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Ахмет Байтұрсынұлы
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Mailin Beyimbet "La casa de un soldado del ejercito rojo"

02.12.2013 1667

Mailin Beyimbet "La casa de un soldado del ejercito rojo"

Негізгі тіл: LA CASA DE UN SOLDADO DEL EJÉRCITO ROJO

Бастапқы авторы: LA CASA DE UN SOLDADO DEL EJÉRCITO ROJO

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Дата: 02.12.2013


Hasta el nombre suyo aparecía en papel muy rara vez. También es verdad que una vez éste apareció en las listas del alcalde del aúl, y durante las elecciones Busaubak Tmakbáev fue mencionado juntos con los otros. Primeramente incluso sentía una cosa parecida al orgullo porque como todos los hombres honrados él también había aparecido en unos papeles y que tenía como ellos su apellido propio, pero después juntos con el apellido le pegaron un impuesto, y el aulnay le acosaba. En aquel entonces el aulnay era el descarado conocido en todo el alrededor Akhmetzhán con bigote erizado. Éste no se andaba con bromas, y a veces como si le agarraba por el cuello al pobre Busaubak. 

- ¡Uh, hijo de perro! ¡Abortón! ¡¿A qué cojones ensuciaste el papel con el apellido tuyo?! Si no puedes pagar el impuesto, no tienes que estar en la lista de propietarios.

Basaubak en estas situaciones preferiría estar a cien pies bajo tierra.

- Eh, qué se puede hacer, querido, – mascullaba con aire culpable. – No fui yo quien se inscribió, sino me inscribió Alish en el año de las elecciones. Fue él a quien se le ocurrió aumentar la cantidad de haciendas... ¿De qué hacienda se puede hablar?.. Pues disculpa, querido mío, a tu hermano miserable, menudo... 

Busaubak no decía nada más, sólo le miraba al opresor con timidez, con ruego. La única propiedad de Busaubak es una vaquita parda. Los terneros el aulnay lo llevaba cada año del patio por concepto de impuestos. En este día triste la mujer de Busaubak, Ayzhán, también le injuriaba a su marido malhadado:

- ¡Sólo te faltaba aparecer en las listas! ¡Desdichado, a qué no estabas callado sin decir esta boca es mía!..

- Eh, mujer, déjalo, – la tranquilizaba Busaubak. – Tal vez todo saldrá bien, todo se arreglará.   

A veces en sus conversaciones pacíficas los maridos maldecían al unísono al aulnay y a su lista en el saco rayado.

- ¡Si la tuviera en mis manos, la quemaría! – conminaba Ayzhán.

Desde ahora la misma palabra “Tmakbáev” escrita en el papel le parecía más horrorosa que el ángel de la muerte Azrael. Busaubak escaldado les aconsejaba a sus coetáneos pobres: “Cuidado con el aparecimiento en un papel. Una vez te apunten, estarás liado hasta el tope”.

Más tarde ya, en los primeros años después de la revolución, el apellido estampado en el papel tampoco le causaba alegría a Busaubak. Un tal Duysenbay, distribuidor de trabajos, cada segundo o tercer día le gritaba:

- ¡Enyuga el caballo! ¡Es tu turno!

Y pronto el único caballo que tenía ya no podía más, no le funcionaban las patas, se hizo una sarna. Busaubak intentaba a veces de mencionarlo, pero Duysenbay le apabullaba en seguida.

- Aquí, ¿ves la lista? – gruñía él. – ¿Qué pone? “Tmakbáev”. ¡Entonces cállate!

“Me interesa, ¿qué puedo hacer para que mi apellido nunca jamás se mencione por nadie en cualquier lado?” – pensaba a veces Busaubak para su sayo. Una vez llevaba en su carro a un inspector de escuela y mientras tanto le preguntó:  

- Dime, querido, ya que eres un hombre que sabe leer y escribir. ¿Cómo se puede borrar por completo un apellido de una lista?

El inspector no le entendió de repente, pues tuvo que explicárselo, y después el inspector le dijo:

- La lista no le debe inquietar a usted nunca más. Pasaron ya los tiempos cuando esta lista se utilizaba para asustar a la gente. Ahora ustedes mismos son los dueños.

Busaubak se sorprendió tanto que hasta clavó los ojos en el inspector. Pensó: “¿Qué disparates está echando este arbolario?”

¡Verdad sea dicho, desde aquellos tiempos sucedieron unos cambios! Akhmetzhán abigotado, que antes era el aulnay, ahora no sólo no se atreve a gritar a la gente, ni siquiera viene a las reuniones. Yermakán que era un peón se hizo el presidente del consejo del aúl, y Busaubak tiene conversaciones con él sin ceremonias. Busaubak tambien fue elegido al Consejo, y una vez incluso fue a la conferencia distrital. Ahora de vez en cuando dice a su mujer:

- ¡Mujer, ce, mujer! Qué bien está que en aquel entonces no desaparecí de la lista, ¿eh?

Pero a Ayzhán también le daban ganas de atribuirse este merecimiento.

-¿Y yo qué te decía?.. ¡Si no fuera por mí, no estarías ya en la lista!

Al pasar algún tiempo la vida se cambió por completo. Los jóvenes dirigían todo el trabajo en el aúl. Los imberdes estaban en el Cosejo, lo capitaneaban todo con sabiduría y destreza. Algunas personas entradas en años ya, con pelo canoso, empezaron a calentarse cerca del fuego.

- ¡Ya está! – decían. – Ya hemos trabajado lo nuestro. ¡Ahora son los tiempos para los jóvenes!

Busaubak también se puso a reflexionar. Su hijo Andamás tiene veinte años ya. Desde la niñez está trabajando para el bay como un peón. “Si no fuera un peón, si se ocupara de un oficio, ahora podría trabajar como sus coetáneos-activistas”, – pensaba Busaubak. Pero Andamás no tiene educación. Ni siquiera sabe leer y escribir. Y tenía ahora que acusarse a sí mismo: “¿Por qué no lo enseñaba cuando era niño?..” 

Una vez empezó Busaubak una conversación íntima con el hijo.

- Mira, – dijo a su hijo, – todos tus coetáneos se pusieron en razón. Trabajan. Y tú todavía eres un chico para los recados del bay. ¡Basta! No nos perecemos. Ábrete camino en la vida. ¡No te quedes atrás en comparación con tus amigos!

Y después de esta conversación se dirigió en seguida al presidente del consejo de aúl y le dijo:

- ¡Yermakán! ¡Borra de la lista a Busaubak Tmakbáev y en su lugar apunta: “Andamás Busaubákov”!

Así se acabó con el apellido desdichado Tmakbáev. Desde aquel entonces éste no existía en papel.

Y Andamás, en cuanto dejó de trabajar para el bay, se engullotó en los negocios del aúl. Estuvo presente en todas las reuniones. En las últimas elecciones fue elegido al consejo del aúl.

- ¡Viejo, ce, viejo! ¿Observas que el hijo tuyo envaronó, se hizo un dzhiguit? – le asediaba Ayzhán a su marido más y más a menudo.

Ella tenía su idea propia. Antes a Busaubak no le tomaban en serio en el aúl. No se decía sobre él otra cosa que “un borde”, “un vagabundo”, “un pelagatos”. Y ahora en los ojos de las autoridades Busaubak es más honorable que aquellos que poseen unas manadas. Antes las mujeres como Marzhanbike le miraban con altivez a Ayzhán, no le dejaban acercarse, y ahora ellas mismas la invitan a su casa, la convidan con kumís, le cuentan secretos como viejas amigas.

Marzhanbike tenía una hija casadera bastante buena.

Y es ella a quien mira atentamente Ayzhán. Una vez observó sea de broma, sea en serio: “Voy a arreglar matrimonio para tu hija y mi Andamás”, Marzhanbike le dijo en seguida: “Y yo para mi hija no quiero a nadie mejor que Andamás”.

Desde aquel entonces Ayzhán no le dejaba en paz y a su marido también.

- No sé... – indeterminadamente alargaba las palabras Busaubak. – Ellos a lo mejor van a demandar un rescate. Además, tenemos que preguntar al muchacho.

A veces les visitaba Yermakán – la autoridad del aúl. Ayzhán le tironeaba también:

- Escucha, querido. Tendrías que casar a tu hermano, nuestro hijo. Podrías traer a nuestra casa a una joven, para alegrarnos, los viejos. ¿No es tiempo todavía?

No tenía Yermakán nada en contra del matrimonio de Andamás, pero ni siquiera quería escuchar sobre la hija de Marzhanbike.

- Eh, tía, quítalo de la cabeza. ¿A qué quieres una nuera como ella, una hija de los kulaks?

- ¡Qué horrores me cuentas! – se asombró Ayzhán ¡¿Es ella también de los kulaks?!

Después de conversaciones largas con Busaubak Ayzhán eligió a Sheker. Verdad sea dicho, ella no es tan linda como la hija de los kulaks, pero es una chica vívida, diestra, ágil. Además, según los rumores, había una atracción mútua entre los jóvenes, o tal vez hasta una cosa más seria. Ahora eso era importante, porque Ayzhán ha oído que desde ahora cualquier matrimonio no era válido sin el consentimiento mútuo.

Cuando se habló sobre esto con el hijo, Andamás se rió avergonzado:

- No sé...

Más tarde, al conocer esto, Sheker, cuando estaba a solas con Andamás, le burlaba:

- ¿Qué respuesta es esta? “No sé...” ¿Es una manera de contestar a los viejos? ¿Pues quién debe saberlo? ¡¿Tal vez yo?!

Vino el otoño. Se animó el aúl. La gente rendía los excesos de la cosecha al cooperativo y recibiá té, azúcar, telas, distintas mercancías. Busaubak llevó a Andamás al gavillero en el acantilado. Cargó sobre el carro cinco sacos de trigo, pidió prestado un toro de Idrís, lo enyugó y mandó al hijo a la ciudad.

- Va y compra todo lo necesario. Pues hay que vestir a la novia como es debido.

- Además, compra un cajón. Para guardar menudencia, – le ordenó Ayzhán y enumeró las cosas que había que comprar...

Al rendir el trigo al cooperativo, Andamás entró en la tienda y de repente se tropezó con Kusaín del aúl vecino. Era un dzhiguit listo, astuto, además, sabía leer y escribir un poco. Su ropa era limpia y cómoda. Consiguió en el rastro un abrigo viejo y ahora guapeaba en éste.

- ¿A qué hacerse con una chica? ¡Hay que estudiar! Vamos conmigo a la escuela militar, – propuso él. 

Primero a Andamás le era desagradable escucharlo. ¿Cómo se puede hablar de estudios si uno no ha visto nada más y no sabe nada más que trabajo? ¡Es ridículo! Pero eso fue sólo su primer pensamiento. Ya en el momento siguiente en el fondo de su corazón surgió tímidamente una duda: “¿Y por qué no? ¡Me iré!” Al sentir que el amigo estaba en la encrucijada, Kusaín no le dejó volver en sí. Seguía y seguía hablando, le pintaba los bienes y beneficios de la escuela militar, le describía los sobornos numerosos, y por fin Andamás empezó a vacilarse. 

- ¿Tal vez vale la pena de intentar? – preguntó.

- ¡Hala! ¡Vamos! – le traía Kusaín. - ¡No hay nada en qué pensar! ¡Vamos!

Decidieron dirigirse a la comisaría militar. Andamás confió su carro y las mercancías a los amigos que eran sus compañeros de viaje. Los toros – el rojo y el negro, – rumiando indiferentemente su rumia continua, meneando indolentemente con sus cabezas pesadas, – le guiaban con la mirada durante un largo rato, como si le preguntaran: “Oh, amigo, ¿con quién nos abandonas?”

***

En el aúl se sorprendieron mucho al conocer que Andamás se había dirigido a estudiar. Algunos cabeceaban con tristeza:

- ¿Qué se le ocurrió? ¡Iba a casarse y de repente se largó! ¿Cómo lo va a entender su novia?

Los otros, al contrario, asentían con el dzhiguit:

- ¡Por lo visto, Andamás se puso en razón! ¡Bien hecho!

Ayzhán suspiraba y le asediaba al marido:

- Viejo, explícame, ¿qué significa esto?

Busaubak para su sayo estaba descontento con lo que el hijo se haya ido sin preguntarle, pero entendía que ya no era posible devolverlo a casa y que lo mejor era conformarse con lo sucedido.

- Pues eso fue su deseo, – dijo. – ¡Vale, que estudie!

Las tías chismeras del aúl estaban tan sorprendidas que se daban pellizcos en mejillas y lamentaban sobre la novia.

- Ay guapa, ¿pero qué jugada hizo el prometido tuyo? ¡¿Cómo pudo abandonarte?!

- No pasa nada, – sonreía Sheker en respuesta. – no va a perderse. ¡Va a volver!

No hablaban de otra cosa que de los estudios de Andamás, pero nadie no tenía ni idea de cómo son los estudios en la escuela militar. Claro que Busaubak estaba más perplejo que los otros. Al oir la palabra “militar” siempre le parecía un soldado. Y los kazajos tienen miedo de soldados desde tiempos inmemoriales. En el año dieciseis, cuando el zar decidió hacer participar a los dzhiguites en los trabajos de retaguardia, ¡cómo se alarmó toda la estepa! La gente abandonaba su ganado, sus sitios acostumbrados. Estaba de luto cualquier casa de la cual un hombre haya ido a la frente. ¡¿Y a qué hablar de los kazajos sólo?! Mira, por ejemplo, a los vecinos urusos. Cuando llegaba el tiempo de enviar un hijo al servicio militar, empezaba una calamidad: se gastaba para los preparativos todo lo adquirido, la familia tenía un montón de gastos, los padres se ahogaban en las deudas. Y los mismos chicos reclutas lloraban y se emborrachaban hasta producir náuseas y turbar los sentidos. “Quisiera saber, ¿dónde está la escuela militar ahora? ¿Igual tienen ahora otra manera de enseñar a los militares?” – reflexionaba Busaubak, pero no consiguió encontrar una respuesta convincente. En una palabra, la partida inesperada de Andamás a la escuela militar quedó un misterio para la mayoría de los habitantes del aúl. 

Se acercó cautelosamente el invierno. El viento glacial se lanzaba furiosamente sobre la chavola de Busaubak y hacía salir todo el aire caliente. Se hacía frío y desagradable como en una tenada. La nevasca no cesaba, bramando en varias voces. Busaubak y Ayzhán solían poner cerca de la estufa un cuero viejo secado y se sentaban juntitos, pegándose uno a otro. Se sentían solitarios y abatidos. Por un lado, les apretaba la misma acción inesperada del hijo que quería casarse y se fue a estudiar, por otro lado, les aplastaban los chismes y rumores que corrián por el aúl. Más que todos se esforzaba Marzhanbike.

- Se le ocurrió al hijo de Ayzhán hacerse un soldado del Ejército Rojo, pues le enrolaron al pobre a la guerra con los chinos, – decía ella. – ¡Qué bien que no le haya dejado casarse con mi hija!

Al oir esto, Ayzhán se enfureció y atajó:

- Pues gracias a Alá que mi hijo no se metió con la hija de estos kulaks. De todas formas la abandonaría. ¿Y por qué esta tía inane tiene tanta lengua? ¡Sería mejor que se callara! 

A veces, cuando los viejos se sentían especialmente abrumados, les visitaba Sheker. Las malas lenguas decían que ahora Sheker no iba a esperar al novio fugitivo y se iba a casar con algún otro chaval. Pero parecía que la chica no pensaba en ninguna cosa parecida. Al contrario, ella más y más se juntaba con los padres de Andamás. Antes solía de llamar a Ayzhán “sheshe” – madre, ahora la llamaba con aún más respeto – “azhe”, abuela. Visitando a Ayzhán, la ayudaba con los quehaceres domésticos, y el trabajo salía muy bien en sus manos. Ayzhán la admiraba, suspiraba con aire soñador: “¡Viejo, ce, viejo! ¿Lo ves? ¡No vamos a conocer ninguna desgracia al hacerce Shekerzhán nuestra nuerita!” 

Rechinó la puerta escarchada. Entró anadeando Yermakán. Los viejos clavaron los ojos en el presidente del consejo de aúl. “¿Tal vez tiene alguna noticia de Andamás?”

- Os traigo un... un papel, – comunicó con sonrisa Yermakán.

- ¿Qué papel?

- No lo sé. Aquí pone: “Para Busaubak Tmakbáev”.

Busaubak puso sus ojos descoloridos de a cuarta, frunció el ceño:

- ¡¿No me han borrado de la lista?!

- No tengan miedo. Debe ser otra cosa. Por lo visto es una carta de Andamás. 

Al oir estas palabras el viejo y la vieja por poco saltaron arriba. Abrieron el sobre, sacaron un trozo de papel con texto y una foto.

- ¡Oybay-au, es mi cariño! – exclamó Ayzhán y pegó al pecho la foto.

Andamás fue retratado en el uniforme militar y con las armas. Tal vez quería tanto asombrar como alegrar a los padres. Los viejos estudiaban la foto con ansiedad, la sacaban de las manos de cada uno. Un peque del aúl que ayer estaba en un abrigo de piel inveterado, en unas botas crudas domadas, destaconadas, ahora, vestido de la ropa militar, parecía un dzhiguit verdadero.

Ayzhán lloraba de conmoción y alegría:

- ¡Mi querido! ¡Hijito mío!

Y no quería dejar la fotografía. La seguía pegando a su pecho.

La carta fue escrita por el mismo Andamás, y Busaubak se maravillaba: “Sólo pasaron cuatro meses desde cuando salió de casa. Nunca en su vida estaba sentado ante un molá. ¿Pues cómo consiguió aprender leer y escribir en este plazo?” A Busaubak el alfabetismo le parecía tan inaccesible como las estrellas en el cielo.

La fotografía de Andamás andaba de una casa a otra en todo el aúl. Antes que nada Ayzhán la enseñó a Sheker. La chica no podía quitar la vista de la foto.

- Qué guapo está aquí, – suspiró ella.

- ¡Si quieres, cariño, quédate con la foto! – exclamó inesperadamente Ayzhán. 

Sheker se sonrojó, arrebató la fotografía, la enrolló en un pañuelo de seda azul y la escondió en el bolsillo de pecho de su casaca.

La carta de Andamás y Kusaín inquietó todos los contornos. Algunos envidiosos alargaban con desprecio:

- ¡Eh, todo eso es un disparate! ¡Vaya un soldado! ¿Y qué, hay pocos soldados hoy?

Sin embargo, para los jóvenes estas cartas causaron impresión inolvidable. En el aúl conocían a Andamás como un muchacho tímido, silencioso. Y el hecho que de repente decidió estudiar, se marchó, entró en la escuela militar y se cambió tan bruscamente, podía impresionar a cualquiera. Los chicos como Shaldybay, que desde la niñez crecían con Andamás y trabajaban como peones para Rajimberdý, después de estas cartas y fotos quedaron completamente inquietos. Shaldybay le forzaba a un amigo suyo que le leyera la carta un mil veces. Cada día perseguía a Sheker rogándola que le permitiera mirar la foto una vez más. Después cinco dzhiguites encabezados por Shaldybay la mandaron a Andamás una carta: 

“Diles a los de la escuela que nos acepten también. Yo, Shaldybay, el hijo de Kyrmanbay, si todo va bien, el otoño que viene necesariamente llegaré a vosotros. El deber sagrado de los estudiantes de vuestra escuela es guardar el país contra los enemigos, y estos enemigos son los bayes, ¡y nosotros estamos preparados para luchar con la chusma de bayes!...”

Así fue la primera carta recibida por Andamás de su aúl natal.

La noticia recibida del hijo a Ayzhán la hizo feliz. Busaubak también creció hasta el cielo. La foto de Andamás la obtuvo Sheker, y Busaubak se quedó con la carta. Desde ahora el padre orgulloso bailaba ante los ojos de aquellos que sabían leer. Al encontrar a uno de ellos, él le entregaba el papelito doblado, gastado y le pedía:

- Querido, es una carta de mi hijo. Hazme el favor, léela.

La carta del soldado la leían con ganas, y Busaubak estaba escuchando, inclinando la cabeza. El único quien le ofendió mucho era el molá Abdrakhmán.

- Pero las letras son rusas, – dijo él. – No las entiendo. 

Busaubak se quedó con boca abierta sin saber si se puede creer al molá o no. Y éste frunció el ceño; a lo mejor le quería asustar aún más.

- Sí, honorable, malos tiempos han llegado. Ya no vemos las letras del Corán, las letras de la fe sagrada. ¡Y eso no es una carta, eso no es más que un garrapato de satanás! 

Busaubak se sintió ofendido. ¡¿Este endeblucho se atrevió a llamar la carta de su hijo un garrapato de satanás?! Salió de la casa del molá Abdrakhmán sin decir ni una sola palabra. Y en casa dijo:

- ¡Mujer! Desde ahora ni te acerques al umbral del molá. ¡Resultó ser un perro verdadero! ¡No me dan ganas de ver su jeta!

***

...Un delegado empezó a visitar el aúl con frecuencia. Cada día tenían reuniones en el consejo del aúl. A Busaubak le invitaban también, pero éste no permitía a nadie que se le acerque.

- No tengo qué hacer ahí, querido, – solía decir. – Ya que no estoy en las listas. Cuando vuelva Andamás, vendrá a vuestra reunión. Hasta aquel tiempo, arréglense sin nosotros.

Entonces recurrieron a una astucia. “¡Oybay-au! – se sorprendían algunos activistas. - ¡¿Acaso es una cosa conveniente faltar a la reunión para el padre de un soldado del Ejército Rojo?!” Después de estas palabras Busaubak solía gemir y venir.

No seas perezoso, viejo, – le impulsaba, le daba vivas Ayzhán. - ¡Va! Porque sin querer puedes causar daño a nuestro cariño.

Y así Busaubak, que durante dos años no reconocía ningunas reuniones, al hacerce el padre del soldado del Ejército Rojo, ya no faltaba a ningunas reuniones en el aúl.

Quién sabe si era de broma o en serio, pero cada vez cuando venía el delegado, Yermakán, abriendo los brazos, sonriendo con generosidad, le hospedaba a Busaubak, le tomaba del brazo, así como era, aplomado, torpe en su pellica vieja endurecida, le hacía sentar en la cabecera y se ponía a presentarle con solemnidad:

- Este hombre es nuestro honorable Busaubak, el padre de un soldado del Ejército Rojo. Su hijo, Andamás, por deseo propio estudia en la escuela militar.

En estos casos el delegado solía levantarse, darse un apretón de manos a Busaubak, y al viejo en este momento sólo le faltaba muy poquito para que su cabeza alcanzara el cielo, tal vez no más que el espesor de dos dedos. Sus detractores envidiosos estaban a punto de reventar las barrigas. En este momento muchos soñaban con mandar a sus hijos a la escuela militar.

En otoño, cuando recogieron la cosecha, cada uno rindió los escasos al estado. Busaubak se encontró con Yermakán, le preguntó:

- ¿Y yo qué tengo que hacer?

- Ya sabe usted, – respondió Yermakán.

Claro que lo debe saber él mismo. Si el Ejército Rojo es el amparo y apoyo para el clase trabajador, y si Busaubak es el padre de uno de sus defensores, por supuesto él lo tiene que saber.

- ¿Qué vamos a hacer, mujer? – Busaubak pidió un consejo de Ayzhán, y ella – económica, ahorradora – le dió a entender que no le daban ganas de perder los escasos del trigo. Toda su vida eran pobres, pero se puede decir que gracias a la economía y el esmero de Ayzhán nunca estaban en la miseria.

- Déjalo, mujer, no seas ávida, no seas codiciosa. El delegado dijo, y yo le entendí. Se debe rendir los escasos al estado. Yo como padre de un soldado del Ejército Rojo no tengo que retener lo que me sobra como lo hacen los kulaks. Y yo sé que tú todavía tienes algo que se quedó del año pasado. Será bastante para nosotros dos... ¡Por eso, mujer, aquellos dos gavilleros los vamos a rendir! 

¿Podía Busaubak atreverse a decir tal cosa antes? ¡Ayzhán ni le dejaría abrir la boca! Pero ahora es otra cosa. Si Busaubak es el padre de un soldado del Ejército Rojo, entonces Ayzhán es su madre. Si el padre desea reforzar el honor y la fama del Ejército Rojo, entonces ¡¿cómo la madre no lo desearía?! 

- Vaya. Vaya a rendirlo, viejo, – consintió sinceramente Ayzhán.

El consejo del aúl estaba lleno de gente cuando allí vino Busaubak y declaró que iba a rendir al estado veinte pudes[1] de trigo. Yermakán sonrió, le preguntó:

- ¿Entonces, te quedó bastante para alimentarse?

- No sólo para alimentarse, sino también para sembrar, – sonrió el viejo con aire orgulloso.

Algunos trafagones astutos, aquellos que siempre cantonean cerca de la oficina y captan distintos chismes-rumores, al oir esta conversación cambiaron una mirada significativa y se pusieron a chuchear:

- El viejo perdió la chaveta. Está entregando lo último que tiene, y además facilmente puede indicar también a nosotros. No podemos esperar nada bueno. ¡Tal vez tendremos que rendir los escasos por las buenas antes que nos lleve la desgracia!

En el aúl cada día hay noticias. Últimamente una palabra está en la boca de todos – el koljós. Esta palabra la trajo el delegado y según sus discursos, no había nada de temer en eso, como algunos lo afirmaban. A Busaubak le eligieron como presidente de la reunión y le hicieron sentar cerca del delegado. El viejo sacó su bolsa vieja para tabaco del bolsillo del abrigo, metió un poco de nasybay detrás de su labio, y el delegado le preguntó: 

- ¿Entonces, es usted el padre del soldado?.. ¡Bien! Yo también estuve en las filas del Ejército Rojo. – Tomó de las manos del viejo la bolsa para tabaco hecha del cuero de un caballo y vertió sobre su palma un poco de tabaco para sí.

“¿Mas cómo es eso? – se sorprendió entonces Busaubak. – Si es un soldado, entonces ¿por qué está aquí? En el aúl decían que un soldado no se ocupa de otra cosa sino de las cosas militares”.

La noticia sobre los koljoses alarmó a los habitantes del aúl, todos armaron ruído:  

- ¡Dicen que el ganado y los bienes se harán comunes!

- ¡Cuentan que desde ahora na habrá ninguna libertad individual!..

- ¡Patraña! Que yo estaba sentado cerca del delegado. No dijo nada parecido, – Busaubak intentaba de objetar a los chismeros, pero poca gente le escuchaba. 

- ¿Claro está, qué otra cosa puede decir? ¡Si él es el padre de un soldado! – la gente encogía de hombros.

Y no sólo a Busaubak, sino a Sabyr también lo empezaron a desoar en el aúl. Porque Sabyr es el padre de Sheker, es decir, el suegro futuro de un soldado del Ejército Rojo.

- Sabyr también va a entrar en el koljós, – decía la gente. ¡Está claro!

Unos activistas habladores de repente se callaron y empezaron a murmurar entre sí. A los hombres como Bukaba la colectivización no les entró por el ojo derecho, y ellos asustaban a la gente con el koljós, apagaban el arebato común. 

- Pero decían que cada uno entra al koljós a su propia voluntad...

Y varios pícaros y turbadores, como Yeskendir, tentaban a escondidas que la gente matara el ganado:

- De todas formas no hay salvación del koljós. Aprovechad de vuestros bienes mientras los tenéis en las manos.

Algunos espantados de veras empezaron a matar con prisa el ganado jóven.

La vida en los aúles se hizo agitada.

Las mujeres tampoco se quedaron aparte. ¡Qué va! Eran mismo ellas quien hinchaban los malos rumores más que todos. Precisamente de ellas venían los chismes más horrorosos, más ridículos.

- ¿Quién dijo esto?

- Mi suegro-bay lo dijo.

- ¿Y esto quién lo dijo?

- Pues fue mi suegro-bay...

El rumor crecía, se hinchaba, adquiriá detalles. Juntos con el rumor crecían también las discordias. Como resultado, las tías se partieron en dos grupos: unas se llamaban “comunistas”, las otras “bayes”. A lo largo de esa frontera se partieron después y los hombres. En cada reunión, en cada encuentro estos dos grupos discutían y se peleaban hasta enroquecer.

Pronto vino del distrito un delegado más; él tenía que plantear seriamente la cuestión de los koljoses. Unas familias que antes se consideraban “comunistas” ahora obviamente vacilaban. Se hicieron tímidos, empezaron a manifestar cautela.

- Los demás que entren, nosostros no nos metemos en ningún lugar, – decía casi cada segundo.

Sheker que hasta aquel momento guardaba silencio con modestia, como se conviene según la “costumbre”, preguntó inesperadamente:

- ¿Y nosotros?

- ¡¿Qué quiere decir, nosotros?! – rugió su madre, la vieja Azhar. – ¿Acaso tenemos ganado a patadas?

- Pero es necesario que entremos al koljós, mamá, – insistía Sheker. – No olvides que tu yerno es un soldado del Ejército Rojo.

A eso Azhar no sabía qué contestar. Después le dijo a su marido lo que había dicho la hija, y Sabyr gruñó:

- ¡Entraremos si debemos!

Entonces Sheker se dirigió a Busaubak. El viejo y la vieja estaban sentados, apoyados contra la estufa, y tenían una conversación pacífica. Sheker se arodilló cerca, tomó la costura de las manos de Ayzhán. ¡¿Habrase visto que Ayzhán delegara su trabajo a otra persona?! Ella nunca pidió sobre una cosa semejante, ni siquiera se atrevía de pedir, por que ella misma trabajaba para el bay casi toda su vida.  

Sheker estaba cosiendo, y Ayzhán y Busaubak la admiraban sin quitar la mirada. ¡Qué dulce, qué agradable! Vino así simplemente y se puso a trabajar como en su casa propia. 

Pero en el fondo este trabajo no es ajeno para ella, ni esta casa lo es. ¿Quién más tiene que cuidarse de los viejos si no ella? En el futuro todo el cuidado estará sobre los hombros suyos...

¡Eh, kazajos, kazajos! ¡Cuántas costumbres asquerosas, detestables tenéis! En los tiempos antiguos ¿cómo podía una chica casadora venir simplemente a la casa de su novio y ponerse a coser? Pues según la costumbre ella tenía que mantenerse hasta cierto tiempo aparte de los padres del novio como si de unos ladrones o leprosos...

Pero Sheker se comportó de una manera distinta desde el inicio. Y la razón era en primer lugar lo que todos ellos vivían en el mismo aúl, y además, Ayzhán nunca le reprochaba, nunca restringía a la nuera, considerándola dependiente de su único hijo. Y eso era lo más razonable en sus relaciones. Los viejos se alegraban como niños cuando Sheker los visitaba.

Sheker llamó aparte a Ayzhán y se puso a pedir consulta sobre los negocios; los tenía dos: inscribirse al koljós y entrar en el komsomol. Ayzhán contestó la primera pregunta sin tropiezos:

- El padre ya prometió entrar en el koljós.

Pero en cuanto al komsomol, a la vieja le era difícil dar una respuesta firme.

- No sé, cariño. Cómo Andamás lo va a entender, quién sabe...

- Pero está claro que se va a alegrar, – sonrió Sheker.

- ¿Estas segura? – dudó Ayzhán.

- ¡¿Cómo que no, azhe?! Si está en el Ejército Rojo, eso quiere decir que está también en el komsomol. ¡Y por eso estará alegre que yo también estoy!

- Pues entonces inscríbete, cariño. ¡Éntralo! – se consintió Ayzhán en seguida.

Cuando la vieja lo contó a su marido, éste sonrió complacido:

- Sí, sí, ahora a los jóvenes los fusionan al komsomol. ¡Salió bien! Ya que estaba pensando a quién de mi familia puedo inscribir al komsomol. Porque a mí no me aceptarán ya.

En la reunión en la cual se habló sobre la creación del koljós “Tendyk” (“Igualdad”), Busaubak pidió el permiso de hablar antes que todos.

- ¡Queridos míos! – dijo él. – Nunca antes he asomado el primero en ningún lugar. Creo que mi turno vino ya. Pues inscribidme el primero en la lista vuestra.

De esa manera, la lista de los miembros del koljós “Tendyk” se empezó con el apellido de Busaubak Tmakbáev. Esta vez su apellido propio escrito en el papel no le parecía a Busaubak tan asustoso y horroroso. Al revés, le parecía que las mismas letras se reían y se alegraban.  

Después de Busaubak se inscribió al koljós su consuegro Sabyr. Y después se levantaban uno trás otro los comunistas y komsomoles.

 

***

Al pasar dos años la vida en el koljós “Tendyk” demudó. El aúl se reconvirtió. En el lugar de las chavolas crecieron unas casas nuevas. El aúl viejo se destrozaba. Los bayes fueron expropiados y deportados. Los campesinos pobres y medios se agruparon.

 El labor progresivo y la emulación socialista llegaban a hacerse una cosa normal y corriente. De los jóvenes del aúl salieron muchos activistas capaces, juiciosos. Sheker también se distinguió: aprendió a leer y escribir, empezó a participar en el trabajo de la gerencia del koljós, – se hizo la jefa de la brigada progresiva de mujeres. Muchas veces cerraba acuerdos con las brigadas de hombres, entraba en las competiciones socialistas y ocupaba el primer puesto.  

- Querida Sheker-au, cuidado que nos vas a matar con tus competiciones, – bromeaban y reían las mujeres.

 

En las praderas cerca del valle anegadizo del río se puede esconder potrillos de pies a cabeza. Y antes estos terrenos pertenecían al bay Rajimberdý. Y ahora es suficiente para todo el koljós. ¡Sólo te queda segar, pues date prisa!

Durante tres días ya tres brigadas estaban forrajeando cerca del valle anegadizo. Una brigada trabajaba en las segadoras, otra segaba a mano, y la tercera – las mujeres – amontonaba el forraje.

En el prado segado aparecían y desaparecían, como gaviotas en la orilla, los pañuelos y zhaulykes[2] blancos.

- ¡Vamos todas juntas, chicas! – incitaba Sheker.

Las mujeres manejaban sus rastros con destreza. En el prado verde que se extendía como una manta crecían ya por allí ya por allá montones de forraje.

- Querida Shekerzhán, ¿pero cuándo viene nuestro yerno? – se reía Zeynep. A las mujeres les gusta bromear de su jefa joven. Algunas incluso componían versos tristes amorosas afirmando que los compuso Sheker. Es decir, ella los compuso echando de menos a su amado. Sin embargo, Sheker no se irritaba con estos chistes y bromas, seguía sonriendo como si tal cosa.

Pero a veces, en las horas libres del trabajo le visitaban a la chica unos pensamientos tristes. ¿Por qué no viene? Si no le dan permiso, podría por lo menos escribir unas cuantas palabras sólo para ella... ¿O piensa él que ella es así mismo débil e incapaz como era antes? ¿Que no hace ni un solo paso desde su hogar? Aquella Sheker ya no existe.

Y estos pensamientos le hacían triste, y las cejas de la chica se estrechaban en el entrecejo. Al ver esto Zeynep le empezaba a pinchar, y ella de nuevo se hacía alegre y desahogada.

Hoy otra cosa le apenada a Sheker. La mujer despistada de Tansykbay – que no quiere más que chismorrear y cotillear – a cada rato reunía en su contorno a las mujeres y empezaba las discusiones interminables. Claro está que en este momento nadie trabajaba. Y si no podía encontrar ningún motivo para la holgazanería, la perezosa se echaba sobre el forraje y se ponía a gemir:

- ¡Oybay, mi seno se hinchó con la leche! Oybay, la teta se inflamó, el bebé a lo mejor tiene hambre, está llorando...

Sheker se irritaba. Muy bien conocía los hábitos de la tía astuta. Ella sí que no tenía ni un rastro de piedad ni de amor para sus propios hijos. Los pegaba con lo que podía: “¡Uh, que te trague la tierra!” Y ahora de repente habló de su senó, se acordó de su hijo. Está bien que desde el año pasado los hijos de las mujeres tan despistadas se educan en el jardín de infancia. ¡Cuántas gestiones y trámites tuvo que hacer Sheker para abrir en el aúl un jardín de infancia! Ahora muchos koljosianos con ganas traen ahí a sus hijos...

En uno de esos días calientes laborales vino corriendo en un caballo albazano el hermano pequeño de la jefa. Acosaba tanto a su potro rabicorto que éste estaba todo sudoriento, y el mismo jinete apenas podía respirar.

- ¡Apa[3]! – vociferó él al ver a la hermana y perdió el aliento. - ¡Andamás llegó!

Las mujeres en seguida dejaron su trabajo y clavaron los ojos en la muchacha. A Sheker – quién sabe si fue de confusión o de alegría – se enrojecieron las mejillas y bajaron los ojos. 

El sol declinaba hacia el horizonte cuando la brigada volvió al aúl. Cerca de la casa de Busaubak estaban unas cuantas personas. Entre ellos se distinguía Andamás en pantalón abotinado gris, en una guerrera con galones muy estrecha en el pecho, con dos estrellas pequeñas, en cinturones. Sheker lo vió desde lejos ya. Él la vió también.

A la muchacha le daba vergüenza de acercarse en público a su amado, o a lo mejor quería primero entrar a casa para lavarse, peinarse, ataviarse. Cabizbaja, ella desvió de su camino, pero Andamás se lanzó al encuentro.

- Ce, camarada, ¿a dónde vas? ¡Párate! – se rió él.

Sheker se ruborizó, se estacionó. Él se acercó, la saludó, la tomó por las manos. Ayzhán estaba mirándoles cerca de su casa y se sonreía.

- ¡Que seáis felices, hijos míos! – murmuraba ella.

Busaubak con un martillo sobre el hombro estaba a la entrada de la forja del koljós. En su cara también tenía una sonrisa de satisfacción...

 

1931



[1] 1 pud = 16,38 kg.

[2] Prenda de cabeza.

[3] Vocativo para una mujer mayor.

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