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Ахмет Байтұрсынұлы
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Mailin Beyimbet "Kultay la alcalde"

02.12.2013 1747

Mailin Beyimbet "Kultay la alcalde"

Негізгі тіл: KULTAY LA ALCALDE

Бастапқы авторы: KULTAY LA ALCALDE

Аударма авторы: not specified

Дата: 02.12.2013

KULTAY LA ALCALDE[1]

Después de dos años de matrimonio Kultay se quedó viuda. La hacienda suya no era grande: un caballo, una vaca con ternero, una choza de barro, una chabola de verano, un arado, una rastra, y además varios bártulos sencillos. Cuando Kultay franqueó el umbral de esta casa por primera vez, ella llegó a saber que el marido tenía un hermano, pero ella nunca vió a su cuñado. Zhumabay no vino ni una sola vez para por lo menos conocer a la joven zhengué[2]. Una otra cosa también era extraña: el marido nunca contaba sobre su hermano. Como si no existiera. Sólo en otoño, cuando había que cuidarse de alguna carne para el invierno, y para el colmo el aulnay[3] les apercollaba exigiendo que pagaran el impuesto, el marido se dirigía a Zhumabay que trabajaba de peón para un rico, cobraba el dinero suyo, cerraba con el dueño un contrato para el año siguiente y volvía a casa. Y Kultay de vez en cuando pensaba en su cuñado silencioso: “Debe ser muy bueno o simplemente tonto”.

Resultó que los aficionados a la joven viuda no escaseaban. El primero en hacerle la rosca era Birmaganbet. Aunque estaba casado, opinaba presuntuosamente que entre los parientes del difunto él era el más próximo y el más garboso, y por tanto, tenía las posibilidades indudables de obtener a la viuda. Myrza Azhiguerey, cuya mujer murió hacía un rato, también ponía ciertas esperanzas, y aunque era él un pariente lejano, pero suponía no sin razón que sólo había que complacer al aksakal honorable Nurpeís – y todos los competidores desaparecerían en seguida. Intervino también en la pelea el primo de Kultay, Abdol, que proclamó a los cuatro vientos que no le permitiría a nadie hacer una aljofifa de su prima hermanita y que el que intentaría de obtenerla tendría que en primer lugar hablar con él. En lo que existe en algún lugar Zhumabay, el hermano del difunto, que según los canones musulmanes tendría que obtener a la viuda, nadie pensó en todo el alrededor...  

Abdol estaba con Nurpeís en unas relaciones que los kazajos determinan así: “tripería enlazada, despojos mezclados”. Si Nurpeís es un viejo lobo, entonces Abdol es un lobato que le sigue sus pasos. A dónde va Nurpeís, allí mismo se echa Abdol. Por eso se puso a instigar a la prima hermanita que se case necesariamente con Azhiguerey-myrza.

No tendrás ninguna tristeza ni apuro. Todo será en las manos tuyas: ¡ya serás un khan[4] de tú misma!

Pero Kultay contestó:

- Apyrmay, pero si hay un hombre para quien esta casa no es ajena...

- ¡Oibai, ni te acuerdes de aquel!- se alarmó Abdol. – No es parejo a tí. ¡Con él no podrás vivir!

Habló Kultay con las vecinas sobre el cuñado Zhumabay, les preguntó qué tal era, y ellas contestaron: sí, hace mucho tiempo que se fue de nosotros. Y era tranquilito, calmo. 

Y luego cuanto más intentaba Abdol de perseguirle a la prima hermana que se casara con myrza Azhiguerey, tanto más ella se obstinaba.

Por otra parte, ella aún en su niñez no hacía mucho caso de la opinión suya. El hermano de Kultay en aquel tiempo estudiaba en la ciudad. Éste le amaba mucho a Kultay y aún en niñez la enseñó leer y escribir. Mientras no estaba, Abdol le prometió a Kultay que todavía era niña en matrimonio con un pobre y tomó el rescate. Pasaron unos cuantos años, y de repente Abdol declaró: “He cambiado mi opinión. Tu novio es pobre y tiene casi cuarenta años ya. No te conviene. Te encontraré otro”. Pero eso lo objetó decisivamente el hermano de Kultay – él todavía estaba estudiando. “¿Entonces por qué estabas tomando el pelo al pobre tantos años? – le preguntó a Abdol. - ¿Por qué aceptaste el rescate?” Y a la hermana le aconsejó con firmeza: “Cásate con el pobre tuyo. ¡No eres un animal para hoy venderte a uno y mañana al otro!” Y así entró Kultay en la casa del pobre como una verdadera dueña.

El destino de la joven viuda se hizo el tema principal de los chismes de vecindad en el aúl. Cada día aparecían nuevos novios. Y entonces Kultay denunció decisivamente:

- ¡Me casaré sólo con mi cuñado!

- ¡Barekelde[5]! – se maravillaron los viejos y las viejas. - ¡Bien dicho! Tiene en mucho el honor del marido y el hogar natal.

- Esta tía no durará con Zhumabay ni un sólo día, - decían los novios infortunados y casamenteras enfadadas. 

Mandaron por Zhumabay.

- Que llegue y se une en matrimonio con la mujer de su hermano difunto.

Pero el bai no le permitió irse a su peón.

- Se me endeudó, - contestó bai. – No le dejaré ir hasta que me pague con su trabajo.

Y Zhumabay no vino.

Kultay se enfadó tanto con el bai ahorrativo como con el peón débil que no es dueño de sí mismo, y en un arranque de cólera pensó incluso: “¡Entonces me casaré con alguien de estos a despecho de tí!”

Sin embargo, ella sólo pensó en esto, pero no lo hizo. Y no fue por respeto a su cuñado, sino simplemente porque no quería depender más de su primo ni de los mercaderes del aúl.

Ella inventó otra cosa.

Fue por Zhumabay ella misma. Resultó que su novio era un chaval rojizo, de ojos grises, despeinado, con cejas espesas. Calmo, débil, humilde, estaba silencioso ante ella. Kultay lo miró de arriba abajo, suspiró a escondidas y se dirigió al bai.     

Su conversación con él resultó corta.

- Mi marido murió, - le dijo Kultay al bai. – Me quedé sola en casa. Le pido dejar ir a mi cuñado.

El bai se turbó. La viuda era una mujer joven de mejillas rojas. A las mujeres como ella suelen pegarse como moscas los myrzas ricos, y los aksakales también intentan de no perder un botín como este. E inesperadamente esta viuda, violando todas las costumbres, viene ella misma por el cuñado, este baboso miserable. Y se sorprendió tanto el bai que le dejó ir al peón sin una sola palabra. 

Pero la esposa del bai armó ruído:

- Ah... pero qué pensamientos más infames tienes, - dijo ella. Te ablandaste tanto ante una tía linda que dejaste ir a un peón.

Sea lo que sea, Kultay se casó con Zhumabay y empezó a vivir como la mayoría de los pobres. Y en seguida cesaron todos los chismes. Hasta se callaron en seguida los envidiosos que afirmaban hacía poco que ella se había casado con este gusano sólo para cubrir unos pecadillos.

Después de la revolución el hermano de Kultay que viajaba de un aúl a otro los visitó inesperadamente. El encuentro fue agradable. Resultó que el hermano era comunista y ocupaba una posición alta en su localidad. Cuando se marchaba, le dejó muchos libros a la hermana, y después se puso a enviarle periódicos y revistas de todos lados. Ahora Kultay leía todo el tiempo. Los alfabetos del aúl, como Kasymzhán, le visitaban cada día.

- Querida nuera, dame un nuevo periódico.

Zhumabay al venir del trabajo solía echarse para descansar sobre el lecho, y Kultay al terminar los quehaceres de casa se sentaba cerca de él.

- ¿Igual estás cansado? Vale, ¿quieres que te lea unos versos?

Zhumabay no contestaba en firme y sólo sonreía bondadosamente. Kultay aprendió pronto todos los hábitos del marido y no se ofendía por su silencio. En cambio un vecino, el viejo Ibray, muy aficionado a libros y lectura, simpre le escuchaba a Kultay con mucho gusto. Pero se sentía cohibido de venir cuando el dueño no estaba. Mas en cuanto aparecía Zhumabay y Kultay se ponía a leer, entonces se arrastraba con una sonrisa avergonzada el respetable Ibeke, y después de él irrumpían unos chicos vecinos.

- Ce, Makén, viene, escucha los versos, – solían de invitar a la vecina que a veces venía para pedir fuego, y ella contestaba con sonrisa:

- Ya los escuché todos. 

Un coetáneo del dueño, Aktam el Busquillo, bufón y bromista, los visitaba más frequentemente que los demás. Y a título de un coetáneo todo el tiempo se burlaba del dueño silencioso. Además, coqueteaba con Kultay.

- Espera ya, - decía muchas veces. – Cuando tendremos las elecciones, te presentaré para la posición de aulnay[6].

- Eso sí que no, déjame en paz, - respondía en broma Kultay. – No hay bastante posiciones ni para vosotros los hombres.

Cuando empezaron las elecciones en el consejo del aúl, Aktam en efecto hizo esta proposición. Pero nadie le tomó en serio. Y algunos declararon:

- Ya sabemos por qué Aktam se esfuerza tanto... 

En aquel tiempo había dos quien aspiraban a la posición de alcalde – Baygaska y Nurkozha. Los aúles divergieron. Empezó el alboroto electoral: se hacían planes, se barajaban hipótesis, se ponderaban probabilidades, se provocaban intrigas. Las elecciones se celebraban en el poblado ruso. Las partes competidores acamparon en dos lados opuestos. Pronto se hizo claro que la candidatura de Nurkozhi prevalecía. Cederle a un competidor en campo abierto equvalía para Baygaska a muerte. Por eso recurrió a una astucia.

- Vamos a elegir a la nuera Kultay al consejo del distrito. El aúl Octavo que se junte a nosotros, – declaró él.

El dirigente y consejero de los seis electores del aúl Octavo era myrza Azhiguerey. Los demás fueron elegidos de los “desconocidos”, entre ellos se encontró también Kultay. Se consideraba que al elegir el dirigente una cierta dirección los electores la seguirían obedientemente.

Al enterarse de la propuesta de Baygaska, myrza Azhiguerey se rió con sorna:

 

- ¡Pues no estamos tan mal todavía para dejarle a una tía sentarse en nuestro cuello!

Pero los demás seis representadores no estaban de acuerdo con su opinión.

- ¿Eh, por qué usted piensa así? – le opinaron. ¿Santo de qué nos negaríamos?

Entonces inesperadamente manifestó activismo Aktam. Se puso a instigar a escondidas a los representantes:

- Si myrza Azhiguerey no está de acuerdo, que se largue a casita. Lo que importa es concordia entre los demás, entonces Kultay será la alcalde.

Entre los electores del aúl Octavo estaba Dosakay que estaba entrado en años ya. Tal vez era el más influyente en este grupo salvo Azhiguerey.

- Escuchad, niños, – dijo él. ¿Qué ganamos al elegir a Nurkozha? ¿Qué cosas buenas nos hizo?.. ¿Si ellos van a votar por Kultay, no sería más razonable que nos juntemos?..

Después de razonamientos largos los electores encabezados por Dosakay se unieron al grupo de Baygaska. Por tanto, fue decidido elegir a Kultay como presidente del Consejo distrital, y como presidente adjunto, a uno de los protegidos de Baygaska.

- Sólo nos importa efectuar la votación, - murmuraban los astutos. De todos modos la tía no hará ningún sentido. Entonces que se considere la presidente, y nuestro chaval ya tendrá la sartén por el mango. 

Y así sucedió. Kultay se hizo la alcalde distrital, y el adjunto era el ágil Bekbosyn que en su tiempo visitaba un rato la escuela rusa.

Llegó Kultay a la oficina para aceptar los negocios, y el alcalde anterior Duysenbay se fue a los aúles.

- Los negocios los vas a entregar tú, - ordenó a su secretario.

El adjunto de Kultay, Bekbosyn, aceptó del secretario los negocios y se puso a gobernar el distrito. La gente venía en masa a la oficina, pero todos se dirigieron sólo a Bekbosyn, y Kultay, perpleja y turbada, pasó solitaria dos días enteros sentada a la mesa en el rincón. Bekbosyn ni parecía observarla. Y la gente la miraba de reojo y sonreía con sorna: “¡Ay, de qué alcalde Alá nos dotó!”

Dos días Kultay se estaba calentando la cabeza: “¿Qué hacer?” Ya lastimaba el haberse metido en este negocio de hombres. En sus pensamientos también le dió una pasada a Aktam, pues él se afanaba más que todos para promoverla.

Inesperadamente vino al distrito un joven, preguntó por Kultay, se conoció con ella. Parecía estar al tanto de todo lo que pasaba aquí ultimamente. Al examinar la situación, el joven dijo que quería hablar con Kultay a solas. Ella se alarmó en seguida. “Debe ser un faldero... ¡Vaya, ya quiere estar a solas!” Pero el joven no mostró ningunas intenciones malas. Resultó ser el secretario del comité distrital del Partido Comunista. 

- Esta noche vine de la ciudad, – comunicó el. Me enteré de su elección. Su hermano Smagul me encargó encontrarme necesariamente y hablar con usted. 

Al oír el nombre de su hermano, Kultay por poco se prorrumpió en sollozos. Porque si estuviera Smagul con ella, le ayudaría arreglar todos los negocios, le explicaría la situación entera...

El secretario del comité distrital habló con la mujer joven un largo rato. Le dió muchos consejos útiles y le prometió que no la olvidaría en el futuro. Kultay volvió a la oficina segura y decisiva.

Miró a su alrededor.  

Los tiburones del aúl y sus lameculos le rodearon a Bekbosyn y estaban discutiendo en voz alta sus quejas y reclamaciones innumerables. El secretario del alcalde anterior no hacía más que dar vueltas alrededor de Bekbosyn. Kultay le llamó y dijo con seriedad:

- ¡Camarada secretario! Haga el siguiente: primero, ponga en este cuarto una mesa separada para mí. Segundo, manda por Duysenbay. Que llegue inmediatamente y entregue los negocios. Tercero, a partir de esta hora, ¡no se emita ni un solo papelito sin firma mía!

El secretario confundido le miró a Bekbosyn. “¿Eso qué quiere decir?” – estaba escrito en su cara. Bekbosyn se ruborizó un poco:

- ¡Pero los negocios ya están recibidos! Ya estamos trabajando, – observó cautelosamente.

- No le encargué a usted recibir los negocios, – cortó ella. No me voy a cargar los pecados de Duysenbay. ¿Qué piensa usted, es cierto? – preguntó con suma frialdad y dió un nuevo orden: - ¡Urgentemente mandarle por aquí al alcalde anterior!

Bekbosyn bajó la cabeza, clavó los ojos en un papel. Los visitantes barrigudos agolpados en la oficina cambiaron miradas perplejas sin entender a cúal de los jefes tenían que dirigirse ahora.

- Pues así, Raja, – murmuró Bekbosyn sin mirar al solicitante que estaba sentado ante él. – Venga usted algún día más tarde. Si llega el caso lo haremos todo para usted.

Kultay le miró de reojo, se sonrió y pensó: “Desde hoy, querido mío, no harás ninguna cosa sin el consentimiento mío”.

La noticia de que Kultay se hizo la alcalde se propagó rápidamente en los aúles. La interpretaban de maneras distintas.

- Bekbosyn y Aktam la promovieron en broma, – afirmaban muchos.

Por supuesto, nadie suponía que Kultay era capaz de dirigir el consejo distrital, todos estaban convencidos de que las bridas de todos modos estarán en las manos de Bekbosyn. 

- Es un dzhiguit hábil, tenaz. De una vez lo va a arreglarlo todo a su gusto. 

Pero los que esperaban arreglárselas con ayuda de Bekbosyn, al venir a la oficina, vieron un cuadro siguiente. A la mesa de presidente, metidas de narices en papeles, está sentada una mujer joven, linda, con un zhaulyk[7] esmerado en su cabeza. En la pared detrás de su espalda está un retrato grande de Lenin. Un secretario entrado en años, con gafas, entrecano, le entrega a la mujer unos documentos, y ella los tacha con aire encapotado.

- Pero cuántas veces le tengo que decir que esto no va a pasar, – se arruga ella, – ¿no está claro todavía?

Y el secretario se estremece como si esta pluma aguda no pase por los papeles sino por su cara.

Vino un hombre con una petición. Quedó un rato al umbral, pisando en un sitio, después metió su gorra debajo del sobaco y se acercó a la mesa. Kultay leyó su petición, se enfurruñó y preguntó:

- ¿Entonces, a su esposa secundaria la llevó un peón suyo?

- Sí... Es por eso que me quejo... Descarado...

- ¿Cuántos años trabajó para usted?

- ¡Oibai, no me pregunte! Desde la niñez. Se puede decir que lo he criado, sacado de los rastrojos, y éste...

- Bueno, va usted a casa, – dijo Kultay. Si el peón llevó a su mujer, esto quiere decir que él se enamoró de ella, y ella se enamoró de él. Y si con esto cargó algunos de sus bienes, eso no fue sin razón: bastante se afanaba para usted. Tendría que reclamar por vía ejecutiva el pago por todos los años de su trabajo.  

El marido insultado no lo esperaba de ninguna manera. En su cara apareció una expresión como si he hubieran pinchado de improviso con una lezna. Se puso la gorra rápidamente y salió a la calle casi corriendo.

La promoción inesperada de Kultay le descarrió a Zhumatay de su vida habitual. Se quedó sólo en casa, y no había nadie para cuidarse de él. Las tías lenguatones se reían y compadecían de la “desgracia” del marido abandonado.  

- ¡Oh, pobrecito! No te pierdas, arréglate ahora tu vida propia. La tía tuya se encumbró muy alto.

Una vez vino el aulnay, dijo:

- La alcalde te llama.

Zhumabay se insultó, desencajó los ojos. ¡Uh, qué víbora! Podría decir simplemente “Kultay te llama” o “Tu tía pide que vengas”. Pero no... “¡La alcalde llama!..”

Se marchó Zhumabay. Vió la alcaldía distrital – una casa de madera grande con techo azul. Se acercó a la puerta, miró tímidamente por una grieta. Kultay está sentada a la mesa, ante ella están unos papeles y una pluma. Ropa limpia, urbana. Entró el presidente del consejo del aúl Séptimo, un dzhiguit decente y respetable, y Kultay de repente se lanzó sobre él:

- ¡Esto es una mentira! – grita. - ¡Y sus documentos es una falcificación! 

Iba a gritar alguna cosa más, pero entre la puerta semiabierta vió Kultay a su marido perplejo.

- Ce, ¿por qué estás parado allí? ¡Entra! – dijo ella. Zhumabay, encapotado el rostro, enfurruñado, entró cautelosamente al cuarto. Kultay le hizo sentarse a su lado, sonrió.

- ¿Pues, cómo estás? ¿A lo mejor te aburrías en casa, no tenías qué comer? Pero si te dije que llegaras.

El presidente del consejo del aúl Séptimo que después de la conversación desagradable con la alcalde rigurosa estaba todavía resoplando y nadando en sudor, de repente miró a Zhumabay con envidia.

¡Y eso que antes no le concedía ni una mirada!

 



[1] La fecha de creación de este relato no es conocida.

[2] Cuñada.

[3] Alcalde de aúl.

[4] Rey.

[5] ¡Bravo!

[6] Alcalde de aúl.

[7] Prenda de cabeza.

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