Temprano, en una mañana otoñal, cuando soplaba un viento frío y húmedo, dos cazadores salieron de la yurta y rápidamente desataron los caballos ya ensillados. Bekpol, un hombre mayor, con una barba medio canosa, metió rápidamente en su cinturón las riendas y empezaba a levantar su pie para ponerlo en el estribo cuando oyó detrás un resoplido ansioso de un caballo. Bekpol, en ese instante se dio la vuelta y vio a un jinete que rápidamente galopaba desde la más cercana colina. Detrás del jinete se sacudía un arma. En la oscuridad, previa al amanecer húmedo, era difícil reconocer el jinete y su caballo.
- ¿Quién puede ser? - Sin mirar a su compañero, preguntó desconcertado Bekpol.
El compañero de Bekpol, Zhanibek, un hombre alto con una bronceadura de montaña en la cara y las manos, a su vez, también se sorprendió:
- ¿Quién es el que nos lleva tan temprano?
Bekpol silencioso, frunció el ceño. Era obvio que la repentina aparición de un jinete tan temprano de madrugada, no sólo los sorprendió, pero también los alarmó.
- ¡Pero si es Ospankul, el capataz de la finca de caballos! ¿Adónde está corriendo tan temprano? - Bekpol exclamó, cuando el jinete se estaba acercando.
Dormitando pacíficamente hasta este momento sobre la mano de Bekpol, había una poderosa águila de caza, al parecer ebria después de una larga clausura en la cargada yurta y ahora confundida por el aire fresco del otoño, y ésta de repente se despertó y extendió sus enormes alas azul acero. El ruido del aleteo de las alas, en las cuales se revoloteaban las plumas doradas, era como el crujido de cañas secas cuando el viento perturbador de la estepa las toca. El caballo marrón de Bekpol se alertó, resopló y mordió con saña la barbada, miró de reojo hacia el lado del pájaro con ojos de fuego. Kzylbalak (el nombre del ave de caza) se agitó con tal fuerza que asustó a los caballos y éstos se alejaron e incluso los jinetes se tomaron una sorpresa alarmante. Bekpol, que había visto en su vida muchas aves rapaces, ágiles, fuertes, y perspicaces; notó particularmente a esta águila casi hasta el punto de jactancia: "Las plumas de mi águila son un deleite a los ojos y hacen ruido como un bello vestido de satén".
Zhanibek, con su águila en su brazo, se sentó en cuclillas. Su Karaker trataba de quitarse de la cabeza, con sus garras, el gorro de piel, que había sido puesto en el pájaro por el dueño antes de la caza. Era un águila joven, todavía no del todo dominaba las habilidades de las aves de caza. Agitada, como una loca, ésta estaba preocupada, tratando de liberarse de la inusual gorra que la dificultaba al no dejarla estar libre. El pájaro quería ver el mundo, que le rodeaba, con sus ojos agudos y penetrantes.
- No le permitas que se saque la gorra - ordenó al cazador joven - Bekpol, de esta manera le darás la libertad – y ésta no estará más bajo tu control, y entonces no podrás esperar un buena caza.
Mientras que hablaban el uno al otro sin apartar los ojos de sus pájaros inquietos, los cazadores no notaron que el jinete se detuvo cerca de ellos. Y sólo cuando a sus oídos llegó el tintineo de los estribos y el sonido característico de la fricción de los cascos, se dieron vuelta y Zhanibek dijo:
- Es Lyska! La están probablemente entrenando para el baigue de octubre.
- Este no es un caballo, es un fuego ardiente - Bekpol dijo, admirando la rápida y suave corrida del caballo.
Bajo el jinete, restringida por las riendas, bailaba ligeramente y con gracia una yegua con sus patas finas. En su frente oscura había una parte calva en forma de medialuna brillante, el caballo con grandes ojos brillantes, era muy especial, tenía algo hermoso, femenino, y no sin razón, los cazadores con tanto entusiasmo la admiraban, tanto que no se dieron cuenta inmediatamente de la cara oscura del jinete- Ospankul.
- ¿A dónde vas, querido? ¿Todo marcha bien en tu rebaño? - Bekpol finalmente preguntó con ansiedad, mirando más cerca a Ospankul.
En la cara gris y arrugada del capataz se podían ver signos de fatiga e insomnio. Recobrando el aliento, Ospankul comenzó a contar su historia sin bajarse de su caballo, pero el caballo, que no se podía calmar después de una veloz y larga carrera por el camino, empezó a patear con sus patas talladas y elásticas e impidió al jinete de hablar.
- Desmonta - le aconsejó Zhanibek.
Y el jinete desmontó y continuó la historia. Ésta sin embargo, fue breve.
La noche pasada en las colinas y hondonadas de la cadena de Sarym-Shakti, que se podía ver desde aquí, uno de los rebaños de la granja de caballos pastoreaba. Era un rebaño del capataz Ospankul. La larga noche de otoño era negra como una pizarra-negra y ventosa. Unas nubes densas y pesadas cubrían el cielo. De repente, a medianoche la manada se alarmó en un relincho estridente. Entonces se oyó un extraño zumbido, gritos y silbidos. Los caballos, como si estuvieran rodeados por una manada de lobos, se esparcieron. Los pastores, desconcertados, corrían de un lado para el otro. Pero en esta maldita e impenetrable oscuridad de la noche no pudieron reunir de inmediato los caballos dispersos en la inmensa estepa. Justo antes del amanecer, después de mucho esfuerzo, Ospankul reunió todos los caballos y los contó, descubriendo que nueve caballos, los mejores y especialmente seleccionados, fueron robados. De acuerdo a los pastores, los caballos no fueron asustados por un animal, sino un hombre, y un hombre extraño.
Según todos los indicios, los caballos que faltaban terminaron en las manos de ladrones de caballos. Él envío los pastores en busca de los caballos, el mismo Ospankul corrió a la oficina del comandante del puesto de la frontera en busca de ayuda.
En su camino, decidió advertir a los cazadores del koljoz -granja colectiva, que pasan sus días en estas desoladas montañas de la frontera. Al terminar, Ospankul se dirigió a Bekpol:
- Bek, usted no sólo caza y atrapa depredadores de cuatro patas, pero caza los enemigos más peculiares e inteligentes. Será una nueva prueba de sus habilidades de cazador. Ya sabe, ¡los mejores caballos desaparecieron! Entre estos, tres caballos que he preparado para el baigue de octubre. Bek, monte rápidamente sobre su corcel de confianza, tome su ave perspicaz y saquee toda la Kergue Tas - dijo Ospankul indicando las suaves y azuladas cimas de las altas montañas.
- Verás, - dijo Bekpol después de pensarlo un poco - si los caballos fueron robados, el ladrón, supongo, estará del otro lado... Puede ser que ni llegó a la frontera. Durante el día no puede andar. Por lo tanto, va a esperar a la noche siguiente.
- Tiene razón. Así nosotros también pensamos, - dijo Ospankul -. Pero con un paso rápido llegarán a la frontera sólo al amanecer. ¿Y es que los nuestros van a fallar? ¿Es que los guardias dormirán?
- Claro, claro, no dormirán - dijo Bekpol -. Los ladrones de caballos, pero, en mi opinión, durante el día se van a esconder en las montañas de Sarym-Shakti. Por lo tanto, usted probablemente debe buscarlos allí, por su cuenta.
Pensando, Bekpol recogió las riendas en la mano izquierda y la mano derecha, que sostenía su águila, la puso en el pomo y fácilmente saltó a la silla. Moviendo su caballo, se dirigió a Ospankul e indicando a la derecha, hacia las rocas sombrías y azuladas exclamó:
- Corra a la oficina del comandante, y nosotros iremos al Ożara. Esta decisión no le gustó para nada a Ospankul.
La decisión de Bekpol de ir a Ożara y no a Kergue Tas fue interpretada por Ospankul como una negativa a ayudar en la búsqueda. Los tenebrosos tramos y peligrosas bajadas, y las casi intransitables selvas de la montaña Kergue-Tas eran transitables solo a Bekpol. Allí, él sabía cada camino perceptible, cada pequeño sendero usado por los animales, conocía cada piedra, él conocía la dura mirada de estas antiguas montañas. Y por eso es que Ospankul decidió insistir en que el cazador viaje por esas montañas.
- Beck, he venido a usted por ayuda. ¿Es que sus zorros son mejores que los caballos seleccionados? - Sin ocultar su dolor y pena, muy inusual para él, Ospankul dijo irritable.
No queriendo molestar más a su ansioso amigo, Bekpol se negó a responder, pero no cambió su decisión.
- “Al Kergue Tas fueron nuestros cazadores con perros de caza. Y si los ladrones están allí, estos no se escaparán, "dijo brevemente.
Ospankul conocía estos cazadores, en cuestión, y muy irritado observó:
- ¡Deje a esos mensajeros verdes! Ellos, las montañas no las conocen y luego ¿que van a hacer? ¿Qué harán, con sus perros subirán a la cima? Si en la noche ellos ni escucharon la alarma. Conozco esos imberbes cazadores de zorros... – Se burló Ospankul.
Zhanibek saltó sobre su caballo y se removió impaciente en la silla, escuchando la no amistosa conversación. Él realmente quería ir al Ożara. Su última cacería al Kergue-Tas no fue una de las más afortunadas. Su Karaker que antes atrapaba diariamente un zorro, en los últimos días falló y no atrapó ni uno.
Y al Ożara, como oyó Zhanibek, hay zorros y hasta hoy en día todavía ningún cazador ha estado allí. Esos lugares fascinaron el alma de cazador de Zhanibek. En sus brillantes y seductores sueños veía una gran cantidad de exuberantes, abundantes zorros, que se tumbaban obedientemente bajo las alas extendidas en la rápida caída de Karaker.
¡Oh, estos emocionantes, y únicos sueños de caza! Oh, esta vieja y siempre ¡joven pasión de los cazadores! ¡Cómo todo esto era cercano y querido a Zhanibek! El entendió que a caza hay que ir al Ożara. "Pero ¿qué hacer con los caballos desparecidos?" - Zhanibek pensaba en su corazón pero su mente poco a poco comenzó a presionar la pasión de cazador que se encendía en él como un fuego. Por eso él dijo con firmeza a Bekpol:
- Respóndame rectamente, Beck, o vamos a cazar, o vamos a la búsqueda de los ladrones de caballos. Decidamos pronto y no detendremos más a Ospankul.
Dudando antes de responder, finalmente dijo Bekpol a Ospankul:
- Te diré algo, mi amigo, ve a la oficina del comandante y diga a Alexander que Bekpol no te hizo caso y se fue al Ożara. Después de todo, ¿no encontraste las huellas de los ladrones de caballos? Por lo tanto, primero tienes que encontrar estas pistas. Confía en mí - Concluyó Bekpol y luego, espoleó su caballo, y llamó a Zhanibek: - ¡Sígueme! Hoy nosotros dos vamos no sólo a la captura de zorros.
Ospankul a largo estuvo desconcertado, con una mezcla de resentimiento y ansiedad, veía a los jinetes en marcha. En un suave trote se dirigieron a las distantes montañas, rodeadas de una suave bruma azulada.
El comportamiento de Bekpol le parecía extraño a Ospankul, y más extraño todavía porque Ospankul sabía de primera mano sobre el famoso cazador del koljoz, que los violadores fronterizos cuidadosamente evitaba el encuentro con él. Bekpol era conocido por toda la estepa como el fiel ayudante del regimiento de guardias de la frontera. Esto había llevado Ospankul a Bekpol. Pero su comportamiento había confundido y molestado a Ospankul y él muy triste, continuó, hacia el puesto de frontera. De vez en cuando miraba hacia atrás, veía los vagos contornos de los dos jinetes que se alejaban hacia Sarym Shakty y por encima de sus hombros, balanceándose rítmicamente navegaban también las vagas siluetas de las aves ...
Las estribaciones, en las que los cazadores estaban cabalgando, estaban cubiertas con una gruesa capa de estípite plumoso de color ceniza. Con ojo agudo, Bekpol inmediatamente señaló que, a pesar de las nubes, durante toda la noche, no ha caído ni una gota de lluvia. Tal vez por el polvo, y a lo mejor, por la densa niebla en el aire de la brumosa mañana, un velo imperceptible se agitaba.
Los campos y las laderas de las colinas tenían una vegetación amarillenta, herrumbre, y las rocas circundantes se velaban en una sombra tenebrosa. Pero el cielo estaba despejado, fresco, y bañado por el frío del otoño. Mirando al cielo, el viejo cazador ya sabía que el día sería sereno y claro. He aquí el destello brillante de los primeros rayos del sol jugando sobre los dentados picos del Kergue-Tas. Las distintivas y vigorizantes colinas frías, iban al encuentro de los jinetes. El vertiginoso, oscuro y profundo desfiladero del Ożara estaba cerca. En el enrarecido aire de la montaña, antes del amanecer, sonaban claramente las herraduras de los cascos de sus caballos, y el sonido llenaba el valle con melódicos ecos. E incluso el ave, que todo este tiempo dormitaba pacíficamente al lado de Bekpol, podía sentir a través del gorro de cuero, por su instinto cazador, la proximidad de las montañas. El águila alzó su delgado pico, de tinte azul como un pedernal pulido, e inhaló el aire fresco de la estepa nativa, el espacio abierto por el viento, de sus ancestrales montañas.
Zhanibek se extrañó que Bekpol estuviera cabalgando sin cambiar de dirección. Él sabía que tenían que girar a un lado, y luego simplemente podrían sacar las tapas a las águilas y liberar las aves a la caza. Muy por detrás se quedaron los famosos picos y por debajo de las colinas, las madrigueras de los zorros, y Bekpol tenazmente continuaba su camino y no respondía a las preguntas repetidas de Zhanibek.
Así siguieron hasta que se alinearon con las colinas de Sarym Shakty. Sólo entonces, Bekpol, hasta el momento pensativo e inmóvil, de repente surgió como un ave de caza, que olfatea la presa, y resueltamente se giró hacia la izquierda, a la garganta Kabani del Ożara. Zhanibek siguió obedientemente al viejo cazador. La vuelta que hizo el cazador, Zhanibek la atribuyó a la distracción melancólica de Bekpol.
Después de la desviación, Bekpol empezó a cabalgar al trote, y con el látigo iba instando su caballo. Zhanibek se adelantó hacia Bekpol, pisándole los talones. El joven cazador miraba a su alrededor con curiosidad. Miraba a montones de rocas, barrancos y gargantas.
Vio altas salientes convenientes para las águilas y el observador-cazador y esperaba que en cada minuto pudiera llegar el momento de retirar las tapas de las cabezas de las aves y liberarlas desde las alturas para volar hacia la presa.
Cuando los jinetes descendieron a la garganta, Bekpol mantuvo su caballo contenido y se dirigió a paso. "¡Ajá! Tiene miedo de ahuyentar a un zorro "- Felizmente pensaba Zhanibek. Pero Bekpol, cabalgaba hacia una pequeña llanura, cubierta de una pequeña almohadilla de estípite plumoso, él se detuvo de repente, mirando inquisitivamente el estípite, se volvió hacia su compañero y en voz baja le dijo:
- Ven aquí, cariño.
Zhanibek vacilante se acercó a Bekpol, el primero, perplejo vio los rastros casi imperceptibles de cascos de caballos.
- Mira - Casi susurró Bekpol -. El dijo que los caballos desaparecieron, y aquí hay huellas de un potrillo.
Mirando más de cerca las pistas, Zhanibek se rió y dijo:
- Oh, Bek ¿es que cree que descubrió el robo? ¡En vano! Ayer nuestros caballos pastoreaban aquí.
Bekpol miró fríamente al cazador joven que se estaba riendo, el anciano no le respondió, y en silencio fue más allá a lo largo del camino. Pero las huellas de repente desaparecieron en la hierba espesa de la montaña. Bekpol luego se volvió hacia otro sitio, cubierto de pequeños y raros estípites plumosos. Después de haber caminado como cien pasos, nuevamente convocó a Zhanibek y le dijo:
- Mira, Mira, ¿ves esta bosta? Es bastante fresca. Los caballos estuvieron aquí en la noche. ¿Me entiendes? Y nuestros caballos, los llevamos de aquí ayer al mediodía... Y además - prosiguió después de un momento – allí había una huella, pero aquí el estiércol está esparcido. Así se esparce el estiércol que cae solamente de un caballo que galopa y no pastea. Es lo que el viejo Bek dice, y usted ¡tiene que creerle!
Zhanibek se silenció. Se sorprendió por la observancia y la visión del viejo cazador.
Bekpol miró a Zhanibek con sus ojos seniles y apagados, y le instruyó de notar:
- Estos se fueron al Ożara. Todavía nos queda una cosa que hacer: encontrarlos. Ya sé que el Ożara es grande. Y por supuesto, habrán colocado guardias. Ellos nos estarán mirando. Pero, tenemos que tener cuidado, ¡ser muy astutos! Que nadie pueda pensar que lo que exactamente buscamos son los bandidos.
Y frente a Zhanibek el viejo Bekpol de repente se transformó, como si hubiera recuperado la juventud perdida, se encendió otra vez la juventud entusiasmada en sus claros ojos.
- Estamos con ustedes, cazadores - dijo alegremente Bekpol.-Así que vamos a proceder lentamente, de forma astuta, con cuidado. Sólo de esta manera vamos a encontrar su guarida. ¿Me entiendes, amigo mío?
En vez de una respuesta directa Zhanibek contestó en forma preparada:
- ¡Muy bien! Levántese, Bek, sobre esta roca – y señaló hacia la izquierda - y yo voy a buscar en el montón de rocas en la parte inferior. Siento que es el hogar de los zorros... - Y espoleó su caballo y comenzó a bajar.
Bekpol llegó a la cima de la sobresaliente roca, y de inmediato le quitó la gorra al águila, a Kzylbalak, el águila envuelto como con Ichigi-botas, rojos, y liberó el pájaro. El águila se despertó y con un creciente estremecimiento interno, empezó a controlar sin tregua y atentamente, con sus ojos amarillentos, desde lo alto hasta el pie de la montaña, donde pasaba Zhanibek. Kzylbalak ansiosamente movió su cuello elástico y hacía crujir con inquietud sus plumas de oro. El pájaro sintió la proximidad de la presa, y su creciente ansiedad comenzó gradualmente a transferirse al cazador. Éste también estaba notablemente nervioso y con sus secos y flexibles dedos tiraba de la correa y miraba a su alrededor con cautela.
Zhanibek lentamente buscaba detrás de cada piedra. Golpeaba con su látigo en el pomo de la silla con cortos golpes, y un silbido entrecortado tratando de despertar a los zorros. Sin embargo, en estos lugares no venían cazadores, por esto los zorros no se asustaron. No se despertaron después de una larga hibernación, después de haber dormido en el cálido ambiente de sus guaridas. Únicamente si un cazador se acercaba, éste podría asustar a estos sensibles y astutos animales.
Bekpol quitó la correa larga de las garras del águila, y con un gesto habitual la metió en su cinturón, y dándose a la próxima caza, de Zhanibek y de su pájaro, él mismo mantuvo su mirada aguda y preocupada por la tensión, sobre los picos amenazantes y lejanos del Ożara. Ni la más mínima señal de vida se veía entre las rocas mudas. Las arrugas profundas que cubrían la frente amplia de Bekpol se volvieron más y más profundas y retorcidas.
"¿Se detuvieron en el Ożara o se trasladaron? ¿Dónde se refugiaron: en estos, cañones remotos e inaccesibles o en gruesas selvas? "- Pensaba Bekpol. Era clara sólo una cosa: los ladrones se escondieron en un lugar cubierto y apartado, y eran muy conscientes de estos barrancos y acantilados, y que parecen tenían una guía confiable, un conocedor de estos lugares casi intransitables.
Y de pronto un grito desgarrador de Zhanibek interrumpió los pensamientos del viejo cazador, y sin dar tiempo al grito, de tocar la conciencia de Bekpol, el águila, frenéticamente se inmutó y en un instante cayó hacia abajo, de las manos del cazador, como una piedra, cayó en picada hacia abajo y luego se disparó hacia arriba en un poderoso impulso, a los picos brillantes, por la luz del sol, del Ożara. Y era difícil entender si lo elevó la voz de Zhanibek o la sensibilidad del pájaro, que impulsada por su carácter sutil y su instinto de ave de presa, prolongaba la captura esperada.
Encantado por el despegue inusual de Kzylbalak, Bekpol la miró, cómo en una velocidad de un rayo, ésta se alejaba por el cielo azul. Amaba a esta poderosa, inspiradora ave, que no era inferior en fuerza y belleza de las plumas a un águila salvaje, la habitante de las montaña. ¿Qué se puede decir sobre el águila, que logró, sólo en los últimos diez días, producir para la granja treinta zorros, y que sus exuberantes pieles respiran en las manos, como un ser vivo?
Cualquiera que haya visto el majestuoso vuelo de un águila volando en el azul del cielo, y se mareó al verla, y que siempre sintió la loca emoción que experimenta el pájaro cuando avista una presa – entonces éste podrá conocer el poder de la emoción, que está experimentando en tal momento un cazador.
Bekpol, no quitó la vista de su ave, y rápidamente descendió de la cima. Zhanibek corrió velozmente a través del cañón. Bekpol todavía no había avistado un zorro, pero él sentía y sabía que la presa estaba allí en alguna parte, entre las rocas, intentando esconderse entre las grietas, alejarse del águila. Pero el águila, que sus alas tendidas destellaban por el sol cegador como el acero, de repente bajó de golpe y desapareció detrás de una pila de rocas.
Y en ese momento Zhanibek detrás del águila, de cabeza sobre los talones se deslizó hacia abajo. Bekpol se frenó, y sin ocultar la emoción, observaba si el ave dará a la presa un golpe directo y fatal o si indecisa se elevará en vuelo por encima, de nuevo. Era una prueba para el águila, que en él pensaba el cazador exigente... Bekpol siempre discreto, con sangre fría y calculador, a pesar de la enorme emoción, no perdió el autocontrol y no perdió de vista a Kzylbalak. El águila no se elevó...
Lentamente, con paso firme, Bekpol pasó a través de un montón de escombros. Zhanibek ya estaba sentado sobre sus cuartos traseros y alimentaba el águila con la lengua del zorro muerto. Sin bajarse de su caballo, Bekpol preguntó:
- ¿Y, como fue? ¡Qué golpe!
- Le fracturó la columna vertebral - Dijo Zhanibek y extendió su brazo sobre la columna rota del zorro muerto.
- ¡Bien hecho! Que águila fuerte. Nunca he visto un vuelo semejante- Bekpol respondió con entusiasmo.
Los cazadores larga y silenciosamente admiraban el águila y su presa. Pero en este momento se asustaron por un sordo silbido racheado y levantaron la cabeza, vieron flotar por encima de ellos un ave de presa. Era un halcón de pradera, el más común. No quitando la atenta mirada del halcón, Bekpol preguntó, perplejo:
- Mira ¿A dónde se dirige el buitre?
- Probablemente, hacia la presa de Kzylbalak - sugirió Zhanibek.
...- No, - dijo con vehemencia Bekpol - Es probable que tiene prisa para el desayuno en la cima del Ożara - Y luego, con los ojos fijos en el vuelo del ave hacia las alturas, Bekpol dijo: - ¡Un momento, amigo! Allí está el segundo. Él también está haciendo su camino... Sabes Zhanibek, esto no es una casualidad. ¡Tome al zorro - y rápido al caballo!
Obediente y ágil, Zhanibek nunca contradecía a Bekpol. En un rápido movimiento entregó Kzylbalak a Bekpol, quitó de la piedra a Karaker y saltó a la silla de su caballo.
Bekpol continuaba siguiendo los buitres. Él sabía que si sus sospechas eran correctas, estas aves de presa se congregarán de varios lados. Por último, seriamente mirando a Karaker, dijo:
- Escucha, Zhanibek, te paras en la pila de rocas y permaneces allí. Yo me voy a esa roca – señalando con su látigo a una roca roja, que se destacaba del fondo del acantilado -. Y cuando yo dé la señal, tú liberas a Karaker.
Kzylbalak no prende vuelo sin ver la presa. Puse mucho trabajo en él, para hacer de Karaker un ave veloz y obediente. Al igual que todos los pichones de águila quitados del nido, él es codicioso para el cebo, la carne, y siempre te informará dónde se puede encontrarlo. Lo puedo escuchar en su distintivo chillido de llamada. Por eso hoy, él es más útil para nosotros que Kzylbalak.
Sin esperar una respuesta de Zhanibek, Bekpol se trasladó por el lado del acantilado, y casi llegando a la primera roca saliente, dio la señal acordada. Apenas Zhanibek quitó la gorra a Karaker, el águila se elevó al instante. Como un pájaro bien entrenado y leal, Karaker despegó rápidamente desde cualquier lugar y buscó una presa invisible.
Zhanibek siguió su vuelo, y vio que en la misma dirección que Karaker volaba, venían uno tras otro tres gran buitres negros.
Era evidente que el águila estaba volando, examinando cuidadosamente los huecos y las piedras circundantes, pero al oír el grito de alarma de los buitres salvajes, ganó aún más altitud y rápidamente se fue tras ellos.
Zhanibek se asustó. Se le ocurrió la idea de que el águila, apasionada por los buitres, vuela tras ellos. Es por eso que Zhanibek corrió hacia Bekpol. Pero al dar con Bekpol, vio para su sorpresa, que en el rostro del viejo cazador no se veía ningún signo de ansiedad. El anciano miró con calma en la distancia, realizando mentalmente la ruta aérea que los buitres tomaron y desaparecieron. Y cuando Zhanibek trató de expresar sus preocupaciones, el viejo Bekpol, sin una palabra, imperiosamente le entregó su águila:
- ¡Deja! No me digas lo que no se debe. Toma mi pájaro.
"Es probable que me esté pagando por Karaker con su águila" – decepcionado Zhanibek pensaba, sin saber, si debe tomar este precioso regalo a cambio de Karaker.
Entonces Bekpol dijo:
- No creas que te regalo mi águila. No te la voy a dar. No te la voy a dar, porque tu águila va a regresar. Mira, - dijo en una voz profunda y tranquila, tocando ligeramente el codo de su joven amigo - mira, yo sé, siento que ¡los enemigos están cerca de aquí! Están en el Ożara, del otro lado de los picos. Ellos atraen los buitres al desayuno: al parecer, han matado a un potrillo... Pero, ¿quién va a comer este potrillo, ellos o nosotros - esa es la cuestión ... - Bekpol concluyó sonriendo.
Después de una pausa, dijo con una voz áspera y exigente a Zhanibek:
- Galopa inmediatamente con mi águila al puesto del comandante de la frontera. ¡A Alexander! En el momento en que ustedes van a regresar yo voy a tratar de liberar a Karaker, y si es posible liberarlo directamente desde el aparcamiento de los ladrones. Atención - esta será mi señal convenida.
A Zhanibek todo quedó claro. Y éste sin palabras, sin esperar una explicación, dio vuelta resueltamente a su caballo y galopó hacia el lado contrario, a la frontera.
Bekpol también comenzó lentamente a ascender a las alturas distantes y azuladas, más allá por donde se ocultaban, según sus cálculos, los depredadores.
Cuando los cazadores se separaron, era temprano por la mañana, el sol estaba sobre el horizonte, a la altura de los picos. Y Bekpol determinó que la gente de la oficina del comandante, vendrá cuando el sol se mueva a la vertiente occidental del pico del Ożara. Hasta que llegue ese momento, él tiene que localizar a los enemigos y presentar la señal.
Cabalgaba por las fuertes y casi inaccesibles pendientes del Ożara. Su caballo, ejerciendo sus últimas fuerzas, cabalgaba es pequeños y pesados pasos - incluso un suave trote no podía hacer.
El bosque de antiguos y densos abetos, rodeaba la colina y cruzaba la carretera. En un frescor húmedo y primitivo respiraban los salientes rocosos que sobre ellos crecían los abetos. Silencio. Ocasionalmente a la distancia se oía el chillido de una urraca. De vez en cuando flotaba ahogado el grito de un halcón, que infatigablemente volaba alto por encima. Y entre esta montaña somnolienta, en silencio se cuela cuidadosamente un viajero solitario- un cazador, en un abrigo gris y una gorra de piel de marmota. Conduce con cuidado escuchando el silencio.
La vista tensa. El oído tenso. Parece tenso cada nervio, cada músculo. Pasa en silencio entre las rocas sombrías, cada vez se profundiza más en el acantilado, en el sendero del argali. Siempre llamando, siempre invitando, a él, un viajero solitario, estos picos de las montañas, que se baña en la luz del sol de otoño. Ellos son majestuosos y transparentes. Parece que estén destellando con su propia luz interior. ¡Qué fácil respirar en este momento! ¡Qué rápido se quiere llegar a la meta! Y cuanto el camino es más difícil, cuanto mayor es el deseo de superarlo... Y Bekpol se daba prisa.
A continuación desmontó y subió a una alta roca. Ante él se abrió la otra pendiente del Ożara. Él vio que allá abajo, se extendía el bosque como una franja de encaje delicada, cruzada aquí y allá por profundos valles y acantilados.
Pero ¿dónde está el enemigo? ¿En cuál de estos cañones se oculta de las miradas agudas de Bekpol? ¿Bajo la protección de los acantilados de roca o en el bosque?.. Bekpol se hacía estas preguntas y no encontró respuestas.
Situado en el borde de un roca sobresaliente del acantilado, Bekpol miraba alrededor, encantado de la belleza de los distantes campos agrícolas del koljoz, la belleza de su querida tierra cerca de su corazón - la tierra que a la cual era tan celoso, y que por todo eso durante muchos años ayudó a protegerla, en colaboración con los guardias fronterizos, de la invasión de los delincuentes extraños.
Después de un tiempo Bekpol montó de nuevo su caballo y conducido por un instinto interior, tomó exactamente la dirección que llevaba al aparcamiento de los enemigos que se habían refugiado en el bosque de abetos. Su presencia se expresó por los caballos, que estaban atados a pares, para refrescarse después de una larga y difícil carrera. Bekpol notó que dos caballos, uno rojo y otro gris, tenían sillas de montar que no eran de estos lugares. Eran sillas de los clanes Kyzaytsev y Suai – clanes de kazajos chinos. Y es por estas monturas que Bekpol determinó de inmediato que los ladrones llegaron desde el otro lado. Con cuidado, miraba alrededor de los caballos, Bekpol se dio cuenta de que los caballos estaban agotados por el largo y duro camino.
"Pero, ¿dónde están las personas? - preguntó Bekpol -. Tal vez están dormidos" - Pensó.
En el mismo instante oyó un grito terrible y exigente:
- ¡Alto!
Bekpol ansiosamente miró a su alrededor y sintió más que vio, en el bosque una persona de tez morena y pálida. El hombre salió de los densos matorrales, dirigiendo el cañón de un arma directamente hacia Bekpol y con una serenidad desdeñosa, y sin levantar la voz, ordenó:
- ¡Bájese del caballo!
- Me bajo, querido - respondió con calma Bekpol -. Pero primero usted debe preguntarme si soy enemigo o no. Después de todo, yo estoy solo. ¿Usted cree que yo soy de los perseguidores? ¡Bicho raro! Sólo soy un cazador. Estoy en busca de mi pájaro perdido.
Estas palabras, pronunciadas por Bekpol con una estacionaria tranquilidad y una cálida sonrisa, al parecer afectaron al bandido. Éste rápidamente saltó detrás del árbol, corrió hacia Bekpol y le arrebató de sus manos el látigo. Luego, sin decir una palabra, con un gesto del dedo ordenó a Bekpol de seguirlo.
Bekpol tuvo que obedecer. Sólo ahora se dio cuenta de que detrás de los árboles estaban sentadas tres personas. Parecía que habían crecido de repente de la tierra. Estas personas también estaban armadas con armas de fuego. Y no muy lejos del pistolero de barba gris, estaba sentado en un tocón de árbol, Karaker. Con concentración y entusiasmo comía pedazos de carne fresca y jugosa.
Bekpol bruscamente, miró hacia abajo, al ladrón barbudo y de repente dio un paso atrás y se congeló. Retrocedió también con sorpresa y abrió los ojos fijos, miró con ojos legañosos a Bekpol, el hombre de la barba.
- ¿Cómo, Bekpol? ¿Cómo? ¿Es usted -? Exclamó asombrado el barbudo hostil.
Bekpol en un instante se dominó a sí mismo, y pretendiendo estar alegre gritó:
- ¡Satbek! Satbek mi querido, ¿estás vivo? No creo a mis ojos... ¡Estás vivo!
Los otros dos matones se acercaron al cazador y lo miraron con desconcierto, y con un silencio expectante.
Satbek vacilante se acercó Bekpol le preguntó:
- ¿Eres de los nuestros? O ¿eres un enemigo?
En ese momento, el resto de los bandidos comenzó a buscar en el cuerpo del cazador. Era desagradable sentir su toque apresurado y áspero. Sin embargo Bekpol no protestó. Siguió sin moverse, mirando a Satbek de una forma falsamente alegre. Fingió tan hábilmente que parecía, que estuviera realmente contento de este encuentro y que experimentaba esta alegría con todo su ser.
- Por supuesto, ¡con ustedes! Sigo comprometido a usted, Satbek – dijo Bekpol, con un tono que excluía toda sospecha y falta de sinceridad.
- ¿Es cierto?
- Yo nunca miento.
Buscaron sobre el cuerpo de Bekpol pero no encontraron nada sospechoso y los bandidos se retiraron.
Bekpol por su parte, observaba cuidadosamente la cara familiar del anciano, miró y se encontró que en los últimos cinco años no había cambiado, seguía siendo la misma presa inmóvil. Era el mismo insolente, viejo zorro, una vez conocido en todo el condado. Este atkaminer-presunto activista, lisa y hábilmente evitó la confiscación cuando dio a su hija en matrimonio a uno de los grandes jefes regionales y gracias a esto también fue capaz de escapar, a tiempo, al castigo merecido.
Sólo después de unos años corrieron vagos rumores en la estepa, algunos decían, que se estableció en algún lugar de Siberia, otros - que entró en el servicio de alguien en algún lugar cerca de Tashkent, otros lo habían ya enterrado. Sólo una cosa era cierta: que el hombre apareció aquí y allá, hábilmente disfrazado, confundiendo y esquivando sus huellas, al igual que las liebres libres confunden los rastros en la tierra húmeda del otoño, escapando, de su detección por los cazadores. De la misma edad que Satbek, Bekpol y su familia pasaron toda la vida trabajando para este atkaminer y, en retorno, no obtuvo nada de él. Bekpol atendía a sus águilas. Un caballo flaco, una yurta agujerada y patética - eso es todo lo que tenía entonces Bekpol. Y ahora, que se reunieron en este remoto rincón de la montaña, Bekpol realizó en que peligro está. Es por eso que reunió sus nervios en un solo nudo. Por eso, suprimió la oleada de odio, que tenía Bekpol hacia el hombre, y él continuó el juego con mucha habilidad y sutileza, de representarse siempre como un obediente servidor del atkaminer.
Satbek también mantuvo un ojo sobre Bekpol. Él le creía y no le creía.
- Bueno, ven aquí – dijo el viejo en un tono más pacífico, se sentaron juntos al lado del fuego, y comenzó a preguntar: - ¿Cuántos son ustedes, los cazadores? ¿Quiénes son tus compañeros? ¿Dónde están ahora?
- No tengo compañeros. Vengo solo. Es por eso que he perdido el águila. Si habría tenido un compañero que me ayudase a levantar el zorro, yo no hubiera liberado el águila tan lejos, respondió Bekpol, con una calma fingida.
Probablemente no muy confiado de estas explicaciones y aún tenso como antes, Satbek, señaló a Karaker y sarcásticamente comentó:
- ¿Eso es un águila? Es un mendigo que ¡recoge las limosnas ocasionales! ¿Es que una verdadera águila puede tomar presa una carroña?
Los pequeños ojos penetrantes de Satbek corrieron a través de la cara de Bekpol. Pero la intenta y aguda mirada, no afectó al viejo cazador. Bekpol sonrió y con la misma calma anterior respondió:
- Zorok- Mira, Satbek! Tienes razón. El hecho es que el ave pertenece a un joven cazador inexperto. El la estropeó...
Satbek se calló, miraba de reojo al cazador, como preparándose a saltar sobre él. Los otros bandidos llegaron y comenzaron a hacer muchas preguntas a Bekpol, tratando de extraer de él la información necesaria. Le preguntaban si había una persecución tras ellos. Si es que están buscando los caballos desaparecidos. Si es que él había visto a alguien la noche anterior.
Pero el cazador estaba solo. No vio a nadie, excepto a su águila. Y él no sabía nada, el anciano humilde.
- Bueno, - de repente y de manera decisiva intervino Satbek en la conversación -. Bueno, estoy de acuerdo. Pero si usted es uno de los nuestros, ¿va a venir con nosotros? - le preguntó a quemarropa, acercándose a Bekpol.
Después de una breve pausa silenciosa, Bekpol se volvió en sí y dijo con firmeza:
- No me mires tan severamente, Satbek. Si digo de primera palabra "sí", probablemente no me creerás. Ya te dije que ante ti el viejo Bekpol, tu fiel servidor. Estás hablando conmigo como mi viejo Satbek. ¿No te es suficiente?
Sin responder, Satbek miró a sus compañeros y les dio una señal. Los cuatro de ellos de inmediato se levantaron y se alejaron. En la silenciosa conversación Bekpol entendió que ellos se confieren con Satbek. Sabía que Satbek lo estaba observando desde allí con ojos profundamente perceptivos, y por lo tanto se mantuvo en silencio.
Un minuto más tarde, las personas cambiaron el susurrar por un altercado fuerte. Uno de ellos, todo negro, como si carbonizado, discutía furiosamente con Satbek. Parecía que Satbek se quedó solo.
Bruscamente, tres bandidos atacaron repentinamente a Bekpol. No le dejaron entender lo que pasaba, se sentaron sobre él y delante de sus ojos apareció un cuchillo opaco con un mango de color amarillo brillante. Otros dos agarraron a Bekpol de los pies. Pero en este momento Satbek, hábilmente, agarró uno de los hombres de la mano:
- ¡Basta! Por mí lo dejó ir. Es de mi edad. Déjame hablar con él.
- ¿Qué le vas a decir? No hay nada que decir, la gente gritaba, aferrando a Bekpol.
- Entonces pregúntenle ustedes mismos y, si va a mentir, mátenlo, - dijo Satbek.
"Sí, ¡he aquí donde va!" - Realizó Bekpol.
- Que tu viejo amigo jure de estar con nosotros. Si no, ¡estará muerto! En la punta de la espada no hay amistad... - entrecerrando los ojos y con una mirada enojada, dijo el matón negro, apretando su rodilla, presionándola sobre el pecho del viejo cazador.
Pero esto no molestó y no asustó a Bekpol. La ira y el odio crecían dentro de él con cada segundo que pasaba. En la memoria del viejo cazador, como un caleidoscopio, brillaba el panorama desolador de los días pasados. Y el odio hacia Satbek suprimió el miedo en él. Y además, el sentido de la resistencia reprimió en Bekpol, incluso el instinto de auto-preservación. Por eso, apretando sus amarillentos dientes, por su edad, y aún robustos, Bekpol obstinadamente se calló. Y así el silencio de este viejo, enfureció aún más a los bandidos.
- ¿Qué, eres mudo o qué? Ya ves, te defendí, pedí por ti... - comenzó Satbek.
Pero Bekpol lo interrumpió y gritó:
- Entonces ¡llévalos a un lado!
Con todas sus fuerzas para liberar a Bekpol, Satbek movió a sus hombres, y cuando Bekpol se levantó, se volvió hacia él con el siguiente discurso:
- Bueno, yo respondo por ti. Únete a nosotros y ayúdanos durante la noche a trasladar los caballos al otro lado de la frontera. No te preocupes, cuando lleguemos allí, me haré cargo de tu destino. Vamos a ser de nuevo los mismos Bekpol y Satbek. ¿Estás de acuerdo?
Bekpol dio una furtiva mirada hacia el sol y alegremente se dio cuenta que se acercaba al lado opuesto del Ożara.
- Escucha, Satbek! ¡Escúchenme, todos ustedes! Está bien. Estoy de acuerdo - con facilidad y con alegría dijo a la gente incrédula -. Basta de hablar. Es mejor cocinar la carne. Comamos y después lo más rápido nos ponemos en camino. Tenemos que darnos prisa. Dios, ¡envíenos suerte!
La gente empezó a moverse. El fuego ardía alegremente. Un sabor amargo salía del fuego por la quema de las ramas de abeto y el cocinar de la perfumada carne. Satbek y Bekpol se sentaron juntos al lado del fuego y hablaron en paz, como si fueran viejos amigos que hablaban después de una larga separación.
- Estoy contigo - dijo Bekpol - y este es un pájaro que tengo que darle el adiós. El águila debe ser liberada.
Agitados y enganchados por la carne que se cocinaba, los ladrones no prestaron atención a las palabras de Bekpol. Éste miró inquisitivamente a los ojos del águila, corrió suavemente su mano sobre su pecho y dijo:
- Mantenga la misma memoria de nosotros, de Satbek en su casa. No le quito los anillos de los pies. ¡Adiós! ¡Vuela lejos, mi amigo libre!
Tirando hacia arriba, con su destreza habitual, lanzó a Karaker, y el pájaro, arrancado de sus manos, de inmediato comenzó a elevarse, dibujando círculos suaves sobre las copas de los abetos. No movió su mirada del águila y Bekpol lo siguió como si realmente se había despedido de su amado pájaro. Luego, se sentó junto al fuego, arrojó sobre las brasas hojas y hierba seca y empezó a avivar las llamas. Por encima del abeto se alzaba un denso y claro humo azul.
Pronto la carne estuvo lista. Las personas hambrientas atendieron a ésta con entusiasmo y rapidez.
De repente, los caballos ensillados aguzaron las orejas y miraron hacia arriba.
- ¿Qué es? - preguntó con ansiedad Satbek, instintiva mente agarrando su pistola.
Al instante los demás se levantaron de sus asientos y también tomaron sus armas.
Los ladrones estaban dispersos, escondiéndose detrás de los árboles, detrás del borde de las rocas. Satbek corrió al árbol donde estaban atados los caballos. Bekpol lo siguió.
Se escuchó un disparo, seguido de un segundo, más apagado, por todas las cuentas - un tiro de rebote. Y en ese momento Bekpol vio, golpeado por una bala, agitando los brazos ridículamente, cayendo de espaldas, al alto y oscuro ladrón.
- Arriba las manos - se escuchó una imperiosa voz de mando, en ruso y kazajo.
- ¡Ríndanse!
- ¡Suelten las armas!
Satbek apuntó el cañón de su arma a Bekpol, pero éste con un rápido golpe del talón sobre la rodilla del enemigo, pateó a Satbek. El último se estrelló pesadamente al suelo. En ese momento Alexander, el viejo amigo de Bekpol, el de la guardia de la frontera, llegó a tiempo para ayudar al viejo cazador, al localizar los enemigos, no pudo dejar de pensar en el destino de Bekpol, por temor a que en el momento decisivo, la banda de ladrones mate el viejo. Por eso corrió en su ayuda con una lenta precaución.
Y Ospankul, Zhanibek, y los guardias de la frontera del Ejército Rojo felizmente se apresuraron a tomar los caballos desaparecidos. Bekpol llevó a Alexander a Satbek:
- Mira, Alexander, es Satbek. Él nació en el mismo año que yo, y hasta la llegada de los soviéticos, hasta que mi pelo se hizo canoso, él se sentó en mi cuello como un tejón. Después de todo, usted oyó muchas veces acerca de este hombre...
- Sí, he oído, mi amigo. Lo sé, - dijo Alexander, y con gusto le estrechó la mano al viejo cazador.
Y en ese momento, crujiendo las alas, descendió la joven águila, Karaker. Era el día de su madurez como cazadora.