I
Era un nublado día de otoño.
El viento violento de repente se calmó por la noche, todo el mundo parecía congelado, inmóvil, hundiéndose en un silencio siniestro que resonaba en los oídos. En el horizonte se veía el sol poniente. Los rayos púrpura-rojizos se dispersaron como el abanico. Los montecillos y las colinas, cubiertos en su pie con la oscuridad, se divisaban, encapotándose tenebrosamente. La densa niebla implacablemente se acercaba desde el este, amenazando cubrir con su velo oscuro toda la desierta inmensa estepa.
En la estepa todo estaba abatido. No había gente. La hierba se había marchitado, se puso parda. En algunos lugares negreaban las calvicies holladas por los cascos del ganado. De todas esas tristes imágenes se ponía tan triste que el corazón se oprimía en el pecho. Parecía esperarse un milagro. Allí, donde ahora brillaba la sucia charca cerca del camino, hace unos dos-tres meses había un prado odorante. Y ahora aquí sólo resaltan encorvados arbustos, como si fueron el raro pelo en la cabeza de un calvo. Era difícil creer que hace poco aquí ondeaba la hierba hasta la cintura y chapoteaban las aguas de lago.
Antes de que el sol se pusiera, en el puerto Risbay por fin se trepó, arrastrando las patas, el caballo enflaquecido, mejor decir, el rocín con los sobresalientes zancarrones que estaba enganchado en un carro sin kosheva [1]. En el carro iban sentado los dos. De vez en cuando, cuando lo azotaban con la verga, con esfuerzo el rocín aspiraba adelante, intentaba de pasar a trote, pero de un rato volvía al paso bien aprendido. Ella incluso iba un poco de costado, estiraba la lanza del carro y todo el tiempo miraba de reojo a la odiosa verga. Apenas ella se alzaba sobre su espalda, el rocín apretaba el paso.
En la delantera se sentaba un fornido hombre moreno de cara redonda y ojos rasgados, con unos bigotes apenas notables. El labio inferior redondeadamente se abombaba. El hombre sorbía nasibay[2]. Acostumbrado a tirar de las riendas y agitar la verga, él escupía entre los dientes a todas partes, callaba y miraba a lo lejos. Y parecía que pensaba en algo. Era el aldeano actual – el presidente del quinto consejo de la aldea, diestro y ágil Kebekbay.
Detrás de él iba sentado un joven atractivo jinete del Cáucaso sonrosado que llevaba un desgastado capote negro, una visera y tenía un arma. El arma – el sable – estaba en sus rodillas; los pies casi se arrastraban por la tierra. El era un miliciano[3] del volost. Se llama Kurumbay. Pero en el volost Kain le preferían llamarle respetuosamente “Kureke”.
Cuando los viajeros se levantaron a la cima del puerto, los rayos al perder la fuerza se extinguieron, y el sol se hundió detrás del horizonte. La total oscuridad poco a poco desplegaba sus alas. Detrás del puerto, en el valle, había una aldea. Sobre las chozas flotaba el humo movedizo; ladraban los perros; mugían las vacas. Desde la aldea o desde el lado del pasto de repente se oyó una canción:
Mi bayo se engorda de avena comiendo.
En el mundo todos de amor siguen sufriendo.
Cuando no vienes a la cita,
De la tristeza mi corazón está sangrando.
La nocturna canción, la dulce melancolía del enamorado jinete del Cáucaso emocionaba el alma de Kurumbay. Los recuerdos disimulados vivían apretados en su pecho, excitándole y fastidiándole: “¿Te acuerdas..?. ¿Te acuerdas..?”.
...Sí.... Entonces Kurumbay era del todo jovencito. Además era un simple holgazán de la aldea que no se diferenciaba nada de los otros. Parecía que nadie le tomaba en serio. Aunque eso no le preocupaba mucho. Pero el hecho de que la segunda mujer de Baykubek se haya encaprichada, le hería francamente.
Esa mugrienta mujer no solo se negó de él, sino también refunfuñó algo así: “¡vaya!. ¡Qué quieres!. ¡Qué mocoso y tiende a ser galanteador!”. sería interesante encintrarla ahora. Es curioso cómo hablaba.. Quizá empiece a serpentear sus caderas…
Desde aquel entonces todo su tiempo libre de trabajo lo dedicaba a los pensamientos de mujeres. Y tan dulces visiones le aparecían en aquellos momentos, que a veces no dormía toda la noche, dando vueltas en su cama. Según la opinión de Kurumbay en el mundo no hay cosas más preciosas e importantes que las mujeres. Quien posee una mujer, lo posee todo. Así pensaba Kurumbay. Cuando Zhuman de su aldea lloraba, quejando de la miseria y pobreza, Kurumbay no le entendía, pensando: “En su casa hay una mujer con que se puede dormir. ¿Qué más necesita?..”
Al hacerse miliciano, Kurumbay esperaba secretamente realizar sus deseos. Las mujeres, que hasta entonces no le hacían caso, ahora seguro le prestarían benevolencia y él no necesitaría coger la primera que venga, sino elegir la que más le guste. Ya lleva cinco meses vistiendo el uniforme miliciano. Viajó demasiado, maneó. En el volost Kain no quedó ni una aldea, que él no hubiere visitado. El pasaba las noches de guardia en las casas donde había chicas lindas. Pero obstinadamente no tenía suerte. Todo el tiempo algo le molestaba. Había una madre que cuidaba su hija con ojo avizor y la noche entera pasaba sin dormir, o la tía que llevaba su sobrina a casa de los vecinos. En otras palabras, Kurumbay cada vez encontraba los obstáculos…
Kurumbay pensaba con tristeza en su constante desgracia en las cosas amorosas y de repente levantó la cabeza:
- Has dicho que llegaríamos antes de la puesta del sol. – notó él, desperezándose y bostezando. – resulta más lejos…
El se arregló su capote muy ancho, remetió el faldón bajo la rodilla.
- de verdad no es tan lejos, es que ves ¡cómo se arrastra esa bestia! – Y Kebekbay azotó enfado los flacos muslos del rocín. – la miseria lo agobia muchísimo. Antes jamás hubiera mirado a tal caballo. Tenía la yegua bayo de cinco años. ¡Que animal más bueno era!. ¡Roía el freno, extraía las riendas de las manos!.
Con el índice de aldeanos sacó nasibay de debajo de los labios, con un chasquido tiró la parda rumia y escupiendo, sonrió a Kurumbay.
- No te apures. Llegaremos. Parece que la suerte hoy nos acompaña. Tal vez todo salga bien…
II
- Kuliashzhan, lléname más. Quiero beber tanto que de ninguna manera pueda apagar la sed.
Nurzhan empujó la kesushka[4] de su hija y se desabrocho el chapan[5]. El se cansó, se jadeó trabajando en el corral, ahora se empapó después de tomar té cargado y el acre olor de sudor se difundió por el cuarto. Una transpiración apareció en la arrugada frente, en la larga, aguda nariz. Por la barba y las sienes corrían los oscuros hilos. Té lo servía Kuliash. Meruyet, la esposa del dueño, se sentaba entre su marido y su hija, y al extender los pies en las íchigi[6] a que había echado medias suelas y de debajo de los cuales se veía el peal, ruidosamente sorbía de una taza abigarrada con un borde cobrizo. Seguro que quería mostrar cómo cuidaba a su esposo y qué apenada velaba por su cansancio. Al meter el pelo que salió por debajo del zhaulyk[7], ella se puso a decir:
- ¿Mi pobrecito, por qué te esfuerzas tanto?. No había que temer a los gastos. Podrías contratar a la gente, te ayudaría.
Cuando Nurzhan estaba de mal humor, las palabras de su mujer sólo le irritaban. Así paso ahora. El le gritó:
- ¡Tú no entiendes nada, desgraciada!. ¿Quiénes somos para contratar a la gente?. Toda nuestra riqueza se forma de las tres vacas, un caballito, dos-tres ovejas. Para el verano todo el ganado menudo se irá para la carne. Y sembramos tan poco que apenas faltará para el adobe. Tenemos un montón de deudas. Hemos sacado cincuenta rublos del banco, ya llega el tiempo de devolverlos. Además ustedes están aquí desnudos y descalzos...
Meruet en seguida se calmó, se callo. De momento quería dispersar más rápido el mal humor y la irritación de su esposo. Y ella comenzó a hacerle eco:
- ¿Y qué hacer, cariño?. ¿Crees que no conozco cómo van nuestras cosas?. Sólo te compadezco, por eso digo así. Ya tienes más de cincuenta años. ¿Qué trabajador puedes ser ahora?. Dios nos escatimo un hijo, no nos lo dio, ni siquiera un feo nos mandó, sería bueno... Yo decía a esta malita joven que ayudara a su padre a limpiar el establo, pero ella solo me enseñaba sus dientes y ni se movía nada. ¿Qué es lo vergonzoso en el trabajo?. Te casarás, entonces vas a tener que hacer. Entonces, queridita, tendrás que correr por las leñas, sacar la ceniza...
Ella miró a su hija con reproche. Kuliash crecía en su casa como una traviesa. Era su única hija por eso la llevaban en las palmas de las manos, la cuidaban con ternura, acariciaban, temblaban sobre ella como si fuera una niña. Así creció una señorita. Cuando ya se hizo mayor, se apiadaba de su padre e incluso en su alma tenía una intención de ayudarle en la hacienda, pero ella temía al cotilleo femenino. El amor propio, el orgullo no le daban de hacer el tosco trabajo del hombre, tenía miedo que todos digieran: “allí está la hija del pobre Nurzhan metida en el barro”. Sin embargo, al ver cómo su padre trabaja a gota gorda, ella dominaba su orgullo, se convencía que temía en vano al rumor humano, aunque no podía realizar sus buenas intenciones. Era superior a sus fuerzas. En cambio, sabía bien como consolar a sus padres, hábilmente disolver sus problemas y preocupaciones, hacerles reír y divertirse.
A veces, la madre se reía a carcajadas de sus pilladas y decía satisfecha:
“Vale, mi niña, no trabajes. ¡lo importante es que estés viva y sana!”.
En chiribitil sonoramente empezó a ladrar Zholdyayak. Se oyó el susurro detrás de la puerta. Alguien raspó la pared. En casa todos se pusieron alerta. Por el momento todos se olvidaron del té. Gimiendo, resollando, en la choza entró Kurumbay, arrastrando un sable largo y un fusil, y detrás de él pasó, Kebekbay recio como el tocón.
- ¡qué sea su noche clara!.
Al ver el sable y el fusil los dueños se inquietaron. Especialmente se asustó Meruert. Últimamente ha oído que de tal manera agarraron y llevaron con un miliciano a la hija de Silkim. ¿Les espera eso?.
La lámpara de queroseno pentalinear apenas titilaba en la oscuridad, y era imposible de mirar atentamente a los huéspedes. Sólo se podía adivinar que uno de ellos era el presidente del consejo de la aldea.
Los huéspedes pasaron al lugar de honor, se sentaron, con aire importante y cortés, como si fueran casamenteros que llegaron por la novia.
- ¿Es aulnay?. ¿Es sano y salvo?.
- ¡Gracias a Alá!.
- ¿Y este jinete del Cáucaso quién es?.
- Es un miliciano de vólost.
- ¡Buen viaje!. ¿De dónde vienen?.
- Desde la aldea Bereke. Nos mandó el comité ejecutivo del volost. Allí dicen que en la lista redujeron el número de ganado. Al miliciano y a mí nos mandaron para verificar todo de nuevo.
Al franquear el umbral, kurumbay no apartaba la vista de Kuliash. Primeramente notó la roja bordada takiya – el redondo gorro en su coronilla. Después vio la blanca línea recta – la crencha. El liso pelo negro como el betún estaba bien peinado. Luego se admiró de pura, ancha frente, de sus ojos negros, su pequeña nariz, boca, mentón. Pero más que todo le arrobaron sus ojos.
Parecía que sonreían. Kurumbay nunca había visto tales ojos. ¿O tal vez, sí?. Podía recordar la noche pasada en casa de Zhupak, cuando su hija servía té. Tenía tales ojos, ¿no?. ¡Claro que no!. Aquella chica los tenía deslucidos, inmóviles, como un pez muerto. ¡No se los puede comparar con los ojos de esa rebeca!.
No podía quitar sus ojos de ella. Al principio, Kuliash también imperceptiblemente le echaba unas miradas curiosas. Pero al encontrarse con su mirada que le devoraba sin vergüenza, ella se turbó, e incluso volvió un poco la cabeza, siguió sirviendo el té como si no le hubiera visto.
Cuando llegó el tiempo de hacer la cama, Meruert pido perdón a los huéspedes:
- Nuestro dueño es viejo. No hay nadie para trabajar en esta casa. Los corderos y cabritos ya los degollamos en verano. En este tiempo otoñal no hay nada que obsequiar a los huéspedes...
- Pues, es justo… todo está claro, - apenas movió los labios el enfadado presidente del consejo de la aldea.
III
- ¡Déjeme!... ¿Qué le pasa? – se oyó el indignado susurro de Kuliash.
En la choza todo está oscuro. La ventana en la que penetra la suave luz, parece una descolorida mancha. Todos dormían profundamente. Nurzhan y Meruert duermen roncando, como siempre dando vueltas y botando a las pulgas. En el rincón, en la cabecera de la cama de los padres estaba acostada Kuliash. Ella se sumió en el sueño, pero muy pronto se despertó. Le pareció que alguien le pasó con una mano templada por su pecho. Ella se turbó, se echó la manta encima.
- ¡Déjeme!... Por favor...
Cerca de ella, se sentaba en cuclillas y temblaba Kurumbay como si tuviera fiebre. Con la mano izquierda se apoyaba en el suelo, con la mano derecha la tocaba con cuidado, parecía temer arañarla. Pero sólo su mano tenía que tocarla, Kuliash se acurrucaba, la apartaba.
- Basta ya...
Kurumbay estaba con el alma en un hilo. Le entraron escalofríos...
La oscuridad absoluta llena la isba. Las estrellas se miraban por la ventana. Su inestable luz por un momento alumbró el horno. El gato abigarrado que tranquilamente dormía acurrucado cerca del horno, se despertó, empezó a ronronear lánguidamente y se dirigió hacia Kurumbay. Al rozar negligentemente con su cola la cara del perdido jinete del Cáucaso, el gato intentó de meterse rápidamente debajo de la manta de la chica, pero ella lo arrojó. El gato suavemente cayó bajo los pies de Kurumbay. El jinete del Cáucaso sonrió: “¡ni lo pienses, pobre!. Ella incluso a mi no me deja acercarme”. Pero el gato a diferencia del desdichado Kurumbay resultó insistente. El se lanzó de nuevo a la cama de la joven y al fin y al cabo se ingenió a calarse bajo de la manta. Kurumbay pensó celosamente: “¿Apirmay, soy yo peor que el gato?. ¡¿Acaso me considera mas bajo que esta mascota?!”. De esos pensamientos Kurumbay se sintió mal.
Las reflexiones son como el mar. Kurumbay estaba ofendido en sus mejores sentimientos. “¿Que resulta? - pensó él con un insulto. – Es que soy miliciano. Todo el volost me respeta. Que decir de las mujeres, si los hombres no se atreven de contradecirme. Los más indóciles, todopoderosos tiemblan ante mí. Por ejemplo Bakyriya del vólost Kain era el zar y el dio ya siete generaciones en su familia. Pero cuando él se encontró implicado en el asunto del robo, entonces Kureke, en seguida personalmente le atrapó y lo llevó como un cabrón estropajoso. ¿Acaso no me alaban por la honradez y la franqueza, por la exactitud y la observancia de todas las leyes?. ¿Tal vez cedía ante los ruegos y peticiones de varios tiburones de las aldeas, pícaros, bay y perturbadores?. ¿Es que los jefes no están satisfechos de mi trabajo?..
¿Entonces qué pasa con esta?.
Kurumbay quería liberar su resentimiento, pero algo le detenía: “Con el enojo y la rabia no alcanzarás nada, piensa, hay que apiadarla, persuadirla.”
Él tímidamente se tumbó en el borde, rozó con su cabeza la almohada y se enrojo todo, se quedó inmóvil, le pareció que estaba fundiéndose, derritiéndose como el hielo bajo el sol… “¡Dios mió! – Pensó – estaría tan feliz si pudiera abrazar a esa delicada bella chica en ese cuarto oscuro, besarla, acariciarla, apretarla a mi pecho…”. Esos pensamientos apoderaron todo su ser, paralizaron su voluntad.
Tratando de tranquilizar el latir de su corazón, deteniendo su respiración, el murmuró casi sin ruido:
- ¿Puede ser que usted no me haya reconocido en la oscuridad?. Es que yo...
- ¿Por qué lo crees?. ¡Yo le he reconocido!.
- Pero nosotros somos casi coetáneos. Somos...
- ¿Y qué cambia eso?. No es la cosa para jactarse.
- Yo no me jacto... Sólo digo: si somos coetáneos, entonces, no sería un pecado divertirse un poco como lo hacen los jóvenes...
- Pero si no lo quiero...
- No, usted de verdad no me entiende. ¿Piensa que soy un simple ignorante holgazán de la aldea?. No es así. Yo tengo un trabajo muy importante. De ninguna manera estoy contra la igualdad de derechos con las mujeres. Al revés, lucho por esa misma… igualdad de derechos. Quiero decir… Quiero decir… - Kurumbay se cortó. No podía recordar qué quería decir. Es más, en general entendía mal lo que decía.
- Vaya a su cama y duerma, - dijo Kuliash y le dio las espaldas. – Usted tiene un trabajo muy importante. Tiene que dormir bastante.
¿Se burla?. “Usted tiene un trabajo muy importante.” Pues, claro que bromea. Si bromea entonces no hay que apocarse, hay que actuar... Sin decir nada, con alguna desesperación quería abrazarla, pero Kuliash entendió su deseo, bruscamente alzó la mano. Kurumbay movió la cabeza como si fuera un caballo no domado: ella le golpeó directamente en la frente. Instantáneamente entibió, parecía que le mojaron con el agua fría, después se acuclilló, y temblando con todo el cuerpo, empezó a arrastrarse atrás, perdido, humillado.
Resultó que Aulnay no dormía.
- ¿Y cómo? – le preguntó. - ¿Todo está bien?
Kurumbay, echándose la manta encima en su cabeza, le respondió con voz débil:
- No… No pasa nada.
IV
- ¿Diga, Nureke, que ganado tiene? - empezó a preguntar Aulnay por la mañana. En la escasa choza de Nurzhan se reunieron unas diez personas. Entre ellos se encontraba el bay local y el ex juez Daut. Narzhan estaba dilatando la respuesta. Meruert que escuchaba la conversación estando un poco aparte, no soportó y quiso ayudar a su esposo:
- Cuñado aulnay, querido, ¿para qué asustas a nuestro dueño?. Tú sabes bien que tenemos. Una-dos vacas, un caballo... ¿para que preguntas, sacando la verdad?
- No saco nada y no se que tiene cada uno. Tampoco voy a visitar el corral. Lo que me contaras- eso voy a notar. Si ustedes me engañan, se acusarán a si mismos. Van a revisar, su engaño se descubrirá, y el ganado oculto será recuestado a favor del erario.
- Claro que es justo. ¿Acaso oculto algo?. Un par de cabezas de ganado que tengo, tú ya las has apuntado. En vez de molestarme, mejor sacude a Karim, Daut...
-Bay-bay, Nurzhan-ay, siempre picas a escondidas, - se indigno el ex juez. - ¿Para qué tocas a los otros?, ¡llama a tu ganado!.
¿Que pasa, cuñado? - intervino de nuevo Meruert. - ¡No hay más que llamar!.
- ¿Como que no hay nada mas?. ¿Y las ovejas?, ¿o las guardas para la comida de exequias?, ¡¿quien eres tu que escondes a tu ganado del erario?!.
- ¿Y quien eres tú?, ¿o no tienes ovejas?.
- Yo sé solamente a quién contar sobre mis ovejas.
- ¡Pero nosotros también lo sabemos!.
- ¡Basta de hablar!. Apuntalo: Nurzhan tiene dos ovejas y una cabra.
- Entonces apunta también: bay Daut posee quince ovejas. Escríbelo primero.- Meruert alzó la voz.
El ex juez coléricamente desencajo los ojos.
Aulnay incluyó en la lista dos ovejas y una cabra de Nurzhan.
Parecía que se olvido de las quince ovejas de Daut. Pero claro que ni Zhurzhan, ni Meruert no podían saber exactamente si los hubiera apuntado o no. Aún no lo preguntaron: Daut les seguía perversamente clavando los ojos. Ellos ya temían que eso pudiera acabar mal...
V
Cuando Kurumbay terminó sus cosas y quiso regresar, se encontró cerca de la choza a Kuliash. Ella por algo le sonrió. Él también le sonrió en respuesta, aunque estaba enfadado e irritado del fracaso nocturno.
- ¿Usted probablemente se ofendió?.
- No, no me he ofendido.
- Entonces… ¿Por qué vienes?.
- ¿Qué quieres decir “vengo”?
- No les importan cien ovejas del bay, pero en seguida han notado las dos nuestras. ¿Cree que es justo?.
Kurumbay se turbó. Se enrojó mucho. Solo ahora entendió que cayó en un error.
Saliendo de la aldea, kurumbay volvió la mirada. Kuliash iba para el agua llevando dos cubos y el balancín.
- ¡Que chica mas brava!. Es una lastima que no tiene educación. – Notó Kurumbay, siguiéndole con la mirada.
***
Cuando desde el volost llegó la lista de los impuestos, allí se encontraba también el ex juez Daut. “Quince ovejas” estaban escritas por la mano de alguien al lado de su apellido. Satisfecho Nurzhan se sonrió:
- No pasa nada, pagarás por todos…
Kuliash, sirviendose té, se acordó de Kurumbay. Incluso le pareció que de nuevo veía como él de repente se turbó, se enrojo hasta sus orejas y no podía decir nada. La chica sonrió a sus pensamientos y murmuró en voz baja:
[1] Ancho y profundo trineo con un alto portón trasero, acolchado con el fieltro y la estera.
[2] tipo de tabaco sin humo.
[3] guardia de orden público y de seguridad en la Unión Soviética
[4] Una taza sin agarradero
[5] la bata que los hombres y las mujeres se ponen sobre la ropa, por lo general durante los meses fríos del invierno.
[6] tipo de calzado ligero, en forma de botas, con punta suave y un telón de fondo duro.
[7] El pañuelo blanco de las mujeres casadas.