Әдебиеттi ешкiм мақтаныш үшiн жазбайды, ол мiнезден туады, ұлтының қажетiн өтейдi сөйтiп...
Ахмет Байтұрсынұлы
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Mailin Beyimbet "La victima del hambre" 

02.12.2013 1634

Mailin Beyimbet "La victima del hambre" 

Негізгі тіл: LA VÍCTIMA DEL HAMBRE

Бастапқы авторы: LA VÍCTIMA DEL HAMBRE

Аударма авторы: not specified

Дата: 02.12.2013


Nevasca. El viento se está lanzando con tanta furia que se puede perder aliento. La nieve cae punzante, dura. Está verberando, dando azotes en la cara como si quiera convertir un hombre en un cerrión.

- ¡Ce, mujer! Ves, cómo sopla. No es una casa sino un glaciar. Busca alguna cosa y enciende el horno, – gemió Kayrakbay.

Y en la chavola baja húmeda también baila el viento. La ventanilla, la puerta, las paredes – todo está cubierto con escarcha gris azulada. No sólo un hombre, hasta un perro se congelaría en un tugurio como este.

- ¿Y yo qué puedo hacer? Que no tenemos ningún combustible. Hasta he quemado el techo de la tenada ya. Hoy yo y Damesh recogimos el bálago de debajo de la nieve... y ahora ves como se está quemando.

Shrynkul se sentó más cerca al fuego, movió en el horno con una tenaza de hierro, pero cuánto calor puede dar el junco caronchoso. El fuego resplandece y se apaga. La desesperación se apoderó de Shrynkul.

- ¡Oh, dios! ¡¿Habrá un fin de esta maldita pobreza?! ¡En casa sólo tenemos agua! Hace dos días que tenemos estómagos vacíos. Me dan punzadas de hambre, no puedo más. ¿Y luego, qué? ¡¿Cómo vamos a vivir?! 

Y unas lágrimas corrieron por sus mejillas.

Kayrakbay tiene ojos hundidos, pómulos secos apuntados. Arropándose en el abrigo de piel agujereado, el chico de ocho años Tansyk le mira a su padre con ojos brillantes hambrientos. Pero la más triste y agobiada es la enteramente enflaquecida Damesh. Con piedad mira ora a la madre que está llorando ora al padre que se quedó petrificado en su congoja constante. Es muy amargo mirar a la chica: ya no quedó ni un rastro de su juventud y belleza tan vistosa, tan llamativa sólo dos o tres meses atrás.

No es el hambre sólo que le oprime, sino también el sentido de una culpa inconsciente. Dos hijos tiene Kayrakbay – Damesh y Tansyk. Claro que no se puede esperar nada de Tansyk, pero ella, Damesh, es adulta ya, ya cumplió dieciseis años. En su edad otros trabajan ya, sustentar a los padres. ¿Y Damesh qué? ¿Con qué puede ayudar a sus padres que la han criado y acariciado? Hace dos días que no comieron nada. ¿Pues cúanto más van a durar? Y la cuestión más importante es: ¿qué será después? ¿O van ellos a correr la suerte de Ultarak? ¿Van a tomarse de brazos y rodar por el mundo? ¿Y después van a morir helados en un aúl abandonado?

Estos pensamientos le oprimen el corazón. Le parece que ella es la culpable de todas estas calamidades y desgracias. Dios mío, ¿por qué no la creó un hombre? En este caso ella podría hacerse un peón o por lo menos pedir limosna. De una u otra manera, ella no les dejaría sufrir hambre a sus padres. Y la chica se anega en lágrimas amargas. Está llorando de su impotencia y de la compasión a sí misma y a su familia.  

Está anocheciendo, la chavola fría se está congelando aún más. Ahora sería bueno encender el horno y una lámpara. Pero no hay combustible ni una vela. Respaldado contra el horno, se encorvó Kayrakbay. Se queda inmóvil Tansyk con la nariz metida en sus brazos. A su lado se retorció Damesh con su cabeza puesta sobre su hermano. Un poco aparte, recta como un palo en la estepa, está Shrynkul, inmóvil, hincada de rodillas. Todos están silenciosos, todos están a solas con sus pensamientos tristes.

Fuera se enfurece la nevasca. Parece que ora está dentellando, ora riendo a carcajadas, ora llorando en voz uterina. La tenebrosidad inminente y la helada parecían haber tragado todo el mundo en sus abrazos.

Rechinó la nieve, se oyeron unos pasos. Alguien raspó la puerta. Después, tambaleándose, irrumpió a la chavola.

- ¿Ce, quién es?

- Un huésped de Dios...

- Infortunado, ¿qué puedes encontrar aquí? Nosotros mismos damos alaridos de hambre como unos lobos. ¡Para tí sería mejor ir a los bayes!

Crujiendo con las botas, cambiándose de pie, el visitante murmuró en voz agonizante:

- Tengo hambre, voy a pie. Nadie me permite entrar a su casa. Por Dios, permitidme aunque sea pasar la noche aquí...

Shrynkul suspiró:

- Vale... Arréglate, duerme aquí...

***

- ¡Ce! – llamó Shrynkul a su marido. – Levanta tu cabeza.

- ¿Qué quieres?

- ¿Qué vamos a decidir?

Kayrakbay no contestó, sólo bajó los hombros aún más.

- ¡Sacúdete! ¿Qué se puede hacer contra la voluntad del Dios? Hay que conformarse. Porque si no, vamos a estirar la pata todos. Si te falte bravura, yo se lo diré todo... ¿Entonces?

Y dentro de algún tiempo Kayrakbay gruñó:

- Como quieras.

- Hijita... ¡Damesh! – llamó Shrynkul.

- ¿Qué, mamá?

- Despiértate. Escúchame... ¿Ves a qué hemos llegado? ¡Y así vamos a morir! ¿Y qué se puede hacer?

- No sé, mamá. Me sacrificaría con ganas si pudiera salvaros. ¿Pero cómo?...

Damesh se ahogó en sollozos sin terminar la frase.

- Cariño... ¡Hijita!..

- ¿Qué, mamá?

- Sabes, hay una solución. Eres la única quien nos puede salvar de la muerte inevitable...

- ¡Dime, mamá! Estoy lista para todo. A lo mejor consigamos salvar por lo menos a Tansyk. 

- Si hagas esto, nosotros todos estaremos salvados.

- ¡Pues dime, mamá, dime!..

Shrynkul quedó silenciosa un rato, por fin se decidió y habló:

- Cariño, a qué hablar sobre lo pasado, ya sabes: te hemos prometido en matrimonio cuando eras niña todavía. Tu novio murió inesperadamente en el año pasado. Ahora, según la ley del levirato, su hermano mayor quiere tomarte como su segunda mujer. A mí y a tu padre se nos puso el pelo de punta al conocer esto. Intentábamos de salvarte de tal destino a cualquier costo. Todo el ganado – cinco o seis reses – hemos rendido al bay con el fin de pagarle por tu rescate. En aquel tiempo teníamos sólo un deseo: salvaguardarte. Porque te deseábamos felicidad, soñábamos con darte en matrimonio con un igual, pero ya ves, Alá decidió de otra manera. No atendió el ruego nuestro. Ahora estamos cerca de un abismo. Y hay sólo una solución: sacrificarte para salvar a los otros. ¡Queremos venderte, hijita!

- ¡Mamita! ¡Venderme! ¿Acaso soy un objeto? ¡Alá, Alá!.. Pero si esto es la voluntad suya y yo puedo salvarlos, entonces... estoy preparada...

- ¿Es verdad, cariño?

- ¡Verdad, mamá! Estoy dispuesta a todo...

- Entonces escúchame. Te quiere tomar como segunda mujer Tleumagambet. No nos dará ningún ganado, pero va a alimentar a nuestra familia un invierno entero.

El corazón de Damesh se congeló. Ella empezó a estremecerse.

- ¡¿T... t... Tleumaganbet?!

Tleumagambet tiene unos sesenta años. Es un bay. Se casó y separó a sus ambos hijos. Tenía dos mujeres, pero la menor murió en verano. ¡¿Entonces para qué quiere el cellenco una mujer joven?! Sería mejor que antes de estirar la pata la diera a uno de sus hijos. Aunque sea la segunda mujer. Si de todas formas la están vendiendo, ¡por lo menos la podría recibir un joven!

Damesh se entumeció. Le daban ganas de prorrumpir en sollozos, pero tenía miedo de ofender a la madre que ya de por sí estaba destrozada.

Mordiéndose los labios, intentando de no producir ningún sonido, ella lloraba sintiendo que las lágrimas calientes corrían por su pecho.

El mendigo ovillado en su lecho comenzó a moverse, a gemir en sueños. O sea estaba delirando, o sea soñando con algo.

- ¡Eh, mujer! – murmuraba. – El pan se está quemando. Lleva la sartén. Quita un trozo de galleta...

- ¡Pa-a-an!..

¡Cuánto dolor hay en el mundo por causa del pan! Mueren de hambre, rodan por el mundo pidiendo limosna, las chicas tan frágiles como Damesh se venden a ínfimo precio para salvar a sus padres de la muerte por hambre. ¡Maldita seas, pobreza!..

- ¡Hijita-a! – se oyó la voz tremulante de Shrynkul.

- ¿Qué, mamita?

- ¿Pues qué has decidido?

- ¡Estoy de acuerdo, mamá, de acuerdo! Para vosotros, para el pequeño Tansyk estoy dispuesta a todo... Voy a sacrificar hasta mil vidas.

***

“¡Querida Rajila! ¡Resulta que estás viva!

Sobre la vida tuyo, sobre el destino tuyo sólo conocí hoy. Hace mucho que no hemos visto. En aquel entonces tenías diez años... Entonces, ya es el séptimo año desde que nos hemos encontrado la última vez. Te acuerdas, en otoño, cuando fuimos para recoger agua, te sentaste en un montecillo y prorrumpiste en sollozos amargos. “Si pudiera levantar dos cacimbas, – dijiste, – sería yo la más feliz en todo el mundo”. Y después había muchas cosas más con las cuales tuviste que soñar. Hasta con un trozo de pan. En el año de hambre tu padre se fue a rodar por el mundo. La madre se volvió loca. En frío crudo tú y ella abandonásteis para siempre vuestra chavola pobre y al cogerse de las manos fuísteis a andar por el mundo. Me acuerdo que tú estábais parada sobre un montón de nieve temblando y diciendo: “¡Qué feliz debe ser uno que nunca se parte de los amigos de su niñez!” Nuestra tristeza nos era insoportable. Te conduje hasta la lomada detrás del aúl. En el monte donde pasaba el camino tú y yo nos abrazamos y lloramos. Después de eso yo durante un largo rato estaba mirando como tú y tú mamá os arrastrabais tropezando por el camino vacío invernal. Cuando vine a casa, mi pecho estaba mojado en lagrimas.

...Aquel día sólo fue el inicio de la pena negra. Después las desgracias cargaron una trás otra. A nosotros también tocó vuestro destino. Muchas veces sufríamos hambre durante unos días seguidos. Nos amenazaba la muerte por hambre. El padre estaba dispuesto a pedir limosna, pero yo y mamá no le dejábamos. Le decíamos que sería mejor morir todos juntos que sufrir tal deshonor. Lo más penoso era ver a Tansyk. El pobre chico se hizo amarillo, se secó, estaba hecho un esqueleto.

Con humildad estábamos esperando la muerte. Pero sólo es fácil hablar de ella. Además, el mal no es tan grande al morir solo, pero cuando toda la familia se muere, es horroroso. Yo me despediría de la vida sin lastimar, ya me daba igual, ¡pero el padre, la madre, el hermanito! Y yo perecería felizmente si a este precio los podría salvar.

Pero este precio resultó demasiado bajo. Ya que no valía yo casi nada. ¿Recuerdas a Tleumaganbet? ¡Que desaparezca toda su familia maldita! Me tomó de segunda mujer. ¿Qué te puedo decir? Me resigné, me conformé...

Tleumaganbet se obligó a alimentarnos durante el verano, pero no cumplió lo prometido. Yo esperaba que en verano los padres iban a cuidarse de sí mismos. Y muchas veces se lo decía al padre. Pero Tleumaganbet juzgó de otra manera. “Os mantenía durante el invierno, tenéis que trabajar para pagármelo”, – declaró este infame. Y resultó como si yo le hubiera casado por mi propia voluntad. El padre se puso a pastar las ovejas del bay, y la madre empezó a traer agua, lavar la ropa, encender los hornos. A Tansyk le encargaron atender los terneros.

Kanysh-baybishe[1] silbaba como una serpiente y no me dejaba en paz. Me apodó “desharrapada”. Me llamaba bicho advenedizo sin familia. Y estas palabras me pasaban de parte en parte. No había nadie para defenderme, y yo tuve que escucharlo todo. Por las noches nosotros los desgraciados nos juntábamos en nuestra chavola y llorábamos todos juntos, y nos sentíamos un poco mejor. 

No pensaba ya en una suerte mejor, no esperaba que nuestra vida se cambiaría. Me entorpecí, endurecí. Pero resulta que al esforzarse se puede romper hasta las cadenas más fuertes. Yo lo conocí en la práctica. Recuerdo que eso sucedió en el mayo. Los días eran cariñosos, calientes, y las mujeres agrupadas en una yurta grande estaban tejiendo bozales para los potrillos. De repente entraron dos hombres. Uno de ellos – de cara blanca, alto, con bigote apenas dibujado, rizado, vestido de manera urbana – en seguida me gustó. No sé por qué, pero no podía quitar la vista de él, como si esperando una maravilla de su parte. Como si fuera el único que podía curar el alma herida.  

Cuando llegaban algunos huéspedes, especialmente unos huéspedes importantes o unas autoridades, el bay y la baybishe solían de echarme fuera en seguida. Hasta si yo entraba por casualidad ocupándome de unos menesteres, ellos por poco me empujaban fuera. Primero no podía entender cúal era la razón, y después empecé a reflexionar: “¿Apyrmay, por qué se intranquilizan? ¿Igual tienen miedo de que vaya a quejarme a las autoridades? ¿Tal vez hay que quejarme en efecto para contrariarles?” Y esta vez también, en cuanto entró el visitante, ellos empezaron a ponerme de patitas en la calle. Y entonces me enfurecí tanto que decidí en seguida: “Qué va, no me iré”. Estaba mirando al huésped sin quitar la mirada. Pero parecía que él no me notaba. Baybishe se enfureció, se enrabió, y yo de repente me envalentoné. Hasta ahora no entiendo cómo se me escapó esto.

- ¿Es usted un jefe? – le pregunté a él.

- ¡¿A tí qué te importa?! - gruñieron al unísono el bay y la baybishe.

Veo: el visitante se alarmó, está mirando ora al bay, ora a la baybishe, ora a mí, y está esperando. 

- Si usted es un jefe, tengo que hablar con usted, – le dije.

El visitante sonrió:

- Bueno, digamos no soy un jefe muy importante, pero dígame.

Por lo visto, el bay sentía qué le iba a contar, y se puso muy pero muy irritado.

- ¡Vete fuera, hija de perro! - gruñó y agarró un báculo blanco. – ¡Piérdete!

- No me iré antes de contarlo todo al jefe, – dije con firmeza.

Y entonces el bay se puso a pegarme. Se puede decir que estoy acostumbrada a los golpes, escondí la cara, le volví la espalda, pero me pegó con tanta fuerza que se me puso oscuro en los ojos. Y de repente todo se calmó. Yo miré atrás y por poco perdí aliento por alegría. Ví al bay todo pálido y temblante, y el visitante le apuntaba con un revólver. El báculo estaba sobre el suelo. Y la baybishe se quedó con la boca abierta. 

- Venga, dímelo todo, – dijo el jefe. Y la pena se echó corriendo de mí como agua que rompió el corte, y yo dije:

- No se trata de mí. Yo puedo soportarlo todo. ¡Pero saque usted a mis padres de las garras de este bandido!

Y me puse a contar.

Y me dijo el jefe al haberlo escuchado todo que ya se habían pasado los tiempos cuando las mujeres se vendían como animales.

- El tribunal soviético, – me dijo – le forzará al bay pagarlo todo a tus padres por los dos años. Y tú puedes casarte con quien quieras.

Mi bienhechor resultó ser el jefe del departamento distrital de enseñanza pública. Nos hizo sentarnos todos en su carro y nos llevó a la ciudad. Vivía en un piso de dos cuartos. Uno de los cuartos se lo dió a nosotros. Su intención era recibir del bay por la vía judicial el pago por el trabajo del padre y de la madre e instalarnos en un aúl cercano. Pero el caso se dilató. El bay persistentemente evitaba llegar al juzgado. Se encontraron unos testigos sobornados. Pues cada uno tiene su conciencia. Había algunos que defendían al bay. Entonces, hemos vivido en la casa del jefe Khasén casi tres meses. Y todo fue por su cuenta. Claro que no nos era fácil, nos daba vergüenza, pero no podíamos hacer nada. Pensábamos: ya vamos a recibir nuestro pago del bay y lo pagarémos todo a Khasén antes que nada.

...Era una tarde. Lloviznaba. Yo estuve cerca de la ventana mirando pensativamente a lo lejos.

- Damesh, – me llamó alguien, – sale por favor. 

Miré atrás. Al umbral, a la puerta semiabierta estaba Kjasén y me sonreía. Mi corazón empezó a palpitar. Khasén, siguiendo con la sonrisa, me dijo tranquilamente:

- Ya vino el otoño. Los niños corren a las clases. Ya es tiempo para colocar Tansyk a la escuela también.

Me alegré como loca, le decía gracias dale que dale. Y él de repente me preguntó:

- ¿Quizás tú también quieras estudiar? ¿Quieres que te coloque a la escuela? Ahora muchas mujeres estudian. Y tú eres muy joven todavía. Acepta mi consejo: ¡estudia! ¡Te ayudaré!

Yo no le dije nada más que gracias.

Y al día siguiente ya he franqueado el umbral de la escuela.

Solamente en la mitad del invierno el bay por fin le pagó a mi padre. Palabra de honor, recibió el doble de las reses que tenía antes. Los padres se colocaron en seguida en un aúl a unos diez kilómetros de la ciudad. Y yo me quedé en la casa de Khasén para continuar mis estudios. Así es el destino de todos los padres: no dejan de cuidarse de los hijos aunque sean adultos ya. Antes de irse el padre me llamó aparte y me dijo:

- Hijita, te dejamos aquí. Compórtate bien. Cúidate. Consúltate con Khasén en todas las cuestiones. Entre los hombres él es como un ángel. Y te ama a tí.

Por poco me saltó el corazón del pecho al oir esta palabra – “ama”. Puede ser, pensé, puede ser que en efecto yo le guste. Soy distraída, torpe. Tal vez simplemente no lo notaba.  

Asistía a las clases todo el invierno, aprendí a leer, a escribir un poco. Eso fue el tiempo más feliz de mi vida. Nunca pensaba, nunca soñaba con tal cosa. Y ahora soy agradecida a mi destino... El mes brillante de mayo lo encontré como una flor recientemente abierta. 

Iba a marcharme al aúl. El padre me prometió llegar por mí en un carro. No voy a esconder nada de tí. Un día antes de la despedida Khasén me tomó al teatro. Antes, en invierno, ya hemos ido allí unas cuantas veces. Nos volvíamos tarde. Era una noche caliente de mayo. Estaba como borracha. Me daban ganas de andar por la estepa sin parar y aspirar con todo el pecho el aire dulce de la primavera. Caminaba lentamente como en un sueño. Khasén me tomo del brazo. Inesperadamente apoyé mi cabeza contra su hombro, me sentía un poco embarazada, hasta avergonzada, pero estaba dispuesta a pasear así toda la noche... ¡Qué va!.. ¡Toda la vida! Y no sentiría nada cansada. Con todo el alma deseaba yo que este estado feliz durara mucho, mucho tiempo...

Khasén era muy cortés y atento. Se paró inesperadamente, sonrió como de costumbre:

- ¿No estarás furiosa si te digo una cosa?

- No, – contesté, – dígame.

Él dijo.

Y así nos hemos casado con Khasén. Me hice la compañera fiel de su vida. Relució la estrella de mi suerte feliz. Tenemos un hijo. Es el retrato de su padre. Lo llamé Octubre. A propósito, se me ocurrió una idea mientras estaba escribiendo. Eres más instruída que yo soy, estudias en escuelas grandes, y nosotros nos estamos preparando para una fiesta importante – para el decenario del Octubre[2]. Pues podrías describirlo todo que has pasado y visto para celebrar este día. Te debe salir bien, he leído un artículo tuyo en un periódico. Describe toda tu vida. Eso será tu regalo para la fiesta. Descríbelo todo en detalles: como gracias al poder Soviético hemos visto la luz, hemos recibido la educación, nos hemos hecho los seres humanos. Si no fuera por el poder nuevo, los huesos nuestros ya estarían descomponiéndose en la tierra...  

Qué has sufrido después de nuestra despedida, no lo sé. Pero me imagino: no era fácil para tí conseguir tu objetivo. ¡Escribe al periódico, hazlo sin falta! Que la gente lo lea. Y yo también lo voy a leer.

¡Felicitaciones! ¡Un beso! ¡Que te vaya bien!”

1927

 

 



[1]La esposa mayor.

[2] Quiere decir la Revolución de Octubre de 1917. 

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