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Ахмет Байтұрсынұлы
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Mailin Beyimbet "El rojizo abrigo de pieles con rayas"

02.12.2013 1657

Mailin Beyimbet "El rojizo abrigo de pieles con rayas"

Негізгі тіл: El rojizo abrigo de pieles con rayas

Бастапқы авторы: El rojizo abrigo de pieles con rayas

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Дата: 02.12.2013

Había solo un hombre de todo la aldea que era totalmente indiferente a todos los rumores e inútil ajetreo – Kuandyk.  Él solía estar sentado en un sudadero que estaba casi reducido a polvo cerca de la entrada de la yurta con los pies cruzados, y desde la mañana hasta la noche golpeaba y golpeaba con su hachita, hacía algo, tallaba alguna cosa de madera, y su endurecido raquítico abrigo de pieles como siempre se ahuecaba en él. Era obvio que hoy el también estaba inquieto. Al poner el hacha en el beldeu – un lazo de crin que ceñía la yurta-  él se envolvió sobre su abrigo con un trozo de sirga como si se preparaba a ir a resolver algunos asuntos urgentes. Sin embargo no se iba, solo se movía alrededor del sudadero, miraba a todos los lados, llamaba a los peatones causales y les preguntaba impacientemente: “¿Qué hay de nuevo?”. Con un pedazo de lana un poco tirada en el codo, salió de la casa de su vecina Batima que estaba girando de paso una rueca-peonza, Kuandyk se alegró.

- ¡Oye, Batima!. ¡Qué te lleve el diablo, ven para acá!.

La mujer de Kuandyk raspaba el caldero. Al oír la voz de su marido, apareció al momento cerca de la puerta, estaba toda despeinada, mugrienta, le dejo ir una mirada enfadada y se puso a raspar con más ardor.

Batima tenía casi cuarenta años, pero todavía era una mujer amanerada, viva. Y ahora, se volvió coquetona a su lado como si fuera una jovencita, levantó las cejas y exclamó  jugando:

-          ¿Qué sucedió?. ¿Para que me necesitas?.

Kuandyk trapaceó. La preguntó con humildad y respeto:

-          ¿Qué dices, bella?. ¡No han habido tiempos cuando no hagas faltas!.

-          Déjalo, lo único que puedes es chacharear.

-          Escucha, seguro que has visitado al bay. ¿Qué dice la baybishe?.

-          La Baybishe llora sin parar. Los ojos ya se le hincharon de lágrimas… Yo entré, entonces, y ella no se puso brava como siempre, no se enojó, dos veces agitó el odre y me llenó un vaso de kumís.

-          ¡No se trata del kumís!. Mejor dime que ella cuenta…

Kuandyk se acercó más a su vecina.

- No cuenta nada. Calla… Y me da vergüenza preguntarle. Bebí kumís y ella cogió de nuevo el odre. Dame, dice, que otra vez te llenaré el vaso. Pero yo, como si fuera poco, por la mañana había derretido la mantequilla, me he artado con los restos salados y por una tontería me he hinchado con shal [1]… Sintió ganas de vomitar de ese malo brebaje. Cerca de la estufa térrea he visto a Nesibel, la mujer del pastor. “¿Qué pasaba?, – le pregunté – ¿por qué baybishe llora?”.

“Eso, - dice- parece que alguna desgracia. Desde ayer todos como si se volvieron locos. Por la noche llamaron desde las aldeas cercanas a los aksakales[2] y tenían al consejo hasta la mañana. No escuchaba de qué se hablaban”. Esta es la verdad o la mentira nadie lo sabe. Pero creo yo que algo ha ocurrido.

- Entonces, ¿dice que invitaron a los aksakales?.

- Sí.

- Bien, y ¿qué?. ¿Qué sucedió después?.

- Y es todo…

- Eh, ¡piérdete!. Si comenzaste a hablar, tenías que enterarse de todo.

- ¿Para qué?. No me interesan los chismes. Son ustedes, los hombres, que siempre quieren poner su nariz en cada hueco. 

Batima no le contó nada interesante, solo le aumentó aun más su curiosidad. Permaneció un poco en el lugar, se balanceó y decididamente manoteó:

-          Vale, veo que hablamos en vano. Voy a visitar a Aristan.

Tropezando con cada mogote, clavado el bordón de abedul, se dirigió de prisa a casa de Aristan. Su casa estaba llena de los habitantes de la aldea. Todos miraron al dueño, y el se admiro de su propia elocuencia.

-          La cosa es, si quieren saber, en eso – oyó Kuandyk al atravesar el umbral, - A todos los bay les van a quitar su ganado, se los llevarán muy lejos.

-          ¡Apirmay, que horror!

Un muchacho moreno, sin barba, incluso saltó del asombro.

 - ¡Esta es la cosa!. No en vano, entonces, Zhamal baybishe está llorando mucho, se araña la cara…

- Oye, oye, pero ¿por qué pecado les van a quitar el ganado?.

Otro hombre fofo, hinchado como la rana, clavó los ojos.

- ¡Qué preguntas!. Por que nos engañaban a nuestras espaldas para quedarse con el ganado.

- ¡Je, pero que has dicho! – se indignó el hombre de los ojos saltones. - ¿Hay alguien de ustedes a quien Seipen le haya estafado?. ¿A quién Seipen le haya hecho trabajar a la fuerza?.

- ¡Déjalo! – Kuandyk se abrió paso hacía Aristan, se sentó cerca de él. – Respóndeme: ¿qué van a hacer con el ganado que le van a quitar de los bay?.

- ¿Crees que te lo darán? – se rió alguien. – Todo se irá al erario.

- Eso no es correcto. – Notó Aristan con importancia. – El ganado de bay será regalado al artel y lo dividirán entre los pobres.

- ¡Ay, eso es poco probable!. Lo dudo.

- Claro, ¿cómo es posible que los bienes gratuitos serán tirados en el camino?.

- No hablen demasiado. – dijo de repente Shaupek de nariz aguileña. – Seipen también sabe lo que hace. Por la noche reunió a los aksakales y  acordó dividir todo el ganado para que lo guardaran. El banco de los potros moros hoy ya ha sido arriado a la caballada de Tanatar. Me lo dijo el mismo manadero. El aulnay le dio el papel que dice que la mitad de su ganado pertenece a su hijo, a quien bay, lo apartó recientemente. Shermek quizá también no duerma en la ciudad. No en vano le envió la carta con los consejos a su padre.

Al contarle eso, Shaupek majestuosamente le miró a Aristan. Todos escucharon su noticia reteniendo la respiración.

- Sí, eso es lo más probable. – algunos oprimidos comenzaron a mover las cabezas.

- Claro, en todo el distrito no encontrarás ni un jefe con quién no podría liarse Shermek. – les apoyaron otros.

- En la ciudad, entonces, Shermek tiene paso, pero en las aldeas Seipen es la cabeza. Va a regalar a cada aksakal un caballo, y ellos alegres firmarán pirgeur[3]. Al decir, Seipen es bueno, no le ofendan.

- ¡Eso es!. A ellos los envuelves rápidamente. Dale el papel con el sello, ellos solo tocaran sus nucas y se irán.

Kuandyk de repente se puso enfadado:

- ¿Y quien dará el pirgeur?. ¿Yo?. ¡Toma la higa!.

Aristan también se arrebató:

- ¡Qué habladores son!. Al oír algo – lo difunden, aumentan, provocan la tristeza. ¡Qué tontería! ¿Cómo puede bay esconder su ganado?. ¿Cómo aulnay puede poner su sello?. ¿Somos tontos, ciegos, sordos, mudos?. ¿Vamos a callar si bay se llevará el ganado, conseguirá un papel falso?. ¿No podemos avisar a quien sea necesario?. ¡¿No va a deshonorar hasta el final si juntos demostramos que el bay es un ladrón y ratero?!.

-Oybay-ai, ¡para eso es necesario que todos los pobres se reúnan!.

- ¿Y quien nos no permite hacerlo?. Que en las elecciones pasadas no fuimos nosotros quienes derrumbamos a Seipen y sus lacayos. Y ahora, cuando hemos dividido la tierra, hemos sido nosotros quien le echó fuera y quitó todos sus pastos. ¿No es la unidad la que gana, no?.

- Vale, vale, únanse, quítenlo, mi posición es aparte.  – dijo Shaupkel y dio las espaldas.

- ¡Aristan dice la verdad! – sonó la voz de Kuandyk. – Tú, Shaupkel, siempre llevas la contraria, nada te gusta.

- He, Kuandyk, y tú, ¿A dónde te metes? – el corpulento Iskak se erguía en el rincón como una colina. – ¿Para qué necesitamos este cotilleo nosotros, tú y yo?.  Nuestro trabajo es arreglar los carros y ganar la vida.

- ¿Y por qué no puedo meterme?. Si me van a quitar el ganado de Seipen, no estaré aparte, ¡que el carro se rompa, no me importa!. ¿El no usaba mi trabajo?. ¡Lo cogeré por el cuello!. ¡Solo que pruebe esconder al ganado!.

- ¡Ay, Kueke[4], qué bien! Cuando han dividido el territorio, tú te has esforzado mucho y ahora demuestra que eres capaz de hacer muchas cosas…

Aristan rió alegremente.
Kuandyk satisfecho de la alabanza, se animó, se puso radiante de alegría. 
- Querido Aristan, dinos en serio: ¿es verdad que al bay le quitarán el ganado?.

Un tagarote moreno con una barba cerrada se dirigió hasta Aristan y todos le dejaron  pasar, como si hubieron decidido que la cosa no se resolvería sin su intervención. El tagarote guardó el silencio durante un rato, pensando, pasó la mano por su barba y solo después dijo:

- Si el poder va a encargarse de ese caso, Seipen acabará mal. El bay caerá patas arriba. No hay nadie que más que yo que trabaje sin enderezar el espinazo por él… ¿Qué cosas no he sufrido yo?. Desde mi infancia estoy a su servicio. Me golpeaba mucho. Si decir la verdad, no me he liberado de él y hoy, como antes me saca las entrañas por nada. ¿Acaso se puede contar de todas las torturas?. Así, cuando tuve veinte años quise vivir independientemente. Pues, deje a Seipen. Claro que él se enfadó, estaba furioso. Luego, a los veintiuno año tenía hambre, tan fuerte que nunca la habíamos sufrido. Todos saben que el hambre no anda con bromas. Pues, fui a ver a Seipen, me caí a sus pies. Ayúdame, pedí, repártenos la comida, si sobrevivo – voy a pagarte con la misma moneda, sé trabajar bien… Pero él, alma de perro, se tumbó en la manta, en el lecho plegado en cuatro, no movía las manos y los pies, como si no me viera y oyera… Dicen que su hijo Shermek, ahora es comunista, ocupa un alto puesto. Si ahora el poder pertenece a los pobres, no entiendo que relación con ese poder puede tener Shermek. Puedes matarme pero no creeré que Shermek proteja a los pobres, sufra por nosotros con toda el alma.

Entonces no pude obtener nada de Seipen. Shermek leía un libro, arrimándose a la estufa. Ahora, pensé, trataré de apiadar al hijito del bay. ¿Y qué pasó, cómo creen?. El sonrió sutilmente, dijo entre dientes: “¡Si vas a morir, te salvarás de todas las deudas!. Y los que no tienen pecado, poseen una condescendencia en aquel otro mundo…”

-          El lobato se comporta como un lobo corrido.

-          Me asombra ¿cómo este Shermek pudo ser comunista?.

-          Significa que penetró a la chita callando. Debe ser que se hizo el pobre. No hay que preocuparse, le tocará también. El pueblo trabajador ahora levanta la conciencia, los ojos se abren más. Ahora ya sí, se puede distinguir al amigo del enemigo. Esa kanpeske[5] comenzó al tiempo. Desenmascararán a muchos, a otros el juicio de los pobres les revolverá.

Aristan se animó. Kuandyk tenía los ojos brillantes de agitación, las mejillas se enrojecieron, todo era bajo el poder de la conmoción, la noble elevación espiritual.

- ¡Así es!. ¡Se lo merecen!. ¡Por lo menos van a vengarse por nosotros de estos bay!. No tenemos a nadie más para confiar,  ¡solo en ustedes, los pobres comunistas!.

- Para vengar a los bay y echarles de nuestro ambiente, nosotros, los pobres, tenemos que unirnos fuertemente. ¿Están de acuerdo de hacerlo?. – Preguntó Aristan.

- ¡Estamos de acuerdo!.

- Si vamos a estar unidos, seremos los ayudantes fieles del partido y el poder, podremos fácilmente cumplir cualquiera tarea. ¡Guárdenlo en su memoria!.

 

IV

 

Pronto llegó el delegado de la región. Gracias a él muchos habitantes de la aldea por primera vez oyeron la amenazadora palabra “kanpeske”. Ahora estaba en boca de todos. Para la mayoría de los habitantes se oía agradablemente, próximo. Incluso los niños descalzos movía con alegría los labios pronunciando: “kanpeske, kanpeske”. Y el sentido también se aclaró. Dentro de un par de horas la nueva palabra ocupó un lugar seguro en el vocabulario habitual de los habitantes de la aldea. A todo lugar el delegado iba seguido por un montón de gente. Quienes se quedaban en casa inmediatamente se enteraban de todo a través de otros.

- O-jo-jo… Qué tiempos más malos vinieron,- suspiraba un anciano todo encorvado por la vejez, arrimando su espalda a la pared. - ¿Qué cosas estoy obligado a oír?...

Un perro rojo roñoso se sentó en las patas traseras cerca del borde del camino, levantó el hocico, empezó a aullar de una manera abatida, triste. El viejo corcovado severamente levantó la voz al perro:

- ¡Aún estás aquí!. ¡Cállate!. ¡No llames las penas!…

Alguien se burló:

- Y si las llama, entonces por la cabeza de Seipen.

En efecto, después del aullido del perro rojo se alzó sobre la aldea un penetrante amargo llanto. La gente se estremeció, prestó oído.

- huy, ¿qué es esto?.

- ¿quién es?.

- Parece que llora la baybishe de bay, - notó, sonriendo, Kuandyk. - Ahora va a llorar durante mucho tiempo, desgraciada…

Todos intercambiaron miradas. Algunos tenían la cara pasmada de perplejidad: “¿Cómo comportarse – alegrarse o entristecerse?”.

… En una fila solemne estaban construidas tres yurtas elegantes. Un poco lejos está una más – que es baja, agujerada, ahumada. Detrás de ella, con la cara vuelta hasta el oeste, hasta el sagrado convento de profeta, está sentado Seipen con una barriga grande como la tina. Su cabeza está deprimidamente bajada en su pecho… Los ojos y la cara se habían hinchado. En la barbucha brilla una sola lágrima. A la pared de la pobre yurta se apoyó con la espalda baybishe, excesivamente engordada, como si fuera un lleno tursuk[6]. Su blanducha cara estaba azotada, arañada. Estaba toda negra de ira y de pena. Los ojos estaban inyectados en sangre. Parecía que todo veía y oía vagamente, como en una niebla. Seguro que ella se acordaba del bienestar que la abandonó tan de repente, de la felicidad que se alejó, de la pena que cayó del cielo sobre su cabeza como una roca negra que la aturdió como a un pez durante la riada. Suspira baybishe, tan fuertemente, tan amargamente, que se podía pensar que su pecho se rompía.

- Viejo, tenemos las noticias de Shermekzhan, ¿no?. El estudiaba tanto tiempo, hace mucho que ya es una persona grande, ¿y no puede ayudarnos en nuestra desdicha?.

- ¡Qué dices, vieja!.. ¿De qué ayuda se trata, cuando a él mismo también le persiguen?. “Hijo de bay” dicen. La carta que me escribió la vez pasada cayó en las manos de esos canallas. Lo mandaron al juicio… ¿Para que penar ahora?. Reza por el hijo, vieja. No tenemos más apoyo…

Seipen comenzó a temblar de ofensa y de enfado lloró.

- ¿Qué no rezo bastante?. ¡Ese vejestorio en el cielo nos muestra su espalda!. ¡No me hace caso! – exclamó irritada baybishe y también se anegó en lagrimas.

Se daba la impresión que ella podía destrozar al mismo creador si pudiera atraparlo.

Cerca de las yurtas blancas la gente hormigueaban como en el mercado. Unos pasan, otros salen; todos están animados, excitados; hablan en voz alta, bromean, ríen.

-          Vale, Aristan, ¡habla!.

-          ¿Qué tengo que decir?. El ganado y todas las cosas se las han encontrado en sus lugares.

-          Entonces, ¿Tutkish todo ha dicho correctamente?.

-          Así como es.

-          ¡Bravo, Tutkish! Escribiré sobre ti allá, en la región. ¡Qué sepan! – El delegado dio palmadas por el hombro de Tutkish. Ese, halagado, sonrió  y se animó.

- ¿He, dónde está Nesibel?

- Aquí estoy.

- ¡Venga, siéntate cerca del odre! ¡Agita el kumís con el cucharón pintado!. ¡Y no te azares cuando el poder está en tus manos!.

Nesibel inseguramente se sentó cerca del odre y cogió el agitador. Aunque se sentía entorpecida, estaba claro que no cabía en ella que se podía beber el sumís del bay sin el permiso de baybishe.

- ¿Qué pasa? ¿Quieres decir algo?

- ¡No! Yo…quisiera…  ponerme ese abrigo, solo una vez y caminar…por la aldea.

- ¡Anda, Tutkish, gallardea!

- Ponte el abrigo de zar. Que arde el alma de bay de envidia y rabia, - se regocijaron todos en la yurta.

Cuando se reunió bastante gente, decidieron abrir todos los baúles y contar todas las joyas. En la mano de Nesibel sonaba un gran atado de llaves. Desataron hábilmente las cuerdas apretadas que ceñían los baúles forjados e incrustados, abrieron los candados y se pusieron a extraer y poner en el centro las cosas caras y raras. En uno de los baúles Nesibel encontró un rojizo abrigo de pieles con rayas que hace mucho tiempo el famoso bay Zhantay, el padre de Seipen, recibió como premio del zar. La mujer del pastor tenía por el cuello el lujoso abrigo y lo miraba petrificada de asombro.

-          ¡Miren, un rojizo abrigo de pieles con rayas!.

En la yurta se armó un ruido. Tutkish pegó un salto, se dirigió a Nesibel, con cuidado cogió el abrigo de sus manos, la revolvió por aquí y por allí y de repente miró al delegado y sonrió obsequiosamente.

Tutkish se puso el abrigo de pieles, enganchó una medalla de oro. Los ojos brillaban, los labios se extendieron la sonrisa feliz. Debajo del abrigo se miraban las botas agujeradas y desgastadas, en la cabeza llevaba puesto un gorro con orejas, mugrientas y despedazadas, caminando ampliamente con aire de importancia, él paso sin detenerse, el bay y baybishe, que solos estaban sentados detrás de la ahumada yurta. Seipen le echó un vistazo e inmediatamente bajo los ojos. La cara de baybishe se puso negra, ella miró a Tutkish de tal manera como si quería incinerarle. Tutkish volvió la cabeza y preguntó cortésmente:

-¿Por qué me miras así, baybishe?.

- ¡Miro que petimetre eres!.

- ¿Piensas que te va bien y a mi no?.

- ¡Pavonea, pavonea!. Hoy es la fiesta de los miserables. – Baybishe hizo muecas y volvió las espaldas.

Andaba Tutkish solemnemente y detrás de él arrastraba curiosas multitud de mujeres y niños.

- ¡Dios mío!. ¡Así es el abrigo!. – exclamó una mujer pelirroja de edad. - ¡Nuestro bay la recibió del zar!

- eeh, suegrita, ya son veinte años desde que me habían casado en esta aldea. Me han zumbado todas las orejas sobre ese abrigo y solo hoy lo veo en vivo. La vieja baybishe por lo general nos alejaba, refunfuñaba como el caballo… ¡No le parece bastante, no!.

Una sucia mujer hombruna, de nariz aguileña metiendo los mechones enredados debajo del zhaulyk[7], se abrió paso en el gentío de chicos…

- Decían que el abrigo era encantado, - notó la mujer. – A quien lo toque, le castigarán los espíritus. ¿Por qué entonces no hacen nada con Tutkish?.

- Espere, mira como lo quiere. ¿Para qué, tonto, se atildó?.

- ¡No, todo eso es absurdo!. ¡El abrigo es solo el abrigo!. Solo nos asustan a nosotros, a los bobos: “Encantada”. “Espíritus…”. De verdad no hay nada de eso.

- ¡Claro que es charlatanería!. De otra manera, ¡ya es tiempo para los demonios para mostrarse!

La mujer morena de ojos saltones decididamente se lanzó a Tutkish, agarró el cuello lujoso del abrigo.

- ¡Espera, chacharero!. Déjame que la examine bien.

            -¡Pues, mira!. Mira cuanto quieres. No ocultaré nada de ti. – Tutkish empezó a reír en voz alta y de una manera entrecortada.

- ¡Anda!. Pensé, ¿qué es eso tan brillante? ¡será de oro!.

- Sheshey-au[8], ¿qué está dibujado aquí?.

- La cabeza del zar. – explicó Tutkish.

- ¿Qué dices?. Danos a mirar cómo es, la cabeza del zar, - acometieron, gritaron de todas las partes las mujeres.

La noticia sobre el rojizo abrigo de pieles con rayas instantáneamente agitó la aldea, y pronto la gente de todas las edades se reunió alrededor de Tutkish.

La anciana cubierta de arrugas que giraba la rueca-peonza cerca de la miserable yurta gris, miró la marcha extraordinaria, vertió algunas lágrimas y rápidamente se puso a secar las lagrimas con la ancha manga del vestido.

-          ¿Por qué lloras, mujer?. – Le preguntó Kuandyk con compasión.

-          Eh, cariño, no es para bien, no para bien… Es un abrigo sagrado, no es tan simple. Temo, que todos seremos castigados, ay, castigados por los espíritus de nuestros antepasados por nuestros pecados…

Y Kuandyk rompió en carcajadas.

Aquel día en la aldea en todos partes todos hablaban del abrigo rojizo de pieles con rayas, la medalla de oro con la cabeza de zar, el ganado de bay y de baybishe que lloraba como si deplorara al difunto.

… La niebla de la noche cubrió todo el mundo, la aldea se durmió tranquilamente. Y solo Zhamal- baybishe, llorando inconsolablemente, estaba sentada toda la noche en el umbral de la agujerada yurta, abrazando sus redondos costados.

 

V

 

- ¿Qué pasa, está preparando a irse?

- Ya está preparado.

Aparejando la perezosa baya yegua de Chabansk en la arbá, al juntar todos sus bártulos sencillos, Seipen con su familia se preparaba a irse. En tales casos solían hacer una despedida grandiosa, se reunían todos los huéspedes,  decían las buenas palabras de adiós, se revuelven los ágiles dzhiguits, ayudando a cargar las cosas. Hoy no había ni uno, ni otros. Todos dieron las espaldas a Seipen, como si hubieran olvidado que se preparaba a irse de la aldea para siempre. Pues, no lo habían olvidado, pero no le importaba este asunto.

Apoyándose con el pecho sobre el bordón blanco, durante mucho tiempo Seipen estaba sentado en cuclillas cerca de la arbá, hundido en sus malos pensamientos. Su futuro estaba oscuro. ¿A dónde lo mandan?. ¿Cómo es la gente de allí?. ¿Van a encontrarle como un huésped, con la auténtica hospitalidad kazaja?. ¿O también le darán las espaldas como a los desagradecidos habitantes de la aldea?. Pensaba Seipen, pensaba, y empezó a llorar:

- ¡Eh, ni hablar!. No volverán aquellos días. Aquí los paisanos – queridos, próximos – nos echan, y en los lugares ajenos yo ni que decir no soy necesario. Ya, ya se lo llevó todo el diablo.

Baybishe, ensimismada, triste, se acurrucó en los bultos. Se acercó, bamboleándose, el hijo.

Su aspecto era lamentable, los hombros bajos.

- ¿Y qué?.

- No va a irse, dice.

- ¿Y tokal[9]?

- Ella tampoco.

A baybishe como si alguien la lanzó hacia arriba. De nuevo se despertó en ella la rabia violenta.

- Si, tocal, está claro, - no es una amiga. ¡Pero Marzhan es mi hija!. ¡Mi sangre!.

¿No era yo quien le daba de comer, de beber?. ¿No le vestía con seda y el terciopelo?. No me bastan las penas por eso ella, endemoniada, me quiere acabar, ¿no?. ¡Mejor que yo muera que ver tanta vergüenza, oybay, oybay!

Y baybishe empezó a golpear su frente con el puño.

- ¡Déjalo, desgraciada, cálmate! – le dijo Seipen y lentamente se levantó, apoyándose al bordón. – No vas a morir antes de que sepas todas las penas. ¡Hala, siéntense!.

La baya yegua empezó a caminar de mala gana. El carro viejo balanceó, comenzó a chirriar. Se fueron por los caminos intransitables. Seipen volvió la cabeza y repitió con voz baja:

- Adiós, mi lugar natal… Adiós, mi gente…

Y se asfixió de las lágrimas, no pudo terminar las palabras, se doblo como si hubiera roto.

- no llores,  - dijo Kuandyk, - “tu lugar natal” te espera por delante. Vete…

La solitaria arbá, chirriando, se alejaba y hasta que no se desapareció detrás del puerto, los habitantes de la aldea estaban cerca de sus yurtas y la seguían con las miradas. Los ancianos suspiraban:

- Ya… ¡se fueron!...

… Gallardeando en la lujosa silla del gobernador de volost, balanceando negligentemente, Tutkish dirigió el caballo amblador de bay de color alazán oscuro hacia el pastadero.

- Hey, Tutkish, ¿A dónde vas?.

- Conduciré el ganado, ¡lo dividiremos!.

Él fustigó la grupa de su caballo alazán oscuro con un látigo grueso y corto y bajo los cascos del amblador se elevaron las nubes de polvo.

 

Año 1928.

 

[1] Una bebida, la mezcla de agua y leche agria.

[2] Se refiere al viejo y sabio de la comunidad.

[3] El veredicto

[4] La forma respetuosa del nombre Kuandyk

[5] La confiscación

[6] La vajilla de piel de cabra, por lo general para el kumís.

[7] El gorro para la mujer casada.

[8] Así se dirigen las jóvenes a las mujeres mayores.

[9] La sub. mujer 

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