! — añadió Beisén, bajando la voz, — Zhanat-zhan era siempre una joven discreta, ¿qué demonio la ha tentado ahora? Todo el koljós habla de ello.
Beisén interpretó las palabras de Baimaquén a la suya; concluyó que Baimaquén aludía a las relaciones entre Zhanat y Zhomart. Y Baimaquén, diciendo "que Zhaquip primero trate de refrenar a su única hija" quería decir sólo lo que Zhanat había ido contra Zhaquip y tomó la parte de Zhomart en la reunión del buró.
— Que te lo ha dicho ya, deja de charlotear, mejor que me digas el porque de vuestra riña, — repitió Zhaquip irritado.
— Se me ha pegado: "Por qué, — pregunta, — hay poca nieve en tu parcela?" ¿Se ha vuelto loco o qué? O cree que fue yo quien ha creado la tierra, la nieve y borrascas, — ¡ni que dependiera de mí!
— Eso quiere decir que en tu trabajo hay defectos.
— Que le digo que me ha jodido ya. Dice: "Te rozas con Zhaquip". ¿Sabe cómo lo llama a Usted? ¡La piedra negra pesada, la trampa negra! ¿Cómo puedo contenerse con todo eso?
— ¡Basta! — lo interrumpió Zhaquip, perdiendo la paciencia. — Que estoy cansado del viaje, hablamos mañana, y ahora vete.
Al irse, Beisén seguía refunfuñando:
— Este Zhomart instiga a todo el mundo y, además, pretende meterse en los novios.
Al quedarse solo, Zhaquip sintió que las palabras de Beisén lo habían abrumado mucho. La verdad era que se reñía con Baimaquén a menudo, pero nunca lo oyó decir tales insultos. Cuando Zhanat entró en la habitación, entendió de una mirada al padre que había sucedido alguna contrariedad.
— ¿Qué le ha dicho? — preguntó.
— Un amigo necio es más peligroso que el enemigo sabio. — contestó Zhaquip en breve, y volvieron a la conversación interrumpida.
— Parece que el plan de Zhomart ha sido aprobado a nivel provincial, — dijo Zhaquip. — Y tanto me es difícil aceptarlo, como es imposible rechazar. ¿Qué hacer?
Al pensar, Zhanat respondió:
— El plan de Zhomart es un plan complicado, y si Usted, sin creer en ello mucho, se pone a realizarlo, puede quedar enredado. Y si Usted no lo acepta y queda solo, será culpable ante todo el pueblo. Creo que sería mejor que cambiara de trabajo ahora para no perder su autoridad.
Zhaquip la escuchaba sentado en la mecedora con los ojos cerrados como que entredurmiendo. Zhanat no podía comprender si era de verdad que se había adormecido, cansado por la noche en vela y la carrera rápida, o se había hundido tanto en sus pensamientos zozobrosos. Miraba con atención a la cara vieja y asurcada del padre, y cada surco le parecía ser una huella del camino largo y dificultoso. "El padre ha trabajado para nosotros. — pensó ella. — La generación joven, llena de energía debemos apreciarlo y cuidar".
En la habitación bien calentada reinaba el silencio, sólo de vez en cuando las contraventanas crujían del frío fuerte. El gatito abigarrado estaba jugando con su cola, intentando captarla en vano. Detrás de la puerta sonaron los pasos —Iriszhán regresó del trabajo.
Pasó mucho tiempo además, y Zhaquip abrió los ojos lentamente.
— Pues, — pronunció, — el hierro también se desgasta. Por lo visto, me he gastado también. Llevo quince años trabajando sin pensar en descanso, llegó la hora de dar paso a otros. Escribe la solicitud...
PARTE SEGUNDA
1
Los fríos crudos y las borrascas de nieve se hicieron más raros. Los días largos de marzo acariciaban con la mano templada el lomo ancho de Sariarca, el valle amarillo, que se extendió desde los Urales hasta Altay. En la falda blanca dirigida al sol de la montaña Zhauír comenzó a ennegrecer el primer lugar deshelado como un lunar en la tez blanca. La gente y el ganado, añorados por el calor y el sol, hormigueaban en la parte sureña del valle, protegida del viento. Los carámbanos transparentes estaban colgados de las cornisas de las casas.
El nuevo presidente del koljós, Zhomart, se puso hoy las gafas azules para proteger los ojos del brillo deslumbrador de las nieves. Se veía obligado a viajar mucho. Esta vez, tras el viaje a Karagandá y Temirtáu, regresaba a casa, cansado y contento. El viaje tuvo éxito. La carrera rápida del caballo gris oscuro que, meneando su crin, tiraba el trineo pequeño con ligereza por la carrera plana, la canción que salía de la boca de Zhomart y se divulgaba por la estepa — todo señalaba que él estaba alegre aquel día. Las autoridades provinciales asignaron dos camiones, dos potros de pura sangre, tres toros sementales de raza y veinticinco vacas de raza al koljós. Y cuando empezaran los trabajos de campo, prometieron dar más tractores y máquinas combinadas. Además, Zhomart obtuvo el permiso de la central eléctrica Temirtáu para tender la derivación de la línea de alto voltaje para el koljós. Para todo, era necesario cerca de medio millón de rublos al instante. Pero el koljós no dispone de tal importe ahora mismo. El año viejo acabó y el nuevo no trajo ninguna ganancia. Después de cavilar mucho y calcular, Zhomart decidió matar y vender una parte del ganado triado en Karagandá. De esta manera, el número de cabezas en el koljós no se reducía y su calidad subía. El dinero de la venta de la carne permitía a Zhomart cumplir el programa que planeó. Al calcularlo todo, Zhomart decidió que sería posible sembrar y llevar a cabo la electrificación simultáneamente. Por eso era preciso, sin divagar, preparar detenidamente todo lo necesario para la campaña primaveral difícil mientras los koljosianos estaban libres de los labores en campo. Luego, antes de la siembra, como también entre la sementera y la recolección de trigos, finalizar los trabajos de electrificación. Al hacer resumen de todas sus ideas y cálculos, Zhomart se alegró tanto como si descubriera nuevos pastos veraniegos para el koljós. Por eso su canto estaba tal alto y su canción se propagaba en la lejanía.
El jefe de la brigada ganadera Amanbek oyó esta canción. Iba al encuentro de Zhomart. Su caballo pío con el blanco en la frente era aparejada en un trineo simple. En el trineo, junto con Amanbek, iban el porquero, el viejo Baimagambet, y el charlatán Beisén.
El pío iba despacio, moviéndose los cascos indolentemente. Zhomart reconoció a Amanbek por la carrera lenta aún de lejos y frenó su caballo.
A Amanbek no le gustaba la carrera rápida. "¿Para qué abusamos los animales de tiro?" — solía decir. Y en cuanto Zhomart les alcanzó y paró, Amanbek bajó del trineo, y tras dar unas palmadas por el cuello del caballo gris oscuro de Zhomart, dio una vuelta a su alrededor. El cabalo respiraba fatigoso.
¡Vaya! — Amanbek gruñó con despecho. — No conoce el valor del sudor caballar. ¡Y no es agua!
Zhomart reía, encendiendo un cigarrillo:
— Tú me has dado el caballo que suda más de todos adrede. Y aparejaste el que suda menor de todos para ti mismo. Mira a su pío, que ningún pelo no se ha pegado.
— Si hiciste salir todo el sudor de este gris, extraerías toda el alma de mi pío. Conoces el viejo refrán: "Una vez dueño, grita a todos". Igual que tú: una vez presidente, ¿piensas que se puede ajetrear los caballos? ¿Quién se encarga de ellos? ¡Piénsalo!
— Eres tú. Sabía qué me dirías, por eso conseguí obtener dos camiones más para el koljós, — dijo Zhomart con orgullo y miró a Amanbek: ¿a ver si se alegra?
— Y ¿dónde están las vacas de raza? — preguntó Amanbek.
— Obtuve veinticinco cabezas y, además, tres toros sementales.
Amanbek se puso radiante.
— ¿A dónde vais en tropel? — preguntó Zhomart en broma.
— Al koljós "octubre" — contestó Amanbek. — Que estoy compitiendo con Badanbek. Y quiero ver cómo están sus animales de tiro.
— Y Usted, Baqué, ¿parece que no le gusta ausentarse de la casa?
— Eso es, querido, es verdad, — contestó Baimagambet. — Pero dicen que tienen cerdos de una raza especial. Pues, me gustaría verlos con mis propios ojos.
— Véalos, véalos bien, que este año nos pondremos vehemente a criar cerdos.
— Pues nada, si aseguramos el cuidado bueno a los cerdos, lo soportarán todo. Sólo piensa en su cuidado, porque nadie quiere pensar en ello sino yo. Todos esos beisenes hacen muecas de repugnancia y dicen: "Son incomibles y asquerosos". Pero ¿es asqueroso el dinero que la gente paga por su carne? Si tienen tanto miedo de pecar, ¿por qué beben vodka? ¡Ah-h, hablamos de poca cosa!
Beisén, que estaba en el trineo allí mismo, no respondió nada. Nadie sabía por qué y a donde él iba. Desde que Zhaquip se retiró del puesto de presidente, Beisén andaba sombrío siempre. Y ahora miraba de reojo a Zhomart y hacía mohines.
— Beiseke, y ¿a dónde va Usted? — le preguntó Zhomart.
— Tengo parientes de parte de mi mujer allí, y también, mis familiares viven, a verlos.
— ¡Venga! ¡Beiseke! — lo reprochó Amanbek. — Resulta que me ha engañado otra vez. Que ha dicho que va a por un asunto importante. — ¿E ir de visita no será un asunto importante?
Amanbek subió el trineo. Zhomart se rio, subió su trineo e indicó a Beisén el sitio a su lado.
— Siéntese aquí. — le dijo a Beisén. — Que tenemos cosas urgentes en el koljós.
Y Beisén se vio obligado a volver. Cuando se apartaron a la distancia del vuelo de saeta, oyeron el grito tronante del viejo Baimagambet:
— ¡Mira, que no olvides del electro para los cerdos! — recordó.
Beisén se puso a sonreír socarronamente. Cuidar de los cerdos, más proveer la electricidad a la pocilga, según su punto de vista, era una mera tontería.
— El hombre vano se queda vano para siempre aunque nade en la mantequilla, — sentenció. — Este Baimagambet tanto pastaba los cerdos por las aldeas rusas antes como lo hace ahora, mas queda el mismo tonto.
Pero Zhomart le bajó los humos:
— Entre nosotros, Beiseke, el que trabaja y brinda beneficio tanto para sí como para la patria es sensato, y aquél que no es útil para nadie es tonto. La inteligencia y la tontería se miden por la utilidad y daño que se traen a la sociedad. Por ejemplo, fíjese en Baimagambet.
— Me has acuchillado sin cuchillo, mi novio amable, — dijo Beisén y dio un suspiro profundo. — Vale, vale, ¡que sea Baimagambet sensato, y yo sea tonto, tú, sabio, y nosotros, necios.
— No te entiendo. ¿De qué novio me dices y quiénes son "nosotros"?
Pero Beisén guardaba silencio, sus labios temblaban.
Zhomart lo miró y meneó la cabeza.
Al quedarse silencioso un rato, dijo:
— Si son cosas que no se puede decir, ¿por qué las ha dicho Usted? O ¿tal vez se le ha ido de la boca?
— Sí, se me ha ido...
— Pues, ahí está la cosa.
— ¡Venga! ¡Basta ya! — no pudo contenerse Beisén. — El día de ayer mismo viniste con una sola maleta en el hombro, Zhaquip te ayudó a casarte, adquirir el ganado y el techo, y hoy no te ha dado vergüenza de echar al viejo de la cabecera y sentarte allí. Pero por lo visto, no te basta. Además, quieres coger a su única hija. En mi vida larga he encontrado a tal novio. ¡Que se me trabe la lengua, que Zhanat con Alma resulten hechizadas, si no es verdad!
A Zhomart se le puso la carne de gallina. "¡Es éste quien prende fuego entre su mujer y Zhanat, entre él mismo y Alma! ¡Aquí resulta estar el tizón que está lanzando los humos fétidos! Si no apago este tizón, puede haber un gran incendio". — pensó Zhomart. Pero sin saber cómo actuar, se ponía o rojo, o pálido y, por fin, enojado consigo mismo, dijo:
— Siempre pensaba que eras nada más que un charlatán sencillo, pero resultas ser calumniador. Pues, si quieres atraer las desgracias para ti mismo, sigue de la misma manera.
Al traer a Beisén hasta su casa, Zhomart frenó el caballo y dijo:
— Aquí tienes una tares: Recorta ocho carretas de hielo para el sótano del koljós. Vete.
Mientras aquél, moviéndose despacio, bajaba lento del trineo, el caballo acalorado por la carrera rápida arrancó y prosiguió su carrera, Beisén resbaló y rodó por la nieve consolidada. Pero Zhomart irritado ni se lo dio caso, sólo paró su caballo cerca de su casa.
De allí venían los sonidos del violín. Una nueva melodía en su pleno nacer, como un pajarillo, intentaba a subir volando en sus alas débiles, bajaba, se cortaba. Zhomart se quedó tranquilo en seguida y no se sabía porqué. Se le quitó de encima un peso. Abrió la puerta sin producir ruido, y entró en la habitación a paso cuidado. Alma, inmersa en la música, no se dio cuenta de su llegada, y él la contemplaba con tristeza. Alma bien cantaba bien se hablaba consigo misma a media voz. A veces por su cara fina y delicada corría una sombra vaga, como una ligera marejada que cubre las aguas producida por un soplo de viento. En estos instantes su voz se ponía tenso. Parecía que el manantial invisible se ponía a brotar con más intensidad.
— No hay nada mejor que la sensación. Podía ver pero no entendía. Pero ahora veo, vuelvo a ver, — bajó el violín.
— ¡Alma! — la llamó Zhomart cariñosamente.
— ¡Zhomart!
Se arrojaron uno hacia la otra.
— ¡Cuenta! ¿Con qué vienes? — preguntó Alma finalmente.
— He sacado todo lo necesario.
Alma se escurrió por entre sus brazos y se echó a bailar. Así se baila en las aldeas rusas, pero Alma no sabía por qué este baile alegre se le vino a la memoria. Hacía mucho que Alma no había estado tan alegre. Con su alegría contagió a Zhomart. Parecía haber recuperado la felicidad perdida.
— Estoy trabajando en la melodía "Kun-Shuak[xiv]". — dijo Alma. — Ha de ser una melodía completamente nueva. No contendrá ni pesar, ni despecho, ni tristeza, ni perfidia. Sólo habrá vida despejada, soleada. Su ritmo es difícil de captar; no parece a ninguno de los ritmos que conozco, no he oído nada más lindo. Ay, ¡si pudiera yo encontrarme con los compositores verdaderos!
— ¿Qué podría impedir a tal encuentro? — no tardó en contestar Zhomart. — Si los doctores no lograron a recuperarte la vista, quizá los artistas te ayuden a comprender la fuerza y la alegría de esta vida a través de la imaginación.
Alma expresó su sueño más querido, es decir, hacerse compositora y, a fin de llegar a serlo, ir a Alma-Ata para conocerse con los músicos expertos. No era la primera vez cuando sopesaba todas las circunstancias y se decía cada vez: "No. Imposible". Y ahora, después de confesarlo a Zhomart, su deseo resurgió en su corazón, y ella entendió que su sueño puede llegar a ser vida. Sin embargo, el asentimiento apresurado de Zhomart a su partida la hizo acordarse de las insinuaciones de la abuelita Damet. Y aunque Alma se decía que se entregaría a celos por nada en el mundo, los pensamientos negros se le ocurrían contra sus ganas.
— No, vamos a posponer el viaje por el momento, — dijo ella y en su voz se oyó el dolor. — Zhaquip, de verdad, está en su casa tranquilo, pero no tienes más que cometer algún error y él dirá en seguida: "Se lo he dicho ya". No te distraigas por mí, mejor pon tus asuntos en orden. Llegará la hora y me acompañaréis tú o Zhanat, que sola no encontraré camino ahora.
Pero Zhomart no se dio cuenta de las sospechas de Alma y contestó:
— No te preocupes por mí, cariño. Zhaquip no es mi enemigo. Y aunque el enemigo verdadero me agarrara por el cuello, no dejaría de pensar en tus ideas y sueños. Sí no, ¿cuánto valdría nuestro amor? Y no te preocupes de mis asuntos, que no quedo solo sino con el apoyo de mucha gente. Y tú conoces a esta gente. Están acostumbrados a trabajar. Sólo hay que encontrar a quien te acompañe.
— Se necesita una persona y también mucho dinero. Y nuestra familia aún es joven, pasaremos dificultades.
— Creo que el koljós se encargará de los gastos del viaje.
— ¿Cómo es posible?
— Y ¿por qué no? El koljós debe ayudar a sus hijos talentosos a dónde fuesen a trabajar, incluso a la esfera de artes. Y, en particular, cuando caigan en desgracia. Y en cuanto realices tu sueño, entregaré el club del koljós a tus manos. Y puedes organizar aunque sea todo un teatro de ópera.
Zhomart se levantó y pasó a la cocina. Allí, en la estufa estaba hirviendo la tetera. Damet se había ido y Zhomart preparó el té por sí mismo e invitó a Alma a la mesa.
— Llego a olvidarme por completo de mi vida estudiantil, me estoy convirtiendo en una gran señora, — dijo Alma tristemente, sentándose y palpando la mesa. — ¿Qué hay sobre la mesa ahora?
— Aquí está el pan blanco, la mantequilla. Mermelada, azúcar, bombones, galletas — hay de todo. Incluso una botella de oporto. Y aquí tienes entremeses.
— ¿Qué entremeses?
— El chorizo de los favoritos de Baqué.
— ¿Y el vinegret?
— Perdona, ya te lo traigo.
— Zhomart se levantó, trajo el plato con vinegret y lo puso encima de la mesa. Al colocarlo todo enfrente de Alma, la atendía como a un niño.
— ¡Qué feliz estás, Zhomart! Me puedes ver. ¡Ay, si pudiera yo mirarte aunque una sola vez! — dijo Alma.
Zhomart no pudo contestarle nada. Mientras Alma echaba de menos la cara de Zhomart, Zhomart también llevaba mucho tiempo con gana insoportable de sentir la mirada inteligente, cariñosa y penetrante de sus ojos claros. Zhomart junto con los médicos hacía todo lo posible para devolver esta mirada. "La ciencia ha creado muchas maravillas, pero es incapaz de volver a encender la luz de estos ojos" — pensaba Zhomart con el corazón oprimido. Las palabras no le venían de la boca, Alma entendió su estado.
— Tienes la lengua pegada al paladar. — se rio ella. — Pero no te pongas triste en vano. A pesar de todo, yo te veo. No sólo te veo a ti sino todo el mundo soviético. Las ondas del mar pueden derrubiar la roca de granito, pero la imagen de nuestra vida bella no puede ser lavada. Me han mostrado el mundo y sólo después privado de los ojos. No obstante, no me quedo contenta conmigo misma, no puedo con "Kun-Shuak".
La abuela Damet regresó. No se sabía dónde había estado y qué cosas había escuchado, pero fruncía mucho las cejas. Saludó a Zhomart con reserva, se sentó a la mesa e intervino en la conversación inmediatamente.
— ¿Habrá llegado Zhanat?
— No, abuela, no ha llegado, — contestó Alma.
— Ya no frecuenta aquí, que por lo visto, se ha ofendido por el honor de su padre.
— Si Usted, abuela, la echa de menos, vamos a invitarla, que también quiero verla mucho.
— Ay, ¡santa simplicidad!, cariño mío. — alargó la vieja con aire significativo.
Alma y Zhomart habían empezado a entender sus insinuaciones ya desde hacía mucho. Escondían sus conjeturas uno de la otra y preferían guardar silencio. Zhanat, a fin de acabar con los chismes, empezó a visitar a Alma rara vez y trataba de ver a Zhomart cuanto menos. No obstante, esto no funcionó. El charlatán Beisén y la abuela Damet no los dejaban y seguían propagando los chismes.
Al darse cuenta de los humores malos de la vieja, Zhomart dijo que tenía cosa por hacer y se fue.
Al llegar a la administración, en seguida pidió al secretario que le llamara al contable del koljós.
— ¡Que traiga el registro de las jornadas de trabajo consigo! — gritó Zhomart a espaldas.
Estaba acostumbrado a moverse mucho y ahora sentía cuerpo como rígido de haber pasado mucho tiempo en el trineo y, más tarde, a la mesa en casa. Se puso a andar por el despacho para desentumecerse.
En el despacho entró el contable Aidar, ajetreado, con la carpeta de papeles gorda bajo el brazo. A primera vista, parecía desenvuelto, pero de mirarlo mejor, no era difícil notar cierta vigilancia intranquila en sus ojos. Saludó a Zhomart oficiosamente y, mientras preguntando del viaje, empezó a poner sus papeles sobre la mesa.
— ¿Ha sido un viaje feliz? — decía, encorvándose. — ¿No estará de buen humor, no será por estar enfermo?
— ¿Mucho tiempo ya lleva aquí trabajando? — el presidente interrumpió la cadena de las preguntas.
— Tengo tanto el pelo como la barba canos ya. Ya llevo aquí doce años y pico.
— ¿Tiene la graduación en la contabilidad?
— No, querido mío, practicando, todo practicando. Antes, trabajaba de escribano en la dirección de volost, así ganaba más o menos el pan. ¡Pero sólo ahora se han abierto mis ojos!
— ¿Verdad que ha cursado los estudios en una escuela secundaria?
— Sí, querido mío. — dijo Aidar, sonriendo servicialmente. — Eran tiempos cuando los chicos kazajos eran llevados a fuerza a estudiar en las escuelas rusas. Bien sabido que los hijitos de los bayes no iban. A su vez, mandaban a los hijos de los pobres, y yo entre ellos.
Fui a estudiar llorando, pero ahora estoy riendo de alegría.
Aidar estaba contando cosas absolutamente diferentes a las que Zhomart quisiera saber. En la época de Zhaquip las cosas estaban así: si Aidar dijo algo, nadie se atrevía a contradecirle. Para un ratón no hay nada terrible que un gato. De la misma manera, para Zhaquip no había nadie más sabio y letrado que el contable. Si Aidar decía "Es ilegal", Zhaquip no se atrevía ni a abrir la boca. A pesar de toda su experiencia, Zhaquip se sentía impotente ante cualquier papel con cifras. En tiempos de Zhaquip, a Aidar se le daba buena vida y él se destrozaba por apoyar al viejo presidente. Desde los primeros días de su trabajo en el koljós, Zhomart veía el contable manejar al presidente y a penas se contenía para no intervenir en sus relaciones. Pero ahora lo hizo amblar a Aidar. Aidar que había visto mucho en su vida, se hizo caso del carácter severo del nuevo presidente en seguida y ahora trataba de huir, como un lobo viejo, borrando sus huellas.
— La riqueza de los koljosianos es sus jornadas de trabajo. Por eso quiero ver cómo se registra el trabajo, — dijo Zhomart y tomó la carpeta de las manos del contable.
Los ojos de Aidar se pasaban de los papeles a Zhomart y al revés sin poder parar.
— Pues, el trabajo se contabiliza bien, — notó Zhomart al cabo de un rato.
Aidar se puso radiante de alegría. Pero su alegría no duró mucho. Zhomart subrayó una línea con el lápiz rojo y puso un signo de interrogación grande a su lado. Aidar se inclinó a la mesa y se puso pálido al ver a que se refería el signo interrogativo. Este signo estaba junto al apellido de Beisén. El signo de interrogación le pareció a Aidar una porra robusta que le pegó por la cabeza.
— ¿Es correcto este asiento? — preguntó Zhomart y echó una mirada escrutadora al contable.
— Debe de ser correcto. Sí, sí es correcto.
— Traiga, por favor, los documentos principales.
Aidar se fue a por los documentos obedientemente. ¡Pero fuesen cuales fuesen los documentos que él trajera, era imposible justificar las jornadas de trabajo registradas para Beisén! Según los registros de Aidar fueron anotadas muchas jornadas para Beisén. Pero Zhomart sabía bien que Beisén no había trabajado ni un mes entero de los tres meses del año nuevo. Que el kan se volviera un palo y el biy[xv] se convierta en un mazo, como dice el refrán antiguo kazajo, y eso no podría persuadir a Zhomart creer a Aidar. Y cuando Zhomart estaba sentado, entregado a la reflexión en espera de Aidar, le empezó a revelarse la verdad del refrán viejo: "Un robo descubre al otro". A lo mejor este Aidar azuzaba a Beisén boquiblando, y Beisén a azuzaba a la abuela Damet, y la abuela echaba leña al fuego entre Alma y Zhomart: "Tal vez este Aidar dulce haya dejado colgado a Zhaquip muchas veces" — pensó Zhomart, convenciéndose cada vez más en la justeza de sus observaciones.
Entró Aidar, rojo y sudoriento. Trajo los documentos principales. Eran los papeles tachados, corregidos, arrugados. Era imposible determinar quién los había corregido y tachado. Una cosa era evidente: eran falsificados.
— Toda la información me fue entregada por el jefe de la brigada y los contadores. Me he hecho cano mientras conseguí orientarme en esta confusión. — dijo Aidar obedientemente.
Zhomart se puso a reír a media voz.
— Quizá Usted mismo se haya confundido, orientándose en esta confusión, ¿no?
— No, querido mío, no me he confundido. Nadie ha encontrado ningunas imperfecciones en mis informes en treinta años. Zhaquip me conoce muy bien.
— También empiezo a conocerle a Usted. — dijo Zhomart y cerró la carpeta con los documentos en el cajón de su escritorio. — Está libre, puede irse.
— Libre, dices, querido mío.
— Sí, libre, absolutamente libre. El koljós ya no necesita sus servicios.
Aidar no preguntó nada más. Zhomart quedó callado también.
2
Zhaquip estaba acostado en su cuarto. Recostado en el cojín, estaba leyendo un periódico. Pese a su edad, Zhaquip podía leer sin usar gafas aún. En la mesita baja que estaba enfrente de su cama, en el tazón espumaba la cerveza casera. Zhaquip hacía unos sorbos de vez en cuando. El sol iluminaba la cama niquelada fuertemente, y por eso en el cuarto había más luz y confort.
Zhaquip puso el periódico a un lado y se frotó los ojos.
— ¡Iriszhán! — llamó a su mujer en voz alta.
Iriszhán que estaba en el cuarto vecino todo el tiempo, acudió callada a la llamada.
— Y ¿por qué no viene nadie a vernos hoy? — preguntó Zhaquip. — ¿Han muerto todos o qué?
— ¡Vendrán! No sé quién, mas Beisén vendrá sin falta. — dijo Iriszhán.
A este instante se abrió la puerta de entrada.
— Y aquí está. — añadió ella sonriendo.
Pero no fue Beisén, sino el guarda Mamet. Se quitó las botas de fieltro, el abrigo de piel y entró, descalzo, llevando la chaqueta, en el cuarto a donde Zhaquip. La barba del viejo Mamet era rala, la cara, enjuta como un árbol seco, y andaba encorvado. Al verlo, Zhaquip incluso se rio del placer.
— ¡Oye! ¿Qué es eso? ¿No te ha despojado algún fulano? — bromeó.
— Aquí tienes, si uno entra vestido, dices "¡qué desorden!" Y si uno se quita la ropa, lo llamas despojado.
Y tú, ¿por qué tumbado? ¿No te ha aturdido algún fulano con un porrazo? O ¿a lo mejor has dado un niño a luz? ¿Qué tumbón es ése?
— Me da la gana — me acuesto, me da otra — me levanto, estoy libre aquí. He traído mi aúl a los pastos veraniegos. Ahora, aunque des con un mazo toda la noche, hables con tu lengua todo el día, Zhaquip ni se mueve un dedo.
— ¡No te pongas presuntuoso! De toda forma, no llegarás a ser Nurmagambet el Soberbio. Mi mazo es el terror para todo el koljós. Gracias a mi herramienta, el enemigo no podrá asaltarnos por la retaguardia, ni atacar de frente. Y mi lengua es una lanza aguda de dzhiguit. Mejor, dime: si nuestro Zhaquip es tan fuerte, ¿por qué lo hizo Zhomart flojito medir el suelo? Si Zhaquip es tan potente, ¿por qué no le dará su regordeta un hijo más? — dijo Mamet y, al echarse a reír, dio a Zhaquip una dedada en la barriga.
— ¡Oye! Barbilampiño, ¿por qué te regodeas? — dijo Iriszhán.
— Sí, me regodeo, parece a esto... — dijo Mamet y se puso sombrío. Y en efecto, Mamet no estaba para fiestas. Era de la misma edad con Zhaquip y su amigo íntimo. Desde niño los dos crecieron juntos, vivieron muchos años difíciles. Se confiaban uno a otro sus secretos grandes y pequeños que no eran para compartir ni con sus mujeres. Y a veces, sentados enfrente del granero del koljós durante las noches largas, uno decía al otro: "Quedan pocos coetáneos nuestros". Una vez dicho esto, sus conversaciones se hacían especialmente largas e íntimas, como si estas palabras aseguraban un acuerdo silencioso — pasar el resto de días como amigos. Cuando Zhaquip fue electo presidente del koljós, Mamet estaba tan alegre como si lo honraran a él mismo. Al hacerse presidente del koljós, Zhaquip encargó a Mamet, como persona sumamente segura, guardar las riquezas del koljós.
En toda su vida larga los amigos no se riñeron en serio, pero se pinchaban a menudo, se daban mordiscos como los camellos jugando.
Pero ahora Mamet se sentía incómodo. "¿No me he excedido?" — pensó. Según su opinión, Zhaquip fue muy ofendido por ser destituido del puesto de presidente. "Tanto los amigos como los enemigos se conocen en malos tiempos" — pensó Mamet y se compadecía de su amigo de todo su corazón.
Al echar miradas a Mamet callado, a Iriszhán triste, Zhaquip se dio cuenta de sus pensamientos. Pero no tenía ganas de abrir su corazón ante ellos, y fingió no hacerlo caso.
— En vez de chacharear, tómate unos "pedazos secos" de mí, — dijo y empezó a poner las damas en el tablero. — Y tú, vieja, cocina carne para distraer su lengua de la charla, — añadió en broma.
Zhaquip y Mamet eran maestros expertos en las damas. La verdad era que llevaban mucho sin jugar, y ahora que si uno que si otro desacertaban. Pero tras dos primeras partidas, la vieja destreza volvió.
— ¡Anda, juega! — repetía Zhaquip.
Pero Mamet parecía estar en un apuro. Su mirada paró y tiraba su barba rala.
— A lo mejor duermo mientras estás pensando.
— ¡No te ríes! El burlón se propone romper la roca, en cambio se rompe su cabeza.
— Cuando me río de ti, siempre tengo suerte.
— Pues, si es verdad, ¡tómate! — dijo Mamet e hizo un paso del lado derecho.
Zhaquip dio a Mamet la posibilidad de coger un par de damas y, luego, empezó a coger las damas una tras otra.
— Una, dos, tres, cuatro, cinco, — estaba contando, dando golpes con las damas.
— ¡Caray! Tómalas, pero no cuentes, ni golpees, — dijo Mamet y recogió las damas.
Zhaquip estallaba de risa.
De repente, en el cuarto entró corriendo Beisén. Cuando estaba furioso, empezaba a tartamudear. Y ahora, ahogándose con saliva y escupiendo, vociferaba:
— Me ha p-pegado, p-pegado, r-revolcado en la n-nieve, a-a-rrastrado tras el trineo. ¡Me matará algún día!
Iriszhán y Zhanat llegaron corriendo a su griterío.
— Beiseke, ¿quién te ha pegado? — Zhanat se echó hacia él.
— El nuevo presidente, el presidente autoritario, el presidente astuto. ¡Me matará algún día! Dejadme, que voy a morir de sus manos.
— ¡Espera! — Zhaquip le alzó el grito. ¡Qué se lo lleve el diablo! Morirme, sí, morir. Y ¿por qué no tienes cardenales después de tanta tunda?
— ¡He aquí! ¡Uno no tiene crédito, no lo tiene! No ha dicho en vano: "A ver cómo tu Zhaquip te defenderá". Dios sea mi testigo, es pura verdad.
¿Dónde os encontrasteis y por qué te pegó? ¡Anda! ¡Explica!
Amanbek, Baimagambet y yo íbamos al koljós "Octubre". De repente, él acudió a nuestro encuentro, como un diablo, y me llevó consigo a casa. Y en cuanto llegamos al río, empezó a pegarme, arrastró tras su trineo y, luego, me empujó a rodar por el talud. Rodé hasta el mismo río y quedaba allí inconsciente cerca de media hora. Pero no es todo. Lo más ofensivo era que me hubiera ordenado recortar ocho carretas de hielo.
— E-e-eh... Resulta que está es la causa del escándalo. — dijo Zhaquip.
— No es eso. No. "¿Apoyas, — dice, — a Zhaquip? ¿Quieres atraer la desgracia?"
En el aúl no había peleas durante mucho tiempo ya, y por eso este caso sorprendió a todos mucho. El vejo Mamet, sin saber creerle a Beisén o no, concluyó:
— Si todo es verdad, no fue un ataque contra Beisén sino contra Zhaquip. Pero, primero hay que enterarse bien a no sea que aticemos el incendio de esta chispa.
Zhaquip y Zhanat guardaban silencio, con los ojos bajos, Iriszhán suspiró ligeramente y dijo:
— ¡No nos dejan vivir tranquilos!
Beisén seguía denigrando a Zhomart:
— Está rabiando por ti, Zhanat-zhan[xvi], — echaba gritos, pero Zhaquip le paró en seguida:
— Bueno, ¡basta ya! Que existen las leyes para los violadores, y habrá una rienda para un desenfrenado. ¿Por qué te lanzas contra Zhanat? Déjala en paz.
Pero en cuanto al cuarto volvió el silencio, alguien llamó a la puerta. En los aúles kazajos todavía no se había establecido la costumbre de llamar a la puerta antes de entrar, y esta llamada dio a entender a todos los presentes en seguida quién era un nuevo visita. Sólo Aidar llamaba a la puerta siempre, y, en efecto, era él. Aidar entró en el cuarto despacio, se sentó sobre la silla con cuidado y saludó a todos de una manera algo corta e indolente. Por su cara sombría, todos entendieron que sus noticias que trajo tampoco eran buenas.
— ¿Ha llegado Zhomart? — preguntó Zhaquip.
— Ha llegado, — refunfuñó Aidar.
— ¿Qué noticias trajo?
— Dicen que se propone vender quince cabezas del ganado de cuerna y quince cerdos.
Zhaquip abrió desmesuradamente sus ojos normalmente entrecerrados. Siempre se destacaba por lo reservado que era, pero ahora, al oír tal novedad, sintió como si le recortaran un trozo de carne viva. Aidar sabía con qué se podía tocar a Zhaquip a lo vivo.
— Quiere decir que los bienes que hemos recogido migaja a la migaja empezará a gastarse por brazadas. — dijo Zhaquip y frunció el ceño.
Mientras tanto, Aidar arrancó otra centella de la piedra de lumbre.
— ¡Si por lo menos los bienes solos se gastaran, y no fuera que la gente no se quedara!
— No me embrolles, habla sin rodeos: ¿qué pasó más?
— Me ha echado hoy del trabajo. Y mañana, me entregará junto con Beisén a los tribunales probablemente.
— Debe de haberse vuelto loco, — dijo Zhanat en voz baja.
"Zhomart, Zhomart sensato, con su carácter bondadoso, se empieza a parecer poco a sí mismo. ¿A lo mejor no es verdad? Pero, ¿qué motivos tienen para decir mentiras?"
Todo esto no se le encajaba en la cabeza de Zhanat. Se deslizó por la puerta y quería ir en seguida a casa de Zhomart, pero, al volver en sí, se dirigió a las oficinas. A partir de que Zhomart se hizo presidente del koljós, Zhanat estaba del secretario interino del buró del Partido. Y ahora decidió reunirse con Zhomart e investigar lo pasado.
Al ver la cara de su hija cambiarse, Zhaquip entendió n seguida a donde se fue. ¡Ay, si pudiera entender qué tipo de gente lo rodeaban en aquel instante!
¿Pueden los viejos entender a los jóvenes? ¿Pueden aprender las nuevas canciones o seguirán virando a sus coplas? Sin embargo, estaba pensando en otra cosa. El viento glacial del chisme destruyo su paciencia.
— Los tendones se me anquilosan, la sangre se me hiela, me he aguantado mucho, no quiero más. Dejo de ser la barrera en vuestro camino, no os voy a atar las manos, parientes. Dónde se necesiten mis palabras, defenderá la verdad. ¡Iros, qué se cumplan vuestros deseos!
Beisén estaba desorientado por no poder entender qué quería decir Zhaquip. Aidar lo entendió perfectamente y, con la cabeza alzada, salió llevando a Beisén consigo. Mamet quedó callado para un rato y dijo preocupado:
— ¡No pases de la raya, Zhaquip!
— Ya no se trata de mí esta vez. El ganado se malbarata, aguantarlo sería un delito. El koljós era tranquilo como leche cuajada buena, rico, inmune, y él haya turbado a todos. Es hora de intervenir. No me digas que es por protervia, ofensa, — aquí huele a sabotaje. ¿Te has olvidado de que los saboteadores mataron nuestras ovejas bajo el pretexto de inseminación?
Las damas quedaron abandonadas, las bromas no se les ocurrían. El ruido causado por Beisén y Aidar estropeó el humor de los viejos amigos. Toda la verbosidad de Mamet desapareció como por encanto. Comieron en silencio y Mamet se fue a casa también.
Zhaquip se vistió y salió fuera. A paso lento, respirando con dificultad como por sí solo si hubiera apagado un incendio, subía Zhaquip el cerro Sirgabay. El sol ya se inclinó para el poniente cuando él alcanzó la cumbre. Todo el aúl se extendió ante Zhaquip. Cada sonido le llegaba claro en el silencio vespertino. He allí venían tres mozos, alborotando toda la calle. En su medio había el hijo del carpintero Pajriy que tocaba el acordeón, el tractorista Toquén lo acompañaba cantando y el operario de la máquina combinada Kolia bailaba con gallardía. Llegaron hasta el club y otros jóvenes se juntaron con ellos allí. Todo el aúl conocía a estos mozos, daban cierto tipo de conciertos gratuitos a la intemperie por las tardes a menudo, repitiendo lo mismo que habían visto en el club. Los padres de los tres eran viejos koljosianos trabajosos, compañeros fieles de Zhaquip.
— De niños que se revolcaban en sus cunas no hace mucho ha crecido buenos mozos. De las casas separadas, desparramadas como las guijas del río, ha crecido el koljós fuerte. ¿Qué más quiere Zhomart? — dijo Zhaquip en voz alta y echó la mirada a su alrededor.
El aúl koljosiano le parecía un lago grande cubierto de junco en medio de la estepa, y las voces regocijadas de los jóvenes lo hacía recordar a los gritos de cisnes sobre el lago.
Era la imagen favorita del viejo cazador. No había nada más bello para él que el lago entre junco, y nada podría ser mejor que el koljós "Amangueldí".
Al observar desde la cumbre del cerro todo lo que el ojo abarcaba, Zhaquip quería ya bajar cuando se le acercó Zhanat.
Acabo de hablar con Zhomart. — dijo ella. — Resulta que estos chafarderos han armado todo el ruido injustamente. Han encontrado robos, Aidar es culpable de todo, Zhomart quería entregarlo a los tribunales en seguida, pero se lo he disuadido. Primero, hay que investigarlo todo y, si él resulta ser ladrón en efectivo, juzgarlo.
No se lo contó todo cuando Zhaquip le volvió las espaldas e interrumpió:
— No quiero oír nada. Si se han vuelto ladrones ahora, antes tampoco tenían las manos atadas. ¿Por qué no robaban antes? Zhomart debe de pensar que Aidar tiene antecedentes malas. Entonces, escucha lo siguiente: En sus tiempos, Aidar descubrió los manejos criminales del contable anterior. Por eso lo empleé para este trabajo. En trece años que trabajó conmigo había muchas revisiones y comprobaciones, y nunca han encontrado defectos en nuestro trabajo. Beisén no tiene fama de un trabajador aplicado, y lo sabe todo el mundo. Sin embargo, la mano tiene cinco dedos y son todos diferentes, pero el hombre los necesita todos. Es fácil echar y hacer perderse a uno, mas que alguien intente a formarlo y poner en la misma fila con los hombres buenos. Mi pelo se me ha hecho cano de estas preocupaciones. Y Zhomart se alegró de haber pillado a un enemigo en sus narices y tan fácil. Y si toda esta gente fuesen enemigos y si tu Zhaqué de verdad lo mediera todo con el patrón pequeño y tiraba para atrás, ¿habríamos conseguido llevar el koljós a tanto respeto y riqueza? Pues, ¡vaya un ojo de Dios! Y tú, mi hija, avergüénzate: lo miras todo con los ojos de él. Como se dice: "Si ves a tu padre ser robado, despabílate, hurta". Está bien, ¡qué se cumplan tus deseos!
La ira de Zhaquip parecía ser inmensa. Empezó a bajar el cerro a paso grande y rápido.
Zhanat siguió su padre. Buscaba y no encontraba las palabras para persuadirlo en que Zhomart tenía razón. Ella entendía que el padre no aceptaría sus caricias y no daría oídos a sus palabras en aquel instante. "Sólo ahora me he enterado de que estás devota a Zhomart, pues, lárgate de mí" — eso fue lo que percibió Zhanat en sus palabras bruscas. Por supuesto, ella quería decirle la verdad a su padre, abrirse ante él y hablar sinceramente, pero no pudo hacerse hablar de esto.
Al llegar a casa tras su padre, Zhanat invitó a su madre para hablar. Iriszhán entró en su cuarto. La vieja estaba más pálido que un muerto.
— ¿Qué pasa. hija mía, qué pasa?
— Nada, mamita, nada. ¿Por qué te has asustado tanto?
— En un enigma para mí misma, cariño.
Cuando Iriszhán se tranquilizó un poco, Zhanat empezó una conversación con cautela.
— Dime, mamá, ¿soy adulta ya?
— Claro, cariño.
— Dime, ¿qué testimonios hay que soy adulta?
— Cuando me hice adulta, me entregaron a tu padre. Luego, Dios me te dio a ti. Tú misma ves ahora cómo soy...
Zhanat miró a la madre con cariño y sonrió.
— No es eso que te pregunto, mamá. Pues, aunque soy mujer, pero quiero llevar los asuntos de hombres. Dime, ¿soy capaz?
— ¿Cómo que no eres capaz? Con tal que estés viva y sana. Eres mi tesoro.
— Mamá, ¿qué hacer si el tesoro lo ensucian con el lodo?
— ¿Quién se ha atrevido a ensuciarte? Sólo tienes que decirme, y voy a limpiar mi tesoro hasta que brille en un instante.
— Entonces, no dejes a Beisén y Aidar acercarse a nuestra casa. De tocar hollín, ninguno puede quedarse limpio. Ahora he oído a Zhaqué decir tal cosa que nunca he pensado oír. En mi vida he estado tan apesadumbrada. — añadió Zhanat con tristeza y calló.
Iriszhán sintió su corazón estallar de pena e ira. Recordó las insinuaciones maliciosas de Beisén, y en aquel instante sólo entendió qué pasaba.
— Pero ¡qué perro ladrador de él! — soltó un grito y se pellizcó la mejilla. — Pero ¡qué sinvergüenza! ¡¿Cómo se atrevió a difamar a mi nena?! ¡Espera! Que vas a recibir lo merecido. Y ¿qué pasa a nuestro Zilkará? Que antes nada pudo hacerlo perder los estribos aunque una roca cayese a su lado. Se ha vuelto loco, por completo, se habrá vuelto loco. ¡Dios mío! Y ¡¿qué ha hecho Aidar?!
— Es él quien ha causado toda esa desgracia, — dijo Zhanat. — Sólo, tú, mamá, ¡no te pongas así! Como que siempre eras paciente, aguanta ahora también. Vamos a pensar, mejor, en cómo hacerles perder el hábito de ver al padre.
— Y ¿cómo hacerlo?
— Zhaqué está cansado del trabajo continuo de muchos años. Sus ojos están tan acostumbrados a lo que le rodea todos los días que ya no es capaz de darse cuenta de nada y distinguir entre lo malo y lo bueno. Y el mundo es amplio. ¡Qué mire otros sus rincones! Tiene muchos viejos amigos en Alma-Ata con los que no ha visto por siglos. Son toda gente respetable y podría consultarles. Estoy segura de que lo verá claro todo como está después de hacerlo.
Durante un largo tiempo aún estaban hablando la madre y la hija sentadas en la penumbra. Y sin encender la lámpara. Sonó de repente una voz:
- ¿Dónde está Zhaquem?
Zhanat y Yryszhán se estremecieron. La voz repetía:
- ¿Dónde está Zhaquem? ¿Quién está en casa?
- ¡Alma, Alma! – exclamaron las dos con alegría y se echaron a la visitante.
Hacía mucho tiempo ya desde que Alma había visitado la casa de Zhaquip.
- ¿Veniste sola? – la preguntó Zhanat.
- No, la abuela me acompañó. Llevadme a Zhaqué, – pidió.
- Ven primero a mí, – Zhanat la llevó a su habitación.
Allí ella le contó en voz baja a Alma sobre lo que había decidido con mamá, y añadió:
- Tú le recomiendas a él este viaje, y nosotras te vamos a soportar.
Se oyó de la habitación vecina la voz de Zhaquip:
- Si es verdad que Almazhán está aquí, voy yo mismo a saludarla.
Zhaquip salió y al tocar la frente de Alma le dió unas palmadas en el hombro. Entornando los ojos como si estuviera mirando al pasado lejano, él dijo con voz suave:
- Solía llevarlas dos en los brazos y repartir un confite entre vosotras dos esperando que los corazones vuestros serían como este confite, dulces y unidos. “La muerte vendrá, alguno de nosotros va a morir, y entonces el que sobreviva va a cuidarse de ellas dos. Como de las niñetas de sus ojos”, – solíamos decir tu padre y yo, Almazhán.
Y hemos cumplido lo prometido. Y ahora vosotras teneis que llevar vuestra amistad a través de todas las pruebas.
Al conocer sobre los rumores, Zhaquip no sólo sufría porque no le gustaba Zhomart; más que nada en toda esta historia lamentaba por la pobre Alma. Creía que sólo una persona muy cruel podría ofenderla en su situación presente. En aquel momento tampoco dijo directamente todo lo que tenía en el alma, pero las palabras suyas le pegaron a Zhamat directamente en el corazón. Ella empujó un poco a Alma pidiéndola comenzar la conversación.
- ¿Zhaqué, sabe usted por qué he venido acá? – dijo Alma. – Yo lamento porque he perdido mis ojos, y usted lamenta porque tiene su corazón envuelto en unos pensamientos negros. Y por eso pienso: ¿qué si viajemos usted y yo, para desapolillarse, refrescarse, ver el mundo?
Zhaquip no contestó nada, y Yryszhán continuó:
- Ahora él no está como estaba antes, Almazhán, se está haciendo mal. Pero él tiene que ir, para curar estos, como se llaman, ¿nervios o qué?
- Tienes razón, Alma, – dijo Zhanat, – hace tanto tiempo que Zhaquem está aquí sin salir de nuestros lugares, pero el mundo es amplio. Si Zhaquem fuera a visitar Almatý, ¡cuánto placer se lo daría! Le hace falta mirar la capital y encontrarse con los viejos amigos.
Primero, mientras escuchando a las chicas, Zhaquip se obstinaba en permanecer callado. Por fin no pudo contenerse, cabeceó y dijo chasqueando la lengua:
- No estoy para pasear cuando en el aúl se hizo todo desordenado. No puedo desamparar los bienes creados por mis manos. Mientras mangonean en el koljós personas con miras superficiales como Zhomart...
Entonces Zhanat no soportó más y se levantó de su sitio; ora se ruborizaba ora se ponía pálida. “Si por terquedad el padre impida el cumplimiento del plan nuevo, eso va a perjudicar no sólo el koljós, pero a él mismo también”, – pensó ella y dijo directa y sinceramente:
- Usted es prudente, mi Zhaqué, pero se está enredando más y más. Usted no quiere entender ni aceptar el plan nuevo. Tendría que haberse dominado y mirar cómo este plan se realizaría, pero para eso no tuvo usted paciencia suficiente. Sería mejor que se fuera para algún tiempo.
Se arrodilló cerca del padre que estaba sentado sobre una tarima y puso una mano sobre su hombro. Una lágrima cayó por su mejilla. El viejo seguía callado obstinadamente. Yryszhán no se contuvo:
- ¿Te hiciste una piedra? ¡Que Zhanatzhán está llorando!
Alma se acercó a Zhaquip por otro lado y también le puso una mano sobre su hombro.
- ¡Zhaqué! Dos niñetas de sus ojos llamó usted a Zhanat y a mí. Yo también le pido lo mismo que pide ella. Yo sé, le es difícil a usted. Aún así, vamos a intentar: vamos a darles rienda suelta para hacer lo que consideren correcto, – ¡a ellos dos, los más próximos para nosotros! – dijo Alma con imlicación a Zhanat y Zhomart.
Tuvo Zhaquip en su alma una lucha larga. Por fin, después de un silencio persistente y penoso, habló:
- «Si uno es pobre y desnudo, aún así tiene su familia, sus amigos», – dijo Abay. Tú también eres mi hija, Almazhán. Vale, yo iré a Almatý. Por lo visto, mi vieja tiene razón: mis nervios están desordenados, necesito un paseo, – sonrió Zhaquip. Así dijo en voz alta, pero en lo hondo de su corazón tenía una idea secreta: «Iré a Almatý y desdé allí intentaré de vencer a Zhomart».
3
La reunión de la junta directiva con los activistas comenzó a las siete de la noche. Zhomart habló brevemente. No tuvo que debatir con Zhaquip: éste se había ido con Alma unos días atrás. Sin embargo, inesperadamente el jefe de brigada Baymaken se puso a oponerse a Zhomart. Él dirigía la reunión y tomó la palabra en seguida después del reporte.
- Te salió flaco todo eso, – decía dirigiéndose a Zhomart. – Podemos hacer durante este mismo año la rotación de cultivo y realizar en un año todo el «plan grande» tuyo, Zhomart. Sólo tenemos que abarcar esta tarea con toda la seriedad. Cinco personas – y antes que nada Aydar y Beisén – deben ser enjuiciadas. No puede haber lugar en el koljós para los ladrones y perezosos. Necesitamos una labor honesta y útil, necesitamos disciplina férrea. Nuestro plan es igual a un ser vivo. Si lo desmontemos por elementos y los distribamos por unos cuantos años, nuestro plan se morirá. Voy a decir sinceramente: hoy Zhomart mostró liberalismo y conformismo.
Dos voces interrumpieron a Baymaken casi al mismo momento.
- No hace falta exagerar – dijo el estajanovista Isjak.
- Todo eso no tiene fundamento, – añadió Amanbek.
Pero Baymaken vehemente fue apasionado por estas palabras. Sin poder quedarse sentado, empezó a dar vueltas por la habitación agitando las manos.
- El poder soviético pronto va a cumplir treinta años. A lo mejor os parece que treinta años es un plazo corto, pero tenéis que recordar que ellos avanzaron en trescientos años la historia del nuestro país. Ya hemos hecho el primer paso al comunismo. Y aquellos que no pudieron seguir estos ritmos pensaban lo mismo que vosotros, y les daban ganas de frenar. Yo sí que sé muy bien qué es la posibilidad y qué es la realidad. Y vosotros por lo visto habéis olvidado qué milagros hacía nuestra gente en los días de la Guerra Patria. Nuestras posibilidades son nuestra voluntad que hincha la vela como el viento. Pero esta voluntad tiene que ser dirigida por la disciplina férrea. De nuevo se juntan en el horizonte las nubes amenazantes de una guerra. Y en el trabajo necesitamos ahora los ritmos de guerra y la disciplina de guerra.
Zhomart tocó la campanilla y dijo:
- No se debe amenazarnos de guerra, habla de lo esencial. Te quedan sólo dos minutos.
Baymaken pidió darle más tiempo, Zhomart no contestó, y Amanbek dijo:
- De todas formas no podrás decirlo todo en los debates. Sería mejor preparar un informe. Y entonces te vamos a escuchar.
- ¡Eso es amordazamiento! ¡Amordazamiento! – gritó Baymake y se sentó.
Isjak. No se puede pasar a la vez a la rotación de cultivo forrajero: es una cosa difícil. Hay que pasar poco a poco, así como lo dijo Zhomart. Y en cuanto a los estajanovistas, si estemos vivos, vamos a sobrecumplir el plan.
Amanbek. Baymaken muy bien sabe regañar a todos, pero la lengua no tiene hueso, se suelta rápido.
Baymaken. Ya conozco a vosotros. Aquí en la reunión todos sabéis dar consejos.
Amanbek. Entonces te aconsejaré el siguiente: no trepes al muro, o te sacarás sucia la cara. Y en cuanto al informe de Zhomart, no tengo nada que añadir, a excepción de que las vacas de raza las necesitamos pronto. Desde mañana voy a dirigir a la ceba el ganado destinado para venta por Zhomart.
Baymagambet. ¡Oh, los pecados humanos! Que no se dijo ni una sola palabra sobre los cerdos. Y los cerdos también pueden ser de razas diferentes. Y cada una requiere tratamiento especial. ¿Cuándo ya van a instalar la electro para los cerdos? Además, hay que comprar cerdos de la mejor raza, la nueva. Dádmelos, y ya sé como tratarlos.
La última en intervenir fue Zhanat:
- Antes que nada voy a hacer un alto en la intervención del camarada Baymaken Adambékov. Él decía que una posibilidad es nuestra voluntad que parece al viento que hincha la vela. Pero si eso dependiera de mi voluntad, yo cubriría con koljoses todo el mundo, ¡e incluso echaría a la luna las semillas de la vida koljosiana! Pero no tenemos esa posibilidad todavía. Y entonces resulta que nuestra voluntad se rinde a nuestras posibilidades. Entonces ella, como una vela, necesita la dirección. El tiempo bien calculado, el control y el trabajo empeñado lo determinan todo. Y camarada Adambékov desecha las dos primeras condiciones y hace todo el hincapié en el trabajo sólo. Pero él olvida que nuestro trabajo, el trabajo de la gente soviética, no es un trabajo simple, sino un trabajo creativo y razonablemente utilizado. Zhomart toma en consideración todas las tres condiciones, y por eso a él le soporta la mayoría.
Amanbek. Si le demos rienda suelta a Baymaken, va a sembrar hasta en las piedras desnudas. (Risa.)
Baymaken. ¿Dónde está la disciplina, camaradas? ¿Dónde está la disciplina?
Zhanat. Creo que tampoco se puede consentir con el camarada Adambékov que en nuestro koljós hay que enjuiciar en seguida a las cinco personas. ¿Quién no comete errores? A mi opinión, el camarada presidente dijo una cosa correcta. Claro que no se debe compadecer de Aydar. Por cierto él robaba. Nadie se quejaba sólo porque nadie lo sabía. Formalmente todos los registros de las jornadas de trabajo estaban en orden.
Baymagambet. ¿Entonces qué robo es?
Zhanat. ¿Y cómo podemos llamar el hecho de que usted personalmente recibió cuatro kilos en vez de cinco? Uno de sus kilos repartieron entre sí Beisén y Aydar.
Baymagambet. ¡Pero qué bribón es este Aydar! ¡Se adherió a la labor colectiva y para el colmo compartió sus frutos con los otros, parásitos como él!
Zhanat. Exactamente. Esa sanguijuela la tenemos que arrancar y echar fuera. Y a algunos desviados les debemos dar la posibilidad de volver al camino de bien. Propongo aceptar la proposición del informante.
Cuando la reunión se acabó y la gente empezó a irse, Zhomart le dijo a Baymaken:
- Tú quédate.
El silencio que se hizo en el despacho parecía raro. Zhomart estaba sentado a su mesa e, inclinado sobre la resolución, estaba inscribiendo las agregaciones aprobadas. Estaba enfrascado completamente en este trabajo, y no era fácil adivinar de qué iba a hablar.
Zhanat se puso toda apuesta, como una águila caudal bajo su capillo. Baymaken, con ambas manos metidas en los bolsillos, estaba pasando por el despacho como un animal en la jaula. Por fin Zhomart levantó la cabeza.
- ¿Por qué siempre te obstinas? – le preguntó a Baymaken.
- ¿Y por qué usted siempre me reprocha? – le contestó Baymaken y se acercó muy junto a la mesa de Zhomart.
- Los kazajos saben domar los más cerreros caballos. Cuidado, que si no te pares, tendremos que ponerte una barriguera doble y desgarrar los labios con una apretadera fina.
- ¡Qué barrigueras ni apretaderas! He visto tanques y bombas con un peso de una tonelada entera, pero no me asusté.
- Párate, – dijo Zhanat rigurosamente. – Deja de bravear. – Más valiere mostrar tus fuerzas en el trabajo. Ya te hemos advertido más que una vez. ¿Acaso quieres que critiquemos tu comportamiento de un comunista?
Baymaken tozudo cambió de cara. Se puso a hablar rápido, con una voz ajena, como si temiendo de ser interrumpido:
- Había tiempo cuando mis alas no cobraron fuerza todavía, y entonces la suerte me asestó un golpe terrible: perdí mi padre y madre, estaba caminando por el mundo y pasando muchas penas. Pasé toda mi vida racional en el ejército, sólo conozco la vida de soldados. Por ejemplo, no puedo llevar ropa desabotonada; hasta si el cinturón se haga un poco desaflojado, ya me encuentro incómodo. Nunca he visto poder lograr alguna cosa sin firmeza y terquedad. Cualquier indulgencia me parece ser un libertinaje. ¿A dónde se fueron las fuerzas mías? ¿Dónde estás, la disciplina férrea que me maduró? Esta invalidez me llevó a estas condiciones...
Y Baymaken salió corriendo de la oficina perdiendo el aliento.
Zhomart se quedó pensativo algún rato y después dijo:
- Se obstina demasiado. Tendremos que destituirlo.
- ¡Aguanta! ¡Qué mente más vivaz y que alma más pura tiene! – objetó Zhanat.
«Zhaquip es demasiado lento, este es demasiado rápido, – pensó Zhomart, – uno tiene que ser remolcado, y el otro contenido».
- Uno es lánguido, el otro es un matón, – pronunció en voz alta. - ¿A qué tendría yo que ocuparse de ellos?
Zhanat le miró y reprochó secamente:
- Al ver los vicios de otras personas, en vez de sustraerse de ellas, tendrías que ayudarlas liberarse de estos vicios. Eso es la tarea principal de un dirigente.
La conversación se cortó. Se hizo el silencio. De repente la puerta se abrió sin ruido, y Aydar entró al despacho.
Llevaba por la mano a su hija pequeña. Eso no era el mismo Aydar presuntuoso y despejado, conocido por todo el mundo. No, ahora parecía a un mendigo. Se quedaba cerca de la puerta sin atreverse a tomar el asiento.
- Queridos míos, – empezó Aydar, pero se paró, y en seguida comenzaron de caer de sus ojos lágrimas abundantes. La niña también prorrumpió en sollozos. – Escuchad lo que voy a decir, mirad a estas lágrimas, amados míos. No sólo mis ojos, sino el alma mía la lavó con estas lágrimas. Soy culpable, me equivoqué, pero en todo el mundo no hay ni un solo caballo que no haya tropezado ni una sola vez, no hay ni un hombre que nunca haya equivocado. ¡Cuánto tiempo de vida me queda! No más que a una oveja vieja. Os pido no dejarme sin camisa. No hacer llorar a esta chiquilla. No tengo ahora otros deseos que el deseo de trabajar honestamente todo el resto de mi vida y lavar mi culpa sucia con el trabajo honesto. Os juro con mi barba canosa, con mis lágrimas, con las lágrimas de esa chiquilla, vosotros, queridos míos, vosotros...
Zhanat no se contuvo y se echó a él.
- Tranquilízate, abuelo, – dijo ella cariñosamente. – Y tu no llores, niña.
Zhomart se inclinó sobre la mesa.
- ¿Zhomart, y tú? – se le dirigió Zhanat. - ¿No oyes cómo están llorando? ¡Vaya, diles alguna cosa, consuélalos!
Zhomart seguía callado.
- ¡Oh dios, si tú existes, dirige tu mirada a mí! – Aydar se lamentaba en una voz aún más alta. – Mirad, queridos míos – como la seña de un juramento inviolable cuelgo una cuerda en mi cuello.
Quitó su cinturón y lo volvió en torno del cuello. Zhanat se dirigió a Zhomart:
- ¿Estás hecho de piedra o qué? ¡Que ellos son unos seres humanos!
- Vale, – dijo por fin Zhomart de un modo indeciso, – que se queden. Que pruebe su arrepentimiento con el trabajo honesto.
4
Vino la primavera. Pero las heladas de madrugada no dejaban que la tierra se seque. Comenzó el deshielo en el río Kara-Nura, y surgió un atasco en la rebalsa. El agua brotó atrás y lo inundó todo en la distancia de una jornada de nómadas. Se podía temer que el aúl también podría inundarse. Pero todos estaban tranquilos oyendo el estrépito de los reventones lejanos. Eso era la dinamita que luchaba contra el hielo al pie de la montaña Kozir en la ría estrecha. Y cuanto más fuerte era el estrépito, tanto más bajo se hacía el nivel del agua.
En estos días todos los koljosianos de “Amangueldý” se dividieron en unos cuantos grupos. Algunos, encabezados por el jefe de brigada Baymaken, salieron a la línea de tendido eléctrico. Amanbek acompañado por unos cuantos koljosianos salió para Karagandá para recibir los vehículos, vender los cebones y comprar el ganado de raza. El forjador Ajmet, al reunir a la gente que se había quedado en el aúl, se puso a las obras viales. Zhomart decidió ejecutar todos estos trabajos al mismo tiempo, transferiendo a la gente de una obra a la otra en caso necesario. También había sido planificado de antemano quién debía venir a dónde en los campos en cuanto llegue el tiempo de la siembra.
Así empezó esta campaña grande.
El koljós unido se preparó bien durante el invierno y estaba listo para tomarlo todo de la primavera generosa, incluso las cosas que ella no se proponía a rendir a la gente.
El día era nebuloso, el camino se hizo impracticable, y Zhomart estaba pasando por la línea montado en su caballo gris. Este trabajo era el más difícil y el más urgente de todos los trabajos. Según el plan, debería ser acabado a la vez con la siembra. Y era por eso que Zhomart le designó a Baymaken dirigir este trabajo. Y ahora, acercándose, veía desde lejos a la gente moverse sin parar por el valle amplio extendido entre el koljós y Temirtau, como las hormigas por un camino recto. De vez en cuando esta fila móvil se levantaba por espejismo sobre el horizonte – eso tenía un aspecto majestuoso. Pero los pensamientos de Zhomart eran aún más majestuosos.
De repente se le acercó Baymaken en un caballo albazano de cinco años y en seguida le comunicó una noticia desagradable:
- No lograremos cavar los fosos e instalar los postes en los cuatro días según lo planificado. No sé si el cálculo fue incorrecto o si es la culpa de la gente, pero no lo podemos terminar a tiempo.
- ¿Por qué? – preguntó Zhomart.
- ¿Y cómo se puede terminarlo? A lo largo de cuarenta kilómetros hay que cavar cuatrocientos fosos. De los veinte hombres de mi brigada siete hacen tres fosos al día, y la norma es cinco.
- ¿Pero hay algunos que sobrecumplen el plan?
- Sólo son cuatro. Claro que no pueden cubrir el trabajo insuficiente de los demás.
Zhomart quedó pensativo.
Ellos se acercaron a los que estaban atrás. El porquero Baymagambet estaba hormigueando al lado de un foso. Al ver a los visitantes les volvió la cara a ellos.
- ¿Qué tal, Baké? – le gritó Zhomart desde lejos ya.
- No sé, o sea la norma está superior a mis fuerzas, o sea la edad las jamó, pero de todas formas debo dos fosos todavía, – dijo el viejo y se rió confundido.
- Sí, a lo mejor las dos cosas te afectan.
- Tienes razón. Y este gallardo no quiere escuchar nada. Acaba de reñirme y además ha dicho que no me iba a contar esta jornada de trabajo. ¡Oh, los pecados humanos! ¿Acaso piensa él que estoy ahorrando mis fuerzas? Que he venido acá por las buenas, incluso he abandonado mis cerdos. Espero que no vayan a morir en los cuatro días, ¿tú qué piensas? Que aquí estoy trabajando para ellos.
- Hay que moverse más rápido, – dijo Baymaken rigurosamente.
- ¿Qué quiere decir? – se dirigió Baymagambet a Zhomart. - ¿Que estoy ocultando mi fuerza o qué?
- En el ejército solíamos gastar unos diez minutos para cavar un foso como este.
- ¡Oh, los pecados humanos! Cinco años duraba la guerra penosa, pero a mí no me han tomado a la frente. Pues por lo visto, quiere hacer un soldado de mí ahora mismo.
Zhomart se rió y arreó a su caballo.
Cuando ya se marchaba, dijo en voz baja, como si diciéndolo para su capote:
- Baké no tacañea en nada, él va a rendirlo todo al koljós, todas las fuerzas suyas.
Baymaken se enfureció tanto que estaba a punto de desvivirse. No se atrevía a levantar la voz a Zhomart, pero no perdió la ocasión de pincharle:
- Si es un koljosiano tan bueno, prolonga los plazos para él, – tal vez en este caso lo haga todo a tiempo.
- Cada minuto de hoy día equivale a un ladrillo de un edificio en construcción.
- ¿Entonces por qué soportas a Baymagambet?
- Baymagambet se está destrozando. ¿Qué le puedo decir?
- ¿Y entonces quién es el culpable de lo que el plan no se cumple?
- Pues estoy pensando en eso mientras marchamos. Me parece que he encontrado una solución, – contestó Zhomart. – Tendremos que llevar a la gente de la brigada de postes.
- ¡Vaya una solución! – dijo Baymaken. – Seis carretas se atascaron en seis sitios, apenas las sacamos. – En la brigada de postes trabajan quince personas, y ellos piden que les manden quince más.
- ¡Porquería! Vaya, escoge de ellos tres dzhiguites fuertes y mándalos a cavar fosos. Ahora voy a mandarles un tractor. Que se queden con éste dos carreteros, y tres carretas de las seis ahora mismo mándalas al aúl con alguien que tiene pocas fuerzas, alguien que te haga falta menos que los otros, – ordenó Zhomart y siguió adelante.
Baymaken entendió en seguida el cálculo simple de Zhomart. Sin embargo no estaba contento. Está claro que un tractor y dos personas pueden hacer mucho más que seis personas y tres carretas. Pero el tractor pertenecía a la estación de máquinas y tractores, y la estación prestó dos tractores para unos cuantos días sólo, para ayudar en la construcción del camino. En cuanto empiece la siembra, la estación se llevará los tractores.
- Aquí tenemos, – gemía Baymaken – nos mandará el tractor y demorará la construcción del camino. Y el camino es una cosa de importancia estratégica.
Cuando Zhomart, ora a trote ora a galope, vino por fin al lugar de las obras viales, el trabajo allí bullía. Antes que nada Zhomart se acercó a los tractoristas que trabajaban cerca de la cantera de piedra. Ahí pasaba el lecho anterior del río Nura, en su arena tenía mucho morrillo. Dos dzhiguites y dos mujeres en una competencia viva cargaban el morrillo sobre los remolques de dos tractores. El tractorista joven Tokén, lúgubre y pensativo, estaba al lado de un tractor.
- ¿En qué estás pensando, Tokén? – preguntó Zhomart y al saludarle se desprendió del caballo.
- Se me quedó poco queroseno, – contestó Tokén sin ganas. – Yo sé que no había ningún consumo excesivo, y me parece que eso es obra de aquella joven.
La mujer a la cual indicó Tokén era la esposa joven del charlador Beisén, con labios hinchados.
- ¡Déjame en paz! – dijo ella. - ¿Para que me haría falta tu queroseno si está llegando acá la electricidad?
Dos dzhiguites, aunque estaban ocupados por el trabajo, no perdieron la ocasión de gastar una broma a la joven.
- ¿Acaso la tentación sólo es nacida por la pobreza? – dijo uno.
- ¿Pues quieres decir que ella no se dejó tentar por el queroseno sino por el mismo Tokén? – se rió el otro.
- No sólo una mujer, sino una chica facilmente podría enamorarse de un dzhiguit como él. Deja de blasfemarla, aunque ella es la mujer de Beisén, no es peor de una chica.
- Qué listo, mantequilla le viene en gana. Es demasiado para tí, que te vas a atarugarse, – dijo la mujer.
Tokén fruncido echó una risita.
- ¡Idos al diablo! – se enfureció la mujer.
Los hombres se rieron a carcajadas, y otra mujer, que estaba escuchando silenciosamente la conversación, se avergonzó. Ella se pinchó la mejilla y le dijo en voz baja a la mujer de Beisén:
- Por lo menos podrías tener vergüenza de Zhomart.
- Y por qué avergonzarse, él también tiene ganas de casarse.
- ¿Pero qué estás diciendo?
- Digo lo que digo. No fue sin razón que se había despedido de Zhakýn y Alma y se había quedado a solas con...
Estas palabras llegaron hasta el oído de Zhomart, pero él se fingió que no había oído nada y inspeccionó el tractor sin dejar de hablar. Conocía bien la maquinaria agrícola y la sabía manejar. Al abrir el depósito del tractor, él dijo:
- ¿Por que tienes queroseno aquí? ¿Y dónde está gas-oil?
Tokén se rascó el cogote:
- Con queroseno también va bien.
- Eso sí, pero en vez de dieciocho litros de queroseno se puede consumir solamente doce litros de gas-oil. Y el gas-oil es más barato que el queroseno.
- No tenemos gas-oil ahora mismo.
- Eso es un descuido, – dijo Zhomart y sacó un bloc de notas de su portapampas.
Escribió algo en una página, la arrancó y entregó a Tokén.
- Vete rápido con tu tractor en disposición de Baymaken. Según esta nota vas a recibir gas-oil en nuestro almacén, y el queroseno lo deja allí. Transmite un saludo a tu director y dile que en el futuro no se debe ostentar que tiene mucho queroseno. Cuidado que este queroseno puede comer todo el pan vuestro.
Cuando Tokén ya estaba saliendo del arenal, Ajmet lo notó. Dió un azotazo a su caballo, se lanzó gritando y en un santiamén ya estaba al lado del tractor.
- ¿A dónde vas? ¡Párate, no te muevas!
Zhomart se les acercó y paró a Ajmet:
- Espera, Aja, fui yo quien lo mandó.
- ¿A dónde, a dónde?
- A la línea del tendido eléctrico.
- ¿Y esto que tenemos aquí, no es una línea?
- Ten un poco de paciencia, Aja.
- ¡Ay-ay-ay, tío, cada vez me das de comer esa paciencia!
Pero al explicarle Zhomart la situación, Ajmet se calmó rápido.
- Ya estoy aquí treinta y cinco minutos, Aja, y he visto: cuatro hombres, al cargar los remolques, estaban sentados sin trabajo esperando hasta que el tractor regrese. Y luego también, cuando ellos van a cargar los remolques, el tractor estará parado. Desde ahora vamos a establecer una orden para que las personas ni los tractores no estén parados en vano. Pasamos al sistema de cadena: un tractor va a realizar el trabajo que antes se realizaba por dos, – dijo Zhomart.
- Es cierto, – consintió Ajmet. – Cada trabajo requiere un cálculo. Solamente un burro puede vivir sin calcular. Por esa falta de caminos practicables tenemos más egreso que pelo en la cabeza. Ahora en este camino cualquier caballo me deja atrás con mi moto.
Zhomart sacó de nuevo su bloc de notas y mirándolo de vez en cuando le contó a Ajmet sobre los consumos de fuerzas tractoras y consumibles, sobre las fallas de carretas y deterioros de máquinas.
- Todo eso resultó en miles de rublos de gastos. Pero lo peor es que estamos perdiendo tanto tiempo en nada, – añadió él.
Zhomart valoraba el tiempo más que nada. Sabía perfectamente la matemática, pero le parecía que no aprendió bastante bien a calcular el tiempo.
- El tiempo vale más que todo, – repetía. – Nuestra vida se compone de los segundos. Y con estos segundos consumidos en vano la vida también se va, – terminó él.
Al escuhar a Zhomart, Ajmet que por su entusiasmo por distintas innovaciones la gente le atribuía el caracter ruso, asintió.
- Espera, tío, – dijo de repente, – por poco se me olvidó: ¿cuándo llega el laminador de forja?
Zhomart sonrió. Ajmet estaba así mismo preocupado por el laminador como Baymagambet se preocupaba por su “electro”, y Amanbek por las vacas de raza. Por muchas veces que se encontrara Zhomart con ellos durante el día, ellos sin falta le recordaban cada uno sobre el suyo. Pues hoy por la mañana Ajmet ya le preguntó sobre el laminador.
- Ya te dije que estaría aquí pronto, – contestó Zhomart.
- Hay que traerlo rápido, quisiera instalarlo lo más pronto posible, – indicó Ajmet.
La sustitución del martillo de mano por uno eléctrico era una innovación espectacular para el aúl. Ajmet no sólo era incapaz de olvidar sobre el laminador durante el día, sino también lo veía en sueños y contaba esos sueños a su vieja. “Eso quiere decir que tú tendrás una vida larga, serás feliz y venerado, y que tendrás a tus enemigos bajo tu talón”, – así le interpretaba sus sueños Zylyja.
“El viejo con tanta impaciencia está esperando el laminador eléctrico que parece haber olvidado hasta su ganado”, – pensó Zhomart, pero Ajmet, como si contestando a los pensamientos suyos, le preguntó:
- ¿Y qué tal está el asunto mío?
Para evitar la respuesta Zhomart arrimó las espuelas al caballo y pronunció rápidamente:
- Lo examinaremos cuando nos dé tiempo. Ahora no hay tiempo para eso.
El buenazo Ajmet no entendió el efugio de Zhomart.
- Verdad, no tenemos tiempo ahora, – consintió él.
Al apartarse un poco Zhomart sofrenó y marchó al paso. Se dirigió al valle anegadizo del río Nura, donde estaban las tierras más fértiles del koljós. Cruzando los campos anchos preparados para la siembra, Zhomart salió al valle y se desprendió del caballo.
Al coger un puñado de tierra negra como brea, lo apretó con fuerza en la mano. Pero la tierra no se secó todavía y se pegaba a las manos. En este parcel la tierra retenía el agua durante más tiempo que en los otros.
En el verano crecía aquí la hierba más alta que un caballo, y apreciando la hierba zumienta, Zhaquip nunca araba este parcel. Pero Zhomart dijo que se podría sembrar hierba en otro lugar, y ahí decidió hacer huertas y melonares. En los koljoses de Kazajistán no se daba todavía importancia a los cultivos hortícolas y cucurbitáceas; pero Zhomart tenía la intención de cobrar un millón rublos de ingreso por cuenta de las huertas y melonares. Para el año próximo se proponía organizar el riego de este parcel y cobrar un ingreso doble.
Ahora, al quedarse solo, Zhomart estaba pensando en cómo se podría distribuir los trabajos para no posponer para el año futuro la organización de la irrigación.
“Lo que se necesita es una bomba y unos tubos. Todo eso se puede conseguirlo facilmente en Karagandá y Temirtau. Y excavaciones grandes no son necesarias. Que lástima que tenemos poco tiempo. La siembra empieza dentro de una semana a más tardar. ¡Y qué montón de trabajos tenemos para este plazo corto! Por mucho que nos empeñemos, no se puede encontrar tiempo para las obras de irrigación. ¿Y qué si las empecemos después de haber sembrado el trigo, a la vez con la siembra de los cultivos hortícolas y cucurbitáceas?”
De repente aguzó el oído y al mirar atrás vió a un caballero que se dirigía a la cantera de piedra. Al detenerse allí para un minuto, el caballero arreó su caballo al lugar de las obras viales. Zhomart entendió que fue él mismo a quien se buscaba. Miró por los gemelos y vió que sobre el caballo estaba una mujer. “Parece que es Balzhán”, – pensó. El caballero se había dirigido ya al valle, y Zhomart se montó rápidamente al caballo y marchó a su encuentro.
Eso de verdad fue la secretaria Balzhán. Ella estaba perdiendo el aliento.
- Zhanat mandó que usted llegara lo más pronto posible.
- ¿Qué pasó?
- Parece que Aydar fue matado.
Sin decir nada Zhomart se marchó a todo correr. Levantando polvo y llenando de pataleo una calle silenciosa, pasó por el aúl desierto y paró el caballo cerca de la oficina.
Zhanat estaba en el buró del Partido. Ella acabó de colgar el auricular y estaba perpleja, sin poder ponerse a la examinación de los trabajos de estudiantes que los tenía ante sí sobre la mesa. Su cara estaba ardiente, y la mirada impaciente estaba clavada a la puerta. Entró Zhomart.
- ¿Es verdad? – preguntó él.
- Sí, es verdad, Amanbek acaba de comunicármelo por teléfono.
- ¿Pero cómo le mataron? ¿Quién mató?
- No se sabe todavía si fue matado o no, pero está desaparecido desde el día de ayer. Tenía consigo veinte mil rublos del dinero del koljós.
- ¿Y su familia ya lo sabe?
- La familia se fue con él. Y no volvieron a casa todavía, – contestó Zhanat. – Ahora estoy pensando: ¿para qué fue a la ciudad toda la familia? ¿Es cierto que el niño estaba enfermo? ¿Y para qué llevó consigo todo el pan e incluso la vaca?
- ¿Pues quieres decir que se escapó?
- Quién sabe – tal vez se escapó, tal vez de veras fue matado por el dinero.
Zhomart quedó pensativo un rato y dijo contrariado:
- No me daban ganas aquella vez de perdonar a este perro, tú me convenciste.
- Ahora no se puede arreglar las cosas con resentimiento ni con arrepentimiento. Uno de nosotros tiene que ir a la ciudad ahora mismo. Amanbek armó ruido, dice que ahora no tendrá bastante dinero para todas las compras.
- No tengo tiempo para ir a la ciudad.
- ¿Acaso yo lo tengo? Pues ahora es el fin del año escolar. Mira, he traído acá todos los cuadernos para examinarlos.
- Entonces me voy, – dijo Zhomart.
Zhomart no había comido todavía ni un trozo en todo el día, y por poco le dió tiempo de pasar por su casa y tomar un bocado de prisa y corriendo. Su caballo no había conseguido comer hasta hartarse cuando Zhomart se lo montó y se marchó.
Se consideraba que entre el aúl y la ciudad de Karagandá había cuarenta kilómetros; pero eso dependía de la manera de calcular – tanto se podía contar ochenta como solamente veinte kilómetros. Las minas nuevas y los barrios obreros se extendieron desde el río Kara-Nura hasta el Sherubay-Nura. Entre estos dos ríos vivían antes dos familias grandes. Y es este espacio enorme que ahora se llama Karagandá. No sabía Zhomart exactamente dónde en Karagandá estaba Amanbek y creía que lo más probable era encontrarle cerca del Gran mercado. Se dirigió a así llamada Karagandá Carbonera. Cuando se levantó al montecillo Torala-At siguiendo la línea del cable, el sol ya se estaba poniendo. Detrás había un mar de llanuras, adelante estaba una montaña nublosa de Karagandá. A la orilla del río Nura se levantaban alegrando la vista la central hidroeléctrica de Karagandá y la ciudad de Temirtau. “En comparación con estos gigantes nuestro koljós es una gota pequeñita”, – pensó Zhomart.
Entró a la ciudad cuando ya se hacía de noche. En “la Ciudad de excavaciones” habitaba un pariente de Amanbek, Mazhit, en cuya casa solía hospedarse Amanbek. Zhomart se dirigió allí en seguida. Al entrar al patio amplio de Mazhit Zhomart vió unas cuantas vacas de raza atadas a la empalizada. Allí mismo estaban las carretas. Una carreta estaba cargada con plantones, una otra – con los equipos eléctricos, en las demás estaban carbón y algunas piezas. Dos camiones absolutamente nuevos atrajeron una mirada de admiración de Zhomart. Amanbek se dirigía a su encuentro.
- ¡Vaya un mozo de Amanbek! – dijo Zhomart. – Resulta que ya lo has comprado todo.
- Vuestro Amanbek se proponía a salir de vuelta hoy, pero una desgracia le interrumpió, – contestó éste con un aire lúgubre y le contó sobre lo sucedido.
Al venir a Karagandá la brigada abrió tres quioscos en el mercado. Pronto vendieron toda la carne, y el dinero Amanbek y Aydar cada día lo llevaban al banco a las cuentas de las entidades acreedores. En el último día Amanbek estaba muy ocupado y le delegó a Aydar llevar el dinero.
- No era mucho, y yo no quería distraerme de los otros quehaceres, – dijo Amanbek. – Y ahora por causa de este dinero no podemos recibir los caballos, aunque el resto ya está pagado.
Pero Zhomart estaba tan contento con Amanbek que no se puso triste por el dinero. Amanbek sólo tenía un plazo de cinco días. En estos días tenía que hacer una rotación de un medio millón rublos y recibir en distintos lugares tanto ganado y tantos equipos que Zhomart dudaba cómo lo lograría hacer. Y ahora todo resultó hecho.
- ¡Si todas las personas fueran honestas y ordenadas como tú! – dijo Zhomart. – Y sobre el dinero no te preocupes. Va a volver. No es dinero que nos adquiere, sino nosotros lo adquirimos. Ahora ven, recibe los caballos, y por la noche vuelva al koljós.
- No me darán los caballos. Si me falte aunque sea un rublo, no me los darán.
- No te preocupes, te los darán, yo lo voy a conseguir.
- Entonces primero tengo que buscar al charlador Beisén.
- ¿Y dónde está?
- Fue a enterarse de la familia de Aydar. Y hasta ahora no volvió.
Se movió una duda en el alma de Zhomart. “Igual este también se escapó”, – pensó.
- Va a buscarle, pero rápido, – le dijo y entró a la casa.
Amanbek montó al caballo de Zhomart y se dirigió a la primera mina. Había oído decir que la familia de Aydar estaba en la “Suburbana”. El camino hacia allá pasaba por la mina, y habría que dar un rodeo grande. Amanbek marchó a campo traviesa. Cuando estaba cruzando la línea de ferrocarril, oyó de repente una voz alta pidiendo socorro:
- ¡Ayuda, sácame! ¡Ayuda, estoy muriendo!
- ¡Deja de morir, ya te voy a ayudar! – exclamó Amanbek.
“Igual es un borracho”, – pensó.
La tierra debajo de las galerías poco profundas solía asentarse de vez en cuando. Era uno de aquellos vacíos de donde se oía la voz. Amanbek se acercó y vió que Beisén se había atrancado como una chaveta en una grieta estrecha y gritaba a más no poder.
- ¿Beyseke, se escondió usted por sí mismo o a lo mejor alguien le empujó?
- Yo mismo. Quería pasar a campo traviesa, caí en la oscuridad.
- Menos mal que le encontré, – dijo Amanbek con risa.
Al sacar a Beisén lo puso sobre el caballo delante de sí.
- Iremos despacio para no destruir al caballo. ¿Entonces qué tal, fue usted, se enteró de alguna cosa?
- Sí que fui, ¡pero ya no están allí, se volvieron!
- ¿Y qué se dice sobre Aydar?
- No se dice nada.
- ¿Pero qué es esto? ¿Igual le atropelló un tren, o alguien le mató? ¿O está tumbado borracho en algún sitio?
Beisén no le contestó. Pero al haber llegado a la vivienda y visto a Zhomart, Beisén con un movimiento de su cabeza lo llamó a la habitación vecina que estaba vacía.
- Querido mío, – dijo él, – soy un hombre necio. Pero ahora empiezo a entender la culpa mía. El perro se escapó, – y Beisén sacó del bolsillo un periódico. – Vaya, léelo. ¿No será que se había escapado asustado por esto? – y él indicó con un dedo al periódico.
[i] “respetable”, trato respetuoso a un hombre mayor de edad
[ii] aldea en el Cáucaso y en Asia Central
[iii] forma exclamativa local para decir “Ay”
[iv] medida antigua rusa de peso = 16,3 kg
[v] forma respetuosa de Zhaquip
[vi] unidad de trabajo en un koljós, equivalente de un día de trabajo.
[vii] forma cariñosa de “Alma”
[viii] asociación de consumidores del campo
[ix] “Kazajo joven”
[x] “carro de diablo”
[xi] biólogo y seleccionador ruso
[xii] aquí, significa “vodka”
[xiii] coche ligero de cuatro ruedas
[xiv] “Día Descampado (claro)”, kazajo.
[xv] juez tribal
[xvi] querida, cara