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Ахмет Байтұрсынұлы
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Mailin Beyimbet "En las garras de la muerte"

03.12.2013 1484

Mailin Beyimbet "En las garras de la muerte"

Негізгі тіл: "En las garras de la muerte"

Бастапқы авторы: Mailin Beyimbet

Аударма авторы: not specified

Дата: 03.12.2013

Koyshkary – un dzhiguit vigoroso, moreno, bronceado – estaba sobre el techo de una chavola y miraba atentamente a un punto negro que trepaba debajo de sus pies en una bajura.

Este punto aparecía y desaparecía, y por fin en la vertiente apareció un viajero.

Es poco probable que haya aparecido aquí por casualidad. Desde el verano pasado unos ejércitos enteros han pasado por esta parte despoblada de la estepa, y muchas cosas han sucedido aquí en este tiempo. Con sus propios ojos ha visto Koyshkary asesinatos, persecusiones, espantadas y muchas, muchas cosas más.

En el año pasado trabajaba como peón para Temir. Y se acuerda que apenas acabó de traer el forraje de la estepa y se puso a amontonarlo, cuando irrumpieron al aúl algunos soldados. Eso fue un destacamento entero, y éste se paró cerca de la casa de Temir.

- ¡Tráenos caballos!

En el aúl se alarmaron. Los adulones y rastreros de Temir, que por mor del dueño estaban listos para ofrecer las espaldas ajenas para cualquier golpe, se echaron a recoger los caballos por los patios.  Como de costumbre, elegían sólo los caballejos de los pobres, flacos y pelados. Los pobres se indignaban, y un lacayo del bay, Tyuyebay, les explicaba a ellos con impasibilidad:

- ¡Todo correcto! Los caballos del bay no son aptos para cabalgar. Son demasiado buenos. Engordaron al aire libre. En este calor en seguida van a agotarse.

La vieja de Bekén que se volvió loca de susto y pena, se echó corriendo trás su caballejo, vociferando:

- ¡No hay Dios en vosotros! Soy soltera, indefensa, ¡y por eso me estáis hostigando! Habéis reventado mi pobre caballo. Que sólo tiene zancarrones. Después de trabajo apenas consigue llegar a casa. ¡Perdonadme esta ve-e-ez!..

Uno de los soldados (resultó que entendía el kazajo) inesperadamente prestó oído a los lamentos de la vieja y de repente apuntó con el rifle a Tyuyebay:

- No tocamos los caballos de los pobres, – dijo en la lengua kazaja. - ¡Para nosotros, los caballos del bay! ¿Entendiste? ¡Tú, lameculos, cuidado conmigo! ¡Venga, trae toda la caballada del bay! ¡Vamos a escoger nosotros mismos!

Y entonces Tyuyebay quedó tan perplejo que incluso se puso a tartamudear.

- Como usted quiera... Pero siempre hacíamos así... Yo... Yo... Pues como usted quiera.

Y trajo la caballada del bay.

Caballos repropios, espantadizos, no domados todavía, arrastrando manganas con hondas, vinieron corriendo al aúl como un temporal. Todo desapareció en las nubes de polvo. La tierra se estremecía bajo la trápala. Koyshkary remolinaba entre los caballos, echaba con destreza la mangana a los caballos alzados, la acercaba arrastrando bruscamente, y entonces los caballos más fuertes se asentaban pesadamente o incluso caían a tierra.

- ¡A-ah! ¡Maldito seas, Koyshkary! – gritaba el bay como un descosido. En este alboroto la mangana alcanzó el favorito del bay, un caballo amblador rodado. En desesperación Temir hasta puso los ojos en blanco y empezó a patear, como si no fuera el caballo sino él mismo agarrado por la honda.

- ¡Que te ahoguen con la misma mangana! ¡Que te tropieces con la misma honda, malvado! – gritaba vomitando todas las maldiciones del mundo la mujer mayor del bay gorda como una tina que estaba cerca de un horno de tierra.

Al oir el grito de susto del bay Koyshkary pensó que a lo mejor de veras había hecho una inadvertencia, e incluso soltó un poco la mangana, pero en este momento vociferó la odiosa mujer del bay, y Koyshkary irritado hasta se levantó un poco en el estribo. Y tendió la mangana tanto que el caballo rodado enroqueció, se sentó en las patas traseras, y su grupa turgente empezó a temblar.

- ¡Bien hecho! ¡Eres un dzhiguit! – exclamó con entusiasmo un soldado joven vestido de uniforme y lanzó la brida al caballo.

Era aquel mismo muchacho que sabía hablar kazajo. Fue él quien ordenó dejar ir todos los caballos de los pobres. Era hábil, ligero, soplado y todo cubierto con armas.

- ¡Ven acá! – gritó a Koyshkary. – ¿Igual eres un peón?

- Es cierto.

- ¡Entonces vaya a captar los mejores caballos del bay!

Había en este gallardo algo atractivo y agradable. Parecía fascinarle al peón del bay.

Al escoger los mejores caballos ambladores y brincadores de la caballada del bay, los soldados dejaron el aúl. Temir estaba parado y roncaba como un caballo reventado. Parecía estar a punto de quebrarse de cólera. Maldiciendo a todos, como una tarántula rabiosa, se meneaba por el aúl la mujer del bay.

- ¡Koyshkary! ¡Que te trague la tierra! ¿Dónde estás? – se desgañitaba el bay. – ¡Tú y Minaydar rápidamente devolved los caballos!

Cuando el grupo se alejó del aúl, el soldado joven que hablaba el kazajo se acercó a Minaydar y Koyshkary. Estaba montado en el caballo con destreza, con solidez, no como los demás rusos. 

- ¿Entonces, camaradas, qué tal, no estáis ofendidos de que estáis yendo en los caballos de un bay? – se sonrió él y se presentó:

- Andrey. Desde la niñez trabajaba para un bay en el lado de Baganala. Desde allí me fui a la guerra. Estuve guerreando durante un año. Después de la revolución me volví a casa. ¿Habéis oído sobre los bolcheviques?.. Nosotros somos los bolcheviques, – añadió él, alcanzó a Koyshkary, lo agarró por el cinturón y lo arrastró con fuerza a su lado. - ¿A lo mejor vamos a jinetear? – sonrió. – ¡¿Quién de nosotros puede quitar del caballo al otro, eh?! – Después se acordó de repente que Koyshkary se había asustado al oir el grito retumbante del bay, y explicó en breve que desde ahora habían venido los tiempos nuevos para los pobres y los peones. - ¡Lo más importante – no tengas miedo, no te asustes! ¡Vino la hora tuya! ¡Ahora los peones son una fuerza!

Y así el dzhiguit se fue con el grupo.

Por la noche el grupo paró en un aúl, cerca de un torno del río. La hierba aquí era alta, hasta alcanzar el estribo. El ganado que paseaba allí era bueno, gordo. Algunas personas les miraban de reojo a Minaydar y Koyshkary: a decir, ¡habéis sido vosotros quien los trajo por aquí!  

Y apenas anocheció, empezaron a ladrar desesperadamente los perros y se oyó la trápala. Tronó un tiro. Andrey y sus soldados se echaron a los caballos, pero en este momento irrumpió al aúl una brigada armada. Empezó la escopetería. Los llantos y gritos rajaron el silencio nocturno... 

Eso fueron los guardias blancos. Andrey y sus compañeros fueron capturados. Y aunque no los mataron, pero los tundieron hasta dejarlos medio muertos.

- ¡Habéis contratado como guiadores para ellos! – gruñía a Minaydar y Koyshkary el caudillo flaco y astuto y al ponerse enfurecido le azotaba a Koyshkary por la espalda. 

Le golpeaba con tanta fuerza que el eco retumbante resonaba después de cada golpe. Parecía que alguien estaba apaleando un tapiz viejo en la noche.

Por la mañana los blancos se fueron. A los bolcheviques detenidos los arrearon a pie, semidesnudos. Andrey estaba tan mutilado que apenas arrastraba los pies. En la despedida saludó a Minaydar y Koyshkary con un movimiento de la cabeza sin pronunciar nada. 

- Van a matar a los pobres, – suspiró Minaydar.

- Sí... Y nosotros no podemos ayudarles, – pronunció con tristeza Koyshkary.            

Los blancos también se llevaron los caballos del bay. Koyshkary les rogaba devolverlos, pero ni siquiera le escuchaban; además, uno de los habitantes del aúl, un chaval moreno astucioso, claramente deseando salvar sus caballos, indicó a los dzhiguites y gritó:

- ¡Llévense a esos también! ¡Son los espías rojos!

Temir por poco perdió aliento de enojo y rabia al conocer sobre lo sucedido. Su báculo amarillo con punta de cobre estaba bailando por las cabezas de Minaydar y Koyshkary deprimidos. Su mujer Ulzhán estaba chillando rabiosa, fuera de sí:

- ¡Mátalos! ¡Mata a esos perros! ¡No valen ni un solo caballo amblador! 

Pero Temir no satisfizo con los golpes sólo. Entregó a los pastores a juicio de los ancianos del aúl. Los aksakales juzgaron que el bay había perdido sus caballos por culpa de la vieja de Bekén y de Koyshkary. La vieja era la incitadora: ella fue la primera en armar jaleo, y Koyshkary captó con sus propias manos el caballo amblador y unos caballos más. Si no fuera por esos turbadores, el grupo se habría llevado unos caballejos agotados y se habría ido tranquilamente.

Según la decisión de los aksakales sabios en seguida se quitó todas las propiedades de la vieja y del pastor para indemnizar el coste de los nueve caballos del bay. A Koyshkary Temir le echó fuera. A decir, eres un bolchevique. Las mujeres cándidas del aúl le miraban al dzhiguit con susto y curiosidad:

- ¡Dios! ¿Pero quién eres de verdad? ¿Un hombre o un licántropo?

Sólo Kulbike le compadeció:

- ¡Eso es un dzhiguit verdadero! – dijo él. - ¡Por lo menos has hecho a la gente hablar de tí!

Koyshkary después de esta ocasión se dirigió a las aldeas rusas. Trabajaba asalariado, mantenía a sí mismo y a sus padres. 

***

Pronto Koyshkary discernió al viajero. Eso fue un soldado en capote gris, estaba corriendo en la dirección del aúl. Y al pasar unos cuantos minutos Koyshkary exclamó:

- ¡Oybay! ¡Pero si es Petra! – Y se echó a su encuentro.

En efecto eso fue Petr. Aquel mismo Petr con el cual Koyshkary trabajaba para Temir durante cinco años largos. 

- ¿De dónde vienes? ¿A dónde corres? ¿Qué te pasa? – en cuanto se encontraron, Koyshkary empezó a acribillarle a preguntas, pero Petr dijo solamente:

- ¡Luego, luego! Mientras tanto, déjame esconderse en algún sitio... Para que nadie me vea. – Y miró a su alrededor con aire acorralado.

Koyshkary se congeló. ¡Resulta que Petr es un fugitivo! Y por encubrir a un fugitivo se debe un castigo grave. ¡Pero no puede echarle fuera! Durante cinco años estaban trabajando hombro con hombro. Y no sólo trabajaban, sino también se hicieron buenos amigos, y se puede decir que vivían a partir un piñón uno con el otro. Cuando Petr fue llamado a filas, Koyshkary se consumía de pena tanto como si hubiera perdido a un hermano. En despedida ellos se abrazaron. 

“Atiende a mi mamá. ¡No le dejes llegar hasta la pobreza!” – le pedía Petr cuando se iba. Y Koyshkary le prometió hacerlo todo lo posible. Y ahora se encontraron de nuevo.

- ¿Es Petra, eh? ¿Has vuelto sano y salvo, cariño? – saludó con alegría al fugitivo la vieja Umut, la madre de Koyshkary.

- ¡Ou, Petra, hijo! Pues te has hecho un dzhiguit grande, ¿eh? – sonrío el viejecito pálido, bajo.

Eso fue Yetykbay, el padre de Koyshkary.

Umut y Yetykbay le amaban a Petr como a su propio hijo. Cuando su hijo y él trabajaban para Temir, Umut cosía y lavaba ropa para él. A veces las mujeres curiosas le preguntaban:

- ¿Por qué amas a ese ruso?

Y Umut siempre contestaba:

- ¿Y un ruso no fue creado por el dios? Es así mismo como mi Koyshkary. Trabajan juntos, viven juntos. Defienden uno a otro. ¿Pues por qué nos debe ser ajeno?

Petr también se aficionó sinceramente a Umut y la llamaba así mismo como Koyshkary lo hacía: “azhe”.

- ¡Hola, azhe! Sí que estoy sano y salvo también. ¡Pero estoy en peligro! ¡Ocultadme! ¡No me denunciéis!

Petr suspiró. Umut se asustó. Su cara arrugada se hizo pálida.

- ¿Pero cómo es eso, hijo? ¿Qué pasó? – se alarmó también Yetykbay.

- Dime la verdad, – no se contuvo Koyshkary. - ¿Quién eres?

- ¡Un bolchevique! – contestó Petr.

Los dueños se estremecieron y cambiaron una mirada. ¡“Bolchevique”! Desde cuando llevaron en el año pasado los caballos del bay, los viejos han oído esta palabra muchas veces ya. Una vez Yetykbay le preguntó a un negociante local Kanysh: “¿Qué tipo de gente son estos bolcheviques?” – “Ladrones, chupasangres, turbadores y bandidos”, – le explicó en breve el negociante.  

Y desde aquel entonces, si alguien decía que Koyshkary era un bolchevique, Yetykbay se indignaba y se ofendía: “¿Qué dice usted? ¡Mi hijo nunca hizo ningún bandolerismo!”

En los aúles se hablaba a menudo sobre los bolcheviques. Se agrupaban dos o tres personas y charlateaban sobre los perturbadores misteriosos. Nadie sabía bien quiénes eran, por eso todo lo absurdo y barbárico lo atribuían a ellos.  

Minaydar y Koyshkary después del encuentro con Andrey tenían otra opinón sobre los bolcheviques. En particular Koyshkary reflexionaba y se calentaba mucho la cabeza. ¿Acaso los bolcheviques son concusionarios? Andrey se llamó un bolchevique, pero ¿acaso es un concusionario, un pillador? ¿Habrase visto que un bandido hablara sobre la libertad? ¿Que se cuidara de los pobres y miserables? Pero fue mismo él quien les inculcaba: “¡Ahora todo está en vuestras manos! Si los peones se reunan todos, de los bayes no se quedará nada”. ¿Y quién está en contra de los bolcheviques? ¿Quién está divulgando chismes absurdos sobre ellos? ¿Quién? ¿Quién? 

Eso Koyshkary no lo sabía. Y ahora, al oir de Petr esta palabra horrorosa, se quedó completamente confundido. Todos los miedos y dudas surgieron de repente en su cerebro. 

- ¡Oh, Creador! ¿Pero qué significa esto? – exclamó con susto la vieja Umut y miró a su hijo.

- No te asustes, azhe. ¿Pues qué otra cosa puede ser Petr? ¡Todos los peones son bolcheviques! ¡Y yo también soy un bolchevique! – dijo de repente Koyshkary.

- ¡Tu mano, amigo! – sonrió Petr y apretó con firmeza su palma.

Yetykbay y Umut cambiaron una mirada perpleja y suspiraron. Estaban claramente desconcertados. Sin embargo, desde aquel momento también empezaron a considerar a sí mismos como bolcheviques...  

A Yetykbay le mandaron a la calle para vigilar, y Petr con Koyshkary se quedaron a solas para descansar y hablar de todo. Pero a los viejos amigos no les dió tiempo para alegrarse, ya que irrumpió Yetykbay asustado y murmuró confundido:

- ¡Vienen!

Detrás de la ventana pasó corriendo y chirriando una narria con dos caballos. Aparecieron un rato después papajas peludas, capotes grises, revólveres en cinturones, rifles en la narria. Uno de aquellos que se desprendió de la narria era grueso, moreno y tenía bigote. Koyshkary miró por la ventana y se puso pálido:  

- ¡El profanador Auyesbay!

- ¿Y quién es? ¿Un kazajo? – preguntó Umut asustada mirando a su alrededor con aire desamparado. – Intenta, habla con él...

Petr sombrío movió la cabeza:

- Mala suerte. Ya se chivó alguien. ¡Ah, cómo he fallado! No tenía que haber llegado acá...

Con rifles terciados, se irrumpieron a la chavola dos soldados. Petr se elevó y levantó las manos. Entró Auyesbay y frunció el ceño. Tenía un revólver en las manos. Uno de los soldados se puso a rebuscarle a Petr, el otro estaba cerca.

- Querido, veo que eres el hijo de un kazajo. Este chaval desde la niñez creció en nuestro aúl, – empezó con aire inseguro Yetykbay, pero Auyesbay le apuntó al dueño con el revólver y chilló:

- ¡Cállate, vejarrón! ¡Porque si no, te mataré ahora mismo!

Yetukbay empezó a temblar de susto e incluso cubrió los ojos con una mano.

- ¿Cariño, por qué estás asustando a un viejo? No hay que hacerlo, – dijo cariñosamente Umut, agarrándole a Auyesbay por los faldones de su capote, pero éste le empujó en el pecho con tanta fuerza que Umut ayeó y se alejó volando hacia el umbral.  

Auyesbay enrizó el bigote con aire amenazante:

- ¡¿Ves dónde se hizo el nido?!

- Te equivocas, yo... – empezó Petr, pero el soldado desvaído lo pegó con culata, y él se cayó como muerto.

Aturdido, perdido, Koyshkary casi no entendía qué estaba pasando a su alrededor. Petr estaba sin sentido, cubierto con la sangre, y él, su amigo inseparable, no le podía ayudar. Y así estaba, temblando de debilidad rabiosa. ¡Está mal! Recordaba que una vez Temir por una culpa se puso a darle latigazos sin piedad, y entonces Petr se echó corriendo a su lado y puso su espalda bajo los golpes. Eso es un amigo verdadero...

Y al acordarse de eso, Koyshkary le agarró al desvaído por el cuello.

- ¡¿Por qué le estás pegando, eh?!

Empezó un alboroto. Ladró dos veces el revólver. Koyshkary agarró rabiosamente el cuello del desvaído y lo empezó a estrangular, pero entonces se acercó Auyesbay y se ingenió a pegarle al dzhiguit en la sien con el mango del revólver. Corrió la sangre. Koyshkary abrió la mano. El desvaído liberado se lanzó furiosamente sobre él...

Cerca de la chavola de Yetykbay se agrupó la gente. Algunos estaban con ojos ampliamente abiertos de susto, otros estaban gritando, discutiendo, haciendo cálculos, y todos juntos se abrían paso adelante, atropellándose y muriendo de curiosidad. Algunos que ya se habían enterado de lo que pasaba no se atrevían sin embargo expresar su opinión sobre lo sucedido y vacilaban, adaptándose a la disposición de la muchedumbre.

- ¡No vamos a vivir tranquilos hasta que se quite a este infame! – se inflamaba Temir que también se encontró aquí no se sabe cómo.

- ¡Tienes la razón! Una bolita de oveja estropea todo un pellejo de mantequilla. ¡Un canalla desacredita todo el alrededor! – le apoyó precipitadamente el molá Omar.

Y los adolescentes y dzhiguites que claramente les compadecían a Minaydar y Koyshkary, cambiaban de pie sin decir nada...

Auyesbay pasó la noche en la casa de Temir. A Petr y Koyshkary los trajeron en la narria y empujaron a la barraca de madera del bay. Ulzhán-baybishe con una sonrisa malévola en su cara bien mimada sacó la llave del bolsillo de su abrigo de piel de zorro lujoso y con sus propias manos encerró a ambos dzhiguites.

- Ya sabía yo que la memoria sagrada del caballo amblador y de los caballos brincadores iban a castigar a los profanadores. ¡Y aquí vino la paga!..

Según las costumbres ancestrales de los kazajos, el bay y la baybishe deben ser los defensores de los habitantes de su aúl. Ellos tienen que guardar el aúl de cualquier desgracia exterior. Y dejó un regusto desagradable en el alma de los paisanos el hecho que la baybishe con sus propias manos había encerrado a Koyshkary cubierto con la sangre. Pero tanto Temir como Ulzhán estaban tan furentes que no notaban nada. Verdad sea dicho, también podían tener sus cálculos.  

Como vigilante de la barraca le mandaron a un peón del bay – Minaydar. Auyesbay le dió una mirada penetrante, agitó el látigo frente a sus narices y gruñó:

- ¡Escucha, ojos saltones, ten en cuenta: si les omitas, te despacho!

Y Minaydar se estremeció, se puso pálido.

El aúl alborotaba, voceaba, chismorreaba. Las mujeres que iban a traer agua, llevar ceniza, recoger estiércol, discutían este evento sin parar. Claro está que cada uno lo hacía a la suya. Se encontraron algunos que realzaban a Auyesbay hacia el cielo. Era un hijo de un negociante menudo en la ciudad, un “shala-kazaja”, o “semikazajo”, como los llamaban con desprecio en los aúles, y estaba en relación remota con muchos habitantes de este sitio. Con Temir desde hace mucho tiempo tenía unas andanzas. En los aúles se decía sobre Auyesbay lo siguiente:

- Por lo visto, consiguió juntarse a las autoridades. Dicen que pronto lo van a promover.

Los viejos le citaban a los jóvenes como ejemplo:

- ¡Éste irá lejos! ¡Éste se va a abrir el camino!

Y hoy Auyesbay se hizo un verdadero héroe del día. Su nombre estaba en la boca de todos.

- Auyesbay llevó acá cien soldados, – informó con aire de importancia el pateta sucio Gabbas. – Los dejó atrás. ¡Quizás sobrevienen mañana!.. 

Y con estas palabras alzaba el gallo y levantaba la cresta como si fuera mismo él quien había llevado a aquellos cien soldados. El sacamuelas famoso Dzhanibek por lo visto no tenía ganas de quedarse atrás.

- Auyesbay en esta marcha mató a cien bolcheviques, – decía él.

El viejo Yetukbay se consideraba un advenedizo en este aúl. Su familia sólo tenía tres casas aquí. Sus dos parientes – Rakhmet y Sugur – eran unos hombres silenciosos, modestos, de medianía. Verdad sea dicho, en su casa, cerca de su propio hogar no hay nadie más bravo que Rakhmet, pero en público es tímido y hasta cobarde. Y Sugur es simplemente un papanatas, no diría ni una sola palabra aunque lo cortaran con un cuchillo. Ambos no tienen ni idea del honor y dignidad de familia. También es verdad que ellos reconocían con ganas a Yetykbay como su pariente, pero esta vez se descastaron a cara descubierta. Y no sólo no defendieron a su hijo, sino tampoco se le acercaban temiendo de los rumores, y a veces incluso desollaban al viejo a boca llena juntos con los otros. 

Temir le convidaba a su huésped de una manera urbana. Mandó por el aguardiente casero a la aldea rusa vecina, invitó a todos los hombres distinguidos y honorables del aúl, preparó una mesa generosa. Ulzhán-baybishe estaba alegre y solemne como si le hubiera nacido un nieto. Ella puso a la olla kazy – grasa de barriga de un caballo, y karta – embutido de caballo, y parte de cabeza de un caballo – zhal, y rabada – zhaya.

- ¡Dzhiguites! Algunos de ustedes probablemente nunca en su vida han gustado arak. Bueno... por esta bebida los kazajos no solían tener afición. Pero hoy - ¡a beberla! Mis huéspedes de hoy son especiales, queridos. Ellos sacrifican su vida para que nosotros vivamos tranquilamente. Hacen recobrar el sentido a los perturbadores. ¡Espero que ustedes entiendan qué honor es para nosotros estar a la misma mesa con estos hombres!

Y Temir movió la copa con el aguardiente como si eso fuera kumís. Sin embargo se podía sentir que para la mayoría de los presentes esta “bebida de satanás” era una cosa acostumbrada. Todos empezaron a agitarse y sonreírse.

- ¡No estaría mal beber en honor de un ilustre visitante! – observó Tyuyebay.

Sacaron del cajón una sobremesa festiva grande, la extendieron en el centro de la habitación. Tyuyebay observó para su sayo que la última vez esta sobremesa rayada se había utilizado para celebrar el regreso de La Meca del padre de Temir, el beato Turlybay. La gente que se reunió a la mesa rica aquella vez tomaba el agua sagrada – “zeyam-zyam”.

- ¡A la salud del señor Auyesbay! – proclamó Temir levantando la copa con el aguardiente.

- Apurmay, espero que no me enferme... Que nunca lo tuve en mi boca, – murmuraban unos tímidos.

- No hay ningún remedio. ¡Si Temir dice, tienes que beber aunque te mueras! – insistían otros, de los más bravos.

El aguardiente destrababa poco a poco las lenguas.

- ¡Señor Auyesbay! Sus hermanos están ansiando oir de usted las noticias agradables. Por favor, díganos qué está pasando en el mundo... ¿Qué se oye sobre la “Alash-Orda” kazaja? – preguntó Temir rojo, sudoriento.

- “Alash-Orda” está haciendo la cosa suya, – respondió Auyesbay con aire de importancia. – Aliján se marchó a la ciudad de Omsk para la negociación con Kolchak.

- ¡Oh, bravo, oh, sarbás[1]! No conoce el descanso, pobre... Se cuida de nosotros los kazajos de día y de noche, – se pusieron a ayear y oyear los visitantes, moviendo las narices y alzando las cabezas.

Se hizo ruidoso en la casa del bay. Hablaban, gritaban en voces cada vez más altas, interrumpiendo uno a otro, y pronto nadie ya no escuchaba a nadie.

La noche era fría. Por el día la nieve se deshelaba un poco, y ahora se cubrió la tierra con la capa de nieve helada. Oscuridad sepulcral envolvió la estepa. A través de las nubes negras que pasaban por el cielo congelado lucían de vez en cuando las estrellas solitarias. El sueño pesado, inquieto encadenó el aúl. Un presentimiento de una desgracia se deslizó a los corazones de aquellos que se desvelaban. 

En un tronco cerca de la barraca de madera estaba sentado, escondiendo la cabeza en el cuello de su abrigo endurecido, Minaydar que parecía a un espantajo. Hoy él es el guardia. Sentado abatido durante horas, reflexionaba dolorosamente: “Apyrmay, ¿pero cuál es su culpa?” Tanto Petr como Koyshkary eran sus viejos amigos. Se puede decir que se emparentó con ellos. Se emparentó, porque además de ellos no tiene ninguna familia en todo el mundo. Minaydar no sabía cómo y cuándo había aparecido aquí, no sabía de dónde venía, el hijo de quién era. Desde la niñez sólo se recuerda como un peón del bay Temir. Tiene veintitrés años ya. Y no ha visto en su vida ninguna cosa buena todavía... Le abarcaba a veces la congoja inevitable, y entonces llegaba a Yetykbay, se echaba sobre un lecho, triste, abatido, y se quedaba silencioso durante largo rato.

- ¿Estás bien, shraguym? ¿Por qué estás suspirando? – le preguntaba Umut. ¡Qué palabra más cariñosa es – “shraguym” – cariño, niñeta, lumbrera! Solamente Umut lo llamaba así a Minaydar. Nadie más en todo el mundo le decía tales palabras. Ni siquiera había alguien quien se lo podría decir.

Suspiraba Minaydar, le preguntaba a la vieja:

- Sheshey, dime, tal vez lo sabes: ¿tenía yo los padres?

- ¡¿Cómo que no, cariño?! ¿Cómo se puede sin padres? – le contestaba cariñosamente Umut. – A tu padre nunca lo he visto. Sólo he oído que él había muerto. Pero he visto a tu madre y la recuerdo. Era de cara redonda, ojos negros, garbosa. Siempre te llevaba en los brazos. “Mintay mío, alma mía”, – decía...       Te amaba, como todas las madres.

Basándose en los cuentos de Umut, Minaydar dibujaba después la imagen de la madre en su cabeza. En cuanto cerraba los ojos, aparecía ante él una mujer linda, de cara redonda y ojos negros. Ella lo apretaba a su pecho, lo besaba y repitía con ternura: “¡Mintay mío! ¡El único!..” ¡Qué bien está tener la madre!.. Y ella, su madre, según lo que dice Umut, fue vendida. ¿Cuándo? ¿Por qué? ¡¿Quién la vendió?! Cuando Minaydar pensaba en esto, se le apretaba el pecho, y el corazón le estaba sangrando. En aquel momento estaba dispuesto a estrangular con sus dedos tenaces, nudosos al enemigo odioso que había vendido a su madre...   

Minaydar volvió en sí, se estremeció:

- ¿Quién está aquí?

Ante él estaba Yetykbay, encorvado por el frío y por la pena.

- Querido Minaydar, ¿no has interesado si por lo menos están vivos?

El viejo estaba llorando, sus labios temblaban.

“¡Pobre, pobre padre!.. Está dispuesto a entregar su alma por amor del hijo suyo...”

- Estamos mal, hijo... – Yetykbay secó las lágrimas con la manga de su abrigo. – La vieja, pobre, no puede volver en sí... 

Sí, claro, eso es verdad.

Amorosa, que siempre tiene piedad a todos, buena Umut ahora está aturdida por la pena. Ya que es su único hijo. Y este viejo calmo que nunca ofendió a nadie en su vida también está como alma en pena. Está rodando en la noche, llorando. ¿Quién les va a compadecer? ¿Quién les va a lastimar? ¿Quién les ayudará?

“¡Nadie! ¡No hay tal persona!” – pensó Minaydar con ansia y pesadumbre.

Se acercaba la medianoche. Se apagó en las ventanas el reflejo cegato de las lámparas. El frío se hacía más rabioso, ya no picaba de vez en cuando sino mordía. El abrigo voluminoso del cuero de oveja ya no le parecía pesado a Minaydar. Le abrazaba un estado raro. Tenía escalofríos. Se le resonaba en las orejas, unos círculos negros volaban ante los ojos. Los pensamientos se desbandaban por veredas raras innumerables. ¿A él qué le importa? Él está bien. Está vestido de un abrigo, acaba de tener una comida caliente. ¿Y qué tal están esos pobres en la barraca? Seguramente se helaron hasta los huesos. Seguramente tienen hambre. Han sido golpeados. La sangre se secó sobre su cutis. Y nadie se intranquiliza, nadie se inquieta por ellos. ¿Y por qué los hostigan tanto? Yetykbay se acercó a la barraca, miró por unas grietas, rodeó un poco aguzando el oído. De vez en cuando le miraba el viejo a Minaydar con aire penoso. Por lo visto, no se atrevía a pedirle abrir la puerta. ¿A lo mejor efectivamente hay que intentar? 

Minaydar se levantó, se dirigió a la casa del bay.

***

- A mí me da igual. Soy un perro viejo... Puedo soportar y sobrevivirlo todo, – dijo Petr palpando cautelosamente la cabeza de Koyshkary. Mientras que el sol estaba todavía en el cielo, un rayo claro penetraba por una grieta de la barraca, y los amigos podían mirar uno al otro. Los dos estaban cubiertos con la sangre. La sangre se secó, los cubrió con escara parda. Los huesos les dolían, sus cuerpos les parecían ajenos.

- ¿Qué nos espera? – suspiró Koyshkary.

- Quién sabe... Por supuesto se alegran de que hayan cogido a un enemigo... Y nadie nos va a defender...

Eso lo entendían los dos. Y ambos se imaginaban claramente qué destino les esperaba, pero nadie se atrevía a decírselo francamente al otro. Callados, abatidos, se apretaban uno al otro, se calentaban uno a otro con su calor y su aliento. No se consolaban ni se arrepentían de nada, simplemente estaban sentados sobre un abrigo viejo en la barraca oscura en sopor, en somnolencia. Un alma compasiva, al mirarles desde aparte, sin querer dejaría caer una lágrima.

“Pobres muchachos, – diría este alma compasiva, – ¡están muriendo en la flor de la vida!..”

...Rechinó y se abrió la puerta de la barraca. Alguien entró, rebuscó en su alrededor, después llamó bajito:

- ¡Koyshkary!

Petr y Koyshkary reconocieron la voz de Minaydar y de un golpe se levantaron bruscamente. La pesadez, el dolor y el cansancio desaparecieron como si nunca existieran. El corazón palpitaba sonoroso, subiendo a la garganta.   

- ¡Huid! ¡Salvaos! – murmuraba Minaydar con perplejidad.

- ¿Los soldados dónde están?

- Están borrachos... durmiendo en montón.

Petr actuaba decisiva y enérgicamente. En dos palabras le explicó a Minaydar qué había que hacer. Minaydar tenía que deslizarse a la casa del bay, recoger las armas y traerlas a ellos. Koyshkary mientras tanto iba a enyugar dos trotones del bay. Petr tenía un brazo quebrado, pero no prestaba a eso ninguna atención. Él sabía: no se puede demorar, ya no habrá otra ocasión como esta.

El oído más agudo en la casa del bay lo tenía baybishe, pero ella también se echó en honor del señor Auyesbay un vaso entero del aguardiente casero y ahora estaba medio muerta.

Yetykbay se estremeció al oir el chirrido de la narria  detrás de la ventana.

- Apyrmay, ¿otra vez? – murmuró Umut en voz débil.

La casa estaba oscura y fría, apenas refulgía una candileja. Todo estaba puesto patas arriba como sucede solamente después de un funeral. Y es verdad, la vivienda caliente y cómoda hoy parecía a una tumba fría.

- ¡Azhe! – se oyeron las voces apresuradas.

Entraron Petr y Koyshkary. Ambos estaban vestidos de pellicas y zamarras del bay. En sus cinturones estaban colgados unos rifles y sables. 

Umut se levantó torpe, gravemente, abrazó a los dos, los cubrió con besos. Sus lágrimas calientes goteaban por detrás de sus cuellos. Pero los dzhiguites no se demoraban, tenían que escapar. ¿A dónde? No está claro todavía. Les empujaba una sola cosa: salvarse ahora mismo de las garras de la muerte. Si ellos consigan huir de la persecución, todo lo demás se arreglará por sí mismo.

¡Agatay[2], quédate con nosotros aunque sea una noche! – rogaba llorando una chica morena con pelo negro vaporoso.

Koyshkary llamaba a su hermanita cariñosamente “Montay” – Mostacilla. Solía a decir: la daré en matrimonio sólo con um hombre que ella quiera. Y ahora el hermano mayor, el único apoyo de la familia, se iba no se sabe a dónde. Abandonaba a los viejos débiles y a la hermanita querida a sabiendas que ni siquiera tenían con qué vivir. ¿Quién va a atender a los viejos? ¿Quién va a cuidarse de la joven Montay? ¿O tal vez de nuevo tendrá el viejo canoso, cegato, vetusto tomar un báculo blanco y arrastrarse detrás de la manada del bay? ¿Y la madre enferma, encorvada tendrá que andar de casa a casa, labrar lana, estambrar y limpiar lavazas? ¿Pues qué otra cosa se les queda?

- ¡No puedo, amor! No te ofendas de tu hermano. Estoy en una encrucijada. Y me espera una prueba grave. Tú vas a añorar. Vas a atormentarte toda... Pero seca las lágrimas, echa fuera la congoja, apoya a los padres. ¡No seas una chica débil! ¡Seas un hijo! Es lo que te pido, cariño. Ven acá, te daré unos besos en despedida.

Besaba un largo rato a su hermanita frágil. Umut y Yetykbay, perplejos, como si estuvieran en un sueño, estaban parados cerca.

- ¿Entonces te vas, hijito? – preguntó Umut.

- ¡Me voy! – contestó Koyshkary.

- ¡Que te siga la buena suerte! ¡Que se abra para tí el camino de los justos! Estaremos mal sin tí. Pero no me quejo. Le estoy agradecida al Altísimo que te me haya dado. Sólo te pido una cosa: dondequiera que estés, recuerda a tu padre viejo, recuerda a mí, inconsolable, recuerda nuestra vejez, recuerda que tú eres nuestro apoyo único, recuerda que...

Umut no terminó la frase. Le ahogaban las lágrimas. Parecía que no era ella quién habló, sino que las palabras de despedida se oía de algún lado aparte. 

Cuando la constelación de Pléyades declinó al horizonte, los viajeros salieron del aúl. Minaydar llevaba los caballos. Los trotones ágiles del bay tascaban el freno, arrancaban el cabestraje. La narria corría rápidamente por el camino plano bien apisonado. En las viradas patinaban, se levantaba la nieve en polvo de debajo de los patines.

Cerca de una bifurcación del camino Minaydar paró los caballos.

- ¿Ahora, a qué lado?

Uno de los caminos iba a la ciudad, el otro llevaba a un bosque espeso. Allí, en el bosque, se ocultaron unas aldeas. En invierno la vida en éstas queda parada. Por aquellos lados muy rara vez pasa un viajero. Y sólo por necesidades muy importantes dejan los habitantes de los bosques sus viviendas calientes. Durante los meses largos invernales están completamente separados del mundo. Casi no se rezuman por aquí las noticias de la ciudad. Se dan por satisfecho con los chismes de las aldeas y aúles. Así es su vida. Forestal, aislada...

Los fugitivos decidieron pasar por el bosque. Iban todo el día con un descanso breve. Por la noche llegaron a una aldea escondida en el espesor del bosque entre los montones de nieve. La aldea era bastante grande. Unas cuantas personas estaban llevando el ganado a un lago al borde de la aldea. Al ver a los viajeros alguien exclamó:

- ¡Paraos!

Se acercó un hombre barbudo hasta los ojos. En la cabeza tenía encasquetada una gorra vieja militar. Lanzó a los viajeros una mirada penetrante con sus ojitos agudos, les preguntó sobre todo.

- Id adelante, – dijo. En la aldea está un grupo de los blancos. No os saldrá bien al caer en sus garras. – Y les volvió la cara sin terminar la frase y siguió su camino. 

Y en aquel mismo momento surgieron en el tope de una lomada nevada tres caballeros. ¡Blancos! Detrás de sus espaldas se asomaban los rifles. El encuentro con ellos no predecía nada de bueno. 

- ¡Rápido! ¡Entra en la portería! – ordenó Petr y se desprendió de la narria.

Entraron a un patio desconocido, miraron a su alrededor. No hay dónde esconderse. En el patio trasero estaba una garbera. Sus bordes estaban desordenados, la paja estaba esparcida. Los tres se acercaron corriendo a la garbera, se enterraron en el heno, se ocultaron...   

Los vigías que pasaban por la aldea notaron dos albazanos con la narria. Dieron un golpe a sus caballos y se echaron a encuentro. Por la ropa entendieron en seguida que los viajeros eran kazajos, y se alegraron de la ganga. Los caballos estaban carnosos. El de bigote se desprendió del caballo, se echó corriendo a la casa y arrastró desde allí a una mujer muy asustada.

- ¡¿Dime, puta, a dónde los escondiste?! – se desgañitaba el abigotado dándole latigazos.

- ¡No sé! ¡Se lo juro, no sé! – vociferaba ella.

El látigo tenso hecho de ocho correas crudas quemó la espalda gorda de la mujer. Ella empezó a chillar.

Los soldados irrumpieron a la casa, la rebuscaron, entraron a la barraca, al trastero. Los fugitivos no estaban en ningún lado.

- Entonces, están aquí, en el heno, – dijo uno. - ¡Toma el bieldo y hazles buenas cosquillas!

El pelirrojo con bigote, resollando, empezó a clavar con movimientos sueltos el bieldo al heno.

- ¡Ya está! ¡Estamos muertos! – murmuró Koyshkary.

- ¡No! ¡No nos van a capturar! – gritó Petr con voz espantable y al levantarse bruscamanete lanzó tres tiros del revólver. Los tres vigías cayeron abajo. Sus caballos resoplaron y se fueron volando.

- ¡A la narria! – ordenó Petr. - ¡Vuélvete! Tenemos rifles, hay bastante patrones. ¡No nos daremos por vencido!

Ellos quitaron rápidamente las armas de los matados, se echaron a la narria y se marcharon a toda prisa. Todavía no había ninguna persecución. En el centro de la aldea sonaron unos tiros. Después aparecieron sobre los montones de nieve unos cuantos caballeros.

El crepúsculo engrosaba. Empezo a soplar el viento con ventisca. Las nubes se agrupaban encima. La nieve caía dale que dale. Los caballos pronto se agotaron, empezaron a dar resoplidos, a estornudar. Se empezaba una nevasca. Un rato después todo empezó a dar vueltas, a girar en el chirrido de la nevasca, en el viento glacial. La nieve cerraba los ojos, tapaba las narices. A distancia de dos pasos ya no se podía distinguir nada. 

- ¡Apyrmay! Parece que nos hemos desviado. ¡Dios nos guarde que no nos perdamos! – gritó Koyshkary.

Los caballos hundidos en la nieve hasta la tripa se pararon. Y eso que hace un rato estaban pasando por el camino. Éste estaba muy cerca, pero ¿dónde? ¿A la izquierda o a la derecha? Koyshkary bajó de la narria, fue a buscar el camino. El viento en seguida se lanzó con rabia sobre él y le echó unos pasos fuera. Tropezando, cayendo, de repente encontró palpando una tierra sólida y pensó que se había montado en un terremontero. Después se dió cuenta: ¡es el camino! Miró a su alrededor y no vió nada más que la oscuridad de una tumba. Dió una vueltas en su sitio y pensó que había perdido la orientación. No se veía ni el lugar donde tenían que estar la narria y los caballos, ni siquiera la nieve debajo de sus pies.

Se puso a gritar. No había respuesta. ¡Se perdió! Se quedó solo en la estepa nocturna tormentosa. Sin armas. Sin nada. Mientras que podía sentir el camino bajo los pies, marchaba por éste dale que dale, ora a favor del viento, ora a orza, y gritaba, gritaba, gritaba – consumiéndose, perdiendo el aliento por ronquez y agotamiento. De vez en cuando se le echaba con maldad feroz el vendaval, intentando de soplarlo fuera del camino. El viento le tiraba el abrigo de piel ancho, penetraba detrás de su cuello, detrás del pecho, de los falderos y las mangas, se le colaba al cuerpo, le picaba, mordía, quemaba con el frío. Pronto Koyshkary se heló hasta los huesos. “De esa manera, no es difícil morir helado”, – pensó él, y le apoderaron la desesperación y la ira. Estaba mordiendo los labios y voceaba maldiciones. Sin poder ya oponerse al viento tenso, marchaba y marchaba, ocultando la cabeza en los hombros, con sus manos heladas metidas en las mangas del abrigo, palpando con los pies la tierra sólida. Marchaba y marchaba, empujado por el viento... Y así se perdió en el torbellino de nieve. 

 

1929

 



[1] Soldado.

[2] Hermano.

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