Әдебиеттi ешкiм мақтаныш үшiн жазбайды, ол мiнезден туады, ұлтының қажетiн өтейдi сөйтiп...
Ахмет Байтұрсынұлы

02.12.2013 1543

Mailin Beyimbet "El novio"

Негізгі тіл: EL NOVIO

Бастапқы авторы: EL NOVIO

Аударма авторы: not specified

Дата: 02.12.2013


Había tres personas para las cuales la muerte de Bigansha era la más penosa: Zhumatay, Sadyk y Baybosyn. Zhumatay es el marido de la muerta Bigansha; Baybosyn es su único niño de sangre; Sadyk es el más próximo y más querido de todos los cuñados.

Verdad sea dicho, cada uno sobrevivía esta pérdida a su modo propio: Zhumatay mayormente estaba abrumado de que se quedó inesperadamente sin mujer y tenía que estar solo en la cama; Baybosyn perdió la cariñosa y bondadosa madre; y Sadyk lamentaba simplemente porque perdió su amigo sentimental, una mujer cordial a la cual estaba aficionado con todo el alma.  

La muerte de Bigansha fue fulminante y prematura: sólo tenía veintitrés años. Entre las connatas se distinguía ella por su belleza: mejillas renitentes, rojas como una manzana, ojos negros claros, y ella misma fina, flexible como una mimbrera. La dieron en matrimonio con Zhumatay cuando tenía catorce años. Hasta los veinte no se cuidaba de sí, ni de la hacienda, ni de la casa. Pensaba por candidez que el único deber de una mujer casada es dormir con el marido y cumplir sin discusión todos sus deseos y antojos. Y el mismo Zhumatay pensaba así también. Nunca en su vida había dicho él aunque sea unas cuantas palabras coherentes, nunca había tenido una conversación normal, todo el tiempo guardaba silencio sombrío fruncido el ceño y bajados los hombros. Aconteció una pena – no lamentaba verdaderamente, ocurría una alegría – no se alegraba como toda la gente, y cuando estaba irritado, no hacía más que gruñir. Sólo a veces, cuando se le llegaba de improviso un buen humor, parecía sonreír. Y eso fue una sonrisa rara un poco siniestre, no parecida a la sonrisa de una persona normal. Simplemente solía enseñar los dientes y dar un rugido uterino. 

Quién sabe qué tal les parecía Zhumatay a los demás, pero a Bigansha pareció así desde la primera noche, y no tenía ella ningunas esperanzas de cambios a mejor. Nueve años duraba su vida matrimonial, y todos estos años tristones Zhumatay era lo mismo. Si le hacía falta llamarla, solía chillar:

- ¡Ce, mujer!.. 

Y si no le agradaba alguna cosa, echaba blasfemías sucias:

- ¡Uh, toda tu familia asquerosa!..

Por la noche, apenas apagada la lámpara, él se lanzaba sobre ella. Jadeaba, gañía, se agitaba, como si estuviera persiguiendo una zorra. Mientras se bañaba en sudor, Bigansha se quedaba toda inmóvil de vergüenza y asco y volvía con aprensión la cabeza, sintiendo sobre sí la respiración caliente fétida. No se atrevía a negar al marido, y murmuraba anhelando:  

- ¡A qué tartaleas, menudo! Por lo menos podrías esperar hasta que la gente se duerma...

Apocada, embrutecida, apagada, Bigansha pronto dejó de considerar a sí misma como un ser humano. Y es entonces cuando se le encontró Sadyk. “Se encontró” – suelen decir así cuando uno viene desde lejos. En tanto Sadyk y ella eran del mismo aúl. Simplemente ella no lo notaba hasta cierto tiempo.

Cómo empezó todo esto a lo mejor ni ellos mismos lo sabían. Se encontraron una vez, comenzaron de hablar, cambiaron un chiste, sonrieron uno a otro, todo salió inesperadamente bien, estupendo, y pronto Sadyk le hizo mella tanto que no se le apartaba de la memoria.

Era de estatura media, moreno, pintojo. En la mejilla derecha apenas se veía una cicatriz. Ojos un poco rasgados, amusgados. La nariz no es tan grande ni tampoco es plana, no remachada como la tienen algunos. La nariz es bien media. Bigotillos finos, currutacos. Verboso, chacotero. Sabe tocar domra, canta en las veladas. Le gusta medir las fuerzas, facilmente puede hacer medir el suelo a sus coetáneos. Muchas veces recibió premios en la riña. Sin dudas, entre los dzhiguites del aúl Sadyk era el más garboso. Pero claramente no tuvo suerte con su esposa. No le era igual, esta tía osuda, torpe, ahombrada, de cara larga. Además, no tiene noción de decencia, cortesía. Siendo la mujer de un joven, va de parranda de una casa a otra, charla sin parar y recoge todos los chismes del aúl. En los aúles contaban: “Una vez Sadyk visitó a alguien, y siguiéndole se llegó su mujer. Pues, Sadyk fue tan avergonzado que se levantó y se fue...”

En una palabra, los jóvenes se juntaron, se amigaron. Como caído del cielo, apuntó el día claro en la vida de Bigansha. Parecía que ella vino al mundo de nuevo, pero esta vez su juventud llegó a ella. Ella se cambió hasta no ser reconocida, se puso guapa, se embellezó. Y empezó a vestirse adornada como para una fiesta...

Entretanto, entre las mujeres lenguatones del aúl, como de costumbre, empezaron a divulgarse varios chismes, y una vez alcanzaron éstos a Zhumatay. Bigansha se alarmó y pensó: “Ahora Zhumatay me matará o me echará fuera”. Pero el marido insultado hizo otra cosa. Tenebroso, fruncido el ceño, él chilló:

- ¡¿Puta, por qué estás fornicando, eh?!

Y la azotó. Pero Bigansha no vociferaba ni pedía perdonarla. Y por la noche, apenas apagada la luz, Zhumatay se lanzó, la aplastó con su peso, como si intentando de abrumarla, y se puso a respirarle en la cara con su aliento caliente, entrecortado. Ella quedó inmóvil, mordió el labio, pensó: “Dios mío... ¿Es un animal?.. ¿Cómo puede, sabiéndolo todo?...”

***

Así eran las relaciones, las conecciones establecidas entre Bigansha, Zhumatay y Sadyk. Y después sucedió una cosa imprevista: Bigansha murió. Y Zhumatay se quedó sin mujer. Sadyk perdió el corazón fiel, amante de ella, y por eso parecía que su pena era mayor que la de los otros. Pero Zhumatay tenía otra opinión. “Aún así Sadyk tiene su entretención, – pensaba él, – tiene su propia mujer. ¿Y yo, solterón?” Si pudiera satisfacer con alguien su lujuria, claro está que ni siquiera se acordaría de Bigansha.

Ahora soñaba de una sola cosa: hacerse de nuevo con una mujer. Se puso a pensar, se puso a preguntar a la gente. Los que le comunicaban que “tal fulano tiene una hija casadera” podían beber a contento el kumís de las cinco yeguas lecheras de Zhumatay. ¿Y qué tal es ella? ¿Guapa? ¿Lista? ¿O es cojuela, sarnosa, bisoja, torpe?.. Parecía que eso no le interesaba a Zhumatay. Sólo le importaba tener una mujer y ya está... 

Se dirigió a pedir en matrimonio a las chicas jóvenes, pero fracasó. En todos lados tuvo que escuchar la misma respuesta:

- No puedo forzar a mi hija. Tiene que decidir ella misma, – decían los padres.

Eso le daba rabia a Zhumatay. Gruñía con maldad y volvía la cara. Montaba al caballo y se dirigía al aúl. Sus amigos se interesaban: “¿Qué pasó?”

- No me salió – gemía Zhumatay. – El padre no puede forzar a la hija. Ves, ella misma decide.

- Pero es una cosa buena, – le opinaban los amigos. – Si ella lo quiere, estudia esta cuestión, acuérdate con ella y tómala sin ningún rescate. 

Pero a Zhumatay eso no le gustaba de ninguna manera. ¿Qué quiere decir – “estudia, acuérdate”? ¿Para qué lo necesita? Si un padre le de su hija y reciba por ella un rescate, y si el molá los una en matrimonio, ¿acaso no quiere decir que él la “estudió”? ¿Entonces de qué otra cosa hay que acordarse? Zhumatay no lo entiende. Ya tiene, gracias a Alá, treinta y seis años, y hasta hoy día no tenía ninguna necesidad de “acordarse” con alguna muchacha. ¡Qué va, “acuérdate”! ¡En toda su vida no dijo ni una palabra razonable a ninguna falda!

Tres meses se atormentó Zhumatay sin mujer. Se consumió, se agotó. Se le hizo superior a sus fuerzas. Y una vez se arrastró a Sadyk.

- ¿Estás divirtiéndote? – preguntó Sadyk.

- ¡Qué va, “divirtiendo”!.. Mira, yo... quería... pues... eso – se puso a mascullar Zhumatay. No conseguía expresarse más claramente.

- Está claro, – sonrió con sorna Sadyk. - ¿Por lo visto, estás sufriendo sin mujer, eh?

- Pues ya sabes sobre mi calamidad, – mostró los dientes Zhumatay con aire un poco siniestro.   

Sadyk guiñó de manera conspirativa.

- Verdad. No puedes vivir sin una mujer. Hace mucho tiempo que pensé en esto. Pero estaba callado. Pensaba que ibas a encontrar una tú mismo, pues estás rebuscando en los aúles... Tengo fichada una cuñada mía... ¡Hala, vamos a visitarla!

- ¿Madura?

- En la plenitud de fuerzas...  

***

-         ¡Vino mi suegro!

Una morena flaca, frágil salió corriendo de la casa a su encuentro. Saltó a Sadyk, como de costumbre lo empezó a sacudir, no le dejaba entrar a la casa. Sus padres también se alarmaron, se alegraron de que vino el suegro. 

- ¡Ryashzhán, prepara el té!

- ¡Ryashzhán, pon la carne a la olla! – empezó a dar instrucciones la vieja morena.

La chica, lanzando unas risotadas, lo hizo todo fácil y rápidamente, consiguiendo acariciarse entretanto a Sadyk, sentándose en sus rodillas, coqueteando traviesamente con él.

- Tengo que decirte una cosa a solas.

- ¿Qué cosa, cariño? ¡Vaya, dime ahora!

- No-o, lo diré... luego.

Ryash quedó pensativa un rato, sonrió y se fue volando a sus menesteres. Sadyk le murmuró a Zhumatay:

- Buena chica. Ágil. Lista. No puedes encontar una mujer mejor...

Después Sadyk llamó a Zhumatay fuera de la casa:

- ¡Ven acá! ¿Ves aquella tenada? Se está ocupando de las vacas allí. Yo le dije: “Te traigo un novio. Habla con él y dale tu consentimiento”. Ahora eso depende de tí. Vaya a persuadirla. Si esté de acuerdo, no te pierdes... Ya sabes...

Sadyk le dejó entrar a la tenada y cerró la puerta trás él.

La tenada resultó ser enorme. En el techo ya por allí ya por allá estaban abiertos unos huecos claros, y éstos parecían a las estrellas. Las vacas masticaban con gusto, cabeceaban, golpeaban con los cascos. Zhumatay se cambiaba de pie cerca de la entrada y no podía entender qué se debía hacer ahora.

La chica se acercó cautelosamente a la puerta. Se paró al lado de Zhumatay y preguntó:

- ¿Quién es?

- Yo.

- ¿Y por qué está usted parado?

- Así...

Así estuvieron algún tiempo más una enfrente al otro. La luz penetraba a las grietas, y se veía claramente la cara hinchada, torpe, barbuda y sucia de Zhumatay y la carita fina, frágil, con ojos brillantes de la morena, sus trenzas apretadas detrás de su espalda. Podría ser la hija de Zhumatay.

En cuanto salieron de la tenada, se acercó Sadyk.

- ¿Qué tal? ¿Habéis hablado?

- ¿A qué hablar? – gruñó Zhumatay. – Tú habla con su padre, pregúntale cuántas reses se necesita.

- ¡¿Eres loco?! Primero hay que arreglarlo con la chica. Sin el consentimiento suyo el padre no puede hacer nada.

- ¿Qué consentimiento suyo?.. Acuerda sobre el rescate, y que hoy mismo la chica esté en mi cama...  

Por la cara malhumorada de Zhumatay por primera vez pasó rápidamente algo parecido a una sonrisa.

Al día siguiente Zhumatay y Sadyk volvieron al aúl.

Cada uno de por sí. 

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