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Ахмет Байтұрсынұлы
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Auezov Mukhtar "Nombre del suegro"

02.12.2013 1473

Auezov Mukhtar "Nombre del suegro"

Негізгі тіл: "Nombre del suegro"

Бастапқы авторы: Auezov Mukhtar

Аударма авторы: not specified

Дата: 02.12.2013

1

 

 - ¿Vuelves a las andadas? ¡Fuera! ¡Pilla, diablilla! Que voy a encerrarte sola en la cabaña oscura...

Makpal está frunciendo el ceño fingiendo estar enfadada. Pero las palabras amenazadoras no dan en el blanco. Y en vano está sacudiendo sus puños en el aire:

- ¿Acabas ya? ¡Que el diablo te lleve! ¡Otros están, como todo el mundo, tranquilos, y tú andas corriendo como loca!

La voz que pasa a veces al grito, la mirada aferruzada muestran que Makpal no está bromeando. Está esperando la respuesta.  El tema es demasiado serio.

Pero no hay respuesta. Y hay poca esperanza de obtenerla. Porque la que provocó la ira de Makpal y la respondiente es una pequeña cabrita gris. No llega a comprenderse con su ama. Acaba de meterse en el pesebre de ovejas y pisotear la alfalfa fresca que se sirvió para los corderos. Maneando con la colita nerviosamente, está moviendo las patitas traseras. Tiene aspecto como si tratara de entender la situación creada. Pero Makpal no tiene tiempo ni siquiera para moverse cuando la traviesa deposita ya “garbanzo cabrío” en los hocicos de los corderos.

- ¡Eres una calamidad! – Makpal la agarra por debajo de la barriga y saca del pesebre. – ¡Te riño o no te riño, da igual!

Y, efectivamente, la cabrita está rumiando la alfalfa pareciendo a un bebé que balbucea plácido algo suyo sin darse caso de los reproches de su madre.

Makpal aprieta el hocico rumiante con cariño. Estamos en otoño. La cabrita es alta, carnosa. Y pese a que está embarazada, hace tantas travesuras.

- ¡Qué traviesa eres, una juguetona! – Y se sonríe a lo que habla con ella como con un hombre.

En su rebaño pequeño, la cabrita parece a una niña mimada y caprichosa entre los hijos mansos...

Al soltarla dentro del corralito separado en el rincón de la cabaña, Makpal se dirige a una vaca overa. El marido de Makpal, el herrero de un koljoz que se llamaba Sarsén, la obtuvo como premio la primavera pasada.

La overa tenía la espalda ancha como una cama. La vaca holandesa de pura sepa no se queja de su vida en una hacienda kazaja. Al sacudir una vez sus cuernos ramosos, muge bajito como si saludara, el vapor está saliendo de sus narices – una señal de que ella está bien comida.

Makpal la acaricia pasando la mano por sus lados, le echa una brazada de heno en el pesebre reflexionanado en voz alta:

- Mezclarlo con granzas sería mejor, tal vez, que darlo separado. – Y vuelve la mirada confusa: ¡de oirlo alguien, van a reirse!

Pero en su interior, no tiene ninguna duda de que los animales la entienden hablar y lo necesitan. He aquí mi hermanito Zhakén, joven komunista, instruido, al venir a visitarnos, lo primero que hizo fue al corral: “¡Hola, Overa! ¿qué tal?” ¡Las amas rusas del koljoz “Vida nueva” también charlan con sus vacas como si fueran sus nueras!

Makpal retira el estiércol por debajo de la vaca y pasa al aprisco. Tres ovejas grandes y tres corderos. Makpal ha obtenido las ovejas por las jornadas laboradas, y estando ya en su hacienda las ovejas  han parido.

La vaca es de Sarsén, y las ovejas son de Makpal. ¿Y de quién es esta cabrita? Sarsén anda con tretas:

- Si no por la vaca, ¿cómo la habrías conseguido?

Pero Makpal anda con la suya. La Overa es una vaca lechera, todo el koljoz lo conoce. ¿Y quién la cuida? Makpal. En un verano ha acumulado dos pellejos de mantequilla. Uno lo ha vendido – se ha comprado la ropa. El otro lo ha gastado con economía – ha ahorrado para comprar una cabra. La traviesa es la menor de todos. ¿A quién voy a mimar si no a ella?

Makpal va a por agua y da de beber a la cabrita, luego a los corderos. Conoce todos los movimientos de su favorita: cómo bufa cuando bebe, cómo desencaja los ojos y se prepara para dar una cornada cuando mira su imagen en el agua. Y el corazón de Makpal se llena de cariño.

- Voy a ver a Sarsén...

Sarsén cumplió cuarenta. Ahora es un hombre indispensable en el koljoz, y hace poco que era un artesano pequeño, ambulaba de un aúl a otro equipado con su yunque pequeño clavado en el taco, templaba hierro sobre las ascuas en las que se preparó la comida. No podía adquirir herramientas dignas. Las tijeras para esquileo, los cuchillos simples y cuchillitos de jugueteque él regalaba a los niños del bay para adular a los dueños eran todos sus “productos”. Hoy en día, Sarsén está trabajando ante una forja ardiente con su ayudante joven. Están ajustando el décimonoveno arado. En primavera el koljoz tenía diez arados. Y el herrero ha ensamblado nueve más casi de nada. Sarsén reparaba segadoras y guadañadoras. Si hace falta, pondrá una trilladora en marcha. Ahora tiene a su mano herramientas buenas. Incluso han comprado un taladro mecánico en una fábrica vecina...

Al venir a la herrería, Makpal le vio a Asilbek, el jefe nuevo de koljoz, que estaba allí. Es una persona práctica, comprensivo, se interesa de todo.

-          ¿Pues qué, tomamos los trineos?

-          El invierno no está lejos. Es buen tiempo ya... – contesta Sarsén. – El jefe anterior no ha dejado ni un trineo íntegro, ¡maldito sea!

-          Quiere decir que volvemos a confeccionar algo de nada... A ver que nos ganaremos la autoridad – se ríe el jefe...

-          Utilizaremos esta chatarra. Las carcasas, sinceramente dicho, son un poco pesadas.

-          No es un problema. El trineo resultará más estable. Tenemos, ¡gracias a Diós!, toros buenos. Que los toros son para tirar.

Pero Sarsén replica:

- El toro es también un ser vivo. Hay que compadecerle... ¡Los patines, qué sean así! Y el resto lo vamos a hacer más ligero.

El jefe hace señal afirmativa con la cabeza, pero, por lo visto, no era ésto por que ha llegado aquí. Echa miradas a Makpal con sospecha.

- Pues bien, tengo una noticia. – dice, por fin. – En la región habrá un congreso de vanguardistas. Tenemos que mandar a un hombre de nuestros allá. Nosotros junto con el consejo aldeano hemos decidido... Y es Makpal a quién decidimos mandar. Pero hay que ir hoy, ahora mismo.

El corazón de Makpal se ha quedado helado.

- Y ¿quién cuidará del ganado?..

Pero Sarsén no le deja terminar:

- Habrá quien cuide de animales, no quedarán abandonados. ¡de eso ni hablar! ¡Vete! Has trabajado bien y lo mereces. Además, estarás de presidente en el congreso, la primera, de parte de todos nosotros.

-       ¡Muy bien dicho! Eso es... – exclama Asilbek, alegrado por la determinación de Sarsén. – Es un honor para Makpal, entonces, un honr para la familia y todo el koljoz.

-       ¿Pues y qué? Iré, y ¡nada especial! – Makpal echa bravatas, intimidándose en el alma. Y añade de voz caída: - La cabra no deja los corderos en paz. ¿Podrías hacer el cerco más alto, por favor?

-       Lo haré... Anda, prepárate para el viaje. – Y sarsén lleva tanto a Makpal como al jefe de la herrería.

Asilbek suspira a escondidas, contento de que toda la cosa ha resultado tan fácil. El herrero no se opuso, sino él mismo estaba dispuesto equipar a su mujer para que fuera al congreso. E incluso como si la instruyera para el viaje, aunque no suele ser muy hablador:

-       Tenemos ganado, eso sí. Lo cuidaremos bien sin que nos ayudes. Vete, si quieres, a la capital de la provincia, o, aunque sea, a Alma-Ata. Entérate de todo. No te preocupas de nosotros. Estamos bien comidos. Que en casa tenemos media caldera de cuajada. ¡Y no somos nada de perezosos! Hemos ganado tanto para el país como para nosotros. ¿Verdad, mujer?

-       Verdad, - contesta Makpal, y piensa para sí: ¿Qué será? Cómo será?

 

 

2

 

En la aldea reagional Vannovka reina la hilaridad. La plaza ante el edificio del comité regional está llena de gente. Aquí hay de todo: las mujeres llevando en sus cabezas zhauliks altos; los mozos, vestidos de chaqueta corta, y los viejos, vestidos de pellicos y malajayes opulentos.

La plaza y las calles que desembocan en ella se han convertido en una especie de exposición. Los dueños de koljoces están demostrando sus resultados de la cría de caballos. Los expertos están evaluando con parcialidad los caballos en los que los delegados han llegado. He allí dos trotones rucios, están acoyuntados en una carreta pintada de verde vivo. Las grupas empinadas y limpias, parecidas a las tazas vueltas, relucen. Los caballos están bien cuidados y parecen vivir la segunda juventud. Son caballos de salida del koljoz rico “Renacimeinto”. Y he aquí dos guapos tostados del koljoz “Montano”. Los trotones estadizos están moviendo sus piernas con impaciencia. No cederán a ningún otro animal ni en carrera ni en su estatura.

Los pares de caballos, una más bella que otra, se han alineado a lo largo de una calle larga. En algunas par tes se ven los caballos aparejados con las colas cortadas como las de potros de tres hierbas.

Es de tarde. Estamos en otoño sereno y diáfano.El día sobre la sierra Alatáu va apagándose poco a poco. Es hora de inaugurar el congreso. Los dirigentes regionales charlando están entrando en el club.

Sin embargo, la sala está vacía. Y no está preparada para recibir a los invitados absolutamente.

- ¡Ahí tienes! He venido antes para algo. ¡Ojalá haya alguna lema!

EL secretario del comité regional pasa con la mirada desconsolada por las paredes. La sala tira a una  kibitka de una mujerzuela puerca. Por el medio hay una cortina con la que se suele separar la cama en una yurta. Se considera por ser blanca, pero, era blanca en los tiempos de antaño, ahora es amarilla por ser vieja, hollín y suciedad. En sus ángulos lleva todavía restos de las aplicaciones que están cosidas con el hilo rojo y representan los cuernos de carnero.

Las paredes del club están clamando que ninguna mano culta las ha tocado... Junto a los retratos hay hojas de papel colgadas que representan redondeles y columnas torcidos, – ha de considerarlos por diagramas. Justo en el acabado de una pared hay unos apuntes contabilístiscos arañados a letra tosca. ¿Sería un rinconcito de algún contable novicio?

- ¡Mirense a ésto! Eso lo tiene por pantalla aquí. ¿Cobrará pasta por poner las pelis, eh?

Quitan y enrollan la cortina rápido. En la sala, lejos del escenario hay unos bancos largos.

- Vamos a ponerlos más cerca, - dice el secretario del comité regional y se ase del ángulo de un banco.

Inútil. El banco está fijada ocn los clavos en el suelo. ¡Qué el escenario se acerque a los bancos si tiene ganas!.. Pero los dirigentes son gente joven y no padece de orgullo. Ellos mismos se ponen a limpiar y ordenar la sala. Las sillas, taburetes y la mesa del presidio cuebierta de un mantel de color granate aparecen ante las filas de bancos. Alguien está reparando el trazado eléctrico. Resulta que nadie del club tenía una idea de que habría un congreso aquí. El jefe del departamento agricultor del comité estaba al tanto pero cayó enfermo.

La multitud de delegados entra en la sala. Justo en su medio está navegando el zhaulik grande blanco de Makpal, aparece de vez en cuando su beshmet negro.

Al estirar el cuello, Makpal está observando a los reunidos devorándolos con los ojos. Es imteresante, ¿cuántas mujeres hay aquí? Una en un rincón, otra, junto a la ventana... Y a la mesa sólo se ven las caras afeitadas de los hombres. “¡Igual que las mujeres!” – piensa Makpal con desafecto ligero. Ha visto los hombres así antes también, pero nunca ha visto tantos a la vez. Bien sabe que así suelen ser los jefes letrados, no obstante, le da un poco de risa. Vuelve la cara y ve a una mujer más en el zhaulik. La mujer se le sonríe a Zhamal desde lejos... Pero, ¡es su hermana menor Aisha del aúl vecino! Y al tener tiempo a penas para saludarse, juntan las manos.

-         ¿Eres vanguardista también?

-         ¿Y tú, también?

Se sientan juntas y, como es debido, se enteran una a la otra de la salud y quehaceres...

-         ¿Consigues ver al padre? – pregunta Makpal, indicando para adelante. Aisha mira al pasillo entre los bancos y reconoce a su padre sentado en el extremo del primer banco. El viejo vigoroso de barba cana está sonriendo a sus hijas escasamente, - ¡he aquí dónde han tenido la ocasión de encontrarse!

-         Tengo dos ovejas, una vaca, treinta conejos, - cuenta Aisha a media voz. – Y ¿cómo resultó? Una de las ovejas parió en primavera temprana, y en vísperas de la temporada de la cosecha, otra vez. ¡Hace poco que ha vuelto a aparearse! ¡Le ha gustado, tal vez! Quiere dar a luz corderos tres veces al año. ¡Vanguardista verdadera!

Makpal chasca de sopresa. Las hermanas ríen.

- Y, ¡cómo es nuestro viejo! Es un celeminero de koljoz. Ningún potrillo de suyus se le ha caido, ningún caballo de los suyos ha sido degollado por lobos. La caballada, la gente dice, está bien cebada.Ha quitado los mocos a los jóvenes.

La voz desconocida llama a Makpal de espaldas: “¡Oiga, oiga!” Se da vuelta y ve a un dzhiguit desbarbado con la cara llana pueril.

- ¿Es Usted del koljoz “Temp”? -Sí.

-         ¡Precisamente es Usted la que me hace falta! – dice el joven abriendo un block de notas. - ¿Cómo se llama su padre?

-         ¿De cuál de los padres me está preguntando... del mío o de el de mi marido? –intenta enterarse Makpal con cuidado sin sentir ningún mal todavía.

- ¡De su marido, por supuesto! ¿Cómo se apellidan Ustedes?

- El padre de mi marido... – susurra Makpal, se corta sonriendo confusa.

Se ruboriza mucho. ¿Acaso se atreve una mujer decente en el aúl pronunciar el nombre de su suegro? ¿Quién ha decidido jugarla una pasada tan mala? Levanta la cabeza: Asilbek y el jefe del consejo de aúl la miran sonriendo desde la primera fila. ¿Si serán ellos quien mando a este joven? ¡Vale! A ver quién será enredado... Y pronuncia en voz alta:

- El padre de mi marido se llama Kelimbet!

Al agradecerla, el joven se va hacia la mesa, y las hermanas se ponen a charlar como si no hubiera pasado nada. En la casa de su padre, antes de casarse, estaban muy amigas, como los gemelos, y Aisha estaba acostumbrada a preguntarlo todo a su hermana mayor, y ésta, a explicarlo a la menor. Pero la conversación no anda. El corazón de Makpal está intranquilo, triste y desgustado después de haber pronunciado el nombre de su suegro... ¿Para qué lo ha heco Asilbek? Es un jefe tan bueno...

- Tal vez, toda la gente aquí son vanguardistas, y ¿lo son aquellas mujeres también? – chuchichea Aisha.

- Aquí habrá una especie de aitis, - adivina Makpal. – ¿Quién ganará? Aquellos que están a la mesa son principales aquí. Serán de jueces... ¿Me entiendes?

Toca el timbre yel rumor en la sala cesa.

El congreso se ha inaugurado... El joven desbarbado, que había hablado con Makpal hacía poco, se puso de pie y empezó a leer un listado largo. Y le parecía a Makpal oirle pronunciar su nombre de ella y, además algún sobrenombre extraño a la manera rusa – “Kelimbétova”. El congreso aprobó el listado, la gente empezó a salir de las filas y tomar los asientos a la mesa roja. Luego, los que estaban sentados comenzaron a buscar a alguien entre ellos, y, por lo visto, no lo encontraron. Asilbek miró en la sala y hasta que se se enfadaría:

- Makpal, ¿por qué estás ahí? Te han elegido para el presidio. ¡Anda, mujer!

 

 

3

 

 

En una casita pequeña con paredes encaladas y limpias, en una habitación común llamada solemntemente el salón, Zhakin con su madre Nesibeldi y una joven rusa izbachka están arreglando los libros. La vieja ha abierto la arqueta de su hijo y los tres están sacando de allí libros, papeles, cuedernos.

Zhakip los está acumulando en dos montones: en el primero está lo que él necesita, en el otro, lo que necesita su madre. Él saca su antiguocarnet de socio de aeroclub desde una pila de papeles y lo echa a la vieja.  La cuebierta la deja admirada, - ella va a regalar este librito bonito a alguna de las mujeres y ya está dispuesta de metelo en el bolsillo.  Pero Zhakip hace los ojos de espanto.

- ¡Déjalo, que la gente pensará que te has hecho komsomolka de vieja!

Nesibeldi se asusta:

- ¿Pero qué dices?.. Tómalo de prisa que te lo devuelvo... – y tiende la mano temblante con el carnet a su hijo. Zhakip y Nastia se echan a reir. Luego, la vieja se ríe también hasta salírsele las lágrimas, y su cara chica sonrosada se arruga. Las dos juntas, ella con Nastia, suelen gastar bromas a menudo como si fueran dos amigas de misma edad. Si en casa se ríen, quiere decir que Nastia está, y Zhakip vuelve de prisa a casa para charlar y bromear.

Están esperando a los invitados del congreso. Entre ellos están el padre y dos hermanas –Makpal y Aisha.

Suena el golpe de la puerta, los invitados aya están al umbral. Hay de todos: parientes, paisanos del mismo aúl, amigos. Nastia los está recibiendo alegre y cordialmente como si fuera muy de adentro.

-         ¡Qué hija tenéis! – dice ella. – Todas las mujeres permenecen en la sala y ella sola, en el presidio.

-         ¿En el lugar de honor... mi hija? – lanza un ay Nesibeldi mirando a Makpal con admiración y recelo.

-         Sin duda, justo en el medio, más alta de los hombres... – explica Zhakin, y uno no consigue comprender de golpe si está bromeando o hablando en serio. - ¡Ahora merece que le sirvan el plato con la cabeza de cornero!

De repente, pregunta a Makpal sin ceremonias:

-         ¿Qué, dijiste el nombre del suegro? Pensaba que te ibas a asustar, mas eres una buena moza...

-         Pues, lo dije, ¡que más da! – responde Makpal ruborizando sin querer.

La vieja sacude la mano como en un intento de auyentar las mosas.

- ¡Se acabó ya! Dios mío, ¡qué patochadas! Llamar el nombre del suegro es tal deshonra,  y vosotros no tenéis nada que hacer sino burlarse...

Pero Zhakin no para en eso:

-         Y tú... ¿no lo llamaste? Que voy a descubrir tu secreto al abuelo, ¡tendrás una lección!

-         ¿Cuándo fue eso ... que lo llamé?

-         Y ¡cuando recibiste mi ración, entonces!

Y Nesibeldi por poco se revienta de risa.

- Rallaron viniendo con eso ¡dínos tu apellido! ¡Muere pero dilo!

Zhakin y Nastia ríen a carcajadas, la vieja, también.

-       Les digo, como está acostumbrado, su sobrenombre de casa: Molimkan, que quiere decir “Copiso”, pero este dependiente, extraño, no entiende.

-       ¡Ajá!.. Ya veis lo torpe que es este ruso. Todos lo tienen por claro: la madre no se atreve a decir que su suegro es Tolimkan, pues dice “Molimkan”, y éste: ¡dime, o no te doy la ración!

-       ¡De toda forma, no he cedido! – triunfa la abuela. – La mujer de Abish, ¡Que Dios le de salud!, acudió en hora buena... fue ella quien dijo el nombre.

-       ¡He aquí, Makpal, - reprende Zhakin seriamente, - que significa una nuera decente! Dejará su familia sin ración pero no dirá el nombre del suegro. Aquí tienes un buen ejemplo... satisfacer a los jefes... ¡Ellos, “Dinos el nombre”, y tú, calladita! Ahí mismo escribirían en el protocolo: “¡Ah, qué mujer bien educada, digna!”

Esta vez, el viejo Kozhik interrumpe a su hijo y mete su palabra sólida del cabeza de la familia:

-       Ella tiene otro rango ya. Han escrito otra cosa sobre ella.

-       He dicho allí, lo haré aquí también: con un simple incremento de la res uno no llega lejos.  Hoy en día, hay que mejorar la raza.

-       ¡De haber ganado! Si hay ganado, si Dios da, habrá buena raza! – dice la vieja con un suspiro devoto.

Pero Zhakin la sigue mirando con risa.

- Dios te dará, espera... Toda la vida le has rezado, ¿te ha dado mucho?

Zhakip saca un libro usado de la arqueta. Sus pájinas están abigarradas con las escrituras arábigas, ha de pensar, con la pluma de ave. Los pasajes más importantes están escritas en tinta roja. Al abrir el librito, Zhakip empieza a leer a voz gangosa, tornando os ojos en albo y tambaleándose como un molá:

- ¡Cuando pastoreas las ovejas, tienes que ser alerto, cuando las acorralas, calcúlalas! Cuando batanas koshma, anda dando gracias a tu Señor Dios. Cuando das a tu ganado de beber, no te escatimes, cuando salas, no la pongas demasiada.

- Es un libro divino – reparan los invitados de más de edad. – Escrituras sagradas.

Zhakip está contento de que el libro queda reconocido. Y grita alegre:

- ¡Qué poderoso es nuestro agrónomo divino! Escuchad qué predica: ¡hay que criar los camellos! Faltaba sólo su consejo... Y me preguntáis: ¿cómo? Así: con una oración. Y dando gracias a Dios en persona de su sacerdote, ¿queda claro? Quieres un camello – ofrece una oveja. ¡Es por eso, resulta, mamá, tienes tantos camellos!

Zhakip mira a su madre sonriendo maliciosamente. Pero Nesibeldi está escuchando la lectura con atención devota. Y Makpal no aguanta:

- ¡Venga, mamá! ¿Para qué sigues guardando ese libro?

-         ¿Cómo es para que? – se indigna Zhakín. – El ganado de quien lo ha adquirido con su labor honrada pero no conoce las Sagradas escrituras, no las ha leído, ni siquiera las ha tenido en sus manos, será maligno como un cerdo. Y cuando llegue el fin del mundo, él mismo se hará negro. ¡De no guardar el libro, te pondrás negro en un abrir y cerrar los ojos sin poder llegar al fin del mundo!

Todos se ríen menos Nesibeldi.

-         Escóndelo, madre, escóndelo en el arco por si el diluvio, - aconseja el viejo Kozhik.

-         Este librito fue escrito por un molá astuto.

Ahora, Nesibeldi se permite sonreir también. Pese a ello, insiste:

-         Eso sí que no, el libro tiene muchas oraciones buenas: “Shorám islám”, por ejemplo, o “Aktayak”. Sucede que lees y el alma vibra.

-         ¡Claro! ¡En particalr, a las trece años y después de ayunar mucho! – recuerda Zhakín los tiempos “felices” de “Aktayak”.

-         ¡Maldita sea, esta oración! – añade Makpal, reconrando los placeres de piedad también. – Como se dice allí: “Quien no ayuna, será ahorcado; quien no reza, le cortarán su lengua”. ¡Buena sabiduría, eh!..

- Los rusos tienen popes, los kazajos, los molás, ¡es todo uno! – dice Nastia, concluyendo la discusión como de costumbre.

Y Nesibeldi repara bondadosamente:

- Siempre me educa así.

Nastia es una moza firme. Tiene su parentela en Kirguisia, cerca de Karakol. Nastia vive en la casa de Nesibeldi. Y la vieja Nesibeldi habla por su boca a menudo: si Nastia cuenta algo, la vieja lo repite inculcando a otras mujeres. Y para que no quepa ninguna duda, de vez en cuando vierte una que otra lágrima:

- La madre y el padre de la pobrita se han afanado en el labor para los ricos toda su vida. En la fmilia había hijos y todos trabajapan de peones. Nuestra Nastia no se mantiene aparte de los kazajos. Había veces que llegaba a casa, toda helada después del viaje, y venía a mi cama bajo el mantel para calentarse, como mi hija carnal. Y ¡que buena moza, te da tantos consejos útiles.

Y suelen escucharla a Nastia con mucho gusto. Sabe explicar tanto un libro como un periódico o algún asunto simple, breve y claro.

Al preparar té, Nesibeldi sale al salón y encuentra a su nieto de seis años Elubay. Al entreabrir la puerta hacia la porche y escondiéndose tras ella, Elubay achucha un gallo pendenciero, pero, al ver a la abuela, corre a ella.

- ¡Te voy a recitar un verso! – Y sin esperar hacer pausa ninguna, balbucea de prisa comiendo las palabras:

El abuelo Lenin nos llama

la hazaña a cometer

Aspirando adelante,

aprender y aprender.

Es la enseñanza de Nastia también.

- Y tienes que hacer así, cariño, así... – Nesibeldi dice a su nieto, pensando en cómo estas palabras parecen a los discursos bravos y sensatos de Zhakín.

También, está pensando en que lo viejo en su alma es como “lana muerta” en los cuerpos de las cabras en la temporada de muda. Y de la misma manera que la “lana muerta”, lo viejo muda aunque Nesibeldi ya no es nada joven.

Pare el té, Nesibeldi sirve la mantequilla que Makpal ha traído, corta el pan y pregunta a Nastia sin incomodarse:

-         ¿Habrá concierto? – Nastia hace el gesto afirmativo con la cabeza.

-         Todos vamos, y Usted, apa, sin falta.

- Y yo también, toda la familia vamos, - se acuerda Nesibeldi y vuelve a reventar de risa al recordar como la trajeron para ver un espectáculo. – Si fue ella, se lo juro, la cuñada de Baizhumén. Y éste, sentado en la sala, mirándo como ella se echó al cuello de un joven:

“Te quiero, tuya para siempre” - ¡Vaya! ¡Tanta risa!..

Al poner a un lado un tazón, la vieja ríe sacudiéndose con todo su cuerpo sin poder seguir contando, y al mirarla es imposible contenerse para no reir.

Nadie se ha dado caso de que Nastia desapareció. Nesibeldi está quitando la mesa. Makpal y Aisha le están ayudando.

De repente la puerta se abre de golpe, toda la gente se da vuela a la vez.

Al umbral está una mujer redondete de tez blanca, vestida según todas las reglas de antigüedad: de una falda fruncida larga, un beshmet kazajo y un zhaulik alto como una torre.

Nesibeldi sola la reconoce y saluda:

- ¡Bienvenida, estimada!

La desconocida joven hace una profunda reverencia, a la uzbeca, poniéndose las manos sobre la cabeza. Luego, pronuncia a voz ronca como si haciendo rodar chinas en la boca:

-         ¡Bismillah r-rajmet! ¡Gr-racias a Dios! Nesibeldi está impasible.

-         ¡Que Dios te dé a un hijo, cariña!

     - ¡Voy a darlo a luz por mi misma! – dice Nastia en voz baja. Todos juntos se ríen a carcajadas.

Y Aisha, que sentía un afecto especial a la bibliotecaria alegre, piensa: sería bueno que Nastia de verdad diera a luz a un nieto para Nesibeldi. Parece que así será. A diferencia de Makpal, Aisha ha sufrido muchas penas viviendo con su suegra vetusta, y Nastia, atrevida, independiente, es apenas más cara que  la hermana. Aisha ni abrió la boca en todo el congreso, y Makpal, al revés, pero tanto en casa como entre la gente absorbe con ansiedad todo lo nuevo; la sensación de libertad, alegre, cosquilleante como el viento ligero, está llenándola y ella ríe alegre, ligera, feliz...

Para el mediodía del día siguiente se clusura el congreso. Llega el minuto para despedirse. “En hora buena“ se oye por todos los lados. Nueve delegados van a la capital de la provincia, otros cinco, al congreso republicano en Alma-Ata, entre los cinco está Makpal. Ruborizada, ya ha tomado su asiento en un camión a punto de ponerse en marcha. Y, bien probable que tenga que volver a decir el nombre de su suegro en la capital...

- ¡Habla allí como aquí interviniste! – dice Aisha sin soltar las manos de su hermana. – Y ¡qué Dios te de un hijo! – añade Aisha tímidamente.

- ¡Voy a darlo a luz por mi misma! – le contesta Makpal riendo. El camión se pone en marcha.

 

1934

 

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